Capítulo Pareja JCFF

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La construcción identitaria

de la pareja: una mirada narrativa

Juan Carlos Fonseca Fonseca

Introducción

E l presente capítulo de reflexión parte de dos fuentes principales.


La primera corresponde a la experiencia clínica del autor en el
campo de la terapia de pareja, sobre la base de la propuesta sisté-
mica y, también, de la narrativa. La segunda se refiere a la experien-
cia como supervisor de prácticas clínicas de estudiantes de último
año de psicología, así como de psicólogos clínicos en la maestría en
Psicología Clínica y de la Familia de la Universidad Santo Tomás.
De esta manera, se buscó construir una conceptualización acerca de
los dilemas que han llevado a muchas parejas a consultar escenarios
clínicos (consulta particular y consultorios psicológicos de la univer-
sidad), para finalmente proponer una guía que brinde orientaciones
sobre la intervención con esta población, basada también en las es-
trategias diseñadas con las parejas atendidas en los escenarios ante-
riormente mencionados, sustentadas en el concepto de construcción
narrativa de la identidad.
Sobre esta base, así como desde la propuesta narrativa, se com-
prende la identidad como un proceso, más que un atributo, de los su-
jetos, que, además, ocurre en las historias que se coconstruyen en los
diversos contextos de interacción humana. Así, se plantea que la pa-
reja como sistema, como un todo, configura también una narrativa

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La pareja desde la propuesta sistémica

identitaria que trasciende a su vez las identidades de los miembros


que la conforman y que se encuentra inevitablemente en interdepen-
dencia con tales relatos individuales. De este modo, es viable plantear
una continua coevolución de la narrativa identitaria de la pareja y el
desarrollo simultáneo de las narrativas de cada uno de sus miembros.
La sincronización de las historias individuales produce y es a su vez
producto de la historia conjunta de la pareja.
A partir de lo anterior, se comprende que muchos de los dilemas
que llevan a las parejas a terapia se relacionan con la configuración
de la historia e identidad del sistema y con la sincronización de las
historias individuales, por lo que es posible pensar en los beneficios
de procesos interventivos que deconstruyan el momento actual de la
narrativa identitaria de la pareja (y las versiones de los miembros) y
reconozcan sus transformaciones como parte legítima de la evolución
de las relaciones, de tal manera que se coconstruyan narraciones fu-
turas que impliquen la continuidad o la disolución del sistema de pa-
reja de forma satisfactoria.

La identidad y los sistemas


Desde la propuesta narrativa, comprendemos la identidad como una
construcción en constante cambio que se nutre de las relaciones que
mantenemos en diferentes contextos.
Entendemos que la identidad emerge en las relaciones, dotando de
sentido y propósito a los sujetos que, desde una lógica sistémica, son
entendidos, a su vez, como sistemas abiertos en constante intercam-
bio con sistemas cada vez más amplios que llegan al macro contexto
histórico-cultural.
Al plantear que los sujetos pueden ser considerados como sistemas
que coconstruyen sus identidades, es legítimo pensar que en sistemas
con niveles más complejos de organización también se organizan iden-
tidades, asimismo, cambiantes.
En coherencia con la propuesta sistémica, al plantear la identidad
como un proceso emergente en las relaciones de los miembros de un
sistema, entendido como un todo más grande que la suma de sus par-
tes, puede decirse que dicha identidad organiza los comportamientos

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

y relaciones de los miembros, a la vez que es organizada por dichos


comportamientos y relaciones.
Por su parte, Pagotto (2010) entiende a la pareja como una unidad
de observación, una totalidad, considerándola un sistema que invo-
lucra a dos personas, con sus atributos y características, lo que posi-
bilita la construcción de una modalidad de interacciones recurrentes
que los identifican.
En este orden de ideas, comprender a la pareja como un sistema
humano permite proponer el concepto de identidad en la pareja como
un todo, así como plantear posibles transformaciones de las identida-
des de los miembros, desde la conformación misma del sistema y a lo
largo de la historia de esta a través del tiempo.
Desde los planteamientos del modelo estructural (Minuchin, 2003),
ya se propone el concepto de rol, como organizador de las acciones en
contexto, dando cuenta de las funciones desempeñadas en contextos
particulares de relación. Se entiende, además, que los roles son diná-
micos, puesto que cambian a lo largo del ciclo vital, en términos de su
organización cualitativa; sin embargo, también pueden emerger nuevos
roles, de acuerdo con los cambios vitales que suponen las transforma-
ciones estructurales de los sistemas, como, por ejemplo, ser padres o
abuelos ante la llegada de nuevos miembros a las familias. Lo anterior
empieza a cuestionar la idea de que existen configuraciones estables
de algo llamado personalidad.
Esta misma perspectiva estructural presenta el concepto de ho-
lón (Minuchin y Fishman, 2004) para dar cuenta de los subsistemas
en las familias como unidades de organización, en contraposición con
las aproximaciones patologizantes que puede implicar un concepto
como “simbiosis”. De esta manera, se propone el concepto de holón
conyugal para hablar de una forma particular de organización de dos
personas que se transforman, en términos de individualidad y autono-
mía, mientras obtienen ganancias en términos de pertenencia.
El modo en que se asumen los roles en el interior de la pareja y
la dinámica de la relación hacen parte (entre otros aspectos) de lo
que podríamos denominar la identidad, puesto que la diferencian de
otros subsistemas a partir de sus propósitos y su sentido en las tra-
mas vitales.

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La pareja desde la propuesta sistémica

