Hebreos 1-6

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HEBREOS

Heb. 1.1-2 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a
los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;

Esta epístola es denominada “La preeminencia de Jesucristo”. Jesucristo es superior y


preeminente a todos y a todo.

Conocer el libro de Hebreos es conocer en parte el libro de Levítico, porque Hebreos tiene
su base en los principios del sacerdocio levítico, donde se reflejan los símbolos
ceremoniales.

AUTOR

La epístola fue escrita por un autor desconocido. Algunos dicen que la escribió Pablo, otros
dicen que fue Apolos y otros, que fue Pedro, y algunos dicen que fue tal o aquella persona.
Sabemos que fue escrita por un creyente, bajo inspiración, a un grupo de judíos sufrientes
y perseguidos en alguna parte, fuera de Israel. Orígenes, dijo simplemente: “nadie sabe”.
El propósito del libro es exaltar a Cristo y su autor el Espíritu Santo; y a que sí conocemos.

TIEMPO

Esta carta se escribió cerca del 70, quizás en el 65. Muchos estiman que cerca del 67-69
d.C., antes de la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70 d.C.

DESTINATARIO

Como no hay referencia a los gentiles en el libro, ni se mencionan problemas entre gentiles
y judíos en el seno de la iglesia, entonces esta carta iba dirigida estrictamente al pueblo
judío. Este grupo de hebreos estaba seguramente esparcido por toda la región externa a
Judá. La carta también está dirigida a incrédulos que eran parte de la comunidad judía. A
diferencia de otros judíos, ellos nunca escucharon hablar de Jesús, no tenían los escritos
del NT como testimonio, porque no se habían unificado aún. Lo que sabían de Cristo y su
evangelio lo habían aprendido de creyentes, o algún apóstol o profeta.

La carta se dirige a tres grupos en esta comunidad judía.

GRUPO I: Hebreos creyentes

Era la comunidad de judíos creyentes en el Señor Jesucristo, que habían nacido de nuevo y
habían recibido a Jesucristo como su Mesías y Salvador personal, y se habían hecho sus
seguidores. Esto les había traído hostilidad, persecución y sufrimiento por parte de su
propio pueblo. A raíz de esto se llenaron de una gran desconfianza en el evangelio.

Estaban en peligro de volver a los patrones y normas del judaísmo; llegaron a confundir el
evangelio con las ceremonias y el legalismo del judaísmo, debilitando así su fe y su
testimonio. Adoraban aun el ritualismo del templo. Por esa razón el Espíritu les habló tanto
acerca del nuevo sacerdocio, el templo nuevo, el sacrificio nuevo y el santuario nuevo,
todos estos mejores que sus versiones antiguas.
GRUPO II: Hebreos no creyentes convencidos intelectualmente

Es el grupo de personas que han oído la verdad de Jesucristo y están intelectualmente


convencidas de que Él es de verdad quien dijo ser, pero no están dispuestos a hacer un
compromiso de fe en Él. Creían que Jesús era el Cristo, el Mesías al que se referían las
Escrituras judías (AT), pero no estaban dispuestos a recibirlo personalmente como su
Señor y Salvador.

GRUPO III: Hebreos no creyentes

En este libro el Espíritu Santo no habla solamente a los cristianos para fortalecer su fe, o a
los convencidos intelectualmente para empujarlos hacia la línea de la fe salvadora; también
habla a quienes no habían creído en absoluto, a quienes aún no están convencidos de
ninguna parte del evangelio. Busca mostrarles con claridad que Jesús es quien dijo que era.

Estos son los tres grupos que la epístola tiene en perspectiva. La clave para interpretar
cualquier parte de Hebreos es entender a qué grupo se está dirigiendo. Si no lo
entendemos, podemos confundir las cosas.

Preeminencia de Cristo

Sin ningún preámbulo, el libro inicia mostrando su propósito. Afirma que Jesús, el Hijo de
Dios, es la revelación final de Dios, superior a toda revelación anterior..

Es esencial en el pensamiento judío el hecho de que “Dios…ha hablado”, en otras palabras,


no ha dejado al hombre ignorante de su naturaleza o de su voluntad. Dios es un Dios que
se revela, que quiere que lo conozcamos. Constantemente está hablando, buscando al
hombre, dándose a conocer. Porque Dios ha hablado podemos tener una relación personal,
y podemos entender la naturaleza de su creación, y su propósito para nosotros.

Pero ahora, ha dado su revelación final. La revelación completa del Hijo, diferente a
aquellas que se dieron en otro tiempo, pero esta llegó en el momento crítico cuando Dios
finalizara los tiempos, donde traerá la bendición escatológica y el juicio.

Seguidamente enumera siete hechos acerca del Hijo.

1. Dios lo hizo heredero de todo. Hay solamente un Hijo, y su control se extiende a


todo. No debemos entender heredero en el sentido de recibir una herencia cuando muere
su dueño. El trasfondo de la expresión es del AT, en el cual el hijo mayor tenía la autoridad
sobre toda la hacienda del padre. Ya que la hacienda de Dios es toda la creación, el Hijo es
Señor de todo. (Sal. 2:7).

2. Por medio de él, Dios hizo el universo. Dios dispuso de antemano que el propósito
de la creación era sujetarse al Hijo como su Señor (el heredero). Es propio, entonces, que
el Hijo sea su agente en la creación. (Jn 1:3; Coloc.1.16)

3. Es el resplandor de su gloria. La idea aquí es que el Hijo tiene en sí la misma


naturaleza gloriosa del Padre. Si Dios es luz, el Hijo es la misma luz brillando en este
mundo. Es imposible separar el resplandor de la luz, y es solamente por medio del
resplandor que vemos la luz. (Jn.8.12)
4. Es la expresión exacta de su naturaleza. Esta expresión se refiere a la impresión que
deja el troquel en una moneda. Acá se enfatiza la correspondencia exacta entre la
naturaleza del Hijo y la del Padre: El que me ha visto, ha visto al Padre (Jn. 14:9). Esta
figura declara el misterio de la Trinidad: la unidad y la distinción de las personas divinas.

5. Sustenta todas las cosas. El Hijo creador también lleva todo a su cumplimiento. En él
todas las cosas subsisten, no sólo mantiene en existencia, sino dirige, guía y lleva todo
hacia la meta del Creador (Colos 1:17). El Hijo lo hace con la palabra de su poder. Según
Génesis, la creación se efectuó por el simple hablar de Dios. Así también la palabra es el
instrumento para sostener y perfeccionar la creación. La palabra de Cristo tiene poder y
logra su fin.

6. Hizo la purificación de nuestros pecados. El libro pasa de la naturaleza eterna y de


la obra creadora de Jesucristo a su acción terrenal para los hombres. Con su muerte en
sacrificio Jesús nos limpió de los pecados que hacían imposible que entráramos a la
presencia de Dios. Es el mismo Creador que nos purifica en la cruz del Calvario. También,
el Cristo crucificado es el que sustenta todas las cosas. Por tanto, la redención/purificación
es obra de Dios más importante en toda la historia humana.

7. Se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. La posición a la diestra de un


monarca oriental era el lugar de sumo honor y poder. La Majestad significa Dios. El asiento
a la diestra de Dios es el trono del universo. Después de su sacrificio Jesús ha alcanzado la
posición de Señor de todos (Sal. 110:1).

De esta manera, Hebreos define su tema y describe con siete frases sublimes la
superioridad de Jesucristo a cualquier otra persona. Servir a tal Señor tiene que ser
superior a cualquier otra creencia o religión, aun a la que dio Dios en el AT.
Hebreos 1.4-14

La superioridad de Jesús

Hebreos 1. 5 Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he
engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo?

Si Jesucristo eternamente era Hijo de Dios, ¿cómo es posible que fue hecho…superior a los
ángeles (v. 4)? El libro nos expresa la exaltación de Jesús a la diestra de Dios, después de
que por poco tiempo fue hecho menor que los ángeles (2:9). Superior se traduce mayor y
nos indica la superioridad de Jesús y el orden que él inició, a todo lo que precedía. Jesús es
superior a los ángeles porque no se llama mensajero (“ángel”), sino Hijo de Dios.

¿Por qué el énfasis en los ángeles? En el primer siglo, los judíos tenían mucho interés en
los ángeles. Creían que los ángeles habían traído la ley de Dios a Moisés en el monte Sinaí.
También pensaban que ellos se encargaban de la administrar las naciones del mundo. El
libro de Hebreos replica que el Mesías no está sujeto a ningún ángel.

Los judíos sentían que Dios estaba muy lejos de ellos, y por lo tanto fue natural que
buscaran mediadores que pudieran cubrir la distancia entre el hombre y Dios. Esta
tendencia de buscar mediadores o intercesores delante de Dios se ha manifestado también
en otras ocasiones a lo largo de la historia religiosa de la humanidad. Los hombres han
construido imágenes en su deseo de traer más cerca al Dios trascendente.

