Provided by Banco de La República: Hans Ungar, Ca. 1965. Fotografía de F. Florián
Provided by Banco de La República: Hans Ungar, Ca. 1965. Fotografía de F. Florián
Provided by Banco de La República: Hans Ungar, Ca. 1965. Fotografía de F. Florián
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Provided by Banco de la República
[4] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Crestomatía ungariana
(Veintiocho notas sobre —y en torno a—
la biblioteca de Hans Ungar)
M A R I O J U RS I C H D U R Á N
1
Fue así: en junio de 1938, tres meses después del Anschluss, la policía nazi arres-
tó en Viena a Fritz Ungar, el hermano mayor del librero colombo-austríaco Hans
Otto Ungar (1916-2004). Al comienzo, los padres imaginaron que la detención
tenía como causa la afinidad de Fritz con las ligas de estudiantes; sin embargo,
muy pronto advirtieron que el motivo real era su ascendiente judío y que, por eso
mismo, convenía tomar medidas urgentes. En menos de una semana arreglaron
la salida de Hans de Austria, en tanto ellos, confiando en seguirlo más o menos
pronto, esperaban la excarcelación de Fritz.
Cuando uno repasa los álbumes de la familia, entiende lo que significó esa
decisión. En aquel entonces, Paul Ungar y Alice Kramer eran dueños de una
próspera peletería en la famosísima Casa Goldman & Salatsch, situada frente
al palacio imperial austriaco, en la Michaelerplatz de Viena1. En consecuencia,
Hans estudió en colegios caros y tuvo la plácida juventud de un muchacho bur-
gués en el antiguo imperio austro-húngaro: las fotos familiares lo muestran en
elegantes partidos de tenis, paseando por los Wienerwald de la capital austríaca
o de vacaciones en algún destino exótico como Trípoli, la capital de Libia.
2
En ese parteaguas de 1938, las opciones de inmigración para una familia judía
(incluso para una que no fuera especialmente devota, como los Ungar) eran en
extremo limitadas. Si podían elegir, la mayoría se inclinaba por ir a Estados
Unidos o Canadá; si no podían hacerlo (cosa bastante común), entonces enfila-
ban sus pasos en dirección a Brasil, Argentina o Chile. Según los cálculos del
historiador polaco Avraham Milgram, entre 1933 y 1945 llegaron a América Agradecemos a la familia Ungar
Latina unos 130 mil judíos, repartidos del siguiente modo: Argentina habría por permitirnos entrar en su casa y
reproducir las fotografías familiares
recibido unos 45 mil, Brasil, 25 mil; Chile, 15 mil, y luego, en una proporción y materiales de la biblioteca para
establecida con cierto liberalismo, México, Uruguay, Cuba, Bolivia y Ecuador, ilustrar este artículo.
entre 2 y 7 mil.
1. El lector recordará que ese
edificio, además de ser un ícono
de la arquitectura modernista, es
la razón por la que Adolf Loss, su
Escribe todos los meses una columna en la revista Arcadia y trabaja como editor del Fondo de Cultura diseñador, escribió Ornamento y
Económica de Colombia. delito.
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Hans Ungar niño, ca. 1920.
Colombia apenas destaca en esa contabilidad. Si nos fiamos de los datos de Ger-
hardt Neumann, fueron aproximadamente 6 mil los judíos que se establecieron
aquí entre 1930 y 1945, lo que no sorprende, pues el nuestro jamás ha sido un
país de inmigrantes2. Los pocos que pudieron llegar antes de la Segunda Guerra
Mundial tuvieron grandes dificultades para conseguir visas de residencia y, ya
instalados, se encontraron con que existía una feroz polémica sobre la conve-
niencia de abrir nuestras fronteras a la inmigración de japoneses o europeos. En
1936, Enrique Santos Montejo, Calibán, el influyente columnista del diario El
Tiempo, escribió que Colombia “no es ni será por lo menos en un futuro próxi-
mo tierra de inmigrantes”, enfatizando que
el judío de la Europa central representa uno de los tipos humanos más bajos. Es el
resultado de siglos de encierro de los guetos, de hambres, persecuciones y miserias
que le desmedraron físicamente, pero le aguzaron hasta lo increíble la astucia y todas
las facultades defensivas y le han tornado cruel y rapaz. Las gentes de este origen
son de estatura más que mediana y de salud endeble. No nos convienen. (Santos 1)
Con ese telón de fondo, con tantos prejuicios rondando en la cabeza de los pe-
2. Como bien lo subraya él mismo, riodistas más connotados, ¿por qué Ungar eligió venir a Colombia, suponiendo
no es fácil hacer estos cálculos. Para que haya tenido la oportunidad de elegir? ¿No habría tenido más sentido para
obtener el permiso de entrada,
hubo inmigrantes judíos que
él buscarse un destino en Buenos Aires o en Río de Janeiro?
falsearon sus papeles y fingieron ser
protestantes, cristianos o ateos. Es
3
el caso del crítico de arte Casimiro
Eiger, quien logró ingresar a La respuesta a esa pregunta siempre ha sido incierta. Que yo sepa, Ungar nunca
Colombia en 1943 tras declarar que dio mayores detalles al respecto y esa parquedad continúa en el recuerdo de sus
era un polaco católico. Este punto
dificulta enormemente el registro familiares. Según su hija Elisabeth, todo indica que la elección de Colombia
de inmigración judía al país y por como país de exilio fue obra del azar y de las circunstancias:
supuesto obliga a que se tomen los
Papá nos decía que cuando llegó a pedir la visa se encontró con una cola gigantesca.
censos con las debidas precauciones
(véase Neumann 386-398). Pensó que era inútil esperar y decidió irse. En ese momento, salido de quién sabe
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dónde, un militar lo agarró por la espalda y lo fue arrastrando hasta ponerlo a la
cabeza de la fila. Más tarde, según nos contaba, se dio cuenta de que ese militar
había sido compañero de su hermano en el ejército. (Ungar, E.)
Si en aquellos tiempos alguien quería emigrar a nuestro país, debía cumplir una
serie de requisitos particularmente onerosos. El 28 de mayo de 1936 se había
aprobado el decreto 1194, por el cual “los búlgaros, chinos, egipcios, estones,
griegos, hindúes, latvios, letones, libaneses, lituanos, marroquíes, palestinos, po-
lacos, rumanos, rusos, sirios, turcos y yugoslavos” estaban obligados a presentar
en el respectivo consulado colombiano documentos que comprobaran su buena
conducta, salud y honorabilidad, además de pagar mil pesos por cada hombre
cabeza de familia, cantidad que, según cálculos del economista David España,
equivaldría actualmente a unos diez millones de pesos. No era todo. Las madres
o esposas debían aportar 500 pesos, los hijos menores de 20 años, 250 pesos y los
menores de 10 años, 100 pesos (véase Leal).
Una legislación así, tan severa y al mismo tiempo tan ambigua, se prestaba para
diferentes actos de corrupción, como en efecto ocurrió. Lina María Leal Villa-
mizar ha documentado que el gobierno cesó en 1938 a E. Eckert, secretario del
cónsul de Colombia en Viena, al descubrírsele “un negocio fraudulento de visas
a cambio de dinero”, suerte parecida a la de Ernesto Langebach, cónsul colom-
biano en Frankfurt, al que despidieron ese mismo año por “beneficiar a otros
judíos con visas colombianas” (63).
¿Tuvo Ungar relación con alguno de estos personajes? ¿Hizo lo que tantos judíos
desesperados hicieron en su momento y compró, por medios poco ortodoxos,
una visa para un país del que seguramente no sabía nada? ¿Estaba aquel militar
vinculado a esa red de funcionarios corruptos? Es imposible afirmarlo, no solo
porque la información disponible es fragmentaria, sino también porque Ham-
burgo, puerto por el que Ungar salió de Europa, sugiere una segunda serie de
preguntas.
4
Al menos para un inmigrante judío, el viaje en 1938 desde Austria hasta Améri-
ca Latina implicaba elegir entre dos caminos. Uno consistía en ir hacia el norte,
descansar en Praga y luego tomar un vuelo de avión hasta Ámsterdam; el otro,
no menos largo, implicaba dirigirse hacia el este, reponer fuerzas en Váduz o
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en Zúrich y desde allí cruzar la frontera francesa, siempre con la idea de llegar
hasta el sur, a Marsella o Montpellier. La mayoría de austríacos que vino a Co-
lombia tomó una de esas dos rutas, entre ellos la jovencísima Lilly Blair, quien a
la vuelta de pocos años terminó siendo la esposa de Hans Ungar y cuya familia
escapó de Europa a través de Holanda3.
En cambio, salir desde Hamburgo, un puerto mucho más al norte y con una ofer-
ta menor de pasajes interoceánicos, resultaba atípico, excepto si había motivos
para encarar una ruta con tantos peligros y en la que los inmigrantes podían caer
en cualquier momento en manos de la Gestapo.
Sabemos que, además de los procesos iniciados a funcionarios por vender visas
fraudulentas, no faltaban las quejas contra los diplomáticos que las otorgaban
por razones acaso humanitarias, convencidos (aunque quién sabe) de la inmora-
lidad del régimen nazi.
