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Enriqueta T El Derecho de Las Mujeres Al Sufragio

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UN FANTASMA RECORRE EL SIGLO

LUCHAS FEMINISTAS EN MÉXICO 1910-2010


ÍNDICE

Introducción
GISELA ESPINOSA DAMIÁN Y ANA LAU JAIVEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

PRIMERA PARTE
Revolución, sufragismo y derechos
Feminismo y Revolución
MARTHA EVA ROCHA ISLAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

Mujeres, feminismo y sufragio en los años veinte


ANA LAU JAIVEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

El Frente Único Pro Derechos de la Mujer durante


el Cardenismo
ESPERANZA TUÑÓN PABLOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

El derecho de las mujeres al sufragio


ENRIQUETA TUÑÓN PABLOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

SEGUNDA PARTE
Contracultura, cuerpo, violencia y diversidad sexual
Emergencia y trascendencia del neofeminismo
ANA LAU JAIVEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

Cuerpo y política: la batalla por despenalizar el aborto


MARTA LAMAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Movimientos contra la violencia hacia las mujeres


IRMA SAUCEDO GONZÁLEZ Y MARÍA GUADALUPE HUACUZ ELÍAS . . . . . . . . 211

7
8 UN FAN TASM A R ECOR R E EL SIGLO

Las lesbianas organizadas


GLORIA CAREAGA PÉREZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241

TERCERA PARTE
Clase, etnia y ambientalismo
Feminismo popular. Tensiones e intersecciones entre
el género y la clase
GISELA ESPINOSA DAMIÁN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275

Movimientos de mujeres indígenas: re-pensando los derechos


desde la diversidad
ROSALVA AÍDA HERNÁNDEZ CASTILLO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307

El ambientalismo feminista
HILDA SALAZAR RAMÍREZ, REBECA SALAZAR RAMÍREZ
Y LORENA PAZ PAREDES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331

CUARTA PARTE
Autonomía e institucionalización
Feminismo civil. Los claroscuros de la institucionalización
GISELA ESPINOSA DAMIÁN Y MARTHA CASTAÑEDA PÉREZ . . . . . . . . . . . . . . 361

Re exiones sobre el feminismo y los institutos de las mujeres


MARÍA LUISA TARRÉS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 401

El feminismo autónomo radical: una propuesta civilizatoria


XIMENA BEDREGAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 435

QUINTA PARTE
Academia y difusión
Feminismo y academia
MERCEDES BARQUET . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 479

Feminismo y medios de comunicación


SARA LOVERA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 519
INTRODUCCIÓN
Gisela Espinosa Damián y Ana Lau Jaiven

Un fantasma recorre el siglo: el fantasma del feminismo. Y sí, las y los


lectores de este libro comprenderán que así como en el siglo XIX todas las
fuerzas de la vieja Europa se unieron en “santa cruzada” para acosar al
fantasma del comunismo (Marx y Engels, 1971: 19), en México, durante
el siglo que comienza con la Revolución de 1910 y que concluye en 2010,
todas las fuerzas e ideologías conservadoras se han unido para acosar al
feminismo, para impedir que crezca, se mani este y logre sus nes. En los
últimos cien años, las feministas han librado una larga lucha por alcan-
zar sus reivindicaciones y, simultáneamente, por destruir la leyenda de su
fantasma.
A lo largo del siglo, las demandas y propuestas feministas abarcan un
amplio espectro, según el momento histórico y el contexto. En la agenda
secular del movimiento surgen batallas por el derecho al voto femenino y
el reconocimiento de las mujeres como ciudadanas; por la equidad en el
acceso a la educación y al mercado de trabajo; por recibir salario igual por
trabajo igual; porque no haya un “techo de cristal” que impida a las mujeres
ocupar cargos directivos; porque no se les imponga pareja o matrimonio,
sino que estas uniones resulten de un acto voluntario y libre; por el derecho
a divorciarse; porque se distribuya con equidad el trabajo doméstico y las
tareas de la crianza; por eliminar la inequidad que implica la doble jornada
femenina; porque se imparta educación sexual y las mujeres puedan deci-
dir libremente sobre su maternidad, incluyendo la posibilidad de interrum-
pir el embarazo; por el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos y dis-
frutar su sexualidad reconociendo la diversidad sexual del ser humano; por
no ser maltratadas, golpeadas, violentadas o violadas; porque se respete su

9
10 UN FAN TASM A R ECOR R E EL SIGLO

derecho a participar en el espacio público y en las decisiones y cargos que


ello implica; porque los derechos agrarios, sociales, culturales, económicos
y ambientales reconozcan el papel de las mujeres y se expresen en políti-
cas públicas con equidad de género; por el respeto a sus derechos humanos;
porque se modi quen los usos y costumbres que las discriminan; porque se
abran espacios para el estudio y la difusión de los problemas, las experien-
cias y las propuestas feministas; porque la autonomía territorial a la que
aspiran los pueblos indígenas incluya también el plano personal; en n,
porque la diferencia sexual no se traduzca sistemáticamente en desigualdad
social y sea posible desplegar las capacidades y la creatividad de las mujeres
sin cortapisa ni opresión alguna.
Los movimientos feministas mexicanos no sólo han tenido que cons-
truir y reconstruir un discurso y una fuerza política para lograr estas reivin-
dicaciones, sino que permanentemente han tenido que lidiar con el conser-
vadurismo de derecha y de izquierda para deconstruir un discurso sexista
profundamente arraigado en la cultura de todos los grupos sociales y tratar,
así, de crear un consenso sobre la necesidad de desenraizar y desnaturalizar
este orden opresivo para las mujeres.
La tarea implica ganar una batalla cultural y política en el todo social,
no sólo entre las mujeres —so pena de que el movimiento se convierta en un
gueto de y para mujeres—, pues el carácter emancipador de los proyectos
políticos feministas no sólo resultan amenazantes para el patrón colonial
de poder, en el que se amalgaman mecanismos de dominación y exclusión
apoyados en criterios étnicos y de clase (Quijano, 2006: 51-77), que afectan
y unen a mujeres y varones de los grupos subalternos contra este lastre, sino
que atentan contra el sistema sexo-género (Rubin, 1996), cuyos mecanismos
de exclusión y subordinación se funden con aquéllos y operan en todo el
tejido social, incluyendo las relaciones de género dentro de los grupos sub-
alternos. En la vida cotidiana de las mujeres de estos grupos, se conjugan y
refuerzan las desigualdades de género con las de clase y las étnicas, natura-
lizando la subordinación y la inferioridad de lo femenino.
Durante los últimos cien años las feministas han venido luchando por
sus derechos y reivindicaciones al tiempo que aclaran una y mil veces que
sus aspiraciones no van contra los varones —aunque la autonomía y los de-
rechos a los que aspiran desmantelen el poder patriarcal—, que no se trata
EL DERECHO DE LAS MUJERES AL SUFRAGIO