La identidad de la pareja en la narrativa

Las historias nunca son individuales, sino que son compartidas. Por
ende, las identidades corresponden a fragmentos de historias mucho
más amplias y complejas que constituyen entramados sociales. Como
puede proponerse desde los planteamientos de Arfuch (2010), el re-
lato identitario se comprende como una “coexistencia intertextual”.
De este modo, estas historias sociales-culturales establecen-trazan
distinciones de diferentes sistemas humanos posibles, dentro de los
cuales, la pareja es uno de ellos. Esta delimitación ligada al ejercicio
de la observación es uno de los elementos constitutivos de la identi-
dad de la pareja.
Desde lo planteado por Boscolo y Bertrando (1996), se afirma que
las narraciones que hacemos pueden llegar a ser la realidad, por lo que
la pareja, como la familia, es la historia contada por sus mismos auto-
res, la cual incluye todas las personas, reales o hipotéticas, pasadas y
presentes, que en el tiempo han llegado a ser significativas para el sis-
tema. Así como ocurre con la identidad individual, la historia que da
cuenta de la identidad de la pareja no se compone solo de las narracio-
nes de sus miembros. Continuando con los autores, se comprende que
la vida de la pareja está constituida por el modo en que se entrecruzan
las diferentes historias, de manera que la pareja sería una experiencia
conjunta que requiere de la articulación de las identidades individuales.
Retomando los planteamientos construccionistas, comprendemos
que la identidad no solo es cambiante, sino que está organizada en
narrativas. Como exponen Lacub y Sabatini (s. f.), las narraciones no
son simples enumeraciones de los acontecimientos en un orden serial,
sino que son formas de estructuración que los transforman en un todo
inteligible. Sumado a esto, las narraciones se encuentran, a su vez, ins-
critas en discursos dominantes culturales de los que toman elementos
a manera de guion.
Asimismo, estas versiones dominantes nutren las narrativas locales
sobre el amor, de manera que las personas conforman pareja con base
en las historias que tienen a su disposición (por ejemplo, la relación de
los padres, lo que se observa a través de los medios de comunicación,

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

etc.), lo que suele generar expectativas más o menos explícitas sobre


lo que se busca en una relación (lo que se quiere y lo que definitiva-
mente no se quiere). En cierta forma, esto corresponde con una posible
proyección identitaria de la pareja y de la persona en su singularidad,
desde lo que espera ser dentro de la relación. Estas expectativas están,
desde luego, configuradas por las posibilidades que ofrece el contex-
to social (matrimonio de toda la vida hace décadas vs. privilegio del
proyecto vital personal actual).
Linares (1996) propone que solo es posible hablar de identidad en
el caso de los sujetos individuales, afirmando que, en el caso de siste-
mas más grandes, como las familias, solo puede hablarse de “organi-
zación”, agregando que esta se basa en mitologías familiares, ya que
la narrativa solo es posible en individuos. No obstante, no se compar-
te esta apreciación, en tanto son, también, conocidos los conceptos
de identidad cultural, identidad de un país e identidad familiar, para
dar, así, cuenta de los constructos que definen algunas organizaciones
humanas y les dan sentido, ideas que entran en conversación con la
propuesta de Seikkula (2008), cuando afirma que es posible hablar de
una identidad social desde la adaptación de las acciones en relación
con las acciones de otros.
De hecho, Boscolo y Bertrando (1996) trazan una distinción entre
mito e historia basada en el tiempo. Para estos autores,

[…] el mito se desliga del curso del tiempo y se condensa en una


historia “cumplida” con un principio y un final. Una historia pre-
sente siempre tiene un futuro, mientras que un mito no tiene fu-
turo. El tiempo del mito es un tiempo prisionero, congelado. La
historia, por el contrario, fluye como un río en el tiempo cotidia-
no: la historia está abierta. (p. 83)

De esta manera, esta propuesta sostiene que los mitos personales y


familiares (como los culturales) presentan personajes estáticos y esti-
lizados que se reducen a rasgos esquemáticos, mientras que en las his-
torias los personajes son caracteres reales que se describen de forma
dinámica y abierta al cambio (Boscolo y Bertrando, 1996). Con base
en esto, es legítimo comprender que, al hablar de pareja, se da cuenta

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La pareja desde la propuesta sistémica

de una historia susceptible de transformaciones1, por lo que los per-


sonajes se desarrollan en el decurso de la narración.
Por su parte, la apuesta narrativa de Ricoeur (1996) permite plan-
tear el sí mismo de colectivos humanos, como las comunidades, a partir
del concepto de ipse, entendido como identidad narrativa en constante
cambio en la interacción de distintos narradores. De este modo, emerge
una conexión con la propuesta filosófica-antropológica de este autor
en relación con la identidad como construcción en el lenguaje. Desde
una mirada fenomenológica y hermenéutica, Ricoeur (1996) plantea
que la identidad se organiza tanto a nivel individual (ídem), como a
nivel relacional (ipse). Es justamente esta identidad relacional, abier-
ta a la negociación, la que se retoma para hablar de una identidad
de pareja, por lo que se propone hablar de una ipseidad de la pareja.
Sobre esta base, podemos pensar que la ipseidad de pareja está tam-
bién organizada en una historia acerca de sí misma, pero que trae como
sustrato las historias de sus miembros y, posiblemente, las historias de
sus familias de origen. En esta medida, resulta claro que la dinámica
en pareja de una persona A con una persona B, será distinta de la de la
persona A con una persona C. Si bien puede haber algunas similitudes,
dado que en ambas está presente la persona A, se trata de identidades
diferentes con historias particulares y formas de organización específicas.
Sumado a lo anterior, Bernales (2007) expone que un miembro de
la pareja puede hacer visible la forma de componer su teoría de vida,
así como también su pertenencia a un género (narrativo) que le posi-
bilita llevarla a cabo, cuando sostiene una forma de discurso X que
se repite en el tiempo; esto también habla del estilo singular que tiene
como autor de dicha práctica (u obra).
Se plantean, entonces, tendencias compartidas que brindan esta-
bilidad; las formas de percibir, así como las elecciones, coinciden en-
tre los miembros de la pareja; se trata de una mutualidad de la acción

1 Desde luego, como se expondrá más adelante, se reconoce que algunos moti-
vos de consulta pueden configurarse en versiones estáticas de la historia de la
pareja; sin embargo, se comprende también que estas historias pueden volver
a dinamizarse, ya sea mediante un proceso de intervención clínica o desde la
activación autónoma de los recursos del sistema.

