Norwood, Robin - Por Que A Mi
Norwood, Robin - Por Que A Mi
Norwood, Robin - Por Que A Mi
Robin Norwood
Por qué a mi, por qué esto, por qué ahora
INDICE
1. ¿Por qué me ocurre esto? Curación más allá de lo físico – Una visión
esotérica de la existencia humana – La adversidad como catalizador del
cambio – Lo que nos enseña el SIDA – El SIDA desde una perspectiva
planetaria – La adversidad según la visión del alma
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Por qué a mi, por qué esto, por qué ahora
1
¿POR QUÉ ME OCURRE ESTO?
Esta tarea formaba parte de las que realizaba como asistente de una quiropráctica, a
cambio de que ella me atendiera una rodilla que no había respondido al tratamiento
médico tradicional. La doctora, reconocida en la zona por sus raras dotes curativas,
tenía una clientela variada y empleaba diversos enfoques para aumentar su habilidad de
quiropráctica: trabajo de energía, cristales y visualizaciones. Trabajar con ella me
brindaba la oportunidad de aprender algo más sobre la medicina no tradicional; era bajo
su dirección que ahora estaba aplicando a Joanna un “trabajo de energía”.
Moví despacio los dedos por una serie de puntos que la doctora había marcado con
lápiz de fibra a cada lado del tobillo y el pie. Mi tarea consistía en buscar los dos pulsos:
uno bajo el dedo medio de cada mano, y mantener el contacto hasta que ambos se
sincronizaran en ritmo y potencia. Era la técnica que utilizábamos para calmar los
espasmos musculares, pero también servía para aliviar zonas de congestión e
inflamación causadas por lesiones. A veces los pulsos del paciente se alineaban
rápidamente. En otras oportunidades se mostraban reacios. La facilidad con que se
afectara la sincronización dependía con frecuencia del estado psicológico del paciente;
como los pulsos de Joanna tardaban en responder, abordé el tema de su lesión.
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Joanna parecía más recuperada al relatar las décadas de guerra fría entre sus
padres.
- Cuando mi madre descubrió que tenía cáncer, entonces volvió a dirigirle la palabra.
Yo estaba allí, en el hospital. Ella lo miró a la cara y le dijo: “Me muero, Ray.” El le
dijo, llorando: “Deja que te ayude.” Y ella respondió: “No. Me cuidará Joanna/” Y yo
lo hice. Yo la atendía, pero… -Llorando otra vez, señaló el tobillo con un gesto.-
…ahora no puedo.
- No –reconocí-. Pero su padre sí puede, Joanna. Tal vez de eso se trate. Vea usted. –
Toqué el móvil que giraba sobre su cabeza. –Imagine que este móvil representa a su
familia. Cada miembro de la familia mantiene una posición fija, un papel que crea un
delicado equilibrio. La enfermedad de su madre es como una brisa fuerte, que lo
sacudió todo.
- Soplé con fuerza contra el móvil, que respondió con un tintineo. –Aun así, el
equilibrio esencial se hubiera mantenido, pero… -Entonces levanté la mano para
desenganchar una de las figuras colgantes del móvil. Al hacerlo, toda la estructura se
inclinó para compensar. –Esto es lo que ocurrió con su familia. Esta lesión, Joanna,
la apartó de su posición habitual entre sus padres y empujó a esos dos tercos,
obligándolos a tratarse. Creo que puede ser una bendición.
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- Durante todos estos años creí que la culpa era de papá. Siempre me puse de parte
de ella. Pero ahora he visto cómo lo castigaba cuando él trataba de ayudarle, tanto
en el hospital como en casa. Nada de lo que él hacía le parecía bien. Y él no
cejaba. Eso me asombró. Y por fin ella se ablandó un poco. Ahora, cuando voy a
visitarla, papá nos atiende a las dos, nos hace bromas y hasta lograr hacerla reír.
Y cuando estamos solos me dice: “Amo a tu madre, ¿sabes? Siempre la he
amado.” Y yo le respondo: “¡Díselo a ella!” Y él: “Eso trato, eso trato/
- ¿Así que no tengo que sentirme mal por no estar con ella en realidad, yo sabía que
era preferible mantenerme a un lado y dejar que papá lo hiciera todo. Pero me
sentía tan culpable…
- Usted tenía un papel familiar que representar y no hacerlo le costaba mucho. Hasta
la palabra “familiar” proviene de “familia” , de aquello a lo que estamos
habituados. Quizás hacía falta algo tan incapacitante como esta lesión para
mantenerla a usted fuera de la escena. –Le entregué sus muletas. Las dos
sonreíamos.
Si Joanna no hubiera tomado conciencia de su viejo papel que interfería entre sus
padres, probablemente la habrían consumido los remordimientos por no poder cumplir
con la promesa hecha a su madre. Su curación se produjo al lograr una visión más
equilibrada de la relación entre sus padres y comprendió que su papel dentro de la
familia, como apoyo y consuelo de su madre, en realidad permitía que la pareja
continuara con sus viejas rencillas. La reconciliación de ambos la libró de una
responsabilidad excesiva por la felicidad de su madre, responsabilidad que, de otro
modo, podría haber cargado hasta mucho después de muerta ella.
Dos meses después, cuando Joanna volvió al consultorio para un último examen, me
llevó aparte por un momento para decirme que, pocas semanas antes, su madre había
fallecido en la casa.
- Fue realmente bello. Estábamos todos allí. Mi esposo, mis hijos. Pero en el último
instante ella quiso que la dejáramos sola con papá. ¡Quién iba a imaginarlo!
¡Después de haber pasado tantos años sin hablarle! Esperamos en la sala hasta
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que papá salió y nos dijo: “Ya se ha ido. Pero está bien. Sabía que yo la amaba.”
Joanna se puso a llorar, incapaz de decir más, me estrechó la mano y, girando en
redondo, salió apresuradamente de la oficina.
¿Qué es la curación? La persona que está físicamente enferma, ¿se cura sólo
cuando esa enfermedad se alivia o desaparece? ¿O acaso es posible que no sólo Joanna
y su padre experimentaran una curación, sino también su madre? ¿Acaso la mujer, al
perdonar a su esposo y abrir su corazón al amor, sanó a pesar de perder su cuerpo físico
en la muerte?
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Debemos comenzar por reconocer que no somos sólo un cuerpo físico. El aura humana
o “paquete de energía” , en el que habitamos nuestra vida en la Tierra, incluye varias
dimensiones de realidad más allá de las que percibimos con nuestros cinco sentidos.
Por debajo del cuerpo físico, y entremezclándose con él, existen cuerpos cada vez más
sutiles, compuestos de grados de materia cada vez más sutiles. Son: el cuerpo etérico,
que impregna el cuerpo físico como si fuera su diseño energético, compuesto de
vibrantes líneas de luz; el cuerpo astral (o emocional), compuesto de materia proveniente
del plano astral del campo energético universal, lleno de suaves colores y destellos de
luz, según su volátil sustancia responde a nuestras emociones cambiantes y las refleja;
por fin, el cuerpo mental, compuesto de dos planos de materia: la materia mental
inferior, vivificada por el conocimiento que vamos obteniendo, pero teñida por la
emoción, y la materia mental superior, que es el reino del pensamiento puro, la
sabiduría y el entendimiento, el plano en que mora el alma. El alma está sentada dentro
del aura humana, en la zona del manubrio o glándula timo, pero existe en la materia
sumamente refinada del nivel mental superior del campo energético humano. Sirve como
puente de conciencia entre nuestra existencia en el plano físico y el Espíritu o Fuerza
detrás de la Creación.
Cuando ocurre lo que llamamos muerte, se quiebra el hilo energético que conecta el
alma con el cuerpo físico. Cuando el alma abandona su vínculo con el cuerpo físico que
le ha servido como sede en este plano, retira la fuerza unificadora que hasta entonces
impedía la disolución del cuerpo físico y el desprendimiento de los cuerpos sutiles. La
porción etérica del cuerpo físico empieza a separarse del vehículo más denso y la materia
etérica, más fina, se eleva poco a poco. Con frecuencia los presentes notan una visible
diafanidad en la cara del que acaba de fallecer, una luz que rodea el cuerpo y una
sensación de paz en la habitación; todo se debe a esa energía refinada que impregna el
aire al liberarse del denso cuerpo físico. Este componente etérico suele disolverse entre
uno y tres días después de que se rompe el hilo energético, también llamado cordón de
plata.
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Así como, en el curso natural de las cosas, la materia física que compone el cuerpo
físico será gradualmente reabsorbida por el plano físico, así la materia astral y la de las
mentes inferior y superior, que componen los cuerpos sutiles del individuo durante la
vida, serán reabsorbidas, después de la muerte, por los niveles energéticos adecuados
del campo de energía universal. Todo lo que se haya reunido mediante la experiencia,
durante la vida que se acaba de completar, es absorbido por los planos sutiles
apropiados. La materia de carácter emocional es absorbida por el plano astral, mientras
que los planos mentales superior e inferior reciben el conocimiento y la sabiduría
ganados. Como al final de cada vida el alma cosecha así todo lo que hemos obtenido, el
desarrollo, refinamiento y purificación de estos cuerpos sutiles es una finalidad
importante de la efímera existencia humana en el plano terrestre. Es nuestra
contribución a la evolución del universo.
Los clarividentes, que pueden percibir los estados de materia más refinados, nos dicen
que, según alcanzamos un mayor entendimiento, perdón y libertad con respecto a las
ilusiones deseos egoístas, nuestros cuerpos energéticos se clarifican, intensifican y
expanden. Casi todas esas expansiones se producen gracias a nuestras luchas con las
limitaciones que enfrentamos al morar en el denso cuerpo físico, sobre el plano terrestre.
En este libro se describirán algunas de estas luchas y sus efectos sobre los cuerpos
sutiles y, por ende, sobre nuestro Yo superior. Veremos algunas maneras específicas por
las que las difíciles condiciones que encaramos nos permiten alcanzar un entendimiento
más completo con la fuente de la que emanamos, el alma, y de qué modo esto, a su vez,
posibilita el retorno final del alma, enriquecida por el mismo proceso de expresión,
experiencia y expansión, a su propia fuente: el Espíritu.
A esta altura, el tormento de la epidemia del SIDA nos afecta a todos, en un grado u
otro. Sin embargo, tal como lo señala Darren, en todas sus trágicas dimensiones
también nos está curando. A lo largo de la historia, ninguna epidemia ha combinado los
factores que presenta el SIDA: la larga duración de la enfermedad; el hecho de que la
mayoría de sus víctimas sean jóvenes y socialmente activas, su asociación, en la mente
del público, con la población homosexual masculina, y el hecho de que su transmisión
más común sea por vía sexual. Estos factores operan juntos para provocar una
revolución en las actitudes, las conductas y los valores, en lo personal y en lo social. En
último término, la humanidad como un todo está cambiando en diversos sentidos.
Como ocurre con la creación del diamante a partir del carbón, la transformación del
ser humano suele requerir bastante tiempo y presión. Esta enfermedad proporciona
ambas cosas a muchos de los que la contraen, lo suficiente para provocar la nueva
orientación de los valores personales experimentada por Darren. Su existencia
esencialmente egocéntrica, dedicada a la búsqueda de sensaciones, evolucionó mediante
la presión de la enfermedad y la influencia de Roger, convirtiéndose en una vida
orientada hacia el servicio al prójimo. Así la vida de Darren, como la de Roger, se
transformó en un ejemplo de cierto principio superior en operación.
¿Quién puede decir dónde termina la onda expansiva? Después de todo, no se trata de
una enfermedad que se presente en el aislamiento. Casi todos los afectados están en la
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flor de la edad; aún tienen los padres vivos y un amplio círculo de amigos y compañeros.
El estado de cada paciente, la transformación de cualquier paciente, afecta a muchos
otros. Muchos de los que conocen a un enfermo de SIDA y se preocupan por él se
enfrentan al mismo desafío que encaraba la abuela de Darren, debido al estigma
combinado de la homosexualidad y su dolencia. Con frecuencia constituye una prueba
para sus valores, prioridades y coraje para enfrentarse a los prejuicios públicos. El
hecho de que esta imperiosa viuda decidiera amar y ayudar a su nieto y a otros como él,
en vez de abandonarlo por orgullo y miedo a la censura, supone un cambio tan
maravilloso como el del mismo Darren.
Más aún: el hecho de que la gente suela asociar el SIDA con los homosexuales
masculinos, grupo ampliamente denigrado, está provocando una situación patética.
Pensemos en el grado de amor y atención que la comunidad “gay” ha ofrecido a sus
miembros enfermos y moribundos. Estos cuidados y esta compasión se extienden a los
enfermos heterosexuales y a sus familiares. Frente a presiones abrumadoras, la
comunidad gay de Estados Unidos ha asumido el compromiso de prestar toda la ayuda
posible, para que nadie muera solo. Sus grupos de apoyo y sus redes de servicios para
los pacientes y sus seres amados; la dignidad y el coraje demostrados frente a tanta
enfermedad, tanta muerte; la asombrosa capacidad de mantenerse abiertos y afectuosos,
todo eso se ha convertido en ejemplo e inspiración para la comunidad médica, los
familiares y amigos y la sociedad en general.
Hemos hecho lo posible, pero para algunos de nosotros, tanto hombres como mujeres,
el sexo despreocupado nunca estuvo muy libre de preocupaciones. Tal vez mediante el
SIDA reconocemos que, en verdad, no debería existir.
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pareja el alma: la parte más elevada de sí mismo, la parte vinculada con dios. De ahí el
riesgo de daño psíquico, a menos que cada uno mantenga una actitud de afecto e interés
por el bienestar del otro. Si uno de los dos tiene una actitud negativa, hostil o
indiferente, o si desea aprovecharse de su pareja, se produce una herida en el plano
energético.
Debo subrayar aquí que, a pesar de que son bien reconocidas las frecuentes actitudes
aprovechadas de los hombres y el daño que esto provoca en la autoestima de las
mujeres, no es tan común admitir que las mujeres pueden mostrarse igualmente
aprovechadoras con respecto a los hombres. Algunos de los impulsos negativos que
pueden motivar a una mujer antes del acto sexual o durante él son: las aspiraciones
económicas, el deseo de experimentar el poder mediante la capacidad de atraer a un
hombre y la necesidad de sujetar a un hombre a sus caprichos. Cuando existe
cualquiera de estas actitudes, los hombres sufren una herida psíquica. Estos temas
también pueden presentarse en las relaciones entre dos personas del mismo sexo, por
supuesto. Con frecuencia, si no hay afecto verdadero entre dos personas sexualmente
involucradas, ambas operan por algún grado de motivación negativa y, por lo tanto, las
dos se perjudican.
De este modo, la crisis del SIDA sirve para hacernos más conscientes de lo que
hacemos y por qué lo hacemos; en último término, la meta es siempre una conciencia
mayor. Hoy en día, cada uno está en libertad de buscar su propio camino, mientras el
SIDA nos disciplina y nos enseña a comportarnos con responsabilidad para con nosotros
mismos y aquellos con quienes nos involucramos.
La historia de Joanna y sus padres ilustra bien las tres primeras premisas de la radical
nueva definición de la cura que aquí presentamos:
La historia de Darren y el análisis general del SIDA ayudan a aclarar las premisas
cuarta y quinta:
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Cuando todo el planeta se ve afectado por una enfermedad tal como el SIDA, una forma
de entender el proceso es analizar las fuerzas astrológicas que operan, sobre todo las de
los planetas exteriores, cuyos ciclos son lentos y afectan la conciencia de masas.
Astrológicamente Plutón, el más lento de los planetas conocidos de nuestro sistema
solar, entró en Escorpio, el signo del que es regente, a fines de 1983. Por entonces el
mundo entero empezaba a reconocer las dimensiones epidémicas del SIDA. Para la
mayoría de quienes estudian la astrología resultó evidente que esa enfermedad era una
manifestación muy de “Plutón en Escorpio”, una fuerza implacable para la
transformación. Plutón, así llamado por el dios de los mundos inferiores, se asocia con
todo lo oculto o secreto, con los genitales, con las enfermedades sexuales, la eliminación
y la muerte. Es el planeta relacionado con la psicoterapia, con los finales y los nuevos
comienzos, con la muerte y el renacer. El poder de Plutón, según la astrología, trabaja
inexorablemente para exhumar lo que está sepultado en la psiquis individual o en la
cultura en general, sacándolo a la luz. Trabaja para curar el alma individual y
transformar la conciencia cultural. Sin embargo, el proceso por el que logra sus fines
puede ser atroz.
Escorpio es el signo relacionado con el deseo de todo tipo, pero sobre todo con el sexual
y con el deseo de reformar el Yo y al prójimo. Obviamente, pues, la energía concentrada
de Plutón en Escorpio crea una fuerza a tener en cuenta.
El SIDA nos está obligando a todos a tomar más conciencia de la muerte y del proceso
de morir. En medio de la vida se nos pide que enfrentemos la muerte de un amigo, un
familiar, una celebridad admirada, que nos abramos a la transición de otro y
participemos con el corazón. Cuando ayudamos a un enfermo de SIDA, también
nosotros recibimos ayuda para descubrir lo que intuitivamente sabemos: cómo consolar
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y atender. Muchos me han comentado que, al atender a un ser amado enfermo de SIDA,
aprendieron a guiarse por la intuición; hacia el final se limitaban a acostarse junto al
enfermo, lo abrazaban y lo sosegaban, ya con palabras, ya cantando o tarareando. Al
acercarse el fin, algunas de estas personas pudieron instar al paciente a dejarse ir o
seguir la luz. Estas técnicas facilitaron, con frecuencia, una transición muy apacible
para el moribundo, además de ser profundamente consoladoras para quienes
participaban en el momento de la muerte. Una joven enferma de SIDA agonizante recibía
todas las noches la visita de amigos que se habían volcado sobre ella durante su
enfermedad. El marido le frotaba con suavidad los pies, mientras la esposa le leía
poemas o le cantaba. Una noche, cuando ella ya estaba en coma, su madre se acercó a
la cama, la abrazó y le dijo que era hora de partir, que estaba lista y todos la ayudarían
con el pensamiento a desprenderse del cuerpo. Luego vino su padre y le dijo que la
amaba. Falleció quince minutos después. Asistí a sus funerales, que fueron muy bellos;
era obvio que su desaparición había iluminado la existencia de todos los que estaban en
contacto con ella. Cada uno, mediante la íntima participación en su muerte, había sido
llevado a revaluar la muerte como hecho. Como resultado había menos miedo, más
aceptación y paz, y hasta una sensación de encantamiento.
Darren, transformado por una enfermedad que obra para la transformación de todos
nosotros, ¿debe recibir compasión o aplausos? Tal vez tendamos a concentrarnos en los
aspectos trágicos de su estado. Pero el alma cuyo propósito es ocasionar una mayor
comprensión, perdón y amor, reconoce el triunfo de Darren además de su sacrificio.
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Carl Jung hizo una observación penetrante: “La vida de una persona es característica
de esa persona”. Nuestros dilemas, nuestras dificultades y aprietos, junto con nuestro
modo de enfrentarlos y resolverlos, definen quiénes somos, por qué estamos aquí y qué
tratamos de alcanzar mediante la existencia en el plano terrestre. Con demasiada
frecuencia, la personalidad juzga el valor individual por la posición social, la seguridad y
las señales exteriores de triunfo material; el alma, en cambio, brinda pistas al temple del
individuo, a través de las tareas y los desafíos que le asigna. Creemos erróneamente que
la meta está constituida por felicidad, comodidades, seguridad y posición social, pero el
alma tiene planes muy distintos. A ella no le importa el sufrimiento de la personalidad,
pero sí que haya refinación, fortalecimiento y purificación, para que la personalidad sea
digna de cumplir los propósitos del alma. Cada vez que nos preguntamos: ¿Por qué me
ocurre esto?”, debemos recordar que la felicidad, las comodidades, la seguridad y la
posición social no purifican, no fortalecen ni refinan.
2
¿Qué trata de decirme mi cuerpo?
Gary era otro de los pacientes de la quiropráctica: un ávido físico culturista, cuya
amistosa sonrisa de cachorro desmentía la agresión insinuada en tanto músculos
abultados. Había venido al consultorio por un misterioso dolor recurrente en una de las
rodillas, que le impedía practicar el levantamiento de pesas y los otros deportes de que
disfrutaba. Aunque llevaba más de una semana dejando descansar esa rodilla, informó
con impaciencia que el dolor no cedía.
Yo quería saber algo más sobre esa increíble ronda de actividad constante, pero mi
primera pregunta fue:
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-No sé, Gary –respondí-. Con el ritmo de trabajo que llevas, es como si usaras el auto
para recorrer todos los días mil kilómetros.
-es que me gusta mantenerme ocupado. –se había puesto un poco a la defensiva.- Y no
bebo ni fumo, como casi todo el mundo. Me esfuerzo mucho para conservar mi salud. –
Hizo un gesto furioso señalando su rodilla. –No debería ocurrirme algo así.
-El resto de tu familia, ¿se cuida tanto como tú? – pregunté.
-Yo no diría eso, exactamente. –La voz de Gary sonaba densa de ironía. –Mi papá bebía
tanto que el alcohol acabó por matarlo. Y mi hermano está haciendo lo posible por
seguirle los pasos.
-¿Y tu madre?
-Oh, mi mamá es estupenda. Ahora está en Colorado, estudiando quiropraxia. –Sonrió
de oreja a oreja. –fue ella quien me recomendó venir aquí.
Parecía sentir la necesidad de explicarse mejor.
-Verá usted: mamá vivió muchos años en un infierno. Mi papá, al morir, dejó un poco
de dinero y ella lo usó para irse. Me parece muy bien. A veces me gustaría hacer lo
mismo, pero me siento obligado a vigilar un poco a mi hermano. Somos gemelos. No
idénticos, pero aun así… -Hubo un momento de silencio, mientras su sentido de la
responsabilidad luchaba con sus ansias de libertad.
Después de un rato dije:
-Tu madre soportó muchas cosas, pero ¿qué me dices de ti? Eso te afectaba a ti
también, ¿sabes?
-No pienso en eso – respondió secamente-. Me mantengo ocupado y no pienso en eso.
-¿Y si tu cuerpo te estuviera pidiendo que pienses, Gary? ¿Y si tu rodilla no quiere que
acumules más fuerza por afuera mientras ignoras lo que ocurre adentro?
Hubo un silencio incómodo y sentí cómo los músculos de su cuello se tensaban un
poco más bajo mis manos. De pronto cedió su resistencia y todo su cuerpo se ablandó.
Estuvo a punto de suspirar.
-Lo mismo dice mi novia. Y mi mamá. Es extraño. En la universidad veo siempre unos
letreros que anuncian una serie de conferencias sobe hijos adultos de alcohólicos, con
una lista de características que uno desarrolla al criarse junto a alguien que bebe.
Muchas se ajustan a mí, como el exagerado sentido de la responsabilidad y ocuparse
primero de los demás, o lo de sentirse culpable por arreglárselas solo, o no saber lo que
se siente ni cómo expresarlo. Me habría gustado ir a una reunión, pero creo que tenía
demasiado miedo. –Soltó una risita. –Usted cree que mi rodilla hizo esto a propósito,
¿eh? Porque esas conferencias se dan justamente a la hora en que voy al gimnasio…
¿Es posible que la rodilla de Gary conspirara con su Yo superior para ponerlo en
contacto con esos planos más sutiles de su interior que necesitaban atención? Una y
otra vez, trabajando con los pacientes de la quiropráctica, vi operar el principio de la
sincronicidad. Carl Jung presentó este concepto para explicar las causas ocultas tras la
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coincidencia, el motivo de sucesos que, por lo general, atribuimos al azar, pero que
parecen predestinados por su importancia. Con frecuencia experimentamos esos
sucesos como hallazgos fortuitos: un acontecimiento casual que nos pone en contacto
con oscuras fuentes de una información que necesitábamos mucho, por ejemplo, o el
encontrar a un viejo amigo después de años de separación.