Enriqueta Tuñón Pablos1

L AS MUJERES Y EL MOVIMIENTO SUFRAGISTA EN LOS CUARENTA

Durante la segunda mitad de la década de los treinta, los movimientos de


las mujeres por alcanzar el derecho al voto se llevaron a cabo a través del
Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), pero al nal del gobierno
de Lázaro Cárdenas las feministas mexicanas se quedaron sin el derecho
a votar y sin un grupo que luchara por sus intereses especí cos, porque el
FUPDM —el más fuerte de la época— se integró al partido o cial, el Partido
de la Revolución Mexicana (PRM), y con esto se institucionalizó su acción.
Integradas al partido, las mujeres del Frente perdieron autonomía y sus de-
mandas quedaron postergadas porque fueron alistadas como miembros de
los sectores campesino, obrero, militar y popular, y no como mujeres.
A pesar del descalabro, las mujeres organizadas, ahora en el partido o -
cial, disciplinadamente se sumaron a la designación de Manuel Ávila Cama-
cho como presidente, aceptando el papel que éste les asignaba dentro del
hogar, aunque sin abandonar su petición de derechos políticos para todas
las mujeres. Fue así como, a partir de los años cuarenta, el movimiento de
lucha por obtener derechos políticos, en lugar de consolidar su fuerza con las
bases y de reforzar la movilización social, se apoyó en las autoridades, prin-
cipalmente en la gura del presidente de la República, a la espera de que
éstas hicieran suya la demanda del voto. Además, modi caron su discurso
incluyendo en sus argumentos en pro de la obtención del voto su papel de

1 Investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antro-


pología e Historia (INAH).

125
126 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

esposas y madres, a rmando que el tener derechos políticos les ayudaría


para preparar a sus hijos para ser mejores ciudadanos.
En un telegrama enviado al presidente y rmado por diversos grupos de
mujeres, como Amalia Castillo Ledón, representando a la Comisión Intera-
mericana de Mujeres (CIM),2 Esther Chapa3 por el Partido Comunista, Estela
Jiménez Esponda por el PRM, Esperanza Zambrano por el Ateneo Mexicano
de Mujeres y muchas más, se ve claramente este cambio de actitud:

Respetuosamente, en nombre y representación de las mujeres de México, dis-


tintos sectores intelectuales y sociales, rogámosle concedernos breve audiencia
para informarle sobre asuntos que atañen su mejoramiento colectivo y la apli-
cación de sus capacidades en papel de fuerzas vivas nuestro país.
Acudimos, solicitando ser recibidas para obtener orientación y consejo, a
efecto determinar según su acuerdo, medidas a seguir para realizar propósitos
e ideales redundarán en bene cio del numeroso sector femenino de México,
parte integrante de nuestra nacionalidad (APACL, 1945).

Las mujeres que en esta época impusieron su presencia fueron las de la


clase media y la burguesía, que luchaban por modi car los espacios públi-
cos, pero sin la intención de modi car el sistema patriarcal. Esta actitud fue
re ejo de la sociedad conservadora de esos años, cuyo discurso se basaba en
los valores más tradicionales; se exaltó, más que nunca, el nacionalismo y se

2 Organismo internacional dependiente de la Unión Panamericana y con sede en Wash-


ington, dedicado a mejorar la situación de las mujeres latinoamericanas mediante cambios
a nivel legislativo.
3 Esther Chapa nació en Tampico, donde estudió la primaria. En la Ciudad de México

estudió la carrera de Medicina, obtuvo el título en 1928 y se dedicó a análisis clínicos de


laboratorio y microbiología. También impartió clases en la Facultad de Medicina de la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México y en la Escuela de Enfermería. En 1930 ingresó
a la Secretaría de Educación Pública como médica escolar de cinco colegios, en donde
revisaba la salud de los alumnos y les daba pláticas de higiene. Durante 12 años fue jefa del
Departamento de Prevención Social en la Penitenciaría del Distrito Federal. Por iniciativa
suya, durante la presidencia de Miguel Alemán se empezó a construir la Cárcel de Mujeres.
A principios de la década de los treinta se incorporó a la lucha por los derechos políticos,
integrándose a los grupos de mujeres que no aceptaron el voto municipal porque lucharon
siempre por el derecho al voto a nivel federal (Entrevista a Virginia…, 1995).
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 127

promovieron las familias numerosas como base de la sociedad. Un ejemplo


que ilustra esta situación es la creación en 1943, por la Secretaría de Edu-
cación Pública, de la Carta a las madres mexicanas, que proponía un “retorno
al hogar tradicional con sus principios y costumbres en el que el padre pro-
tege de los peligros externos y la madre preside la vida íntima y con amor
resuelve los problemas de la familia” (Rocha, 2001: 124).
Los únicos grupos que en esta época mantuvieron cierta beligerancia
fueron el Bloque de Mujeres Revolucionarias, encabezado por Estela Ji-
ménez Esponda, que trató inútilmente de continuar con el programa del
ya desaparecido FUPDM, y el Comité Coordinador Femenino para la Defensa
de la Patria, que dirigía María Efraína Rocha y que desarrollaba labores
relacionadas con la paz y la guerra.
Las mujeres de estos años recurrieron más a las conferencias internacio-
nales que a las movilizaciones que por la demanda de sus derechos políticos
podían llevarse a cabo; probablemente las manifestaciones públicas no eran
en esos momentos lo su cientemente poderosas como para cambiar la le-
gislación vigente sobre los derechos ciudadanos de las mujeres, en cambio a
nivel internacional había muchas presiones en este sentido.

A MALIA C ASTILLO LEDÓN

Fue en ese contexto en el que Amalia Castillo Ledón comenzó a per larse
como líder del movimiento femenino, no sólo en nuestro país sino también
en el exterior. En México, además de presidir el Ateneo Mexicano de Mu-
jeres —que se dedicaba exclusivamente a realizar reuniones de tipo cultu-
ral—, trabajó durante esa época en dos proyectos importantes: el primero
consistía en crear un Departamento Autónomo de la Mujer (APACL, 1941),
y el otro en organizar el Servicio Civil Femenino de Defensa (APACL, 1942).
En el primer proyecto proponía la creación de una dependencia exclusiva
de mujeres, no para segregarlas ni colocarlas en un plano de inferioridad,
sino para que se ocupara de los asuntos relacionados con ellas como, por
ejemplo, mejorar su capacitación para convertirlas en elementos útiles para
la sociedad. Por otro lado, aceptando que no tenían derecho al voto, este
departamento se ocuparía provisionalmente de representarlas ante las cá-
128 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