Las “diferencias” a las que se refiere Jaramillo Arango no debían ser menores,
pues también sabemos por el testimonio de otro austríaco —el crítico de arte
Walter Engel4— que el cónsul Antonio Carrizosa era poco amigo de ponerles
trabas a los viajeros desesperados. Al momento del Anschluss, Engel se encon-
traba en París en un viaje de negocios. Sin embargo, regresó a Viena por su
esposa Herta y por sus padres. Fue su hermano Paul, profesor en la Universidad
Libre de Bogotá, quien contactó a Carrizosa y le explicó que, dada la situación,
3. En Cartas para Mirjam y la familia necesitaba ser eximida de algunos requisitos, entre ellos, el de viajar
Raphael. Regreso y vuelta a
casa, el profesor austríaco
todos juntos. Peticiones como esa eran frecuentemente desatendidas, pero el
Thomas Chaimowicz explica, cónsul de Hamburgo no tuvo reparos en aprobarla.
con un puntillismo admirable,
los angustiantes imprevistos que
él y su familia vivieron mientras Sin descartar la primera hipótesis —la compra de una visa espuria en Viena
intentaban llegar a Holanda a o en Frankfurt—, tengo para mí que Ungar pudo oír sobre este funcionario y
través de Praga y Leipzig. El libro
también es una espléndida fuente decantarse por la vía de Hamburgo con el único propósito de conocerlo. Al fin
de información sobre el viaje desde y al cabo, su objetivo nada más pisar suelo colombiano era apelar al sistema de
Ámsterdam hasta Colombia y
sobre lo que esperaba a los judíos
cuotas para conseguir, como los Engel, una visa adicional para el resto de la
expulsados por el nazismo en su familia. En casos así, la amistad de un diplomático comprensivo, conocedor de
nuevo país de residencia (11 a 54). las circunstancias europeas, no era precisamente desdeñable.
4. Véase a este respecto Bolbecher
y también A History, sobre todo Walter y Herda Engel viajaron a Colombia en julio de 1938 en el vapor Roda.
el capítulo V, “Post-War Austrian
Inmigration to Canada”, de Bettina ¿Habrán coincidido con Ungar? No es imposible, pues aunque ignoramos si este
S. Steinhauser. último tomó ese barco, las fechas de viaje son prácticamente las mismas.
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5
Las irregularidades en la expedi-
ción de visas no eran un patrimonio
exclusivo del gobierno colombiano.
En Bogotá, el arquitecto y cónsul
honorario de Austria Karl Heinrich
Brunner-Lehenstein tampoco era
amigo de seguir el reglamento de
un modo mecánico5. Valido de su
influencia, consiguió que, no obstan-
te la resistencia de la Cancillería, a
muchos refugiados se les concedie-
ra asilo político. Fue tan exitoso en
Hans Ungar, con su
sus gestiones, que hasta logró que el hermano mayor Fritz.
alcalde Gustavo Santos invitara a la
compañía de baile de Gertrud Bodenwieser a los festejos por el cuarto centena-
rio de Bogotá y, una vez finalizados estos, a que hiciera una extensa gira por el
resto del país.
Más que un capricho o una veleidad de burócrata, fue una decisión de vida o
muerte. De ese modo, su hija Magda, bailarina en la compañía de Bodenwieser,
y su esposa (a la que habían registrado como guardarropa) pudieron escapar
de las purgas nazis en Viena. No tuvo la misma suerte Friedrich Rosenthal, el
esposo de Gertrud. Detenido, como Fritz Ungar, poco después del Anschluss,
fue imposible que viajara con la compañía y murió tres años más tarde en un
campo de concentración.
6
Ungar llegó a Puerto Colombia a mediados de julio de 1938. Había aprovechado
el largo viaje para estudiar algo de español, confiando en que esos rudimentos,
más su dominio del inglés, el francés y el alemán, le abrieran alguna puerta en
su nuevo destino. Al día siguiente, una vez superados los complejos trámites
aduaneros, se embarcó en un vapor que lo llevó hasta Honda, en las riberas del
río Magdalena, y allí tomó el tren que, silbando entre bosques de eucalipto, aca- 5. “El consulado austríaco fue
bó por depositarlo en la capital colombiana. Por el resto de su vida recordaría cerrado después del Anschluss
a petición del Ministerio de
los caimanes asoleándose en los playones y el calor turbio, pegajoso como un Relaciones Exteriores colombiano.
esparadrapo, que lo acompañó en la travesía. Pero el cónsul Brunner-Lehenstein
siguió extendiendo certificados
oficiales, que en la práctica eran
reconocidos.” (Bolbecher 94)
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El 7 de agosto de 1938, un sonido marcial despertó a Ungar, un clarín que él ya
conocía desde antes y que lo hizo buscar afanosamente una ventana. Sencilla-
mente, no podía entender lo que estaba viendo: abajo, en una calle adyacente a
la Plaza de Bolívar, desfilaba una banda prusiana en cuyos pendones refulgía el
águila imperial de los Habsburgo. Por un segundo, alcanzó a pensar que todavía
estaba en el Stadtpark de Viena, que los 9 mil kilómetros de viaje solo habían
sido un ensueño y que los húsares desplegados allí abajo eran simpatizantes
nazis vitoreando a Hitler el día del Anschluss. Su casera lo tranquilizó. “No se
preocupe —le dijo mientras le alcanzaba un café—; son los muchachos de la
Guardia Presidencial”.
8
¿Se habrá topado Ungar en sus primeros paseos con klapers? Se les llamaba así
a los buhoneros judíos, normalmente polacos, que se dedicaban al comercio de
ropa y que deambulaban por el centro de Bogotá o por barrios de esta ciudad
como Las Nieves y Las Cruces ofreciendo su mercadería. (Klaper quiere decir
“el que golpea de puerta en puerta”.) Los klapers habían traído al país un ins-
trumento financiero desconocido: la venta a plazos, que rápidamente les granjeó
tanto el favor de los clientes, como la animadversión de sus colegas colombianos6.
Irritado por lo que a sus ojos era “una conspiración mundial israelita”, el polí-
tico y escritor Salvador Tello Mejía intervino en esa querella con un libro cuya
6. Por ese motivo, al crédito en
radicalidad acaso sea la causa que lo convirtió en un pequeño éxito de librerías.
nuestro país se le decía “plazos (Cuando Ungar llegó a Colombia, ya iba por la tercera reimpresión7.)
polacos”. Los cuentos de Gentes
en la noria (1945), de Salomón
Brainsky, y las memorias Yo vi En aquellos tiempos, en las discusiones sobre racismo e inmigración, lo habi-
crecer un país (1982), de Simón tual era seguir las propuestas de Miguel Jiménez López. Este médico boyacense
Gubereck, ofrecen vívidos
testimonios de la forma en que se había causado un gran revuelo en 1918 al sostener, durante un congreso en Car-
ejercía ese difícil oficio. tagena, que el mestizaje no era “parte del proceso de selección natural” y que,
7. El libro se publicó en 1936, en los
por eso mismo, resultaba “poco ventajoso para el perfeccionamiento físico y
talleres de la Tipografía Municipal. moral de la población colombiana”. Según sus teorías, la mezcla entre españoles,
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Paul Ungar y Alice Kramer, padres de Hans Ungar. La fotografía es del año 1927.
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indígenas y negros nos había dejado una “raza imperfecta”, que por sus caracte-
rísticas afectaba notablemente nuestro desempeño económico.
9
¿Estaba Ungar al tanto de ese clima? ¿Advertía que a los judíos se les veía con
recelo? No lo sabemos, pero tal vez fue eso y el hecho de que hablara defectuo-
samente el idioma lo que hizo que su primer impulso fuera buscar trabajo en
compañías extranjeras (o dirigidas por extranjeros). Se puso a escribir cartas,
con la buena fortuna de que, unos días más tarde, le respondió el ciudadano
inglés Douglas Hubard, propietario del salón de modas A. J. Alexandor, una
lujosa peletería ubicada en la calle 12 con carrera séptima. En aquel tiempo,
la séptima —también llamada Avenida de la República— era el imperio de las
peleterías. Apiñadas en unas pocas cuadras, además del Salón Alexandor esta-
ban La Siberia, La Francesa, el Almacén Milán, la Peletería Riga, El Encanto,
La Selecta, la Peletería Canadá y la Casa Austria, todas dedicadas a la venta de
ropa europea y de finos artículos de cuero. Todas, también, regentadas por ju-
díos, lo que no era necesariamente un consuelo. (Según el melodramático Tello
Mejía, la séptima era “el epicentro de las actividades israelitas” donde cada mes
se reunían “los agentes secretos que extorsionaban otros departamentos”.)
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Hans Ungar, con sus compañeros
de colegio. Entre los de pie, es el
uno de los primeros desfiles de moda en el país. Sin embargo, la razón por la que
primero de izquierda a derecha.
vale la pena recordar el Salón Alexandor es distinta: gracias a él, Ungar encon-
tró el camino a una vida completamente insospechada.
10
En 1936, el poeta mexicano Gilberto Owen fundó en Bogotá una pequeña libre-
ría para vender libros y revistas en inglés, además de papeles finos y artesanías
de su país natal. El local, cuyo nombre se lo daba el año de su fundación, esta-
ba en un pasaje que comunicaba la calle 14 con la Avenida Jiménez, entre dos
edificios gemelos construidos por la firma Casanova y Manheim y bautizados
simplemente “Santa Fe”9.
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La misteriosa apelación solo es comprensible si atendemos a que en esa época
las librerías eran diferentes a las que conocemos ahora. Por lo general, única-
mente ofrecían
libros religiosos para bautismos y primeras comuniones, textos escolares y princi-
palmente libros en español importados de Argentina y España, entre ellos las pocas
traducciones disponibles de la literatura y la filosofía contemporáneas. (Ríos 252)
Owen regentó la librería por un par de años, al cabo de los cuales se la vendió a
Paul Wolff, un ciudadano austríaco nacionalizado en Colombia, quien mantuvo
el énfasis en la venta de revistas y libros en inglés y quien con toda seguridad la
rebautizó como Librería Central.
11
Decir que la Librería Central “estaba en el camino de Ungar” no es exactamen-
te una metáfora. Al contrario: todos los días, al salir de su trabajo en el Salón
Alexandor, Ungar debía pasar frente a ella, pues la peletería de Mr. Hubard
quedaba a unos pocos pasos del Pasaje Santa Fe. Nada cuesta imaginar que a
un amante de los libros como él le atrajeran esa calle pletórica de estudiantes
y ese minúsculo paraíso bibliófilo donde además podía hablar en su lengua
materna11.