Si bien es cierto que nuestro pecado ha aumentado nuestra distancia de Dios, no es


menester buscar un mediador que interceda ante Dios. Es que Dios mismo cubrió la
distancia cuando mandó a su Hijo a tomar la naturaleza humana. El Hijo nos ofrece un
acceso a Dios incomparablemente superior a cualquier medio que el hombre pueda
concebir.

En los vv. 5–13, el libro nos presenta siete citas del AT que comprueban la superioridad del
Hijo a los ángeles. La primera y segunda cita, hablan de la relación entre el Padre y el Hijo.
La tercera y la cuarta describen el deber y la naturaleza de los ángeles, mientras que la
quinta y la sexta ensalzan la eterna majestad del Hijo. La última combina este tema de la
majestad con el de su relación con el Padre.

En el v. 5, cita el Salmo 2:7. Aunque a los ángeles como un grupo se les llama hijos de
Dios (Gén. 6:2), ningún ángel es llamado “hijo de Dios” en singular. La segunda cita es de
2 Samuel 7:14, donde se muestra la promesa de Dios a David acerca de su hijo Salomón,
pero los judíos esperaban un cumplimiento más pleno de la profecía en otro descendiente
de David. A ningún ángel hizo Dios una promesa semejante.

Introducir al Primogénito en el mundo (v. 6) puede referirse al nacimiento de Jesús, a su


exaltación, y su segunda venida. En el AT el primogénito era dedicado al Señor (Éxo.
13:2). Esta tercera cita corresponde a Deut. 32:43 y Salmo 97:7, en estas la adoración se
dirige a Jehová. En este libro de reafirma que el Hijo merece igual honor con el Padre, y lo
dicho de Dios se puede aplicar a Jesucristo, porque es Dios igualmente con el Padre.
En el v. 7, cita el Salmo 104:4. Acá se señala el contraste radical entre esta descripción de
los ángeles como servidores mudables y aun perecederos, y la del Hijo en las citas que
siguen, como rey eterno.

El Salmo 45:6-7, aplicado a un rey en su coronación, sirve para describir el reino eterno de
Jesús (vv. 8-9). No es servidor, sino rey. Si los ángeles también reinan, como pensaban los
judíos del primer siglo, Cristo es superior a ellos y a todos los demás reyes, sus
compañeros. Y él no es una creación que pueda cambiar o dejar de existir, sino un rey
eterno. Se le llama Dios.

El Salmo 102:25–27 confirma la eternidad del Hijo (vv. 10–12). Existió antes de la creación
del universo y existirá después de su destrucción. Los ángeles son parte de la creación,
pero el Hijo podría descartar esta creación y hacer otra como él quiera.

El v. 13 cita el Salmo 110.1, un Salmo que resalta la superioridad del Hijo a los ángeles. La
diestra de Dios es el lugar de suprema autoridad en el universo. Ningún ángel ha recibido
una invitación para sentarse en el trono de los cielos, pero el Hijo está sentado allí por
invitación divina.

De modo que el Hijo, y no los ángeles, ocupa el lugar supremo de autoridad (v. 14). Estos
son servidores, un puesto por definición inferior al Hijo. Su servicio a Dios favorece a los
que recibirán la salvación: Nosotros, los que profesamos al Hijo como Señor.

Los ángeles no son nuestros señores, sino siervos de Dios que él ha mandado para
ayudarnos en poseer nuestra herencia.
El peligro de descuidar su revelación

Heb 2:1 Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos
oído, no sea que nos deslicemos.

El autor de hebreos prosigue su exposición de la superioridad de Jesús sobre los ángeles,


con una amonestación a los creyentes (v. 1). El propósito del libro no era que los creyentes
aceptaran en sus mentes la superioridad de Jesús; sino que debían perseguir que lo que se
cree vaya a la par de lo que se hace. Si Jesucristo tiene una naturaleza digna, recta, y
poderosa como se reflejó en el capítulo 1, entonces deberíamos atender más la palabra de
Dios. Los creyentes destinatarios del libro estaban en peligro de dejar su profesión cristiana
por temor o apatía. Si aceptaban la superioridad de Cristo, lo mostrarían en su
perseverancia.

La salvación no es simplemente un “lugar” donde podemos descansar en pasividad, sino un


camino en el cual tenemos que caminar. Si no somos diligentes y activos, progresando en
el camino de la fe, nos alejaremos poco a poco del Hijo y de sus demandas. Más son los
que se alejan de Jesús por deslizamiento pasivo, que los que por decisión activa renuncian
a la fe.

Hebreos confirma su advertencia con un argumento firme (vv. 2-3). Aquí el argumento es
que, si la ley dada por medio de los ángeles fue válida, cuánto más la salvación que Jesús
ofrecía.

Para entender este argumento, hay que saber que los judíos del primer siglo creían que
Dios mandó la ley a Moisés por medio de ángeles. El libro de Éxodo no menciona ningún
ángel como mediador de la ley, pero tal creencia llegó a ser común entre los judíos por un
creciente sentido de la condición divina de Dios. La idea de que los ángeles mediaron la ley
de Moisés se refleja en Gálatas 3:19 y Hechos 7:53. Hebreos arguye que Jesús nos ofrece
una salvación más grande que la ofrecida en el AT por ángeles, y el que rechaza esta
salvación merece una consecuencia más grande que el que rechaza la del AT.

Ya que si Jesús es superior a los ángeles, entonces la palabra que Dios dejó por medio de
Él, tiene que ser más importante que la que encargó a los ángeles. Si es importante evitar
la consecuencia que amenaza al que viola la palabra dicha por los ángeles, cuánto más
importante es “atender” la palabra suprema y final de Dios, que ofrece salvación.

Posiblemente algunos de los creyentes se lamentaban de que la ley judía les fue dada por
medio de ángeles, mientras que ellos habían recibido el evangelio por medio de simples
hombres. El autor corrige este error, afirmando que el primer mensajero que declaró el
mensaje de salvación fue el mismo Señor, el Hijo quien es superior a los ángeles. Aunque
estos creyentes hebreos no habían escuchado la palabra de labios de Jesús, los que oyeron
al Señor les confirmaron el mensaje con su proclamación y testimonio. Y Dios dio su
confirmación de la verdad de este mensaje con milagros y con la presencia permanente de
su Espíritu Santo.

De este argumento podemos afirmar que ni los lectores, ni el autor de Hebreos, anduvieron
con Jesús en la tierra. Pero la sola presencia en dichas iglesia de la manifestación milagrosa
del poder de Dios a través de señales, las cuales apuntaban a la presencia del Espíritu
Santo, eran una verdad espiritual, eran dones repartidos por el Espíritu de Dios o
“repartimientos del Espíritu Santo”. Esas maravillas, produjeron asombro en los que las
presenciaron (v. 4).

Dios repartió el don de su Espíritu a cada uno de los miembros de la comunidad como él
quiso, y dado que él nos conoce profundamente y nos ama tanto, su voluntad es mejor que
lo que escogeríamos por nosotros mismos.

Sobre el poner por encima a una criatura en lugar del Creador

El inca Pachakutij (reformador), noveno rey del Imperio incaico (¿1225–1285?), fue un
gran reformador y teólogo. Según el comentario de los cronistas como: Cristóbal de Molina
y el padre Bernabé Cobo, en su "Historia del Nuevo Mundo" (escrita en 1654), el inca
Pachakutij:

Llamó la atención al hecho de que el astro solar siempre sigue una trayectoria fija, realiza
tareas definidas y tiene un horario rígido como cualquier obrero: en otras palabras si inti,
sol, fuera Dios ¿por qué no realiza o hace algo original? El rey Pachakutij reiteraba
después: el disco solar puede ser encubierto por cualquier nube. Esto quería decir que si
inti era realmente Dios, ninguna cosa creada podría cubrir su luz. Sorpresivamente,
Pachakutij tembló al darse cuenta de que había estado adorando a una simple criatura
como si fuera el Creador.

Entonces, empezó llamando a un congreso de sacerdotes del sol, equivalente pagano del
Concilio de Nicea, para proponer el cambio de adorar al Creador antes que a las cosas
creadas, porque sería una incongruencia adorar al mismo tiempo a las cosas creadas como
si fueran el creador.

Si Pachakutij, un inca pagano, desprovisto de la iluminación judeo cristiana, se pudo dar


cuenta de que era una incongruencia poner una criatura en lugar del Creador, lo imperfecto
y lo insuficiente antes que lo perfecto y todo suficiente, nosotros tenemos que darnos
cuenta a través de la Palabra del Señor en este pasaje, de que no podemos poner a
ninguna cosa creada por encima del Creador, por encima de su hijo Jesucristo.

A través de este pasaje la palabra de Dios nos exhorta a tomar en serio el camino de la
salvación, el camino de fe en el que nos encontramos por la gracia del amor de Dios.

Al mismo tiempo nos invita a examinar nuestra situación en el camino de la fe, si somos
diligentes y tomamos el camino de la fe como lo más importante, como la verdadera
prioridad de nuestra existencia, estamos progresando bien en ese camino, rumbo a la meta
final, la Jerusalén celestial.

