El Comercio Informal y La Revitalización Del Espacio Público

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El Comercio Informal y la Revitalización del Espacio Público1

Autor: Arq. Aksel Alvarez


Profesor Instructor
Facultad de Arquitectura y Diseño/ Departamento de Composición Arquitectónica.- ULA
Ponencia a ser presentada en el V Encuentro de Latinoamericanistas CEISAL, Bruselas.- Bélgica
Simposio: URB 1
"Modernización del comercio y transformaciones socio-espaciales en América Latina"
Abril 2007

Cuando proponemos asumir un tema como este podemos ser ubicados en dos
extremos, el primero, que propone asumir el buhonerismo desde el punto de vista
de lo pintoresco, considerándolo una actividad que requiere de cierto maquillaje
para hacerlo aceptable o, simplemente, explotable desde el punto de vista
comercial; el segundo, es aquel que aboga por la erradicación del problema, vía
su prohibición. Buscar un punto intermedio, en estos términos, resulta
demagógico. La solución no pasa por el aspecto o condición del problema, sino
por su redefinición, ya no como un problema sino como una oportunidad. No se
trata de plantear un nuevo diseño para kiosco o el cómo acomodar de forma más
atractiva una mayor cantidad de vendedores callejeros, se trata de lograr proponer
un nuevo tipo de espacio donde la explotación comercial del suelo público pueda
ser compatible con usos de carácter público y colectivo.

Nuestras intenciones apuntan más hacia el hecho de reivindicar el concepto de


Espacio Público (EP) como una oportunidad de activar y madurar la participación
ciudadana, verdadera esencia del espacio público. La identificación de los
espacios públicos como espacios para el ocio colectivo no es más que una
desviación dedicada a dificultar los procesos de expresión y participación popular,
guiada, principalmente, por los modelos de gestión del Estado hasta ahora
1
Esta ponencia es presentada gracias al financiamiento del Consejo de Desarrollo
Cinetífico, Humanístico y Tecnológico de la Universidad de Los Andes (CDCHT-ULA).
vigentes. Por eso queremos, fundamentalmente, problematizar la cuestión del
ejercicio de la ciudadanía, proporcionarle espacios para que ésta deje de ser una
mera condición jurídico-administrativa y se convierta en un derecho o condición
plenamente ejercida o practicada.

Es en este punto que nos comienza a interesar el comercio informal o callejero,


pues un valor del comercio que no podemos negar, es su capacidad para fomentar
el intercambio ciudadano, o en otras palabras, es una oportunidad inestimable
para propiciar el encuentro de las personas, además de que supone procesos
ciudadanos, tal y como lo señala García Canclini en su libro Consumidores y
Ciudadanos, reconocemos, también, una fuerte influencia de las ideas de Rem
Koolhaas sobre el papel del shopping en nuestra sociedad, quien pone en
evidencia el papel preponderante de este tipo de actividades en nuestras vidas,
aunque reconocemos las insalvables distancias, conceptuales y morales, que nos
separan de las sociedades norteamericana y europea actuales, estas
aseveraciones poseen un valor universal que es imposible negar, sobretodo bajo
la luz de la gran influencia que poseen estas sociedades en la conformación de la
nuestra. Tenemos, entonces, que si bien el comercio informal posee unas
características depredadoras del espacio público de nuestras ciudades, tal y como
están, es, también, una realidad sobre la cual debemos operar y dejar de
ignorarla, creemos que este fenómeno puede ser contenido, de alguna forma, y
aprovechado para completar el espacio programático de los espacios públicos que
reclaman nuestras ciudades.