Pero incluso si la librería hubiera estado en otro sitio, Ungar fatalmente habría
tenido que llegar hasta ella. A finales de los años treinta, la colonia austríaca
en Colombia era pequeñísima: según Alberto Kleiner, no debía superar las 526
personas. (Los alemanes, en cambio, eran 2.347, los polacos, cerca de 900 y los
húngaros, 621 [Sociedad de Socorro 21 y ss.]). Lo primero que hacían quienes
llegaban a Bogotá provenientes de Austria era buscar al cónsul Brunner en el
Departamento Municipal de Urbanismo, pues Austria no tenía una sede di-
plomática formal; después, ya instalados, no era extraño que se dejaran ver en
11. En “El Café del Rhin y la alguna de las múltiples reuniones sociales que Brunner organizaba en su casa
palabra churro”. Álvaro Castaño de Teusaquillo12.
Castillo describe con enorme
colorido los bares universitarios del
Pasaje Santa Fe. Cabe conjeturar En esa geografía de afectos e intereses, la Central funcionaba como un punto
que Castaño y Ungar, amigos
cercanos toda la vida, pudieron
informal de encuentro y como un consulado alternativo. Los que previamente se
haberse conocido en alguna de las habían conocido donde Brunner, acababan yendo tarde o temprano a la estre-
fiestas estudiantiles que, sin mayor cha librería del Pasaje Santa Fe con el fin de ponerse al día, tomarse un tinto o
premeditación, se organizaban en
aquel mítico callejón. simplemente pasar el rato. A la Central iban el médico Paul Engel y su hermano
Walter, la fotógrafa Hermi Friedmann, la poeta Trude Krakauer, el dibujante
12. En el directorio telefónico de
1948, Brunner da como lugar de Fritz Lichtenberg, la actriz Trude Löwy, el filósofo Thomas Chaimowicz y la so-
residencia la calle 34 Nº 13-26. En prano Vally Lindholm. Con el tiempo, todos se hicieron amigos y conformaron
ese mismo lugar, pero en el número
13-28, funcionaba la escuela de
una colonia de fuertes lazos endogámicos. En una fecha tan temprana como
danza de su hija Magda. 1941, el profesor Gerhard Neumann observaba con acritud que
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Antiguo Pasaje Santa Fe, en 1949.
La Librería Central ocupaba
el tercer local a la izquierda.
Cortesía Revista Cromos,
1680, 21 may. 1949, 2.
12
Con todo y que a Neumann no le faltaba razón, sus reproches merecen al menos
un par de apostillas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, la presencia
nazi en Colombia era difusa pero abarcaba los campos más inesperados. Por
ejemplo: cuando se inauguró el nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, en ju-
lio de 1938, la embajada alemana participó en los festejos de apertura con una 13. Véase el siguiente enlace:
exhibición de libros y folletos de orientación fascista. El Anchluss había tenido http://catalogoenlinea.
bibliotecanacional.gov.co/client/
lugar apenas tres meses antes; aun así, nadie, salvo los exiliados por las políticas es_ES/search/asset/105596/0
hitlerianas, manifestó la menor inquietud con la muestra, ni con el ostentoso (Biblioteca Nacional-Fondo
despliegue de una esvástica encomendado por el embajador Wolfgang Dittler13. López). Para la apertura del
nuevo edificio, Daniel Samper
Ortega, director de la Biblioteca,
Ese hecho, sumado a otros del mismo estilo, comenzó a evidenciar un creciente había ideado un ambicioso ciclo
de conferencias, conciertos,
antagonismo entre las comunidades germano-parlantes establecidas en Colom- exposiciones pictóricas y muestras
bia. Los austríacos intentaban diferenciarse de los klapers y de los alemanes por bibliográficas, bajo el título
Exposición del Libro. Alemania no
cuestiones religiosas, educativas y de estratificación social, pero sobre todo por era el único país invitado; también
urgencias políticas. estuvieron presentes Francia,
Bolivia, Perú, España, Inglaterra
y Estados Unidos. La exposición
El 18 de julio de 1941, cuando ya la guerra estaba en cotas máximas, apare- estuvo abierta entre el 20 de julio
ció en El Liberal, de Bogotá, una lista con más de 200 nombres de personas y y el 30 de septiembre de 1938. Para
esas fechas, Ungar ya tenía un mes
empresas, la mayoría alemanas, a los que el gobierno de Estados Unidos acu- de haber llegado a Bogotá. ¿Habrá
saba de tener simpatías nazis. Como consecuencia de ello, el presidente Santos ido a ver la muestra?
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impuso una amplia serie de restricciones contra los alemanes residentes en el
país —ninguno de ellos podía, por ejemplo, cobrar cheques, manejar estable-
cimientos públicos o vender licores— y dio instrucciones para que, si la policía
lo consideraba conveniente, los sospechosos de congeniar con el régimen del
Führer fueran confinados en campos de concentración. Más de 600 ciudadanos
alemanes fueron conducidos a Cachipay o a Fusagasugá, donde permanecieron
hasta el final de la guerra14.
Con ese panorama de fondo, se entiende la urgencia de los austríacos por alejar
de ellos cualquier barrunto de fascismo. Hubiera sido particularmente irónico
que, tras ser expulsados de sus países por el Tercer Reich, ahora se les marginara
de nuevo por hablar la misma lengua de sus verdugos.
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El caso del poeta alemán Erich Arendt y de su esposa Katya es particularmente
ilustrativo a este respecto. Cuando llegaron a Bogotá en 1942, sus únicas po-
sesiones eran una pequeña maleta de mano y dieciséis dólares. Preocupados
por no morirse de hambre, empezaron una empresa casera de chocolates, que
apenas sí les permitía subsistir en medio de grandes penurias. Eso, sin embargo,
no les impidió alquilar un piano y organizar en su apartamento de la Caracas
con calle 23 una alegre tertulia a la que asistía toda la élite intelectual del exilio.
En esas reuniones, Katya cantaba o tocaba el piano; Erich hacía lo propio con el
violín. Como sucedió con otros emigrantes de la Alemania de Hitler, la música
clásica les proporcionó un pretexto para reunirse y, lo que es más importante,
un núcleo de indudable solidez en torno al cual reconstruir la cultura centroeu-
ropea que estaban decididos a preservar.
14
Todavía no se ha esclarecido el papel protagónico de Bernardo Mendel en el de-
sarrollo de la música culta en Colombia. Al comienzo, sus actividades musicales
se limitaron a tocar el piano ante amigos (era tan virtuoso, según el testimonio
de quienes lo escucharon, que hubiera podido seguir una carrera profesional) y
a importar pianos verticales y de cola marcas L. Bösendorfer y W. Hoffmann.
Pero después, quizá con el ejemplo de la Gesellschaft der Musikfreunde rondán-
dole la cabeza, decidió fundar en Bogotá una institución similar18 y convertirse 18. La Gesellschaft der
él mismo en patrocinador de conciertos. Musikfreunde (Sociedad de los
Amigos de la Música) funciona
en Viena desde 1812 y fue la
No es fácil saber si Mendel conocía las sociedades filarmónicas, tan presentes en responsable, entre otras cosas, de
la vida latinoamericana desde mediados del siglo XIX; aun así, debía compartir la construcción del Musikverein
de Viena. Por una carta del
sus propósitos civilizatorios y ser consciente de que eran actividades bien vistas y librero Franz Deuticke, sabemos
con inmenso reconocimiento público, sobre todo entre la clase alta. (Ellie Anne que Ungar siguió con atención
la renconstrucción del edificio,
Duque ha observado con perspicacia que, si bien la Iglesia nunca ha dejado de seriamente afectado durante la
censurar a la música popular en Colombia, no se conocen escándalos de índole guerra. “No hemos ido todavía
moral ni amenazas de excomunión por asistir a conciertos de música culta). a la nueva ópera, pues estamos
esperando a que los precios bajen.
Sin embargo, hemos escuchado
Fueran cuales fueran los motivos de Mendel para fundar la Sociedad de los Ami- todo en la radio. Yo creo que usted
se alegrará con el nuevo edificio”.
gos de la Música, lo cierto es que a finales de los años treinta su compañía empezó La Sociedad fundada por Mendel
a traer a varios de los principales artistas de la época. A Bogotá vino gente como tenía sus oficinas en la carrera 7 Nº
12-62, local 12.
Wilhelm Backhaus, Rudolph Serkin, Andrés Segovia, Isaac Stern, Gregor Piati-
gorski, el Bach Aria Group, Gaspar Cassado y muchos otros más. Sabemos por 19. Erich Arendt hablaba
los diarios de Katya Arendt19 que la colonia de exiliados por el nazismo no se perfectamente español, pues
antes de venir a Colombia había
perdía esas veladas20, a las que también asistían los hermanos Otto y León de vivido en España y combatido en
Greiff, los ensayistas Jorge Zalamea y Hernando Téllez, los periodistas Calibán y la Guerra Civil española. Tradujo
muchísimos libros latinoamericanos
Roberto García Peña, además de políticos cultos como Alberto Lleras Camargo, al alemán, entre ellos El Gran
Carlos Lleras Restrepo y Luis López de Mesa. Con seguridad, a esto se refería Burundún-Burandá ha muerto, de
Jorge Zalamea, con quien lo unía,
Gerhard Hauptmann cuando hablaba de que los austríacos se movían en “círculos
además de las afinidades políticas
pequeños y exclusivos basados en el esnobismo y las buenas conexiones”. Es fácil de izquierda, el gusto por la música
suponer que ahí, en ese ambiente relajado de los conciertos, muchos refugiados y la circunstancia de que ambos
estuvieran casados con mujeres
conocieron a los principales animadores de las artes y la política en Colombia, y judías.
que eso les abrió puertas que de otra forma ni siquiera habrían podido tocar.
20. En el documental Foto Hermi:
sellos de luz (2016), de Gerrit
15 Stollbrock, un sobrino de Hermi
Friedmann menciona que Mendel
En los años cuarenta, no solo Ungar sino muchos otros empleados como él
solía contratarla para tomar fotos
terminaban su jornada de trabajo tomándose una cerveza en alguno de los múl- de los artistas que la Sociedad traía
tiples cafés situados sobre la carrera séptima o en las calles adyacentes: El Viena, a Bogotá y que “en el Teatro Colón
casi el 90% de las fotografías que
El Viscaya, El Majestic. Es posible que Ungar recalara con alguna frecuencia estaban colgadas en los pasillos
en El Molino, pues, además de estar a escasos metros de la peletería Alexandor, fueron hechas por ella”.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [17]
allí podía leer en el tablero de El Espectador las últimas noticias de Colombia
y el mundo.