maras y proponer proyectos de ley relativos a ellas, a los niños y a la fami-


lia. Este Departamento nunca se llegó a crear, pero el segundo proyecto, el
relacionado con el Servicio Civil Femenino de Defensa, sí. Eran tiempos de
la Segunda Guerra Mundial y México temía la posibilidad de un ataque,
de modo que preparó a muchas mujeres impartiéndoles clases de enfermería,
manejo de ambulancias, evacuación de niños, cocina para multitudes, prime-
ros auxilios, etcétera.
La presencia internacional de Castillo Ledón comenzó en 1936, cuando
asistió como delegada de México a una reunión de la Unión Panamericana
efectuada en San Antonio, Texas, en la que, de acuerdo con el informe que
presentó a la Secretaría de Relaciones Exteriores, se desempeñó con gran
éxito (APACL, 1936). Después, en 1939, llegó a la Comisión Interamericana
de Mujeres (CIM) como representante del gobierno mexicano; en 1944 fue
nombrada vicepresidenta y después, entre 1949 y 1953, fungió como presi-
denta. En esta época fue palpable la presión que ejerció la CIM para que los
gobiernos latinoamericanos decretaran el voto a las mujeres.
Es importante resaltar aquí cuál era la posición de Amalia en relación
con las luchas de las mujeres, porque ella representa un ejemplo claro del
movimiento feminista de esa época:

[…] las latinoamericanas, temerosas quizás de caer en los excesos —inexplicables


en ellas— de las “sufraggettes” encabezadas por Mrs. Pankurt4 tuvieron una actua-
ción decidida y e caz, pero de gran discreción […] En cuanto a sus posibilidades
para regir los destinos públicos, es fácil deducir que, quien sabe gobernar un ho-
gar, puede gobernar un grupo de familias, que es lo que constituye la sociedad.
[…] Somos una raza fuerte y valiente al mismo tiempo, compañeras del
hombre, al que hemos unido nuestro esfuerzo en la tarea común, grandiosa, de
abrir la tierra y renovar el aire […] (APACL, 1949)

Para ella era muy importante no “escandalizar”. Había que luchar con
discreción y elegancia, valores que le eran fundamentales; además, reforza-

4Se re ere a Emmeline Pankhurst. Para profundizar en este personaje véase a Midge
Mackenzie, 1975.
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 129

ba los valores tradicionales de las mujeres y la importancia que tenía el no


enfrentarse con los varones. Al respecto decía:

El feminismo actual […] es por esencia, si se vale la frase, un feminismo feme-


nino. No hace consistir la emancipación de la mujer en la conquista de las ca-
rreras abiertas al hombre (ideal hoy, por lo demás plenamente alcanzado); al
contrario, y más amplia y generosamente, estima que la reivindicación femenil
fundamentalmente estriba en elevar la condición general de la mujer y, muy
particularmente, la función de la esposa y de la madre, ya que el hogar y la ma-
ternidad constituyen para la mujer la misión más alta y hacen de ella inspiradora
de almas, forjadora y creadora de nuevas generaciones.
Agotada está, y de nitivamente pasada de moda, la vieja controversia re-
lativa a la superioridad del hombre respecto de la mujer, o a la irremediable
inferioridad de ésta frente a frente de aquel. La ciencia falló ya, en tan largo y
enojoso debate. La ciencia no ha demostrado que la mujer es superior o infe-
rior por lo que mira al hombre, sino, simplemente, diversa del hombre (APACL,
1947a).

Pareciera que ella quería distanciarse del feminismo y hacer una polí-
tica “femenina”, postura característica del feminismo latinoamericano de
la época; alejarse de las sufragistas “rabiosas” al estilo norteamericano y
europeo y plantear un feminismo a tono con las cualidades de las mujeres
de Latinoamérica; es decir, que fueran trabajadoras, serviciales, abnegadas,
apoyadoras, desinteresadas, sensibles, diligentes y con una ética y una moral
inquebrantables.
La impresión que daba a los que estaban a su alrededor era la siguiente:

[…] es bella física e intelectualmente, de porte femenino, alta de cuerpo, ru-


bia, moza aún. En su andar majestuoso revela la fuerza y tranquilidad de su
espíritu. Su cuello es delicado, su cabeza es perfecta. Sus manos, dos pétalos
de rosa. Su palabra, un torrente de pensamientos […] Va por el continente di-
ciendo su palabra fácil, elocuente y vibrante, llena de amor y armonía: Quiero
que el voto de la mujer sea una realidad en América no para desplazar a los
hombres sino para colaborar más íntimamente, para servir mejor a la causa de
la humanidad (APACL, 1950).
130 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

Amalia era una mujer guapa y femenina, una mujer que no asustaba a
los hombres, al contrario, les encantaba; ella le sacaba partido a sus emble-
mas femeninos para conseguir lo que quería. Su hija Beatriz nos cuenta al
respecto:

Mi mamá era una mujer ¡tan bella! […] mi mamá decía: el hombre más fuerte
no es el que tiene fuerza física sino el que tiene todos los atributos de hombría,
y la mujer más fuerte tiene que tener todos los atributos de la femineidad. Mi
mamá se disparaba en aquel grupo de mujeres feministas porque ella andaba
muy guapa, muy arreglada. Cuando ella estuvo en las Naciones Unidas, que fui
la primera vez con ella, tenía un alterón de papeles que revisar en una noche y,
entre ellos, tenía metidos modelos de vestidos y propaganda de perfumes. Era
de una femineidad ¡lindísima!
Una vez le preguntó un periodista: Señora, usted qué opina: En el hogar
¿quién debe mandar, el hombre o la mujer? Y mi mamá dijo: El que pueda…
(Tuñón, 1995a).5

EL PRIMER PASO CON MIGUEL A LEMÁN

A mediados de 1945 el candidato para el siguiente periodo presidencial era


Miguel Alemán. Durante su campaña, la actitud de las mujeres en el modo
de pedir el derecho al voto fue el mismo que con Ávila Camacho, y el candi-
dato ofreció modi car el artículo 115 para que las mujeres pudieran votar y
ser votadas a nivel municipal.
Este ofrecimiento se concretó el 27 de julio de ese año, cuando las mu-
jeres le organizaron un mitin que se celebró en la Arena México. El local
estaba lleno —según la prensa había alrededor de cinco mil mujeres—,
hubo bandas de música y cantantes que actuaron en honor al candidato; él
y su esposa fueron recibidos con grandes ovaciones, aclamaciones, dianas y
una lluvia de ores y serpentinas. Convocaron al acto la Alianza Nacional
Femenina y las comisiones femeniles del partido o cial y de las centrales

