Medieval 5

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5. EL CALIFATO ABBASÍ.

1. EL MOVIMIENTO ABBASÍ.
Los conflictos sociales y étnicos subyacentes durante el califato omeya
eclosionaron entorno al 750 fecha de la denominada “revolución abbasí”
que no resultó ser más que el cambio de una dinastía por otra. Entre sus
causas pueden citarse el problema de la legitimidad dinástica del califa
omeya; el deseo de igualdad de los nuevos conversos (muladíes) respecto a
los musulmanes conquistadores; las crecientes cargas fiscales; la
desintegración de la organización administrativa del califato omeya a causa
de la sustitución de Damasco por otras capitales, y la modificación de las
alianzas tribales que habían apoyado a los omeyas.
Los abbasíes se declaraban descendientes de un tío del Profeta, cuya
familia, tras apoyar a Alí, se había refugiado en Palestina. Desplazados
pronto a Cufa y más tarde a Jurasán, supieron atraer a varios grupos
descontentos con el régimen omeya como los chiítas, partidarios de otros
hijos de Alí, conversos iraníes…
Gracias a la predicación del líder religioso Abu Muslim- que acusaba a los
omeyas de impíos y postulaba la vuelta a la pureza de la comunidad
islámica- se reunió un verdadero ejército y se canalizó el descontento de
amplios sectores sociales. Abu Muslim nunca reveló quien era el verdadero
dirigente de la conspiración, pero fue descubierto por los espías y ejecutado
por Marwan II en medio de una gran rebelión que había ocupado Merv
(Jurasán). La rebelión se extendió hasta Cufa, en cuya mezquita fue
proclamado Abu-I-Abbas al-Saffah (el Sanguinario), el primer califa
abbasí. Las fuerzas omeyas fueron derrotadas junto al río Zab (750) y
Marwan II murió en Egipto, asesinado.

2. EL GOBIERNO DE LOS ABBASÍES. 750-945


2.1 La dinastía.
Al-Saffah (750-54) tuvo que dedicar su reinado a eliminar las resistencias
sirias, jariyíes y chiítas que consideraban que su candidatura no era la
mejor, una vez desvelado el nombre de la familia promotora de la rebelión.
Le sucedió su hermano al-Mansur (754-75) verdadero fundador de la

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dinastía, gracias al apoyo de Abu Muslim y los jurasaníes. La fuerza del
predicador amenazaba la posición del califa, por lo que ejecutó a Abu
Muslim al poco de llegar al poder, tras asegurarse la lealtad de varios jefes
guerreros. La figura del predicador se convirtió en símbolo de la resistencia
de los iraníes frente a los árabes, pero las sublevaciones que levantó a su
muerte fueron pronto sofocadas.
Aunque al-Mansur venció las discordias familiares, no consiguió apaciguar
los movimientos religiosos que seguía sacudiendo su imperio. Los
conflictos étnicos-religiosos que se plantearon en Cufa hicieron que el
califa trasladara y concibiera el proyecto de fundar una nueva ciudad,
Bagdad (762), en la que ocupaban un lugar primordial el acantonamiento
del ejercito jurasaní, cuyos jefes mantenían una estrecha relación de
clientela con el califa. Las tropas se utilizaron en expediciones de corto
alcance contra Bizancio y para apaciguar revueltas de signo jariyí en el
Magreb. La resistencia más importante la protagonizaron los chiítas, muy
numerosos en Basora y Medina, y que contaban con dos biznietos de Alí
para dirigirlos, aunque fueron derrotados por los abbasíes.
Los siguientes califas dedicaron sus esfuerzos a la organización de una
administración centralizada, se aumentaron los ingresos fiscales gracias a
ella, y mientras, mantenían la lucha contra Bizancio y comenzaban los
procesos contra personajes conocidos, acusados de apostasía o herejía.
Durante el califato del famoso Harun al-Rashid, protagonista de “Las mil y
una noches”, se intensificó el enfrentamiento con el imperio carolingio por
las rutas comerciales del Mediterráneo. Los jariyíes devastaron Armenia y
Azerbayán, apoderándose de Mosul, y el gobernador de Ifriqiya planteó el
establecimiento de un gobierno hereditario a cambio de un tributo anual. A
la vez se observa un resurgimiento de tendencias nacionalista en varias
zonas del oriente islámico. Tras el alzamiento de Samarcanda, Transoxiana
quedó fuera del dominio califal, mientras que los jariyíes se sublevaban en
el Jurasán. Este ambiente de sucesión inminente pudo influir en la decisión
de al-Rashid de dividir el califato entre sus dos hijos: al-Amin gobernaría
sobre Iraq, Siria y el Magreb, con capital en Bagdad, y su hermano al-Ma
´mun ocuparía el Jurasán, prestando juramento de fidelidad a al-Amin. El
conflicto no tardó en llegar y la lucha entre ambos hermanos terminó con la
ejecución de al-Amin y la victoria de al-Ma´mun (813-833) que en un
principio mantuvo la capital en Jurasán. La decisión de nombrar heredero
al trono a un descendiente de Alí, no vinculado con su propia familia,
desencadenó una guerra civil y provocó la ruptura con la aristocracia persa
y el retorno a Bagdad. Otra de las cuestiones candentes fue la imposición