Tenemos así la cuestión general planteada, existe una necesidad tangible de


proporcionar a la ciudadanía una serie de espacios públicos donde se puedan
encontrar para plantear y resolver sus inquietudes, pero que debido a las
limitaciones obvias de su programa encuentra un par sin igual en el comercio
informal, que debe ser organizado para completar y fomentar el/los programas que
estos espacios puedan contener. Llegados a este punto debemos limitar un tanto
nuestra área de trabajo, pues la ciudad americana es una vasta extensión. Para
nosotros reviste una gran importancia el centro de la ciudad, que es una especie
de ciudad dentro de la ciudad, debido a que es un órgano que puede ser
identificado de forma clara del resto.

El Casco Central o Centro Histórico de nuestras ciudades representa, entre


muchas otras cosas, una utopía apropiada, un modelo de ciudad ideal
sistemáticamente aplicado e irregularmente apropiado, pues, si bien casi todas las
ciudades hispanoamericanas cuentan con los mismos elementos en sus cascos
centrales, cada una de estas ciudades ha sido construida socialmente de una
forma diferente.

La ciudad hispanoamericana es producto de una necesidad: ocupar el territorio


de forma efectiva y flexible. Nace como un sistema, y como tal funciona a escala
regional y nacional, esto no se diferencia mucho del funcionamiento de otras
regiones del mundo, pero lo que hace particular nuestra condición es lo específico
del sistema, nuestro sistema posee “niveles” o gradientes claramente definidos,
producto de la representación espacial de nuestra organización social, o mejor, de
la heredada de la colonia, por lo tanto la forma en que concebimos los EP está
marcada por una forma de concebir esa ciudad, es decir, la ciudad del Casco
Central (CC), el centro.

Uno de los elementos más característicos de nuestras ciudades es la


marginación o discriminación, un legado directo de la concepción fundacional de
nuestras ciudades, en un principio era una cuestión sencilla, quiénes ocupaban el
centro y quiénes quedaban en la periferia, con el tiempo un sistema tan básico se
ha vuelto más complejo, en palabras de Juan Carlos Pérgolis, nuestras ciudades
están fragmentadas. Son esos fragmentos los que hacen de nuestras ciudades
una mezcla peculiar, ya que varias realidades operan de forma simultánea a
distintos niveles, que no son del todo regulares, una buena figura para describirlo
es un terreno o fragmento topográfico cortado por una autopista, se puede ver el
pliegue y contrapliegue de los distintos estratos, algo que resulta natural en
nuestra sociedad, la estratificación.

El factor del desarrollo tecnológico ha supuesto una transformación, ni buena ni


mala, simplemente impactante, de nuestras ciudades. En un primer momento la
modernidad y su afán expansivo de la ciudad, implicó la introducción de una serie
de elementos, como autopistas, centros comerciales, entre otros, con la inevitable
consecuencia de la destrucción o intervención de los CC, en la mayoría de los
casos, pero en otros casos simplemente se circundó al CC sin “actualizarlo” a los
estándares de la nueva ciudad. Actualmente aparecen nuevos elementos, pero ya
no implican una intervención física en la estructura de la ciudad, sino que suponen
un cambio en la mentalidad de sus habitantes. Las nuevas tecnologías de
comunicación alteran no sólo el tiempo, sino el espacio, ya no existen distancias,
sino conexiones, es así que se nos hace más fácil hablar con un amigo en
Tegucigalpa que con un hermano que duerme en el dormitorio de al lado.

Dentro de este panorama tan complejo encontramos una realidad


contemporánea que, en primera instancia, nos hace cuestionar los valores
tradicionales con que hemos evaluado nuestras ciudades, hoy, más que nunca,
carecemos de modelos que nos permitan estudiar o comparar nuestra realidad,
basta con pensar en la dinámica de nuestras economías, que no son sino el
producto de una dinámica global que, paradójicamente, genera una determinación
local evidente. El reto es proceder a una lectura que nos permita operar sobre la
realidad, desde ella, para así formular respuestas específicas, tratando de evitar
los determinismos y/o generalizaciones reductivistas absurdos. El más grave
problema que afrontamos es la “actualización” de nuestros CC, en unos términos
que supongan una articulación entre sus distintos períodos históricos y los
requerimientos del futuro próximo.