[18] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Lilly Blair.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [19]
los días posteriores, la infausta noticia? Aún faltaban varios meses para que la
editorial Bermann-Fischer publicara clandestinamente en Estocolmo El mundo
de ayer21; con todo, es dable conjeturar que una melancolía de tintes parecidos
estuviera coloreando el ánimo de Ungar. Sin noticias de su familia, con la guerra
en apogeo, es posible que haya tomado decisiones trascendentales: casarse con
su novia Lilly Blair22, ser parte de un país en el que hasta entonces únicamente
había vivido como expatriado y reconstruir, de algún modo, ese mundo que el
destino había reducido a cenizas.
16
Nada sintetiza mejor lo dicho hasta
Portada del programa de
mano para El murciélago.
aquí que el fastuoso estreno, en el Tea-
Colección Biblioteca Nacional. tro Colón de Bogotá, de la opereta El
murciélago, de Johaness Strauss. Ese
evento, realizado el 7 de noviembre de
1942, fue al mismo tiempo una presen-
tación en sociedad de los refugiados del
nazismo y un acto político en toda la
regla. El Comité de los Austríacos Li-
bres, a cuyo cargo estaba la velada, no
solo consiguió el patrocinio de Loren-
cita Villegas, Beatriz Gutiérrez y Lola
Londoño, esposas, respectivamente,
del presidente de Colombia Eduardo
Santos y del alcalde y ex alcalde de
Bogotá, Carlos Sanz de Santamaría
y Germán Zea Hernández, sino que
involucró en pleno a la comunidad
de exiliados y de colombianos anti-
fascistas. Para sufragar los gastos del
montaje y de la impresión del abultado programa de mano, la compañía EMPO
de Bernardo Mendel contribuyó con un aviso de página entera (lo mismo hicie-
21. En la biblioteca de Ungar
están casi todos los libros de Stefan
ron otras empresas del exitoso empresario, como Lux Films); Echavarría Cabo
Zweig, incluida la primera edición & Cía, la oficina donde Lilly Blair trabajaba como secretaria, también aportó
de El mundo de ayer. En una charla un aviso; el Salón Alexandor, donde trabajaba Ungar, prestó las pieles que lu-
informal, su sobrino Camilo Blair
me contó que una vez le pidió cieron las cantantes Susana Rother y Vally Lindholm; Otto de Greiff, Walter E.
consejo sobre qué leer y Ungar le Selca y Pedro E. Taussig escribieron gratuitamente las notas del programa, los
contestó: “Stefan Zweig, Stefan
Zweig y Stefan Zweig”. hermanos Temel, dueños del restaurante del mismo nombre, prestaron la vajilla
que se usó en escena23, Paul Wolff participó con un pequeño aviso de la Librería
22. Hans Ungar y Lilly Blair se
casaron en Bogotá el 17 de julio
Central, Heidi Friedemann tomó las fotos y Walter Engel, además de dinero,
de 1942. colaboró con su presencia como cantante en el coro.
23. El Temel fue el restaurante
más famoso de Bogotá durante Así solo sea como nota curiosa, vale la pena anotar que los patrocinadores es-
varias décadas. Fundado en 1937 taban relacionados con refugiados del nazismo incluso en aquellos casos en los
por dos austríacos judíos, los
hermanos Jacobo y Max Temel.
que no era posible advertirlo a primera vista. Es difícil saber, por ejemplo, por
En sus memorias, Luis Zalamea qué Chocolate Corona se vinculó comercialmente a la velada, si se ignora que la
Borda anota que “el Temel fue
publicidad de la empresa antioqueña era manejada por Henry Rassmussen, un
el primer restaurante realmente
cosmopolita de Bogotá, pionero judío alemán que había huido de Berlín luego de los disturbios en la Noche de
en ofrecer pescados y mariscos los Cristales (véase Zalamea 418-419).
frescos transportados diariamente
por avión desde la costa, además de
suculentas especialidades francesas, Antes de levantarse el telón, el historiador Gerhard Masur, que por entonces
alemanas, suizas e italianas, y una
bodega de vinos a la altura de la
escribía en Bogotá su biografía de Simón Bolívar, leyó unas palabras de Winston
cocina.” (405). Churchill en las que el primer ministro inglés advertía que “el pueblo de Gran
[20] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Bretaña nunca cejaría en su empeño de liberar a los autríacos del yugo prusia- 24. Los avisos de las compañías
patrocinadoras, los textos de
no” y, acto seguido, un texto suyo llamado “Austria inmortal”, cuya brevedad no Otto de Greiff y Walter E.
escondía el propósito de ser una cáustica clase de historia y un nítido recordato- Secal, las palabras de Winston
rio de que la Casa de los Habsburgo, estado supranacional dos veces milenario, Churchill y el reparto artístico
de la opereta, además de muchos
jamás podría rebajarse a ser una más entre las provincias alemanas: otros documentos que subrayan
La segunda guerra mundial revela con claridad diáfana la misión que había cum- el carácter político de la velada
(poemas de Franz Grillparzer
plido Austria en la vida del continente europeo. Pues Austria no era solamente y Anton Wildgans, frases de
un imperio, Austria era una idea, una idea universal, sin la cual Europa no puede Friedrich von Schiller y Hugo von
Hoffmanstal), pueden leerse en el
vivir. Situada en el sudeste de Europa, en las orillas del Danubio, del majestuoso
abultado programa de mano de El
río que une a Europa con el Oriente, Austria ha sido el baluarte de la civilización murciélago (véase en bibliografía
occidental desde los tiempos del Imperio Romano. (Comité de los Austriacos) Comité de los Austriacos).
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [21]
visa colombiana. Me ofrecieron visas en venta, pero costaban el equivalente de
medio millón de pesos de hoy y yo no pude conseguirlos. (329)29
18
Si bien desconocemos hasta qué punto fueron amigos Ungar y Mendel, sí
podemos decir con un razonable grado de certeza que Mendel fue el primer bi-
bliófilo que Ungar trató en su vida. Siendo muy joven, Mendel había empezado
a coleccionar partituras musicales, libros sobre literatura alemana e historia de
Austria. Al establecerse en Colombia, añadió a lo anterior la pasión por todo
lo relacionado con el Descubrimiento y la Conquista de América, iniciando de
ese modo la conformación de una biblioteca que llegaría a contar con más de
treinta mil volúmenes. Mauricio Pombo revisó en 2001 ese fondo (hoy parte de
la Lilly Library de la Universidad de Indiana) y pudo constatar por sí mismo la
riqueza de su contenido30:
Basta echar una ojeada superficial por algunos de los ejemplares que tuvo (manuscri-
tos e impresos), para darse cuenta de las dimensiones y la importancia universales de
que gozó la biblioteca del señor Mendel. En ella se encontraban el Theatrum Orbis
Terrarum (1648-58), uno de los atlas más importantes del siglo XVII, en edición de
lujo para Bibliotecas Reales; primeras ediciones de las Cartas de Hernán Cortés;
los Grandes viajes de Theodore de Bry en ocho volúmenes (edición original); la
primera edición de “nuestras” Elegías de varones ilustres de Indias (1589); una de
las 17 cartas de Colón impresas antes de 1501: “De insulis nuper in mari Indico (...)”
(Basilea, 1494) (…). En fin, una colección de libros imposible de reunir en nuestros
días y asombrosa en los de Mendel. (Pombo 97)
[22] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
seguramente pocos habían visto en Colombia (Los desastres de la guerra, de
Francisco de Goya).
¿Es solo una coincidencia que años después Ungar se dedicara a comprar
libros de Vespucio y Claudio Ptolomeo? ¿Es solo un azar que haya atesorado
una importante colección de libros de viaje y que los mapas raros de América
se hayan convertido en una de sus obsesiones? ¿Que haya conseguido no La
crítica de la razón pura, pero sí Dos consideraciones sobre cuestiones políticas
y morales?
19
Cuando llegó a Colombia en 1938, Ungar apenas cargaba en su maleta dos libros:
uno de Arthur Schnitzler y otro de Thomas Mann. En esos primeros tiempos
de estrecheces económicas, fueron prácticamente sus únicas lecturas, aparte de
publicaciones que de vez en cuando le prestaban los amigos. Sin embargo, a
partir de 1946, esa falta de material de lectura dejó de ser un problema. En ese
año murió Paul Wolff, el propietario de la Librería Central, dejando a su viuda
al frente de un negocio que, al parecer, a ella no le interesaba demasiado.
¿Por qué no se hace cargo? —le preguntó Helena de Wolff a Ungar—. Usted fue
amigo de mi marido y, además, le encantan los libros34.
En ese entonces, fiel a sus orígenes, la Central solo ofrecía un surtido básico de
libros en inglés, además de algunas revistas extranjeras como Time, The New
Yorker, The New Statement, The Economist y Business Week. Sus clientes eran
periodistas, políticos, gente de negocios y burócratas oficiales. El pequeño local
se expandió en noviembre de 1951 con la apertura de la galería de arte El Calle-
jón en un vetusto palacete a la vuelta de la esquina (propiedad del expresidente
Eduardo Santos) y en el que empezaron a ofrecerse libros de arte y arquitectura.
Hacia 1957 o 58, los Ungar mudaron tanto la librería como la galería a una casa
republicana de dos plantas en el vecino Parque Santander, donde permanecerían
hasta 1964. El nuevo local tenía un patio central enorme, típico de las mansiones
del siglo XIX, que Ungar cubrió con una marquesina, de tal de manera que la
planta baja pudiera, además de estar completamente cubierta de estanterías,
albergar una pequeña sala de conferencias.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [23]
firme, solía ser cauto y apenas importaba dos o tres copias por título y de ellas
se reservaba una cuando pensaba que el libro era culturalmente significativo.