Uno de estos notables episodios se produjo en cierta ocasión, mientras yo intentaba
comunicarme con una amiga. Una joven atendió la llamada; cuando pregunté por
Margaret vaciló.
- ¿Se refiere usted a Peggy?
Pensando que tal vez ella conocía a Margaret por ese apócope, aclaré:
- Bueno, habla Robin Norwood. Quiero hablar con Margaret.
Entonces la voz exclamó:
- ¡Robin! ¡Habla Susan!
Entonces reconocí su voz: me había comunicado con mi mejor amiga de toda la
escuela primaria, tras habernos perdido de vista por mucho tiempo. Estaba de
visita en casa de Peggy, su hermana.
Todo esto resultaba tanto más asombroso porque, la noche anterior, yo había
tenido un vívido sueño en el que veía a Susan que partía hacia Hawai. Cuando se
lo dije, se echó a reír.
- ¡Es cierto! ¡Viajo la semana que viene!
Comenté que en mi sueño ella iba en avión hasta las islas, pero regresaba en
barco, y ella respondió que eso era lo que tenía planeado. Eran demasiadas
coincidencias para cualquier explicación que no fuera la del principio de la
sincronicidad.
Si la sincronicidad explica los sucesos demasiado significativos para ser
coincidencia, bien se la puede aplicar para comprender que la rodilla de Gary o el tobillo
de Joanna fallaran cuando lo hicieron. Ambas lesiones proporcionaban una oportunidad
casi mágica para que se produjera el cambio y la curación interior.
Esotéricamente se enseña que toda enfermedad, toda herida, toda experiencia de
sufrimiento sirve, en último término, para limpiar y purificar. Aunque no siempre
entendamos con exactitud cómo se produce esto, si recordamos siempre esta enseñanza
podremos comenzar a discernir algunos de los valiosos servicios que nos prestan
nuestras dificultades.
Por ejemplo: una enfermedad o una lesión pueden proporcionar una puerta a la
transformación, como ocurrió con Joanna y su familia debido a su esguince de tobillo.
Esa lesión anuló su papel habitual en la relación de sus padres; junto con la presión
aportada por la enfermedad mortal de la madre, creó una oportunidad para que esa
relación curara. El dolor de rodilla brindó a Gary tiempo y oportunidad para explorar un
doloroso aspecto de su vida, como primer paso para comenzar a curarla. Darren, el
enfermo de SIDA, cambió sus valores y su estilo de vida como resultado de ese
diagnóstico. También su abuela cambió y pasó a un estado de amor y compasión.
En segundo término, el alma puede elegir una enfermedad o una lesión, no sólo
para curar algunos aspectos de la conciencia individual, sino para curar también un
aspecto de la conciencia grupal más amplia. Cuando ocurre esto, lo que opera es lo que
se conoce esotéricamente como ley del sacrificio. La enfermedad de Darren es, por cierto,
una demostración de cómo opera esta ley. Creo que toda víctima del SIDA se puede ver
desde esta perspectiva, como parte de un gran grupo de almas dedicadas, en esta
encarnación, a expresar la ley del sacrificio, sufriendo a fin de que avance la conciencia
de la humanidad.
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Un tercer modo por el que podemos beneficiarnos con una enfermedad, una lesión
o un malestar físico se presenta cuando, faltos de sinceridad con nosotros mismos,
tratamos de ignorar una circunstancia penosa en nuestra existencia. Los problemas del
cuerpo pueden actuar como indicadores de nuestras evasiones psicológicas. Toda
situación difícil es una prueba; a medida que evolucionamos, lo mismo ocurre con
nuestras pruebas: de situaciones que desafían nuestro valor físico pasamos a aquellas
que someten a examen el valor moral, la integridad personal y la sinceridad con uno
mismo. Ninguna de estas pruebas es fácil. Como preferiríamos ignorarlas o evitarlas, el
malestar físico cumple dos propósitos: nos advierte que hay un problema sin resolver y
hace que, si intentamos desoír la advertencia, las consecuencias sean lo bastante
dolorosas como para contemporizar. Mediante los mismo síntomas que manifiesta, el
cuerpo puede señalar lo que estamos tratando de negar.
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He aquí unos pocos ejemplos de las señales que puede enviar el cuerpo para indicarnos
que estamos pasando por alto una fuente de malestar emocional o mental.
Con frecuencia, como en el caso citado, vi que quiropráctica trabajaba para aliviar
un estado creado por el cuerpo a fin de alertar al paciente sobre lo intolerable de una
situación, ya fuera en el hogar o en el trabajo.
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Es cierto que no toda dolencia física tiene una causa psicológica. Pero muchas sí.
Y cuando eso ocurre solemos querer que nos sanen, como Gary y esta mujer: que nos
alivien el dolor mediante recursos médicos como las drogas, la cirugía, hipnosis,
acupuntura o cualquier otro enfoque, porque no deseamos reconocer que debemos
atender la fuente del dolor, profunda y no física. Ignorar o negar esa fuente no física
puede equivaler, en último término, a fomentar la aparición de problemas físicos aun
más graves.
Tal fue el caso de Karen, una mujer que asistía a un taller sobre curación por el
campo de energía. Una de las tareas que debimos realizar los participantes era descubrir
de qué modo estábamos ignorando señales del cuerpo indicadoras de aspectos faltos de
sinceridad de nuestra vida.
Otra tarea fue despertar poderes de percepción más elevados, para lograr, en
cierto modo, percibir la configuración energética de estas distorsiones. En mis años de
estudio yo había tomado conciencia de que percibía dimensiones más sutiles de la
realidad. Había aprendido a prestar atención cuando recibía fuertes “golpes”
emocionales de un lugar, una persona o un nombre. A veces captaba las energías de los
objetos y podía narrar algo relacionado con ellos; la foto de una persona solía abrirme
una ventana a su ser interior. De tanto en tanto veía, en el campo energético de una
persona, configuraciones y colores indicativos de creencias, sentimientos o conflictos
fuertemente arraigados.
Al concluir el tiempo compartido, debimos describir lo que habíamos obtenido de
esa experiencia. Karen, que tenía algo más de treinta años, estaba por entonces en
remisión de un cáncer de garganta. Había pasado años luchando por destacarse como
actriz. Durante un período muy inactivo de su carrera, contrajo matrimonio y más
adelante, satisfizo al esposo en su deseo de tener hijos. Desde entonces se esforzaba por
cumplir con sus trabajos actorales sin desatender a la familia; muchas veces sufría por
no poder optar entre su devoción hacia el esposo y los hijos y su gran amor al teatro. En
esa oportunidad, en un arrebato de virtud optimista, nos dijo que iba a dejar de actuar
para dedicarse al hogar, al esposo y a los hijos, a la felicidad de su familia. Horrorizada,
vi la respuesta de su campo energético a lo que estaba diciendo. Mientras hablaba la
envolvió un manto verde gris sombrío, denso y pesado. Comprendí con espanto que
estaba pronunciando, posiblemente, su sentencia de muerte. Por muy digna de elogio
que sonara su decisión de ser una buena madre y esposa, no era la orientación sincera
que debía tomar y su cuerpo emotivo lo sabía. Como la energía sigue al pensamiento, ese
manto de materia astral se creaba en correspondencia con la restricción que ese plan
representaba para ella. Quizá creía no tener alternativa, atrapada como estaba entre la
necesidad de llevar una vida respetable y los deseos más profundos de su corazón:
actuar en el escenario. Su decisión de anteponer a su familia no era incorrecta, quizá,
dado su sistema de valores. Simplemente, no era la más sincera; su campo de energía
me mostró lo que en verdad sentía.
¿Qué habría mostrado su campo energético si ella hubiera anunciado, por el
contrario, la decisión de seguir a su corazón, fuera adonde fuese? Su aura habría
presentado una carga más potente, de colores más intensos. Si bien los conflictos que
experimentaba con respecto a su familia no hubieran podido faltar en el aura, Karen
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¿Qué es mejor? ¿Qué Karen se entregue por entero a la actuación? ¿O que renuncie
para dedicarse a su familia, aunque su cuerpo corra peligro de no sobrevivir a la
decisión? Eso es lo que nos hace la vida, nuestra vida, la que elegimos y diseñamos
desde la perspectiva y la sabiduría del alma. Nos planta en un rincón y fija apuestas
muy, pero muy altas: vida y muerte, amor y respeto, nuestros amados hijos o la
profunda vocación; luego nos obliga a elegir. ¿Y con qué contamos para que nos guíe en
nuestra elección? Por una parte está la presión de las normas sociales y las propias,
conformadas por la necesidad y los tiempos en que vivimos. Por la otra, nuestro corazón
nos exhorta: “Esto por sobre todas las cosas: sé leal a ti mismo”.
Esta prueba es la esencia misma de la existencia en el plano terrestre. Estos aprietos y
dilemas, que los esoteristas llaman “fuego por fricción”, crean presiones con las cuales
pulen nuestros puntos toscos para dejarnos, por fin, puros y brillantes, aunque no
necesariamente en el curso de una sola vida. Se trata de un proceso largo, muy largo, y
mientras nos encontramos inmersos, rara vez apreciamos sus efectos refinantes. Sólo
sabemos que estamos sufriendo y envidiamos a los que no padecen así, pensando que,
de algún modo, deben de llevar una vida más correcta y, por lo tanto, reciben más
bendiciones. Tanto en lo individual como en lo social, ¿no tendemos acaso a reconocer
más crédito espiritual a quienes viven en forma pulcra y ordenada, y los creemos
menores que nosotros que luchamos con nuestras diversas aflicciones?
Nos acercaríamos más a la verdad de la situación si recordáramos que la vida, en este
plano terrestre, es un aula; a medida que uno avanza en la escuela, las tareas se tornan
más complicadas. Todos los grados son necesarios para nuestro desarrollo último. Cada
uno es un desafío cuando estamos en ese nivel, pero en cuanto lo dominamos debemos
pasar al siguiente. Ninguno de nosotros querría permanecer en segundo grado, una vez
aprendido todo lo que tenía para enseñar. Por el contrario, abrazamos de buena gana el
curso siguiente. Más tarde, en medio de cada nuevo desafío, olvidamos que nosotros
mismos lo elegimos así.
Tal vez el cuerpo está más en sintonía que nosotros mismos con nuestras elecciones.
Se rebela cuando nos alejamos demasiado de lo que nos conviene. Y paga el precio por
las tensiones que nuestras elecciones engendran. Al hacer lo que le exigimos y,
paradójicamente, aun en sus rebeldías, el cuerpo es el sirviente del alma.
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disciplina constante, pues yo siempre había contado con él sin darle importancia;
muchas veces lo obligaba a hacer mi voluntad, aunque respondiera con dolor. Según
adquiría un nuevo respeto y apreciación, tanto por mi cuerpo como por lo que me
enseñaba esa lesión, la rodilla comenzó a curar lentamente.
En San Francisco, el libro de Kazantzakis, el santo considera el cuerpo físico como un
animal de carga que, no obstante, tiene necesidades propias. Cuando leo, su compañero,
se avergüenza de admitir que tiene hambre, Francisco lo insta gentilmente a comer:
“Alimenta a tu borrico”.
Alimenta a tu borrico con la comida adecuada y buen descanso. Trátalo con respeto.
Ofrécele amor y gratitud por todos los servicios que te presta. Y no olvides escuchar su
sabiduría.
3
¿EXISTE UN CUADRO MÁS AMPLIO
QUE NO LLEGO A VER?
¿Alguna vez, cuando niño, trabajaste con una de esas ilustraciones para colorear
siguiendo los números? ¿Recuerdas que cada pedacito se pintaba con el color designado
por el número que marcaba ese espacio? Por ejemplo: todos los espacios marcados con
un tres debían ser anaranjados. Si observabas la ilustración del modelo, para ver cómo
era ese sector, quizá se trataba de la sombra de un árbol. Entonces pensabas: “No, no
puede ser. Las sombras son grises o negras; ¡hasta pueden ser azul oscuro o púrpura,
pero nunca anaranjadas!” Sin embargo, el espacio estaba marcado con un tres y el tres
significaba anaranjado, así que lo coloreabas, aun seguro de que se trataba de un error.
Aunque trabajabas a conciencia, después de haber llenado muchos espacios no lograbas
aún discernir un cuadro; eran sólo manchas de color al azar. Pero al continuar
pintando, esas diminutas manchas se ordenaban mágicamente, para convertirse en
brillos y matices. Por fin emergían las imágenes y formaban un cuadro con significado,
con puntos de luz en zonas de sombra y rastros de oscuridad en las zonas de luz. Ya no
se veían los espacios por separado, porque el efecto general borraba los detalles.
Cada vida individual se parece mucho a eso: un montaje de hechos, emociones y
pensamientos que se van desplegando, cada uno con su propia cualidad o color.
Tomados en conjunto, esos fragmentos forman el diseño representativo de la vida que
vivimos. Sin embargo, ese diseño no es visible mientras estamos atareados en vivirla. En
cierta ocasión, una paciente inquirió: “¿Cómo se puede ver la propia vida mientras se
está en ella?” Adoptó la pose de una figura inmovilizada en un cuadro y luego estiró el
cuello para ver en un plano la composición de la que formaba parte. Ver todo el cuadro
era imposible, por supuesto.
Esta falta de perspectiva, de distancia con respecto a los hechos de nuestra vida, nos
obliga a conjeturar sobre la marcha, el valor y el significado que puedan tener. Por lo
general basamos nuestra evaluación de lo que ocurre en lo que sentimos mientras
sucede, según estemos cómodos o a disgusto, contentos o insatisfechos, felices o
deprimidos. Cuando la vida que llevamos se despliega tal como esperábamos,
suponemos que estamos haciendo bien las cosas. Si se presentan acontecimientos
perturbadores o sensaciones que no esperábamos, pensamos: “No, esto no marcha bien.
Se supone que no debo vivir así. Tiene que haber un error”. A veces, cuando
reflexionamos sobre problemas pasados, logramos entender de qué modo nos ayudaron
a desarrollar nuestro actual plano de entendimiento y autoconciencia. Puede que su
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significado aún permanezca oculto a nuestra vista, en un conjunto más grande que
hasta puede abarcar otras existencias.
Jerry, que tenía treinta y dos años y ya se había divorciado dos veces, estaba en el
apartamento donde vivía solo, batallando con una gripe virulenta. Mientras tanto, la
compañía para la cual trabajaba estaba en proceso de absorción por parte de una gran
empresa. Cuando la fiebre no lo abrumaba, Jerry se preguntaba si no lo dejarían a un
lado durante la reorganización que se producía en su ausencia. Día y noche mantenía el
televisor encendido, para que lo distrajera de sus preocupaciones por el trabajo y las
mujeres.
Su nuevo romance había terminado en un desastre: la última de una larga serie de
amantes, ninguna de las cuales llegaba a los veinte años, se negaba a verlo porque él
había fallado varias veces al hacer el amor. Aunque no era, por cierto, la primera vez que
le sucedía algo así, nunca le había ocurrido tan al comienzo de una relación. Jerry
empezaba a asustarse. Hasta entonces siempre había podido culpar del fracaso a su
compañera. Lo achacaba a algo que ella hubiera dicho o hecho, a que la chica no lo
atraía, a fin de cuentas. Pero esas racionalizaciones ya no daban resultado. Descubrió
que sólo podía hacer el amor a fuerza de fantasías. No toleraba que su compañera
hablase ni que lo distrajera de ningún modo durante el acto sexual. Las muchachas que
imaginaba en sus fantasías no tenían rostro y eran cada vez más jóvenes.
A promediar la tarde, un locutor de la televisión anunció un programa sobare hombres
víctimas de incesto. Fastidiado, Jerry buscó el control remoto para cambiar de canal,
olvidando que lo había olvidado en la cocina por descuido. Se estremeció por un ataque
de escalofríos, abandonó la búsqueda y se enterró entre las mantas, mientras un
psicoterapeuta, en el televisor, describía la frecuencia con que los niños varones sufren
abusos sexuales por parte de sus propios familiares. El terapeuta relacionaba estas
experiencias con posteriores problemas para establecer relaciones íntimas y sexuales.
Jerry, demasiado débil para levantarse, se irritaba cada vez más con el programa.
Mientras tanto, en la pantalla apareció la silueta de un hombre que describió su propia
violación, a la edad de diez años, por parte de un hermano mayor alcoholizado; luego
comentó que, a lo largo de toda su vida, había sido incapaz de asociar el acto sexual con
sentimientos de amor. Habló de su adicción a la pornografía y sus varios fracasos
matrimoniales. Por fin Jerry se arrastró por la habitación, pasando junto a la cómoda
llena de revistas con desnudos y videos sobre sexo, para apagar manualmente el
televisor. Volvió a la cama; el cuarto estaba silencioso por primera vez en todos los días
que llevaba enfermo. Cuando por fin se quedó dormido, soñó con un niño vejado tal y
como el hombre lo había descrito; pero el niño era Jerry en su infancia y el violador, el
hombre presentado a contraluz.
Al terminar la semana Jerry volvió al trabajo; aunque todavía no estaba plenamente
recuperado, temía perder el empleo si prolongaba su ausencia. Aún tenía el estómago
tan revuelto que no se atrevió a entrar en un bar a la salida del trabajo, como solía
hacerlo. Los efectos entumecedores del alcohol le hacían más falta que nunca, porque el
sueño del niño y el hombre a contraluz lo acosaba, surgiendo en su conciencia varias
veces al día. En cada oportunidad volvía a provocarle escalofríos y náuseas.
El sábado, en el lavadero de autos, conoció a una muchacha y la convenció de que lo
siguiera con su coche hasta el apartamento. Cuando trató de hacerle el amor, la visión
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sutiles a fin de restaurar el funcionamiento físico saludable. Cuando Jerry pudo permitir
que estas partes negadas de sí mismo –sus experiencias, las emociones y pensamientos
relacionados- volvieran a la conciencia, estas empezaron a perder su capacidad de
inutilizar y corromper.
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Toda encarnación tiene raíces en lo que ha sucedido en el pasado, pero sobre todo en el
episodio inmediatamente anterior en la vida terrestre. A través de nuestras incontables
encarnaciones tempranas, el principal propósito de nuestra existencia aquí es acumular
experiencia del plano físico. Más adelante asumimos encarnaciones a fin de comprender
y, en caso necesario, curar lo que se ha experimentado,
Cada vez que, al morir, abandonamos el cuerpo físico, se produce una revisión de la
vida recién terminada. Aquellos que han sufrido experiencias de muerte momentánea
describen esta revisión de la vida como un repaso objetivo, libre de los dictados de la
personalidad. De esta manera, podemos identificar con la ayuda de nuestros Guías, que
generalmente son nuestras propias encarnaciones terminadas actuando bajo la
dirección de nuestra alma, aquello q lo que más deberemos dedicarnos a continuación.
Se nos ayuda a aislar los tres factores condicionantes principales que definirán la
esencia de nuestra encarnación siguiente. Establecemos las circunstancias necesarias
para la próxima misión y concebimos el diseño del vehículo físico, astral y mental con el
cual la ejecutaremos. Esto es como decidir, al terminar un año lectivo, qué cursos
elegiremos cuando volvamos a los estudios y a asegurarnos de disponer el equipo
necesario.
El primero de estos factores condicionantes es la naturaleza del ambiente físico en el
cual encarnaremos a continuación. Todos reconoce os que la cultura general, el medio
social y la posición, las aficiones y las actividades de la familia en la que nacemos
ejercen una poderosa influencia sobre nuestro desarrollo. También, si entendemos que
este campo de experiencia se eligen antes de la encarnación, porque proporciona el
fundamente requerido para las tareas que nos hemos fijado, comprenderemos que no
hemos sido víctimas ni favoritos del Destino. Por lo contrario, estamos en el medio
requerido para dirigirnos hacia las metas de esta encarnación.
El segundo factor determinante es el grado de refinamiento y los puntos fuertes y
débiles del cuerpo físico. Esotéricamente se enseña que el factor más kármico de toda
encarnación es el cuerpo físico y la parte más kármica del cuerpo físico, su sistema
nervioso. Elegimos el cuerpo que se adecue mejor al trabajo de cada vida. El sistema
nervioso de cada uno, que nos hace interpretar el mundo de un modo propio y
característico, estructura profundamente cada una de nuestras experiencias y, por lo
tanto, nuestra visión general de la vida. Las habilidades naturales determinan nuestra
línea de menor resistencia, llevándonos a acentuar las actividades y aficiones que nos
resultan fáciles, mientras que nuestros puntos débiles impiden otras empresas.
El tercer factor es la composición del cuerpo astral o emocional, que determina qué y
quién va a atraernos y, al mismo tiempo, a qué y a quién atraeremos. Este cuerpo
emocional se vincula con nuestras percepciones del mundo que nos rodea mediante el
sistema nervioso. Los sentidos físicos del tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista
interpretan el medio de un modo condicionado y teñido por el cuerpo emocional.
De la misma manera que el cuerpo emocional afecta, por vía del sistema nervioso, el
modo en que experimentamos cada dimensión del medio, a su vez el medio se ve
afectado por cada dimensión de nuestro ser en su totalidad. Aunque no tengamos
conciencia del hecho, los seres humanos nos percibimos mutuamente como paquetes
completos de energía. Cada plano de nuestra aura, cada uno de nuestros cuerpos
sutiles, responde a la correspondiente dimensión energética de otra persona. Y estas
respuestas son emocionales. Mediante las atracciones gobernadas por el cuerpo
emocional buscamos y somos buscados por aquellos con quienes tenemos asuntos
pendientes de determinada existencia o, tal vez, de vida en vida: son quienes forman
nuestro grupo kármico. Este grupo puede incluir o no a nuestra familia de origen, pero
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siempre incluye a las personas con quienes tenemos vínculos importantes, capaces de
cambiarnos la vida.
Así llegamos a la existencia en el plano físico con algo similar a una agenda, para la
cual nos hemos preparado mediante experiencias anteriores en existencias previas. Esta
agenda está expresada en nuestro medio y nuestro equipamiento físico, emocional y
mental. En realidad, es durante el período entre dos encarnaciones cuando más
ejercemos nuestro libre albedrío, pues entonces es cuando determinamos, con ayuda de
nuestros Guías, las condiciones y las zonas de acentuación para nuestra próxima
estancia en la Tierra. A lo largo de una existencia dada, cada una de nuestras elecciones
disponibles existe dentro de estos parámetros previamente determinados, que resultan,
a su vez, de la historia de nuestras encarnaciones pasadas. Debemos trabajar siempre
con lo que hemos sido, según evolucionamos hacia lo que ansiamos ser.
Cuando llega el momento de regresar al plano terrestre, el alma compone los cuerpos
mental y emocional para la próxima encarnación, a partir de una materia que exprese
las gradaciones vibratorias presentes en esos cuerpos al final de la última encarnación.