Pero si seguimos en el camino de la fe con apatía, tomándolo como menos importante que
cualquier actividad humana, teniendo más miedo a las pruebas y al rechazo de la gente no
creyente, estamos próximos a deslizarnos del camino de la fe al otro camino ancho, que
nos llevará a la perdición y, por ende, al castigo eterno de Dios.

El propósito de este mensaje es que podamos sacudirnos y reaccionar al amor de Dios que
no quiere por nada que nos deslicemos del camino de fe, porque ese camino es la prueba
de su amor más inmenso por el hombre, fue abierto con la sangre de su hijo amado. ¡No lo
rechacemos!

Servicio Dominical - 05 junio

La humanidad de Jesús

Heb 2:9 Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús,
coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la
gracia de Dios gustase la muerte por todos.

Habiendo indicado que el mensaje del Hijo se refiere a la salvación, el autor prosigue en
esta sección explicando cómo fue alcanzada la salvación y qué significa para nosotros. Es
justo que esta gran salvación sea proclamada por hombres, porque el plan de Dios es
sujetar el nuevo orden de la salvación al hombre, y no a los ángeles (v. 5).

Ya vimos que los judíos de los tiempos del NT creían que los ángeles administraban las
naciones del mundo. Pero Hebreos afirma que el mundo venidero, el reino de Cristo, no
será sometido a los ángeles, sino a un hombre (Jesús). Por tanto, el que quiera participar
en el mundo venidero no se dirigirá a los ángeles ni confiará en ellos. El mundo venidero ya
estaba viniendo en el ministerio de Jesús, y empieza a venir a nuestras vidas cuando lo
aceptamos como Señor. Pero vendrá en su plenitud cuando regrese Jesús.

En los vv. 6–8, el autor cita el Salmo 8:4–6 para comprobar la autoridad del hombre sobre
todas las cosas. El autor de Hebreos dice que Dios o el Espíritu Santo son los que hablan.
Solamente un autor humano, Jesús, puede encarnar la mismísima palabra de Dios.

El Salmo 8 expresa la admiración de su autor ante la posición elevada que Dios ha dado al
hombre en su creación. En base a la afirmación de que Dios sometió todas las cosas al
hombre, el autor de Hebreos arguye que no puede haber una parte de la creación fuera del
dominio del hombre (v. 8). Aun los ángeles tienen que estar sujetos al hombre.

Sin embargo, al observar el mundo en el presente, no vemos todavía que el hombre tenga
este dominio total. Solamente por la fe que ve las realidades celestiales y futuras (11:1),
podemos ver el principio del cumplimiento de este Salmo en Jesús. Él es superior a los
ángeles y fue hecho por poco tiempo menor que ellos; ahora está coronado de gloria y de
honra. Los ángeles no gobernarán sobre los hombres en “el mundo venidero”, sino que
estarán sometidos al hombre Jesús, porque Dios no dejó nada que no esté sometido a él.

Dios ha coronado a un hombre como soberano sobre todas las cosas (v. 9). Pero antes de
su coronación, este hombre tuvo que padecer la muerte por los pecados de toda la raza
humana. En el v. 9, se usa el nombre humano del Hijo, Jesús. Enfatiza la identificación de
Cristo con los hombres en toda su experiencia, inclusive en la muerte que resulta del
pecado del hombre.

Pero de la misma manera en que él se identificó con el hombre en su humillación y murió


por todos, todos los que se identifican con él por la fe pueden participar en la gloria y honra
con que él está coronado. El autor emplea la forma singular en todos, que significa “todo
hombre”. Así enfatiza que Jesús murió, no sólo por la humanidad en general, sino por cada
individuo en particular. En Cristo, todo hombre tiene la oportunidad de superar a los
ángeles y así alcanzar el propósito de su Creador. Todo esto sucedió por la gracia de Dios.
El sacrificio de Jesús y su exaltación fue el plan de Dios para abrir el camino hacia su
presencia.

La gracia de Dios hacia nosotros condujo a Cristo a la muerte. Jesucristo no vino al mundo
para ganar popularidad ni poder político, sino para sufrir y morir de modo que pudiéramos
tener vida eterna. Debemos identificarnos con la actitud de un Cristo siervo.

Hebreos 2-10-18

El sufrimiento esencial de Cristo

Heb 2:10 Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas
las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por
aflicciones al autor de la salvación de ellos.

Luego de terminar de describir la naturaleza humana tomada por el Creador, (v. 9)


entonces el autor de Hebreos usa uno de los grandes títulos denominativos de Jesús, le
llama Pionero (arjêgós) de gloria. La misma palabra se le aplica a Jesús en Hch.3:15 (autor
de la vida); Hch. 5:31 (Príncipe), término que quiere decir “el cabeza o jefe”.

Un arjêgós es el que inicia algo con el fin de que otros puedan participar después. Inicia
una familia en la que nacerán otros; una ciudad en la que residirán otros; una creencia en
la que otros le seguirán buscando la verdad y la paz que él mismo ha encontrado; es el
autor de bendiciones en las que otros entrarán después, es el que abre un camino que
otros van a seguir. Esto es lo que el autor de Hebreos quiere decir cuando llama a Jesús el
arjêgós de nuestra Salvación. Jesús ha abierto el camino hacia Dios que todos podemos
seguir. (v. 10)

¿Cómo llegó Jesús a eso? La versión RV60 dice que Jesús fue perfeccionado por aflicciones;
En su naturaleza divina Cristo era perfecto. Pero su naturaleza humana fue perfeccionada
por medio de la obediencia, que incluyó el sufrimiento con el fin de que pudiera ser un
Sumo Sacerdote comprensivo y un ejemplo a seguir para los creyentes. Así que, lo que el
autor de Hebreos quería decir es que Jesús, por medio del sufrimiento, llegó a ser
totalmente idóneo para la tarea de ser el Pionero de nuestra Salvación.

Fue en este sufrimiento que se identificó realmente con la raza humana. El autor de
Hebreos cita tres textos del Antiguo Testamento que anuncian la identificación del Mesías
con la humanidad: Sal.22:22; Isa.8:17 e Isa.8:18 (vv.11-13). Si Jesús hubiera venido a
este mundo de una forma que no pudiera sufrir, habría sido distinto de los demás seres
humanos, y no habría podido ser su Salvador. Entonces fue por medio del sufrimiento, que
Jesucristo se identificó con la naturaleza humana. No había otra manera.

Esta identificación capacitó a Jesucristo para simpatizar con nosotros. Esta palabra quiere
decir etimológicamente sentir con otro. Es casi imposible comprender el dolor o el
sufrimiento de otra persona si no lo hemos pasado nosotros. Una persona que nunca ha
estado afligida no entiende el dolor de corazón de la persona a la que ha alcanzado la
aflicción. Antes de poder simpatizar con alguien, tenemos que pasar por su misma
experiencia, ¡y eso es precisamente lo que hizo Jesús!

Los vv. 10–13 describen la identificación del Hijo con los hombres en la encarnación. El v.
14 da el propósito de esta identificación. Jesucristo se hizo semejante a los hombres en su
existencia física de carne y sangre, a fin de morir como mueren los hombres. Jesús nació
para morir.

Una paradoja central de la fe cristiana es que la muerte de Jesús no fue su derrota, sino la
victoria decisiva sobre la muerte y el diablo. Cuando el diablo induce a los hombres a
pecar, promueve la muerte y extiende su dominio, pero cuando Jesús sufre la muerte que
es castigo de los pecados, destruye al diablo y a su dominio de muerte. La resurrección de
Jesús comprueba que la supuesta victoria del diablo y de la muerte, fue en realidad su
derrota definitiva.

V. 15. El propósito de la destrucción de la muerte es librar a los “hermanos” de Jesús (v.


12) quienes vivían en esclavitud a ella. La muerte es una sombra que oscurece toda la
vida. El hombre nunca vive con la plenitud que Dios planeó en el principio, porque desde
sus primeros años es esclavo del temor de la muerte en vez de gozar la vida.

La existencia sin Cristo es más muerte que vida. Pero la paradoja de que Cristo murió para
dar vida, nos libra de la paradoja de vivir en el temor de la muerte. El cristiano tiene que
pasar por la experiencia de la muerte física, como todo hombre, pero ya no teme la muerte
porque no significa separación de lo que ama, sino entrada a la presencia plena del más
amado: Dios. Así el cristiano, como su hermano mayor Jesucristo, puede vivir y morir sin
temor.

Cristo se convirtió en carne y sangre (v. 14) porque se ocupaba en la salvación de seres de
carne y sangre. Fue necesario que fuese hecho semejante a ellos (v. 17) para ayudarles
como sumo sacerdote. La encarnación muestra la superioridad del hombre sobre los
ángeles en el plan de la redención.

Los que reciben la ayuda de Jesús son la descendencia de Abraham. ¿Por qué no dice
“descendencia de Adán”? Porque el autor quería decir que Cristo es la simiente o
descendencia prometida sobre Abraham, el padre de todos los creyentes (Ro. 4:11). El Hijo
de Dios, queriendo ayudar a los hombres, tuvo que ser hecho semejante a ellos. Solamente
compartiendo nuestra naturaleza nos puede representar como sumo sacerdote ante Dios.

