Resumen Capitulo 5 Del Libro Terapia Existencial

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EL DIÁLOGO TERAPÉUTICO

Al hablar de diálogo en la aproximación existencial es inevitable la referencia a Martin


Buber (2006) el cual desarrollo una posición dialógica o dialogal del existencialismo y
a Maurice Friedman (2002), quien es el principal motor de la terapia dialogal (basada
en los principios buberianos). “Llamamos psicoterapia dialogal a la terapia que se
centra en el encuentro entre el terapeuta y sus clientes”.

Para Buber, la relación entre la persona y lo otro (el otro) ocupa el primer lugar en
cuanto a jerarquía de importancia, cronológicamente y su temporalidad.

Lo importante no es lo que sucede dentro de las mentes de las partes de una relación,
sino lo que sucede entre ellos. El tipo de persona que somos surge de la forma
específica cómo nos relacionamos. Si nos relacionamos abiertos a la novedad y a la
sorpresa, permitiéndonos ser influenciados e influir en aquello con lo que nos
relacionamos, estamos en el modo yo-tú y si nos relacionamos a través de aspectos
preconcebidos o cerrados a que el o lo otro nos transforme y nos influya, estamos en
una relación yo-ello. El yo en sí mismo no existe, se trata siempre del yo de la relación.

Una relación terapéutica caracterizada por el Yo-Tú es una relación sujeto-sujeto,


directa, mutua, presente y abierta, mientras que una relación terapéutica Yo-Ello es
del tipo sujeto-objeto, donde uno se relaciona con el otro de una manera indirecta y no
mutua, conociendo y usando al otro.

Buber (1988): “El crecimiento más interno del self… se da cuando se nos hace
presente el otro y sabemos que él nos está haciendo presentes”.

Una terapia relacional (existencial) es dialógica o dialogal y se centra en el encuentro


entre la terapeuta y su consultante.

La relación terapéutica consiste en una conversación co-construida entre los


participantes del proceso terapéutico.

La palabra diálogo significa conversación.


Sus raíces griegas (hablar a través o a través del habla):
 Día = a través.
 Logo = hablar, palabra o significado.
Dicha definición no implica necesariamente la presencia de otra persona, por lo que la
palabra diálogo no requiere que dicha actividad sea realizada entre dos o más sujetos
de conversación, podría ser realizado por una sola persona. Al igual que no implica
que cuando dos o más personas se encuentren conversando, se esté realizando un
dialogo.

John Shotter propone que en lugar de hablar del pensamiento dialógico vs el


pensamiento monológico se podría hablar de pensamiento con vs pensamiento acerca
de. El pensamiento con se refiere a una forma dinámica de relación reflexiva que
envuelve tener contacto con otro ser vivo, con sus elocuciones, sus expresiones
corporales, sus palabras, y su obras. El pensamiento acerca de, convierte a la otra
persona en un objeto sin conciencia propia (Hoffman, 2007 a).

Otra forma de explicar esto sería que en un diálogo, cambiamos el hablar a (el
consultante habla a su terapeuta o grupo de terapia, el terapeuta responde a, habla a si
consultante o grupo terapéutico) por el hablar con, que involucra a todos los
participantes del diálogo.

En un diálogo (desde el pensamiento con), el énfasis no está puesto sobre ninguno de


los participantes. La terapeuta pone el énfasis en el nosotros que van construyendo en
conjunto. La terapia no es centrada en el cliente sino centrada en la relación.

Una primer precondición para que un diálogo terapéutico se establezca, es que ambos
participantes (consultante y terapeuta) deseen o tengan la disposición para tal tipo de
encuentro entre ellos y se abran a compartir el intercambio de sensaciones,
pensamientos, sentimientos y cualquier otra información que emerja del encuentro.

Otra precondición es la disposición por parte de ambos para dejarse impactar por el
otro; ser transformado por ella o él, y surgir de manera novedosa posteriormente a
dicha conversación.

Una conversación ordinaria entre dos personas, caracterizada por el intercambio de


información, donde ninguno de los participantes está disponible para ser
transformado por el otro, se le podría denominar duólogo.

Por tanto, el diálogo requiere de una apertura y disponibilidad para ser transformado
y transformar, para aprender y enseñar, para observar y para dejarse ser observado
por el otro.

El diálogo en su propia naturaleza, envuelve incertidumbre e inocencia (un-knowing).


El interés sincero con el otro requiere no-saber todo sobre el otro, ni sobre su
situación o sobre su futuro; independientemente de que dicho saber surja a partir de
una experiencia previa, de conocimiento teórico o por familiaridad.

El diálogo requiere una actitud inocente hacia sus resultados y finalidades. En un


diálogo genuino, no podemos conocer de antemano las diversas formas como una
historia puede y será contada, los giros que la narrativa puede tomar o la versión final
de la misma (Anderson, 2007).