5 Para saber más sobre ella, véase Tuñón (2010).


EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 131

obreras y campesinas. En ese mitin el candidato comenzaba y terminaba su


discurso con la idea de progreso, por lo tanto la incorporación de las muje-
res a la vida pública correspondía a una etapa importante en la evolución de
los pueblos. Es decir, si se pretendía construir un país moderno era preciso
ser coherente con ello e igualar a hombres y mujeres, pues el modelo de
modernidad así lo exigía. El candidato destacaba, además, la participación
de las mujeres en los momentos de crisis como un mérito, aunque insistía
en que las mujeres “tienen características propiamente femeninas” que no
se perderían al otorgarles derechos cívicos sino que, por el contrario, enal-
tecerían los ámbitos políticos. A este respecto les pedía, como una especie
de garantía para asegurar la reproducción de la familia, que no dejaran de
ser en el hogar “la madre incomparable, la esposa abnegada y hacendosa,
la hermana leal y la hija recatada” (El Nacional, 28 de julio de 1945). Por
último, quedaba claro que otorgar el voto municipal a las mujeres no ponía
en riesgo su papel en el hogar, porque se entendía que administrar un mu-
nicipio era como organizar una casa más grande.
Sobre los discursos de las oradoras del evento es interesante subrayar
que todas ellas recurrieron a la idea de los valores superiores de las mujeres
mexicanas y de su espíritu de sacri cio y abnegación, y que utilizaron esta
ideología como una herramienta para hacer sentir a la sociedad que estaba
en deuda con ellas por no haberles otorgado el derecho al voto, en lugar de
ser críticas y reconocer que el logro era alcanzar los derechos ciudadanos
sin necesidad de ninguna justi cación, ya que eran parte de una democra-
cia occidental moderna, como el propio sistema político mexicano lo prego-
naba. La misma Esther Chapa, del partido comunista, decía:

La mujer está preparada para todo porque dentro de la economía del hogar es
la que distribuye el salario del marido y lleva la política de unidad de la familia
y del respeto de todos los integrantes de ella. Y no otra cosa viene siendo la cosa
pública dentro de los ayuntamientos donde se tiene que vigilar los dineros del
pueblo (APECH, 1946).

Había un ambiente de efervescencia, de declaraciones de igualdad


a nivel internacional y la Comisión Interamericana de Mujeres presionaba
en ese sentido. El candidato para el nuevo periodo presidencial aceptaba
132 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

otorgar el derecho al voto a nivel de municipio pero, a pesar de todo esto,


nuestros diputados eran producto del ambiente conservador de esos años y
declaraban:

[…] Los representantes del pueblo opinan que no ha llegado todavía el mo-
mento oportuno para concederle el voto a la mujer mexicana y que prime-
ramente hay que preocuparse de liberar en el campo económico a nuestras
mujeres a n de que con esa preparación puedan desarrollar e cazmente acti-
vidades en el orden político (Excélsior, 28 de agosto de 1945).

La única razón contundente que había para negarles los derechos cí-
vicos a las mujeres era de tipo electoral, es decir, la duda sobre su com-
portamiento en las elecciones: los políticos no podían prever, controlar y
manipular con e cacia el accionar político femenil dado que se trataba de
más de la mitad de la población, que carecía de preparación política y de la
educación cívica necesarias.
Ya en el poder, Miguel Alemán cumplió su promesa y mandó la iniciativa
para modi car dicho artículo. Con los legisladores la discusión se alargó,
porque los panistas generaron una serie de problemas.6 Aquiles Elorduy,
del Partido Acción Nacional (PAN), fue el primero que tomó la palabra y dijo
que

[…] el hogar mexicano […] es el hogar selecto, perfecto, en donde la ternura


llena la casa y los corazones de los habitantes gracias a la mujer mexicana que ha
sido y sigue siendo todavía un modelo de abnegación, de moralidad, de manse-
dumbre, de resignación […] Ciertas costumbres venidas de fuera están alejando
a las madres mexicanas un tanto cuanto de sus hijos, de su casa y de su esposo.
Las señoras muy modernas juegan más que los hombres y no sólo a la brisca o al

6A pesar de que los panistas a rmaban que estaban a favor del sufragio femenino —cosa
que, de acuerdo con la idea tradicional de creer que las mujeres son en esencia conservado-
ras, les convenía— la realidad es que, tanto en los debates de 1946 como en los de 1953, fue-
ron los diputados panistas los que se manifestaron en contra o crearon con icto al respecto.
Sin embargo, hay que aclarar que esto se debió a motivos políticos, porque los panistas no
querían que fuera un priísta el que se llevara el mérito de conceder a las mujeres el derecho
al voto.
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 133

tute, sino al poker, despilfarran, aun a espaldas de los señores maridos, buenas
fortunas en el frontón […] Fuman que da miedo […] los jefes mexicanos de fa-
milia tenemos en el hogar un sitio en donde no tenemos defectos. Para la mujer
mexicana, su marido, si es feo, es guapo; si es ignorante, es un sabio […] porque
quiere enaltecer, a los ojos de ella misma y de su familia, al jefe de la casa. Si va-
mos perdiendo los hombres —y aquí está la parte egoísta— las pocas fuentes de
superioridad, por lo menos aparente que tenemos en el hogar, vamos a empezar
a hacer cosas que no son dignas de nosotros. Ya no hay méritos mayores en el jefe
de familia, como no sea que gane dinero para sostener la casa y, en muchas oca-
siones, lo ganan ellas a la par que los maridos. De manera que, si en la política,
que es casi lo único que nos queda, porque en la enseñanza también son hábiles
y superiores; si vamos perdiendo la única cosa casi aparatosa, que es la política,
las cuestiones externas de la casa para que nos admiren un poco; si vamos a ser
iguales hasta en la calle, en las asambleas, en las Cámaras, en la Corte Suprema,
en los tribunales, en los an teatros, etcétera, etcétera, pues, entonces, que nos
dejen a nosotros, que nos permitan bordar, coser, moler y demás […] (Diario de
los Debates…, 1946).