Jesús entiende las pruebas y las tentaciones de la vida humana (v. 18). Él enfrentó las
necesidades físicas del hombre, la obligación de obedecer a Dios viéndolo solamente por la
fe, la tentación de buscar su propia comodidad en vez de la voluntad del Padre. En toda
prueba, toda dificultad, toda tentación, tenemos en Cristo un amigo que ha pasado por el
mismo camino y entiende nuestra situación.

Él nos ofrece un socorro único, porque es el único que ha enfrentado todas estas
situaciones con éxito. Otros han sido tentados como nosotros, pero han cedido a la
tentación. Pueden entender nuestra situación, pero a fin de cuentas han fracasado como
nosotros. Pero Jesús bebió hasta el fondo la copa de sufrimiento y todavía permaneció fiel.
Él conoce nuestros problemas y también tiene las soluciones. Sabe aún mejor que nosotros
mismos qué tipo de ayuda necesitamos, y nos ofrece perdón por el pasado y poder para el
porvenir.

Más grande que el mayor

Heb 3:3 Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene
mayor honra que la casa el que la hizo.

Los judíos del primer siglo honraban a los ángeles como mediadores que trajeron la ley de
Dios a los hombres. El agente humano de esta ley era Moisés. Es posible que los hebreos
esperaban el regreso de Moisés como parte del fin que Dios pondría al mundo. Empezó
demostrando que Jesús es superior a los profetas; luego siguió demostrando que Jesús es
superior a los ángeles, y ahora se proponía demostrar que Jesús es superior a Moisés.

La base de su pensamiento es que la suprema revelación de Dios ha venido por medio de


Jesucristo, y que solo por medio de Él tenemos acceso directo a la presencia de Dios. El
autor apela a los hebreos como parte de la familia de Dios; apartados del mundo para el
servicio del Señor. Estos que fueron llamados con llamamiento celestial, el que viene del
cielo, que ofrece las bendiciones del cielo y que nos invita a subir al cielo.

Por su identificación con nuestra condición humana y por la expiación que ha hecho por
nuestros pecados, Jesús merece toda nuestra atención. Él es el apóstol o enviado que Dios
mandó para traernos su revelación final y completa. También es el sumo sacerdote que nos
representa ante Dios. Como nuestro representante, ofrece la obediencia perfecta que la
revelación de Dios demanda del hombre, y nos santifica con el sacrificio de sí mismo para
que entremos en la presencia de Dios.

En el v. 2 empieza la comparación entre Jesús y Moisés. En Números 12:7 Dios describe a


Moisés como fiel en toda mi casa. Hebreos afirma que Jesús también fue fiel a Dios, quien
lo había nombrado para su obra a favor de la casa de Dios.

Si bien Jesús no es inferior a Moisés en fidelidad, es superior a él en dignidad. Moisés es un


miembro de la casa de Dios, pero Jesús es la cabeza (v. 3). Al hablar de Jesús el Mesías
como constructor de la casa de Dios, el autor se refería a 1 Crón. 17:11 y Zac. 6:12.

El v. 4 explica cómo Jesús puede ser el amo de la casa de Dios. Jesús como constructor
sigue los planes de Dios, de manera que la casa, como toda la creación, es de Dios, y a la
vez es la casa del constructor que la ha construido según el plan de Dios.

En los vv. 5-6 el autor resume la superioridad de Jesús sobre Moisés por medio de tres
contrastes: Moisés fue fiel como siervo, pero Cristo…como Hijo. Ser siervo de Dios es un
papel de gran dignidad, pero la dignidad de Hijo es aún mayor. También Moisés sirvió en…
la casa de Dios, mientras Cristo está sobre su casa. Y por último la ley que Dios dio a
Moisés no fue la revelación final de Dios, sino la sombra de los bienes venideros (10:1). La
realidad viene en Cristo. Lo que se había de decir fue dicho en Cristo (1:2).

Los judíos del siglo I decían “se hizo” para expresar la idea de que “Dios lo hizo”. Así que el
ministerio y la fidelidad de Moisés fue un testimonio que apuntaba a la revelación final que
Dios iba a decir en la vida, enseñanza y muerte de Jesucristo. Abandonar a Cristo para
volver a la ley de Moisés sería dejar lo superior por lo inferior, la realidad por la sombra. La
verdadera casa de Dios no es Israel, afirma Hebreos, sino la iglesia.

Cristo nos ha dado la confianza de entrar con denuedo en la presencia de Dios, y una
esperanza celestial que engendra una gloria sana. Pero la confianza y la esperanza no son
actitudes pasivas. El cristiano no debe quedarse apático porque piensa que la salvación es
segura y que por tanto no hay necesidad de atenderla. Nuestra confianza es más bien
activa; el cristiano genuino confía activa y continuamente en la salvación, y muestra su fe
en fiel obediencia.

Hebreos no está diciendo que la salvación dependa del esfuerzo del cristiano. Más bien,
advierte que si la calidad de la vida de uno contradice su fe, debe examinarse para ver si
su fe es genuina. Hebreos, como el resto del NT, afirma la seguridad de la salvación para
los que creen (6:9-10; 7:25; 10:39), pero también enfatiza la doctrina complementaria de
la necesidad de perseverar en la fe.

Como cristianos, debemos mantener en tensión la confianza en la seguridad de nuestra


salvación y la advertencia de que tenemos que perseverar (v. 6). La perseverancia no es
una condición para recibir la gracia de Dios, sino un resultado. Es un elemento de la fe que
Dios da, y el que no persevera debe examinar la fe que profesa haber recibido de Dios.
Debemos evitar dos peligros: El no tomar en serio la obligación de responder activamente a
la gracia en fe y en obediencia, y el depender de nosotros mismos para la salvación.
Hebreos 3:7–19

El peligro de la incredulidad

Heb 3:12 Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de
incredulidad para apartarse del Dios vivo;

El autor de Hebreos ha estado esforzándose en demostrar la supremacía de Jesús, y ahora


cambia del argumento a la exhortación. Ahora insiste en las inevitables consecuencias de
esa absoluta supremacía. Si Jesús es tan exclusivamente grande, está claro que se Le debe
una completa confianza y una obediencia total. Si endurecemos nuestro corazón y nos
negamos a darle la obediente confianza que Le debemos, las consecuencias no pueden ser
otra cosa que terribles.

En los vv. 7–11, el autor toma referencia del Salmo 95 para respaldar su insistencia en la
necesidad de “retener la confianza”. Este Salmo describe la desobediencia de la generación
del éxodo. Inicia esta exposición mencionando al Espíritu Santo (3:7; 10:15) o Dios (1:5)
hablando en la Escritura, a esa generación. Dios habló a los que primero oyeron el
mensaje, pero también a cada generación del pueblo de Dios.

Del Salmo 95 cita su segunda parte, donde advierte que el que adora a Dios tiene que
obedecerlo. El corazón duro, que no se somete a la voluntad de Dios, no ofrece una
adoración verdadera. La generación del éxodo salió de Egipto como pueblo de Dios, pero
no llegó a la tierra prometida, la meta final del reposo de Dios, porque exigía pruebas de la
fidelidad de Dios, en lugar de dar pruebas de su fidelidad a Dios.

En el v. 8, provocación y prueba son las traducciones que aparecen en la Septuaginta por


los nombres hebreos Meriba y Masá. El Salmo toma estos nombres de Ex.17:7, donde
Moisés los da a Refidim por la rebelión de Israel y su tentación de Dios en aquel lugar.
Israel se amargó por las pruebas que enfrentaba en vez de crecer en confianza. Por tanto,
se rebeló contra Dios. El salmista advertía al pueblo en su tiempo, que estaba en peligro de
endurecerse o rebelarse de esa misma forma. También el autor de Hebreos aplica esa
advertencia a sus lectores.

Los cristianos del tiempo de Hebreos, igual que la generación del éxodo, habían “visto las
obras de Dios” durante 40 años (v. 9). La crisis de la guerra entre los judíos y los romanos,
que culminó con la destrucción de Jerusalén (70 d.C), pondría fin a la etapa de Israel en el
plan de Dios y cambiaría radicalmente la relación entre los judíos cristianos y sus hermanos
carnales. En tiempos de cambio es más difícil mantener firme la fe en Dios.

En el v. 10, dice lit. “esta generación”. Los hebreos del éxodo habían visto las obras de
Dios sin “conocer sus caminos”. El autor apela a los “hebreos” que leerían su carta, para
que ellos aprendan por sus experiencias del poder de Dios.

En el v. 11 el salmista vincula otra experiencia del éxodo con la de Meriba. Fue en Cades-
barnea, al regreso de los espías, que Dios juró que no entrarían en su reposo (Núm.
14:21–23). En el contexto de Números y del Salmo 95 se refiere a la Tierra Prometida,
donde Israel descansaría de sus tribulaciones en Egipto y de su viaje por el desierto. Pero
después el reposo llegó a ser un símbolo, del premio final que Dios ofrecía a los que le
sirven.

