Perfidas Intenciones - Michael A. Stackpole

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Tras

una guerra civil que casi aniquiló a los Halcones de Jade y que extinguió
al clan de los Lobos, Vlad de los Ward emerge con un poderoso secreto, un
secreto que pretende utilizar para vengar la destrucción de su clan y
restablecer a los Lobos una vez más. Sin embargo, los Halcones de Jade
tienen sus propios planes para atacar la Alianza Lirana de Katrina Steiner. La
única esperanza de Katrina es pedir ayuda a su hermano y rival político,
Victor Davion. Éste acepta, pero podría ser su perdición, puesto que Katrina
quizá tiene la manera de eliminarlo de una vez por todas…

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Michael A. Stackpole

Pérfidas intenciones
BattleTech

ePUB r1.0
epublector 27.02.14

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Título original: Malicious Intent
Michael A. Stackpole, 1996
Traducción: Anna Amado Bernardino, 2003

Editor digital: epublector


ePub base r1.0

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A Richard Gatfield, genio creativo y diseñador de juegos innovador, que
demuestra que los buenos tipos no tienen por qué ser los últimos y, en algunos
casos, pueden ser los primeros con diferencia.

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Agradecimientos

El autor agradece la colaboración de las siguientes personas: Sam Lewis y Bryan


Nystul, por el seguimiento de la historia; Donna, Ippolito, por localizar mis puntos
débiles y hacer que los corrigiera; Liz Danforth, por no matarme cada vez que
interrumpía su pintura para compartir algún fragmento que creía que era genial; John-
Allen Price, por la constante dedicación de un Cox; Lisa Koenigs-Cober y los
miembros de los Crazy Eights (los Ocho Locos), por sus generosos donativos a
beneficencia a cambio de su aparición en el libro; y GEnie Computer Network, por
pasar la novela y las revisiones del ordenador del autor a FASA.

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LIBRO I

Trabajo a medio hacer

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1

Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
11 de diciembre de 3057

Ahora los Lobos me pertenecen.


Aquel pensamiento se apoderó de él a medida que recuperaba la conciencia y
superaba el atroz dolor del antebrazo izquierdo y las diversas magulladuras de los
brazos y las piernas. Se aferró a esa idea y la convirtió en el núcleo de su vida y su
universo. Todos los demás están muertos. Ahora los Lobos me pertenecen.
Vlad, de los Ward, giró lentamente la cabeza en busca de algún dolor en el cuello
que implicara una lesión en la columna. Era poco probable, dada la intensidad con
que sus brazos y sus piernas comunicaban el dolor a su cerebro, pero con la
responsabilidad que debía asumir, no podía correr riesgos. Al mover la cabeza, el
polvo y la grava resonaron en la placa facial del neurocasco y se introdujeron en el
collar del chaleco refrigerante.
Vlad pensó que podría ver el antebrazo a través del polvo, pero éste aparecía
distorsionado ante sus ojos. Limpió la pantalla visora con la mano y relacionó el bulto
y el morado del brazo con las punzadas de dolor que emanaban de aquel punto.
Cuando alzó la mirada, vio el agujero que había en la portilla del Timber Wolf como
consecuencia del derrumbamiento del Ministerio de Presupuestos e Impuestos de
Wotan, que había enterrado a Vlad en una pila humeante de ladrillos.
Uno de esos ladrillos debía de haberle golpeado el brazo y le había roto el radio.
El bulto indicaba que el hueso estaba dislocado y le impedía mover la extremidad.
Enterrado debajo de un edificio en zona enemiga, Vlad sabía que aquella rotura podía
ser mortal.
La mayoría de guerreros habrían caído presas del pánico.
Vlad, en cambio, reprimió el primer indicio de temor. Soy un Lobo. Aquel simple
pensamiento era suficiente para calmar el miedo. A diferencia de los guerreros

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librenacidos de la Esfera Interior y de los Halcones de Jade y otros Clanes, Vlad se
negaba a rendirse a la preocupación y la inquietud. Para él, aquellas emociones
estaban reservadas para los que habían perdido toda esperanza, para los que preferían
vivir en un estado de pavor en lugar de intentar deshacerse del mismo.
Para él, no había motivo de temor porque sabía que aquello no era más que otro
episodio en la leyenda de su vida. Su existencia no podía finalizar de forma tan
vergonzosa, muriendo de hambre o asfixia en la cabina de un ’Mech sepultado entre
las ruinas. Vlad se negaba a aceptar tal posibilidad.
Los Lobos me pertenecen. Aquel hecho era un reclamo y una confirmación de su
destino. Seis siglos antes se habían creado los BattleMechs —máquinas humanoides
de destrucción, de diez metros de altura— para dominar el campo de batalla y para
que él pudiera pilotar uno algún día. Trescientos años antes, Stefan Amaris había
intentado apoderarse de la Esfera Interior, y Aleksandr Kerensky se había
desvanecido en la Periferia con la mayor parte del ejército de la Liga Estelar, para que
Vlad naciera algún día en la más gloriosa de las tradiciones guerreras. Nicholas
Kerensky había creado los Clanes para perseguir el sueño de su padre, y Vlad había
nacido guerrero para guiar a los Clanes hacia la materialización de ese sueño.
Esos pensamientos lo elevaban más allá del dolor corporal. A Vlad no le
importaba lo que pudiesen pensar los demás acerca de la visión que tenía de sí mismo
como producto final de seiscientos años de historia de la humanidad, ya que no se le
ocurría otra manera de interpretar su vida. Rehuía el misticismo del Clan de los Gatos
Nova y analizaba los acontecimientos con una lógica fría. La navaja de Occam
sesgaba su conclusión con claridad. Su razonamiento, pese a lo extraordinario que
parecía, tenía que ser cierto porque era la explicación más sencilla para entrelazarlo
todo.
Si estuviera equivocado, los Clanes habrían vuelto a la Esfera Interior un siglo
antes o después de su existencia. Si no fuera cierto, no habría sufrido la humillación
de manos de Phelan Kell, una humillación que permitía a Vlad, a diferencia del
ilKhan y la Khan Natasha Kerensky, ver el mal que representaba el hombre. El
trauma de aquella derrota lo había inmunizado contra el hechizo de Phelan y lo había
convertido en el último Lobo verdadero del Clan.
Ulric lo sabía y, por eso, me confió el futuro de los Lobos.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Había llegado a Wotan con el ilKhan
Ulric Kerensky y lo había conducido a un campo de batalla escogido por Vandervahn
Chistu, el Khan de los Halcones de Jade. Ulric y Chistu tenían que enfrentarse en un
combate en el que Ulric habría prevalecido si Chistu no hubiera jugado sucio. Lo
último que Vlad vio del líder de los Lobos fue la silueta en llamas de un Gargoyle
dando un paso más hacia el enemigo, a pesar de la abrasadora tormenta de misiles
que lo envolvía.

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Tumbado de espaldas, Vlad observó los instrumentos inertes de su cabina y
sonrió. No sólo había presenciado el traidor asesinato de Ulric por el Khan Halcón,
sino que además lo había grabado. Chistu tenía que saber que la prueba
incriminatoria estaba en la grabadora de la cabina. Vlad, en su lugar, habría intuido la
amenaza inmediatamente y habría disparado contra él hasta convertir a su Timber
Wolf y al edificio en un enorme cráter. El hecho de que Chistu no lo hubiera hecho
indicaba que era más estúpido de lo que Vlad creía.
Esto significa que vendrán a por mí. Chistu no ordenará la destrucción del
edificio, aunque debería hacerlo. Vlad suponía que enviaría a alguien a buscar el
’Mech y recuperar la grabadora con el pretexto de que los datos médicos grabados
podían proporcionar información sobre la muerte de Vlad de los Lobos. También
permitiría a Chistu ver la destrucción de Ulric desde otro ángulo y la perfecta
puntería que había enterrado a Vlad bajo los ladrillos y la argamasa de un enorme
edificio.
Tengo que estar preparado para cuando vengan.
Con la mano derecha se desabrochó el cinturón y se lo quitó. Pasó el extremo a
través de la hebilla y se lo ató con fuerza a la muñeca izquierda. El dolor le recorrió el
brazo, inmovilizándolo y provocándole náuseas por un momento.
Vlad esperó a que desapareciera la sensación de náusea antes de seguir con su
plan. Levantó la rodilla derecha a la altura del pecho y apoyó el tacón de la bota en el
extremo del asiento de mando. Buscó a tientas la hebilla de las botas de media caña y
la desabrochó. Pasó el extremo del cinturón por la hebilla e introdujo la lengüeta en
uno de los agujeros. Empujó la punta del cinturón de la bota sobre el otro cinturón y
lo apretó. Palpó el cinturón de la cintura hasta estar seguro de que no se soltaría.
Volvió a bajar la pierna y pisó el pedal que había debajo del asiento de mando sin
tensar el cinturón del todo. Respiró hondo y levantó lentamente la pierna izquierda
hasta colocar el tacón de la bota por encima del cinturón. Apoyó el hueso intacto
sobre el muslo. Con la mano derecha sujetó las correas de contención que le cruzaban
el pecho y el muslo para mantenerse inmóvil en el asiento de mando.
A causa del sudor, empezaron a escocerle los ojos. Sacó los alambres de refuerzo
del cuello del neurocasco, lo desabrochó y lo tiró hacia atrás. Oyó el ruido que
produjo el casco al chocar contra los escombros, pero no le importó. Sacudió la
cabeza con fuerza para deshacerse del sudor que le impregnaba la cara como una
neblina fría.
Sabía lo que tenía que hacer y sabía que el dolor sería insoportable, peor que
cualquier dolor físico que hubiera sufrido hasta entonces. La herida que se había
hecho en un lado de la cara y que le había dejado una cicatriz desde la ceja hasta la
mandíbula había sido igual de dolorosa, pero los médicos lo habían mantenido tan
sedado con calmantes que aunque le hubiese pasado un ’Mech por encima no habría

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sentido nada. Disponía de todos aquellos calmantes en el botiquín que había en una
de las zonas de almacenaje de la cabina, pero si los utilizaba no sería capaz de
colocarse el brazo.
El dolor es la única señal de que estás vivo.
El leve roce de los dedos sobre la herida inició una agonía que le llegaba a
oleadas que parecían licuar su cuerpo. La respiración contenida en la garganta y la
sensación de asfixia amenazaban con arrancarle las entrañas. Un gélido escalofrío se
apoderó de sus intestinos, y el escroto se le encogió mientras su cuerpo se recuperaba
del dolor.
Vlad golpeó el brazo del asiento de mando con el puño derecho.
—No soy un Halcón de Jade. ¡Este dolor no es nada! —gritó al mismo tiempo
que daba un resoplido y volvía a tomar aire—. Soy un Lobo y sobreviviré.
Estiró la pierna izquierda lentamente y empezó a perder la visión cuando notó la
presión del cinturón en la cintura. Intentó inclinarse hacia adelante para destensar el
cinturón, pero las correas de contención lo mantenían inmóvil, con el brazo izquierdo
extendido y el codo sujeto. Unos destellos rosados y verdes explotaron ante sus ojos,
y la oscuridad empezó a apoderarse de su campo de visión.
Siguió empujando y bajó la mano derecha a la altura de la herida. La feroz tortura
que le consumía el brazo izquierdo aumentaba el dolor de la mano. Milímetro a
milímetro, la presión del cinturón fue juntando los huesos, acercándolos a su lugar de
origen. Cada ínfimo movimiento hacía temblar el cuerpo de Vlad y lo envolvía con
un dolor que parecía haber existido en él toda su vida y prometía envolver su futuro.
Sin embargo, el tacto de la mano derecha le indicaba que los huesos todavía estaban a
kilómetros de distancia y que nunca volverían a su sitio pese a aquel infinito
padecimiento.
El rechinar de los dientes casi ahogó el primer leve chasquido de los huesos, que
empezaban a ocupar su lugar. La presión del cinturón había disminuido y se
convenció a sí mismo de que todo iba bien y de que el tacto de su mano derecha
fallaba. Una tormenta de dolor estalló en su interior. Sintió cómo su resolución
empezaba a fundirse en el infierno.
Entonces, recordó la imagen del ’Mech de Ulric dando un paso más.
No me rendiré.
Vlad estiró la pierna izquierda mientras gritaba incoherencias. Hueso contra
hueso, la parte inferior del mismo se deslizó hacia el otro lado. El golfo que se abría
entre los extremos de la herida parecía estirarse para siempre, pero él sabía que no era
más que una sensación. Apretó la herida con la mano derecha y presionó hacia abajo.
Los huesos volvieron a su lugar.
La tormenta de rayos que se desató de la herida le dobló la columna mientras las
correas de contención luchaban por mantenerlo inmóvil contra el asiento. Permaneció

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así mientras sus pulmones ardían en llamas por la falta de oxígeno. Quiso gritar, pero
lo único que pudo oír fue el silbido del escaso aire que le quedaba en el pecho.
Sus músculos se destensaron y las correas de contención lo empujaron contra el
asiento. Sintió más dolor, pero su sistema nervioso todavía no se había recuperado y
no podía más que enviar leves ecos a su cerebro. Tomó aire una vez, y otra, y otra
más; en cada ocasión, de manera más profunda. Cuando su cuerpo se habituó a no
sentir dolor al respirar, recuperó el ritmo normal de funcionamiento.
La herida seguía latiendo con fuerza, pero los huesos habían vuelto a su lugar.
Vlad sabía que encontraría una tablilla en el botiquín del asiento de mando, pero no
tenía fuerzas para liberarse de las correas de contención y buscarla. Dejó caer la
cabeza hacia un lado y luego hacia el otro para secarse el sudor de los ojos. No era
mucho, pero sí mejor que nada.
Mientras recuperaba las fuerzas, Vlad se permitió esbozar una sonrisa. Había
pasado la primera prueba de su ordalía, pero sabía que habría muchas más. Habría
enemigos a los que destrozar y aliados a los que utilizar. La guerra —en términos
técnicos, un Juicio de Rechazo— entre los Halcones de Jade y los Lobos habría
dejado ambos bandos devastados. El hecho de que no lo hubieran rescatado
inmediatamente le indicaba que los Halcones de Jade habían ganado, lo que
significaba que tendría que recurrir a los Halcones que compartían su repugnancia
hacia la Esfera Interior si quería que lo ayudasen. Será mejor que pida ayuda a los
Osos Fantasmales, que hace tiempo que son aliados de los Lobos.
Vlad asintió lentamente. Tengo muchos asuntos que arreglar. Puedo dedicar el
tiempo que pase aquí, esperando en mi cabina, a sopesarlos. Vendrán a por mí
creyendo que son carroñeros para luego descubrir que son mis salvadores. Pero
nunca sospecharán que, en realidad, son las comadronas del futuro de los Clanes.

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Sede temporal de los Undécimos Guardias Liranos


Ciudad de Elarion, Wyatt
Isla de Skye, Alianza Lirana
12 de diciembre de 3057
Será un desastre, pensó mientras se ponía firme y juntaba los talones de las botas.
—Hauptmann Caradoc Trevena informando según las órdenes, señor.
Sin levantarse de la silla, el Kommandant Grega se llevó dos dedos a la frente
para saludar a Doc y señaló hacia la pesada silla de madera que había en el otro lado
del escritorio.
—Siéntese, Hauptmann.
Doc se debatió por un instante entre sentarse o permanecer de pie, pero el
cansancio de catorce años en el ejército pesaba sobre sus hombros. Se sentó
obligándose a mantener una postura firme en lugar de hundirse en el cómodo asiento.
Alzó la vista en busca de alguna señal que le indicara que las cosas no saldrían tan
mal como temía.
Grega extrajo un disco gris del ordenador y lo tiró sobre la carpeta del escritorio
azul Steiner.
—He estado revisando su expediente. Es realmente excepcional, Hauptmann. Se
incorporó al servicio en 3043, justo después de las festividades de 3039 —dijo
mientras Doc observaba las múltiples condecoraciones de la chaqueta de Grega, que
demostraban que no se había perdido aquella guerra—. Pero aunque estuvo en las
Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada durante la invasión de los Clanes,
nunca ha servido en una unidad que entrara en combate. ¿Cuál es el motivo?
Doc se encogió de hombros.
—¿La suerte? —dijo al mismo tiempo que advertía que era la respuesta
equivocada.
Para la gente como Grega —los que habían participado activamente en la guerra

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—, Doc era un veterano de papel; aunque había servido en varios conflictos, lo había
hecho indirectamente. Incluso en la lucha más reciente, cuando la Liga de Mundos
Libres invadió la Mancomunidad Federada y recuperó mundos que había perdido un
cuarto de siglo antes, su unidad había optado por abandonar el campo de batalla. Los
Undécimos decidieron aceptar la proclamación de neutralidad de Katrina Steiner,
abandonaron su estación en el disputado mundo de Calliston y volvieron a la sede de
Wyatt.
Grega dio un resoplido.
—¿La suerte? Esa es precisamente la clase de actitud que nos ha traído hoy aquí,
Hauptmann. A muy pocos les gustaría emular su expediente militar.
Apuesto a que a los que han muerto sí les gustaría. Doc se inclinó hacia adelante
y colocó las manos sobre el escritorio.
—No estoy seguro de haber entendido su valoración, Kommandant. Todas mis
evaluaciones han sido satisfactorias.
—Sin embargo, sólo le han ascendido en dos ocasiones y, de no ser por la
invasión de los Clanes, le habrían despedido hace tiempo —dijo Grega, dando un
golpecito en el disco—. En este momento, sus posibilidades de ascenso son nulas.
Sí, pero no es mi expediente de servicio lo que me condena. Los Undécimos
Guardias Liranos habían sido una unidad vital al frente de las FAMF contra posibles
agresiones de la Liga de Mundos Libres en la Marca de Sarna. Cuando se retiraron y
se unieron a la nueva Alianza Lirana se convirtieron en una unidad clave de lo que
entonces se conocía como las Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana. La ironía del
acrónimo resultante, FAAL, no se había perdido, y hacer una broma al respecto
parecía ser sinónimo de traición para la mayoría de los FAALacios.
Los que creían que era una broma apropiada solían ser guerreros procedentes de
la mitad Davion de la Mancomunidad Federada. Tras negarse a ayudar a su hermano
a luchar contra la invasión de la Marca de Sarna, Katrina Steiner se había escindido
de la Mancomunidad Federada, había bautizado su nuevo reino con el nombre de
Alianza Lirana y había reunido a todas las tropas simpatizantes. Los que respondieron
a la llamada, como los comandantes de los Undécimos Guardias Liranos, eran
partidarios incondicionales de Steiner, que tenía un sentido del humor teutónico sobre
la vida en general y la unidad en particular.
Grega se reclinó en la silla y se acarició varios mechones de pelo castaño que le
atravesaban la calva.
—Sé que no son tiempos fáciles para usted, Hauptmann. Debió ser un duro golpe
el que su mujer decidiera quedarse en Calliston cuando nos evacuaron. Su carrera
está estancada y, con la tregua de los Clanes durante otros diez años, las posibilidades
de que entre en combate y de que sus perspectivas mejoren son nulas.
Doc se encogió de hombros.

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—Fue una suerte que escapáramos de Calliston.
—La mariscal Sharon Byran decidió aceptar la petición de la arcontesa Steiner de
devolver las fuerzas liranas a la Alianza. Fue mala suerte, en realidad, que su
conformidad pusiera fin a sus esperanzas de ascenso —dijo Grega con una severa
mirada—. Sin embargo, yo le traigo un poco de buena suerte, Hauptmann. Las
Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana están preparadas para ofrecerle un paquete
salarial si decide resignar. Sus catorce años de servicio no le califican para una
pensión, pero estamos dispuestos a darle veinte mil coronas y una baja honorable, que
le dará derecho a los beneficios de entrenamiento médicos y ocupacionales de
veteranía. Supongo que opina que esta oferta es más que justa.
—¿Incluye un pasaje de vuelta a Kestrel?
Grega extendió las manos.
—Me temo que el transporte es limitado en estos momentos, pero puede
intentarlo por su cuenta.
—Lo que significa que veinte mil coronas me llevarán a la altura de la Tierra.
—Puede ser que un poco más lejos.
—Pero ¿la Alianza Lirana no paga todos los gastos de los ciudadanos de la
Mancomunidad Federada que quieran ser repatriados?
Grega se esforzó en vano por ocultar su sonrisa.
—Se trata de otro departamento gubernamental. Mala suerte.
Doc se recostó en la silla.
—Toda mi suerte ha sido mala suerte.
El Kommandant hizo un gesto de asentimiento.
—Eso parece.
—Sí, bien, yo creo en la repartición de bienes, Kommandant —dijo Doc,
intentando controlar su tono de voz—. Hablemos de las trincheras, ¿de acuerdo?
Paulatinamente están echando de esta unidad a todos los veteranos de papel para
llenarla de héroes Steiner y convertirla en una unidad de exhibición. Es una purga,
nada más ni nada menos.
—Somos una organización militar; no, un partido político.
—No debería sorprenderme que piense que soy tan estúpido como para creer que
la política no se mezcla con el ejército —dijo Doc, alargando la mano para dar un
suave golpe en el disco del escritorio de Grega—. Si se hubiera detenido a examinar
mi expediente, Kommandant, habría advertido algo importante. La razón por la que
todas mis evaluaciones han sido buenas es que siempre me han asignado a compañías
llenas de MechWarriors que sólo habían conseguido evaluaciones de segunda
categoría. Todas las unidades con las que he trabajado tenían deficiencias antes de
que yo llegara, incluida su Tercera Compañía de Ataque, pero estaban preparadas
para entrar en combate cuando había acabado con ellas. Tal vez no sea el tipo que

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forja el cuchillo, pero sí el que lo afila, y nuestros superiores han visto mi valía. Si me
hubiesen ascendido me habrían sacado de mi papel, y ése era el puesto que ellos
creían que me convenía.
Doc entrecerró sus oscuros ojos.
—También ha hecho dos suposiciones sobre mí que son injustificadas, señor. La
primera es que, precisamente porque no he entrado en combate y no me han
ascendido, supone que soy un guerrero mediocre. Cree que soy de segunda categoría
y que no puedo luchar; pero sí puedo. Está seguro de que caería en combate, pasando
por alto el rendimiento de las unidades a las que he entrenado. Lo han hecho
increíblemente bien, y si las hubiera dirigido yo, lo habrían hecho mejor, porque he
estudiado a nuestros enemigos. Los conozco, estoy familiarizado con sus tácticas y sé
cómo derrotarlos. Si no interviniesen otros factores, no me lo pensaría dos veces
antes de enfrentarme a los Halcones o a los Lobos.
Grega sacudió lentamente la cabeza.
—Yo, yo… tal vez debería enviar un mensaje a la arcontesa y citarle con su
consejero.
Ella podría utilizar uno perfectamente. Doc se mordió la lengua. Aunque estaba
rozando la línea entre la discordia y la traición, no quería pisarla del todo.
—Tal vez debería hacerlo, Kommandant, porque ella le explicaría todo sobre la
OA-5730023, la orden de la arcontesa sobre la reorganización de las Fuerzas
Armadas de la Alianza Lirana. La he leído. Como, en términos técnicos, seguimos en
estado de guerra entre las FAAL y los Clanes, los oficiales de grado de compañía y
campo no pueden ser despedidos del servicio sin pasar por un tribunal de guerra. No
tiene nada que le garantice la imputación de cargos contra mí. A menos que dimita,
tendrá que soportarme.
Doc se cruzó de brazos.
—Usted pensaba que sería fácil. En absoluto. Imaginaba que el hecho de que mi
mujer me hubiera abandonado, mis pobres perspectivas laborales y todo lo demás me
amansarían porque no tengo nada por lo que luchar. Pues bien, sí tengo algo por lo
que luchar, señor. Tengo que luchar por ponerle las cosas difíciles. Si permito que me
acorrale, acabará destrozando la vida de alguien que sí tiene una vida.
Grega arqueó una ceja.
—¿Ha acabado?
—¿No había acabado antes de entrar aquí?
—De hecho, es posible que sí hubiera acabado —contestó Grega, encogiéndose
de hombros—. La forma exacta en que debía acabar no estaba escrita en
ferrocemento. No es el primer oficial que cita la OA-5730023, aunque no esperaba
que protestara. Creo que sus argumentos sobre su rendimiento son bastante
interesados e indicativos de un ego exaltado, pero también creo que la ironía de su

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comentario es exquisita.
La precisa pronunciación de Grega de la palabra exquisita había sido
desconcertante; se había detenido en cada sílaba como si la palabra fuera una navaja
para apuñalar a Doc. Está disfrutando mucho con estoy no me gusta.
—¿Ve, Hauptmann Caradoc Trevena? Algunas unidades se han convertido en
depósitos de guerreros como usted.
—¿Unidades preparadas para los Clanes?
—Le gustaría, ¿verdad? —dijo Grega, sacudiendo la cabeza—. Está claro que
esos mundos tienen que ser protegidos por unidades de lealtad incuestionable y
habilidades superiores. Sería una negligencia por mi parte asignarle a una unidad así,
pese a su autovaloración. No, estará al mando de una compañía de los Décimos
Soldados de Skye en Coventry.
Doc esbozó una sonrisa desafiante mientras sentía que algo moría en su interior.
La isla de Skye era un hervidero de sentimiento antidavionista, y los Soldados se
habían formado con algunos de los hijos e hijas más leales de la región. El duque
Ryan Steiner había utilizado la isla como base de poder para preparar un golpe que
habría escindido la Marca de Skye de la Mancomunidad Federada, y había sido el
cerebro del movimiento Skye Libre, que había fomentado una rebelión abierta en
varios mundos el año anterior. Victor Davion había sofocado la rebelión y, según se
decía, había ordenado el asesinato de Ryan Steiner en Solaris. La Legión de Gray
Death había derrotado a los Décimos Soldados de Skye en Glengarry, y Doc suponía
que reestructurar la unidad era la forma de que las FAAL pudiesen beneficiarse de
ella.
Si completaban la unidad con guerreros que no habían entrado en combate, como
él, o que tenían pocas aptitudes para el combate seguramente alcanzarían su objetivo.
Doc sabía que con un poco de suerte sólo tendría que pasar seis años difíciles antes
de dimitir con derecho a pensión. Después de dirigir una unidad de Skye habría
mejorado, y retirarse con medio salario no sería tan malo. Si puedo soportarlo
durante tanto tiempo.
La muerte en un accidente de entrenamiento parecía la única forma de liberación
rápida a la que podía aspirar, sobre todo por el destino de la unidad. Coventry era un
mundo clave de la Alianza Lirana y aparentemente se trataba de un destino
honorable; pero, en realidad, era una farsa. Coventry estaba en un lugar tan remoto de
la Alianza Lirana que sólo si los Clanes atacaban con fuerza podrían llegar a él.
Además, la Academia de Coventry contaba con un Cuerpo de Cadetes, y la Milicia de
Coventry era famosa por ser una de las unidades mejor entrenadas de la Alianza,
principalmente porque estaba formada por guerreros que también trabajaban como
pilotos de prueba en las instalaciones de producción de ’Mechs de la Fábrica de
Metales de Coventry.

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Nunca entraremos en combate y habrá dos unidades ultraleales vigilándonos. Si
lo metían en una Nave de Salto y lo enviaban a un agujero negro podrían acabar con
su carrera de un modo todavía más vergonzoso que con una dimisión a cambio de
veinte mil coronas.
Doc asintió con la cabeza.
—Tengo entendido que hace buen tiempo en Coventry. Le enviaré un holograma
mío tomando el sol.
—No dude en enviármelo, Hauptmann —dijo Grega, poniéndose en pie y
señalando hacia la puerta—. Sabe qué dicen: que es mejor ser afortunado que bueno.
Es una tragedia ser como usted, porque no es ninguna de las dos cosas.
—Ésa es una opinión de historiador, señor.
—La historia está escrita por los vencedores, Hauptmann.
—No, señor, la historia está escrita por los supervivientes —corrigió Doc,
haciendo un saludo—. Dado mi expediente, creo que espera que lo recuerde con
gratitud.
—Y usted, Hauptmann, debe esperar que simplemente lo recuerde.

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Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
11 de diciembre de 3057

Protegiéndose con el asiento de mando, Vlad se agachó en la oscuridad de la cabina


mientras oía voces y pasos procedentes del exterior. Aunque los ’Mechs habían
trabajado duro para desenterrar su Timber Wolf, él había sacado gran cantidad de
escombros de la parte trasera de la cabina y los había apilado sobre el asiento de
mando para fortificar su posición. Los láseres de los buscadores tardarían un tiempo
en perforar los ladrillos y las piedras con las que había erigido su refugio.
Vlad había pasado los últimos dos días de forma constructiva. Se había servido de
uno de los láseres de su equipo de supervivencia para hacer un agujero en la piedra
que había caído sobre su ’Mech. Los escombros que lo sepultaban tenían suficientes
agujeros para que pudiera respirar, y el que había hecho con el láser daría una pista a
los buscadores de que había sobrevivido al derrumbamiento y de que lo habían
enterrado vivo. Si encendía el láser por la noche y dejaba el rayo rojo conseguiría
ayuda más fácilmente, pero lo tenía reservado para cuando se quedase sin alimentos.
Al mismo tiempo que atraería a los rescatadores también les permitiría saber que
estaba vivo, y Vlad creía que aquello no favorecía demasiado su supervivencia.
El asesinato del ilKhan Ulric Kerensky por Vandervahn Chistu debía haber sido
un movimiento para adelantar al otro Khan de los Halcones de Jade en la carrera por
convertirse en el nuevo ilKhan. El Khan Elias Crichell, el más veterano, era un
político consumado, como dejaba claro el hecho de que hubiese conservado su rango
mucho después de cambiar la cabina de un ’Mech por una oficina y un terminal de
datos.
Aunque Crichell tenía mucho poder —además, los Khanes de otros Clanes le
debían muchos favores—, era Chistu el que había asesinado a Ulric Kerensky, una
hazaña que podía darle el prestigio suficiente como para conseguir el título de Khan

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de los Khanes, líder de todos los Clanes. La victoria de Chistu en combate singular
con Ulric podía eclipsar a Crichell cuando el Consejo del Clan se reuniese en Strana
Mechty para elegir al nuevo ilKhan. Ulric se había opuesto al rechazo de la tregua de
ComStar, y Vahn Chistu lo había matado, de modo que Chistu era la elección lógica
para declarar de nuevo la guerra a la Esfera Interior.
A menos que pueda explicar la verdad sobre lo que ha ocurrido en Wotan. Si la
verdad sobre la muerte de Ulric salía a la luz, las esperanzas de Chistu de convertirse
en ilKhan serían mucho menores que las que Ulric tenía en Wotan. Los otros Khanes
lo expulsarían del Gran Consejo y seguramente el Consejo de los Halcones de Jade le
quitaría el rango. Si tenía suerte, lo asignarían a una unidad solahma y pasaría el resto
de sus días cazando bandidos y cualquier otra escoria indigna de un verdadero
guerrero. Lo más probable es que lo maten porque los Halcones son muy inflexibles
en asuntos de honor.
Chistu no podía arriesgarse a que Vlad viviera para explicar lo que había visto.
Los buscadores rastrearían la cabina para asegurarse de que había muerto. Sólo
podría sobrevivir si capturaba a los primeros que se metiesen en el agujero y
escapaba antes de que pudieran pedir ayuda. Vlad estaba seguro de que el equipo de
rescate sería pequeño, para que Chistu pudiera guardar el secreto.
La luz se filtró en la cabina e invadió el lugar. Vlad vio unos rayos redondeados a
través de la portilla llena de fisuras y agujeros. Aquello era un error. Habían quitado
tantos escombros que podría escapar si conseguía liberarse.
El extremo de una cuerda se bamboleó al descender por el agujero de la escotilla.
—Capitán de estrella Vladimir, ¿puede oírme? Soy la capitana de estrella
Marialle Radick. ¿Está herido?
Vlad entrecerró los ojos. Marialle Radick le había ayudado a presentar los cargos
de traición contra el ilKhan Ulric ante el Consejo del Clan de los Lobos. Ulric la
había trasladado del Decimosexto Núcleo Estelar de Combate a los Undécimos
Guardias Lobos para luchar en la guerra contra los Halcones de Jade. No le
sorprendía que hubiese sobrevivido a la lucha —era una buena MechWarrior—, pero
lo que sí le extrañaba era que participase en el rescate. ¿Es posible que hayamos
ganado?
—Estoy aquí, capitana de estrella.
—Estoy bajando.
—Sola.
—Como desee.
—Y desarmada.
Un atisbo de temor se apoderó de ella.
—Como desee, capitán de estrella.
Vlad se tapó un ojo con la mano izquierda. De ese modo, cualquier dispositivo de

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luz que bajaran sólo le cegaría uno de los dos ojos y podría contraatacarlos cuando
llegaran a la cabina. A sus pies tenía la máscara de gas del equipo de supervivencia y
tendría tiempo de ponérsela antes de que llenaran la cabina de gas anestésico o
irritante.
La cuerda se meció con más fuerza, y la silueta de unas botas apareció a ambos
lados del agujero del parabrisas del ’Mech. Un segundo después, la escotilla se
combó, se desprendió y se rompió en mil pedazos al caer al suelo de la cabina. Vlad
seguía escondido cuando el polvo invadió la pequeña estancia.
—¿Está usted bien? No esperaba que se rompiera.
—Acérquese.
Marialle Radick bajó a la cabina del ’Mech. Su corta estatura y el traje de salto
oscuro, que le estrechaba la cintura, le daban un aire infantil. Llevaba la rubia melena
recogida en un moño y sus ojos ambarinos brillaban como el oro bajo la luz exterior.
—¿Está herido?
—Tengo alguna herida, pero nada grave.
Marialle asintió.
—Traigo una linterna para usted, en caso de que no tenga.
—Tengo dos, una enfocada y otra desenfocada. Preferiría utilizar sólo la última,
pero eso será cuando haya descubierto cómo está la situación ahí afuera. Hoy es día
trece, ¿quiaf?
—Af Ulric murió el diez.
—Ya lo sé. Lo vi. morir.
—Pero si él murió a varios kilómetros de aquí… ¿Qué está haciendo en este
lugar?
—Deje que haga yo las preguntas, por favor —dijo Vlad, tosiendo levemente—.
Le aseguro que estoy en mi sano juicio; no me he golpeado la cabeza. ¿Hemos
resistido la lucha?
—No.
—¿Y no ha habido represalias contra los Lobos?
—Hubo un Ritual de Abjuración contra nuestros brethren que se retiraron de
Wotan y los que escaparon con el Khan Phelan.
—Abjuración.
La celebración de un ritual así tenía sentido porque exiliaba a los que habían
escapado. La abjuración sólo se invocaba en caso de gran cobardía o negligencia en
el cumplimiento del deber: un guerrero abjurado renunciaba a su nombre de sangre, si
tenía uno, y a que su material genético entrase a formar parte del programa de
reproducción del Clan.
Vlad no habría pedido abjuración para los Lobos que habían escapado porque no
hubiera querido perder la jurisdicción de los que se habían ido a la Esfera Interior. Tal

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vez en un futuro fuera posible recuperarlos, pero después de la abjuración sería
difícil. El ritual ha sido prematuro. Otra señal de que necesitan mi liderazgo.
—Dadas las circunstancias, la abjuración era la mejor elección. Los Lobos
vencidos en Morges no tendrán nada que ver con nosotros.
—Eso no será suficiente.
Phelan y muchos de los Lobos habían salido hacia la Esfera Interior. Se habían
enfrentado a los Halcones de Jade en un mundo llamado Morges. Vlad no estaba tan
seguro como Marialle de la derrota de los Lobos, pero debía evitar cualquier reacción
violenta por la lucha en Morges.
—¿Quién la ha enviado a buscarme, capitana de estrella?
—Órdenes de salvamento estándar. La inspección aérea detectó grandes daños en
esta zona. No se advirtieron señales de la explosión de una bomba en el
derrumbamiento del edificio, de modo que nos enviaron a rastrear el lugar.
—¿No la han enviado para matarme?
—¿Matarlo? —preguntó, atónita—. Ni siquiera sabíamos que era usted hasta que
sacamos suficientes escombros para ver que era un Timber Wolf asignado a los
Undécimos Guardias. Su nombre está escrito en el lateral.
¿Es posible que Chistu sea tan estúpido?
—Encenderé mi luz, capitana de estrella.
Vlad golpeó la linterna sujeta al cañón de la pistola láser contra el borde del
asiento de mando. El botón se encendió y apuntó hacia ella.
—¡Librenacido! —maldijo.
—¿Qué ocurre?
La mujer a la que apuntó con el láser llevaba un traje de salto verde con la
insignia de los Halcones de Jade en los hombros. Reconocía la cara y la forma, ya
que conocía bien a Marialle Radick, pero verla vestida con el verde esmeralda de un
guerrero de los Halcones de Jade lo había desconcertado. Cuando estaba a punto de
pulsar el gatillo, levantó la pistola y la volvió a esconder en la oscuridad.
—¿Por qué está vestida como una Halcón?
—Porque es lo que soy.
Eso es imposible. No podía concebir la idea de Marialle rindiéndose a los
Halcones, y aunque lo hubiera hecho, primero la habrían convertido en una sirvienta
y luego, tiempo más tarde, tal vez le habrían permitido volver a ser una MechWarrior.
Además, ella se llama Marialle Radick, y los Halcones de Jade no tienen sangre de
ese linaje. Sólo es linaje de Lobos.
—¿Cómo puede ser una Halcón de Jade?
—Eso es lo que somos todos ahora, Vlad. Los Lobos perdieron un Juicio de
Absorción. Ahora todos somos Halcones de Jade.
Vlad se quedó boquiabierto.

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—¿Qué?
—El Khan Chistu dijo a los supervivientes que los Halcones de Jade nos habían
absorbido. Por eso, llevamos a cabo el Ritual de Abjuración, porque no permitía que
los Halcones de Jade se enfrentasen a sí mismos en Morges.
—Pero eso nunca fue un Ritual de Absorción.
—No, formalmente no; pero el Khan Chistu dijo que si Natasha y Phelan
comprometían todo lo que los Lobos se jugaban en el Juicio de Rechazo se pasaba
automáticamente a un Ritual de Absorción —explicó Marialle, inclinándose hacia
adelante—. Ni a mí ni a ninguno de nosotros nos gustó al principio, pero el resultado
era inevitable. La guerra contra los Halcones de Jade causó grandes daños, tanto a
ellos como a nosotros. Ninguno de nuestros Clanes solo es lo bastante fuerte como
para prevalecer, pero juntos somos una fuerza temible. Los guerreros que han
sobrevivido son los mejores de ambos bandos. El Khan Chistu dice que fue un crisol
que quemó las impurezas de los dos Clanes.
Vlad frunció el ceño.
—El Juicio de Rechazo surgió como respuesta a los cargos de genocidio y
traición imputados contra Ulric. Los Lobos vencieron a los Halcones de Jade en todos
los mundos en que lucharon, excepto aquí.
Marialle le lanzó una mirada desafiante.
—Fue más bien un empate. Los Halcones nos ofrecieron unas condiciones
honorables tras la muerte de Ulric, y las aceptamos. Algunos se fueron con Phelan, y
otros se quedaron aquí.
—Y Phelan sigue luchando. Los Lobos todavía no han sido derrotados, capitana
de estrella Radick.
—¿Qué está diciendo?
—La cronología de los acontecimientos que ha citado me induce a creer que el
Khan Chistu anunció nuestra absorción, y luego inició el Ritual de Abjuración para
exiliar a los Lobos que se enfrentaron a sus Halcones de Jade en Morges, ¿quiaf?
—Así es como ocurrió, af.
—Sin embargo, sólo podía absorber a los Lobos si primero los derrotaba, ¿quiaf?
—Af —contestó Marialle, con los ojos entrecerrados—. ¿Está diciendo que si
Phelan venciese a los Halcones de Jade podría volver y desafiar al Khan Chistu a un
Juicio de Rechazo sobre la absorción y la abjuración?
—Chistu no tendría que aceptar el desafío de Phelan porque ha sido abjurado.
Debería ser un Lobo el que desafiase la absorción, pero todos los Lobos de Wotan se
han convertido eh Halcones de Jade.
—Excepto usted.
—Excepto yo. Venga, capitana de estrella, ayúdeme a salir de esta tumba —dijo
Vlad, sonriendo mientras se ponía lentamente en pie—. Explíqueme más cosas sobre

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la ficción que el Khan Chistu ha creado sobre la muerte de Ulric. Si lo hace, yo le
demostraré cómo podemos redimir nuestro honor. Si lo hace, verá por qué los Lobos
me fueron confiados.

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4

Sede militar de ComStar


Academia Militar de Sandhurst, Berkshire
Islas Británicas, la Tierra
13 de diciembre de 3057
La capiscolesa Lisa Koenigs-Cober se frotó los ojos somnolientos y reprimió un
bostezo al entrar en el despacho del capiscol marcial. La estancia, con sus paneles de
nogal y las estanterías repletas de libros antiguos forrados de piel, le dio una
sensación acogedora. A través de las enormes ventanas arqueadas veía la nieve
cayendo en la noche y sintió un vuelco en el estómago al recordar las turbulencias
que había sufrido el avión al atravesar la tormenta del Atlántico.
El semicapiscol que le abrió la puerta anunció su entrada.
—La capiscolesa Koenigs-Cober ha venido a verle, señor.
—Gracias, Darner. Eso es todo.
El capiscol marcial, un hombre alto y esbelto, no había desmejorado con la edad,
y tan sólo el color del cabello y las arrugas del rostro evidenciaban el paso de los
años. Siempre que lo había visto en reuniones de personal o en revisiones de tropas
vestía con una sencilla casaca blanca y un cinturón de cuerda dorada, un uniforme
que ocultaba su cargo como comandante militar supremo de los ComGuardias.
Ella suponía que lo llevaba para conseguir que los otros lo subestimaran.
La ropa que lucía en ese momento era blanca, pero resultaba obvio que la había
escogido por las condiciones climáticas y no por un simbolismo de ComStar. No
llevaba ninguna insignia de rango en la túnica, pero el parche negro que le cubría el
ojo derecho le daba un aire inconfundible dentro de la ComGuardia.
El capiscol marcial se frotó las manos y las extendió hacia las llamas que ardían
en la enorme chimenea que había a un lado de la habitación. Giró la cabeza para
mirarla, y ella vio los reflejos del fuego danzando en su ojo izquierdo.
—Disculpe que la haya hecho venir a esta hora. Quería que descansara antes de

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pedirle un informe, pero tengo que partir hacia Morges en un par de horas para
resolver un asunto urgente.
Lisa permaneció de pie, mirándolo por un momento con las manos detrás de la
espalda.
—Es en Morges donde se están enfrentando los miembros del Clan de los Lobos
con los del Clan de los Halcones de Jade. Los Demonios de Kell también están allí.
Anastasius Focht asintió con la cabeza y señaló hacia una de las sillas de piel que
había frente al fuego.
—Me alegra ver que está al corriente de los acontecimientos que tienen lugar
fuera del sistema terráqueo.
—Cualquier movimiento de tropas del Clan hacia la línea de tregua me preocupa,
señor. No he olvidado que su objetivo primordial es la conquista de la Tierra. Un
ejército precavido es un ejército prearmado —dijo dirigiéndose a la silla que él le
había indicado, aunque se detuvo antes de sentarse—. ¿Sería posible que lo
acompañase a Morges para observar la lucha más de cerca, al menos más que en
Tukayyid?
—Es una idea espléndida, pero no; me temo que no es posible. Aunque este viaje
es una emergencia, dudo que pueda hacer un anochecer planetario antes de finales de
mes. Ya se ha disputado algún combate en el continente sur y, dado el modo como
luchan los Clanes, la batalla se decidirá antes de mi llegada —dijo el hombre,
bajando momentáneamente la mirada—. Supongo que pasarán unas Navidades
bastante sangrientas.
El capiscol marcial contempló el fuego por un momento y se giró de nuevo hacia
ella.
—Pero ésta no es la razón por la que no puedo permitir que venga conmigo. Tiene
demasiado que hacer aquí. ¿La Legión de Brion ha salido de Norteamérica?
Lisa se sentó en el borde del asiento sin atreverse a reclinarse por miedo a
adormecerse en la piel cálida y blanda.
—Sí, señor. Ahora que la Marca de Sarna se está desintegrando, el precio de los
contratos mercenarios se ha disparado. La Legión se dirige a Pleione, donde será una
de las unidades clave de la cuenca de Tikonov.
Focht se hundió en la silla situada delante de ella.
—Espero que sepa que intenté que el Primer Circuito aceptara la oferta que
Pleione hizo al coronel Brion. Sé que tenía muy buena relación con el comandante
Iljir.
—Se lo agradezco, señor —dijo Lisa, extendiendo las manos hacia el fuego pese
a saber que el helor venía de dentro y no de fuera.
Rustam Iljir le había pedido que abandonase ComStar y fuese con él a Pleione, y
ella le había pedido que se uniese a ComStar y se quedase con ella; pero ambos

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sabían que ninguno de los dos podía acceder a la petición del otro. Los dos lo
preguntamos porque teníamos que preguntarlo, y los dos renunciamos porque
teníamos que renunciar.
—Sin embargo, la verdad es que la unidad de los Vigésimo Primeros Lanceros de
Centauro será mejor, señor. La Legión se mostró algo displicente en la Tierra. Los
Lanceros pueden desempeñar alguna pequeña función después de enfrentarse al
Segundo Equipo de Combate del Regimiento de ManFed en Hsein. La coronel
Haskell es una buena comandante, y creo que sus tropas se beneficiarán del tiempo
que han pasado aquí.
—¿Su llegada sigue programada para principios de enero?
—Sí, señor. Los Batallones Alfa y Beta de la Fuerza de Defensa Terráquea los
acompañarán en las operaciones de orientación.
El capiscol marcial se recostó en la silla.
—Entonces, estarán totalmente operativos hacia finales de febrero o principios de
marzo, ¿no?
—Puede ser que antes. La coronel Haskell está buscando sustitutos para los
pilotos que perdió en combate o en esta misión. Por supuesto, estamos
examinándolos a todos, pero deberíamos acabar con un pelotón más experimentado
que cuando la Legión llevó a cabo esta misión hace siete años.
—Bien, de modo que la Tierra queda vulnerable tan sólo durante un mes o dos.
Las palabras del capiscol marcial hicieron estremecer a Lisa.
—Disculpe, señor, pero ¿no corremos un grave peligro? Sé que hay agitaciones
entre los Clanes; sin embargo, eso no significa que se viole la tregua, ¿no?
Focht la miró fijamente con el ojo izquierdo.
—Yo negocié la tregua con el ilKhan Ulric Kerensky. Tenía que durar quince
años, desde 3052 hasta 3067. Mientras siga vivo, no tengo miedo de que se rompa.
—Ni de que siga siendo el ilKhan.
El capiscol marcial sacudió la cabeza y, al hacerlo, echó los hombros hacia
adelante.
—Espero que sea cierto, pero ni siquiera sé si ahora está vivo. El mensaje que he
recibido hoy se envió hace menos de una semana y por lo que dice creo que tanto la
vida de Ulric como la tregua corren peligro.
Lisa hizo un gesto amargo. La noticia de la debilidad de la tregua del Clan no
podía llegar en peor momento. La Mancomunidad Federada había entrado en guerra
con la Confederación Capelense y la Liga de Mundos Libres en la Marca de Sarna.
En una protesta sobre el evento catalizador que había provocado el ataque de la Liga
de Mundos Libres a la Mancomunidad Federada del príncipe Victor Davion, la
Alianza Lirana se había escindido de la Mancomunidad Federada. Para mantener la
paz y la estabilidad política en la Esfera Interior, las tropas del Condominio Draconis

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—que ejercían de conciliadoras bajo los auspicios de ComStar— habían ocupado los
mundos compartidos entre Victor y su hermana Katrina, lo que había enojado a la
Alianza Lirana y había puesto nerviosos a algunos de los subordinados de Victor por
la agresión del Condominio.
Precisamente cuando la Esfera Interior tenía que mantenerse unida se estaba
dividiendo.
Focht lanzó un suspiro de cansancio.
—Espero que mi misión en Morges ayude a esclarecer lo que ocurre con los
Clanes. Si Ulric está vivo y sigue al mando, no hay necesidad de alarmarse. Si no lo
está, el próximo líder de los Clanes decidirá si quiere repudiar la tregua. Por suerte
para nosotros, los Khanes de los Clanes tendrán que volver a su planeta natal, un
lugar que llaman Strana Mechty, para elegir al nuevo ilKhan. Este hecho nos
proporcionó casi un año de paz durante la invasión.
—Pero no podemos confiar en que esta vez lo hagan, ¿verdad?
Focht movió los hombros sin mucha convicción.
—Podemos preverlo, pero no asegurarlo.
Lisa hizo un gesto de asentimiento.
—Entonces, ¿no será imprudente que empecemos a adelantar a mis tropas más
experimentadas y traigamos a las tropas principiantes para entrenarlas? Las
operaciones de orientación con los Lanceros proporcionarían trabajo sólido a nuestra
gente.
—Cierto, pero eso dejaría la defensa de la Tierra en manos de los Lanceros, el
Regimiento de Entrenamiento de Sandhurst y sus tropas principiantes. Disculpe que
no me tranquilice demasiado.
—Pero los Clanes tendrán que abrirse paso entre los demás ComGuardias de la
República Libre de Rasalhague para llegar aquí. Si logran hacerlo, no importa la
cantidad ni la naturaleza de las tropas que tengamos vigilando la Tierra.
—Los Clanes no son la única amenaza a la que nos enfrentamos.
Lisa parpadeó, sorprendida.
—No creerá que una de las Casas de la Esfera Interior puede atacar la Tierra.
Focht se encogió de hombros.
—Nadie sabe lo que Sun-Tzu Liao quiere hacer, y Katrina Steiner tampoco
parece ser muy predecible. Sin embargo, no me preocupan tanto las tendencias
agresivas de los dirigentes de la Esfera Interior como las posibles acciones que
puedan emprender nuestros antiguos brethren.
—Palabra de Blake.
—Exacto.
La reanudación de la guerra contra los Clanes había dividido a ComStar y había
permitido la fragmentación de la Esfera Interior. Bajo el liderazgo de la Primus

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Sharilar Mori y el capiscol marcial Anastasius Focht, ComStar había pasado de ser
una organización culta, sumida en el misticismo, a una organización básicamente
secular, que mantenía comunicaciones interestelares y utilizaba la mayor parte de sus
tropas para asegurar la frontera rasalhaguiana con los Clanes. Esto había cambiado
siglos de tradición, una tradición que había empezado cuando Jerome Blake fundó
ComStar hacia 1700.
El elemento reaccionario de ComStar se escindió y escapó hacia la Liga de
Mundos Libres. Thomas Marik, dirigente de la Liga y antiguo capiscol de ComStar,
había acogido a los refugiados. Había evitado que sus acciones se le fueran de las
manos al mismo tiempo que había utilizado a agentes de Palabra de Blake para
fortalecer SAFE, su anémica agencia de inteligencia. Los miembros de Palabra de
Blake no querían proclamar a Thomas «Primus en exilio», pero tuvieron que hacerlo.
Los analistas de ComStar supusieron que podrían esperar hasta que Thomas
convirtiese la Liga en una teocracia blakista o hasta que los blakistas tomasen el
control de la Tierra.
—Tal vez sean una amenaza, señor, pero supongo que estará de acuerdo con que
los Clanes son una amenaza más inmediata y probable. Nuestra preocupación
primordial debería ser negociar con ellos.
Focht sonrió en señal de aprobación.
—Tiene razón, capiscolesa, pero sus ideas sobre las rotaciones de tropas son
prematuras. Podemos esperar a que vuelva de Morges para tomar una decisión al
respecto. Le enviaré todos los informes que pueda, incluidos vídeos y análisis de
combate. Puede ser que encuentre algo para sorprender a los Lanceros.
—Eso espero, señor.
—Yo también, capiscolesa. Había pensado darle una posición de mando en
nuestra Galaxia Invasora; si usted quiere, claro.
Lisa se mostró dubitativa. La Galaxia Invasora era una unidad ComGuardia
configurada para luchar como los Clanes, utilizando sus doctrinas y sus armas.
Técnicamente hablando, el trasladado sería una degradación, ya que dirigir la defensa
de la Tierra era un gran honor. Pero la Galaxia Invasora es la unidad que afilará al
resto de las tropas para cuando se reanude la invasión.
—Su oferta es un honor, señor —dijo bajando la mirada por un momento—. Me
gustaría meditarlo, si es posible. Quiero asegurarme de que las defensas de la Tierra
sean seguras antes de considerar un cambio así, pero resulta muy atrayente.
—Es una respuesta sabia a una difícil pregunta. Ya lo hablaremos otro día.
—Gracias, señor.
Focht miró hacia el fuego.
—Hubo una época, hace años, en una vida totalmente distinta, en que habría
pasado una noche como ésta con gente que creía que eran mis amigos. Resguardados

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por la calidez y una copa de brandy llenando nuestros estómagos y enardeciendo
nuestras mentes, habríamos planeado, diseñado y soñado con lo que ocurriría cuando
consiguiésemos influir en los acontecimientos para convertirnos en el centro del
universo. Veíamos el poder como si fuera un fin en sí mismo.
»En aquellos días, en aquella época, nunca imaginé que me encontraría en esta
situación —dijo el capiscol marcial antes de detenerse a pensar con un destello de luz
en los ojos—. O quizá pensaba que si llegaba a viejo y me sentaba ante un fuego
feroz sería porque había fracasado. Lo veía como el reposo de un hombre indefenso,
un hombre que no había alcanzado todo su potencial.
Lisa contempló el fuego y vio formas y sombras fantasmales inmolándose.
—¿Y ahora?
—Ahora soy un viejo que consiguió aplacar la mayor amenaza que jamás haya
conocido la Esfera Interior. Esperaba que, después de haber ganado una tregua que
duraba quince años, ésta nos daría tiempo para igualar las ventajas tecnológicas de
los Clanes, e incluso superarlas. En los últimos años, hemos hecho progresos, grandes
progresos, pero ahora no estoy seguro de que sean suficientes, como tampoco estoy
seguro, ante la resurrección de la amenaza, de que sea capaz de volverla a detener.
Lisa miró al hombre que controlaba el poder militar de ComStar.
—Los Clanes no prevalecerán, capiscol marcial, porque no se les puede permitir
que prevalezcan.
—Un sentimiento valeroso, capiscolesa, pero apenas útil como blindaje contra sus
BattleMechs.
—No tiene por qué ser así, señor —dijo Lisa, poniéndose firme y golpeándose el
pecho—. Los Clanes creen en la superioridad de sus máquinas y en su reproducción,
pero ambas cosas no son sino una ayuda al núcleo real de combate en el interior de un
guerrero. En Tukayyid se aseguró de que supiéramos que no podíamos rendirnos y
superamos con creces nuestra capacidad para luchar. Teníamos que ganar, y así lo
hicimos, y así los haremos de nuevo, con usted como líder o con cualquier otro si es
necesario. Usted nos enseñó a ganar y, al hacerlo, se dio cuenta de que tenía un
potencial que pocos humanos poseen.
El capiscol marcial se inclinó hacia adelante y tomó la mano de Lisa mientras se
ponía en pie. La levantó y le besó suavemente los nudillos.
—Disculpe esta contravención del protocolo militar, pero me halaga con sus
palabras, y un saludo parece una fría recompensa a tal amabilidad.
Ella le sonrió y apretó su mano antes de soltarla.
—El hombre que usted ha descrito era un destructor. Usted, señor, es un defensor
y un preservador. No puedo sino halagarlo y utilizarlo como ejemplo para mí y mi
gente.
Focht asintió lentamente con la cabeza.

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—Tal vez los Clanes sean la mayor amenaza a la que nos hemos enfrentado, pero
con guerreros como usted podremos superarla. La Esfera Interior debe alegrarse de
ello.

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5

Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
13 de diciembre de 3057

Así que éste es el último Lobo, musitó el Khan Elias Crichell para sus adentros. Es
una bestia horrible. De pie frente a él, había un guerrero con un traje de salto gris con
las marcas del Clan de los Lobos y la manga izquierda cortada para dar cabida al
brazo escayolado. Su piel tenía el tono gris amarillento de un hombre que había
luchado durante meses y que se había alimentado los últimos días de víveres de
supervivencia.
Pero sus ojos…. Los oscuros ojos de Vlad ardían de vida y enojo, un enojo que
invadía la enorme sala que Crichell utilizaba para las audiencias. Había sido fácil
advertir su estado de ánimo incluso en el holodisco que el hombre había enviado para
solicitar la audiencia. Crichell había sentido tentaciones de rechazar la solicitud, pero
Vandervahn Chistu se había apresurado a aceptarla. Aquello había hecho sospechar a
Crichell; no por la aceptación de su joven Khan, sino porque se había dignado prestar
atención a un asunto administrativo tan trivial. A Vahn normalmente le aburrían y
sentía desprecio por tales cuestiones, y el hecho de que ésta despertase su interés era
sorprendente.
Crichell se reclinó en la alta silla de madera y miró al hombre que había al pie de
la tarima.
—Su mensaje indicaba que tenía una información valiosa para mí. ¿Cómo es
posible que un Lobo que ha estado enterrado como una tortuga sepa que hay algo que
puede interesarme?
—Yo fui el ayudante de Ulric Kerensky durante el Juicio de Rechazo, un juicio
que todavía se está disputando en Morges.
—Renegados y mercenarios dirigidos por un expósito. Serán eliminados.
Vlad esbozó una sonrisa que incomodó a Elias.
—Siga soñando, Khan Crichell, pero yo no creo que sea así y sería mejor para

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usted que no lo fuera —dijo el Lobo, inclinando la cabeza en un gesto que no
denotaba respeto, sino la mera representación de un actor enfrentándose a un rival
potencial—. Esta es sólo una de la muchas cosas que sé que pueden interesarle.
—¿Cómo puede decir que sería mejor para mí que los Halcones de Jade perdiesen
en Morges?
—El Khan Vandervahn Chistu envió las tropas que están luchando contra los
exiliados y, según tengo entendido, lo hizo pese a su protesta. Si ganan, usted quedará
como un estúpido, y Chistu, tras haber asesinado a Ulric Kerensky y haber destrozado
a los renegados, se cubrirá de gloria. Él fue el que proclamó la absorción de los
Lobos por los Halcones de Jade, por lo tanto se le conoce por haber sometido al Clan
más altivo y arrogante. Muchos Khanes le estarán agradecidos por esto.
Crichell sintió cómo se le crispaba el vello de la nuca. Había visto las
manipulaciones de Chistu y sabía el alcance que tenían, pero las veía como
acontecimientos aislados, no como fases de un solo proceso. Con la muerte de Ulric a
manos de Chistu empezaba a entender el verdadero alcance de los planes de su
subordinado. Era obvio que Chistu había ganado posiciones. Se preveía que el Gran
Consejo escogiese a un ilKhan del Clan de los Halcones de Jade. Elias Crichell había
supuesto que él sería el elegido para dirigir a los Clanes en la conquista de la Esfera
Interior, pero entonces le parecía más probable que Chistu ganase ese honor.
—No me ha dicho nada que no supiera y no creo que sus aportaciones sean
particularmente valiosas.
Vlad se encogió de hombros.
—No pretendía que lo fueran. Si hubiera creído que eran valiosas, habría sido
demasiado estúpido para ver el valor de lo que puedo ofrecerle.
—Que, dejándose de insolencias, sería…
El Lobo esbozó una amplia sonrisa, y entonces Elias Crichell tuvo la misma
sensación de incomodidad que la vez anterior.
—Le proporcionaré los medios para destrozar completamente al Khan
Vandervahn Chistu. A partir de este momento ya no es su rival. Tiene vía libre para
acceder al puesto de ilKhan.
Vlad pronunció aquellas palabras con tanta frialdad y precisión que Crichell
estuvo a punto de mostrar el brote de júbilo que había surgido en su corazón.
—La única manera de que pueda hacerlo es matándolo.
—No, hay otra manera; pero yo prefiero la alternativa más letal —dijo el Lobo,
golpeándose el pecho con la mano derecha—. Yo eliminaré al Khan Chistu por usted
de un modo que no suscite cuestiones de impropiedad, y usted me dará dos cosas a
cambio.
—¿Qué cosas?
—La primera es el derecho a desafiar al Khan Vandervahn Chistu a un Juicio de

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Rechazo. Como no tengo un nombre de sangre, mi desafío para combatir con un
guerrero con nombre de sangre de un Clan debe tener la sanción de un Khan del Clan
—explicó Vlad, apretando la mano derecha con fuerza—. Yo estaba allí cuando Ulric
fue asesinado y niego la explicación de Vandervahn Chistu sobre las circunstancias
en que murió.
Elias Crichell se inclinó hacia adelante con una expresión de incredulidad.
—¿Está diciendo que Vandervahn Chistu mintió sobre la muerte de Kerensky?
—Eso digo y tengo la prueba de mi acusación. Grabé la batalla…, la emboscada y
el asesinato. La prueba está bien escondida y se le hará entrega de ella si no consigo
matarlo en combate singular —dijo Vlad con un frío resplandor en los ojos—. Tiene
que entender por qué hago esta petición. Yo estaba allí para proteger a Ulric y no
cumplí con mi deber. Debería haber previsto la traición, pero no fue así. La única
manera de que pueda limpiar esta mancha en mi honor es matando al hombre que la
hizo.
Elias Crichell se reclinó en la silla y sonrió a Vlad. Pese a la formalidad
obligatoria de un Juicio de Posición anual en un ’Mech que lo calificaba como
guerrero y le permitía mantener su rango en el Clan, siempre había renunciado al
combate. Sin embargo, no era tan viejo como para no acordarse de cuando la pasión
de venganza ardía en sus venas. La petición de un Lobo de redimir su honor
sorprendía a Elias, ya que siempre había creído que ningún Lobo respetaba los
métodos de los Clanes, los métodos que ejemplificaban los Halcones de Jade y su
estricto código de conducta y guerra.
—Habla más como un Halcón que como un Lobo, capitán de estrella Vlad.
—¿No es eso en lo que nos hemos convertido todos los Lobos? —preguntó Vlad
con los brazos extendidos—. Este último acto de un Lobo debe basarse en el honor,
¿quiaf?
—Af —contestó Crichell, asintiendo con la cabeza—. Le doy permiso para
desafiar a Chistu, pero tenga cuidado. Como no tiene un nombre de sangre y él es un
Khan, tiene derecho a nombrar a un sustituto para luchar en su lugar.
—Entiendo las normas que rigen este tipo de desafío y las acataré.
—Bien —dijo el Khan de los Halcones de Jade, cambiando de postura—. ¿Y la
segunda cosa que quiere de mí?
—Si gano, lo sabrá.
—¿Y si pierde?
—Entonces, obtendrá lo que quiere a mitad de coste —contestó el Lobo, bajando
los brazos y poniéndose en pie—. ¿Se reunirá con el Khan Chistu más tarde?
—Así es.
—Bien, será entonces cuando lo desafíe —dijo Vlad, haciendo un saludo a
Crichell—. Lo veré luego.

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El Khan de los Halcones de Jade levantó una mano.
—Espere.
—¿Señor?
—Si asesina al Khan Chistu, ¿por qué tengo que mantener la otra mitad del trato,
la mitad de la que no sé nada?
Vlad volvió a esbozar una desagradable sonrisa.
—La mantendrá, señor. Se dará cuenta de que es la opción más sabia.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Khan Crichell, estoy dispuesto a matar a un hombre para vengar la memoria de
un difunto líder de un difunto Clan cuya política me repugnaba y a la que me oponía
con todas mis fuerzas —contestó Vlad con fuego en los ojos—. Niégueme lo que
quiero y descubrirá lo peligroso que puedo llegar a ser.
A Vlad le extrañaba que desde su llegada a la sede del Khan Crichell ya no se
sentía como un hombre ensangrentado sumergiéndose en un depósito de tiburones,
sino como un verdugo soltando a un condenado. Dos enormes Elementales le
abrieron las puertas. Vlad entró en la estancia y avanzó por la alfombra roja que
conducía al trono de Crichell, donde esperó a que se cerrasen las puertas.
Se giró hacia la izquierda —apartándose del trono vacío— y ofreció un saludo a
Elias Crichell y a las otras tres personas que estaban sentadas al escritorio del Khan.
Aunque no le habían presentado a ninguna de las tres, las conocía a todas. Kael
Pershaw, líder del arma de la Vigilancia de los Halcones de Jade, era el humanoide
deforme sentado a la izquierda de Crichell. Más máquina que hombre, Pershaw se
había convertido en una leyenda entre los Halcones desde que Vlad recordaba la
existencia de otros Clanes aparte de los Lobos. El hecho de que los Halcones lo
hubiesen reparado y lo hubiesen cambiado tantas veces indicaba que Pershaw era
valioso; pero Vlad creía que si el hombre hubiera sido verdadero material de leyenda,
no habría habido necesidad de recurrir a la cibernética para mantenerlo con vida.
La mujer que estaba sentada de espaldas a la puerta se giró y se puso en pie. La
ancha frente y la afilada barbilla de Marthe Pryde concedían a su rostro una forma
triangular, suavizada en cierto modo por el grosor de sus labios. Pese a lo alta y
esbelta que era, tenía el físico de un galgo, que los Halcones de Jade buscaban en la
reproducción de sus MechWarriors. Era la más joven y prometedora de los Halcones
que había alrededor de la mesa. Y sus ojos prometen el mayor de los peligros.
El último miembro del cuarteto lo miraba con curiosidad. El cabello y la perilla
gris del Khan Vandervahn Chistu perfilaban un rostro de facciones anchas, con una
nariz llena de cortes. Sus fríos ojos parecían estar muertos, lo que era un buen augurio
para Vlad. El hombre, de menor estatura que Marthe Pryde y extremidades más
anchas, se recostó en la silla con aire de despreocupación. Ya se cree ilKhan.
Chistu esbozó una sonrisa de indiferencia.

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—¿Así que éste es el último Lobo?
—Me alegro de volver a verlo, saKhan Chistu.
El joven Khan de los Halcones adoptó una postura firme.
—No nos hemos visto antes.
—Cara a cara, no, pero sí en la colina de gobierno de Borealtown. Yo estuve allí y
sobreviví. Sé lo que hizo —dijo Vlad, asintiendo hacia el Khan Crichell—. Esta
mañana he pedido permiso al Khan Crichell para desafiarlo a un combate personal
para discutir nuestras diferencias.
—¿Nuestras diferencias?
Crichell puso la mano sobre el hombro de Chistu.
—Este último Lobo niega su explicación de la muerte de Ulric Kerensky.
Chistu palideció de golpe, mientras Vlad asentía lentamente con la cabeza.
—Esa es la menor de nuestras diferencias, Khan Chistu. Exijo un Juicio de
Rechazo.
—¿Para discutir la muerte de Ulric?
Vlad vio el temor en los ojos de Chistu y pensó que seguramente el hombre
estaba dilucidando el alcance del conflicto. Al tender una emboscada a Ulric
Kerensky, había infringido varias de las estrictas normas que definían el honor para
los Halcones de Jade. La emboscada en sí misma era una grave violación del código
de conducta. A eso se sumaba una transgresión que sólo los Halcones reconocían
como tal: había utilizado una unidad entera para destrozar a un enemigo. Mientras
que Vlad y los Lobos podían ver la táctica como un uso adecuado de los recursos
militares, los Halcones reaccionarios creían que el combate de uno contra uno era el
alma de la dignidad militar.
La revelación de esos pecados no sólo amenazaba con impedir que Chistu se
convirtiera en ilKhan, sino que era muy probable que los Halcones de Jade le quitaran
su rango militar y de Clan. Quizás incluso la Casa de Chistu solicitase un Ritual de
Abjuración para expulsarlo y que su herencia genética acabase en él.
Vlad asintió lentamente. El problema de codiciar un premio tan elevado, Khan
Chistu, es que la caída que resulta del fracaso es mucho más trágica. La lucha de
Vlad por su honor en ese asunto sería como admitir que, de algún modo, se habían
producido irregularidades en el informe del Khan sobre la muerte de Ulric. Chistu
tenía que saber que Vlad sólo había recibido permiso par luchar contra él porque
había dado pruebas de su acusación, así que de algún modo ya se tambaleaba al borde
del olvido.
Chistu alzó la vista.
—Usted ha dicho que ésa era la menor de nuestras diferencias.
—Eso he dicho.
—¿Y cuál es la mayor de todas?

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Vlad esbozó una leve sonrisa.
—Usted convirtió un Juicio de Rechazo en un Juicio de Absorción.
Chistu lo miró de modo desafiante.
—¿Y también lo discute?
—Así es.
Vandervahn Chistu se puso en pie.
—Entonces, debe llevar a cabo el Juicio de Rechazo. Lucharemos para discutir el
asunto de la absorción.
—¡No! —gritó Crichell, dando un puñetazo en su escritorio—. Yo he dado
permiso para esta batalla basándome en la acusación sobre la muerte de Ulric.
Revoco el permiso, sin el cual no puede desafiar a un Khan.
Chistu sonrió a su superior, mostrando todos los dientes.
—Pero, Elias, olvida que yo también soy un Khan. Yo concedo su petición de
desafiarme…, de desafiarme por el asunto de la absorción —dijo el joven Khan,
mirando a Vlad—. ¿Le parece aceptable?
—Bien negociado y hecho, Khan Chistu.
Al enfrentarse a Vlad para discutir la absorción, Chistu admitía una ofensa mucho
menor y relacionada con las interpretaciones de las normas del Gran Consejo, y no,
con las costumbres que definían a los Halcones de Jade. El cambio de juicio también
convertía en confederados conspiradores a todos los Halcones que habían aceptado la
incorporación de los Lobos, de modo que la culpa no sólo recaía en Chistu, sino en
todo el Clan.
—Bien negociado y hecho, Vlad de los Lobos —dijo Chistu, llevándose las
manos a la espalda—. Yo soy la parte desafiada, así que elijo enfrentarme a usted en
un BattleMech y tengo derecho a que me represente otra persona.
El Lobo sonrió.
—Tenía ese derecho con sólo aceptar mi desafío, Khan Chistu.
—Así lo he hecho. ¿Dónde quiere que luchemos?
—La colina de gobierno respondió anteriormente a sus propósitos —contestó
Vlad, extendiendo los brazos—. Lo esperaré allí.
—Hecho.
Vlad hizo un gesto de asentimiento y miró a Crichell. La indignación que
desprendían los ojos del hombre estuvo a punto de provocarle la risa. Sí, ahora ya
sabes cuál es la segunda mitad de nuestro trato: yo te quito de encima a tu rival, y tú
me devuelves mi Clan. Querías utilizar mi ambición como un medio para saciar la
tuya y ahora pagarás cara tu arrogancia.
La admiración y el odio se mezclaron en la mirada de Marthe Pryde, un gesto que
le daba un aire todavía más interesante. Al parecer, había advertido la forma en que
Vlad se había enfrentado a ambos Khanes y estaba impresionada. Sin embargo, Vlad

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no alcanzaba a entender su expresión de odio. ¿Soy yo la razón de su odio, o las
disputas políticas que han expuesto a los líderes del Clan a que el último Lobo los
desafíe? Espero que sea la segunda, porque será una enemiga implacable.
Vlad giró sobre sus talones y se dirigió a la entrada. Una enemiga implacable y,
sin embargo, una Halcón. Uno de sus Khanes morirá por cruzarse en mi camino.
Puede ser que le sigan otros Halcones, y yo estaré encantado de que lo hagan.