El discurso causó “murmullos, siseos y desorden en las galerías”, que


estaban repletas de mujeres, ya que fue realmente provocador. Aun cuando
en el discurso o cial y en los medios políticos se planteó la necesidad de
modernizar el país, aterró la idea de la mujer moderna, autónoma y con
preocupaciones e intereses propios. La consigna era que el país se moderni-
zara, pero que las mujeres siguieran viviendo con sus papeles tradicionales
de madre, esposa y ama de casa y que, además, contemplaran y admiraran
al jefe del hogar.
Las intervenciones que siguieron fueron a favor de la iniciativa, y en casi
todas ellas los diputados oradores hicieron mención a algún aspecto nom-
brado por Elorduy, siempre para criticarlo. En general, en los discursos se
observa nítidamente que el derecho a sufragio municipal se veía como una
primera prueba del comportamiento electoral de las mujeres. El mismo Ale-
mán aclaraba que se trataba de un puesto más administrativo que político;
es decir, no era una función con carácter ideológico, sino más bien concreta
y local, por lo tanto entrañaba menos riesgo que otorgar los derechos polí-
ticos plenos. Reiteradamente los dirigentes y las autoridades apelaban a los
134 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

altos valores morales de las mujeres, que las alejaban, supuestamente, de la


corrupción característica de la política mexicana. Miguel Alemán se pre-
sentó, así, con una imagen de modernidad, democrática, porque con esta
medida se fortalecía el sistema federal y se le daba un lugar a las mujeres en
la vida política del país. Por otro lado, México entraba al grupo de las na-
ciones avanzadas y democráticas en el que las mujeres ya eran ciudadanas,
sin embargo, se mostró tímido al no otorgar el voto a nivel federal, aunque
seguramente lo hizo para probar cuál sería su comportamiento.
A lo largo del sexenio alemanista nos encontramos fundamentalmente
con dos posiciones entre los grupos feministas en relación con el sufragio.
Por un lado, las mujeres que le estaban agradecidas al presidente por haber
reformado el artículo 115 y que, por lo general, eran mujeres cercanas a la
esfera del poder; y por otro, las antiguas dirigentes del FUPDM, que con una
posición más crítica le seguían solicitando la reforma al 34 constitucional
para obtener el derecho al voto federal.
Algunas mujeres publicaron artículos en los que mostraban su incon-
formidad (Robles de Mendoza, 1939), pero la más persistente fue Esther
Chapa, quien declaró que cada año durante 22 años, al empezar las sesiones
del Congreso enviaba una carta rmada por muchas mujeres, solicitando
el derecho al voto a nivel federal (Galarce, 1959). Tenemos una fechada el
14 de julio de 1944 que dice lo siguiente:

El Comité Coordinador Femenino para la defensa de la Patria7 se dirige a esa


H. Comisión Permanente una vez más con toda anticipación a la apertura de
las sesiones ordinarias de ese H. Congreso a n de solicitar se incluya en la
Orden del Día del próximo periodo la declaratoria de ley de la Modi cación
del Artículo 34 Constitucional en los términos en que fue aprobada por la H.
Cámara de Diputados, por la H. Cámara de Senadores y por las legislaturas
locales de los Estados de Aguascalientes, Campeche, Guanajuato, Jalisco, Mo-
relos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Chihuahua, Querétaro, Sinaloa, Tabasco,
Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz, Zacatecas y Michoacán. Tomando en cuenta
que Chiapas y Puebla han concedido el voto a la mujer desde los años 1925 y
1936 por todo lo cual consideramos que se han cumplido con los requisitos

7 En donde ella se desempeñaba como secretaria de prensa y propaganda.


EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 135

que marca el Artículo 135 de la Constitución de la República, para modi car


o adicionar la Carta Magna y que solamente falta que el Congreso de la Unión
cumpla con dicho artículo 135 haciendo la Declaratoria que tantas veces nos
hemos referido para que la mujer mexicana como ciudadana que es, goce de
todos sus derechos políticos (APACL, 1944).

Así y todo, el primer paso estaba dado y las mujeres comenzaron a par-
ticipar activamente en la vida política de los municipios. Nos encontramos
con dos que ocuparon el cargo de delegadas del Departamento del Distrito
Federal:8 Aurora Fernández en Milpa Alta, y Guadalupe Ramírez en Xo-
chimilco. Hubo en estos meses otros nombramientos importantes: María
Lavalle Urbina como magistrada del Tribunal Superior, Dolores Heduán
como ministra del Tribunal Fiscal de la Federación, y Elvira Vargas como
jefa de redacción del periódico El Nacional, órgano de difusión del gobierno
mexicano. Además, las mujeres en esta época se movilizaron y se hicieron
presentes en prácticamente todos los ámbitos de la vida nacional; fundaron
grupos de distinto tipo: de corte político, religioso, cultural, de revoluciona-
rias, de profesionistas, como abogadas y médicas, de empresarias, de comer-
ciantes y de amas de casa; había también mujeres integradas a los partidos
políticos, a centrales y a sindicatos.

L AS MUJERES ORGANIZADAS EN LOS CINCUENTA

Para 1950 la situación de las mujeres mexicanas, según un informe pre-


sentado por Castillo Ledón en la VII Asamblea de la Comisión Interame-
ricana de Mujeres, era la siguiente: ya la Constitución de 1917 había otor-
gado derechos civiles iguales a ambos géneros, las mujeres tenían derecho
a conservar su nacionalidad mediante el matrimonio y transmitirla a sus
hijos; igual capacidad de patria potestad y tutelaje; podían optar a todos
los cargos públicos y había, en ese momento, varias en el Poder Judicial y
en secretarías de Estado. Con respecto al ámbito laboral, la Constitución
había establecido el principio de “igual salario por igual trabajo”; en esos

8 Hoy Gobierno del Distrito Federal.


136 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

años las mujeres se incorporaban al desarrollo industrial de México y tam-


bién estaban presentes en las profesiones (sobre todo medicina y leyes),
en el comercio, en la burocracia, en la banca y en el trabajo agrícola; en
el servicio exterior destacaron a partir de 1934, cuando México designó a
una mujer como ministro ante otro gobierno; en ese entonces había una
con el cargo de ministra plenipotenciaria y 18 vicecónsules; México había
nombrado delegadas en varias conferencias interamericanas y mundiales;
en puestos públicos importantes estaban: María Lavalle Urbina, magistrada
del Tribunal Superior de Justicia de la Nación; Guadalupe Ramírez, de-
legada en Xochimilco; Gudelia Gómez, jefa de la O cina Investigadora
del Trabajo de la Mujer; Esperanza Colín Carrillo, jefa de la Sección Fe-
menil de la Confederación Nacional Campesina, y Guadalupe Ceniceros
de Zavaleta, directora de la Escuela Normal para Maestros de la Ciudad de
México. En cuanto a derechos políticos, las mexicanas sólo disfrutaban del
sufragio municipal; en ese momento había cinco alcaldesas; nalmente, en
su informe mencionaba a las que participaban en los Centros Femeniles
de Trabajo, constituidos con el propósito de hacerlas más e cientes en las
labores domésticas (APACL, 1951b).
El censo de ese año presenta unas cifras que resultan ilustrativas, 50.1
por ciento de la población eran mujeres; era notoriamente más alto el
número de varones que estudiaban; era más alto el porcentaje de mujeres
que, siendo menores de doce años, trabajaban; había más mujeres que
eran jefas de familia y analfabetas; la mayor parte del ujo migratorio
hacia el exterior era masculino; la tasa global de fecundidad, es decir, el
número promedio de hijos que tendría una mujer durante su vida fértil, se
acercaba a siete; las mujeres menores de veinte años tenían 11 por ciento
del total de hijos vivos y en 1940 había al año 2.7 divorcios por cada cien
matrimonios (Valdés y Gomariz, 1953).
Durante los primeros años de la década de los cincuenta los grupos fe-
meniles comenzaron a hacer intentos por aglutinarse en un solo organismo,
porque era la única manera de obtener más fuerza. Uno de los primeros
en intentarlo fue la Alianza Nacional Femenina — que había organizado
la reunión con Alemán en la Arena México —, pero no tuvo eco (APACL ,
1947b). Con este mismo n, a mediados de 1950 se constituyó el Consejo
de Mujeres de México y un año después, en 1951, la Confederación de Mu-
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 137