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

(Bernales, 2007) en la que se desarrolla la capacidad de articular ex-


presiones con la seguridad de que el otro las comprenderá dentro del
marco mismo de la relación.
Para Campo y Linares (2002), desde el mismo instante en que dos
personas deciden conformar una pareja, emerge un nuevo “universo
relacional”, en el que cada miembro de la pareja ha tenido que com-
binar y adecuar los valores y procesos relacionales que traía de su fa-
milia de origen.
Sobre este aspecto, estos autores proponen que dentro del proceso
de conformación de pareja no siempre se hacen explícitas las expecta-
tivas de los miembros acerca de lo que para ellos significa ser pareja,
por lo que alguno de ellos (o ambos) puede asumir que su pareja tie-
ne objetivos iguales a los suyos o que no debería ser como es, sino de
una mejor manera, posiblemente parecida a sí mismo2.
Desde esta perspectiva, pueden comprenderse algunos conflictos
en pareja como divergencias en los procesos de sintaxis de la historia
conjunta entre los miembros del sistema, de modo que los mensajes
no son comprendidos dentro del mismo marco narrativo desde el que
fueron enunciados.
Al retomar los planteamientos de Bernales (2007), se puede afir-
mar que la construcción de un mundo común compartido, basado en
reglas sintácticas que permitan la comprensión entre los miembros de
la pareja, requiere de la adquisición de un vocabulario que posibilite
hilvanar suficientemente las narrativas dentro de un proceso de comu-
nicación que organiza la acción conjunta. De este modo, los miembros
de la pareja calibran la relación con el otro en transacciones dialoga-
les, en las que circularmente mantienen la calibración.
El quiebre que representa el conflicto en la relación de pare-
ja (Bernales, 2013) puede entenderse en términos de quitarle al otro
(o a sí mismo) el carácter de interlocutor válido. La dificultad para llevar

2 A este respecto, puede agregarse que incluso cuando se han expresado abier-
tamente las expectativas de los miembros sobre el otro y la relación, estas son
susceptibles de transformarse como parte del desarrollo de las interacciones en-
tre los miembros. Las expectativas son también construcciones en coevolución.

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La pareja desde la propuesta sistémica

a cabo el diálogo hace a los miembros de la pareja inverificables como


sujetos y facilita que se cuestione la realidad construida por los dos.
Adicionalmente, la construcción de la historia conjunta puede in-
volucrar también un acople en las expectativas de los miembros frente
a la relación y su desarrollo en el tiempo. Para Campo y Linares (2002),
la conformación de la pareja se entiende como un contrato que requiere
una coincidencia de puntos básicos para un desarrollo que pueda ser
comprendido como satisfactorio. No obstante, siguiendo a Boscolo y
Bertrando (1996), se reconoce que un sistema que logra aceptar historias
distintas o incluso contrarias cuenta con mayores posibilidades para que
sus miembros se enriquezcan en términos emocionales e intelectuales
y para que construyan autonomía. Así, la ipseidad de la pareja fluye
entre el encuentro y el desencuentro de las historias de los miembros.
El encuentro puede facilitar la cercanía, el desarrollo de actividades
compartidas, el mantenimiento de la estabilidad, la construcción de
una prospectiva de la pareja, etc., mientras que el desencuentro puede
promover la individuación, la negociación, el crecimiento, así como las
sanas experiencias de diferenciación. Desde luego, como se expondrá
más adelante, se comprende que demasiado desencuentro (o incluso
encuentro) en las historias puede llevar al conflicto.
Volviendo con Campo y Linares (2002), se proponen tres áreas de
acuerdo en pareja que podrían contribuir con una sincronización satis-
factoria de las historias. En primer lugar, están las expectativas en tor-
no al vínculo amoroso, que recogen las versiones privilegiadas acerca
del amor y sus formas de expresión; de igual manera, hacen referencia
a las experiencias de fusión o de diferenciación, para dar cuenta de in-
teracciones posibilitadoras de nutrición afectiva o de identidad propia
y autonomía, respectivamente.
En segundo lugar, se encuentran las expectativas en torno a la je-
rarquía, que se refieren al manejo de las relaciones de poder entre los
miembros de la pareja, ya sea de forma implícita o explícita; lo que
lleva a que la relación se configure como simétrica o complementaria3.

3 De acuerdo con los planteamientos de Watzlawick, Beavin y Jackson (1989),


se comprende que las relaciones sanas presentan alternancias entre simetría

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

Cabe aclarar que estas posiciones pueden movilizarse a lo largo de la


relación, aspecto que resulta coherente con lo dinámico de las histo-
rias y, por ende, de las identidades.
En tercer lugar, están las expectativas en torno a los proyectos bá-
sicos. Esta área se relaciona con la sincronización de las historias de
los miembros así como con la posibilidad de articular las historias fu-
turas en conjunto y de manera individual.
Si bien este capítulo se enfoca en la construcción conjunta de la
identidad de la pareja, no se desconocen algunos casos especiales del
ser pareja. En este sentido, la ipseidad de la pareja, al configurarse en
narrativas, no está ligada necesariamente a la presencia física de sus
miembros. Un ejemplo de esto es aportado en la investigación de Ávila
y Vides (2013), al plantear la posibilidad de una identidad de pareja
luego del fallecimiento de uno de los miembros, en tanto la relación
puede seguir presente en la historia de vida, incluyendo aspectos de la
construcción identitaria individual, como el seguir narrándose como
“pareja de” o en prácticas de re-membranza (Payne, 2000; White, 2002),
desde las que la persona se reconoce a sí misma desde la voz de quien
ya no está y en virtud de su relación. De igual manera, la investiga-
ción de Escamilla y Montaña (2015) propone una construcción narra-
tiva de la identidad en pareja, en situaciones en las que sus miembros
se encuentran distanciados geográficamente, sin que esto disminuya
la connotación que hacen estos sobre su estabilidad o su prospectiva,
aunque con formas singulares de organizar sus interacciones, en com-
paración con parejas que conviven bajo el mismo techo.
De este modo, puede comprenderse que lo que mantiene vigen-
te la relación de pareja y, por ende, su identidad es la trama narrati-
va que involucra la definición de la relación y de los sí mismos como
parte de esta.

y complementariedad, aunque una de estas puede predominar en el tiempo o


en un momento particular del ciclo vital.

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La pareja desde la propuesta sistémica