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6

Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
11 de diciembre de 3057

Vlad se movió en el asiento de mando del Warhawk que había obtenido de un antiguo
Lobo. Se sentía inquieto dentro de la cabina, pero no por la escayola del brazo. Se
había quitado el yeso de la palma de la mano para sujetar mejor la palanca de mando
lateral de la mano izquierda. De vez en cuando, sentía unas punzadas de dolor cuando
movía la mano y sabía que tendría que volver a curarse el brazo después del combate,
pero no preveía dificultades en la lucha contra el Khan Vandervahn Chistu.
Su incomodidad se debía a la rapidez con la que había desaparecido de Wotan
todo rastro del Clan de Lobos y, seguramente, del resto del territorio de los Clanes. El
Warhawk había entrado en combate el día diez, pero cuatro días más tarde ya estaba
arreglado y pintado con los colores de los Halcones de Jade. Su propio neurocasco se
había roto en la lucha y entonces llevaba uno pintado de verde. Sabía que era idéntico
al gris que había dejado en la carcasa de su Timber Wolf, pero por algún motivo no
acababa de adaptarse a él.
Se deshizo de sus pensamientos cuando Chistu dirigió su Gladiator a la cima de
la colina de gobierno. El BattleMech estaba exactamente igual que cuando Vlad lo
vio la noche en que murió Ulric. El ’Mech humanoide, prístino y sobrecogedor, tenía
unas dimensiones que recordaban a las del propio Chistu. Al final del brazo
izquierdo, se encontraba la boca del arma más poderosa, un cañón automático Ultra,
capaz de disparar artillería suficiente de corto alcance para arrancar de cuajo
cualquiera de las extremidades del Warhawk. El brazo derecho contenía el cañón
proyector de partículas de extenso alcance, que proporcionaba al ’Mech los disparos
de larga trayectoria. El pequeño láser de vasto alcance completaba el inventario de
armas. Este láser no era de gran utilidad en combate, ya que no causaba graves daños.
En la batalla contra Ulric, había servido para proporcionar datos de selección del

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objetivo, utilizados por otros Halcones para lanzar misiles múltiples al ilKhan.
El Warhawk, por el contrario, ni siquiera tenía una estructura humanoide. Las
patas se doblaban hacia atrás a la altura de las rodillas, y el torso estaba inclinado
hacia adelante sobre los pesados pies con forma de garra. Los brazos cortos y esbeltos
contenían tanques de armas paralelos al prominente torso del ’Mech. Él piloto se
encontraba en la cabeza del ’Mech, instalada en el centro del torso, y estaba más
cerca del enemigo que las armas. La forma inhumana del ’Mech dejaba claro que no
era más que una máquina creada para triunfar en la crueldad de la guerra.
Vlad no había seleccionado un ’Mech cualquiera. Tenía más armamento que el
Gladiator de Chistu y un perfil de selección del objetivo más preciso. Los CPP
gemelos de extenso alcance doblaban el poder de largo alcance del Gladiator.
También contaba con dos láseres de pulsación larga, que aumentaban la capacidad del
’Mech para arremeter desde lejos. Si Vlad conseguía mantener el ’Mech fuera del
alcance del cañón automático y arremetía contra el CPP de extenso alcance del brazo
derecho del Gladiator, Chistu no podía causarle graves daños.
Y yo tengo un ordenador de selección del objetivo. El ordenador le permitiría
concentrar el daño causado por sus armas si el programa obtenía una solución de
disparos correcta, pero en medio del combate, con ambos ’Mechs moviéndose y
reaccionando ante los innumerables ataques, no era seguro conseguir la solución de
disparos apropiada. No obstante, si el ordenador la lograba en el momento preciso, la
lucha acabaría rápidamente.
De lo contrario, tardaré más en matarlo. Vlad encendió la radio.
—Soy el capitán de estrella Vlad, de los Lobos. Estoy aquí para desafiar al Khan
Vandervahn Chistu y rechazar la absorción de mi Clan por los Halcones de Jade.
—Y yo soy el Khan Vandervahn Chistu, de los Halcones de Jade, y estoy aquí
para responder a su desafío. Que el resultado de la batalla revele la verdad de este
asunto.
—¡Seyla!
Vlad pulsó un interruptor para que su sistema de objetivo redujera la panorámica
de 360º de la zona en la que se encontraba el ’Mech a un arco holográfico de 160º.
Unas barras rojas definieron los extremos de su arco de disparo delantero, y el
retículo dorado se situó en medio del holograma, hasta tapar el Gladiator de Chistu.
Se oyó la voz de Chistu a través de los auriculares del neurocasco.
—Este lugar es idóneo para la lucha.
La lucha anterior había ennegrecido toda la cima y había arrasado los diversos
edificios gubernamentales que rodeaban lo que en otro tiempo había sido un parque
circular. Cuando Vlad vio la zona por primera vez, la arquitectura helenística le
confería un aire de paraíso olímpico.
Y la emboscada que mató a Ulric la convirtió en un campo osario. Vlad sonrió

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cuando el punto rojo empezó a parpadear en medio del retículo y se oyó un timbre en
la cabina.
—Sí lo es, Vahn Chistu, porque este lugar ya está ungido con la sangre de un
Khan.
Cuando el Gladiator dio un paso al frente, Vlad apretó los gatillos. El rayo del
CPP se clavó en el lado derecho del pecho del ’Mech y le perforó el brazo. El
blindaje de ferrocerámica se fundió y descendió por un lateral del ’Mech. Los láseres
gemelos de pulsación larga del Warhawk bombardearon el distante objetivo con
dardos energéticos verdes, abrieron la espuma del blindaje del brazo derecho del
Gladiator, arrancaron el blindaje restante y desvencijaron los huesos de ferrotitanio y
las fibras de miómero que constituían el brazo.
Una ola de calor se apoderó de la cabina del Warhawk. Al disparar todas las
armas, Vlad había puesto a prueba la capacidad del ’Mech para liberarse del exceso
de energía térmica. El hedor a plástico caliente impregnó sus fosas nasales. Sabía que
aquella táctica era arriesgada y que podía hacerle tanto daño a él como a su enemigo,
pero mientras más fuerte golpease a Chistu en el ataque inicial, menos duraría la
lucha y menos oportunidades tendría Chistu de hacerle daño.
El Khan de los Halcones de Jade consiguió estabilizar su ’Mech, pese al cambio
de equilibrio después de perder tres toneladas de blindaje. El CPP del brazo derecho
del Gladiator apuntó al Warhawk. El rayo azul destruyó el brazo derecho y le hizo
perder casi una tonelada de blindaje ferrofibroso, lo que redujo la protección de
aquella parte del ’Mech de Vlad más de un cincuenta por ciento, cantidad suficiente
para soportar otro ataque.
Al mismo tiempo que controlaba el nivel calorífico de su ’Mech, Vlad disparó al
Gladiator con los CPP y desplazó el ’Mech hacia atrás para conseguir un alcance
óptimo. Ambos rayos se insertaron en el blindaje del pecho del Gladiator. Uno de
ellos destrozó varias capas del blindaje del corazón del ’Mech, y el otro atravesó el
flanco derecho. Unos espantosos destellos de luz iluminaron el interior del torso y
una nube de humo rodeó el pequeño láser de emergencia del lado derecho del ’Mech.
Vlad sonrió cuando su ordenador le indicó que el ’Mech de Chistu estaba
sufriendo un aumento calorífico. El disparo del torso debe de haber dañado la
protección del motor. Está acabado, y lo sabe.
Chistu contraatacó al Warhawk con el cañón proyector de partículas, y una saeta
de rayo sintético alcanzó el lado izquierdo del ’Mech. Las placas de blindaje
ferrofibroso se desprendieron de la herida y cayeron al suelo; detrás quedó una estela
humeante que marcaba la línea de retirada del ’Mech. Con el daño infligido en el lado
izquierdo y el brazo derecho, Vlad no podía disparar a Chistu con precisión. Malditas
tácticas. No quiero contribuir a la presunción de Vahn Chistu haciéndole creer que
sus ataques me han causado daños.

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Vlad colocó el retículo dorado sobre el desvencijado perfil del Gladiator. Cuando
el punto rojo parpadeó en medio del retículo, pulsó con fuerza los gatillos y disparó
las cuatro armas. Sólo uno de los CPP y uno de los láseres alcanzaron el objetivo y
abrieron una brecha en el lado derecho del torso del Gladiator. Las explosiones
desprendieron trozos fundidos de las estructuras internas del ’Mech. El brazo
derecho, desprovisto de todo apoyo, se desprendió y cayó al suelo. El blindaje del
corazón del ’Mech empezó a hervir y arrancó el torso central de protección de la
máquina.
El hecho más devastador fue la incapacidad de Chistu para compensar la pérdida
del brazo derecho del ’Mech y el desmoronamiento del lado izquierdo del pecho. El
Gladiator se inclinó hacia adelante, se tambaleó y cayó de frente. Luego, rodó hacia
la derecha y chocó contra un montículo de hierba y tierra quemada.
Vlad esperó a que disminuyese el calor de su cabina y apuntó al brazo izquierdo
del ’Mech con el retículo. Pulsó los gatillos de los láseres sucesivas veces. Mientras
el Gladiator siniestrado intentaba servirse de ese brazo para levantarse, una serie de
agujas de láser verde lo atravesó, vaporizó todo el blindaje y arrancó el brazo a la
altura del codo. A continuación, se desprendió el cañón automático, que dejó al
Gladiator totalmente indefenso.
El último Lobo desplazó el ’Mech hacia adelante, configuró la radio para enviar
un mensaje de onda corta al ’Mech de Chistu y encendió el micro.
—Supongo que sabe que no ganará, ¿o acaso la legendaria arrogancia de los
Halcones de Jade lo ha aislado de la realidad?
Chistu se echó a reír.
—Creo que le ataqué bastante bien hace cuatro días.
Vlad tuvo un arrebato de ira, pero se esforzó por sonreír.
—Cierto, pero su ataque me sorprendió tanto aquella noche como el mío le ha
sorprendido hoy a usted. El día diez vine aquí para ver cómo Ulric lo mataba y hoy
he venido para matarlo yo mismo. Ya sabía lo que podía hacer su ’Mech y, por eso,
escogí esta máquina y este campo de batalla. Había perdido antes de lanzar la primera
bala.
—Un Lobo es lo bastante tonto como para creer que eso es cierto.
—Y un Halcón es lo bastante tonto como para creer que no lo es.
—De modo que ahora supone que ha conseguido la libertad de su Clan —dijo
Chistu en un tono jubiloso—. ¿Cuánto tiempo cree que pasará antes de que otro Clan
sea desafiado a un Juicio de Absorción?
El Warhawk se detuvo a diez metros del Gladiator.
—A usted le trae sin cuidado, Vandervahn Chistu, porque el Gran Consejo nunca
permitirá que los Halcones de Jade ganen su apuesta para absorbernos. Todavía tengo
el vídeo que demuestra su traición y cobardía en el asesinato de Ulric Kerensky. Si se

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lo entrego al Gran Consejo, los Halcones no harán ninguna apuesta más en mucho
tiempo.
Vlad se detuvo para que Chistu captara el alcance de sus palabras.
—Y si a eso le sumo la evidencia de que Elias Crichell me dio permiso para
matarlo y así eliminar a un rival del nuevo ilKhan, en pocas palabras, creo que su
carrera ha llegado a su fin, ¿quiaf?
El cansancio se apoderó de la voz de Chistu.
—Veo que ha meditado mucho al respecto.
—He meditado mucho sobre varias cosas, pero cómo negociar con los Halcones
de Jade no es una de ellas. No hay mucho que pensar sobre los Halcones.
—Vaya, creo que nos subestima. Es estúpido si piensa que usted y su Clan pueden
destituirnos tan fácilmente.
—Puede ser que sí, Vahn chistu, pero tengo mucho tiempo para aprender a
negociar con los Halcones de Jade.
—Pero ¿su Clan tendrá tiempo para dejar que aprenda? —preguntó Chistu con
voz siniestra—. Tal vez no tenga tiempo, pero sí tiene otros medios a su disposición.
—¡Ah!, ¿sí?
—Permítame ser su consejero.
—¿Qué?
—Piénselo. Elias Crichell me ha entregado a usted y yo puedo hacer lo mismo
con él. Conozco sus secretos y sus debilidades. Si me convierto en su consejero, no le
causará ningún problema. Podría matarlo en un abrir y cerrar de ojos.
Vlad ensanchó su sonrisa.
—Pero ¿cómo puede llegar a ser mi consejero?
—Usted me ha derrotado. Seré su sirviente.
—Usted, un Halcón de Jade, estaría dispuesto a convertirse en mi sirviente,
¿quineg?
—Sí. Juntos podemos destrozar a Crichell.
—Interesante.
—Verá que soy muy útil e ingenioso.
—Ya sé lo ingenioso que es, Vandervahn Chistu —dijo Vlad, alargando el brazo
derecho del ’Mech y tocando la escotilla de la cabina con la boca del láser largo—.
Ya he visto el ingenio con el que negoció con Ulric, ¿recuerda?
—Pero podría disponer de mis habilidades.
—Creo que me basta con las mías, Khan Chistu.
—¿Así que me matará?
—Af como tenía planeado.
—Entonces ¿para qué andarnos con rodeos?
Vlad deseó que Chistu pudiera ver la sonrisa que se dibujaba en su rostro.

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—Quería saber hasta dónde podía hundirse un Khan de los Halcones de Jade para
salvar su vida. Usted se ha ofrecido a convertirse en mi esclavo y traicionar a su Clan.
Choque ha caído bastante bajo.
—Usted me necesita. No puede confiar en Crichell.
—No, Chistu; sé que no puedo confiar en usted.
Vlad disparó los láseres de pulsación larga, que lanzaron un torrente de saetas
energéticas verdes a la cabeza del Gladiator. El estallido y el craqueo de las placas de
blindaje y el silbido del humo sobrecalentado ahogaron el último grito de Chistu.
El Warhawk dio un paso atrás, y Vlad observó el negro humo que se desprendía
de lo que había sido la cara del Gladiator.
—¿Lo ve, Khan Chistu? Elias Crichell todavía tiene que demostrar que no es
digno de mi confianza. Por eso, sigue con vida. Sin embargo, sospecho que no vivirá
mucho más.

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Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
15 de diciembre de 3057

Vlad se ruborizó mientras esperaba en un extremo del gran vestíbulo que el Khan
Elias Crichell había escogido para la ceremonia. Los guerreros que rodeaban el
vestíbulo habían sido Lobos, y la mayoría podían solicitar un nombre de sangre.
Todos habían pasado por su situación, a la espera del primer combate del Juicio de
Derecho de Sangre para conseguir uno. Tal vez los que estaban lo bastante cerca
como para ver las mejillas sonrojadas dé Vlad se preguntasen si lo que le acobardaba
era ser el centro de tanta atención o la presencia de los Khanes del Clan de los
Halcones de Jade presidiendo la ceremonia.
Pero el color de sus mejillas tenía otra causa.
Aquélla era la segunda vez que participaba en una lucha por un nombre de sangre.
Después de matar a los cuatro rivales que se le habían enfrentado, la lista de
candidatos había disminuido de treinta y dos a dos. Su enemigo final era un hombre
al que había derrotado en combate y que le había derrotado a él, tanto en un ’Mech
como en un combate mano a mano. La lucha final decidiría cuál de los dos era
superior, y el nombre de sangre de Ward sería el premio para el vencedor de aquella
batalla.
Phelan Kell, un librenacido al que Vlad había capturado e incorporado al Clan de
los Lobos, se había pasado de sirviente a guerrero y reunía los requisitos para
competir por el nombre de sangre de Ward. Vlad odiaba a Phelan y todo lo que él
representaba. Sus triunfos desmentían la creencia de los Clanes en la superioridad de
sus guerreros. Phelan era la antítesis de los métodos de los Clanes, y Vlad ansiaba
más matarlo que conseguir el nombre de sangre por el que competían.
Vlad no había ganado aquel día. Derrotado, maltrecho y herido, se había tendido
entre el polvo de Tukayyid y había pedido a Phelan que lo matase.

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—Tú eres un guerrero. Mátame.
—No lo entiendes, ¿quiaf? —había dicho Phelan con abyecta lástima—. Soy más
que un guerrero. Quizá lo entiendas cuando ganes tu nombre de sangre.
Sí lo entiendo, Phelan. Aunque se avergonzaba de reconocerlo incluso a solas,
Phelan tenía razón. Los miembros de los Clanes nacían y eran educados para
convertirse en guerreros. Vlad no podía no ser un guerrero, del mismo modo que no
podía tener alas y echar a volar. La esencia de guerrero impregnaba cada fibra de su
ser y formaba parte de los filamentos de su ADN. Ser un guerrero era tan natural en
él como respirar.
Convertirse en más que un guerrero requería algo extraordinario: calma de visión
y sentido de destino. Vlad siempre había creído que era un gran líder en ciernes para
su Clan, y tal vez para todos los Clanes. Darse cuenta de que el destino significaba
apuntar a sus sueños con claridad y decisión, y matar enemigos para, garantizar la
continuidad de su material genético no era suficiente. Tenía que mirar más allá,
moldear el futuro en el que sus genes se reproducirían, lo que significaba identificar y
eliminar a todo el que se cruzase en su camino.
Pero el primer paso es conseguir mi nombre de sangre.
Sobre la tarima, en el otro extremo de la sala, Elias Crichell dio un paso al frente
para separarse de Marthe Pryde, la recién nombrada saKhan de los Halcones de Jade.
—Soy el Maestro de Juramento y acepto la responsabilidad de representar a la
Casa Ward. ¿Están ustedes de acuerdo?
La palabra seyla resonó por toda la sala cuando los presentes contestaron a la
pregunta. En otra época, en otro lugar, el líder del linaje Ward había presidido el
cónclave, pero Phelan Kell Ward se había exiliado durante el Ritual de Abjuración.
Crichell había insistido en desempeñar el papel de Maestro de Juramento, y Vlad no
se había opuesto.
—Entonces que el resultado de este cónclave nos una a todos hasta que caigamos
—dijo Crichell, adoptando una seria expresión y reduciendo la velocidad del discurso
a medida que pronunciaba la fórmula de los Lobos para el ritual en lugar del rito más
formal de los Halcones de Jade—. Usted, Vlad, representa lo mejor de la Casa Ward
y su Clan, sin embargo este último no es la razón del combate que nos ha traído hoy
aquí. Usted lucha por el derecho y el honor de llevar el nombre de Ward, un Derecho
de Sangre especialmente venerado. El nombre Ward es elevado, como lo fueron los
de todos los que se mantuvieron fieles al sueño de Aleksandr Kerensky. ¿Lo
entiende?
—Seyla —contestó Vlad.
Todos los niños de todos los sibkos sabían que Aleksandr Kerensky creía que
podría poner fin a los conflictos que habían destrozado la Liga Estelar y habían
devastado la raza humana, alejando a su gente de la Esfera Interior para crear sus

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hogares en regiones distantes y desconocidas del espacio. Pero el conflicto los había
seguido. Nicholas, el hijo de Aleksandr, vio la solución. Seiscientos guerreros se
unieron a él para pacificar las facciones enfrentadas, y así nacieron los Clanes y sus
métodos. El nombre de cada uno de esos seiscientos guerreros leales se transformó en
un nombre honorífico, que se podía conferir a la progenie, aunque sólo veinticinco
guerreros podían solicitar un Derecho de Sangre de una sola vez.
El pedigrí de un Derecho de Sangre particular era muy importante porque
formaba la tradición que cada nuevo representante de ese linaje intentaba fomentar.
Algunas veces un Derecho de Sangre tenía una pobre Herencia de Sangre debido a
una deshonra, como era entonces el caso del Derecho de Sangre de Vandervahn
Chistu. Crichell había permitido que Vlad luchase por el Derecho de Sangre que
había solicitado por última vez Conal Ward, un audaz guerrero de los Lobos, que
había compartido la visión política de Crichell y al que Phelan Ward había asesinado.
Crichell asintió con solemnidad.
—¿Se da cuenta, al aceptar su participación en este combate, que santifica con su
sangre la decisión de Nicholas Kerensky de convertir a los Clanes en el pináculo del
desarrollo humano? El hecho de que haya sido elegido para participar indica que es
un guerrero de elite, pero esta victoria lo situará entre los pocos que están en el cénit
de lo que los Clanes consagran.
Vlad asintió con un gesto de cabeza.
—Seyla.
—Explíquenos, Vlad, por qué es digno de este honor.
Vlad estiró los guantes grises que llevaba y dejó que se oyera el ruido de la piel
del Clan de los Lobos para recordar a los antiguos Lobos que vestían con el verde de
los Halcones de Jade que él era el único que se mantenía fiel a sus raíces.
—Soy digno porque he sido rechazado. Soy digno porque he perseverado frente a
la adversidad. He matado a nuestros enemigos, he seguido las órdenes de nuestros
líderes y he afrontado las manchas de nuestro honor.
Pareció que a Crichell le sorprendía su respuesta, y Vlad supuso que era porque
los candidatos de los Halcones de Jade eran famosos por recitar una larga lista de
combates y victorias que se extendían hasta sus días en el sibko, mucho antes de que
hubieran obtenido el rango de guerrero. La lista de conflictos identificaba a cada
guerrero y solía ser única, como las huellas dactilares. La respuesta de Vlad era poco
ortodoxa, incluso según los cánones de los Lobos; sin embargo, nadie preguntó quién
era ni por qué recibía tal honor.
—Sus peticiones son sustanciales y han sido verificadas —dio Crichell, haciendo
un gesto a Vlad para que se adelantase—. Ahora deberá enfrentarse a su primer
enemigo.
A diez metros de Vlad, un joven dio un paso al frente de la multitud y se situó en

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la alfombra roja que conducía a Vlad a la tarima. Llevaba un traje de salto verde y era
más alto que Vlad. Sus enormes y musculosas dimensiones indicaban, sin duda, que
era un Elemental, aunque Vlad no reconocía al hombre. En consonancia con los
gustos de los Elementales, llevaba el pelo recogido en una cola y el resto de la cabeza
afeitado.
Vlad se acercó a él y se detuvo a un metro de distancia.
La voz de Elias Crichell resonó en el vestíbulo.
—¿Por qué es usted digno?
El Elemental agudizó la mirada.
—Represento a dieciséis que no son dignos.
Debido a lo que Vlad había hecho para liberar a los Lobos de los Halcones, nadie
de la Casa Ward quería enfrentarse a él en un Juicio de Derecho de Sangre; sin
embargo, la tradición del Clan no permitía otorgar un nombre de sangre sin que se
disputara una lucha. Cada persona a la que se enfrentara se presentaría como sustituto
de todos los que habrían perdido en las cinco rondas de la lucha. Lo único que Vlad
tenía que hacer era dar un golpecito en el hombro de su oponente y se le permitiría el
paso.
Vlad se agachó y sacó, de la funda de su bota derecha, una daga con una cabeza
de lobo en la empuñadura. Se puso firme, agarró la cola del Elemental con la mano
izquierda y la estiró con fuerza, por lo que el hombre inclinó la cabeza hacia atrás.
Cuando el Elemental levantó la barbilla dejó la garganta al descubierto, y Vlad
aprovechó el momento para apretar la hoja plateada de la daga contra la pálida carne
por debajo de la nuez. Lo hizo con tanta fuerza que dejó un leve rastro carmesí bajo
la hoja.
Vlad la apartó de golpe, y el Elemental se movió hacia un lado.
La siguiente de la fila era una de las pequeñas guerreras de cuerpo endeble y
cabeza alargada que pilotaban las naves de combate aeroespacial del Clan. Anunció
que se presentaba en nombre de los ocho que no eran dignos, y Vlad le hizo un corte
similar en la garganta. Después de ella, venía un MechWarrior que representaba a
cuatro que no eran dignos de ganar el nombre de sangre de Vlad.
Vlad siguió adelante.
—¿Por qué es usted digna? —preguntó a la siguiente enemiga.
La MechWarrior sacudió la cabeza.
—Sustituyo a dos que no son dignos.
Antes de que Vlad pudiera agarrar su oscura melena, levantó la barbilla y le
ofreció la garganta. Vlad apretó la hoja contra el cuello, hasta que apareció una gota
encarnada que resbaló hasta la canal de sus pechos; dejó que se retirase y siguió hasta
su último rival.
Vlad volvió a formular la pregunta.

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—¿Por qué no es usted digno?
El Elemental abrió los ojos al oír la pregunta y adoptó una severa expresión.
—No soy digno porque usted, Vlad, es un Lobo de corazón, mente y alma. Usted
debe arrebatarme la vida —dijo el hombre, que se abrió el traje de salto, dejó el
pecho al descubierto y cerró los ojos—. Acalle este corazón indigno y tome lo que es
suyo.
Vlad giró el cuchillo con la mano, lo levantó y se preparó para hundirlo en el
pecho del hombre. Se oyeron unas cuantas voces cuando la daga trazó un arco en el
aire, entre las cuales destacó la del Khan Elias Crichell. Vlad se detuvo, a la espera de
que un impulso interno moviera el cuchillo. La sangre de la hoja se deslizó hasta el
borde del arma y se unió al rojo de la alfombra.
Vlad giró la daga, bajó la mano y apretó la empuñadura de la cabeza de lobo
contra el pecho del Elemental. El hombre cayó al suelo, y Vlad dio un salto y se sentó
a horcajadas sobre él antes de que pudiera abrir los ojos. Agarró la oscura trenza del
hombre y levantó su cabeza del suelo.
—Si fuera sólo un guerrero lo habría matado, pero soy algo más —dijo Vlad,
girando la daga con la mano para enseñar la hoja ensangrentada a los presentes—.
Hoy me convertiré en Vladimir Ward. Soy más de lo que era, pero menos de lo que
llegaré a ser. Recuerden este día. Recuerden estos acontecimientos. A partir de este
momento, yo y mis hombres llevaremos a cabo los proyectos de Nicholas Kerensky.
Soltó el pelo del Elemental y pasó por encima de él. Alzó la mirada y vio a Elias
Crichell mirándolo fijamente. Marthe Pryde también tenía la mirada clavada en él,
pero sus ojos no mostraban el enojo ni la sorpresa de los de Crichell.
Me mira como yo he mirado a muchos enemigos. Del mismo modo que yo sé que
Phelan es la antítesis de los Clanes, ella sabe que yo soy la antítesis de los Halcones
de Jade. Ve lo que Crichell nunca llegará a ver.
Elias Crichell bajó el primero de los tres escalones que conducían a la tarima.
Vlad pasó junto a él, estrechó la mano que Crichell le alargaba para felicitarlo y
volvió a llevar al Khan de los Halcones de Jade a la tarima. A continuación, levantó
la daga ensangrentada por encima de su cabeza.
Crichell apartó la mano de la de Vlad, se giró y dio un paso atrás.
—Trothkin de aquí y allá, presentes y ausentes, vivos y muertos, sean fuertes.
Hoy se incorpora un nuevo miembro. Les presento a Vladimir de los Ward.
—Seyla —gritaron los presentes.
Crichell alzó las manos para acallar el aplauso.
—Su Derecho de Sangre, Vlad, tiene un honor especial. Es el único exento de la
abjuración, ya que siempre ha sido leal a los Clanes. Ha permanecido abierto desde
que su último representante fue brutalmente asesinado por un Khan de los Lobos. Yo
conocí a Conal Ward. Pese a su enemistad con los Clanes, él era amigo mío y me

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enorgullece que herede el Derecho de Sangre que le corresponde.
¿De verdad crees que ejercerás control sobre mí tan fácilmente, Elias? Vlad lo
miró con incredulidad y sacudió la cabeza.
—Éste no es el Derecho de Sangre por el que he luchado.
—Pero los otros…
Vlad asintió lentamente.
—Sí, usted creía que buscaba un Derecho de Sangre intacto, sin la mancha de los
desleales Lobos. Sé que esto es motivo de preocupación para usted y los Halcones de
Jade porque están muy aferrados a su honor. Pero aunque ustedes evitan la más leve
mancha, yo he decidido regodearme en ella. Mi intención es redimir totalmente un
Derecho de Sangre mancillado.
El Lobo bajó la mano lentamente y guardó la daga en la funda de la bota. Se
volvió a levantar y miró a la audiencia.
—Mi intención era luchar y ganar el Derecho de Sangre que me había sido
denegado en una ocasión. Solicito el Derecho de Sangre de Cyrilla Ward, Derecho de
Sangre del Khan Phelan antes de que nos traicionara a todos.
La audiencia irrumpió en gritos y risas nerviosas, que acabaron convirtiéndose en
aplausos. Crichell enrojeció, y el rostro de Marthe adoptó una expresión
incomprensible. Vlad sonrió y extendió los brazos, a lo que la audiencia contestó con
mayor regocijo.
—Ha conseguido un nombre de sangre, Vlad. No debe actuar como si lo hubiera
convertido en Khan —gritó el viejo Khan de los Halcones.
—Todavía no. Simplemente me ha abierto la puerta —dijo Vlad, arqueando las
cejas—. El cumplimiento de su mitad del trato es lo que me convertirá en Khan.
Marthe entrecerró los ojos.
—Los Halcones de Jade ya tienen dos Khanes.
—Ya lo sé, Khan Marthe —dijo Vlad antes de girarse hacia Crichell—. He
luchado para rechazar la absorción. Para convertirme en Khan, necesito mi propio
Clan.
Crichell hizo un gesto de asentimiento.
—La segunda mitad de su precio.
—Exacto.
—¿Qué?
—¡Ahora no, Pryde! ¡Ahora no! —exclamó Crichell antes de mirar de nuevo a
Vlad—. Tendrá lo que desee. De hecho, merece más de lo que desea. Yo me
encargaré de ello.
Vlad levantó las manos y las volvió a bajar para acallar a la multitud. Miró a
Crichell.
—Le concedo la palabra.

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El Halcón de Jade inclinó la cabeza respetuosamente hacia Vlad.
—Gracias, Vladimir Ward. Como todos ustedes saben, Vlad mató al Khan
Vandervahn Chistu en un Juicio de Rechazo con motivo de la absorción de los Lobos
por los Halcones de Jade. Esa absorción, que no obtuvo respuesta durante días, se
cumplió sin que nadie protestara, hasta que rescatamos a Vlad con vida entre los
escombros de la colina de gobierno. Esta acción en nombre de un Clan que ha
desaparecido merece una celebración y exige una recompensa.
Crichell se llevó la mano derecha al pecho.
—Yo sólo soy un Khan de los treinta y dos existentes, y estoy limitado en mi
poder. Lo que ahora doy a Vlad, lo que doy a todos ustedes en su nombre, es lo
máximo que puedo ofrecer y ofreceré, con toda libertad y convicción.
»Trothkin de aquí y allá, presentes y ausentes, vivos y muertos, escuchen lo que
tengo que decirles —dijo Elias Crichell con una expresión casi risueña, pese a la
falsedad que Vlad vio en su mirada—. Renuncio a la absorción. Los que eran Lobos y
recientemente se han convertido en Halcones de Jade pueden alegrarse. Los proclamo
fundadores del Clan de los Lobos de Jade. Todos se atendrán a él, y que así sea hasta
que todos caigamos.

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Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
15 de diciembre de 3057

La furia que desprendían los ojos de Marthe Pryde hizo pensar a Crichell en el rayo
de un CPP. Caminaba indignada junto a él, resoplando continuamente, mientras
abandonaban la sala donde los Lobos de Jade votaban un Consejo del Clan. El viejo
hombre sonrió y bajó el tono de voz para que los Elementales que los rodeaban no
pudieran oírlo.
—No sabría decir, Khan Marthe, a quién ha enojado más mi proclamación: si a
usted o a Vlad.
Lo miró con acritud.
—Usted sólo ha dado a Vlad un motivo de enojo. Mis razones para estar enojada
son innumerables. Debería desafiarlo a un Juicio de Rechazo por la creación de un
nuevo Clan.
—Pero no lo hará.
—¿No?
—No —contestó Elias con una sonrisa en los labios pese al duro tono de voz de
Marthe. Sabía que podía cumplir su amenaza, pero también sabía que si hubiera
estado totalmente convencida lo habría desafiado, no advertido—. Sabe que usted
ganaría, y yo moriría. Se tendría que escoger a un nuevo Khan, y los Lobos (que
serían Halcones gracias a su victoria) pondrían a Vlad en mi lugar. Aunque odia la
política, sabe lo peligroso que sería. Si me destroza, podría destrozar también a los
Halcones de Jade.
—¡Por supuesto! —exclamó Marthe con una mirada de incredulidad—. ¡Usted no
es más que un guerrero de palabra! Firma una alianza con un mocoso sin linaje para
eliminar a un Khan del Clan, y todo porque Vahn Chistu era el candidato más
probable para ganar el puesto de ilKhan. Este no es el método de los Halcones de

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Jade.
—Tal vez, no, Marthe; pero es el método para preservar a los Halcones de Jade.
—Y eliminar a los Lobos, reduciendo nuestra fuerza a la mitad, ¿nos preservará?
Crichell se echó a reír y se tapó la boca cuando una ráfaga de aire frío le hizo
toser.
—Usted y Vandervahn Chistu sólo se fijaron en el resultado militar de la guerra
que entablamos con los Lobos. Sí, nos causaron graves daños y perdimos muchos
guerreros y equipo. Todavía tenemos que pacificar algunos de los mundos que los
Lobos liberaron. Quizá tendríamos que haber compensado nuestras pérdidas con las
tropas y el equipo que Phelan Ward dejó atrás, pero eso nos habría destrozado.
Marthe frunció el ceño.
—¿Cómo podría haber ocurrido?
Elias se detuvo y señaló hacia el vestíbulo.
—¿No estaba usted conmigo, quiaf? ¿No ha visto cómo los Lobos han celebrado
lo que Vlad ha hecho? Cualquiera de los cinco guerreros que se han interpuesto entre
Vlad y su nombre de sangre habría entregado la vida. Cada uno representaba algo
más que los rivales de un Juicio de Derecho de Sangre. Representaban la vergüenza
de los Lobos que no consiguieron salir adelante y protestar contra la absorción. Ahora
que sus líderes han muerto y sus mejores guerreros escapan hacia Morges, se sienten
abandonados y aceptan nuestro liderazgo porque quieren pertenecer a algo.
Marthe se cruzó de brazos.
—Su algo estaba formando parte de nuestro Clan.
—No, nunca lo habrían aceptado. Vlad ha celebrado su propia ceremonia ahí
dentro. Se ha presentado como Maestro de Juramento, y las preguntas que formulaba
a los sustitutos eran preguntas que formulaba a todos los presentes. En este momento,
le estarán proclamando Khan de los Lobos de Jade. Esa gente, su gente, nunca se
habría sentido satisfecha entre nosotros. Desdeñan unas tradiciones que para nosotros
son el método del Clan. Creen que somos demasiado conservadores y rígidos para
sobrevivir. Los Lobos nunca podrían adaptarse a nuestro método.
Marthe se inclinó hacia adelante para protegerse del viento y siguió caminando.
—Sus palabras hacen que los Halcones parezcan inferiores a los Lobos.
—En absoluto. Nosotros ganamos el Juicio de Rechazo, derrotamos a Ulric y
demostramos que éramos superiores a los Lobos —dijo Elias, asintiendo hacia un
Elemental que les abrió la puerta de entrada al edificio donde los Halcones tenían su
sede—. Al aferramos a las tradiciones establecidas por Nicholas Kerensky hemos
erigido una base fuerte. Como demuestra la evolución, casi todos los cambios
desembocan en la muerte. Puede ser que los Lobos sepan luchar bien en situaciones
enrarecidas, pero eso significa que no luchan tan bien en otras. Nuestra fuerza reside
en el entrenamiento y en la insistencia en honrar los fundamentos, porque cuando

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todo salga mal (y siempre llega el momento en que la guerra sale mal) lo que
prevalecerá serán las habilidades básicas.
—No estaría mal, Khan Elias, que se preocupase más por nuestros fundamentos.
—¿A qué se refiere? —preguntó Elias, entrando en su despacho e indicándole que
se sentase en una de las sillas que había junto al escritorio—. ¿Qué cree que he hecho
mal?
Marthe se detuvo y lo miró, asombrada por la pregunta.
—Vlad Ward es un individuo peligroso, y usted le ha permitido que gane poder,
pero no el poder que él quería. Al hacerlo, lo ha enojado. Creo que no ha sido una
decisión sabia.
Elias asintió con la cabeza mientras se servía una copa de brandy para entrar en
calor.
—Se refiere a haber creado el Clan de los Lobos de Jade sin previo aviso.
—Sí. Él quería que usted trajera a los Lobos y que se los entregara a él.
—Ya lo sé —dijo Crichell, sentándose detrás de su escritorio. Respiró hondo y
mantuvo el licor en la boca un segundo o dos antes de tragarlo—. ¿Puedo ofrecerle
algo, quiaf?
—Neg —contestó Marthe, todavía de pie y con las manos apoyadas en el respaldo
de silla—. Se burlará de usted por ello.
Crichell sacudió la cabeza.
—Creo que se equivoca, Marthe. Cuando me di cuenta de que quería los Lobos,
vi la razón por la que no podía tenerlos. Él también la verá; no es estúpido.
—Nunca he creído que fuera estúpido, sino letal.
—Sí, letal —dijo Elias con una sonrisa en los labios y dando otro sorbo de
brandy. El calor que sentía en el estómago no tardó en llegarle a la piel—. Vlad es
ambicioso y se dará cuenta de que trabajar conmigo, con nosotros, es la mejor manera
de perseguir sus propias ambiciones. No le gustará, pero no puede hacer mucho al
respecto. Pronto lo comprenderá.
Marthe se encogió de hombros.
—Espero, por su bien, que no haya sobrestimado ni subestimado su inteligencia.
—Creo que no. No esperaba que exigiera su propio Clan. Pensaba que me pediría
ocupar el puesto de Vahn como líder de la Turkina Keshik.
—No lo pensaría en serio, ¿quiaf?
—Cálmese, Marthe, no deje que su sangre de Pryde hierva por algo que nunca
ocurrió —dijo Crichell, sacudiendo la cabeza. Pese a lo valientes que sois las Pryde,
esta preocupación por las apariencias del honor está rozando el límite—. La
reacción de los antiguos Lobos en la ceremonia de esta noche me convence de que la
creación del Clan era lo mejor que podía hacer.
Marthe entrecerró sus azules ojos.

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—¿Y qué le convenció de que planear el asesinato de Vahn Chistu era lo mejor
que podía hacer?
Crichell levantó la cabeza.
—No haga preguntas si no quiere saber las respuestas, mi querida Khan. Conocía
a Vahn lo suficiente como para saber que estaba escalando posiciones a fin de
suplantarme. Supongo que eso le provoca cierta indignación. Deje que la situación
siga como está y no progrese.
Marthe abrió la boca y la volvió a cerrar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Miró
a Crichell.
—Entonces ¿su objetivo en este momento es…?
—Sencillo —contestó Crichell, que dio un último sorbo de brandy y colocó la
copa vacía sobre su carpeta—. Como vencedor en la guerra contra los Lobos, tengo
que informar al Gran Consejo. He convocado una reunión para el dos de enero.
Espero que se elija entonces a un nuevo ilKhan, y me gustaría ocupar mi lugar como
Khan de los Khanes al frente de la campaña final en nuestro regreso a la Tierra.
Vlad había hecho acopio de toda su fuerza para evitar abalanzarse al cuello de
Elias Crichell. Una cortina roja le enturbiaba la mirada, y la sangre aporreaba sus
oídos a cada latido. En el pináculo de su triunfo, en el momento en que los Lobos
deberían haber sido liberados y entregados a él, Crichell lo había arruinado todo
rechazándolo.
¡Pagará por esta osadía! Vlad habría arremetido contra él en aquel instante,
porque el vitoreo y la celebración de los Lobos le incitaba a seguir adelante y lo hacía
invencible. Sabía que podría haber matado a Crichell con sus propias manos y que
ninguno de los Lobos presentes hubiese aportado pruebas contra él. Habrían dicho
que Crichell había atacado primero, o que no conocían la identidad del asesino;
cualquier cosa que Vlad les hubiera pedido.
Sólo la indignación que vislumbraban los ojos de Marthe Pryde consiguió aplacar
a Vlad. Su enojo, tan llameante en esa mirada azul, no iba dirigido contra él, sino
contra el propio Crichell. Ella lo odia, lo desprecia. El enemigo de mi enemigo es mi
amigo.
Tras haber recuperado el control, Vlad inclinó la cabeza al Khan de los Halcones
de Jade.
—Es un hombre de lo más honorable, Khan Elias Crichell. Solicito que nos deje
para que podamos reunimos como corresponde a un Clan renacido.
—Como usted desee —dijo Crichell, inclinando la cabeza hacia Vlad antes de
abandonar la sala junto a Marthe Pryde.
Vlad se apartó hacia un lado cuando Marialle Radick se situó en el escenario
central para convocar un Consejo del Clan. Pidió a los guerreros de los Lobos de
Jade, que se habían quedado atónitos —sin sangre, como Vlad antes de la ceremonia

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—, que se fueran. Envió a otros a buscar a los pocos guerreros con nombre de sangre
que estaban ausentes. Debido a la abjuración y las víctimas de la reciente guerra, los
miembros del Consejo del Clan habían pasado de setecientos cincuenta a poco más de
doscientos, pero con tantos Derechos de Sangre vacantes, la presencia de unos cien
individuos habría constituido un quorum.
Pueden elegirme y me elegirán Khan de este nuevo Clan. Apretó los puños con
fuerza. No puedo creer que Crichell sea tan estúpido como para negarme la
restauración de los Lobos.
Vlad se quedó pensativo por un momento y se dio cuenta de que había llegado a
una conclusión sin disponer de pruebas suficientes. Aunque no tenía ningún respeto
por Elias Crichell, la vasta experiencia del hombre como Khan de los Halcones de
Jade le indicaba que no era estúpido y que, además, tenía motivos para hacer lo que
había hecho. Vlad estaba casi seguro de que Crichell no sabía cuál sería la otra mitad
de su precio, por lo tanto la creación del Clan de los Lobos de Jade no era
premeditada.
Habría sido más fácil volver a crear los Lobos. El hecho de que no haya sido así
significa que aquí hay algo más, algo que estoy pasando por alto.
La victoria de Vlad en el Juicio de Rechazo por la absorción habría despejado el
camino para la reaparición del Clan de los Lobos. De hecho, ponía en duda la
legalidad de toda la absorción, una absorción que el Gran Consejo no había
sancionado en ningún momento. Seguramente están esperando a que acabe la lucha
en Morges antes de revisar la situación. Con la muerte de Chistu y la creación de los
Lobos de Jade, Crichell evita cualquier fechoría.
Del mismo modo que la ley del Clan permitía la absorción de los Clanes, también
permitía su subdivisión. Nunca se había dado el caso porque habría alentado la
divisibilidad que había desmembrado a la Esfera Interior. Sin embargo, el hecho de
que Nicholas Kerensky hubiera previsto una época en que un Clan querría sufrir la
fisión respondía a su sabiduría. El uso de Crichell de esta oscura disposición en las
normas que regían todos los Clanes demostraba una vez más su forma de entender los
asuntos políticos de la vida del Clan.
Sin embargo, la subdivisión no repudia la absorción, sino que sólo la enmienda.
¿Por qué? Vlad se frotó la frente, y esbozó una sonrisa. ¡Claro, debería haberlo visto
antes!
El Khan Crichell podía discutir y discutiría que el Juicio de Rechazo que Ulric
había presentado contra los Halcones de Jade había perecido con él en Wotan. Como
Phelan y los otros Lobos habían escapado al espacio de los Clanes, el resultado de la
lucha en Morges era insignificante respecto al resultado de la lucha en Wotan. Los
Lobos habían sido derrotados.
Vlad, como muchos otros Lobos, habían visto el Juicio de Rechazo como la

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manera de Ulric de evitar el repudio de la tregua de ComStar. Todo el mundo sabía
que de eso trataba precisamente la guerra, igual que sabían que cuando Crichell fuese
elegido ilKhan intentaría renovar la invasión. La batalla entre los Halcones y los
Lobos había decidido la paz o la guerra, y los Lobos habían perdido su apuesta por
proteger la tregua.
Pero el Juicio de Rechazo que lo había desencadenado todo no dependía de una
decisión de repudiar la tregua, sino el rechazo de Ulric de aceptar el veredicto del
Gran Consejo, que lo culpaba de genocidio. Con la pérdida del Juicio de Rechazo,
todo el Clan de los Lobos admitía la culpabilidad de Ulric. Como el Gran Consejo
había hecho anteriormente con otro Clan, tenía derecho a ordenar la exterminación
del Clan de los Lobos, que acabaría, tras un breve espacio de tiempo, en el liderazgo
de Vlad sobre el Clan que había salvado.
Así que al aplacarme me ha salvado. Vlad esbozó una adusta sonrisa. Puedo
aprender de esto… He aprendido de esto.
Los aplausos inundaron la sala. Vlad alzó la vista cuando Marialle Radick le
indicó que se adelantara.
—Les presento a Vladimir Ward, el primer Khan de los Lobos de Jade. Él creó
este Clan y, al hacerlo, restauró nuestro honor. Que goce de una larga presidencia.
—Seyla —corearon los Lobos al unísono con gran solemnidad.
Para llegar hasta aquí me he convertido en algo más que un guerrero. Vladimir
Ward sonrió. Ahora me convertiré en algo más que un Khan.

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Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
2 de enero de 3058

El Khan Elias Crichell esbozó una amplia sonrisa, decidido a no dejar que el mal
genio de Marthe Pryde le arruinase el día. La oscuridad de sus pensamientos debe
iluminar este día.
—Khan Marthe, puedo y quiero seguir el transcurso de las cosas.
Marthe Pryde lo miró fijamente mientras contenía la ira que amenazaba con
estallar de un momento a otro.
—Elias, nunca se ha escogido a un ilKhan fuera de Strana Mechty. Su decisión no
tiene ningún precedente.
Sus ojos azules, sólo un poco más oscuros que los de ella, se inflamaron de enojo.
—El precedente es lo que cada vez menos hombres utilizan para santificar
actividades cuestionables. Yo preferiría establecer un precedente que seguirlo. Somos
Halcones de Jade. Tenemos que gobernar, y gobernaremos.
—Un gobernador ilegítimo no es un gobernador.
—Es el Gran Consejo el que decide la legitimidad de mi gobierno —dijo Crichell,
señalando hacia la puerta—. Nuestros compañeros Khanes están reunidos en esa sala
para decidir si debo convertirme en el nuevo ilKhan. La decisión se tomará aquí y
hoy, y es mejor para mí, para usted y para nuestro Clan que la decisión me favorezca.
Marthe se giró bruscamente con los hombros encogidos bajo una túnica de piel
verde.
—No intente persuadirme con promesas de gloria personal, Elias Crichell.
—No era ésa mi intención, Marthe, aunque alcanzará la gloria personal si salgo
elegido —dijo Crichell, conteniendo una sonrisa al ver que lo miraba por encima del
hombro—. Ya sabe que no sirvo para dirigir a los Clanes en combate. Eso lo dejo
para guerreros diestros como usted. Cuando sea ilKhan y reanude nuestra cruzada…

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—Dos acontecimientos que tendrán lugar al mismo tiempo.
—No lo creo.
—¿Qué? —exclamó Marthe, girándose hacia él. El pectoral malaquita y dorado
se le movió hacia un lado, pero ella se lo recolocó con la mano—. ¿Retrasará el inicio
de la cruzada?
—Sí.
—Pero si quiere convertirse en ilKhan para dirigirla, ¿por qué no se toma su
tiempo para volver a Strana Mechty y convocar elecciones de forma adecuada?
—Porque el tiempo no está de nuestra parte —contestó Crichell, bajando el tono
de voz—. Usted sabe los daños que nos causaron Ulric y Natasha Kerensky en la
última guerra.
—Lo sé.
—Y ahora los Lobos han devastado la fuerza que enviamos a Morges. La coronel
de estrella Mattlov cayó herida y dejó que destrozaran su fuerza. Todavía más
significativo es el hecho de que los Lobos exiliados sufrieran muchos menos daños
técnicos. Se han retirado al mundo de Arc-Royal, que en otro tiempo fue el planeta
natal de Phelan Ward, y están preparados para defender la frontera de la Alianza
Lirana contra nuestras depredaciones.
—No son más que las reminiscencias de un Clan. Podemos arrollarlos.
Crichell sacudió la cabeza.
—No, no podemos.
—¿Tantos daños sufrimos?
—Ulric hizo bien su trabajo —contestó Elias con el ceño fruncido—. Nadie más,
aparte de usted y yo, tiene idea de los graves daños que sufrieron los Halcones.
Nuestros brethren de la fuerza de invasión creen con tanto fervor en la misión
cruzada que no pueden concebir que una fuerza Guardiana sea capaz de superar a
nuestras mejores tropas. Del mismo modo que opinan que la reticencia de los
Guardianes a forzar la conquista total de la Esfera Interior es una filosofía inferior,
también piensan que los Guardianes son guerreros inferiores.
—Son imbéciles.
—Sí, pero unos imbéciles que tenemos que utilizar en este momento crítico. En
reconocimiento de la derrota de Ulric, me pueden elegir ilKhan. Es fundamental que
asuma el cargo para que podamos comprar el montón de años que necesitamos para
volver a nuestra antigua fuerza.
Marthe se quedó boquiabierta por un momento.
—¿Un montón? Necesitaríamos un mínimo de quince años para que nuestros
sibkos maduren lo suficiente y nos proporcionen los guerreros que nos hacen falta.
—No tantos, Marthe —dijo Crichell con una sonrisa maliciosa—. Recuerde que
yo ya luché y descubrí la capacidad destructora de la guerra. Miré hacia el futuro

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hace casi veinte años y lo que vi me permitió planear un momento como éste.
—Parece un soñador Gato Nova.
—Soñador, no; pensador. He visto más allá con los ojos de un halcón y he
actuado según lo que he visto —dijo Crichell con una expresión de seguridad en sí
mismo—. He pedido que le envíen los archivos para que los revise y decida cuál es la
mejor manera de utilizar el resultado de mi amplia visión.
—¿Qué ha hecho, Elias?
—Cálmese, Marthe. No es tan espantoso como creo que imagina, aunque estoy
seguro de que su sensibilidad Pryde se sentirá ofendida al principio. Puede ser que le
resulte más agradable si piensa en ello como un frente tormentoso que arrolla y deja
en tierra a los aviones de combate aeroespacial de su enemigo. Las condiciones
climáticas no cambian según sus intenciones o deseos, pero sí puede utilizarlas en
beneficio propio.
—Utilizar las condiciones climáticas es una cosa y violar nuestro honor de
Halcones de Jade otra muy distinta —dijo Marthe, dándose un golpe en el pecho—.
¿Autoriza un programa que va en contra de nuestras tradiciones y espera que le vote
como ilKhan? ¡Debería denunciarlo ante el Gran Consejo!
—No lo hará porque mi acción preservará a los Halcones de Jade, Marthe —dijo
Crichell, poniéndose en pie—. Si cumple su amenaza, nos destrozará.
Ella se quedó pensativa por un momento.
—Somos Halcones de Jade. Los otros Khanes deben respetarnos por eso.
—¿Como los Lobos respetaban a los Hacedores de Viudas cuando los
absorbieron, y como nosotros respetábamos a los Lobos cuando los absorbimos? —
preguntó Crichell con una áspera carcajada—. En este momento crucial, luchamos
por la supervivencia; no, por el respeto. Piénselo, Marthe. Nos han educado para
volar alto y atacar la debilidad allí donde la encontremos. Cuando los otros Clanes
descubran lo débiles que nos hemos vuelto, nos devorarán.
Crichell se dio cuenta de que había pronunciado las palabras adecuadas al ver
cómo ella fruncía el ceño. Pese a lo mucho que Marthe respetaba el método de los
Clanes y las tradiciones de los Halcones de Jade, también se daba cuenta de que la
falta de adaptación podía condenarlos. Aunque creía que hacer honor a los
fundamentos era su fuerza, sin los guerreros suficientes para completar los rangos y
defender sus mundos los Halcones de Jade perecerían. Si tenía que escoger entre
trabajar con él y la muerte del Clan, Marthe se decantaba por la única opción lógica.
—La decisión de utilizar su plan es sólo mía, ¿quiaf?
—Por supuesto, toda suya, Marthe. Estará encantada; confíe en mí.
—Nunca sentiré confianza ni respeto por usted, Elias.
—Intentaré vivir sin ninguno de los dos.
—Como ilKhan.

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—Creo que, a menos que me convierta en ilKhan, su visión sobre el futuro de
nuestro Clan quedará desfasada —dijo Crichell, levantando la máscara con la cabeza
de halcón esmaltada que llevaría en la cámara del Gran Consejo—. Yo le doy el
futuro del Clan, y usted me da su voto.
Marthe asintió con rigidez.
—Negociado y hecho.
—Como Khan de los Halcones de Jade la respeto, Marthe. Como ilKhan, la
ensalzaré.
—Nada de eso, se lo suplico, Elias Crichell —dijo con una fría mirada—. Me
basta con que no me ponga en evidencia.
Crichell siguió a Marthe hacia el interior de la cámara provisional del Gran
Consejo e hizo un gesto de asentimiento a Kael Pershaw, que estaba sentado en la
parte delantera de la habitación. Pershaw se levantó de su asiento y golpeó con la
mano el escritorio de roble.
—Soy Kael Pershaw y he sido elegido para actuar como Maestro de Juramento en
esta reunión del Gran Consejo. Por la presente, convoco este cónclave según lo que
estipula el Código Marcial redactado por Nicholas Kerensky. Como existimos en un
estado de guerra, todos los asuntos deben ser tratados según lo estipulado.
—Seyla —dijo Crichell al unísono con los demás Khanes.
Catorce Khanes se encontraban presentes, y los otros veinte asistían a través de
monitores holovisuales apilados sobre escritorios, sillas y mesas alrededor del
anfiteatro escalonado. De los que no habían asistido en persona a la última reunión
del Gran Consejo, sólo los Khanes del Clan de los Tiburones de Diamante se habían
preocupado por estar presentes en esa ocasión. Elias lo interpretó como un signo de
que sus esfuerzos por persuadir a los Khanes ausentes de que le votaran no habían
sido en vano.
Pershaw se volvió a sentar y echó un vistazo a la pantalla del ordenador de
bolsillo que había sobre el escritorio.
—Nos hemos reunido hoy para elegir a un nuevo ilKhan.
El Khan Ian Hawker, de los Tiburones de Diamante, se quitó el reluciente casco
con la cresta de cola dorsal y se puso en pie. Pálido, de ojos pequeños y escaso
cabello —como tantos otros de la línea Hawker—, mostraba una expresión severa.
—¡Esta acción es ilegal! El ilKhan siempre se ha elegido en Strana Mechty.
Convocar una elección aquí y ahora es una burla de nuestros métodos.
Cuando Crichell se disponía a contestar, Vladimir Ward se levantó de la silla que
ocupaba en el fondo de la sala. Llevaba la ropa de piel gris del Clan de los Lobos, y
tanto Marialle Radick como él se habían echado un manto de piel verde jade sobre los
hombros. Vlad se quitó el casco con la cabeza de lobo esmaltada y lo depositó
delante de él.

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—Lamento discrepar de usted, Khan Hawker.
—Estoy seguro de que lo lamentaría si tuviera voz y voto.
La cicatriz del rostro de Vlad adquirió un rojo más intenso.
—Sí tengo voz y voto, Ian Hawker, al igual que mis Lobos de Jade. Durante estas
dos últimas semanas he estado estudiando el Código Marcial de Nicholas Kerensky,
como corresponde a todo nuevo Khan, ¿quiaf? He leído atentamente los pasajes que
hablan de la creación de un nuevo Clan, una acción que no requiere la aprobación de
este cónclave.
Crichell vio un resplandor en los ojos del joven. Vlad paseó la mirada por los
rostros de los Khanes allí reunidos antes de tomar de nuevo la palabra.
—Mis estudios tampoco han dado con una directriz que disponga que el Gran
Consejo tenga que reunirse en un lugar específico para elegir a un nuevo ilKhan —
dijo Vlad con una leve sonrisa—. Tal vez también deba recordarle que este cónclave
sancionó una celebración del Gran Consejo en Tamar con el propósito expreso de
derrocar al ilKhan vigente. Si un ilKhan puede ser degradado en el campo, también
puede ser elegido en el campo.
Vlad finalizó su discurso y miró fijamente al viejo Khan de los Halcones de Jade.
Crichell hizo un gesto de asentimiento, y Vlad tomó asiento. Estás aprendiendo a
jugar a la política, Vladimir Ward. Es obvio que has averiguado por qué he creado
un nuevo Clan para ti y, al parecer, reconoces tu deuda conmigo. Eso está bien.
Lincoln Osis, Khan de los Jaguares de Humo, se puso en pie. La melena canosa y
rizada contrastaba con la oscura piel, pero la corpulencia parecía desafiar los estragos
de la edad. Osis era un Elemental y, aunque se encontraba una fila por debajo de
Hawker, tenía que bajar la mirada para ver al hombre.
—Es posible que su desprecio por la pragmática, Khan Hawker, lo convierta en
un buen líder entre los Tiburones de Diamante, pero no nos ayudará a solucionar el
urgente asunto que tenemos entre manos. Si tuviéramos que volver a Strana Mechty,
no sólo abandonaríamos el escenario de combate, sino que además daríamos más
tiempo a nuestros enemigos para prepararse. Permitirlo sería desaconsejable e
innecesario.
Osis se giró hacia Pershaw.
—¡Voto por Elias Crichell, de los Halcones de Jade, como candidato! —gritó a la
audiencia.
Cuando Severen Leroux, el antiguo Khan de los Gatos Nova, secundó la moción,
Elias se quedó perplejo. No había presionado a los Gatos Nova para que le apoyasen
porque solían guiarse por visiones místicas y presagios más que por la lógica. A
menudo, actuaban como si fuesen agentes del destino y, en ese momento, él deseaba
saber qué le tenía preparado el futuro.
Kael Pershaw tecleó algo en el ordenador.

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—Se ha pronunciado el nombre de Elias Crichell, de los Halcones de Jade, ante
este cónclave. Cada uno de ustedes votará a favor o en contra. Si Elias Crichell
obtiene la mitad más uno de los votos ganará la moción. Los interrogaré
individualmente.
Crichell anotó mentalmente los votos. Ni Severen Leroux ni Lucian Carns de los
Gatos Nova explicaron su votación, pero como lo habían hecho a favor, sus razones
no le importaban demasiado. Como esperaba, los dos Tiburones de Diamante votaron
en contra, pero los Jaguares de Humo, las Víboras de Acero y los Halcones de Jade
votaron a favor, por lo que ya contaba con un total de seis. Los Osos Fantasmales
votaron en contra, ya que tenían un fuerte vínculo con los Lobos y los Tiburones de
Diamante. La holovotación fue bastante equilibrada y le dejó un margen de dos votos
antes de llegar al Clan más reciente.
Por petición de Vlad, Marialle Radick fue la primera en votar.
—Yo fui la primera en descubrir la traición de Ulric ante mi Clan. Yo fui la que
dio el primer paso en el camino que nos ha conducido hoy aquí. Yo, Marialle Radick,
voto a favor de Elias Crichell.
El viejo esbozó una sonrisa. Eso es. El voto de Vlad no cambiará las cosas.
Vlad se puso en pie y tardó unos segundos en intervenir.
—Doy la bienvenida al Khan Elias Crichell al puesto de ilKhan de los Clanes. Sin
embargo, es mi deber venerar la memoria del ilKhan que dirigió nuestra gloriosa
invasión, ya que sin su liderazgo nunca habríamos llegado tan lejos en la conquista de
la Esfera Interior. Puede ser que su pensamiento tuviera algún fallo, pero nadie puede
negar que Ulric Kerensky había nacido para ser guerrero. Voto en contra.
Pershaw pulsó una última tecla e hizo una mueca con la boca que pretendía ser
una sonrisa.
—Según mi recuento, el resultado es de diecisiete a favor y quince en contra. La
autoridad de este solemne cónclave hará la proclamación. ¡Nombro a Elias Crichell
Khan de los Khanes, ilKhan de todos los Clanes!
—¡Seyla!— gritaron todos los Khanes al unísono.
Golpearon los escritorios y las mesas en señal de aprobación cuando Crichell
avanzó hacia el frente de la sala y se colocó detrás de Pershaw. Se quitó el casco y lo
depositó delante de él como si se tratara de un pequeño podio. A medida que se
extinguían los vítores, sonrió a los demás Khanes.
—Juro ser digno de su confianza. Su visión de futuro es mi visión de futuro: la
restauración de la Liga Estelar y la elevación de los Clanes a nuestro legítimo lugar
de soberanía en la Esfera Interior, un lugar cuya protección nos corresponde por
nacimiento.
Echó un vistazo al ordenador de bolsillo de Pershaw.
—Y ahora nos enfrentamos a la pregunta crucial de cuándo reanudar la invasión

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de la Esfera Interior. ¿Sí, Khan Vlad?
—Disculpe mi interrupción, pero hay otro asunto…
—Imaginaba que sería usted el que lo pediría —interrumpió Crichell, asintiendo
con indulgencia—. Quiere posponer la discusión, ¿quiaf? Debido a la pérdida
inesperada de mi saKhan, no he tenido tiempo para preparar una investigación
exhaustiva de mis recursos. Supongo que a usted y a su Clan les ocurre lo mismo,
Khan Vladimir. ¿Debemos posponer la discusión hasta que hayamos tenido tiempo
para prepararla?
Vlad se puso en pie.
—Sería muy amable por su parte, ilKhan, pero un retraso no es el otro asunto que
quería exponer ante el Gran Consejo.
—Entonces, ¿de qué se trata?
Vlad adoptó una expresión severa.
—Yo, Vladimir Ward de los Lobos de Jade reclamo un Juicio de Rechazo.
—¿Qué?
—Vlad, creo que ya hemos tenido bastante con su…
—Usted no está preparado para dirigirnos, Elias Crichell; no está preparado para
ser Khan de los Khanes. Desafío su derecho a ser ilKhan.

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Borealtown, Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
2 de enero de 3058

—¿Qué?
La incredulidad y el miedo que desprendía la voz de Crichell instigaron la
sensación de poder de Vlad, que entonces sonreía.
—Ya me ha oído, Elias Crichell. Desafío sus cualidades para solicitar el título de
ilKhan. Creo que no está preparado.
—¡No puede hacerlo!
Vlad asintió lentamente con la cabeza.
—Puedo y lo he hecho.
El viejo se puso firme.
—¿Con qué argumentos?
Vlad se frotó la mandíbula antes de contestar.
—¿Está seguro, Elias Crichell, de que quiere que responda a esa pregunta?
—Él ha preguntado, y usted responderá —ordenó Lincoln Osis.
Vald se giró hacia el Jaguar de Humo.
—Soy un Khan. No puede darme órdenes.
Osis se lo quedó mirando por un momento y, luego, bajó la vista al suelo.
—No pretendía faltarle al respeto. Su acusación contra el ilKhan es de mayor
alcance que cualquier mal que pueda infligirle. Si no está preparado para servir,
tenemos que saber por qué.
—En tal caso, se lo explicaré —dijo Vlad con las manos apoyadas en la mesa que
había delante de él—. Podría señalar que Elias Crichell conspiró con un guerrero sin
linaje para asesinar a su rival y obtener el poder. Podría señalar que sabía de la
existencia de pruebas que demostraban que el Khan Vandervahn Chistu había
asesinado a Ulric Kerensky, pero no exigió que se presentaran ante el Consejo del

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Clan de los Halcones de Jade. Ambas cuestiones revelan una seria falta de honor,
pero eso no es lo primordial.
Señaló hacia Crichell.
—Mi desafío se basa en la calificación fundamental para el título de ilKhan: Elias
Crichell no es un guerrero.
Crichell se ruborizó.
—¡Esto es absurdo! He pasado el Juicio de Posición como cualquier otro
guerrero. Tengo pruebas que pueden demostrarlo.
—Sí, ilKhan Crichell, los resultados están disponibles, pero no hay holovídeos de
sus pruebas —dijo Vlad con una fría sonrisa—. Me he tomado la libertad de
examinar los archivos de mantenimiento de su BattleMech y los de los ’Mechs que
lucharon contra usted. Sus techs lanzaron más disparos contra su ’Mech que usted
mismo, y de los ’Mechs a los que se enfrentó tan sólo hubo que cambiar los asientos
de eyección.
Crichell se cruzó de brazos.
—Yo no puedo controlar las acciones de mis rivales. ¿Es culpa mía que teman
morir a mis manos?
—Entonces, me sorprende, ilKhan, que un guerrero tan temible como usted no
pilotara su propio BattleMech para luchar contra los Lobos el mes pasado —dijo
Vlad, sacudiendo la cabeza—. Su explicación no importa. Mi desafío sigue en pie y
tiene que responder a él.
—Muy bien, tendrá su juicio —dijo Crichell, mirando a Kael Pershaw—.
Convoque a Taman Malthus. Él me secundará.
—Ignore la petición, Kael Pershaw.
Crichell miró a Vlad con frialdad.
—¿Cómo se atreve a dar órdenes a mi hombre?
Ian Hawker se echó a reír.
—Lo hace para impedir que vuelva a demostrar que no es digno, Elias. Ha leído
las normas y lo tiene atrapado. Lo ha desafiado a usted, no a la votación. Si hubiera
dudado de la votación podría haber nombrado a un segundo para que luchase por
usted, pero él desafía sus cualidades como guerrero, y sólo usted puede defenderse en
el Juicio de Rechazo.
Vlad inclinó la cabeza hacia el Khan de los Tiburones de Diamante y se giró para
mirar a la multitud.
—Un Khan de los Khanes tiene que ser capaz de afrontar cualquier tipo de
combate. Como parte desafiada, normalmente tiene derecho a escoger cómo quiere
luchar: con o sin aumento. Como ilKhan, tiene que atenerse a una elección aleatoria.
Kael Pershaw, diga un número al azar: uno o cero. Uno es con aumento, y cero
significa que no utilizaremos nada.

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Kael Pershaw dudó por un momento y no reaccionó hasta que Marthe Pryde le
hizo un gesto de asentimiento. Tecleó algo en el ordenador de bolsillo y apareció un
cero verde en el visualizador holográfico.
—Lucharán sin aumento.
Vlad saltó por encima del escritorio y aterrizó en el suelo principal del anfiteatro.
—¡Yo soy el desafiador y digo que luchemos ahora!
Crichell levantó la barbilla.
—Luchamos sin aumento, pero usted lleva un arma en la mano.
Vlad se giró y rompió la escayola contra la mesa con un fuerte golpe. Los trozos
de yeso salieron volando por todas partes y alcanzaron a Marialle Radick y a los
Khanes de los Gatos Nova. Vlad sintió un leve dolor en el antebrazo, pero se deshizo
de aquella sensación. Se quitó la escayola con la mano derecha y la tiró al suelo.
Vlad se dirigió hacia Crichell y pisó la escayola, que se rompió en mil pedazos
bajo sus botas.
—Le concedo el honor de dar el primer golpe, Elias Crichell.
El viejo hombre levantó el puño por encima de la cabeza. Vlad sintió el impacto y
lamió la sangre que le salía de los labios. Se dio cuenta de que perdía el equilibrio y
que caía hacia atrás, y luego al suelo, pero nada le importaba. Con aquel primer
puñetazo, Crichell había confirmado la acusación de Vlad: no era un guerrero.
Un guerrero me habría matado de un golpe. Vlad rodó hasta impactar en las patas
de una mesa de los Jaguares de Humo. Mientras se ponía en pie apoyándose en la
mesa, se limpió la sangre de la boca con la mano izquierda y sonrió. Y un guerrero
habría seguido atacando para que no me pudiera recuperar.
Crichell esperó a que Vlad se situara en el centro. El joven se dirigió hacia
Crichell tambaleándose como si todavía estuviera aturdido por el puñetazo. Crichell
adoptó una expresión de orgullo, y Vlad se dio cuenta de que el hombre imaginaba
que aquella lucha se añadiría a su mito. Con pensamientos de futuro, Crichell se
preparó para dar el golpe que acabaría con Vlad de una vez por todas.
Los costosos movimientos de Vlad alcanzaron un repentino dinamismo, que
desvió el puñetazo de Crichell. Mientras el viejo se recuperaba, Vlad le dio un par de
codazos y varios puñetazos que le rompieron la nariz y le partieron los labios.
Seguidamente, le propinó un golpe en la cabeza. Crichell levantó las manos para
protegerse del impacto, y Vlad aprovechó el momento para darle un golpe en el
estómago.
Mientras Crichell se doblaba hacia adelante, Vlad le dio una patada en la cara con
la rodilla que lo obligó a ponerse en pie rápidamente. Luego, lo agarró por el cuello y
volvió a darle un puñetazo en el estómago, al que siguieron muchos otros.
Los gritos ahogados de Crichell indicaban que el hombre no podía respirar. Vlad
lo soltó con una sonora carcajada y le abofeteó la cara. Crichell salió rodando y chocó

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contra el escritorio que había frente a los Khanes de los Gatos Nova. Se sujetó a él
para levantarse y volvió a la lucha.
Las mejillas de Crichell se habían sonrojado tras la bofetada de Vlad, y la sangre
le resbalaba por la barbilla. Hizo un débil intento de golpear a Vlad rápidamente, pero
el joven guerrero lo esquivó sin problemas. Crichell levantó los puños y cerró los
codos para proteger su cuerpo a medida que se acercaba a Vlad. Aunque jugaba a ser
un guerrero, aquella mirada vidriosa indicaba a Vlad y al resto de los presentes que su
cuerpo respondía inconscientemente a cosas que había aprendido hacía mucho
tiempo.
Y es obvio que no aprendió bien la lección.
Vlad saltó hacia adelante y volvió a darle en el estómago. Crichell no hizo ningún
esfuerzo por protegerse, sino que intentó golpear a Vlad en la oreja. Aquella reacción
lo alentó, pero sólo un segundo, antes de que Vlad le clavara un puñetazo en la sien
izquierda.
Las piernas de Crichell se doblaron y cayó de rodillas al suelo y, luego, de
espaldas. Dejó caer las manos, y la cabeza se le ladeó como si no pudiera mantenerse
en su lugar. Vlad sabía que el hombre no podía pensar; que estaba inconsciente física
y mentalmente. La lucha había acabado.
¡No acabará hasta que yo decida que ha acabado!
Vlad le dio un puntapié.
—¿Es eso todo lo que tiene, Elias Crichell? Incluso Vandervahn Chistu luchó con
más valor. Y antes que yo, Ulric Kerensky luchó contra Chistu con más coraje. ¿No
puede hacer nada más? ¿Es usted como todos los Halcones, valientes en la paz y
cobardes en la guerra?
Crichell se esforzó por ponerse en pie.
—Soy un Halcón de Jade. Era un guerrero antes de que usted fuera engendrado.
—Y yo seré un guerrero mucho después de su muerte.
Vlad hizo un giro y le dio una patada que le habría arrancado la cabeza si no
hubiera impactado primero en el hombro. La bota arrastró consigo un mechón de
pelo, y la sangre se mezcló con el gris de su cabello. La fuerza del golpe volvió a tirar
a Crichell al suelo y lo envió a los pies de Marthe Pryde.
Ni ella lo ayudó a levantarse ni Crichell le pidió ayuda. Aunque se levantó con
mucho esfuerzo, parecía que se recuperaba conforme se acercaba a Vlad. Caminó a
su alrededor dejándolo en medio del ruedo.
Vlad se limitó a esperar. Todo estaba de su parte: fuerza, habilidad, coraje y, sobre
todo, hambre. Crichell cree que tiene derecho a ser ilKhan, pero es un derecho que
nunca ha ganado. El ilKhan tiene que ser el guerrero de los guerreros, y este hombre
no cumple ese requisito.
Crichell se acercó y dio un torpe puñetazo a Vlad, quien, instantáneamente,

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levantó la mano y detuvo el golpe. Apretó para recrearse en la expresión de dolor del
hombre y le dobló la mano, bloqueándole el brazo. Levantó el codo y lo mantuvo por
encima del brazo de Crichell. Con un golpe rápido le machacaría el brazo, que era
exactamente lo que los otros Khanes esperaban ver.
Hicieron un gesto de dolor cuando Vlad bajó el codo, pero no se lo rompió. En el
último instante, levantó el brazo y le dio un golpe en la cabeza. Vlad observó con
desprecio cómo el viejo caía al suelo. Crichell se desplomó de espaldas, con los
labios y la nariz ensangrentados. Se balanceó de un lado a otro, cubriéndose la cabeza
con las manos, pero no intentó levantarse.
Vlad vio cómo Crichell se encogía hasta que su cuerpo pareció una bola, y luego
lanzó una desafiante mirada al resto de los Khanes. Observó los rostros, que
denotaban una amplia gama de expresiones, desde la admiración al miedo absoluto.
Osis estaba indignado, mientras que los místicos Gatos Nova parecían haber sido
transportados a otro planeta, como si estuvieran viendo algo que nadie más podía ver.
—He aquí el líder que han escogido para que nos represente.
Lincoln Osis desvió la mirada de Crichell.
—Se acabó. Crichell no será ilKhan.
Vlad sacudió la cabeza.
—La lucha no ha acabado.
—Déjelo, Vlad. No puede más.
—Es la segunda vez que intenta darme órdenes, Lincoln Osis —dijo Vlad con un
paso al frente para dar una fuerte patada en la columna de Crichell.
El hombre gritó y arqueó la espalda. Luego, giró sobre ella y permaneció
tumbado mirando fijamente al techo y al hombre que se alzaba sobre él.
—Ha olvidado que soy un Khan y un guerrero, igual que Crichell ha olvidado qué
es ser un guerrero. Es hora de que se lo recuerde.
Vlad apoyó la bota en la garganta de Crichell.
—Un guerrero es aquel que ha sido entrenado en el arte de matar.
Apretó el tacón hasta que Crichell empezó a gorjear.
—Un guerrero es aquel que mata a sus enemigos sin compasión.
Apretó con más fuerza hasta que la voz de Crichell se convirtió en un inaudible
silbido y agarró a Vlad por los tobillos.
—Un guerrero es aquel que no deja enemigos derrotados tras él porque sabe que
los muertos no pueden hacerle daño.
Vlad hundió el tacón en la garganta de Crichell, hasta que el crujido de los huesos
ahogó el ruido de los golpes del hombre. Siguió ejerciendo presión sobre las
vértebras, que emitían un chasquido al fracturarse, hasta que incluso Lincoln Osis
tuvo que desviar la mirada. Con un último empujón, puso fin a las convulsiones de
Crichell, dio un paso atrás y contempló su obra de arte.