Como es muy raro que no aprendamos algo de cada estancia aquí y como siempre
llevamos con nosotros todo lo logrado, es seguro que evolucionaremos en vez de
involucionar. Lo que ha mejorado tiene sus componentes energéticos en esos cuerpos
emocional y mental, así como todo lo que permanecía bloqueado o distorsionado en el
momento de la muerte. Una vez más, la situación se parece a una escuela. Todo lo que
ya hemos aprendido forma automáticamente parte de nosotros y debemos concentrarnos
en lo que debemos aprender a continuación. Literalmente, corporizamos nuestras
lecciones siguientes, pues todo lo que debe curar en lo pasado tiene su equivalente
energético en uno u otro de nuestros cuerpos presentes. Más aun: todo lo que siga
distorsionado en nosotros atraerá más de lo mismo. Esto ocurre porque los campos de
energía similares se atraen entre sí, mediante un principio que Rupert Sheldrake llamó
“resonancia morfogenética”.
Para expresar esto de otro modo: atraemos a nuestro karma y nuestro karma nos
atrae. Automáticamente las personas, los hechos y las circunstancias que se adecuen o
reflejen nuestras distorsiones, se ven atraídas hacia nuestro campo energético y, de ese
modo, dan forma a nuestra experiencia de vida. Mediante esas transacciones, llamadas
“ciclos de curación”, se nos brinda la oportunidad de mejorar o, si resistimos, de
empeorar.
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tuviera que rendirse e iniciar el proceso de curación En realidad, Jerry no podía escoger
entre curarse o no; sólo podía escoger cuándo hacerlo.
Esto vale para todos nosotros. Durante una encarnación, la vida es como un tren sobre
sus vías. Podemos decidir cuándo detenernos, dónde y por cuánto tiempo. Hasta
podemos optar por retroceder. Pero el rumbo que tomará nuestro viaje está fijado. La
única cuestión verdadera es con qué celeridad llegaremos a destino.
Resistirnos a la curación es una de las pocas opciones importantes de libre albedrío
que tenemos en una encarnación. Mientras resistamos, la distorsión o el bloqueo
seguirán creciendo, pues acumula más y más energía ligada con más y más experiencia.
Con el correr del tiempo (esto requiere a veces vidas enteras, pero el alma cuenta con
toda la eternidad) el mismo peso o masa de la distorsión llega a aplicar presión
suficiente para obligar a un cambio. Por fin quedamos exhaustos y nos derrota nuestra
obsesión por el dinero, los bienes materiales, el poder, la fama, el orgullo, la vanidad, la
pacatería, la victimación o lo que sea. Como Jerry, al derrumbarnos bajo el peso de la
obsesión o el engaño nos vemos paradójicamente devueltos a la integridad, una vez que
nos reconocemos derrotados.
La exhortación bíblica “No adorarás a otros dioses más que a mí”, se refiere a nuestra
relación con nuestra propia alma. Todo lo que se interpone en la marcha de esa relación,
todo lo que adoremos en su lugar, es un falso dios, una imagen que generalmente
arrastramos de vida en vida y que nos ha apartado de nuestra naturaleza más elevada;
por lo tanto, tarde o temprano debe ser destruida.
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Aun más desconfiada que antes, pero casi incapacitada por la depresión, acabó por
buscar nuevamente ayuda; en esa ocasión recurrió a una terapeuta. Esta profesional,
que reconoció la ira oculta bajo la depresión de Ardath, la instó a presentar una
demanda legal. Con el apoyo de la nueva terapeuta, Ardath pasó dos años aplicando una
presión incesante al fiscal de distrito que estaba a cargo del caso. Aunque varias
mujeres más se habían presentado con relatos similares, ella era la única testigo
dispuesta a prestar declaración, y el fiscal se mostraba renuente a iniciar la querella.
Pero Ardath no cedió ni permitió que la cuestión se acallara.
Por fin el caso llegó a los tribunales y el sacerdote se declaró inmediatamente culpable.
Así acabó todo. Ella había ganado la batalla librada a favor de la niñita que fuera, a
quien nadie quiso escuchar, a la que nadie creía y que no tuvo defensor en todos esos
años de maltrato. Ya adulta se convirtió en su propia defensora y, por lo tanto, efectuó
su curación.
Una nota final para esta historia: algunos meses antes del horrible descubrimiento de
Ardath, ya oí la voz de ese hombre en un contestador telefónico, al responder a una
llamada suya por cuestiones comerciales. Aún no he podido olvidar su voz, siniestra y
seductora al mismo tiempo. No obstante Ardath y otras mujeres confiaron en él al punto
de hacer lo que indicaba, incluso tenderse en el suelo a sus pies, con los ojos vendados.
¿Por qué? ¿Cómo no percibieron que era tan obviamente indigno de confianza? Porque
estaban iniciando otro ciclo de curación. Es preciso recordar que empeoramos antes de
mejorar, que nos hundimos más y más en el problema a fin de rendirnos por fin a la
curación, cualquiera sea.
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La rendición hizo que Jerry aceptara revelar su secreto y consultara con un terapeuta;
esto, a su vez, lo llevó a reconocer su historia de abusos y a iniciar una recuperación de
doce pasos. Paul tuvo que perder lo que más amaba (su finca) para poder reconocer lo
que su obsesión le había costado en términos de relaciones humanas. Y cuando Ardath
renunció finalmente a desempeñar su pasivo papel de víctima, el ciclo de curación la
llevó al indispensable paso siguiente: defender su propia causa y convertirse en abogada
de la niña que fuera. En cada caso, podemos suponer sin miedo a equivocarnos que los
temas tocados por esos ciclos de curación se prolongaban muy hacia atrás, envidas
pasadas.
Los ciclos de curación reintroducen temas no resueltos en vidas anteriores, una y otra
vez, hasta que se produce el descubrimiento. Cuando la conciencia es completa ya no
resulta necesario continuar con los ciclos de curación en una dirección dada. (Nuestros
Guías son, con frecuencia, las personas que fuimos en una vida en la cual se logró un
ciclo de curación de especial importancia.)
Otra experiencia inolvidable que tuve algunos años atrás me aclaró para siempre, en
parte, el misterio de cómo preparamos o iniciamos estos necesarios ciclos de curación.
Cierto día me reuní con dos mujeres, con las que debía arreglar algunos negocios, para
almorzar en un elegante hotel de la costa marítima. Entramos juntas en el comedor y
nos dirigimos a nuestra mesa, desde la cual se veía el puerto.
Mientras leíamos el menú una de ellas, Darla, se inclinó hacia nosotras para susurrar:
- ¡Muchachas! Si queréis saber cuál es el tipo de hombre que me atrae de verdad,
es ese.
E inclinó la cabeza hacia el camarero que acababa de servirnos el agua. Hasta
entonces yo no había reparado en él, pero en ese momento sufrí una desagradable
sorpresa. La inmediata impresión que me causó su porte de buldog, los ojos
juntos, el mentón saliente y la curva de los labios era la de un hombre con
tendencias violentas, que muy posiblemente gustaba de humillar a las mujeres.
Sólo puede comentar:
- ¿De veras? ¿Ese? A mí me parece peligroso.
Darla se limitó a sonreír.
- Bueno – dijo Lonnie, en tono confidencia -, ya que tocamos el tema, os voy a decir
por qué me he sentado aquí, de espaldas al panorama. ¿Veis a ese hombre, el
de allí? –Lo señaló con una mirada rápida por sobre el hombro, que se cruzó
por un instante con la de él. –No ha dejado de mirarme desde que entramos.
Y era cierto. Ese hombre maduro y grueso, de traje muy fijo, reclinado en la silla,
miraba a Lonnie como quien observa a una potranca purasangre en subasta antes
de hacer una oferta. Al igual que el camarero de Darla, me resultó por completo
invisible hasta que ella lo señaló. Había un decidido contacto energético que
zumbaba entre ese hombre, obviamente poderoso y acaudalado, y Lonnie, tanto
más joven, que ahora le sostenía abiertamente la mirada. Mientras tanto el
camarero volvió a llenarnos los vasos de agua; era palpable la textura del
intercambio entre él y Darla, callado, pero lleno de cara sexual.
Durante el almuerzo descubrí unas cuantas cosas sobre esas mujeres. Ambas
se habían criado junto a padres alcohólicos que abusaron sexualmente de ellas. El
de Lonnie heredó una considerable fortuna, que con el correr del tiempo fue
reduciendo a la nada por su afición a la bebida y al juego. El padre de Darla, que
ejercía violencia física y abusaba sexualmente, era un carcelero abandonado por
su esposa cuando Darla era aún bebé. Volvió a casarse dos veces, ambas con
mujeres muy seductoras en su conducta y en su modo de vestir, como Darla. Ella,
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EL KARMA EQUILIBRA
EL PERDÓN CURA
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Perdonar de verdad requiere comprender de verdad. Debemos ser capaces de mirar con
claridad toda la escena, no retroceder ante ninguna parte, no negar nada, aceptarlo
todo. En cierto sentido, esto significa que debemos convertirnos en expertos con respecto
a lo que es preciso perdonar, para ver todos los aspectos, no sólo el propio.
Un ejemplo. Hace muchos años, durante un taller de trabajo sobre el tratamiento del
incesto, uno de los participantes se identificó como agresor y reconoció que había
abusado sexualmente de su hija. Por un largo instante reinó un silencio de
estupefacción. Luego él pasó a describir su encarcelamiento, la terapia que él y su
familia habían recibido y su recuperación, que duraba desde hacía muchos años. Ahora
se dedicaba a asesorar a los hombres encarcelados por el mismo delito. Junto con su
esposa y su hija, participaba de discusiones grupales con las familias de estos hombres.
Su franqueza creó un ambiente que permitió a otros participantes del taller conversar
sobre sus propias experiencias de abuso sexual. Como él era un modelo de valor,
dignidad y humildad, así como de franqueza, hizo posible que algunos de los terapeutas
presentes, a su vez víctimas de incesto, adquirieran una mayor comprensión de la
persona que los había violado. Dejamos de interactuar como profesionales y nos
convertimos, en cambio, en expertos; recurrimos a nuestra experiencia en la lucha para
comprender este problema humano. Esa comprensión, cuando se logra, lleva con el
tiempo al perdón. Y el perdón es el paso final de nuestra curación. Mediante el perdón
somos perdonados.
Esa frase del Padrenuestro que dice: “…perdónanos nuestras deudas así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores”, adquiere un nuevo significado si uno amplía
su perspectiva para incluir las muchas dimensiones de sí mismo, expresadas a lo largo
de muchas vidas. Recordemos a Jerry, el niñito que fue la víctima, y a Jerry ya hombre,
camino a convertirse en el violador. Sin duda ambos papeles, el de víctima y
perpetrador, existen también dentro de nosotros, cuando analizamos nuestra evolución
a lo largo de muchísimas vidas. A fin de curar por completo debemos reconocer, por fin,
que no somos tan diferentes de nuestro enemigo, después de todo. Y entonces, como
nuestro enemigo representa es parte hasta allí inadmisible de nosotros mismos, la parte
que hemos venido a curar, debemos aceptar o amar a ese enemigo, que nos ha ayudado
a reconciliarnos con nuestro ser o alma.
George Stevens, el reverenciado director cinematográfico, dijo que, mientras se
preparaba para hacer la película El diario de Ana Frank, debió primero reconocer
planamente al nazi que llevaba adentro. Así debemos todos, diariamente, reconocer en
nosotros al nazi, el asesino, el adúltero, el mentiroso, el falsario y el ladrón. Mientras no
lo hagamos nos encontraremos con ellos afuera, una y otra vez.
Nuestro propio resentimiento, la amargura, el odio que sentimos hacia el que
percibimos como enemigo y los males que deseamos a esa persona, todo eso constituye
configuraciones del mal más potentes que cuanto ocurre en el plano físico. Para que se
nos perdone el daño que hemos causado debemos perdonar todo el daño que nos han
hecho. Es decir: debemos devolver bien por mal. En el acto mismo de perdonar se
purifica nuestra aura y se eleva nuestra vibración.
En el Nuevo Testamento se nos dice que debemos perdonar, no una ni varias veces,
sino “setenta veces siete”. En otras palabras, debemos perdonar interminablemente y sin
reservas. Tal vez aún no comprendamos conscientemente en qué deuda hemos incurrido
que haga necesario nuestro perdón, pero la resonancia morfogenética (el karma en
acción) garantiza que atraeremos, no sólo nuestras lecciones, sino nuestras deudas y la
oportunidad de pagarlas. Y cuando aparezca, el que podamos saldarlas de modo rápido
e indoloro depende mucho de nuestra actitud.
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Hace años sucedió algo que no comprendí en ese momento; ahora comprendo que
demuestra la operación de la resonancia morfogenética, los ciclos de curación y de
perdón. Me dirigía a un público, predominantemente femenino, sobre el tema de la
adicción a las relaciones. Cuando hice una pausa para permitir preguntas, una joven
atractiva, alta y rubia, levantó ansiosamente la mano desde la primera fila. Ante mi
gesto afirmativo se levantó para dirigir sus preguntas a todos los presentes.
-Lo que quiero saber- manifestó, con un tono suave y melodioso- es por qué siempre
atraigo a los huérfanos.
Por el público corrió una pequeña agitación divertida. Ella frunció el entrecejo.
-¡Pero es cierto! ¿Hay alguien aquí a quien le pase lo mismo? ¿Alguien que atraiga a
los huérfanos? ¡Apenas hace un par de días que estoy en esta ciudad y ya conocí a dos:
uno en el aeropuerto y el otro en el vestíbulo de mi hotel. De veras, es como si los
atrajera con un imán! ¿Cómo lo hago?
La pregunta era desconcertante. Yo, por cierto, no conocía la respuesta. Aún no sabía
nada sobre la resonancia morfogenética, pero sí que, desde los primeros años de mi
adolescencia, atraía siempre a muchachos y después hombres con serios problemas de
alcoholismo y drogadicción, y ellos me atraían a su vez. Tras pasar años trabajando
como terapeuta, reconocí que muchas otras mujeres atraían invariablemente a cierto
tipo de hombres con problemas: violentos, adictos a las drogas, sexualmente
compulsivos o maniáticos del trabajo. Hasta conocí a una mujer 1ue, sin darse cuenta,
se las compuso para casarse con dos travestis. Por eso tenía conciencia de que muchos
seguíamos ciertos patrones de relación, dando y recibiendo señas sutiles que nos hacían
elegir y ser elegidos por cierto tipo de personas. ¡Pero huérfanos…!
- ¿Usted es hija adoptiva? – le pregunté.
- No, nada de eso, una familia muy común –respondió.
- Bueno, ¿y qué piensa de los huérfanos?
- Oh, siempre me dan mucha pena. –El tono melodioso se acentuó. –Siento que
debo ayudarlos, ¿no?
Asentí.
- Aun así –continuó-, ¿cómo saben ellos que yo soy así? –Volvió a mirar al público.
- ¿A alguno de ustedes se le presentan constantemente hombres huérfanos?
Todos los presentes sacudieron la cabeza; algunos, divertidos; otros, perplejos.
Luego comenzaron a bombardearla con preguntas.
- ¿Parecen necesitar ayuda? –preguntó alguien, a poca distancia.
Ella caviló.
- Generalmente, no. Algunos visten mucho mejor que yo –confesó,
sonriente.
- ¿Se lo dicen de inmediato? –preguntó una voz desde atrás.
- No. Antes tardaban más, pero he acabado por preguntar desde un comienzo.
El público estaba entusiasmado.
- ¿Y sus amigas? –preguntó alguien más.
- Una de mis dos mejores amigas es huérfana –dijo ella, en voz tan baja que debió
repetirlo para que la oyeran.
- ¿Y por qué cree usted que le ocurre esto? –la desafió un hombre, tras ella.
- Tal vez sea algo en mi aspecto. ¿Ustedes lo notan?
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Giró con lentitud, invitando al análisis. La gente la estudió con atención pero
nadie logró captar qué señales reveladoras transmitía a esos hombres que, de un modo
u otro, habían perdido a sus padres. Ella volvió a mirarme, interrogante.
- No sé, No veo nada –le dije. Es que yo no soy huérfana.
Hubo otro murmullo divertido. Formulé la pregunta siguiente:
- ¿Qué suele ocurrir en esas relaciones?
- Oh, somos amigos por un tiempo y después nos vamos alejando –respondió.
- ¿Sin rencores? ¿Malas experiencias?
- ¡Oh, nooo! –Prolongó la palabra para darle énfasis. -¡Nunca! Bueno, a veces les
presto dinero, los ayudo a conseguir trabajo, a independizarse o a comenzar los
estudios. Lo que sea. Les doy aliento, ¿no? Así que, por algún tiempo, les sirvo
de apoyo. –Miró alrededor. –Pero ¿acaso no hacemos todos lo mismo? ¿Tratar
de ayudar?
Entre ese público, compuesto en su mayoría por mujeres que se esforzaban
demasiado en sus relaciones con hombres, una mujer gorjeó:
- Sí, ¡Por eso estamos aquí!
La rubia agachó la cabeza, algo azorada.
- Bueno, de cualquier modo no es más que amistad. Y después –movió
graciosamente la mano por el aire- se esfuman hasta desaparecer de mi vida.
Me miró, reafirmando su complicada pregunta y, como yo volví a encogerme de
hombros por falta de respuesta, se sentó otra vez.
Hoy diría que esta mujer estaba resolviendo alguna deuda kármica con todas esas
personas sin padres que aparecían en forma misteriosa en su vida. Lo sugiere así, sobre
todo, el hecho de que ella los ayudara de tan buena voluntad, sin esperar recompensa
emocional ni financiera. Cualquiera fuese el motivo de estas relaciones, su historia
subraya el hecho de que las relaciones humanas significativas se deben a cualquier
cosa, menos al azar. Cuando nos encontramos y establecemos lazos mutuos, no es sin
una causa asignable. Aun cuando esta causa no sea reconocida y comprendida, allí está,
operando como la equilibrante Ley del Karma.
El único “atajo” que he descubierto a través del karma es el perdón. Mediante el
sencillo deseo de perdonar, toda nuestra situación se eleva a un plano superior que ese
en el que opera la Ley del Karma. Ingresamos en un nivel donde ya no atraemos más
dificultades y traumas similares mediante la resonancia. Entramos en el reino de la
Gracia.
Y así, según realizamos las tareas grandes y pequeñas de cada encarnación,
llenando meticulosamente cada espacio en el vasto mapa de nuestro viaje evolutivo, es el
amor y el perdón los que, en definitiva, impregnan nuestra tela, cada vez más colorida,
de una luz blanca y pura.
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¿PARA QUÉ SIRVE EL DOLOR?
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siguiente vehículo para la existencia en el plano terrestre. Estos cuerpos nos hacen
atraer las experiencias necesarias sin consentimiento consciente. El alma sabe también,
que en último término, aunque pueda demandarnos muchas vidas, el valor de las
lecciones que hemos aprendido y la conciencia alcanzada sobrepasará ampliamente los
sufrimientos soportados. Además, el sufrimiento se esfuma de la memoria, como los
dolores de parto una vez nacido el bebé; de lo contrario, sus efectos duraderos se pueden
elaborar más adelante, mediante ciclos de curación. Pero todo progreso de conciencia
alcanzado durante la existencia en el plano terrestre pasa de encarnación a encarnación,
pues se acumula en nuestros cuerpos energéticos sutiles. Se lo puede reestimular con
bastante facilidad en una encarnación subsiguiente, una vez que alcanzamos suficiente
madurez física, emocional y mental. Esto explica porqué gran parte de nuestro
aprendizaje subjetivo encierra un “ ¡Ajá! ” : es que traemos de regreso a la conciencia
alguna verdad que ya estaba almacenada en lo profundo de uno mismo.
LA ESPIRAL EVOLUTIVA
Considera lo que sigue como una fórmula para todo el viaje del alma durante la
existencia en el plano terrestre, encarnándose una y otra vez en materia física con el fin
de lograr la expansión de la conciencia:
Toda evolución se produce en una espiral o ciclo; después de cada giro de la espiral
hay un punto de conclusión, una saciedad que dice: “Con esto basta”. Entre dos
encarnaciones tenemos un período de descanso. Al fin esa paz es de nuevo agitada por el
deseo de expansión. En los seres humanos es el deseo lo que crea el impulso hacia cada
oportunidad de expresión física. La espiral gira hacia arriba hasta que la iluminación
última nos libera definitivamente de la necesidad de expresión física. La espiral gira
hacia arriba hasta que la iluminación última nos libera definitivamente de la necesidad
de expresión física. Todo lo intercalado se experimenta a fin de contribuir a esa
iluminación. Esta fórmula se aplica a todo el viaje asumido por cada uno de nosotros por
cuenta del alma; se inició hace muchos milenios, cuando el alma respondió por primera
vez al reclamo de enviar una porción de sí abajo, a la materia física, con el siguiente
propósito:
¿CUÁL ES TU HERIDA?
Con toda probabilidad, si estás leyendo este libro es porque, en términos de la fórmula
para la evolución de la conciencia, estás envuelto en un episodio en el punto de la herida
y luchas por librarte de su dolor. Es herida cualquier situación que te cause un
profundo y duradero malestar emocional, aunque la misma situación no afectara a
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cualquier otra persona de igual manera. La herida puede basarse en factores internos o
externos; puede ser infligida por otros o por el Destino; puede ser una situación
permanente o de las que, con el tiempo, disminuyen o dejan de ser una carga.
Cualquiera sea su naturaleza, casi siempre pensamos que nuestra herida es injusta e
inmerecida. Finalmente, como veremos, la herida se experimenta de modo muy distinto
en diferentes etapas de la curación. Lo que en un momento considerábamos una prisión
constrictiva se convierte más adelante en una puerta a la comprensión.
Echemos una mirada a tu herida y al efecto que tiene en tu vida y tu conciencia. No
intentaremos “arreglarla”, porque lo que buscamos no es eso, sino expandir la
conciencia. Sin embargo, una mayor comprensión acelera el proceso de curación y
expansión.
Podría resultarte útil especificar el nombre de tu herida, en forma directa y concisa.
Utiliza una palabra o la frase más breve que puedas, como en los ejemplos siguientes:
Ahora visualízate con un distintivo que anuncie al mundo entero tu herida, tu dolor,
para que puedas experimentar en tu imaginación cómo te sentirías si no tuvieras que
esforzarte tanto en continuar, pese a lo que te está pasando.
Ciertas costumbres tradicionales, como el luto o la cinta negra en la manga, cumplían
justamente esta función; liberar al doliente de responder a las expectativas habituales de
la sociedad durante el período de luto. Hoy en día hemos abandonado esas prácticas
casi por completo, pero por el momento te pondrás la “cinta negra” bajo la forma de un
distintivo imaginario, que te excusará de la necesidad de mostrarte “normal”.
Yo solía aplicar una variante de esta técnica cuando dictaba un curso titulado
“Comprensión de las adicciones”. Solicitaba que todos los participantes usaran un
distintivo anunciando una adicción contra la cual estuvieran luchando. Casi todos
descubrieron algo gracias a las reacciones que provocaba este ejercicio. Algunos
experimentaban vergüenza; otros se sentían “descubiertos”. Había quienes sólo podían
nombrar una adicción secundaria en vez de la que constituía su problema principal.
Para muchos fue una sorpresa experimentar alivio, pues ya no tenían que seguir
disimulando algo tan importante. ¡Y algunos no sabían cuál escoger!
Observa tus propias reacciones al imaginarte con un distintivo que identifica tu herida.
¿Sientes vergüenza? ¿Tanta que no puedes identificarla siquiera en tu imaginación?
