Resumen Capitulo 5 Del Libro Terapia Existencial
Resumen Capitulo 5 Del Libro Terapia Existencial
Resumen Capitulo 5 Del Libro Terapia Existencial
Para Buber, la relación entre la persona y lo otro (el otro) ocupa el primer lugar en
cuanto a jerarquía de importancia, cronológicamente y su temporalidad.
Lo importante no es lo que sucede dentro de las mentes de las partes de una relación,
sino lo que sucede entre ellos. El tipo de persona que somos surge de la forma
específica cómo nos relacionamos. Si nos relacionamos abiertos a la novedad y a la
sorpresa, permitiéndonos ser influenciados e influir en aquello con lo que nos
relacionamos, estamos en el modo yo-tú y si nos relacionamos a través de aspectos
preconcebidos o cerrados a que el o lo otro nos transforme y nos influya, estamos en
una relación yo-ello. El yo en sí mismo no existe, se trata siempre del yo de la relación.
Buber (1988): “El crecimiento más interno del self… se da cuando se nos hace
presente el otro y sabemos que él nos está haciendo presentes”.
Otra forma de explicar esto sería que en un diálogo, cambiamos el hablar a (el
consultante habla a su terapeuta o grupo de terapia, el terapeuta responde a, habla a si
consultante o grupo terapéutico) por el hablar con, que involucra a todos los
participantes del diálogo.
Una primer precondición para que un diálogo terapéutico se establezca, es que ambos
participantes (consultante y terapeuta) deseen o tengan la disposición para tal tipo de
encuentro entre ellos y se abran a compartir el intercambio de sensaciones,
pensamientos, sentimientos y cualquier otra información que emerja del encuentro.
Otra precondición es la disposición por parte de ambos para dejarse impactar por el
otro; ser transformado por ella o él, y surgir de manera novedosa posteriormente a
dicha conversación.
Por tanto, el diálogo requiere de una apertura y disponibilidad para ser transformado
y transformar, para aprender y enseñar, para observar y para dejarse ser observado
por el otro.
Los terapeutas amplían su estilo de trabajo para abrirse más allá de lo exclusivamente
verbal y racional, y abrazar una práctica corpórea, que involucre a su ser de manera
global. Al renunciar a la certidumbre, los terapeutas se colocan en una posición que les
invita a desarrollar un estilo terapéutico que incluya un grado importante de
improvisación y creatividad.
Los terapeutas existenciales desarrollan su improvisación sobre la base de un
conocimiento y práctica de la fenomenología, de la filosofía existencial, y de varios
mapas terapéuticos propios de la perspectiva existencial.
EL ARTE DE ESCUCHAR
Esta práctica relacional requiere que quien escucha esté completamente ahí, y
completamente con el otro. Lo que implica estar presentes desde nuestro cuerpo
entero y ser todo oídos.
Peter Wilberg (2004) realiza una serie de recomendaciones para los terapeutas que
deseen entrenarse en la lucha como práctica relacional, desde una mirada
Heideggeriana. Propone en primer lugar que los terapeutas escuchemos
corporalmente, atendiendo no solo las palabras del consultante y a sus tonos y
flexiones de voz, sino también a sus ritmos y pausas, a su cuerpo de manera global y
no solo a las expresiones de su rostro, y a la energía que se mueve entre los
participantes del proceso terapéutico. Esta forma de escucha puede enriquecerse con
las propuestas de Gendlin (1999) sobre el Focusing.
Las herramientas del Focusing, aun cuando los clientes de terapia pueden aprenderlas
para promover su trabajo personal, pueden ser vistas principalmente como una
herramienta del terapeuta para con su propio proceso corporal y de esta manera
desarrollar mayor habilidad para la escucha como práctica relacional.
El concepto de reciprocidad cuestiona la idea de que los consultantes son los únicos
receptores de terapia: que solamente ellos obtienen beneficios emocionales o
psicológicos y que los terapeutas obtienen exclusivamente beneficio de índole
económico y quizá la sensación de sentirse útiles de aportar algo para el bienestar de
la humanidad.
Sheldon Koop (1929 - 1999) consideraba que parte de la tarea del terapeuta, es
dejarle saber a su consultante que él también atraviesa por dificultades en la vida, y
que el entrenamiento en terapia no lo convirtió en ningún tipo de trascendido o
iluminado, y que seguramente atraviesa por muchos problemas, al igual que sus
consultantes.
Aun cuando podemos considerar tal intimidad útil para los procesos tereapéuticos, no
podemos asumir que todos los consultantes desean tal tipo de relación o que la
intimidad es siempre algo positivo, bueno o deseable.
