31 de Enero 2022 Gozozos
31 de Enero 2022 Gozozos
31 de Enero 2022 Gozozos
EL SILENCIO EN LA LITURGIA
PARTE PRIMERA
Señalamos la importancia que tienen los momentos previos a la celebración eucarística, tanto para el
sacerdote como para el resto de los fieles, no acudiendo a última hora, sino procurando llegar con tiempo
suficiente para calmarnos y hacer silencio. Esos pocos minutos son muy importantes para que todos
tomemos conciencia de lo que vamos a celebrar, creándose en el templo y en la sacristía, el clima
necesario, como lugares que están pidiendo la oración y el silencio.
Volvemos a recordar la recomendación (laudabiliter) señalada por la Introducción General del Misal
Romano: “que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía… a fin de
que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas”.
La celebración de la Eucaristía
Los ritos iniciales de la celebración eucarística forman una secuencia ritual comprendida por la
alternancia, entre el canto, el gesto, la palabra y el silencio. Estos ritos, “el canto de entrada, el saludo, el
acto penitencial, el ‘Señor, ten piedad’, el ‘Gloria’ y la oración colecta”, contribuyen a formar una asamblea,
una verdadera comunidad, “una comunión”, no una suma de individuos, aislados, sino la Iglesia de
Jesucristo. Por eso, su objetivo es de “exordio, introducción y preparación”.
En el acto penitencial
En el acto penitencial, después de la invitación, se recuerda que sigue “una breve ‘pausa’ de silencio”.
Este silencio ayuda al recogimiento, un tiempo breve pero suficiente, para ponerse en la presencia del
Señor, para pedirle perdón (singuli ad seipsos convertuntur), para entrar en la celebración.
En la oración colecta
La monición “oremos”, a pesar de ser importante, pasa desapercibida. Es importante no solo por su
sobriedad, propia del genio de la liturgia romana, sino sobre todo por su significado y también por su
eficacia, pues -si se hace adecuadamente- puede lograr una celebración verdaderamente orante desde el
principio. Porque la fuerza de esta invitación a orar reside en que se trata de un momento en el que todos,
el sacerdote y todo el resto de la asamblea, se unen en estos instantes “para hacerse conscientes de que
están en la presencia de Dios”.
Para que esta monición tenga su debida eficacia, se debe procurar hacerla como nos dice el Misal: “el
sacerdote, con las manos juntas, invita al pueblo a orar, diciendo: Oremos. Y todos, juntamente con el
sacerdote, oran en silencio durante un tiempo breve. Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice
la colecta. Concluida ésta, el pueblo aclama: Amén”.
El verdadero silencio, producido en el breve intervalo entre la invitación del ‘Oremos’ y la solemne oración
llamada colecta, debería ser realmente una pausa, “un momento de silencio para… (que) puedan formular
en su espíritu sus deseos”.
De ahí el nombre de oración colecta (‘colligere’/‘recoger’), pues en esa pausa de silencio los fieles
presentan sus peticiones a Dios y el sacerdote, en nombre de Cristo (in persona Christi) y en nombre de la
Iglesia (in nomine Ecclesiae) las recoge en esta oración de toda la Iglesia, “y por la cual se expresa el
carácter de la celebración”.
Dios Padre nuestro, envíanos sacerdotes santos, todos por el Sagrado y Eucarístico Corazón de Jesús,
todos por el Doloroso e Inmaculado Corazón de María, en unión con San José su castísimo esposo
Rogamos por la Restauración de la Fe Católica en el mundo
Por la Libertad Religiosa en todo el mundo
Por la Paz y la Libertad en todos nuestros países
Por el Fin del aborto y el Respeto a la Vida
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te
aman!
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te
aman!
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te
aman!
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en
reparación de los ultrajes con los que El es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y
del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.
1 Padre Nuestro
Padre nuestro
que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre
Venga tu reino
Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo.
3 Ave Marías
Gloria
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos.
Amén.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la humildad y humildemente
pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la caridad y humildemente
pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de desprendimiento de lo
mundano y humildemente pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la pureza y humildemente
pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la obediencia a la voluntad de
Dios y humildemente pongo este ramo de rosas a tus pies.
