Enriqueta T El Derecho de Las Mujeres Al Sufragio
Enriqueta T El Derecho de Las Mujeres Al Sufragio
Enriqueta T El Derecho de Las Mujeres Al Sufragio
Introducción
GISELA ESPINOSA DAMIÁN Y ANA LAU JAIVEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
PRIMERA PARTE
Revolución, sufragismo y derechos
Feminismo y Revolución
MARTHA EVA ROCHA ISLAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
SEGUNDA PARTE
Contracultura, cuerpo, violencia y diversidad sexual
Emergencia y trascendencia del neofeminismo
ANA LAU JAIVEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
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8 UN FAN TASM A R ECOR R E EL SIGLO
TERCERA PARTE
Clase, etnia y ambientalismo
Feminismo popular. Tensiones e intersecciones entre
el género y la clase
GISELA ESPINOSA DAMIÁN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275
El ambientalismo feminista
HILDA SALAZAR RAMÍREZ, REBECA SALAZAR RAMÍREZ
Y LORENA PAZ PAREDES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331
CUARTA PARTE
Autonomía e institucionalización
Feminismo civil. Los claroscuros de la institucionalización
GISELA ESPINOSA DAMIÁN Y MARTHA CASTAÑEDA PÉREZ . . . . . . . . . . . . . . 361
QUINTA PARTE
Academia y difusión
Feminismo y academia
MERCEDES BARQUET . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 479
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10 UN FAN TASM A R ECOR R E EL SIGLO
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126 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS
Fue en ese contexto en el que Amalia Castillo Ledón comenzó a per larse
como líder del movimiento femenino, no sólo en nuestro país sino también
en el exterior. En México, además de presidir el Ateneo Mexicano de Mu-
jeres que se dedicaba exclusivamente a realizar reuniones de tipo cultu-
ral, trabajó durante esa época en dos proyectos importantes: el primero
consistía en crear un Departamento Autónomo de la Mujer (APACL, 1941),
y el otro en organizar el Servicio Civil Femenino de Defensa (APACL, 1942).
En el primer proyecto proponía la creación de una dependencia exclusiva
de mujeres, no para segregarlas ni colocarlas en un plano de inferioridad,
sino para que se ocupara de los asuntos relacionados con ellas como, por
ejemplo, mejorar su capacitación para convertirlas en elementos útiles para
la sociedad. Por otro lado, aceptando que no tenían derecho al voto, este
departamento se ocuparía provisionalmente de representarlas ante las cá-
128 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS
Para ella era muy importante no escandalizar. Había que luchar con
discreción y elegancia, valores que le eran fundamentales; además, reforza-
4Se re ere a Emmeline Pankhurst. Para profundizar en este personaje véase a Midge
Mackenzie, 1975.
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 129
Pareciera que ella quería distanciarse del feminismo y hacer una polí-
tica femenina, postura característica del feminismo latinoamericano de
la época; alejarse de las sufragistas rabiosas al estilo norteamericano y
europeo y plantear un feminismo a tono con las cualidades de las mujeres
de Latinoamérica; es decir, que fueran trabajadoras, serviciales, abnegadas,
apoyadoras, desinteresadas, sensibles, diligentes y con una ética y una moral
inquebrantables.
La impresión que daba a los que estaban a su alrededor era la siguiente:
Amalia era una mujer guapa y femenina, una mujer que no asustaba a
los hombres, al contrario, les encantaba; ella le sacaba partido a sus emble-
mas femeninos para conseguir lo que quería. Su hija Beatriz nos cuenta al
respecto:
Mi mamá era una mujer ¡tan bella! [
] mi mamá decía: el hombre más fuerte
no es el que tiene fuerza física sino el que tiene todos los atributos de hombría,
y la mujer más fuerte tiene que tener todos los atributos de la femineidad. Mi
mamá se disparaba en aquel grupo de mujeres feministas porque ella andaba
muy guapa, muy arreglada. Cuando ella estuvo en las Naciones Unidas, que fui
la primera vez con ella, tenía un alterón de papeles que revisar en una noche y,
entre ellos, tenía metidos modelos de vestidos y propaganda de perfumes. Era
de una femineidad ¡lindísima!
