Una Propuesta para Abordar La Doble Cegu1
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Resumen Abstract
En este texto reflexionamos sobre los sesgos de género In this text, we reflect on the gender bias in family
en la terapia familiar, así como las implicaciones que therapy and its implications for the process of health-
tienen en el proceso de salud-enfermedad, diagnóstico disease, diagnosis and treatment of men and women;
y tratamiento de hombres y mujeres, y evidenciamos la and we highlight the double blindness with respect to
doble ceguera respecto al género imperante en la the prevailing gender in the discipline: not only we
disciplina: no sólo no sabemos sino que no sabemos don’t know, but we don’t know that we don’t know. We
que no sabemos. Exponemos argumentos que abogan advocate for the development of a gender-sensitive
por el desarrollo de una terapia familiar crítica sensi- critical family therapy in the education of psycho-
ble al género desde la formación de las y los therapists, which implies updating our theories and
psicoterapeutas, lo cual supone la inclusión explícita practices in the light of gender, to facilitate a more
de la perspectiva de género en los programas de respectful, equitable, inclusive and effective care.
formación, y la revisión y actualización de nuestras Finally, we propose a few guidelines for this gender-
teorías y prácticas, para facilitar una atención más sensitive critical family therapy and briefly discuss the
respetuosa, equitativa, incluyente y eficaz. Finalmente, notion of circularity.
proponemos algunos lineamientos de esta terapia fa- Keywords: Gender mainstreaming, psychotherapy
miliar crítica sensible al género, haciendo hincapié en training ; gender biases, gender-sensitive therapy
el concepto de circularidad.
Palabras clave: Perspectiva de género, formación
de terapeutas, sesgos de género, psicoterapia sensible
al género.
ISSN: 1130-5142 (Print) –2339-7950 (Online)
Fecha de recepción: 20/10/2016. Fecha de aceptación v1: 21/01/2017. Fecha de aceptación v2: 07/02/2017.
Correspondencia sobre este artículo:
E-mail: lidia.macias@valles.udg.mx
Dirección postal: Centro Universitario de los Valles. Carretera Guadalajara-Ameca Km. 45.5.
C.P. 46600, Ameca, Jalisco, México.
© 2017 Revista de Psicoterapia
130 Terapia Familiar Crítica sensible al Género
Introducción
En la actualidad, la mayoría de las y los terapeutas familiares y de pareja
pueden coincidir en que la discriminación y los prejuicios basados en el sistema
sexo/género, –también llamado sexismo–, son profundamente negativos y
iatrogénicos. En palabras de Medina:
[El discurso machista] oprime, rechaza, estigmatiza y excluye cualquier
forma de vida que se genere distinta a la retórica del mito de la familia
nuclear machista… En este tipo de cultura [las personas] estructuran sus
códigos morales con un discurso paradójico que lleva a las personas a
enfermar. Por ejemplo, un divorcio, una madre soltera, un hijo sin padre o
ser homosexual, las personas lo viven con un gran rechazo moral por la red
familiar y comunitaria a la que pertenecen y, por otro lado, hay una total
indiferencia al maltrato y abuso familiar, se conciben como normal.
(Medina, 2011; p. 295).
Es un hecho indiscutible que la discriminación de género existe en muchas
esferas: política, económica, laboral, académica, social. Sin embargo, la mayoría de
psicoterapeutas creen que las categorías, técnicas y diagnósticos que emplean en su
práctica están exentos de esta discriminación y prejuicios; que son imparciales,
independientes del género, orientación sexual, clase y condiciones sociales de
quienes los ejercen y quienes los reciben; en suma, que son objetivos. Contraria-
mente a esta creencia, afirmamos, junto con Gergen y McNamee, (1996), que “las
teorías y prácticas terapéuticas tienen un fuerte sesgo ideológico. La profesión de
la salud mental no es ni política ni moralmente neutral y tampoco son neutrales sus
evaluaciones” (p.18).
Así, en los últimos años se ha reconocido que las prácticas y creencias en torno
al género y los aspectos de poder, desigualdad y discriminación que de éste se
desprenden inciden en el proceso de salud-enfermedad mental; por ello, la Organi-
zación Mundial de la Salud (2004) ha declarado que la discriminación de género y
otras condiciones sociales y económicas constituyen factores de riesgo para la salud
física y mental, por lo que recomienda que los programas y políticas en el área de
la salud se evalúen para identificar en qué medida son receptivos a las cuestiones
de género (Organización Mundial de la Salud, 2011)1.