¿Buscas una manera menos dolorosa de expresarla o escoges un problema menos
acuciante? ¿O te sientes aliviado de que los otros lo sepan, porque tal vez alguno te
comprenda? ¿Te sientes herido en tantas formas que te cuesta elegir sólo una? No hay
reacciones correctas ni incorrectas. Observa cuál es la tuya, simplemente, pues te dirá
algo sobre el modo en que estás tratando tu herida.
Admitir ante otros que nuestra herida existe es un paso inicial necesario para
encaminarse hacia la fase de rendición, en la fórmula ya citada. Por esta razón, en los
programas de doce pasos, las reuniones comienzan con los presentes admitiendo que
son alcohólicos, drogadictos, glotones, jugadores o lo que sea; de ese modo se identifican
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abiertamente con lo que por mucho tiempo trataron de ocultar y que, de ese modo,
estaba haciéndoles la vida imposible. Por supuesto, es más adecuado admitir eso en
reuniones anónimas que en público. En este caso te pido que admitas tu herida sólo en
tu imaginación, porque basta eso para ayudar a liberar en parte la energía que empleas
para disimular lo que, al presente, es una gran parte de ti.
De cualquier modo, todos “mostramos” nuestras heridas en lo energético y todos
podemos, aunque sea inconscientemente, detectar esas heridas en los campos
energéticos ajenos. Se puede decir que, en un plano profundo, nada está oculto y no
existen los secretos. A medida que continuemos evolucionando, acabaremos por leer
conscientemente los campos de energía ajenos. Cuando así ocurra ya no será posible
negar nada y será más fácil continuar con la propia curación.
Ahora bien: en una escala de uno a diez, ¿cómo clasificarías el impacto que tiene tu
herida en tu vida? Dicho de otro modo: ¿qué porcentaje ocupa tu herida en lo que
actualmente eres? Tómate un momento para evaluar esto. Muchísimas personas
descubren que su herida representa el noventa por ciento o más de lo que son, en
cuanto a sus pensamientos, sentimientos, conducta y uso diario de su energía. Debes
comprender que el grado de dominio que la herida tenga sobre ti es también la medida
de su poder de transformarte. Una herida profunda es un tema alrededor del cual se
organizará tu herida hasta que esté curada y recibas su don. Por cierto, se puede ver la
herida como parte de una conspiración entre el alma y el cometido de nuestra vida.
A veces, como en el caso siguiente, la herida nos empuja hacia el camino que el alma
quiere y hacernos tomar y al que la personalidad se resiste. Otro modo de decir esto es
que una herida puede crear la presión necesaria para que avancemos en un ciclo de
curación.
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Como veremos en este capítulo, las heridas y los defectos de carácter están
estrechamente relacionados. A veces sufrimos una herida por un defecto de carácter que
acerca a nosotros cierto tipo de personas y de hechos. En otros casos, la herida puede
no resultar de un defecto de carácter, pero aun así es un medio de atender y superar
fallas semejantes.
Analiza ahora, si quieres, los defectos de carácter que tu alma pueda haber decidido
atender mediante tu dificultad o tu herida actual. Bien pueden estar representados en
los que llamamos siete pecados capitales. Originariamente, “pecar” significaba “fallar el
blanco”. El arquero que arrojaba su flecha y no daba en el blanco había pecado. Pecar
así es parte necesaria e inevitable del aprendizaje de todo arquero… y también para
aprender a ser un alma en cuerpo físico. Natural es también el impulso innato de
superar el error, de alcanzar la perfección y dar en el blanco, como arquero y como alma
encarnada.
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Aunque los siete pecados capitales puedan parecer anticuados y arcaicos, aún siguen
muy vigentes entre nosotros:
Ira
Orgullo
Gula
Codicia
Vanidad
Lujuria
Pereza
He aquí algunas de las reacciones humanas más naturales y previsibles ante las
presiones y limitaciones de vivir en un cuerpo físico en el plano terrestre. Sin embargo, a
medida que nos vamos reconciliando con el alma, todos esos defectos de carácter o
pecados deben ser refinados hasta convertirlos en su opuesto. La ira debe evolucionar
hasta convertirse en tolerancia; el orgullo en humildad, la gula en moderación; la codicia
en conformidad con lo que se posee; la vanidad en modestia; la lujuria, en una relación
casta, y la pereza en la voluntad de cargar con el propio peso. A estos defectos de
carácter yo agregaría dos: la obsesión egocéntrica que debe ceder en el servicio al
prójimo, y la terquedad que tiene que ser reemplazada por la sumisión a una Voluntad
Superior a la nuestra.
Analicemos por un momento las oportunidades que nos proporcionan las diversas
heridas para atender particulares defectos de carácter. Si nos sentimos faltos de amor,
por ejemplo, el verdadero problema puede estar en nuestra obsesión egocéntrica,
nuestra exigencia de que nos presten atención. Si estamos desfigurados, quizás estemos
aprendiendo a basar nuestro valer en algo que no sea el aspecto físico. Si sufrimos una
desventaja económica, tal vez estemos atendiendo un arraigado hábito de codicia.
Nuestra lección es, por lo tanto, aprender a compartir lo poco que poseemos, pues
compartir es la base de la prosperidad saludable.
Todos estos ejemplos están excesivamente simplificados. En la mayoría de los casos,
tanto la expresión de nuestros defectos como las situaciones por las que debemos
atenderlos son muy personales. No vayas a pensar, por ejemplo, que todos los pobres lo
son para curarse de la codicia. Al fin y al cabo, juzgar al prójimo también es un defecto
de carácter.
Puesto que los defectos de carácter se desarrollan y ahondan a lo largo de muchas
vidas, pueden ser necesarias varias encarnaciones para convertirlos en virtudes. Pero
con el cultivo de cada una de estas virtudes nuestro egocentrismo es reemplazado por
una actitud que toma en cuenta el bienestar del prójimo. Desarrollar esta conciencia de
grupo es una de las tareas básicas al las que se enfrenta, tarde o temprano, toda alma
en encarnación individual. Inevitablemente atraemos hacia nosotros la presión y las
oportunidades que nos permiten hacerlo.
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salvador. Muestra el complejo proceso por el cual una persona se abrió paso hacia la
verdad.
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existencia actual de Jennifer estuviera dominada por un tema relacionado con esa
muerte cruel. ¿Podría Jennifer identificarlo?
Después de un largo momento de silencio, ella meneó la cabeza y respondió
con suave convicción:
-Si me abandonan moriré. –Tras otra pausa larga agregó, con un gesto
afirmativo: -Así me sentí cuando era ese niño y mi padre no acudió; abandonado.
Y en esta vida me han abandonado una y otra vez.
Irene asintió.
-Yo diría que el abandono ya era un problema para ti aun antes de esa vida,
porque así interpretaste el trauma: como abandono. Podrías haberte sentido
desconcertada por el ataque””Esto no es justo. Yo no he hecho nada para merecer
esto.” En ese caso ahora podrías estar atendiendo el problema de la justicia, en vez
del abandono. O pudiste sentir ira y el deseo de venganza. Ignorando que te
quedaban pocos minutos de vida, pudiste haberte prometido: “Cuando sea grande
mataré a este hombre.”
“Lo que cristaliza en el momento de una muerte violenta suele fijar el patrón
de la vida siguiente. Y la única manera de liberar esa energía cristalizada es
mediante una perspectiva totalmente distinta o, en tu caso, el abandono.
-eso es lo que ha ocurrido –dijo Jennifer-. Es como si me hubiera pasado la
vida preparándome para lo que sucedió el año pasado, el morir mi esposo. Yo lo
amaba mucho… lo amo –se corrigió-, pero pude permitir que se fuera, que me
dejara, porque eso fue lo que él eligió. Creo que fue lo más difícil y lo mejor que
hice nunca.
-Comienza por el principio- propuso Irene.
La historia de Jennifer, narrada sin rastros de autocompasión, era en verdad
una saga de abandonos.
-Mi padre abandonó a mamá cuando yo tenía cuatro años. Yo lo adoraba,
pero de pronto desapareció. Todavía recuerdo que no dejaba de llorar,
preguntando dónde estaba mi papito. Pero como las preguntas enojaban a mi
madre, aprendí a no hacerlas, aunque me moría por saber. A los cinco años
también mi madre se fue y me dejó con i abuela. De vez en cuando nos hacía una
breve visita, cada dos o tres años, pero por entonces era más una desconocida que
una madre. Cuando yo tenía unos trece años, dejó de venir. Mi abuela no
respondía a ninguna de mis preguntas sobre mis padres. A él lo odiaba y de ella
estaba muy avergonzada. Y yo seguía sin preguntar, para mantener la paz.
“Mi abuela siempre me hizo notar que yo era una carga financiera; por eso
se alegró de que, a los dieciséis años, ganara un certamen y comenzara a ganar
dinero como modelo profesional. Tuve bastante éxito y, a los dieciocho años,
conocí a un hombre mucho mayor que yo, escritor. Sus atenciones me halagaban;
me la compuse para ignorar que bebía mucho más de lo que escribía. El me
convenció de que lo acompañara a México, donde pasamos tres años en una
especie de colonia de escritores. Hasta que él volvió a Estados Unidos, y me dejó
con un embarazo de siete meses.
“tuve a mi hija Lori en México; para mantenerla administraba casas de
vacaciones para norteamericanos. Cuando a Lori le llegó el tiempo de ir a la
escuela, volvimos aquí, a California, donde me había criado.
“En esos años tuve relaciones con varios hombres. Algunos me abandonaron
por otra. Otros me abandonaron, simplemente. En su mayoría eran alcohólicos.
Por fin, alrededor de los treinta y dos años, ingresé en AA. Ya no soportaba lo que
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- - He rezado para comprender por qué debía ocurrir todo esto –admitió
Jennifer-. Y ahora lo comprendo, al menos hasta cierto punto.
Ahora que has leído ejemplos del servicio que prestan las heridas a la evolución
espiritual, pregúntate: “¿De qué modo obra mi herida sobre mí? ¿De qué modo me está
incitando a crecer, a expandirme, a extender mi conciencia de lo personal a lo universal?
¿Cómo me ayuda a superar mis defectos de carácter y a liberarme de la ilusión? ”
Recuerda que, cuando Jennifer rezaba por lograr comprender y, una vez que la herida
hubo cumplido su propósito, las respuestas llegaron de una manera muy extraña. No
todos tendremos experiencias de vidas pasadas tan gráficas como la de Jennifer, además
de contar con una persona que pueda explicarnos su significado. En realidad, con
respecto a las vidas pasadas debemos recordar siempre que nuestro único interés válido
es el de nuestra vida actual. Ella contiene todo lo que debe interesarnos. Buscar
revelaciones sobre vidas pasadas por pura curiosidad es, cuanto menos, un gusto
caprichoso y totalmente insalubre. Es preciso ocuparse de los temas, las presiones y los
defectos de carácter que uno tiene en el presente. Sólo cuando hayamos superado hasta
cierto punto los defectos de carácter puede sernos útil conocer los detalles de las vidas
pasadas que vengan al caso. De lo contrario, no servirán más que para distraernos de
nuestros desafíos actuales o como excusa para no enfrentarlos.
Una ley espiritual pertinente establece que, cuando llega el momento adecuado, lo que
debemos saber nos será revelado sin esfuerzo alguno de nuestra parte. Así lo demuestra
la historia de Jennifer, pues ella no buscó activamente revelaciones sobre su vida
anterior. La información se presentó por sí sola cuando era útil para profundizar su
comprensión y su corazón.
Es prudente confiar en que el alma sabrá elegir el momento y el método para efectuar
esas revelaciones. Gran parte de lo que atribuimos a la casualidad, al azar, es en verdad
la obra sutil del alma. A veces nuestra captación proviene de algo tan simple como una
conversación entre dos desconocidos oída por casualidad. Otras veces estamos leyendo
un libro o viendo una película y de pronto vemos, sabemos. Puede ocurrir que, mientras
meditamos o soñamos, algo se mueva en nosotros y surja una captación que no
podríamos expresar con palabras. Pero nos vemos cambiados de alguna manera
profunda e irrevocable.
¿Todo ocurre por casualidad, pues? ¿No hay nada que podamos hacer para facilitar un
proceso esencialmente divino?
Como Jennifer, podemos pedir, podemos rezar pidiendo comprender nuestra herida, su
finalidad, su lección. Podemos orar pidiendo fuerzas para no resistirnos a sus
enseñanzas, pues cada vez que nos negamos a ocuparnos de nuestros defectos de
carácter, estos empeoran en vez de desaparecer. Entonces se hace necesario otro ciclo de
curación.
El pedir no asegura que recibamos una respuesta inmediata que nos sea comprensible.
Tampoco es promesa de que el dolor de la herida desaparecerá de inmediato. Pero si
pedimos humilde y seriamente, avanzamos hacia el don de nuestra herida y nuestra
propia iluminación.
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¿POR QUÉ MIS RELACIONES
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A veces, cuando hemos pasado mucho tiempo y esfuerzo buscando respuestas sobre
un tema en especial, el Universo proporciona súbitamente una clave importante que
ilumina nuestro entendimiento. Me he pasado la mayor parte de la vida preocupada, en
lo personal y en lo profesional, por la naturaleza de las relaciones humanas, su
dinámica y su finalidad; hace algunos años se me brindó una de esas claves. Por
entonces yo aún practicaba la psicoterapia, pero experimentaba una creciente
frustración con el enfoque con que se me había enseñado a comprender la conducta
humana. Un día, mientras conversaba con una psíquica profesional sobre las
dificultades que cada una encontraba en su trabajo, mi amiga afirmó acaloradamente:
- Lo que más me fastidia es que mis clientes utilicen una supuesta situación de vidas
anteriores para justificar la perfecta idiotez que están cometiendo en la presente.
Luego describió el caso de una mujer a la que había visto algunas semanas antes. Mi
amiga intuyó muy pronto que su matrimonio era un error sin esperanzas. Considerando
el obvio tomento que constituía para ambas partes, se expresó sin rodeos:
- Ustedes dos deberían haberse separado hace años – dijo a su clienta.
Pero la mujer se limitó a sonreír enigmáticamente, explicando que, en los primeros
tiempos de casada, había consultado a otro psíquico; este le había dicho que, en otra
vida, su esposo había sido un hijo al que ella abandonó y que, como resultado, padeció
terribles sufrimientos y murió.
- Así que ya ve usted –dijo la mujer, con una intensa decisión en la voz-: de ningún
modo puedo abandonarlo otra vez en esta vida.
- Pues será mejor que lo haga –le informó mi amiga, la psíquica-, porque tal como
están las cosas, ¡lo está matando otra vez!
RELACIONES Y DESTINO
Por muchos años me rondó en la mente la historia de esa mujer, decidida a asegurar la
seguridad de su esposo a cualquier precio, con lo cual provocaba justamente el fin que
deseaba evitar. Me parecía una alegoría críptica, una versión en términos de relaciones
del clásico cuento de John O’Hara: “Cita en Samarra”. Quizá recuerdes ese relato en el
que un hombre se entera en el mercado, una mañana, de que la Muerte irá a buscarlo
esa misma noche. Desesperado por evitar su destino, el hombre huye aterrorizado y
viaja durante todo el día, hasta bien entrada la noche; cuando considera que ha puesto
suficiente distancia entre él y la Muerte, decide detenerse a descansar. Ya entrada la
noche, en la lejana Samarra, se encuentra de pronto cara a cara con la Muerte, que lo
alaba por haber sabido presentarse a tiempo a la cita, pese a haber fijado un sitio tan
lejano de su hogar.
Esta escalofriante leyenda y el relato de la cliente de la psíquica parecen estar
expresando lo mismo: que sellamos nuestro destino con los mismos esfuerzos que
haceos para evitarlo. En verdad, se diría que, cuando creemos estar escapando no
hacemos más que correr a toda prisa para abrazar el fin temido. Sobre todo en las
relaciones, parecen existir corrientes ocultas que utilizan nuestros deseos e intenciones
conscientes para producir el efecto opuesto. Por cierto, parecería que cualquier relación
significativa tiene, en realidad, una vida independiente con un propósito muy oculto a
nuestra conciencia.
¿Se corresponde esto con tu propia experiencia, en algún sentido? ¿Nunca has tenido
la sensación de que, contrariamente a todos tus deseos y motivos conscientes con
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respecto a una persona cercana, existe una fuerza invisible e irresistible que maneja
vuestra relación y la define? ¿Qué, como ene l caso de la mujer malcasada, tus mejores
esfuerzos por evitar el desastre y navegar hacia puerto seguro sólo sirven para
impulsarte a encallar en los mismos bajíos que tanto tratabas de esquivar? Pero si tal es
el caso, ¿por qué se produce y qué finalidad cumple?
Cuando miro hacia atrás, desde la perspectiva de casi cincuenta años, caigo en la
cuenta de que he vivido tratando de hallar la clave básica para explicar por qué
nosotros, los seres humanos, solemos soportar tantos sufrimientos en las relaciones con
el prójimo. En mis quince años de psicoterapeuta descubrí muchas cosas… pero nunca
la clave. Como aquel a quien los árboles impiden ver el bosque, estaba demasiado cerca,
demasiado enredada en los detalles de mi vida y las de mis pacientes como para ver el
cuadro general. Necesitaba una mayor distancia. Y la vida me dio lo que me hacía falta.
El panorama se despejó y pasé seis años observando, leyendo, cavilando… hasta que
comencé a comprender.
Por fin comprendí que nuestras relaciones más significativas existen por un motivo
muy diferente del que creemos, ya personalmente como individuos o colectivamente
como sociedad. Su verdadera finalidad no es hacernos felices, satisfacer nuestras
necesidades ni definir nuestro sitio en la sociedad, ni tampoco mantenernos fuera de
peligro… sino hacernos crecer hacia la Luz.
El hecho simple es que, junto con esas personas a las que estamos vinculadas por
parentesco, casamiento o amistad profunda, nos hemos fijado un rumbo con riesgos y
obstáculos ideados para llevarnos de un punto de la evolución a otro. De hecho, cuando
tratamos de comprender la naturaleza de nuestras relaciones humanas, muchas veces
difíciles, haríamos bien en recordar que existe una eficiencia impecable e implacable en
el Universo, cuya meta es la evolución de la conciencia. Y siempre, siempre, el
combustible de esa evolución es el deseo.
En la raíz misma de la Creación está el deseo de la Vida de manifestarse en la forma.
Esto es la voluntad-de-ser. E implícita en todas las formas, desde la más baja a la más
evolucionada, está el deseo o la voluntad-de-devenir. ¿Devenir qué? En expresión, en
materia física de la Fuerza tras la Creación, una expresión más grande y plena, más
completa, pura y perfecta. Esta voluntad-de-devenir existe en todos los sectores, desde el
átomo más diminuto hasta la suma del Universo físico; desde las regiones más exaltadas
de la existencia hasta este plano físico en el que moramos nosotros, la humanidad.
Aunque nuestra perspectiva, necesariamente limitada, parecería a veces negar este
hecho, los humanos nos vemos impulsados hacia ese Devenir con todo el resto de la
Creación.
El alma, que nos envía por el Camino, es obligada por el deseo a acercarse más a Dios.
Nosotros, como personalidades, facilitamos esta meta por nuestro propio deseo natural
de buscar el placer y evitar el dolor. Para aquellos de nosotros que satisfacemos con
relativa facilidad las necesidades fundamentales de comida, techo y seguridad, son las
relaciones humanas las que nos proporcionan tanto la zanahoria como la vara que nos
mantiene en movimiento. De allí el niño difícil; el adolescente rebelde; el padre que
defrauda, el que rechaza o el desvalido que nos ahoga; el amigo que nos traiciona; el
empleador que nos explota; el ser amado que no nos corresponde; el cónyuge que nos
desilusiona o nos critica, que nos abandona o muere; las personas que ocupan nuestros
pensamientos y juegan con nuestras emociones, aquellos con quienes vivimos, los que
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De pronto, tal como suele ocurrir cuando nos ponemos en una situación sin
salida, Marleen se encontró adoptando una postura injustificada y feroz. Un día,
iracunda por un asunto nimio, amenazó con abandonar a su esposo y a su hija. Al
oírse pronunciar esa amenaza quedó tan espantada como su esposo. Caitlin, que
ya tenía siete años, le contestó a gritos con amenazas propias. Marleen, aturdida,
llevó a su esposo al dormitorio matrimonial.
Mientras Caitlin aullaba y atacaba la puerta a puntapiés, los padres por fin
comenzaron a enfrentar la pesadilla en que se les había convertido su vida. La sola
idea de tener que lidiar solo con criatura tan empecinada resultaba espantosa
para el suave carácter del esposo, y de inmediato estuvo de acuerdo en que era
preciso poner límites. Juntos elaboraron un plan para frenar los caprichos de su
hija.
Alentados por el apoyo de los sufridos amigos que les quedaban y quienes
repararon en sus esfuerzos y los aprobaron decididamente, los padres dejaron de
ceder a las exigencias de Caitlin y de aplacarla con halagos. Cada vez que tenía
rabietas en público o en casa, lanzando imprecaciones y amenazándolos con un
odio terrible, ellos establecían límites razonables y los imponían sin alterarse.
Mientras la disciplinaban se brindaban mutuamente aliento y consuelo. Así
descubrieron, sorprendidos, que crecía el afecto entre ellos y que la vida sexual
mejoraba. Después de años volvían a sentir energías y entusiasmo de vivir. Aun en
los peores momentos, la guerra de voluntad con Caitlin les costaba menos
energías que los esfuerzos por n alterarla.
Por fin acabó la lucha. De ella emergió una niña graciosa y mucho más
segura, en lugar de esa personita abrumada por la carga de una libertad y un
poder excesivos para su inmadurez.
También Marleen emergió más equilibrada de esa difícil prueba. En un plano
sutil, desde el nacimiento de Caitlin había dejado que la pequeña se encargara de
las expresiones firmes, las peleas y las exigencias, mientras ella conservaba una
pasiva y beatífica sonrisa. Ahora, una nueva conciencia de su propia y
considerable fuerza la inspiró a proponer una columna al director del diario, en la
cual abordaba diversos temas, incluyendo aquellos que dividían ala comunidad,
encarados desde su perspectiva personal. El director estuvo de acuerdo, seguro de
que su suave humor natural entretendría aun a quienes no compartían sus
puntos de vista. En la actualidad esta mujer, a quien le había resultado tan difícil
tomar una posición firme ante su hija, hace conocer sus opiniones tanto en el
hogar como en letras de molde.
Es importante entender que este relato no trata simplemente de dos padres
que descubrieron la sabiduría de los límites y la necesidad de la disciplina en la
crianza de los hijos. El hecho de que la situación se tornara tan insostenible antes
de que ellos pudieran reconocerla, mucho menos enfrentarla, indica que, en los
padres, se estaban manifestando uno o más defectos de carácter importantes, que
era preciso superar a fin de resolver los problemas obvios. En verdad, el problema
de disciplina surgió justamente por la existencia de esos defectos y luego se
agravó, exigiendo que se atendieran esas fallas. Por varios años, largos y penosos,
Marleen contó con la complicidad inconsciente de su esposo para negar, no sólo la
conducta de su hija, sino algo más importante: sus propias reacciones
emocionales ante esa conducta. Lo hacía para poder vivir su mítico papel de
madre perfecta de una hija especial del destino.
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Este tipo de mitos, que tiene el poder de afectar profundamente la vida y el juicio de
una persona, se conoce en esoterismo como glamour. Nosotros mismos creamos estos
glamours, estas ilusiones bajo las cuales trabajamos hasta que se rompe el hechizo.