Gadamer sugiere que hay 2 tipos de diálogos:


a) Aquellos que presentan una intención o dirección pre-establecida, previa al
diálogo en sí, por al menos uno de los participantes.
b) Diálogos cuya dirección e intención se va construyendo y va emergiendo a
través del proceso del diálogo mismo.
Ernesto Spinelli sugiere que en la Terapia Existencial buscamos generar el segundo
tipo de diálogo, lo que requiere que los participantes tengan una disposición receptiva
hacia cualquier posibilidad no vista anteriormente así como la disponibilidad para
renunciar a la seguridad que acompaña a la sensación de hacer lo correcto, o de
asumir la posición de experto e incluso a la renuncia a intentar dirigir el proceso
terapéutico hacia cualquier dirección previamente diseñada cultural, teórica o
personalmente por cualquiera de los participantes.

En el diálogo los involucrados se re-crean el uno al otro de forma temporal o


duradera. Ninguno de los participantes emerge del encuentro sin alguna sensación de
haber cambiado (personal e interpersonalmente), quizá también emerjan con un
cierto sentido de las posibilidades de lo que uno y otro, y ambos, pueden llegar a ser
(Spinelli & Cooper, 2012).

En un diálogo se permite que emerjan opiniones y puntos de vista diferentes.

La labor terapéutica está más cercana a buscar el equilibrio entre espontaneidad e


intimidad, lo que implica la disponibilidad de la terapeuta a encontrarse con su
consultante de formas más cooperativas que competitivas, lo que no implica tener que
estar de acuerdo en todo ni ser empáticos. Lo que se requiere es un constante
monitoreo de lo que va aconteciendo en la relación terapéutica. Es importante que la
terapeuta ponga atención varias veces durante cada sesión a la experiencia de estar
juntos, conversando y relacionándose.

En vez de buscar de manera específica la empatía, los terapeutas existenciales


intentan poner en práctica la confirmación del otro y la inclusión en sus experiencias.
La confirmación siempre ocurre a través de otro que es confirmado a la vez.

Para Buber y la Terapia Dialogal propuesta por Maurice Friedman (2002), la


confirmación consiste en la experiencia de que otro nos confirme en nuestra unicidad,
y en la aceptación y apertura de la persona que podemos llegar a ser. Para Buber, el
diálogo requiere que cada persona reconozca en el otro características únicas e
irrepetibles, por lo que en vez de pensar: “¿en qué se parece esta persona o la que me
narra a experiencias previas con otra personas? o ¿en que se asemeja a lo que me
informa la teoría?, como suele hacerse en otros modelos terapéuticos, el terapeuta
dialogal se propone preguntarse: ¿qué es lo único de esta narración y de esta
persona?; ¿qué es lo que la hace ser quien es y no nadie más?

Practicamos la inclusión cuando consideramos que, si hubiéramos tenido las


experiencias y contextos que nuestro consultante se refiere, muy probablemente
experimentaríamos al mundo y a nosotros mismos de maneras semejantes y que el
que tengamos experiencias diferentes es en muchos sentidos el resultado de aspectos
contingentes que perfectamente podrían haber sido de otra manera.
En términos buberianos, la inclusión implica imaginar lo real; experenciar el otro lado
de la conversación. Estar abiertos a experimentar los sentimientos, pensamientos y
creencias del otro (Friedman, 2002).

Friedman (2002) incorpora diferentes elementos en una terapia dialogal:


1. “Lo intermedio o lo interhumano, el reconocimiento de una dimensión
ontológica en el encuentro entre las personas, o lo interhumano que suele
pasarse por alto debido a nuestra tendencia a dividir entre interno y externo,
subjetivo y objetivo”.
2. “El reconocimiento de lo dialógico - “Toda vida real es encuentro” (Buber,
1959, p.11) - como el elemento esencial de la existencia humana donde nos
relacionamos con los otros en su unicidad y su otredad, y no como simple
contenido de nuestra experiencia.
3. El reconocimiento de que en toda relación, hay siempre un movimiento doble
que por un lado nos distancia y aleja del otro, y por otros nos invita a
acercarnos en la relación con él.
4. La sanación ocurre a través del encuentro, entendiendo sanación no como un
acto de reparación, sino de restauración de nuestra capacidad de vincularnos
con nosotros mismos y con el mundo de maneras más abiertas e involucradas.

Si el terapeuta no se abre a las posibilidades de ser impactado, movido, influido y


transformado por el otro en el diálogo, está generando una relación yo - ello (Buber,
2006). Para construir una relación yo-tú, es importante que el terapeuta se muestre
abierto a que la historia y/o persona de su consultante lo toque, lo influya, lo afecte y
lo transforme. Para ello se necesita renunciar a sus intenciones de provocar,
transformar o reparar algo en la persona de su consultante.