De la misma manera en que Dios descansó de su creación al séptimo día, gozando de los
frutos de su obra, él ofrece a sus siervos el reposo eterno en armonía y en comunión con
él. Para alcanzarlo tenemos que confiar, obedecer y perseverar.

En los vv. 12–15 el autor empieza a aplicar el Salmo 95 a sus lectores. Algunos de ellos
estaban en peligro de apartarse de Dios. Aparentemente sentían la tentación de dejar su
profesión cristiana y regresar a la religión judía. Así podrían evitar las presiones y
persecuciones de parte de sus vecinos no cristianos y tal vez de sus familias. Estos estaban
insistiendo en la superioridad del judaísmo a la fe cristiana.

Hebreos dice que este regreso mostraría un corazón malo (v. 12). La maldad consiste en
incredulidad. La fe, no es simplemente creer que Dios existe o que la Biblia es verdad; sino
que es una relación de acercamiento al Dios vivo. Dios vive y sigue adelante; el que vuelve
atrás se rebela contra la única fuente de vida y está en el camino hacia la muerte y la
condenación. La iglesia tiene la responsabilidad de vigilar que no haya en ninguno de sus
miembros la rebelión que trae tales consecuencias.

El cristiano enfrenta constantemente la tentación de volver atrás, o de acomodarse a su


situación actual en el camino cristiano y no proseguir (v. 13). El autor advierte que este
acomodo trae consigo el endurecerse por el engaño del pecado. La fuerza para resistir
viene de la exhortación de los unos a los otros cada día. La exhortación no es solamente
llamar la atención a uno que yerra; incluye todo el compañerismo cristiano que refuerza a
un hermano.

Es grave ver tantas personas que se apartan de las iglesias, después de un tiempo de
participación activa. El pecado les engaña con promesas falsas de contentamiento o de
resoluciones fáciles a sus problemas, pero pronto se endurecen y se hacen ciegos a su
condición y sordos al llamamiento de Dios. Tenemos que animarnos unos a otros cada día
en nuestras iglesias.

Todos sentimos a veces la tentación de dejar la disciplina o la responsabilidad y regresar a


una etapa anterior en la vida cristiana, menos exigente. Debemos reconocer el peligro serio
de volver atrás en el camino del Señor, y aprovechar cada día de nuestra vida, para
proseguir a la meta, ayudando a otros a hacer lo mismo, hasta que venga el Señor
El v. 14 expresa la confianza del cristiano y también su responsabilidad. Podemos proseguir
hacia la meta con confianza, porque hemos llegado a ser participantes de Cristo, recibiendo
vida y bendición de él. Hay que mantener la fe con que empezamos, teniendo confianza en
Dios hasta el final del camino. El falso cristiano no termina bien porque en realidad nunca

El v. 15 enfatiza la urgencia de ser fiel y de estimular a los hermanos que flaquean,


mientras dura el tiempo de la gracia. Porque luego vendrá el día del juicio; el hoy en que
vivimos es una oportunidad para confiar en Dios y obedecerle. No endurezcamos el corazón
en rebelión contra él.

La generación del éxodo es un ejemplo de un buen comienzo que no fue suficiente. Los que
se rebelaron contra Dios y no llegaron a la meta fueron precisamente los que Dios había
salvado de Egipto. Vieron sus milagros y disfrutaron de su favor, pero por una actitud de
rebelión terminaron mal. Su conducta posterior no fue consecuente con su comienzo.

El v. 16 hace una declaración: “Los que…le provocaron no fueron todos los que salieron…”
El sentido de esta traducción es que hubo excepciones (Josué y Caleb) a la rebelión de
Israel. Con una serie de preguntas el autor invita a sus lectores a evaluar la conducta de
Israel, y después su propia conducta.

Los israelitas habían oído la voz de Dios y habían visto sus obras poderosas en su rescate
de Egipto. Los que han experimentado tantas bendiciones deben ser los últimos en
rebelarse contra este Dios poderoso y misericordioso. Sin embargo, la historia del éxodo
nos muestra los actos de rebelión. Fueron tantos los pecados del pueblo, que Dios los
castigó muriendo en el desierto, como Dios lo había dicho (Núm. 14:29-32). Fue
precisamente porque no obedecieron que Dios juró que no llegarían a entrar en su reposo.
La raíz de la desobediencia es la incredulidad: No confiar en las promesas y los consejos de
Dios. El problema de fondo fue su falta de fe.

Los vv. 16-19 muestran la relación estrecha entre la incredulidad, la desobediencia, el


pecado y el castigo. La obediencia no es un segundo requisito para acercarse a Dios,
después de la fe, sino el resultado de la fe. El pecado no es faltar a ciertas reglas, sino
desobedecer a Dios. Es rechazar la relación con él. El castigo no es una imposición de Dios,
sino el resultado natural de la desobediencia que rechaza su bondad. La generación del
éxodo no entró en la Tierra Prometida porque se negó a entrar.

Hoy, el que no confía en Dios no puede entrar en el reposo que Dios ofrece, porque la paz
del reposo resulta solamente de la confianza en Dios. El que no encuentra su paz en Dios
está condenado a la perturbación. El autor concluye afirmando que no pudieron entrar en el
reposo debido a su incredulidad. No fueron personas que creyeron pero perdieron su
salvación por desobediencia, sino personas cuyas acciones mostraron que nunca tuvieron la
fe. Por su falta de fe nunca encontraron la paz y el reposo que Dios ofrece a los que confían
en él.

La lección de esta porción bíblica es que las experiencias de los milagros de Dios, no son
garantía de una relación íntima con él. Uno puede ser un incrédulo en medio del pueblo de
Dios, y aun en medio de sus milagros. No debemos envanecernos en base a los favores o
milagros de Dios, y así relajar nuestro esfuerzo para acercarnos a él. Más bien, sigamos
ejerciendo la fe que Dios pide, en todo momento de nuestra relación con él. No caigamos
en el error de los que participaron en el éxodo: Se pusieron a juzgar a Dios y a exigirle más
milagros, en lugar de confiar en que él siempre provee lo mejor y obedecerle hasta el fin.

JESÚS el gran Sumo Sacerdote

Hebreos 4. 14-16

En el 2:17 el autor de Hebreos llamó a Jesús sumo sacerdote. En esta sección desarrolla
este concepto, comprobando ahora la superioridad de Jesús a los sacerdotes del AT.

La transición al nuevo tema se efectúa por medio de este resumen y exhortación. En los
primeros versos del capítulo el autor había citado la grandeza de nuestros privilegios en
Cristo. Los mencionó para advertir del peligro de rechazar a Cristo. Ahora emplea los
mismos privilegios como estímulo a la fidelidad.

Seguidamente Hebreos nos dice: que Jesús es el Sumo Sacerdote perfecto. Su misión es
traer al hombre la Palabra de Dios, e introducir al hombre en la presencia de Dios. El Sumo
Sacerdote tiene que conocer perfectamente y al mismo tiempo a Dios y al hombre. Esta es
la misión de Jesús que esta epístola nos presenta magistralmente.

Este pasaje empieza haciendo hincapié en la sublime grandeza y absoluta divinidad de


Jesús. Él es grande por naturaleza; no por los honores que Le hayan concedido los
hombres, sino por la misma esencia de Su ser. ”Ha pasado los cielos”; esto quiere decir
que Jesús ha pasado a través de todos los cielos que puedan haber, y está en la misma
presencia de Dios. Jesús es tan grande que hasta el Cielo es demasiado pequeño para Él.
Nadie ha presentado la sublime grandeza de Jesús como el autor de Hebreos.

Seguidamente pasa a un plano más próximo a nosotros. Jesús pasó por absolutamente
todo lo que un hombre tiene que pasar, y es como nosotros en todo, excepto que superó
todas las pruebas sin contaminarse de pecado. El hecho de que Jesús fuera sin pecado
quiere decir que Él conoció tensiones y asaltos de la tentación que nosotros no
conoceremos nunca. Lejos de ser Su batalla más fácil, fue incalculablemente más difícil.
¿Por qué? Por esta razón: nosotros sucumbimos a la tentación mucho antes de que el
tentador haya agotado todos los recursos de su poder. No conocemos nunca lo más feroz
de la tentación porque nos rendimos mucho antes de llegar a ese punto.
Pero Jesús fue tentado con mucha más fuerza, porque en Su caso el tentador empleó
absolutamente toda su astucia y su fuerza en el asalto. Vamos a compararlo con lo que
sucede con el dolor físico: hay un grado de dolor que un ser humano puede soportar; y,
cuando se pasa ese grado, se pierde el conocimiento; de modo que hay agonías de dolor
que no se experimentan nunca. Eso es lo que pasa con la tentación: nos rendimos ante ella
al llegar a un cierto punto; pero Jesús llegó a nuestro límite, y mucho más adelante, y no
sucumbió. Es verdad que fue tentado en todos los sentidos como nosotros; pero también
es verdad que ninguno de nosotros será tentado hasta el punto que lo fue Jesús.