Como hemos mencionado anteriormente el modelo sobre el que se basa la


ciudad colonial es básicamente discriminatorio, expresión del sistema socio-
político que lo origina. Desgraciadamente esta característica se ha incorporado
como un valor estructural de la ciudad, mediante el afianzamiento de un sistema
de gobierno y administración centralista, que aún sobrevive en la mentalidad de
los ciudadanos.

Esta condición discriminatoria posee una expresión espacial, que por sí misma
supone una limitación o “precondición”. Ciertamente es imposible concebir una
ciudad donde todos tengan acceso por igual a todos los espacios; la
discriminación es una cuestión estructural, una consecuencia, indeseable o no,
pero con la que hay que lidiar de alguna forma. Una de estas formas es la de
compensar las desventajas con otro tipo de beneficios, tales como la mejor
articulación del EP o el establecimiento de medios de accesibilidad al/los centro/s,
en fin, facilitar los procesos de expresión de los habitantes.

Operar en la ciudad Hispanoamericana nos obliga a tener en cuenta la periferia


como un elemento a integrar, no a esconder. Los llamados cinturones marginales
no son sino una muestra de lo que ocurre cuando no se dispone de los medios
necesarios para procurarse, entre otras cosas, un acceso adecuado a las fuentes
de trabajo.

Para algunos el tema del borde o la frontera puede resultar interesante en este
caso, pero a nuestros ojos no se trata de resolver, únicamente, las dinámicas que
existen a lo largo de los puntos de contacto; sino de lograr la interconexión de las
unidades de que está compuesta la ciudad, facilitando traslados, interconexiones,
etc. La mano de obra necesaria para el trabajo que se realiza en las ciudades no
se encuentra solamente en los suburbios, gran parte está conformada por
personas que viven en estas periferias, que en su aparente cercanía encuentran
mayores dificultades para integrarse a la dinámica urbana.

Algunas de estas zonas pueden estar, incluso, en la misma trama urbana del
CC, cuya trama no permite desplazamiento en diagonal, sino en dos direcciones
del plano; esto permite que existan zonas a las que no es necesario ir, o que
pueden ser evitadas, recordemos que la ocupación regular de un terreno que no lo
es puede generar un trazado donde ciertas zonas tengan una ventaja con
respecto a otras, en cuanto a su relación con las rutas de mayor o menor tráfico,
acceso a servicios, recursos naturales, etc.

La accesibilidad al CC es una cuestión sumamente importante, el servicio de


transporte público, las vías que se dirigen hacia él, etc.; los arquitectos modernos
solían comparar las vías de circulación de las ciudades con aquellas otras del
cuerpo humano, si una vía no funciona adecuadamente, condena al sistema a
morir; en los términos de los modernos estas vías eran representadas por las
grandes autopistas y vías férreas, hoy entendemos la accesibilidad con una nueva
escala, ésta se relaciona con el flujo de información, mercancía y personas, entre
otros, desplazamiento no necesariamente físico, lo que permite modificar el
sentido de las distancias y, por lo tanto, alterar las relaciones discriminatorias que
suponen la ocupación del territorio, la trama urbana, etc.

Concepciones como el Network Society (Rem KOOLHAAS, et alt; 1994) puede


ser introducida en el CC, provocando la actualización de su configuración, que no
necesariamente implica la transformación de su trama urbana, simplemente
supone un cambio en la concepción del uso de sus espacios, en especial el
público. No queremos con esto expresar una confianza ciega en la tecnología
como elemento que rompa las barreras espaciales, sino considerar que éstas
tienen un potencial que puede ser aprovechado, no sólo para mejorar las
condiciones laborales o la eficiencia del sistema, sino que pueden ser explotadas
como un recurso espacial que nos permita actuar en un nivel antes negado a la
arquitectura, que erróneamente se conoce como virtual

