Un Corpus de Poemas Clásicos

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Un corpus

de poemas clásicos

Cantar del Mio


Cid
(selección cantos 117 y 118)
Anónimo

117
El obispo rompe la batalla
El Cid acomete
Invade el campamento de los moros

El obispo don Jerónimo hizo una buena arrancada


y fue a atacar a los moros allí donde ellos acampan.
Por la suerte que tenía y por lo que Dios le amaba

de sus dos golpes primeros dos enemigos mataba.


Ya tiene rota la lanza y metió mano a la espada.
¡Cómo se esfuerza el obispo, Dios mío, qué bien luchaba!
A dos mató con la lanza y ahora cinco con la espada.
Pero son muchos los moros y en derredor le cercaban,
muy grandes golpes le dieron, pero la armadura aguanta.
Mío Cid el bienhadado los ojos en él clavaba,
por fin embraza el escudo, baja el astil de la lanza
y espolea a su Babieca, el caballo que bien anda:
ya va a atacar a los moros con el corazón y el alma.
Entre las filas primeras el Campeador se entraba,
a siete tira por tierra, y a otros cuatro los mataba.
Así empieza la victoria que aquel día fue lograda.
Mío Cid con sus vasallos detrás de los moros anda.
Vierais romper tantas cuerdas y quebrar tantas estacas
y con sus labrados postes tiendas que se desplomaban.
Los del Cid a los de Búcar fuera de sus tiendas lanzan.

118
Los cristianos persiguen al enemigo
El Cid alcanza y mata a Búcar
Gana la espada Tizón

De sus tiendas les arrojan y persiguiéndoles van:


Vierais allí tantos brazos con sus lorigas cortar,
tantas cabezas con yelmo por aquel campo rodar
y los caballos sin amo correr de aquí para allá.
Aquella persecución siete millas fue a durar.
Mío Cid a aquel rey Búcar a los alcances le va:
"Vuélvete, Búcar, decía, viniste de allende el mar
y al Cid de la barba grande cara a cara has de mirar,
los dos, hemos de besarnos, pactaremos amistad."
Repuso Búcar: "¡Que Dios confunda a un amigo tal!
Espada tienes en mano y te veo espolear,
se me figura que quieres en mí tu espada ensayar.
Mas si no cae mi caballo y ningún tropiezo da,
no te juntarás conmigo como no sea en el mar."
Responde entonces el Cid: "Esto no será verdad."
Buen caballo tiene Búcar, grandes saltos le hace dar,
pero Babieca el del Cid a los alcances le va.
Mío Cid alcanza a Búcar a tres brazas de la mar,
alza su espada Colada, un fuerte golpe le da,
los carbunclos de su yelmo todos se los fue a arrancar,
luego el yelmo y la cabeza le parte por la mitad,
hasta la misma cintura la espada fue a penetrar.
El Cid ha matado a Búcar aquel rey de allende el mar,
ganó la espada Tizona, mil marcos de oro valdrá.
Batalla maravillosa y grande supo ganar.
Aquí se honró Mío Cid y cuantos con él están

Romance del enamorado y la


muerte
Anónimo
Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
—Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.
Redondillas
Sor Juana Inés de la Cruz

Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual


solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo


de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,


hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro


que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén


tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana;


pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis


que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada


la que vuestro amor pretende
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena


que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas


a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis


de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo


que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Emily Dickinson
¡Soy Nadie! ¿Y tú, quién eres?
¿Nadie, también?
¡Somos dos, entonces!
¡Calla!, podrían descubrirnos.
 
¡Qué tedioso ser Alguien!
¡Cuánto impudor, cual una rana,
repetir tu nombre todo el día
ante una charca admirativa!

XXXIV
José Martí

¡Penas! ¿Quién osa decir


Que tengo yo penas?
Luego,
Después del rayo, y del fuego,
Tendré tiempo de sufrir. 
Yo sé de un pesar profundo
Entre las penas sin nombres:
¡La esclavitud de los hombres
Es la gran pena del mundo!
Hay montes, y hay que subir
Los montes altos; ¡después
Veremos, alma, quién es
Quien te me ha puesto al morir!

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