Aquí hay algo que debemos comprender, pero muy difícil de entender. La idea cristiana de
Dios como un Padre amante que forma parte de nuestro pensamiento y sentimiento; pero
en ese tiempo no era asì. Para los judíos, la idea básica acerca de Dios era la santidad, que
quiere decir que Dios es totalmente diferente de nosotros. En ningún sentido se puede
decir que Dios comparte nuestra experiencia humana; Dios es de hecho incapaz de
compartirla precisamente porque es Dios.

Esto era aún más claro para los griegos. Los estoicos, los pensadores griegos más
elevados, decían que el principal atributo de Dios era la apatheía, por lo que entendían una
incapacidad esencial para sentir nada en absoluto. Lo razonaban diciendo que, si una
persona puede sentir dolor o alegría por algo, eso quiere decir que tal cosa puede influir en
ella y, por tanto, por lo menos en esa ocasión, es superior a ella. Nada ni nadie debe poder
afectar a Dios, porque eso querría decir que es superior a Él. Dios está más allá de todo
sentimiento.

La otra escuela griega era la de los epicúreos, que decían que los dioses viven en perfecta
felicidad en lo que llamaban intermundia, el espacio entre los mundos; y ni siquiera sabían
que hubiera un mundo con personas que sufrían en él.

Los judíos tenían un Dios que era diferente; los estoicos, dioses que eran insensibles; los
epicúreos, dioses totalmente desconectados. Contra esos pensamientos vino el Evangelio
con la idea de un Dios que había sufrido voluntariamente todas las experiencias humanas.
El Cristianismo describe a Dios, no solamente implicado, sino identificado con el sufrimiento
del mundo. Siempre se había hablado de un dios inasequible; y ahora descubrían a un Dios
que compartía y asumía el sufrimiento humano.

Ante esa realidad se nos presentaba a Dios con su naturaleza de misericordia. Es muy fácil
comprender por qué: porque Dios comprende. Algunas personas llevan una vida protegida;
no están expuestas a las tentaciones. Otras personas tienen una naturaleza que es fácil de
controlar; otras tienen pasiones ardientes que hacen peligrosa la vida. A la persona que ha
llevado una vida protegida o que no tiene una naturaleza inflamable le resulta difícil
comprender las caídas de las otras personas. Le resultan inexplicables, y no puede evitar el
condenar lo que no puede comprender. Pero Dios sí puede comprender. «Conocerlo todo es
perdonarlo todo», ese es el caso de nuestro Dios.

No hay ninguna experiencia humana de la que Dios no pueda decir: «Yo he estado allí».
Cuando tenemos algo muy triste que contar, cuando la vida nos ha calado hasta los huesos
con sus lágrimas, no acudimos a un dios que es incapaz de comprender lo que nos ha
sucedido, sino que acudimos a un Dios que ha estado allí. Por eso mismo, si podemos
decirlo así, a Dios Le resulta tan fácil comprender, y ayudar, y perdonar.

Esto hace que Dios nos pueda ayudar. Conoce nuestros problemas porque ha pasado por
ellos. La persona que mejor te puede aconsejar y ayudar en un viaje es la que lo ha hecho
antes que tú. Dios puede ayudar porque lo ha experimentado.

Jesús es el Sumo Sacerdote perfecto porque es perfectamente Dios y perfectamente


hombre. Porque ha vivido nuestra vida puede darnos misericordia y poder. Él trajo a Dios a
los hombres, y puede llevar a los hombres a Dios.

El sacerdocio de Jesucristo

Hebreos 5. 1-11

Heb 5:1 Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor
de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los
pecados;

Varias afirmaciones del sumo sacerdocio, en el AT, se destacan en esta sección, para
exponer plenamente cómo Jesús es el sumo sacerdote del nuevo pacto. Los sumos
sacerdotes eran tomados y constituidos para actuar como mediadores entre el pueblo de
Israel y Dios. Debían representar al pueblo en el servicio a favor de los hombres delante de
Dios, ofreciendo ofrendas y sacrificios por los pecados.

En el día de la expiación, el sumo sacerdote debía ofrecer sacrificio, tanto por sus propios
pecados como por los pecados del pueblo (Lev. 16:11-14). Esto era una indicación de que
el sumo sacerdote también estaba rodeado de debilidad, como el resto de la comunidad, y
necesitaba ser limpio del pecado. Tal ritual le debería haber alentado a sentir compasión de
los ignorantes y extraviados.

La comparación y contraste con Cristo es clara: los sumos sacerdotes judíos por lo menos
tenían que controlar su enojo cuando trataban con aquellos que hubieran pecado, pero
Jesús como nuestro sumo sacerdote puede compadecerse en forma activa. Seguidamente
el autor pasa al tema de su llamado. El honor de tal función solo es dado por Dios: uno
debe ser llamado por Dios, como lo fue Aarón.

En los vv. 5-6 pasa a mencionar las calificaciones para el sacerdocio descritas en los vv. 1-
4 pero aplicados a Jesús. Cristo no se glorificó a sí mismo para ser hecho sumo sacerdote,
sino que le glorificó Dios para cumplir su papel, como lo indica el Sal. 110:4. Sin embargo,
antes de citar ese verso se citan las palabras del Sal. 2:7. Esto recuerda el argumento del
cap. 2, donde el Sal. 2:7 se usa para afirmar la absoluta supremacía del Hijo de Dios sobre
toda la creación, incluyendo a los ángeles (1:5).

El Sal. 110:1-3 afirma del mismo modo el papel triunfante del rey mesiánico que está
sentado a la diestra de Dios. Sin embargo, el Sal. 110:4 agrega la inusual perspectiva de
que el Mesías será sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Uniendo esas
citas de los Salmos, Hebreos enlaza la idea de Jesús como Hijo y sumo sacerdote (4:14),
pero aclara completamente que su sacerdocio pertenece a un orden diferente del de Aarón
y los sacerdotes levíticos. Jesús cumple el papel y función del sacerdocio judío como sumo
sacerdote según el orden de Melquisedec.

En los vv. 7-8 se explica cómo nuestro sumo sacerdote celestial puede “compadecerse de
nuestras debilidades” sin haber pecado (4:15). Aunque Jesús fue seriamente probado en el
curso de toda su vida en la tierra, su experiencia en Getsemaní esta en consideración aquí.
La mención de sus ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que le podía librar de
la muerte recuerda la angustia de Jesús al enfrentar la cruz y clamar para que se retirara
de él la “copa” de sufrimiento (Mar. 14:34-36).

El terror de ser abandonado por el Padre en la muerte (Mar. 15:34) debe haberle
presionado especialmente en esa ocasión. Por ello, Jesús oró pidiendo liberación de la crisis
que se aproximaba, pero entonces se sometió por voluntad propia a la del Padre para
poder llegar a ser Autor de eterna salvación para otros (v. 9).

Esa segunda etapa de la experiencia de Jesús en Getsemaní probablemente se refleja en la


afirmación de que fue oído por su temor reverente. La respuesta a su oración de sumisión
fue la fortaleza para soportar la grave tribulación que enfrentaba y luego el triunfo y la
gloria de la resurrección.

Aun siendo Hijo de Dios (v. 8), experimentó la tentación de apartarse de hacer la voluntad
de su Padre a causa del sufrimiento que implicaba. Necesitaba aprender lo que implica la
obediencia a Dios en términos prácticos, en las condiciones de vida humana en la tierra, de
modo que pudiera simpatizar con aquellos que son probados de manera similar y
enseñarnos por su propio ejemplo hasta qué extremo debe someterse a Dios y obedecerlo
(12:1-11).

En el v. 9-10 se nos muestra como Jesús aprendió la obediencia por lo que padeció, como
fue perfeccionado, “calificado” o “hecho completamente adecuado” como salvador de su
pueblo. Fue perfeccionado como Autor de eterna salvación. Cada experiencia de prueba le
preparó para un acto final de obediencia al Padre en su muerte (10:5-10). Por este medio
alcanzó la salvación del pecado, la muerte y el diablo, capacitando a aquellos que creen en
él para compartir con él en la vida del mundo venidero.

La idea de que Cristo establece un modelo de obediencia para que otros le sigan se sugiere
por las palabras para todos los que le obedecen. Sin embargo, esta expresión no indica que
la salvación se gane por la obediencia. La salvación es el don de Dios para nosotros en
Cristo, pero aquellos que le buscan como el único Autor de eterna salvación querrán
expresar su fe en una obediencia permanente como él lo hizo. La fe en Cristo nos consagra
a compartir su lucha contra el pecado.
Hebreos 5:11—14

El peligro de la inmadurez,

Heb 5:12 Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de
que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y
habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.

De la proclamación de Jesús como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (v. 10)
que el autor describirá en el cap. 7, entonces dirige a sus oyentes a la necesidad de
sacudirse de la pereza que les había infectado. La palabra traducida tardos del v. 11, se
traduce también perezosos. Ellos no eran nuevos en la fe, y ya deberían haber logrado una
comprensión madura de la verdad acerca de Jesucristo, para compartirla con otros.