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Cuando, por fin, alzó la mirada, vio que Marthe Pryde era la única que lo
observaba e imaginó que se debía a que quería asegurarse de que Crichell estuviera
muerto.
Vlad de los Ward extendió las manos sobre el flácido cadáver.
—Ahora se ha acabado, mis queridos Khanes.
Los oscuros ojos de Osis relucieron como el cristal.
—¿Ahora espera que lo elijamos en su lugar?
—De ninguna manera —contestó Vlad, limpiándose la sangre de la cara con la
mano—. Este no es el lugar ni el momento para escoger a un nuevo ilKhan. Estoy de
acuerdo con Elias Crichell en que se necesitan nuevas valoraciones de la fuerza de los
Halcones y los Lobos de Jade. Tardaremos seis meses como mínimo en finalizar el
trabajo.
El Jaguar de Humo sacudió la cabeza.
—Ahora tiene más posibilidades de asumir el cargo que dentro de seis meses.
—Eso, Khan Osis, es más revelador de su falta de imaginación que mi posición.
He trabajado como ayudante de un ilKhan. Sé lo que el puesto requiere y no tengo
ninguna necesidad de ello.
—En este momento —interrumpió Marthe Pryde.
—Quizá tenga razón, Khan Marthe —dijo Vlad, encogiéndose de hombros con
aire despreocupado—. Sin embargo, tengo una idea clara de las cualidades que debe
poseer un Khan para asumir ese cargo, y ser un guerrero de palabra no es una de
ellas. Tal vez un retraso de seis meses será suficiente para que un ambicioso Khan
tenga la oportunidad de demostrar que es verdaderamente digno del puesto.
Ian Hawker dio un puñetazo en su escritorio.
—Seis meses es razonable; incluso más sería prudente.
Marthe miró a Kael Pershaw.
—Señor de la Sabiduría, haga el recuento.
Los Khanes acordaron un retraso sin disenso. Vlad asintió con gravedad y se
quitó el manto verde que llevaba sobre los hombros.
—Una última puntualización, mis queridos Khanes. Por la presente, creo un
nuevo Clan, para el que cuento con todos los Lobos de Jade —dijo cubriendo el
rostro desfigurado de Crichell con el manto—. Volvemos a ser el Clan de los Lobos.
Hawker alzó la vista.
—Hay un veredicto de genocidio contra su Clan.
—Esos Lobos están muertos. Nosotros somos una nueva generación de Lobos.
Verá que nos parecemos a los que existieron en otro tiempo, pero confundirnos con
ellos sería un grave error.
El silencio fue la única respuesta a las palabras de Vlad. Paseó la mirada por la
sala, dispuesto a aceptar cualquier desafío, pero nadie dijo nada. Lincoln Osis se lo

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quedó mirando por un momento y apartó la vista con un brusco movimiento de
cabeza.
Vlad dio una palmada.
—Entonces, creo que no hay más que hablar.
Marthe Pryde se dirigió a la puerta y la abrió. Los Khanes fueron desfilando
detrás de Pershaw y cerraron la puerta tras ellos. Marthe Pryde y Vlad se quedaron,
mirándose fijamente, junto al cuerpo de Crichell.
—No era necesario que lo matase para ganar su desafío.
Vlad la observó detenidamente.
—Usted no lamenta su muerte. Tal vez deseaba ser el instrumento de ella.
—¿El cargo de ocultar las pruebas del crimen de Chistu era cierto?
—Así es. Las pruebas ya no importan, pero le enviaré una copia si quiere.
—Sí —dijo Marthe, mirando a Crichell—. El Consejo del Clan de los Halcones
de Jade debería haber decidido su destino. Esas pruebas lo habrían derrocado.
Nosotros nos habríamos hecho cargo de él.
—Tal vez.
Un destello de enojo iluminó sus azules ojos.
—¿Duda de nuestro honor?
—Dudo que la lista de crímenes por los que le habrían condenado coincidiese con
la lista de crímenes que cometió contra mí.
—¿Crímenes contra usted?
—Negoció con maldad y me negó mi Clan —contestó Vlad, sacudiendo la cabeza
—. Pero lo peor de todo era su estupidez.
—¿A qué se refiere?
El Lobo se inclinó hacia su mesa.
—Cuando hablé por primera vez con Elias Crichell me preguntó qué haría si me
negase lo que es mío. Él sabía que lo mataría por ello.
Marthe entrecerró los ojos.
—Pero al negarle los Lobos lo salvó de la muerte.
Vlad se echó a reír.
—Ése fue un error suyo, ¿no?
—No hay ninguna necesidad de que sea vulgar, Vladimir Ward.
Vlad se sorprendió de su ofensa.
—¿De verdad es tan rígida, Marthe?
—Respeto el método de los Clanes.
—Se aferran a un pasado que socava su fuerza y debilita al Clan.
—Nosotros vencimos a los Lobos, ¿quiaf?
—Eso depende que quién lleve la cuenta. Los Halcones acabaron con una parte
de los Lobos y ganaron en Wotan gracias a una traición. Phelan Ward humilló a los

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guerreros Halcones que enviaron tras él, y hasta sus propios guerreros han reconocido
que los mercenarios de la Esfera Interior los derrotaron —dijo señalando a Crichell
—. Sus métodos producen guerreros de imitación.
—Él no era un verdadero guerrero de los Halcones de Jade.
Vlad soltó una risita.
—Vaya, una muestra del famoso orgullo Pryde.
—Mejor eso que el orgullo desmedido de los Lobos.
—¿Orgullo desmedido? —repitió Vlad, incrédulo—. Mejor estar a punto de caer
que haber caído, Marthe. Sus métodos y sus acciones forman una paradoja que no
puede resolver. Si los viejos métodos fueran tan buenos y tan auténticos, no se
habrían adaptado a la nueva tecnología, sino que todavía lucharían con los ’Mechs de
la Esfera Interior y perderían contra guerreros de la Esfera Interior con más
frecuencia que durante la invasión.
Marthe apretó los puños con fuerza.
—El uso de nuevas herramientas no cambia la tradición.
—¿Y qué son las tácticas sino herramientas, Marthe?
—Las tácticas se basan en la tradición y el honor. El asesinato sería pragmático,
pero nos abstenemos.
—Chistu no.
—¡Chistu era tonto! Si hubiera sabido lo mismo que usted, lo habría desafiado y
lo habría matado. Era una amenaza mayor para los Halcones de Jade que usted o la
Esfera Interior. Yo le habría ajustado las cuentas, al igual que lo habría hecho con
Elias Crichell.
—¡Incapaces de competir, los anticuados se devoran unos a otros en una orgía de
recriminación! —exclamó el Lobo con una enorme sonrisa en los labios—. Debe
encontrar una válvula de escape más constructiva para sus frustraciones.
El enojo de su expresión se transformó en calma, y Vlad sintió un escalofrío al
oírle hablar.
—Ya la he encontrado, Lobito. Los métodos de Crichell y Chistu no eran el
verdadero método de los Halcones de Jade. Lo sé y puedo demostrarlo. Ya verá,
como todos los demás, que nuestra tradición nos fortalece.
—Tendrá que esforzarse por demostrármelo.
—Así lo haré —dijo con una penetrante mirada—. Empezaré concediéndoles
hégira.
La sorpresa y la indignación se mezclaron en la mente de Vlad.
—¿Concediéndonos qué?
—El vencedor tiene derecho a asegurar el camino del vencido.
—Los Halcones de Jade no han derrotado a los Lobos.
—Sí que lo han hecho. Su lucha sólo ha repudiado la absorción, no el resultado

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del Juicio de Rechazo —dijo Marthe, mirándolo de manera desafiante—. Puede decir
que sus Lobos no son los Lobos de Ulric, pero usted y yo sabemos que no hay
ninguna diferencia entre ellos. Les concedo hégira porque los vencimos. Acéptelo. Es
una tradición con valor, aunque usted no lo vea.
Vlad estuvo a punto de gritarle, pero sus atrevidas palabras borraron todo rastro
de enojo. Las tradiciones de los Clanes son la base de todo lo que somos. Si se lo
negase, me distanciaría de nuestro método, como Crichell y Chistu. Entablar una
guerra ahora mismo sería estúpido. Ella lo sabe, como sabe que habría abandonado
Wotan de forma pacífica. Al ofrecerme hégira quiere recordarme que los Halcones de
Jade son dignos de respeto.
Lo que recuerdo es que tengo que encontrar un modo de pagarle con la misma
moneda; un modo tradicional. Vlad hizo un gesto de asentimiento.
—Acepto hégira y me iré de Wotan lo antes posible.
—Bien —dijo señalándolo con el dedo—. No sabrá nada más de mí durante algún
tiempo, Vladimir Ward, pero lo mantendré informado de mis actividades. No se lo
explicaré todo, por supuesto, pero lo bastante como para que sepa que soy la líder
idónea de los Halcones de Jade.
—Le deseo suerte, Marthe Pryde.
—Yo no lo haría si fuera usted.
—¿No?
Su sonrisa no contribuyó a aliviar la punzada que sentía en el corazón.
—Dentro de seis, ocho o los meses que pasen antes de que nos convoquen en
Strana Mechty para elegir a un nuevo ilKhan, los demás Khanes sabrán lo débiles o
fuertes que somos. Al mínimo signo de debilidad, otro Clan puede intentar
absorbernos. Conozco el modo de demostrar la fuerza de los Halcones y lo utilizaré.
Me pregunto qué hará usted para demostrar que su Clan es fuerte y capaz.
Se giró y, antes de echar a andar, miró a Vlad por encima del hombro.
—Buena suerte, Vlad Khanslayer de los Lobos, pero no demasiado buena. Espero
no encontrármelo como rival en el futuro.
—Puedo suponerlo.
Marthe soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—En ese caso, podría ser que me divirtiera.

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LIBRO II

Sangre, sudor y lágrimas:


miseria, traición y todos
nuestros temores

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11

Ciudad de Tharkad, Tharkad


Distrito de Donegal, Alianza Lirana
5 de enero de 3058

Tormano Liao se inclinó respetuosamente ante la arcontesa de la Alianza Lirana y le


sonrió, más porque ella lo estaba esperando que por consideración a su belleza. No es
que no la considerase bonita, pero sus gustos personales propendían más hacia
mujeres asiáticas que hacia las altas y esbeltas mujeres con fríos ojos azules y cabello
largo y rubio. La sonrisa hizo creer a la arcontesa que su atractivo físico le daba poder
sobre él.
Y nunca debo subestimarla a causa de su belleza.
—Arcontesa, ya he examinado todos los informes procedentes del espacio de los
Clanes y tengo un resumen para vos.
Katrina Steiner indicó a Tormano que se sentase en una de las sillas de piel
reclinables que había junto a su escritorio.
—He leído algunos de los informes. Podemos comparar nuestras conclusiones.
—Sí, arcontesa.
Tormano se sentó en la silla y estiró las arrugas de sus oscuros pantalones al
echarse hacia atrás. Lo había hecho para ganar un segundo o dos de paz, pero la
distante mirada de azules ojos le indicaba que el subterfugio era innecesario. Está
sumida en sus pensamientos, lo cual no augura nada bueno para lo que tengo en
mente. Pero también es posible que sólo esté pensando en volverá redecorar.
Durante las tres semanas que Tormano había pasado en Tharkad, Katrina Steiner
había reformado completamente el despacho de la arcontesa. Había quitado toda la
madera oscura y las decoraciones de anticuario y las había sustituido por una
moqueta de un color intenso, muebles blancos y láminas sintéticas para cubrir las
paredes, su escritorio y las estanterías. Pequeñas pinceladas de color aparecían ahí y
allá, pero los objetos más duraderos estaban chapados en oro o teñidos de un suave

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azul Steiner. Incluso Katrina llevaba un traje de seda blanca con una elegante blusa
azul realzada con joyas de oro.
Tormano no sabía por qué había hecho esos cambios. El comunicado de prensa
del Ministerio de Interior había utilizado el término virginal para describir el color de
la decoración, y Tormano entendía lo suficiente sobre religión y folclore lirano como
para advertir que el blanco simbolizaba la pureza y la virtud. Para él, producto de una
cultura Capelense más asiática, el blanco era el color del luto, y la habitación le
parecía fría y clínica.
—Arcontesa, los informes de Wotan son confusos en el mejor de los casos, pero
combinados con los informes procedentes de la zona de ocupación de los Halcones de
Jade y los de Morges hemos podido reconstruir la historia. Al parecer, los Halcones
de Jade y los Lobos entraron en guerra hace poco. La razón del conflicto es difusa,
pero parece que se debe a una lucha de poder por el liderazgo de todos los Clanes.
—Una lucha entre los Cruzados, que quieren repudiar la tregua y continuar la
guerra contra la Esfera Interior, y los Guardianes, que quieren detener la invasión.
Tormano asintió con un gesto de cabeza.
—Parece que entiende bien la política de los Clanes, arcontesa.
Katrina esbozó una delicada sonrisa.
—He tenido ocasión de hablar con el Khan Phelan Ward al respecto, y el capiscol
márcial ha sido también muy generoso al compartir sus ideas sobre el asunto.
—Por supuesto. La situación en Wotan fue provocada por un último esfuerzo de
los Lobos por destrozar a los Halcones de Jade. Fracasaron cuando el ilKhan Ulric
Kerensky fue asesinado en Borealtown el día diez del mes pasado. Casi al instante,
desapareció todo rastro del Clan de los Lobos. Al parecer, los Lobos que
sobrevivieron se convirtieron en miembros de los Halcones de Jade y, casi con la
misma rapidez, un Lobo desafió y mató a uno de los Khanes Halcones. A
consecuencia de ello, apareció un nuevo Clan: los Lobos de Jade.
La arcontesa agarró un abridor de cartas dorado de su escritorio y dio un
golpecito sobre la carpeta.
—La muerte de ese Khan liberó a los Lobos, al menos parcialmente, de los
Halcones.
—Eso parece. A principios de año, los Khanes de los otros Clanes habían llegado
a Wotan. Los diversos servicios de inteligencia esperaban que los miembros de los
Clanes volviesen a sus planetas natales para elegir a un nuevo ilKhan, como habían
hecho antes, pero creo que la asamblea de los Khanes tenía como propósito celebrar
las elecciones en Wotan. No tenemos conocimiento de lo que ocurrió en el Gran
Consejo, pero datos externos informan de una gran agitación. Hay signos de que los
Lobos de Jade han desaparecido y de que los Lobos han vuelto a emerger como Clan.
—¿Motivo?

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—Por el momento, se desconoce, Alteza —contestó Tormano, encogiéndose de
hombros—. Podemos especular que tanto los Lobos como los Halcones de Jade
sufrieron daños durante la guerra. Los informes sobre los daños sufridos en Morges
por la fuerza de los Halcones de Jade son impresionantes. Si esas cifras de
destrucción se repiten en otros mundos en que los Clanes se han enfrentado, y hay
varios informes que confirman esta conclusión, los Lobos y los Halcones de Jade han
sufrido graves pérdidas.
Katrina se reclinó en la silla tapizada.
—¿Cómo repercutirá en la fuerza que Phelan Kell tiene en Arc-Royal?
—Los informes de Arc-Royal son muy escuetos, Alteza. Parece ser que el pueblo
tiene una gran lealtad a la familia gobernante, y los Kell prefieren operar en secreto.
Sin embargo, se dice que hay mucha actividad en el subcontinente de Braonach. Esa
isla sufre un relativo retroceso a causa de las estrictas normas medioambientales que
los Kell impusieron hace tiempo, así que al parecer los Lobos tendrán su propio
mundo en la Esfera Interior.
La irritación fustigó el rostro de Katrina como nubes de tormenta empujadas por
un vendaval.
—¡Malditos sean! ¿Cómo osan desafiarme?
Otra vez no.
—Alteza, la declaración de Morgan Kell sobre el Cordón de Defensa de Arc-
Royal es una bendición para vos, porque os absuelve de toda responsabilidad sobre
una vasta parte de vuestra frontera.
—No puedo dejar la defensa de la frontera de la Alianza en manos de Morgan. Si
lo hiciera, legitimaría su rebelión contra mí —dijo Katrina, deslizando el abridor de
cartas entre los dedos de su mano izquierda como si fuera una daga atravesando las
costillas—. El pueblo empezará a preguntarse el porqué de la rebelión de Morgan,
que ha pasado de leal vasallo y consanguíneo a rey bandido, ansioso por crear su
propio reino.
Tormano Liao sacudió la cabeza.
—No puedo creer que no veáis que los motivos de sus acciones no importan. Su
declaración era simple y directa: convocaba a los mundos de la frontera de los
Halcones de Jade. No dio ninguna razón.
—Otros encontrarán las razones.
—Sólo si vos no las encontráis antes.
La expresión de su rostro se suavizó, y la inteligencia que siempre había
impresionado a Tormano volvió a reflejarse en sus ojos.
—Si hago una declaración dando las gracias a Morgan por haber aceptado la
enorme responsabilidad de la frontera y la utilizo como un ejemplo más de cómo
todos los mundos de la Alianza tienen que hacer lo posible por salvaguardar nuestro

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reino, estoy permitiendo y celebrando su defección.
—Exacto, Alteza —dijo Tormano con un gesto de asentimiento—. También le
ofrecéis la posibilidad de retirar a las tropas de esa zona y enviarlas a otra.
—Pero ¿por qué debería hacer eso?
—Porque cortaríais las alas a Kell y Phelan. Como juraron defender la zona, no
pueden moverse, lo que os da mayor acceso a otros territorios sin temer la
intervención de Morgan Kell.
—Ya veo —dijo la arcontesa, inclinándose hacia adelante y clavando el abridor
de cartas en la carpeta—. ¿Adonde podría enviar esas tropas?
—Yo las enviaría a la frontera con la Liga de Mundos Libres, para que Thomas
Marik no se aventurase a hacer nada.
—¿No lo enojaría?
—Tiene que ver que sois fuerte —contestó Tormano, esbozando media sonrisa—.
Es importante que lo vea antes de que os pida matrimonio.
El abridor de cartas cayó sobre el escritorio.
—¿Qué?
—Es una cuestión irrebatible, arcontesa. Vos sois bonita, no estáis comprometida
y tenéis una preciosa dote. Del mismo modo que el matrimonio de vuestros padres
unió dos reinos, también lo haría la unión entre vos y Thomas Marik. Lo más
importante es que probablemente os situaría al frente de ese nuevo reino unificado,
por encima de su hija Isis o de mi sobrino Sun-Tzu. Como consecuencia de vuestro
matrimonio, por supuesto, permitiría que Sun-Tzu se casase con Isis e incorporaría la
Confederación Capelense a la Alianza.
Katrina sacudió la cabeza, reacia a creer lo que estaba oyendo.
—Tendría que estar loco para pensar que me casaría con él.
—De ningún modo. La unión también os beneficiaría a vos porque viviréis más
tiempo que él. Él se aproxima cada vez más a la esperanza de vida de los dirigentes
de la Esfera Interior y, en una ocasión, estuvo a punto de morir a causa de un
atentado. Con el ansia de poder de Sun-Tzu, no podemos estar seguros de cuánto
vivirá. Por otra parte, vos deseáis incorporar la Liga de Mundos Libres a vuestra
Alianza Lirana. Tampoco debemos olvidar que la resistencia de la Esfera Interior
contra los Clanes depende de la capacidad industrial de la Liga. Si os casáis con
Thomas, podréis utilizar toda esa producción, y la mayor parte del ejército de la Liga,
en defensa de vuestro reino.
»Si destinaseis la producción de la Liga a la Alianza Lirana debilitaríais el
Condominio Draconis, lo cual no debería quitaros el sueño. Si el Condominio se
desmorona, ambos sabemos que Victor hará todo lo posible por recuperarlo y
ofrecerá refugio a la realeza kuritana en la Mancomunidad Federada. Incluso podría
casarse con Omi Kurita, una unión que causaría todo tipo de dificultades internas en

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la Mancomunidad.
Katrina entrecerró los ojos.
—En medio de tanta agitación, podría aumentar mis acciones contra Victor y, a la
larga, derrocarlo y hacerme con el poder.
—Lo que os convertiría en el Primer Señor de una nueva Liga Estelar.
—Contando con que alguien no me regale un ramo de flores como a mi madre.
—Es un riesgo, pero podemos minimizarlo —dijo Tormano con una sonrisa—.
Lo más importante es que Thomas no intente tomar por la fuerza o por las armas lo
que podría conseguir con dulces palabras y amabilidad. Tanto si aceptáis como si
rechazáis su petición de mano, el tiempo que pierda persiguiéndoos lo ganaréis vos
fortaleciendo vuestro reino y haciendo planes de futuro.
—Buena puntualización —dijo arqueando una ceja—. ¿Cuándo empezará esta
campaña para conquistar mi corazón?
—Ya ha empezado a través de algunos canales diplomáticos de bajo nivel. Los
cónsules de la Liga están tanteando el terreno para ver cuál sería vuestra reacción
ante una posible visita de Thomas. A mediados de junio será el primer aniversario de
la muerte de su mujer y el fin simbólico del año de luto que Thomas se ha impuesto a
sí mismo. Podría haceros una visita para agradeceros personalmente vuestros amables
mensajes en su época de agravio.
—Seis meses. Bien. Tendré el tiempo que necesito —dijo Katrina, mirando a
Tormano con una leve sonrisa en los labios—. Por supuesto, usted se encargará de las
negociaciones preliminares. Juegue con tiempo.
—Sí, Alteza, pero ¿tiempo para qué?
Tormano se sentía incómodo cuando no podía adivinar lo que ella tenía en mente.
Aunque Katrina era inteligente, su inmadurez e inexperiencia la llevaban a creer en
ciertas cosas que nunca podrían ocurrir ni existir. A veces se cree demasiado lista.
Katrina se levantó y empezó a pasear; una mala señal para Tormano.
—Su análisis de lo que mi hermano haría ante el desmoronamiento del
Condominio se corresponde exactamente con lo que yo pensaba al respecto.
—Bien. Espero.
Ella le sonrió.
—¿Ha oído la expresión «el enemigo de mi enemigo es mi amigo»?
—Es un viejo dicho.
—Y ha sobrevivido hasta ahora porque es cierto. Me sorprende, mandarín Liao,
que tenga varios enemigos que comparten el mismo enemigo. Ese enemigo
compartido debería ser mi amigo.
Tormano no pudo evitar un estremecimiento.
—Tal vez necesitéis una explicación más extensa, Alteza.
—Por supuesto —dijo haciendo un gesto con la mano para indicar que era obvio

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—. El Condominio Draconis ha sufrido mucho en manos de los Jaguares de Humo.
Morgan Kell y sus Demonios estuvieron en Luthien y ayudaron a derrotar a los
Jaguares de Humo. Phelan Kell es un Lobo y, según el capiscol marcial, los Lobos y
los Jaguares de Humo nunca se han llevado muy bien.
Tormano se quedó boquiabierto.
—¿Estáis hablando de una alianza entre vuestro reino y los Jaguares de Humo?
—¡Sí! La simplicidad de la idea es asombrosa, ¿verdad?
Tormano sintió que se le secaba la boca y se alegró de estar sentado.
—Alteza, los Clanes quieren destrozar la Esfera Interior.
—No, mandarín, quieren conquistarla, y yo puedo proporcionarles los medios
para hacerlo con más rapidez.
—Pero…
—Pero ¿qué, Tormano? —preguntó con los brazos extendidos y mirándolo
fijamente—. Usted ha esbozado una forma simple de convertirme en Primer Señor de
una nueva Liga Estelar. Yo he encontrado otros medios para el mismo fin. El inicio
de las relaciones y las negociaciones no significa que traicione a la Esfera Interior.
—Pero tened en cuenta las consecuencias.
—Ya lo he hecho —dijo Katrina, cruzándose de brazos—, y he tomado una
decisión. Esta semana saldré de Tharkad y me dirigiré a la zona de ocupación de los
Halcones de Jade. En apenas cinco semanas, empezaré las negociaciones para la
alianza con los Jaguares de Humo.
Katrina se quedó con la mirada perdida, y Tormano se dio cuenta de que no podía
hacer nada por cambiar su decisión.
—He grabado una serie de mensajes que puede enviar en las fechas adecuadas
para ocultar mi ausencia en Tharkad. He reducido todas mis apariciones en público
porque estoy trabajando con usted para poner en marcha un conjunto de reformas que
cambiarán para siempre la naturaleza de la Esfera Interior, etcétera, etcétera. Usted
será mi enlace con mis consejeros en este proyecto.
—¿Y si hay una emergencia que requiere vuestra participación?
Katrina le lanzó la mirada más fría que pudo.
—Resuélvala.
Tormano abrió la boca para intervenir, pero la volvió a cerrar sin mediar palabra.
Esperó a acumular suficiente saliva y tragarla antes de hablar.
—¿Dejaríais vuestro reino en mis manos? ¿Qué pasaría si no quisiera
devolvéroslo?
—Si se niega a devolvérmelo, diré que tras raptarme me envió a los Clanes en son
de paz. Mi pueblo acabará con usted —dijo Katrina con una sonrisa que le paralizó el
corazón—. ¿Responde eso a su pregunta?
—Bastante bien, arcontesa.

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—Bien —dijo Katrina, sentándose de nuevo en su escritorio—. Tal vez piense
que correr un riesgo así es una locura, pero le aseguro que no. Dentro de diez años, la
marea del Clan volverá a subir, y mi reino desaparecerá, a menos que los
conquistadores tengan un motivo para dejarlo intacto. Yo les daré ese motivo, y la
Alianza Lirana prevalecerá mientras todos los demás reinos se hunden y mueren.

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Sede de los Décimos Soldados de Skye


Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
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Doc Trevena veía como un presagio que lloviese en la soleada provincia de Coventry
el primer día que pasaba con su nueva unidad. Estaba al mando de la Segunda
Compañía del Primer Batallón, llamada los Titanes de la Muerte, aunque ya había
oído el apodo de los Enanos sin Suerte. Ese juego de palabras y los registros de
entrenamiento corroboraban esa conclusión con bastante rigor.
Observó el visualizador holográfico de los registros, que flotaba por encima de su
escritorio. Como él, el personal de la Segunda Compañía procedía de otras unidades.
Los Hauptmanns Dorne y Wells, comandantes de la Primera y Tercera Compañía
respectivamente, habían llegado una semana antes y, como si fueran niños haciendo
equipos, habían escogido lo mejor de un grupo de soldados patéticos.
A Doc no le sorprendía que una unidad tuviera algunos inútiles. A decir verdad, lo
consideraba una realidad de la vida en el ejército. Veía a los inútiles como
«mascotas», gente de gran corazón y trabajadora, pero poco habilidosa. Daban coraje
a la unidad y, a menudo, se convertían en un punto de unión para sus miembros.
Normalmente, se trataba de algún principiante, un tipo de constitución débil o alguien
que no entendía la seriedad de formar parte del ejército.
Ahora tengo una unidad llena de inútiles. Según los informes, parecía que la
única manera de que sus tropas pudieran derrumbar un ’Mech de un disparo era
pilotando el ’Mech atacado. Eran como bonificaciones para el reclutador, al menos
los que le pagaban su cuota trimestral. No eran ciegos ni cojos, pero poco les faltaba.
Doc lanzó un suspiro y miró a través de la holografía a un chico escuálido y de
ojos saltones que había junto a la puerta de su despacho.
—¿Qué ocurre, cabo?

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La nuez de Andy Bick, que, después de su nariz, era su rasgo más prominente, se
movió de arriba abajo.
—Señor, la Hauptmann Dome ha enviado un mensaje para invitarles a usted y al
Hauptmann Wells al Club de los Oficiales para cenar.
Doc se frotó los ojos.
—¿Quién compra?
Bick se quedó petrificado.
—No lo sé, señor.
—Cálmese, cabo; no esperaba que lo supiera.
Bick esbozó una amplia sonrisa.
—¿Era una pregunta retícula, señor?
—Una pregunta retórica, sí, señor Bick —contestó Doc, reclinándose en la silla
—. Entre un segundo y cierre la puerta. Quiero preguntarle algo sobre la Segunda
Compañía.
La sonrisa nerviosa de Bick desapareció casi al instante. Cerró la puerta y se sentó
en el borde de la silla, al otro lado del escritorio de Doc.
—¿S…, sí, señor?
—¿Qué piensa de la unidad? No tiene que darme nombres. No quiero saber a
quién hay que vigilar. Sólo quiero saber su impresión, ya que usted conoce a todo el
mundo, ¿no es así?
Las cejas rojizas de Bick se juntaron cuando frunció el ceño.
—En fin, señor, todos venimos de lugares distintos y no nos conocemos. Nos han
destinado a la base desde que llegamos aquí…
—Sin embargo, hay gente que ya se ha perdido…
—Sí, señor, pero estoy seguro de que fue un accidente.
—Es una base grande.
Bick asintió con entusiasmo.
—Todos tenemos literas, y la mayoría de nosotros pedimos que nos enviaran el
equipo a Coventry. Los que ya lo han recibido lo están compartiendo con los que no
disponen aún de él. La gente se ha portado muy bien.
Doc arqueó una ceja.
—¿Ninguna pelea? ¿Nadie que vaya de matón?
Andy Bick contestó con mucha solemnidad.
—No, señor, nada de eso.
¡No sólo no saben luchar, sino que son buenos tipos!
—¿Y qué hay del equipo? ¿Han podido requisar todo lo que necesitan?
—No, señor. Es decir, tengo los formularios encargados, al menos eso creo, pero
el intendente del batallón todavía no nos ha enviado nada —dijo Bick, alzando la
mirada—. De verdad que lo intento, señor, pero…

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Doc hizo un gesto de asentimiento. El historial de Bick contenía una nota que
indicaba que su promoción a cabo era una promoción de campo que había hecho el
Hauptmann Wells cuando él y Dorne descubrieron que la unidad no tenía oficiales
antes de la llegada de Doc. Bick había cargado con el muerto, aunque probablemente
lo que le había valido el puesto era su experiencia como oficinista antes de entrenar
con ’Mechs.
—No se preocupe. Creo que podremos solucionar ese problema —dijo Doc,
apagando el visualizador holográfico e inclinándose hacia adelante—. ¿Tenemos
’Mechs?
—Sí, señor. Seis Locusts, tres Jenners, dos Valkyries y un Commando.
Doc hizo una mueca de dolor.
—¿Todos ligeros?
—Excepto su Centurión, señor, sí, señor —contestó Bick con una sonrisa
esperanzadora—. Somos una compañía de reconocimiento.
—Qué concepto tan original.
Tal vez si fuera con Dorney Wells a tomar algo podría presentarles a Hemlock
Highballs y reorganizar este regimiento como es debido. Las unidades formadas por
’Mechs rápidos y ligeros eran inestimables para llevar a cabo misiones de
reconocimiento, pero nunca requerían una compañía entera y eran poco más grandes
que una lanza. Para que el reconocimiento tuviera validez, el resto de la unidad tenía
que ser capaz de lanzar suficientes disparos para eliminar todos los objetivos que la
patrulla de reconocimiento localizase. Una compañía formada en su totalidad por
’Mechs ligeros sólo podía proporcionar una serie continua de objetivos para una
unidad más pesada.
Las razones por las que Dorne y Wells habían sacado los ’Mechs ligeros de sus
compañías resultaban obvias: los ’Mechs más pesados eran los que entraban en
combate. Mientras que los Décimos Soldados de Skye no verían mucha acción en
Coventry, otras unidades de combate necesitarían oficiales para dirigir los ’Mechs
pesados. Aunque todos los que enviaban a los Décimos estaban en la misma nave,
Dorne y Wells demostraban ser pragmáticos al estar preparados para irse en cuanto
pudieran. Pese a los muchos años que tenían que pasar antes de retirarse, no todos
estarían con los Décimos Soldados de Skye en Coventry.
—Bien, señor Bick, creo que nuestro trabajo está estancado. ¿Puedo contar con su
ayuda?
El cabo Andy Bick se puso firme.
—Sí, señor.
—Bien. Para empezar necesito que todo el mundo se presente en el cuartel a las
19.00. Quiero que me consiga un proyector holovisual y seis holovídeos de Solaris en
los que aparezcan combates con ’Mechs ligeros, preferiblemente nuestros ’Mechs,

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¿entendido?
Bick tecleó algo en su ordenador portátil.
—Sí, señor.
Doc se llevó la mano al bolsillo y sacó un billete de sesenta coronas.
—Aquí tiene dinero. Compre algo de comer: aperitivos, bebidas y demás, o al
menos todo lo que pueda comprar con sesenta coronas. Es todo lo que tengo por el
momento.
—Sí, señor —dijo Bick con expresión de extrañeza—. Pero si éste es todo su
dinero, ¿qué hará en el Club de Oficiales?
—Dorne y Wells me deben un montón de arcontesas difuntas, así que no se
preocupe por mí —contestó Doc, bajando el tono de voz—. Antes de que se vaya,
Bick, necesito que haga otra cosa.
—¿Señor?
—Usted era oficinista, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Entonces, podría piratear el ordenador del intendente y desviar algo hacia aquí,
¿de acuerdo?
La nuez de Bick tembló como un flan.
—En fin, señor, podría hacerlo, pero, en fin, probablemente me pillarían.
Lo imaginaba.
—Yo lo encubriré. A ver si puede conseguir cosas sueltas y provisiones
especiales, como cervezas exóticas, whisky o algo de valor, ¿vale? —dijo Doc,
observando la expresión de aprieto de Bick—. Considérelo una orden, cabo.
Comprobará la seguridad de nuestros almacenes. Si un enemigo entra y averigua lo
que usted averiguará, piense que puede enterarse fácilmente de la cantidad de misiles
y proyectiles que tenemos, y eso no nos beneficiaría nada.
—No, señor —dijo el escuálido joven, encogiéndose de hombros con impotencia
—. ¿Qué le digo al intendente cuando me llame?
—Dígale que yo le di la orden —contestó Doc con una amplia sonrisa—. Y
dígale que estoy en mi despacho, pero que le he ordenado que le diga que estoy fuera.
Bick frunció el ceño.
—Pero…
—Haga lo que le digo, cabo, y luego encárguese de lo demás —dijo Doc con un
guiño—. Alguien tiene que poner firme a esta unidad, y yo seré quien lo haga.
Doc fingió una expresión de sorpresa cuando el teniente Ricardo Copley entró en
su despacho como un vendaval.
—¿Qué significa esto? —preguntó.
Copley cerró la puerta de golpe, se dirigió hacia Doc y apoyó las manos en la silla
donde Bick se había sentado antes.

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—Creo que yo debería hacerle la misma pregunta, señor —dijo alargando el
término señor hasta convertirlo en una burla—. Su rata oficinista me ha dicho que le
ha ordenado piratear mi ordenador y enviar algunas provisiones aquí. Ha metido la
pata, Trevena, y usted y su unidad lo pagarán caro. No sabe con quién está hablando.
—Déjeme adivinar —dijo Doc, señalando hacia la silla que tenía enfrente.
Mantuvo un tono cordial, sin rastro de la indignación o el miedo que Copley esperaba
oír—. Por favor, teniente, siéntese.
Copley se sentó cautelosamente.
—Su chico era el que estaba equivocado, no yo.
Doc esbozó una sonrisa y se puso en pie.
—Está bien, teniente, vayamos al grano. Usted es uno de los pocos que no es
nuevo en esta unidad, lo que significa que, o bien las FAAL no saben adonde
destinarlo, o tiene el suficiente descaro como para rechazar cualquier traslado. Sea
cual sea la opción, apunta a alguien que es un parásito de primera. Está metido en el
mercado negro local y puede mover gran cantidad de mercancía. Como no tiene a
nadie por encima, sólo obtiene beneficios. ¿Voy bien hasta aquí?
—Yo no he dicho nada.
—Ni falta que hace, teniente. Puedo ver el orgullo en sus ojos —dijo Doc con una
risita—. Es un tipo con recursos. Creo que podemos negociar.
—¿Cómo, Trevena? Usted no tiene nada que yo quiera.
—¿No?
—No —contestó el hombrecillo, retocándose el pelo engominado—. Tiene un
lote de inútiles y enclenques para vigilar el planeta con ’Mechs de peso ligero. Una
ráfaga de viento, y su unidad se va a pique —dijo Copley con una risa burlona y una
mirada desafiante—. ¡Qué demonios! Hasta una brisa acabaría con su unidad.
—Exacto.
—¿Eh?
Doc esbozó una sonrisa.
—Le contaré una historia. Una de mis primeras misiones fue con una unidad que
utilizaba un equipo que ya estaba desfasado antes de la Cuarta Guerra de Sucesión.
Queríamos un equipo nuevo, más ligero y duradero y de mayor calidad que el que
estábamos utilizando, pero control no quería dárnoslo porque decían que ya teníamos
uno. Por si fuera poco, gran parte de nuestro inventario no eran más que unos y ceros
en el ordenador, lo que significaba que el equipo había desaparecido, se había
estropeado o se había perdido.
—Y usted, al ser el oficial al mando de la unidad, tenía que correr con todos los
gastos —dijo Copley, cruzando las piernas—. Me rompe el corazón.
—Puede ser que esto se lo recomponga. Ordené a mis empleados que trasladaran
todo el material fantasma y el material anticuado que teníamos a uno de los

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almacenes en desuso de la base. Allí sólo estaba nuestro equipo. Entonces, tuvimos
un accidente durante el entrenamiento. Alguien utilizó las coordenadas incorrectas
para las misiones de artillería de apoyo, y…, ¡puf!, todo el material se perdió sin
dejar rastro. Informamos del accidente y nos enviaron un equipo nuevo.
Doc esbozó una amplia sonrisa.
—Por supuesto, el almacén en el que lo colocamos era un cuartel abandonado.
Tenía unos dieciséis metros cuadrados, pero habíamos metido unas veinte mil
toneladas métricas de material. En Coventry tendríamos que hacerlo de otra manera,
pero se sorprendería de todo el material que podríamos meter en un solo aerocoche
para detonarlo durante un ejercicio.
Copley se había quedado boquiabierto con la explicación de Doc y cerró la boca
de golpe. El intendente sacudió la cabeza, pero todavía tenía los ojos vidriosos.
—Con la puntuación y el historial de los suyos nadie dudaría de todo lo que se
perdiese o se destrozase por accidente.
—El sesenta para usted y el cuarenta para mí.
Copley lanzó un resoplido.
—A mi manera, claro.
—No, teniente, a la mía. Usted obtendrá veinte puntos si me consigue el equipo
que quiero en el mercado negro.
Copley frunció el ceño.
—¿Por qué comprarlo si lo podemos obtener directamente de las FAAL?
—Nuestra unidad está estancada. Lo único que harán será enviarme piezas
restauradas y una parte del cargamento que les pidamos. Tal vez mi gente sea una
pandilla de chiflados, pero serán los chiflados mejor equipados que conoce. Usted
apostará mi cuarenta por ciento en algo duradero, ¿me sigue?
—Sí, le sigo.
—Bien. Supongo que también estará metido en las redes sensacionalistas locales.
Quiero todo lo que me pueda servir para algo, ¿de acuerdo? Quiero saber lo que
codician mis superiores y cómo sacárselo…
—O cómo utilizarlo contra ellos, ¿no?
—Veo que nos llevaremos bien, señor Copley.
—Creo que sí, señor —dijo Copley, poniéndose en pie y haciendo un saludo a
Doc—. Le daré algo gratis ahora mismo…
—Llámeme Doc.
—Doc. Al Hauptmann Wells le gusta jugar al póquer y probablemente intentará
embaucarlo para que juegue con los oficiales del Tercer Batallón. Cuando Wells hace
trampas suele parpadear mucho.
—Se lo agradezco, pero esta noche no jugaré al póquer —dijo Doc,
acompañándolo a la puerta y abriéndola—. He quedado con mis hombres.

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—Le traeré más material mañana —dijo Copley con una picara sonrisa—,
incluidas las coordenadas de un par de aerocoches bien cargados.
Doc llegó a la oficina antes del amanecer del día siguiente y se dispuso a revisar
el historial de las doce personas a las que había conocido la noche anterior. Todos le
habían parecido bastante agradables y ninguno de ellos parecía ser tan desastroso
como indicaba el historial correspondiente. Se habían mostrado atentos, quizás algo
apasionados, pero simpáticos. Serían las mascotas perfectas si estuvieran en otra
unidad.
Bick había hecho un buen trabajo seleccionando holovídeos, y Doc los utilizó
como si fueran películas grabadas con la cámara de una pistola en el informe del
resultado de una misión. Le habían hecho buenas preguntas, aunque un poco
ingenuas, y las respuestas a lo que él les preguntaba habían sido vacilantes, más
correctas que incorrectas, pero con esperanzas de mejora.
Alzó la vista cuando Bick dio un golpe en el marco de la puerta abierta.
—¿Sí, cabo?
Bick se dirigió al escritorio y lanzó un sobre.
—Es el dinero de ayer por la noche.
—¡Oh! —dijo Doc, abriendo el sobre y adoptando una expresión de extrañeza al
ver los billetes—. Aquí hay sesenta coronas. Es lo que le di para comprar los
aperitivos y alquilar los holovídeos.
Bick hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, señor.
—¿Entonces?
Bick se balanceó ligeramente antes de contestar.
—Bueno, señor, cuando acabamos, después de que usted se fuera, comenté que lo
había pagado todo de su bolsillo. Creímos que no era justo, así que hicimos una
recolecta y, en fin, aquí está.
Doc sacudió la cabeza. ¡Me han devuelto el dinero! Esta gente es demasiado
buena para pertenecer a esta unidad.
—¿Ocurre algo, señor?
—No, cabo, nada —contestó Doc con un suspiro y una sonrisa—. Ya sabe lo que
dicen de que los buenos tipos son siempre los últimos. Creo que tenemos que
asegurarnos de que eso no les ocurra a los Soldados de la Segunda Compañía ¿no
cree?

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Ciudad de Avalon
Nueva Avalon
Marca de Crucis, Mancomunidad Federada
7 de enero de 3058
Victor Ian Steiner-Davion, Príncipe arconte de la Mancomunidad Federada, lanzó un
hondo suspiro mientras revisaba su programa.
—Por cada cosa que quiero hacer hay dos que no quiero hacer.
Uno de los otros dos hombres que había en el despacho recubierto de nogal
sonrió, a diferencia del de mayor estatura y mirada de hiel. Jerrard Cranston, jefe de
inteligencia de Victor, se encogió de hombros después de sonreír.
—Espero que este informe no sea una de las cosas que no queréis hacer.
Victor señaló hacia el monitor.
—Esto podemos ponerlo en la columna de lo que quiero. La inauguración de la
selección de sellos para este año pertenece a la del no, como asistir al almuerzo de la
Sociedad para la Repatriación de Animales Huérfanos.
—No olvidéis que esos delicados animalitos sirven para hacer buenas operaciones
holovisuales para los medios de comunicación —dijo Cranston, esbozando una
amplia sonrisa—, y en la inauguración de los sellos podéis mostraros elocuente sobre
la alegría de volver a ver el rostro de vuestro querido viejo amigo Galen Cox.
El Príncipe arconte se echó a reír. Le parecía increíble lo bien que Galen Cox se
había transformado en el personaje de Jerrard Cranston, que habían creado para
encubrir la supuesta muerte de aquél. Cada vez pensaba más en Jerry que en Galen,
un fenómeno que lo inquietaba un poco. Galen es un vínculo con mi vida como
guerrero y no quiero perderlo.
Curaitis, el hombretón de oscura cabellera del servicio de inteligencia, miró a
Cranston con recelo.
—Su retrato está muy bien conseguido. Pero si alguien se dedica a pintarle el pelo

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y dibujarle una barba, su secreto podría estar en peligro.
Victor sacudió la cabeza.
—Dudo que unos garabatos constituyan una seria amenaza a la identidad de Jerry.
Además, Galen era mucho más guapo que Jerry.
—Estoy de acuerdo, pero cualquier filtración podría complicar las cosas.
Victor asintió con un gesto de cabeza. El atentado fallido contra Galen le había
revelado dos cosas. La primera era que el duque Ryan Steiner, el rival de Victor en la
lucha por el poder de la Marca de Skye, había ordenado el golpe, y Victor había
recompensado a Ryan de forma parecida, solucionando así el problema de Skye.
La segunda era mucho más preocupante; sin embargo, no podía hacer nada al
respecto sin una prueba definitiva. Su hermana Katherine —se negaba a utilizar el
nombre de su santa abuela— se había enterado del intento de asesinato y no había
hecho nada por advertir a Galen. En un intento de averiguar los motivos, Curaitis
había descubierto una prueba circunstancial de la participación de Katherine en la
conspiración de Ryan para asesinar a Melissa Steiner Davion —la madre de Victor y
Katherine— en un atentado.
—No creo que mi hermana mire un sello garabateado y descubra todo lo que
sabemos sobre sus operaciones —dijo Victor, sacudiendo la cabeza—, y aunque lo
descubra, cualquier acción que emprenda para borrar sus huellas podría conducirnos
a la prueba que necesitamos para demostrar que estaba tras el asesinato de mi madre.
Jerry asintió con un movimiento de cabeza.
—El sello pertenece a la serie de «Los héroes de la Esfera Interior» y, como todos
están muertos, la gente lo tomará como una prueba de la defunción de Galen. Los
únicos que lo pondrán en duda serán los buscadores de vídeos sensacionalistas, pero
si dejamos que inventen una historia aún podremos beneficiarnos de ella.
Curaitis se encogió de hombros como si no le importase su razonamiento.
—No puedo evitar que pendáis de un hilo.
—Su precaución es la razón de que lo necesite —contestó Victor con delicadeza
antes de girarse hacia Jerry—. ¿Algo nuevo sobre las FAAL?
Jerrard Cranston se sentó en una silla.
—Todavía se está movilizando al personal. Los Cuartos, Décimos y
Decimoséptimos Soldados de Skye están siendo rechazados, y la gente cree que son
partidarios del régimen davionista. Es más probable que las tensiones en algunas de
esas unidades las lleven a una guerra entre ellas que la aparición de un enemigo
común.
Victor entrecerró los ojos.
—Alguien se está encargando de castigar a esas unidades personalmente en la
rebelión de Skye. Miembros de los tres grupos lucharon en Glengarry contra la
Legión de Gray Death. ¿Es obra de Katherine o de la influencia de Tormano Liao?

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—El sentimiento Steiner se encuentra muy extendido en las FAAL. Nondi Steiner
todavía está al mando, y seguramente su idea es reformar esas unidades.
—La tía abuela Nondi —repitió Victor con una expresión de extrañeza—. Nunca
la tomé con ella, ni ella conmigo. Es la fuente de lealtad Steiner en la Alianza Lirana
y parece haber transferido sus sentimientos por medio de mi abuela a mi hermana. Ha
sido una buena jugada mantener a Nondi como comandante del ejército de la Alianza
Lirana porque tiene la experiencia necesaria, pero su odio hacia el Condominio
Draconis significa que todo lo que he hecho o haré en cooperación con los Dragones
la ofenderá.
Jerry hizo un gesto de asentimiento.
—Ha hablado públicamente sobre la ocupación del Pulgar de Lyons por las tropas
del Condominio.
—Bajo el liderazgo de ComStar y como pacificadoras —corrigió Victor.
—Vos y yo lo sabemos, Alteza, pero ella lo ve de otra manera —dijo Curaitis—.
Están reorganizando y mejorando el funcionamiento de las FAAL, lo cual ha
reducido la eficacia del servicio de inteligencia en el ejército lirano. Ahora mismo, no
confiaría mucho en la veracidad de esas fuentes.
—Eso no me gusta, pero no podemos hacer gran cosa al respecto —dijo Victor
con el ceño fruncido—. ¿Ha mejorado el programa para que nos devuelvan nuestras
Naves de Salto y de Descenso?
—Un poco, gracias a la influencia de Tormano. Una parte de las provisiones y el
dinero que estamos pagando para rescatar nuestras naves está destinada a las viejas
fuerzas de Capela Libre de la Marca de Caos. Eso les favorece porque así mantienen
preocupados a Sun-Tzu Liao y a Thomas Marik, pero no me gusta haber establecido
el precedente de pagar para obtener un material que nos pertenece.
—Bien, usted asegúrese de que todo lo que enviamos a Katherine aparece en la
lista de ayuda externa. Puede ser que nos dé una buena perspectiva en la publicidad
de este desastre —dijo Victor—. Thomas se reunirá hoy con nuestro embajador en
Atreus para aclarar los detalles de la paz entre ambos, ¿verdad?
—Sí, Alteza. No creemos que haya problemas.
Victor miró a Curaitis.
—¿La prueba de seguridad de la división forense del servicio de inteligencia no
ha descubierto filtraciones?
—No, Alteza.
—¿De modo que nadie, excepto nosotros tres, sabe que el hombre que gobierna la
Liga de Mundos Libres es, en realidad, alguien que se parece a Thomas Marik y que
fue sustituido por ComStar en 3037?
El taciturno agente alzó la cabeza.
—¿Nadie excepto el propio Thomas y personal de ComStar o Palabra de Blake?

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—No, que nosotros sepamos, Curaitis.
—No, Alteza, nadie más lo sabe, que nosotros sepamos.
El Príncipe se puso en pie tras el enorme escritorio de roble que había servido a
su padre antes que a él, y se paseó de un lado a otro de la estancia.
—He estado pensando sobre la manera de utilizar esta información, pero sigo sin
sacar nada en claro. Usarla para obtener concesiones de Thomas parece lo más
lógico, pero él denunciaría los datos como parte de un plan de ComStar para
desacreditarlos a él y a Palabra de Blake.
Jerry se frotó suavemente la barba.
—Si diéramos la información a Isis Marik garantizaríamos su toma de posesión
del trono como heredera de Thomas. Después de todo, la capitanía general es suya
por linaje.
—Pero ella está comprometida a casarse con Sun-Tzu Liao, y él estaría dispuesto
a matar a Thomas para ponerla en el trono, sobre todo si le correspondiera
legítimamente y pudiera demostrar que el gobernador actual es un impostor.
—Pero dejar que Sun-Tzu adquiera tanto poder no nos interesa —dijo Jerry,
sacudiendo la cabeza—. La verdad es que el hecho de que el Thomas Marik que
ocupa el trono sea un impostor no importa. Ha encontrado la manera de dar a su
pueblo lo que quiere. Es más popular que nunca, sobre todo desde que recuperó los
mundos que arrebató a la Liga en 3028. Aunque se descubriera la verdad, la gente de
la Liga seguiría apoyándolo.
Victor se echó a reír.
—¿No es muy irónico que el líder más capacitado de la historia de la Casa Marik
no sea un Marik?
Curaitis esbozó media sonrisa, que dio a Victor un mal presentimiento.
—¿No sería aún más divertido si ComStar tuviera al Thomas Marik real
congelado en alguna parte?
—¿Es posible?
—Por supuesto, Alteza.
Jerry miró extrañado a Curaitis.
—Pero es pura especulación. No hay pruebas de ello.
El Príncipe asintió con la cabeza.
—Hágame un resumen.
Curaitis lanzó un suspiro antes de hablar.
—ComStar tardó ocho meses en revelar la supervivencia de Thomas al mundo en
general, pero según el informe de daños sufridos no parece que fuese necesario tanto
tiempo para recuperarse. Es cierto que utilizaron términos como complicaciones y
rehabilitación para explicar el retraso, pero no tenían por qué tardar tanto en entrenar
a un agente para que ocupara el puesto de Thomas, como tampoco tenían que esperar

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tanto a que las cicatrices y las alteraciones visibles del actual Thomas desaparecieran
hasta el punto de que pudiera aparecer en público.
Victor cerró los ojos por un segundo y asintió.
—Creo que sé por dónde va. ComStar no dijo nada cuando sacó a Thomas de los
escombros porque no estaban seguros de si sobreviviría o no. Entonces, hizo algún
progreso y supieron que les agradecería que lo hubieran salvado. Luego, empeoró o
se estancó y tuvieron que buscar a alguien para que ocupara su puesto hasta el día en
que pudiera volver al trono. ¿Quién podría tenerlo si siguiera vivo?
—No lo sabemos. Creemos que no hubo mucha gente involucrada en la operación
y probablemente la mayoría habrá muerto, como la Primus Myndo Waterly, por poner
un ejemplo. Ella podría haber enviado a Thomas a un centro de cuidados intensivos,
en la Tierra o en alguna otra parte, sin decir a nadie quién era Thomas en realidad —
dijo Jerry, sacudiendo la cabeza—. Pero no creo que ComStar lo tenga ni sepa que lo
tiene porque lo habrían utilizado contra Palabra de Blake.
Victor asintió con un gesto de cabeza.
—Y si Palabra de Blake lo tuviera, el actual Thomas adularía más sus esfuerzos
por miedo a que lo delatasen.
—Exactamente lo que yo pensaba, Alteza.
—Entonces, ¿existe algún modo de que podamos encontrar a Thomas en caso de
que siga vivo?
Jerry sacudió la cabeza.
—La Esfera Interior es un pajar demasiado grande para buscar una aguja.
—Ya lo sé. Si fuera fácil, ya habríamos encontrado y habríamos capturado al
hombre que asesinó a mi madre —dijo Victor con una leve sonrisa—. Y si fuera fácil,
no les pediría que lo hicieran. Veamos si encontramos alguna pista en los archivos de
la ManFed. Myndo podría haberlo escondido en el reino de mis padres para evitar
que su Thomas se volviera deshonesto. Además, la Esfera Interior cuenta con los
mejores centros médicos.
—Haremos lo que podamos, Alteza —dijo Jerry Cranston, sacando su ordenador
del bolsillo y pulsando unas teclas—. Lo último por hoy, señor: el capiscol marcial ha
enviado un mensaje solicitando posponer el ejercicio de entrenamiento en Tukayyid
hasta mediados de marzo. Estoy trabajando con Shin Yodama para ver cómo afectaría
a las unidades del Condominio involucradas. El retraso es una contrariedad, pero la
operación se ha puesto en marcha rápidamente, de modo que es probable que surjan
problemas de este tipo.
Victor Davion adoptó un gesto petulante. El año 3057 había sido desastroso, y él
atribuía la mayoría de sus problemas a la manera como había imitado
inconscientemente a su padre. Fue entonces cuando las cosas empezaron a ir mal.
Incluso la invasión de la Liga de Mundos Libres de la Marca de Sarna podía

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atribuirse a la aprobación del proyecto Géminis que había iniciado su padre, un
proyecto que Victor creía que deberían haber zanjado por completo.
Para no cometer de nuevo el error de intentar ser Hanse Davion, había decidido
volver a lo que siempre había sido el núcleo de su existencia. Victor había sido
educado para ser un guerrero y, pese a la agitación de la Mancomunidad Federada y
la Esfera Interior, los Clanes seguían representando la mayor amenaza para la
civilización. Para reforzar este hecho en las mentes de todos y volver a la vida que
mejor conocía, había diseñado y propuesto al capiscol marcial y al coordinador del
Condominio Draconis una operación conjunta de entrenamiento militar en Tukayyid,
el mundo donde se había detenido la invasión de los Clanes.
Focht y Kurita habían aprobado el ejercicio, que, en principio, estaba programado
para mediados de febrero. Tener que aplazarlo un mes era poco alentador, pero Victor
dispondría de más tiempo para recuperar las naves de la Alianza Lirana. También le
permitiría trasladar a Tukayyid al Equipo de Combate del Regimiento de la Guardia
Pesada Davion sin tener que pagar tanto peaje por los recursos de comercio y
transporte interestelar de la Mancomunidad Federada.
—¿Este retraso se debe al hecho de que Focht haya partido hacia Morges?
—Sí, Alteza; un inesperado giro en los acontecimientos. Además, Morgan Kell ha
permitido que una parte del Clan de los Lobos se desplace a Arc-Royal. Supongo que
el capiscol marcial tendrá suficientes datos sobre la situación para informarnos
cuando lleguemos a Tukayyid.
—Bien, supongo que eso significa que puedo dedicar un mes a almuerzos y cenas
antes de irme —dijo el Príncipe, sentándose de nuevo a su escritorio—. Y me
aseguraré de que ese mes esté lleno de sesiones de simulacros y entrenamiento real de
’Mechs.
Jerry esbozó una sonrisa.
—¿Una media de dos por día?
—Como mínimo, Jerry; como mínimo.

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Nave de Descenso Lobo Negro


Afueras de Wotan
Zona de ocupación de los Halcones de Jade
10 de enero de 3058
La cabina que le había sido asignada a bordo de la Lobo Negro como Khan veterano
de los Lobos le daba la sensación de que todavía pertenecía a Ulric Kerensky. El
ronda este lugar. La decoración espartana, los recuerdos de una vida gloriosa al
servicio de los Clanes, todo parecía presionar a Vlad, pero no tanto porque le
recordara a Ulric como a lo que Ulric le había dejado.
Como los Lobos habían salido a disputar sus últimas batallas de la guerra contra
los Halcones de Jade, Ulric había confiado a Vlad el futuro del Clan. Él me dejó su
legado. Vlad había dicho a Ulric que si los Lobos perdían y se repudiaba la tregua de
ComStar reuniría a los Lobos y adelantaría a los otros Clanes para apoderarse de la
Tierra y cumplir el principal propósito de la invasión.
—Creo que sería mejor para todos si usted muriera hoy conmigo —había
contestado Ulric.
Y estuve a punto de morir, como nuestro Clan.
Ulric sabía que Vlad nunca lograría llevar a cabo su plan. Había visto las fuerzas
de las unidades de Lobos restantes.
Varios núcleos estelares de combate habían sido destruidos en su totalidad. Las
galaxias estaban repletas de ’Mechs desvencijados y pilotos heridos. Muchos de los
mejores pilotos habían caído, sobre todo los que apoyaban la visión de los Cruzados,
mientras que otros habían seguido al Khan Phelan hacia la Esfera Interior. En total, el
diez por ciento de nuestros guerreros.
Resultaba obvio que la intención de Ulric era formar una colonia de Clanes en la
Esfera Interior, como lo era el hecho de que intentara dejar un Clan maltrecho tras él.
Ulric creía que Vlad rescataría a los supervivientes y seguiría a Phelan al reino

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enemigo. Los Lobos dominantes serían Guardianes y se enfrentarían a los Clanes
desde fuera.
El jihad de Ulric contra los Halcones de Jade había triunfado, pero también había
causado grandes daños. Habían empezado a llegar las cifras de las unidades
destruidas a lo largo de los pasillos de ataque que Ulric y Natasha habían utilizado
para acabar con los Halcones de Jade. Disponían como máximo de una galaxia y
media de Lobos preparados para el combate, y sólo en el caso de que Vlad se rebajara
a contar los cazadores de bandidos solahmas como unidades del frente.
La escasez de guerreros del Clan le recordó el comentario de Marthe Pryde. En
una situación tan debilitada, el Clan de los Lobos era un objetivo lógico para un
verdadero Juicio de Absorción. El hecho de que la guerra de Ulric se hubiese
disputado principalmente en planetas de los Halcones de Jade significaba que las
propiedades de los Lobos en la zona de ocupación eran bastante atrayentes. Si Vlad
no podía defenderlas, otros Clanes se apoderarían de esos mundos sin dejar ninguna
esperanza a los Lobos de volver a ser un Clan dominante.
Vlad se paseó alrededor del escritorio de Ulric y se sentó en la silla de lona desde
la que había sido aleccionado en tantas ocasiones. Era demasiado optimista esperar
que el que ocupase el puesto de Ulric heredaría su sabiduría y, sin embargo, había
algo en aquel lugar que parecía ayudar a Vlad a esclarecer y organizar sus
pensamientos.
Su primer problema era evidente: tenía que reconstruir la casta guerrera de los
Lobos para llenar el vacío que habían dejado las víctimas y los heridos. Aunque
muchos de los sibkos más prometedores se habían exiliado con Phelan, quedaban
bastantes compañías de hermanos para garantizar la existencia de guerreros en el
futuro. Si ampliaba el programa de reproducción crearía más sibkos, y si examinaba
los sibkos existentes en busca de guerreros precoces obtendría rápidamente nuevos
linajes para el comando de ’Mechs. Por otra parte, si recurría a los guerreros que
estaban entrenando a los sibkos perjudicaría el programa de entrenamiento a corto
plazo, pero necesitaba personal desesperadamente.
Pensó en la posibilidad de adoptar probables candidatos de las castas más bajas
del Clan para la casta guerrera, pero rechazó la idea enseguida. Como buen guerrero,
desconfiaba de las habilidades marciales de cualquiera —cualquier librenacido—
engendrado fuera del programa de reproducción del Clan. El hecho de que Phelan
fuera un librenacido aumentaba su odio hacia ellos, pero al mismo tiempo sabía que
no podía permitir que sus sentimientos disminuyeran las posibilidades.
Necesito personal. El lugar obvio para conseguir refuerzos para las unidades del
frente eran las diversas unidades que defendían los mundos que los Lobos habían
conquistado, pero hacer una cosa así significaba perder el control de esos planetas si
no encontraba sustitutos. Aunque no le gustaba la idea, Vlad se daba cuenta de que

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tendría que empezar a reclutar personal en masa de las castas más bajas si quería
sacar a sus mejores guerreros de las unidades del frente.
Esa situación ayudaría a los Lobos a recuperar un año o dos, pero el segundo
problema de Vlad pedía a gritos una solución inmediata. Cuando el Gran Consejo se
volviese a reunir, un Clan u otro solicitaría un Juicio de Absorción en detrimento de
los Lobos. Juicios así sólo se habían concedido en dos ocasiones porque en los otros
casos el Clan debilitado había sido capaz de hacer acopio de todas sus fuerzas para
impresionar a los otros Clanes y ganar tiempo.
Si se preparaba para defender sus propiedades sólo conseguiría que lo asaltasen,
pese a lo costoso que el ataque podía ser para el Clan atacante. Somos guerreros. La
pasividad merece la absorción. Aunque tal período de preparación perjudicaría
gravemente al Clan absorbente —como los Hacedores de Viudas habían hecho con
los Lobos en el pasado—, sus esfuerzos no impedirían que los Lobos se
desvaneciesen para siempre.
Vlad, era consciente de que la audacia resultaba la única esperanza real de
preservar el Clan. Tenía que reunir el escaso personal militar con el que contaba y
atacar a otro Clan, y tendría que atacar con fuerza, para que la presa no dudara que
los Lobos todavía tenían los colmillos muy afilados. También tendría que herir su
honor para que apostaran alto y así ganar el derecho al Juicio de Absorción. Si
seleccionaba bien el objetivo, podían incluso apostar demasiado para ganar el
derecho a absorber a los Lobos y, luego, ser incapaces de conquistarlo.
La selección del objetivo era crucial, y él lo sabía, como también sabía que tenía
que ser uno de los Clanes invasores. A los demás Clanes, por el mero hecho de que
no habían ganado el derecho a la invasión, no les prestaba la menor atención.
Abalanzarse sobre cualquiera de ellos podía interpretarse, incluso, como un signo de
debilidad.
El Clan al que atacase tenía que ser altivo y pagado de sí mismo. Enseguida pensó
en los Halcones de Jade, sobre todo entonces que el bochorno de hégira seguía
ardiendo en su corazón; pero rechazó la idea al instante porque el ataque a los
Halcones sólo conseguiría debilitar más a ambos Clanes. Aunque Vlad no sentía
ninguna estima por los Halcones, no eran el objetivo de absorción más atrayente.
El otro Clan que cumplía los requisitos tenía el beneficio añadido de ser un viejo
enemigo de los Lobos. Los Jaguares de Humo y los Lobos habían sido rivales casi
desde el principio, y el hecho de que un Lobo hubiera sustituido a un Jaguar de Humo
como ilKhan reconcomía a los Jaguares. Lo más importante era que los Jaguares de
Humo se habían unido para luchar contra el Condominio Draconis, de modo que
estarían en una situación de desventaja para atacarlo a él.
Y un ataque contra ellos recordaría a Lincoln Osis que somos iguales y que no
puede darme órdenes.

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El hecho de que la zona de ocupación de los Osos Fantasmales se encontrase
entre los Lobos y los Jaguares de Humo era otro punto a favor de Vlad. No explicaría
a los Osos lo que quería hacer hasta después de hacerlo. Aunque protestarían, los
Osos y los Lobos habían sido aliados durante el mismo tiempo que los Lobos y los
Jaguares se habían odiado. A pesar de que era posible que tuviera que hacerles alguna
concesión, los Osos lucharían contra la incursión de los Jaguares de Humo en su
espacio.
Los Jaguares estarían moralmente obligados a exigir el derecho de absorber a los
Lobos. Otros disputarían ese derecho, porque permitir que los Lobos fuesen
absorbidos por los Jaguares desembocaría en la unión de dos de los Clanes más
poderosos. De ese modo, el resultado de la invasión sería predecible, y ninguno de los
otros Clanes querría ver a los Jaguares de Humo elevándose por encima de ellos.
Vlad sonrió para sus adentros.
—Entonces, tienen que ser los Jaguares de Humo. ¿Tú también lo habrías hecho
así, Ulric?
Vlad no creía en las sombras de los muertos hablando con los vivos, pero el
pesado silencio de la cabina parecía ser la respuesta.
—Como no hay objeción, aquí y ahora empieza el renacimiento de los Lobos. El
objetivo que rehuiste, Ulric, es el que ahora tengo que alcanzar.

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Sede militar de ComStar


Academia Militar de Sandhurst, Berkshire
Islas Británicas, la Tierra
20 de enero de 3058
La capiscolesa Lisa Koenigs-Cober gritó tras el impacto de los paneles en su espalda
cuando el Quickdraw salió disparado en un argénteo tridente de fuego. Aunque estaba
sentada en un simulador de la Academia Militar de Sandhurst mientras el resto de la
Fuerza de Defensa Terráquea y los Vigésimo Primeros Lanceros de Centauro
utilizaban simuladores en el complejo de Salina, en Kansas, la experiencia le parecía
tan real como si estuviera en la batalla de Tukayyid. Si hubiera pisado a fondo los
pedales de propulsión de salto en combate, la inercia la habría incrustado en su
asiento de mando. Los paneles que había detrás del asiento del simulador le
recordaron ese hecho de la manera más real posible.
El BattleMaster salió propulsado hacia arriba mientras el suelo explotaba bajo sus
pies. Una bola de fuego quemó las patas del ’Mech, pero el monitor auxiliar no
mostró ningún daño. Es un milagro. Si me hubiera quedado en tierra, ese disparo de
misiles de largo alcance me habría hecho añicos. Aunque el daño habría aparecido
en forma de ceros y unos en la memoria de un ordenador, quería evitarlo como si se
tratara de su propia carne.
El disparo procedía de la parte más lejana de una cordillera. Sabía que debía
haber una compañía de los Lanceros en la pendiente opuesta, pero antes de rozar las
nubes no tenía ni idea de dónde se encontraban. Mientras el Quickdraw alcanzaba la
cúspide de su salto, vio la zanja irregular abierta en la tierra y, aunque su presencia
auguraba problemas, sabía que los suyos corrían mayor peligro.
Tienen un observador que detecta los ataques de misiles de los Archers y los
Catapults en esa zanja. Pero ¿dónde?. Convirtió el escáner de resonancia magnética
de la imagen holográfica del campo de batalla en ultravioleta. Dos líneas diminutas,

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oscuras sobre el color dorado de la pradera, coincidieron en un punto a los pies de las
colinas. El observador había marcado su ’Mech con un láser ultravioleta, y luego
había utilizado otro LUV para retransmitir los datos del objetivo a los ’Mechs que
esperaban a sus tropas.
—Def-T Uno a todas las unidades. Compañía Alfa, lanzad fuego MLA de
contención a la coordenada cartográfica 323.455. Compañías Beta y Gama, girad
hacia 37,5, separaos y acelerad. Están al otro lado de la pendiente.
Lisa soltó los pedales de propulsión de salto e hizo aterrizar el Quickdraw unos
cien metros por delante de donde había estado antes. El ’Mech se agachó cuando las
gruesas capas de miómero absorbieron la fuerza del aterrizaje. Mientras alcanzaba los
diez metros de altura, los MLA de la Compañía Alfa pasaron por encima de ella. A un
kilómetro de distancia, arrasaron el sector cartográfico del objetivo y los ocho que lo
rodeaban.
El ordenador proyectó una tormenta de fuego donde se encontraba el observador
de los Lanceros. Las Compañías Beta y Gama ya estaban descargando en la zona
abierta en dirección a las colinas, y la Compañía Alfa había empezado a seguirlas.
Alfa se quedaría atrás y lanzaría fuego de contención a los objetivos de los Lanceros
cuando Beta y Gama lo solicitasen; de ese modo, se crearía un paraguas protector,
bajo el que las Compañías de Asalto Cerrado y de Ataque del Batallón Uno podrían
operar con más eficacia. Así es como se supone que debe trabajar una unidad.
Alcanzó los cuarenta kilómetros por hora, volvió a cambiar a luz ultravioleta y
empezó a seguir a la Compañía Gama alrededor de las colinas para flanquear a los
Lanceros. El miedo le hizo un nudo en el estómago, pero no era el mismo pavor que
había experimentado al enfrentarse a los Clanes. Aquél había sido atroz, pero había
conseguido superarlo porque había que detenerlos. Entonces, el miedo procedía de la
muerte y el fracaso, y en ese momento, de la vergüenza.
La actuación de los Vigésimo Primeros Lanceros de Centauro había sido muy
buena durante los ejercicios de orientación. Al principio, los resultados no le
importaban, sobre todo porque el capiscol marcial había empezado a enviar tropas
principiantes a la Fuerza de Defensa Terráquea desde Tukayyid. Atribuía la pésima
actuación de las unidades de ComGuardias a la fatiga del viaje a la Tierra; además,
muchos comandantes todavía se estaban familiarizando con el nuevo personal.
La situación no era del todo favorable a los suyos, de ahí que decidiera unirse a
ellos en una serie de ejercicios. En ésta, la tercera operación en la que participaba, sus
tropas habían empezado actuando al nivel que esperaba de las unidades de
ComGuardias. En las dos primeras, se habían mostrado vacilantes, pero habían
seguido a sus comandantes, a quienes, a su vez, los incomodaba que su superior los
estuviera vigilando. Los Lanceros los habían despachado con bastante facilidad en
esos combates.