La reflexión sobre la condición discriminatoria del CC no es una actitud


melancólica, trata de evidenciar uno de los mayores retos a la hora de abordar la
intervención y desarrollo del CC. La ocupación del territorio no ha sido regular,
como tampoco lo es la distribución de la población y de la oferta de trabajo, la
ciudad continuamente establece conexiones, traslados, etc., la capacidad para
asimilar estos cambios, esa performatividad del sistema, supondrá el éxito o
fracaso de una ciudad; un sistema que no sea dinámico tenderá al desgaste y, por
lo tanto, a su deterioro. En este sentido las nuevas tecnologías se revelan como
una alternativa que nos permite abordar la cuestión desde una nueva perspectiva,
genera la necesidad de nuevos espacios dentro de la ciudad, a la expectativa de
cuyo efecto estamos todos.

En palabras de Juan Carlos Pérgolis (1988) el EP de la ciudad


Hispanoamericana es producto de la articulación de la calle y la plaza. La
configuración de las manzanas de nuestras ciudades es evidente, son ocupadas
por las viviendas en toda su extensión, dejando, apenas, un pequeño pasillo para
el tránsito peatonal, esto se justifica, pues en un primer momento todos: peatones,
caballos, bestias de carga, entre otros, hacían uso de la calzada para transitar, la
aparición del automóvil vino a modificar de forma permanente esto, se establece
una clara diferencia entre lo que es para circular en vehículos y a pie; además de
que se establecen dos velocidades distintas.

Con este cambio en la condición de la calle, que deja de ser un lugar para el
encuentro, facilitado por la velocidad del desplazamiento, la Plaza queda como
único resquicio para el EP de la ciudad. La proporción que estos espacios plaza
tienen en la trama urbana es casi insignificante, en promedio por debajo del 5%
del área total de la trama. Este déficit supone la escasez de lugares donde se
puedan dar eventos acordes con las nuevas escalas de la ciudad moderna,
recordemos que las poblaciones actuales de las ciudades eran impensables en
aquellos momentos, por ejemplo, la población de Mérida hoy se acerca a la que
podía tener Londres o París en el siglo XVII.

En su momento hemos señalado los problemas y condiciones que enfrenta el


EP, pero queremos hacer hincapié aquí que, debido a su condición de elemento
central en la dinámica de la ciudad, el CC debe proporcionar una cantidad
adecuada de espacio para este tipo de actividades en su escala y condición, hay
características que debemos conservar, claro está, pero debemos aportar
elementos que garanticen que el CC pueda seguir siendo un lugar adecuado para
el desarrollo de actividades, que continúe proporcionando elementos de identidad
a nuestras ciudades.

En otras palabras, estamos planteando la necesidad de “actualizar la


configuración” de nuestros CC a fin de puedan soportar una mayor carga de EP,
hecho que ha sido descuidado en otros momentos de la historia, casi siempre se
han favorecido consideraciones técnicas en detrimento de los habitantes. La
conservación de la ciudad no sólo implica el buen estado de las edificaciones y
perspectivas, sino que abarca una serie de consideraciones espaciales más
sutiles, hoy se hace imposible experimentar lo que se hacía en la colonia, y no nos
referimos a la experiencia pintoresca, sino a la posibilidad de entablar
cómodamente conversaciones en la calle, por ejemplo. Revitalizar nuestros CC
implica una modificación de la concepción de EP y de la misma ciudad, a fin de
lograr que sobre esta estructura continúe aquello que tiene sentido conservar,
pero a la vez es indispensable rescatar algunas de las condiciones que hicieron a
estas ciudades, algo que es inseparable de sus habitantes.