Sincronización o acople de las historias

Las concepciones sobre el amor y el ser pareja se nutren de diversas


fuentes. Por un lado, la relación entre los padres constituye un primer
modelo acerca del ser pareja, que puede ser asumido como un “deber
ser” o como el curso “natural” de la relación o, por el contrario, pue-
de ser significado como aquello que no se quiere repetir.
Los medios de comunicación ofrecen también versiones sobre
el amor y la pareja que, si bien se han venido transformando en los
últimos años, continúan mostrando modelos sobre las relaciones
basados en la dependencia o en el sufrimiento como manifestación
máxima del amor.
Desde luego, plantear que la identidad se transforma en relación
con los contextos interaccionales en los que participamos implica com-
prender que el acople de la propia historia con la de la pareja, en una
nueva historia conjunta, conlleva transformaciones en las identidades
individuales, por lo que resultan comprensibles verbalizaciones del
tipo: “yo era otra persona antes de conocer o estar en pareja con…”.
Cabe aclarar que estos relatos pueden tener connotaciones positivas o
negativas, de acuerdo con los procesos de significación en la historia
personal y su correspondiente configuración experiencial.
Muchas parejas muestran una sincronización satisfactoria de his-
torias en momentos iniciales de la relación, lo que puede facilitar la
configuración de posibilidades de proyección en el tiempo. No obs-
tante, las historias de los miembros continúan desarrollándose dentro
de la intrincada red de historias y significaciones que conforman el
contexto social. Desde luego, no se pretende insinuar que la historia
y la identidad de la pareja solo se construyen con la interacción di-
recta entre sus miembros, dado que esto reduciría tales encuentros a
unas pocas horas al día, por ejemplo, en parejas en las que cada uno
se dedica a sus responsabilidades e interacciones de tipo laboral, aca-
démico, etc. Sin embargo, al reconocer que los seres humanos hacen
parte de múltiples sistemas de manera simultánea, cabe plantear que
las historias de vida fluyen en distintos escenarios y conversaciones,
complejizando así las versiones identitarias en diferentes direcciones.

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

Identidad de pareja y temporalidad

Hablar de la historia de una pareja implica hacer alusión al tiempo.


En la narrativa, el tiempo permite la organización secuencial de los
acontecimientos, como forma de dar sentido a las experiencias que ha-
cen parte de la narración. En este sentido, el tiempo permite hablar de
cambio, por lo que se reafirma la comprensión de sistemas dinámicos
sujetos a procesos coevolutivos.
Por esta razón, junto con el concepto de ipseidad, se plantea el
de temporalidad en la comprensión de la identidad, en este caso, de
pareja. Al hablar de una historicidad de la pareja, se entiende que los
aspectos definitorios de esta no son estáticos, por lo que la ipseidad
de la pareja podría dar cuenta de diferentes momentos o incluso dife-
rentes versiones, de acuerdo con el observador, en diferentes tiempos.
Como plantea Arfuch (2010), la mismidad se hace posible en la tem-
poralidad, al tratarse de una historia en decurso.
Al estar la historia de la pareja configurada desde las historias in-
dividuales (aunque las trasciende), puede esperarse que se transforme
también y que estos procesos impliquen ajustes en las dinámicas de la
relación de pareja.
La comprensión del tiempo del observador planteada por Boscolo
y Bertrando (1996) ilustra los posibles conflictos emergentes en una
relación de pareja cuando sus miembros no se encuentran sincroniza-
dos en sus relatos de vida, lo que hace que sus historias no logren co-
nectarse en una historia común.
En relación con lo anterior, Sternberg (1995) afirma que, en buena
parte, las historias de amor hacen referencia a dos personajes, por lo
que se reconoce que estas historias incluyen dos versiones acerca del
amor y dos versiones acerca de la relación en sí misma. Sin embargo,
agrega que la pareja que se encuentra en la relación necesita configu-
rar una historia compartida sobre lo que es el amor y, por ende, de su
relación. Esta idea apoya también el planteamiento de que los proble-
mas de pareja pueden emerger cuando las historias de cada uno de los
miembros sobre el amor difieren significativamente.
No obstante, si comprendemos el proceso de construcción de la
historia de la pareja en términos de una coautoría entre los miembros

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La pareja desde la propuesta sistémica

del sistema (y, desde luego, su ecología), podemos plantear que esta
construcción no siempre será producto de versiones completamente
compatibles, por lo que el desacuerdo en la pareja puede entenderse
como posibilidad de negociación de sentidos de vida, tanto individua-
les como en conjunto, así como de acciones cotidianas e historias fu-
turas, constituyéndose en movilizador de las historias que mantienen
la continuidad narrativa.
En este sentido, la ipseidad de la pareja, como construcción di-
námica, se organizaría también en la temporalidad que construye la
secuencialidad brindada por las narraciones, por lo que habría que
asumir una ipseidad de la pareja en constante transformación (en una
lógica diacrónica), de modo que solo sería posible hablar de momen-
tos de la identidad, para dar cuenta de las características de una pare-
ja (en una lógica sincrónica).
Lo anterior se hace relevante al retomar la metáfora del ciclo vital
en relación con la pareja, así como a la hora de deconstruir los pro-
blemas relacionales definidos desde algunos motivos de consulta de
pareja en los contextos clínicos.
De este modo, el momento del ciclo vital por el que atraviesan los
miembros de la pareja configura aspectos de su historia y de su diná-
mica relacional. A su vez, esto se conecta con el proceso de sincroniza-
ción de las historias; por ejemplo, puede haber mayor sincronización
si los miembros tienen edades cercanas que si hay una diferencia mar-
cada entre ellas4. Los proyectos y expectativas cambian a lo largo de
la vida y lo que se considera importante en un momento particular
podría no serlo en otro.
Asimismo, el cumplimiento de tareas evolutivas como sistema im-
plica transformaciones en la historia de la pareja. No es lo mismo la
dinámica de una pareja recién conformada, una pareja con hijos pe-
queños, una pareja con hijos adolescentes o adultos o una pareja que
no tiene hijos.

4 Desde luego, no se desconocen las historias de parejas conformadas por miem-


bros con edades distantes entre sí, que dan cuenta de altas sincronizaciones
en sus historias conjuntas.

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

Son ampliamente conocidas las propuestas que plantean el desa-


rrollo de las relaciones de pareja en términos de etapas o fases (Parada,
1995), que van desde el enamoramiento hasta la construcción del
“amor verdadero”. Sin embargo, suponer que las relaciones de pareja
siguen un curso predeterminado daría cuenta de una lógica lineal que
además dejaría de lado la plasticidad relacional y las singularidades
de las historias de pareja, convirtiéndose, a su vez, en otra forma de
normalizar los fenómenos humanos dentro de versiones dominantes
disciplinares. Se plantea entonces que las parejas construyen sus pro-
pias historias y en estas configuran sus identidades, sin desconocer
que tales historias están enmarcadas en las posibilidades que ofrecen
los discursos dominantes de la cultura y en, particularmente, las ver-
siones privilegiadas de los contextos más cercanos, como, por ejem-
plo, las familias de origen.

Figura 3. Construcción de la identidad de la pareja


como historia en el tiempo y en la cultura

Pareja
Miembro 1 (Identidad emergente) Miembro 2

Historia Historia
personal personal

Las historias de
Historia de
los miembros están
la pareja en intercambio
constan te con el
contexto social

MACRO - CONTEXTO CULTURAL

Fuente: elaboración propia.