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del mutazilismo, una doctrina islámica especulativa que defendía que la fe
debía entenderse y explicarse de forma razonada. Los mutazilíes
postulaban la unidad de Dios y rechazaban su concepción antropomorfa y
la teoría de la predestinación. El intento del califa de tomar las riendas del
pensamiento teológico del islam fracasó, y a partir de la vuelta a la
normalidad fueron los ulemas o estudiosos de la ciencia religiosa los que
dictaron los criterios doctrinales a seguir.
Durante el gobierno de al-Ma´mun, las revueltas sociales debilitaron al
ejército jurasaní. El hermano del califa, al-Mutasim, que supo rodearse de
un pequeño ejército privado te turcos mamelucos, cuya característica
principal era la fidelidad total hacia su señor, fue quien le sucedió en el
trono (833-842). Aislados de la sociedad, desconocedores de la lengua
árabe e incluso muchos ni siquiera musulmanes, estos soldados recibían un
estipendio por sus servicios, a veces en forma de tierras, y en poco tiempo
coparon los cargos militares del califato. Al-Mutasim trasladó la capital de
su Estado a Samarra, pero sus descendientes la regresaron a Bagdad. El
poder de los mamelucos no dejó de crecer, llegando a asesinar al califa al-
Mutawwakil, quien había intentado acabar con su predominio en el ejército
contratando de nuevo a elementos árabes y de otras procedencias. El califa,
que había revocado los decretos en favor del mutazilismo y procuró
contratar a funcionarios que rompieran los vínculos hereditarios de los
cargos administrativos, se había enfrentado también a los chiítas. Su
magnicidio abrió el paso a la anarquía, agravada por la disminución de los
ingresos del Estado por la desmembración de amplios territorios.
A partir de 870, la situación interna del califato había cambiado. Habían
surgido poderes locales con sólida implantación, que a los califas no les
quedó otro remedio que aceptar a cambio de su reconocimiento oficial y el
pago de un tributo. Los hermanos al-Mutamid (870-892) y al-Muwaffaq,
hijos de al-mutawwakil, consiguieron hacerse reconocer, el primero como
califa y el segundo como líder de las tropas turcas.
La crisis final (908-945) transcurrió durante el reinado de cinco califas, en
una lucha enconada por controlar los cada vez más escasos recursos del
Estado. La práctica de arrendar los impuestos, a personajes que adelantaban
el dinero para permitir una mayor liquidez, ocasionó abusos en la
recaudación. El deterioro de la situación del califa, el poder militar de los
turcos y la decadencia de la administración central posibilitaron que, a
partir del año 946, los Buyíes se hicieran con el poder y los abbasíes
pasaran a ser una figura legitimadora del poder de sus visires y
gobernadores.