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Lisa rodeó la colina y encontró un valle lleno de fuego y humo. La Compañía
Gama se había separado en un trío de lanzas de ’Mechs que disparaban contra la
posición de los Lanceros. Los mercenarios, aprisionados, recibieron el fuego de la
Compañía Beta, que apareció por el norte, y el de la Gama, que lo hizo por el flanco,
lo cual les proporcionó demasiados objetivos como para luchar con eficacia.
Los dardos de los láseres escarlata arremetieron contra la cabeza de un Crusader
de los Lanceros, y un rayo azul del CPP atravesó la portilla de la cabina. El ’Mech
ciclópico se inclinó hacia atrás, y los ordenadores cortaron todas las entradas del
tanque simulador del piloto. Una cortina de humo negro se desprendió del rostro
desvencijado del Crusader al chocar contra un Thunderbolt de cabeza plana e iniciar
la caída.
A su derecha, un Centurión ComGuardia se separó del frente de los Lanceros.
Había perdido el blindaje de ambas patas, y la izquierda no tenía nada por debajo de
la rodilla. El piloto luchó con valentía para mantener el ’Mech de cincuenta toneladas
en pie. Seis misiles de corto alcance impactaron contra la espalda dañada y
despedazaron el blindaje. La destrucción y las explosiones resultantes bastaron para
empujar al Centurión hacia adelante y hacer que cayera al suelo de frente.
Lisa condujo el Quickdraw hacia la brecha que se había abierto tras la destrucción
del ’Mech y, al ver al Wolverine que había acabado con él, colocó el retículo rojo
sobre la vasta silueta. Cuando el retículo se iluminó en verde, disparó los dos láseres
medios y soltó la lanzadera del MCA de un disparo.
Los láseres rubíes desprendieron trozos de blindaje del muslo y el flanco derecho
del Wolverine. Dos de los misiles se dirigieron en espiral al ’Mech de los Lanceros e
impactaron contra los brazos; otro, contra la rodilla izquierda, y el último, contra la
cabina. Este último misil, que despedazó el blindaje de la cabeza del ’Mech, causó
más problemas que daños cuando el piloto intentó esquivarlo haciendo retroceder el
Wolverine.
Lisa hizo una mueca de dolor. Cuando un disparo alcanzaba la cabeza, los tanques
simuladores sacudían al piloto como un bicho en un bote. Mantuvo el retículo sobre
el Wolverine y volvió a disparar, sin que el piloto tuviera tiempo de recuperarse. Lisa
sabía que aunque el Quickdraw pesaba cinco toneladas más que el Wolverine, tenía
menos armamento y blindaje para un ataque lento a ese alcance.
Las lanzas de luz láser consumieron el brazo y el flanco izquierdo del Wolverine,
pero Lisa desaprobó la manera como sus disparos se habían esparcido por el objetivo.
Aunque había empezado a perforar el blindaje en seis puntos distintos, el hecho de
que sólo pudiera haber utilizado dos láseres medios significaba que se pasaría el día
quitándose el ’Mech de encima.
El Wolverine se apoyó sobre los talones, pero consiguió apuntar con las armas. La
torreta redonda de la cabeza del ’Mech se giró, y el piloto lanzó un amasijo de agujas

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energéticas escarlatas con el láser de pulsación, que hizo añicos la lanzadera del MCA
del Quickdraw. Las sirenas resonaron en la cabina, y el monitor auxiliar no mostró
ningún daño en el blindaje central del pecho del ’Mech.
Para presionar el ataque, el cañón automático de pistola del Wolverine lanzó una
llama y una cortina de proyectiles que despedazaron el blindaje del brazo del
Quickdraw. La lanzadera del MCA del hombro izquierdo se incendió al disparar seis
misiles; todos dieron en el blanco y perforaron el torso y el brazo izquierdo del
Quickdraw en una cadena de explosiones.
Primero, el tanque simulador salió disparado hacia atrás y, luego, empezó a
torcerse hacia la derecha. Cuando recibió el impacto de los misiles, se desplazó
bruscamente hacia la izquierda. Unos pequeños temblores procedentes del asiento de
mando le recordaron a las fuertes pisadas de un ’Mech luchando por mantenerse
erguido. Lisa se echó hacia adelante y se apoyó contra el brazo izquierdo del asiento
de mando para mantener su cuerpo a la derecha.
El neurocasco que llevaba traducía los movimientos y el sentido de equilibrio en
órdenes informáticas que la unidad de control del Quickdraw pudiera entender. El
ordenador suministró energía del motor de fusión a los convertidores eléctricos.
Desde allí, los impulsos eléctricos contraían y estiraban las diversas capas de fibra de
miómero que hacían la función de músculos. Con las extremidades desplazadas y los
pies incrustados en la tierra, el ’Mech se mantuvo en pie, pese a haber sido víctima de
un asalto que podría haber arrasado un bloque entero de una ciudad.
Los láseres de Lisa volvieron a arremeter contra el Wolverine. El primero fundió
el blindaje del ’Mech por debajo del esternón y trazó una línea en la pintura azul y
plateada que los Lanceros utilizaban para decorar sus ’Mechs. El segundo impactó
contra la cabeza de la máquina y vaporizó varias capas de blindaje. El ordenador que
controlaba el simulacro convirtió el blindaje de los hombros del ’Mech en láminas
humeantes.
Otro disparo a la cabeza y podría caer como un Cruzado.
Antes de que Lisa tuviera tiempo de volver a disparar, otro ’Mech ComGuardia se
interpuso entre el Quickdraw y el Wolverine. Vio cómo el piloto del Wolverine
intentaba retirarse, mientras el humo se desvanecía e identificaba el ’Mech que la
protegía.
El Hunchback del capiscol Victor Kodis había sido designado especialmente para
ese tipo de pelea cerrada. El enorme cañón automático del hombro derecho vomitó
una estela de fuego que desequilibró el ’Mech. La cortina de proyectiles de uranio
que disparó devoró el blindaje que quedaba en el torso central del Wolverine abrió
una brecha que puso al descubierto los apoyos estructurales de ferrotitanio que
constituían el esqueleto del ’Mech.
Mientras el láser de pulsación del brazo izquierdo del ’Mech fundía el blindaje

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del lado izquierdo del torso del Wolverine, Lisa esperó a que el ’Mech cayera al
suelo. Un impacto así casi siempre derriba un ’Mech.
Pero el Wolverine se mantuvo en pie.
Incluso volvió a disparar.
Cuatro MCA arremetieron contra el Hunchback. Un misil golpeó la cabeza del
’Mech y los otros tres despedazaron el blindaje del brazo izquierdo. El cañón
automático adoptó el modo de ataque rápido y duplicó el número de disparos, que
desprendieron la mitad del blindaje de la pierna izquierda del Hunchback. El láser de
pulsación del Wolverine fundió el blindaje del pecho del Hunchback y empujó el
pequeño ’Mech al suelo.
Lisa disparó los láseres, que alcanzaron la pierna izquierda y el pecho del
Wolverine y vaporizaron el prístino blindaje de la pierna. El rayo deslumbrante se
clavó en el pecho y atravesó el agujero del blindaje infligido por el Hunchback. Pese
a la luz escarlata que brillaba en el oscuro interior del pecho del Wolverine, no podía
ver dónde había dado.
El humo empezó a salir del pecho del ’Mech e hizo que se tambaleara. El piloto
del Wolverine intentó dar un paso hacia atrás, pero no consiguió que la máquina se
moviera con la fuerza ni la agilidad que había demostrado anteriormente. Se
convulsionó y se quedó sentado en el suelo como un niño estupefacto en medio de un
brusco juego. Luego, cayó de espaldas, y un humo espeso se cernió sobre él.
Blanco al giro. Lisa hizo un gesto de asentimiento cuando su monitor secundario
indicó que había acertado. Delante de ella, el Hunchback se volvió a poner en pie.
—Gracias por el rescate, Kodis.
—Lo mismo digo, capiscolesa. Con usted al mando, podemos hacer frente a esos
Lanceros.
—Bien. Continuemos.
—Entendido —dijo Kodis, avanzando con el Hunchback.
Lisa esperó un momento antes de seguirlo. Recordó cómo el Wolverine se había
mantenido en pie tras el disparo del Hunchback y lo comparó con el ataque que había
recibido del ’Mech de los Lanceros. Sabía perfectamente que debía haber caído al
suelo, pero la experiencia y una buena dosis de suerte habían conseguido equilibrar
su ’Mech.
Lisa lanzó un suspiro. Evelena Haskell dijo que aceptaba el contrato en la Tierra
porque necesitaba tiempo para entrenar a las nuevas tropas que había reclutado. Si
el resto de sus reclutas son tan buenos como el piloto de ese Wolverine, tengo la
solución al misterio de la mala actuación de mis tropas. Pero esa solución conduce a
otro misterio: ¿dónde está reclutando personal?.
—Evelena, si tienes una fuente de pilotos con talento innato me gustaría saber
dónde está —dijo Lisa, poniendo en marcha el Quickdraw—. Con tropas como las

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tuyas en nuestro bando, los Clanes no osarán acercarse a la Tierra.

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16

Ciudad de Tharkad
Tharkad
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
3 de febrero de 3058
Tormano Liao no sabía si la voz de la general Nondi Steiner desprendía enojo o
temor. En cualquier caso, no era un tono muy acuciante. Parecía controlar sus
emociones con la misma voluntad de hierro que su hermana, la Katrina original.
—Me temo —dijo Tormano con voz pausada— que la arcontesa Katrina no se
encuentra disponible y no quiere que la interrumpan. Si tiene algo que decirle, puede
decírmelo a mí mismo.
—Sí, no me importa en absoluto comentárselo a usted, mandarín Liao —contestó
la general, entrecerrando los ojos con desconfianza mientras paseaba la mirada por el
blanco despacho nuevo—. Creo que me gustaba más como estaba antes.
Tormano extendió los brazos.
—Todos preferimos las cosas del pasado a las del futuro, hasta que nos
acostumbramos a ellas. ¿Qué la trae por aquí, general?
—Un problema, un gran problema —contestó Nondi Steiner, que se dirigió a la
amplia pantalla holovisual que había en un rincón de la habitación e introdujo un
disco—. Hemos recibido este disco prioritario codificado con nuestros códigos de
más alto secreto. ComStar tardará un mes aproximadamente en descifrarlo, y eso en
el caso de que pueda. Por favor, póngalo en marcha.
Tormano asió el control remoto del escritorio de Katrina —maravillándose una
vez más de cómo había conseguido un mando y un visor recubiertos de plástico
blanco— y apretó un botón para encender la pantalla. Aparecieron unas interferencias
sobre un fondo negro, hasta que la imagen se impregnó de color. La escena estaba
grabada de noche y la única luz que aparecía procedía de los cohetes de
retropropulsión que lanzaban cuatro Naves de Descenso enormes de clase Overlord.

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Las naves ovoides tocaron tierra, y un sinfín de BattleMechs aparecieron en pantalla
cuando se abrieron las puertas de la crujía de ’Mechs.
La cámara se desplazó hacia arriba y enfocó la insignia dibujada en un lateral de
la nave: un pájaro verde con una katana. Tormano sintió un vuelco en el estómago.
Halcones de Jade.
Miró a Nondi.
—Pero ¿dónde?
—Este holovídeo procede de Engadine. Los Vigésimo Segundos Soldados de
Skye están defendiendo el mundo, pero son una de las unidades a las que llevamos a
todos los inadaptados y ruines, así que no espero gran cosa de ellos. Los Novenos
Soldados Liranos están en Main Street, a un salto de allí, y tengo pensado
movilizarlos para que ayuden a los Halcones.
Tormano se quedó pensativo. Cada Overlord podía transportar 36 BattleMechs, lo
que proporcionaba a los Halcones una fuerza de 144 como máximo. El Vigésimo
Segundo Regimiento de los Soldados de Skye tenía una fuerza operativa de unos 120
’Mechs, pero como su equipo era más anticuado su fuerza de combate suponía la
mitad de la de los Clanes. Los Vigésimo Segundos Soldados de Skye están muertos.
—¿Si enviamos a los Novenos Soldados Liranos parecerá que soltamos a las
tropas buenas tras las malas?
Nondi Steiner se detuvo un momento antes de asentir con un gesto de cabeza.
—Puede ser, pero tenemos que responder con fuerza a esa agresión. Han
aparecido Naves de Salto y Descenso del Clan en Willunga, Neerabup y Bucklands.
Es una sólida incursión de treinta y tres años luz en nuestra frontera.
—Estoy de acuerdo, pero está a poco más de un salto de distancia de ellos.
Tormano no veía el ataque como un asalto fronterizo. Era tan común en la
frontera del Clan y la Marca de Caos que conocía bien los signos. Sin embargo, el
doble salto que se necesitaba para alcanzar Bucklands le hacía dudar. Una Nave de
Salto equipada con baterías de fusión de litio podía hacer dos saltos antes de recargar
los dispositivos de salto Kearny-Fuchida. Si saltaban inicialmente a la Alianza
Lirana, podían reservar el segundo salto para una retirada rápida si la situación se
volvía inhóspita.
Al llegar a Bucklands, los Clanes habían optado por adentrarse en la zona, lo que
podía significar que pretendían atacar el mundo, pese a la resistencia que
encontrasen.
—¿No hay defensa en Bucklands?
Nondi asintió.
—A efectos prácticos. Tenemos un grupo de veteranos que ha instalado
ametralladoras en los AgroMechs, pero los Halcones acabarán con la resistencia en
cuestión de segundos. Neerabup está defendido por un regimiento militar. Willunga,

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como Bucklands, no tiene tropas estacionadas. Los Séptimos Lanceros de Crucis
están en Winter y pueden ser trasladados para defender cualquiera de esos mundos,
pero tendrán que realizar dos saltos y tardarán unas dos semanas en llegar.
Tormano se sentó en el escritorio y pulsó el teclado integrado para visualizar un
mapa holográfico de la Esfera Interior. El asalto inicial del Clan se había producido
en la parte superior del círculo de la Esfera Interior y había abierto una brecha de
relativa importancia. Si se miraba el mapa como si fuera un reloj, la brecha iría de las
once a las dos. Esa nueva incursión era a las diez en punto. Si se trataba de algo más
que de un asalto, podía ser el prefacio de un nuevo ataque que dividiera otra parte de
la Alianza Lirana.
Pulsó una tecla para ampliar el mapa y aislar la Alianza. Enfocó la parte inferior
del mapa, donde había un conjunto de mundos, desde Engadine hasta la frontera de
los Halcones de Jade, y luego hacia la línea de tregua. Acababa en Coventry y Arc-
Royal, dos importantes mundos de la Alianza. Coventry contaba con una de las
mayores fábricas de ’Mechs de la Esfera Interior y con la Academia Militar de
Coventry. Los Demonios de Kell tenían su sede en Arc-Royal. Ambos mundos eran
un objetivo atractivo para una agresión del Clan.
Tormano también advirtió que la línea que se extendía desde Engadine hasta
Coventry atravesaba la línea de tregua y pasaba por el centro de Tharkad. ¿Serán tan
osados? Sintió un escalofrío e intentó deshacerse de él.
—Si lo interpretamos como algo más que un asalto fronterizo, podemos tener
problemas.
—Pero tenemos que hacer algo.
—Estoy de acuerdo —dijo Tormano, mirando a la tía abuela de Katrina a través
del mapa proyectado—. Supongo que trasladará a los Séptimos Lanceros de Crucis.
—Sí. Atacar el punto más débil de los Clanes es doctrina estándar. Bucklands
también permite que los Lanceros apoyen Trentham si los Clanes desplazan su ataque
a ese sistema. Como vienen de Winter, primero se detendrán en Trentham y luego
zarparán hacia Bucklands —dijo Nondi en un tono vacilante—. Pero el principal
problema no es hacer frente a esta incursión inicial, sino decidir cómo reaccionar en
caso de que los Halcones decidan seguir avanzando.
Se desplazó a la derecha para apartarse de la imagen del mapa.
—Los habitantes de la Alianza Lirana son fuertes y se desviven por su nación,
pero ya no podemos contar con la ayuda del ejército de Victor. Un nuevo ataque de
los Clanes a la Alianza Lirana podría sembrar el pánico y detener cualquier intento de
acabar con la amenaza.
Tormano sonrió y entrelazó las manos, juntando las yemas de los dedos.
—Incluso el indicio de una nueva invasión podría tener efectos devastadores.
La más leve señal de debilidad podría impulsar a Victor a atacar la Alianza

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Lirana con el pretexto de salvaguardar a su pueblo. Tormano apartó la vista del mapa
y, al mirar a Nondi Steiner, advirtió que temía la pérdida de la independencia de la
Alianza ante un panorama como aquél. Sabe que la relevarían del mando de las
Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana y tiene más miedo de no cumplir con su deber
que de una deshonra personal.
Nondi intentó sonreír.
—Katrina intentaría calmar la situación mediante un discurso en el que le diría a
su pueblo que no tenemos nada que temer.
—Exagerando las cosas, en el caso de que esto sea un asalto.
—Exacto.
—¿Preferiría un bloqueo informativo total en los mundos afectados hasta que
hayamos resuelto la situación?
Steiner hizo un gesto de asentimiento y se cruzó de brazos.
—¿Cree que podrá convencer a Katrina de que tratar esta situación con discreción
es la mejor manera de actuar?
—Creo que puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que la arcontesa Katrina no
se opondrá a su plan —dijo señalando el conjunto holográfico de mundos en peligro
—. Pero sí quiero que se alerte de algún modo a las tropas de esta zona. Si las cosas
van más lejos, tenemos que ser capaces de responder.
—Tiene sentido alertar a las tropas de la frontera con la zona de ocupación de los
Halcones de Jade. De hecho, están en constante situación de alerta —dijo Steiner con
una expresión sombría—. Sin embargo, alertar a los Demonios de Kell sería
prematuro.
Tormano intentó ocultar su sorpresa. Morgan Kell era famoso por su lealtad al
régimen Steiner, una lealtad casi tan fanática como la de la propia Nondi. Al parecer,
la general interpretaba la creación del Cordón de Defensa de Arc-Royal por parte de
Morgan Kell como un acto que lo situaba al nivel de Ryan Steiner en cuanto a
hostilidad. Nondi tiene un punto débil que podría perjudicarnos.
—Espero, general Steiner, que los acontecimientos se desarrollen como tiene
previsto. De ese modo, Morgan Kell estará demasiado ocupado con su CDAR.
Después de todo, esto podría ser un amago para retirar tropas de nuestra frontera con
los Halcones.
—Me ha leído el pensamiento —dijo Steiner, asintiendo hacia el mapa—. Las
otras tropas de su conjunto seguirán entrenando. Si el ataque continúa, recurriremos a
todas las tropas de que dispongamos para hacer frente a los Halcones.
—Entablaré negociaciones con varias unidades mercenarias y revisaré los planes
de movilización de tropas —dijo Tormano con una sonrisa en los labios—. Creo,
general Steiner, que los Halcones no tardarán en arrepentirse de su audacia.

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Los Valles Coventry
Distrito de Donegal, Alianza Lirana

Doc Trevena podía sentir la soga alrededor del cuello. Encendió la radio y envió un
mensaje de onda corta a la teniente Isobel Murdoch.
—Alerta, Bel; ya vienen.
—Entonces, ¿por qué estamos sentados, Doc?
—Para ver si consiguen avergonzarnos más que antes.
—Entendido. Me dirigiré al norte.
—Yo voy al oeste. Encuentro en 325,43, una hora.
—Wilco cierra.
Doc esbozó una sonrisa. Les dará una buena sorpresa. El Hunchback de
Murdoch apareció en el arco de disparo delantero de Doc cuando despegó del
pequeño valle y se dirigió al norte. Activó el rastreador magnético y detectó un metal
que se desplazaba hacia el oeste. Están mejorando.
Doc se daba cuenta de que tenía que fortalecer sus tropas con una buena lección
de supervivencia antes de empezar con algo tan complicado como las tácticas. Una
norma en el combate de ’Mechs era que si un ’Mech se movía con rapidez era un
objetivo difícil de alcanzar. Por suerte, los ’Mechs ligeros que habían sido asignados
a su compañía eran de los más rápidos.
Por supuesto, un ’Mech que se movía con rapidez no tenía una plataforma
armamentística muy fiable. Aunque necesitaba que sus tropas se movieran con
celeridad, también quería que dieran siempre en el blanco. Ningún ’Mech ligero tenía
suficiente artillería para derribar un ’Mech pesado o de asalto, pero una lanza podía
causar graves daños a una máquina grande. Si sus lanzas conseguían disparar sin ser
alcanzadas tal vez evitarían persecuciones, e incluso ahuyentarían una formación si la
acosaban constantemente.
En la región conocida como los Valles —las laderas de escaso boscaje de las
montañas Schwartzswerter, al noroeste de la ciudad más extensa de Coventry, Port
Saint William—, Doc había sometido a sus tropas a un mes de ejercicios de busca y
captura. Como habían acordado, el teniente intendente Copley había mejorado los

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discos blandos y duros de la Segunda Compañía, con lo que el equipo de la unidad se
situaba al mismo nivel que la mayoría de unidades del frente de las FAAL. Aunque
aquello aumentaba en cierto modo el grado de competencia del equipo, necesitaban
algo más que tecnología.
Habían hecho grandes progresos después de que Doc consiguiera a la teniente
Murdoch por ganar al Hauptmann Wells al póquer. Había apostado dos mil coronas
por su traslado una noche en que las trampas de Wells le habían hecho perder todas
las partidas. Murdoch no quería trasladarse a la Segunda Compañía, pero Doc
consiguió convencerla cuando le presentó a sus tropas y le confesó que era lo único
que se interponía entre ellas y la muerte. Tras acordar que le daría una parte de sus
fondos para la jubilación, cerraron el trato y, desde ese momento, Murdoch llevó a la
Segunda Compañía más allá de sus límites de habilidad.
El visualizador holográfico de Doc emitió otro pitido, y éste puso en marcha el
Centurión. Los enormes pies del ’Mech revolvieron el césped y aplastaron los
arbustos. Se sirvió de sus gigantescos brazos para apartar las ramas de los árboles y
mantener el equilibrio del ’Mech mientras subía por una verde ladera. Al llegar a la
cima, giró a la derecha y desplazó el cañón automático del antebrazo del Centurión
de izquierda a derecha.
El cañón automático chirrió de un modo casi ensordecedor al lanzar los
proyectiles indicadores de baja energía, que explotaron contra el blindaje de un
Locust y tiñeron las placas verdes y negras de un tono naranja rojizo. Los escáneres
del Centurión detectaron las manchas y las tradujeron en daños en el monitor
secundario del Locust. El daño era mínimo, pero para un Locust de artillería ligera un
daño mínimo podía ser considerable. En ese caso, el disparo dio en el torso del ’Mech
y desgarró la mayor parte de sus estructuras de apoyo. En combate real, el disparo no
habría llegado a lisiar al Locust, de modo que el ordenador de a bordo le
proporcionaría una sensación de acuerdo con el ejercicio.
Pese a la aparición de Doc en medio de la formación, la segunda lanza de la
Segunda Compañía no se asustó. Los disparos de los láseres medios del Valkyrie y el
Jenner salieron desviados, pero las máquinas también tuvieron que disparar a los dos
Locusts que bloqueaban el paso a su Centurión. Los Locusts tuvieron más suerte.
Dispararon los láseres medios y tres de los cuatro láseres pequeños, y quemaron el
blindaje de su ’Mech en seis puntos distintos.
Para Doc, más importante que la puntería —felicitaría a Eagan y a Nugent por
ello en el informe— era la reacción de la unidad a su ataque. Los cuatro ’Mechs
ligeros se apartaron de su línea de ataque y consiguieron dispararle por detrás. Los
Locust se dirigieron a los flancos y se prepararon para seguirlo por ambos lados. De
ese modo, si se giraba para apuntarles con sus armas delanteras, el otro podía disparar
desde el flanco opuesto.

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Doc giró a la derecha y condujo el Centurión hacia el Locust dañado de Eagan.
Colocó el retículo del objetivo sobre el perfil del otro ’Mech, y un punto rojo se
encendió en el centro del mismo. Pulsó el botón del pulgar y el primer gatillo, y
disparó al ’Mech con el cañón automático y el láser medio.
¡Maldita sea! Cada vez es más difícil alcanzarlos.
La lanza volvió a atacar y lo hizo un poco mejor que él, aunque el Jenner de
Regina Walford le dio dos veces con su láser medio: una vez en la espalda y otra en la
cabeza. El disparo a la cabeza desprendió tanto blindaje de la cabina que bastaba con
que disparasen otro láser medio para acabar con él definitivamente.
El Centurión alcanzó su velocidad máxima para disparar al Valkyrie de John
Lindsey en una carrera. El Jenner y los Locust eran más rápidos que su ’Mech, pero
si lo perseguían dejarían al Valkyrie rezagado. Se dio cuenta de que Lindsey se había
elevado poco, lo que obligaba a sus compañeros de lanza a decidir si lo abandonarían
o darían media vuelta.
Colocó el retículo más allá de las líneas doradas que marcaban el arco delantero
de sus armas y lo desplazó sobre la silueta del Locust de Eagan. El láser trasero del
Centurión clavó un rayo rojo en el centro del torso del pequeño ’Mech. El ordenador
mostró la disolución del blindaje, pero el Locust siguió avanzando. Manteniéndose al
lado derecho del Centurión, Reggie Eagan impedía que Doc disparase hacia su flanco
derecho, que era exactamente el error que había cometido dos semanas antes.
El Jenner disparó uno de sus láseres medios y dañó el blindaje trasero del flanco
izquierdo del Centurión. Eagan hizo lo mismo con uno de los pequeños láseres de su
Locust y vaporizó el blindaje de la pierna izquierda del ’Mech. Cuando Percy Nugent
falló el disparo, Doc sonrió. Casi me matan.
En aquel momento, el Valkyrie entró en acción. Dado que entonces Lindsey no se
movía, su habilidad para alcanzar un objetivo aumentaba considerablemente. Los
misiles de largo alcance del torso del Valkyrie salieron disparados, y el ordenador
tradujo el impacto en el Centurión. Doc se estremeció cuando el blindaje de la
columna y el flanco derecho de su ’Mech se evaporó. Entonces, el láser de pulsación
del Valkyrie despedazó el escaso blindaje que le quedaba en el flanco derecho y
detonó los MLA almacenados en el pecho.
Si hubiera sido un combate real, la explosión de los misiles habría destrozado el
Centurión. Doc sabía, sin lugar a dudas, que no habría tenido tiempo de salir del
’Mech. No habría quedado un trozo de mí lo bastante grande como para teñir una
muestra en el laboratorio de un patólogo.
El ordenador detectó la destrucción del ’Mech. Detuvo el Centurión y lo apagó.
Sentado en la sombría cabina del ’Mech mientras observaba una lanza de su
compañía que se había reunido delante de él, Doc sonrió. No les he enseñado todo,
pero les he enseñado algo.

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Lanzó un suspiro.
—Esperemos que no llegue el momento en que tenga que averiguar si lo que han
aprendido es suficiente.

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17

Nave de Descenso Barbarossa


Afueras de Nueva Avalon
Marca de Crucis, Mancomunidad Federada
10 de febrero de 3058
Victor Ian Steiner-Davion vio cómo se encogía aquella pequeña bola que era Nueva
Avalon. Aunque no era su planeta natal, allí se sentía mucho más a gusto que en el
frío y distante Tharkad. Había nacido y se había educado en Tharkad, pero cuando
pensaba en él le venía a la mente el mundo que había asesinado a su madre.
La mató, y ahora alberga a su asesino.
Sintió un escalofrío y se obligó a abrir los puños. Detrás de la Barbarossa vio las
formas ovoides de la Tancred, la Locrin y la Palamedes, las Naves de Descenso que
trasladaban al Equipo de Combate del Regimiento de la Guardia Pesada Davion a
Tukayyid con él. Sabía que eran la mejor unidad de combate de la Esfera Interior y,
sin embargo, ni con una decena de unidades exactamente iguales podía vengar la
muerte de su madre.
Si tuviera que atacar Tharkad para intentar hacer justicia con mi hermana, me
tacharían de loco. Esbozó una leve sonrisa. Es que si atacase Tharkad estaría loco.
Y no porque pudiera perder, que no lo haría. Pese a lo mucho que respetaba a
Nondi Steiner y sus habilidades, la había analizado durante el tiempo que había
pasado en la Academia del Nagelring. Era buena en las batallas preparadas, pero su
temperamento no se adecuaba a la naturaleza cambiante de la guerra necesaria para
derrotar a los Clanes. Ella buscaba batallas decisivas y parecía tener poca paciencia
para el largo desgaste de la lucha que había permitido a ComStar detener finalmente a
los Clanes después de veintiún días de combate en Tukayyid.
Aunque sabía que podía derrotar a Steiner, no podía decir lo mismo del hombre
que sería su anfitrión en Tukayyid. El capiscol marcial Anastasius Focht era el
comandante que había vencido a los Clanes —siete en total— en la encarnizada

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batalla de Tukayyid seis años antes. Victor había revisado los holovídeos y todo tipo
de análisis escritos sobre el conflicto épico, pero se le escapaba algún elemento. Lo
que Focht había hecho le asombraba del mismo modo que un maestro de ajedrez que
en una ocasión había derrotado a seis oponentes con los ojos vendados. Ambos
hacían cosas que le resultaban incomprensibles.
En este momento.
El deseo de entender lo que Focht había hecho era la razón por la que Victor
había aceptado la invitación del capiscol marcial para entrenar en Tukayyid. El mes
de retraso de la operación era lamentable, pero había proporcionado a Kai Allard-
Liao el tiempo necesario para unirse a Victor y a Hohiro Kurita en Tukayyid al
mando del Primer Regimiento de los Lanceros de Saint Ivés. Hohiro dirigiría el
Primer Regimiento de Genyosha, y Victor se preguntaba si sus dos amigos habían
aceptado la invitación de Focht por la misma razón que él.
¿Para desvelar el misterio de por qué Focht nos quiere allí? No hacía tanto
tiempo que ComStar se había obsesionado en refugiarse en el misterio y el
misticismo. Aunque Focht había eliminado gran parte de la seudoteología que
envolvía la organización —creando de ese modo el grupo escindido Palabra de Blake
como refugio para los fanáticos—, ésta seguía manteniendo en secreto casi todas sus
actividades. Los informes de la República Libre de Rasalhague, que también podría
haber sido un protectorado de ComStar, contenían algunos detalles sobre la fuerza y
la formación militar de ComStar, pero la información no era siempre fidedigna.
Ni siquiera entonces, con los recursos del mayor imperio estelar conocido por el
hombre, Victor podía desvelar el misterio de la verdadera identidad de Focht. Ese
hecho no le molestaba excesivamente, pero los motivos por los que Focht invitaba de
repente a unos foráneos para ver lo que ComStar podía hacer le producían cierta
inquietud. La inesperada apertura no tenía mucho sentido, excepto por una cosa.
La reciente guerra entre los Lobos y los Halcones de Jade debe preocupar a
Focht. Había recibido la invitación antes de que se supiera el alcance de la ruptura y,
al principio, sólo era para que el personal de mando «observase» operaciones.
Después de que una parte de los Lobos escapase al espacio ocupado por los Clanes y
se refugiase en Arc-Royal, la invitación se había modificado para incluir unidades y
permitir su participación en los ejercicios.
Victor sintió un escalofrío. No podía evitar la sensación de que se desplazaba a
Tukayyid no tanto para aprender a combatir a los Clanes como para mostrar sus
cualidades como sucesor de Focht. Era obvio que ni Focht ni ComStar le nombrarían
capiscol marcial, pero alguien tenía que estar preparado para ocupar el puesto de
Focht como defensor de la Esfera Interior. Jerry Cranston estimaba que Focht tenía
entre setenta y noventa años, y aunque la esperanza de vida de un ciudadano de un
mundo civilizado era de cien años o más, resultaba raro que pasase la última década

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de su vida bajo la constante presión de la ruptura de la tregua del Clan y la
reanudación de la guerra.
Si Focht está buscando un heredero, ¿qué posibilidades tengo? La competición
estaba disputada. Hohiro Kurita era un guerrero valiente y hábil. Su padre le había
enseñado la tradición guerrera que fortalecía el Condominio Draconis y a superar las
debilidades para no causar daños. Hohiro se había esforzado en la lucha contra los
Clanes y había conseguido mantener el control tras las líneas enemigas mucho más
tiempo del que cualquier optimista podría haber esperado.
Kai Allard-Liao era todo eso y más. Lo peor que se podía decir de Kai era que
había sido capturado por el enemigo durante la invasión del Clan. Pero incluso esa
situación se había producido porque Kai estaba abandonado en Alyina después de
salvar la vida de Victor y de que las fuerzas de la Mancomunidad Federada evacuaran
el planeta. Cuando se quedó solo en Alyina, Kai escapó en un primer momento a las
tropas del Clan, y luego se unió a ellas para impedir que ComStar se apoderara del
mundo. Después de eso, se fue a Solaris y, al cabo de poco tiempo, se convirtió en el
campeón del Mundo Lúdico.
Pese a lo buenos que eran sus dos amigos, Victor tampoco era tan malo. Él
también había luchado contra los Clanes y había participado en dos de las escasas
victorias que habían conseguido. No se podía eludir la contribución de Kai en la
primera, disputada en Twycross; pero la segunda era una misión de largo alcance para
rescatar a Hohiro Kurita del planeta en el que se encontraba atrapado. Los Décimos
Guardias Liranos, que habían resurgido como la unidad mejor preparada para hacer
frente a los Clanes, habían intervenido de forma espectacular.
También era cierto que había perdido la primera batalla que había dirigido contra
los Clanes, pero aquél fue uno de los primeros asaltos a la Esfera Interior. Entonces
no sabíamos lo que eran o lo que podían hacer. Durante los siguientes ocho años, la
Esfera Interior había conseguido enormes avances tecnológicos, salvando la distancia
que convertía a los Clanes en un enemigo casi imbatible. Cuando se incluyeron las
mejoras tácticas en la ecuación, se alcanzó una paridad aproximada.
Muy aproximada, aunque al parecer a Focht le funcionó en Tukayyid.
Un leve golpe en la pared de la cabina distrajo los pensamientos de Victor.
—¿Sí Jerry?
Cranston dio un paso al frente y cerró la escotilla detrás de él.
—Dos noticias. La primera es que ComStar ha retransmitido un mensaje desde
Saint Ivés diciendo que Kai y los Lanceros se reunirán con vos en el sistema Raman,
justo antes de que entremos en el espacio del Condominio.
—Eso significa que estarán con nosotros las seis semanas que tardemos en llegar
a Tukayyid —dijo el Príncipe, asintiendo hacia Cranston—. Tengo ganas de volver a
ver a Kai y pasar algún tiempo con él. Así podrá informarme de cómo le prueba la

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vida de casado. ¿Decía algo de si le acompañaría su mujer?
—Nada, aunque lo dudo. Está muy concentrada en la reestructuración de la oferta
de servicios médicos en la Comunidad de Saint Ivés —dijo Cranston con una picara
sonrisa—. También tenemos indicios de que la doctora Lear podría volver a estar
embarazada.
—Eso es fantástico —dijo Victor, dando una palmada—. ¿Saben si es niño o
niña?
El secretario de inteligencia se echó a reír.
—Su médico sí, pero los padres prefieren no saberlo.
Victor arqueó una ceja.
—Usted lo sabe.
—Me pagáis para que sepa cosas, Alteza.
—Bueno, no me lo diga. No quiero estropear la sorpresa a Kai —dijo el Príncipe
con una mirada de concentración—. Pero sí sabe que su mujer vuelve a estar
embarazada, ¿no?
—Eso sí lo sabe. Ha tardado en aceptar la invitación a Tukayyid porque no quería
dejar a su mujer sola en su estado, pero parece que empezó a poner nerviosa a
Deirdre, y ésta le dijo que se fuera.
—Recuérdeme que le envíe un mensaje dándole las gracias. ¿Qué más tiene para
mí?
Jerry lanzó un suspiro.
—Los informes sobre la lucha en Engadine son contradictorios. Lo único que
sabemos por ahora es que los Halcones de Jade han atacado el mundo y han dado una
buena paliza a los Vigésimo Segundos Soldados de Skye. Los Halcones se retiraron
cuando empezaban a llegar los Novenos Soldados Liranos.
Victor frunció el ceño.
—Parece un asalto fronterizo.
—Estoy de acuerdo, pero teniendo en cuenta el tiempo que han tardado los
Novenos Soldados en llegar a Engadine desde Main Street, el asalto inicial debió
producirse a primeros de mes. Tardaremos una semana en recibir todos los informes.
La única razón por la que hemos sabido algo es porque algunos de los Soldados eran
de la Mancomunidad Federada, y ComStar transmitió un mensaje de Familiares más
Cercanos cuando murió uno de ellos.
—Pensábamos que tendríamos problemas con nuestros servicios de inteligencia
cuando Katrina huyó con la Alianza Lirana.
—Cierto, pero debe de haberse enviado un informe sobre el asalto a Engadine a
Nondi Steiner en Tharkad. Es verdad que nuestros espías de las FAAL se han visto
comprometidos, pero todavía tenemos muchos agentes en Tharkad. Sabremos algo
más hacia el cinco de este mes como mínimo —dijo Cranston, sacudiendo la cabeza

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—. Lo más importante es que se están censurando los vídeos informativos y las
revistas discográficas procedentes de esa zona. Debido a los problemas para reforzar
los servicios de inteligencia, debo suponer que los Halcones de Jade asaltaron la
Periferia a la fuerza. Han llegado a Bucklands y tal vez incluso a Australia.
Victor sintió que se le secaba la boca.
—¿Australia? Eso está a tan sólo cuatro saltos de distancia de la frontera.
—Sí, Alteza.
—Pero no hay ningún indicio de que retengan los mundos de los que se apoderan.
¿Podría tratarse de otra serie de asaltos de la Corsaria Roja?
Cranston sacudió la cabeza.
—No tengo suficientes datos para verificar tal suposición, Alteza. La fuerza que
atacó Engadine era mayor que la fuerza que utilizó la Corsaria Roja, y todo parece
indicar que son Halcones de Jade. Sin embargo, no retienen los mundos. De hecho,
ya podrían haberse retirado del todo.
Victor miró a Cranston.
—Pero usted no lo cree así, ¿no?
—Lo que yo crea no tiene nada que ver con mi trabajo, Alteza. El saber es la
esencia de todo y debo admitir que no sé lo que ocurre en esta situación.
—Bien, espero, por el bien de Katherine, que alguien lo sepa —dijo Victor,
mirando a través de la pantalla visora al mismo tiempo que pensaba que nunca daría a
su hermana la satisfacción de llamarla Katrina—. Al menos, vamos en la dirección
correcta.
—No pensaréis intervenir en esto.
Victor sacudió la cabeza.
—No; al menos, no en Engadine. Pero usted y yo sabemos que si los Halcones
siguen atacando a la Alianza Lirana cuando lleguemos a Tukayyid puede ser que
tengamos que hacer algo más que ejercicios de entrenamiento.

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18

Nave de Salto Boadicea


Punto de recarga nadir, MGC14239287
Sistema estelar deshabitado, zona de ocupación del Clan de los Lobos
12 de febrero de 3058
Katrina Steiner adoptó la postura más majestuosa que pudo en la zona de gravedad
cero de la Nave de Salto. Mientras se agarraba con fuerza al borde de la escotilla que
conducía al puente con una mano, se llevaba la otra al cabello para hacerse una cola
que le descendía por la espalda de su traje de salto azul claro. Miró a su alrededor y
vio que nadie había advertido su imprevista visita.
Tras un primer momento de resentimiento, se dio cuenta de que era una buena
señal. La decena de personas que había en el puente esférico estaban ocupadas,
preparando la siguiente serie de saltos entre esa estrella y su destino. Mediante un
conjunto de rejas y pasamanos consiguieron orientar la instalación hacia el despliegue
circular de monitores que la rodeaban.
En el centro del puente, una tubería alargada formaba la base del grueso disco de
una mesa, en la que flotaban tres personas. La superficie del disco contenía varias
muestras de cristal líquido, y el núcleo se había adaptado para una unidad de
proyección holográfica. Los campos estelares estaban suspendidos por encima de la
mesa, y unas pequeñas líneas rojas unían unos puntos brillantes a medida que se
proyectaban y revisaban los trazados de las diversas trayectorias.
La tripulación del puente se quedó petrificada al advertir la presencia de Katrina.
—¿Hay algún problema, capitán Church?
El hombre corpulento que se encontraba en el disco central alzó la cabeza con
tanta rapidez que su tupé se enganchó con la cinta que lo mantenía fijo a la calva.
—No, Alteza, ya hemos trazado la trayectoria. Estábamos discutiendo que si
esperásemos aquí tal vez podríamos acercarnos más al tercer planeta del sistema.
Una mujer diminuta, de oscura melena y peinado algo atrevido se giró lentamente

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hacia Katrina.
—Arcontesa, yo sí tengo un problema con este último tramo del viaje.
Katrina hizo un gesto de asentimiento.
—Imaginaba que lo tendría, agente Jotto. Ha tenido un problema durante todo el
viaje, ¿no es así?
—Sólo en mi capacidad de especialista en la seguridad de la misión, Alteza.
Como el resto de la tripulación, la agente Jotto había jurado mantener en secreto
la misión que Katrina había descrito de «vital importancia para el futuro de la Esfera
Interior». Pero Jotto era demasiado práctica para permitir que su devoción por
Katrina y la Alianza Lirana le impidieran ver las peligrosas realidades del viaje.
La arcontesa lanzó un suspiro, pero contuvo su ira. Al menos Jotto sigue con
nosotros y conoce el valor de la discreción.
—Por favor, agente Jotto, hable con franqueza.
—Gracias, Alteza. Si utilizamos la carga de las baterías de fusión de litio para
trasladarnos desde aquí, atravesar el territorio de los Osos Fantasmales y llegar a
Kiamba, tendremos que recargar en nuestro destino. El sistema Kiamba gira
alrededor de una estrella de clase G4, lo que significa que tardaremos ciento ochenta
y cinco horas en recargar los dispositivos de salto Kearny-Fuchida. Si a eso añadimos
el tiempo de tránsito para alcanzar un punto de recarga desde donde venimos,
tendremos que pasar dos semanas, como mínimo, en ese sistema.
Katrina apoyó los pies con firmeza en la parte inferior de la escotilla y se cruzó de
brazos.
—Entonces, ¿preferiría esperar en un punto interno y conseguir un impulso de
doble carga para que podamos volver a saltar al primer indicio de problemas?
—Sí.
El capitán Church se secó unas gotas de sudor del labio.
—El problema de esa estrategia es que si esperamos a saltar no podremos
acercarnos al tercer planeta. Tardaríamos una semana en llegar al mundo y otra en
volver a Boadicea antes de que pudiéramos salir. Si contamos el tiempo de recarga, el
viaje se alargaría un mes.
—Inaceptable.
La mujer de seguridad palideció.
—Pero, arcontesa, los riesgos son considerables.
—Soy una Steiner, agente Jotto. Me educaron para correr riesgos —dijo Katrina
con una leve sonrisa—. Pero agradezco su precaución y la tengo en cuenta a la hora
de tomar decisiones. En este caso, sin embargo, lo más importante es que lleguemos a
Kiamba lo antes posible.
Katrina señaló hacia el puerto visor rectangular.
—Ahora estamos en la zona de ocupación del Clan de los Lobos. Desde aquí

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podríamos saltar al Condominio y estar a salvo, pero entonces el enemigo descubriría
nuestros planes. Ya que nos arriesgamos a que nos descubran, sería mejor hacerlo en
la zona de los Jaguares de Humo.
El tercer hombre que había en la mesa central giró su cuerpo hasta mirarla de
frente. Al volverse, el pelo largo y plateado se le separó de la cabeza, por lo que daba
la sensación de estar muy sorprendido. Su tono de voz gracioso y algo despreocupado
desmentía aquella sensación y eliminaba la tensión de la sala.
—Tenéis razón, Alteza. Probablemente, no estemos seguros en todo el viaje, así
que podríamos ponernos donde nuestros anfitriones tengan más que ganar con
nosotros.
Katrina sintió cómo el miedo se apoderaba de ella. El análisis del barón Erhardt
Wichmann definía muy bien el problema. Si saltaban al espacio del Condominio, no
le cabía duda de que los trasladarían a Luthien y consultarían a Victor sobre su
disposición. Los Lobos tenían intereses en la Alianza Lirana, así que si la capturaban
en su espacio conseguirían una gran ventaja sobre la Alianza. Los Jaguares de Humo,
que tenían difícil acceso a los liranos, eran los únicos que podían beneficiarse de la
unión con ella, de modo que había que hacer lo posible para llevar el viaje a buen
término.
—Entiendo su punto de vista, barón Wichmann —dijo Katrina, regalándole una
sonrisa que habría inflamado las pasiones de cualquiera que no compartiese la
preferencia sexual del barón.
Detrás de su embajador, vio al capitán Church empezando a hincharse.
—Entonces, ¿se ha tomado una decisión?
Church asintió con solemnidad.
—Control, ponga en marcha la opción AEA023.
Jotto se estremeció.
—AEA: asesinado en acción.
Wichmann le dedicó una tierna sonrisa.
—No es supersticiosa, ¿verdad, pequeña Hodari?
La expresión de Jotto se ensombreció.
—Quizás éste sea un viaje de placer para usted, barón, y su último gran viaje a lo
desconocido, capitán, pero para mí es una pesadilla. Esta nave está desarmada y no
tengo suficiente personal para garantizar la seguridad de la arcontesa —dijo
sacudiendo la cabeza—. Y pensar que le dije a Curaitis que era tonto por aceptar el
puesto de vigilante del Príncipe Victor.
Lo era, agente Jotto.
—¿Cuándo saltamos, capitán?
—Cuando yo lo indique, Alteza.
El ruido de dos alarmas resonó por toda la nave. Los que flotaban se agarraron al

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borde de la mesa, y Katrina se sirvió de las manos para sujetarse a la escotilla.
—Ahora.
La energía que desprendían los dispositivos de salto Kearny-Fuchida abrieron un
agujero en la percepción de la realidad y propulsaron a la Boadicea a un punto a
treinta años luz de donde la nave se encontraba un momento antes.
Katrina observó cómo la Nave de Salto se encogía a su alrededor, o ella se
expandía hasta explotar en el casco. Crecía cada vez más, sin hincharse como una
criatura carcomida por alguna enfermedad, pero con unas proporciones similares a las
del universo. Cada sistema estelar se convirtió en un aminoácido de un gen de un
cromosoma de las células de su cuerpo y lo único que sabía de ellos le cruzaba la
mente con una cantidad infinita de datos.
Cuando empezaba a fusionarse de nuevo en sí misma se produjo el segundo salto.
Su conciencia creció más que antes y pinchó la burbuja de lo que era conocido y
conocible. Al otro lado de la barrera, vio a su madre flotando, un titán para su
duende, con los brazos extendidos para darle la bienvenida. Sus brazos se
convirtieron en serpientes que se enroscaron alrededor de su cuerpo y la estrujaron
mientras la carne del rostro de su madre explotaba y dejaba un cráneo dentado y de
ojos llameantes. Mientras las serpientes arrojaban su cuerpo despedazado hacia las
negras fauces, los afilados dientes se clavaron en todas sus células, invadiéndola de
dolor.
Katrina no creía haber gritado, pero cuando abrió los ojos sintió la garganta seca.
Hodari Jotto la agarraba por el hombro y el muslo, sujetándola contra la ingravidez.
La mujer la empujó hacia la pared del pasillo que había fuera del puente y la presionó
contra la misma.
—¿Os encontráis bien, Alteza?
Las bocinas de alarma sonaron con insistencia.
—¿Qué ocurre?
Jotto adoptó una sombría expresión.
—Estamos en Kiamba. Hemos saltado en medio de una formación militar,
incluida una Nave de Guerra.
Katrina oyó una distante explosión, y un temblor sacudió la cubierta.
—¿Nos están atacando?
—Sí, sí, Alteza —contestó Jotto, mirando hacia el puente y la pantalla visora—.
Si hubieran querido, ya estaríamos muertos. Las Naves de Guerra podrían
destrozarnos. Las explosiones son los disparos de los aviones de combate
aeroespacial que habían desplegado.
Katrina tragó saliva y sintió un dolor en la garganta. Durante todo el viaje, había
imaginado un sinfín de situaciones sobre su llegada, pero ninguna de ellas contaba
con un ataque. Le habían dicho, incluso asegurado, que los Clanes siempre

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negociaban antes de atacar, y ella pensaba aprovechar esa comunicación inicial para
establecer contacto con los líderes del Clan de los Jaguares de Humo y llegar a un
acuerdo que los beneficiara mutuamente.
—¿No han negociado primero?
—¿Negociar? —repitió Jotto con una leve sacudida de cabeza—. Hemos
aparecido en medio de una formación, Alteza. Están atacando Kiamba, y nosotros
hemos topado con la lucha.
—¿Un ataque? —se extrañó Katrina mientras se le erizaba la piel—. ¿El
Condominio está aquí? ¿Cuándo consiguieron Naves de Salto para el combate?
—¿Quién ha hablado del Condominio? —dijo Jotto, señalando hacia la pantalla
visora—. Esas naves son de los Lobos, Alteza. No es más que una opinión, pero yo
diría que, al menos por ahora, vuestra misión con los Jaguares de Humo ha llegado a
su fin.

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19

Nave de Salto Dire Wolf


Kiamba
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
12 de febrero de 3058
Vlad sentía la fatiga en todas las articulaciones de su cuerpo, pero la sensación le
pasaba casi desapercibida. El asalto a Kiamba había sido rápido y eficaz. Los Lobos
se habían acercado al tercer planeta y, desde allí, se habían lanzado a la atmósfera.
Sus ataques habían sido directos, y las tropas de guarnición de los Jaguares de Humo
habían luchado mal. Incluso antes de que empezase el combate, él ya sabía que podía
arrebatar el mundo a los Jaguares.
Pero como también sabía que no podía retenerlo, se había limitado a reclutar
sirvientes y material de reproducción, un objetivo secundario al propósito del ataque,
una pizca de sal en el orgullo herido de los Jaguares de Humo. Él y sus tropas habían
demostrado que no eran un Clan debilitado, sino los herederos legítimos del legado
del Clan de los Lobos. Las amenazas de venganza se agolpaban en su mente como la
Nave de Descenso quemada por las Naves de Salto de los Lobos había sido una
fanfarria para proclamar la victoria.
Fue entonces cuando la Nave de Salto de la Esfera Interior apareció en medio de
su formación. Aunque le habían alertado de su presencia enseguida, esperaba que
saltase inmediatamente del sistema. Cuando sus naves de combate aeroespacial le
informaron de que la nave estaba desarmada y llevaba las insignias de la Casa Steiner
sintió un hormigueo por todo el cuerpo. No le habría extrañado que hubiese sido una
patrulla kuritana de reconocimiento explorando Kiamba antes de un asalto, pero una
nave Steiner significaba que ocurría algo especial.
Sus tropas abordaron la nave cuando la Lobo Negro se acopló a la Dire Wolf. No
opusieron resistencia, lo cual no le sorprendió en absoluto. Cualquiera que viaje en
una Nave de Salto desarmada concede de antemano superioridad militar a sus

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enemigos. Conocía bastante bien la Esfera Interior —por la información que Phelan
le había proporcionado durante los interrogatorios— para saber que consideraban las
Naves de Salto demasiado valiosas como para cargarlas de explosivos y detonarlas en
medio de una formación enemiga.
La captura de la nave Steiner no había sido una gran hazaña, aunque uno de los
prisioneros exigía ver al líder de los Lobos. Decía ser Katrina Steiner, la arcontesa de
la Alianza Lirana, pero no podía tomar en serio su declaración. El hecho de que no
llevase escolta y estuviera tan lejos de la capital habría convertido su presencia en un
acto imprudente o estúpido.
O ambas cosas. Aunque Vlad no sentía más que desprecio por la Esfera Interior y
sus habitantes, le sorprendía la inteligencia que mostraban las holotransmisiones
públicas. Aunque desdeñaba todo tipo de espectáculo, los programas informativos
tenían una elevada credibilidad. La libertad con la que se difundía la información por
toda la Alianza Lirana y otras partes de la Esfera Interior era una bendición para los
Clanes en su empeño por descubrir las debilidades del enemigo.
Él sabía quién era Katrina. No había un solo programa informativo que no
explicase algún cotilleo frívolo sobre ella. De hecho, había visto miles de imágenes
holográficas de la arcontesa, aquella mujer que aparecía cada día con un nuevo
modelo y alguna forma nueva de recogerse su rubia melena. Al principio, se había
reído de ella, pero luego lo empezó a fascinar la astucia con que cambiaba su imagen
para influir sutilmente en los habitantes de su nación.
La puerta de la cabina se abrió, y Vlad se puso en pie con el traje gris abierto por
el cuello y la tela ajustada sobre los músculos de los brazos y los muslos. Se pasó la
mano por su espesa cabellera negra, intentando adoptar una expresión que pareciese
severa y fría. Sea quien sea esta farsante, lamentará la broma.
Un Elemental entró en la habitación, arrastrando a la mujer del brazo. El pelo
largo y despeinado ocultó el rostro, hasta que consiguió deshacerse del Elemental. Se
apartó unos mechones de la cara y lanzó a Vlad una asombrosa mirada azul, llena de
fuego.
—No permitiré que se me trate de esta manera.
Vlad sintió un escalofrío. Quería decir que sería tratada como correspondía a su
estatus dentro de los Clanes y oyó el tono amenazante de esas palabras en su mente.
Una infinidad de sirvientes y sirvientas habían temblado al oír aquella voz. Pero no
eran más que debiluchos, que se habrían acobardado ante una persistente mirada o un
puño alzado.
Comparó lo que sentía en su interior con el miedo, la tensión de su estómago y
una especie de dolor en el corazón. De repente, olvidó el dolor de sus articulaciones,
que fue sustituido por una curiosa sensación en lo más profundo de sus entrañas y
unos pensamientos que nunca antes había tenido, unos pensamientos que iban más

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allá de la necesidad y el deseo físico, unos pensamientos que lo dejaban sin palabras.
Vlad titubeó, confundido. Pese al enojo que refulgía en los ojos de ella y la
tensión de su cuerpo, era preciosa. Lo que él sentía, lo que quería, traspasaba la
barrera de la atracción física. Había muchas mujeres bonitas en su sibko y su Clan. En
los mundos que los Lobos habían conquistado, también había un sinfín de mujeres
guapas. Tanto dentro como fuera de los Clanes, había mantenido relaciones con las
mujeres que había querido, pero ninguna de ellas le había evocado aquellos
pensamientos.
Pensamientos de procreación.
En cuanto hubo clasificado el pensamiento, la necesidad que lo llamaba a gritos
casi a nivel celular, Vlad se sintió totalmente fuera de su experiencia previa. Aquello
no tenía sentido y empezaba a asustarlo. Él era un guerrero, nacido y entrenado para
convertirse en un desapasionado asesino del enemigo. La lógica y la inteligencia eran
armas que utilizaba para definir, entender y conquistar el universo conocido; pero
aquella reacción desafiaba toda lógica, debilitaba la inteligencia y aun así su fuerza le
hacía estremecer.
Con el sistema del Clan de reproducción genética, la casta guerrera no buscaba la
procreación con el acto sexual. Vlad había sentido afecto por las mujeres con las que
había estado, pero ni más ni menos que el que sentía por otros miembros de su sibko
o de las unidades en las que había trabajado. El sexo, para los Clanes, proporcionaba
placer y aliviaba tensiones. Lo obtenían cuando querían, como un regalo entre
camaradas, sin los enredos y los celos emocionales que podían desmoronar toda una
unidad militar.
Sabía que no podía sentir aquella atracción, aquella compulsión, hacia esa mujer.
No sé cómo sentir algo así. La idea de que existiera una nueva sensación, una nueva
experiencia que jamás había tenido, lo llenaba de entusiasmo y, sin embargo, el hecho
de que lo que sentía en su interior traicionase la disciplina y el control de su cuerpo
era de lo más perturbador. Esto rebasa toda lógica. ¿Cómo puedo afrontarlo?.
Vlad recordaba de forma vaga y distante que Ranna había descrito una atracción
similar por Phelan Kell, pero él había sido incapaz de entender una sola palabra de lo
que ella intentaba explicarle. El librenacido Phelan le parecía un ser despreciable y
creía que los sentimientos de Ranna hacia él eran un mero capricho o, en el caso de
un miembro de la casta guerrera, una forma de ejercer dominio sobre el sirviente. No
era más que un juego del que pronto se cansaría, o eso pensaba Vlad.
¡Es imposible y, sin embargo, real! Un amasijo de pensamientos se apoderó de él,
incluso antes de que ella pronunciase su última palabra. Miró al Elemental y señaló
hacia la puerta.
—Deje aquí a la prisionera.
El Elemental empujó a la mujer, y Vlad pensó por un instante que no había

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ofrecido resistencia a la guerrera que la había llevado ante él. Fue entonces cuando
advirtió que la tensión de sus ojos había disminuido ligeramente y que tenía la boca
entreabierta. Ella lo miró fijamente, sin llegar a comprender, y apareció ante los ojos
de él no tanto como una presa en presencia de un depredador, como otro depredador
descubriendo un intruso en su territorio.
Vlad inclinó la cabeza.
—Bienvenida, Katrina de los Steiner.
De pronto, pareció darse cuenta de todo.
—Usted es un Lobo, pero no es Ulric Kerensky —dijo en un tono precavido y
lleno de recelo.
—No, no lo soy. Soy el Khan Vladimir Ward, de los Lobos.
—¿Usted sabe quién soy yo?
—Creo que tengo una leve noción de quién es.
Vlad no había prestado mucha atención a Katrina Steiner y sus hazañas porque se
definía constantemente como una conciliadora. Sus acciones le provocaban
sentimientos de repugnancia. Mientras que los demás intentaban acabar con los
Clanes, ella, con su actitud pacificadora, pretendía disolver la sociedad, poniendo fin
a las prácticas y las costumbres que los fortalecían.
Pero la mujer que tengo ante mí no es la debilucha que esperaba. Vlad lo veía en
el porte de sus hombros y en su persistente mirada.
—¿Es esto una fachada, o lo que he visto antes era una mera ilusión?
Katrina señaló hacia la cuerda de sirvienta que llevaba alrededor de la muñeca
derecha.
—Ninguna respuesta podría verificarlo. Tendrá que juzgarlo usted mismo —dijo.
Al extender los brazos, el traje de salto azul marcó la forma de su estómago y sus
pechos—. ¿Qué le parece que soy?
La consorte ideal para un ilKhan, siempre que yo sea el ilKhan…. Vlad se giró
para ocultar su reacción y observó la pantalla visora en el vacío. Es una librenacida;
sin embargo, destaca por encima de todos los demás. Esto es una locura.
—Su presencia aquí significa que es joven y estúpida.
—Estoy de acuerdo con lo de joven, Vlad —dijo en un tono que resultó
insinuante al pronunciar su nombre.
Vlad sabía que, en parte, era intencionado, pero el modo como se había dirigido a
él denotaba su propia sorpresa.
—Y tal vez sea un poco estúpida.
—Más que un poco —dijo Vlad, ya recuperado y girándose hacia ella—. Es
obvio que se encuentra en misión unilateral por el intento de Kiamba de iniciar el
diálogo con los Jaguares de Humo. Les habría impresionado que haya corrido el
riesgo de aparecer aquí en persona.

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—¿Y usted está impresionado?
—¿Importa si lo estoy?
—Sólo si lo está.
—Sí, un poco —dijo Vlad, sacudiendo la cabeza—. No obstante, pongo en duda
la sensatez de una líder que es capaz de abandonar su nación en situación de ataque.
Katrina alzó la cabeza y lo miró, enojada.
—¿Ataque?
—Los Halcones de Jade iniciaron una serie de ataques contra los mundos de la
Alianza a principios de mes.
Katrina Steiner cerró los ojos un segundo y apretó los puños, olvidando de
repente su coquetería.
—¿Dónde han atacado? ¿Cuál es el resultado?
Vlad se encogió de hombros.
—Las depredaciones de los Halcones no me preocupan. Si quisieran demostrar su
verdadera valía, habrían atacado a otro Clan, no a la Alianza Lirana.
Katrina echó la cabeza hacia atrás con altivez.
—Tengo que regresar a Tharkad inmediatamente.
—¡Ah!, ¿sí?
—Mi nación me necesita.
—La Alianza Lirana ya no es su nación. Ahora es una sirvienta del Clan de los
Lobos.
—¿Qué?
Vlad señaló la cuerda que llevaba en la muñeca.
—Usted es el premio de guerra. Me pertenece.
La reacción a su comentario parecía contener indignación y un atisbo de
curiosidad.
—¿De verdad cree poseerme? —preguntó señalando hacia la pantalla visora—.
Dirijo la lealtad de miles de millones de personas, que alzarán las armas contra usted
y lucharán en mi nombre.
Vlad arqueó una ceja.
—Hasta ahora su pueblo ha sido incapaz de detener a los Halcones de Jade. ¿Por
qué debería creer que podrían arrancarla de mi lado?
—¿Por qué debería creer que mi pueblo no ha detenido a los Halcones? —
preguntó llevándose los puños a la cintura—. ¿Y por qué sería tan estúpido para creer
que mi pueblo no los detendrá? Desde mi punto de vista, los Halcones atacan y salen
corriendo para convertirse en un objetivo difícil. Tukayyid demuestra que cuando los
miembros de los Clanes se detienen pueden ser derrotados.
—Pero los Lobos no fueron derrotados en Tukayyid.
Los azules ojos de Katrina se iluminaron.

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—Los Lobos recibieron la ayuda de la Esfera Interior en Tukayyid.
Vlad refrenó una respuesta airada y la ocultó bajo una sonrisa.
—Está diciendo que sin Phelan los Clanes no pueden ganar.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Puede interpretarlo así.
—¿Y usted cree que Phelan y sus tropas salvarán su reino de los Halcones?
Su expresión se ensombreció y, en su lugar, apareció una máscara imperturbable.
—La lealtad a su casa es un ejemplo de mi pueblo.
Vlad hizo un gesto de asentimiento mientras analizaba su reacción al oír el
nombre de Phelan. Es demasiado impulsiva, y sus emociones demasiado manifiestas.
Es un defecto, pero un defecto intrigante.
—Noto que no le gusta Phelan, a pesar de que es su propio primo.
—Veo que lo conoce —dijo con una franca mirada—. ¿Le gusta a usted?
El Lobo se echó a reír, y Katrina se quedó sorprendida. Vlad resiguió con el dedo
la cicatriz que tenía en el lado izquierdo de la cara.
—Ha dejado su marca en mí y también en los míos, y nuestra situación actual se
debe a su excesiva influencia en el ilKhan. Su presencia en la Alianza Lirana
convertirá a Arc-Royal en un objetivo especial tan pronto como se reanude la
invasión.
—¿Cuándo será eso?
Vlad se encogió de hombros.
—Se reanudará cuando hayamos elegido a un nuevo ilKhan.
Ella frunció el ceño.
—Pero ya se reunieron para elegir a un nuevo ilKhan hace un mes.
—Así fue.
—Así que el ataque empezará ahora.
—No.
—¿Por qué no?
Vlad esbozó una sonrisa.
—Elegimos a un ilKhan, y yo lo maté poco después de su elección.
—¿Qué había hecho?
—No estaba preparado para gobernar y, por eso, lo maté.
Katrina adoptó una expresión de admiración.
—Pero ése no era el único motivo para matarlo.
—No, era una Halcón de Jade. No tenía ningún otro motivo.
—Ya veo.
Vlad hizo un gesto de asentimiento.
—Puede ser que sí.
—Y usted sabe por qué estoy aquí, ¿quiaf?

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—Una alianza con los Jaguares de Humo le permitiría presionar al Condominio
Draconis y distraería a su hermano. Los Jaguares también podrían frenar a los
Halcones, o a cualquier otro Clan que ambicione su reino. Pero como no entiende
nuestro funcionamiento dudo que haya hecho una buena elección.
Katrina no reaccionó ante la leve reprimenda.
—¿Cree que hay un aliado mejor entre los Clanes?
—Una alianza abierta con una nación de la Esfera Interior sería un suicidio para
cualquier líder de un Clan.
—Como una alianza abierta con un poder del Clan para cualquier líder de la
Esfera Interior —dijo con una imperturbable mirada—. Creo que usted y yo
podríamos llegar a un acuerdo. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Un lejano eco de la sensación inicial resonó en su mente. Los Halcones. Phelan.
Asintió con un gesto de cabeza.
—Sí, se puede llegar a un acuerdo.
—Bien —dijo mostrándole la muñeca derecha—. Quíteme esta cuerda de
sirvienta y verá lo bien que nos entendemos.
—Bien negociado y hecho, arcontesa Katrina —dijo Vlad, sacándose un cuchillo
de la bota y cortando la cuerda blanca de un tirón. La cuerda cayó al suelo entre los
dos, y él la apartó con el pie—. Ahora hablemos, como amigos, de los que temerán
nuestra unión.

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20

Ciudad de Tharkad
Tharkad
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
20 de febrero de 3058
Tormano sentía la tensión en el cuello y los hombros. El mapa holográfico que
flotaba en el aire por encima de su escritorio mostraba un punzón verde en medio del
azul Steiner de la Alianza Lirana. Los ataques a Recife, Ellengurg y Guatavita no
dejaban duda de que Coventry sería el siguiente objetivo.
Y Tharkad se encuentra a sólo cuatro saltos de Coventry. Si los Halcones de Jade
mantienen la velocidad actual llegarán a Tharkad el uno de abril. Tormano
memorizó aquella fecha y habría sacudido la cabeza de no haber sido porque le dolía
demasiado para mover la barbilla de la palma de la mano.
Lo que lo confundía era la lucha entre el yang y el yin, lógica e ilógica, en
relación con la agresión del Clan. Era obvio que el avance parecía un intento de
apoderarse de Tharkad y eliminar a la Alianza Lirana de la lucha contra los Clanes.
Aquélla era una buena estrategia a varios niveles. Si Tharkad no intervenía, las
diversas facciones de la Alianza Lirana quedarían al margen y tendrían que
convertirse en estados vasallos del Clan o resistir todo lo que pudieran antes de que la
marea del Clan las engullese.
La pérdida de Tharkad también obligaría a Victor Davion a desviar la atención de
los problemas del Condominio y preocuparse por los de una nación que decía ser
suya. Davion se vería obligado a luchar en su propio territorio para liberar a un
pueblo que se había sentido arrinconado por él. Si no defendía a los liranos, la Liga
de Mundos Libres tendría que avanzar desde la frontera hacia el frente del Clan para
crear una zona parachoques que les impediría luchar en sus propios mundos para
hacer frente a los invasores. Si aquello ocurría, las posibilidades de unión de la
Mancomunidad Federada eran nulas.

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Pero también era un problema ver la acción del Clan como una estrategia
brillante. En primer lugar, un ataque para forzar a Victor a abandonar su apoyo al
Condominio en defensa de la Alianza significaría que los Clanes estarían actuando
como una unidad, ya que la acción de los Halcones también beneficiaría a los
Jaguares de Humo y a los Gatos Nova. Pero la reciente deserción de los Lobos de la
Alianza Lirana era una evidencia clara de que los Clanes no se movían al unísono.
Después de que había explotado ese pequeño mito, Tormano tenía que ver cómo
los Halcones de Jade se beneficiarían del ataque. Si se apoderaban de Tharkad, los
liranos quedarían al margen de la lucha, pero las FAAL no habían intervenido mucho
en las actividades al otro lado de la frontera. Nondi Steiner se había concentrado en
mantener la calma en la línea fronteriza y en hacer frente a las incursiones de los
Halcones de Jade. No había invadido el espacio de los Halcones y, aparte de la
operación de los Demonios de Kell el año anterior, Tormano no sabía de ningún
ataque de la Alianza Lirana, al territorio ocupado por el Clan.
Pero el objetivo de la avanzada era más acuciante que la falta de motivos para
llevarla a cabo. Tharkad era un objetivo lógico, pero los Clanes nunca habían
mantenido en secreto que la meta final de la invasión era la Tierra. El Clan que se
apoderase de la Tierra sería el más fuerte de todos. Ese Clan establecería y dirigiría
una nueva Liga Estelar, con el método de los Clanes como modelo para la
humanidad. Sólo la defensa de Tukayyid por parte de ComStar los había detenido.
Tharkad no es la Tierra. Tharkad sería un objetivo lógico si su captura permitiese
la aproximación de los Halcones a la Tierra, o les confiriese alguna otra ventaja para
apoderarse del planeta; pero no era así. Aunque se extendía un vasto territorio de la
Alianza Lirana entre la posición más avanzada de los Halcones y la Tierra, la
República Libre de Rasalhague y gran parte del Condominio Draconis estaban en la
misma situación. Además, Tharkad se encontraba a un salto más de distancia de la
Tierra que Quarell. Si las tropas del Clan se desplazaban de Tharkad a la Tierra,
pasarían por la frontera de la Liga de Mundos Libres, e indudablemente Thomas
Marik tomaría medidas para proteger su reino.
Nondi Steiner había declarado que los Halcones tenían planeado cruzar la línea de
tregua y provocar una guerra entre ComStar y todos los Clanes invasores. De ese
modo, las tropas de ComStar se unirían para detener a los Halcones en la Alianza
Lirana antes de que llegasen a la Tierra. Aquello tenía cierto sentido, pero Tormano
dudaba que Nondi hubiera averiguado su estrategia.
No están actuando como cuando llevaron a cabo la primera invasión.
Cuando los Clanes se adentraron por primera vez en la Esfera Interior, atacaron,
conquistaron y retuvieron los mundos en sus pasillos de invasión. En ese momento,
los Halcones de Jade aterrizaban en un mundo, derrotaban a los defensores y se iban.
Seguían venciendo, pero, a diferencia de la invasión inicial, ya no aplastaban a los

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defensores planetarios. Se llevaban provisiones de los mundos que atacaban, pero no
en lote, sino como un ejército que se alimentaba de la tierra por la que pasaba.
La teoría de Nondi era que los Halcones abandonaban los mundos a los que
atacaban porque sabían que no podían retenerlos. Citaba unos informes de
rendimiento que demostraban que los Halcones eran menos eficaces que en la
primera invasión, ocho años atrás. Tormano creía que esas estadísticas eran poco
fiables y, por lo tanto, insignificantes.
El caso era que los Halcones habían acabado con todo lo que las EAAL habían
utilizado en su contra.
Pero el simple hecho de que no entendiera la razón del ataque de los Halcones de
Jade no significaba que no la tuvieran. Por lo que Tormano sabía, el ilKhan al que
acababan de elegir podría haber decidido que la Tierra era un objetivo inútil y haberlo
desplazado a Tharkad. Así, los Halcones de Jade habrían ganado la apuesta de ser el
Clan invasor. Tras su caída, tal vez se habrían dirigido a Luthien, y así sucesivamente,
hasta conseguir desmenuzar y escindir toda la Esfera Interior.
Tormano cerró los ojos para aliviar el escozor, pero seguía viendo los puntos de
luz que había estado observando con atención. Aunque no entendía por qué los
Clanes se dirigían a Tharkad, no podía pasar por alto aquel hecho. La seguridad de la
capital de la Alianza Lirana era primordial, ya que si caía no se podría organizar
ninguna defensa contra los Clanes.
Esbozó una sonrisa. Y tener OmniMechs de los Clanes en dirección a la Tríada
no es lo que yo considero buena suerte. La última vez que pensé en pilotar un ’Mech
fue hace décadas y es mejor olvidar esos días.
Abrió los ojos de nuevo y solicitó la disposición y las ubicaciones de las tropas.
Quería reunir en Tharkad las unidades de las FAAL más eficaces y leales, ya que
desde allí se podría detener cualquier contraataque, y aquellas unidades defenderían
férreamente a la arcontesa y su hogar. En Tharkad tenía que acabar la incursión del
Clan.
Pulsó varias teclas y contó el tiempo que tardarían las naves en desplazarse hasta
Tharkad. En el mejor de los casos, las tropas tardarían dos meses en llegar, unas dos
semanas después del ataque de los Halcones. Pero pese al problema que aquello
suponía, el retraso era inevitable, ya que las leyes de la física y las limitaciones de la
tecnología implicaban que el quince de abril era la fecha mínima de llegada de la
fuerza que defendería el mundo.
Si no consigo que lleguen antes, tal vez pueda detener a los Halcones. Coventry
era el siguiente objetivo obvio de los Halcones de Jade. Estimaba su llegada al lugar
en poco más de tres semanas, es decir, a mediados de marzo. La diferencia entre
Coventry y los otros objetivos de los Halcones era que Coventry contaba con tres
importantes fuerzas de ’Mechs: la Milicia de la Marca de Donegal de Coventry, los

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Décimos Soldados de Skye y el Cuadro de la Academia Militar de Coventry. Aunque
el Cuadro de la Academia sólo utilizaba ’Mechs viejos para entrenar, los cadetes
sustituirían la falta de armas por su entusiasmo. La Milicia era una unidad mezclada
que disponía de blindaje y elementos aeroespaciales además de ’Mechs. Los
Soldados, aunque eran una tripulación débil, parecían buenos en la holografía.
Con esas tres fuerzas y algunas unidades de guardias personales de los diversos
nobles que vivían en Coventry, los Clanes encontrarían más resistencia de la que
habían afrontado hasta el momento. Si la gente del lugar conseguía retenerlos lo
suficiente, podrían incluso enviar refuerzos a Coventry para acorralar a los Halcones
y asegurarse de que no salían del mundo.
Las tropas que envíe a Coventry tendrán que ser muy buenas y capaces de
realizar operaciones independientes. Enviaría a los Demonios de Kell, pero dudo que
se dignasen responder a mi petición, pese a estar más cerca de Coventry que mi otras
opciones. La Caballería Ligera de Eridani era una unidad mercenaria con una historia
que se remontaba a la Liga Estelar y una reputación que no tenía nada que envidiar a
la de los Demonios de Kell o los Dragones de los Lobos. Habían luchado bien
durante la primera invasión de los Clanes, y su presencia cerca de la Periferia
explicaba por qué los Halcones la habían esquivado y se encontraban en su actual
vector de ataque. Los cálculos indicaban que podían llegar a Coventry a principios de
abril. Aunque era demasiado tarde para hacer frente a los Clanes en Coventry, la
fuerza podría seguir de cerca a los invasores y hacerles frente en cualquier otro
mundo que atacasen.
La segunda unidad que quería emplear era los Dragones de los Lobos. Aunque los
cinco regimientos estaban en Outreach, los Dragones tenían Naves de Salto
suficientes para enviar al menos dos de sus regimientos a principios de abril. Como
Tharkad se encontraba exactamente entre los dos puntos, los Dragones podían
quedarse en Tharkad si la situación de Coventry se resolvía antes de lo esperado, o
dirigirse a otro mundo para luchar contra los Halcones.
Si traía los otros tres regimientos de los Dragones a Tharkad, fortalecería la
defensa del mundo, pero quería una unidad que fuese más de su gusto. Tormano sabía
que si los Clanes conseguían llegar a Tharkad, lo último en que pensarían los fieles
ciudadanos liranos sería en salvar su vida y evacuarlo. Era fácil imaginar a Katrina —
si volvía a tiempo para ver la caída del mundo— exhortando a su pueblo para luchar
por ella hasta el final, y él sabía que lo haría.
Y acabarían culpándonos a mí o más probablemente a Victor de la caída de
Tharkad.
Por esa razón, quería traer a Tharkad una unidad mercenaria que le fuera
personalmente leal y velase por sus intereses. Hacía años que les pagaba una cuota
por si alguna vez los necesitaba, ya fuera para que luchasen por él o, sobre todo, para

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ayudarlo a escapar si Thomas Marik o Sun-Tzu Liao decidían matarlo. Eran una
unidad competente, con una buena reputación, aunque todavía mantenía su largo
feudo con los Dragones, a pesar de que Wayne Waco se había retirado. Reunir a los
Soldados de Waco y a los Dragones en cualquier mundo era una potente receta para
el desastre, pero las ventajas pesaban más que el riesgo.
Tormano se llevó la mano a la nuca y se frotó los músculos en tensión. Tendré
que pasar estos ajustes a Nondi, pero sé que los aprobará, del mismo modo que
continuará el bloqueo informativo de los mundos invadidos. Mis acciones le
permitirán concentrarse en la operación directa contra los Halcones y olvidarse de
todo lo demás.
—Espero, arcontesa Katrina, que traigáis buenas noticias a vuestro regreso, pero,
sobre todo, que regreséis pronto, con buenas o malas noticias —dijo Tormano,
estremeciéndose de dolor—. Cuando acepté este trabajo, no pensé que viviría para
ver la muerte de la Alianza Lirana.