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La pareja desde la propuesta sistémica

No obstante, según De La Espriella (2008), si bien se asegura que las


parejas toman como modelo de sus roles sociales a sus padres, la trans-
formación que ha tenido la pareja ha sido notoria entre generaciones.
Estas transformaciones son más intensas en las parejas del mismo sexo,
en las que, de alguna forma, deben reinventarse estos roles.
Por otro lado, algunas teorías tradicionales sobre la configura-
ción del self plantean la existencia de rasgos definitorios que hacen
a las personas “ser quienes son”, independientemente del contexto y
del momento vital en el que se encuentran (McAdams, 2006). De igual
manera, dentro de las narraciones privilegiadas en nuestro contexto
social se llega a suponer que con el paso del tiempo se puede conocer
verdaderamente a alguien o se hace alusión a las “máscaras” que las
personas pueden usar en los momentos iniciales de la relación y que
posteriormente serán retiradas, para dar paso a las verdaderas perso-
nalidades; en ocasiones, esto constituye una forma de hacer un manejo
emocional frente al dolor de una ruptura. No obstante, nuevamente
estas formas de significación de las realidades pasan por alto la dimen-
sión temporal, posibilitada por la secuencialidad de las narraciones,
lo que implica que las identidades, al estar organizadas en historias,
resultan cambiantes. Al comprender a la pareja como sistema, se en-
tiende que sus miembros se encuentran en un proceso de coevolución,
por lo que el mismo acople de estos en la relación con el otro impli-
ca ya un cambio respecto de las acciones llevadas a cabo antes de la
convivencia en pareja. Más que entender que con el tiempo se conoce
verdaderamente a alguien, se propone que se construyen nuevas for-
mas de relación en las que las nuevas acciones tienen sentido. Podría
hablarse de diferentes momentos de “autenticidad” en el decurso de las
relaciones de pareja, con versiones de las identidades individuales y de
la misma pareja que pueden llegar a divergir de las versiones iniciales.
Así como ocurre con la identidad individual, la estabilidad identi-
taria de la pareja a través del tiempo puede entenderse como ilusoria.
La historia compartida de la pareja plantea una secuencialidad narra-
tiva que le garantiza una continuidad y que, a su vez, puede presentar
una serie de transformaciones relacionales en conexión con las trans-
formaciones ecosistémicas y con los cambios de tipo sociocultural en-
marcados en una dimensión histórica.

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La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

Dentro de la compleja interacción con el tiempo, en ocasiones el


cambio ocurre en las historias personales, sin ocurrir (o actualizarse)
en la historia compartida. Los miembros de la pareja no son los mis-
mos que entraron en la relación, pero la versión que tienen de ellos
como sistema se sigue configurando como si se tratara de un momen-
to anterior en su historia. Esta situación genera malestar, en tanto las
personas no se sienten reconocidas- confirmadas por el otro frente a
los aspectos que pueden llegar a significar como evoluciones o senci-
llamente cambios respecto a gustos, proyectos, valores, etc.

Los problemas de pareja como construcciones


Desde la comprensión narrativa de la identidad de la pareja puede de-
cirse que una relación es sana cuando la construcción de la historia de
esta tiene elementos comunes dentro de las versiones individuales de los
miembros, en términos de los procesos de significación, que favorecen
la consolidación de una historia compartida. En este sentido, si bien
pueden encontrarse versiones dominantes sociales que aseguran que
“los opuestos se atraen”, esto no ocurre de la misma manera en todos
los casos. El desacuerdo entre los miembros de la pareja puede enten-
derse como una posibilidad de negociación de los sentidos de vida y
como una oportunidad de enriquecimiento de perspectivas y recursos
para la colaboración. Sin embargo, algunos problemas de pareja pue-
den emerger cuando las historias de cada uno de los miembros sobre
el amor, las implicaciones del ser pareja, los valores, las proyecciones
hacia el futuro, el sí mismo, etc., difieren significativamente.
No obstante, el exceso de desencuentro entre las historias no es el
único extremo que puede llegar a configurar dilemas y, por ende, mo-
tivos de consulta. En otros casos, la construcción identitaria de la pa-
reja puede primar sobre la identidad individual, por lo que esta puede
llegar a desdibujarse. Esto puede observarse en historias privilegiadas
en las que uno o ambos miembros constituyen al otro como el único
centro de la actividad cotidiana. Estas historias pueden enmarcarse en
versiones dominantes sobre el amor romántico que todo lo sacrifica, en
versiones en las que este tipo de prácticas viene de exigencias por parte
de uno de los miembros como forma de colonización hacia el otro, etc.

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La pareja desde la propuesta sistémica

Un resultado frecuente de estas historias es la pérdida de la identidad


individual, que en algunos casos se convierte más adelante en motivo
de reclamo hacia la pareja o hacia sí mismo por haberlo permitido.
Por otro lado, la significación de algunos acontecimientos como
críticos en la vida de pareja puede invitarla a hacer reconstrucciones
de su historia, trayendo relatos anteriormente periféricos que se encar-
gan de dar coherencia a la historia en relación con lo que se entiende
como problemático.
En este sentido, cabe plantear la posible saturación (White y Epston,
1993; Payne, 2000) de la narrativa de la pareja, lo que puede llegar a
implicar una descentralización identitaria con respecto a la versión pri-
vilegiada desde la que se venía construyendo y organizando. Cuando
esto ocurre, los miembros de la pareja pueden expresar dudas acerca
del estado actual de la relación, llegando a plantear una incertidum-
bre frente a cómo nominar la relación y a ellos mismos dentro de esta.
La intervención clínica en estos casos puede orientarse a una re-
construcción de la identidad de la pareja, que si bien puede facilitar
una reconstrucción de las historias futuras como sistema, rearticu-
lando metas y proyectos conjuntos, también, puede culminar con
la disolución de la identidad misma del sistema de pareja, como se
presenta en el estudio de Acosta y Cardozo (2014), marcando así un
final de la historia conjunta y una restitución de las historias e iden-
tidades individuales.
Desde los planteamientos de la terapia narrativa se habla acer-
ca de cómo los motivos de consulta se enmarcan en relatos satura-
dos por problemas (White, 2002; White y Epston, 1993; Payne, 2002).
Posteriormente, el concepto de relatos saturados es reemplazado por
el de narrativas ralas, para dar cuenta de versiones pobres que no per-
miten la articulación de otras posibilidades diferentes a la ocurrencia
de lo que se entiende como problema. Desde luego, se comprende que
la construcción de los problemas en las narrativas no es un proceso
individual, sino colectivo, que además puede hacer alusión no solo a
dificultades de una persona, sino, también, a aquellas que ocurren en-
tre personas.
De este modo, dentro de los escenarios de intervención clínica
pueden verse también narrativas de pareja saturadas por problemas o