Dado que todas las personas, incluidas las y los terapeutas, fuimos educadas
y socializadas en familias y culturas donde existen contenidos sexistas, racistas,
clasistas, homofóbicos y discriminatorios (Zimmerman y Haddock, 2001), es
lógico pensar que, sin una visión crítica y sensible al género, los psicoterapeutas
podrían participar e incluso (re)producir de manera involuntaria procesos de
iatrogénesis y exclusión social en su trabajo cotidiano, convirtiendo a la empresa
terapéutica en un instrumento de la desigualdad y no del cambio.
De estos y otros datos se desprende que las concepciones y prácticas más
extendidas sobre la salud mental están marcadas por un sesgo de género que tiene
consecuencias en varios ámbitos relacionados con la salud mental: la existencia de
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cas, sino posturas epistemológicas que contribuyen a evidenciar los propios puntos
ciegos, a identificar y deconstruir la posición del terapeuta como observador y
constructor de un conocimiento necesariamente situado, parcial y mejorable. Como
apuntan Welland y Wexler (2007, p. 58):
Los enfoques feministas son “metamétodos”; más que un juego concreto
de procedimientos, nos proveen de una lente a través de la cual podemos
examinar críticamente nuestras teorías, métodos y conducta como
facilitadores… Nos ayudan a contestar la pregunta: ¿son nuestros pensa-
mientos y conexiones consistentes con la meta de igualdad de los sexos?
A este respecto, la perspectiva de género puede considerarse como una
profundización del constructivismo: si éste afirma, con Maturana, que “todo lo
dicho es dicho por un observador” (Maturana, 1990, p. 17 y ss.), la perspectiva de
género añade “...y este observador tiene, o re-construye continuamente a través de
sus prácticas e interacciones, un género que marca el lugar desde el que observa y
las distinciones que puede llegar a establecer”. Y así como la “visión binocular”
sistémica (Bateson, 1979, p. 69 y ss.) revela la inusitada complejidad relacional que
subyace a los síntomas individuales, la adopción de la perspectiva de género,
coloquialmente llamada “ponerse las gafas de color violeta” (Lienas, 2001),
desenmascara la estructura de asimetrías de poder (privilegios, supuestos y prácti-
cas discriminatorias) que se encubren y justifican como “resultado natural de las
diferencias sexuales”.
debe tener como horizonte el entorno social, económico y político del sufrimiento;
es decir, volverse crítica:
El objetivo sustantivo de la psicoterapia es, además de que el síntoma
desaparezca, constituir una narrativa que tenga como eje la resistencia
política inteligente, basada en las emociones, y en particular el amor que
conduzca al establecimiento de redes de apoyo mutuo para empoderar
nuestra posición como persona y experimentar que el bienestar personal
está vinculado al bien comunitario... En otras palabras, el trabajo político
es un elemento sustantivo para restaurar la salud en las personas (Medina,
2011; p. 300).
aunque hagan el mismo trabajo, y que suelen ser también quienes tienen
empleos de tiempo completo, disponen de más recursos económicos y por
ende de mayor capacidad y poder de toma de decisiones. Los varones
también tienen más libertad de decisión sobre la terminación de una
relación porque, a diferencia de las mujeres, suelen gozar de los medios
económicos necesarios para sobrevivir (Wetchler y Hecker, 2014, p. 414).
Perrone y Nannini no reparan, por ejemplo, en que no “cualquier individuo
adulto” posee “capacidad suficiente para vivir de modo autónomo” en muchas de
las sociedades contemporáneas, cuyas estructuras patriarcales otorgan a los varones
de razas no minoritarias privilegios como mejores salarios y más oportunidades de
crecimiento profesional. Tampoco reparan en que un acto puede no ser “provoca-
dor” para quien lo realiza pero sí para quien, erróneamente, lo entiende como tal;
como la típica acusación de los varones que ejercen violencia coercitiva sobre sus
parejas, “te pones esa falda porque quieres ir provocando a los hombres”. Pues la
“provocación” es una interpretación de la conducta en función de las normas
morales y sesgos de la cultura en que sucede, no un “hecho” objetivo e inconfun-
dible. Además, hacen caso omiso de la insalvable diferencia de recursos, competen-
cias y poder entre un niño, que por definición aún no es del todo capaz de
comprender y regular su conducta, y un adulto, que puede y debe ser capaz de
hacerlo. Finalmente, desresponsabilizan al agresor, que es quien en último término
decide hacer uso de la violencia en vez de controlarse y buscar mecanismos no
destructivos, convirtiendo su conducta en un efecto casi “natural” y esperable de la
“provocación” de un otro que “estimula su agresión”.