35. Su esposa Lilly y su hija Como no existen archivos de la librería —según uno de sus empleados, los
Elisabeth me confirmaron que destruyeron al mudarse de la espaciosa sede del centro a un local mucho más
sentía aversión física por marcar
los libros. De allí que rara vez pequeño al norte de la ciudad (Ríos, Book Selling 6, nota 4)— y solo en ciertos
les pusiera firma y que nunca casos los ejemplares de su biblioteca tienen fechas, firmas35 o sellos de proce-
los subrayara. Parece que en
algún momento pensó, como
dencia o propiedad, únicamente es posible reconstruir por inferencia el dato de
tantos bibliófilos, en tener un cuáles pudieron ser los primeros libros que empezaron a hacerle compañía al
exlibris, pero desechó la idea con
Thomas Mann y al Schnitzler traídos desde Austria36. En su ya citada memoria,
la misma rapidez con la que la
había concebido. Lo que sí puede Thomas Chaimowicz recuerda que a mediados de los años cuarenta en Bogotá
hallarse en la biblioteca de Ungar se veían los escritos de Scheler, Max Weber, Dilthey, Cassirer. Era fácil conseguir
son firmas, señales y cédulas de
sus antiguos propietarios. A guisa las obras de la literatura inglesa, igualmente las francesas. ¡Era inconcebible que
de ejemplos, cabe citar el sello una librería grande no ofreciera por lo menos una traducción de Racine! Lo que
en tinta azul que tiene el tomo
II de las Oeuvres Complétes de para nosotros sería tan importante más tarde, a partir de 1944, desde la liberación
Jean-Jacques Rousseau, que nos de París, es que volvieron a llegar a las ediciones bilingües de la colección Las Belles
revela, a pesar del desleimiento de Lettres; se podía conseguir casi cualquier edición de los clásicos griegos y romanos.
la tinta producto de los años, que
ese tomo perteneció a la biblioteca Igualmente se encontraba la Oxford Classical Library, en una que otra librería, y
del empresario barranquillero, nadie se sorprendía si uno preguntaba por una edición especial de Virgilio o de
cultivador de cacao y mecenas del
béisbol Ramón Urueta Méndez; Lucrecio. (Chaimowicz 29)
o el exlibris marino, con cuatro
carabelas en banda, de un tal
Mr. John Jameson, que aparece
¿Eran libros como estos los que Ungar empezó a coleccionar? Puede que sí: en
discretamente pegado en la página su biblioteca hay varios títulos de los mencionados por Chaimowicz, aunque
final del Supplément au Journal sea difícil datar su adquisición. Lo que sí puede afirmarse es que el ejemplo de
Historique du Voyage a L’Équateur,
de Charles Marie de la Condamine. Bernardo Mendel dejó una huella profunda en sus gustos. En la biblioteca de
Dicho sea de paso: ¿tenía este Ungar abundan los libros raros y curiosos, las primeras ediciones, los facsími-
señor Jameson alguna relación con
la destiladora irlandesa del mismo les, los mapas antiguos, las ediciones con grabados, los autógrafos de diversos
nombre? Lo pregunto porque la personajes históricos, los libros con tapas en seda o en cuero, los volúmenes con
expresión latina sine metu, que
aparece en la orla de su exlibris y
procedencias ilustres37 y, en general, todas las obras que constituyen la debilidad
que significa “sin temor”, no solo de quienes padecen el demonio del coleccionismo. Dicho sin ninguna salvedad,
se usaba, y se sigue usando, en el la de Ungar es, como la de Bernardo Mendel, una biblioteca de bibliófilo. Uno
antiguo idioma gaélico, sino que
está impresa en cada botella del puede imaginar, por ejemplo, que compró El príncipe de Maquiavelo en una edi-
whisky Jameson. Refuerza todavía ción francesa de 1929 por la excelencia de su papel verjurado y por las virtudes
más la conjetura de que el exlibris
y el logo de la compañía sean
tipográficas de su diseño —¿qué más cabría esperar de una edición numerada
notablemente parecidos. de los refinadísimos Helleut y Sergente?—, pero también porque trae un prólogo
absolutamente desconocido del dictador italiano Benito Mussolini.
36. Lo que sí podemos saber con
certeza, porque él mismo lo contó
en una conferencia, es que nunca Algo parecido puede decirse de lo que, con alguna reticencia, me atrevería a lla-
adquirió bibliotecas completas; su
colección fue creciendo libro por mar “clásicos”. En un acervo que supera los veinte mil títulos, es inevitable que
libro, del mismo modo que una casa haya material sumamente heterogéneo: desde una modesta edición de La ma-
se va armando ladrillo tras ladrillo
(véase Ungar, La pasión).
sacre de las bananeras (1928), de Jorge Eliécer Gaitán, hasta los tres apetecidos
tomos de las chismosísimas The Greville Memoirs (1887) de Charles Cavendish
37. En otra conferencia, Ungar Fulke Greville sobre la reina Victoria; desde una nutrida colección de Mapas
mencionó que “cuando se
adquieren libros raros uno no españoles de América, hasta la primera edición de los Pensées sur la religión, de
siempre está al corriente de todos Blaise Pascal, impresa en París en 1670.
los detalles”. Y añadió: “Yo tengo
una edición de una historia de
viajes en ocho tomos y un día, Pero, a despecho de lo babélico del conjunto, es indudable que a Ungar le im-
al hojear esta edición, encontré
que tenía un exlibris de Robert
portaba el canon a la hora de ir conformando sus propias listas. La prueba no
Rotschild, que fue uno de los es tanto que en cada balda de su biblioteca podamos encontrar nombres pres-
conquistadores de la India a favor tigiosos de la literatura como Marcel Proust, William Shakespeare, Goethe o
de la Corona Británica. De tal
manera que haber tenido en mis Molière, sino que haya colecciones casi completas de la Everyman’s Library38
manos un libro que pertenecía a o de la Biblioteca de la Pléiade39, conjuntos librescos en los que el valor de lo
un personaje histórico de tanta
importancia es un gran placer”
canónico, de la norma, es definitivo.
(véase Ungar, Bibliófilos).
[24] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
38. El editor inglés Joseph Malaby
Conviene hacer hincapié en ese último aspecto, el de las colecciones de libros, Dent (1849-1926) concibió en
porque las series completas son una indudable viga de armada en la biblioteca de 1905 la Everyman’s Library (“La
biblioteca de todos los hombres”).
Ungar: no solo de autores, no solo de temas, no solo de épocas, sino también de Su objetivo era crear una colección
casas editoriales. Si a Ungar le interesaba un autor, no se conformaba con tener de mil títulos de literatura de todos
los tiempos que fuera asequible y
unos pocos libros: quería adquirir la totalidad —o al menos lo más representa- atrajera a un público de todas las
tivo— de lo que hubiera producido a lo largo de su vida. Ese mismo principio clases. Eran, para decirlo con un
lo aplicaba a los editores de su preferencia, ya fuese el holandés Luis Elzevir40 oxímoron, ediciones de bolsillo
empastadas en tapa dura.
o el berlinés Bruno Cassirer41. (Si uno quisiera, podría hacer una historia de
la edición con los libros que Ungar fue coleccionando a través de los años.) Su 39. La Bibliothèque de la Pléiade
es una colección francesa de
nieta Luisa me contó que en una visita de Hans Magnus Enzensberger a Bogotá, libros creada en 1923 por Jacques
el gran poeta alemán se asombró de que su abuelo tuviera, sin ningún faltante, Schiffrin (1892-1950), joven editor
todos los títulos que él había publicado como editor en Die Andere Bibliothek42. independiente nacido en Rusia.
Schiffrin quería proporcionar al
público ediciones bien cuidadas de
A todo lo anterior, cabe sumar un número inmenso de sammelwerke, esto es, los autores clásicos y que fueran
asequibles para todo el mundo.
compilaciones o libros de referencia sobre un abanico majestuoso de asuntos: André Gide se interesó en el
ora The Cambridge Medieval History (1924), ora el Decalogus Septimania Sym- proyecto de Schiffrin y lo presentó
a Gallimard, sello que desde 1933
bolum Apostolicum (1907); ya sean las Florentinische Zierstucke im Kupferstich ha venido encargándose de la
15 Jahrhundert [Piezas decorativas florentinas en grabados en cobre del siglo colección. La Pléiade publica sobre
todo obras escritas originalmente
XV] (1909), ya las Recherches sur les Costumes et sur les Théâtres des toutes les
en francés, aunque también incluye
Nations tant Ancienes que Modernes (1790)43. clásicos de la literatura mundial.
res, muy pronto empezaron a cobrar dinámicas distintas. En lugar de considerar Continúa
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [25]
la segunda un subproducto de su trabajo como librero, Ungar comenzó a enten-
derla como un apéndice a sus deseos de coleccionista y lector, una oportunidad
para conocer gente con gustos similares y una coartada perfecta para inventar
viajes y conseguir nuevos libros. En los años de la posguerra, él y su esposa em-
pezaron a ir una vez por año a Europa —a Viena, en algunos casos; a las demás
capitales europeas, en los otros—, con el fin de visitar casas de subastas como la
del Hôtel Drouot en París44 y verse completas las temporadas de ópera y teatro
en Viena y Salzburgo.
[26] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Ejemplares de Die Andere
Bibliothek (La Otra Biblioteca),
colección dirigida por Hans
Magnus Enzensberger.
Casa Ungar.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [27]
Grabado y páginas capitulares
del libro Journal of a Residence
and Travels in Colombia,
during the years 1823 and 1834,
de Charles Stuart Cochrane.
Londres: Henry Colburn, 1825.