Un terapeuta que trabaje bajo estos lineamientos, renuncia a intentar cambiar su


consultante. También renuncia a ofrecer algún tipo de seguridad, consejo o ayuda
para ser más real. “Por bien intencionada que se la urgencia de curar, la idea misma de
“curar” necesariamente propone la idea de poder”. (Bateseon en Anderson, 1999,
p.54).

La principal finalidad de la terapia según esta propuesta, consiste en la posibilidad de


generar una relación colaborativa para la exploración, descripción y clarificación de lo
que implica y significa ser-en-el-mundo, y la forma como ello se expresa en la relación
terapéutica misma.

Los terapeutas amplían su estilo de trabajo para abrirse más allá de lo exclusivamente
verbal y racional, y abrazar una práctica corpórea, que involucre a su ser de manera
global. Al renunciar a la certidumbre, los terapeutas se colocan en una posición que les
invita a desarrollar un estilo terapéutico que incluya un grado importante de
improvisación y creatividad.
Los terapeutas existenciales desarrollan su improvisación sobre la base de un
conocimiento y práctica de la fenomenología, de la filosofía existencial, y de varios
mapas terapéuticos propios de la perspectiva existencial.
EL ARTE DE ESCUCHAR

La escuela como práctica relacional no es sólo una “herramienta comunicacional”, sino


un modelo del Dasein que involucra directamente su ser-con (Mitsein). Heidegger
propone que la condición humana debe entenderse de manera vinculada con su
mundo tanto en la dimensión espacial como temporal. Esta forma de entender la
situación humana, que llamó Dasein, cuenta con un aspecto fundamental de su
relación con-el-mundo que es su relación-con-los-otros a la que llamó: Mitsein. Se
refiere a la relación con aquellos que son semejantes a mí, y al mismo tiempo
distintos. Dicha situación me hace único (y a cada Dasein en el mundo), aunque
siempre en relación con los otros.

Esta práctica relacional requiere que quien escucha esté completamente ahí, y
completamente con el otro. Lo que implica estar presentes desde nuestro cuerpo
entero y ser todo oídos.

Para la posición existencial es importante recordar que la narración del consultante,


tanto el contenido de la misma como el proceso y la forma como la comunica, es ya
una respuesta a la manera como experimenta estar siendo escuchado por su
terapeuta.

Peter Wilberg (2004) realiza una serie de recomendaciones para los terapeutas que
deseen entrenarse en la lucha como práctica relacional, desde una mirada
Heideggeriana. Propone en primer lugar que los terapeutas escuchemos
corporalmente, atendiendo no solo las palabras del consultante y a sus tonos y
flexiones de voz, sino también a sus ritmos y pausas, a su cuerpo de manera global y
no solo a las expresiones de su rostro, y a la energía que se mueve entre los
participantes del proceso terapéutico. Esta forma de escucha puede enriquecerse con
las propuestas de Gendlin (1999) sobre el Focusing.

Las herramientas del Focusing, aun cuando los clientes de terapia pueden aprenderlas
para promover su trabajo personal, pueden ser vistas principalmente como una
herramienta del terapeuta para con su propio proceso corporal y de esta manera
desarrollar mayor habilidad para la escucha como práctica relacional.

En resumen, la propuesta del Focusing consiste en que la terapeuta comience por


despejar un espacio para poner atención a su propio cuerpo, a cualquier sensación
que experimente en su proceso corporal.

Gendlin (1999) sugiere que al captar o registrar alguna experiencia corpórea, es


importante no detenerse en ella, no adentrarse más alla del registro de la misma. Una
vez captada la sensación sentida es importante permitir que continúen emergiendo
otras, sin fijar ninguna de ellas en nuestra atención, como en una especie de atención
flotante o meditación que únicamente reconoce y registra las diversas experiencias
corporales que van emergiendo. La siguiente etapa consiste en permitir que aparezca
una o varias palabras, metáforas o imágenes que de alguna manera simbolicen las
experiencias corpóreas que se presentan durante el momento mismo de la sesión
terapéutica. A esta etapa Gendlin la llama “lograr un asidero” (a la forma cómo se
facilita sostener la experiencia corpórea cuando se le aporta un nombre o imagen).
Posteriormente, la terapeuta puede ir y venir entre las palabras o imágenes y las
sensaciones corporales, haciendo resonar a unas con otras. A continuación puede
preguntarse a sí misma: ¿qué me ha provocado sentir precisamente esto y no otra
cosa?, ¿qué hay en nuestra comunicación o presencia que me influye para sentir más
-o- menos - esto?, etc.; y finalmente dejarse recibir cualquier cosa que aparezca como
respuesta, sin detenerse demasiado en ella cuando no parezca provenir directamente
de la sensación sentida (Gendlin E.T., 1999).