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21

Nave de Descenso Trae Word


Boonville, distrito administrativo de Kentessee
Norteamérica, la Tierra
28 de febrero de 3058
La capiscolesa Lisa Koenigs-Cober se apretó el cinturón de seguridad que la
mantenía inmóvil en el asiento de mando del Quickdraw y encendió la radio.
—¿Hay alguna posibilidad, señor Archer, de que pueda esquivar esas corrientes
de aire en lugar de atravesarlas? —preguntó en un tono suave, pero suficiente para
que no pareciera del todo una broma.
La Nave de Descenso de clase Leopard había dado un fuerte viraje.
—Si de mí dependiera, capiscolesa, no estaría en el aire ahora mismo. Podría
sobrevolar esta tormenta, pero estamos utilizando el faro de los Lanceros para enfocar
nuestro objetivo.
—Entendido.
Lisa lanzó un suspiro, que no era el primero del viaje. Evelena Haskell había
solicitado su presencia como observadora en una última serie de ejercicios que
demostraría que los Vigésimo Primeros Lanceros de Centauro estaban preparados
para asumir el deber y firmar las cláusulas de contrato que les permitirían un aumento
de sueldo. Lisa había intentado desentenderse e incluso había alegado la necesidad de
recalificar en un combate en directo con su Quickdraw antes de final de mes, pero
Haskell había señalado que los Lanceros ya habían entablado una lucha así y que la
pondría a su disposición, invalidando de este modo su última excusa.
Lisa había aceptado unirse a los Lanceros fuera de Bowling Green al darse cuenta
de que su reticencia se debía en parte a la desazón que había sentido durante los
ejercicios de simulación con los Lanceros. Sin decir nada a Haskell, había llegado a
la conclusión de que ella y sus compañeros de lanza obtendrían una mayor
calificación si realizaban un combate en directo. Esperaba que si demostraba su

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habilidad recuperaría el orgullo que había perdido cuando los mercenarios aplastaron
a sus tropas.
La llegada de una de las peores tormentas de invierno de la historia estuvo a
punto de desbaratarle el plan. El aire caliente y húmedo del Caribe y el Atlántico
había colisionado con un frente de aire ártico en la región central de Norteamérica y
se había dirigido a la sede de ComStar en el cabo Hilton. Había descargado varios
metros de nieve a ambos lados del río Misisipí, que probablemente se transformarían
en inundaciones al llegar la primavera, y luego había seguido con fuerza hacia la
Costa Este.
—Entiendo su reticencia a volar con este tiempo, señor Archer. Sólo intente no
aterrizar demasiado pronto.
—¡Por supuesto! —contestó el piloto en un tono sarcástico, que se filtró en el
neurocasco de Lisa con toda claridad—. Bastaría con que pudiera ver dónde aterrizar.
El monitor secundario de la cabina de su ’Mech se iluminó de blanco cuando
Archer conectó la cámara externa.
—Hay una intensa blancura ahí afuera.
—Sí, y también tres metros de profundidad.
—¿Le han despejado alguna pista?
—Supongo que sí. Han encendido los faros. Haremos un acercamiento
automático dentro de unos diez minutos. Estamos a cien kilómetros y medio de
distancia aproximadamente. Paciencia.
—Wilco.
Archer se echó a reír.
—Se aproximan cuatro naves de combate aéreo de los Lanceros. O están locos, o
necesitan entrenamiento para condiciones climáticas adversas.
Lisa esbozó una sonrisa.
—Sígalos a casa, señor Archer.
—Entendido, capiscolesa.
Archer pulsó un par de botones de la consola de mando y desplazó la visión de la
cámara de la nariz al radar de la Nave de Descenso aerodinámica. Las nubes de
tormenta que atravesaban produjeron muchas interferencias; sin embargo, pudo
vislumbrar cuatro bloques escarlata correspondientes a los aviones de combate TR-10
Transit de los Lanceros. Pasaron a toda velocidad por el centro de la pantalla y dieron
media vuelta. Se dirigieron a la cola de la Nave de Descenso, y Lisa supuso que
avanzarían hasta las alas y se pondrían al frente.
Cuando se dio cuenta de que no era así, la nave empezó a temblar.
Por un instante, pensó que la Nave de Descenso había vuelto a encontrar
turbulencias, pero el radar conectado al monitor secundario se apagó. Al principio,
creyó que el fallo se debía a que la turbulencia había cortado la conexión con la nave,

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pero reconsideró la idea cuando el líquido refrigerante salpicó la escotilla de la cabina
del ’Mech y aparecieron unos pedazos blancos donde antes estaba la superficie negra
de la crujía.
La turbulencia es la menor de mis preocupaciones.
Otro temblor sacudió la nave, y los agujeros del casco se abrieron de par en par.
La Nave de Descenso empezó a rodar hacia la derecha, y antes de que tuviera tiempo
de reaccionar, se había invertido por completo. El viento soplaba con fuerza en la
crujía del ’Mech mientras la nave iniciaba una caída en picado en dirección al
planeta.
Lisa encendió la radio, que había estado apagada anteriormente para no interferir
en la navegación. El hecho de que pudiera abrirla significaba que los cierres del
ordenador no funcionaban. Según el cerebro de silicona que controlaba su ’Mech, no
funcionaba nada de lo que había en la Nave de Descenso y estaba claro que el piloto
también lo creía así. Cuando activó el sistema de emergencia, las puertas de
cargamento salieron disparadas para que la tripulación tuviera tiempo de salvarse.
—¡Despejad! ¡Dejad vía libre!
Pisó con todas sus fuerzas los pedales de propulsión de salto y puso en marcha
tres propulsores instalados en el torso del ’Mech, que prendieron fuego a la crujía.
Oyó cómo el metal chirriaba en la parte trasera cuando se resquebrajaron los soportes
de contención. Movió los brazos del ’Mech hacia atrás, y la máquina se desplazó
hacia adelante, en dirección a la grieta blanca del lateral de la nave. Notó el impacto
del blindaje de los extremos del fuselaje y cómo la nave se tambaleaba antes de salir
disparada.
El altímetro del monitor auxiliar indicó que se encontraba a dos kilómetros de
altura. Más alto que la mayoría de los aterrizajes de combate. Como su ’Mech estaba
diseñado para utilizar los propulsores de salto, podía soportar la presión del aterrizaje
después de un salto. Normalmente, eso suponía amortiguar un descenso de menos de
cien metros; pero en situaciones de combate se podían realizar saltos de mayor altura
sin que el ’Mech sufriera graves daños.
Al llegar a un clic, volvió a pisar los propulsores y redujo la velocidad de la caída,
con lo que consiguió reorientar el ’Mech para aterrizar con los pies. El altímetro
continuó una cuenta atrás cada vez más frenética y, a dos metros de altura, pisó de
nuevo los pedales y se preparó para el impacto.
No es suficiente para detenerme. Voy demasiado deprisa. Una milésima de
segundo antes de caer presa del pánico, las invocaciones que ComStar enseñaba a sus
miembros le atravesaron el cerebro. Aunque le parecían de lo más absurdas, las
plegarias serían más reconfortantes que la lógica fría y cruel de la realidad.
Sintió un golpe en el ’Mech y lo giró hacia la izquierda un instante antes de que
los enormes pies de metal se incrustaran en el suelo. La inercia la empotró con tanta

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fuerza en el asiento de mando que notó cómo la sangre le bajaba de la cabeza a los
pies. Las correas de contención se le clavaron en los hombros y la cintura cuando el
’Mech empezó a caer.
Un mundo blanco, gris y negro se arremolinó fuera de la cabina del ’Mech.
Cientos de demonios de nieve chocaron contra el blindaje del Quickdraw a medida
que descendía.
Un estrepitoso ruido resonó por toda la cabina y se extendió por la columna de la
máquina. Las colisiones del ’Mech en la tierra eran cada vez más frecuentes y se
producían con tal intensidad que parecía que no fueran a acabar nunca.
Se resistió a la tentación de extender los brazos del ’Mech para detener la caída,
pero la velocidad de un BattleMech de sesenta toneladas en caída libre podría
arrancar un brazo al instante. El descenso de la nave y el aterrizaje serían la parte más
difícil de soportar. Después, nada podría empeorar la situación del ’Mech.
El Quickdraw volvió a chocar con fuerza. Por la forma en que había girado la
nave, supuso que el hombro había dado contra el saliente de una roca. Los pies del
’Mech cambiaron de dirección, y la cabina empezó a elevarse como si el ’Mech fuera
una marioneta gigante levantada por una mano invisible.
Fue entonces cuando se detuvieron las colisiones.
El ’Mech dio un giro lento y largo, tras el cual el silencio se apoderó de la cabina.
Lisa apretó los dientes y se sujetó a los brazos del asiento de mando con todas sus
fuerzas. Aunque la trayectoria de vuelo parecía indicar que la siguiente colisión sería
menor, aquella valoración intelectual no le sirvió para aliviar su corazón. ¡Esto no
pinta nada bien!
El Quickdraw aterrizó mucho más suavemente de lo que esperaba, y ella apenas
se movió de su asiento. Cuando miró hacia la escotilla de la cabina, lo único que
pudo ver fue una capa blanca que la cubría lentamente y una masa gris oscura en las
esquinas. Tardó un momento en darse cuenta de que el ’Mech había caído de espaldas
y que el color gris representaba las laderas boscosas de las montañas que copaban el
valle en el que había aterrizado.
O caído, para ser más exacta. Abrió la placa visora del neurocasco y se tapó la
nariz con la mano izquierda mientras pulsaba una serie de botones y solicitaba
diagnósticos de sistema del Quickdraw con la derecha. Venga, muévete.
El ordenador se encendió e indicó que, aparte de que casi no le quedaba
combustible de propulsión de salto, el ’Mech estaba en buen estado para ser una
máquina que acaba de caer desde dos kilómetros de altura a través de una tormenta de
nieve. La caída había dañado todo el blindaje del ’Mech, y la protección había
disminuido de un veinticinco a un diez por ciento. Sin embargo, las patas y los
accionadores habían soportado el aterrizaje bastante bien. El Quickdraw podría
volver a caminar y sólo había perdido un quince por ciento de su velocidad de

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despegue.
Apretó un interruptor para activar los sistemas armamentísticos. El ordenador
indicó que estaban todos operativos, a excepción de la lanzadera desmontable de
MCA, que se había desprendido durante la caída. Lisa se alegró de que no hubiese
explotado cuando todavía estaba acoplada al torso del ’Mech, pero lamentaba su
pérdida.
Sentó el Quickdraw en el suelo y descubrió que estaba medio hundido en lo que
en otro tiempo había sido un estanque congelado. Miró hacia la derecha y vio una
franja de diez metros de anchura de pinos aplastados que desaparecían bajo la manta
de nieve. El ’Mech había descendido por una pendiente, había chocado contra un
árbol y había seguido rodando hasta impactar en una enorme roca que sobresalía en
lo alto de un precipicio de treinta metros de altura por encima del estanque.
Lisa se estremeció.
—Me parece que no quiero ver lo que los sensores han grabado durante la caída.
Los números de la ventana del Sistema de Posicionamiento Global del monitor
auxiliar indicaban que se encontraba en el centro del distrito de Kentessee. Estoy a
casi setecientos cincuenta kilómetros al noroeste del cabo Hilton y tengo las
montañas Great Smoky en medio. Si tengo suerte podré avanzar a cincuenta
kilómetros por hora, lo que supone un total de quince horas.
Se dio cuenta de que había decidido volver al cabo Hilton incluso antes de
asimilar lo que le había pasado y lo que esperaba encontrar en la sede de ComStar.
Estaba segura de que los Lanceros habían disparado contra la Nave de Descenso con
la intención de matarla. No tenían modo alguno de saber que estaba atrapada en un
’Mech, y aunque las Transits hubiesen intentado seguir la trayectoria de la True Word,
probablemente habrían pensado que su ’Mech no estaba sufriendo más que un fallo
propio de una nave siniestrada.
Las cosas empezaban a encajar. Le parecía sospechoso el hecho de que los
Lanceros hubiesen demostrado ser mucho más eficaces de lo que indicaba su historial
de servicio y en lugar de preguntarse por qué habían superado las expectativas se
había limitado a aplaudir su precoz destreza, ya que de ese modo la misión de defensa
de la Tierra resultaría más sencilla.
Debería haber imaginado que los Lanceros que contratamos eran diferentes a los
Lanceros que teníamos. El ataque contra ella demostraba que la sustitución formaba
parte de un plan, que, en el mejor de los casos, acabaría con la defensa de la Tierra.
Aquello carecía de sentido, ya que la Tierra era el objetivo del Clan, a menos que, por
supuesto, los Lanceros fueran, en realidad, un Clan camuflado. Pero aun en el
supuesto de que lo fueran, ¿cómo podían haber introducido en los ordenadores de
ComStar la información que necesitaban para conseguir las autorizaciones de
seguridad adecuadas?

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A pesar de quién fueran realmente los Lanceros en realidad, sólo había un grupo
capaz de sustituir los expedientes de los archivos de ComStar. Palabra de Blake
conocía a la perfección los procesos e instalaciones de ComStar, y todo el mundo
sabía que algunos miembros de ComStar todavía sentían compasión por sus antiguos
brethren.
Además, Palabra de Blake hacía tiempo que reclamaba la posesión de la Tierra y
quería «sacar a los blasfemos del templo».
Lisa puso en pie el Quickdraw y activó el rastreador magnético. Si alguien más ha
conseguido salir de la Nave de Descenso o si los Lanceros han enviado fuerzas
terrestres para rastrear el lugar del siniestro, podré ponerme en contacto con ellos.
Aunque me estaban atacando, también deben de haber arremetido contra los
batallones de la Fuerza de Defensa Terráquea que entrenaban con ellos, siempre y
cuando no estén confabulados con los blakistas.
Lanzó un suspiro.
—Su objetivo tiene que ser el cabo Hilton y la Primus. No puedo detenerlos, pero
si la tormenta dificulta el avance de las tropas tal vez consiga sorprenderlos —dijo
Lisa, desviando el Quickdraw hacia el suroeste—. Si se decapita a la serpiente, el
cuerpo muere; pero sólo si la cabeza está realmente muerta. Hay una fina línea entre
ganar y una victoria total, y con un poco de suerte podré averiguar dónde se
encuentra exactamente.

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22

Nave de Descenso Barbarossa


Punto de recarga nadir Román
Marca de Draconis, Mancomunidad Federada
1 de marzo de 3058
Victor observó la expresión de su amigo mientras examinaba el mapa estelar
holográfico proyectado en el espacio que los separaba y no pudo evitar una sonrisa
pese a la gravedad de la situación. Kai Allard-Liao, sentado frente a él en la Nave de
Descenso, parecía más perspicaz que nunca, y sus comentarios eran tan sutiles como
en los días de la invasión del Clan. Sin embargo, había cambiado durante los seis
años que habían pasado desde la tregua de Tukayyid.
Y durante los seis años que habían pasado desde que lo abandoné en Alyina. Los
dos amigos se habían vuelto a ver en alguna ocasión, pero el poco tiempo que habían
pasado juntos había sido en Arc-Royal. De eso hacía sólo un par de años, pero Kai
había cambiado considerablemente desde entonces, tanto como él había cambiado
después de pasar un año en el frente de Alyina.
Físicamente era el mismo de siempre: alto y delgado, pero muy proporcionado.
Los ojos rasgados, la piel amarilla y la negra melena eran propios de su linaje
asiático. Tenía los ojos grises de su madre, pero la inteligencia que brillaba en ellos
procedía de ambos progenitores por igual.
Sin embargo, parece distinto.
—Claro —dijo Victor, de pronto.
Kai apartó la vista de los relucientes globos del holomapa.
—Claro ¿qué? ¿Has encontrado la solución a esa invasión de los Halcones?
—No; he estado intentando averiguar por qué te veo distinto.
—¿Distinto?
El Príncipe arconte de la Mancomunidad Federada asintió con un movimiento de
cabeza.

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—Pareces feliz. Por primera vez desde que te conozco, pareces realmente feliz.
Kai se ruborizó.
—Supongo que soy feliz —dijo con una sonrisa vacilante—. No es que no lo
fuera antes, pero, en fin, siempre he sentido mucha presión para estar a la altura de lo
que mis padres esperaban. Por supuesto, lo que yo creía que esperaban no tenía nada
que ver con sus verdaderas expectativas. Era yo el que creía que tenía que demostrar
que merecía ser el heredero de sus reputaciones.
Victor se echó a reír.
—De sus leyendas, querrás decir.
—Eso es —dijo Kai, encogiéndose de hombros—. Es extraño, pero no hay mucha
gente con la que pueda hablar de esto con la esperanza de que me entiendan. Ser el
hijo de Hanse Davion o el hijo de Melissa Steiner no debe de ser más fácil que lo que
yo tuve que afrontar, pero tú lo llevabas de otra manera.
—La situación no era exactamente la misma —dijo Victor con el ceño fruncido
—. Tus padres estaban orgullosos de ti y dispuestos a dejar que encontraras tu propio
camino en el universo. Los míos sabían que algún día tendría que heredar el negocio
familiar, así que no se podían permitir ese lujo. Como resultado, mi padre establecía
objetivos, y yo tenía que alcanzarlos, por lo que sabía en todo momento si lo estaba
haciendo bien o no.
—Tus padres te marcaron las pautas que te prepararían para gobernar la
Mancomunidad Federada algún día, mientras que los míos me dejaron escoger las
mías, que resultaron ser las mismas que ellos habían seguido —dijo Kai, frotándose
la cara perfectamente afeitada—. Deirdre y yo estamos combinando esos métodos.
Ella ya ha hecho un trabajo maravilloso con David.
Victor sonrió.
—Espero conocerlo algún día.
—¿Sabes que Deirdre vuelve a estar embarazada?
—¿De verdad?
Kai hizo un gesto de asentimiento y, luego, lo miró con suspicacia.
—Ya lo sabías.
—Bueno, sí, es cierto —dijo Victor con una tímida sonrisa—. No es que tenga a
alguien espiando a mis amigos…
—Sé que el inminente nacimiento de un heredero al trono de la Comunidad de
Saint Ivés es un asunto de seguridad nacional. Tengo que repetírselo a Deirdre para
que no desbarate el destacamento de seguridad que ha creado mi madre para
protegerla.
Kai se puso en pie y se dirigió al mueble bar para servirse más zumo de naranji
de una licorera en la taza de succión G-cero de la que había estado bebiendo. Luego,
dio un sorbo y sonrió.

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—Esta mezcla contiene un poco de lima —dijo con curiosidad—. Exactamente
como me gusta.
—Da las gracias a Jerry Cranston. Es cosa suya.
Kai asintió con la cabeza.
—Así lo haré. Hace gracia. Me resulta muy familiar, pero no sé por qué.
—Se graduó en la Academia Militar de Nueva Avalon en el cuarenta y seis.
Puede ser que lo conocieras allí.
—Seguramente es eso —dijo Kai, señalando con la taza hacia el mapa
holográfico—. Pero volviendo a esto, teniendo en cuenta lo que aquí se detalla,
parece que los Halcones están rastreando a fondo el espacio de la Alianza. Sin
embargo, tal como están las cosas ahora no puedes hacer nada sin que Katrina te lo
autorice.
—Y eso no ocurrirá. Katherine ni siquiera se ha dignado a hacer una declaración
pública sobre la situación. Nondi Steiner está movilizando tropas para atacar a los
invasores, pero no puede dejar la frontera indefensa.
—El típico problema: ¿cómo defender todo lo que tiene valor para ti? El atacante
puede amenazar más puntos de los que tú puedes defender —dijo Kai, dando un
sorbo de zumo—. Ésa ha sido siempre nuestra desventaja respecto a los Clanes.
Siempre estamos reaccionando a lo que ellos hacen.
—Excepto cuando atacamos Twycross y Teniente. No sabían qué ocurriría, y los
derrotamos —dijo Victor, asintiendo lentamente—. Ahora mismo me encantaría tener
la oportunidad de dirigir la guerra contra los Clanes.
—Tal vez sea eso lo que Focht tiene en mente.
—¿A qué te refieres?
El duque de Saint Ivés depositó la taza sobre la mesa.
—Tú, Hohiro y yo entrenábamos en Outreach cuando los líderes de la Esfera
Interior se dieron cuenta de que tenían que unirse contra los Clanes. Creo que Hohiro
podría estar interesado en continuar ese tipo de entrenamiento para preparar un
ataque contra los Clanes. He oído algo sobre una guerra entre los Lobos y los
Halcones de Jade y, aunque no son más que rumores, si se trata de un indicio de
distanciamiento general dentro de los Clanes, tal vez seamos capaces de abalanzarnos
sobre ellos y causarles graves daños.
—Quizás estés en lo cierto, Kai —dijo Victor, poniéndose en pie al oír que
picaban a la puerta—. Adelante.
Jerry Cranston entró en la estancia acompañado de una mujer vestida con la toga
escarlata de una semicapiscolesa de ComStar. Los oscuros círculos alrededor de los
ojos y la palidez de su piel indicaron a Victor que la lanzadera que la había traído a la
nave había topado con unas serias fuerzas-G para llegar allí antes de que la nave
saltase. Además, como cualquier cosa que le pudiera decir en persona también podía

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haberla retransmitido a la nave, supuso que la noticia era mala y de alto secreto.
La capiscolesa se inclinó ante él.
—Perdonad mi intrusión, Alteza. Soy la capiscolesa Regina Whitman.
—Por favor, tome asiento, capiscolesa —dijo Victor asintiendo con un gesto de
cabeza cuando Kai se giró hacia la licorera—. ¿Le gustaría tomar algo?
—Sí, gracias.
Kai le ofreció una taza de zumo, y ella bebió con ansiedad y se sonrojó al darse
cuenta de que todos la estaban observando.
—Disculpadme de nuevo.
—No se preocupe. ¿Tiene un holodisco para mí?
—No, el mensaje procede directamente del capiscol marcial y es escrito, no
visual. Quería un paquete más pequeño para que le llegara antes —dijo la
capiscolesa, recuperando el aliento—. Hemos perdido contacto con la Tierra.
—¡Qué! —exclamó Victor, mirando a Kai y a Jerry, cuyas expresiones le
indicaron que se habían quedado tan atónitos como él. ¿El asalto a la Alianza era
sólo una estrategia?—. ¿Los Clanes se han apoderado de la Tierra?
—No, señor, quiero decir, Alteza —contestó apretando la taza con fuerza
mientras Victor observaba cómo le temblaban las manos—. Algunos mensajes
preliminares procedentes de la Liga de Mundos Libres, intercepciones secretas pero
del dominio público parecen indicar que Palabra de Blake ha tomado medidas para
apoderarse de la Tierra. Lanzaron un ataque el último día de febrero, o sea ayer,
porque era el doscientos setenta y seis aniversario de la toma de posesión de la Tierra
por parte de Jerome Blake y lo que más tarde se convertiría en ComStar. También se
cumplían treinta y ocho meses desde la nominación oficial de Sharilar Mori, y
Jerome Blake reinó durante treinta y ocho años. Todo esto se complica terriblemente
y forma parte de una maligna teología.
Victor asintió lentamente mientras las ideas se disparaban en su mente. La Tierra
era el mundo que la humanidad había abandonado para habitar las estrellas. Aunque
nunca había estado allí, el hecho de que existiera y ComStar impidiera acceder a ella
había sido un principio fundamental en su interpretación sobre el funcionamiento del
universo. Durante la invasión de los Clanes, estaba preparado y dispuesto a luchar
para evitar que éstos se apoderasen de la Tierra, y en ese momento se daba cuenta de
que su determinación para defender el planeta natal de la humanidad seguía siendo la
misma.
—¿El capiscol marcial quiere que nos desviemos hacia la Tierra? La flotilla que
tenemos aquí cuenta con dos regimientos enteros de BattleMechs, además de
artillería, blindaje, infantería y regimientos aeroespaciales. Podemos llegar a la Tierra
antes que a Tukayyid.
La capiscolesa Whitman sonrió, complacida, y Victor advirtió que sus mejillas

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habían recuperado algo de color.
—El capiscol marcial me pidió que os diera las gracias por la propuesta, pero que
no sería necesaria. Dijo que aunque la pérdida de la Tierra es grave, es el menor de
los dos males que afligen a la Esfera Interior.
Victor hizo un gesto de asentimiento.
—Si nosotros no podemos hacer frente al mayor de los dos males, Palabra de
Blake puede defender la Tierra de los Clanes.
—Eso mismo opina el capiscol marcial —dijo poniéndose en pie y apurando el
zumo que le quedaba—. Si no os parece mal, iré con vos a Tukayyid. Tengo que
estudiar la situación de los sistemas donde os detendréis y hacer un informe cuando
llegue a nuestro destino.
—Por favor, como si estuviera en su casa. Jerry, que alguien le busque una cabina
a la capiscolesa.
—Será un placer, Alteza. Por aquí, capiscolesa Whitman.
Kai alzó la mano antes de hablar.
—¿Puedo preguntar algo?
—Por favor, duque Allard-Liao.
—Es sobre la Primus. ¿Dónde se encontraba en el momento del ataque?
Whitman dejó caer los hombros.
—En la Tierra, en el cabo Hilton —contestó la capiscolesa—. Como no hemos
recibido noticias suyas, debemos suponer que ha muerto.

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23

Primer Complejo de Circuitos ComStar,


isla del cabo Hilton
Norteamérica, la Tierra
1 de marzo de 3058
El escozor de sus ojos y las lágrimas que los inundaban no se debían tan sólo al humo
y al cansancio. La capiscolesa Lisa Koenigs-Cober no podía creer la destrucción del
complejo, en el que no había quedado un solo edificio intacto. Las llamas que ardían
en algunos de ellos competían con la tenue luz del amanecer. Al oeste, el negro humo
se unía a las oscuras nubes premonitoras de la tormenta a la que ella misma acababa
de hacer frente.
La unidad de Guardaespaldas de la Primus, formada principalmente por infantería
de blindaje ligero y salto, había conseguido mitigar el asalto directo del batallón de
blindaje de los Lanceros, quienes habían contraatacado con su batallón de artillería,
bombardeando metódicamente el Primer Complejo de Circuitos. Era obvio que tenían
la intención de atacar a los Guardaespaldas hasta el amanecer y, luego, atravesar la
línea con un ataque de blindaje.
Y se habrían salido con la suya si Crown y yo no hubiéramos llegado a tiempo
para detenerlos. Tras abandonar el lugar de los hechos, Lisa había localizado a otro
miembro de su lanza.
El semicapiscol Stephen Crown había conseguido sacar su Shadow Hawk de la
desvencijada Nave de Descenso. Los paquetes de propulsión de apoyo de descenso de
los otros dos ’Mechs a bordo, un Centurión y un Hunchback, se habían estropeado o,
al menos, no habían funcionado lo bastante bien como para salvar a sus pilotos.
Alentándose mutuamente para seguir avanzando, Lisa y Crown habían alcanzado
el cabo Hilton en trece horas. Destrozaron sistemáticamente todos los platos de
microondas y las líneas de comunicación que encontraron a su paso y se llevaron por
delante una parte de la red de suministro de electricidad. Suponían que las

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interrupciones se verían afectadas por la tormenta, lo que minimizaba las
posibilidades de que se corriera la voz de su llegada.
La precaución obtuvo su recompensa. Atacaron las baterías de artillería de los
Lanceros por retaguardia: primero, fueron a por las municiones y, luego, destrozaron
los aerocamiones que contenían todo el material. Los vehículos explotaron como
fuegos artificiales y tiñeron la noche de un falso amanecer y una muerte abrasadora.
Lisa decidió prescindir de la mayor parte de la artillería y dejar atrás las posiciones de
blindaje. Ella y Crown podrían haber causado grandes daños a aquellas fuerzas, pero
también habrían destruido sus propios ’Mechs y, por lo tanto, no podrían haber
cumplido su principal objetivo.
Un amasijo de cristales y argamasa crujió bajo sus pies cuando se agachó para
atravesar la puerta que conducía a la cámara del Primer Complejo. A través de un
agujero en la esquina sureste del edificio podía ver el cielo gris. Una tenue luz se
filtraba en la habitación a través del agujero y las ventanas vacías y semicirculares
que rodeaban la cámara. La parte superior de la estancia estaba cubierta de humo,
pero el aire era nítido en la hondonada del suelo de madera, entre los podios de cristal
de los capiscoles. De pie en medio de la habitación, sobre el suelo pulido con la
insignia de ComStar, se encontraba Sharilar Mori, la Primus.
—Tenemos que irnos, Primus Mori.
La mujer alzó la vista, asustada. El gorro de la toga dorada cayó hacia atrás y
reveló su oscura y larga cabellera con pinceladas blancas.
—¿Irnos, capiscolesa?
Lisa bajó las escaleras de madera, apartando los escombros que encontraba a su
paso.
—Sí, Primus. La Fond Memory está preparada para despegar. Podemos unirnos a
la Serene Wisdom y abandonar el sistema terráqueo.
La vieja mujer japonesa sacudió la cabeza lentamente.
—Yo no abandonaré la Tierra.
—He recibido órdenes, Primus.
Los oscuros ojos de Sharilar Mori centellearon de enojo.
—Yo soy la Primus. Sus órdenes no me incumben.
—Me temo que sí —dijo Lisa, cruzándose de brazos—. En el supuesto de que la
Tierra caiga, tengo que evacuar o destrozar todo lo que tenga valor para nuestros
enemigos.
—Entonces, cumpla su deber y déjeme aquí.
—No puedo.
—Los blakistas no me expulsarán de la Tierra.
—Entonces, ¿se convertirá en una mártir?
—Si ellos quieren.

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Lisa sacudió la cabeza.
—Pensaba que habíamos desechado tal necedad cuando los blakistas se apartaron
de nuestro camino.
La Primus la observó con una persistente mirada. Lisa se preparó para soportar su
severa reprimenda, pero de pronto el enfado desapareció de sus ojos.
—Las viejas costumbres no mueren fácilmente.
—Las viejas costumbres de aquí están muertas —dijo Lisa, haciendo un gesto con
la mano—. Venga, Primus.
Mori agarró la mano de Lisa y dejó que la condujera al exterior de la cámara del
Primer Complejo.
—¿Están muy mal las cosas?
—No pueden estar peor. Los Lanceros son blakistas. Supongo que la CCI
División ya no existe: ha sido destruida por fuerzas internas o externas.
—¿No cree que salieran adelante?
Lisa sacudió la cabeza.
—Si la unidad entera se hubiese amotinado, no habría tenido ningún motivo para
atacarnos a mí y a mi lanza; pero como representábamos un punto de resistencia
tenían que eliminarnos. Renegados y Lanceros, todos han desaparecido. No tengo ni
idea de lo que ha ocurrido en Sandhurst, pero supongo que las unidades blakistas se
dirigen a la Tierra a toda velocidad.
La Primus se estremeció.
—Dos Naves de Salto entraron en el sistema exterior de la órbita de la luna.
—De no haber sido por la tormenta, los Lanceros estarían esperando para darles
la bienvenida en el cabo Hilton.
Sharilar Mori paseó la mirada por el asediado paisaje y volvió a estremecerse.
—Son bienvenidos en lo que encuentren.
Lisa se encogió de hombros.
—Que creo que no será mucho —dijo haciendo un gesto con la mano para llamar
a dos soldados—. Conduzcan a la Primus a la Fond Memory. Digan al capiscol
Konrad que despegue inmediatamente: las Naves de Descenso que se aproximan son
extremadamente hostiles y tenemos que evitarlas a toda costa.
—Sí, capiscolesa.
La Primus alzó la mano.
—Esperen. ¿Usted no viene?
Lisa frunció el ceño y dio un suave puntapié al bordillo de ferrocemento.
—Esta isla está plagada de instalaciones de investigación, zonas de almacenaje y
archivos informáticos. Hemos cargado la Fond Memory al máximo, y sus
Guardaespaldas, excepto una brigada o dos, también irán con usted. Los demás
tendremos que detonar este lugar.

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—Pero ¿conseguirá escapar? —preguntó Mori con expresión de curiosidad—. No
me iré sin los míos.
—Hay una lanzadera esperando. Nos reuniremos con usted antes de que se acople
a la Nave de Salto.
—Esperaré su llegada con impaciencia —dijo la Primus, que primero se giró
hacia el aerocoche aparcado en medio del bulevar y, después, de nuevo hacia Lisa—.
Recuerde, capiscolesa: el martirio es una necedad que hemos desechado.
—Eso tengo entendido, Primus —dijo Lisa con un breve saludo—, pero usted
debe sembrar el odio. Los blakistas vinieron a por la Tierra, y nosotros nos
aseguraremos de que la Tierra sea todo lo que consigan.

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24

Fundición Molecular McKenzy


Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
15 de marzo de 3058
El Hauptmann Caradoc Trevena no sabía si alegrarse o enfadarse cuando lo llamaron
para que se presentase urgentemente en la sede del Segundo Batallón del complejo de
la fundición. Si lo hacía tendría que dejar su compañía en manos de la competente
teniente Murdoch. Sabía que sería capaz de dirigir la operación de reconocimiento en
la cima de la meseta, pero con las Naves de Descenso de los Halcones descargando
sus BattleMechs al este, las tropas estarían algo inquietas.
Mejor que estén ahí afuera que aquí.
La Fundición Molecular McKenzy y las colinas repletas de humeantes escombros
que la rodeaban eran las únicas formas reconocibles de la plana meseta desde el lado
este hasta las montañas Cross-Divide, al oeste. Al norte, se encontraba la mina de
foso abierto de donde extraían la mena que la fundición refinaba. Doc no entendía por
qué él y su compañía habían sido enviados al continente Dunnigan para proteger la
fundición, ya que era un lugar desagradable y carecía de todo valor militar.
Al otro lado de las Cross-Divide, se encontraba el continente de Veracruz y Port
Saint William, donde los Décimos Soldados de Skye habían establecido su base. Doc
sabía a través de varios informes que el cuerpo principal de la fuerza de los Clanes
había aterrizado allí para enfrentarse a los cadetes de la Academia, la otra mitad de
los Soldados y la Milicia de Coventry. La lucha tendría lugar cerca de la Fábrica de
Metales de Coventry y no cabía duda de que sería disputada.
Los Soldados situados alrededor del perímetro de la fundición desafiaron a Doc al
acercarse, y él les proporcionó las contraseñas apropiadas. Condujo su ’Mech más
allá de la línea de frente, se quitó el neurocasco y levantó la escotilla del Centurión.
Bajó por el brazo izquierdo, saltó al muslo y descendió por la pierna inferior antes de

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aterrizar en el suelo. Sharon Dorne y Tony Wells lo esperaban a la sombra del enorme
’Mech.
A juzgar por sus expresiones y por el hecho de que no le hubiesen informado por
radio, las cosas no debían ir muy bien.
—¿Qué ocurre?
—El duque Bradford ha llamado para informar personalmente al Kommandant
Sarz de la importancia de defender la fundición. El viejo Horst recibió la llamada en
la oficina del encargado de planta, donde encontró la barra.
—Maldita sea. Vamos allá —dijo Doc, echando a correr tras ellos hacia las
oficinas de la fundición.
Como todos allí, el Kommandant Horst Sarz había sido asignado a los Décimos
Soldados de Skye por su incapacidad para trabajar en cualquier otra parte. Cuando no
bebía, Sarz era un hábil comandante, pero buscaba cualquier excusa para recurrir al
alcohol. Doc había utilizado su influencia con Copley para asegurarse de que los
Soldados no embarcasen una sola botella de licor, aunque lo cierto era que no
esperaba que Sarz dirigiese la operación sobrio.
Estamos más cerca de Port Saint William que Horst de la sobriedad. El
Kommandant, un hombre joven y de cabello rubio y fino, descansaba en la silla del
escritorio del encargado de planta. Tenía la cabeza apoyada en la carpeta y, con la
lengua, lamía la boca de la botella que la mano era incapaz de manejar para servir el
licor que quedaba.
Sharon Dorne se giró hacia Doc, meciendo su roja cabellera recogida en una cola.
—No tiene arreglo.
Doc hizo un gesto de asentimiento.
—Esto es una pesadilla.
Tony Wells señaló hacia Sharon y, luego, hacia sí mismo.
—Hemos estado pensando. Yo me pondré al mando de la unidad, y tú reunirás a
tus hombres y protegerás el flanco norte. Nos aseguraremos de que no nos arrebaten
el lugar.
—¿Para qué?
—Doc, es lo único que podemos hacer. Tony tiene más experiencia en combate
que cualquiera de nosotros, de modo que es lógico pasarle el mando.
—No opino lo mismo —dijo Doc, dándose un golpecito en el pecho—. Yo llevo
más tiempo en la profesión que vosotros dos juntos. Me alegro enormemente de que
tengáis experiencia, pero el mando de esta unidad me pertenece, y yo la dirigiré.
Además, no defenderemos esta fundición.
Wells y Dorne lo miraron fijamente.
—Pero, Doc, ésta es nuestra misión. Tony y yo oímos lo que el duque Bradford le
dijo al Kommandant. Esta es una instalación vital y hay que protegerla.

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—El duque Bradford piensa como un político, no como un estratega militar.
Tony se llevó la mano a su despeinada cabellera negra.
—No te sigo.
—Es sencillo —dijo Doc, señalando hacia el escritorio donde Sarz había
empezado a roncar—. ¿Veis la placa?
—Lleva el nombre de Erns Rhuel. Es el encargado de planta.
—Y el tío de la presidente Gertrude Rhuel, líder del Partido de la Mancomunidad
y el principal apoyo del duque Bradford en el Parlamento de Gobernadores. Nosotros
velamos por la planta porque él quiere demostrarle que es capaz de entender sus
preocupaciones.
Sharon frunció el ceño.
—Esta fundición todavía es importante. La mena que se refina aquí pasa a la
FMC, donde fabrican los ’Mechs.
—Es cierto que es una instalación de producción primaria, pero, aparte de
algunos envíos de metales a otros mundos, no produce nada que influya directamente
en la economía. Todo lo que esta planta fabrica tiene que ser procesado al menos una
vez más antes de que se pueda utilizar —explicó Doc, extendiendo las manos y
mirando a los otros dos oficiales—. Esta planta no le sirve a nadie, y todavía menos a
los invasores del Clan, que están en Coventry para robar y salir corriendo.
Tony sacudió la cabeza.
—Si eso fuera cierto, los Halcones no habrían enviado tropas a las tierras de las
afueras de la ciudad.
Doc se dio un golpecito en la frente.
—Tony, ¿qué demonios te enseñaron en la AMNA? El objetivo de las guerras de
hoy en día es neutralizar la capacidad del enemigo para hacer la guerra. La Fábrica de
Metales de Coventry es un objetivo obvio para los Halcones, ya que les proporciona
materia prima y les permite derrotar a las tropas que la defienden. Por eso, están
atacando Port Saint William. La razón de que hayan aterrizado en Idaway es que
vienen a por nosotros. Nosotros somos lo único que tiene valor militar en esta parte
del mundo.
Tony se sintió herido por el tono que Doc había utilizado.
—Me parece que estás paranoico. Nosotros vinimos aquí cuando el planeta
bloqueaba los escáneres de su Nave de Descenso. Puede ser que sepan que la planta
está aquí, pero no nosotros.
—Pensad, chicos. Saben que estamos aquí porque se enteraron de nuestra
posición cuando finalizaron la batalla. Preguntaron cómo nos defenderíamos, y el
general Bakkish se lo dijo.
Sharon se apoyó en el brazo de una silla.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

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Doc se mostró vacilante. Había leído acerca de los Clanes y había estudiado sus
tácticas, victorias y derrotas. Había entrenado a tropas que habían ido a luchar contra
ellos. Si el batallón sobrevivía, sabía que sería capaz de evitar su destrucción. Esta
última idea dibujó una sonrisa en sus labios. Ningún soldado muerto ha derrotado
nunca a nadie.
—De acuerdo, mirad, estamos a cuarenta clics de las montañas, donde la
Academia cuenta con algunos campos de ejercicio y alcance de disparo real. También
debe de haber muchas minas y cavernas naturales en la zona. Localizad a Copley.
Tengo entendido que ha estado en una cueva de por ahí. Nos retiraremos a las
montañas y nos instalaremos en las posiciones preparadas de la Academia. Podemos
utilizar el alcance de disparo para proteger nuestro flanco norte. Debe estar repleto de
municiones sin explotar. Probablemente, las posiciones de la Academia también
hayan ajustado los alcances en la mayor parte de los pasos.
Sharon asintió con la cabeza.
—Parece un buen plan.
Doc miró a Tony.
—¿Tú qué opinas?
Tony Wells se encogió de hombros con indiferencia.
—No me gusta la idea de tener que retirarnos y abandonar nuestra misión aquí.
—Estoy de acuerdo, Tony, pero piensa en esto: ¿qué posibilidades hay de que un
batallón, nuestro batallón, pueda detener un regimiento de BattleMechs? No tenemos
apoyo aeroespacial ni de artillería. Estamos defendiendo un punto en una llanura, lo
que da ventaja a los Halcones porque el alcance de su armamento es mucho más
eficaz que el nuestro. La lucha más férrea de ComStar en Tukayyid se disputó en las
montañas, donde todos los alcances se reducen, hasta el punto de que los Clanes
pierden su ventaja.
—Sí, en eso tienes razón; pero se supone que tenemos que defender esta planta.
Sharon sacudió la cabeza.
—Si nos quedamos aquí las posibilidades de supervivencia de esta fundición son
nulas. Si nos retiramos y los Halcones quieren la planta, se harán con ella, y nosotros
podemos recuperarla más tarde. Si es verdad que vienen a por nosotros, se olvidarán
de la planta. Doc está en lo cierto: la situación actual es un suicidio para nosotros. Las
montañas Cross-Divide se pueden defender y, si luchamos desde allí, las
posibilidades de matarlos antes de que nos encuentren son mayores.
Tony levantó las manos en señal de rendición.
—De acuerdo, pero recordad mi protesta.
Doc asintió.
—La tendremos en cuenta. Ahora la pregunta es: ¿hasta qué punto vuestras
unidades están preparadas para la lucha?

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Los otros dos evitaron su mirada.
—Contamos con buenos soldados —contestó Sharon—, pero nuestros esquemas
de entrenamiento no tienen el nivel adecuado. Yo tengo lanzas de ataque, apoyo y
asalto cerrado.
—Y yo tengo dos lanzas de ataque y una lanza de apoyo —añadió Tony.
—Está bien, reuniré a mis tropas para una operación de reconocimiento en las
montañas. Las seguirán las lanzas de apoyo y tu lanza de asalto cerrado con personal
auxiliar, médico y técnico. Los ’Mechs tendrán que situarse para cubrir las tres lanzas
de ataque mientras éstas se retiran.
—Como he dicho antes, parece un buen plan —dijo Sharon antes de señalar a
Sarz—. ¿Qué hacemos con él?
Tony sacudió la cabeza.
—Dejarlo.
Doc hizo un gesto de asentimiento, pero luego sacudió la cabeza.
—No podemos dejarlo. Los Halcones podrían sonsacarle mucha información. Lo
llevaremos con nosotros.
Sharon miró a Doc.
—¿Y tú llevarás su Penetrator?
Doc esbozó una sonrisa. El Penetrator era un ’Mech que había sido diseñado
específicamente para luchar contra los Clanes. Aunque era algo más lento que su
Centurión, los propulsores de salto le proporcionaban cierta movilidad. El armamento
y el blindaje superior del ’Mech aumentaban su eficacia en la lucha. De pronto, se
abría un mundo de posibilidades ante él.
—Sí, y pediré a algún tech que pilote mi Centurión —contestó Doc mientras
asentía con la cabeza—. Tenemos que conseguir tantas armas como sea posible si
queremos sobrevivir, y no podemos equivocarnos. Eso es lo que quiero que hagamos.
Sharon asintió levantando el pulgar.
—Entendido, Kommandant Trevena en acción.

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25

Ciudad de Tharkad
Tharkad
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
20 de marzo de 3058
Katrina advirtió la expresión de sorpresa de Tormano cuando éste entró en la oficina
y la encontró sentada en su escritorio.
—Buenos días, mandarín Liao.
—Alteza, yo… —dijo Tormano en un tono que denotaba disculpa y enojo—.
¿Cuándo habéis vuelto?
—Ayer por la noche —contestó con una sonrisa de emoción por haber entrado a
escondidas en el planeta—. Se han destruido los archivos del aterrizaje y el
Ministerio de Seguridad Pública está interrogando a la tripulación. Todo está en
perfecto orden.
—Deberíais haberme llamado cuando llegasteis.
—Lo solicité, pero ya se había ido a dormir.
Tormano sonrió e inclinó la cabeza.
—Habría venido…
—No importa —dijo pulsando la tecla de inicio de su ordenador—, quería revisar
lo que había ocurrido en mi ausencia.
El mapa holográfico de la Alianza Lirana se interpuso entre los dos.
—Tengo que felicitarlo, mandarín, por su actuación durante la crisis de los
Halcones. Incluso antes de llegar a Tharkad me informaron de las incursiones en
Engadine y Bucklands. Por supuesto, en mi ausencia no tenía más remedio que
ocultar la noticia de los asaltos, pero lo hizo tan bien que nuestros enemigos de la
Esfera Interior no tienen ni idea del problema.
Tormano hizo una reverencia más formal.
—Me alegro de que mi trabajo os complazca.

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—Sumamente —contestó Katrina.
Mientras lo analizaba, se sorprendió a sí misma comparando a Tormano Liao con
el Khan de los Lobos al que había conocido. Tormano poseía un sentido del decoro
que también había advertido en Vlad, aunque éste apenas lo utilizaba. La mayor
diferencia era que mientras Tormano podía intentar ocultarle información, Vlad se
habría enorgullecido de lo que había hecho y por qué lo había hecho, seguro de su
aprobación.
Y probablemente la obtendría. Desde el momento en que se fijó en Vlad de los
Lobos, Katrina sabía que había encontrado lo que ni siquiera sabía que estaba
buscando. No es que no esperase encontrar alguien a quien amar algún día, alguien
con quien compartir su vida. Galen Cox le había parecido que era el hombre
adecuado, pese a la inquebrantable lealtad que sentía por su hermano Victor. Fue esta
lealtad por su enemigo más peligroso lo que le había costado la vida y, de vez en
cuando, Katrina todavía se lamentaba de lo que había perdido. Desde entonces, no
había encontrado al candidato adecuado —Thomas Marik no le interesaba en
absoluto— y había abandonado la búsqueda.
Dicen que cuando dejas de buscar es cuando encuentras lo que quieres. Su
atracción por Vlad había sido instantánea y completa. La sentía en el fondo de su
estómago e incluso se le había cortado la respiración por un instante. Es cierto que
era bastante atractivo —un atractivo que ni siquiera la cicatriz de su rostro perturbaba
—, pero lo que más la seducía era cierto brillo en sus ojos. Aunque hasta entonces
había guardado su virginidad y había rechazado el matrimonio debido a su valor,
deseaba a Vlad desde la primera vez que lo había visto. No tenía nada que fuera más
valioso que el futuro con él.
Comparar a Tormano con Vlad la ayudaba a identificar lo que había visto en los
ojos del Khan de los Lobos. Era obvio que Tormano se sentía atraído y tenía afinidad
con el poder. Lo había utilizado y manipulado durante toda su vida, pero era un
oportunista y no le importaba cambiar de bando si le interesaba.
Pero Vlad, como ella misma y su padre antes que ella, ansiaba el poder. Ellos
pisoteaban a los demás, explotando la debilidad ajena en beneficio propio. Hanse
Davion había coordinado el mayor asalto jamás visto en la Esfera Interior y había
conseguido dividir la Confederación Capelense. Vlad y los Lobos habían lanzado un
asalto a la Esfera Interior que empequeñecía, incluso, la hazaña de su padre. A
diferencia de Victor, que odiaba a los Clanes por este motivo, Katrina los admiraba
precisamente por ello.
Vlad y yo somos depredadores. Los demás son presas.
—Disculpad la curiosidad, Alteza, pero ¿cómo fue vuestra misión? ¿Tenemos un
aliado entre los Clanes?
Katrina asintió y no hizo ningún esfuerzo por ocultar la sonrisa que se dibujaba en

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sus labios.
—La verdad es que sí. No pude contactar con los Jaguares de Humo, pero he
hablado con el líder de los Lobos y hemos llegado a un acuerdo.
—Un acuerdo —repitió Tormano en tono despectivo e insinuante—. Entonces,
¿los Lobos se han separado de las tropas de Phelan?
—Tanto como su Comunidad de Saint Ivés de la Confederación Capelense.
—¿Y tenéis plena confianza en ese Lobo?
—Bastante.
Katrina volvió a sonreír, y Tormano esperó una explicación que ella nunca le
daría. Durante el viaje de vuelta a la Alianza Lirána había pasado mucho tiempo en
compañía de Vlad y había aprendido todo lo que le había sido posible sobre él. En
muchos sentidos, él era totalmente ajeno a ella y, sin embargo, resultaban más
parecidos en espíritu que cualquiera de sus hermanos de sangre.
Con sus hermanos y hermanas todo era un juego de posición, de tomar o ceder
poder. Con Vlad era distinto porque él le confería una igualdad por ser quien era y no
de qué era heredera. Por supuesto, Katrina era consciente de que, de no haber sido la
gobernadora de un imperio estelar, él la habría convertido en sirvienta, pero la
curiosidad y el respeto por ella habrían sido los mismos. Mientras que su posición le
permitía concederle los privilegios para los que había nacido, sus sentimientos por
ella lo obligaban a tratarla de igual a igual.
También jugaban a buscar y retener información. Katrina siempre había sido
capaz de manipular a todos los que la rodeaban, e incluso Vlad parecía susceptible a
sus encantos. Él, por otro lado, jugaba con otras reglas. Ella tenía que aprender a
negociar con él, y él, a negociar con ella, para que ambos pudieran hacer incursiones
en el territorio del otro, empleando las reglas del otro. Disfrutaba de la novedad del
uso directo de poder, cortando la pantalla de los buenos modales que ocultaban su
intento. Por el contrario, Vlad parecía divertirse con el intrincado enredado de las
convenciones sociales adecuadas e inadecuadas que regulaban la vida en la Esfera
Interior.
Poniendo a prueba los métodos del otro, se daban cuenta de lo peligrosamente
parecidos que eran. Aquellos que habían cortejado a Katrina antes que él eran tan
ineptos manejando el poder que ella no podía más que despreciarlos, o tenían tanto
miedo de ofenderla que eran totalmente insulsos y anodinos. Incluso Galen había
fallado por sus vínculos con Victor. El gusto y la habilidad de Vlad para utilizar el
poder lo convertían prácticamente en su gemelo.
Katrina señaló hacia el mapa holográfico.
—Ya veo, mandarín, que todos los Halcones han llegado a Coventry. No tiene
ninguna idea clara de su fuerza.
—No, Alteza. Cambian fuerzas constantemente. Lo único que podemos saber es

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la que utilizan en un ataque determinado, no toda la que tienen en reserva —dijo
frunciendo el ceño—. La lucha de Port Saint William es contundente, y nuestras
tropas la están controlando, pero hay muchos heridos. Los Décimos Soldados de
Skye tienen escasez de municiones, pero parecen dispuestos a luchar hasta el final.
La arcontesa se puso en pie bruscamente y mostró su irritación.
—Tengo la impresión, mandarín, de que colocar una fuerza alrededor de la
Fundición McKenzy fue absurdo. Usted tuvo el acierto de dejar que el Segundo
Batallón de los Soldados de Skye se retirasen a las montañas. ¿Por qué obliga a la
Milicia y a los Soldados a morir defendiendo Port Saint William?
Tormano bajó la cabeza un momento.
—En primer lugar, vuestra tía abuela está dirigiendo operaciones en Coventry.
—Desde Tharkad.
—Sí, pero está al mando, y en segundo, el duque Frederick Bradford solicitó la
defensa de la Fábrica de Metales y de una refinería de mena.
Katrina entrecerró ligeramente los ojos para reflexionar.
—El duque Bradford, si no recuerdo mal, sigue profesando lealtad a mi hermano.
Sus solicitudes no me preocupan demasiado.
—Sus solicitudes tienen solidez estratégica —dijo Tormano, señalando el mapa
—. La FMC es la segunda fábrica de ’Mechs más grande de toda la Esfera Interior.
No podemos permitirnos perderla. Además, la retirada del Segundo Batallón no
estaba autorizada. Al parecer, la unidad se ha amotinado. Es obvio que se retiraron
para que los Halcones no los matasen, aunque su retirada no será suficiente. Nuestros
últimos informes indicaban que los Clanes han pasado por alto la fundición y están
persiguiendo a los Soldados en las montañas.
Tormano abrió los ojos.
—La defensa de la FMC y la refinería no es tan importante como la necesidad de
retrasar a los Halcones en la consecución de sus objetivos en Coventry. Cada día que
tienen que pasar en el planeta es un día que ganamos para preparar la defensa de
Tharkad. Si podemos mantener a los Halcones controlados durante otras dos
semanas, tal vez tengamos refuerzos para entonces. Si nuestras tropas desafían a los
Halcones cuando entren en el sistema, los Halcones podrían quedar atrapados y no
llegar nunca a Tharkad.
Katrina sopesó las palabras de Tormano. El verdadero objetivo para los Clanes
era obvio: se dirigían a Tharkad porque, como Vlad había señalado, tenían que
ocultar su debilidad tras una máscara de poder. La necesidad de detenerlos en
Coventry también era obvia. Si los Halcones iban, más allá de ese mundo, violarían la
línea de tregua y volverían a entrar en guerra con los Clanes, lo que sería desastroso
para la Esfera Interior y, como Vlad también había dicho, desastroso para él, porque
su Clan, en su estado de debilidad, tal vez no podría apoderarse de la Tierra.

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—Está claro que tiene razón, mandarín. Tiene permiso para recurrir a la
Caballería Ligera de Eridani y a los Dragones de los Lobos —dijo Katrina con una
leve sonrisa—. También he decidido enviar a los Soldados de Waco a Coventry.
—Pero…
—No hay peros que valgan, Tormano —dijo con una carcajada mientras
rechazaba su protesta—. Tiene tropas leales más que suficientes en dirección a
Tharkad para proteger ese mundo. Los Soldados de Waco serán de mayor utilidad en
Coventry, ¿no cree?
—Sí, Alteza.
—Bien —dijo sonriendo con dulzura—. ¿En mi ausencia usted ha mantenido
abiertos los canales de comunicación con Thomas Marik?
—Sí, arcontesa. Las negociaciones en vuestro nombre sobre su demanda
progresan lentamente.
Katrina hizo un gesto de asentimiento.
—Desearía acelerar el asunto. Si puede, pregunte a Thomas si sería tan amable de
enviar aquí a los Caballeros de la Esfera Interior para que ayuden en la defensa de
Tharkad.
—¿Qué?
—¡Ah!, y a ver si puede enviar una solicitud a su sobrino Sun-Tzu para que nos
proporcione una de sus principales unidades.
—¿Qué?
—Creo que mis peticiones son suficientemente claras, mandarín.
Tormano cerró la boca de golpe.
—Aplaudo vuestra previsión, arcontesa, pero esa invitación establece un
precedente peligroso.
—La petición cumple dos objetivos, mandarín Liao. El primero es que conciencia
a Thomas de que la seguridad de la Alianza Lirana sea su primera línea de defensa.
También le demuestra que si quiere mi reino como dote será mejor que esté
preparado para defenderlo. Aunque comparto sus reservas sobre Sun-Tzu, me
gustaría señalar que sus tropas sangrarán como las nuestras. Si le arrebatamos su
fuerza, reducimos el peligro que supone a largo plazo.
—De acuerdo. ¿Vuestro otro objetivo?
—A pesar de lo bien que ha llevado a cabo el bloqueo informativo sobre la
investigación de nuestro territorio, sé que mi hermano se ha enterado. Si invitamos
aquí a las tropas de la Liga, conseguiré que cualquiera de sus incursiones en mi reino
sea una posible causa para renovar las hostilidades con la Liga de Mundos Libres. De
este modo, obstaculizaremos sus ambiciones y, en cuanto demostremos que podemos
superar una crisis sin su ayuda, no tendrá ninguna excusa para intervenir en la
Alianza Lirana en un futuro.

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Tormano hizo un rápido gesto de asentimiento.
—Un plan sólido, arcontesa, excepto en una cosa.
—¿De qué se trata?
—¿Qué pasa si realmente necesitamos a vuestro hermano en el futuro?
—Victor me dará lo que quiera cuando se lo pida, mandarín. Venera demasiado a
nuestros padres para actuar en contra de su propia sangre —contestó con la misma
expresión de frialdad que Vlad había utilizado al hablar de Phelan—. Yo siempre
superaré a Victor en esta debilidad y mientras no se lo plantee no se me podrá
escapar.

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26

Montañas Cross-Divide
Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
30 de marzo de 3058
—¡Tony, o mueves el culo y vienes de una vez, o ya me encargaré yo de movértelo!
—gritó Doc.
Desplazó el retículo de su Penetrator más allá de la forma corpulenta del
JagerMech de Tony y lo colocó sobre el Galahad verde de los Halcones que
avanzaba hacia el desfiladero. Las pistolas situadas en los brazos de ambos ’Mechs se
levantaron de una forma que Doc había visto en las escenas de duelo de holodramas
baratos filmados en la Tierra. Detrás de Tony, entre él y Doc, los dos últimos ’Mechs
de la lanza de ataque de Tony se pusieron a cubierto con dificultad.
El rugido de los cañones automáticos rompía el silencio del desfiladero que los
enormes ’Mechs mineros habían cavado en la roca años antes. Una tormenta de metal
envolvió al Galahad. Los proyectiles del cañón automático del JagerMech hicieron
añicos la mitad del blindaje del brazo derecho del Galahad y desgarraron el pecho y
el otro brazo. Dos de los disparos de láser de pulsación del torso del JagerMech se
desviaron hacia las paredes rocosas del cañón y las perforaron, lo que dejó un rastro
de humo.
Las bocas de los rifles de Gauss del Galahad se iluminaron de blanco al disparar.
Dos bolas plateadas salieron propulsadas e impactaron con fuerza en el pecho central
del ’Mech de Tony. Doc no vio el golpe, pero en cambio sí reconoció las deformes
piezas de metal cuando éstas se desprendieron de la espalda del JagerMech en una
estela de líquido refrigerante así como fragmentos de blindaje. Con tan sólo dos
disparos de una misma salva, el Galahad había convertido una máquina de guerra de
sesenta y cinco toneladas en restos de metal y armadura.
Al caer hacia atrás, la parte superior de la abombada cabeza se desprendió. Tony

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Wells pasó a toda velocidad junto a la máquina derruida e incluso consiguió esquivar
las paredes del cañón. Se elevó rápidamente y se perdió de vista, mientras Doc se
preguntaba dónde aterrizaría.
—Te deseo buena suerte, Tony, pero no toda la suerte del mundo —murmuró
Doc.
Examinó la zona llena de humo y se sorprendió al ver el Galahad en el suelo. A
pesar del fuerte impacto que había recibido el ’Mech de Tony, los daños habían sido
mínimos. Esperemos que la suerte que nos queda no haya servido sólo para salvar
ese ’Mech.
La caída del Galahad había sido el único golpe de buena suerte desde la retirada a
las montañas. La lucha había resultado dura e implacable. Los Halcones de Jade los
habían seguido con una fuerza del tamaño de un regimiento y los habían atacado por
turnos, pero se retiraron justo antes de propinarles el golpe de gracia, cuando los
Soldados habían conseguido una insignificante ventaja táctica.
Aunque el Galahad sólo había disparado una salva, el blindaje del JagerMech de
Tony había quedado destrozado tras los últimos enfrentamientos. Doc había leído que
los Clanes preferían las batallas rápidas y decisivas. Los análisis de la batalla titánica
de Tukayyid señalaban incluso que los Clanes habían sido derrotados porque la
frustración por las largas e interminables batallas los había conducido al derroche de
munición. Con la retirada a las montañas, Doc esperaba proporcionarles el tipo de
batalla que más odiaban, pero los Halcones parecían contentarse con oprimir a su
unidad.
Bueno, ahora me toca oprimir a mí. Doc pulsó los gatillos de la palanca de
mando. Los láseres largos instalados en los brazos del Penetrator lanzaron unos rayos
verdosos, que atravesaron el humo e impactaron en el Galahad mientras el ’Mech de
forma humana se incorporaba de nuevo. Uno de los rayos abrió un canal en el
blindaje del muslo derecho del ’Mech y el otro perforó la cabeza, despedazando todo
el blindaje que protegía al piloto.
El ’Mech del Clan apuntó con los rifles de Gauss y devolvió los disparos de Doc.
Una de las balas se desvió, impactó en el suelo de piedra del cañón y rebotó entre las
piernas del Penetrator sin causar ningún daño. La otra bala dio en el brazo derecho
del Penetrator, y el ’Mech empezó a temblar. Doc giró la máquina mientras una
sirena le indicaba que el disparo había destruido casi una tonelada de blindaje de la
extremidad del Penetrator.
Basta de disparar a escondidas. Ha llegado el momento de atacar. Doc movió el
Penetrator hacia un lado y también hacia adelante, colocándose frente a los ’Mechs
heridos, y a continuación activó los seis láseres de pulsación media instalados en el
torso. A diferencia de los láseres más pesados de los brazos, los de pulso no
consiguieron lanzar un solo rayo coherente de luz, sino que expulsaron energía

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mientras el sistema de circuitos de selección del objetivo cambiaba los pulsos
aleatoriamente, causando daños por doquier y aumentando su efecto.
La tormenta de dardos láser agujerearon la parte izquierda, la derecha y asimismo
la central del cuerpo del Galahad. El blindaje del ’Mech se vaporizó y formó una
nube grisácea, que envolvió a la máquina. Mientras Doc esperaba ver un nuevo
impacto en la cabeza del Galahad, se preparó para agravar el estado de la pierna
derecha del ’Mech. La máquina de sesenta toneladas se tambaleó ligeramente y,
cuando parecía que iba a caer, el piloto recuperó el equilibrio y contraatacó.
Doc se dispuso a recibir los disparos de los proyectiles de Gauss, pero ambos
pasaron de largo. Ha conseguido equilibrar el ’Mech, pero estaba demasiado
nervioso.
—Doc, ya no queda nadie.
—Entendido, Sharon. ¿Cómo está Tony?
—Está bien, pero se ha roto la pierna. Date prisa.
—Allá voy.
Doc condujo el Penetrator hacia la mina y disparó por última vez al Galahad. Las
agujas del láser de pulsación quemaron el blindaje que protegía el corazón y el lateral
derecho del ’Mech. Doc vio un agujero enorme en el flanco derecho del Galahad, un
agujero que podía servirle para acabar de destruir el ’Mech con tan sólo un disparo.
Sin embargo, decidió retirarse.
Como si quisieran afirmar el acierto de su decisión, dos balas de Gauss se
entrecruzaron delante de su portilla y desmoronaron las rocas de las paredes del
cañón artificial. Un disparo afortunado en la cabeza con un rifle de Gauss y quedaría
tan destrozado que ni siquiera podrían extraer una muestra de ADN para reconocer
mi cadáver.
Doc giró el Penetrator y avanzó a toda velocidad hacia las negras fauces del pozo
de una mina. Nadie había podido encontrar al teniente Copley —de hecho, nadie lo
había visto desde que el Segundo Batallón había salido de Port Saint William—, pero
sí habían conseguido sacar los archivos de minería de los ordenadores del presidente
de la fundición. Al estudiar los archivos detenidamente, Sharon Dorne había
descubierto una serie de pozos a través de los cuales los Soldados podrían atravesar
las Cross-Divides sin temer siquiera el uso de armas atómicas.
Sin embargo, lo más importante era que la cadena de túneles y cuevas recorría
todas las montañas y contaba con una serie de salidas en el lado de Veracruz. Si los
Halcones los perseguían, el Segundo Batallón podría escapar hacia el oeste y, tal vez,
unirse a las fuerzas que quedasen en Port Saint William. Por supuesto, nadie esperaba
que los Halcones fueran tras ellos en las minas porque los estrechos confines eran
perfectos para emboscadas que les podía costar la vida. La necesidad de avanzar en
fila a través de los túneles ponía en peligro la seguridad del primer y el último ’Mech.

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Doc redujo la velocidad al adentrarse en el pozo de la mina e inició el descenso.
Cambió los escáneres a infrarrojo para ser capaz de detectar personas y ’Mechs.
Detrás de él, los techs contribuían al sistema de seguridad activando cargas
explosivas, que servirían para cerrar el pozo si los Halcones decidían perseguirlos.
—Informa, Sharon.
—Baja hasta aquí, cambia a luz visual y enciende los reflectores. Te explicaré
más de lo que puedo.
La fatiga de su voz disimulaba la duda, pero Doc advirtió el tono y empezó a
preocuparse.
—¿Tan mal están las cosas?
—No me pagan para ser optimista, Doc.
Doc siguió bajando, dobló una esquina, detuvo el Penetrator y encendió los
reflectores exteriores. Cambió la alimentación holográfica a luz visual y descubrió la
fuente del pesimismo de Sharon. Están realmente mal.
Hacía tiempo que las dos lanzas de apoyo habían perdido su utilidad puesto que
se habían quedado sin misiles de largo alcance. Mientras que la mayoría de los
’Mechs todavía tenían misiles, esas armas solamente se podían utilizar en batallas a la
vista. Además, las naves misiles solían ser lentas, lo que suponía una mayor
responsabilidad para ellas. De las seis con las que habían empezado, entonces sólo
quedaban dos, y ambas habían sido asignadas a la lanza de asalto cerrado.
Las tres lanzas de ataque se habían reducido a dos, cantidad suficiente si sus
’Mechs no hubiesen sufrido tantos daños. Los pilotos colocaron los ’Mechs por
parejas para recurrir al «blindaje andante» en caso de quedarse sin protección. Los
dos ’Mechs renqueantes que habían entrado delante de Doc pertenecían a la segunda
lanza de ataque. El hecho de que el Firestarter hubiese perdido el pie izquierdo y el
brazo derecho significaba que probablemente reunirían todas sus piezas y las
desecharían.
Doc encendió la radio.
—¿Cómo están los Titanes, Isobel?
—Hechos trizas, pero todavía estamos todos aquí.
Aquel comentario alegró a Doc. El entrenamiento que había hecho con la
compañía de reconocimiento había merecido la pena. En los limitados confines de los
pasos y los agujeros de la montaña, los ’Mechs ligeros y rápidos habían demostrado
su valía disparando y retirándose. La compañía no había causado graves daños —sólo
dos muertos—, pero al parecer sus maniobras de flanqueo habían forzado la retirada
de algunos Halcones.
—No sé por qué estás decepcionada con la unidad, Sharon. A mí me parece que
todo va bastante bien.
—¿Por fin has encontrado la barra del Penetrator de Sarz? Supongo que sí porque

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sólo te puede parecer bien tras unas copas de whisky.
—Puede ser que tengas razón, Sharon, pero el hecho es que los miembros del
Clan no han derruido ninguno de nuestros ’Mechs ligeros —dijo Doc con un largo
suspiro—. No hay que poner todas las esperanzas en ellos, pero por ahora bastará.

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27

Tukayyid
Distrito de guarnición de ComStar,
República Libre de Rasalhague
2 de abril de 3058
El capiscol marcial extendió las manos para indicar a las dos mujeres que tomaran
asiento. Aunque la luz que se reflejaba en las blancas paredes de la habitación
disimuló el color de la piel ensombrecida por el cansancio, las ojeras no tardaron en
revelar la verdad.
—Bienvenidas de nuevo a Tukayyid. Mientras ustedes descansaban he tenido
ocasión de revisar el informe que preparó cuando estaban en tránsito, capiscolesa
Koenigs-Cober. Me ha parecido muy exhaustivo, aunque con un tono aleccionador.
Sin embargo, me gratifica ver que pudieron destrozar la mayor parte de las
instalaciones del cabo Hilton.
Lisa retiró una silla de la mesa y se sentó.
—Me limité a hacer lo que me habían ordenado. Si hubiese actuado bien desde el
principio, podríamos habernos apoderado de la Tierra.
El capiscol marcial se dirigió a un extremo de la mesa y esperó a que la Primus
tomara asiento al otro lado antes de sentarse.
—Aunque se hubiera detectado la sustitución, no habría habido modo alguno de
evitar la captura de la Tierra, a menos que se hubiera abandonado Tukayyid para
lanzar un ataque preventivo contra las fuerzas de Palabra de Blake. La última
información procedente de la Tierra y de otras partes parece indicar que Palabra de
Blake entró en el sistema con tres regimientos enteros de ’Mechs.
Sharilar Mori miró fijamente a Anastasius Focht desde la otra punta de la mesa.
—¿Cuántos regimientos tienen?
—Creo que sólo esos tres, además de los seudo lanceros. Todos han tomado
posiciones en la Tierra —contestó Focht, sacudiendo la servilleta antes de extenderla

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sobre las piernas—. El chef que prepara las comidas para nuestra sede es bastante
bueno. Toda la carne, los cereales y los vegetales son de aquí. La reconstrucción del
planeta después de la guerra ha sido todo un éxito y la producción ha aumentado un
ochenta por ciento respecto a lo que era antes de la invasión de los Clanes. La comida
es algo más exigua, pero el capiscol Rudolfo, el chef, aseguró que se esforzaría al
máximo.
Lisa asintió, complacida, en contraste con la expresión de extrañeza de Sharilar
Mori.
—Reconozco que necesito algo mejor después de un mes de comer las raciones
de los aviones, pero ¿no deberíamos estar hablando sobre la reconquista de la Tierra?
Estuve de acuerdo en retrasar la conversación para descansar; sin embargo, creía que
nos pondríamos a trabajar de inmediato.
El capiscol marcial respiró profundamente mientras pensaba cómo comunicar las
malas noticias a la Primus.
—Nos pondríamos a trabajar de inmediato, Primus, si hubiera trabajo que hacer.
—¿Qué quiere decir, Anastasius?
El capiscol marcial miró a Lisa.
—¿Ha leído el informe que preparó la capiscolesa Koenigs-Cober, Primus?
—Sabe que sí, Anastasius. Mis comentarios se incluyeron en la copia que recibió.
Supongo que los ha leído.
—Sí, Primus —contestó Focht, juntando las manos y colocándolas sobre la mesa
—. El informe de la capiscolesa proporcionaba un análisis excelente de lo que se
necesitaría para proteger y retomar la Tierra. Ella opinaba que seis regimientos de
BattleMechs, con el correspondiente apoyo aeroespacial, de artillería, blindaje e
infantería, serían suficientes para guarecer el mundo contra una fuerza de ataque
cuatro veces superior. Creo que su análisis es bastante acertado.
—Usted ha dicho que Palabra de Blake sólo tenía cuatro regimientos en el
planeta.
—Llevarán mercenarios. El Grupo W y la Legión del Sol Saliente se han negado
a firmar contratos con ellos, pero es probable que los otros no sean tan escrupulosos.
—Anastasius, si no recuerdo mal, actualmente tenemos unos cuarenta regimientos
de BattleMechs a su mando, así que utilice todos los que necesite —dijo la Primus
con una sonrisa forzada—. El informe de la capiscolesa Koenigs-Cober también
decía que un bombardeo planetario similar al que los Clanes utilizaron en la bahía
Turtle debilitaría considerablemente las defensas.
—Del mismo modo que si saltásemos al cinturón de asteroides, atásemos motores
de cohetes a los asteroides y los utilizásemos para arrasar el planeta —dijo Focht,
sacudiendo la cabeza—. Eso es discutible.
—Sí, bombardear la Tierra para salvarla es una solución menos que satisfactoria

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al problema —dijo la Primus con el ceño fruncido—. Su informe sobre los refugiados
del Clan de los Lobos indicaba que tienen un amplio suministro de OmniMechs. Los
utilizaremos para tener ventaja respecto a los blakistas.
—Dudo que el Khan Kell nos los preste.
—Presiónelo, Anastasius.
El capiscol marcial sonrió muy a su pesar.
—Phelan Kell responde peor a la presión que yo, Primus.
—Todo el mundo tiene su precio, Anastasius.
—Y usted ha olvidado la lección que Myndo Waterly aprendió justo antes de que
usted ocupara su lugar como Primus: el precio puede ser elevado.
—¿Es una amenaza, capiscol marcial?
—De ningún modo, Primus —contestó mientras observaba la sombría expresión
de Lisa—. Le pido disculpas, capiscolesa. La Primus y yo hemos descubierto con los
años que el acoso es una forma útil de combatir la frustración. Ella sabe que no
podemos recuperar la Tierra, y yo tengo que pagar el precio que cuesta conseguir que
lo reconozca.
—No sé de qué está hablando, Anastasius —dijo la Primus.
En aquel momento se abrió la puerta, y Sharilar Mori se quedó en silencio al ver
entrar a los dos acólitos con el carro que transportaba la sopa y los cuencos.
—Esto sí huele bien.
—Es sopa de crema hecha con gambas negras autóctonas —dijo Focht.
Esperó a que sus invitadas empezasen a comer antes de probar la sopa. La cebolla
y la pimienta le daban un sabor más fuerte, y el limón complementaba el gusto de las
gambas.
—Pueden sentirse orgullosas: Rudolfo les está dando lo mejor que he probado
jamás.
—Tal vez pida que lo trasladen a la Tierra, para que me sirva allí.
—Podría hacerlo, Primus, ya que es un hombre muy joven. Puede ser que viva
para verlo.
La Primus se limpió los labios con la servilleta antes de intervenir.
—¿Por qué dice que se tardará mucho en reconquistar la Tierra? Traigan los
mercenarios que traigan, debemos tener tropas suficientes como para derrotarlos.
El capiscol marcial advirtió que la expresión de Lisa se ensombrecía por un
instante.
—No quiero entrar en combate con usted, capiscolesa, pero su perspectiva como
comandante de tierra nos será útil. ¿Qué valor tiene la Tierra para ComStar?
—Exceptuando su valor simbólico, no tiene ninguno —contestó Lisa,
encogiéndose de hombros—. No es por menospreciar su importancia como símbolo,
pero los Clanes han intentado apoderarse de la Tierra desde el principio. Somos

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conscientes de que si no podemos detenerlos en Tukayyid tampoco podremos hacerlo
en la Tierra. Tenemos que proteger la Tierra debido a la amenaza del Clan, pero ahora
Palabra de Blake puede hacerse cargo.
Sharilar Mori dejó la cuchara en la mesa.
—La importancia simbólica de la Tierra es incalculable. Como ComStar poseía la
Tierra, los Clanes aceptaron nuestra oferta de utilizar Tukayyid como punto de
encuentro para una batalla hipotética. Si perdemos la Tierra, ¿los Clanes dejarán de
vernos como una fuerza legítima? ¿La pérdida de la Tierra significa que la tregua no
tiene validez?
Buena pregunta.
—Si Ulric Kerensky todavía fuera ilKhan de los Clanes contestaría rotundamente
que no a su pregunta sobre la legitimidad.
—¿Y ahora que no está?
Focht asintió lentamente.
—Sigue siendo que no, pero todo por una casualidad en la invención de la
sociedad del Clan. La casta guerrera es la cúspide de su sistema. Sospecho que veían
a Myndo Waterly como a alguien de casta inferior^ puede ser que incluso tan baja
como un miembro de su casta mercenaria. Pero negociaron la tregua conmigo y, por
eso, sigue vigente, pese a su traición. El acuerdo entre guerreros es mucho más fuerte
que el intento de debilitarlo.
Lisa se lo quedó mirando.
—Entonces, usted cree que el hecho de que los ComGuardias sigan siendo una
fuerza a tener en cuenta significa que los Clanes respetarán la tregua.
—Lo harán mientras nos vean como una fuerza militar digna de respeto, pero la
pérdida de la Tierra puede empezar a erosionar ese respeto. Como no tenemos
ninguna fuerza por encima de la línea de tregua, los Clanes no saben si son capaces
de derrotarnos. Si la tuviéramos y ellos nos atacasen y nosotros venciésemos, la
derrota reforzaría con creces nuestra legitimidad.
La Primus hizo un gesto de asentimiento.
—Tal vez debería organizar una expedición al otro lado de la línea de tregua.
Podría atacar a los Lobos. Su debilidad garantizaría una victoria.
—No la garantizaría, pero las cosas se pondrían a nuestro favor.
Lisa se estremeció.
—O demostraría a los Clanes que estamos escondiendo nuestra propia debilidad
atacando al Clan más débil.
—Cierto. Y si un Clan tan débil nos derrotase, la verdad saldría a la luz —apuntó
el capiscol marcial, hundiendo la cuchara en la sopa humeante—. Tenemos que hacer
algo, pero no podemos equivocarnos.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora, Anastasius? ¿Nada?

