ATB - 1163 - Mi 7.15-20

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PROGRAMA No.

1163

MIQUEAS

Capítulo 7:15 - 20

Llegamos hoy, amigo oyente, a nuestro último estudio en este pequeño libro de Miqueas, y
vamos a comenzar con el versículo 15 del capítulo 7. Ahora, comenzando con el versículo 15 y
hasta el versículo 17, en este capítulo, encontramos que Dios está dando Su respuesta en realidad,
a la oración del profeta. Usted recordará que en el programa anterior, dijimos que él vino a Dios
en una sumisión hermosa y en confesión, confesando sus pecados y los pecados del pueblo. Los
profetas siempre se identificaban con el pueblo en cualquier confesión de pecados.

Nosotros en cambio, lo hacemos en forma diferente. A nosotros nos gusta confesar el pecado
de los demás y tratamos de olvidarnos de los nuestros, pero siempre es bueno incluirse a uno
mismo. Ahora, los versículos 15, 16, y 17 presentan aquí la respuesta de Dios. Debemos
preguntarnos a qué tiene referencia esto, mencionado en estos versículos. Y creemos que es la
opinión conjunta de la mayoría de los expositores, que esto mira hacia el futuro, mira hacia aquel
día cuando el Señor Jesucristo vendrá para establecer Su reino. En este versículo 15, leemos:

15
Yo les mostraré maravillas como el día que saliste de Egipto. (Mi. 7:15)

Es decir, que Dios los hizo salir de Egipto por medio de milagros. Él no los hizo salir de
Babilonia por medio de milagros, en realidad no se menciona ninguna clase de milagros en
relación con Babilonia, aunque fue una cosa maravillosa. Sin embargo, fue la liberación de Egipto
la que fue milagrosa. Y él comienza a hablar de esto. Dios dijo que ésta sería la norma de los
días cuando Él les lleve otra vez a su propia tierra. Y no hemos tenido nada parecido a eso en el
presente, en el actual regreso a la tierra de Israel. Por tanto, Dios no ha sido aquel que les ha

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llevado de regreso a esa tierra. Creemos que es necesario reconocer eso. Ahora, en el versículo
16 de este capítulo 7 de Miqueas, leemos:

16
Las naciones verán, y se avergonzarán de todo su poderío; pondrán la mano sobre su
boca, ensordecerán sus oídos. (Mi. 7:16)

En otras palabras, cuando Dios comience nuevamente a llevarlos de regreso a esa tierra, el
mundo estará completamente sorprendido, de la misma manera en que lo estuvo la gente que les
rodeaba. Usted recuerda que esa fue la confesión que hizo Rahab la ramera. Ella dijo: “Porque
hemos oído de cómo Dios los trajo a ustedes a través del mar Rojo; de cómo Dios les ha
cuidado”. (Jos. 2:10). Esa palabra se había esparcido por todas partes. Ahora, en el versículo
17, leemos:

17
Lamerán el polvo como la culebra; como las serpientes de la tierra, temblarán en sus
encierros; se volverán amedrentados ante Jehová nuestro Dios, y temerán a causa de
ti. (Mi. 7:17)

Es decir, las naciones impías que habían tratado de destruirlos en aquel día. Cuando Él
regrese, Él vendrá a librarlos. Miqueas es muy elocuente ahora. Y él hace una pregunta, y la
pregunta la podemos ver aquí en el versículo 18, donde dice:

18
¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su
heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. (Mi.
7:18)

Y debido a eso, a causa de Quién es Dios, los versículos 19 y 20, dicen:

19
El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará
en lo profundo del mar todos nuestros pecados. 20Cumplirás la verdad a Jacob, y a
Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos. (Mi.
7:19-20)

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En otras palabras, Dios cumplirá lo que ha dicho, a pesar de sus pecados, de los pecados que
les sacaron de su propia tierra en forma temporal; pero eso no cancela la promesa de Dios y el
pacto de Dios con esta gente, del mismo modo en que un hijo de Dios, un creyente que peca, no
pierde su salvación. Lo que ocurre es que Dios lo lleva a un lugar aparte a ese creyente y le da un
buen castigo si él no confiesa y arregla en realidad las cosas. Pero si esta persona regresa a Dios,
entonces, Dios, gracias a Su misericordia, le perdonará. El hijo pródigo no recibió un castigo
cuando regresó a la casa de su padre. El castigo lo había recibido ya en esa provincia lejana a la
cual él había viajado. Y usted puede estar seguro de una cosa, amigo oyente: el hijo de Dios
nunca podrá salirse con la suya, nunca podrá salir bien en cuanto al pecado. Ya hemos visto eso
muchas veces.