La Salve
En acción de agradecimiento: Dulce Madre María, te ofrezco esta comunión espiritual para unir mi ramo
de flores en una corona para colocarla sobre tu frente en agradecimiento por (mencione la gracia pedida)
que tú llena de amor has obtenido para mí. Dios te salve, María llena eres de gracia…
Oración original a San Miguel Arcángel del Papa León XIII – 25 de septiembre de 1888
¡Oh glorioso príncipe de las milicias celestiales, san Miguel arcángel, defiéndenos en el combate y en la
terrible lucha que debemos sostener contra los principados y potestades, contra los príncipes de este
mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos! Ven en auxilio de los hombres que Dios ha creado
inmortales, que formó a su imagen y semejanza y que rescató a gran precio de la tiranía del diablo.
Combate en este día, con el ejército de los santos ángeles, los combates del Señor como en otro tiempo
combatiste contra Lucifer, el jefe de los orgullosos, y contra los ángeles apóstatas que fueron impotentes
de resistirte y para quien no hubo nunca jamás lugar en el cielo. Si ese monstruo, esa antigua serpiente
que se llama diablo y Satanás, él que seduce al mundo entero, fue precipitado con sus ángeles al fondo
del abismo.
Pero he aquí que ese antiguo enemigo, este primer homicida ha levantado ferozmente la cabeza.
Disfrazado como ángel de luz y seguido de toda la turba de espíritu malignos, recorre la tierra entera para
desterrar de ella el Nombre de Dios y de su Cristo, para hundir, matar y entregar a la perdición eterna a
las almas destinadas a la eterna corona de gloria.
Sobre hombres de espíritu perverso y de corazón corrupto, este dragón malvado derrama también, como
un torrente de fango impuro el veneno de su malicia infernal, es decir el espíritu de mentira, de impiedad,
de blasfemia y el soplo envenado de la impureza, de los vicios y de todas las abominaciones.
Enemigos llenos de astucia han llenado de injurias y saturado de amargura a la Iglesia, esposa del
Cordero inmaculado, y sobre sus bienes más sagrados han puesto sus manos criminales. Aun en este
lugar sagrado, donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al
mundo, han alzado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y
dispersar al rebaño.
Te suplicamos, pues, Oh príncipe invencible, auxilia al pueblo de Dios contra los ataques de esos espíritus
malditos, y dale la victoria. Este pueblo te venera como su protector y su patrono, y la Iglesia se gloría de
tenerte como defensor contra las malignas potestades del infierno. A ti te confió Dios el cuidado de
conducir las almas a la beatitud celeste. ¡Ah! Ruega pues al Dios de la paz que ponga bajo nuestros pies
a Satanás vencido y de tal manera abatido que no pueda nunca más mantener a los hombres en la
esclavitud, ni causar perjuicio a la Iglesia. Presenta nuestras súplicas ante la mirada del Todopoderoso,
para que las misericordias del Señor nos alcancen cuanto antes. Somete al dragón, la antigua serpiente
que es el diablo y Satanás, encadénalo y precipítalo en el abismo, para que no pueda seducir a los
pueblos. Amén
Oh Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, invocamos tu Santo Nombre, e imploramos insistentemente
tu clemencia para que por la intercesión de la Madre de Dios María Inmaculada siempre Virgen, del Beato
Miguel Arcángel, del Beato José Esposo de la misma Santísima Virgen, de los bienaventurados Apóstoles
Pedro y Pablo y de todos los Santos, te dignes auxiliarnos contra Satanás y todos los otros espíritus
inmundos que vagan por el mundo para dañar al género humano y perder las almas.
Amén
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos y, en prueba de mi filial afecto, os consagro
en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo(a)
vuestro(a), oh Madre de bondad, guardadme y protegedme como cosa y posesión vuestra.
En Ti, dulce Madre mía, he puesto toda mi confianza y nunca jamás seré confundido. Amén.
V. Oh dulce Corazón de María,
R. Sed mi salvación.
V. Ave María Purísima,
R. Sin pecado concebida. Amén.