jeres de México. Ninguno cuajó, y es que era necesario que se conjuntaran


dos factores, por un lado, una gura carismática con una personalidad
fuerte que pudiera reunir a todos los grupos dispersos y divididos, y por el
otro, el apoyo decidido del poder. Esto ocurrió en abril de 1952, cuando
Amalia Castillo Ledón funda la Alianza de Mujeres de México (AMM) con
el apoyo no sólo del presidente saliente, Miguel Alemán, sino también del
candidato para el siguiente periodo presidencial: Adolfo Ruiz Cortines.
La idea de crear este organismo surgió en 1951, pero como ella vivía en
Washington, fue María Lavalle Urbina9 quien organizó todo. En una carta
de diciembre de ese año, le decía Castillo Ledón:

[…] hablemos de nuestra Federación ¿Qué has hecho a este respecto? ¿Hablas-
te con el secretario del Presidente y con el señor Ruiz Cortines? Querría tam-
bién saber además de lo que hayas hablado con estas personas, si te has puesto
en contacto con las jefes de algunas otras organizaciones femeninas y si has
tenido ya un arreglo de nitivo con las secretarías de Acción Femenil de la CTM
y la Campesina. Querría también saber si María Luisa Ocampo y tú han termi-
nado aquel documento indispensable para empezar nuestra labor en rme. Yo
pienso llegar a México en los primeros días de enero pero quisiera, por supues-
to, conocer tus actividades antes de llegar allá y antes también que te marches a
Campeche pues recuerdo que tú me dijiste que pasarías allá la Noche Buena10
y el Año Nuevo. Te ruego, por tanto, que no dejes de contestarme sobre todos
estos puntos y algunos más de los que yo no tenga noticia (APACL, 1951a).

9 María Lavalle Urbina es un personaje poco estudiado. Nació en Campeche y allí estu-
dió en la Escuela Normal, impartió clases en el Instituto Campechano, fue directora de una
primaria y entre 1944 y 1947 dirigió la campaña de alfabetización de su estado. Más tarde
estudió la carrera de Derecho y fue la primera mujer en recibir el título en Campeche y en
ser magistrada del Tribunal Superior de Justicia a partir de 1947. Estuvo siempre detrás de
Amalia Castillo Ledón y fue sucediéndola en los cargos que ocupaba: en la Comisión Inte-
ramericana de Mujeres y en la presidencia de la Alianza de Mujeres de México. La relación
entre ambas parece que no fue fácil: en el archivo de Amalia Castillo Ledón hay cartas di-
rigidas a ella, siempre para solicitarle trabajos o para que organizara alguna actividad y en
las que le recrimina, con mucha amabilidad, que no le respondiera (Castillo Ledón, 1952).
10 Así está escrito en la carta.
138 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

La AMM se fundó el 17 de abril de 1952. La noticia apareció en la pri-


mera plana de los periódicos más importantes de esa época y, según al
acta constitutiva, era una asociación civil formada por diversos grupos ya
existentes que actuaría a nivel nacional. Su presidenta era Amalia Castillo
Ledón y su vicepresidenta María Lavalle Urbina. El objetivo central de
esta asociación era la elevación social, cultural, política y económica de
las mujeres de México y sus familias. En el programa, que se dio a cono-
cer en junio de 1952 y que fue redactado por la Comisión Técnica de la
Alianza —integrada por Paula Alegría, Esperanza Balmaceda de Josefé y
Francisca Acosta—, se establecía un programa de trabajo muy ambicioso y
que abarcaba muchos aspectos; por ejemplo, sólo en el aspecto jurídico, que
es el que nos interesa en este trabajo, incluía la investigación y el estudio
de problemas tales como derechos políticos y civiles, ciencias penales, le-
gislación del trabajo y seguro social, códigos de protección a las madres, a
los menores y a la familia, y un estudio comparativo de los ordenamientos
jurídicos vigentes en las diversas entidades federativas. Los problemas es-
pecí cos a resolver en el área jurídica serían: derecho al voto, matrimonio
y divorcio, protección a las madres solteras y a los hijos nacidos fuera del
matrimonio, capacidad para determinados actos civiles tales como ser ges-
tora de negocios, comparecer en juicio, actuar como apoderada, etcétera.
Entre las actividades prácticas estarían la creación de servicios jurídicos
en bene cio de las mujeres y la elaboración de proyectos de nuevas nor-
mas legales o de reformas a las codi caciones existentes, con el objeto
de mejorar la situación jurídica de las mujeres mexicanas (Programa de la
Alianza…, 1952).
Era un programa amplísimo que parecía imposible de alcanzar, pero
que era necesario para poder aglutinar a todos los grupos existentes en
aquellos momentos. Resulta interesante el hecho de que al revisar las fuen-
tes no se encontrara ni documento ni referencia alguna relacionada con la
cuestión del nanciamiento; seguramente no era una preocupación para
la asociación porque, al contar con el apoyo incondicional del gobierno, es
claro que era él quien se ocuparía de ese aspecto.
Para entonces, el “movimiento de masas” —por llamarlo de alguna
manera—, había desaparecido por completo y el problema se había “per-
sonalizado”. Amalia Castillo Ledón era en esos momentos una mujer —la
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 139

mujer—, con un papel prominente a nivel nacional e internacional. Como


ya se mencionó, ella reivindicaba la idea de que elevar la condición social
de las mujeres redundaría en hacerlas mejores madres, esposas y amas de
casa pero al parecer no re exionó sobre el hecho de que si unas cuantas
mujeres accedían ya a niveles superiores, esto no signi caba que como gru-
po hubieran alcanzado una posición mejor en la sociedad. Se observa que
su feminismo no es un feminismo con conciencia de género sino más bien,
y en consonancia con esa época, un feminismo llamado liberal. Hay que
recordar que éste planteó cambios a nivel de la legislación y del marco jurí-
dico para que las mujeres alcanzaran la igualdad social, política, económica
y de educación.