Tarde o temprano, todo glamour que nos hechiza produce exactamente las pruebas que
hacen falta para quebrar la ilusión y disipar el engaño.
En el caso de Marleen, las presiones generadas por su intento de hacer realidad una
fantasía de madre-e-hija terminaron por llevarla a la decisión de desprenderse de ella.
Sin duda, su prueba fue mucho más sutil que si se hubiera tratado de matar, robar o
hacer daño a otra persona, deliberadamente y con propósitos egoístas. Tenía bien
desarrolladas la franqueza y la integridad en el trato con otros. Marleen había
evolucionado hasta un punto en que debía enfrentarse a un tema mucho más sutil: su
capacidad de falta de honestidad personal, es decir: su capacidad de engañarse a sí
misma con la atesorada visión de lo que deseaba que fueran ella y su hija.
Como los glamours se basan siempre en los deseos egoístas de la personalidad, siempre
son enfermizos. Existen en el plano astral, donde tienen sustancia propia, una forma,
sonido y hasta olor característicos. Psíquicamente se los puede ver como una especie de
miasma centelleante, una niebla densa y brillante, llena de imágenes, escenas, hechos y
con frecuencia figuras de otras personas. Su olor es repelente, aunque dulzón: algo
sofocante y un poco pútrido. Su sonido, un zumbido desagradable, estruendo o rugido.
Los glamours tienen una vida propia que se resiste a la destrucción y se oponen siempre
a nuestra iluminación.
Para destetarnos de estas fantasías atesoradas, con las que nos identificamos tan
plenamente, se requiere una objetividad de la que no somos capaces mientras estamos
bajo su hechizo. Suele hacer falta una crisis para que podamos desprendernos de esas
creaciones propias que nos mantienen cautivos.
EL PROCESO DE DESPERTAR
Tras haber leído la historia de Marleen, quizá te preguntes qué glamours nublan tus
propios pensamientos, percepciones y actos. Tal vez te gustaría darles un nombre,
enfrentarlos y ponerlos finalmente a descansar. Por cierto, puedes tener la impresión de
que llevas mucho tiempo tratando de verte con más claridad.
En el sofisticado clima psicológico actual, muchos nos esforzamos a conciencia por
alcanzar una mayor conciencia interior. Puede tratarse de un sincero deseo de desarrollo
espiritual o estar impulsado por el dolor emocional. Con frecuencia es una combinación
de ambos factores la que nos impele a leer libros, asistir a conferencias, comprar
grabaciones de autoayuda, incorporarnos a un grupo de apoyo, buscar una religión en la
que podamos creer, un maestro al que seguir, un terapeuta digno de confianza. Pero por
mucho que nos dediquemos a nuestro despertar, inconscientemente tenemos miedo al
proceso mismo que estamos cortejando y, por lo tanto, nos resistimos a él. Esta
ambivalencia fundamental surge porque la intuición nos señala que para despertar en
cualquier grado debemos, como Marleen, renunciar a las fantasías con las que nos
identificamos tan profundamente.
Una metáfora apta para describir el proceso del despertar en cualquiera de nosotros es
la historia bíblica de Saúl, quien perseguía obsesivamente a los primeros cristianos. En
el camino a Damasco, al quedar ciego e indefenso, debió enfrentarse a su ceguera
espiritual, más profunda, y despertar de su fanatismo justiciero. Por medio de este
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despertar se convirtió al mismo credo al que se había opuesto con tanta violencia. Tal
como ocurrió con Saúl, Marleen y la mujer mencionada al principio de este capítulo,
aferrada a su fantasía de proteger al esposo mientras lo hacía desdichado, nuestro
mismo despertar exige que reconozcamos y nos rindamos justamente a eso que hemos
rechazado y negado con fuerza durante toda(s) nuestra(s) vida(s).
Y se explica que algo tan inevitable y compulsivo como las relaciones humanas deban,
con frecuencia, obligarnos a seguir jugando, como podamos, con esos peligrosos fuegos
del Despertar.
Recuerda que el deseo es la clave de toda evolución en la Creación entera. Dentro del
reino humano, son nuestros propios deseos personales los que tienen el poder de
seducirnos, al inducirnos que nos involucremos con otras personas de un modo más
profundo (y a veces más desesperado). Queremos dar cierta imagen, queremos amor o
aprobación, admiración, respeto, comodidades, sexo, bienes materiales, seguridad,
compañía, encumbramiento social, poder, ayuda de alguna especie, alivio o protección.
En el grado en que nos seduzca el deseo, a su debido tiempo podemos vernos inducidos
a una mayor conciencia. La fórmula de tales despertares, alimentados por el deseo, bien
podría escribirse como sigue:
Hasta que su madre volvió a casarse, a los cincuenta y dos años, Daphne
vivió en el hogar familiar, cómoda y segura en ese ambiente que conocía desde la
infancia. Había hecho algunos intentos de vivir sola, pero tarde o temprano
regresaba a la casa y la solicitud de su madre, por una u otra de sus misteriosas y
frecuentes dolencias. Cuando su flamante padrastro obsequió a la novia un
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debían conserva y las que era preciso sacrificar en un mercado tan deprimido.
Ofreció condiciones más atractivas a los inquilinos restantes, en un esfuerzo por
conservarlos, y poco a poco tomó interés personal y participación activa en la
administración de cada edificio, mucho más de lo que Ham lo había hecho nunca.
Mientras tanto seguía cursos y rendía un examen tras otro, hasta lograr
finalmente su licencia como agente de bienes raíces.
Hoy en día la salud de Ham es más o menos la misma. Tiene dificultades
para concentrarse o para sostener un mínimo esfuerzo. Su estado lo torna muy
pasivo y dependiente. Daphne, cuya estudiada fragilidad estuvo siempre
respaldada por un fuerte sentido práctico, decidió hace tiempo alquilar su mitad
de la casa e instalarse de nuevo con Ham. Aplica la renta a pagar a una persona
que hace de enfermera y criada por medio día, encargándose de Ham y de la casa,
mientras Daphne se ocupa de los negocios.
Ha ganado una creciente reputación como administradora de propiedades
comerciales. Sus oficinas ocupan ahora todo un piso del edificio más grande de
Ham; se ha convertido en una empresaria de moderado éxito, peso a lo flojo del
mercado de bienes raíces. Aún se queja demasiado sobre su delicada salud, pero
ahora tiene poco tiempo para prestar atención a sus vagos problemas médicos. Su
relación con Ham es bastante vacua, pero siempre lo fue. El sexo y la intimidad
nunca fueron muy importantes entre ellos y el divorcio está fuera de cuestión. Ella
jamás podría abandonar a una persona tan enferma: por su mala salud sabe en
carne propia lo terrible que sería el golpe… y por otra parte, todas las propiedades
que Ham aportó al matrimonio aún están a nombre de él.
La alianza entre Daphne y Ham fue motivada, principalmente, por deseos egoístas de
ambas partes. A Ham le gustaba la idea de ser fuerte y manejarlo todo; Daphne, por su
parte, quería seguir siendo débil y contar con protección. Ambos estaban dispuestos a
hacer considerables sacrificios a fin de representar los papeles elegidos: Daphne, a vivir
como esposa de un hombre al que en verdad no amaba; Ham, a prescindir de las
relaciones sexuales y hasta de la compañía de su esposa.
Atribuir la inversión de papeles a un simple giro del Destino sería negar el hecho de
que estas dos personas se eligieron deliberadamente, a fin de realzar la imagen que de sí
mismos atesoraban. Fue esto, tanto como las dificultades financieras y la enfermedad de
Ham, lo que dispuso a ambos para la siguiente etapa de su desarrollo personal.
Obviamente, aún existe un fuerte motivo de egoísmo que alimenta las acciones
actuales de Daphne. Sin duda, así será por muchas vidas venideras. Pero está
aprendiendo a ser más franca que disimulada en la expresión de su fortaleza personal, y
eso es un progreso. La invalidez parcial obliga a Ham a conocer la situación que tan
atractiva le resultaba en Daphne. Su estado hace que aprenda y entienda algunas
lecciones duras sobre la verdadera naturaleza de la fuerza y la debilidad, el poder
personal y su pérdida por mala salud contra una abdicación voluntaria.
He aquí algunas de las lecciones a las que nos enfrenta la vida en el ámbito de
nuestras relaciones.
Si alguna de ellas, como en el caso citado, pueden obligarnos a convertirnos en lo que
hemos tratado de evitar, otras pueden enseñarnos a evitar convertirnos en lo que no
deseamos ser. Muchos recibimos de nuestros padres lecciones sobre lo que no debemos
ser.
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En el momento de cada encarnación elegimos, bajo la dirección del alma, a los padres
que no sólo nos proporcionarán el vehículo físico adecuado para la próxima vida, sino
aquellos que más ayuden a nuestro desarrollo espiritual. El alma, en su deseo de
evolución, nos asigna a nuestros padres, no porque sean capaces de darnos todo lo que
nuestra personalidad pueda desear, sino porque nos proporcionarán una parte
importante de lo que requerimos para avanzar en el Camino. Quien crea que había
podido avanzar más en la vida si sus padres le hubieran dado más amor, aliento o
comprensión, hará bien en recordar que esos son los deseos de la personalidad, no las
necesidades del alma. Lo que podamos alcanzar o no en el mundo exterior tiene poca
importancia en relación con el progreso que alcanzamos en una existencia dada por
cuenta de nuestra alma. Gracias a las reacciones que provocan en nosotros, con
frecuencia los progenitores difíciles prestan una gran contribución a ese progreso.
El siguiente relato presenta un ejemplo de esta contribución:
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George bebía poco y nunca fumaba; aunque le gustaba comer bien, había en
él algo de puritano.
Se le apreciaba en los tribunales, pero ningún abogado defensor presentaba
su caso al juez K., si podía evitarlo. Fiscales y defensores por igual lo consideraban
duro; sus sentencias, aunque técnicamente justificadas según la letra de la ley,
solían ser severas y hasta exageradas.
-Es muy buen tipo en cualquier parte, menos en el estrado –era el
comentario.
Y ahora George había vuelto a su ciudad natal, después de treinta años,
para asistir a los funerales de Billy, su más íntimo amigo de la niñez. De la familia
de Billy sólo sobrevivía la tía Hattie, una anciana excéntrica, quien insistió para
que George la visitara antes de partir. George no la conocía en persona, aunque
recordaba vagamente que Billy hablaba de una hermana de su madre llamada
Hattie, que era actriz y vivía en el extranjero.
Sentado en la sala de la casa que tan bien recordaba, en la que sólo Hattie
vivía ahora, George luchaba por conservar intacto su habitual aire de simpática
dignidad. Pero algo en la penetrante mirada de la anciana disolvía su pulida
actitud. Esa vieja difícil no lo ayudaba a mantener una conversación ligera; no
aportaba sus anécdotas ni siquiera escuchaba las de él.
Hattie le había servido pastel. Mientras le llenaba la taza de café preguntó,
con aire inocente:
-¿Te dijo Billy alguna vez que yo leo las manos?
George tenía la boca llena de pastel, pero meneó la cabeza, con los ojos
dilatados por la alarma. Ella tomó asiento y le tomó las manos, muy segura de sí,
riendo con el herrumbrado carcajeo de las ancianas.
-Es cierto. Siempre fui la excéntrica de la familia. Pero en el teatro es
importante saber en quién se puede confiar y a quién debes vigilar con atención.
Además –agregó, juguetona- resulta divertido y yo soy curiosa. Todo actor debe ser
psicólogo, ¿sabes? Para servir de algo debemos saber qué mueve a la gente. La
quiromancia me pareció el modo más fácil de estudiar los tipos. Y cuando
escaseaban los papeles, con eso podía ganarme la vida.
Por un momento dejó de parlotear. En silencio, siguió cada dedo del juez con
los suyos, le flexionó la manos hacia atrás, le apretó las palmas en diversos sitios.
Tenso e incómodo, George se dijo que bien podía dar el gusto a esa vieja excéntrica
por media hora más antes de huir. Al levantar la vista, ella habló en voz baja:
-Quiero decirte algo que quizá te resulte muy difícil oír. Tus manos dicen
que en tu temperamento hay mucha crueldad.
George inmediatamente empezó a tartamudear en tono de protesta, pero ella
lo interrumpió con una suave sonrisa:
-Oh, ya sé: todos tus amigos, hasta Billy, si estuviera aquí me dirían que
eres el mejor de los hombres. Hasta tus manos me dicen que tratas de serlo. –Lo
miró a los ojos con obvia simpatía. –Pero te cuesta mucho, ¿verdad?
El se estaba poniendo rojo de cólera. ¿Cuánto más debía soportar sólo por
cortesía? Hattie continuó:
-Háblame de tus padres. ¿Cómo eran?
Aliviado al ver que la conversación se apartaba de él, George respondió:
-Mi madre es una mujer maravillosa. Y no me molesta decir que yo era su
favorito. Ella trataba de compensarme por el trato que me daba mi padre.
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tal vez la crueldad que hay en ti se filtra al exterior, de un modo tan sutil que
ninguno d vosotros puede identificarlo; aun así hace daño.
-¡Entonces no hay esperanzas! –exclamó George, casi aullando-. No puedo
ganar, por mucho que me esfuerce.
-Nada de eso. Durante décadas enteras han aprendido a no hacer daño en
forma deliberada. Reconozco que se parece un poco a conducir con los frenos
puestos. Pero si antes conducías tu coche a ciento sesenta kilómetros por hora y
matabas a alguien cada vez que salías, aprender a conducir con los frenos es un
gran adelanto. El problema es que el orgullo te obliga a negar de ti mismo esa
parte colérica y agresiva que gusta de ir a ciento sesenta kilómetros por hora, sin
medir las consecuencias. Podrías tratar de reconocer esa parte y reprimirla a
conciencia.
“En realidad, deberías estar muy orgulloso. En una sola vida ya has logrado
mucho”.
George se respaldó en su silla, mirando con atención a esa extraña anciana,
que le decía cosas tan extraordinarias sobre su propia vida. Recobró el dominio de
dijo con frialdad:
-No quiero ser desagradecido por todas las molestias que usted se ha
tomado, pero no creo una palabra de todo esto. ¡Leer las manos! Es bastante
descabellado, ¿no?
Hattie su puso de pie para acompañarlo a la puerta y le dio una palmadita
en el brazo, con una sonrisa tan amplia que sus agudos ojos azules
desaparecieron a medias entre los pliegues de piel arrugada.
-Yo misma no sé si creo en esto. Pero parece tener algún sentido, ¿verdad?
¿Por qué no dejas pasar un tiempo y luego miras si esta pequeña charla te ha
servido de algo? ¿Qué mal puede hacerte?
Y con esa nota, bastante inconclusa, George y Hattie se despidieron.
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para curar. Podemos elegir cómo responder cuando se presentan. Pero cada vez que
rechazamos o ignoramos una oportunidad de sanar, garantizamos que el ciclo siguiente
sea más opresivo, más perturbador, más difícil de negar.
¿Qué hizo George con esa invitación a encontrarse consigo mismo en un plano más
profundo y verdadero? Con toda probabilidad, hizo lo posible por ignorar la invitación,
desacreditar a la persona que se la había extendido y continuar con su vida como antes.
Tal es la respuesta que la mayoría da por lo general a sus ciclos curativos. Después de
todo, si fuera fácil admitir en la conciencia esas partes nuestras que tenemos y
despreciamos, todos lo haríamos mucho antes y respondiendo a presiones mucho
menores de las que habitualmente se requieren.
Si crees que recibirás de buen grado la oportunidad de comprender mejor tu propio
temperamento, formúlate las siguientes preguntas. Como sonarán mucho más
poderosas y reales en tu propia voz, pregúntate en voz alta: “¿Y yo? ¿Me ha invitado la
vida a ser más sincero sobre mi propio lado oscuro? ¿Y cómo he respondido a esas
invitaciones: con franqueza o con miedo? ¿Qué sería lo peor que podría descubrir sobre
mi propia naturaleza? ¿Puedo aceptar que eso podría morar en mí, alimentando mi
horror, mi asco y mi actitud crítica hacia aquellos que no pueden ocultar este aspecto en
sí mismos? ¿Conozco a alguien que haya ayudado a crear en mí la aversión por estos
rasgos? ¿Puedo reconocer que tal vez debería estarles agradecido por la parte que han
jugado en mi propia evolución?”
Obviamente, para estas preguntas no hay respuestas “acertadas” que puedas buscar
en otra página de este libro, después e haber reflexionado. Estas son las preguntas que
debemos formularnos, una y otra vez, todos los que participamos conscientemente en
nuestra propia evolución. Son muestras del sentido en que cada uno debe comenzar a
examinar todo lo que ocurre dentro de sí y alrededor, en la vida. Cuando aprendamos a
plantearlas y a buscar ese tipo de respuestas, descubriremos que emergen un nuevo
paradigma o visión del mundo, que lo altera todo por completo. Mediante esa nueva
visión es posible comprender la naturaleza integrada de las relaciones, los hechos y la
evolución. Por medio de ella podemos saber que vivimos en un Cosmos, no es un Caos.
Podemos comenzar a apreciar el modo en que cada persona, cada vida, constituye una
parte significativa de un Orden mayor en el que todos, individualmente y en concierto,
desempeñamos una parte vital y magnífica.
6
¿CÓMO VINE A PARAR
A ESTA FAMILIA?
Hace dos años, mientras hacía algunas compras, tropecé con una amiga a la que no
veía desde hacía algún tiempo. Desde que nos conocimos, veinte años atrás, es una de
mis personas favoritas: bulle de humor y entusiasmo y forma con su esposo una pareja
feliz. A mi modo de ver, son el matrimonio casi perfecto. La mutua pasión por las
ciencias naturales los ha llevado a recorrer el mundo con sus hijos, en fascinantes
vacaciones: nadan con tortugas marinas, cuentan nidos de frailecillo, juegan con
marsopas y observan iguanas.
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Cuando nos sentamos a tomar un café, yo esperaba enterarme del último viaje exótico
o de los recientes logros de sus hijos, pero al preguntarle por sus últimas andanzas me
sorprendió ver su rostro sombrío. Me habló del año infernal que ella y su esposo habían
pasado por culpa del hijo de dieciséis años. Ahora resultaba casi imposible convivir con
ese muchachito, hasta entonces alegre, cooperativo y estudiante modelo. Tuvo
problemas en la escuela y numerosos roces con la policía; las erupciones volcánicas en
el hogar eran tema diario. Mi amiga y su esposo habían comenzado a reñir por primera
vez desde que se casaran. Toda la familia estaba en tratamiento con un asesor, que
sugería la posibilidad de poner temporalmente al muchacho en un hogar adoptivo.
-Una se pregunta –comentó mi amiga, entristecida- en qué fallé como madre. ¿Qué
pudimos haber hecho para evitar esto?
EL MITO DE LA PREVENCIÓN
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Durante los muchos años que pasé trabajando para diversas agencias que ofrecían
servicios gratuitos en el campo de las adicciones, descubrí que la idea de la prevención
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tenía un gran atractivo, tanto para el público en general como para quienes proveían
nuestros fondos. Pero cuanto más trabajaba en ese terreno, menos posible me parecía
prevenir la adicción. Para esa prevención se requería siempre educar y enfocar el tema
como proceso racional, que pudiera manejarse de un modo racional. Sin embargo noté
que, entre las personas mejor informadas sobre un tema, algunas manifestaban
adicciones al objeto mismo de su especialidad. Médicos, enfermeras y farmacéuticos son,
con demasiada frecuencia, adictos a las drogas; hay nutricionistas y dietistas que comen
compulsivamente; profesionales que han hecho carrera como bancarios, contadores o
administradores financieros gastan compulsivamente y acumulan deudas abrumadoras;
otros, como yo misma, dedicada a aconsejar a otros sobre sus relaciones, éramos adictos
a alguna relación. Una y otra vez, la especialidad coincidía con la adicción, reflejando
perfectamente una situación interior que era, de hecho, un tema. Entonces comprendí
que todos nosotros, con nuestra mezcla de carreras y adicciones, estábamos en verdad
dedicados a explorar ese tema en sus múltiples dimensiones, aunque no tuviéramos
conciencia del hecho. En esencia, esas exploraciones eran nuestro proyecto de vida.
Finalmente, al observar el profundo Despertar, los cambios y la curación causados por
los diversos programas de recuperación, empecé a poner en tela de juicio que fuera
deseable prevenir la adicción. Aunque lo que estaba en juego era mucho y muy elevado
el costo del fracaso, por cierto, la adicción venía a crear la presión que posibilitaba la
transformación personal. Esta conclusión coincide con lo que cierta vez me dijo un
hombre dotado de poderes psíquicos y curativos, cuyo padre había muerto de
alcoholismo: “Creo que la adicción ofrece a una persona la oportunidad de limpiar una
gran porción de karma en una sola vida. Pero es siempre una apuesta, pues la
recuperación requiere una rendición total y constante de la voluntad personal a un
Poder Superior. Es una vía rápida hacia el desarrollo del alma, pero muy arriesgada.
Con frecuencia se pierde la apuesta, como le ocurrió a mi padre.”
Todo lo que he observado sobre los adictos, el proceso adictivo (incluidas experiencias
con mi propia adicción a las relaciones) y sobre la recuperación me lleva a creer que ese
hombre tenía razón: a veces el alma elige apostar con la adicción porque es el medio más
veloz y eficiente para alcanzar un fin; ese fin es la rendición, el despertar y la
transformación. Cuando la voluntad no puede rendirse y el adicto no se recupera, hay
ciclos de curación más prolongados, incrementales y menos drásticos por los que optar
en otras vidas. O quizás el alma insista en jugar con la adicción una y otra vez,
aumentando la apuesta en cada existencia subsiguiente e incrementando la presión
hasta que se alcance la rendición. Quizá por eso algunos de los alcohólicos y adictos
más santos en su recuperación son los que más bajo cayeron mientras consumían licor
o drogas. En presencia de algunos, una tiene la sensación de que en ellos se ha
producido una “resurrección en la Luz” tras años y hasta vidas enteras de oscuridad. Y
para revertir completamente la vida sólo hizo falta la completa rendición de la voluntad a
un Poder Superior.
No es de extrañar, por lo tanto, que cónyuges, hijos, padres, consejeros, sacerdotes,
asistentes sociales o amigos bien intencionados no puedan dominar en el adicto la
práctica de la adicción, pese a sus mayores esfuerzos. Nadie puede rendir la voluntad
ajena; por ende, nadie puede provocar la recuperación de otra persona. Sin duda, los
que deseamos intentarlo necesitamos, a nuestra vez, efectuar una rendición propia.
Por cada alcohólico, drogadicto, glotón, gastador o apostador compulsivo hay, cuanto
menos, otras cuatro personas cuya vida es completamente ingobernable debido a su
respuesta a la conducta del adicto, sus infinitos intentos de dominar la conducta de esa
otra persona. Por lo tanto, la adicción constituye uno de los medios más potentes y de
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mayor alcance, si se trata de lograr una transformación amplia, pues involucra a toda la
familia; todos sus miembros necesitan recobrarse y cada uno de ellos puede así resultar
transformado. Para los familiares, la recuperación significa reconocer la propia
impotencia con respecto a otros, incluido el adicto. El simple reconocimiento de la
impotencia constituye una transformación por sí sola.
Permítaseme un ejemplo. Cuando yo dictaba clases sobre el tema de la adicción a
relaciones, siempre había entre el público una madre que me preguntaba:
-¿Cómo puedo evitar que mi hija haga esto? Por años enteros ella me vio sufrir por ser
adicta a una relación, pero está comenzando a hacer muchas de las cosas que yo hacía.