La expresión “porque debiendo ser ya maestros” del v. 12, no en el sentido literal, sino a
la capacidad que toda persona madura, debe tener, para compartir sus experiencias con
un nuevo creyente. Sin embargo, necesitaban todavía ser instruidos en lo más básico del
mensaje de Dios, así como el “abc”. El autor no se refería a la necesidad de un maestro
calificado, sino a alguien que los instruyera. Lo que les faltaba era tan básico que no
necesitan a un maestro avanzado; cualquiera debería saber estos puntos básicos.

Pareciese que los lectores habían retrocedido. El autor no dice que necesitaban leche, sino
que en ciertos momentos la habían llegado a necesitar. Estaban creciendo hacia el alimento
sólido de la enseñanza, como el cap.7, pero algo impidió su progreso. Es posible que hayan
cedido por la presión constante de sus vecinos o parientes, quienes seguían en el culto
judío. Rechazaban el aprendizaje, para no alejarse de su cultura. El libro advierte que
regresar a la niñez espiritual era renunciar el mensaje de la justificación que se encuentra
en el evangelio.

La palabra traducida “inexperto” del v. 13 tiene la idea de “sin experiencia”. El que se


queda como un niño espiritual no ha experimentado la justificación. Es probable que la
palabra de justicia no es el alimento sólido de la enseñanza avanzada, sino el mensaje
básico de justificación por medio de la obra de Jesucristo. Si continuaban necesitando leche
sin mostrar crecimiento alguno, entonces nunca entendieron, ni aceptaron el evangelio.

La única alternativa es avanzar. No es posible trazar una línea divisoria entre los salvos y
los inconversos. La salvación es un camino, y hay quienes parecen estar en el camino
durante un tiempo, pero después manifiestan que nunca entendieron, ni experimentaron la
justificación que Dios ofrece.

El verdadero cristiano no puede quedarse estancado y cómodo en la inmadurez. Debe


seguir aprendiendo preceptos más avanzados, y así alcanzar el discernimiento por el
ejercicio de constantes de decisiones éticas. Su meta es la madurez, el desarrollo completo
de su potencial humano y espiritual. El autor dice que es a través de la práctica, que el
cristiano llega a tener los sentidos entrenados para discernir entre el bien y el mal (v. 14).

Las más importantes lecciones en la vida cristiana no se aprenden en un salón de clase, ni


por escuchar predicas, ni por literatura cristiana. Debemos aplicar los principios aprendidos
a la vida diaria, a las decisiones cotidianas. El progreso del evangelio en una congregación,
no se mide con una prueba de conocimientos (Ro. 2.8-9). Debemos observar nuestra
conducta para ver si las decisiones que tomamos muestran entendimiento de la palabra de
la justicia (v. 13).

Así nos evalúa Dios. Para seguir adelante hacia la madurez, debemos sacudirnos de la
pereza que nos haya invadido y esforzarnos en el aprendizaje y la aplicación de las
doctrinas profundas del evangelio (6.1-2). Para hacer esto tenemos que dejar las doctrinas
básicas acerca de Jesús, no porque no sean importantes, sino porque son el fundamento, y
ahora debemos edificar sobre eso (1 Co.3-12).

La expresión “vamos adelantes” significa “seamos llevados”. La madurez cristiana no es un


logro humano; depende del Espíritu de Dios que nos lleva adelante. De modo que la falta
de crecimiento en la vida cristiana puede ser evidencia de que uno no ha tenido una
experiencia genuina con el poder del Espíritu Santo.

Nuestra capacidad de deleite en las cosas profundas de Dios ("alimento sólido") está
determinada por nuestro crecimiento espiritual. Con frecuencia deseamos el banquete de
Dios antes de estar en condiciones espirituales para digerirlo. A medida que usted crece en
el Señor y pone en práctica lo que ha aprendido, también aumentará su capacidad de
comprensión.
Hebreos 6. 1-12

Imposible volver a comenzar

Heb 6:4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don
celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,

Para seguir adelante hacia la madurez, debemos sacudirnos de la pereza que nos haya
invadido y esforzarnos en el aprendizaje y la aplicación de las doctrinas profundas del
evangelio (vv.1-2). Para hacer esto tenemos que dejar las doctrinas básicas acerca de
Jesús, no porque no sean importantes, sino porque son el fundamento, y ahora debemos
edificar sobre eso (1 Co.3-12).

En los vv. 1-2, el autor enumera seis doctrinas fundamentales. Estas doctrinas se dividen
en tres pares. El primer par abarca el arrepentimiento y la fe, la cual expresa la experiencia
inicial de la vida cristiana. Comienza con arrepentimiento de obras muertas. Para llegar a
ser cristiano uno tiene que reconocer que sus actos anteriores son producto del pecado y
de la rebelión contra Dios. Por tanto, no son actos de vida, sino efecto y causa de la
muerte. Este cambio o vuelta radical se llama arrepentimiento.

La fe en Dios es el aspecto positivo de la misma experiencia. En la conversión, la confianza


que se dirigía antes hacia los esfuerzos propios, ahora se vuelve hacia Dios. La vuelta que
ponía el pecado y la muerte detrás de uno, ahora le orienta hacia Dios, a realizar su
voluntad.

Hay cuatro enseñanzas básicas que acompañan este cambio radical. Las dos primeras
tratan ceremonias que simbolizaban el cambio en la vida. La primera, los bautismos. La
palabra usada aquí se traduce lavamiento. El bautismo es el símbolo visible del cambio de
corazón que se llama arrepentimiento. Simboliza la resurrección desde la muerte en el
pecado. Como testimonio de arrepentimiento y fe, es una parte esencial del fundamento
cristiano. La segunda ceremonia, la imposición de manos, acompañaba al bautismo y
simbolizaba la bendición de Dios sobre el creyente y la venida del Espíritu Santo a su vida.

El último par de enseñanzas básicas cristianas tiene que ver con la vida futura. Habrá una
resurrección de todos los muertos para comparecer ante el Juez. Aquel juicio es eterno,
porque su veredicto determinará el destino eterno. Ya que los resultados de nuestro
comportamiento actual son eternos, el arrepentimiento y la fe tienen infinita importancia, y
el bautismo es símbolo del cambio más importante de la vida.

La experiencia cristiana nos muestra que esta dependencia total no disminuye la


responsabilidad del cristiano; más bien la agudiza. El v. 4 no expresa una apatía fatalista,
sino un anhelo ferviente de que Dios no haya perdido la paciencia y siga otorgando su
gracia.

Los vv. 4–6 son difícil de entender, y lo debemos estudiar con humildad y cuidado. En los
vv. 4 y 5, el autor describe cinco aspectos de la experiencia que precede a la caída
mencionada en el v. 6: Primero “fueron iluminados”; vieron la luz verdadera que está en
Cristo. Esto describe el entendimiento que uno recibe en Cristo (2 Cor. 4:6). Segundo,
“gustaron del don celestial”, experimentaron la gracia que Dios da en Jesucristo. Es un don,
porque nadie merece el favor de Dios o la salvación que él da. Tercero, “se hicieron
participantes del Espíritu Santo”, participaron en el poder y la bendición del Espíritu,
simbolizado en la imposición de manos. Cuarto “probaron la buena palabra de Dios”, la
idea puede ser que “probaron las buenas nuevas o el evangelio de Dios. Quinto, “probaron
los poderes del mundo venidero”, presenciaron milagros.

Después de toda esta experiencia, recayeron, se apartaron del Dios vivo que se les había
manifestado. El que prueba la vida cristiana y regresa al mundo expone a Cristo a
vituperio, porque está proclamando que él ha encontrado las bendiciones de Cristo sin
valor y falsas.

El v. 6 describe un pecado que se pueda cometer en ignorancia, que muestra una actitud y
una vida que muestra rechazo total a Cristo. Hebreos describe una persona que una vez
profesaba a Cristo, pero ahora niega y blasfema su nombre. En el hombre siempre existe la
potencialidad de abandonar a Dios, y el cristiano genuino tiene una continua y creciente
desconfianza en sí mismo, pero a su vez crece su confianza en Dios. El que entiende su
propia debilidad aprende que su seguridad siempre está en Dios y nunca en sí mismo.

El peligro es que el hombre se aparte tanto que no pueda regresar a Dios. Lo imposible es
ser renovados para arrepentimiento. Dios quiere salvar a todos, pero el hombre tiene que
responder con arrepentimiento: Abandonar su vida anterior y acudir a Dios en fe.

Algunos cristianos han entendido este verso (v. 6) como enseñando que uno puede perder
su salvación. Sin embargo, tal persona no pierde la salvación, sino que revela que nunca la
tuvo. Como los nacidos de Israel que no eran en verdad de Israel (Ro. 9:6), y como Judas
Iscariote, hay en todas las iglesias personas que tienen una experiencia que se parece a la
salvación, pero en realidad no han experimentado la verdadera salvación.

