Escritura y Tradición

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ESCRITURA Y TRADICIÓN

CAPÍTULO SEGUNDO: DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE


Artículo 1: La Revelación de Dios

I. Dios revela su designio amoroso  


II. Las etapas de la Revelación  
III. Cristo Jesús,  "mediador y plenitud de toda la Revelación" 
Resumen

Artículo 2: La transmisión de la Revelación divina

I. La Tradición apostólica  
II. La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura  
III. La interpretación del depósito de la fe
Resumen

Artículo 3: La Sagrada Escritura

I. Cristo - Palabra única de la Sagrada Escritura  


II. Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura  
III. El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura  
IV. El canon de las Escrituras  
V. La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia 
Resumen
La Revelación de Dios
Existe en el hombre la posibilidad de conocer a Dios por medio de la razón natural, pero esto no lo puede
realizar por sus propias fuerzas. Es Dios quien se revela y lo hace plenamente enviando a su Hijo.

Cristo se convierte entonces en el acceso al Padre en el Espíritu Santo, esto demuestra que Dios, que "habita una
luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él.
(hijos adoptivos, hacer a los hombres capaces de él). Esto lo hace "mediante acciones y palabras", íntimamente
ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Es una comunicación gradual.

II Las etapas de la revelación

Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas
creada, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a
nuestros primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de
nuestros primeros padres. Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el
comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn
9,9) expresa el principio de la Economía divina con las "naciones" La alianza con Noé permanece en vigor
mientras dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación universal del evangelio.

Luego para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y
de su casa" (Gn 12,1). Este será el pueblo depositario de las promesas, llamados a la unidad. Después de la
etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto.
Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley. Por los profetas, Dios forma a su
pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los
hombres.

Cristo Jesús, "mediador y plenitud de toda la Revelación"(DV 2)

Dios ha dicho todo en su Verbo

Luego de hablar de diversas formas y maneras a nuestro padre mediante los profetas, en los últimos tiempos nos
ha hablado por su Hijo. (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e
insuperable del Padre.

"La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo, aunque
la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; se han dado las revelaciones privadas, aunque
estas no pertenecen al deposito de la fe, mejoran o completan la revelación definitiva.

LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1 Tim 2,4), es decir, al
conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). 

La Tradición apostólica

"Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el
Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes
divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su boca" (DV 7). Esta
se realizó de dos maneras: oralmente y por escrito.

"Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como
sucesores a los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto, "la predicación apostólica,
expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin
de los tiempos" (DV 8). Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en
cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Así, la comunicación que el Padre
ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia.

II La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura

 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la
misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Están hacen presente y fecundo el
misterio de Cristo.

Se da de dos modos: "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu
Santo" y La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y
la transmite íntegra a los sucesores. (Iglesia depositaria del deposito de la fe y tiene la misión de trasmitirla.

Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el
transcurso del tiempo en las Iglesias locales.

III La interpretación del depósito de la fe

"El depósito sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada
Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. "El oficio de
interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de
la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10). El Magisterio no está por encima de la palabra
de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia
del Espíritu Santo

El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir,
cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades
contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con
ellas un vínculo necesario.

Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la
unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13).

Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del
depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia

LA SAGRADA ESCRITURA

I Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura

Dios nos habla en palabras humanas:  "La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al
lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo
semejante a los hombres " (DV 13). A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una
palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3). Esta es la razón de la veneración por
parte de la Iglesia a las Sagradas escrituras. Aquí esta su alimento y su fuerza.

II Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura

Dios es el autor de la Sagrada Escritura. "Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en
la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo". La Iglesia reconoce la inspiración de
todos sus libros, Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. "En la composición de los
libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos. Estos libros
nos enseñan la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para la salvación nuestra. Sin embargo, la fe
cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo
escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4,11). 

III El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura

Dios habla a los hombres a su manera para que estos puedan interpretar bien la Escritura, por eso se debe tratar
de buscar lo que los autores quisieron verdaderamente afirmar. Para esto es preciso tener en cuenta las
condiciones de tiempo y de su cultura, los "géneros literarios" usados en aquella época, las maneras de sentir, de
hablar y de narrar en aquel tiempo.

"La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita" (DV 12,3). El Concilio
Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró 

1. Prestar una gran atención "al contenido y a la unidad de toda la Escritura". En efecto, por muy diferentes
que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios , del que
Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua

 2. Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres; "La Sagrada
Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos"

3. Estar atento "a la analogía de la fe" (cf. Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las
verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.

El sentido de la Escritura

Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido
espiritual

El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que
sigue las reglas de la justa interpretación. "Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem" (S.
Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad 1) Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido
literal.

El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino
también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos


reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y
por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10,2).
2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo.
Fueron escritos "para nuestra instrucción" (1 Cor 10,11; cf. Hb 3-4,11).
3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos
conduce (en griego: "anagoge") hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén
celeste (cf. Ap 21,1-22,5).

El canon de las Escrituras

La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV
8,3). Esta lista integral es llamada "Canon" de las Escrituras.

El Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son
libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha
sido revocada.

El Nuevo Testamento

"La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para ala salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de
modo privilegiado en el Nuevo Testamento" (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la
Revelación divina.

La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

La Iglesia reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza prefiguraciones de lo que Dios realizó en la
plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.

La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

 "Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza
de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual" (DV 21). "Los fieles han de
tener fácil acceso a la Sagrada Escritura" (DV 22).

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