Regresemos ahora a esta maravillosa pregunta que tenemos aquí en el versículo 18. ¿Qué
Dios como Tú? Y quisiéramos decir aquí algo que quizá sea sorprendente, y es que, hay algo que
Dios nunca ha visto, pero que usted lo ve todos los días. Quizá usted no sabía que usted puede
ver algo que Dios no puede ver. Pero esta es una declaración verdadera; quizá puede parecer
algo impertinente de nuestra parte, quizá sea algo que no tenga relevancia o sea irreverente e
inapropiado. Quizá le parezca a usted algo chistoso o jocoso, aun puede parecerle que estamos
haciendo una parodia o que presentamos algún chiste o alguna pregunta o algo por el estilo.
Pero, queremos asegurarle que es algo muy serio y sobrio, y que esta declaración es muy sensata
y que tiene una respuesta bíblica. El profeta aquí hace una pregunta: ¿Qué Dios como Tú?

La misma naturaleza de la pregunta sugiere la respuesta. Este es un tema enigmático, y no es


la primera vez que se ha hecho esta pregunta. Fue hecha cuando Moisés presentó ese himno o
cántico maravilloso a Israel, después de haber cruzado el Mar Rojo, allá en el capítulo 15 del
libro de Éxodo, versículo 11, donde dice: ¿Quién como Tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién
como Tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?
Amigo oyente, ellos habían salido de Egipto, y había muchos dioses en esa nación. Esa gente
tenía gran cantidad de ídolos allí. Ellos tenían muchísimos ídolos, y las plagas de Egipto fueron
enviadas contra los dioses de Egipto. Esa fue la estrategia de Dios en todas ellas. Y al final de la
marcha por el desierto, después de 40 años, Moisés nuevamente dice allá en el capítulo 33 de

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Deuteronomio, versículos 26 y 27: No hay como el Dios de Jesurún, quien cabalga sobre los
cielos para tu ayuda, y sobre las nubes con su grandeza. El eterno Dios es tu refugio, y acá
abajo los brazos eternos; Él echó de delante de ti al enemigo, y dijo: destruye.

Esta misma pregunta fue hecha también por Salomón, allá en el Primer Libro de Reyes,
capítulo 8, versículo 23, donde dice: Jehová Dios de Israel, no hay Dios como Tú, ni arriba en
los cielos ni abajo en la tierra, que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos, los que
andan delante de ti con todo su corazón. El salmista, en el Salmo 113, versículos 5 y 6, también
se hace esta pregunta: ¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en las alturas, que se
humilla a mirar en el cielo y en la tierra? Bueno, nosotros queremos responder a esta pregunta.
Se ha hecho en Éxodo, en Deuteronomio, en el Primer libro de Reyes, en los Salmos, y no hemos
presentado todos los pasajes donde se hace. Pero, respondamos a esta pregunta. Y se sugiere en
nuestra primera declaración. Dios no ha visto algo que usted ha visto todos los días. Podemos
decir esto de otra forma: que Dios no ve lo que usted ve todos los días.

Bueno, y ¿qué es lo que Dios no ha visto? Pues, Dios no ha visto a Su semejante. ¿Qué Dios
como Tú? Dios nunca ha visto uno semejante a Él; en cambio, y usted y yo sí los vemos a
nuestros semejantes todos los días. Ahora, hay muchas maneras en las cuales Dios está solo. Y
aquí se sugiere solamente una. Pero ya que ésta es una pregunta profunda, y una pregunta que es
tan básica para este libro que hemos estado estudiando, queremos observarla de cerca. ¿Qué Dios
como Tú? Amigo oyente, el Dios de la Biblia es el Creador. Y los dioses de los paganos son
solamente criaturas. Usted recuerda lo que el Apóstol Pablo dijo allá en el primer capítulo de su
epístola a los Romanos, versículo 21, dice: Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio
corazón fue entenebrecido. Y entonces, comenzaron a caer. Y después de eso, ellos adoraron a
la criatura en lugar del Creador. Así es que, el Dios de la Biblia es el Creador, amigo oyente. Y
eso es lo que dice Isaías. No vamos a buscar ese pasaje, ya hemos estudiado Isaías; él era
contemporáneo de Miqueas; pero si usted quiere saber donde está esto, puede buscarlo allá en el
capítulo 44 de Isaías, versículos 16 al 21. Ahora, Dios es el Creador. Y quizá usted diga que hoy