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2.2 Las reformas administrativas abbasíes.
La administración abbasí incorporó los usos y el ceremonial del corte
propio de los sasánidas, gracias a los funcionarios jurasaníes que se
trasladaron a la corte de Bagdad. El califa al-Mansur se apoyó en dos
pilares para su reestructuración del califato: los miembros de su linaje,
entre quienes distribuyó cargos militares y tierras de los omeyas, y los
clientes abbasíes, en su mayor parte jurasaníes (persas), que ocuparon
cargos en la administración central y provincial. Los miembros de la red
familiar y de clientes abbasíes servían como gobernadores de provincia,
funcionarios o jefes militares. Entre los clientes se formaron verdaderas
familias al servicio de la administración, destacaron los Barmakíes.
Mantuvieron su influencia bajo los sucesores de al-Mansur, hasta que su
poder fue destruido por al-Rashid para evitar que se inmiscuyeran en la
decisión del califa de dividir su herencia entre sus dos hijos.
La administración central se organizó en una serie de secretarías con un
visir al frene de cada grupo de secretarios. Desde mediados del siglo IX, se
nombraba también a un gran visir o chambelán como primer ministro. Las
principales secretarías eran las de diplomacia o chancillería, correos y
finanzas. En cada provincia había un intendente a cargo de sus
funcionarios, catastros, libros de cuentas y archivos.
Los impuestos podían variar según la zona del imperio, pero en general
había 3 impuestos generales: la limosna legal se transformó en diezmo
sobre la producción de la tierra, cabezas de ganado o productos
comerciales; los no musulmanes pagaban la capitación (yizya) y el
impuesto territorial (jaray) se adscribió a todas las tierras y debían pagarlo
todos los propietarios. Además, el califa contaba con tierras pertenecientes
a su propio patrimonio, monopolios industriales o comerciales, aduanas, el
quinto en el botín de guerra, el producto de confiscaciones, los bienes
vacantes por no haber heredero y los derechos sobre las herencias. El califa
delegaba su poder judicial en los cadíes, nombrados o destituidos por él o
por el cadí mayor de Bagdad. Los cadíes debían ser expertos en derecho
islámico (fiqh) y su cargo tenía un matiz religioso.
2.3 El desarrollo económico.
En la producción agraria de la época abbasí predominaba la agricultura de
secano y en la mayor parte del imperio se practicaba el barbecho y la
rotación de cultivos. En algunas zonas también utilizaban la irrigación
mediante canales. La innovación más importante fue la introducción de
nuevas especies vegetales a través de Irán, Siria y Egipto. Entre ellas, las

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plantas de estación como la espinaca y la berenjena, cultivos que ofrecía la
posibilidad de una segunda cosecha en verano (arroz, algodón, melón…),
nuevos árboles frutales como limoneros, naranjos, cocoteros y plantas
tintóreas como la alheña y el índigo.
La ganadería era principalmente de animales de monta y le seguía la
ganadería ovina y caprina.
Las grandes ciudades del califato favorecieron el desarrollo del artesanado
y ciertas actividades industriales. Destacaban las actividades textiles, la
industria tintórea, los hornos de cerámica, fabricación de vidrio y la
industria del mueble y el papel.
La circulación de productos a larga distancia se realizaba a través de las
rutas que confluían en la capital, Bagdad. Por el Mediterráneo, se
canalizaba a través de Alejandría y desde los puertos del Golfo Pérsico se
llegaba por mar a Yemen, África, la India o China. La gran vía terrestre
hacia oriente era la Ruta de la Seda, mientras que en el Magreb se
utilizaron las antiguas rutas transaharianas. Fundamental fue el comercio de
esclavos procedentes del Cáucaso, África y la piratería mediterránea.
Los grandes mercaderes practicaban el comercio exterior y depositaban sus
mercancías en las alhóndigas. El comercio mayorista se realizaba a través
de corredores de distintas nacionalidades y religión. El Estado, además de
cobrar los impuestos sobre estos bienes, establecía monopolios sobre
productos clave, como el que afectaba en Egipto a la exportación de
alumbre o la importación de hierro o madera.
2.4 La religión, la ley y la cultura en época abbasí.
El interés que despertó el Corán en los estudios religiosos llevó durante el
gobierno abbasí al desarrollo en nuevas especialidades. Los comentarios
del Corán crearon un género propio (el tafsir) que motivó un nuevo interés
por la gramática y la lingüística que dio frutos en la redacción de obras de
gramática, de estilo y elaborados diccionarios. Se compiló toda la tradición
oral de los nómadas árabes y los relatos de la vida del Profeta y sus
compañeros, así como las tradiciones de los primeros líderes de la
comunidad islámica, dando lugar a la escuela de transmisores de la
tradición (hadiz).
Al mismo tiempo se desarrollaba la ley islámica (sharica) como forma de
vida guiada de Dios. Se reformaron las disposiciones legales vigentes
siguiendo el sistema ético del islam e incluyendo prácticas jurídicas de
muchos pueblos conquistados. Tres fueron las principales categorías