H ACIA LA RECTA FINAL CON A DOLFO RUIZ CORTINES

En 1952, cuando Ruiz Cortines es elegido candidato a la presidencia por


el partido o cial —el Partido Revolucionario Institucional (PRI)—, el tema
del sufragio femenino resurge con fuerza; las condiciones estaban dadas
para que las mujeres accedieran a este derecho y en ese momento aparecen
en escena dos grupos protagónicos.
Uno fue el grupo que lo solicita por medio de la licenciada Margarita Gar-
cía Flores,11 que en ese momento era la directora de Acción Femenil del PRI.
Según la versión de la propia Margarita García Flores, cuando Ruiz Cortines
fue nombrado candidato a la presidencia, ellas de inmediato se dieron a la ta-
rea de organizarse para apoyarlo y solicitarle, entre otras cosas, la igualdad de
derechos políticos para las mujeres. Y relata cómo se le ocurrió organizar una
asamblea de mujeres priístas para hacerle la petición formal a Ruiz Cortines:

11 Margarita García Flores, oriunda de Monterrey y donde estudió la carrera de Dere-


cho. Un mes antes de cumplir 15 años vino con su padre a la Ciudad de México a escuchar
una conferencia impartida por Baltasar Ibarra, padre de Rosario Ibarra de Piedra; le gustó
tanto que ese día ingresó al Sector Juvenil del partido. Dos años después fue nombrada
dirigente del Sector Femenil del PRI en Nuevo León y después dirigente nacional de ese
sector. El resto de su vida lo dedicó a la política dentro del PRI. Fue de las primeras mujeres
diputadas, ocupó el cargo de regidora del ayuntamiento de Monterrey, de delegada política
en Cuajimalpa y muchos otros más (Tuñón, 1993).
140 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

[…] Recuerdo cómo fue que conseguimos que se organizara la asamblea. Eran
los primeros días del mes de marzo cuando lo vimos. Antes de entrar le dije a
Lolita Heduán: “Oye tú, y ahora ¿qué le decimos?” Y me dice: “Pues si eres tan
mujer fájate las enaguas y dile lo que me acabas de decir”. Al entrar nos dijo el
candidato: “A ver, aquí estoy compañeritas, me da mucho gusto poder saludar-
las, ¿tenían algo que comunicarme, algo que hablar conmigo?” Y le dije: “Mire
usted, ¿usted cree justo, don Adolfo, que las mujeres no tengamos derecho al
sufragio universal nada más porque nacimos con un sexo que no elegimos?”
Y que va cambiando la cara, se puso muy serio y me dijo: “Me están hablando
ustedes de un asunto muy serio, necesitamos volver a reunirnos porque esta
entrevista no era para discutir un asunto tan importante”. Entonces ya me
envalentoné yo y le digo: “Bueno, ¿le parecería a usted que nos volviéramos
a reunir pero que viéramos la fecha desde ahora?” Dijo que sí, que trajera la
agenda su secretario. Él tenía tiempo un mes después, o sea, el seis de abril en
la mañana, porque luego tenía una comida y en la tarde otra reunión con la
IP.12
Yo le dije: “Bueno, ¿y le podríamos decir a las compañeras de los estados
que viniera una representación para que lo escucharan a usted y que usted las
escuchara a ellas?” ¡Y dijo que sí! Pues ¡a darle! La organización no fue difícil,
fue pesada, pero teníamos tanto entusiasmo y tantas ganas de que nos dieran
el voto que trabajamos, y todo salió bien (Tuñón, 1993).

Da la impresión de que el partido les organizó la asamblea ya que, entre


otras cosas, les consiguió las sillas, los autobuses para trasladarse y hasta la
gasolina. En realidad, de acuerdo con las fuentes consultadas, se puede su-
poner que al gobierno le interesaba otorgar el derecho a voto a las mujeres
y, como necesitaba que ellas lo solicitaran, les “armó” la reunión. La direc-
tora de Acción Femenil del PRI en el Distrito Federal en esa época, Martha
Andrade del Rosal, recuerda de ese mitin que en el momento en que Ruiz
Cortines les ofreció el derecho al voto: “[…] le aplaudimos a rabiar y le gri-
tamos: repítalo don Adolfo, repítalo, le gritábamos miles de voces. Y él lo
repitió caballerosamente” (Tuñón, 1994).

12 Se re ere a la Iniciativa Privada.


EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 141

Por otro lado estaba el grupo de Amalia Castillo Ledón, que en esos
momentos era la presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres y
a principios de 1952 vino a México para “[…] trabajar en la uni cación de
las mujeres del país, que me ha encomendado tanto el presidente Alemán
como el señor Ruiz Cortines” (APACL , 1952). Entre enero y marzo de ese año,
Amalia Castillo Ledón sostuvo una entrevista con Ruiz Cortines:

[…] las palabras que intercambiaron textualmente fueron las siguientes: “Me
es muy penoso, como presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres,
haber obtenido la aquiescencia de diversas repúblicas del continente para con-
ceder la igualdad entre hombres y mujeres, mientras que en mi propio país
no hay ni siquiera un intento para otorgársela.” A lo que el señor candidato
respondió: “Si me lo pidieran miles de mujeres lo haría, pero hasta ahora me
lo han solicitado grupos de entre cinco y veinte mujeres cuando más, esto no
puede considerarse como que la mujer mexicana desee tener los derechos civi-
les y políticos. Si hubiera un grupo importante de miles de mujeres que me lo
pidieran, habría que tomarlo en cuenta”.
Con este propósito nuestra delegada Castillo Ledón emprendió un viaje
por toda la república en compañía de la señorita Esther Talamantes, la licen-
ciada Aurora Fernández y otras más, así como un grupo importante de hom-
bres dirigidos por el señor Enrique León, recogiendo las rmas de más de
quinientas mil mujeres para la petición formal de igualdad de derechos […]
(Quincuagésimo aniversario de la Comisión Interamericana de Mujeres, s/f).

No se ha encontrado la carta con las rmas solicitadas por Ruiz Corti-


nes pero, el día que tomó protesta como presidente de la República, prome-
tió enviar la iniciativa para modi car el artículo 34 de la Constitución.