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no tenemos ídolos, pero este libro, amigo oyente, ha estado tratando con una clase de idolatría de
la cual nosotros también somos culpables.

La codicia es idolatría. La secularización, el materialismo, aquello a lo cual usted se entrega,


ese es su dios. Aquello que ocupa su tiempo y su dinero, eso es su dios. También puede ser el
placer; puede ser el sexo; puede ser el ganar dinero. Cualquier cosa, amigo oyente, a la cual usted
se haya entregado, eso es su dios, y no interesa a cual iglesia usted pertenezca, eso es su dios,
porque usted se está entregando totalmente a eso. ¡Qué cosa más tremenda esta que tenemos
aquí, amigo oyente!

Lo importante aquí por tanto, es lo que dijo Isaías. Y usted recordará que él lo dijo con una
ironía mordaz. Usted recuerda que él hizo una pregunta a esta gente que hacía ídolos. Podemos
leerlo allá en Isaías, capítulo 46, versículo 5, donde dice: ¿A quién me asemejáis? Él es el
Creador, amigo oyente, uno no puede hacer un cuadro de Él. E Isaías continúa diciendo en los
versículos 5, 6 y 7: ¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos
semejantes? Sacan oro de la bolsa, y pesan plata con balanzas, alquilan un platero para hacer
un dios de ello; se postran y adoran. Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo colocan en
su lugar; allí se está y no se mueve de su sitio. Le gritan y tampoco responde, ni libra de la
tribulación.

La pregunta aquí es esta, amigo oyente: “¿Está su religión llevándole a usted, o está usted
llevándola a ella?” Eso es algo interesante. Hay muchas personas que nos dicen: “Yo encuentro
que la obra, la labor cristiana, es algo aburrido, eso es algo difícil y triste”. Bueno, amigo oyente,
si usted está hallando que esto es así, sugerimos que usted abandone su clase de la escuela
dominical, que deje de cantar en el coro, que ya no tome parte activa en la iglesia. Esto es algo
que Dios no quiere que usted haga. Él no quiere que usted lo lleve sobre sus hombros. Él quiere
llevarlo a usted. Él quiere llevarlo a usted y quiere llevarme a mí. Amigo oyente, yo creo que
Dios me ha estado llevando a mí por mucho tiempo. Y creo que he sido una carga pesada para
Él. Así es que, Dios es justo. Él es el Creador. Él nos lleva. En el principio creó Dios los cielos
y la tierra. – nos dice allá Génesis. Y es una blasfemia ir más allá de eso. Uno no puede ir más
allá de Él. Desde el infinito hasta el infinito, Tú eres Dios; de lo eterno a lo eterno Él es el
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Creador. Así es como todo comenzó. Ahora, hay otra cosa en la cual Dios es diferente. Y eso
es algo importante para este pequeño libro de Miqueas. Y esto es importante para los 66 libros
de la Biblia, en realidad. El Dios de la Biblia es santo y justo. Bueno, los dioses de los paganos
son pequeños, son despreciables, son bajos, son innobles, malos, perversos, horribles. Usted
puede observar las imágenes de hoy y apreciar eso.