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legales establecidas: la regulación de rituales, las normas para las
relaciones sociales y la teoría de la organización del Estado. Su regulación
estuvo a cargo de las denominadas escuelas de derecho islámico, que
recibieron el nombre de su fundador. La más antigua fue la de hanafí,
fundada por Abu Hanifa (699-796).
El complejo ceremonial de la corte exigía un entorno arquitectónico acorde
con la propaganda del califato. Los palacios de Bagdad utilizaron
materiales tomados de las ruinas de las ciudades sasánidas y se situaron en
el centro del recinto circular de la ciudad, simbolizando el poder central del
propio califa. La literatura árabe s cultivó en el círculo palaciego y también
en los populares. Influida por la literatura beduina preislámica, la poesía
exaltaba al califa y su contacto con el pueblo o refería a las conquistas
musulmanas.
La herencia hindú y griega se transmitió a través de las obras persas y
bizantinas en campos como el comportamiento y protocolo de la corte, así
como los formularios que utilizaban escribas y funcionarios, todos
traducidos al árabe. Se adquirieron conocimientos técnicos: matemáticas,
medicina, la hipiatría o los cuentos que pasaron también al patrimonio en
lengua árabe. En Bagdad se fundó la Casa de la Sabiduría, donde además
de existir un observatorio astronómico, se tradujeron del siríaco y del
griego los trabajos de Lógica de Aristóteles, y los trabajos médicos de
Galeno e Hipócrates.

3. DECADENCIA ABBASÍ Y APARICIÓN DE LOS PRIMEROS


MOVIMIENOS SECESIONISTAS.
El fraccionamiento político del califato se produjo a causa de las
debilidades del propio imperio. La unidad del califato estaba basada en la
vinculación directa con el califa, pues no existía conciencia de unidad
territorial. La vinculación quedaba sometida a oscilaciones políticas y
personales según los individuos que ostentasen los cargos del Estado y
ocupasen el trono. El gobernador de cada una de las grandes provincias
tenía la obligación de enviar al califa los tributos de su territorio y las
tropas necesarias para las campañas estatales; cuando decidía aminorar o
suspender estas obligaciones, se producía la separación de hecho de su
provincia con el gobierno central. Este panorama se veía agravado por el
hecho de que el funcionario califal no respondía ante la ley, sino ante el
califa. La necesidad de conceder tierras a cambio de servicios militares

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hizo que el tesoro del califa quedara cada vez más reducido, al no cobrar
impuestos por muchos de sus territorios.
El proceso separatista siguió unas pautas muy parecidas en el siglo IX y X:
un gobernador conseguía un trato de favor con el califa respecto a su
territorio, se desvinculaba progresivamente revertiendo los impuestos en su
propio territorio en vez de enviarlos al califa y dejaba de mencionar su
reconocimiento en la oración del viernes, lo que marcaba públicamente su
ruptura con el gobierno central. Una vez establecida su capital, creaba una
dinastía propia, y normalmente sucumbía no mucho después a manos de
otra dinastía vecina o por la recuperación militar de los territorios por parte
del califa. Así se sucedieron una serie de gobiernos independientes en
Oriente: Tahires en el Jurasán, Dulafíes en Kurdistán, Zaydíes en
Tabaristán.
Otros movimientos fueron más complejos, como el de los Safaríes en
Persia (867-903) que se constituyeron como jefes en la región gracias a su
victoria sobre los jariyíes, aunque nunca fueron reconocidos por el califa.
Los Zanyíes en Iraq (868-883) procedían de los esclavos negros de
Zanzíbar que se habían asentado en las tierras cenagosas del sur de Iraq
para dragarlas y hacerlas cultivables e iniciaron una auténtica revolución
social ocupando la importante plaza de Waist y extendiéndose por el
Juristán hasta Irán.
Los movimientos más importantes y duraderos se produjeron en el Islam
occidental y marcarían el fin del califato unificado en toda la zona, desde
Egipto hasta Al-Andalus.
3.1 Los Aglabíes (800-909/915)
El precedente establecido por Harun al-Rashid, quien otorgó Ifriqiya a
título hereditario a los Aglabíes por un acuerdo a cambio de un tributo
anual y la condición de que se le reconociese en su oración de los viernes.
Esta dinastía árabe debe su nombre al comandante del ejército al-Aghlab,
cuyo hijo Ibrahim I, gobernador de Ifriqiya, se independizó del califato en
el año 800 y estableció su capital en Qayrawan. Tras la represión de varias
rebeliones bereberes, los Aglabíes conquistaron Sicilia, a petición de los
propios habitantes, enemistados con Bizancio. Se mantuvo en largo sitio
ante Siracusa, pero otras poblaciones fueron ocupadas antes: Palermo
(831), Mesina, Taromina. Saquearon Roma (846) y ocuparon Malta (868).
Su decadencia política estuvo ocasionada por la lucha a tres bandas contra
los bizantinos, las tribus beréberes rebeldes y los fatimíes. El emir fue
asesinado por los ismaelíes, y la tribu kutama se apoderó de Qayrawan en