En primera instancia podríamos suponer que al hablar de buhoneros


tendríamos que hacer referencia al aspecto de sus construcciones o de la forma
en que se mueven en la ciudad, pero esto nos parece irrelevante como cuestión
de estudio, es una situación negativa que desde cualquier punto de vista debe ser
eliminada o, al menos, regularizada o formalizada; supone una serie de males que
perjudican a los muchos y benefician a los pocos, desde la explotación de los
iguales hasta el deterioro del patrimonio arquitectónico.

Esta situación tiene su origen en un sentido económico, la obtención de


recursos o la acumulación de capital, por lo tanto condiciona otro tipo de procesos.
La economía y los medios de producción son herramientas que pueden ayudar a
que el ser humano florezca o se hunda, por eso las soluciones a esta situación
tienen que provenir de la economía y la política, principalmente, el diseño sólo
puede propiciar la aparición de espacios que admitan su utilización para la
instalación regularizada de estos “ocupantes informales” del EP

El buhonerismo puede ser definido, a grandes rasgos, como la simple venta


callejera de diversos artículos. Pero no es una actividad autónoma, forma parte de
lo que se conoce como la Industria de la Economía Informal, pues, para poder
vender algo es necesario, primero producirlo, con todo lo que esto implica, acto
seguido distribuirlo y, finalmente, ponerlo a la venta, verdaderamente es toda una
industria internacional. Según cifras del informe de la Comisión de Economía
Informal de la OIT, este renglón de la Economía supone un monto global por el
orden de los dieciocho mil millones de dólares anuales (OIT; 2002), un negocio
comparable a la venta de crudo. Claro está que bajo el término de Economía
Informal encontramos mucho más que lo evidente, se incluye la industria de la
construcción informal, que en el caso de Perú supone una inversión global de
alrededor de ocho mil u ocho mil quinientos millones de dólares en la última
década (Enrique GHERSI,; S/F). No existe una estimación detallada de la
situación que denominamos buhonerismo, es decir, el comercio de bienes y
servicios en la vía pública, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), para el
año pasado se contaba con una fuerza de 5.91 millones de personas en la
economía informal de Venezuela; esta cifra nos da una idea, pero en algunos
casos “inflada” debido a que no existen definiciones que orienten de forma general
los estudios sobre el tema (Giuletta FADDA, comp. 1993); lo cual tiene como
irremediable consecuencia la diferencia de criterios, en el caso del INE en esta
cifra se incluye a todos los que se consideran informales, desde meseros que no
tienen contrato hasta personas que trabajan por su propia cuenta.

Entre las definiciones más comunes de este tipo de economía encontramos


como la más aceptada aquella que define este tipo de economía como la que se
vale de medios ilícitos para conseguir fines lícitos (OIT; 2002; Enrique GHERSI;
S/F; Ricardo SÁNCHEZ; 2001). También es conocido bajo el nombre de
terciarismo, pero es un término que se presta a confusión, pues se utiliza para
denominar tanto a aquellos que trabajan como agentes de otros tanto en la
economía formal como en la economía informal, no sólo vendiendo cosas, sino
prestando servicios o elaborando productos. Ante tanta confusión preferimos
utlizar la definición de economía informal de la OIT y considerar el Buhonerismo
como una de sus tantas facetas, que es caracterizada por la venta de productos o
la prestación de servicios en la vía pública, o utilizando la misma como parte
fundamental del proceso comercial.

Uno de los mitos más difundidos es que el buhonerismo es un problema propio


del tercer mundo, este tipo de actividad económica está extendido a todos los
países del mundo, en Internet no nos cuesta mucho conseguir imágenes de
buhoneros en pleno SOHO en NYC, también conseguimos imágenes similares de
Europa, las islas del Caribe, Asia y Oceanía. La razón es muy sencilla, siendo el
comercio una de las principales ocupaciones de la población económicamente
activa del mundo, se hace necesario contar con un espacio para ejercerla, pero el
costo que supone contar con un local comercial plantea como una posibilidad
plausible la de ocupar una parte de la calle, a un costo mínimo, para utilizarla
como lugar para el comercio, aunque las razones son muchas.