El autor concluye la advertencia con una ilustración de la agricultura (vv. 7-8). Dios manda
lluvia a la tierra para que produzca una buena cosecha para la humanidad. Cuando la tierra
da producto provechoso, muestra que el plan de Dios se está cumpliendo, y que su
bendición es efectiva. Pero los espinos y abrojos son evidencia de la maldición de Dios.
Pero el que produce el fruto de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre
(13:15), aun cuando esta confesión le trae dificultades, muestra que la gracia de Dios está
activa en su vida. El autor quiere despertar a los que están en el camino de la mala
cosecha, para que se arrepientan antes de que lleguen a la maldición y al fuego destruidor.

Seguidamente el autor pone en una balanza la advertencia de los vv. 4–6 con una
expresión de confianza en los creyentes (vv. 9-10). Son cristianos verdaderos, y no caerán,
sino que perseverarán hasta la salvación final. La evidencia que el autor ve para esta
conclusión es la obra y el amor que algunos creyentes habían mostrado en atender a los
santos. A pesar de las dudas que algunos miembros sentían, la congregación de los
hebreos seguía atendiendo las necesidades de sus hermanos que perdieron su trabajo o
sus bienes, o que cayeron en la cárcel, a causa de su testimonio por Cristo.

Tanto la advertencia de los vv. 4–8 como la seguridad de los vv. 9-10 son pertinentes al
pueblo de Cristo hoy. El cristiano debe entender el peligro de la apatía y de la confianza en
sí mismo, pero también debe entender la confianza y seguridad que puede tener en Dios.
La justificación por Dios, no nuestras obras, es el único fundamento de nuestra seguridad
como creyentes.

El autor les advierte para amedrentarlos (vv. 11-12). Su anhelo es más bien estimular su
perseverancia diligente. Es necesario que mantengan la misma diligencia, y que la apliquen
a toda área de la vida cristiana. Especialmente deben esforzarse para comprender quién es
Jesucristo y qué ha hecho, para que se aferren más y más a la esperanza que provee la fe.
Los que han trazado el camino de fe antes han dejado ejemplos que debemos imitar. La fe
y la paciencia dos expresiones que describen una sola cosa. Se podría traducir “la fe que
persevera” o “la perseverancia de la fe”.

La esperanza impide que el cristiano se vuelva perezoso o aburrido. Así como el atleta,
entrénese duro y corra bien, recordando la recompensa que le espera adelante.
Hebreos 6:13–20

La firme promesa de Dios

Heb 6:17 Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la
promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento;

Luego de la advertencia a los hebreos (vv. 4–8) como la seguridad en Dios (vv. 9-10), el
autor les exhorta a entender el peligro de la apatía y de la confianza en uno mismo, pero
también les recuerda la confianza y seguridad que se debe tener en Dios. La justificación
viene de Dios, no por nuestras obras, esto es el único fundamento de nuestra salvación.

En el v.12 el autor los exhorta a mantener la fe y la esperanza, como único camino para
obtener las promesas. Los dos términos describen una sola cosa. Se podría traducir “la fe
que persevera” o “la perseverancia de la fe”. Nuestros antepasados espirituales mostraron
la paciencia de la fe y lograron el reposo prometido. Por eso el autor de hebreos
seguidamente describe la experiencia de uno de ellos, Abraham (v.13).

Cuando Dios mandó a Abraham que saliera de su casa hacia la tierra prometida, le
prometió que haría de él una gran nación, que le bendeciría y multiplicaría (Gén. 12:2-3).
Luego Dios especificó que esa promesa se cumpliría en el hijo que se llamaría Isaac (Gén.
17:16-19). Pero cuando Isaac era joven, Dios mandó a Abraham que lo sacrificara (Gén.
22:2). Abraham mostró su fe y paciencia en obedecer los mandamientos de Dios, tanto en
salir de la casa de su padre como, en ofrecer a su hijo. Fue después de esto que Dios
reafirmó su promesa con un juramento (Gén. 22:16-17). Dios no juró porque Abraham
dudara, sino como un regalo a su fe y obediencia (v.14).
La fe de Abraham se expresó en su paciente y obediente espera (v.15), y Dios le concedió
la promesa como base de la esperanza y le juró para confirmar su fe. Abraham finalmente
alcanzó el privilegio de presenciar el principio del cumplimiento de la promesa.

En esta porción bíblica, el autor marca su interés en el juramento, porque más adelante les
mostraría, otra promesa que Dios iba a confirmar con juramento (7:21). Ambas promesas,
hechas tiempo atrás, todavía están vigentes, y nosotros podemos participar de sus
beneficios. Para alcanzarlas, tenemos que ejercer la fe en la paciente espera de la acción
de Dios y en la obediencia a su voluntad.

Si Dios aplaza el cumplimiento de sus promesas, es para darnos la oportunidad de


entrenarnos en la paciencia; no debemos estar desconcertados, sino agradecidos. De la
misma manera que Dios premió la paciencia y la obediencia de Abraham con la bendición
adicional de su juramento, también nos añadirá bendiciones cuando ejerzamos la fe en
paciencia y obediencia.

Seguidamente el autor los emplaza a observar el trato de los hombres al juramento, como
una medida para garantizar una promesa (v. 16). Cuando su palabra no es suficiente para
convencer a la otra parte de un contrato, juran por Dios, que es mayor que ellos,
pidiéndole que sirva de garantizador. El que jura según las formas legales, quiere poner fin
a toda disputa en cuanto a la seriedad de su promesa. Dios aprovechó esta costumbre, no
porque su promesa no sea segura, sino para estimular más confianza en su promesa.

La falla no está en Dios quien promete, sino en el hombre que es llamado a aceptar la
promesa. Ya que nosotros los seguidores de Cristo somos los herederos espirituales de
Abraham, tanto así que la promesa como el juramento hecho a él, son nuestros (v. 17).

El propósito de Dios es seguro porque él da su promesa y solo eso basta; pero lo garantiza
con un juramento para darnos doble confianza. Es imposible que Dios mienta aun en la
palabra más ligera, pero Él ha dado su promesa solemne, con juramento, y por ser de Dios
ambos son irrevocables.

De manera que Dios nos ha dado el estímulo más fuerte posible, para que creamos, el
“Consuelo” (v. 18). Quiere decir que Dios nos estimula a creer, porque hemos acudido a él
para tener su ayuda. Nos ha dado una esperanza firme, basada en su promesa inmutable.
Lo que Dios ha prometido es más seguro que lo visible. Aun las cosas más estables que
vemos con nuestros ojos pasarán, pero la promesa de Dios es eterna y nunca nos
defraudará.

Por esta realidad y seguridad de lo que Dios ha prometido, el autor describe la esperanza
como un ancla (vv. 19-20), aquella que mantiene firme al barco, y no lo deja destruirse
sobre las rocas o encallarse en la arena. Así la esperanza que tenemos en Cristo nos
mantiene firmes en las adversidades y tormentas de esta vida. Ella nunca se rompe, ni se
afloja.

Con esta ilustración, el autor trata de mostrar que así como el barco debe aferrarse al
ancla, así nosotros debemos aferrarnos a la esperanza. El ancla en sí puede tener un
agarre fuerte y estar asegurada al fondo del océano, pero si no está bien sujeta al barco,
no sirve para nada. De igual manera así como el ancla sostiene al barco, la esperanza es el
ancla que nos sostiene al cielo,

Recordemos que nosotros estamos anclados arriba en el cielo, no abajo en el suelo; y


estamos anclados para avanzar, no para permanecer en un lugar. Nuestra ancla no
desciende a las arenas del mar, sino que va hacia arriba y hacia adelante, y penetra aun
dentro del velo, al cielo que es nuestra esperanza. Esta esperanza está anclada en Cristo
mismo quien ha entrado a la presencia de Dios en el Lugar santísimo, en representación de
nosotros y para nuestro bien.

Esta figura combina la seguridad que un ancla sugiere, con el mover sugerido por la
esperanza. Esto es la vida cristiana: Es un peregrinaje, un viaje. Nuestra ancla no nos
impide el movimiento, sino que nos tira hacia adelante. Es esperanza, y lo que se espera
está siempre en el futuro. La estabilidad cristiana no está en mantenerse inmovible, sino en
seguir adelante. El cristiano no encuentra seguridad por quedarse estacionario, sino cuando
sigue adelante hacia la meta.

Al mencionar el velo, el autor se refiere a la cortina que estuvo a la entrada del lugar
santísimo del Templo. Este lugar representaba la presencia de Dios. Sin embargo, la
esperanza y meta del cristiano no es un símbolo como el Templo, sino la verdadera
presencia de Dios en el cielo. El “velo” que Hebreos menciona es simbólico de la entrada a
la presencia de Dios. Jesús ya está allí, y donde él está, allí está nuestra esperanza. Por
medio de esta línea de pensamiento el autor volvió al tema que dejó iniciado en 5:10, el
sacerdocio de Melquisedec.

Jesús aboga por nosotros ante Dios, porque es nuestro sumo sacerdote. Prepara el camino
para nosotros, porque es nuestro precursor. Jesús es el sacerdote según el orden de
Melquisedec.

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