[28] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Hans Ungar fue un
1. Libros sobre libros y bibliotecas ávido coleccionista de
2. Grabados en madera xilografías japonesas.
3. El grabado en Francia
4. Mapas y atlas antiguos
5. Unesco
6. Verve
7. La Albertina de Viena
8. Viajeros y viajes
9. Eros y sexo
10. Austria y Viena
11. Literatura
12. Ciencias, botánica y zoología
13. Gente y paisajes
14. Teatro y festivales
15. Libros antiguos, bellos y raros
16. Manuscritos y libros antes de Gutenberg
17. El lejano Oriente: China y Japón
18. Arte
19. Historia, memorias y biografías
Debe tenerse en cuenta, por lo demás, que la biblioteca de Ungar supera los
20 mil ejemplares y que solo está sistematizada en unas tres cuartas partes. La
imposibilidad de hacer por el momento una tabulación sistemática, que permita
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [29]
Descripción de la Audiencia
sacar conclusiones cuantitativas sobre autores, temas, idiomas, épocas o géne-
del Nuevo Reyno. Mapa del
siglo XVII, correspondiente ros, convierte a esa lista en un documento valiosísimo a la hora de observar sus
a la Nueva Granada. líneas maestras y la arquitectura mental con que fue diseñada.
23
Algunas cosas son previsibles. Si uno sabe que Ungar era desde su juventud un
habitué del Musikverein, del Theater an der Wien y del Schaulspielhaus, halla-
rá natural que hubiera incluido en la sección “Teatro y festivales” el bellísimo
Recherches sur les Costumes et sur les Theatres de Toutes les Nations tant An-
cienes que Modernes de 1790. Más misterioso es preguntarse por qué no incluyó
ningún libro dedicado al cine, habiendo sido él y su esposa aficionados serios
al arte cinematográfico durante medio siglo. Guillermo Aza, el jefe de archivo
de la emisora HJCK, me dijo que cuando se estrenaron en Colombia las pelícu-
las de Ernst Marischka sobre la Emperatriz Sissi —Isabel de Austria o, según
su nombre alemán, Elisabeth von Österreich—, Ungar hizo en la emisora unos
enjundiosos comentarios sobre la esposa de Francisco José, a los que, como era
inevitable, añadía otros sobre el aparente suicidio del hijo de ambos, el príncipe
Rodolfo, en la localidad de Mayerling. También era un rendido admirador de El
tercer hombre, la multipremiada película de Carol Reed sobre la difícil y descas-
carada Viena de la posguerra (Aza).
[30] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Con estos antecedentes, a nadie sorprenderá saber que en la lista los apartados 7
y 10, consagrados a La Albertina de Viena46, por una parte, y a Austria y Viena,
por la otra, son los que tienen un mayor número de registros. Aquí es cuando
resulta forzoso volver atrás en el tiempo: es notorio que las palabras dichas por
Gerhard Masur en 1942, antes de que se presentara El murciélago de Strauss
(esas en que recordaba el papel decisivo de Austria en el mantenimiento de la
civilización europea), se convirtieron en una especie de programa bibliográfico
para el entonces futuro librero. Con eso quiero decir que los libros austríacos
que le interesaban a Ungar eran los que se habían escrito en el lapso que Masur
convertía en paradigma histórico: el llamado “doble siglo habsbúrgico”, período
que se inicia en 1740, con la coronación de la reina María Teresa I, y concluye en
1919, luego de la disolución del imperio austro-húngaro.
Esta delimitación no debería verse como un simple asunto práctico, sino como
una declaración política, con todo lo que ella trae consigo. Al enmarcar su bi- 46. La Albertina es quizá el museo
blioteca entre dos fechas tan significativas, Ungar manifestaba su fidelidad a la de arte gráfico más importante del
mundo. Está ubicado en el centro
cultura alemana, pero a la cultura alemana tal como la entendían los Habsbur- de Viena, en lo que antiguamente
go: como el producto, sabiamente destilado, de una convivencia fructífera entre fuera un remate de las murallas de
la ciudad. El grueso de su colección
pueblos de diferente religión, diferente lengua y diferente nacionalidad. Así, si lo conforman obras sobre papel:
el nazismo preconizaba la pureza del hombre ario, la Casa de los Habsburgo se unos 65 mil dibujos (incluidas
ufanaba de ser una “nación supranacional”; si el nazismo enaltecía los valores también acuarelas) y cerca de un
millón de grabados. También se
guerreros, la Casa de los Habsburgo exaltaba su tranquila burocracia; si el na- custodian fotografías y planos de
zismo condenaba el arte degenerado, la Casa de los Habsburgo se inclinaba por arquitectura. Más que catálogos
a la usanza moderna, Ungar
un sensual y placentero hedonismo. Para efectos prácticos, no importa mucho tiene los diversos fascículos que
saber si la realidad histórica del imperio austro-húngaro coincidía con lo que la Albertina publicó en los años
veinte del siglo pasado, como por
Ungar pensaba (o idealizaba) al respecto; lo interesante es que, considerada en
ejemplo, los 18 números dedicados
ese plano simbólico, Austria era la antítesis del Tercer Reich. a los Handzeichnungen Deutschen
Meister [Maestros del dibujo
alemán] en 1923.
Una biblioteca no siempre es un reflejo de la personalidad de su dueño; sin em-
bargo, en el caso de los bibliófilos, uno puede sospechar que cada libro que 47. De Altenberg —recordará el
memorioso— es el epígrafe que
tienen responde a sus gustos o a ciertas circunstancias particulares de sus vidas. encabeza el poema “Los camellos”,
De allí que no sea ilícito, ni fantasioso, ni improcedente suponer que Ungar de Guillermo Valencia.
armó una espléndida biblioteca habsbúrgica como alegato en contra de su expul-
48. Aquí sería imposible explorar
sión de Austria. La biblioteca fue su manera no solo de recuperar sus señas de el fervor de Ungar por la obra del
identidad y adscribirse a una tradición en la que los judíos estaban plenamente más atormentado de los amantes
de Viena. Baste decir que en su
aceptados, sino de proclamar —de ahí su resonante contenido político— que biblioteca está no solo la totalidad
Hitler y el nazismo no eran más que una grotesca mutilación de la cultura alema- de sus libros en edición príncipe,
sino material suplementario como
na. Porque una cultura alemana que no tuviera en cuenta el legado habsbúrgico, biografías y estudios de su época
era, forzosamente, una cultura cercenada. escolar.
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Salón principal.
Casa Ungar.
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49. En la Edad Media se
denominaban biblias pictas (esto 24
es, en latín, “biblias dibujadas”) las Ninguna abreviatura se repite tanto en la lista de Ungar como la de “Ilustr.”.
que tenían xilografías.
Tratándose de un bibliófilo, era inevitable que lo apasionaran las ediciones con
50. La cantidad de revistas que material gráfico muy diverso, que podía ir desde un simple retrato del autor en
Ungar atesoraba en su biblioteca
puede ser mareadora: L’Oeil,
las páginas iniciales, hasta una soberbia colección de mapas celestes. Mirando
Horizon, Kritik, Eco, Revista de al azar, uno se encuentra con biblias pictas49, con láminas a color de plantas
las Indias, Die Fackel, Revista de
y animales, con manuscritos iluminados, con caligrafía china o japonesa, con
Literatura Rusa, Kunst und Künstler
y un larguísimo etcétera. Verve, autógrafos de escritores —hay un tomo dedicado a los de Charles Baudelaire—,
sin embargo, era tan especial que con revistas mitológicas como Verve50, con mapas y planisferios, con representa-
decidió concederle un apartado
entero en su registro, el número ciones del vestuario, con planchas anatómicas, con calendarios solares y lunares
6. No sorprende: fundada en 1937 o con ilustraciones de maquinaria o de artefactos como los que aparecen en la
por Efstratios Elefteriades —un
reputadísimo editor griego de
Enciclopedia de Diderot o en L’Art de Conduire y de Régler les Pendules et les
libros de arte, que antes había Montres (1759) de Ferdinand Berthoud.
trabajado con Albert Skira y
ejercido como director artístico de
Minotaure—, Verve constituyó un Un catálogo como el anterior insinúa que si bien a Ungar le gustaban la pintura
antes y un después en el mundo de y la fotografía, está claro que lo atraía muchísimo más el dibujo y, sobre todo,
las publicaciones seriadas: no solo
refinó el modelo de la revista-libro el dibujo en una relación simbiótica, de contraste o de armonía, con el texto
heredado del siglo XIX , sino que escrito. Que en su lista haya incluido el Daumier de Maurice Raynal es una
llevó a un punto de excelencia
el arte de la impresión (sus
buena prueba de ello. (Al fin y al cabo, Daumier es un maestro de la caricatura
reproducciones de, por ejemplo, en los periódicos.) Pero el catálogo también sugiere algo menos obvio: da la
algunas páginas del Libro de Horas, impresión de que a Ungar le interesaban los llamados formatos menores porque
del Duque de Berry, siguen siendo
un paradigma en cuanto al uso de mediante ellos se puede establecer una red de relaciones y alcanzar un tipo de
tonos plateados y dorados). En el conocimiento para los que la historia de la pintura se revela no tan categórica.
mundo de los coleccionistas, Verve
es una revista de culto porque Los ejemplos que pudieran aducirse en apoyo de esta tesis no son pocos; men-
artistas como Pablo Picasso, Henri cionemos, por su relación con Colombia y por su relativa extrañeza, los casos
Matisse o Marc Chagall diseñaron
las cubiertas, el cabezote y buena
del ilustrador flamenco Frans Masereel (1889-1972) y el de los coleccionistas
parte del material interior. John-Grand Carteret (1850-1927) y Eduard Fuchs (1870-1940).