86
La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

narrativas ralas de la relación, como si se tratara de versiones en las


que los miembros de la pareja solo pudieran dar cuenta de aquellos
aspectos que los hacen infelices. La pareja narra así su “cuento tris-
te” (White, 1994). A partir de allí, en coherencia con los términos de
esta historia, la versión rala se convierte en el guion desde el cual las
personas le dan significado a sus experiencias, a la vez que seleccio-
nan los aspectos de los acontecimientos que serán articulados en la
narración, así como la manera en que serán significados. Como cabría
esperar, muchos otros aspectos de la relación quedan por fuera del re-
lato. Sumado a esto, un efecto pragmático que tienen estas formas de
narración es una suerte de hipersensibilización a las acciones del otro,
que resultan siendo significadas como redundancias de dicha historia
saturada por el problema.
En otros casos, guardando coherencia con la colonización de la
identidad a la que suelen llevar las narrativas saturadas, los miembros
de la pareja pueden identificar que el problema es el otro, atribuyéndo-
le así la totalidad de lo que no funciona bien en la relación. Si ambos
miembros se encuentran en esta posición, pueden entrar en escaladas
simétricas de culpabilización mutua o en paradojas relacionales en las
que se condiciona el cambio de cada miembro de la pareja a un cam-
bio inicial llevado a cabo por el compañero.
Por otra parte, siguiendo los planteamientos de McNamee (1996),
la descentralización de las historias respecto de las versiones domi-
nantes de la cultura conlleva una descentralización de las identidades,
dando forma a lo que se conoce como crisis. Este fenómeno también
puede observarse en las dificultades que las parejas llevan a consulta.
En ocasiones, la identidad del sistema pareja se presenta como des-
centralizada frente a las versiones canónicas sobre lo que “debe ser”
una pareja. En efecto, al plantear que parte de la identidad del siste-
ma se construye sobre las expectativas que los miembros tienen, pue-
de suponerse que, al no ser ninguna narrativa capaz de acoger todos
los aspectos de la experiencia (White y Epston, 1993), varias de estas
expectativas no llegarán a cumplirse, lo que en algunos casos podría
llegar a ser significado como un funcionamiento problemático o erra-
do del ser pareja. No obstante, no se desconoce que algunas dinámicas
de pareja sean significadas como abiertamente en conflicto, lo cual se

87
La pareja desde la propuesta sistémica

sale también de las versiones normativas, por lo que se descentra la


historia de la pareja y, por ende, su identidad.
Esta construcción narrativa de la crisis de la pareja puede, a su vez,
conllevar una crisis en las historias de los miembros individuales, por
ejemplo, si una o ambas personas incluyen dentro de su narrativa de
vida una o varias experiencias significadas como de fracaso en relacio-
nes previas, lo que puede llevarlas a articular en su narrativa identitaria
algún tipo de “rasgo” o característica “disfuncional”. Retomando las
ideas de White y Epston (1993), podría pensarse que la construcción
narrativa de la experiencia de crisis en pareja puede plantear prácticas
internalizadoras, en la medida en que las versiones dominantes sobre
la personalidad u otras que pretendan ubicar los problemas en la indi-
vidualidad invisibilicen el aspecto relacional de los dilemas humanos.
Estas y otras situaciones posibles pueden llevar a una dificultad
para definir los términos de la relación. Si bien algunas parejas acuden
a consulta bajo la premisa de que son parejas en conflicto que desean
trabajar para resolver sus desavenencias (ya sea continuando con la
relación o a través de una sana ruptura), también, hay otras que no
tienen claridades acerca de si siguen siendo pareja o si se trata sim-
plemente de dos personas que permanecen juntas, ya sea por la iner-
cia de la rutina, por el temor a encontrarse solas o por cualquier otra
razón que puede no ser completamente satisfactoria para mantenerse
juntas. Algunas veces, la incertidumbre en los términos de la relación
puede enfocarse en la dificultad para la construcción de historias fu-
turas conjuntas, como si las diferencias actuales entre los miembros
no posibilitaran la proyección de las historias de los miembros al lado
del otro o dejaran de tener vigencia los proyectos mutuos que alguna
vez fueron construidos. Esta dificultad para visualizar el futuro de la
relación puede traducirse en una dificultad para ver la continuidad
de la relación. Teniendo en cuenta que parte de la configuración de
la identidad está ligada a la temporalidad, la dificultad para narrar
la relación de pareja en el futuro puede implicar que se desdibuje la
identidad de la pareja misma. Sumado a esto, dado que el estar en
pareja constituye una dimensión de la construcción identitaria de la
persona, pueden desdibujarse a su vez algunos aspectos de las iden-
tidades singulares.

88
La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

En otros casos, la identidad desdibujada de la pareja puede invitar


a los miembros a retomar aspectos y premisas de la identidad individual
que pudieron haber sido desplazados o reemplazados en el proceso de
sincronización de la historia de la pareja y que, ante la imposibilidad
de proyección hacia el futuro de la historia conjunta, vuelven a tor-
narse relevantes para cada uno. La construcción identitaria poco sa-
tisfactoria de la pareja puede llevar a los miembros a mirar hacia ellos
mismos nuevamente, rescatando, reconstruyendo o creando las premi-
sas en las que encuentran su valor, así como aquello que los define y
los impulsa, dejando en un segundo plano la prospectiva como pareja.
Al plantear que las historias son dinámicas, puede agregarse que
las historias consideradas sanas son aquellas que, lejos de ser estáticas,
se desarrollan a lo largo del tiempo. Así como resulta esperable que la
historia de un sistema familiar sea diferente en su trama en distintas
etapas del ciclo vital, se espera también que la historia de una pareja
coevolucione y se transforme respecto de la versión planteada en sus
inicios. Desde luego, esta sana transformación de la historia de la pareja
estaría conectada con una evolución de las historias singulares de los
miembros que la conforman. Con base en esto, es lícito plantear que
resulta también esperable que las identidades de los miembros de la
pareja se transformen, de manera que con el paso del tiempo ninguno
de los dos seguirá siendo el mismo que entró a conformar la relación.
A partir de esta comprensión, resulta válido sugerir que algunos
problemas de pareja pueden emerger cuando las historias, ya sea de
los miembros o de la pareja en sí misma, se tornan estáticas. Se trata
de casos en los que, por ejemplo, aparece como motivo de consulta la
insatisfacción en la relación entendida como el producto de una re-
dundante rutina. En otros casos, es posible que las parejas acudan a
consulta atormentadas por una situación de conflicto que, según su
narración, ha permanecido de forma más o menos invariable duran-
te varios años. Estas situaciones dan cuenta de historias en las que no
se producen novedades, no evolucionan y se han quedado estancadas
en el tiempo, como si estuvieran cristalizadas. Sumado a esto, algunas
parejas optan por “solucionar” sus dificultades con medidas como
“darse un tiempo”, en las que se alejan geográficamente y cortan o res-
tringen el contacto, pretendiendo que cuando pase el plazo que hayan