Ahora que comprendo lo enferma que he estado, quiero salvarla de cometer los mismos
errores.
Mi respuesta invariable era preguntarle, sencillamente:
-¿Quién habría podido salvarla a usted? Entonces, la madre preocupada y muchos
otros de los presentes comprendían que nadie hubiera podido impedirles hacer su
voluntad, que cualquier cambio positivo había sido logrado gracias a la experiencia y al
sufrimiento. Quien hubiera impedido sus sufrimientos los habría privado al mismo
tiempo del despertar.
Con frecuencia, los asistentes a esas clases llegaban a reconocer que, en sus familias,
había distintos casos de diversas adicciones entretejidas que se prolongaban de
generación en generación. Al entender sus propias adicciones recibían la clave para
comprender generaciones enteras de dinámica familiar, hasta entonces incomprensible.
Además, estaban aprendiendo a honrar el proceso transformativo que se desplegaba en
los seres amados y a no entrometerse en él.
Así y sólo así parecería existir un mundo justo, con sentido, orden y esperanza de
lograr un verdadero progreso.
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¿Y si la hija de una adicta a las relaciones, por ejemplo, hubiera elegido nacer en una
familia donde la adicción a las relaciones fuera uno de los temas? ¿Y si, en verdad, la
presencia de ese tema fuera uno de los factores clave en la decisión de la hija atraída por
esa madre en especial y por el campo en el que podría explorar la adicción a las
relaciones y las de otro tipo? Llevando este concepto a su siguiente nivel lógico: ¿y si esa
madre, su hija y otras personas con las que están vinculadas por lazos de matrimonio,
familia y amistad han mantenido, en otras vidas, muchas relaciones diferentes entre sí,
siendo siempre la adicción el tema central condicionante de todas sus interacciones? Las
personas que realizan juntas esas exploraciones, a lo largo de muchas vidas,
constituyen un círculo. Cada uno de esos círculos es una expresión de karmas
familiares y grupales en operación; corporizan los procesos evolutivos de expresión,
experiencia y expansión, organizados en torno de un tema específico compartido.
Cuando encarnamos dentro de esos círculos es para explorar las diferentes facetas de
un tema y alcanzar a su debido tiempo el equilibrio en nuestra comprensión de ese
tema.
Estas exploraciones dentro de círculos se producen más o menos de igual manera, ya
analicemos cómo encaran varias generaciones de familiares sus tareas entremezcladas,
ya cómo lo hace un solo individuo en varias encarnaciones. Esto puede quedar más
claro tonel ejemplo siguiente.
Cuando yo tenía catorce años, mamá se mató con píldoras y alcohol. Ese
día, al llegar de la escuela, la encontré en la cama, pero eso no era novedad.
Cuando mi padre salía en viaje de negocios, mamá bebía sola en su cuarto,
mientras yo caminaba en puntillas por la casa tratando de no despertarla ni
alterarla. Ya muy pasada la hora de cenar, decidí entrar para asegurarme de que
estuviera bien, pero no encendí la luz para no hacerle daño a los ojos. La llamé
una y otra vez: “Mamá… mamá…”; temía molestarle, pero también temía que algo
estuviera mal. Por fin la toqué; así fue como supe, completamente sola en la
oscuridad, que mi madre había muerto.
Al encender la luz vi la nota que había dejado. Sólo decía: “Perdonadme, por
favor”. Bueno, no pude. No puede entonces ni por muchísimo tiempo. Creo que
jamás habría podido, a no ser porque yo misma terminé como ella.
Después de su muerte todo cambió con mucha celeridad. Primero papá y yo
nos mudamos e ingresé en una escuela nueva, donde nadie sabía lo que mi madre
había hecho. Papá volvió a casarse, pasados unos pocos meses, con una mujer
que tenía dos hijas, algunos años menores que yo. Ninguno de ellos mencionaba
nunca lo que había ocurrido antes. Era como si todos quisieran fingir que mi
madre no había existido; a cambio sólo tenía esa familia instantánea y horrible, y
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se suponía que todos debíamos ser muy felices. Bueno, yo los odiaba a todos y a
mi padre más que a nadie, porque se pasaba el tiempo susurrándome lo
afortunada que era y lo agradecida que debía estar. Si con mi madre la situación
había sido mala, eso era peor. Yo estaba bien segura de que ese era mi castigo por
dejarla morir. Aun hoy, cuando algo sale realmente mal y duele mucho, vuelvo a
pensar así.
Comencé a beber subrepticiamente y agregaba agua para reemplazar lo que
consumía. Me gustaba engañarlos así, como si de algún modo lo hiciera por mi
madre, para vengarme de todos ellos por actuar como si ella nunca hubiera
existido ni muerto.
A los dieciséis años era bastante alocada. A los diecinueve estaba casada
con un doble cinematográfico que me doblaba en edad. Hacia los veintiuno tenía
un buen empleo de peluquera en un estudio de televisión. Mi esposo y yo
bebíamos mucho e íbamos de fiesta en fiesta. De año en año él trabajaba menos y
yo más, para compensar. Hacia los treinta y dos, la frecuencia de mis pérdidas de
conciencia me llevaron a buscar ayuda en AA, pero cuando llevaba seis meses de
sobriedad mi esposo me dijo que quería el divorcio: estaba enamorado de otra.
Hacía tiempo que no teníamos mucho en común, salvo la bebida, y tampoco eso
desde que yo no bebía. En cierto modo, no podía reprocharle que me dejara.
Cuando él se fue, las cosas resultaron difíciles, pero no imposibles. Para
seguir adelante contaba con mi trabajo, con Lindsey, mi hija de doce años, mis
reuniones de AA y mi madrina dentro del grupo. Pero después de dos años de
abstinencia comencé a pelear contra una depresión que no me abandonaba. Tuve
que pedir licencia para guardar cama, porque no podía trabajar. Mi mente andaba
a mil kilómetros por hora, diciéndome que yo era una persona horrible, un
fracaso; sin embargo, apenas podía hablar o moverme. Era como tratar de nadar
en cemento húmedo. Todo costaba demasiado esfuerzo.
Cuando Lindsey llegaba de la escuela me encontraba así, en la cama y
pidiendo que se me dejara en paz. Aunque no bebía, estaba actuando igual que mi
madre. Y Lindsey respondía exactamente como yo a su edad. Trataba de no
alterarme, asumía muchas de mis tareas y, aunque de vez en cuando reñía
conmigo, en general intentaba mejorar la situación. Yo sentía una culpa terrible
por lo que ocurría, por lo que le estaba haciendo, pero no me era posible cambiar
las cosas. Empecé a pensar en el suicidio como única salida. Hasta el horror de
que Lindsey pasara por lo mismo que yo había sufrido a su edad no hacía sino
alimentar mi sensación de ser despreciable, la convicción de que el mundo, mi hija
y todos estarían mejor sin mí.
Era mi madrina de AA la que me ayudaba a continuar. Siempre estaba
dispuesta a atender mis llamadas, a cualquier hora del día o de la noche;
muchísimas veces me bastaba con saber que podía llamarla. Oraba. Seguía los
pasos del programa. Aceptaba el amor y el apoyo de otros miembros de AA,
aunque estaba segura de no merecerlos. Finalmente, pasado casi un año y medio,
la depresión empezó a disiparse. Primero tuve una hora de sentirme bien; luego,
un día. Después, un par de días buenos seguidos. Más adelante, toda una
semana. Era como ir dejando lentamente que entrara la luz donde sólo había
oscuridad.
Por mucho tiempo esperé que la depresión volviera a dominarme, pero aún
no ha regresado. Claro que tengo días malos, pero nunca una semana entera, y ya
llevo cuatro años así.
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encarnando alrededor de los mismos temas y con otros del mismo círculo, a fin de
enseñarles, ayudarlos a curar y aportarles la luz y el amor que necesitan para soportar
su situación. Esas encarnaciones son la demostración de la ley del sacrificio y sirven
para curar a la familia o al grupo más amplio. En toda existencia existen karmas más y
más amplios que es preciso atender y curar, como los karmas individuales.
No es mi intención tratar aquí los temas del karma racial, nacional o planetario. Sin
embargo debemos reconocer cuanto menos su existencia, aparte de los karmas personal,
familiar y grupal, porque cada uno de nosotros, como miembro de estos grupos más
amplios, está sujeto a vastas fuerzas impersonales que afectan profundamente su vida
individual. No obstante, para comprender los conceptos de karma familiar y grupal
debemos aceptar que, además de ser individuos independientes, también estamos
unidos con otros, con quienes componemos unidades contribuyentes dentro del gran
cuerpo de la humanidad, que es un ser viviente por derecho propio.
El mismo cuerpo físico proporciona una analogía. Sabemos que las diversas células
individuales, en combinación con otras similares, forman órganos con tareas propias,
pero interdependientes, todas vitales para el desarrollo y mantenimiento general del
cuerpo físico. De modo muy parecido los individuos, en combinación con otros
genéticamente similares (su familia) y con intereses compartidos (su grupo), componen
unidades o círculos con tareas propias, pero interdependientes, todas vitales y
necesarias para el desarrollo de la humanidad.
Aquello que logramos como individuos, en bien de la humanidad como un todo, se
consigue por lo general, ya mediante la cooperación estrecha y armoniosa con otros de
nuestro círculo que comparten nuestro karma familiar o grupal, ya mediante reacciones
más o menos violentas contra esas mismas personas. Gran parte de nuestros problemas
con el prójimo en una existencia dada surgen porque, ligados como estamos, nos
obligamos mutuamente a experimentar dimensiones distintas y hasta opuestas de
asuntos relacionados.
Junto con los desafíos situacionales que nos presentamos unos a otros, también hay
siempre desafíos espirituales. Una madre fría e indiferente puede obligarnos a
abandonar nuestra dependencia y necesidad de aprobación para aprender a bastarnos
solos, lo cual puede ser un requisito importante para alguna otra tarea que debamos
asumir en esta vida. Por ende, esa madre nada afectuosa se convierte, en realidad, en
uno de los medios por los cuales podemos alcanzar nuestra meta. O quizás, al buscar la
aprobación de un progenitor que nos desaprueba, aceptemos desafíos que de otro modo
rehuiríamos, hasta caer un día en la cuenta de que hemos logrado cosas increíbles. Tal
vez tuvimos un padre o una madre sutilmente cruel, que ayudó a crear en nosotros una
sensible conciencia de la facilidad con que se puede infligir dolor con unas pocas
palabras, una mirada o un gesto. Como en el caso de George, un progenitor así puede
crear en nosotros la aversión por la crueldad, ayudándonos a superar conscient4mente
la misma tendencia en uno mismo. Muchos pasamos por la experiencia de decidir que
seremos muy distintos de un progenitor, en ciertos aspectos, sólo para descubrir que,
pese a nuestra decisión, estamos desarrollando esos mismos rasgos y debemos
superarlos. Así es como nuestro progenitor nos ha ayudado a despertar a nuestra tarea.
Por cierto, hay padres que nos dan el bienvenido presente del amor, pero de otros nos
llegan dones menos gratos: los de odio, debilidad, adicción, pobreza, traición y
envilecimiento, que nos proporcionan la oportunidad de redimir nuestros propios
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nacer Michael, la madre de Helen estaba furiosa con ella y el padre, como de
costumbre, borracho. Sólo Lydia, que tenía catorce años, fue al hospital para
visitar a su hermana y al sobrino recién nacido.
Como no tenía adónde ir, Helen volvió con el bebé a casa de su madre, que
pasó meses enteros sin hablarle. La muchacha trabajaba de noche para pagar sus
gastos y los del bebé. Aunque ambas lo adoraban, desde el principio tuvieron
puntos de vista muy diferentes con respecto a sus necesidades y su bienestar;
cada una de ellas estaba convencida de que la otra lo estaba haciendo todo mal.
Helen, en parte por motivos prácticos, insistía en alimentar a Michael según un
horario estricto, aunque debiera despertarlo al llegar la hora. Lydia, en cambio, lo
alimentaba sin horarios, cuando el bebé lo pedía, situación que solía echar a
perder los intentos de Helen de dormir un poco durante el día, para llegar a tiempo
a su trabajo nocturno.
Pasaron los años. Helen volvió a casarse, pero no tuvo más hijos. Lydia
nunca se casó; hasta la muerte de su madre vivió calladamente con ella; siempre
estuvo tan cerca de Michael como lo permitía su difícil relación con Helen.
Alrededor de los veinticinco años, a Michael se le diagnosticó una leucemia
mielocítica, cáncer fatal que suele matar a sus víctimas en el término de tres o
cuatro años.
Desde el momento en que se identificó su enfermedad, la madre y la tía
discutieron furiosamente sobre el tratamiento adecuado para ese joven, tan
querido para ambas. Helen, luchadora por nacimiento, consideraba la enfermedad
de su hijo como un enconado enemigo que debía combatir con todos los medios
médicos posibles. Cuando Michael inició un tratamiento de radiación y
quimioterapia, que no suelen tener demasiado éxito con ese tipo de cáncer, Lydia
se horrorizó, pues estaba convencida de que esos tratamientos debilitaban el
sistema inmunológico. Instó a Michael a explorar enfoques alternativos: un
curandero, meditación, hierbas y dieta. Su defensa de estas técnicas no
tradicionales enfureció a Helen, que la acusaba de socavar la autoridad del
médico.
Michael combinó discretamente las recomendaciones de Lydia con las del
médico y se estabilizó por un tiempo. Después de un año y medio, cuando empezó
a declinar con rapidez, cada una de las hermanas culpó a la otra.
Al aumentar los sufrimientos del joven, Lydia trató de disuadir a Helen de
continuar probando todos los recursos médicos, muchos de los cuales eran
dolorosos y agotadores. Lydia quería que Michael abandonara el hospital y volviera
a su casa; había pasado por el proceso de la muerte con dos amigos y sabía lo
bello y apacible que podría ser el pasaje. Dada su fuerte creencia en la vida
posterior y la reencarnación, estaba segura de que la actitud más amante y
bondadosa para con Michael era hacerlo sentir cómodo y ayudarlo a partir. Para
Helen era, simplemente, una traidora; ella insistió en que su hijo debía
permanecer en el hospital, donde se pudieran tomar todas las medidas de
emergencia necesarias para mantenerlo con vida. Aun cuando Michael entró en
coma, Helen continuó luchando y exhortando al médico a hacer algo, convencida
de que dejarlo morir era una terrible traición.
Así, mientras Helen guerreaba y Lydia oraba, Michael se iba poco a poco.
Cuando murió ambas mujeres habían aprendido mucho sobre las múltiples
dimensiones del cáncer y estaban profundamente dedicadas, cada una de un
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Compartir una tarea kármica como Helen y Lydia rara vez resulta fácil ni cómodo,
porque con mucha frecuencia es la misma fricción generada entre los involucrados lo
que hace posible el logro. Piensa ahora en los familiares con quienes tienes una relación
más difícil, aquellas personas con quienes compartes lazos de sangre y, muy
posiblemente, también tareas kármicas. Si pudiste apreciar que Helen y Lydia, con sus
temperamentos y perspectivas tan diferentes, eran igualmente sinceras, trata de aplicar
esa misma objetividad al análisis de aquellos con quienes estás ligado.
Imagina lo que podrías realizar junto con esos parientes con quienes luchas. Observa
de qué modo habéis crecido todos, expandiéndoos, gracias a las presiones generadas
entre vosotros. O quizá tú, como individuo, te has hecho más firme en tu fidelidad a ti
mismo, como reacción contra el familiar que constituye tu mayor némesis. Busca las
lecciones dirigidas a tu propia alma y los dones para el grupo más amplio que pueda
estar generando este vínculo. Deja que esta perspectiva expandida de la naturaleza de
tus lazos familiares se demore en tu conciencia y, con el correr del tiempo, llegarás a
apreciar como necesarias esas mismas cualidades y conductas ajenas que antes tanto te
resentían.
¿Puedes buscar, como el alquimista que se esfuerza por extraer oro de metales
comunes, lo que hay de precioso entre los aspectos más horribles y descorazonadores de
tu vida? Si lo haces lo hallarás allí, esperando tu descubrimiento consciente.
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¿A DÓNDE VOY Y CUANDO LLEGARÉ?
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Estos relatos familiares y queridos, con todos sus fantásticos detalles, ejercen hechizo
sobre nosotros una y otra vez, generación tras generación. Sin que importen las
circunstancias de nuestra vida, nos hablan, nos atraen, nos arrastran porque en verdad
son nuestra propia historia. Mediante metáforas simbólicas, nos describen a ti, a mí y a
nuestra gesta heroica: un viaje en el cual nos vemos separados de nuestra Fuente y
obligados a expandirnos por medio de la experiencia, a superar tentaciones, despejar
engaños y dominar los defectos de nuestro carácter, hasta que retornamos al hogar,
esclarecidos.
Estos relatos suelen comenzar presentando a un muchacho común, quizá algo tonto o
un joven noble que, no obstante, debe demostrar su temple. Con mucha frecuencia es el
menor de tres hermanos y, por lo tanto, el más inocente, ingenuo y lleno de optimismo.
Igual que el Loco del tarot, cuya carta sin numerar indica infinitas posibilidades (todas
ellas requieren, empero, trabajo), nuestro protagonista abandona el hogar para abrirse
camino en el mundo y buscar fortuna.
Muchas veces comienza su gesta a fin de prestar alguna ayuda al padre, así como
nosotros encarnamos para ayudar a la expansión del alma. En “El pájaro de fuego”,
cuento favorito de los rusos, el príncipe Iván, hijo menor del rey, parte en busca del
Pájaro de fuego, que ha robado manzanas de oro de la huerta de su padre. Como casi
todos los protagonistas de esos relatos (y casi todos los seres encarnados) la búsqueda
se inicia con bastante sencillez, pero pronto sus actos lo embrollan en una serie de
aventuras peligrosas. El príncipe llega a un cruce de rutas indicado por una piedra, cuya
inscripción reza: “Hacia adelante para buscar esposa, hacia la izquierda para que te
maten y hacia la derecha para perder tu caballo”. Al pensar que aún no es tiempo de
buscar esposa y sin deseos de morir, descubre que su caballo ha desaparecido. Un lobo
gris admite haber devorado su caballo, pero se ofrece a tomar su lugar, llevar al príncipe
en su lomo y actuar como fiel sirviente.
El lobo lleva al príncipe hasta el Pájaro de Fuego y le advierte que sólo debe tomar el
ave, pero no su jaula de oro. El príncipe Iván no puede resistir la tentación de tomar la
jaula; suena una alarma y lo atrapan. El rey, dueño del Pájaro de fuego, exige que el
príncipe le traiga, a cambio de su libertad, el ave y la jaula, al caballo de crines de oro.
El dilema del príncipe corre paralelo con lo que ocurre cuando el alma se abre paso entre
los peligros de la encarnación. Cada experiencia necesaria crea inevitablemente
consecuencias o karma que es preciso resolver; por un tiempo largo y cansador se
producen furiosas batallas en regiones peligrosas y aparecen dificultades que es preciso
dominar para que la parte encarnada del alma, como el vagabundo del cuento, pueda
volver al hogar.
El príncipe Iván parte, pues, en busca del caballo, advertido por el lobo de que sólo
debe tomar el caballo, no sus arreos de oro. Pero el príncipe no puede resistir la
tentación de tomar los arreos, suena una alarma y el furioso rey, dueño del caballo,
exige al príncipe que, a cambio de su libertad, el caballo y sus arreos de oro, Iván le
traiga a la Bella Helena para desposarla.
Cada uno de los desafíos equivale al elevado precio pagado por las experiencias del
alma en el plano terrestre. Estas experiencias producen consecuencias, karma que,
como la tarea a la que se enfrenta nuestro príncipe, debe ser enfrentada y superada, so
pena de que se interrumpa todo el progreso. Pueden ser necesarios muchos intentos del
príncipe Iván, muchas vidas por parte del alma, para superar esos desafíos.
En la mayoría de los relatos míticos, nuestro protagonista se ve tentado, atrapado y
desafiado; hace frente y supera diversas dificultades y, por lo tanto, va ganando
experiencia, confianza y madurez, hasta convertirse en un héroe, en un verdadero
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fuera, descendemos a la materia física y nos identificamos más y más con ella; primero,
mediante nuestro cuerpo físico, las sensaciones y experiencias que este nos proporciona;
después, mediante nuestra visión de uno mismo como personalidad, como fuerza para
realizar nuestros deseos en el mundo material. En el Camino de Retorno nos vemos
atraídos hacia nuestra fuente de origen y llevamos con nosotros todo lo que hemos
ganado en nuestras aventuras. Sin embargo, como ya hemos visto, a fin de
reconciliarnos con lo que nos envió, debemos desprendernos del karma que hemos
generado y curar las heridas ocasionadas por las experiencias vividas en el Camino
hacia fuera. Muchas de estas heridas y las configuraciones de energía congelada que las
acompañan, “cicatrices energéticas”, se eliminan mediante la comprensión, el perdón y
el remedio a través del servicio.
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después de muchas vidas, sigue el desarrollo y refinamiento del equipo emocional y, más
adelante, del aparato mental. La siguiente meta de la encarnación, que también requiere
muchas vidas, es la efectiva coordinación de todos estos elementos: los aspectos (o
cuerpos) físico, emocional y mental. Cuando estos cuerpos están finalmente alineados y
funcionando en sincronización energética, el resultado es una personalidad realmente
integrada.
La personalidad integrada, cuando se alcanza, es un potente vehículo para la expresión
en el mundo exterior, una poderosa fuerza para el bien o para el mal. Es justamente a
esta altura del desarrollo cuando el alma empieza a repara más en sus manifestaciones
en el plano terrestre. Por fin tiene, en la personalidad integrada, un vehículo lo bastante
evolucionado como para expresar en la existencia material las cualidades del alma. Y
esta empieza a llamar a gritos a su manifestación, a reclamar su vehículo de expresión.
Lo que ocurre entonces equivale a lo que pasa cuando una madre llama a su hijo
cuando está jugando, embelesado en el glorioso papel que representa en su drama de
mentirijillas. Al principio la criatura no oye siquiera el llamado de su madre, tan fuerte
es el mágico hechizo bajo el cual está; cando por fin escucha la voz del adulto, se
resiente por la intromisión y se niega a acudir. Par que entre en la casa serán necesarias
medidas más fuertes.
Lo mismo sucede cuando el alma llama a la personalidad integrada, que está en el
mejor momento de su potencia en el plano terrestre y se resiste, resentido por la
llamada. Se produce entonces una lucha entre la personalidad y el alma. Sigue una serie
de vidas en las que la presión del sufrimiento, generado por fallas en nuestro carácter,
acaba por hacernos reconocer las limitaciones de nuestro egocentrismo y obstinación.
Cuando el príncipe Iván despidió al lobo, decidiendo que le bastaban su fuerza y su
sagacidad para completar solo el viaje, sufrió la peor de todas las catástrofes: fue
asesinado y yació muerto por mucho tiempo. Sólo el lobo, con sus cuidados, pudo
despertarlo y levarlo al hogar.
Todos debemos aprender, tarde o temprano, que no es posible hacer solos el viaje.
Debido a grandes presiones, a veces terribles, nuestra personalidad desarrolla la
disposición a rendirse a un poder superior, más grande que ella. Cuando lo hacemos se
produce la curación gradual o súbita de esas dificultades que provocaron nuestra
rendición.