51. Carlègle es el pseudónimo
adoptado por el ilustrador suizo, 25
posteriormente naturalizado Como Daumier en el siglo XIX o Carlègle51 a principios del XX, Masserel había
francés, Charles Émile Egli (1877-
1937).
empezado publicando estampas y caricaturas en periódicos de amplia circula-
ción. Pronto, autores tan distintos entre sí como Thomas Mann o Stephen Zweig
52. La exposición estuvo colgada
empezaron a fijarse en su trabajo y a cubrirlo de elogios.
entre octubre y noviembre de
1941. En el Nº 34 de la Revista
de las Indias, Engel publicó un Walter Engel, entonces un joven crítico de arte que combinaba los negocios fa-
ensayo titulado “El público,
contrario al arte moderno”, en milares con la reseña de exposiciones en París, fue uno de los que más atención
el que sostenía que “los artistas, prestó a lo que hacía Masereel. Cuando llegó el Anschluss y debió huir con su
especialmente pintores, desconocen
con frecuencia los méritos de sus
familia a Colombia, parte de lo que trajo fue una serie de xilografías que le per-
colegas contemporáneos (…). En mitieron, ya en 1941, montar una exposición en la Biblioteca Nacional en la que
cambio, los poetas son a menudo
participaban el ilustrador belga y Loly de Rutté de Bachman52.
los primeros en reconocer —con
su aguda intuición e inteligencia—
lo que en las artes plásticas es de Engel también intentó, mediante contactos con Germán Arciniegas, conseguir
mérito e importancia (…). Que
lo antedicho no sea un asunto una visa para Masserel, cuya situación en Francia era desesperada en razón a su
específicamente francés o europeo, doble condición de hombre de izquierda y esposo de judía. En los archivos de
lo observé con ocasión de la
exposición de Frans Masereel
la Biblioteca Nacional existe una carta de Stefan Zweig, fechada en Ossining,
en Bogotá. Eduardo Carranza, Nueva York, el 3 de julio de 1941, en la que le insiste al entonces ministro de Edu-
poeta de los más finos, apreció cación sobre el tema (y de paso, trata de engañarlo con una piadosa mentirilla).
con profunda comprensión el arte
de Masereel y le dedicó notas
admirables. Un joven pintor Mon cher Arciniegas:
colombiano, en cambio, a quien no
vacilo en calificar como una de las Nous avons justement fait des efforts auprès de votre Gouvernement (par l’inter-
grandes esperanzas del arte no solo vention du Ministre de la Belgique à Bogotá) pour qu’on accorde una visa à Frans
colombiano sino americano, este
MASEREEL, le grand peintre et graveur, qui fait la gloir de son pays, et qui est
Continúa pour le moment dans une position terrible dans le midi de la France, ne pouvant ni
[34] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
retourner dans sons pays ni travailler làbas dans les conditions actuelles.
S ’il pourrait venir en Colombie, ce serait un avantage énorme pour toute une ge-
nération de jeunes artistes sud-américaines, et si vouz pouviez y aider je vous serais
vivement reconnaissant. Frans Masereel et sa femme Paule son tous les deux nés
catholiques, et leur desir de se transplanter en Amérique n’a aucune autre raison
que le dégoût moral de la situation européenne et son besoin ardent de créer et de
enseigner. Je le connais depuis vingt ans sans jamais avoir rencontré un homme
plus droit et plus noble et plus affectueux.
De tout coeur,
Stefan Zwieg. (Biblioteca, Fondo Arciniegas)
No está claro por qué nunca se le concedió la visa a Masereel. A lo mejor, Ar-
ciniegas o alguien de su equipo descubrió que la esposa era judía o, peor, que el
grabador flamenco alardeaba sin rubor de sus convicciones anarquistas. Si por
separado cada una de esas cosas era grave en la Colombia de los años cuarenta,
juntas cancelaban cualquier posibilidad de obtener un dictamen favorable del
Ministerio de Relaciones Exteriores.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [35]
Portada y páginas interiores
de Figures et Grimaces (1926)
y de Mein Stundenbuch
(1957) de Frans Masereel.
[36] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
de este estilo casi forzosamente se está hablando de ediciones caras, de circula-
ción restringida y con salvedades para su venta al público53. Eso, claro está, ya
no funciona de igual modo que en los años cuarenta, cuando Ungar empezó a
poner las bases de lo que terminaría siendo su majestuoso edificio de libros. En-
tonces el acceso a temas impúdicos —por llamarlos con un vocabulario de otros
tiempos— era notoriamente más difícil, siendo a veces las ediciones de bibliófilo
las únicas que permitían asomarse al mundo polimorfo de la sexualidad.
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Una de las particularidades
de la biblioteca de Ungar es la
existencia de los libros eróticos.
Siguiente página:
Libro de shunga.
57. El shunga es un género Eso no significa que falten obras distintas, menos conocidas, como los “penis
pictórico japonés que tiene como parinirvana”, una suerte de parodias sexuales de la muerte de Buda, en las
tema principal la representación
del sexo. La traducción literal de cuales la cabeza del asceta es remplazada por un falo descomunal y la cara de
shunga, palabra de origen chino, es las mujeres que lo velan por diminutas vulvas, o versiones antiguas, datadas
“imágenes de primavera”, siendo en
este caso “primavera” una metáfora
en los siglos XVII, XVIII y XIX , de la inmensamente controvertida hentai o
común para el acto sexual. paidofilia japonesa.
[38] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Esas “escenas primaverales” forman parte de la rica tradición mundial del gra- 58. Como tantos otros artistas
bado en madera. Casi todas, exceptuando unas cuantas producidas en sitios europeos —Aubrey Beardsley,
Henri de Toulouse-Lautrec,
aislados del Japón, se imprimieron en xilografía, ya fuera en blanco y negro,
Gustav Klimt o Pablo Picasso—,
ya en varios colores. Es importante mencionar ese dato porque por medio de él Franz von Bayros fue un ávido
podemos advertir la poderosa unidad interna en la biblioteca de Ungar. Aunque, coleccionista de shunga. En ciertas
obras suyas, verbigracia, la niña
como cualquier aficionado a los libros, Ungar compraba por deseos súbitos, por cuyo sexo es lamido por un ciervo,
impulsos, lo habitual es que fuera guiándose por una vasta red de corresponden- el tema pictórico parece provenir
directamente de El sueño de la
cias. Antes que un coleccionista de caprichos, era un bibliófilo cartesiano. En esposa del pescador, de Hokusai.
este caso específico, es imposible no ver con toda claridad el hilo que enlaza los Lo mismo puede decirse de las
posturas acrobáticas que eluden las
empeños eruditos de John-Grand Cartertet y Eduard Fuchs con las provocado-
leyes de la física, de los genitales
ras imágenes de Franz von Bayros58, y de ellos tres con una técnica que, desde desproporcionadamente grandes y
su invención en el siglo II d. C. en China, no ha dejado de producir resultados de los detalles fuera de contexto:
de una u otra forma, todos son
sorprendentes59. herencia de la tradición pictórica
japonesa.
En Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana 59. Lo anterior no agota de ningún
(1989), Rafael Gutiérrez Girardot se quejaba del poderoso influjo de Michael modo la lista de los libros eróticos
Foucault en todo el ámbito de la lengua española, en particular de los tres tomos en la biblioteca de Ungar. No faltan
los que son puro texto. De ellos
de su Historia de la sexualidad. Más provechoso que fijarse en Foucault, decía el cabe mencionar Erotika Biblion,
crítico boyacense, es leer al coleccionista alemán Eduard Fuchs. Además de su de Honore-Gabriel de Riqueti,
conde de Mirabeau. Tal vez el lector
incomparable material gráfico, insistía, hallaremos en sus libros un tipo de aná- recuerde que, encarcelado por
lisis que antecede y en muchos casos refuta con cincuenta años de anticipación adulterio en 1778 y sin más lectura
que la Biblia, el famoso tribuno de
las hipótesis del intelectual francés. la Revolución Francesa se propuso
glosar todos los capítulos del libro
En ese momento, Gutiérrez Girardot difícilmente podía saber que en una casa sagrado en donde hubiera escenas
de sexo, sin importar el tipo de
del Barrio Rosales de Bogotá ya alguien había descubierto por su propia cuenta relaciones expuestas. Compuso así
la obra de Fuchs y que había llevado ese entusiasmo hasta el punto de no solo una obra en la que, haciendo uso
de sus torrenciales conocimientos
haber adquirido las ediciones príncipes de sus libros, sino de haber formado la científicos y literarios, no solo
que tal vez sea la primera biblioteca de libros eróticos en Colombia. (Que yo comentaba las abundantes
sepa, ni la colección de Carlos Lleras Restrepo —sumamente interesado en esas Continúa
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [39]
60
materias —, ni la de Alfonso Palacio Rudas, ni la de Nicolás Gómez Dávila, ni
la de Fernando Hinestrosa, ni la de Juan Gustavo Cobo-Borda, tienen la misma
cantidad y calidad de materiales.) Como en el caso de Masereel, también aquí
Ungar fue una especie de pionero. No un precursor bullicioso, incapaz de man-
tener en secreto sus descubrimientos, sino algo más sutil: el lector apasionado
que, por la propia dinámica de sus búsquedas, acaba encontrando un territorio
que los demás solo se toparían años más tarde.
27
Existe una vieja foto de Hans Ungar en la que podemos verlo en traje caqui de
safari y con un rifle en la mano izquierda. La tradición oral de la familia quiere
creer que la imagen se captó en 1941 en los Llanos orientales de Colombia, y que
Ungar estaba allí acompañando al biólogo Richard Evans Schultes en el primero
de sus viajes por el alto Amazonas. Sin embargo, esa misma tradición admite
que podría tratarse de un viaje distinto, uno que hizo a la Sierra Nevada de San-
ta Marta más o menos por la misma época y en el que buscó, infructuosamente,
un tesoro escondido en el desierto de la Guajira.
Como quiera que haya sido, esa fotografía contra un fondo espeso de guaduales
puede servirnos de marco introductorio al apartado número 20 de la lista de
Ungar, la de los libros colombianos o sobre Colombia.
Como mínimo, uno se desconcierta. Ungar escogió 66 libros, entre los que fi-
guran —para dar unos ejemplos tomados al azar— The Naturalist on the River
Amazonas (1892), de Henry Walter Bates; Excursión apostólica por los ríos Pu-
tumayo, San Miguel de Sucumbíos, Cuyabeno y Caguán (1924), de fray Gaspar
de Pinell; La Prise de Cartagene (1698), del barón de Pointis, y Reisen in den Co-
lumbianischen Anden (Viaje a los Andes colombianos, 1888), de Alfred Hettner.