Ciertamente muchas de las personas que se ven mezcladas en este tipo de


economía no cuentan con plazas de trabajo en la economía formal, por las
razones que sean, pero lo que se oculta o no se quiere ver es que este tipo de
economía es financiado y auspiciado por comerciantes formales en gran medida.
La lógica es muy sencilla, al poder poner en venta la mercancía directamente en la
calle se consigue evadir los impuestos derivados de la venta en comercio, como el
IVA; la persona que realiza la venta no es formalmente un empleado por lo que no
tiene derecho a prestaciones, seguro social, entre otros beneficios laborales; la
ganancia que obtiene el vendedor puede ser un porcentaje del valor de venta final
o una asignación fija por el tipo de producto, pero siempre representa un gasto
menor, para el comerciante-distribuidor, que mantener un empleado fijo en su
comercio, además de la flexibilidad que significa el poder operar de esta forma,
resultando así en una mejora del margen de ganancia. Los buhoneros prosperan
porque son fácilmente explotables, ellos dependen de vender la mercancía, no
tienen sindicato, sus reclamos son acallados por el temor a represalias fiscales
producto de la conciencia de estar participando de una actividad ilegal y, en última
línea, tenemos otro tipo de medios, como matones a sueldo o cobro de vacunas,
que garantizan el control del más fuerte sobre el campo de trabajo.

Como vemos el problema de los buhoneros no es tan sencillo como alguien


que viaja a un puerto libre y vende mercancía de contrabando, basta con fijarse en
que la misma mercancía que se vende en Sabana Grande puede ser conseguida
en Mérida, Maracaibo o Puerto Ordaz. Otro aspecto que ha ayudado a consolidar
este tipo de actividad ha sido la alcahuetería de los políticos, que hacen negocio
registrando asociaciones de vendedores callejeros, como las asociaciones de
cafetaleros, de alquiladores de tarjetas telefónicas, entre otros, que no es más que
un medio de cobrar vacuna y ejercer cierto control mafioso sobre un sector de la
ciudad o de la sociedad. El problema es amplio y por lo tanto necesita de políticas
integrales para su solución.

Entre este mar de problemas y vicios el que nos ocupa es la mentalidad de


buhonero que ha predominado en el uso y apropiación de la ciudad. Cuando un
Alcalde alquila las calles de la ciudad para la instalación de buhoneros como parte
de la promoción turística de la ciudad hemos llegado a un nivel intolerable, de
irrespeto a los ciudadanos. La ciudad no tiene por qué ser inhóspita para quienes
la viven en vivo y directo. El buhonero se apropia del EP para usufructuarlo,
podemos entenderlo como un intento de resolver una necesidad coyuntural, pero
cuando se convierte en práctica regular, incluso, institucionalizada nos alarma, no
sólo porque supone la explotación del hombre por el hombre, sino un desprecio
total por la calidad de las relaciones entre nosotros, los ciudadanos.
Ponerle el cascabel al gato… En un ambiente de mafias, corrupción política,
etc., ¿cómo se puede actuar? Necesariamente tenemos que apelar a la necesidad
de progresar de la gente, ofrecer soluciones que ayuden a la gente a comprender
que con un poco de esfuerzo se pueden mejorar las condiciones de todos y las de
la ciudad. La clave está en ofrecer alternativas y conseguir la participación de los
involucrados, para lograr el sentido de pertenencia que mantiene en marcha todo.