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—Nada, no, Primus —contestó con una sonrisa y mirando a Lisa—. Haremos la
tarea más dura para un soldado: esperar hasta que llegue el momento en que
tengamos que luchar.

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Sede de Turkina Keshik, Port Saint William Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana

El comandante de galaxia Rosendo Hazen atravesó la puerta de la oficina de la Khan


Marthe Pryde y dio un golpecito.
—Estoy preparado para el informe, mi Khan.
Marthe le devolvió el saludo.
—Es puntual, comandante. Al menos puedo decir algo en su favor.
—Cumplo órdenes, mi Khan.
—¿Sí? —dijo Marthe, mostrando un holodisco que había sobre el escritorio de
metal—. Su informe indica que una parte significativa del Primer Batallón de los
Décimos Soldados de Skye ha desertado.
—Permiso para hablar con sinceridad, mi Khan —dijo en un tono de voz que
demostraba que estaba demasiado cansado y dolido para soportar una reprimenda por
acontecimientos que estaban fuera de su alcance.
Marthe lo miró fijamente sin un atisbo de compasión en sus azules ojos.
—Concedido, pero no me haga perder el tiempo con excusas.
—No tengo intención de hacerlo, Khan Pryde.
Rosendo se la quedó mirando y pensó que en otro tiempo sus linajes habían sido
rivales dentro del Clan de los Halcones de Jade. Él despreciaba a los Pryde por su
altura y esbeltez, del mismo modo que ella lo odiaba por su constitución más pequeña
y robusta. Aunque cada Casa daba características físicas divergentes a los Pryde y a
los Hazen, ambas habían sido creadas con la intención de conseguir una descendencia
agresiva y hábil.
—No creía que el propósito de este ejercicio fuera matar a nuestros guerreros, mi
Khan.
—Usted exalta lo que es obvio.
—Y usted pasa por alto lo que es obvio —dijo Rosendo, alisándose el pelo corto
y casi albino con la mano—. El comandante del Primer Batallón es muy astuto.
Trabaja con fuerzas, que según los archivos que su gente ha obtenido, son de
categoría inferior. La información complementaria que me proporcionó indicaba que

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este comandante es un borracho y, si es cierto, creo que luchar contra él cuando esté
sobrio sería una experiencia fascinante.
—Está exagerando… Los Hazen siempre exageran.
—Nosotros no tenemos una leyenda como Aidan Pryde, así que tenemos que
compensar la carencia de algún modo.
Marthe adoptó una expresión tensa, pero con un atisbo de diversión en la mirada.
—Deberían compensarla destruyendo a sus enemigos.
—Estoy de acuerdo y lo haré, pero todavía no. Los núcleos estelares que envié
contra ese tal Kommandant Sarz han aprendido mucho. Han sufrido muy pocas bajas,
pero tampoco han infligido graves daños. Han aprendido que la maniobra y la
posición pueden ser tan valiosos como la tenacidad y la belicosidad. Éstas fueron las
lecciones que se impartieron, pero no se aprendieron en Tukayyid.
Marthe se reclinó sobre el escritorio y cruzó sus largas piernas.
—La lección que sus tropas recordarán es que su presa escapó.
—No del todo, mi Khan —dijo Rosendo, llevándose las manos a la espalda—.
Huyeron hacia un complejo de túneles y cavernas de minas, al este de aquí, que tiene
un número limitado de salidas. He iniciado una operación de rastreo que permitirá
detectarlos cuando emerjan. Mis núcleos estelares se están preparando para responder
rápidamente a la amenaza y eliminarla.
—Bien. En cualquier caso, la resistencia se acaba en Coventry.
—¿Ha eliminado a todas las fuerzas en Port Saint William?
Marthe adoptó una expresión de extrañeza, que Rosendo advirtió antes de que
desapareciera por completo.
—Las fuerzas de la Esfera Interior no son totalmente inútiles, comandante Hazen.
Varios elementos de la Milicia y los Décimos Soldados de Skye traspasaron nuestro
perímetro. Según los archivos que hemos obtenido, no tienen almacenes de
armamento ni municiones, así que podemos derruirlos.
Rosendo hizo un gesto de asentimiento y adoptó una seria expresión.
—Me alegro de que haya encontrado la manera de enseñar a los suyos las mismas
lecciones que yo enseñé a los míos.
—Cierto.
—Entonces, ¿cuánto falta para que la Alianza Lirana envíe más tropas?
La Khan Marthe Pryde sacudió la cabeza.
—No tengo modo alguno de saberlo. Supuse que avanzarían más deprisa para
interceptarnos.
—Si merecieran la posesión de los mundos que reclaman, tendríamos muchos
enemigos —dijo encogiéndose de hombros—. Debería haber emitido un desafío
formal a algunas de sus mejores unidades, de ese modo estaríamos matando
guerreros, y no, tiempo.

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—Me basta con dejar que escojan las unidades que quieren enviar aquí,
comandante —dijo Marthe con una falsa sonrisa—. Estamos en la línea de tregua, y
ellos saben que si no nos detienen aquí volverá a desencadenarse una guerra y
tendrán que enfrentarse a todos los Clanes. No cabe duda de que sus tropas ya están
en camino y que son algunas de sus mejores unidades. Cuando acabemos con ellas,
también acabaremos con el espíritu de la Alianza Lirana y, cuando lo hayamos hecho,
nadie dudará de los Halcones de Jade ni podrán impedirnos que nos apoderemos de
todo lo que queramos.

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28

Montañas Cross-Divide
Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
5 de abril de 3058
Espero que esto funcione. Doc echó un vistazo al cronómetro que había en la esquina
inferior del visualizador holográfico de selección del objetivo. Eran las 1459. Lo que
significa que deben de estar a punto de llegar.
Durante las semanas que sus tropas habían trabajado como espías, Doc había
aprendido a respetar la velocidad y eficacia de los Halcones. Los túneles y cavernas
atravesaban las Cross-Divide a lo largo de unos ciento sesenta kilómetros y
guardaban tantos pasadizos laterales y cámaras que a veces tenía la sensación de que
vería aparecer un minotauro paseando por el laberinto. Sin embargo, la mayoría de
los túneles no daban al exterior. Los Halcones de Jade sólo habían localizado seis
salidas, en las que habían instalado estaciones de control sísmico para detectar las
fuertes pisadas de los ’Mechs de la zona.
También habían creado una serie de bases armamentísticas a una hora de
distancia de las estaciones de control más remotas, y cada una estaba dirigida por una
estrella de tropas de ’Mechs. Cuando Doc envió patrullas de reconocímiento, los
miembros del Clan respondieron rápidamente, pero hasta el momento se habían
limitado a enviar desafíos e insultos por radio mientras sus tropas huían.
Cuando Doc descubrió las estaciones de control sísmico decidió utilizarlas contra
los Halcones. Cada día, a las 1600 horas exactamente, durante quince minutos, un
tech desconectaba los monitores sísmicos. Durante ese tiempo, no informaban de
ninguna actividad. De ese modo, podían enviar una lanza de reconocimiento a una
salida que no estuviera controlada y merodear por la zona hasta que la detectasen;
luego, volvía a los túneles a través de una entrada que sí controlaban.
Aunque Coventry no era un planeta sísmicamente activo, los dispositivos que

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utilizaban los Halcones de Jade eran lo bastante sensibles como para detectar los
pasos de un tech. Una interrupción de la actividad durante quince minutos era tan
obvia como las pisadas de los ’Mechs en un suelo lleno de clavos. Los Halcones
empezaron a reaccionar ante la falta de datos y la rutina predecible de los Soldados de
enviar una patrulla al exterior en plena tarde.
Lo que los comandantes de los Clanes no podían saber era que los monitores
sísmicos, que antiguamente habían sido utilizados para controlar el progreso de los
’Mechs pesados bajo tierra, eran programables. Como su función consistía en seguir
el progreso de los excavadores de túneles, los dispositivos tenían una memoria
intermedia que permitía el almacenaje de rastros de muestras de otros equipos y
operaciones. Descargaban los rastros que no necesitaban en los monitores, y cuando
detectaban uno de éstos, fitraban los datos y los desechaban. Mientras los monitores
estaban desconectados, Andy Bick y otros dos techs cargaban rastros para los ’Mechs
de las lanzas que no eran de reconocimiento y todavía pertenecían a la fuerza, y los
preparaban para que los monitores no pudieran detectar los seísmos.
Doc reunió los diez ’Mechs de combate más pesados que estaban disponibles y
creó dos lanzas de cinco ’Mechs cada una, basándose en las unidades organizativas
de los Clanes. Luego, enviaron lo que ellos denominaban el «ataque de la gente-
espía» y llegaron sin problemas al punto de emboscada más lógico de la ruta
controlada fuera de las montañas.
Los Soldados habían llegado dos horas antes de que se apagase el monitor porque
Doc intuía que los Halcones entrarían en acción y prepararían su propia emboscada.
Mientras sus ’Mechs esperaban la compañía de reconocimiento más ligera, abandonó
las montañas a través de una abertura que no estaba controlada y se preparó para la
misión.
Los miembros de los Clanes no decepcionaron a Doc, un hecho que lo asustaba y
lo emocionaba al mismo tiempo. Por primera vez hemos salido ganando en el juego
de «¿saben qué sé que ellos saben…?». Tenemos que hacerles daño.
La estrella del Clan se elevó sobre la colina y atravesó la abrupta pendiente en
riguroso orden. Dos Vixens protegían los flancos mientras un par de Peregrines se
detenían y retrocedían. Cuatro ’Mechs ligeros rodeaban un Goshawk de peso medio.
Los cinco ’Mechs tenían forma humana y se movían como tales. El esquema de
pintura de puntos verdes y negros contrastaba con las rocas rojas y los montones de
hierba amarilla que crecía en la llanura.
Un poco más allá. Doc agarró las palancas de mando para el sistema de selección
del objetivo con ambas manos. Se había asignado la función de lanzar el primer
disparo, a pesar de que todos los otros ’Mechs ya tenían asignados sus objetivos. En
cuanto disparase, ellos lo seguirían, y aunque no era muy probable que derruyesen
todos los ’Mechs de los Halcones en el primer bombardeo, sí esperaban causar graves

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daños.
El punto que había en el centro del retículo se iluminó de rojo, y Doc pulsó los
gatillos de los seis láseres de pulsación. El fuego del láser golpeó el Goshawk con
contundencia y licuó el blindaje del flanco derecho y el corazón del ’Mech. Los
láseres también quemaron dos terceras partes del blindaje del brazo izquierdo del
’Mech y derritieron la protección del muslo. Los dardos energéticos de uno de los
láseres impactaron en la pequeña cabeza del Goshawk y fundieron el blindaje de los
hombros y el pecho del ’Mech.
El resto de la fuerza de ataque de los Soldados activó todo el armamento del que
disponía sin quemar el sistema de circuitos. Tras un destello de rayos rojos y verdes,
un Phoenix Hawk y el primero de los dos Ostsols de los Soldados arremetieron contra
el primer Vixen del Clan. Los láseres vaporizaron la mayor parte del blindaje del lado
izquierdo del protuberante pecho del ’Mech y quemaron la protección del brazo
izquierdo. Las fibras de miómero cableado dieron un chasquido y los extremos
salieron disparados con fuerza mientras los rayos prendían fuego a los huesos de
ferrotitanio del brazo, que se iluminaron de blanco y se evaporaron.
El otro Ostsol arremetió contra el segundo Vixen con sus dos láseres largos de
pulsación. Los rayos verdes chisporrotearon en el corazón del ’Mech *y
desvencijaron toda la protección. El viejo Centurión de Doc, pilotado por Tony
Wells, atravesó la nube de blindaje vaporizado con el cañón automático instalado en
el brazo derecho. Las balas de uranio reducido rechinaron al atravesar los apoyos
internos del pecho del ’Mech, destruyeron los giroscopios y desvencijaron el motor
de fusión que activaba el ’Mech. El Vixen se estrelló contra el suelo. La placa facial
de la cabina explotó, y el piloto salió propulsado hacia arriba en su asiento de
eyección.
—¡Buen contraataque! —gritó Tony por radio.
El Vindicator de la unidad disparó al Goshawk con el cañón proyector de
partículas y el láser de pulsación. El rayo cerúleo se insertó en la pierna derecha del
’Mech de los Halcones y dejó detrás una estela de blindaje fundido en el muslo. Las
espinas rubíes del láser de pulsación desgarraron el blindaje del brazo derecho del
Goshawk, pero no consiguieron traspasarlo.
El único Ostroc fornido de los Soldados se sirvió de uno de sus láseres largos
para desprender el blindaje del brazo derecho del primer Peregrine. El otro láser
largo del Ostroc y el fuego procedente del láser del Enforcer de los Soldados
desintegraron todo el blindaje del centro del pecho del Peregrine y fundieron una
parte de la estructura interna. A continuación, el Enforcer disparó el cañón
automático y rasgó el blindaje del lado izquierdo del pecho del Peregrine, lo que dejó
al ’Mech vulnerable para un segundo ataque.
El último Peregrine cayó presa del Rifleman de los Soldados y del Archer que

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Sharon Dorne pilotaba. Aunque normalmente se consideraba una nave de misiles, el
Archer se convertía en un luchador mortal al mando de Sharon. Los dos láseres
medios que lanzó desde el arco delantero del ’Mech convergieron en el pecho del
Peregrine y lo perforaron. Del agujero salió un humo negro, y el ’Mech empezó a
tambalearse, lo que indicaba que los rayos de Sharon habían quemado un giro y,
probablemente, habían alcanzado el motor del ’Mech. El Rifleman sólo atacó con la
mitad de su armamento, pero el láser largo calcinó la mayor parte del blindaje del
brazo izquierdo del Peregrine y el medio desvencijó la mitad del blindaje del lado
izquierdo del pecho.
Doc mantuvo el retículo sobre el Goshawk y volvió a embestir con una salva
entera de fuego del láser de pulsación. Las agujas escarlatas explotaron en el blindaje
del brazo izquierdo del ’Mech y eliminaron lo que quedaba del mismo, y los huesos y
músculos artificiales que configuraban el brazo. El siguiente láser abrasó el blindaje
del torso, la pierna izquierda y el brazo derecho del Goshawk, e infligió graves daños
en la carne ferrofibrosa.
El Goshawk contraatacó, pero no disparó al Penetrator sino al Vindicator en el
momento en que Ellis giraba la máquina para arremeter contra el miembro del Clan.
El láser largo de pulsación del Goshawk lanzó una estela de dardos verdes que se
insertaron en el blindaje que protegía el brazo del Vindicator desde la muñeca hasta el
hombro. El trío de láseres medios de pulsación impactó en el pecho, el flanco
izquierdo y la pierna, y en unos segundos evaporó una tonelada y media de blindaje,
cuyo peso en platino tenía un gran valor para los Soldados.
El contraataque del Vindicator consistió en una saeta azul de rayo artificial, que se
clavó en el desvencijado blindaje de la pierna derecha del Goshawk. Las agujas
centelleantes del láser de pulsación alcanzaron la pierna y redujeron la capa de
protección que la cubría. Pero lo más importante fue que la repentina pérdida de tal
cantidad de blindaje desequilibró el ’Mech, y el piloto perdió el control. Como un
niño que camina inseguro sobre una pista de hielo, el Goshawk resbaló y cayó al
suelo.
El Centurión y el Ostsol, que habían inutilizado el segundo Vixen, dirigieron su
ataque contra el segundo Peregrine, mientras los otros equipos mantenían sus
respectivas asignaciones. Los rayos láser se entrecruzaron en el campo de batalla.
Uno de los Peregrines impactó con fuerza en el suelo, y sus dos brazos salieron
disparados por el aire. El otro atacó al Rifleman de Bobbi Spengler con dos
explosiones de láser de pulsación y un disparo de láser largo. El fuego penetró en el
blindaje del flanco derecho de Spengler y acabó con casi toda la protección de la
parte central del ’Mech. El láser largo de pulsación del Vixen lanzó una estela de
agujas verdes que se insertaron en el blindaje del brazo derecho del Enforcer de Bell
y, acto seguido, se desplomó en el suelo.

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El fuego de contraataque de los desolados ’Mechs del Clan tan sólo había
conseguido fundir el blindaje de las tropas de Doc, que ya celebraba la victoria.
Cuando estaba a punto de gritar de alegría por la caída del Goshawk, una luz verde se
iluminó en su cabina. Debajo de él, el sistema antimisiles del Penetrator empezó a
calentarse.
¿Qué? ¿Por qué? ¡Nadie ha lanzado misiles! Doc activó la modalidad magnética
del escáner y en la pantalla aparecieron varias muestras de misiles.
—¡Vienen del otro lado de la colina!
Los misiles de largo alcance trazaron un arco detrás del ’Mech de los Halcones y
crearon una feroz vorágine en la pendiente y el agujero donde los Soldados habían
tomado posiciones. Doc observó las explosiones que se sucedían sobre su ’Mech. El
Ostsol de Kevin Smith se tambaleó cuando los misiles arrasaron el brazo izquierdo de
la máquina mientras el otro perdía todo el blindaje del mismo brazo.
Cinco misiles impactaron en la cabeza del Phoenix Hawk de la unidad, pero
Brenda Pasek consiguió mantener el ’Mech en pie. Doc sintió cómo el Penetrator se
estremecía cuando los misiles alcanzaron la parte izquierda de la cadera y, tras luchar
contra la gravedad, estabilizó el ’Mech sobre sus anchos pies. Los demás ’Mechs de
los Soldados también recibieron algún disparo y perdieron gran parte del blindaje,
pero los misiles no consiguieron derrumbarlos.
Lo que sorprendía a Doc del ataque de misiles era que los ’Mechs de los Halcones
de Jade también habían sufrido daños. Las explosiones desequilibraron los ’Mechs
maltrechos y desprendieron algunas de sus extremidades antes de que éstos cayeran
al suelo. Doc no sabía qué había sido del piloto que había salido propulsado en su
asiento de eyección, pero cuando el polvo y el humo empezaron a disiparse vio a
otros dos pilotos que habían sido expulsados de sus ’Mechs.
Seguro que creían que cerraríamos el ataque y, por eso, han abierto fuego sobre
su propia posición. Doc encendió la radio.
—Retiraos, Soldados. Ya no hay nada que hacer.
—Entendido, Doc —contestó Tony sin su acostumbrado tono de frustración—.
Les hemos enseñado que no pueden jugar con nosotros.
—Así es, Tony —dijo Doc, conduciendo el ’Mech hacia los túneles. Y también
les hemos enseñado que deben protegerse, aunque no sé si es bueno que hayan
aprendido la lección tan rápidamente.
Dos horas más tarde se reunieron con los miembros estáticos de los Titanes.
Mientras el equipo de Doc atacaba a la patrulla del Clan en las montañas, los Titanes
habían asaltado con éxito la base armamentística de los Halcones. Cuando
neutralizaron las defensas de la base, los conductores se dirigieron a uno de los
aerocamiones de los Soldados y liberaron tres cargamentos de provisiones y
municiones, además de los aerocamiones que las transportaban. Quemaron todo lo

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que no podían llevar consigo y rastrearon el convoy de los ’Mechs de los Halcones
que volvían de la emboscada.
Isobel Murdoch informó a Doc sobre la operación.
—Ha sido muy sencillo, Doc, y nadie ha intentado ir tras los ’Mechs que habían
quedado inutilizados durante tu operación. Había un Goshawk rodeado por una
estrella de ’Mechs que mi ordenador ha identificado como Baboons. Son naves
ligeras de misiles. Podríamos haberle dado una buena paliza, pero nuestra misión
consistía en conseguir las provisiones antes del anochecer.
—Y lo habéis conseguido. La munición y el blindaje que habéis obtenido nos
serán de gran utilidad si no conseguimos reparar la protección de nuestros ’Mechs —
dijo Doc, sonriendo y siendo incapaz de reprimir un bostezo—. Buen trabajo, Isobel.
Gracias por mantener a los Titanes unidos.
—Bueno, en fin, tú nos has quitado una gran carga. Si sigues asignándonos
misiones como ésta, no tendremos problemas —dijo con el ceño fruncido—. Ahora
sólo me preocupa una cosa, pero no sé si es buena o mala.
—¿De qué se trata?
Isobel señaló hacia la cámara donde habían almacenado el botín del Clan.
—Todo lo que hay aquí ya estaba cargado en los aerocamiones. Los búnkeres de
almacenaje estaban limpios. No tiene sentido que estableciesen las bases
armamentísticas para abandonarlas a finales de semana.
—Ya entiendo —dijo Doc, poniéndose en pie y lanzando otro bostezo—. Creo
que iré a dar un paseo. ¿Quieres ir a buscar los prismáticos y venir conmigo?
—¿Vas a mirar las estrellas otra vez?
—Sí, así no me aburro —dijo Doc, con un guiño—. Estaba pensando que tal vez
esta noche haya una buena vista, Bel.
—¿Qué te hace pensar que esta noche será distinta?
Doc se encogió de hombros.
—Hay dos explicaciones a lo que habéis encontrado. Una es que si los Halcones
han decidido dejar Coventry puede ser que veamos cómo despegan sus Naves de
Descenso de Port Saint William.
—¿Y la otra?
—Que se alejen de nosotros porque han encontrado un enemigo mayor —dijo
Doc con una leve sonrisa—. Si tenemos suerte, estarán llegando nuevas tropas y
podremos ver cómo aterrizan.

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29

Tukayyid
Distrito de guarnición de ComStar,
República Libre de Rasalhague
10 de abril de 3058
Victor Ian Steiner-Davion meció la copa de brandy y se dejó seducir por el dulce
aroma. El acólito de ComStar que servía las bebidas pasó entre el grupo, y todo el
mundo aceptó una copa, incluso el capiscol marcial y la mujer que se había
presentado como una antigua comandante de la Fuerza de Defensa Terráquea. Si yo
hubiera perdido la Tierra, no pararía de beber esto.
El capiscol marcial alzó una mano.
—Propongo un brindis por los que han avivado el fuego del combate sin olvidar
que no hay nada más terrible que la guerra.
Victor levantó la copa y brindó primero con Kai y luego con Focht. Se detuvo un
momento y la dirigió hacia Hohiro Kurita y la capiscolesa Koenigs-Cober. Dio un
sorbo y sonrió al sentir el ardor del brandy en su estómago.
El capiscol marcial depositó la copa sobre la mesa de caoba y entrelazó los dedos.
—Espero no haber ofendido a sus agregados por no haberles invitado a la cena.
Es cierto que nos veremos muy a menudo durante el próximo mes, pero quería hablar
con ustedes tres a solas. La capiscolesa Koenigs-Cober está con nosotros porque se
mantendrá en contacto con ustedes durante las operaciones que tenemos planeadas y
de las que hablaremos esta noche. Espero que no tengan ninguna objeción.
Victor sacudió la cabeza.
—Como usted crea conveniente.
—Disculpe, capiscol marcial, pero tengo una pregunta —dijo Hohiro Kurita, hijo
del coordinador del Condominio Draconis, inclinando la cabeza respetuosamente—.
A diferencia de Victor, o incluso Kai, yo no puedo hablar por mi gobierno. Me
complacería sumamente tener la posibilidad de comunicar sus palabras a mi padre;

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pero si el propósito de esta reunión es elaborar una respuesta a la conquista de la
Tierra, no creo que les sea de gran ayuda.
—Aprecio su franqueza, Príncipe Hohiro, pero no es mi intención tratar la
situación que aquí se vive —dijo el capiscol marcial con una gentil sonrisa, que, en
cierto modo, tranquilizó a Victor—. No me opongo a discutir el ataque a la Tierra,
pero ComStar lo considera un acontecimiento histórico, que carece de interés en este
momento.
Victor miró a Kai y advirtió cierta expresión de sorpresa en su rostro. Durante el
viaje a Tukayyid habían hablado de la posibilidad de que ComStar propusiese algún
tipo de operación conjunta para retomar la Tierra. Ambos creían que era poco
probable y que ComStar podía solicitar una promesa de neutralidad al respecto.
Victor sabía que tenía que andarse con cuidado porque Palabra de Blake tenía
conexiones con la Liga de Mundos Libres y no era difícil que se reiniciase la guerra
recién acabada.
—La capiscolesa Koenigs-Cober y yo hemos convencido a la Primus para seguir
tratando el problema de los Clanes. Las operaciones que llevaremos a cabo durante
los ejercicios tendrán como objetivo afilar nuestra capacidad para hacer frente a los
Clanes en diversas situaciones —dijo al mismo tiempo que extendía las manos—.
Será un placer para nosotros compartir con ustedes la oportunidad de trabajar contra
la Galaxia Invasora de ComStar.
—¿Galaxia Invasora? —preguntó Victor, extrañado—. ¿Se trata de una unidad
creada para actuar como una galaxia del Clan?
—Así es, Alteza —contestó el capiscol marcial, haciendo un gesto de
asentimiento hacia la capiscolesa—. La capiscolesa Koenigs-Cober puede
proporcionarles los detalles, ya que ella será la líder de la unidad.
Koenigs-Cober esbozó una tímida sonrisa.
—Los BattleMechs han sido construidos básicamente a partir del salvamento
oculto durante la rehabilitación de Tukayyid. La mitad de los pilotos son veteranos de
Tukayyid y tienen más de doscientos ’Mechs y personal adecuado de apoyo a la
unidad.
—Impresionante, capiscolesa —dijo Kai con una amplia sonrisa y mirando a
Victor—. ¿Vuestro personal de inteligencia no sabía nada de esta unidad?
El Príncipe de la Mancomunidad Federada frunció el ceño antes de contestar.
—ComStar no se considera un elemento hostil a la Mancomunidad, así que
nuestros objetivos no siguen esa dirección.
—Pero vos sabíais que mi mujer estaba embarazada.
—¡Tocado, amigo mío! —dijo Victor, encogiéndose de hombros—. Tal vez si la
Galaxia Invasora hubiese estado embarazada lo habríamos sabido.
—Tranquilizaos, Victor, la Fuerza de Seguridad Interna de mi padre tampoco

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sabía nada al respecto —dijo Hohiro con una sonrisa sardónica en los labios—.
Cuando Subhash Indrahar se entere habrá llegado su fin.
Que dios te escuche. Subhash Indrahar había sido el director de la FSI desde
mucho antes del nacimiento de Victor y representaba a las fuerzas viejas y
reaccionarias del Condominio Draconis, unas fuerzas que se oponían a las reformas
sociales y militares que habían permitido al Condominio adaptarse al ataque del Clan.
Si Indrahar conseguía su objetivo, el Condominio se vería de nuevo inmerso en un
ignorante feudalismo, y el rígido ejército se desmoronaría cuando los Clanes
volvieran. Cuanto antes muera Indrahar, más segura estará la Esfera Interior.
El capiscol marcial asintió lentamente, como si hubiera leído el pensamiento o la
expresión de Victor y estuviera de acuerdo con él.
—La cuestión que quiero plantearles es la siguiente: ¿preferirían ejercicios para
defendernos contra un asalto del Clan o ejercicios para atacarlos?
Victor entrecerró los ojos.
—Creo que hay que explicar el trasfondo de la pregunta.
—¿Cuál sería, Alteza?
—¿Recomienda un cambio en la forma de hacer frente a los Clanes, es decir,
cambiar las tácticas defensivas por una posición más agresiva? —preguntó Victor,
tomando aliento—. Si es así, ¿tiene algún objetivo en mente?
—Tal vez —contestó la capiscolesa Koenigs-Cober con gentileza—, la última
pregunta sea algo prematura.
—Espero y deseo que no lo sea —dijo Victor, bajando la mirada y contemplando
su oscuro reflejo en el licor—. No es ningún secreto para los aquí presentes que los
Halcones de Jade están adentrándose en la Alianza Lirana. Mi hermana ha declarado
ese reino independiente del mío, sin embargo yo no renuncio ni a mi cargo ni a mi
responsabilidad para con los mundos así como para los habitantes de su Alianza. Mi
último informe indicaba que los Halcones han aterrizado en Coventry, pero eso es
todo lo que sé por el momento.
Focht asentía mientras Victor finalizaba su intervención.
—Han llegado a Coventry y han destrozado la resistencia organizada en los dos
continentes más grandes. Graf Joseph Mannervek se ha declarado gobernador del
planeta y ha acusado de traición al duque Bradford. Al parecer, Mannervek ha
llegado a algún tipo de acuerdo con los Halcones de Jade, y éstos lo han dejado en
paz.
Victor sintió un escalofrío que neutralizó el calor del brandy en su estómago.
—¿Tenemos alguna noticia del duque Bradford o bien de su familia?
—Ninguna, pero tampoco nos han informado de su muerte, lo cual es buena señal
—contestó el capiscol marcial antes de quedarse pensativo—. ¡Ojalá pudiera daros
más información!, pero los Halcones han bloqueado el acceso al equipo que nos

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permitiría comunicarnos con ellos directamente. Todo lo que sabemos procede de
simples emisiones de radio recogidas por las naves que entraban o salían del sistema.
—Entiendo.
—Algo bueno al respecto es que cuatro regimientos mercenarios han llegado y
han hecho anochecer planetario. Dos pertenecen a los Dragones de los Lobos. Los
otros son la Caballería Ligera de Eridani y los Soldados de Waco.
Hohiro sacudió la cabeza.
—Destinar a los Soldados y a los Dragones a Coventry no parece muy acertado.
Hace años que contienden.
Victor miró a Kai.
—Su tío Tormano suele ser más listo.
—Yo también lo creía, pero su decisión de convertirse en el consejero de vuestra
hermana pone en duda su estabilidad mental.
—Los lunáticos se relacionan con otros lunáticos. Tormano y mi hermana están
hechos el uno para el otro.
Focht se ajustó cuidadosamente el parche que le cubría el ojo derecho.
—Ustedes dos son lo bastante listos como para no creer en la locura o la idiotez
de Katrina Steiner y Tormano Liao.
Victor asintió lentamente.
—Somos conscientes de ello, capiscol marcial, pero es difícil recordarlo cuando
hacen cosas que desafían lo que yo considero lógico. Con esto no quiero decir que su
locura no tenga cierto sentido, pero no confío en su juicio porque no logro entenderlo.
—Lo comprendo, pero si los subestimamos nos arriesgamos a que nos pillen por
sorpresa —dijo el capiscol marcial con un suspiro—. Hace tiempo que la Esfera
Interior es un nido de intriga, y los miembros de las casas dirigentes están sumidos en
ella. Ustedes tres han perdido a un padre o a un abuelo en manos de un asesino, así
que creo que sería recomendable que se armasen de precaución.
—De acuerdo, capiscol marcial —dijo Victor, dando el último sorbo de brandy
para relajarse con su ardor—. Sin embargo, mi pregunta sigue en pie: si decidimos
operar con su Galaxia Invasora como defensores, ¿utilizaremos Coventry como
modelo de lo que hagamos?
—Podríamos escoger ejemplos peores, Alteza.
Victor depositó la copa sobre la mesa y sonrió.
—Y si demostramos ser unos expertos derrotando a las fuerzas del Clan, ¿qué
diría a la invitación del dirigente soberano de una nación a continuar estos ejercicios
en un mundo de su reino?
El capiscol marcial se llevó las manos a la espalda.
—Dicen que en Coventry hace buen tiempo en primavera.
—Siempre hace buen tiempo en Coventry —puntualizó Victor con una severa

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expresión—, excepto cuando llueven ’Mechs del Clan.
—En tal caso, Victor, si vuestros esfuerzos triunfan aquí —dijo Hohiro con una
picara sonrisa—, deberíamos visitar Coventry y ver qué podemos hacer para mejorar
el tiempo.

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30

Sede de la Fuerza Expedicionaria de Coventry,


Leitnerton, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
15 de abril de 3058
Doc Trevena esperaba que su habilidad para que su pequeña fuerza se materializase
dentro del perímetro de la FEC no fuera ningún presagio sobre el futuro o el éxito de
la misión de la Fuerza Expedicionaria de Coventry. La FEC había aterrizado en el
extremo norte de las Cross-Divide, cerca de donde las montañas se juntaban con el
mar Central. Habían elegido el pueblo de montaña de Leitnerton como sede y habían
enviado un destacamento al suroeste para ayudar a los supervivientes de los Soldados
de Skye, los cadetes de la Academia y la Milicia a desplegarse por los alrededores de
la ciudad de Whitting.
El hecho de que las lanzas de reconocimiento de Doc hubiesen encontrado a las
patrullas de los Soldados de Waco y a los Ocho Locos antes que a su fuerza lo
enorgullecía, aunque era obvio que los líderes de las unidades mercenarias enviadas
para liberar Coventry no opinaban lo mismo. El personal de seguridad de la FEC
condujo a Doc a la sala de baile del hotel Armitage, y luego a la estancia donde se
encontraba el líder de la expedición estudiando los gráficos, cuadros y mapas que
proyectaban las estaciones de trabajo.
Todos los oficiales se giraron y se lo quedaron mirando. Doc sabía que tenía una
pinta horrorosa. El despliegue de su unidad había sido tan rápido que nadie de su
mando había tenido tiempo para cambiarse de ropa. Además, en las minas, el agua
escaseaba y no podían malgastarla lavando uniformes. La policía de seguridad que lo
había conducido a la sala le había permitido que se lavase la cara y las manos, pero
como no se había puesto ropa limpia estaba seguro de que parecía más un minero que
un soldado.
Saludó a los oficiales.

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—El Hauptmann Trevena, de los Décimos Soldados de Skye, ha venido a dar
parte.
De los oficiales presentes sólo conocía a Judith Niemeyer, la teniente general al
mando de la Milicia de Coventry. Los trajes de salto negros con adornos rojos lo
ayudaron a identificar a los dos otros como Dragones. Por eliminación también
reconoció a la mujer negra que había a la izquierda como la general Ariana Winston,
comandante de la Caballería Ligera de Eridani. Había leído algo sobre ella y su
presencia le indicaba que tanto ella como el mando de la Alianza estaban
preocupados por la situación actual.
Doc había visto suficientes veces los emblemas de los ’Mechs de los Soldados de
Waco que escoltaban a sus tropas para ser capaz de distinguir al líder, el coronel
Wayne Rogers. Le resultó algo incómodo que el hombre llevara la misma ropa
andrajosa que Doc. El único que quedaba era el comandante de los Ocho Locos, una
unidad que vivía como su nombre indicaba por su afiliación a los Soldados de Waco.
El líder de los Soldados miró de reojo a Doc a través de las gruesas gafas que le
aumentaban los ojos como si se tratara de un reptil.
—Usted es el idiota que llevó dos compañías de ’Mechs a mi zona de ocupación.
Doc bajó la mano derecha después del saludo y se relajó.
—Esas eran mis tropas, sí —afirmó mirando a la general Niemeyer—. Nuestros
’Mechs necesitan reparaciones y recambios, pero tengo dos compañías operativas.
Uno de los oficiales de los Dragones, un hombre de la misma altura que Doc,
pero algo más esbelto, esbozó una leve sonrisa.
—Somos conscientes de lo que han pasado sus tropas, y la general Niemeyer está
al mando de la Milicia Provisional de Coventry, que por ahora ejercerá de reserva.
Por supuesto, queremos interrogarlo, pero trataremos el asunto a partir de aquí.
Doc frunció el ceño y miró a la general Niemeyer.
—¿Qué le ha ocurrido al general Bakkish?
—Murió en una escaramuza a las afueras de Port Saint William —contestó
Niemeyer, bajando la mirada como si se sintiera incómoda.
Doc había oído decir que Niemeyer tenía aspecto de matrona, y su mirada de
derrota parecía coincidir con esa descripción. A Doc le recordaba más a una abuela
impotente ante las travesuras de sus nietos que a una oficial de mando.
—Como el coronel Tyrell ha indicado, nos están utilizando como tropas de
reserva.
—¿Tropas de reserva? —exclamó Doc, sacudiendo la cabeza—. Yo todavía
cuento con dos terceras partes de un batallón que ha dado tanto como ha recibido de
los Halcones de Jade en un mes de lucha. Mientras ustedes entraban en el sistema,
nosotros estábamos saqueando a los Halcones. Mis tropas principiantes se han
convertido en veteranas en poco tiempo. Es absurdo que no las utilicemos, sobre todo

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porque conocen la zona.
La mujer de oscura melena que llevaba el uniforme de los Dragones pulsó una
tecla del ordenador de bolsillo, y la pantalla que había en el lado izquierdo de la sala
de baile mostró una copia del cuadro de organización de los Décimos Soldados de
Skye.
—Se muestra muy posesivo al hablar del batallón dirigido por el Kommandant
Horst Sarz.
—Posesivo no, coronel; orgulloso —rectificó Doc—. El Kommandant Sarz se
encuentra en un estado que lo ha incapacitado para el mando, y yo lo he sustituido.
—Pero ¿no tenía experiencia en combate? —preguntó la mujer con más
curiosidad que recriminación—. Los otros dos oficiales del batallón habían pasado
más tiempo en el campo de batalla que usted.
—Con todo el respeto debido, coronel, creo que el hecho de que hayamos
sobrevivido durante todo este tiempo y hayamos mantenido nuestra fuerza íntegra
debería hablar por sí solo —dijo Doc con una sonrisa, pese a la amarga expresión de
Wayne Rogers—. La mitad de mi mando es una compañía de exploración formada
por ’Mechs ligeros. Aparte de algunos daños en el blindaje, han salido ilesos y, sin
embargo, han intervenido en más operaciones que mis otros ’Mechs.
Rogers se encogió de hombros de forma exagerada.
—Tuvo suerte. Ahora debería dejarlo en manos de profesionales.
Antes de que Doc pudiera contestar, la mujer de los Dragones se precipitó a
hablar.
—El Hauptmann Trevena es un profesional, coronel Rogers.
—Sí, ya lo sé, querida Shelly, pero un profesional al que le tocó cargar con una
unidad pésima en una asignación todavía peor. ¡Lo pusieron al mando de una
compañía de reconocimiento! Por la sangre de Blake, mujer, inventaron una unidad
de inútiles para él —dijo Rogers.
Su forma de parpadear hizo pensar a Doc en un sapo; un sapo alto, calvo y de
mejillas sonrosadas, pero un sapo al fin y al cabo.
—Sólo habría caído más bajo si lo hubieran puesto al mando de una lanza de
simuladores.
Tyrell fulminó a Rogers con la mirada.
—Lo que el coronel Rogers intenta meterle en su dura cabeza, Rogers, es que
puede ser que el Hauptmann Trevena no tenga nuestra experiencia, pero ha sido
entrenado y sabe cómo utilizar su entrenamiento.
Ariana Winston se colocó entre los Dragones y Wayne Rogers.
—Si todo esto es cierto, amigos míos, no me cabe duda de que la única intención
del Hauptmann Trevena es apoyar la sabiduría de nuestro trabajo en equipo. Ofrece
su experiencia para ayudarnos, no para obstaculizarnos el paso o robarnos la gloria.

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Él ha estado combatiendo a los Halcones, y eso es lo que nosotros también haremos.
Miró a Doc como si buscase una respuesta en su rostro y éste no pudo evitar
sonrojarse. Ariana sonrió antes de proseguir.
—Hauptmann Trevena, estamos aquí para expulsar a los Halcones de Coventry.
Como puede ver en ese diagrama, han establecido un perímetro alrededor de Port
Saint William. Tienen una fuerza aproximada de tres galaxias, fuerza que podría
equipararse a la nuestra. Nuestro objetivo es desplazarlos.
Doc observó el mapa.
—Dura tarea. La última vez que nos comunicamos por radio con nuestra sede de
regimiento parecía como si los Halcones hubiesen aparecido por el norte, a través de
las tierras bajas, y hubiesen utilizado el río como flanco derecho.
Niemeyer hizo un gesto para intervenir.
—Nuestras fuerzas se retiraron al distrito de las colinas Bradford y huyeron en
dirección nordeste hasta alcanzar el distrito agrícola de Whitting. Apenas tuvimos
tiempo de reagruparnos antes de que nos acorralaran e iniciaran el acercamiento.
Rogers se recolocó las gafas.
—¿Qué ha aprendido de esta vieja historia, Hauptmann Trevena?
Doc se esforzó por eludir el sarcasmo mientras Shelly Brubaker le dedicaba una
amplia sonrisa.
—El acercamiento a las tierras del norte tiene sentido. Con una fuerza de barrera
para cubrir el río y otra para cubrir las colinas, llegarán al centro de Port Saint
William sin problemas. Es el acercamiento más sencillo y el más lógico para ellos.
Puede ser que no haya entrado en combate antes de este año, pero tengo la impresión
de que un asalto contra las unidades más afianzadas del Clan puede ser brutal.
La general Winston hizo un gesto de asentimiento.
—Estoy de acuerdo.
Doc señaló hacia el diagrama de la pared.
—Seguramente ya habrán pensado en adelantar una fuerza para detener a los
Clanes en la zona de las tierras del norte y las colinas. Si colocan una barrera al norte
del río, podrán evitar que aparezca una fuerza del Clan y rodee su flanco. Sin
embargo, puede ser que aun así lo intenten, lo que significa que avanzarán hacia el
norte hasta que encuentren un buen vado para cruzar lo bastante rápido y asegurar la
orilla más remota.
Los azules ojos de Shelly brillaron con recelo.
—De este modo, alcanzarían nuestra retaguardia y supondrían una amenaza para
las líneas de abastecimiento de Leitnerton.
—Cierto, pero antes de que eso ocurra dispondrán de una fuerza más al norte que
habrá tomado posiciones en los Valles. Cuando su fuerza de barrera establezca
contacto, el regimiento de los Valles descenderá y arrasará el flanco del Clan, por

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donde cruzará para apoderarse del lado oeste de la ciudad. De este modo, se sitúan en
la retaguardia del Clan.
El coronel Tyrell se peinó la oscura cabellera con la mano.
—Ya discutimos ese plan y tuvimos que descartarlo. La geografía de los Valles es
demasiado abrupta y salvaje para que una fuerza la atraviese con rapidez y orden.
Doc esbozó una sonrisa.
—Disculpe, señor, pero eso no es cierto.
Rogers frunció el ceño.
—Cualquier unidad se desmantelaría al adentrarse allí. Es un laberinto. Si nos
quedásemos atrapados sería el fin.
—A menos que conozcan el camino.
La general Winston miró a Doc repetidas veces.
—¿Usted lo conoce?
—Mis exploradores y yo pasamos un mes haciendo ejercicios en esa zona a
principios de año. Nosotros podemos guiarlos.
Brubaker se llevó la mano a los labios para disimular la sonrisa.
—Usted perdone, Hauptmann, pero nos ha dado la clave de un puzzle que no
pudimos completar.
—Me alegro de que les haya sido de ayuda —dijo Doc con expresión de
extrañeza—. General Winston, usted ha dicho que los Halcones tienen tres galaxias
en Port Saint William.
—Sí.
—¿Dónde está el resto?
Todos los presentes se lo quedaron mirando.
—¿El resto? —repitió Tyrell.
—Yo vi Naves de Descenso entrando y saliendo continuamente cuando
estábamos en las montañas. Esperaba que dejasen de entrar en algún momento, pero
no hubo suerte. Desde donde me encontraba no podía distinguir el tipo de naves que
veía o lo que llevaban, pero había mucho tráfico.
Wayne Rogers desechó la explicación de Doc con la mano.
—No importa. Yo mismo me enfrenté al desafío. Están defendiendo Port Saint
William con tres galaxias. Ése es nuestro problema.
La general Winston sacudió la cabeza.
—Ése es nuestro problema inmediato, coronel. Lo que el Hauptmann Trevena
acaba de revelar supone un problema mayor. Todos sabíamos que no sería fácil —
dijo antes de detenerse a pensar—. Tan sólo espero que no hayamos subestimado la
verdadera envergadura de esta misión.

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31

Sede de Turkina Keshik, Port Saint William


Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
19 de abril de 3058
El comandante de galaxia Rosendo Hazen se apartó de la mesa de terreno holográfico
cuando los miembros más jóvenes de su grupo de operaciones estratégicas se
pusieron en guardia. Esbozó una leve sonrisa a Marthe Pryde y la saludó
respetuosamente.
—Es un placer volver a verla, Khan Marthe.
—Lo mismo digo, comandante de galaxia.
La Khan se dirigió a la pradera de proyección holográfica dando largas zancadas.
Se veía una perspectiva de Port Saint William desde el norte si se miraba hacia el sur
desde la bahía. Unos pequeños ’Mechs ocupaban las posiciones defensivas en las que
antes se habían desplegado las tropas de la Esfera Interior, con una galaxia en las
colinas Bradford, otra en las tierras del norte y una tercera en la ciudad de reserva.
Marthe examinó el plan y asintió con un movimiento de cabeza.
—La defensa estándar.
—Así es, pero Arimas ha advertido un par de fallos en el enemigo que no
habíamos sospechado —dijo Rosendo, señalando a un soldado alto y esbelto de pelo
rojizo—. Explíquenos lo que ha descubierto.
Los ojos del joven se iluminaron.
—Al revisar la operación realizada en Whitting advertí algo que nos podía ser de
utilidad. La Caballería Ligera de Eridani aseguró la zona de aterrizaje de la Esfera
Interior y, luego, los Dragones enviaron sus regimientos, uno al oeste para cubrir el
flanco derecho y el segundo al centro. El flanco izquierdo, en el que esperaban no
tener problemas, quedó al cargo de los Soldados de Waco. El movimiento de los
Soldados parecía no estar del todo integrado con el de los Dragones. Al investigar

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sobre los Soldados, descubrí su odio institucional hacia los Dragones, un odio que
parece ser mutuo.
Marthe asintió.
—Todo eso ya se sabía.
—Sí, mi Khan, pero pensé que no serviría de nada revisar el avance de los
lucroguerreros sin tener en cuenta este contexto.
Arimas pulsó dos teclas del ordenador de bolsillo que tenía en las manos. El
visualizador holográfico redujo la escala para obtener una perspectiva de la
aproximación de las fuerzas de la Esfera Interior. El regimiento de la Caballería
Ligera de Eridani avanzaba junto a ellas entre dos regimientos de los Dragones. La
Milicia protegía el flanco izquierdo, y los Soldados de Waco aparecían en Leitnerton.
—Opino, Khan Marthe, que los Dragones no dejarán que los Soldados aseguren
su base. Además, no creo que los Soldados acepten ser excluidos de la batalla en Port
Saint William. El enemigo sabe que asaltar una defensa organizada supone una
concentración de arsenal tan abrumadora como la que ellos pueden tener, lo que
significa que los Soldados de Waco no pueden estar en Leitnerton.
Marthe miró a Rosendo y arqueó una ceja.
—¿Cuál es su valoración?
—Me cuesta creer que los Dragones dejarán Leitnerton vulnerable, pero pueden
presionarnos con las unidades blindadas, la infantería y los ’Mechs necesarios, aun en
ausencia de los Soldados. Nuestras fuerzas asignadas no permiten que amenacemos
su retaguardia y defendamos adecuadamente la ciudad.
La Khan se dirigió de nuevo a Arimas.
—¿Cómo cree que dispondrán a los Soldados?
Arimas se quedó pensativo un momento, perdiendo un poco la compostura.
—Yo creo que el enemigo tiene la intención de conducirlos a través de las colinas
de la zona conocida como los Valles y atacarnos* cuando nuestras reservas se
dispongan a asaltar su flanco. El hecho de que los supervivientes de la Milicia actúen
de barrera al oeste nos ofrece un objetivo tentador. Propongo que nos retiremos e
intentemos rodear el flanco izquierdo del enemigo, una estrategia lógica dadas las
circunstancias.
—Arimas, ¿es consciente de que consideramos tal estrategia cuando atacamos
Port Saint William?
—Sí, mi Khan, y se descartó porque los Valles se consideran una zona de difícil
acceso. Nosotros no teníamos guías, pero creo que los Soldados sí —contestó
Arimas, señalando hacia las Cross-Divide—. Según los archivos que hemos obtenido,
el batallón de los Soldados de Skye tenía un elemento ligero que conocía los Valles.
Han finalizado las incursiones en el este, así que creo que se han unido a los
mercenarios, y es posible que los conduzcan a la destrucción de nuestro flanco.

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Marthe sonrió levemente.
—Rosendo, ¿es uno de los suyos o uno de los nuestros?
—De ninguno de los dos. Es un Malthus con una mezcla de Nygren y Hacedor de
Viudas.
—Interesante.
—Ya verá —dijo Rosendo, asintiendo hacia Arimas—. Presente su plan a la
Khan.
—Como usted desee.
En respuesta a la orden, Arimas tecleó algo en el ordenador de bolsillo, y la
pantalla volvió a cambiar. Las galaxias defensoras habían perdido una trinaría cada
una y habían creado un núcleo estelar ligero de ’Mechs rápidos. La unidad de reserva
consistía básicamente en ’Mechs pesados y de asalto, mientras que los medios y
ligeros servían como unidades de guarnición en la ciudad.
—Lo que he pensado para nuestras fuerzas de Port Saint William es que se retiren
durante el ataque inicial. Es obvio que el enemigo intentará atacarnos de frente para
inmovilizarnos, así que una retirada a tiempo les presentaría una situación que pueden
explotar antes de que los Soldados estén preparados para atacar. Cuando nuestras
fuerzas se retiren, la fuerza de reserva empezará su maniobra de flanqueo, atacará a la
fuerza de barrera antes de lo previsto y la atravesará sin problemas.
»Esto pondrá en peligro la zona de retaguardia del enemigo. Los Soldados
tendrán que avanzar más rápidamente de lo que tenían planeado y caerán en el caos.
Lo cierto es que espero que avancen antes, porque no querrán que la gloria de la toma
de posesión de Port Saint William sea sólo para los Dragones. Cuando ataquen a las
reservas, el núcleo estelar rápido puede filtrarse en la retaguardia del enemigo y
amenazar Leitnerton.
—¿Y si los Soldados no avanzan en desorden?
—El núcleo estelar rápido avanzará y los atacará, para que nuestras reservas
puedan situarse a la retaguardia del enemigo —contestó Arimas con una amplia
sonrisa—. Podemos detener la entrada del enemigo en la ciudad utilizando
Elementales para que dejen la retaguardia vulnerable. No tendrán más remedio que
retirarse.
—Y así será.
Rosendo miró a Marthe.
—Ponemos en marcha el plan, ¿quiaf?
—Af, pero con un ligero cambio —contestó Marthe, señalando hacia la fuerza de
asalto del enemigo en Port Saint William—. En el pasado, los Dragones pertenecían a
los Clanes, y la Caballería Ligera insiste en que su tradición se remonta a las tropas
que quedaron atrás cuando el general Kerensky abandonó la Esfera Interior. Podemos
engañarlos esta vez, pero después quiero que se esfuercen al máximo, y creo que esta

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operación puede servirnos para garantizar que obtendré lo que quiero.

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Sede de ComStar Tukayyid
Distrito de guarnición de ComStar,
República Libre de Rasalhague
Victor Davion se acomodó en una de las sillas acolchadas dispuestas alrededor de la
hoguera del estudio. La estancia tenía un aire del pasado, como si hubiera estado en
Tukayyid desde antes de que la humanidad abandonase los confines de la Tierra; pero
luego se dio cuenta de que se trataba de una laboriosa restauración. Las estanterías
empotradas en los paneles de nogal, repletas de libros forrados de piel, y las
decoraciones de madera le recordaban su propio despacho de Nueva Avalon, el
despacho que en otra ocasión perteneció a su padre. Los recuerdos, la copa de whisky
de malta y el rugido del fuego en la chimenea le hacían sentir como en casa.
Hohiro Kurita, que estaba cómodamente sentado frente a él en otra butaca
acolchada, dio un sorbo de brandy y sonrió.
—Este lugar está demasiado lleno de cosas para que mis tropas se sientan
cómodas; sin embargo, esta habitación me resulta acogedora.
Kai Allard-Liao se inclinó hacia el fuego sosteniendo la copa con ambas manos.
—Es el brandy y el fuego, Hohiro. Están nublando tus sentidos.
—Por no mencionar el hecho de que todos estamos cansados —dijo Victor,
frotándose los ojos con la mano izquierda—. Pero es un buen cansancio. Tu
Genyosha hizo una buena actuación en el flanco invasor, una buena emboscada.
—Comunicaré tu cumplido a Narimasa Asano. Fue él quien dirigió nuestros
movimientos.
—Sí, tú apenas estuviste al mando.
La audacia de Hohiro conduciendo a su compañía al borde del flanco invasor
había sorprendido a Victor. La maniobra había bloqueado el flanco y había permitido
al resto del batallón rodear y disparar a los Invasores, y cuando éstos habían iniciado
la retirada, el resto del Regimiento de Genyosha se había adelantado y había arrasado
el ala izquierda del enemigo.
—Lo que hice sólo funcionó porque los Invasores estaban luchando según la
doctrina de los Halcones de Jade. Se estaban concentrando en combate singular entre

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guerreros. Es una tradición que los guerreros del Condominio entienden y quizás
admiran demasiado.
Victor se extrañó.
—¿Qué quieres decir con lo de «admiran demasiado»?
—Si hubieran luchado como Lobos, me habrían derrotado. Habrían rodeado a mis
tropas y habrían arrasado mi mando —contestó Hohiro con una sonrisa en los labios
—. Se lo habríamos hecho pagar caro, pero yo me habría convertido en un samurai
más, que murió gloriosamente en combate.
—Si no recuerdo mal, fueron los guerreros del Condominio Draconis los que
condujeron a mi tío Ian a ese final glorioso.
—Así es, Victor, y mi pueblo recuerda con orgullo su bravura.
—Es extraño cómo la gloria de la batalla y las muestras de coraje se idealizan
hasta el punto de colorear la muerte —dijo Kai, dando un sorbo de brandy—. Un
héroe muere gloriosamente e incluso los guerreros que intentaron matarlo son
halagados por su participación en la muerte. Además, si la persona que lo mata elogia
la bravura del guerrero caído, la muerte y el acto de matar alcanzan el pináculo de la
nobleza y la gracia.
Victor parpadeó, sorprendido por las palabras de Kai.
—Perdona, Kai, pero ¿tu carrera como campeón de Solaris no se basa
exactamente en tal glorioso combate?
—Cierto —contestó Kai en tono de duda—. Es verdad que han muerto algunos
guerreros en los ruedos de Solaris, pero ése no es realmente el objetivo. Yo conseguí
ganar el campeonato sin matar a ninguno de mis enemigos. Cuando alguien muere en
el ruedo, en fin, normalmente se debe a alguna estupidez o accidente y se lamenta la
muerte.
—Nosotros lamentamos la muerte de los caídos en combate.
Hohiro alzó una mano.
—Creo que sé a qué se refiere Kai. Las luchas de Solaris son combates de
habilidad. La manera de disputarlas y presentarlas permite que el público pueda
disfrutar de las habilidades de los MechWarriors. Las luchas de Solaris son a la
guerra lo que el boxeo a un motín. No son como la guerra porque el objetivo final no
es la muerte.
Kai asintió con la cabeza.
—En Solaris somos conscientes del dolor y la tragedia de la muerte, pero no
podemos hacerlo en la guerra porque nunca encontraríamos la voluntad para seguir
luchando. Tenemos que elevar a los caídos al rango de héroes, o al menos al de
figuras trágicas, porque al hacerlo tapamos el horrible rostro de la muerte con una
máscara benigna.
Victor depositó la copa sobre la mesa.

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—Entiendo lo que dices, pero creo que operáis a partir de una falsa premisa.
Hohiro ha hecho alusión a ello cuando ha dicho que matar es el objetivo final de la
guerra.
Hohiro frunció el ceño.
—Si ése no es el objetivo, ¿cuál es?
Victor lanzó un suspiro y pensó que aquella pregunta había sido pasto para los
historiadores y los filósofos durante generaciones.
—No quiero parecer simplista, pero el objetivo de la guerra es derrotar al otro
bando.
Hohiro hizo un gesto de asentimiento.
—Lo cual se consigue más fácilmente matando al enemigo.
—No necesariamente, Hohiro —dijo Kai, recostándose en la silla—. Yo he
derrotado a mis enemigos de Solaris sin matarlos.
—Pero eso son juegos.
—¿Y qué diferencia hay entre esos juegos y la manera de luchar de los Clanes?
Para ellos la guerra es una competición para ver quién es el más fuerte. En Solaris, el
guerrero más fuerte gana dinero y fama. En los Clanes, el guerrero más fuerte gana
gloria y la posibilidad de que sus genes formen parte del programa de reproducción.
En definitiva, el guerrero del Clan gana inmortalidad. Los miembros de los Clanes
luchan bien, así que su premio es encajar en lo que hacen. La muerte o la
supervivencia de un guerrero no es su recompensa porque la muerte de uno de ellos
permite a otros guerreros ocupar su puesto en la lotería de la inmortalidad.
Hohiro se encogió de hombros.
—Se tiende a creer que podríamos matar suficientes guerreros como para acabar
con ellos, pero la batalla de Wolcott demuestra que matar a los Clanes no es la única
forma de derrotarlos. Mi padre fue más hábil que ellos, y se retiraron causando daños
innecesarios.
Victor se frotó los ojos por un momento y sonrió.
—Creo que al eliminar la muerte de la fórmula para derrotar al enemigo hemos
tocado una lección que cada nueva generación de guerreros tiene que aprender, una
lección que algunas generaciones nunca aprenden y otras sólo aprenden porque sus
líderes no lo hicieron. Esto quiere decir, simplemente, que la sangre no es la única
moneda con la que se puede comprar la victoria.
Hohiro arqueó una ceja.
—Pero ¿puedes ganar una guerra sin matar?
—Tal vez no, Hohiro, pero ésa no es exactamente la cuestión —dijo Kai,
entrelazando los dedos—. Ningún líder que haya sido derrotado conducirá a sus
hombres a las líneas enemigas, a menos que sea un suicida, un estúpido o ambas
cosas. Se retirará y esperará otra oportunidad. Flanquear al enemigo, dejarlo sin

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provisiones, obligarlo a dividir sus fuerzas para arrollarlas por partes son tácticas
superiores para ganar la guerra, porque minimizan el precio en sangre que paga tu
bando por derrotar al enemigo.
Victor asintió de manera enérgica.
—A eso me refería exactamente, Kai. Puede ser que esto no encaje contigo,
Hohiro, pero creo que todas nuestras tradiciones marciales, incluidas las de los
Clanes, tienen dos formas de medir a los guerreros. Los soldados individuales se
juzgan según su naturaleza letal, y los que causan más muertes son los más alabados.
Tú mismo has dicho que mi tío Ian fue elogiado por luchar con valentía y morir con
bravura, del mismo modo que tú lo serías cuantos más miembros del Clan llevaras
contigo a la tumba.
—Entiendo tu punto de vista. Sigue.
El Príncipe de la Mancomunidad Federada se sentó al borde de la silla.
—Los líderes se juzgan según la forma de derrotar al enemigo, haciendo hincapié
en la habilidad y la astucia, no en la fuerza bruta, porque la fuerza bruta mata a las
propias tropas del líder.
—Aun así, un líder que evita la guerra pero obtiene lo que quiere no es tan digno
de respeto como uno que derrama sangre para alcanzar sus objetivos —dijo Hohiro,
dando un sorbo de brandy antes de detenerse a reflexionar—. ¿Por qué?
—Porque nadie confía en un individuo experto en engaños —dijo Kai,
sacudiendo la cabeza—. Se cree que ganar mediante el engaño pero sin derramar
sangre no es una verdadera victoria. La decisión no está clara, pero sí los resultados.
—Y sin embargo, el líder que es capaz de ganar sin matar a nadie debería ser un
ejemplo a seguir —dijo Victor, apurando el licor que le quedaba—. Ganar sin matar
podría ser la lección final que uno tiene que aprender para convertirse en un
verdadero guerrero; una lección que estoy dispuesto a poner en práctica.
Hohiro hizo un gesto de asentimiento.
—Esta lección tiene una interesante calidad zen: convertirse en el mejor de un
ruedo sin utilizar las armas a las que otros recurren. Si necesitas a un compañero de
estudio para aprender la lección, me gustaría solicitar el puesto.
—Creo que es mejor que mil hombres vivos me consideren un embaucador que
morir para pasar a la historia como un caudillo autoritario —dijo Kai con aire
pensativo—. Yo también estudiaría con vosotros.
—Muy bien, amigos míos —dijo Victor, alzando la copa vacía—. A partir de hoy,
nuestro objetivo será prevenir la muerte en lugar de secundarla e instigarla. Puede ser
que no nos consideren verdaderos guerreros, pero al menos no llenaremos
cementerios con la evidencia que nos condena.

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32

Los Valles, Coventry


Provincia de Coventry, Alianza Lirana
21 de abril de 3058

Si todavía hubiera pilotado el Penetrator, Doc habría disparado al BattleMaster del


coronel Wayne Rogers.
—Coronel, no me importa si los Halcones de Jade están decorando las calles con
estandartes y repartiendo cerveza fría entre los Dragones. Se supone que no podemos
avanzar hasta que la general Niemeyer nos comunique que la fuerza de Buckler ha
establecido contacto. No sabemos dónde ni qué nos encontraremos.
—Para eso está su pequeña compañía de exploración, Trevena —dijo mientras
apuntaba hacia el sur con el cañón proyector de partículas del puño derecho del
BattleMaster—. Los Halcones están cayendo en Port Saint William. Si va delante de
nosotros, sabremos las fuerzas que hay y podremos prepararnos para ellas.
Pero no te detendrás. Doc sabía que Rogers le gastaría alguna broma estúpida. Y
no es que el hombre lo fuera, pero no podía pensar con claridad cuando se trataba de
los Dragones. Cuando éstos revelaron sus verdaderos orígenes como antiguos
miembros de los Clanes, Rogers y sus tropas intentaron formar una coalición
mercenaria para destrozarlos. Aunque se había calmado un poco en ese sentido,
estaba tan obsesionado con demostrar que sus hombres eran comparables a los
Dragones que su deseo se exacerbó como el viento aviva las llamas.
Los Ocho Locos no eran mucho mejores. Su comandante, el capitán Symerious
Blade, no tenía nada en contra de aquéllos, pero parecía estar dispuesto a dejarse
llevar por Rogers. Los Ocho se mantuvieron alejados de los Dragones durante la
mayor parte del tiempo, y cuando finalmente se enfrentaron a ellos, tenían casi tantas
ganas de provocar una lucha como los Soldados de Waco.
Shelly Brubaker se echó a reír cuando Doc le explicó sus preocupaciones sobre
Rogers.

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—Es seguro que hará alguna estupidez. Por eso, nos referimos a ellos como los
Soldados de Wackoide y, por eso, se quedarán en los Valles mientras nosotros
luchamos.
Doc lanzó un suspiro y encendió el micrófono.
—Coronel, permítame una pregunta. Si sale ahí afuera e informa de que todos los
Halcones de Jade del planeta quieren arrancarle la piel no se retirará, ¿verdad?
—No me gustan las hipótesis, Trevena —gruñó Rogers—. Lleve a sus tropas
hasta allí, recorra el río y dígame lo que tiene.
—Consígame una orden de la general Winston y está hecho.
El CPP del BattleMaster apuntó a la cabina del Centurión.
—Cumplirá mis órdenes, chico, porque pertenece a mi unidad. Ahora muévase.
—Sí, señor, coronel —dijo Doc, poniendo el ’Mech en marcha—. Espero y deseo
que todo salga bien ahí afuera porque cuando todo esto acabe nos enfrentaremos cara
a cara y le daré tal paliza que quedará reducido a mi opinión sobre usted.
—Hombres mejores que usted lo han intentado antes, Trevena.
—Si no pudieron hacerlo, coronel, no eran mejores.
Doc y sus tropas se dirigieron al sur por la orilla del Ridseine en una fila de unos
dos kilómetros de longitud. Avanzaban por las colinas que daban fama a los Valles,
pero el terreno se fue alisando hasta convertirse en prados cubiertos por los primeros
brotes de hierba de Coventry. Los altos árboles que en el pasado habían servido de
barreras contra el viento y líneas divisorias obstaculizaban el campo de visión y los
limitaban a tan sólo tres o cuatro kilómetros de visibilidad en todas direcciones.
A Doc no le gustaba todo aquello. Como los árboles crecían paralelos al río a un
kilómetro de la orilla, no siempre podía ver el final de la fila que él e Isobel Murdoch
aseguraban con los ’Mechs más pesados. La lanza de Andy Bick era la última, y
aunque Andy se había convertido en un comandante bastante bueno, Doc temía que
pudiera pasar por alto algo importante. Por supuesto, Andy ha vivido más combates
que yo hasta ahora, así que supongo que tendré que confiar en él.
Doc oyó unas interferencias por radio.
—Aquí Buckler llamando a Dagger.
La voz de Rogers contestó a la llamada, una voz mucho más fuerte de lo que Doc
habría deseado.
—Aquí Dagger. Adelante, Buckler.
—Tenemos contacto en el sector 2843.
—Espere, Buckler. Dagger va en camino.
Doc echó un vistazo a su monitor auxiliar.
—Dagger, aquí Scabbard. El sector 2843 se encuentra a quince kilómetros al sur
de mi posición actual. Necesitaremos una hora para llegar allí.
—Buckler no tiene una hora, Scabbard. Mi fuerza llegará antes.

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Doc vio a los Soldados de Waco avanzando a través de la fila de árboles de su
arco de popa con los Ocho Locos agrupados más cerca del río.
—Dagger, acaban de comunicar contacto. Tenemos órdenes.
—Sí, bien, los planes de combate nunca sobreviven al contacto con el enemigo.
Mueva a su gente. Vamos allá.
—Sea razonable.
—Será mejor que ayude, Buckler.
Doc abrió la frecuencia táctica de los Titanes.
—Titanes, escuchad. Aumentad la velocidad a sesenta clics. Repito: seis cero
clics. Cuando lleguéis al río mantened una fila. Murdoch, tienes vía libre.
—Entendido, Doc.
Los Titanes se adelantaron, y su fila se fue encogiendo hasta alcanzar la velocidad
máxima del miembro más lento, el Hunchback de Murdoch. El hecho de que el
Hunchback diese golpes contundentes lo convertía en un buen ’Mech cuando se
trataba de viajar por zonas peligrosas donde no sabían lo que les esperaba. El
Centurión de Doc también golpeaba con fuerza en una batalla cerrada, una habilidad
que él creía que sería necesaria porque no era muy probable que una fuerza del Clan
se distanciase de sus exploradores.
Encendió la frecuencia que utilizaba la fuerza de Mace, pero no pudo contactar ni
con la general Winston ni con Shelly Brubaker. ¡Esto no me gusta! ¡Esto no me gusta
nada! Podía sentir el desastre tras la siguiente arboleda o tras la que había después de
ésa. Sus Titanes, en sus pequeños ’Mechs moteados de varios colores, atravesaron
con coraje la primera barrera y se adentraron en la segunda, mientras los Soldados de
Waco alcanzaban un frente de casi un kilómetro de anchura. Los Soldados, con una
pintura uniforme marrón y verde oliva y estrellas azules y rojas en los torsos y los
brazos, ofrecían un panorama digno de contemplar a medida que se alejaban. Incluso
los ’Mechs desiguales y estridentes de los Ocho Locos se unían al majestuoso avance.
Supongo que los Halcones no se dejarán impresionar.
—Contacto, Doc —dijo Andy sin el tono de duda con el que hablaba cuando Doc
lo conoció—. Aumentando la velocidad.
Doc se dio cuenta de que estaba en lo cierto: los Halcones tenían una pequeña
estrella de exploración frente a su cuerpo principal. Cinco Baboons lanzaban salvas
de misiles de largo alcance a los Titanes, pero la velocidad de los ’Mechs más ligeros
arruinó el objetivo de los Clanes. Los dos que habían apuntado al Centurión y al
Hunchback dieron en el blanco, pero el daño fue mínimo. Doc giró el ’Mech hacia la
izquierda para evitar que los misiles impactaran en la cabina, y tuvo que esforzarse
para que no diera un giro completo mientras otros misiles golpeaban el brazo y la
pierna izquierda del ’Mech.
—Bel, ¿estás bien?