89
La pareja desde la propuesta sistémica

establecido todo funcione bien o que durante dicho lapso se encuen-


tre algún tipo de solución o reflexión que produzca una mejora de la
relación. Desde luego, estas soluciones intentadas se enmarcan en una
comprensión individualista de dilemas que deben entenderse relacio-
nal y circularmente.
Por otro lado, las partes de las historias que transcurren en ám-
bitos distintos al de la pareja pueden evolucionar hacia proyecciones
y definiciones del sí mismo que no sean conocidas por el otro miem-
bro de la pareja. Si, además de lo anterior, los miembros de la pareja
no se comunican frente a estos ajustes identitarios, podría darse por
descontada la estabilidad en tales áreas, facilitando que en momentos
posteriores las personas asuman aspectos de sus parejas que podrían
haber cambiado hace cierto tiempo y que ya no son vigentes en sus
construcciones identitarias. Esto puede traducirse en que uno o ambos
miembros de la pareja ya no conocen al otro o creen conocerlo basa-
dos en versiones anteriores.
En estos casos, es frecuente que las personas se narren como una
pareja en el contexto de la consulta, pero la identidad del sistema apa-
rece desdibujada, cuando comienzan a comprender que desde hace al-
gún tiempo (en ocasiones varios años) no son lo que el otro pensaba
o el otro ya no es lo que se sabía que era. Ha ocurrido una desincro-
nización de las historias de los miembros de la pareja.
Boscolo y Bertrando (1996) hacen alusión a este fenómeno, expo-
niendo que los ritmos temporales de las personas son distintos y pue-
den sincronizarse en algunos sistemas, sin embargo, en otros, uno de
los miembros de la pareja puede tener un tiempo más rápido que el
de su compañero, que podría estar más enfocado en la estabilidad y el
mantenimiento de las formas conocidas de desenvolverse en la relación.
En ocasiones, resulta sorpresivo para las personas encontrarse con
que su pareja tiene nuevas aficiones y valores o que lo que había sido
importante para ella en momentos anteriores ha dejado de serlo, mu-
chas veces, desde hace cierto tiempo. Cuando emergen estas cuestio-
nes en un escenario de intervención clínica, uno de los movimientos
iniciales podría dirigirse a definir con los miembros de la pareja si sus
nuevas versiones son aceptadas por el otro y siguen resultando atrac-
tivas para el mantenimiento del proyecto de pareja.

90
La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

Algunas ideas sobre la intervención con parejas

Partiendo de la experiencia clínica, así como del trabajo en supervisión


de prácticas clínicas, tanto a nivel de pregrado, como de maestría, se
pretende presentar algunas comprensiones sobre la intervención con
parejas. No es el propósito de este capítulo constituir un procedimien-
to riguroso e invariable producto de las ideas expuesta hasta acá, sino
configurar una especie de guía de acciones que podría contribuir a un
desarrollo óptimo de un proceso interventivo, guardando la flexibili-
dad y la singularidad propia del trabajo terapéutico. De esta manera,
las ideas a tener en consideración son las siguientes:
• Hacer un estudio de la demanda de ayuda como estrategia es
importante. Así como ocurre con cualquier proceso clínico (no
solo de pareja), es importante visibilizar y comprender para
qué está siendo convocado el terapeuta. Algunas personas pre-
tenden que el terapeuta les ayude a cambiar a sus parejas, para
que se adecúen a lo que éstas esperan o para que regresen a ser
las que “eran” en tiempos anteriores. En este sentido, es nece-
sario aclarar que el papel del terapeuta no es el de cambiar a
las personas, así como que un sistema no vuelve a estados an-
teriores de funcionamiento, aunque pueda actualizar algunos
significados y formas de configuración de sus dinámicas con
base en relatos del pasado que se consideran significativos.
• Definir el estado de la relación (incluso su incertidumbre) es
escencial para llevar a cabo el proceso. Si bien, varias parejas
acuden a consulta sabiendo (narrando) que son pareja, algunas
han perdido esta claridad en el desarrollo de sus historias, por
lo que uno de los miembros o ambos podrían tener dudas so-
bre el tipo de relación en el que se encuentran. En estos casos,
la primera parte de la intervención podría encaminarse al escla-
recimiento de los términos de la relación. Este aspecto, según
lo abordado anteriormente, podría relacionarse con aspectos
identitarios individuales, así como con la prospectiva vital ar-
ticulada en las narrativas de los miembros (¿aparece la pareja
en las historias futuras?). Este aspecto se refiere a establecer si
hay o no una ipseidad de la pareja.

91
La pareja desde la propuesta sistémica

• Redefinir el problema es un punto de partida que siempre se


debe tener en cuenta. Así como es recomendable en cualquier
proceso clínico, es pertinente redefinir el problema con el que se
trabajará en consulta, transitando así a una versión preferible-
mente interaccional y circular de la dificultad, que desculpabilice
a los miembros y los sitúe en una posición de complementarie-
dad relacional, en la que cada uno construya claridades sobre
el papel de sus acciones en el problema, de manera que se vi-
sibilicen posibilidades de cambio. En intervenciones de corte
más narrativo, la redefinición puede invitar a un ejercicio de
externalización del problema (White y Epston, 1993; Payne,
2000; Campillo, 2013; Scheinkman y Fishbane, 2004), con las
correspondientes preguntas de influencia relativa. Esta exter-
nalización puede apoyarse en las metáforas interaccionales
y la exteriorización dual propuestas por Freeman, Epston y
Lobovits (2001)5.
• Realizar sesiones conjuntas e individuales complementa los
modos de trabajo. La importancia de una comprensión rela-
cional de la pareja invita a comenzar el proceso interventivo
de manera conjunta. No obstante, algunos temas merecen ser
tratados de forma individual con los miembros, para luego in-
tegrarlos nuevamente al proceso conjunto.
• Comprender la historia de la relación puede resultar muy útil.
Si bien no todo inicio es determinante de los términos de una
historia, la manera en la que se realiza la edición de las versio-
nes del pasado y el futuro desde el presente puede ser un im-
portante insumo para la comprensión de las dificultades de la
pareja. En ocasiones, los miembros de la pareja narran versiones