A media que recorremos el Camino de Retorno vamos cobrando cada vez más
conciencia de que el alma nos guía. Se repiten episodios incompletos de vidas anteriores,
de los que aún llevamos heridas y cicatrices, pero reaparecen como ciclos de curación.
Se generan presiones; somos sometidos a pruebas. A su debido tiempo nos rendimos a
esos ciclos de curación; los resultados son comprensión, perdón y servicio.
Cuanto más nos encontramos con el viejo karma y lo superamos, cuanto más curamos
viejas heridas y eliminamos antiguas cicatrices, más fuerte y consciente se torna nuestra
identificación con el alma. A lo largo de innumerables vidas, desarrollamos un vehículo
cada vez más refinado y sensible para la expresión el alma, hasta que al fin se disuelve
la división entre lo que se manifiesta en materia y eso que lo envió a su manifestación.
Se alcanza la unión entre el alma y su vehículo. Como veremos más adelante, la
expiación es el paso final de esa reconciliación.
El viaje que nos aleja y nos regresa a nuestra fuente es un largo proceso de etapas y
ciclos, cada uno diferente de los otros. Así como un apersona joven y otra madura
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asumirán, sin duda, enfoques diferentes del mismo problema, también el alma que
llamamos “joven”, en el Camino hacia fuera, y el “alma vieja”, en el Camino de Retorno,
reaccionarán ante situaciones y condiciones similares de manera notablemente distinta.
Como alma joven que busca la experiencia necesaria, con frecuencia tendemos a iniciar
y perpetuar las dificultades, mediante una postura combativa o una empecinada
determinación de imponernos. Así debe ser, pues estamos desarrollando el valor físico y
la integridad personal que ejercitamos por su propio valor, y aprendiendo a defendernos
solos. Ponemos un fuerte acento en las palabras “yo”, “mío”, “a mi”. Lo que tratamos de
alcanzar es, ante todo, para nuestro yo personal; más tarde esta esfera puede extenderse
a “mi” esposa, “mis” hijos, “mi” familia, “mi” comunidad, “mi” país. Ejercemos el poder
por el poder mismo y en beneficio personal. Podemos actuar como soldados
heroicamente valerosos, pero como civiles nos enredamos en problemas con la
autoridad, por nuestras reacciones agresivas ante quien se nos oponga. Esta perspectiva
egocéntrica de lo que afecta a nuestra vida personal, ya sea el armamento nuclear o el
ladrido del perro vecino, es en un todo adecuada para el Camino hacia fuera y abre paso
al desarrollo subsiguiente. Después de todo, a fin de practicar la verdadera valentía
moral debemos haber desarrollado primero la valentía física. Y en términos de desarrollo
psicológico, debe existir un yo para poder trascender el yo.
Cuando estamos en el Camino hacia fuera la vida es muy diferente de cuando nos
acercamos al Punto de Integración; más diferente aun, cuando avanzamos por el Camino
de Retorno. Cualesquiera sean las circunstancias exteriores, en las primeras etapas del
viaje la vida es una aventura caótica y dramática, que evoca fuertes reacciones físicas y
emocionales de todo tipo. Dominar el cuerpo físico, aumentando su fuerza y
perfeccionando sus habilidades, es una preocupación común. Pero nuestro dominio
consciente de las emociones es muy inferior al que tendremos en un punto posterior del
Camino. Como aún no hemos desarrollado bien las habilidades mentales, generalmente
nos sentimos más felices dedicados al as tareas físicas que a los emprendimientos
intelectuales.
Cuando se llega al Punto de Integración, ya no se vive mediante la reacción, sino
mediante la acción lograda utilizando el pensamiento racional y el control consciente.
Hemos desarrollado la capacidad de concebir metas y llevarlas a cabo mediante un
planeamiento deliberado. Estamos logrando ascendiente en la vida; percibimos nuestro
poder y eso nos intoxica.
En esta etapa de la evolución, el reconocimiento nos resulta muy importante. Es en el
Punto de Integración donde tenemos más probabilidades de ser reconocidos por nuestro
poder, loros e influencia. La mayoría de quienes aparecen en los diarios (políticos, gente
de la industria del espectáculo, líderes de movimientos) están en el Punto de Integración
y ejercen su gran poder para el bien o para el mal. En la fuerte personalidad que
caracteriza a quien está en el Punto de Integración hay siempre dos rasgos presentes: la
obstinación y el egocentrismo. La obstinación es el convencimiento de que nuestro punto
de vista es el adecuado, junto con una gran decisión de alcanzar nuestros fines. El
egocentrismo es la preocupación por nuestra condición de inigualables y la exigencia de
que otros noten y aprecien esa condición. Con frecuencia, esta exigencia de ser
reconocidos como personas especiales es lo que, tarde o temprano, provoca las pruebas
y las dificultades que acaban por reconciliarnos con nuestra alma. Y a medida que
renunciamos poco a poco a la obstinación y el egocentrismo, giramos en la esquina de la
evolución y comenzamos a recorrer el Camino de Retorno.
Una vez que se escucha y atiende la llamada del alma, cambian todas las reglas para
vivir. Tras haber internalizado, con gran esfuerzo, normas y guías para vivir
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Para quien está en un punto del Camino, los valores, creencias y actos de otra persona
que esté en un punto diferente pueden parecer incomprensibles y hasta insostenibles.
Sin embargo, una vez que el individuo ha avanzado lo suficiente por el Camino de
Retorno (punto que muy pocos han alcanzado) se logra la verdadera tolerancia. Así como
el adulto acepta que el niño tiene una comprensión y una capacidad limitadas por su
falta de desarrollo, así la persona que está en un punto avanzado del Camino de Retorno
respeta y honra las actitudes y conductas de otros viajeros, que aún no han avanzado
tanto a través de tantas vidas.
Sólo un ser del más alto desarrollo espiritual es capaz de ver con comprensión su
Camino a lo largo de muchas vidas. Se dice que el Buda, en su iluminación final, vio con
claridad cada una de Sus vidas en la tierra y comprendió la contribución de cada una.
Cuando logremos la conciencia para cuyo desarrollo hemos venido, también nosotros
reveremos odas nuestras vidas al mismo tiempo.
Mientras tanto, debido a los necesarios límites de nuestra perspectiva, tendemos a
creer que esta existencia de la que tenemos conciencia, la que estamos viviendo en la
actualidad, es lo que somos y quien somos en nuestra totalidad. Pero muy
ocasionalmente algo nos insinúa que, en realidad, existe un cuadro mucho más amplio,
al que ya hemos contribuido mucho y que, a su vez, influyó sobre el tipo de existencia
que vivimos ahora.
El siguiente relato ilumina el despliegue de conciencia y el progreso de una mujer por
el Camino, a lo largo de sucesivas vidas. Es una adiestradora de caballos a la que
llamaré Paula, una mujer que, en vez de adoptar los métodos comúnmente utilizados en
su profesión, con frecuencia crueles, se ha ganado admiración y respeto por su enfoque
humano. Utiliza un contacto suave y tranquilizador con todos los animales a que se
enfrenta, por muy desafiante que sea su conducta, sintonizando su carácter [único y su
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Esto ocurrió hace unos seis meses. Cuando había dado por finalizada una
conferencia ante una gran multitud, se me acercó una mujer que se presentó con
el nombre de Anna; después de entregarme una hoja de papel plegado, me pidió
que lo leyera más tarde, a solas. Le di las gracias, guardé la nota en el bolsillo del
abrigo y me olvidé por completo de ella hasta que, semanas más tarde, volví a
ponerme el mismo abrigo. En la nota Anna se identificaba como psíquica y escribía
que, durante la conferencia, había visto en el escenario a un hombre corpulento
vestido al estilo de la Regencia, atrás de mí, a mi izquierda. Anna lo identificaba
como uno de mis Guías, que había sido yo misma en otra vida.
Anna lo observaba mientras yo hablaba y aseguraba haber visto escenas de
su vida y las circunstancias de su muerte. El también había sido adiestrador de
caballos, particularmente brutal en sus métodos y dado a descargar su enojo en
los animales. Murió por la coz de un caballo que lo golpeó en la espalda, en la zona
del riñón izquierdo. Su muerte fue lenta y muy dolorosa, por lo que tuvo mucho
tiempo para analizar su propia angustia y la que a su vez había causado.
Anna escribía que, a través de sus sufrimientos, él había consumido cuanto
menos parte del karma generado durante esa vida inhumana. Sugería que quizá
yo tuviera una cicatriz accidental o una marca de nacimiento en esa misma zona
de la espalda.
Al leer esa nota supe de inmediato que todo lo escrito allí era verdad. Yo
conocía las experiencias de ese hombre de la Regencia; sabía que él era parte de
mí y que me instaba a utilizar métodos mejores en esta vida. Lo más asombroso
es, quizá, que en verdad tengo una gran marca de nacimiento roja en la espalda,
por la zona del riñón izquierdo.
Con frecuencia, como en el caso de Paula, hay evidencias físicas de los traumas
sufridos en vidas pasadas, bajo la forma de cicatrices, marcas de nacimiento,
deformidades o debilidades. También suele ocurrir que las vidas subsiguientes revelen el
proceso incremental de la evolución de conciencia. Imaginemos, por ejemplo, que Paula
había estado relacionada con los caballos en muchas existencias, antes de su
encarnación en el adiestrador de la época de Regencia, incluida alguna vida en que
perdió a un ser amado en un accidente provocado por el capricho de un animal. El dolor
de esta pérdida hizo que la ira y la angustia quedaran congeladas en ella. Entonces
siguió su existencia como el adiestrador de la Regencia, que se vengaba por medio de
sus métodos brutales, ideados para eliminar cualquier capricho semejante, con lo que se
obtenían caballos tan cansados por el castigo que eran sólo autómatas quebrados.
El cruel adiestrador, al morir, sufrió un despertar causado por la herida, que era
consecuencia directa de su inhumanidad. Este despertar a la angustia que había
infligido fue resultado de su propia experiencia personal del sufrimiento físico,
combinado con la evolución de su conciencia.
Despertares tales pueden producirse mientras el ser está aún en el cuerpo físico o
durante el “repaso postmortem” (frase acuñada por Kenneth Ring, que ha estudiado
extensamente las experiencias de cuasi-muerte). Recordemos que, durante el repaso
postmortem, se ven los sucesos y experiencias de la encarnación recién completada con
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A medida que avanzamos por el camino, llevamos con nosotros y demostramos todas
las grandes etapas de desarrollo por la que hemos pasado hasta ahora, como individuos
y como especie. El principio biológico de que “la ontogenia recapitula la filogenia” *
describe este proceso en el reino físico. Quien haya estudiado siquiera una lección de
biología recordará, por ejemplo, que los mamíferos presenta, en la primera etapa
embriónica, las agallas de sus remotos precursores evolutivos, moradores del mar.
El principio recapitulatorio opera tanto en la conciencia humana como en la anatomía.
En cada uno de nosotros está el mapa completo de nuestra conciencia sin desarrollar, a
lo largo de los siglos, recapitulada emocional y conductistamente durante nuestro
desarrollo, desde la infancia y la niñez, a través de la adolescencia, hasta la edad adulta.
Un ejemplo es la etapa durante la cual gran parte de las actividades lúdicas de los
niños varones involucra el uso de armas (espadas, pistolas, etcétera) y fingidas batallas
a muerte. Los niños que no tienen pistolas de juguete utilizan palos o cualquier objeto
disponible para representar un arma. Con frecuencia los padres, deseosos de inculcarles
valores no violentos, tratan de reprimir lo que es, en realidad, la saludable expresión de
una etapa normal de desarrollo, que recapitula la evolución de la valentía física en la
especie humana. Los padres pacifistas cuyos hijos disfrutan de juegos violentos pueden
consolarse pensando que hasta el más altruista de los hombres pasa por ese estadio
natural de la niñez.
Pero no todos los niños superan esta etapa violenta, así como no todos los individuos
maduran hasta ser capaces de expresar los mayores logros de la humanidad. Esa
capacidad depende de diversos factores: la propia etapa individual de evolución de la
conciencia, alcanzada por la suma de vidas completadas; las fuerzas y limitaciones de
los actuales cuerpos físico, astral-emotivo y mental, y factores determinantes del
ambiente actual elegido, incluida la familia, el grupo social y la cultura en general.
Obviamente, cada uno de estos factores puede servir para alentar o inhibir la plena
expresión de lo que el individuo ha alcanzado por cuenta del alma.
En un raro ejemplo de esto, cierta pareja pidió a una psíquica amiga mía que efectuara
una lectura de su hija retardada. He aquí parte de su interpretación.
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Cuando mi amiga entregó esta lectura a los padres, ellos exclamaron que la
dulce presencia de la hija les había enseñado muchas cosas que, de otro modo, no
habrían descubierto. Sin duda, no todos los niños de ese tipo son tomados como
una bendición por los responsables de su bienestar. Con frecuencia ocurre lo
contrario. Pero cada uno es siempre un catalizador para provocar algún grado de
transformación, como la niña del caso arriba citado.
_________________________________
* ontogenia: desarrollo del organismo individual
filogenia: evolución de una raza o un grupo de organismos genéticamente
relacionado (como especie, familia u orden)
Toda encarnación nos presenta desafíos en mayor o menor grado, siempre al servicio
de la transformación. Este proceso transformativo se lleva a cabo constantemente, pero
está disimulado en los detalles diarios de la vida. Como hemos visto, queda aun más
oscurecido por el hecho de que no todos avanzamos en la misma dirección al mismo
tiempo. A veces, aunque las condiciones exteriores puedan ser similares, las personas
pueden estar a milenios de distancia en cuanto a desarrollo. Imaginemos, por ejemplo, a
tres hombres encarcelados en la misma prisión, condenados por sus delitos.
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Toda encarnación nos presenta desafíos en mayor o menor grado, siempre al servicio
de la transformación. Este proceso transformativo se lleva a cabo constantemente, pero
está disimulado en los detalles diarios de la vida. Como hemos visto, queda aun más
oscurecido por el hecho de que no todos avanzamos en la misma dirección al mismo
tiempo. A veces, aunque las condiciones exteriores puedan ser similares, las personas
pueden estar a milenios de distancia en cuanto a desarrollo. Imaginemos, por ejemplo, a
tres hombres encarcelados en la misma prisión, condenados por sus delitos.
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Es natural que, habiendo leído todo lo anterior, te preguntes en qué punto del Camino
estás. ¿Te encuentras en el Camino hacia Afuera, perfeccionando la identificación y el
dominio de tu cuerpo físico, desarrollando el coraje físico y un sentido del yo? ¿Estás
llegando al Punto de Integración, ansioso de probar tus poderes de líder para mandar,
controlar, influir sobre personas y acontecimientos? ¿O estás en el Camino de Retorno,
tratando de conocer y remediar tu karma no resuelto, mediante la comprensión y el
servicio?
Puesto que te atrajo el material contenido en este libro, indudablemente estás en el
Punto de Integración o muy cerca de él, o quizá comienzas ya a salir de ese punto hacia
el Camino de Retorno. En una fase anterior de tu evolución de conciencia, estos temas te
habrían despertado poco o ningún interés. En un punto posterior del Camino de Retorno
el material también resulta poco relevante, pues ya habrías progresado hacia temas más
universales y menos personales.
Si estás leyendo este libro, es probable que estés en el punto donde el héroe cambia de
rumbo. Pero recuerda que esa coyuntura crítica, dada la enorme escala de tu viaje, se
extiende a lo largo de varias vidas. Esto me recuerda lo que me dijo un hombre que
había pasado muchos años como piloto de un buque cisterna.
-Primero descubres que, por algún motivo, vas hacia una dificultas. Quizá te has
desviado del curso. Quizás adelante hay algo que no debería estar allí y es preciso
evitarlo. De modo que aminoras la marcha. Una vez que las hélices han dejado de girar,
inviertes su dirección para detener el avance del barco. Aumentas cada vez más la
potencia de esas hélices invertidas, pero aun así el barco sigue avanzando en la misma
dirección por bastante tiempo. Cuando se maneja tanto peso, masa e impulso, se tarda
un poco en detectar señales exteriores de que uno va a poder cambiar el curso.
Quizá nuestras vidas, en el punto de giro, se parecen un poco a ese inmenso buque en
manos de su capitán. Según todas las señales exteriores, el mismo impulso del viaje nos
lleva cada vez más lejos de la costa. Sin embargo, la Inteligencia que nos guía ya ha
puesto en movimiento las fuerzas que detendrán nuestra marcha y nos harán girar para
llevarnos de nuevo hacia el hogar.
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SEPARACIÓN DE LA FUENTE:
expansión - experiencia
Expansión Experiencia
Prueba: valentía espiritual
Alma vieja
Camino de retorno
Punto de
Integración
Camino hacia afuera Alma en
maduración
Alma joven Prueba: valentía
Prueba: valentía física moral
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Por qué a mi, por qué esto, por qué ahora
Expresión – Experiencia
Expresión Experiencia
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Por qué a mi, por qué esto, por qué ahora
• Vehículo físico
• Identificación con cuerpo físico/personalidad
• Exploración de límites físicos/búsqueda de sensaciones
• Desarrollo de capacidades físicas
• Escaso control de impulsos
• Karma generado por actos físicos
• Dirigido por otros (buen soldado, miembro de equipo, seguidor)
• Conciencia primitiva: “Está mal si me descubren”
• Afinamiento psíquico inferior (basado en plexo solar)
• Compasión incipiente
Motivado por el deseo de gratificación física
LA FINALIDAD DE LA INCERTIDUMBRE
Mientras estamos encarnados, uno de los grandes desafíos es no saber adónde vamos,
mucho menos si llegaremos o no. En este punto de coyuntura crítica en el que somos
más introspectivos y más sensibles a los sufrimientos propios y ajenos, debemos luchar
constantemente, no sólo con esas difíciles condiciones exteriores a las que nos
enfrentamos, sino también con todas nuestras dudas y miedos interiores.
Quizá te preguntes por qué todo debe ser tan difícil. El proceso sería mucho más
eficiente si se nos asignaran las tareas y pudiéramos cumplirlas directamente. ¿Por qué
no se nos permite saber?
En el tarot, la carta de la Luna representa esos períodos en los que hasta Dios nos
esconde la cara: nuestros tiempos de dudas más profundas, la noche oscura del alma.
En períodos tales muchos buscamos el asesoramiento de psíquicos, astrólogos y
personas hábiles en el arte de la adivinación. Que esas consultas sean o no acertadas y
útiles depende de diversos factores: de la capacidad del psíquico y el grado de
afinamiento que logre ese día; del entendimiento energético entre nuestros Guías y los
del psíquico (porque en una buena lectura, lo que nuestros Guías puedan comunicar a
los del psíquico es lo que este nos traduce); de que el desarrollo espiritual del psíquico
pueda adecuarse al material espiritual que se nos comunique; de que alguna parte de la
lectura nos haga sentir amenazados al punto de distorsionarla o ignorarla, y por fin, de
que sea o no el omento adecuado para que sepamos más, para reconfortarnos con la
promesa de mejores cosas por venir, o de que debamos continuar en la oscuridad por
algún tiempo más.
A los treinta y cinco años, mientras atravesaba el período más sombrío de mi vida
adulta, visité por primera vez a una psíquica, que leía el tarot con asombrosa exactitud.
¡Algunas de sus predicciones comenzaron a cumplirse casi en cuanto salí de su oficina!
Durante muchas veces escuché todas las mañanas la cinta grabada de nuestra sesión,
mientras me preparaba para el trabajo, pues su promesa de que las cosas mejorarían
me ayudaba a resistir, en tanto la rueda de la Fortuna giraba lentamente hacia una
posición más benéfica.
A los cuarenta y dos años, cuando volví a encontrarme sin rumbo, tras abandonar casi
todas las metas que había perseguido y alcanzado, busqué nuevamente la ayuda de los
psíquicos. Pero por entonces nadie podía hacerme una lectura exacta. En mi
desesperación, aprendí sola astrología, quiromancia y tarot, con la esperanza de
desentrañar el misterio que estaba viviendo. Estas herramientas me ayudaron a pensar
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¿CÓMO PUEDO AYUDAR A MI PROPIA CURACIÓN Y A LA DE OTROS?
Tal vez conozcas la historia de cierto granjero, habitante de un caserío alejado, cuya
vaca desapareció de la dehesa. Al iniciar la búsqueda se encontró con su vecino, quien le
preguntó a dónde iba. Al enterarse de que el granjero había perdido la vaca, el vecino
meneó la cabeza y comentó:
-¡Qué mala suerte!
-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe? –replicó el granjero y continuó su camino.
En las colinas, más allá de las tierras cultivadas, halló a su vaca pastando junto a un
hermoso caballo; cuando condujo a la vaca hacia su casa, el caballo la siguió.
A la mañana siguiente el vecino vino a preguntar por la vaca. Al verla pastar junto a un
hermoso caballo, preguntó al granjero qué había ocurrido y, al enterarse de que el
caballo había seguido a la vaca hacia la casa, exclamó:
-¡Que buena suerte!
-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe? –replicó el granjero. Y continuó con sus
tareas.
Al día siguiente llegó su hijo, a quien el ejército había dado licencia. Inmediatamente
trató de montar al hermoso caballo, pero fue arrojado a tierra y se fracturó una pierna.
Cuando el vecino pasó rumbo al mercado, vio al joven sentado en el porche, con la
pierna entablillada y vendada, mientras el padre trabajaba en la huerta. Entonces
preguntó qué había ocurrido y, al enterarse, meneó la cabeza, diciendo:
-Que mala suerte!
-Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe? –replicó el granjero, sin dejar el azadón.
Al día siguiente apareció el pelotón del muchacho, marchando por la ruta. De la noche
a la mañana había estallado una guerra y era preciso presentar la batalla. Como el hijo
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Casi todos somos como el vecino de este pequeño cuento. Reaccionamos y opinamos
según lo que ocurre en un momento dado de la historia en desarrollo. Un hecho aislado
¿es una bendición o una desgracia? Dejamos que lo decidan nuestras emociones. Pero si
pudiéramos, de algún modo, liberarnos mágicamente de las emociones (sobre todo del
miedo, cuando nos acosa la adversidad) no la llamaríamos adversidad, sino “cambio”,
porque eso es lo que todo acontecimiento o situación imprevista exige de nosotros: que
cambiemos hasta cierto punto.
Los dos conceptos, adversidad y cambio, están tan inextricablemente ligados que
tendemos a medir la gravedad de una dificultad dada por el grado de cambio que exige.
Nos definimos según las situaciones y circunstancias que experimentamos a diario y nos
resistimos a toda alteración, por el miedo muy básico a perder nuestra identidad.
¿Quién seremos si ya no podemos hacer lo que estamos habituados a hacer de la
manera acostumbrada? ¿Podremos arreglarnos, enfrentar el desafío? Sabemos por
instinto que el exceso de cambio y de tensión, por sobre nuestra capacidad de
adaptación, debilita nuestra salud, tanto física como mental. Nos desvitaliza.
Sin embargo el cambio es necesario para la vida; en verdad, es la esencia misma de la
vitalidad. Cuando está bloqueado se produce una disminución en el flujo de la energía
vital, que provoca la torpeza del estancamiento o la rigidez petrificada de la
cristalización. La adversidad, que nos obliga a cambiar, nos incita, nos arranca de los
hábitos viejos, nos estira y exige que despertemos y desarrollemos las partes no
utilizadas. Nos revitaliza.
Por lo tanto, ¿qué es? ¿Revitalizante o desvitalizante? ¿Da energías o debilita? El
cambio puede ser cualquiera de las dos cosas. Y puede ser ambas cosas a la vez.