LOS ÚLTIMOS PASOS

Aquel 6 de abril de 1952, en la asamblea con las priístas en el parque 18 de


Marzo, Adolfo Ruiz Cortines había marcado su posición respecto a las muje-
res (PRI, 1952). Consideró que tenían derecho a participar en política no por
igualdad o un sentido de justicia, sino porque desde su hogar ayudarían a
142 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

los hombres, resolverían con abnegación, trabajo, fuerza espiritual y moral,


problemáticas tales como la educación y la asistencia social. Era mani esto
que “las inquietudes de las mujeres” eran “las inquietudes de los otros”; así,
participarían en campañas de alfabetización, contra la carestía de la vida,
por el incremento de la producción y la resolución de problemas como el
de habitación, alimentación, vestido, medicinas, esparcimiento y rehabilita-
ción física, es decir, todo lo que solucionaban cotidianamente las madres,
las esposas y las amas de casa mexicanas. Obviamente, aquellas mujeres que
no cumplían con los papeles tradicionales quedarían fuera de las activida-
des políticas que el partido o cial les había reservado, pues las mujeres eran
vistas como una totalidad, sin distinguirlas de acuerdo con sus intereses y
necesidades.
Las mujeres sólo eran importantes en tanto que alentaban a sus compañe-
ros en el vivir diario y por su papel materno. Su relevancia radicaba, entonces,
en ser madres y esposas abnegadas y morales, cualidades que eran para Ruiz
Cortines las “femeninas” por excelencia. Para él era invisible la participación
de las mujeres en las luchas obreras y campesinas, jamás se refería, por ejem-
plo, a la participación femenina durante el periodo cardenista. El ámbito po-
lítico era de los varones, ellas sólo ayudarían, él estaba dispuesto a otorgarles
el derecho a voto para reforzar las labores más tradicionales, porque se trata-
ba de que las mujeres participaran en la vida nacional, pero a través de una
“política femenina” encauzada por el partido o cial.
El primero de diciembre de 1952, Adolfo Ruiz Cortines tomó protesta
como presidente de México. La prensa relató con lujo de detalle el acto, en el
que pronunció un discurso donde delineó la política a seguir durante su man-
dato y en el que ofreció a las mujeres la oportunidad de ejercer el derecho al
voto. Efectivamente, unos días después envió la iniciativa al Congreso. El trá-
mite siguió su curso y a pesar de algunas trabas puestas fundamentalmente
por los legisladores panistas para entorpecer el proceso —porque, igual que
en 1945, no querían que el PRI se llevara el mérito de convertir a las mujeres
mexicanas en ciudadanas— (Diario de los Debates…, 1952), la iniciativa presi-
dencial fue aceptada y en octubre de 1953 se publicaba en el Diario O cial,
con lo cual las mujeres mexicanas obtenían nalmente el derecho a votar y
ser votadas en cargos de elección popular.
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 143

Al concederles el derecho al voto, atendía a la inconformidad de las


mujeres sin afectar al sistema, pues ellas seguirían bajo el control político e
ideológico del partido o cial; además las dejaría circunscritas a actividades
pertenecientes al ámbito doméstico, ellas solucionarían los problemas habi-
tacionales, alimenticios, recreativos y de salud, pues continuaba considerán-
dolas como primeras responsables de la familia.
Otorgarles el sufragio le permitía ganar popularidad no sólo entre las
mujeres, sino entre el pueblo en general, ya que había prometido solucionar
los asuntos no resueltos en regímenes anteriores y éste era uno de ellos. Por
otro lado, esto distraería de alguna manera la atención del pueblo sobre
el encarecimiento del costo de la vida que se estaba registrando en esos
momentos, y mantendría la estabilidad del país, resquebrajada después del
violento sometimiento de los partidarios de Miguel Henríquez Guzmán
(Servín, 1992).
Con esta medida daba la sensación de que se iniciaba una nueva era
para México lo cual contribuiría a consolidar la imagen progresista que
quería para su régimen. Obtendría así, una victoria política.
A su vez, era importante entrar al concierto de las naciones modernas
en las que las mujeres ya tenían derechos políticos. Obviamente, la presión
internacional había in uido para que el nuevo presidente se decidiera a dar
el derecho al voto a las mujeres.
Pero lo fundamental fue que, al otorgar los derechos políticos a las mu-
jeres, atrajo a un mayor número de votantes y, de esta manera, el gobierno
creó una plataforma de apoyo para la consolidación del sistema y la legiti-
mación de su poder. Las mujeres, agradecidas, podían convertirse en incon-
dicionales del régimen, lo cual era importante porque en las elecciones de
1952 la oposición había alcanzado un porcentaje alto en las votaciones, por
lo que el PRI necesitaba fortalecerse.
Es claro que el grupo en el poder contaba con la inexperiencia política
de las mujeres para poder manipularlas fácilmente; las consideraba igno-
rantes y poco inteligentes con relación al mundo de la política. Este aspec-
to es importante porque, efectivamente, el PRI aumentó el número de sus
a liados. Para 1954, de los 3.5 millones de militantes, 35 por ciento eran
mujeres, o sea un poco más de la tercera parte de los priístas eran mujeres
(Pellicer de Brody y Reyna, 1978: 111). En este sentido es importante men-
144 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS

cionar que en las elecciones de 1929 a 1952 los votos masculinos fueron de
75.36 por ciento (González Casanova: 1983). En las elecciones de 1952 el
candidato o cial obtuvo 74.32 por ciento de la votación, y en 1958, Adolfo
López Mateos obtuvo 90.56 por ciento del total de los votos. Lo anterior
hace pensar que seguramente para Ruiz Cortines pesó este aspecto cuando
decidió otorgar a las mujeres el derecho a voto, y las cifras lo comprueban:
al sistema político mexicano le redituó conceder el voto a las mujeres para
consolidarse plenamente.
Las mujeres entraron legalmente a formar parte de la vida pública con
una conducta pasiva frente a la política de México. Obtuvieron el voto den-
tro de un contexto en donde no había libertades democráticas, con lo cual
se canceló toda posibilidad de ejercicio democrático dentro del juego po-
lítico; un contexto en el que no había voces disidentes que cuestionaran la
función de las mujeres como esencialmente familiar y privada.
Paradójicamente, las mujeres mexicanas alcanzaron la plenitud de sus de-
rechos y garantías ciudadanas cuando el discurso sobre sus funciones —tanto
el de las propias sufragistas como el de la prensa, los voceros o ciales del PRI,
los candidatos, el presidente y los sectores sociales con presencia en la vida
política— era más tradicional. El logro no respondió a una presión de las
bases sino a una decisión del gobierno que se llevó a cabo cuando a éste le
interesó, aunque sería injusto a rmar que no hubo ningún movimiento en
ese sentido y que las movilizaciones previas a los años cincuenta no consti-
tuyeron un antecedente importante para que las mexicanas alcanzaran este
derecho.

BIBLIOGRAFÍA

Agrupación Nacional Femenil Revolucionaria (ANFER) (comp.) (1984), Parti-


cipación política de la mujer en México. Siglo XX, ICAP-PRI, México.
APACL (Archivo Particular Amalia Castillo Ledón) (1936), “Informe que rin-
de el secretario de Relaciones Exteriores a la señora Amalia Castillo
Ledón, representante de la Secretaría a su cargo en la sesión solemne
de la Panamerican Round Table, efectuada en la ciudad de San Anto-

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