Es posible partir entonces de que hagamos lo que hagamos (o dejemos de hacer lo que
dejemos de hacer), nuestra propia personalidad, estilos y experiencias en la vida
estarán presentes a cada momento de las sesiones terapéuticas, y a las temáticas
sobre las que giren nuestras conversaciones serán siempre compartidas. Como
mencionaba Koop, las luchas y dilemas de nuestros consultantes son siempre nuestras
también-
Emmy van Deurzen considera esto una ventaja “Me parece que la esencia de un buen
trabajo terapéutico consiste en ser capaces de engancharnos francamente con los
problemas vitales que nuestros clientes enfrentan” (van Deurzen, 2001, p.107).
Todos confrontamos los mismos asuntos antes o después. Aquellos problemas que
nuestros consultantes enfrentan, es muy posible que hayan sido nuestros propios
problema alguna vez, o quizá lo son ahora, o lo serán después; por lo que en vez de
asumir la posición alejada o desinteresada, podemos reconocernos como co-
investigadores, trabajando y analizando conjuntamente; o como compañeros de ruta.
Si logramos cambiar hacia un paradigma que contemple nuestro trabajo como una
investigación existencial, quizá sea más sencillo permitirnos, animarnos a permanecer
abiertos al encuentro con el otro, a ser tocados con su narración y a experimentar
emociones ante los sucesos propios de la existencia, y entonces estaremos más
abiertos a dudar y a maravillarnos con la existencia compartida (van Deurzen 2001).
Berenstein (2004) también hace una diferencia entre el trabajo con una visión del uno
a un trabajo con una visión del dos:
Visión del uno: el trabajo se constituye con uno que requiere elaborar sus
conflictos internos y otro que permite y colabora en el conocimiento de aquel,
con base a una fuerte relación de asimetría.
Visión del dos: se trata de dos sujetos que, sin omitir ni suprimir quien es cada
uno, avanzan en la producción del vínculo entre ellos, para encontrarse y
admitir que, a partir del encuentro, cada uno será un poco diferente de lo que
era.
1. El nivel de las personas reales. Puedo alegrare por ver a mi paciente, puesto
que el “hecho de ver a otro alivia la soledad física que es patrimonio de todos
los seres humanos” (May, 2000; p. 121); o de igual firma el cliente puede
alegrarse de verme a mí.
2. El nivel de los amigos. Confiemos que el otro tiene interés real en el encuentro.
3. El nivel de la estima o afecto. La capacidad de sentir preocupación por el
bienestar ajeno.
4. El nivel erótico. Considera que el erotismo forma parte de cualquier relación
humana y que era importante no negar este aspecto, sino aceptarlo como parte
de nuestra naturaleza, como una de las formas de la comunicación y que si el
terapeuta no lo reconoce, se perderá de uno de los recursos más dinámicos
para el cambio en la terapia.
Todos los niveles de los que habla May son parte del encuentro real, y cada uno de
ellos se podría ver distorsionado por la transferencia, pero esta última es una
desviación que requiere ser señalada y corregida en aras de centrarnos en el
encuentro real.
Emmy van Deurzen (2000;2001) propone que en la relación terapéutica, tanto cliente
como terapeuta, se encuentran teniendo ciertas bases o fundamentos. El trabajo en la
clarificación de los mismos, reemplaza las ideas de transferencia y
contratransferencia. Al mismo tiempo elimina la atractiva pero ilusoria idea de que
pueda haber una actitud neutral y libre de interferencias del terapeuta hacia su
cliente. Una parte fundamental del trabajo consiste en que el terapeuta parta de no
negar dichas influencias y de estar constantemente dispuesto a explorarlas y
clarificarlas juntos con su cliente.
Sin embargo, aún hablar de mundos experienciales sigue sin ser del todo exacto para
describir la naturaleza procesual y en movimiento de la condición humana. Este
término, junto con muchos otros que se usan actualmente para referirse a la persona
humana o a la relacionalidad, pueden fácilmente restringir, encasillar, imponer cierta
forma de pasividad, o dar el carácter de terminado o completo a aquello que intentan
designar.
Sin embargo cada vez que nos referimos a este mundeando experencialmente, lo
hacemos desde un particular punto de vista, desde una perspectiva específica.
Spinelli sugiere llamar a esta inevitable acción humana como perspectiva o mirada del
mundo (worldview), la cual expresa la consecuencia estructural de todas las
reflexiones humanas sobre el mundeando experencialmente (worlding). Al hacer esto,
el intento de expresar la existencia relacional a través de la estructura esencialista de
la perspectiva del mundo, se impone una inevitable escisión entre la experiencia del
ser en proceso, y lo experenciado un instante anterior, entre el siendo y lo que ha sido.
(Spinelli, 2007).