La propuesta del Focusing como forma de enfoque de la terapeuta y no


necesariamente de sus consultantes, es una forma de aplicación de la epojé
fenomenológica. A través de esta forma de atención, la terapeuta puede percatarse de
sus propias reacciones a la narrativa y a la persona del consultante, antes de
depositarlas sobre la relación como si se tratara de comprensiones de la experiencia
del otro. Esta forma de atención de la terapeuta sobre sí misma y su cuerpo, se
combina con la observación que realiza del proceso de su consultante, así como con la
atención sobre el proceso de la relación misma.

En el trabajo existencial-relacional, los terapeutas se desplazan entre tres diferentes


áreas de atención durante una sesión terapéutica, variando según las circunstancias
relacionales el orden y tiempo que dedica a cada una de ellas:
A. Sobre la narración del consultante, atendiendo las palabras, los silencios, la
expresión global que realiza la persona con todo su ser y su presencia.
B. Sobre su propio proceso experiencial, comenzando desde su propio cuerpo
hasta incluir sus emociones, fantasías y pensamientos, realizando la epojé
fenomenológica, promoviendo la descripción y horizontalización que se
mencionaron anteriormente, e interviniendo desde la actitud del no-saber.
C. Sobre la relación terapéutica misma, lo que promueve o dificulta que ésta fluya
o tenga un buen equilibrio entre espontaneidad para que juntos co-construyan
el mundo terapéutico.

El entrenamiento para formar futuros terapeutas existenciales debe incluir la práctica


de esta forma tripartita de poner atención.

En la literatura y entrenamientos terapéuticos de la actualidad, suele hablarse de la


escucha como algo que hacemos, cuando desde una postura existencial se trata de algo
que somos. No consiste en estrategias o habilidades para lo que se conce como
comunicación efectiva, sino en una forma de ser/estar con el otro, con nosotros
mismo, y para la relación. Escuchar al otro de manera existencial de manera
existencial es escucharse a sí mismo al mismo tiempo. Es un asunto de escuchar la
relación, a lo que se va formando, desenvolviendo, desplegando y construyendo entre
los participantes. No se escucha para poder responder, sino que la escucha es en sí ya
una forma de respuesta que respeta y valora los silencios reflexivos, dándole la
bienvenida a cualquier experiencia que surja entre ambos, y siendo capaz de
sostenerla sin tratar de huir de ella. Es una escucha a la totalidad del evento
emergente en el encuentro.

Una escucha existencial involucra al ser entero: sensaciones, emociones, creencias,


ideas, pensamientos, proyectos, sueños y anhelos, movimientos corporales, tensiones
faciales, cambios en el timbre o volumen de voz; así como también la historia y red
relacional entera se expresan cuando una persona habla y escucha. Cada uno de
nosotros al hablar transmite su cultura y educación. Al escuchar, escucho con todo mí
ser, por lo que ninguna persona escucha exactamente de la misma manera que otra.

La escucha existencial implica también la disponibilidad para ser tocado de forma


intima por la intimidad del otro, permaneciendo abiertos para respuestas emocionales
ante sus narrativas. Para ello, la terapeuta existencial requiere la habilidad para
permanecer con su consultante de manera plenamente presente, aun cuando este se
muestre de formas vagas o difusas. Así mismo requiere de la habilidad para
mantenerse monitoreando constantemente su propia experiencia del encuentro, tanto
a nivel corpóreo como emocional y racional. Dicha habilidad se sostiene en un buen
manejo del método fenomenológico, específicamente de la epojé, para conducir
descripciones que toleren la incertidumbre de no-saber.

DE LA PERSPECTIVA UNIDIRECCIONAL A LA RECÍPROCA

El modelo relacional propone un enfoque terapéutico que impacta sobre la existencia


de todos los participantes, no sólo de los consultantes sino también de sus terapeutas.
Yalom (1984, 1989, 1997, 2002) propone que si la terapia no está sirviendo al
terapeuta para su propio desarrollo, seguramente tampoco está sirviendo al
desarrollo de su consultante.

La reciprocidad e igualdad son dos formas diferentes de acercarse a una relación.


Terapeuta y consultante están juntos por diferentes razones y desde diferentes roles.
No debemos olvidar que mientras los terapeutas tienen muchos o al menos varios
consultantes, los consultantes tienen un solo terapeuta, por lo que, la importancia que
suele ocupar la terapia en la vida de los consultantes, no es la misma que comúnmente
ocupa en la vida de sus terapeutas. Vale la pena que los terapeutas no olviden todo lo
que implica para una persona dar el paso de consultante a un terapeuta, el enorme
salto de fe que implica abrir su vida a una persona extraña.