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—Sí, cabeza y hombros, pero estoy bien. Lo tengo a tiro.
El cañón automático instalado en el hombro del Hunchback vomitó fuego y metal
hacia uno de los ’Mechs achaparrados y de brazos largos. La corriente de balas
carcomió el brazo del Baboon desde la muñeca hasta el hombro y atravesó la juntura.
El brazo retorcido y roto del ’Mech salió disparado cuando el fuego del cañón
automático se insertó en el lado izquierdo del pecho, y no dejó más que una fina capa
de blindaje en la espalda.
Doc colocó el retículo sobre la silueta del ’Mech que le había disparado, pulsó los
láseres medios del pecho del Centurión y causó profundas heridas en el blindaje que
protegía el corazón del Baboon. El cañón automático del brazo derecho del Centurión
también arremetió contra la máquina del Clan. La lluvia de proyectiles de uranio
reducido golpeó el lado izquierdo del pecho y rajó la armadura en largas tiras. Los
proyectiles siguieron cayendo sobre el pecho del Baboon y alcanzaron las estructuras
internas.
Doc no se sorprendió con el daño que él y Murdoch causaron a los dos primeros
Baboons, pero el feroz ataque que sus ’Mechs ligeros proporcionaron a los otros lo
dejó completamente estupefacto. La lanza de Bick dejó a su objetivo fuera de
combate. Abrió el pecho, rasgó las piernas y fundió el brazo izquierdo del Baboon.
Las otras dos lanzas acabaron con sus objetivos con la misma eficacia y rodearon y
dispararon a los otros dos Baboons antes de que Doc e Isobel pudieran acortar la
distancia que los separaba de ellos.
Los Soldados de Waco dejaron a los Titanes atrás y entraron en un campo verde,
rodeado a tres bandas por dos kilómetros de álamos. Doc echó un vistazo entre los
árboles antes de que los Soldados se adentrasen en la zona y le pareció que todo
estaba en calma, ciego ante la evidencia del peligro que acechaba a los pies de su
’Mech. Incluso el destello de luz sobre el metal en la última hilera de árboles parecía
tener una explicación lógica, aunque en el fondo sabía que los Soldados de Waco
estaban sentenciados.
El coronel Rogers y sus tropas alcanzaron el lugar de los hechos
aproximadamente un minuto y medio después de entrar en el campo. En algún lugar
tras la última fila de árboles, las naves de los Halcones empezaron a lanzar miles de
misiles de largo alcance. Las explosiones crearon una pared de llamas al frente de la
formación de los Soldados. El humo procedente de la barrera de fuego nublaba la
visibilidad de Doc desde su posición, pero sabía que los Soldados habían sido
derrotados.
—Doc, tenemos compañía hacia el oeste.
—Entendido, Julián —dijo Doc, girando hacia la derecha al advertir el
movimiento y las siluetas de los ’Mechs. Volvió a encender la radio—. Dagger, aquí
Scabbard, salga de ahí. Es una trampa. Repito: trampa. Los ’Mechs se dirigen hacia

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allí desde el oeste.
El coronel Rogers no contestó.
—¿Qué hacemos, Doc? —preguntó Isobel en un tono de preocupación que
disimulaba él miedo que sentía.
—Titanes, volved al norte. Cuando lleguemos a Shallot Ford, cruzaremos y nos
dirigiremos a Leitnerton.
—No podemos dejar a los Soldados, Doc —dijo Andy Bick.
—Lo siento, Andy, pero si los seguimos lo único que conseguiremos será la
muerte —dijo Doc, girándose hacia la posición de los Soldados mientras los primeros
’Mechs de los Halcones entraban en combate—. Tenemos que llegar allí donde
podamos comunicar a Mace lo que está ocurriendo.
—Pero Doc…
—Sin rechistar. Es una orden —dijo Doc, girando su Centurión—. Antes no nos
dejaron hacer nuestro trabajo y ahora no podemos hacer nada por ellos. Morir con
ellos no ayudará a nadie, pero alertar a los otros sí. Si alguno de los Soldados o de los
Ocho sale con vida lo ayudaremos, pero eso es todo lo que podemos hacer,
¿entendido?
Doc habló en el tono más convincente que pudo, y sus lanzas dieron media vuelta
y formaron a su alrededor. Son buenos chicos. Confían en lo que les digo. Tan sólo
espero que lo que les he dicho sea cierto.

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33

Ciudad de Tharkad, Tharkad


Distrito de Donegal, Alianza Lirana
30 de abril de 3058

Tormano Liao se sentía incómodo al ser incapaz de leer la expresión de Katrina


Steiner. No es que pensase que había perdido la habilidad de intuir el estado de ánimo
de los demás y reaccionar al respecto, sino que veía a Katrina en un nuevo estado de
existencia. Es la primera vez que tengo que tratar con ella cuando está tan…
pensativa.
Katrina pulsó una tecla del ordenador y apareció una proyección holográfica por
días sobre el escritorio blanco. Los diagramas mostraban las posiciones relativas de
los Halcones de Jade y las tropas mercenarias en Coventry, con los Halcones en
verde, los mercenarios en rojo y lo que quedaba de las tropas liranas en azul claro.
Cada día, el perímetro se encogía a medida que los mercenarios se retiraban hacia el
poblado de montaña de Leitnerton. El día 27, los mercenarios habían perdido una
tercera parte de su fuerza y habían pasado de tres a dos regimientos, pero las
estadísticas que aparecían a un lado del diagrama habían predicho el fracaso días
antes.
El 28, un cuarto núcleo estelar de los Halcones de Jade se había incorporado a la
fuerza del Clan.
Katrina, con el pelo recogido en una larga trenza rubia atada con cintas azules y
rojas, miró a Tormano.
—La situación es de lo más alarmante. ¿Qué fiabilidad tienen las identificaciones
de las unidades que están atacando a nuestras tropas?
—Yo diría que son intachables, Alteza.
Katrina asintió lentamente.
—Eso significa que nuestras fuerzas se han enfrentado y han luchado contra
elementos de ocho galaxias distintas del Clan durante la campaña que está obligando

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a nuestras tropas a retirarse hacia su base. ¿Cómo es posible que los Halcones utilicen
tantas tropas? La guerra con los Lobos debería haber acabado con ellos. Es una
trampa, ¿quiaf?
Tormano hizo caso omiso del clanismo.
—No lo sé, Alteza. En la antigüedad, los caudillos intentaban engañar al enemigo
encendiendo más hogueras de las necesarias, o haciendo marchar a las tropas en
círculo para que los espías contasen a los mismos hombres más de una vez.
Obviamente, el propósito era conseguir que el enemigo sobreestimase el tamaño de la
fuerza. Aunque esto nos serviría si los Clanes fuesen mucho más numerosos,
podemos ver a los miembros de las diferentes galaxias en combate. No cabe duda de
que están allí.
—¿Dónde?
—En el continente de Chakulas. Al parecer, Graf Mannervek les está dando
alojamiento o, al menos, tolera su presencia. Algunos de nuestros analistas de
inteligencia creen que los Halcones están utilizando el tercer continente para hacer
escala. Preparan a las unidades allí y las envían a luchar al continente de Veracruz. Es
un error que nos informen de cuántas tropas tienen disponibles en Coventry, pero yo
no estoy acostumbrado a ser el beneficiario de los errores del Clan.
—Es cierto que el hecho de que nos proporcionen esa información parece
absurdo, pero los Halcones de Jade no son considerados gigantes intelectuales —dijo
Katrina con la mirada perdida—. Su incapacidad para arrasar nuestras fuerzas ensalza
su debilidad. La aplastante derrota de los Soldados de Waco fue una cosa, pero no
han sido capaces de repetir aquella victoria. ¿Por qué?
Tormano sacudió la cabeza.
—No sé la respuesta, pero si nos centramos en esa cuestión pasaremos por alto
asuntos más importantes.
—¿Como cuál?
—Como la amenaza a Tharkad. Ocho galaxias equivalen a doce regimientos de la
Esfera Interior. Por suerte, Thomas Marik ha respondido a vuestro llamamiento, y sus
Caballeros de la Esfera Interior están ahora en camino. Sun-Tzu también ha enviado a
los Asaltantes de Harloc para que lo representen.
Y para enfurecerme porque de haber sido por mí los Asaltantes habrían
desaparecido hace años si Kai no hubiese arruinado mis planes.
—Vuestros Undécimos Guardias Liranos están aquí; los otros tres Regimientos de
los Dragones se encuentran en camino, y también disponéis de los Primeros y
Segundos Guardias Reales en Tharkad. Si convocamos a la Milicia y traemos a la
Reserva, tendríamos la misma fuerza que el Clan en Coventry.
—Por supuesto, sería prudente que mantuviésemos la presión en Coventry para
seguir luchando allí en lugar de en Tharkad. Necesitamos tiempo para reunir fuerzas

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suficientes para defendernos aquí y, mientras tanto, podríamos aniquilar a los
Halcones en Coventry. Pero para hacerlo tendría que ir enviando tropas al matadero
que los Halcones han creado en Coventry, y así cambiaría vidas por tiempo.
—De eso se trata —dijo el viejo hombre, encogiéndose de hombros y
entrelazando los dedos—. Una decisión de lo más difícil, Alteza.
Katrina arqueó una ceja.
—¡Ah!, ¿sí? Creo que el cambio vale la pena, sobre todo porque trocaría la vida
de los demás por mi tiempo. ¿Qué me dice ahora, mandarín? No creía que tuviera una
visión romántica del combate, ¿verdad? El combate es donde la gente muere, y yo
prefiero que mi gente mantenga vivo el recuerdo de los valientes extranjeros que
murieron por defenderla a que tengan que lamentar su propia muerte. Y una de las
primeras unidades a las que recurriría es a la de su sobrino; así se deshará de ella.
La sugerencia de Katrina no redujo el miedo que su tono de voz había infundido
en él. De pronto, perdió toda la belleza inocente por la que tanto la había admirado y
adquirió la de una mujer de lengua viperina y corazón reseco. La imagen no le
desagradaba, sino que le advertía que no bajara la guardia.
—¿Dónde está Victor?
—Todavía está en Tukayyid, Alteza.
—Bien.
—¿Bien? —repitió Tormano con el ceño fruncido—. Está lo bastante cerca como
para amenazar vuestra frontera. Si quisiera podría desplazar sus tropas hacia el sur y
amputar el Pulgar de Lyons, consumando vuestra pérdida técnica de la zona al
Condominio. No es bueno que lo tengamos tan cerca.
—Cierto. Las manos inútiles son los juguetes del demonio —dijo Katrina con una
sonrisa antes de morderse una uña—. La única persona a la que desearía ver muerta
antes que a Sun-Tzu es a mi querido hermano. Creo que debería darle un motivo de
preocupación.
Tormano alzó ambas manos.
—Tal vez deberíais reconsiderar la posibilidad de incluir a vuestro hermano en
todo esto, Alteza. El desplazamiento de tropas a vuestro espacio por el bien del reino
establece un precedente para él y no sería muy difícil convertirlo en una necesidad de
ocupación militar.
—Cierto, pero no creo que mi hermano me asedie durante mucho tiempo —dijo
Katrina, echándose hacia atrás mientras observaba el visualizador holográfico—. Lo
que hará es lo siguiente, mandarín: preparará un informe sobre las operaciones en
Coventry. Apuntará que los ataques previos han sido devastadores y que hemos
bloqueado la noticia para ocultar nuestra debilidad. Puede incluso hablar de cierto
malestar y animosidad social hacia mí porque el pueblo se siente engañado. Indique
que me hago cargo de la situación en Coventry personalmente y que estoy analizando

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de manera exhaustiva cada aspecto de la misma.
Tormano esbozó una amplia sonrisa.
—Impediréis que Victor se mantenga alejado de Coventry.
—E impediré que salga de Coventry. Su informe mostrará las fuerzas correctas de
las tropas que tenemos en tierra y sugerirá que la supervivencia es dudosa. También
indicará que los elementos de cuatro galaxias han confirmado su llegada al planeta.
Advierta que enviaré al resto de los Dragones, los Caballeros de la Esfera Interior, los
Undécimos Guardias Liranos y los Asaltantes de Harloc a Coventry para poner fin a
todo esto. Calculará su llegada para hacer que coincida con la de Victor.
La simplicidad de su plan inquietó a Tormano. Victor llegará bajo de fuerzas y se
enfrentará al enemigo, donde encontrará la derrota, la muerte, o ambas cosas.
—Yo ya había nacido cuando vuestro tío Ian murió luchando contra el
Condominio.
—Ian es el segundo nombre de Victor —dijo Katrina, reclinándose una vez más
en la silla—. Ya ha tentado al destino enfrentándose a los Clanes en más de una
ocasión. Tal vez, libre de culpa por el asesinato de nuestra madre y con la esperanza
de redimirse impidiendo la entrada de los Clanes en Tharkad, se lance al combate y
muera. Será una muerte trágica y heroica.
—Y pese al agravio de su muerte, vos aceptaréis el trono de la Mancomunidad
Federada y uniréis el reino en memoria de vuestros padres y vuestro hermano, ¿no es
así?
—Supongo que sí, mandarín.
—Un plan interesante, Alteza, pero sigue sin resolver el problema de los
Halcones de Jade. Aunque Victor los ataque puede ser que no sea suficiente para
impedir que vengan a Tharkad.
Katrina sacudió la cabeza.
—Eso no será un problema, mandarín; confíe en mí. Y aunque lo fuera, mi
hermano debilitará tanto a los Halcones que las tropas que reunamos aquí podrán
acabar el trabajo. No tengo la menor duda.
Tormano asintió tras la convicción de Katrina. Victor no es estúpido. No seguirá
los pasos del coronel Rogers o de su tío. Tal vez muera, pero muchos Halcones de
Jade morirán con él. Un plan maravilloso: fácil de ejecutar y recompensante.
Alzó la cabeza. Pero no es perfecto.
—¿Qué pasará si vuestro hermano gana y sobrevive, Alteza? Habrá derrotado a
vuestros enemigos y habrá salvado vuestro reino.
—En tal caso, se lo agradeceré efusivamente y lo enviaré a casa. Su regimiento
no podría aspirar a enfrentarse a las fuerzas que habrá en Tharkad —contestó Katrina
con una de sus sonrisas más encantadoras y haciendo alarde de la perfecta blancura
de sus dientes—. Haremos honor a los miembros de la Mancomunidad Federada que

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dieron sus vidas por defendernos y elevarnos a los muertos a la condición de héroes
sin que nadie se plantee por qué mi hermano consiguió sobrevivir entre tanta muerte.
—Su esfuerzo en nombre de vuestra nación contribuirá a su vilipendio —dijo
Tormano, ocultando su pavor—. Creo, Alteza, que me alegro de no ser el objeto de
vuestra atención.
Katrina se acomodó en su asiento y pulsó un botón para apagar el visualizador.
—Yo también me alegro de que no lo sea. No me gustaría tener que destrozarlo
—dijo con una carcajada y señalando hacia la puerta—. Sería demasiado fácil y, por
lo tanto, no tendría ningún aliciente.

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34

Leitnerton, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
12 de mayo de 3058

—Bastante deprimente, ¿no?


Doc Trevena bajó los prismáticos y se giró. Sonrió al ver a Shelly Brubaker
descender por la escalera que conducía a la azotea del edificio que los Titantes
utilizaban como sede.
—Sí, pero más que deprimente es chocante y frustrante.
Doc le pasó los prismáticos, y ella contempló el gran semicírculo en el que los
Halcones de Jade se habían atrincherado alrededor de la posición de la Alianza.
—Las cosas no cuadran.
—¿Como por ejemplo?
—Los Soldados de Waco.
Shelly le puso una mano sobre el hombro derecho para alentarlo.
—Lo que le ha ocurrido a Rogers y a su tropa no ha sido culpa tuya. Aunque te
hubiese dejado hacer tu trabajo sólo habrías encontrado la fuerza pesada, que resultó
estar donde esperábamos: La galaxia que se alejó y dio media vuelta habría atacado
igualmente a los Soldados por el lateral. Es imposible reaccionar ante un asalto así. Si
te hubieses quedado tú y tus tropas, habríais muerto o estaríais capturados ahora
mismo. Los supervivientes de los Ocho Locos tuvieron suerte de que los esperaras y
los ayudaras a escapar.
—Gracias —dijo Doc con un suspiro—. Parte del problema es que muy en el
fondo no me siento mal por haber sacado a mi gente de allí. Me siento más leal a
ellos que al coronel Rogers.
—Es que a él no le debías ninguna lealtad porque no os respetaba, ni a ti ni a tus
tropas. Puedes estar seguro de que si las cosas hubiesen ido como esperábamos, tus
Titanes habrían aparecido en la historia de la unidad de Waco como «guías

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indígenas». Merecen tu lealtad porque han puesto más de su parte por hostigar y
bloquear a los Halcones que el resto de nosotros.
Doc se permitió una burla.
—Si no recuerdo mal, los Titanes anunciaron el peligro cuando sacaste a tu
Regimiento Delta del asalto a las tierras del norte, te dirigiste al noroeste y apareciste
para arremeter contra los Halcones. Si no los hubieras atacado y retenido, habríamos
perdido nuestra base. Los Halcones no esperaban aquel ataque y es seguro que los
dejó de piedra.
Shelly sonrió y le devolvió los prismáticos.
—Eres un adulador, Hauptmann Trevena.
—Decir la verdad no es adular, coronel Brubaker —dijo Doc, sonrojándose tras el
comentario—. Perdóname, no ha sonado como quería.
Shelly se encogió de hombros con los ojos chispeantes.
—A mí me gusta cómo ha sonado.
—¡Hummm…, hummm! —vaciló Doc cada vez más sonrojado—. ¿Por qué
tengo la sensación de que me estoy metiendo en un pozo sin fondo?
—Te ayudaré a salir —dijo Shelly con un guiño—. Eres un hombre inteligente,
Doc. Puede ser que no tengas mucha experiencia en combate real y, por supuesto, no
hay nada que hacer al respecto, pero no has rehuido la batalla. Has descubierto lo que
puede hacer tu unidad y has utilizado su habilidad y destreza para conseguir lo que
has podido. Eres realista y, sin embargo, estás dispuesto a tomar ciertos riesgos. Eres
reflexivo, pero no haces una montaña de un granito de arena. Estas cualidades me
parecen bastante atractivas, y la percha tampoco está nada mal.
Doc se agachó al borde de la azotea.
—Explícaselo a mi mujer.
—¿Mujer?
—Ex mujer, supongo —dijo Doc, encogiéndose de hombros—. Creo que los
papeles del divorcio están en la oficina de Port Saint William esperando a que yo los
firme.
La oficial de los Dragones se lo quedó mirando.
—¿Tu mujer quiere el divorcio? ¿Por qué?
—Tú has dicho que soy reflexivo. Supongo que mis reflexiones no la incluían a
ella lo suficiente, así que Sandra se buscó otro amigo. Como el traslado aquí habría
puesto en peligro su relación, Sandra decidió quedarse mis pertenencias para
ahorrarme el problema de tener que enviármelas.
—Vaya estupidez.
—Sí, para que luego digas que soy inteligente.
Shelly le dio un golpecito en la nuca.
—No me refiero a ti, sino a ella.

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—Así sobrevive el corazón de un hombre: diciendo que su ex no sabe lo que se
pierde.
—Está claro que no, Doc, y tú eres lo bastante inteligente como para saberlo —
dijo Shelly, inclinándose hacia él para darle un beso en la mejilla.
Doc esbozó una sonrisa.
—¿Los mercenarios no tenéis normas en contra de la confraternización con
fuerzas indígenas?
La oficial se apartó de él y sacudió la cabeza.
—Ya nos conoces: una conquista después de cada conquista. Además, tú eres un
oficial. Contigo no podría confraternizar, sino contactar.
—Eso ha sonado casi respetable.
—Te puedo asegurar que no lo sería en absoluto.
—Tanto mejor —dijo Doc, poniéndose en cuclillas—. Pero aún lo sería más si
tuviéramos una conquista que celebrar.
Shelly se arrodilló a su lado.
—Estoy de acuerdo, pero no creo que sea posible. Estamos bajos de municiones y
no podemos reunir fuerzas suficientes para atravesar la línea de los Halcones sin
poner la nuestra en peligro.
Doc entrecerró los ojos.
—La fuga no es imposible —dijo señalando hacia donde la línea del Clan
coincidía con las Cross-Divide—. La cadena de cavernas y túneles que pasa por
debajo de las montañas va mucho más allá de su línea de frente.
—Y los Halcones lo saben muy bien. Por eso, detonaron las entradas.
—Sólo las que conocían. Podemos ir hasta el final de sus líneas y colocarnos en
la retaguardia —dijo Doc, frotándose los labios con la mano y dejando los
prismáticos en el suelo—. Si mis cálculos son correctos, cuando lleguemos podemos
darles una buena paliza.
Shelly lo miró de cerca.
—¿Y cuáles son tus cálculos?
—Vale, imagina que el ataque a los Soldados de Waco es una anomalía.
—Hecho.
—He pasado mucho tiempo estudiando las tácticas del Clan, su filosofía y todo lo
demás, ¿sí? Ellos ensalzan el orgullo y el honor de la lucha hasta el punto de que la
lucha arriesgada, a veces, sustituye a la lucha prudente. Eso sí, si miramos la
estructura de los ataques sencillos seguidos por una falta de explotación de la
victoria, creo que los guerreros intentan más demostrarse algo a sí mismos que a
nosotros. Si ahora nos atacan un poco, tendrán la oportunidad de atacarnos luego un
poco más, y así acumular muestras de bravura y habilidad.
Shelly adoptó una expresión neutral antes de arquear las cejas.

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—Y por lo tanto, los Soldados serían un ejemplo de que se han pasado, ¿no?
—Tal vez, aunque creo que podría tratarse de guerreros muy seguros de sí
mismos, que han puesto el listón alto a los demás —dijo Doc, girándose hacia ella y
colocando ambas manos sobre sus hombros—. No sólo eso. Creo que los Halcones
eliminaron a los Soldados de Waco para que el resto de nuestra fuerza fuera la mejor
oposición posible. La destrucción de los Soldados ha sido una fuerza motivadora para
nosotros; sin embargo, también nos sentimos aliviados de que hayan desaparecido.
Las pequeñas victorias contra los Dragones son mucho más importantes que una gran
victoria sobre los Soldados de Waco.
Shelly esbozó una leve sonrisa.
—Ya veo. La razón de que los Halcones no nos hayan atacado todavía es que
necesitan conservar a los rivales más fuertes.
—Exacto —dijo Doc, señalando hacia la línea de los Halcones—. Ahora mismo
nos tienen donde ellos quieren. Ellos mandan, luchan tanto como quieren y se retiran
para alardear y analizar lo que hicieron bien y mal.
—Y supongo que tú tienes un plan para fastidiarlos, ¿no?
—Eso creo. Whitting, la ciudad de donde sacaste a la última Milicia, es una
posición perfectamente defendible, desde donde se puede dirigir la línea de aquí. Si
atravesamos las montañas con dos fuerzas, una podría atacar el final de la línea
mientras nuestro cuerpo principal sigue hacia el frente, y otra más pequeña, ligera y
rápida podría entrar en Whitting y acabar con una parte del personal de mando de los
Halcones. No los destrozaría, pero sí frenaría su avance.
La oficial de los Dragones asintió con convicción.
—Objetivos simples, limpios y limitados, pero alcanzables. No está mal para
alguien que no ha sido más que un oficinista.
Doc le sonrió.
—Más adulaciones. Creo que me gustaría intentar el contacto.
—Estoy segura de que también podrías idear un buen plan al respecto.
Doc estaba a punto de contestar cuando oyó carraspear a alguien, y los dos se
giraron hacia la escalera que había detrás de ellos.
Andy Bick, con las mejillas casi tan rojas como su pelo, tosió con timidez.
—Disculpen las molestias, señores, hummm…, señora, ah…
Doc hizo un guiño a Shelly.
—Adelante, Andy.
—Señor, hay alguien abajo a quien le gustará ver. Lo ha traído el cuerpo de
seguridad de los Dragones. Es uno de los nuestros. Estaba AGEL.
Doc puso los ojos en blanco.
—No puedes estar ausente sin abandonar Leitnerton. No se puede ir a ninguna
parte.

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—No, señor, pero es un AGEL de Port Saint William. Lo encontraron entre los
refugiados.
—¿A quién?
Bick esbozó una amplia sonrisa.
—Al teniente Copley, señor. Ha estado preguntando por usted.
Los dos soldados de los Dragones que había detrás de Copley se pusieron en
guardia cuando Doc y Shelly entraron en la oficina de éste. Copley, sentado
cómodamente en una silla, saludó a Doc casi sin inmutarse.
—Me alegro de verlo, Hauptmann. Ahora puede decirle a estos tipos que me
dejen ir.
Doc frunció el ceño.
—¿Y por qué debería hacerlo?
—¿Ha olvidado nuestro trato?
—No; de hecho, lo tengo muy presente.
Copley miró a Shelly.
—Estoy seguro de que a los Dragones les encantaría saber lo que estaba
haciendo.
Doc se cruzó de brazos.
—Coronel Brubaker, supongo que recuerda que le hablé de un intendente ladrón
que teníamos en la unidad. Le expliqué que era un mentiroso compulsivo al que no
habíamos visto desde que nos fuimos de Port Saint William.
Shelly hizo un gesto de asentimiento.
—Yo nunca creería nada de lo que dijera; sobre todo, si es por propio interés.
Copley se enderezó en la silla.
—Vaya, eso está bien, Doc. Es más agudo de lo que creía.
—Hay instrumentos desafilados más agudos de lo que usted creía que yo era,
Copley —dijo Doc mientras sentía que algo empezaba a martillearle el cerebro—.
Coronel, el teniente aquí presente me propuso una forma de hacer dinero que
consistía en robar propiedades del gobierno y declarar que se habían destrozado
durante un entrenamiento. De ese modo, se podían revender en el mercado negro y
convertirlas en beneficio neto.
—Está mintiendo, coronel. Ese era su plan —dijo Copley, refrenando sus
impulsos y sonriendo con aire de suficiencia—. No era malo, pero tampoco perfecto.
Shelly sonrió a Doc.
—Sí que parece demasiado brillante para el señor Copley.
—No me conoce bien —dijo Copley con una carcajada.
Doc analizó el comentario de Copley y se quedó boquiabierto.
—Mi plan no era malo, pero usted lo perfeccionó, ¿verdad? ¡Maldito sea!
Copley se encogió en la silla.

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—No sé a qué se refiere.
—Claro que sí. Debería haberme dado cuenta antes —dijo Doc, dándose una
palmada en la frente—. Las unidades de guarnición de Port Saint William informaron
de que no tenían suficientes municiones. Usted utilizó nuestro despliegue en la
fundición como tapadera para duplicar las órdenes de suministros. Los Titanes
obtuvieron lo que querían, pero los otros se quedaron sin material porque usted lo
robó. Es más fácil creer que ellos destrozaron el equipo y las municiones en un
ataque de los Clanes que durante un entrenamiento.
La mueca de satisfacción de Copley aniquiló su inocente expresión como ácido
sobre papel.
—Ésa es una buena idea. Tal vez la próxima vez.
—¿Qué le hace creer que habrá una próxima vez para usted, teniente? —preguntó
Doc, mirándolo con dureza y bajando ligeramente el tono de voz—. Creo que sabe
dónde hay un almacén de armas, municiones y otras provisiones. Si quiere seguir con
vida para una próxima vez, dígame dónde está.
Copley sacudió la cabeza.
—Me atengo al artículo tres del Código de Justicia Militar de la Alianza Lirana.
Tengo derecho a un abogado.
—Olvídese de abogados, Copley. No creo que le sirvan de ayuda en este
momento —dijo Doc, agarrando al hombre por la túnica—. A ver qué le parece esto.
Le vimos por última vez en Port Saint William, que ahora es una fortaleza de los
Halcones. Hemos oído que tienen oficiales cautivos en su prisión. El hecho de que
usted esté aquí y sin uniforme me indica que ha decidido ofrecer ayuda y apoyo al
enemigo por voluntad propia. Usted es un espía. Podría ordenar que lo mataran.
—Eso le proporcionará muchas provisiones, Si existen.
Doc lo soltó.
—Ésa es su peor alternativa, Copley.
—¿Tiene una mejor?
—Claro. Le compraremos las provisiones. Le daremos el cinco por ciento de su
valor en el mercado negro.
—¿Qué tal el quinientos por ciento? —dijo Copley con una sonrisa—. Si no,
puede comprarlas en otra parte.
—Yo me lo pensaría dos veces, señor Copley.
—¿Cómo dice?
—Con el regateo acaba de confirmar que tiene las provisiones guardadas —dijo
Doc, chasqueando los dedos—. Tras un narco interrogatorio, nos proporcionará un
inventario completo de todo y las pautas para conseguirlo.
Copley tragó saliva.
—Es un mercado de compradores —dijo Doc, sacudiendo la cabeza—. El cinco

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por ciento es más que suficiente.
—¿Cómo sabe que es suficiente?
—Es el cinco por ciento de algo; no, el ciento por ciento de nada.
Shelly esbozó una sonrisa.
—Déjeme intentarlo. Creo que podría conseguir que nos pagase por quitarle el
material de las manos.
Copley palideció de repente.
—Está bien, el cinco por ciento. Puedo darle las coordenadas. Está en las cuevas,
a un día de aquí aproximadamente.
—¡Sí! —gritó Doc antes de besar a Shelly—. Andy, lleve a Copley a la sala de
cartografía, establezca la posición del lugar y prepare a los Titanes. Tenemos que
apresurarnos.
—Entendido, Doc —dijo Andy, agarrando a Copley por el hombro y
arrastrándolo hacia afuera mientras los dos Dragones los seguían de cerca.
Shelly dio una palmadita a Doc en la espalda.
—Bien hecho.
—Yo lo sujeté, y tú le diste las puñaladas.
—Buen trabajo en equipo —dijo con una leve sonrisa—. Iré a convencer a los
demás de que tu pequeño plan de asalto tiene mucho mérito. Sacaré a mi Batallón
Delta de la línea y lo prepararé para atacar a los Halcones por retaguardia mientras tú
te diriges a Whitting.
—Parece un buen plan —dijo Doc con una carcajada—. Tengo ganas de seguir
contactando.
—Yo también, Hauptmann Trevena —dijo Shelly antes de partir—, y de celebrar
las victorias que están* por llegar.

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35

Nave de Descenso Barbarossa


Punto de recarga nadir, Arc-Royal
Cordón de Defensa de Arc-Royal
19 de mayo de 3058
Victor Davion no sabía si lo había oído bien.
—¿Qué quieres decir con que no irás?
Phelan Kell, un hombre atractivo y alto, cuya vestimenta marcaba la forma
muscular de su cuerpo como si fuera de látex, sacudió la cabeza.
—No puedo ir contigo a Coventry, Victor.
—Pero ¿no acabas de concluir una guerra con los Halcones de Jade? ¿Acaso no
son tus enemigos? ¿No fueron ellos quienes mataron a Ulric y a Natasha Kerensky?
—Sí, Victor, sí; todo eso es cierto —dijo Phelan, cerrando y abriendo los puños
—. Si tuviera elección, reuniría a todos mis guerreros e iría contigo a Coventry, pero
por desgracia no puedo porque tenemos que prepararnos para hacer frente a otra
amenaza.
—¿Qué otra amenaza? —preguntó Victor, señalando hacia el visualizador
holográfico de los datos que el servicio de inteligencia había obtenido de las FAAL
—. Según esto, los Halcones de Jade tienen cuatro galaxias en Coventry. Se
encuentran a cuatro saltos de Tharkad. Mi hermana está preparada para defenderse,
pero no se da cuenta de que si los Halcones saltan a Tharkad desde Coventry
romperán la línea de tregua, la violarán, y la guerra volverá a estallar. No hay ninguna
otra amenaza a la Esfera Interior parecida a ésta.
—Según tu opinión.
Victor miró a su alrededor para ver si alguien más creía que la respuesta de
Phelan era ridícula. Kai y Hohiro se mantenían inexpresivos. El capiscol marcial
estaba sumido en sus pensamientos, y el coronel Daniel Allard, líder de los Demonios
de Kell, tenía el ceño fruncido. Sólo Ragnar Magnusson, antiguo heredero al trono de

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la República Libre de Rasalhague, parecía entender los sentimientos del Khan del
Clan de los Lobos. Pero él ha sido adoptado por el Clan, así que no me sorprende.
—Perdona, Phelan, pero los Halcones no son sólo una amenaza para mí; son una
amenaza real.
Phelan cerró sus verdes ojos un segundo y los volvió a abrir mientras asentía con
la cabeza.
—Estoy de acuerdo en que son una amenaza. Sin embargo, dispones de una
fuerza formidable para atacarlos: el Primero de Genyosha, los Primeros Lanceros de
Saint Ivés, tu Guardia Pesada Davion, esa Galaxia Invasora de ComStar y los dos
regimientos de los Demonios de Kell. Estas unidades, junto con las que tu hermana
está enviando, deberían ser más que suficientes para derrotar cuatro galaxias de
Halcones.
—Estoy de acuerdo, pero…
—¿Pero?
Victor y Phelan intercambiaron una penetrante mirada.
—Es su reino lo que está en juego. ¿Por qué no querría defenderlo? Si subestima
deliberadamente la fuerza del enemigo en Coventry pone en peligro a su nación, y
ella nunca haría eso.
—¿No? —dijo Victor, tragando saliva—. Ya lo ha hecho.
—No era su reino por aquel entonces.
Victor parpadeó con incredulidad.
—¿Qué?
Phelan se cruzó de brazos.
—Cuando asesinó a tu madre, no era su reino.
El príncipe se quedó de piedra. Aunque sabía con certeza que Katherine había
participado en el asesinato de su madre, como miembro de su familia se sentía
impulsado a defenderla de una calumnia así. Cada vez que pensaba en Katherine,
cada vez que su mente analizaba la evidencia de su culpabilidad, una parte de él
todavía esperaba y deseaba que se pudiera demostrar su inocencia de algún modo.
Durante el silencio que siguió al comentario de Phelan, se alegró de que ninguno
de los demás presentes se hubiese sorprendido de la declaración. Victor estaba tan
acostumbrado a ser el punto de mira de los vídeos sensacionalistas y los inventores de
conspiraciones que pensaba que Jerry Cranston, el agente Curaitis y él mismo eran
los únicos que creían que era verdaderamente inocente.
—¿Cómo sabes que Katherine lo hizo?
Phelan miró al coronel Allard.
—¿Dan?
El oficial mercenario de cabellos blancos hizo un gesto de asentimiento.
—El padre de Phelan nos explicó que había oído a tu madre decir que le habías

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pedido que abdicase a tu favor. Podrías haber tomado el poder cuando hubieras
querido. No tenías que asesinar a Melissa para conseguirlo. Además, si la matabas
habrías perdido su popularidad e influencia en las partes conflictivas de tu reino. Su
muerte te robó una poderosa arma contra tus enemigos.
Victor miró a los demás.
—¿Ninguno de vosotros creía que yo la asesiné?
Kai sacudió la cabeza.
—Tú eres un soldado en primer lugar y un político en segundo. Te enfrentas a los
enemigos sin piedad, pero nunca viste a tu madre como a una enemiga.
Hohiro Kurita esbozó una sonrisa.
—Mi hermana me dijo que eras inocente, y creo que su juicio en tales asuntos es
indudable.
El capiscol marcial se recolocó el parche del ojo.
—Los Davion, tan parecidos en temperamento, no son muy dados a destronar a la
sangre de su sangre. Esa es una característica de los Steiner, una característica que ha
arraigado en tu hermana. Ella se preocupa por su posición en lugar de centrarse en la
amenaza a la Esfera Interior en su totalidad.
Victor sacudió la cabeza con incredulidad.
—Me siento como si estuviera despertando de un sueño en el que yo era el único
que sabía que era un sueño. Siempre había temido que vosotros, mis compañeros,
creyeseis los rumores que corrían sobre mí. Nunca se me ocurrió preguntar.
Kai dio un golpecito a Victor en el hombro.
—Victor, si pensásemos que la sangre de Melissa Steiner Davion mancha tus
manos no estaríamos aquí.
Phelan adoptó un tono de voz más severo.
—Y tú estarías muerto, Victor. La misma explosión que mató a tu madre también
mató a la mía. Esa deuda de sangre se habría pagado hace tiempo.
—Entonces, ven con nosotros, Phelan. Después de Coventry podemos ir a
Tharkad…
—No —dijo Phelan, sacudiendo la cabeza con vehemencia—. Sabes tan bien
como yo que derrocar a Katrina por la fuerza desencadenaría una guerra civil que
destrozaría la Alianza Lirana y daría a los Clanes vía libre para llegar a la Tierra. Pese
a lo mucho que todos deseamos que se la juzgue lo más rápidamente posible,
tendremos que esperar a tener una prueba de su culpabilidad, una prueba irrefutable.
El Khan del Clan tomó aliento antes de proseguir.
—Por una razón similar, no puedo ir contigo a Coventry. Los Lobos, los otros
Lobos, están moviendo tropas. Del mismo modo que Vlad tiene espías entre mis
hombres, yo tengo espías entre los suyos. No sé lo que está tramando, pero no me
extrañaría que estuviese preparando un ataque a la Alianza. Mi padre se comprometió

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con los mundos del Cordón de Defensa. Mientras los Demonios te ayudan, yo me
quedaré aquí para impedir el ataque de mis viejos camaradas.
Victor asintió con la cabeza.
—Entiendo tu postura, pero creo que estás tomando demasiadas precauciones.
Necesitamos tu ayuda.
—Lo sé, y estoy dispuesto a ofrecérosla —dijo Phelan con una leve sonrisa—.
Durante la invasión, un guerrero se apoderó del mundo de Gunzburg sin contar con
nadie. Ragnar ha alcanzado el rango de guerrero entre los nuestros. Conoce el método
de los Clanes, cómo piensan y cómo operan. Te será de gran ayuda para enfrentarte a
los Halcones.
—Me alegro de tenerte con nosotros, Ragnar —dijo Victor arqueando una ceja
antes de mirar a Phelan—. ¿Seguro que no tienes unos doscientos más como él para
dejarnos?
—No, Victor —contestó Phelan, sacudiendo la cabeza—. Tú estás intentando
salvar a la Esfera Interior de los Clanes, igual que yo. Nuestros métodos divergen esta
vez, pero puede ser que coincidan en el futuro. Soy un Lobo, Victor, pero también un
Kell. Arc-Royal es mi casa, y mi lealtad está con la Esfera Interior. Nuestros
objetivos son los mismos, y espero que ambos los consigamos.
—Yo también —dijo Victor, ofreciendo la mano a Phelan—. Si no nos das más
guerreros, al menos, deséanos suerte.
—No la necesitaréis —dijo Phelan, estrechando la mano a Victor—. Negocia con
dureza, negocia bien y lo que quieras que se haga se hará.

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36

Whitting, Coventry
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
30 de mayo de 3058

Doc giró su Centurión a la derecha cuando el Hellhound del Clan se adentró


lentamente en una oscura calle de Whitting. El ’Mech del Clan disparó el láser de
pulsación con forma de pistola de la mano derecha hacia el Centurión de Doc y
desencadenó una tormenta de dardos energéticos verdes que proyectaron unas
horribles sombras al pasar junto al brazo izquierdo del Centurión.
La tormenta continuó y se desplazó a la derecha del Hunchback que el ’Mech de
Doc había estado bloqueando. El cañón automático instalado en el hombro del
Hunchback provocó un estallido de fuego y metal que alcanzó la rodilla derecha del
Hellhound. La juntura se cerró mientras los proyectiles de uranio reducido carcomían
el blindaje ferrofibroso de la extremidad. Las balas, insaciables, devoraron los huesos
de ferrotitanio de la pierna y los rompieron a la altura de la rodilla.
Cuando el tobillo y el pie salieron rodando por la estrecha calle de adoquines, la
máquina de guerra de cincuenta toneladas cayó hacia la derecha. El Hellhound chocó
contra la pared de metal corrugado de un almacén y se quedó allí mientras toda la
estructura se derrumbaba a su alrededor.
Doc centró el retículo de selección del objetivo sobre la ancha espalda del
Hellhound humanoide. Una explosión de fuego procedente del cañón automático del
brazo derecho del Centurión arrancó todo el blindaje y desmoronó las estructuras
internas que sostenían el ’Mech. El láser medio de Doc, junto con dos rayos del
Hunchback de Murdoch, destrozaron lo que quedaba del corazón del Hellhound,
detonando un propulsor de salto y haciendo añicos el motor de fusión.
—Aquí Líder. Hellhound neutralizado —dijo Doc, girando el Centurión y
dirigiéndose hacia el centro de la ciudad—. Extremo sur controlado.
—Aquí Lanza Uno, Líder. Peregrine derruido. Norte controlado.

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—Entendido, Uno. Puedes retirarte, URT.
—Entendido, Líder. En marcha.
Doc echó un rápido vistazo a la plaza principal de Whitting. Construida sobre
cuatro colinas, la ciudad tenía el aire alpino propio de un viejo mundo, como el que
se podía ver en antiguas historias impresas, en los pueblos en reconstrucción o en los
museos. Los tejados de paja sobre las construcciones de madera caracterizaban la
mayor parte de los edificios del centro de la ciudad. Por todas partes, se veían
almacenes y otros edificios de carácter más práctico: su presencia no había impedido
a los urbanistas diseñar calles de adoquines, que presentaban una estructura tan bonita
como inapropiada.
Doc advirtió la antigua belleza de la ciudad, una belleza desfigurada por las
diversas ocupaciones militares. Los adoquines no resistían las fuertes pisadas de los
BattleMechs, y los vehículos, los ’Mechs y las explosiones habían revuelto gran parte
del territorio que rodeaba la ciudad, sustituyendo el verde de la hierba por el marrón
del barro. Algunos edificios mostraban síntomas de la guerra, desde agujeros de bala
hasta un lugar donde un corpulento ’Mech había dejado restos de maceteros y
persianas a su paso.
Al norte, se vislumbraba una tormenta de relámpagos iluminando el horizonte. Al
menos desde aquí parece una tormenta de relámpagos. Doc sabía que los destellos
estroboscópicos señalaban el punto por donde la fuerza de Shelly Brubaker había
salido de las montañas para atacar la retaguardia del Clan. Su asalto había sacado a la
mayor parte de la guarnición de los Halcones de Whitting y la había enviado hacia el
frente, dejando a su espalda una estrella de ’Mechs y otra de Elementales. Gracias al
trabajo en equipo los Titanes habían conseguido quebrantar la resistencia sin obtener
ninguna baja. Doc atribuía el éxito al hecho de que ellos venían del sur, y los Titanes
habían sabido atacar sin ser atacados.
La Unidad de Respuesta Táctica de los Dragones, un pelotón de infantería
formado por personal de seguridad y pilotos de ’Mechs cuyas máquinas habían
quedado inutilizadas, se dirigió a toda velocidad al centro de la ciudad en una
procesión de aerocoches y aerocamiones. Un pequeño sedán dio un brusco viraje
hacia el Hellhound derruido mientras los demás se dirigían al ayuntamiento. Los
primeros en salir de los vehículos lanzaron granadas de concusión a través de las
puertas abiertas, y el resto de la fuerza se incorporó al momento.
Doc vio la luz de las explosiones reflejada en las oscuras ventanas de los pisos
superiores. Aunque el volumen de sus micros externos estaba lo bastante alto como
para oír las explosiones y el chasquido del cristal al romperse contra el suelo, no
escuchó ningún disparo en el interior del edificio. Desplazó su Centurión hacia
adelante y se sirvió de él para cubrir el lado oeste del edificio mientras los ’Mechs de
su segunda lanza cubrían la parte posterior.

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—Líder de fuerza, aquí Líder de la URT. El edificio está controlado.
—Perfecto, Líder de la URT. ¿Algo de utilidad?
—Muchos datos y un puñado de prisioneros. Lo cargaremos todo para poder salir.
—Entendido, Líder de la URT —dijo Doc mientras veía cómo el aerocoche que
se había dirigido al Hellhound llegaba al centro de la ciudad con un hombre atado a la
capucha como un ciervo acabado de cazar. Cuantos más, mejor.
Doc encendió la radio.
—Titanes, formad y asegurad nuestro vector de salida. Nos vamos a casa. Una
victoria para el saco, tropa. Bien hecho. Misión cumplida.

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37

Nave de Descenso Barbarossa,


procedente del punto de salto Cénit
Coventry
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
5 de junio de 3058

Sentado en el escritorio de su cabina, Victor Ian Steiner-Davion estudiaba la


proyección holográfica del sistema de Coventry. Cada quince segundos, un avión
verde neón descendía por el visualizador esférico para actualizar las imágenes
mientras los escáneres de la Nave de Descenso mostraban la factorización de los
nuevos datos. Cada nave representada en la esfera llevaba una pequeña etiqueta
alfanumérica. Si pulsaba el código en el teclado del escritorio podía visualizar lo que
los ordenadores sabían o preveían sobre cualquiera de los objetivos.
No hay mucho que prever. Las Naves de Salto del destacamento se habían situado
en el punto de salto Cénit, a casi 4,7 billones de millas por encima del polo norte del
sol del sistema de Coventry. A la misma distancia por debajo del sol, se encontraba la
estación de recarga del sistema y, como era obvio, la flota de Naves de Salto y de
Guerra de los Halcones de Jade. En la mayoría de los casos, se habría disputado la
ubicación, pero las bajas y el daño que las Naves de Salto habían causado a las
fuerzas de la Esfera Interior les habría dificultado la victoria.
Las Naves de Descenso que habían llegado con Victor llevaban la Barbarossa en
retaguardia, mientras la formación semicircular avanzaba rápidamente hacia el tercer
planeta. Seis horas después llegó una segunda formación con las Naves de Descenso
del destacamento de Katrina. Victor no pudo reprimir una sonrisa cuando vio cómo la
segunda tropa se unía a sus naves. Como avanzaban a dos G de aceleración, no le
darían alcance hasta el amanecer de Veracruz, el continente más grande de Coventry.
Victor echó un vistazo a los visualizadores holográficos que había en el fondo de
la esfera. Uno situaba la proximidad a la tierra, según el índice actual de velocidad, a

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tres cuartos de día de distancia. El segundo indicaba que quedaba menos de una hora
para que Hohiro, Dan Allard y el capiscol marcial llegasen a la Barbarossa desde sus
Naves de Salto para iniciar el análisis y el plan de acción en el planeta.
Victor observó la pantalla de su pequeño ordenador de bolsillo.
—Ahora que tres regimientos de los Dragones, los Undécimos Guardias Liranos,
los Asaltantes de Harloc y los Caballeros de la Esfera Interior se han incorporado a
nuestra fuerza, disponemos de unos doce regimientos y medio de ’Mechs. Los
Halcones tienen una fuerza de cuatro galaxias en el planeta, por lo que nuestro
tamaño es casi el doble. De acuerdo con la sabiduría convencional, las dos fuerzas
son prácticamente iguales.
La mirada azul de Ragnar se desvió de la pantalla y se posó en Victor.
—Recordad, Alteza, que los Demonios de Kell, los Dragones y las unidades de
ComStar están equipados según la tradición de los Clanes. Con la excepción de los
Asaltantes de Harloc, el equipo del resto de las unidades de vuestra fuerza es el más
sofisticado de la Esfera Interior. Hacía falta una proporción de dos contra uno a favor
de la Esfera Interior para igualarnos a las fuerzas del Clan cuando la invasión
empezó, pero ahora nuestra ventaja de dos contra uno puede ser una verdadera
ventaja.
Sentado junto a Ragnar, Kai Allard-Liao asentía con la cabeza.
—No debemos olvidar las fuerzas que ya han aterrizado en Veracruz, que podrían
contar con uno o dos regimientos más.
—O podrían haberse ido todos juntos —dijo Victor, sacudiendo la cabeza—. Si
tenemos suerte, creo que podemos contar con los mercenarios para asegurar nuestra
zona de aterrizaje. Sean los que sean, no nos darán la ventaja de tres contra uno que
se recomienda normalmente para atacar con éxito a un defensor.
El guerrero de los Lobos esbozó una sonrisa.
—Esa ventaja la podéis ganar si negociáis bien.
—No le sigo. Cuando luchamos contra los Clanes durante la invasión mostramos
todo lo que teníamos, y ellos decidieron qué utilizar contra nosotros —dijo Victor con
el ceño fruncido—. Seguramente, la comandante de los Halcones usaría todas las
fuerzas disponibles para enfrentarse a nosotros.
—No necesariamente.
—¿Por qué no?
Ragnar sonrió con indulgencia.
—Si tiene cuatro galaxias y utiliza dos para defender el planeta, crea rivalidades
entre sus hombres para formar parte de la defensa planetaria. Conseguirá que sus
guerreros se esfuercen al máximo porque, aunque mueran en el intento, su actuación
quedará grabada y sus genes se incorporarán a la reserva de reproducción.
—¿Qué pasaría si dijese que defenderá con dos galaxias y yo decidiese atacar con

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todo lo que tengo?
—Un comandante del Clan jamás haría una cosa así. Es una gran pérdida de
honor.
—Yo no soy un comandante del Clan, Ragnar.
El Lobo hizo un gesto de asentimiento.
—Ya lo sé. En este caso, probablemente decida luchar en un lugar de extrema
desventaja para vos. Pero como los datos que hemos recibido son fidedignos, y ella
sigue viva, estáis negociando con Marthe Pryde. Su línea de frente había estado en
desventaja, pero Tukayyid la compensó. Los Pryde se ponen el listón alto. Podría
declarar que un ataque con una fuerza superior convierte nuestra fuerza en deshon.
—¿Deshon?
—Deshonrosa. Hohiro pensaría que es sucia o vergonzosa —dijo Ragnar en un
tono de incertidumbre—. Una declaración de este tipo tendría repercusiones si fuerais
un miembro del Clan. En esta situación, podría permitirle retirar su fuerza, pero para
ella sería una deshonra retirarse de un ataque de la Esfera Interior.
—¿Preferiría la muerte?
—Piénsalo, Victor —intervino Kai—. Nosotros queremos vivir para estar con
nuestras familias y preparar a nuestros hijos para el futuro. En los Clanes la
supervivencia del gen padre es algo secundario. Con una muerte valerosa, una
persona podría garantizar una gran progenie.
—Bueno, es realmente cierto que en los Clanes preferimos gente que haya estado
en combate y haya alcanzado posiciones de mando —comentó Ragnar—, sin
embargo Kai tiene razón. Sin duda, la valerosa muerte de Aidan Pryde en Tukayyid
salvó su linaje. Los Halcones veneran a los Pryde.
—Perfecto. Tengo una diosa de los Halcones defendiendo un mundo en mi contra
—dijo Victor con una sonrisa que disimulaba sus sentimientos—. Es una lástima que
mi hermana no esté aquí. Podría hacer lo que Phelan dijo y retarla a apoderarse del
planeta. De ese modo, se enfrentaría a Marthe Pryde cara a cara.
—Marthe tendría que retarse a sí misma a utilizar un solo brazo —dijo Ragnar
con una leve carcajada—, y aun así arrancaría la cabeza de Katherine.
Victor esbozó una sonrisa más amplia.
—Es una posibilidad.
Kai carraspeó antes de intervenir.
—Perderías el planeta.
—Sí, hay un inconveniente en todo esto —dijo el Príncipe con un suspiro—.
Necesitaré ayuda para preparar el desafío.
—¿Propondrás tú la lucha, Victor, o dejarás que lo haga el capiscol marcial? —
preguntó Kai—. Como ComStar y los ComGuardias ya han derrotado a los Clanes
anteriormente, quizá los Halcones crean que Focht es el más adecuado para dirigir las

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negociaciones, sobre todo si la conquista de la Tierra por parte de Palabra de Blake
induce a Marthe Pryde a violar la línea de tregua.
—Buena puntualización, Kai.
Ragnar asintió con la cabeza.
—Dispondréis de siete días antes de que Marthe os desafíe. Por supuesto, es
posible que por entonces se haya llegado a un consenso.
—¿Qué quiere decir?
El Lobo soltó una risotada.
—Alteza… Victor, no soy el niño que era en Outreach hace siete años. Aunque he
pasado mucho tiempo con los Lobos y me he convertido en guerrero, no he olvidado
cómo funcionan las cosas en la Esfera Interior. Maldita sea, cada vez hablo más
deprisa.
Victor se lo quedó mirando.
—¿Cómo dice?
Kai hizo un gesto de aprobación a Ragnar.
—Los miembros de los Clanes no hablan rápido.
—¿Cómo sabes…?
—He pasado más tiempo en los Clanes que tú, Victor. De hecho, incluso diría que
he pasado más tiempo con los Lobos que vosotros dos juntos —dijo Kai, apoyándose
en el hombro de Ragnar—. Volvamos a tu cuestión.
—Gracias. Mi cuestión es la siguiente: en la segunda fuerza tenéis tropas de la
Liga de Mundos Libres, la Confederación Capelense, la Alianza Lirana y los
Dragones de los Lobos. Ya en la conferencia de Outreach hubo divergencias entre los
grupos. La Liga apoyaba al resto de los líderes de la Casa en la lucha contra los
Clanes porque vuestro padre chantajeó a Thomas Marik. Tormano Liao mantuvo a las
tropas de la Confederación Capelense totalmente fuera de la lucha. Los Asaltantes de
Harloc están abriendo nuevos caminos, los Undécimos Guardias Liranos son una
unidad leal y los Dragones probablemente estropearán su propia lucha para sacar a
sus tropas de la situación.
Victor se quedó pensativo. El comentario de Ragnar era interesante. Las fuerzas
que llegaban tenían todos los componentes de una fuerza de coalición, pero las
envidias internas y los conflictos entre ellos podían convertirse en una amenaza
mayor para el destacamento que los Halcones de Jade. Si no voy con cuidado, todo
este lío me explotará en la cara, lo que no sólo me perjudicaría a mí, sino, sobre
todo, al resto de la Esfera Interior.
—Tiene razón, Ragnar. La situación es tensa. Creo que tengo una solución, pero
el capiscol marcial y Hohiro tendrán que dar el visto bueno antes de presentársela a
los demás.
Kai se inclinó hacia adelante.

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—¿En qué estás pensando?
—En nombrar al capiscol marcial jefe del destacamento. Como has dicho antes,
él ha derrotado a los Clanes en diversas ocasiones y es un hombre al que todo el
mundo respeta.
Kai hizo un gesto de asentimiento.
—Entonces, ¿cuál es tu papel?
—Como los Demonios de Kell están aquí porque tienen un acuerdo conmigo y
además tengo el RC de la Guardia Pesada Davion, dispongo de la mayor parte de las
tropas armadas.
Ragnar sacudió la cabeza.
—Los Dragones cuentan con tres regimientos y tenían dos en tierra.
Kai alzó una mano.
—Tú dirigirás a los Lanceros, y estoy seguro de que Hohiro estará de acuerdo en
hacer lo mismo con el Regimiento de Genyosha.
—Gracias. Eso me convierte en el segundo al mando y evita una discusión sobre
quién posee Coventry (de hecho, ahora pertenece a los Halcones), o sobre quién tiene
derecho moral al mando. Si lo planteamos como un esfuerzo de la Esfera Interior por
detener la agresión del Clan, podríamos ahorrarnos algunos problemas.
—Podría funcionar —dijo Kai con una carcajada y los ojos chispeantes—. Y si
realmente funciona, podemos restablecer la Liga Estelar y ponerte al mando.
Victor se volvió a sentar y dejó los ojos en blanco.
—Con una tarea hercúlea de una vez me basta. Cuando expulsemos a los
Halcones de Coventry, podremos soñar despiertos para satisfacer los deseos del
corazón.

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Leitnerton
Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
Ariana Winston tenía la misma expresión de cansancio que Doc. Pulsó un botón del
ordenador de bolsillo, y Doc oyó un pitido que indicaba que había llegado al final del
archivo.
—Ha recibido gran cantidad de información de un tal Arimas. ¿Confía en su
veracidad?
—Sí, señora —contestó Doc.
Arimas era el piloto del Hellhound, y Doc lo veía como el hombre que Andy Bick
podría haber sido si Bick se hubiese criado entre asteroides y crueldad.
—Como indicaba el informe, utilizamos narcóticos para interrogar al prisionero.
La información que obtuvimos fue corroborada por los archivos y los discos del
Ayuntamiento de Whitting —dijo Doc, intentando disimular un bostezo—. Los
Halcones tienen un miedo patológico a que otro Clan los absorba. Emplean a gente
que tiene poca experiencia en la guerra para completar los rangos de sus unidades.
Creen que aumentando el personal armado asustarán a los otros Clanes y evitarán que
los ataquen.
—Como cuando un gato eriza el pelaje para parecer más feroz —dijo Shelly
Brubaker, entrando en la oficina de Winston con una taza de café para Doc—, sólo
que en este caso se trata de plumas y no de pelos, porque, de hecho, ya nos han
causado daños con el erizamiento.
Winston miró su ordenador de bolsillo y, luego, a los otros.
—¿Qué misterio se esconde tras las entradas y salidas del sistema?
Doc se encogió de hombros.
—Arimas no lo dejó muy claro, pero parece que están enviando a guerreros
prometedores para completar las unidades de guarnición en los planetas que los
Halcones todavía controlan.
—De acuerdo —dijo Shelly, depositando su taza sobre la mesa—. He estado
intentando recoger los números que sonsacamos a Arimas y darles una explicación

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lógica. Parece que los Halcones disponen de tres unidades de veteranos aquí y cinco
galaxias recién formadas. Dos de las nuevas ya tienen suficiente experiencia en
combate para ser consideradas veteranas. Una es todavía principiante, y las otras dos
están formadas por guerreros que ya han sobrevivido a una semana de lucha.
Ariana Winston dejó el ordenador en el escritorio de campo y sacudió la cabeza.
—No me lo puedo creer. Sólo me queda un batallón de la Caballería Ligera de
Eridani. Shelly, su Batallón Delta ha perdido dos compañías y es posible que el
Regimiento Gama de Tyrell siga operativo en términos de personal, pero no de
equipo. Tanta destrucción y muerte para que unos niñatos puedan jugar a ser soldados
y demostrar que su Clan es fuerte.
—No se trata sólo de eso, general —dijo Doc, contemplando el café hirviendo—.
Hace poco los Halcones intervinieron en una desastrosa guerra contra los Lobos y
recibieron graves daños. La operación de Coventry los está ayudando a recuperar el
respeto perdido. Al parecer, sus viejos líderes habían violado las costumbres y
tradiciones de los Halcones de Jade. Marthe Pryde necesitaba demostrar que los
Halcones podían derrotar a las mejores tropas de la Esfera Interior sin cambiar sus
tradiciones, y Coventry es la última parada en su camino hacia la victoria.
—Pero sólo un tonto va a la guerra para demostrar una cuestión filosófica.
Shelly sacudió la cabeza.
—Vaya con cuidado, general. Acaba de tocar un tema delicado. No hay forma de
saber por qué hay personas que tienen derecho a hacer la guerra, y otras, no.
—Ambos somos mercenarios, coronel Brubaker. Luchamos porque nos pagan.
Doc dio un sorbo de café y alzó la vista.
—Ninguno de nosotros está preparado para hablar sobre cuestiones filosóficas,
pero el caso es que la única razón que justifica la lucha es la preservación de la vida y
la libertad, e incluso esta razón está sujeta a interpretaciones. Los Halcones de Jade
llevaron a cabo una serie de asaltos como un medio para demostrar lo fuertes que son
sus tradiciones y engendrar nuevos guerreros que sustituyan a los que murieron en
manos de los Lobos.
La líder de la Caballería Ligera de Eridani se frotó los ojos.
—No sé qué opina usted, pero yo odio que me utilicen como un ejercicio
simulador capaz de engendrar.
—Tampoco era una de mis vocaciones, pero sí hemos recuperado algunas —dijo
Doc con la sonrisa en los labios—. El ataque al flanco oeste de los Halcones derruyó
uno de sus núcleos estelares.
—Y el asalto a Whitting ha reducido presiones mientras intentan averiguar qué
sabemos y qué haremos con esa información —dijo Shelly, agarrando la taza de café
con ambas manos—. Entonces, usted ha visto el informe, general. ¿Alguna idea?
—Tendré que comentárselo al coronel Tyrell y a la general Niemeyer, pero creo

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que sólo sobreviviremos si nos dividimos en unidades más pequeñas e iniciamos una
guerra de guerrillas, como Doc ha dicho antes —dijo Ariana Winston con la mirada
fija en el ordenador de bolsillo—. Pero si lo hacemos me temo que utilizarán aviones
de combate aeroespacial para bombardearnos y devolvernos a la edad de piedra.
Doc sacudió la cabeza.
—No atacaron así a los Titanes.
Shelly le dio un suave codazo en las costillas.
—Los ’Mechs de los Titanes son demasiado pequeños para bombardearlos.
—Sí, pero nosotros no somos tantos, y es posible que disparen al azar.
—Esperemos que el resto de nosotros esté a la altura de los Titanes, Doc —dijo
Winston con una lánguida sonrisa—. Con suerte, podremos resistir hasta que lleguen
los refuerzos.
—¿Refuerzos? —preguntó Doc, incrédulo—. Es una optimista.
—A nosotros nos enviaron aquí como refuerzos tuyos, Doc —puntualizó
Brubaker.
—Eso eras, Shelly, y eso hiciste —dijo Doc, encogiéndose de hombros mientras
levantaba una mano para protegerse de los primeros rayos de sol que entraban por la
ventana de la oficina—. Estoy cansado y en grave estado de culpabilidad
superviviente. Pero aunque lo sé, no creo que nadie sea tan estúpido como para enviar
más tropas a ese picadero de carne.
Shelly dejó caer los hombros en un gesto de resignación.
—Tengo la sensación de que está en lo cierto. Para enviar más tropas aquí, algún
político tendría que admitir que se cometió un error y no se enviaron suficientes, pero
ninguno lo hará.
Uno de los supervivientes de la Caballería Ligera dio un golpecito en el marco de
la puerta.
—General, acaban de emitir un mensaje de prioridad por radio —dijo el hombre
con una sonrisa que contagió a Doc—. Tenemos doce regimientos y medio en
camino.
—¿Suyos o nuestros, Johnston?
—Nuestros, general. Los trae el príncipe Victor. Diez días aproximadamente.
Ariana Winston golpeó la mesa con el puño.
—La mejor noticia que he recibido desde que aterrizamos —dijo mirando a Doc
—. ¿Qué es él entonces, Doc?: ¿un estúpido, o un político que puede admitir que se
ha equivocado?
—Ninguna de las dos cosas —dijo Doc, asintiendo con solemnidad—. Es un
guerrero y, sin duda, nuestra mejor oportunidad para salir de aquí con vida.

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38

Nave de Descenso Barbarossa


Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
12 de junio de 3058
Mientras observaba al grupo de líderes militares que se dirigía a Coventry a toda
velocidad, Victor advirtió mucha menos tensión de la que esperaba en la atestada
cabina de instrucciones. Desde el principio, se había preparado para recibir todo tipo
de críticas, desde la nominación del capiscol marcial como líder de la expedición
hasta la suya propia como segundo al mando. En realidad, la ausencia de críticas era
para él una muestra más de la gravedad de la situación que atravesaban.
Pensaba que el grupo rompería la línea que marcaba la lealtad hacia su hermana y
hacia él mismo. De ese modo, los Caballeros de Esfera Interior de la Liga de Mundos
Libres y los Asaltantes de Harloc de la Confederación Capelense habrían formado
coalición con los Undécimos Guardias Liranos. Los tres regimientos de los Dragones
de los Lobos también se habrían unido al grupo, pero la general Maeve Wolf,
comandante de los Dragones, era demasiado lista para dividir la fuerza con la
intención de calmar a su gente.
Wu Kang Kuo, comandante de los Asaltantes de Harloc, había abandonado su
postura neutral para apoyar la propuesta de Victor. Había pasado mucho tiempo
hablando con Kai, hecho que había sorprendido a Victor, hasta que Jerrard Cranston
le recordó que Kai se había enfrentado y había derrotado a Wu en algunas de las
luchas de Solaris. Victor suponía que se trataba de una especie de deuda de honor que
sólo podía mejorar las cosas.
Igual de sorprendente era la postura que había adoptado Paul Masters,
comandante de los Caballeros de la Esfera Interior. Se mantenía más neutral que Wu,
pero había participado en debates a favor de la unidad. Su única preocupación era el
mando directo de las fuerzas. Aunque reconocía que respetaba la experiencia de

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Victor, no quería que asignase misiones peligrosas a su unidad en un intento de
recompensar a los Caballeros por su intervención en la reciente invasión de la Marca
de Sarna de Victor. A todos les parecía la decisión más lógica, y por eso, los
Caballeros se habían unido a los Dragones con la intención de participar en el mando.
La única obstruccionista resultó ser la mariscal Sharon Byran, de los Undécimos
Guardias. Puesto que Coventry era un mundo de la Alianza Lirana, ella sostenía que,
como representante de la arcontesa, debía ejercer un papel de mando en la
planificación y la puesta en marcha de la expedición. No tardó en alienar a los
mercenarios con la excusa de que su compromiso era sospechoso porque cobraban
por luchar. El coronel Dan Allard recordó que los Undécimos Guardias Liranos
habían escapado de la lucha con la Liga de Mundos Libres y había propuesto que si el
destacamento decidía retirarse antes de iniciar la batalla recurrirían a ella para pedirle
consejo. Aquellas palabras acallaron a Sharon, pero Victor sabía que no estaba
conforme.
El capiscol marcial se puso en pie en un extremo de la mesa negra.
—Ésta es nuestra última sesión informativa antes de enfrentarnos a los Halcones
en Coventry. El primer contacto será sólo por radio. Creemos que los Halcones de
Jade emitirán un desafío para decirnos cuántas unidades utilizarán para defender el
planeta contra nuestra fuerza. Aquellos de ustedes que se han enfrentado a los Clanes
anteriormente ya conocen el proceso. Los Clanes negociarán el tamaño y la potencia
de las fuerzas que participarán en el combate como una especie de sacramento.
Focht señaló a Ragnar.
—Como saben, gran parte del Clan de los Lobos ha desertado de los Clanes y
reside ahora en Arc-Royal. El Khan Phelan Kell envió a Ragnar para que nos ayudara
en los análisis y las negociaciones con los Halcones de Jade. El príncipe Victor y yo
confiamos plenamente en él. Lo primero que haremos será negociar con los Halcones
de Jade, y una negociación fructífera puede ser el primer paso hacia la victoria.
Dan Allard se separó de la pared en la que estaba apoyado y levantó una mano.
—¿Se negociará la exclusión de la lucha de algunas unidades? Si es así, ¿qué
protocolo seguirán para hacer la selección?
Maeve Wolf miró al Demonio de Kell.
—¿Le preocupa como a mí que su unidad quede excluida, Dan?
—Exacto.
Victor alzó ambas manos.
—Créanme cuando les digo que mantendremos la cohesión de la unidad. Maeve,
usted ya tiene tropas en tierra, así que sólo quedará excluida en el supuesto de que la
negociación vaya tan mal que acordemos un combate de advertencia. Esperamos que
no sea así, pero Ragnar me ha explicado que no podemos saber con certeza lo que nos
encontraremos.

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»En cuanto a su pregunta, Dan, el protocolo es simple: hemos dividido las fuerzas
convocadas en dos grupos. El primer grupo son esas unidades con interés tangencial
en el resultado. Lo digo para no subestimar su participación, y sé que este asunto
incumbe a toda la Esfera Interior, pero parecía la mejor forma de analizar la situación.
Las unidades de esta fuerza son el Primero de Genyosha, los Demonios de Kell, los
Caballeros de la Esfera Interior, los Asaltantes de Harloc y los Primeros Lanceros de
Saint Ivés. Si decidimos eliminar unidades, se excluirán de este grupo por lote, y los
Demonios sólo quedarán fuera si disponemos de dos regimientos.
La lógica de la selección no pareció sorprender a ninguno de los presentes. Victor
esperaba contar con los Genyosha y los Primeros Lanceros de Saint Ivés para lo que
él veía como el grupo principal porque su reciente entrenamiento en Tukayyid sería
de gran ayuda para combatir a los Halcones. Aun así, el capiscol marcial había
expuesto unos argumentos excelentes sobre la necesidad de decidir el grupo excluido
a favor de las unidades que Victor había traído porque el grupo principal se decidiría
de forma similar. Se podía decir que los Dragones, la Guardia Pesada Davion y la
Galaxia Invasora de ComGuardias eran los que residían en el campo de Victor. Los
Undécimos Guardias Liranos eran la única fuerza leal a Katherine que participaría en
la lucha. Aunque los Asaltantes de Harloc y los Caballeros de la Esfera Interior se
incorporasen a la fuerza principal por selección aleatoria, el peso de las tropas
implicadas seguiría favoreciendo a Victor.
Paul Masters se frotó la barbilla.
—Entonces, ¿cuándo sabremos si volvemos a casa?
Focht esbozó una sonrisa tranquilizadora.
—Todavía falta un poco.
—Pero los Halcones no tardarán en establecer contacto. Quedan dos días para el
anochecer planetario. Es seguro que su selección estará lista para entonces porque los
planes tienen que estar hechos. De lo contrario, un aterrizaje disputado podría
provocar el caos.
Victor hizo un gesto de asentimiento.
—Podría, pero no será así.
Sharon Byran lo fulminó con la mirada.
—El exceso de confianza no es una virtud en un guerrero.
—Tampoco lo es la tendencia a sacar conclusiones antes de tiempo —dijo Victor,
cruzándose de brazos—. Los Halcones de Jade son el Clan más tradicional. En
general los Clanes no suelen disputar las zonas de aterrizaje. No sabremos si lo harán
hasta que se pongan en contactó con nosotros para la negociación preliminar.
—Pero son ellos los que decidirán si quieren intervenir en nuestro aterrizaje.
—Cierto, pero no atacarán antes de negociar —dijo Victor con una leve sonrisa
en los labios—. Los Halcones de Jade tienen la costumbre de conceder el derecho de

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safcon a sus enemigos, es decir, garantizar libre acceso al campo de batalla donde se
entablará la lucha. Según Ragnar, este derecho se concedió incluso a la fuerza de los
Lobos que atacó Wotan en la reciente guerra entre los Lobos y los Halcones.
Tenemos que aprovechar esta tradición suya.
Byran lo miró, desafiante.
—¿Y si la rechazan?
Ragnar se puso en pie a la derecha de Focht.
—No lo harán.
—¿Cómo puede estar seguro? —preguntó Byran con las facciones distorsionadas
por el enojo—. Serían estúpidos si no nos atacasen durante el aterrizaje.
—Son los Halcones de Jade, mariscal Byran. Valoran más la tradición y la forma
que la lógica. La derrota no les asusta tanto como saltarse su rígido código de
conducta. Safcon permite a los guerreros entrar desarmados en un campo de batalla y
hégira les permite salir. Los Halcones de Jade tienen cientos de derechos y
tradiciones así. Son como los guerreros del Condominio y su Código de Bushido.
Byran se volvió hacia Victor.
—Si confiáis en estas necedades del Clan, supongo que vuestra Guardia Pesada
será la primera unidad en aterrizar, ¿no?
—Con mucho gusto.
—Pero no será así —dijo Anastasius Focht con voz grave y chispas en los ojos—.
Los Halcones amenazan la tregua que ganó ComStar. Los ComGuardias irán primero.
Byran sacudió la cabeza.
—Sangrarán con la misma facilidad que cualquier ManFed.
—Como fue la sangre de la ComGuardia la que ganó la tregua, mariscal Byran,
no veo qué hay de malo en que la sangre de la ComGuardia la mantenga —dijo el
capiscol marcial, desviando la mirada hacia la luz roja que se había encendido en el
extremo de la mesa—. Príncipe Victor, agradecería que vos y Ragnar se reunieran
conmigo. Ha llegado el momento de invocar safcon e iniciar la reconquista de
Coventry.