Los dioses de los griegos, por ejemplo, en la cumbre del Monte Olimpo eran una extensión del
hombre, hombres engrandecidos. Eso es todo. Y, ¿qué es lo que hacían? Bueno, se
comportaban como niños malcriados, agrandados, con grandes faltas y pecados. Ellos aborrecían
y eran vengativos. Los dioses de los paganos, amigo oyente, no son algo hermoso. ¡Qué
difamación y calumnia sobre Dios! Amigo oyente, ¿ha notado usted cuántas veces se dice en las
Escrituras: La hermosura de la santidad de Dios? Amigo oyente, Dios, nuestro Dios es
hermoso. Él es maravilloso. Y usted recuerda que Él dijo a Su pueblo que ellos pensaban que Él
era como ellos, y les dijo que no era así, que ellos eran pecaminosos. Que ellos decían cosas
bajas, malas. En cambio, dijo Él: “Yo soy santo, yo soy justo”. Él dijo: Mis pensamientos no son
vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Usted puede leer este
versículo allá en Isaías, capítulo 55, versículo 8. Ahora, Dios dice que Él aborrece el pecado. Él
demuestra su enojo contra el pecado. Y la ira de Dios debe ser revelada contra el pecado. Esa es
la razón por la cual viene el juicio y el castigo, no hay forma de escaparlo, amigo oyente. No hay
ninguna salida, no puede ser de otra manera. Es algo que va a suceder, el juicio de Dios. Y una
vez más, queremos hacer una aplicación de este pequeño libro. Tiene una verdadera aplicación
para nosotros en el presente.

Este mundo ha sido sacudido mucho en los años recientes. Podemos decir que este mundo en
el cual nacimos nosotros ha cambiado mucho. Ni habíamos soñado que íbamos a ver las cosas
que han sucedido en nuestros propios días. Amigo oyente, y ¿qué está detrás de todo esto?
Bueno, nuestro Dios es un Dios santo, y Él revela Su enojo contra el pecado. Él juzga. Sabemos
que un día de juicio vendrá en el futuro, para los pecadores que no acepten a Cristo. Pero Dios
está actuando en el presente. No queremos entrar en detalles ahora, pero quizá estemos
experimentando el enojo de Dios. Dios presenta esto de una manera muy clara.

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Amigo oyente, una nación impía, una nación que rechaza a Dios, debe sufrir las
consecuencias. Y debemos reconocer que, como personas individuales, usted y yo somos
pecadores y debemos acudir a Dios. Eso es lo que significa humillarse ante Dios. Uno no puede
acercarse a Él jactándose de lo que ha hecho. Usted tiene que acercarse a Él confesando: “Yo
soy un pecador y necesito Tu salvación, y hoy acepto Tu salvación”. Amigo oyente, usted sabe
que no puede ir al cielo mediante su propia justicia. Eso fue lo que dijo Ansel, uno de los grandes
pensadores del siglo XII. Él dijo: “Preferiría ir al infierno sin pecado que ir al cielo con pecado”.
Eso, por cierto, es un gran pensamiento. Y eso quizá puede sacudirle hoy en este día donde se
presenta una teología débil como la que experimentamos en el presente. Necesitamos algo fuerte
como esto, amigo oyente. Permítanos ahora, mencionar la tercera cosa que encontramos en el
versículo 18, leamos:

18
¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su
heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. (Mi.
7:18)

Aquí es donde podemos apreciar cuán maravillosamente diferente es Dios. Él no tiene quien
le iguale. No hay ni siquiera uno que le llegue cerca. ¿Quién como Tú, oh Jehová, entre los
dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de
prodigios? (Ex. 15:11). ¿Y cuáles son esas cosas maravillosas que Dios ha hecho? Bueno,
podemos leer allá en Éxodo, capítulo 33, versículos 18 y 19, donde se nos dice: Él entonces dijo:
Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: yo haré pasar todo mi bien delante de tu
rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré
misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. O sea, que Dios dijo: “Moisés, yo
voy a hacer esto para ti, no porque tú eres Moisés, el líder de mi pueblo, sino que lo estoy
haciendo para ti porque soy misericordioso. Y hago esto para ti porque muestro mi misericordia,
y lo hago para todos”. Amigo oyente, todo lo que usted tiene que hacer es acercarse a Dios y
reclamar esto de Él. Él es tan bueno hoy como antes. Y no hay nadie como Él. Escuche una vez
más lo que se dice allá en Exodo, capítulo 34, versículos 5 al 7: Y Jehová descendió en la nube, y
estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de Él,