El concepto de reciprocidad cuestiona la idea de que los consultantes son los únicos
receptores de terapia: que solamente ellos obtienen beneficios emocionales o
psicológicos y que los terapeutas obtienen exclusivamente beneficio de índole
económico y quizá la sensación de sentirse útiles de aportar algo para el bienestar de
la humanidad.
Sheldon Koop (1929 - 1999) consideraba que parte de la tarea del terapeuta, es
dejarle saber a su consultante que él también atraviesa por dificultades en la vida, y
que el entrenamiento en terapia no lo convirtió en ningún tipo de trascendido o
iluminado, y que seguramente atraviesa por muchos problemas, al igual que sus
consultantes.

En muchos modelos terapéuticos cuando un terapeuta permite que su vida personal


interfiera en su trabajo está fallando en la búsqueda de una especie de neutralidad u
objetividad.

Sin embargo desde una posición fenomenológico-existencial, tal neutralidad u


objetividad son imposibles, ya que el simple hecho de buscarlas manda ya un mensaje
de que preferimos ocultar nuestros aspectos personales a la vida de los consultantes.

Aun cuando podemos considerar tal intimidad útil para los procesos tereapéuticos, no
podemos asumir que todos los consultantes desean tal tipo de relación o que la
intimidad es siempre algo positivo, bueno o deseable.

Es posible partir entonces de que hagamos lo que hagamos (o dejemos de hacer lo que
dejemos de hacer), nuestra propia personalidad, estilos y experiencias en la vida
estarán presentes a cada momento de las sesiones terapéuticas, y a las temáticas
sobre las que giren nuestras conversaciones serán siempre compartidas. Como
mencionaba Koop, las luchas y dilemas de nuestros consultantes son siempre nuestras
también-

Emmy van Deurzen considera esto una ventaja “Me parece que la esencia de un buen
trabajo terapéutico consiste en ser capaces de engancharnos francamente con los
problemas vitales que nuestros clientes enfrentan” (van Deurzen, 2001, p.107).
Todos confrontamos los mismos asuntos antes o después. Aquellos problemas que
nuestros consultantes enfrentan, es muy posible que hayan sido nuestros propios
problema alguna vez, o quizá lo son ahora, o lo serán después; por lo que en vez de
asumir la posición alejada o desinteresada, podemos reconocernos como co-
investigadores, trabajando y analizando conjuntamente; o como compañeros de ruta.

Si logramos cambiar hacia un paradigma que contemple nuestro trabajo como una
investigación existencial, quizá sea más sencillo permitirnos, animarnos a permanecer
abiertos al encuentro con el otro, a ser tocados con su narración y a experimentar
emociones ante los sucesos propios de la existencia, y entonces estaremos más
abiertos a dudar y a maravillarnos con la existencia compartida (van Deurzen 2001).

Cuando los terapeutas se apoyan en una perspectiva unidireccional del proceso


terapéutico, reproducen el dualismo sujeto/objeto “que esta tan generalizado en la
estructuración de las relaciones de poder en la cultura occidental contemporánea
(White M., 1997, p.164). La fenomenología es en gran parte un intento de escapar de
este dualismo. Específicamente en términos terapéuticos, el intento de salir de dicho
dualismo es también el deseo de evitar sus efectos.
Reconocer la perspectiva relacional y, por ende, reciproca del proceso terapéutico,
implica que los terapeutas reconozcan y admitan (implícita y explícitamente) que el
proceso les afecta y transforma, facilitando y promoviendo su aprendizaje y desarrollo
tanto a nivel profesional (en las prácticas terapéuticas que desarrollen o en relación
con su experiencia laboral de manera más amplia), como en sus relaciones
interpersonales, su relación consigo mismos, los relatos que realicen sobre la
existencia y su propia identidad, y en su vida en general. La reciprocidad explicita
requiere que los terapeutas compartan con sus consultantes, en algunas ocasiones, las
formas específicas cómo la terapia les está siendo de utilidad en sus propias
existencias profesionales y personales. Esta explicitación de la manera cómo los
encuentros terapéuticos afectan al terapeuta ha sido llamada prácticas de recepción y
devolución.

Los participantes (consultantes o terapeutas) experimentan un sentido de


pertenencia hacia el proceso terapéutico, lo cual puede invitarlos a un mayor grado de
participación y a compartir historias o narraciones más íntimas, lo que facilita que las
personas se apropien de su experiencia y del proceso terapéutico mismo, y al
apropiarse, se encuentren más disponibles para una responsabilidad compartida
(Anderson & Gehart, 2007).

Berenstein (2004) también hace una diferencia entre el trabajo con una visión del uno
a un trabajo con una visión del dos:
 Visión del uno: el trabajo se constituye con uno que requiere elaborar sus
conflictos internos y otro que permite y colabora en el conocimiento de aquel,
con base a una fuerte relación de asimetría.
 Visión del dos: se trata de dos sujetos que, sin omitir ni suprimir quien es cada
uno, avanzan en la producción del vínculo entre ellos, para encontrarse y
admitir que, a partir del encuentro, cada uno será un poco diferente de lo que
era.