Lo que desconcierta no es tanto que la mayor parte de estos libros se haya edi-
tado en el siglo XIX, traten sobre la Colombia anterior a la Guerra de los Mil
Días y se deba a viajeros, naturalistas, antropólogos, sacerdotes o militares; ni
que los autores contemporáneos se reduzcan a tres: Gerardo Reichel-Dolmatoff,
su esposa Alicia y Gabriel Giraldo Jaramillo; ni que al momento de hacer la lista
solo uno de ellos, Alicia Reichel, estuviera vivo.
Lo sorprendente es que Ungar no haya incluido ni una sola obra literaria. No hay
“perversiones” de la Biblia —
incesto, onanismo, zoofilia...—,
en su selección novelas, cuentos o ensayos. No hay un libro de poemas, una obra
sino que las ponía en diálogo con de teatro, un libreto musical. En la medida en que su lista no era un indicador
acontecimientos políticos de su
objetivo de sus gustos, estamos limitados para sacar conclusiones definitivas.
época.
Si no figuran en ella autores como Rainer María Rilke o Nicolás Gómez Dá-
60. En su libro De ciertas damas, vila, que eran parte de su panteón literario, tampoco debe llamar a escándalo
publicado por primera vez en
1985, el expresidente colombiano que no esté, por decir un nombre emblemático, Gabriel García Márquez. A lo
describe (en palabras de un sumo, podemos afirmar que, juzgando por los títulos seleccionados, Ungar pa-
comentarista manizaleño) el “perfil
lascivo de Messalina, el contraluz
recía preferir los libros de viaje y las memorias antes que la literatura, y parecía
incestuoso de Lucrecia Borgia, tener sobre nuestra realidad la misma perspectiva de ese explorador que fue al
el claroscuro espléndido de la momento en el que le tomaran la foto mencionada más arriba. Su lista expresa
condesa de Castiglione, la juventud
rebelde de Beatrice Cenci, la la idea de que Colombia es ante todo naturaleza, un vasto territorio de cam-
belleza perturbadora de La bella pos, selvas y océanos por descubrir, un país de ensueño en el que se podía salir
Otero, las intimidades trágicas de
Claretta y Mussolini, los devaneos despreocupadamente a cazar patos, tigres o caimanes (o a buscar tesoros escon-
prematuros de Napoleón y Désirée” didos), en vez de la compleja y violenta cultura urbana que él padeció durante
y las costumbres de “las cortesanas
de Venecia en tiempos de bárbaras
buena parte de su vida.
pasiones” (Marín, párr. 2).
[40] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Lo que sí podemos hacer con la lista de Ungar es preguntas, la principal de las
cuales tiene que ver con un paralelo llamativo. Los años de apogeo de la Librería
Central coincidieron con la explosión del boom latinoamericano. ¿Tiene un co-
rrelato esa coincidencia en su biblioteca? ¿Le interesaban a Ungar las obras de
García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar o Cabrera Infante, de igual modo que
le interesó conseguir, pongamos por caso, la obra ensayística de Karl Krauss?
¿Le interesaba la literatura colombiana lo suficiente como para conseguir pri-
meras ediciones, libros raros o series completas de sus autores favoritos?
28
Llegado un momento, la casa de Teusaquillo ya no pudo albergar un libro más.
La familia, mientras tanto, había crecido con los nacimientos de Antonio y
Elisabeth, de modo que resultó imperativo considerar un cambio de residencia.
Quiso el azar que Fernando “El Chuli” Martínez, uno de los mejores clientes
de la Librería Central, también fuera uno de los más reputados arquitectos co-
lombianos. Ungar habló con él. O no habló, sino que simplemente le expuso un
deseo: “Lo que yo quiero es una biblioteca. Allá tú si quieres hacerle una casa
alrededor”. Fue así como a finales de 1961, los Ungar se mudaron del centro de
la ciudad al barrio Rosales, en lo que entonces era un terreno sin desbrozar.
Cuando uno llega, entiende por qué la casa se declaró bien de conservación ar-
quitectónica en 1996. Martínez aprovechó el desnivel de la montaña para crear
una fachada que sube y baja como si fuera una extensión natural de los cerros.
Más que una casa espectacular, es una construcción magníficamente adaptada
a su entorno.
La biblioteca queda en el segundo piso de la casa. Para llegar hasta ella, uno
sube un tranco de escaleras, gira a la izquierda y desemboca en un luminoso
espacio rectangular desde el que se aprecia el magnífico jardín.
61. Al igual que otras personas,
Es inevitable que, nada más entrar, uno se tope con la silla donde Ungar leía: Ungar pensaba que los perros
eran parte del mobiliario de
una poltrona sólida y confortable en la que a menudo pasaba las tardes de los una biblioteca. En 1952, recién
domingos hojeando catálogos, fumando pipa, escuchando ópera y acariciando instalados en la casa de Teusaquillo,
a su perro61. compró un cocker spaniel llamado
Lumpi. Cuando el animal murió,
buscó otro exactamente igual y lo
Como era inevitable, también aquí los libros fueron desbordando los anaqueles y bautizó a la manera de un Papa que
comparte el patronímico: Lumpi
hubo que acondicionar primero un cuarto, después un pasillo, luego la mansarda II. Después hubo un Lumpi III,
y, al final, resignarse a compartir la casa entera con los huéspedes de papel. un Lumpi IV, hasta que al propio
Ungar le llegó la hora de morir.
Para entonces, la dinastía de los
Sin embargo, pese a la proliferación de títulos por todas partes, no hay ninguna Lumpi había alcanzado su séptima
generación.
clase de caos. La meticulosidad, el orden, el sentido cartesiano que distinguieron
a Ungar desde joven (y que le hicieron pensar a Helena de Wolff que era el can- 62. Básicamente, se trata de un
didato idóneo para administrar la Central), se mantienen como cuando él estuvo sistema de planos superpuestos. En
el primero de ellos, tenemos una
vivo. Tal vez lo único que ha crecido descontroladamente es el jardín trasero, en el vista cenital de la biblioteca y cada
que los árboles de nueve o diez metros conviven con plantas mucho más tímidas. tramo de la misma identificado con
letras: A, B, C y D. En el segundo, lo
que se aprecia es una vista frontal
Uno encuentra todo con relativa facilidad, pese a que la biblioteca nunca tuvo una de las repisas, cada uno de cuyos
clasificación formal y a que Ungar utilizaba para ese efecto un método muy suyo62. cajones se ha señalado con un
número: A1, A2, A3, A4, etc. De ese
modo, si uno quería encontrar por
En una reseña sobre los libros de Eduard Fuchs, Walter Benjamin apunta que ejemplo uno de los libros de Fuchs,
le bastaba mirar el fichero, en el
uno de los grandes misterios del coleccionismo es saber por qué alguien dedica que diría que estaba en la repisa H
tiempo y dinero —con frecuencia, muchísimo tiempo y muchísimo dinero— a en el estante H15.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7 [41]
Salón principal, costado
occidental. Es el lugar de la
biblioteca destinado a los libros
de arte y a los mapas antiguos.
Casa Ungar.
satisfacer una pulsión que a los demás puede resultarles incomprensible. Parado
en la mitad de la biblioteca de Ungar, esa observación adquiere el carácter de
una urgencia: ¿cuál fue el impulso, la fuerza anímica, el dínamo interior que lo
llevó a conformar una colección de más de veinte mil volúmenes? ¿Qué lo arras-
tró por ciudades de Europa, Estados Unidos y América Latina, por librerías de
viejo, casas de subastas y mercados de pulgas, con el solo fin de procurarse miles
y miles de libros?
Con eso no quiero insinuar que sea imposible encontrar títulos posteriores.
Nada más con estirar la mano uno puede localizar por ejemplo el Estudio sobre
las minas de oro y plata de Colombia, publicado por el Banco de la República
en 1952, o Des Bas Relief aux Grottes Sacrées, de André Malraux, cuyo pie de
imprenta indica que apareció en 1954. A lo que apunto es distinto: esa fecha nos
da la clave interpretativa de la biblioteca de Ungar.
Se me antoja que ese empeño tiene una relación nítida con El mundo de ayer, de
Stefan Zwieg. Como el escritor vienés, Ungar también quiso transmitir una po-
[42] B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . L I , N Ú M . 9 2 , 2 0 1 7
Planos cenitales para la
ubicación de los libros.
Ficheros de la biblioteca.
derosa imagen del mundo en que había crecido, pero no del modo áereo, verbal,
con que se transmite una visión en la literatura, sino apelando al recurso macizo
y majestuoso de un edificio de libros. Si Zweig dejó el retrato de una época, Un-
gar coleccionó su bibliografía.
Toda biblioteca es, casi que por definición, un refugio para protegernos de la
intemperie y enfrentar las más crudas adversidades. Viendo a mi alrededor los
miles y miles de libros de Ungar, de pronto me asalta la idea de que esta colec-
ción a lo mejor también fue su forma personalísima de reconstruir la peletería de
sus padres. Lo digo porque se trata de un espacio cálido y acogedor, pero tam-
bién por su evidente condición de abrigo. En estos libros, Ungar seguramente
encontró un resguardo y una respuesta contra las turbulencias de la vida; aquí
con seguridad descubrió un bálsamo para la locura del mundo y aquí —de eso
no tengo la menor duda— vivió mil horas felices. Con sus libros, Ungar enfrentó
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el hecho de haber sido expulsado de su patria, el dolor de haber perdido a su
familia en Auschwitz, la discriminación por ser judío, el exilio en Colombia, la
necesidad de hablar en un idioma distinto al materno y el trágico suicidio de
su hijo Antonio. Podrá sonar borgeano (e incluso un poco místico), pero es así:
para Ungar, como para tantos otros antes de él, conformar una biblioteca fue
su salvación, no menos que su paraíso. ■
BIBLIOGR AFÍA
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