En el tarot existe una carta llamada la Torre, que representa la súbita fuerza explosiva
de la catástrofe. Representa una torre partida en dos por un rayo y dos indefensas
siluetas humanas que caen de cabeza hacia la tierra. Obviamente, esta carta representa
una súbita calamidad, el desastre, una emergencia: todas las eventualidades que más
tememos. Nadie se alegra cuando aparece la torre en un abanico de tarot. Pero la Torre
suele ser necesaria, pues también indica la ruptura de las situaciones difíciles, el fin del
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Los dos conceptos, adversidad y cambio, están tan inextricablemente ligados que
tendemos a medir la gravedad de una dificultad dada por el grado de cambio que exige.
Nos definimos según las situaciones y circunstancias que experimentamos a diario y nos
resistimos a toda alteración, por el miedo muy básico a perder nuestra identidad.
¿Quién seremos si ya no podemos hacer lo que estamos habituados a hacer de la
manera acostumbrada? ¿Podremos arreglarnos, enfrentar el desafío? Sabemos por
instinto que el exceso de cambio y de tensión, por sobre nuestra capacidad de
adaptación, debilita nuestra salud, tanto física como mental. Nos desvitaliza.
Sin embargo el cambio es necesario para la vida; en verdad, es la esencia misma de la
vitalidad. Cuando está bloqueado se produce una disminución en el flujo de la energía
vital, que provoca la torpeza del estancamiento o la rigidez petrificada de la
cristalización. La adversidad, que nos obliga a cambiar, nos incita, nos arranca de los
hábitos viejos, nos estira y exige que despertemos y desarrollemos las partes no
utilizadas. Nos revitaliza.
Por lo tanto, ¿qué es? ¿Revitalizante o desvitalizante? ¿Da energías o debilita? El
cambio puede ser cualquiera de las dos cosas. Y puede ser ambas cosas a la vez.
En el tarot existe una carta llamada la Torre, que representa la súbita fuerza explosiva
de la catástrofe. Representa una torre partida en dos por un rayo y dos indefensas
siluetas humanas que caen de cabeza hacia la tierra. Obviamente, esta carta representa
una súbita calamidad, el desastre, una emergencia: todas las eventualidades que más
tememos. Nadie se alegra cuando aparece la torre en un abanico de tarot. Pero la Torre
suele ser necesaria, pues también indica la ruptura de las situaciones difíciles, el fin del
estancamiento, un hecho súbito que libera la energía congelada. Cualquier emergencia
pide y hasta exige de nosotros las cualidades y habilidades humanas más elevadas y
heroicas. Requiere que emerja lo mejor. Quienes se han enfrentado a la necesidad de
acción en una emergencia suelen decir que, en esa ocasión, se sintieron más vivos que
nunca, más en contacto con el poder innato, más conectados con la totalidad de la vida.
Se vieron arrebatados por encima de su identidad cotidiana, esa misma identidad a la
que, normalmente, nos adherimos con tenacidad. Frente a un gran peligro se deja caer
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En una encarnación dada podemos encontrarnos a punto de curar una condición que
ha existido por muchas vidas. Como lo demuestra el relato siguiente, las experiencias
traumáticas y los cambios catastróficos pueden proporcionar el catalizador necesario
para una curación profunda.
Bárbara, que tiene alrededor de treinta y cinco años, irradia una serena fuerza, pese a
su marcada cojera y su brazo marchito. Suaves líneas de risa le rodean los ojos, junto
con otras grabadas por los constantes dolores físicos que soporta. Y hay también líneas
más sutiles, que insinúan un conocimiento personal del rayo que hace volar la torre. He
aquí la historia de Bárbara, en sus propias palabras:
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Este relato ejemplifica muchos de los puntos delineados en este libro. Bárbara eligió
encarnar en una familia y un ambiente social en los que se sintiera fuera de lugar y
sutilmente deficiente. La explotación sexual que soportó de su abuelo adoptivo acentuó
su sensación de aislamiento e incrementó su defecto de carácter: la autocompasión.
Bárbara disimulaba su vulnerabilidad dentro de la personalidad disciplinada de la atleta
responsable, papel que estructuraba cómodamente sus interacciones con el prójimo. En
la edad adulta agregó, al papel de competidora, el de instructora. Sólo dentro de estos
estrechos confines podía sentirse digna y a salvo.
La curación de bárbara, durante su experiencia de cuasi muerte, se produjo
principalmente en el plano mental inferior de su campo de energía, el plano de los
pensamientos teñidos de emoción y deseo. En este plano existen las visiones
distorsionadas que uno tiene de quien es, así como la falta de sinceridad que tiene
contra sí mismo y que lo aparta del alma. La autocompasión de Bárbara y la imagen de
víctima que de sí misma tenía eran sus principales distorsiones, generadas sin duda en
otras encarnaciones, que atraían una y otra vez nuevos incidentes de victimación y
combustible para la autocompasión, vida tras vida. La clave para curar estas
distorsiones era su logro de la comprensión objetiva, producida por el contacto con su
alma durante la muerte clínica.
La comprensión objetiva, el plano de pensamiento libre de emociones o deseos, es del
nivel mental más elevado, aquel donde mora el alma. Es nuestra propia alma lo que
encontramos al abandonar el cuerpo físico y experimentar el repaso postmortem. El
contacto de Bárbara con su alma curó sus creencias distorsionadas, provocando
también una curación del campo emocional. Cualquier corrección en los planos elevados
del campo energético humano promueve, mediante la inducción, las correspondientes
correcciones en los planos inferiores del campo. Fue por orden de su alma que ella volvió
al plano terrestre y continuó su obra aquí, en esta vida.
Y tal como supone su capacidad de abandonar el cuerpo, desarrollada a fin de soportar
los repetidos vejámenes que sufría cuando niña, fue la clave para retener el recuerdo de
su curación.
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LA NATURALEZA DE LA CURACIÓN
La verdadera curación ocurre en planos muchos más sutiles que el físico e involucra
configuraciones energéticas que han persistido a lo largo de muchas vidas. Liberar el
cuerpo emocional de las distorsiones y los engaños que hay en él ejerce un efecto
sumamente beneficioso en el funcionamiento físico, pero la curación más profunda
posible es la del cuerpo mental.
Todo lo que somos durante una encarnación emana de los planos mentales, pues en
verdad “así como el hombre piensa, así es él”. Según avanzamos en el Camino hacia
Afuera, desde la inocencia a la madurez, nuestros traumas nos llevan a desarrollar
creencias definidas sobre uno mismo y la naturaleza de la vida. Cuando empezamos a
recorrer el Camino de Retorno, la vida se encamina hacia el desprendimiento de esas
distorsiones. Imaginemos que el Yo superior de Bárbara, antes de esta vida, aceptó
participar en una encarnación que presentara un poderoso desafío a sus arraigadas
convicciones con respecto a su aislamiento y su victimación. Naturalmente, debía atraer
una vez más, por el principio de resonancia morfogenética, a personas y hechos que
concordaran con su sistema de creencias. Pero en esta oportunidad provocó el hecho
catalítico y cataclísmico que hizo posible el gran progreso: pidió que se le entregara la
carta de la Torre.
Recordemos lo que sufrió Bárbara a fin de recordar su cuasi muerte y dejarse
transformar por ella. En primer lugar, se atenuó el velo entre la conciencia en el estado
físico y la conciencia en lo no físico, a medida que ella aprendía a abandonar el cuerpo
durante los vejámenes. Luego recibió un daño tan grave que fue expulsada de su cuerpo
físico. Por fin, aunque acabó por recobrarse, retuvo algunos de los efectos
discapacitantes de su trauma físico. Ese fue el precio, aceptado antes de su encarnación
actual, de la iluminación que alcanzó y la profunda curación a la que fue sometida.
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Todo problema es una tarea encomendada por tu alma. Por lo tanto, debes reconocer
que hay un propósito en tu problema, tu herida, tu dolencia, tu incapacidad, tu
enfermedad terminal; trata de alinearte con esa adversidad, es decir: busca lo que trata
de enseñarte. Recuerda que, desde la perspectiva del alma, un cambio de conciencia
tiene mucho más valor que una “cura”. Por lo tanto, sigue el sabio consejo del rey
Salomón: “Con todas tus ganancias, gana entendimiento”. Haz de ese entendimiento el
objetivo de tu búsqueda y ten fe en que serás recompensado.
Existe un delicioso cuento sobre dos niñitos, uno optimista, pesimista el segundo.
Alguien lleva al pesimista a una habitación colmada de maravillosos juguetes de todo
tipo, pero en cuanto está adentro el niño se sienta junto a la puerta, haciendo pucheros.
Rato más tarde lo sacan de la habitación y le preguntan por qué se sentía tan
desdichado.
-Estaba seguro de que, en cuanto eligiera un juguete que me gustara mucho, se me
rompería –responde, angustiado.
Mientras tanto, el pequeño optimista ha sido llevado a una habitación llena de estiércol
y allí está, cantando una canción de vaqueros, mientras excava alegremente. Cuando se
lo invita a salir sacude la cabeza y continúa cavando.
-Estoy seguro de que, con tanto estiércol –anuncia, entusiasta- , ¡por aquí tiene que
haber un pony.
Cree en el pony. Cree en el don escondido en toda la …… bueno, tú me entiendes.
NO TE PERMITAS LA AUTOCOMPASION
Puedes pensar que un poco de autocompasión es natural y permisible, con tanto como
estás sufriendo. Sin embargo, es una indulgencia odiosa que se vuelve habitual con
facilidad. Una vez que se instala, el hábito de la autocompasión actúa sobre nuestra
conciencia como una droga a la que somos adictos, proporcionando una seductora
excusa para permitirnos más… y permitirnos la autocompasión es, como consumir
habitualmente drogas, una barrera muy efectiva contra el desarrollo espiritual.
Culpar a otros es, como la autocompasión, una práctica permisiva que nos impide
hacernos responsables de nuestra propia vida. Ninguna parte de la ley espiritual
establece que otra persona tenga la culpa de nuestros problemas, ni en esta vida ni en
las anteriores. Si recordamos que todas nuestras dificultades, aun aquellas vinculadas
con el prójimo, cumplen en nuestra evolución una finalidad importante, reconoceremos
en nuestros enemigos a los agentes de la iluminación. No obstante, esto no significa que
debamos disfrutar de todos nuestros tratos con estos agentes del karma.
Un sabio refrán antiguo nos aconseja:
Cuando te enfrentes a un enemigo
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Alábalo,
Bendícelo,
Déjalo ir.
Bendecir a nuestros enemigos, desearles todo el bien que desearíamos para nosotros
mismos, es un modo excelente de alcanzar la propia liberación.
En cierta ocasión tuve que trabajar en un centro asistencial con otro terapeuta que me
acosaba constantemente, y me despreciaba y socavaba mi obra con nuestros pacientes.
Debido a sus maniobras aprendí a ser más directa y empecinada, por lo cual trataba de
estar agradecida, pero esa constante lucha con él me desgastaba. Comencé a afirmar en
silencio: “Este hombre va a obtener su bien más elevado, cualquiera sea”. Un día, luego
de haber estado repitiendo esta afirmación por algunas semanas, él anunció
súbitamente que se iba, pues le habían ofrecido un cargo mucho mejor.
Tales afirmaciones, hechas con tanto amor como sea posible, ponen en movimiento el
mandato bíblico: “No has de resistir al mal, sino superarlo con el bien”.
La verdad superior oculta tras nuestras dificultades con otros es que, en realidad,
estamos aquí para ayudarnos mutuamente a avanzar por el Camino. Sin negar que los
problemas existen, podemos atemperar mucho las dificultades interpersonales enviando
bendiciones.
A veces, cuando las cosas están muy mal, una revisión de nuestras bendiciones puede
servir de excelente antídoto contra la depresión insidiosa y la autocompasión. Cuanto
más nos concentramos en nuestras bendiciones, más liviana se nos hace la carta. Y si
también podemos apreciar los progresos que ya hemos hecho (las lecciones aprendidas y
la comprensión que hemos logrado al enfrentar los desafíos previos) esto nos ayuda a
tener fe en que nuestras dificultades actuales también rendirán su fruto, a su debido
tiempo.
Esta “actitud agradecida” no es, simplemente, un intento de restar importancia o negar
una adversidad muy real, al estilo de Pollyanna. Más bien, es una disciplina espiritual
que consiste en apartar el foco de la conciencia de los aspectos negativos de nuestra
situación y elevarlo hacia los positivos. Al apartar los pensamientos de lo negativo, con
suave firmeza, lo positivo se convierte en una parte mayor de la realidad experimentada.
Un paciente drogadicto en recuperación me dijo en cierta ocasión: “¡La actitud es la
mejor de todas las drogas!” Estoy de acuerdo. Y ya que podemos elegir cuál será nuestra
actitud, ¿por qué no elegir una que nos eleve en vez de aplastarnos?
Es virtualmente imposible, durante una encarnación, evaluar en qué parte del Camino
estás; tampoco suele ser posible, antes de completar la misión kármica, identificar
siquiera qué se ha estado aprendiendo. Aunque es importante buscar la comprensión
abriéndose a ella, una actitud crítica con respecto al propio avance es a un tiempo
inadecuada y perjudicial. Confía en que, cualesquiera sean las condiciones exteriores de
tu vida, estás avanzando.
Evita las comparaciones con otros. En el programa de salud mental llamado Recovery,
Incorporated, se dice: “Las comparaciones son odiosas”. Cuando evaluamos nuestra
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EVITA EL SENTIMENTALISMO
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Varios de los relatos de este libro se refieren a personas que, tras haber sufrido, se
dedicaron a ayudar a otros que padecían de modo similar. Ese compromiso suele ser
resultado de una mayor conciencia. Pero no todos podemos servir al prójimo con
asesoramiento, terapia, asistencia social, etcétera; tampoco debemos hacerlo. Hay
muchas otras maneras de servir. Una de ellas es, simplemente, continuar con las
actividades que realizamos normalmente, pero llevarlas a cabo con una conciencia más
altamente desarrollada. El mundo necesita mucho de gente esclarecida en todas las
esferas de la vida.
Hay personas que debido a enfermedades, invalidez u otros factores, no pueden
participar activamente en Edmundo exterior. Si estás en esa situación, aun así puedes
ofrecer el más elevado de todos los servicios. Thomas Merton sostiene que ese necesario
punto quieto del centro de la rueda es el foco del mundo, donde se puede encontrar a
Dios. Si tu estado te obliga a permanecer inmóvil, centra tu conciencia en dios, sea como
fuere para ti, y ríndete a eso. Conviértete en el punto concentrado de la conciencia en el
centro de la actividad.
No hay nada más efectivo para causar un mayor bien en el mundo que el pensamiento
puro, no contaminado por el deseo. Al dedicarte a alcanzar el contacto consciente con tu
Poder superior, te conviertes en un canal para esas energías superiores que elevan,
inspiran y nos guían a todos. Como una torre solitaria en la cumbre de una montaña,
que irradiara un mensaje de amor y esperanza, en tu soledad y en tu silencio llevas a
cabo una obra espiritual de enorme importancia en beneficio de todos nosotros, los que
nos afanamos en el mundo exterior.
Quizá muchos de los lectores estén buscando la manera de curarse a sí mismos, pero
otros tantos están profundamente dedicados a ser agentes de curación para el prójimo.
Tal vez hayas descubierto que te resulta mucho más fácil soportar tus propios
sufrimientos que presenciar el tormento de un ser querido. Frente a las dificultades
ajenas todos necesitamos sugerencias que nos ayuden a evitar el sentimentalismo y a
cultivar el desapego. Desapego no significa indiferencia. Más bien, es estar libre de
necesidades con respecto a la persona y la situación. Cuando podemos dominar nuestra
propia necesidad (egoísta) de aliviar la incomodidad que nos produce la situación del
otro, podemos ofrecer amor a quien está en dificultades. Y el amor, como lo adivinó
Bárbara durante su experiencia de muerte clínica, no es un sentimiento ni una emoción,
sino un profundo nivel de comprensión y aceptación. Nada favorece tanto la verdadera
curación como una atmósfera de este tipo de amor tan elevado.
Por eso, para todos los que deseamos alcanzar el desapego necesario y convertirnos en
agentes de curación, he aquí algunas sugerencias básicas. Para servir más efectivamente
como sanadores debemos:
Es preciso que no tengamos nada que ganar o perder con la recuperación del
sufriente, nuestra capacidad de aliviar el sufrimiento o nuestra identidad como
sanadores. Estas son sólo necesidades egoístas que dificultan nuestra capacidad de
estar junto al sufriente y hacer, con el amor que proviene del desapego, todo lo posible
en beneficio de esa persona.
La ministra y metafísica Catherine Ponder dice: “El trabajo es amor hecho visible.”
Todo tipo de trabajo, realizado con amor, es una elevada vocación. La persona que se
dedica a curar con amor no es más naturalmente excelsa que quien se dedica a realizar
con amor cualquier otra tarea.
paso atrás para lograr alguna perspectiva, verás los cambios y sentirás cómo obran
sobre todos nosotros.
CURACIÓN E ILUMINACIÓN
Tal vez a esta altura, tras haber leído tanto sobre los efectos curativos del sufrimiento,
te estés preguntando: “Pero ¿Y la curación por la alegría?” sin duda, todo el mundo,
descontando a los más masoquistas, preferiría que la iluminación se lograra a través de
alegres expansiones de conciencia en vez de lecciones de la adversidad. Entonces ¿por
qué el balance de nuestra experiencia parecer verse más influido por los aspectos
dolorosos que por los entusiastas? Esto se debe a que tendemos a recordar nuestros
momentos de desgracia con mayor nitidez y durante más tiempo que los episodios de
éxtasis. Compara esos momentos de dicha pasajera con los nubarrones del dolor que
parecen eternos. En la simbología astrológica, el planeta Saturno, conocido también
como el Mayor Maléfico, es el maestro que nos fuerza a aprender las duras lecciones.
Saturno se vincula también con Crono, o el Padre Tiempo. Así como la enseñanza y el
aprendizaje requieren tiempo, la tribulación es mejor maestra que el deleite.
Sin embargo, alegría y sufrimiento no son tan contrarios como estados que existen en
un mutuo contrapunto en espiral. La angustia lleva a la comprensión, la comprensión
conduce al goce, el goce cura los efectos de la angustia que, a su vez provoca la
comprensión, y así sucesivamente. Si separamos la espiral en fragmentos, podríamos
decir que la iluminación se logra gracias a la adversidad, mientras que la curación
proviene de la alegría. De hecho, estamos unidos en un proceso general que nos permite
a la vez recuperar el equilibrio y avanzar.
Este libro te ha presentado una redefinición del sanar que no está necesariamente
ligada con el alivio o la cura de las dolencias físicas o psicológicas. Ahora bien, la
curación se redefine aquí como un amplio proceso que supera los límites de la vida y la
muerte, utilizando todas las experiencias para fomentar la comprensión y todas las
adversidades para restaurar el equilibrio. Más aun: desde la perspectiva aquí
presentada, cada ser humano en evolución se considera una parte diminuta, pero
significativa y necesaria, del cuerpo entero de la humanidad, que es en sí una entidad en
evolución. Esta evolución más amplia se produce cuando cada uno de nosotros aporta
su creciente capacidad de retener luz.
En los seres humanos, esta capacidad se aumenta por obra de la mayor comprensión o
conciencia: la iluminación. A medida que alcanzamos una mayor conciencia, cada uno
de nuestros cuerpos energéticos (el físico/etérico, el emocional o astral y los mentales
superiores e inferior) refulgen con más potencia. Esta radiación incrementada se debe a
que los pensamientos más elevados provocan un refinamiento de todos los grados de
materia, ya sean densos o sutiles, creando más espacio entre las partículas. Este espacio
entre las partículas se llena de luz.
Toda evolución involucra la capacidad de retener luz. La evolución de materia densa
del plano físico es una de las tareas de los seres humanos encarnados. Efectuamos esta
evolución a medida que nuestra conciencia creciente provoca el refinamiento de la
materia celular, molecular y atómica del vehículo físico denso. Según logramos un mayor
entendimiento con el alma, servimos como parte cada vez más consciente del puente que
forma nuestra alma entre la materia física densa que habitamos y el Espíritu. Este
Espíritu es nuestra fuente, así como la fuente de toda manifestación.
Esotéricamente se podría decir que todo ser humano encarnado está curando, en
realidad, la restricción o limitación de la conciencia, impuesta cuando esa conciencia
debe expresarse por medio de materia física densa. Así como hace falta un
transformador eléctrico de mayor capacidad si se quiere tolerar y transmitir una carga
de energía más grande, así debemos expandir la capacidad de la materia física para
retener y transmitir cada vez una mayor cantidad de la Luz Universal disponible. Uno de
nuestros objetivos, aquí en la Tierra, es llevar más conciencia a la materia física para
redimirla, se podría decir.
Por lo tanto, cada vez que sufras algún trauma, adversidad o tragedia, cada vez que
observes a otro en esos trances, pregúntate: “¿Servirá esta experiencia, en último
término, para contribuir a una comprensión más profunda y, por lo tanto, a una mayor
iluminación?”
Si te lo preguntas desde una perspectiva lo bastante amplia y con el suficiente
desapego, tu respuesta será siempre sí.
Sí a la Vida.
Sí a esta vida tuya.
Sí a tus luchas, desilusiones y desafíos.
Sí a tus lecciones, oportunidades y victorias.
Sí a tu creciente y radiante fulgor.
Sí.
EPÍLOGO
Salimos del siglo XX para entrar en el XXI, de la Era de Piscis para entrar en la de
Acuario, sobre nosotros operan poderosas fuerzas de cambio, en lo individual, en la
humanidad como un todo y también en el planeta entero. Cada vez más, durante estas
décadas de transición, vemos que se franquean, derriban o disuelven las barreras entre
individuos, sociedades, razas y naciones. Entre las muchas fuerzas que trabajan para
disolver estas barreras hay tres realidades globales.
En primer término, la superpoblación, con las consecuencias que la acompañan, entre
ellas: la desaparición de los bosques y la vida silvestre, la creciente urbanización, la
disminución de los recursos naturales, la contaminación ambiental y el recalentamiento
del planeta. En la actualidad se nos presentan asuntos críticos que sólo un acuerdo del
mundo entero puede atender. Cualquier entendimiento menor no puede efectuar los
cambios necesarios para salvarnos y salvar a nuestro planeta.
En segundo lugar, las comunicaciones internacionales instantáneas reducen las
distancias, tanto en sentido literal como figurado, entre nosotros y nuestros hermanos
de todo el planeta. ¿Qué distancia puede haber entre Oriente y Occidente, entre los
hemisferios norte y sur, si todos vemos las mismas transmisiones televisivas, seguimos
las mismas tendencias de la moda y nos enteramos inmediatamente de las noticias y las
crisis de otras naciones?
El tercer factor importante es la amenaza a la existencia de vida en este planeta,
representada por la tecnología militar moderna. Aunque los intereses en conflicto
continúan dividiendo a las naciones, el destino compartido como víctimas de cualquier
confrontación global nos une en la esperanza de supervivencia personal.
Aunque el interés que tenemos en el bienestar del prójimo es mayormente egoísta,
motivado por ideas tales como: “si el planeta sucumbe, yo también sucumbiré” o “sin
ayuda económica ese país puede amenazar al mío con una extorsión nuclear”, aun así se
está progresando. A medida que las presiones exteriores continúen fomentando el
desarrollo de las cualidades interiores positivas, con el tiempo se desarrollará una
FIN
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