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909. Sus últimos vestigios en Sicilia fueron eliminados entre su derrota por
los lombardos y bizantinos en 915 y la apropiación de la isla por los
Kalbíes, otra familia de gobernadores designados por el califa fatimí (948)
3.2 Los Tuluníes (868-905)
Egipto fue gobernado por Ahmad ibn Tulun, hijo de un esclavo turco, a
quien el califa abbasí había encomendado su administración. Apoyado por
el ejército y el pueblo consiguió del califa la autorización de disponer
libremente de las rentas, a cambio de pagarle un canon y de su
reconocimiento. La dinastía de los gobernadores Tuluníes estableció su
capital en al-Qatai, al norte de Fusat, ocupó Siria y Palestina gracias a sus
mercenarios e incluso llegaron a emparentar en matrimonio con los
abbasíes. En 905 su territorio fue reconquistado por el califa de Bagdad.

4. EL CALIFATO DISGREGADO: LOS FATIMÍES (909-1171)


Los fatimíes eran chiítas septimanos, su fundador, Ubayd Allah, escapó de
Siria y se proclamó “el Enviado” y emir de los creyentes, creando una
campaña para hacerse con el imperio de los Aglabíes a partir de 909. Ni los
grupos de sunníes ni las tribus beréberes aceptaron el cambio de liderazgo,
que colisionaban además con los intereses andalusíes en la zona. Desde
Ifriqiya, donde establecieron su capital en Qayrawan y después en
Mahdiya, iniciaron su avance hasta oriente, tras derrotar a los andalusíes y
con la intención de desplazar a los abbasíes del trono. Mientras, se
planteaba la cuestión de Sicilia y Cerdeña, cuyos gobernadores se
rebelaban alentados por los bizantinos y andalusíes. El impacto del chiísmo
en el Magreb a través de los esfuerzos misioneros de los Fatimíes fue
prácticamente inexistente debido a la oposición de los ulemas malikíes, que
seguían dirigiendo a la población, por los que los miembros de la tribu
Kutama, que era el apoyo tradicional de los Fatimíes, los acompañaron
mayoritariamente hacia Egipto como parte del ejército. Los septimanos que
quedaron fueron masacrados por la población en Qayrawan, al-
Mansuriyya, Túnez o Trípoli en los años 1016-1017.
Tras firmar un pacto de no agresión con los bizantinos, al-Mu´izz conquistó
Egipto (969) y fundó El Cairo, trasladando su capital desde Túnez. Una vez
autoproclamados califas, los Fatimíes se enfrentaron con los Abbasíes de
Siria, donde llegaron hasta Damasco y Mosul, y con los Omeyas andalusíes
en sus dominios del norte de África. El pueblo egipcio nunca fue chiíta,
pero aceptaron algunos cambios rituales. La creación de la universidad de

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al-Azhar tenía un propósito proselitista, pues se dedicaba a los estudios
coránicos. Llegaron a alcanzar el apogeo político, culturar y una floreciente
vida económica y constructora bajo al-´Aziz (975-996) y al-Hakim (998-
1021), aunque este último guiado por su fanatismo religioso y víctima de
un desequilibrio mental mandó destruir la iglesia del Santo Sepulcro.
Durante este periodo, La Meca y Medina quedaron bajo su autoridad, pero
padecieron varias disensiones religiosas como la creación de la comunidad
drusa. Siria y Palestina estuvieron poco tiempo en su poder (perdidas en
1071/1076) mientras que el distanciamiento con los gobernadores del
Magreb se hacía cada vez más patente.
La dinastía Fatimí consagró la sucesión de padres a hijos en el califato,
aunque la designación del heredero podía permanecer oculta hasta el
momento oportuno. El califa podía ser menor de edad, para ello se
planteaba el problema de la regencia, durante la cual el poder era ejercido
por un/a regente de la familia califal, aunque en realidad solía estar en
manos de un visir. Este cargo fue cada vez más importante dentro del
funcionariado, solía ser ejercido por un personaje sunní o por cristianos
coptos o armenios. La lucha por este puesto ocasionó grandes rivalidades.
La crisis se produjo por varias razones. El ejército llegó a imponer a los
visires al tiempo que luchaba con sus facciones internas. El que califa,
cabeza del Estado, fuese chiíta frente a una población mayoritariamente
sunní llevó a la creación de un sistema de propaganda y misiones que
ocasionaron verdaderas revueltas, como la que terminó con la masacre de
los misioneros en El Cairo (1020). A mediados del siglo XII el dominio de
los Fatimíes se reducía sólo a Egipto, y los califas estuvieron bajo la
influencia de sus jefes militares, hasta que Saladino eliminó la dinastía.
Los Fatimíes pudieron beneficiarse de un floreciente comercio a larga
distancia por el Mediterráneo. Su control de las rutas del oro sudanés en el
Magreb, que le permitió acuñar dinares de buena calidad, el dominio de la
ruta del Mar Rojo y sus pactos comerciales con ciudades italianas les
convirtió en la dinastía más rica del mundo islámico.