Minkowski (1885 - 1972), uno de los pioneros de la aplicación de la fenomenología-


existencial a la psiquiatría, había sugerido el paso de una psicología en tercera
persona (psicología objetiva <trata de definir la realidad humana como si describiera
un objeto fijo e inmutable>) y de un psicología en primera persona (Psicología
introspectiva <se fundamenta en la auto observación de los propios subjetivos>),
hacia una psicología en segunda persona <basada en la observación y análisis de un
tú entendido como realidad interpersonal que se dirige hacia el encuentro de otros.

LA ACTITUD DEL NO -SABER

Entre las implicaciones de trabajar fenomenológicamente y de fomentar el diálogo


recíproco entre los participantes de la terapia, la actitud de no-saber resulta
fundamental.
Dicha actitud no significa que la terapeuta deba negar o rechazar sus conocimientos,
simplemente se trata de que los reconozca y acepte que son suyo y de la comunidad
que los comparte, más no necesariamente deben ser compartidos por su consultante,
por lo que conviene cuidarse de que se conviertan en prejuicios y se consideren
reflejos de la realidad sobre la existencia del otro. La actitud fenomenológica es
entonces la primera herramienta fenomenológica.

El reconocimiento y aceptación de la incertidumbre pueden ser considerados


requisitos para la aplicación de la fenomenología en terapia. Disponibilidad para
dudar de nuestras propias ideas y conocimientos, para no apresurarse en la
comprensión del discurso del consultante, ni considerar que ya lo conocemos, así
como para no validar ni valorar más nuestra opinión que la de los consultantes, sobre
todo cuando dicha opinión se refiere a ellos; es el punto de partida para la aplicación
de la fenomenología.

Las reglas de la fenomenología (epojé, descripción y horizontalización), fundamenta la


disponibilidad de la terapeuta para mantenerse sin creer que “sabe” lo que su
consultante está experimentando y/o debería hacer a continuación. La fenomenología
invita a los participantes del proceso terapéutico existencial a compartir una
indagación sobre su experiencia inter-relacional, y sobre aquellas experiencias que el
consultante desee explorar en el marco de la relación terapéutica.

Las preguntas que la terapeuta existencial formula son verdaderas preguntas, no


conoce las respuestas antes de formularlas, y surgen del encuentro mismo.

Parte de asumir el riesgo de la incertidumbre, es la disponibilidad para ser guiado por


su consultante, para dejarse enseñar por él/ella y para que pueda aprender la forma
como hace sentido para ellos la información que, a nosotros puede parecernos
absurda y sobre todo, para tolerar que ninguno de los participantes del proceso
terapéutico sabemos a ciencia cierta lo que este va a producir en nosotros o en
nuestras existencias.

SOBRE LA TRANSFERENCIA Y LA CONTRATRANSFERENCIA

Desde el punto de vista existencial, la relación terapéutica es el verdadero factor


transformador, y enfocarlo desde la postura de la transferencia equivale a
distorsionar la terapia misma.

Para Irvin Yalom, no tanto la transferencia sino la contratransferencia, recibe una


importancia fundamental para el terapeuta:
… Todas las profesiones tienen dentro de ellas un reino de posibilidad en el
cual quien la practica pueda buscar la perfección. Para el psicoterapeuta, ese reino, ese
curso de inagotable autoperfeccionamiento del que nadie se gradúa recibe en la jerga
profesional el nombre de Contratransferencia. (Yalom, 1989, p.111).
Rollo May (1909 - 1994) uno de los principales voceros de este enfoque en E.U.,
consideraba que la transferencia podía ser una defensa cómoda y simple útil para el
terapeuta, puede servir para esconderse y protegerse de la ansiedad que provoca el
encuentro directo con su cliente, además de que enfocarse en la transferencia “puede
debilitar toda la experiencia y el sentido de la realidad durante la terapia; las dos
personas que están en el consultorio se convierten en ´sombras´ y también todos los
demás en el mundo” (May, 2000; p. 119 y 120

May entiende la transferencia como la distorsión del encuentro y describe que el


encuentro ocurre simultáneamente en varios niveles:

1. El nivel de las personas reales. Puedo alegrare por ver a mi paciente, puesto
que el “hecho de ver a otro alivia la soledad física que es patrimonio de todos
los seres humanos” (May, 2000; p. 121); o de igual firma el cliente puede
alegrarse de verme a mí.
2. El nivel de los amigos. Confiemos que el otro tiene interés real en el encuentro.
3. El nivel de la estima o afecto. La capacidad de sentir preocupación por el
bienestar ajeno.
4. El nivel erótico. Considera que el erotismo forma parte de cualquier relación
humana y que era importante no negar este aspecto, sino aceptarlo como parte
de nuestra naturaleza, como una de las formas de la comunicación y que si el
terapeuta no lo reconoce, se perderá de uno de los recursos más dinámicos
para el cambio en la terapia.

