Batalla de Las Galias
Batalla de Las Galias
Batalla de Las Galias
Cuando la embajada regresó, César rechazó de manera oficial su petición y les advirtió que
cualquier intento de cruzar el río por la fuerza sería contrarrestado. Se rechazaron
inmediatamente varios intentos. Los helvecios regresaron sobre sus pasos e iniciaron
negociaciones con los sécuanos para que los dejasen pasar pacíficamente. Tras dejar a su
única legión bajo la dirección de su segundo al mando, Tito Labieno, César se dirigió
rápidamente hacia Galia Cisalpina. Allí asumió el mando de las tres legiones situadas
en Aquileya y reclutó otras dos nuevas legiones, la Legio XI y la Legio XII. Al frente de estas
cinco legiones, César cruzó los Alpes por el camino más corto, atravesando territorios hostiles
y enfrentándose a su paso a varias tribus.
Mientras tanto, los helvecios ya habían cruzado el territorio de los sécuanos y saqueaban las
tierras de los heduos, ambarros y alóbroges. Estas tribus, incapaces de enfrentarse a ellos,
solicitaron ayuda a César como aliadas de Roma. César accedió y sorprendió a los helvecios
cuando atravesaban el río Arar (el actual río Saona).
Tres cuartas partes de los helvecios ya habían cruzado, pero el otro cuarto, los tigurinos (uno
de los clanes helvecios), permanecía en la orilla oriental. Tres legiones bajo el mando de
César emboscaron y derrotaron a los tigurinos en la batalla del Arar, causándoles grandes
pérdidas. Los tigurinos supervivientes huyeron al bosque cercano.7
Tras la batalla, los romanos construyeron un puente sobre el Arar para perseguir a los demás
helvecios. Estos enviaron una embajada liderada por Divicón, pero las negociaciones
fracasaron. Los romanos mantuvieron su persecución durante quince días hasta que tuvieron
problemas de suministros. Aparentemente, Dúmnorix estaba haciendo todo lo posible por
retrasar la llegada de estos suministros, por lo que los romanos abandonaron la persecución y
se dirigieron hacia la fortaleza hedua de Bibracte. La suerte había cambiado y los helvecios
comenzaron a perseguir a los romanos, hostigando a su retaguardia. César escogió una
colina cercana para plantar batalla y las legiones romanas se detuvieron para enfrentarse a
sus enemigos.
En la batalla de Bibracte las legiones aplastaron a sus oponentes y los helvecios, derrotados,
ofrecieron su rendición, a lo que César accedió. Sin embargo, 6000 hombres del clan helvecio
de los verbigenos huyeron para evitar ser capturados. Bajo órdenes de César, otras tribus
galas capturaron y trajeron a los fugitivos, que fueron ejecutados. Los que se habían rendido
recibieron la orden de regresar a sus tierras para reconstruirlas y organizar la provisión de
suministros para alimentar a las legiones, puesto que eran un recurso muy útil
como tapón entre los romanos y otras tribus del norte como para permitir que migrasen a otra
parte. En el campamento helvecio capturado se encontró un censo escrito en griego: de un
total de 368 000 helvecios, de los cuales 92 000 eran hombres sin discapacidades, solamente
110 000 sobrevivieron para regresar a sus hogares.
Tras la victoriosa campaña, varios aristócratas galos de casi todas las tribus acudieron a
felicitar a César por su victoria. Reunidos en un consejo galo para discutir ciertas cuestiones,
invitaron a César a acudir.12
En esta reunión los delegados se quejaron de que, debido a las luchas entre los heduos y
los arvernos, estos últimos habían contratado a un gran número de mercenarios germánicos.
Los mercenarios, liderados por Ariovisto, rey de los suevos, habían traicionado a los arvernos
y tomado como rehenes a varios de los hijos de los aristócratas galos. Además, habían
ganado distintas batallas y recibido muchos refuerzos, con lo que la situación estaba
descontrolándose.
Entonces, César mandó emisarios a Ariovisto, proponiéndole una reunión, para discutir el
asunto, pero Ariovisto se negó, diciendo que no confiaba en César, y era muy costoso
trasladar a su ejército al sur. César le respondió diciéndole que entonces él pasaría a ser su
enemigo, debido a los agravios que le había provocado a los aliados de Roma, y haberse
negado a entrevistarse con sus aliados, cuya alianza tanto él había pedido.
César se enteró de que Ariovisto amenazaba con tomar Vesontio, la principal ciudad de los
sécuanos, que además era una plaza fortificada fácil de defender, por lo que César marchó
con sus legiones e impidió que fuera tomada. En Vesontio, los soldados de César comenzaron
a temer a los germanos, a excepción de la décima, legión en la que César confiaba, pero este
temor se esfumó cuando Ariovisto le pidió a César una entrevista con la condición de que
ambos bandos llevaran únicamente jinetes, de manera que fuera difícil tender una
emboscada.
Al llegar el día señalado, César y Ariovisto se entrevistaron, pero la reunión fue inútil, ya que la
caballería de Ariovisto atacó a la romana en medio de la entrevista, por lo que César se retiró,
y ordenó a sus caballeros que no atacaran para que después no circulase el rumor de que él
había comenzado con la batalla. Unos días después, Ariovisto pidió a César que mandara
emisarios para seguir negociando, pero, a la llegada del emisario romano, fue arrestado por
Ariovisto.