5 Freeman, Epston y Lobovits (2001) ofrecen varias metáforas para la externa-


lización de problemas. Las metáforas interaccionales invitan a describir algu-
nos problemas como elementos que ocupan un espacio entre las personas (por
ejemplo, el muro, el abismo, la historia de rechazo, etc.). Por su parte, la exte-
riorización dual puede ser una forma en la que no se limita a una única versión
del problema, sino que permite externalizar diversas situaciones problemáticas
que se relacionan entre sí, formando círculos viciosos. La reflexión sobre estos
problemas en interacción puede apoyar la creación de círculos virtuosos.

92
La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

dispares sobre el inicio de la relación y su prospectiva. Sin em-


bargo, también pueden hacerse visibles historias sincronizadas
que presentan recursos en el pasado o en el futuro, susceptibles
de ser actualizadas en el presente de la relación e invitando a la
reconstrucción identitaria de la pareja. En algunos casos, la re-
visión del pasado de la historia de la pareja puede facilitar la
emergencia de lo ausente pero implícito, concepto trabajado por
Campillo (2013), que da cuenta de los aspectos fundamentales de
la relación, así como de aquello que unió a los miembros en el
inicio de su historia conjunta, entendiendo que lo ausente pero
implícito puede haber sido invisibilizado por las versiones ralas
actuales desde las que se organiza el sistema. Esto puede traba-
jarse a través de conversaciones de re-membranza (White, 2002).
• El pasado se debe comprender como referente de la relación
(sincronización de la historia, contexto histórico de la pare-
ja, etc.), pero no como foco de la intervención. Los dilemas se
encuentran en el presente, no en el pasado de la relación o de
las historias indviduales.
• Develar la compatibilidad de historias y expectativas sobre el
amor y la relación es clarificante. Como se mencionó anterior-
mente, aunque en sus inicios una relación de pareja haya estado
bien sincronizada y haya compatibilidad de las historias indi-
viduales, en algunos casos las narrativas de los miembros han
podido tomar rumbos que difieren significativamente de los de
la otra persona. En algunos casos, esto no ha sido abordado y
ni siquiera se ha reconocido, por lo que no hay una sincroni-
zación actual en la historia conjunta. Se trata de explorar las
tres áreas de acuerdo propuestas por Campo y Linares (2002).
• El reconocimiento de los miembros de la pareja y la renegocia-
ción de acuerdos es una alternativa para considerar. Con base
en lo planteado sobre la temporalidad y la posibilidad de que
los miembros de la pareja hayan cambiado significativamente
de las versiones con las que iniciaron la relación, a veces, pue-
de ser importante abrir espacios conversacionales para que los
miembros puedan conocerse desde sus versiones actuales. Esto
puede implicar que al reconocerse sigan estando interesados

93
La pareja desde la propuesta sistémica

en continuar como pareja, como, también, puede ocurrir que


estas nuevas versiones, no contempladas, resulten poco inte-
resantes o incluso abiertamente incompatibles, por lo que se
puede llegar a la conclusión de no continuar más con la rela-
ción. Desde luego, se comprende que ambas opciones son vá-
lidas dentro del proceso terapéutico. Sin embargo, en caso de
querer continuar, es preciso construir nuevos acuerdos entre
los miembros de la pareja, que sean acordes con las noveda-
des identitarias.
• Coconstruir posibilidades de continuidad narrativa (si es po-
sible) es una maniobra válida. Se trata de restablecer el aspec-
to dinámico de la historia de la pareja (y de sus miembros),
para permitir procesos coevolutivos. Esto implica la posibili-
dad de articular historias futuras satisfactorias. De igual ma-
nera, se busca fortalecer los recursos de la pareja para resolver
problemas en el futuro. Como afirman Lacub y Sabatini (s. f.),
los posibles sí mismos son esquemas orientados hacia el futu-
ro, lo que es indispensable para poner en acción al sí mismo.

Conclusiones
Desde la comprensión narrativa es claro que las identidades están or-
ganizadas en historias, por eso puede llegar a plantearse que las iden-
tidades son cambiantes en la medida en que avanzan las historias. De
igual manera, la historia de la pareja es también cambiante y además
es construida por al menos dos autores. La historia de la pareja se or-
ganiza desde las historias de sus miembros, sin embargo, las trascien-
de, es decir, puede decirse que la historia de la pareja no se reduce a la
suma de las historias individuales. Por esto, es posible hablar de una
ipseidad de la pareja.
La temporalidad constituye otro pilar de la identidad de la pareja,
en la medida en que da cuenta de una narración dinámica y, por ende,
cambiante, siendo el cambio esperable en el desarrollo de las historias
humanas, por lo que la ipseidad de la pareja cuenta con diferentes mo-
mentos y tramas. De igual manera, los miembros de la pareja pueden
dar cuenta de distintos momentos de autenticidad, que pueden llegar

94
La construcción identitaria de la pareja: una mirada narrativa

a variar en el decurso de la historia y que necesitan ser reconocidos


por los ellos para poder hacer ajustes en la relación.
Los dilemas en pareja pueden ser comprendidos como dificulta-
des en el proceso de sincronización de las historias de los miembros
y la creación de una historia conjunta que pueda articular el futuro.
Por consiguiente, la intervención clínica puede invitar a la recons-
trucción identitaria de la pareja, de manera que se deconstruyan las
versiones que resultan obstaculizantes y se facilite la emergencia de
narraciones que puedan articular los cambios en las identidades indi-
viduales, así como recuperar la continuidad en la historia misma de
la pareja. En palabras de Lacub y Sabatini (s. f.), “Cualquier forma
de consuelo o alivio psicológico busca configurar la historia haciendo
que los acontecimientos azarosos o disruptivos se conviertan en com-
prensibles y con sentido, lo cual no es ni más ni menos que la función
de la narrativa” (p. 90).

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