Todos los niveles de los que habla May son parte del encuentro real, y cada uno de
ellos se podría ver distorsionado por la transferencia, pero esta última es una
desviación que requiere ser señalada y corregida en aras de centrarnos en el
encuentro real.

Como la relación terapéutica se desarrolla entre dos personas, es normal que


aparezcan emociones en los participantes, incluso emociones intensas. Emociones
como el amor y el odio, si el amor u odio del consultante hacia su terapeuta están
apoyados en experiencias infantiles o en pasiones de su pasado, siguen siendo
experiencias reales hacia la figura de su terapeuta, reacciones reales a intercambios
ocurridos en el trabajo terapéutico. De la misma manera, el amor y odio del terapeuta
es también perfectamente natural e inevitable.

De hecho se anima al consultante a explorar debidamente sus experiencias


emocionales intensas, en la seguridad del mundo terapéutico.

Los terapeutas podemos experimentar emociones intensas durante el proceso


terapéutico, más las analizamos como parte de la exploración del mundo terapéutico
que estamos co-construyendo, no lo fomentamos.
Fenomenológicamente hablando, no tiene ningún sentido hacer una distinción entre la
relación transferencial y relación real. La relación terapéutica es siempre real y es
siempre mutua más, como toda realidad, requiere elucidación. (Cohn, 1997).

En la Terapia Existencial, no es apropiado entender estos fenómenos relacionales


como proyecciones, porque contiene ciertas suposiciones que no tienen cabida
fenomenológica: 1.- la existencia de 2 psiques o egos; 2.- la posibilidad de depositar
los contenidos de una de estas psiques sobre la otra. Desde una perspectiva
existencial, una persona nunca puede ser una pantalla para las proyecciones de la otra
(Cohn, 1997).

Emmy van Deurzen (2000;2001) propone que en la relación terapéutica, tanto cliente
como terapeuta, se encuentran teniendo ciertas bases o fundamentos. El trabajo en la
clarificación de los mismos, reemplaza las ideas de transferencia y
contratransferencia. Al mismo tiempo elimina la atractiva pero ilusoria idea de que
pueda haber una actitud neutral y libre de interferencias del terapeuta hacia su
cliente. Una parte fundamental del trabajo consiste en que el terapeuta parta de no
negar dichas influencias y de estar constantemente dispuesto a explorarlas y
clarificarlas juntos con su cliente.

Es posible distinguir los siguientes tipos de influencias o fundamentos en el encuentro


terapéutico:

Fundamentos del terapeuta


 Actitud del terapeuta: son las bases que aportamos a la relación por la persona
que somos y las experiencias vitales que tenemos.
 Orientación del terapeuta: consiste en la influencia que como terapeutas
tenemos debido a nuestros sistemas de creencias sobre lo “bueno y saludable”,
así como a nuestro marco de orientación y referencia teórico dentro de la
psicología y terapia.
 Estado mental del terapeuta: tiene que ver con los eventos que nos hayan
ocurrido en el día mismo de la sesión con nuestro cliente, o en esa particular
época de nuestra vida.
 Reacción del terapeuta: se refiere a la inmediata respuesta al hecho de ser
confrontados con este cliente en particular.

Fundamentos del cliente


 Actitud del cliente: el cliente tiene sus propias actitudes hacia la vida y hacia los
otros, las cuales seguramente se verán reflejadas en la actitud que muestre
hacia la terapia o el terapeuta. Esta actitud será al menos parcialmente, una
reacción a nuestra propia actitud.
 Orientación del cliente: también cuenta con su sistema de valores y creencias
que seguramente ejercerán una influencia sobre la relación terapéutica.
 Estado mental del cliente: parte de la terapia existencial consiste en
monitorear las fluctuaciones en el estado mental de su cliente en el transcurso
de la sesión. ¿Cómo se modifica ante los diferentes eventos que se van
suscitando?, ¿varía según los diferentes temas que va explorando o
discutiendo?
 Reacción del cliente: otra tarea del terapeuta consiste en poner atención a las
reacciones del cliente ante sus intervenciones o comentarios (o a la falta de
ellos). (van Deurzen, 2010).

CAPÍTULO 6- TERAPIA EXISTENCIAL: PROPUESTA POST - CARTESIANA

La palabra post-Cartesiana se refiere a una forma de aproximación al conocimiento


que es característico de la llamada posmodernidad, la cual consiste principalmente en
el intento de trascender el llamado “dualismo cartesiano”.