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Sede de Turkina Keshik,
Port Saint William Coventry

Rosendo Hazen admiró lo esbelta y orgullosa que parecía Marthe Pryde de pie en
medio del holotanque. El largo pelo negro le caía por encima de los hombros del traje
refrigerante como un velo de seda, y en cualquier otra situación, la piel que quedaba
al descubierto entre la parte superior de las botas y el dobladillo de los pantalones
cortos que llevaba en el ’Mech lo habría distraído e incluso tentado. Pero el mayor
atractivo era su inteligencia. De hecho, como la belleza y la inteligencia eran
características que perduraban, era lógico que convergieran. En Marthe, ambas
características se combinaban con venganza: subestimar su inteligencia era tan
erróneo como malinterpretar su mirada y porte. Seguro que los hombres de la Esfera
Interior se sentirán abrumados.
Las paredes grises del holotanque se iluminaron levemente y, en medio del vacío,
apareció el busto de un hombre viejo, con un mechón de pelo blanco y un parche en
el ojo, que lanzó a Marthe una mirada inexpresiva.
—Soy Anastasius Focht, capiscol marcial de ComStar, comandante de la
GuardiaCom y vencedor de Tukayyid. Acepte mis disculpas por presentarme ante
usted en una capacidad tan limitada, pero no tengo acceso a un holotanque ni a nada
semejante.
Marthe asintió con indulgencia.
—Yo soy la Khan Marthe Pryde, guerrera de los Halcones de Jade y líder de esta
fuerza expedicionaria. Le doy la bienvenida a Coventry, aunque creía que le
preocuparían más los acontecimientos de la Tierra que los de aquí.
—La Tierra está muy alejada de la línea de Tukayyid, mientras que Coventry se
encuentra justo al lado. Creo que es preferible oponerse a su deseo de poseer la Tierra
luchando antes de que llegue allí. La secta blakista pone en duda esta decisión. Mi
mayor interés es preservar la tregua alcanzada en Tukayyid.
—En tal caso, relaje la mente —dijo Marthe, poniendo los brazos en forma de
cruz en un gesto de inocencia—. Aquellos que habrían repudiado la tregua en
beneficio propio han sido derrotados por sus sueños. No tengo ninguna intención de

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conducir mi fuerza más allá de la línea de tregua en este momento.
—Honra a los que lucharon y murieron en Tukayyid.
—Honro al guerrero que ganó en Tukayyid —dijo juntando las manos como si
rezara—. Ningún miembro de los Clanes invalidará la tregua porque la Tierra haya
cambiado de manos. Como ha dicho, la tregua se consiguió en Tukayyid y no se
puede perder en la Tierra.
—O en Coventry.
—Lo único que se puede perder en Coventry es gloria y vida.
El capiscol marcial asintió con la cabeza, y su imagen se redujo ligeramente
cuando se giró hacia la derecha.
—Khan Marthe Pryde, le presento al príncipe Victor Ian Steiner-Davion. Él es el
segundo al mando y hará de portavoz en nuestras negociaciones.
Marthe se giró e indicó a Rosendo que se adelantara.
—Y él es mi segundo al mando: el comandante de galaxia Rosendo Hazen. Ha
sido el arquitecto de la mayor parte de la lucha que se ha entablado aquí.
La dura mirada del hombre que el capiscol marcial había presentado impresionó a
Rosendo inmediatamente. Pocos podían proyectar su personalidad en una imagen
holográfica, y ese tal Victor Davion era uno de ellos. El hombre de los Halcones
intuyó la profundidad del hombre que insinuaba su capacidad de líder.
El rostro de Victor se convirtió en una máscara insondable.
—Khan Marthe Pryde, soy Victor Ian Steiner-Davion. He venido a Coventry con
un destacamento para disputar su posesión del planeta. Sé que ahora debería
preguntarle con qué fuerzas defenderá el planeta, pero no lo haré, sino que invocaré
el derecho de safcon.
Rosendo intentó ocultar su sorpresa, pero estaba seguro de que Victor la había
advertido en la expresión de sus ojos. Invoca safcon, lo que significa que ha
aprendido nuestros métodos. No creo que Marthe haya previsto este giro en los
acontecimientos.
Marthe Pryde se inclinó lentamente hacia la imagen flotante de Victor.
—Os concedo el derecho, Príncipe Victor. Bien negociado y hecho. Supongo que
deseáis aterrizar en Leitnerton para relevar las fuerzas que tenéis allí.
—Sí, siempre y cuando sigan allí dentro de dos días.
—Así será. El comandante de galaxia Hazen retirará nuestras líneas hasta Port
Saint William y os dará espacio suficiente para aterrizar. Las tropas que continúan allí
son valerosas y confío en que se les permitirá seguir luchando contra nosotros,
¿quiaf?
—Nunca se lo negaría. Les informaré de su petición.
—Gracias —dijo Marthe, alejándose de los dos bustos para luego volver hacia
ellos—. ¡Ah!, y debéis saber que defenderé el mundo con todo lo que tengo. Esto es

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lo que vuestras tropas hicieron, y si yo fuera menos, los deshonraría.
—Lo entiendo —dijo Victor con un tono en el que Rosendo advirtió cierta
sorpresa.
—Muy bien. Tendré listos los informes de fuerza cuando aterricéis.
—Nosotros también se los facilitaremos entonces —dijo Victor, desviando la
mirada un momento antes de volverla a depositar en Marthe—. ¿Fijamos el dieciséis
como fecha de encuentro para formalizar las negociaciones, quiaf? ¿Acepta Whitting
como localización?
El elevado tono de voz de Marthe denotaba cierta sorpresa y curiosidad.
—¿Deseáis negociar personalmente?
—Quiero saber hasta dónde puede llegar, Khan Pryde, y conocerla personalmente
es la única manera de conseguirlo —dijo el Príncipe, encogiéndose de hombros—.
Sin embargo, entendería que no fuera de su agrado.
—Entonces, el dieciséis en Whitting —dijo la Khan con un gesto afirmativo—.
Os deseo un buen aterrizaje.
Los dos bustos desaparecieron cuando Marthe cortó la conexión.
—¿Qué le ha parecido, comandante Rosendo?
—Saben algo sobre nosotros, por lo que pueden ser más difíciles de vencer de lo
que creía.
—No me cabe duda de que es por influencia de los Lobos. Cuando desvió la
mirada lo hizo para ver lo que le decía su consejero.
Rosendo hizo un gesto de asentimiento.
—El Khan Phelan estaba relacionado con ese tal Victor.
—Eso lo explica todo —dijo Marthe con una mirada perspicaz—. Sin embargo,
lo de encontrarnos en Whitting ha sido idea suya. Cree que lo subestimaré después de
nuestro encuentro.
—Es posible, Khan Marthe, pero ha hecho bien en aceptar —dijo Rosendo con
una expresión sombría—. Lo que no sé es si su declaración de lo que utilizaremos
para defender el planeta ha sido acertada. Al concederles safcon no tenía por qué
darles esa información.
—Lo sé —dijo Marthe con una leve sonrisa—. Lo he hecho para confundirlos. Al
decirles que defendería el mundo con todo lo que tengo después de informarles de
nuestra intención de retroceder hasta Port Saint William les he dado la impresión de
que quiero conservar el planeta para negarles las plantas de producción de ’Mechs.
De este modo, centrarán las batallas en torno a la posesión de las fábricas, y mientras
ellos se dedican a eso, nosotros nos centraremos en nuestros propios planes.
—Lo dice sin saber las fuerzas con las que nos atacarán.
—Cierto, Rosendo, muy cierto —dijo Marthe, asintiendo lentamente—. Entonces,
tendremos que asegurarnos de que la piedra que afila las garras de nuestros Halcones

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no entorpezca su camino. Un trabajo tan glorioso es lo que da a luz a los guerreros y
los alienta a luchar por sus vidas.

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39

Leitnerton, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
15 de junio de 3058

A Doc Trevena no le sorprendió especialmente oír pasos en la azotea que había detrás
de él. Los Titanes se habían acostumbrado a encontrárselo mirando hacia Whitting y
Port Saint William. A menudo, Shelly Brubaker lo acompañaba en el Camino del
Capitán, pero ella no era su única visitante. Desde que han llegado los demás
Dragones, sus visitas han sido demasiado infrecuentes.
Miró por encima del hombro, se giró y se puso firme.
—Alteza, no sabía…
Victor le devolvió el saludo y contempló la vista con interés.
—Es un buen lugar para verlo todo.
—Sí, Alteza —dijo Doc, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón—. ¿En qué
puedo serviros?
El príncipe se quedó pensativo y asintió con la cabeza.
—Siento interrumpir su soledad. Ayer lo vi aquí, y cuando pregunté quién era, me
explicaron toda la historia de cómo ha conseguido marear a esos Halcones. Pensé que
su perspicacia me sería de gran ayuda. ¿Ha adquirido esta sabiduría durante el tiempo
que ha pasado aquí?
—No lo sé muy bien, Alteza —dijo Doc, sintiéndose cada vez más incómodo e
inseguro—. Lo que quiero decir es que no tengo ninguna habilidad especial.
—¿Cómo? —dijo Victor, mirándolo de arriba abajo—. Usted creó una compañía
a partir de tropas inexpertas pero entusiastas, y la ha convertido en una unidad que
sólo ha perdido un poco de blindaje y el viejo activador en tres meses de operaciones
contra un enemigo del Clan.
—Si lo explicáis así, Alteza, parece más de lo que es.
—No se subestime, Hauptmann Trevena.

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—No, Alteza —dijo Doc con una leve sonrisa—, no quiero subestimarme, pero
tampoco quiero exagerar mi papel. Los Titanes tienen un gran coraje. Lo único que
hice fue enseñarles a atacar sin ser atacados.
—También planeó y llevó a cabo el asalto a Whitting.
Doc sacudió la cabeza.
—Los Dragones dirigieron la batalla por sí solos, Alteza. Nosotros nos limitamos
a ir a Whitting y robar algunos datos. Fue un último acto de rebeldía.
—Pero significa que la última batalla disputada en Coventry fue una derrota del
Clan.
—Eso se debe a que decidieron no forzar la situación porque estaban
preparándose —dijo Doc, mirando al Príncipe—. Disculpad, Alteza, pero imagino
que tenéis cosas mejores que hacer que venir aquí a elogiarme por la actuación de la
unidad más ligera del planeta.
—Tal vez —dijo Victor, lanzando un leve suspiro—. Los Halcones nos han
enviado información sobre las tropas que tienen en Coventry. No le sorprenderá oír
que corresponde a la información que usted extrajo durante el asalto a Whitting, lo
cual me plantea un problema.
—Sí, Alteza.
El Príncipe frunció el ceño.
—La razón que me ha impulsado a venir aquí es que la información indicaba que
los Halcones de Jade tenían cuatro galaxias operando en Coventry. Según mis
fuentes, yo suponía que podían haber seis.
Doc se cruzó de brazos.
—Enviamos información desde Tharkad diciendo que habíamos visto elementos
de unas diez galaxias distintas.
Deberíais saber… —dijo mientras su cerebro analizaba las implicaciones de la
desinformación del Príncipe—. Supongo que vuestra hermana y vos no habláis
demasiado últimamente.
—La verdad es que no —dijo el Príncipe con una sonrisa de arrepentimiento—.
¿Usted se lleva bien con sus siblings?
—Muy bien, pero tengo ex mujer, así que puedo entenderlo.
—Supongo que sí —dijo Victor, examinando de nuevo a Doc—. Los hombres de
ahí abajo le han llamado Doc. ¿Puedo llamarlo así?
—Como deseéis, Alteza.
Victor soltó una suave carcajada.
—De momento, podríamos dejarlo en Victor porque lo que requiero de usted,
Doc, no tiene nada que ver con títulos, ni rangos, ni nada por el estilo. Quiero una
opinión honesta y respuestas directas. Le hablo de soldado a soldado, nada más. No
me explique lo que cree que quiero oír, sino lo que sabe y lo que piensa. ¿Lo

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entiende?
—Sí, Alteza.
El Príncipe arqueó una ceja y Doc se estremeció.
—¿Está seguro de que no quiere que explore Port Saint William por vos…
Victor?
—Quizá más tarde —dijo Victor mientras se agachaba para arrancar una roca del
techo de alquitrán y lanzarla al vacío—. Hágame una valoración de las fuerzas del
Clan que hay aquí.
Doc lanzó un fuerte suspiro.
—Hemos visto muchas tropas y muchos estilos distintos de lucha. Los Halcones
han cometido errores bastante básicos. Por lo que he podido ver, creo que están
desesperados y, por eso, arrasan con todo lo que encuentran y puede caber en una
cabina.
El Príncipe frunció el ceño.
—No es la primera vez que oigo esto, pero me niego a creerlo.
Doc adoptó una expresión de sorpresa.
—¿Por qué?
—Usted es la primera persona que me pide explicaciones. Eso está bien —dijo
Victor con una breve sonrisa—. Ragnar ha echado un vistazo a los números que usted
ha obtenido y a los prisioneros que se llevaron, incluso ha revisado algunos de los
interrogatorios holografiados. El opina que si los Halcones hubieran hecho un
reclutamiento en masa, tendría una gama más amplia de edades entre los prisioneros.
Arimas, por ejemplo, está en edad de servir a una unidad de frente, pero no parece
haber pasado ninguna prueba para obtener el puesto.
—Sí que parece extraño que alguien como él no haya servido antes. ¿Qué cree
Ragnar que están tramando los Halcones?
—No lo ve claro, pero los Clanes siempre han difundido el rumor de que en una
ocasión los miembros de una casta científica desaparecieron y crearon su propio
cuadro de guerreros para combatir o impedir la intervención de los guerreros de su
Clan. Si ese programa clandestino de reproducción hubiese empezado hace dos
décadas, ahora tendría infinidad de candidatos a las unidades a las que nos hemos
enfrentado aquí.
Debería haberme dado cuenta. Doc sacudió la cabeza lentamente.
—Yo vi unas tropas principiantes y pensé que su falta de experiencia se debía a
que eran una banda de luchadores tan variopintos como los Titanes. Tenían la
experiencia de un niño. Los Halcones los trajeron aquí, los entrenaron enfrentándose
contra nosotros y los enviaron a ocupar los puestos que habían quedado vacantes
durante la guerra con los Lobos. Nosotros luchamos por nuestras vidas, y ellos
buscan jugadores.

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—Eso no lo sabemos con certeza, así que no sea tan duro con usted mismo, Doc.
Es sólo una posibilidad.
—Pero creo que es la correcta. Eso lo explicaría todo.
El Príncipe asintió con la cabeza.
—Sus datos y los informes de la Khan Pryde indican que tienen ocho galaxias en
esta roca. Contando con lo que nos queda en Leitnerton nuestra fuerza tiene trece
regimientos. Si tenemos en cuenta los factores de ajuste que intervienen en la
formación y condición de una unidad, nuestra fuerza se puede equiparar a la de los
Halcones.
Doc mantuvo la mirada fija en la ciudad.
—Leitnerton es defendible. Si vienen podemos causarles daños.
—De acuerdo. El problema es que nosotros tendremos que ser los agresores.
—Como habéis dicho, tenemos una buena racha.
—Cierto, pero necesito saber cómo alargarla —dijo Victor, estirando el brazo
para poner la mano en el hombro de Doc—. Usted ha estado aquí desde que llegaron.
Ha luchado contra algunas de sus mejores unidades y algunas de las más inexpertas.
Estaba allí cuando derrotaron a los Soldados de Waco.
—Así es.
—Lo que quiero saber es lo siguiente, Doc: ¿las tropas que los Halcones tienen
aquí están preparadas para una verdadera lucha?
—Seguro que no dejarán de disparar, y generalmente dan en el blanco —dijo
Doc, lanzando una piedra a la calle—. Creo que los Halcones lucharán con lo mejor
que tienen. Los Titanes consiguieron sorprenderlos un par de veces, pero sólo porque
se enfrentaban a un puñado de niños. Podéis estar seguros de que las siguientes tropas
tendrán veteranos reforzando las líneas y dirigiendo las acciones. Estarán ansiosos de
lucha, Victor. No tengáis la menor duda.
—Sin embargo, la pregunta sigue en pie: ¿por qué? —dijo Victor, señalando hacia
donde las luces de Port Saint William iluminaban el horizonte al suroeste—. Que
luchasen para entrenar a las tropas tiene sentido, pero sólo porque controlaban la
situación y podían poner fin a la lucha cuando tuviesen demasiadas bajas. También
puedo entender que intenten demostrar sus trabajos doctrinales, pero para eso están
los ejercicios simulados. Si yo fuera a atacar al enemigo para poner a punto a mis
tropas creo que escogería un lugar que pudiera defender mejor, un lugar más próximo
a mi casa, para que la logística no supusiera ningún problema.
—Como un mundo en la frontera.
—Exacto.
Doc sonrió cuando logró encajar la última pieza del puzzle.
—Vinieron aquí porque sabían que defenderíamos el lugar.
—¿Qué?

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—Coventry es como la fundición que mi batallón tenía que vigilar cuando
llegaron los Clanes. Creamos una defensa, pero lo único que interesaba a los Clanes
era el hecho de que nosotros estuviéramos allí. Querían entrenar contra nuestras
tropas. No atacarán a los Dragones ni a la Caballería Ligera de Eridani en la frontera.
Tenían que inventar una amenaza que resultase creíble y real en un lugar como
Tharkad, para que les enviásemos nuestras mejores tropas.
—Así que no tenían intención de atacar Tharkad. Sólo querían enfrentarse a lo
mejor que tenemos —dijo el Príncipe, arrancando otra piedra y pasándosela de una
mano a otra—. No puedes cazar tigres si no vas donde viven los tigres.
—Y éstos son cazadores de tigres, Victor —dijo Doc, mirando al Príncipe con
franqueza—. Son buenos y se están volviendo mejores. Las ocho galaxias de las que
disponen serán muy astutas y estarán preparadas para derrotaros sea como sea. Os
atacarán desde todas partes. Tal vez sean algo rígidas a la hora de seleccionar los
objetivos, pero yo siempre he pensado que cuando alguien te dice que acabará
contigo antes de hacerlo tiene un alma de acero y un gran coraje.
—No es la forma más adecuada de declarar la guerra, pero sí la más audaz.
—Audacia y orgullo: los dos pilares de los Halcones —dijo Doc, encogiéndose de
hombros—. No creo que os pueda ofrecer más información. No sé si os he sido de
ayuda…
El Príncipe asintió con la cabeza y dio una palmada a Doc en el hombro.
—Me ha dado algo más en lo que pensar, gracias. Hay que tomar muchas
decisiones difíciles.
Doc se frotó los pantalones con ambas manos.
—Imaginar cómo morirán las tropas no es una tarea fácil.
—Cierto, Doc —dijo Victor, ofreciéndole la mano—. Veré lo que puedo hacer
para no llegar a ese extremo.

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Sede de Turkina Keshik,
Port Saint William Coventry

Rosendo Hazen habría preferido cualquier otra expresión al rostro de enojo de


Marthe Pryde cuando se reunió con ella. Al revisar las bases de datos que había
enviado la fuerza de ComStar, se había alarmado con sus predicciones de futuro. Las
tropas supervivientes de los Dragones y los Demonios de Kell serían las encargadas
de hacer frente a los Halcones. Aquellas dos unidades mercenarias y la de Genyosha
habían sido claves para derrotar a los Jaguares de Humo y los Gatos Nova, y
apoderarse de Luthien, capital del Condominio Draconis, siete años atrás. A ellas se
había incorporado una unidad de ComStar y un regimiento experto de cada Gran
Casa de la Esfera Interior.
A no ser que aumenten el tamaño de la fuerza, es difícil imaginar que la Esfera
Interior pueda conseguir un ejército mejor. Rosendo tenía claro que el destacamento
de la Esfera Interior daría lo mejor de sí mismo. Ambas partes estaban casi igualadas,
lo que significaba que se enfrentarían hasta aniquilarse mutuamente.
—¿Me ha llamado, mi Khan?
—Sí, comandante —contestó Marthe Pryde con furia en la mirada—. Estamos
entre la espada y la pared, y me temo que no podemos hacer nada para liberarnos.
—¿Por qué lo dice? La fuerza de la Esfera Interior entablará una buena lucha,
pero aún podemos derrotarla.
—Sí, y dejarnos la piel en el intento, ¿quiaf? —dijo girando la silla para alcanzar
un holodisco que había sobre el escritorio—. Acabo de recibir esto.
Marthe introdujo el holodisco en la disquetera del escritorio y apareció una
holografía de Vlad Ward mostrando su perfil a Rosendo. La ridícula reverencia que la
figura hizo hacia el proyector que le daba forma no consiguió aliviar la presión que
Rosendo sentía en el estómago.
—Saludos, Khan Marthe Pryde. Le deseo suerte en la inminente lucha contra la
fuerza que la Esfera Interior ha preparado para hacerle frente. Siento una gran
admiración por su profunda incursión en la Alianza Lirana y estoy seguro de que los
hombres que ha traído y entrenado se convertirán en valerosos guerreros y herederos

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de las orgullosas tradiciones de los Halcones de Jade que separaron a su Clan del
resto. Su estrategia es digna de elogio y la felicito por ello.
Vlad extendió las manos.
—Por supuesto, nunca creería que yo, el Lobo que asesinó a un ilKhan de los
Halcones, me sienta intimidado por sus logros. Es fácil hablar, pero sólo actuando
como lo ha hecho se puede medir el verdadero alcance de un propósito. Por lo tanto,
créame cuando le digo que espero conocer y poner a prueba a las tropas que ha estado
entrenando. Adjunto a este mensaje hay una lista de la disposición actual de mis
tropas. Puede ser que no se sienta cómoda con ellas, pero este asunto será mejor
discutirlo en el campo de batalla.
La imagen del Lobo explotó en un torrente de datos. Marthe pulsó un botón del
escritorio y apagó el texto.
—¿Lo ve?
Rosendo tenía un gusto amargo en la boca.
—Amenaza a algunos de nuestros mundos…
—A seis. Todos resultaron gravemente heridos durante el ataque de los Lobos y
sólo unos pocos se han restablecido. Él dividiría nuestra zona de ocupación en dos.
Rosendo se dirigió a una silla de madera y la retiró de la pared para sentarse con
el pecho apoyado en el respaldo.
—¿Por qué nos advierte?
—Sólo era media advertencia, la otra mitad era burla —dijo Marthe, poniéndose
en pie y echando a andar—. Vlad sabe a qué nos enfrentamos y las posibilidades que
tenemos de salir perdiendo. Quiere que sepa que si decidiese retirarme de Coventry
podría bloquear su ataque contra nuestro territorio. Con la amenaza de atacar algo
que aprecio me obliga a dejar algo que no me importa: Coventry.
—Pero esa táctica sólo tendría sentido si procediera de la Esfera Interior. De este
modo, los está ayudando.
—Está devolviendo un favor.
—No la sigo.
Marthe se detuvo y se lo quedó mirando.
—Si Vlad nos presiona de esta manera es porque sabe dos cosas. La primera es la
formación de la fuerza de la Esfera Interior. Él ya sabía que era muy parecida a la
nuestra, cosa que nosotros no supimos hasta hace dos días. Como no hemos enviado
esta información fuera de Coventry, sólo puede saberlo por medio de la Esfera
Interior.
»La segunda es que se ha referido a las unidades entrenadas aquí. Nosotros no
hemos comunicado estos datos a nadie. Sin embargo, el asalto de Whitting
proporcionó suficiente información a la Alianza Lirana para que una persona
entendida pudiera llegar a la conclusión de que estábamos utilizando las tropas del

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programa especial de reproducción de Elias Crichell.
—¿Insinúa que los Lobos tienen una alianza con Tharkad?
—El Khan Phelan y sus hombres están enfrentados al gobierno. Incluso Vlad vio
que podía beneficiarse si establecía relaciones con el enemigo de su enemigo —dijo
Marthe, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás—. El mensaje parece
indicar que Vlad sabe incluso que he apostado todo lo que tengo para defender el
planeta. Me tortura con el hecho de que seré deshon si evacuó Coventry y vuelvo a
casa. Yo lo avergoncé en Wotan, y ahora él me avergüenza a mí.
—La deshonra no importa, mi Khan. En determinadas circunstancias la retirada
es lo más conveniente.
Marthe le habló con furia.
—Pero no es lo más conveniente para los Halcones de Jade. A Vlad le molestaba
que los Lobos estuvieran hechos a nuestra imagen y semejanza. La opción que me da
me obligaría a hacer a los Halcones a imagen y semejanza de los Lobos, y eso es algo
que no puedo permitir. No destruiré nuestros verdaderos fundamentos para preservar
la deformación del futuro.
—No vale la pena arriesgarse cuando la conformidad está coaccionada —dijo
Rosendo, asintiendo lentamente con la cabeza—. Está claro que sólo tenemos una
opción.
—La opción que siempre hemos tenido —dijo Marthe con una solemne sonrisa
—: enfrentarnos a nuestro enemigo, derrotarlo, curar las heridas y volver a empezar.

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Leitnerton, Veracruz
Coventry

Victor observó la colección de discos de colores esparcidos por su escritorio. Cada


uno contenía los resultados de decenas de situaciones que enfrentaban a los Halcones
con la fuerza expedicionaria y que pasaban del desastre a la depresión sin dejar
espacio para nada más. Las únicas situaciones un poco esperanzadoras eran aquellas
en las que los Halcones cometían graves errores y las fuerzas de la coalición
conseguían sacar partido.
—Eso no ocurrirá.
El Príncipe se acomodó en la silla y se llevó las manos a la nuca. El número de
bajas también era desazonador, con una predicción del cincuenta por ciento de
pérdidas en ambas partes. Aquello era totalmente inaceptable, pero la única manera
de evitarlo consistía retirarse y dejar el planeta en manos de los Halcones.
El problema es que esta idea también será muy costosa. Si la fuerza de la Esfera
Interior decide retirarse de una lucha equilibrada porque el número de bajas es muy
elevado, los Clanes acelerarán el avance y continuarán su conquista de La Esfera
Interior. No importaba que la Khan Marthe Pryde hubiese dicho que su fuerza no
seguiría adelante porque una muestra de debilidad así por parte de los líderes de la
Esfera Interior sería como verter sangre en una piscina de tiburones. El frenesí
aumentaría, y los Clanes empezarían a engullir mundos.
Victor sabía que la reacción del Clan a una retirada sería el problema más
insignificante. Katherine lo acusaría de traicionar a los habitantes de la Alianza
Lirana, y no estaba seguro de que no tuviese razón. Las fuerzas de la Mancomunidad
Federada —reaccionarios que no confiaban en el Condominio y desaprobaban los
vínculos de Victor con Hohiro y Omi Kurita— empezarían a luchar contra él
activamente. Los habitantes de su reino ya se resentían de la reciente pérdida de la
Marca de Sarna y otros mundos que la Mancomunidad Federada había conseguido
veinticinco años atrás. Cualquier acto que se pudiera catalogar de cobardía abierta
podía desencadenar todo tipo de problemas, entre ellos la insurrección.
Victor se puso derecho e intentó hacerse un masaje en los músculos del cuello

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para aliviar la tensión, pero el dolor persistía. El enojo se apoderó de él al pensar en
Phelan Kell, su primo y la única persona que podía cambiar la situación. Si hubieras
venido con nosotros, Phelan, habríamos tenido suficientes tropas como para enviar a
esos Halcones a casa. Pero Victor desechó enseguida el pensamiento porque no valía
la pena. Sin embargo, la imagen de Phelan permaneció en su cerebro, y su encuentro
en el espacio por encima de Arc-Royal empezó a cobrar velocidad en la conciencia
de Victor.
Maldita sea. Tiene que ser eso. Phelan dijo que negociase con dureza, que
negociase bien y que lo que quería que se hiciera se haría. He estado revisando
planes de combate, pero todo eso es posterior a la negociación. Se dio cuenta de que
no era posible que la Khan Marthe Pryde cometiese un error, lo que significaba que
ella también debía saber que la lucha sería tan perjudicial para ella como para él. Si
hubiera una laguna, algo que le hiciera bajar la apuesta, yo podría bajar la mía, y
ninguno de los dos vería su mando totalmente destruido por un planeta que significa
tan poco para ambos, pero tanto para el futuro de la humanidad.
Victor se levantó de la silla y se puso la chaqueta.
—Espero que no tengas el sueño fuerte, Ragnar, estés donde estés. Necesitaré que
estés despierto para encontrar la manera de utilizar los métodos de los Halcones
contra ellos mismos. Puede ser que no nos dé mucha ventaja, pero cualquier cosa
sería mejor que lo que tengo ahora.

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40

Whitting, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
16 de junio de 3058

Una lenta cortina de polvo cubrió el parabrisas del aerocoche estacionado y aminoró
la tenue luz que se filtraba en el vehículo, debilitando los colores y fortaleciendo las
sombras. Para Doc, todo era surrealista, como si estuviera distorsionado por los
recuerdos y las esperanzas de un sueño del que no podía escapar. De una pesadilla de
la que no hay salida.
Le resultaba imposible creer que realmente estuviera sentado allí, en los
reducidos confines de un aerocoche, con el Príncipe arconte de la Mancomunidad
Federada, un guerrero de los Lobos que también era heredero al trono de la República
Libre de Rasalhague, el capiscol marcial de ComStar y el servicio de inteligencia de
la ManFed. Su admisión en los consejos de hombres tan poderosos era tan ajena a él
como lo había sido la guerra. Pero mientras que había aprendido a hacer la guerra a
través del estudio, eso era algo para lo que nunca podía haberse preparado.
Unos sutiles temblores habían sacudido el vehículo y se habían detenido con los
leves ecos de lo que parecía una distante tormenta. Ese silencio significa que los
Titanes han ocupado posiciones en Whitting. Las últimas tropas que luchen aquí
serán las primeras en morir cuando el combate empiece de nuevo. Doc alzó la vista
hacia Victor.
—¿De verdad queríais honrar a los Titanes convirtiéndolos en vuestra guardia de
honor, o están aquí para garantizar que cumplo sus deseos?
La mirada de Victor se mantuvo imperturbable.
—Puede ser que mi padre utilizase a sus Titanes como rehenes, pero yo no.
Quiero honrarlos, y ése es el motivo de que estén aquí. Si requería coacción para
hacer lo que yo…, lo que nosotros queremos que haga, son ellos los que tienen que
volver a plantearse nuestra estrategia.

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—Y no perdemos nada intentándolo —intervino Ragnar.
Doc esbozó una sonrisa nerviosa.
—En mi tiempo, había mejores aprobaciones de planes.
El Príncipe se echó a reír.
—Y yo he aprobado mejores planes que éste, pero por desgracia en el caso que
nos ocupa nuestras opciones son limitadas.
Doc se hundió en el asiento.
—Teniéndome a mí en el papel de salvador de la Esfera Interior no me extraña.
Un escalofrío de fatiga y miedo le recorrió el cuerpo. Toda su experiencia en
Coventry había sido surrealista, desde el mando de una unidad llena de principiantes
que había tenido que convertir en guerreros hasta el regateo de provisiones para
mantener el mando unido durante los tres meses de asalto del Clan en el mundo. Que
el Príncipe Victor lo despertase a altas horas de la madrugada y lo sometiese a una
intensa sesión de instrucciones encajaba con todo lo que había pasado antes.
Lo que Victor y el capiscol marcial le habían propuesto parecía una mera locura y
había estado a punto de negarse a ir con ellos. Pensaba que se habían vuelto locos,
pero cuando estaba a punto de decírselo alguien llamó a la puerta de la oficina.
Cuando Jerry Cranston contestó, apareció Andy Bick con una jarra de café caliente.
Explicó que había visto luz en la oficina y había ido a hacer café pensando que
cualquiera que estuviera despierto a esas horas podría necesitarlo.
Seguramente fue la falta de sueño lo que hizo que Doc viese una calavera
despedazada con las cuencas de los ojos vacías a través del humo que se desprendía
del café y difuminaba el rostro de Andy. Durante el tiempo que había estado al
mando de los Titanes nunca se había permitido pensar en lo que ocurriría si cometía
un error. No podía pensarlo porque estaba trabajando demasiado duro para asegurarse
de que no había errores.
Pensó que si rechazaba la petición de Victor podía cometer el mayor error de su
vida. Cuando Andy dejó la bandeja sobre la mesa y salió de la estancia, Doc le dio las
gracias y comunicó al Príncipe que haría lo que él quisiera.
Jerry Cranston se echó hacia atrás en el asiento del conductor y les mostró el
cronómetro.
—Son las 0645 horas. Pronto estarán aquí.
Victor dio una palmada a Doc en la pierna.
—Vamos.
Doc abrió la puerta del aerocoche e inmediatamente recibió una explosión de
polvo en la cara. Se echó a toser y se cubrió la boca y la nariz con una bufanda. La
fragancia del polvo se combinó con el olor a humedad de la lana para llenarle la
mente de un aroma terroso. Intentó pensar que era algo normal y saludable, pero la
ausencia de vida creó en su cerebro la imagen de un desierto lleno de huesos

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blanqueados.
Se puso unas gafas y echó un primer vistazo a Whitting. La suave brisa, que en
otro tiempo ondulaba los infinitos campos amarillos, hacía tiempo que había
succionado toda la humedad de la corteza asediada por los ’Mechs, tanto dentro como
fuera de la ciudad. El viento silbaba y se arremolinaba sobre el suelo resquebrajado,
levantando polvo y esparciéndolo por las calles. Pilas de césped reseco formaban
torres puntiagudas, que se balanceaban y se desplomaban cuando los vientos las
debilitaban.
Alguien —Doc quiso creer que era algún miembro de los Undécimos Guardias
Liranos— se había levantado temprano para colgar unos banderines azules y dorados
en los edificios de la plaza de la ciudad que se mecían con furia empujados por el
viento. Cualquiera que los hubiera puesto allí arriba debía de haber pensado que
añadirían dignidad al memorable día de la negociación de Coventry, pero a Doc le
parecían tan apropiados como un circo en un funeral. Eran una invitación chabacana
a las vacaciones en una ciudad en el corazón de lo que pronto podía convertirse en un
mundo fantasma.
Al ver la ciudad bajo la luz estroboscópica de los destellos y las explosiones de
misiles, Doc había pensado que las manchas de hollín de la mayor parte de los
edificios eran sombras. Desde el suelo se podían ver los interiores calcinados y el
cielo gris donde antes se alzaban los tejados. Ni siquiera el polvo negro que se colaba
por las fisuras y las grietas de las vigas y las decoraciones a medio quemar conseguía
dar un aire más benigno a la ciudad. El fuego ya no ardía, pero Doc oía el
chisporroteo de las llamas en los ruidos de los banderines.
Miró a Victor.
—Es esto, ¿no? Whitting es en lo que se convertirá Coventry si no vencemos —
dijo.
El Príncipe, que también se había puesto el abrigo, la bufanda y las gafas, asintió
lentamente.
—Por eso, tenemos que vencer.
Cada vez que movía la cabeza, el polvo le resbalaba por el pelo como el humo se
desprende de la cabina ardiente de un ’Mech muerto.
El suelo se estremeció de nuevo, emitiendo unas vibraciones cada vez más
fuertes. Todos los habitantes de la Esfera Interior que se encontraban en la plaza
principal de Whitting sabían que los ruidos marcaban la llegada de los Halcones de
Jade. Doc miró hacia atrás, más allá de donde se encontraban Victor y el capiscol
marcial, y vio a los líderes de la fuerza de la coalición al abrigo de una pared de lona.
El ángulo de sus poses disimulaba su tensión e inquietud. Aunque intentaban que no
fuera muy obvio, nadie podía apartar la vista del extremo sur de la ciudad, ansiosos
por ver las siluetas ensombrecidas de las máquinas de guerra avanzando.

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Están esperando a la gente que podría causarles la muerte. Doc volvió a desviar
la mirada hacia Victor.
—No saben nada de nuestra oferta inicial, ¿verdad?
Victor sacudió la cabeza.
—Usted negocie con los Clanes, que yo negociaré con nuestros aliados.
Doc sonrió bajo la bufanda.
—Creo que si tuviera que buscar a alguien que me protegiera no me importaría
que fuerais vos.
El Príncipe hizo un gesto de asentimiento.
—Tendría que rezar para que disparasen bajo.
—Creo que rezaría para que vos disparaseis primero.
—Otra buena opción.
Doc vio unas sombras distorsionadas a través de las gafas y se giró para ver cómo
se acercaban los aterradores BattleMechs de los Halcones de Jade. Las fuertes pisadas
convirtieron los adoquines en grava y arrancaron los guijarros de pizarra de los
tejados. Doc advirtió algo extraño en los ’Mechs del Clan cuando los vio avanzar
pesadamente en los confines del pueblo. En el campo de batalla encajaban
perfectamente, pero aquí, en una ciudad que debería emitir los ruidos de la vida
cotidiana, de niños riendo, de hombres y mujeres con sus alegrías y sus penas,
parecen malévolos y maliciosos.
Los ’Mechs de los Halcones se detuvieron una calle antes de la plaza central, pero
Doc no albergaba ilusiones de que lo hicieran por miedo a romper los banderines. Se
pusieron a cubierto y, a diferencia de los Titanes, que permanecían en campo abierto
dispuestos para la ceremonia, los Halcones de Jade ocuparon los puestos de combate.
Su presencia se burlaba de los banderines, de la gente que los había colgado y de
cualquier leve esperanza que pudiera hacer pensar a alguien que se adecuaban al
momento y al lugar.
Doc vio por primera vez a los miembros del Clan contingente cuando entraron en
el callejón que había entre el ayuntamiento y el edificio en ruinas contiguo. En el
oscuro callejón estaban protegidos del viento, así que no era éste el que mecía los
abrigos verdes, sino las decididas zancadas de sus fuertes piernas devorando la
distancia que los separaba de la calle. Cuando por fin emergieron, el feroz viento
empujó los abrigos hacia atrás, separándolos de los cuerpos, pero los dos Halcones
parecieron no advertirlo, mantuvieron el paso y no movieron la cabeza tras el impacto
de los escombros que sobrevolaban el lugar.
Es como si estuvieran confabulados con algo más poderoso que los elementos.
Doc se sacudió el traje, y se formó una nube de polvo procedente de los pliegues del
abrigo gris. El viento le abofeteó la cara y le envolvió el abrigo alrededor de las
piernas. Si hubiera dado un paso al frente, habría caído al suelo en un enredo de ropa

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y extremidades, nada que ver con la imagen que la fuerza de la Esfera Interior querría
ofrecer a los Clanes.
Los dos Halcones de Jade se detuvieron en el centro de una explanada desolada,
que en otro tiempo había sido un parque de césped esmeralda del corazón de
Whitting. Doc se sorprendió a sí mismo embelesado frente a la alta mujer que
avanzaba hacia el frente. El viento jugaba con su abrigo y descubría el traje de salto
verde que llevaba debajo. Aunque la prenda no pretendía ser atrevida, el cinturón le
apretaba lo suficiente como para marcar su esbelta figura. Caminaba con un aire
decidido, que causaba incluso más admiración que su belleza, mientras su continua
resistencia a los caprichos del viento insinuaba una voluntad de hierro.
Un hombre de menor estatura, aunque no tanto como el Príncipe de la
Mancomunidad Federada, la seguía de cerca. De constitución corpulenta y fuerte, el
hombre de espesa cabellera parecía advertir todos los detalles de la plaza y la gente
allí reunida. Doc podría haber pensado que el paso ágil y natural del hombre se debía
a la poca importancia que daba a la reunión, pero su mirada depredadora descartaba
esa idea. Se situó en la dirección del viento y utilizó su cuerpo para resguardar a la
mujer.
La mujer desafió a Doc y a los demás a acercarse mediante una intensa mirada
que las gafas no pudieron disminuir. El capiscol marcial y el Príncipe se adelantaron,
pero el viento dificultó el movimiento de Doc. La mujer se encaró a él y esperó con
paciencia y expectación. Me juzgará por mi resolución. No presta atención al viento
porque es más poderosa que él. Se mantiene firme y hace que me sienta inferior.
Sin apartar la mirada de ella, Doc movió el hombro derecho hacia atrás y el otro
hacia adelante. El viento recorrió su cuerpo, se filtró por la apertura del abrigo, por la
ropa y volvió a salir, liberando sus piernas. Doc dejó que le cayera la parte derecha
del abrigo y agarró la izquierda para que no saliera volando y lo arrastrara consigo.
Yo no necesito ser más fuerte que los elementos. Sólo necesito ser lo bastante
listo como para beneficiarme de su fuerza.
La mujer le hizo un breve saludo y miró al capiscol marcial mientras Doc se unía
al resto del grupo. Ambas partes permanecieron a unos pasos de distancia, sin que
nadie intentara acortar distancias ofreciendo la mano.
La mujer inclinó la cabeza al contingente de la Esfera Interior.
—Ha llegado el momento de negociar. Soy la Khan Marthe Pryde, de los
Halcones de Jade, y él, el comandante de galaxia Rosendo Hazen, mi segundo al
mando en este mundo.
Anastasius Focht saludó a Hazen con la cabeza.
—Soy Anastasius Focht, capiscol marcial de ComStar. Éste es el Príncipe Victor
Ian Steiner-Davion, mi segundo al mando —dijo el capiscol antes de indicar a Doc
que se acercara—, y éste, el Hauptmann Caradoc Trevena. Ha sido incorporado al

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cuerpo recientemente y ha permanecido en Coventry desde que empezó su ataque.
Focht señaló hacia la plaza con la mano derecha.
—Aquí está su obra y detrás de nosotros su unidad. El Hauptmann Trevena fue el
diseñador, ejecutor y comandante del asalto a Whitting.
Doc sintió cómo se le sonrojaban las mejillas cuando la Khan de los Halcones le
dirigió una mirada escrutadora. Era como si lo hubiera desnudado y lo hubiera
mostrado ante una audiencia que no podía relacionar su imagen con las nociones
preconcebidas que se habían formado de él. Intentó respirar pausadamente y mantuvo
una gélida mirada cuando sus ojos toparon con los de ella.
—Así que usted es el líder de estos ’Mechs ligeros, ¿quiaf?
—De los Titanes, sí.
—Los Titanes —repitió Marthe Pryde con una sonrisa y un gesto de aprobación
—. No se nos escapa la ironía. Sus acciones desmoronaron muchos sueños de gloria.
Focht entrelazó las manos.
—En honor a todo lo que ha hecho, el Hauptmann Trevena presentará nuestra
oferta.
—Muy bien —dijo la Khan del Clan con suma atención—. Como dije antes,
nosotros ofrecemos todo lo que tenemos para defender el planeta.
El capiscol marcial asintió con gravedad.
—Sí, recuerdo que hizo la oferta cuando entrábamos. En aquel momento,
estábamos equivocados respecto a su fuerza, y usted no sabía nada de la nuestra.
Dadas las circunstancias, no vemos ninguna necesidad de que mantenga esa oferta.
Doc se inclinó ligeramente hacia adelante, como si acortar la distancia entre ellos
le permitiera grabar en el cerebro de Marthe el mensaje: «Acepte el trato». Las
charlas que había mantenido con Victor y el capiscol marcial le habían dejado claro
que si ella se mostraba intransigente, la batalla resultante sería devastadora para
ambas partes. Según el capiscol marcial, las cifras de bajas del Clan en Tukayyid eran
espantosas y las actuales eran dos veces más elevadas. Algo que no ocurría desde que
las guerras terráqueas del siglo XX provocaron el tipo de matanza que veremos en
Coventry.
Si el comentario de Focht sorprendió a Marthe Pryde, ésta lo ocultó bien.
—Aprecio su consideración en este asunto. No interpretaré su declaración como
un insulto, porque está claro que no era ésa su intención. En el pasado, ha negociado
con los Lobos, y ahora son los Lobos los que lo aconsejan. Un Lobo podría incluso
aceptar su oferta y modificarla, pero es porque los Lobos no tienen ni vergüenza ni un
mínimo sentido del honor. Yo soy una Halcón de Jade. Mantengo mi oferta.
Focht hizo un gesto de conformidad.
—No pretendía ofenderla, Khan Marthe. Estamos preparados para comunicarle
nuestra oferta.

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Ella asintió.
—Procedan.
—¿Hauptmann Trevena?
Doc tomó aliento, se retiró la bufanda de la boca, se quitó las gafas y avanzó,
desarmado, hacia la Khan del Clan con orgullo y resolución. Quería que supiera que
respetaba su fuerza. Quería que supiera que en combate le daría una lucha que no
olvidaría en toda su vida.
Doc vio en sus ojos la promesa de que se lo devolvería. Eso es que nos
entendemos. Bien. Con los nervios a flor de piel, tragó saliva y comunicó su oferta.
—En nombre del capiscol marcial, en nombre de la fuerza de la coalición aquí
reunida, yo, Caradoc Trevena, comandante de los Titanes y conquistador de Whitting,
le ofrezco hégira.

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41

Whitting
Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
16 de junio de 3058
Victor sintió un dolor en las manos y tardó un rato en darse cuenta de que se estaba
clavando las uñas en las palmas. ¡Tienes que aceptar esta oferta! ¡Debes hacerlo!
La Khan de los Halcones de Jade ocultó completamente su reacción, pero
Rosendo no lo consiguió. Se quedó boquiabierto y cerró la boca al instante, pero la
sorpresa no desapareció de su mirada hasta que entrecerró los ojos y cambió la mueca
de los labios. Era obvio que entendía las implicaciones de la oferta y la oportunidad
de salvación que les daba a todos. Si la decisión de aceptarla o rechazarla hubiese
dependido de él, Victor no tenía la menor duda de que los Halcones de Jade habrían
partido de Coventry en un santiamén.
Rosendo miró a su Khan en silencio.
Marthe Pryde permaneció inmóvil, como si la oferta de Doc se hubiese
combinado con el viento para petrificarla. Tenía la mirada perdida y el único
movimiento que Victor pudo percibir fue el de sus cabellos y su abrigo mecidos por
el viento. Era como si se hubiera trasladado en el tiempo para sopesar las palabras
que había oído. Mientras tanto, el polvo y la arena difuminaban su rostro y la
convertían en la estatua de una antigua diosa de la guerra, debatiéndose entre la vida
y la muerte.
Bajó ligeramente los hombros y paseó su mirada de hielo entre Victor y el
capiscol marcial.
—Puede ser que tal vez me haya precipitado al subestimar el valor de los
consejeros de los Lobos, ¿quiaf?
Focht asintió con la cabeza.
—Af Khan Marthe.

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La Khan se giró para mirar a Doc.
—Yo, la Khan Marthe Pryde, conquistadora de Coventry, acepto la oferta de
hégira. Halago su generosidad ante las pérdidas que hemos sufrido en Whitting.
Doc sintió un gran alivio.
—Y yo halago su aprobación.
—La batalla que habríamos entablado habría quedado para siempre en nuestras
memorias.
Doc hizo un gesto de asentimiento.
—Es mejor el desprecio de un puñado de guerreros que un torrente de sangre y
lágrimas.
Marthe se quedó pensativa al oír sus palabras y suavizó el tono de voz.
—Como suele hacerse en caso de hégira, liberaremos a todos los sirvientes.
Victor se mostró conforme.
—Si le parece bien, traeremos a sus hombres aquí al anochecer y, de paso,
podemos llevarnos a los nuestros.
—Excelente —dijo Marthe Pryde, girándose hacia su segundo al mando—.
Comandante de galaxia Rosendo, haga los honores, por favor.
—Sí, mi Khan.
Marthe Pryde puso los brazos en jarra.
—Esta solución incruenta enojará a algunas de mis tropas.
Victor entrecerró los ojos.
—El que desease derramar sangre en este lugar que se revuelque cuanto quiera en
su enojo y frustración. No son sólo los Clanes los que albergan individuos así.
Marthe miró a los oficiales de la Esfera Interior que se habían reunido fuera de la
plaza.
—Ellos no sabían lo que ocurriría aquí, ¿quineg?
—Sólo sabían lo que todos nosotros sabíamos: si luchásemos, muchos morirían.
El honor la ha atrapado a usted, y la necesidad de proteger a nuestros hombres nos ha
atrapado a nosotros. Ahora usted mantendrá su honor, y nuestras tropas estarán
protegidas —dijo Victor, encogiéndose de hombros—. Los dos ganamos.
—Puede ser que ustedes ganen un poco más. En el pasado, los tres derrotaron a
los Clanes por la fuerza de las armas. Se utilizó nuestra naturaleza en contra nuestra;
para beneficio mutuo, de acuerdo, pero más en su beneficio que en el nuestro —dijo
Marthe Pryde, sacudiendo levemente la cabeza—. Intentaré recordar que conocen
varias formas de luchar.
El Khan de los Halcones de Jade ofreció la mano a Doc.
—Bien negociado y hecho. Los Halcones de Jade abandonan Coventry.
Doc le estrechó la mano con fuerza.
—Bien negociado y hecho. Los ganadores son los que habrían muerto. Con esa

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victoria nadie pierde.
Ambas partes dieron media vuelta y salieron lentamente de la plaza. Los
Halcones de Jade desaparecieron en una nube de humo marrón mientras los oficiales
de la coalición se iban aproximando. Jerrard Cranston y Ragnar se unieron al trío
cuando éste abandonó la plaza y caminaron por la grava hacia donde los esperaban
los otros oficiales.
La mariscal Sharon Byran se adelantó y avanzó rápidamente hacia Victor.
—¿Cuántos de nosotros han quedado fuera?
—No se preocupe, mariscal. Se ha acabado.
—¿Acabado? —repitió en un tono que se unió a la expresión de sorpresa de los
demás—. ¿Qué queréis decir con que se ha acabado?
—Les hemos ofrecido hégira.
—¿Qué significa?
Victor miró a Ragnar.
—¿Sería tan amable de explicarlo?
—Con mucho gusto, Alteza —contestó el joven Lobo, llevándose las manos a la
espalda—. Hégira es un derecho entre los Clanes que permite que un enemigo
vencido se retire con el honor intacto. Es una celebración de su habilidad y un signo
de respeto mutuo entre enemigos.
—¿Qué es esa tontería? ¿Cuándo fueron derrotados?
Victor señaló al Hunchback de los Titanes que sobresalía del grupo.
—Fueron derrotados en Whitting por el Hauptmann Trevena y sus Titanes. Él les
ha ofrecido hégira, y ellos han aceptado. Se irán en cuando intercambiemos
sirvientes.
—¿Se van? —repitió Paul Masters, de los Caballeros de la Esfera Interior,
parpadeando, sorprendido—. ¿Sin más?
—Sin más.
—¿Dejaréis que se vayan? —preguntó Sharon Byran sin dar crédito a sus oídos
—. Después de todo lo que han hecho, después de toda la muerte y la destrucción,
¿dejáis que se vayan libres de culpa?
Victor se disponía a responder cuando el capiscol marcial le puso una mano en el
hombro y lo detuvo.
—¿De qué se queja, mariscal Byran? Hemos venido aquí con la intención de
expulsar a los Halcones de Jade de Coventry. Ése era nuestro único objetivo, y lo
hemos cumplido. Se van de acuerdo con los derechos que los Clanes conceden a un
enemigo derrotado.
Kai adoptó lentamente una risueña expresión.
—Hace tiempo que teníais esto planeado. Vos concretasteis Whitting como lugar
para las negociaciones cuando estábamos llegando.

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Victor sacudió la cabeza.
—Me gustaría decir que soy así de listo, pero no puedo. Whitting fue sólo
cuestión de suerte. Yo propuse este lugar porque era la única ciudad de los
alrededores que estaba separada de su base y de la nuestra, y eso fue mucho antes de
que se nos ocurriera la idea de hégira. Cuando esto sucedió, el Hauptmann Trevena
tuvo que hacerse cargo de la oferta porque él era el causante de la última derrota.
Byran se giró con furia hacia Doc.
—¿Y usted aceptó formar parte de esto? ¿Estaba dispuesto a dejar que los que
mataron a su oficial al mando fueran liberados?
Victor habría contestado por él, pero Doc no le dio la oportunidad de hacerlo.
—Formé parte de esto porque he pasado los últimos tres meses luchando contra
esos malditos. He visto cómo herían, mutilaban y mataban a regimientos enteros de
hombres buenos y decentes. He llevado a cabo operaciones que sabía que eran
arriesgadas sin dejar de pensar que el miedo se me comería vivo…
—¡Y por eso escapa como un cobarde!
—No, maldita sea; no soy un cobarde. El miedo que sentía, el miedo que
combatía era el miedo de que matasen a mis hombres. Mis hombres, los hombres de
su mando, incluso los Halcones de Jade, no tenían ninguna necesidad de morir aquí.
Sí, todos estamos dispuestos a afrontar la muerte para preservar nuestra propia
libertad y nuestra forma de vida porque somos soldados, pero no está escrito en
ninguna parte que la única forma de volver a esa disposición sea con la sangre.
—La gente que ha muerto aquí pide a gritos una retribución.
•—Sólo los supervivientes gritan, mariscal Byran. Los muertos permanecen en
silencio —dijo Doc, alisándose el pelo con ambas manos—. El honor, los grandes
ideales y toda la justificación moral del mundo no significan nada al lado del valor de
una vida. Enviar tropas a la guerra por un objetivo que se puede alcanzar de cualquier
otra manera es un crimen de una magnitud tan grande como el asesinato en masa. Es
el demonio en su forma más pura. Yo no quiero tener nada que ver con él, y ninguno
de nosotros debería quererlo.
Doc, aliviado, miró a Victor Davion sin mediar palabra.
El Príncipe tomó la palabra.
—Todo lo que Doc ha dicho es cierto. Luchar aquí habría sido peor que un
asesinato porque nosotros habríamos matado Halcones y ellos nos habrían matado a
nosotros por un objetivo que no significaba nada para ellos. Vinieron a Coventry a
entrenar a sus tropas y demostrar a los otros Clanes que seguían siendo una fuerza a
tener en cuenta. Ésa era la razón por la que no podían retirarse aunque quisieran. Al
dejar que se marchen, todos salimos ganando.
Byran sacudió la cabeza.
—Sólo tendremos que matarlos en otro lugar y otro momento.

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Victor la miró con astucia.
—¿Se refiere a sus tropas o a las de ellos, mariscal? —preguntó Victor, dejándola
sin palabras para intervenir de nuevo—. Nos enfrentaremos a los Halcones en el
futuro, no hay duda de ello. Nos enfrentaremos a todos los Clanes otra vez, por
supuesto. El problema es que, como siempre, ellos han escogido los campos de
batalla. Luchan en mundos que nosotros tenemos que defender. Nos obligan a tomar
decisiones sobre lo que más queremos. Si continuamos luchando cuando ellos nos
llamen a combate, siempre estaremos en desventaja y nunca conseguiremos una
verdadera victoria.
Wu Kang Kuo habló con voz pausada.
—¿Cuál es vuestra solución al problema, Príncipe Victor?
El Príncipe de la Mancomunidad Federada miró a los oficiales reunidos y habló
con un tono y una expresión determinantes.
—La fuerza que hemos reunido aquí me demuestra que todos entendemos la
seriedad de la amenaza que suponen los Clanes. La solución parece igualmente clara:
tenemos que construir los fundamentos que hemos establecido en Coventry y hacer lo
que incluso los Clanes considerarían imposible.
Victor extendió las manos para dirigirse a todos.
—Amigos míos, necesitamos conseguir una fuerza unida, encontrar la fuente de
poder de los Clanes y, por primera vez desde que los conocemos, declararles la
guerra.

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42

Leitnerton, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
16 de junio de 3058

De pie sobre el tejado del edificio de la sede de los Titanes, Doc se rascaba la nuca
con aire pensativo.
—Buena pregunta, Shelly. Supongo que pensaba que me quedaría con los Titanes
o que, al menos, intentaría mantenerlos unidos. Ahora dudo que las Fuerzas Armadas
de la Alianza Lirana reconstruyan pronto los Décimos Soldados de Skye.
Shelly Brubaker se giró hacia él con la cara enrojecida por los últimos rayos del
día.
—Has impresionado a mucha gente con lo que has hecho aquí.
—Sólo hice lo que el Príncipe Victor me había dicho.
—No quiero decir eso, aunque los Clanes te considerarán de gran valor por haber
hecho la oferta. Ellos dan mucha importancia a cosas así —dijo poniendo una mano
sobre su hombro— y no me refiero a que consiguieras mantener un puñado de
’Mechs operativos durante una campaña de tres meses. Lo que ha impresionado a la
gente es tu habilidad para planear cosas, tus conocimientos sobre el enemigo y la
forma en que evitas tomar riesgos innecesarios con tus tropas.
—Te agradezco mucho que digas eso, pero a mí no me parece tan remarcable —
dijo Doc, encogiéndose de hombros mientras observaba cómo los aerocamiones que
regresaban de Whitting emprendían el camino a Leitnerton—. Supongo que me
cuesta reconocer que lo que hice fue impresionante porque yo… simplemente lo hice.
—Lo que es todavía más impresionante, Doc —dijo Shelly con la sonrisa en los
labios—. Por eso tienes que pensar en el futuro. Después de cómo hablaste con la
mariscal Byran tu carrera en las FAAL ha llegado a su fin.
—Sí, pero no es la primera vez que hago algo así. No será ningún problema.
—Haces que parezca una condena.

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Doc se echó a reír.
—Sí, supongo que sí. Mi problema es que algunas veces todo esto parece tan
irreal que se me escapa de las manos. De forma objetiva podría decir que si mis
hombres siguen con vida es porque he hecho un buen trabajo, pero no sé si podría
haberlo hecho mejor. Me estoy adentrando en un terreno nuevo, y la verdad es que
me asusta. Que te condenen a trabajar donde siempre es seguro.
Shelly retiró la mano de su hombro.
—Tai vez, te envíen a Calliston y puedas volver a establecerte allí con tu mujer.
—Mi ex mujer —dijo Doc, dando una palmadita en el bolsillo que contenía el
holodisco con todos los documentos legales—. Puedo salvar un planeta, unirme a
ComStar, pero Calliston se acabó para mí, y ella es historia.
—Eso es que estás cambiando.
—Sí, pero no radicalmente. Siento que tengo una obligación para con mis tropas
—dijo Doc, bajando la mano y agarrando la de ella—. Tú me entiendes de verdad,
¿no?
Ella le apretó los dedos.
—Mejor de lo que crees, Doc. ¿Qué me contestarías si te dijera que quiero a tus
Titanes en mi nuevo regimiento? Tengo permiso de la propia general de los Lobos
para ofreceros contratos a todos.
—La mayoría de los Titanes todavía tienen obligaciones con las FAAL.
—Ya inventaremos algo —dijo con los ojos centelleantes—. Todavía tendrás a
todos tus hombres cuando te unas a la mejor unidad mercenaria de la Esfera Interior.
Tenemos el mejor entrenamiento, el mejor equipo, nuestra propia elección de
asignaciones e incluso nuestro propio mundo. Ganarás más dinero que cualquier
teniente general de las FAAL, y tus tropas obtendrán aumentos similares. La pensión
y el subsidio familiar son los mejores de toda la Esfera Interior.
Doc entrecerró los ojos.
—¿Y cómo te sentirías tú si dijera que sí?
—Soy yo la que te ofrezco el trabajo, ¿recuerdas? No lo haría si no quisiera que
vinieras con nosotros.
—Pero ¿cómo te sentirías personalmente? —preguntó Doc con una sonrisa en los
labios mientras le apretaba suavemente la mano—. Durante todo este tiempo, he
sentido que había algo entre nosotros. Te he echado de menos desde que llegó el resto
de los Dragones y estabas todo el día ocupada. Soy consciente de que el ambiente se
ha enrarecido y estamos cansados y destrozados emocionalmente, así que no quiero
suponer o dar por hecho…
Shelly le cerró los labios con los dedos.
—Mi casa de Outreach es demasiado grande para una persona, pero no tengo
intención de trasladarme. ¿Responde eso a tu pregunta?

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—Sí, de una manera bastante sucinta y directa.
—Bien —dijo Shelly con una leve carcajada—. Entonces ¿te incorporarás a los
Dragones?
Doc esbozó una sonrisa.
—Es la mejor oferta que me han hecho en todo el día.
—Aún no se ha acabado el día, Hauptmann Trevena.
Doc y Shelly se giraron al advertir la presencia de Victor en la azotea.
—Pensaba que los Dragones contrataban desde dentro, coronel Brubaker.
—Así es, Alteza, excepto cuando se puede disponer de un talento excepcional.
El Príncipe hizo un gesto de asentimiento a Doc.
—El Hauptmann Trevena es mi empleado. No está disponible.
Shelly arqueo una ceja.
—Está al servicio de las Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana.
—Estaba al servicio de las FAAL. Para que todo estuviera en orden para la
ceremonia de esta mañana, los Titanes fueron trasladados temporalmente a la
Mancomunidad Federada. La mariscal Byran ha dejado claro que no cuenta con los
Titanes, así que estoy gestionando el traslado permanente —dijo Victor con una
sonrisa en los labios—. Trabaja para mí desde el amanecer, Doc. Seguro que ha
notado la diferencia.
—Lo cierto es que no, señor.
—En tal caso, permita que me corrija —dijo Victor, levantando ambas manos
para evitar comentarios—. Escuche todo lo que tengo que decirle y, luego, tome una
decisión. Si no le gusta lo que oye, puede resignar y mi pérdida irá en beneficio de los
Dragones.
Doc miró a Shelly, y ésta asintió con un movimiento de cabeza.
—Está bien, os escucho.
—Doc, en algún lugar de la línea de frente aprendió una lección que separa a los
comandantes de los grandes comandantes. Aprendió que la victoria sin
derramamiento de sangre es mejor que la victoria empapada en sangre. Sé que es algo
que todos los oficiales deberían saber y tener presente, pero la mayoría nunca lo
aprende y todavía menos intenta ponerlo en práctica. Es una lección que mi cerebro
asimiló hace poco, así que cuando encuentro a una persona que la entiende es una
persona a la que no quiero perder.
Victor caminó hasta el final de la azotea y vio cómo los prisioneros empezaban a
salir de los aerocamiones.
—Lo que he dicho antes en Whitting es cierto. Tenemos que declarar la guerra a
los Clanes y, para ello, hay que trabajar en equipo y trabajar por una misma causa.
Sin duda, morirá mucha gente durante la campaña, pero no quiero ninguna muerte
estúpida. Quiero objetivos, y no, recuentos de cadáveres. Quiero misiones bien

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definidas y completas, y no, victorias pírricas que acaben con nosotros.
»Para conseguirlo necesito gente como usted, Doc. Quiero nombrarle capitán
general, presidente del Comité de Coalición para la Revisión de Operaciones. Usted y
su equipo serán los encargados de revisar todas las operaciones, todas las situaciones
y encontrar la mejor manera de hacerlo, con menos bajas y más eficacia. Si usted dice
que no se puede iniciar una operación si no se modifica, no se iniciará sin que se
modifique. Si me dice que un comandante está sobrestimando o subestimando al
enemigo, diré que lo está haciendo.
Shelly asintió con la cabeza.
—Quiere que Doc sea la conciencia de la Coalición.
—Así es, pero también quiero que sea su cerebro. Él reunió a un puñado
variopinto de soldados y sacó lo mejor que había en ellos. Puede ser que consigamos
el mismo efecto en los comandantes que formarán parte de esta coalición —dijo
Victor con la mirada fija en Doc—. Su trabajo consistirá en salvar vidas. El fin de
deshacer los Clanes no puede servir y no servirá para justificar los medios. Creo que
usted es el hombre ideal para el puesto y, por eso, se lo ofrezco.
El Príncipe de la Mancomunidad Federada bajó la vista un instante.
—Una última cosa. Cuando he subido aquí me he dado cuenta de que había algo
personal entre usted y la coronel Brubaker. Yo nunca envidiaría su felicidad, la
felicidad que tanto escasea en este tipo de trabajo, como yo bien sé. Sin embargo,
antes de que rechace mi oferta por este motivo le comunico que los Dragones se
ausentarán de Outreach durante mucho tiempo porque partirán con el resto de
nosotros. Es probable que se vean más a menudo si Doc se incorpora a mi equipo que
siendo un Dragón.
Doc movió la cabeza como si reflexionara y sintió que Shelly le apretaba la mano.
El puesto que Shelly le ofrecía con los Dragones le permitiría supervisar sus tropas y
mantenerlas fuera de peligro, pero Doc sabía que no sería siempre así. Llegaría el día
en que alguien cometería un error, un error crítico, y perjudicaría a los Titanes, podía
ser que incluso destruyéndolos. Pero lo peor de todo era que tenían que ser los
Titanes lo que cometiesen el error —alguien del equipo que les ordenase ir al sitio
equivocado en el momento equivocado— y lo pagasen caro.
La oferta de Victor significaba que Doc sería el hombre encargado de evitar que
eso ocurriera. Era consciente de que a pesar de lo bien que había dirigido a su unidad
contra los Halcones, lo había conseguido más por suerte que por habilidad. Claro
estaba que su capacidad para pensar y planear había evitado que los Titanes corrieran
riesgos innecesarios, pero si hubiesen tenido problemas no estaba seguro de si habría
sido capaz de ponerse de nuevo al mando. Su fuerza residía en la capacidad de
analizar la debilidad, planear estrategias y colocar a la gente en puestos que les
permitiera aprovechar sus capacidades al máximo.

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Y mi fuerza significa que puedo hacer este trabajo. Miró a Shelly, y ésta le hizo
un gesto de asentimiento con los ojos medio abiertos.
—¿Qué ocurrirá con los Titanes?
—Necesitará personal. Seleccione a los que quiere que vayan con usted, y el resto
puede escoger sus propias asignaciones. Ya me aseguraré yo de que las consigan —
dijo Victor con una sonrisa—. A veces, va bien ser el Príncipe arconte.
Doc asintió con la cabeza.
—De acuerdo; acepto su oferta.
Shelly le dio un fugaz beso.
—Pese a lo mucho que me duele decir esto, has tomado la decisión correcta.
—Gracias.
Victor ofreció la mano a Doc.
—Felicidades, teniente general Trevena.
—Gracias, Alteza —dijo Doc, apretando la mano de Victor antes de detenerse a
mirar a alguien que pasaba por la calle de abajo—. Si me perdonáis, Alteza, tengo un
deber que cumplir.
Victor parpadeó en señal de sorpresa.
—Disculpe, ¿cómo dice?
Doc miró a Victor y a Shelly, y señaló a un hombre fornido que salía de uno de
los aerocamiones.
—Ese es Wayne Rogers, de los Soldados de Waco. La última vez que lo vi
cometió una imprudencia que puso en peligro a mi unidad. Le prometí que la próxima
vez que lo viera lo tumbaría. Pensaba que los Clanes lo habían matado, pero no ha
sido así.
Shelly sacudió la cabeza.
—Es demasiado estúpido para darse cuenta de que podía morir en esa emboscada.
El Príncipe puso los brazos en jarra.
—¿Y por eso ahora, teniente general Trevena, quiere bajar y tumbarlo?
Doc asintió.
—Vos no querríais tener un oficial en el equipo que no cumpliera sus promesas,
¿verdad?
—No, pero ahora es un teniente general, y de las Fuerzas Armadas de la
Mancomunidad Federada, no de las FAAL —dijo Victor con el ceño fruncido—. No
puede ir por ahí pegando a líderes mercenarios sólo porque son estúpidos…
—Alteza…
—… al menos si no tiene órdenes de hacerlo —dijo Victor, encogiéndose de
hombros—. Adelante.
Doc se quedó perplejo.
—¿Alteza?

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—¿Seis meses en las FAAL y ya ha olvidado cómo suena una orden? —dijo
Victor, inclinando la cabeza hacia las escaleras de la azotea—. Vaya a cumplir su
promesa. Es una orden, teniente general.
—¡Sí, Alteza!
Doc ejecutó las órdenes fielmente.
Y con tan sólo un puñetazo.

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Epílogo

Ciudad de Tharkad
Tharkad
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
17 de junio de 3058
El mando a distancia rebotó en la pantalla del visor con gran estrépito. Katrina se dio
cuenta de que la expresión de sonrisa de su hermano no había cambiado ni pizca:
seguía mostrando la petulancia de siempre. Pero lo que realmente le molestaba era
que sabía que Victor había escapado al desastre por pura suerte y, sin que él lo
supiera, gracias a la intervención de ella.
La inteligencia de la operación de los Halcones de Jade en Coventry que había
dejado en manos de Vlad le había obligado a enviar un mensaje a Marthe Pryde
informándole de su interés en adquirir varios mundos de los Halcones. Katrina quería
presionar a los Halcones de Jade con la amenaza de que si no se retiraban de
Coventry enviaría a dos de sus enemigos.
Pero quería que se retirasen después de que me hubieran librado de Victor. Sin
embargo, la presión de los Lobos había proporcionado a los Halcones una razón para
aceptar la oferta de hégira de Victor. Marthe Pryde había aceptado hégira para
frustrar a Vlad, pero al hacerlo también había frustrado a Katrina.
—¿Queréis que congele la imagen, Alteza?
Katrina sintió un deseo incontenible de pegar a Tormano Liao, que entonces
sostenía el mando a la espera de su respuesta, pero se refrenó.
—Borradla, por favor.
Tormano pulsó un botón, y el rostro triunfal de Victor se convirtió en un punto
luminoso.
—Fácil.
—¡Ojalá fuera así de fácil! ¡Su muerte en combate habría sido perfecta! —
exclamó con un gesto de rechazo hacia la oscura pantalla—. Resulta que aparece con

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esa coalición, pide a los Halcones que se vayan, y ellos van y lo hacen. Pero lo más
irritante es que desde que usted bloqueó las noticias sobre los asaltos y eliminó las
depredaciones más siniestras de los Halcones ni siquiera puedo acusar a Victor de
cobarde. Parece como si él y los suyos hubiesen reaccionado rápidamente ante una
situación de emergencia y sus esfuerzos hubieran sido recompensados.
Tormano inclinó la cabeza como si estuviera arrepentido, pero ella sabía que no
tenía ningún sentimiento de culpabilidad.
—Disculpad las molestias que os he causado, pero no tenía mucha elección.
Estoy convencido de que a vuestras tropas no les gustaría saber que estuvisteis en el
espacio de los Clanes y llegasteis a un acuerdo con un Khan del Clan.
—¿Intenta amenazarme?
—Yo no, Alteza. A mí me acusarían de complicidad en este acto de traición por
haberos encubierto. Aunque vuestros esfuerzos con el Clan de los Lobos fueron
decisivos para la retirada de los Halcones, debéis mantener en secreto vuestra
implicación en el asunto.
—Ya lo sé —dijo Katrina, dando un puñetazo en la mesa—. ¡Ni un solo rasguño!
¡Maldito sea! Justo cuando quiero que se convierta en soldado y se mate, el
condenado encuentra una manera de evitar la lucha. La historia de Coventry quedará
tan bien en las noticias que retrasará mis esfuerzos por envilecerlo. Una verdadera
historia de David y Goliat: ¡el Príncipe diminuto y una compañía de ’Mechs ligeros
expulsan de Coventry a ocho galaxias de Halcones de Jade! Incluso los que odian a
Victor tendrán que admirar su astucia para librarse de los Halcones. Es el cuento de
nunca acabar.
Tormano la observó con expresión cautelosa.
—Quizás eso sea cierto, Alteza.
Katrina se detuvo.
—No estoy de humor para adivinanzas, mandarín, así que suéltelo ya.
—Vos habéis dicho que queríais que Victor ejerciera el papel de soldado, un papel
con el que se le identifica a menudo. Tal vez vos deberíais adoptar el papel con que la
mayoría de gente os relaciona.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que vos sois la pacificadora que intentó mediar entre su hermano
y el duque Ryan Steiner, la pacificadora que intervino para que su hermano no
declarase la guerra a la Liga de Mundos Libres —dijo Tormano mientras dejaba el
mando sobre la funda del visor holográfico—. Fuisteis vos la que reunisteis a la mitad
de la coalición de Victor porque ni los Dragones, ni los Asaltantes de Harloc, ni los
Caballeros de la Esfera Interior habrían comparecido de no haber sido por vuestros
esfuerzos. Como Victor ha indicado en su declaración, esta victoria, y su repercusión
en el futuro, es una victoria para toda la Esfera Interior, y también es, en gran parte,

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vuestra victoria.
Katrina se echó hacia atrás con un brusco ademán que desbarató su dorada
cabellera.
—¿Soy una pacificadora? ¿Cómo puedo pedir méritos por esta victoria militar sin
alterar mi credibilidad?
—No pidáis méritos por la victoria, Alteza, sino ejerced control sobre el gigante
que ha creado —contestó Tormano con una sonrisa que no ocultaba su falsedad—.
Aclamaréis esta victoria. Daréis las gracias a vuestro hermano y a todos los demás
con el encanto y el ingenio que sólo vos poseéis. Todavía mejor: como conciliadora y
pacificadora, declararéis vuestra intención de que Tharkad se convierta en la sede de
la Conferencia de Whitting. Invitaréis a todos los partidos de esta coalición para que
formalicen la unidad de Whitting. Fue con motivo de esta unidad que los Clanes se
retiraron, y lo que empezó con una retirada en Whitting puede abriros camino
después de vuestra conferencia.
—Entiendo lo que dice, Tormano —dijo Katrina con una sonrisa cada vez más
evidente.
Como patrocinadora de la conferencia, podría organizar el programa y, si se
esforzaba por unir a los partidos, podría obtener el resultado que quería. Como jugaba
en casa sería capaz de reunirlos a todos para conseguir sus objetivos.
—Esto me dará un gran poder, pero no sé cómo me librará de Victor.
—Estoy seguro, Alteza, de que no estáis tan ciega —dijo Tormano, golpeando la
pantalla con los nudillos—. Vuestro hermano ya ha declarado cuál será el objetivo de
esa conferencia. Reunirá fuerzas suficientes para hacer la guerra a los Clanes en su
propio territorio.
—Por supuesto —dijo Katrina con un gesto de convicción—, y mi hermano
Victor, un guerrero nacido de guerreros, será la única opción lógica para dirigir esa
fuerza.
—Exactamente, Alteza —dijo Tormano, imitando la sonrisa burlona de Katrina
—. La guerra los llevará lejos de aquí, hacia los mundos que crearon y protegieron a
los Clanes, y sólo cuando los planetas natales de los Clanes hayan caído desaparecerá
su amenaza a la Esfera Interior.
—Y mientras Victor y los suyos estén de viaje —dijo Katrina en un susurro—,
prepararé a la Esfera Interior para su regreso.

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