Una vez le preguntó un periodista: Señora, usted qué opina: En el hogar
¿quién debe mandar, el hombre o la mujer? Y mi mamá dijo: El que pueda
(Tuñón, 1995a).5
La mujer está preparada para todo porque dentro de la economía del hogar es
la que distribuye el salario del marido y lleva la política de unidad de la familia
y del respeto de todos los integrantes de ella. Y no otra cosa viene siendo la cosa
pública dentro de los ayuntamientos donde se tiene que vigilar los dineros del
pueblo (APECH, 1946).
[
] Los representantes del pueblo opinan que no ha llegado todavía el mo-
mento oportuno para concederle el voto a la mujer mexicana y que prime-
ramente hay que preocuparse de liberar en el campo económico a nuestras
mujeres a n de que con esa preparación puedan desarrollar e cazmente acti-
vidades en el orden político (Excélsior, 28 de agosto de 1945).
La única razón contundente que había para negarles los derechos cí-
vicos a las mujeres era de tipo electoral, es decir, la duda sobre su com-
portamiento en las elecciones: los políticos no podían prever, controlar y
manipular con e cacia el accionar político femenil dado que se trataba de
más de la mitad de la población, que carecía de preparación política y de la
educación cívica necesarias.
Ya en el poder, Miguel Alemán cumplió su promesa y mandó la iniciativa
para modi car dicho artículo. Con los legisladores la discusión se alargó,
porque los panistas generaron una serie de problemas.6 Aquiles Elorduy,
del Partido Acción Nacional (PAN), fue el primero que tomó la palabra y dijo
que
6A pesar de que los panistas a rmaban que estaban a favor del sufragio femenino cosa
que, de acuerdo con la idea tradicional de creer que las mujeres son en esencia conservado-
ras, les convenía la realidad es que, tanto en los debates de 1946 como en los de 1953, fue-
ron los diputados panistas los que se manifestaron en contra o crearon con icto al respecto.
Sin embargo, hay que aclarar que esto se debió a motivos políticos, porque los panistas no
querían que fuera un priísta el que se llevara el mérito de conceder a las mujeres el derecho
al voto.
EL DER ECHO DE L AS MUJ ER ES A L SUFR AGIO 133
tute, sino al poker, despilfarran, aun a espaldas de los señores maridos, buenas
fortunas en el frontón [
] Fuman que da miedo [
] los jefes mexicanos de fa-
milia tenemos en el hogar un sitio en donde no tenemos defectos. Para la mujer
mexicana, su marido, si es feo, es guapo; si es ignorante, es un sabio [
] porque
quiere enaltecer, a los ojos de ella misma y de su familia, al jefe de la casa. Si va-
mos perdiendo los hombres y aquí está la parte egoísta las pocas fuentes de
superioridad, por lo menos aparente que tenemos en el hogar, vamos a empezar
a hacer cosas que no son dignas de nosotros. Ya no hay méritos mayores en el jefe
de familia, como no sea que gane dinero para sostener la casa y, en muchas oca-
siones, lo ganan ellas a la par que los maridos. De manera que, si en la política,
que es casi lo único que nos queda, porque en la enseñanza también son hábiles
y superiores; si vamos perdiendo la única cosa casi aparatosa, que es la política,
las cuestiones externas de la casa para que nos admiren un poco; si vamos a ser
iguales hasta en la calle, en las asambleas, en las Cámaras, en la Corte Suprema,
en los tribunales, en los an teatros, etcétera, etcétera, pues, entonces, que nos
dejen a nosotros, que nos permitan bordar, coser, moler y demás [
] (Diario de
los Debates
, 1946).