El Paradigma Relacional: modelo post-Cartesiano

El paradigma relaciona impregna cada vez más el campo de las terapias


contemporáneas y pos modernas, se presenta como una necesidad ante el
individualismo progresivo y exacerbado de la cultura occidental de hoy en día.

La terapia Gestalt, también se apoya en el paradigma relacional. Se acerca a esta


propuesta en términos de lo que denomina el campo-organismo-entorno (engloba
tanto al organismo fisiológico como al entorno físico y social que lo rodea). Para este
enfoque el Self se entiende como una función del campo que ocurre en la frontera
entre el organismo y el entorno. Una frontera que por un lado separa o distingue; pero
al mismo tiempo une. Para poder distinguir hace falta la comparación y diferenciación
del otro. Desde este marco conceptual, la experiencia humana es una función
relacional, una acción en movimiento, un proceso en devenir que se despliega con
base a la manera como el organismo y el entorno se encuentran o contactan.

Así mismo en el campo del Psicoanálisis, Luce Irigary (n.1930) se refiere a la


vinculación interpersonal como ser-dos (Irigaray, 1998). Su propuesta muestra como
podemos reconocer que cada uno de nosotros es siempre más de uno, y que en cada
relación, sobre todo en las relaciones de intimidad o que intentan construir una
intimidad (como la relación terapéutica), la constitución de cada uno de los
participantes está marcada por la participación del otro.
Desde un marco intersubjetivo, podemos hablar de mundos experenciales mundos de
experiencia: “hablamos de mundos subjetivos, mundos de experiencia, de universos
personales” (Stolorow, Atwood, & Orange, 2002, p.31).

Al re-emplazar la mente cartesiana por el concepto de mundo experencial, las ideas


que la conciben como una cosa, un algo o una sustancia, dejan paso a concebir la
mentalidad como experiencias organizadas inter-personalmente.

Sin embargo, aún hablar de mundos experienciales sigue sin ser del todo exacto para
describir la naturaleza procesual y en movimiento de la condición humana. Este
término, junto con muchos otros que se usan actualmente para referirse a la persona
humana o a la relacionalidad, pueden fácilmente restringir, encasillar, imponer cierta
forma de pasividad, o dar el carácter de terminado o completo a aquello que intentan
designar.

Ernesto Spinelli (2007) consciente de esta dificultad, acuñó el término Worlding


(mundeando). Aun cuando la palabra mundo no es un verbo, Spinelli intenta subrayar
el carácter de acción en movimiento a través de agregar dicha terminación.

En vez de hablar de mundos experenciales, quizá sería más conveniente usar el


mundeando experencialmente.

Concebir la condición humana desde la fenomenología existencial nos lleva a pensarla


como: un flujo activo, un continuo proceso siempre en marcha, siempre cambiante,
lingüísticamente evasivo y fundamentalmente inter-relacionado.

Sin embargo cada vez que nos referimos a este mundeando experencialmente, lo
hacemos desde un particular punto de vista, desde una perspectiva específica.

Spinelli sugiere llamar a esta inevitable acción humana como perspectiva o mirada del
mundo (worldview), la cual expresa la consecuencia estructural de todas las
reflexiones humanas sobre el mundeando experencialmente (worlding). Al hacer esto,
el intento de expresar la existencia relacional a través de la estructura esencialista de
la perspectiva del mundo, se impone una inevitable escisión entre la experiencia del
ser en proceso, y lo experenciado un instante anterior, entre el siendo y lo que ha sido.
(Spinelli, 2007).

La perspectiva del mundo está co-construida interrelacionalmente a través del


mundeando experencialmente, por lo que dicha perspectiva es, también un proceso
relacional en movimiento.

El mundeando construye a la perspectiva del mismo; esta última influye en la


permanente construcción del mundeando, generando un ir y venir complejo y rico en
posibilidades.
El análisis del proceso relacional a través del cual se va construyendo la perspectiva
del mundo, y la revisión del grado con el que esta refleja el mundeando
experencialmente, es una parte fundamental de la Terapia Existencial.

Otra manera de acercarnos a la comprensión de la condición relacional, es a través del


concepto de rizoma.

Desde la perspectiva relacional la condición humana es rizomática. Cada uno de


nosotros provenimos de un mismo campo relacional (o mundeando
experencialmente), del que surgimos con nuestras particularidades específicas.

Esta visión, el paradigma relacional de la condición humana, es una invitación a


reconocernos en el mundo, no como personas o entidades independientes, sino
surgiendo de relaciones.

La visión fenomenológica-existencial se refiere al origen mismo de esos particulares


que emergen de esa forma específica solo posteriormente.

Esto no significa olvidar o abandonar todo lo que la perspectiva individualista nos ha


enseñado. Simplemente nos señala que cada uno de esos aprendizajes los hemos
construido juntos, a través de nuestros vínculos y estilos de relacionarnos.

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