Esta interpretación de la circularidad es androcéntrica pues da por supuesto la
esencial igualdad de poder y posibilidades de acción de todos los miembros del
sistema. Al negar que unos gozan de privilegios gracias a la opresión estructural que
pesa sobre los otros, no hace justicia a la investigación, la teoría y las estrategias de
intervención actuales en relación con el género, colocando a los terapeutas en
desventaja puesto que actuar “sin este nuevo conocimiento científico es análogo a
que un cirujano opere con procedimientos anticuados” (Coleman, Myers, y Turen,
1990, p. 20). El terapeuta que use esta concepción de la circularidad para orientar
técnicas como las preguntas circulares (Tomm, 1995), terminará por desestimar o
naturalizar las diferencias de jerarquía y acceso a los recursos económicos o al
prestigio derivadas de los roles de género; y lo que es más grave, por justificar y
propiciar el mantenimiento o recrudecimiento de la violencia, depositando la
responsabilidad de cambiarla no en quien la ejerce sino en quien la sufre a través de
preguntas como “¿qué haces para que tu pareja te violente?”
Estas críticas ya fueron esbozadas por la primera oleada de terapeutas
feministas en la década de los 80 (Wetchler y Hecker, 2014; Murray, 2006), quienes
llegaron a recomendar que se abandonase por completo el concepto de circularidad.
La terapia familiar crítica sensible al género, reconociéndolo como la piedra de
toque del enfoque sistémico, sostiene que no es necesario ir tan lejos: basta con
144 Terapia Familiar Crítica sensible al Género
Terapia familiar crítica sensible al género: una visión alternativa para Irene
Los estudios de género han emergido con fuerza en distintas disciplinas,
convirtiéndose en un referente indispensable en la actualidad. Por ello, los terapeu-
tas familiares deben ser formados con base en la investigación actual, la teoría y las
estrategias de intervención en relación con el género.
Es en este espíritu que retomamos el caso de Irene para ilustrar los lineamientos
esbozados, visibilizando las diferencias que hacen las “gafas de género” en la
práctica de la terapia. Proponemos una derivación escrita en clave de género,
invitando al lector a reconocer las posibilidades para la atención psicoterapéutica
que se vislumbran en ella:
Irene (la paciente identificada) y Juan son pareja. Ella trabaja de forma no
remunerada dedicándose al cuidado de los hijos de ambos y realiza las
labores domésticas que permiten que Juan pueda trabajar fuera de casa y
recibir un pago por ello.
Hace un mes Juan inicia una relación con una chica que conoce en una fiesta
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Notas
1 La OMS (2011) recomienda utilizar The Gender Responsive Assessment Scale Criteria (GRAS)
que identifica cinco niveles: desigualdad de género, insensible al género, sensible al género,
específico al género y transformador de género.
2 Pero no lo es tanto, habida cuenta de que los “maestros” de la terapia familiar también incurrían con
frecuencia en intervenciones misóginas y sexistas (Haddock, MacPhee, y Zimmerman, 2001;
Silverstein y Goodrich, 2003, p. 21).
3 Por ejemplo, la COAMFTE indica que los programas formativos deben esforzarse por desarrollar
en el alumnado las competencias para entender la diversidad, el poder, el privilegio y la opresión
que se desprenden de características como la raza, edad, el género, etnia, orientación sexual,
identidad de género, clase social, discapacidad, estado de salud, religiosos, espirituales y / o
creencias, nación de origen o de otras categorías sociales. La EFTA refiere que los terapeutas
familiares deben reconocer las cuestiones éticas y la necesidad de sensibilizarse a las cuestiones de
cultura, clase, raza, género, religión, edad, orientación sexual, salud y discapacidad.
4 El cual, según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática de los Estados Unidos
Mexicanos, (2014) representa el 24.2% del Producto Interno Bruto del país.
146 Terapia Familiar Crítica sensible al Género
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