Así y todo, el primer paso estaba dado y las mujeres comenzaron a par-
ticipar activamente en la vida política de los municipios. Nos encontramos
con dos que ocuparon el cargo de delegadas del Departamento del Distrito
Federal:8 Aurora Fernández en Milpa Alta, y Guadalupe Ramírez en Xo-
chimilco. Hubo en estos meses otros nombramientos importantes: María
Lavalle Urbina como magistrada del Tribunal Superior, Dolores Heduán
como ministra del Tribunal Fiscal de la Federación, y Elvira Vargas como
jefa de redacción del periódico El Nacional, órgano de difusión del gobierno
mexicano. Además, las mujeres en esta época se movilizaron y se hicieron
presentes en prácticamente todos los ámbitos de la vida nacional; fundaron
grupos de distinto tipo: de corte político, religioso, cultural, de revoluciona-
rias, de profesionistas, como abogadas y médicas, de empresarias, de comer-
ciantes y de amas de casa; había también mujeres integradas a los partidos
políticos, a centrales y a sindicatos.
[
] hablemos de nuestra Federación ¿Qué has hecho a este respecto? ¿Hablas-
te con el secretario del Presidente y con el señor Ruiz Cortines? Querría tam-
bién saber además de lo que hayas hablado con estas personas, si te has puesto
en contacto con las jefes de algunas otras organizaciones femeninas y si has
tenido ya un arreglo de nitivo con las secretarías de Acción Femenil de la CTM
y la Campesina. Querría también saber si María Luisa Ocampo y tú han termi-
nado aquel documento indispensable para empezar nuestra labor en rme. Yo
pienso llegar a México en los primeros días de enero pero quisiera, por supues-
to, conocer tus actividades antes de llegar allá y antes también que te marches a
Campeche pues recuerdo que tú me dijiste que pasarías allá la Noche Buena10
y el Año Nuevo. Te ruego, por tanto, que no dejes de contestarme sobre todos
estos puntos y algunos más de los que yo no tenga noticia (APACL, 1951a).
9 María Lavalle Urbina es un personaje poco estudiado. Nació en Campeche y allí estu-
dió en la Escuela Normal, impartió clases en el Instituto Campechano, fue directora de una
primaria y entre 1944 y 1947 dirigió la campaña de alfabetización de su estado. Más tarde
estudió la carrera de Derecho y fue la primera mujer en recibir el título en Campeche y en
ser magistrada del Tribunal Superior de Justicia a partir de 1947. Estuvo siempre detrás de
Amalia Castillo Ledón y fue sucediéndola en los cargos que ocupaba: en la Comisión Inte-
ramericana de Mujeres y en la presidencia de la Alianza de Mujeres de México. La relación
entre ambas parece que no fue fácil: en el archivo de Amalia Castillo Ledón hay cartas di-
rigidas a ella, siempre para solicitarle trabajos o para que organizara alguna actividad y en
las que le recrimina, con mucha amabilidad, que no le respondiera (Castillo Ledón, 1952).
10 Así está escrito en la carta.
138 EN R IQUETA TUÑÓN PA BLOS
[
] Recuerdo cómo fue que conseguimos que se organizara la asamblea. Eran
los primeros días del mes de marzo cuando lo vimos. Antes de entrar le dije a
Lolita Heduán: Oye tú, y ahora ¿qué le decimos? Y me dice: Pues si eres tan
mujer fájate las enaguas y dile lo que me acabas de decir. Al entrar nos dijo el
candidato: A ver, aquí estoy compañeritas, me da mucho gusto poder saludar-
las, ¿tenían algo que comunicarme, algo que hablar conmigo? Y le dije: Mire
usted, ¿usted cree justo, don Adolfo, que las mujeres no tengamos derecho al
sufragio universal nada más porque nacimos con un sexo que no elegimos?