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proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en
misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la
rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la
iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta
generación. Amigo oyente, cuán maravilloso es Dios. Dios no declara inocente al culpable. El
pecado es pecado desde el momento en que ocurrió hasta el juicio final. Como decía el
protagonista de una obra teatral, hace algunos años: “Y todos los ángeles del cielo trabajando
horas extras, no pueden cambiarlo ni siquiera por un pelo”. Pero Dios, amigo oyente, perdona al
pecador cuando le quita todas Sus acusaciones. Dios perdona porque Su santidad ha sido
satisfecha. Y Su perdón se demuestra en muchas declaraciones retóricas. Es como una deuda
que ha sido pagada. Usted recuerda que Isaías dijo allá en el capítulo 43 de su libro, versículo 25:
Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor a Mí mismo, y no Me acordaré de tus pecados.
El Apóstol Pedro dijo: Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados.
Nosotros somos deudores ante Él. La paga del pecado es muerte. – nos dice la Escritura. (Rom
6:23a). Y está escrito que en Adán morimos todos. Amigo oyente, Su perdón se declara en la
enfermedad, cuando Él sana todas sus dolencias causadas por sus caídas y desvíos. Él cura al
quebrantado de corazón, y el pecado es como una contaminación, pero existe el lavamiento de la
regeneración, y la renovación del Espíritu Santo. Y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de
todo pecado. (1 Jn. 1:7) ¡Cuán maravilloso es nuestro Dios, amigo oyente!

Ahora, ¿cómo perdona Dios? Esperamos que usted nos escuche de una manera muy
atentamente ahora. Dios es diferente. No hay nadie como Él en Su forma de perdonar, porque
Su perdón es diferente del suyo y del mío. Si usted me da un pisotón, usted puede volverse a mí y
pedirme perdón. Y, yo podría responderle: “Por supuesto que le perdono; claro que usted debiera
pagarme por el lustre del zapato. Usted me arruinó el lustre del zapato. Pero yo le perdono”.
¿Cuántas veces, amigo oyente, decimos esto el uno al otro?

Hace algún tiempo un hombre le escribió a un predicador diciéndole que había estado
hablando mal de él, pero que se había dado cuenta que estaba equivocado en lo que había dicho y
entonces, le pedía perdón. Este predicador le escribió diciendo que lo que él debía hacer, lo que

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este hombre debía hacer, era aclarar las cosas con las personas a las cuales él había hablado y
había dicho lo que dijo, y no pedirle perdón a él, y que arreglara todo con el Señor. Eso es todo,
porque él no sabía nada de eso antes. Es que, amigo oyente, el perdón humano es algo muy fácil
de conseguir. Pero, amigo oyente, Dios nunca perdona hasta cuando se haya pagado la deuda. Él
nunca hace eso. Y esto fue lo que Cristo hizo en la cruz. Él nos redimió. Él nos redimió a todos
nosotros. Nosotros pertenecíamos al pecado. Hoy hemos ofendido la santidad de Dios, y
estamos en deuda con Él. Nosotros tenemos una enfermedad, y Dios no va a llevar eso al cielo,
esa enfermedad del pecado. Pero Cristo pagó la deuda. Y Cristo es Aquel que nos perdona. Por
su llaga fuimos nosotros curados. (Is. 53:5). Y en el día de hoy Él nos limpia, y nos presenta de
manera aceptable para que nosotros podamos ir al cielo algún día.

Amigo oyente, queremos volver a hacer esta pregunta: ¿Qué Dios como Tú, que perdona la
maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo,
porque se deleita en misericordia.

¿No le parece Dios maravilloso, amigo oyente? Y porque lo es Él va a restaurar a Israel algún
día a su tierra. No porque ellos son maravillosos, sino porque Él es maravilloso. Amigo oyente,
yo voy a ir al cielo algún día. Usted me puede decir: “Bueno, usted cree que es una persona muy
buena”. No lo soy, amigo oyente. Si usted me conociera a mí de la forma en que yo me conozco,
de seguro que usted apagaría su receptor. Pero, no, no lo haga, porque si yo le conociera a usted
en la forma en que usted se conoce a sí mismo, yo no le estaría hablando tampoco. Yo voy al
cielo, amigo oyente, ¡porque Jesús murió por mí! Esa es la razón por la cual yo voy. Voy porque
la deuda ha sido pagada, y no hay Dios como mi Dios. Y así, amigo oyente, llegamos al final de
nuestro estudio de este libro de Miqueas.

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