5. LOS OMEYAS DE AL-ANDALUS (756-1031)


El emirato omeya andalusí nunca formó parte de las posesiones de los
abbasíes. Tras el fin del califato omeya de Damasco (756), el único
superviviente de la familia califal, Abderramán “el Emigrado”, consiguió
huir y llegar hasta al-Andalus. Aglutinó a su alrededor a los descontentos y

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proclamó su independencia política del califato abbasí. El conocido como
emirato es un periodo complejo de formación del Estado andalusí. Se
consolidó la nueva dinastía frente al califato de Bagdad y se adaptaron las
instituciones de gobierno, con una influencia oriental cada vez más visible
a partir de Abderramán II.
Se sucedieron las revueltas y conflictos sociales, debidos al descontento de
la población por cuestiones fiscales; a los acostumbrados problemas étnicos
y tribales agravados por la prepotencia de los primeros invasores y a las
aspiraciones de independencia de ciertas regiones donde habían perdurado
antiguos pactos firmados por los invasores. Los episodios puntuales más
sangrientos tuvieron lugar bajo al-Hakam I: “la Jornada del Foso” en
Toledo (797), la revuelta de Córdoba (805) y el motín del arrabal de
Shakunda en la misma ciudad (818).
La oposición al emirato se plasmó en una serie de revueltas lideradas por
muladíes o mozárabes (cristianos residentes en tierras islámicas). En
Badajoz, Abderramán ibn Marwan “el Gallego” rechazó la autoridad del
emir omeya de Córdoba y llegó a ejercer su influencia hasta Huelva. En la
serranía de Ronda, el muladí Umar ibn Hasfun, descendiente de un antiguo
conde visigodo, se hizo fuerte en Bobastro y amenazó la autoridad del
emir, uniendo tanto a mozárabes como a muladíes descontentos.
Abderramán II fue el primer miembro de la dinastía en autoproclamarse
califa (929) frente a abbasíes y fatimíes. El soberano omeya sometió uno a
uno los focos de disidencia que había surgido en el emirato y dominó a los
reinos cristianos. Entre sus grandes empresas se cuenta la construcción de
la ciudad palatina de Medina Azahara. Los embajadores extranjeros
procedentes de Germania, Bizancio y Magreb atestiguaban el
reconocimiento de al-Andalus como uno de los grandes poderes del
momento. Su hijo al-Hakam II fue un califa piadoso e interesado en la
cultura. Reunió una importante biblioteca en palacio, realizó una hermosa
ampliación de la mezquita de Córdoba, conservó el prestigio de la
institución califal y defendió las fronteras de al-Andalus. Durante la
minoría de su hijo Hisham II, la regencia fue ocupada por la madre de éste
y el famoso Almanzor, cuyo dominio del ejército después de derrotar a los
principales generales, le valió el poder. Sus reformas eliminaron el sistema
tribal de organización de tropas, complementándolas con mercenarios. Los
altos cargos del ejército y la administración estaban ocupados por esclavos
y beréberes, individuos que se lo debían todo y que él utilizó para sus fines.
Hasta su muerte, el caudillo amirí realizó más de cincuenta expediciones
militares contra los cristianos del norte, la más famosa fue la que lo llevó

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hasta Santiago de Compostela (997). A su muerte, su hijo Ab al-Malik
heredó su puesto de chambelán el califa, pero la situación comenzó a
deteriorarse y el califato se desmembró definitivamente cuando su hermano
menor, Abderramán Sanchuelo, pretendió que Hisham II le designara
sucesor del trono. Se produjo entonces la fitna, nombre por el que se
conoce la guerra civil que llevó a la destrucción del poder califal y a la
disgregación política del territorio andalusí en los llamados reinos de
Taifas.

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