Y que va cambiando la cara, se puso muy serio y me dijo: Me están hablando
ustedes de un asunto muy serio, necesitamos volver a reunirnos porque esta
entrevista no era para discutir un asunto tan importante. Entonces ya me
envalentoné yo y le digo: Bueno, ¿le parecería a usted que nos volviéramos
a reunir pero que viéramos la fecha desde ahora? Dijo que sí, que trajera la
agenda su secretario. Él tenía tiempo un mes después, o sea, el seis de abril en
la mañana, porque luego tenía una comida y en la tarde otra reunión con la
IP.12
Yo le dije: Bueno, ¿y le podríamos decir a las compañeras de los estados
que viniera una representación para que lo escucharan a usted y que usted las
escuchara a ellas? ¡Y dijo que sí! Pues ¡a darle! La organización no fue difícil,
fue pesada, pero teníamos tanto entusiasmo y tantas ganas de que nos dieran
el voto que trabajamos, y todo salió bien (Tuñón, 1993).
Por otro lado estaba el grupo de Amalia Castillo Ledón, que en esos
momentos era la presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres y
a principios de 1952 vino a México para [
] trabajar en la uni cación de
las mujeres del país, que me ha encomendado tanto el presidente Alemán
como el señor Ruiz Cortines (APACL , 1952). Entre enero y marzo de ese año,
Amalia Castillo Ledón sostuvo una entrevista con Ruiz Cortines:
[
] las palabras que intercambiaron textualmente fueron las siguientes: Me
es muy penoso, como presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres,
haber obtenido la aquiescencia de diversas repúblicas del continente para con-
ceder la igualdad entre hombres y mujeres, mientras que en mi propio país
no hay ni siquiera un intento para otorgársela. A lo que el señor candidato
respondió: Si me lo pidieran miles de mujeres lo haría, pero hasta ahora me
lo han solicitado grupos de entre cinco y veinte mujeres cuando más, esto no
puede considerarse como que la mujer mexicana desee tener los derechos civi-
les y políticos. Si hubiera un grupo importante de miles de mujeres que me lo
pidieran, habría que tomarlo en cuenta.
Con este propósito nuestra delegada Castillo Ledón emprendió un viaje
por toda la república en compañía de la señorita Esther Talamantes, la licen-
ciada Aurora Fernández y otras más, así como un grupo importante de hom-
bres dirigidos por el señor Enrique León, recogiendo las rmas de más de
quinientas mil mujeres para la petición formal de igualdad de derechos [
]
(Quincuagésimo aniversario de la Comisión Interamericana de Mujeres, s/f).
cionar que en las elecciones de 1929 a 1952 los votos masculinos fueron de
75.36 por ciento (González Casanova: 1983). En las elecciones de 1952 el
candidato o cial obtuvo 74.32 por ciento de la votación, y en 1958, Adolfo
López Mateos obtuvo 90.56 por ciento del total de los votos. Lo anterior
hace pensar que seguramente para Ruiz Cortines pesó este aspecto cuando
decidió otorgar a las mujeres el derecho a voto, y las cifras lo comprueban:
al sistema político mexicano le redituó conceder el voto a las mujeres para
consolidarse plenamente.
Las mujeres entraron legalmente a formar parte de la vida pública con
una conducta pasiva frente a la política de México. Obtuvieron el voto den-
tro de un contexto en donde no había libertades democráticas, con lo cual
se canceló toda posibilidad de ejercicio democrático dentro del juego po-
lítico; un contexto en el que no había voces disidentes que cuestionaran la
función de las mujeres como esencialmente familiar y privada.
Paradójicamente, las mujeres mexicanas alcanzaron la plenitud de sus de-
rechos y garantías ciudadanas cuando el discurso sobre sus funciones tanto
el de las propias sufragistas como el de la prensa, los voceros o ciales del PRI,
los candidatos, el presidente y los sectores sociales con presencia en la vida
política era más tradicional. El logro no respondió a una presión de las
bases sino a una decisión del gobierno que se llevó a cabo cuando a éste le
interesó, aunque sería injusto a rmar que no hubo ningún movimiento en
ese sentido y que las movilizaciones previas a los años cincuenta no consti-
tuyeron un antecedente importante para que las mexicanas alcanzaran este
derecho.
BIBLIOGRAFÍA