Ya con anterioridad, cuando hablamos del EP, hemos mencionado la


participación ciudadana como la alternativa para lograr que sea la gente quien se
apropie de sus espacios. Ciertamente los buhoneros se han apropiado de los
espacios de la ciudad, pero descargándolos de su valor simbólico, simplemente se
los considera un medio pragmáticamente ideal para el comercio. El valor que
necesita ser explotado en ellos es el ansia de mejorar su condición, es decir,
lograr mejorar los márgenes de ganancia, la seguridad laboral, etc (John CROSS;
1995). Pero no podemos proceder por la vía tradicional de querer convertir en
asalariados a estos personajes, evidentemente es un craso error, ellos cuentan,
en medio de su inseguridad laboral, con un amplio margen de maniobrabilidad,
pueden fijar sus horarios de trabajo, por ejemplo; tenemos que convertirlos en
pequeños comerciantes, darles las herramientas para que mejoren su condición,
educándolos para que mejore la condición de todos.

Cuando hablamos de educación no nos referimos a cursos de conciencia


ciudadana, que bastante poco hacen, sino a su inclusión en políticas ciudadanas
tendentes a la revalorización del EP, la Ciudad y el Comercio. En principio una
Ciudad debe tener un plan de desarrollo, que le permita fijar objetivos, según su
lugar en el mercado local, regional, nacional o mundial, los productos que
produzca y consuma, etc., es dentro de esta visión que debemos incluir a los
buhoneros, ellos son la última línea, en primera instancia, de esta red de negocios,
porque es más sencillo incorporarlos desde ahí. En primer lugar la resistencia del
medio puede ser menor ya que los objetivos tienden a afectar menos intereses
(Arbind SINGH; S/F); en segundo lugar porque requiere menos inversión por parte
del Estado, que puede atender así a una mayor cantidad de personas por medio
de estrategias como los capitales semilla.

En el caso de la administración y desarrollo de la ciudad los buhoneros


representan una fuerza inestimable, ya que por estar presentes en casi todos los
ámbitos pueden generar dinámicas propias muy ricas, que no signifiquen el
esconder a los buhoneros tras la imagen pintoresca de vendedores de artesanía o
algo por el estilo. La apertura de nuevos mercados supone la revitalización de la
ciudad, la mano de obra para esto la tenemos allí mismo, si hacemos caso de los
indicadores nacionales que señalan que alrededor del 50 ó 60% de la población
económicamente activa se encuentra trabajando en el sector informal, el potencial
de desarrollo de este sector es muy alto, además de que nuestra población es
sumamente joven.

El sector privado, propietario del suelo y la mayor parte del capital acumulado,
debe ser incluido en cualquier plan de desarrollo, pero ya no como el ejecutor de
las operaciones comerciales, estas deben quedar en manos de los buhoneros,
sino como socio capitalista de ellos (Arbind SINGH; S/F), garantizando así la
reproducción del capital, así como la plusvalía de sus propiedades.

Lo que hemos señalado en este apartado ha sido un resumen de las acciones


que se esbozan en distintos trabajos consultados, basados sobretodo en la
experiencia que se ha tenido con los tianguistas de México. Debido a que nuestro
campo de trabajo no es la economía no presentamos los detalles de estos
trabajos, más orientados hacia el desarrollo de estrategias económicas que hacia
su operatividad arquitectónica o urbanística. Alternativas como la economía
solidaria o el cooperativismo son válidas en nuestras naciones, aunque casi todos
los autores consultados critican el modelo neoliberal de las políticas de Estado,
que caracterizan a nuestros Estados, principalmente por la poca importancia que
dan a este tipo de dinámicas a favor de las operaciones macroecnómicas de las
grandes empresas, que tienden a aplastar las pequeñas operaciones. Existen
otros argumentos de valor que resultaría demasiado engorroso elaborar aquí, pero
nos interesa dejar claro en el lector que existen alternativas planteadas para estas
situaciones, siendo una cuestión de política de Estado el implementarlas, y para
ello hace falta resolver una serie de situaciones propias de la política; estas
alternativas representan una oportunidad inigualable para el replanteo de nuestras
ciudades debido, a que suponen la necesidad de adecuar la ciudad a semejantes
dinámicas, principalmente, por la creación de nuevos espacios que alberguen
estas iniciativas.

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