Garrigou IhabitacionTrinid

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CAPITULO CUARTO
LA SANTISIMA TRINIDAD,
PRESENTE EN NOSOTROS, FUENTE INCREADA
DE NUESTRA VIDA INTERIOR
(Garrigou-Langrange, R. Las Tres Edades de la Vida Interior Preludio al Cielo.Tomo I, 109-121)

Después de haber hablado de la vida de la gracia, y del organismo espiritual de las


virtudes infusas y los dones, conviene considerar la fuente increada de nuestra vida interior,
que es la Santísima Trinidad presente en todas las almas justas de la tierra, del purgatorio y
del cielo.
Veamos en primer lugar lo que nos dice la Revelación divina, contenida en la Escritura,
acerca de misterio tan consolador. Consideraremos después, brevemente, el testimonio de la
Tradición; y, en último lugar, veremos los comentarios y aclaraciones que aporta la Teología,
particularmente Santo Tomás de Aquino ( 1), y las consecuencias espirituales de esta
doctrina.
**
*

EL TESTIMONIO DE LA SAGRADA ESCRITURA


La Escritura nos enseña que Dios está presente en todas las criaturas, con una
presencia general llamada con frecuencia presencia de inmensidad. Léese en particular en el
Salmo 138, 7: "¿A dónde iré, Señor, que me esconda de tu espíritu? ¿A dónde huir para
escapar a tu mirada? Si me remonto hasta los cielos, allí estás tú; si desciendo a la morada
de los muertos, también estás allí." Es lo que hace decir a San Pablo, predicando en el
Areópago: "Dios que creó el mundo y es Señor del cielo y de la tierra... no está lejos de
cada uno de nosotros, porque en él vivimos, nos movemos y somos" (Act. Apost., XVII,
28).
Dios, en efecto, lo ve todo, conserva todas las cosas en su existencia e inclina a cada
criatura a los actos que le convienen. Es él como el foco de donde dimana la vida de la creación
y la energía central que todo lo atrae a sí. "Rerum, Deus, tenax vigor, immotus in te
permanens."
Pero la Sagrada Escritura no nos habla solamente de esta presencia general de Dios en
cada cosa; nos habla también de otra presencia especial de Dios en los justos. Así, ya en el
Antiguo Testamento, en la Sabiduría, 1, 4 está escrito: "La sabiduría divina no penetrará en
un alma perversa, ni habitará en un cuerpo sujeto al pecado." ¿Serán solamente la gracia
creada o el don creado de sabiduría los que vendrán a habitar en el alma del justo?
Las palabras de Nuestro Señor nos ofrecen nueva luz y nos enseñan que las mismas
Personas divinas vienen a aposentarse en nosotros. "Si alguien me amare, dice, cumplirá mis
mandamientos, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos nuestra morada"
(Juan, XIV, 23). Cada una de estas palabras es muy de considerar: "Vendremos". ¿Quién va a
venir? ¿Serán sólo los efectos creados: la gracia santificante, las virtudes infusas, los dones? No;
vienen los mismos que aman, las tres divinas Personas, el Padre y el Hijo, de los que jamás se
separa el Espíritu Santo, prometido por Nuestro Señor y enviado visiblemente el día de
Pentecostés. Vendremos a él, al justo que ama a Dios; y vendremos no de una manera

1
Esta materia ha sido tratada con gran competencia por el P. FROJET. O. P., en su libro De l'habitation du Saint-Esprit dans
les âmes lunes, Lethielleux, París, 1900. Y más recientemente por el P. GARDEIL, O.P., La structure de l'âme et
l'expérience mystique, París, Gabalda, ...1927, t. II, pp. 6-60. Véase L'amour de Dieu et la Croix de Jésus de GARRIIGOU-
LAGRANGE, t. 1, pp. 163-206, y t. II, pp. 657-686.
2

transitoria, pasajera, sino que estableceremos en él nuestra morada, es decir, habitaremos


en él, mientras permanezca en la justicia o en estado de gracia, mientras conserve la
caridad. Así habla Nuestro Señor.
Estas palabras son confirmadas por aquellas otras de la promesa del Espíritu Santo: "Yo
rogaré a mi Padre y os dará otro Consolador, para que eternamente permanezca en vosotros;
éste es el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce;
pero vosotros lo conocéis, ya que mora en medio de vosotros, y él estará en vosotros... Él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he enseñado" (Juan, xiv, 26). Estas
palabras no fueron dichas solamente a los Apóstoles; en ellos fueron realidad el día de
Pentecostés, que se renueva en nosotros en la Confirmación.
Este testimonio del Salvador es clarísimo y precisa admirablemente lo dicho en el libro de
la Sabiduría, 1, 4. Las tres divinas Personas vienen a habitar en las almas justas.
Así lo entendieron los Apóstoles. San Juan escribe (I Juan, tv, 9-16): "Dios es
caridad... y el que permanece en la caridad, en Dios permanece y Dios en él." Ese tal posee
a Dios en su corazón, pero más lo posee Dios a él y lo contiene en sí, conservándole, no sólo su
existencia natural, sino la vida de la gracia y la caridad.
San Pablo dice también: "La caridad de Dios se ha derramado en vosotros por el Espíritu
Santo que se os ha dado" (Rom., v, 5). Y no es solamente la caridad creada lo que hemos
recibido, sino que nos ha sido dado el mismo Espíritu Santo. San Pablo habla especialmente de
él, porque la caridad nos asimila más a ese Santo Espíritu, que es el amor personal, que al Padre
y al Hijo. Ambos residen igualmente en nosotros, según testimonio de Jesús, pero no seremos
totalmente asimilados a ellos, sino cuando recibamos la luz de la gloria que nos sellará
asemejándonos al Verbo, que es esplendor del Padre.
En muchas ocasiones vuelve San Pablo sobre esta consoladora doctrina: "¿No sabéis que
sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (I Cor., ni, 16). "¿No sabéis
que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que habéis recibido de
Dios, y que ya no os pertenecéis? Porque habéis sido rescatados por gran precio. Glorificad
pues a Dios en vuestro cuerpo." (1 Cor., vi, 19.)
Así pues, con toda claridad, nos enseña la Escritura que las tres Personas divinas habitan
en todas las almas justas, en todas las almas en estado de gracia.
**
*

EL TESTIMONIO DE LA TRADICIÓN
La Tradición, por la voz de los primeros mártires, por la de los Padres y por la
enseñanza oficial de la Iglesia, muestra además que así precisamente es como hay que en-
tender lo que dice la Escritura ( 2).
Al principio del siglo u, San Ignacio de Antioquía dice en sus cartas, que los
verdaderos cristianos llevan a Dios en sí, y los llama "theophoroi" o "portadores de Dios".
Esta doctrina es común en la Iglesia primitiva; los mártires la proclaman en alta voz
delante de sus jueces. Santa Lucía responde a Pascasio, prefecto de Siracusa: "Las palabras
no pueden faltar a los que en sí llevan al Espíritu Santo." "¿Entonces el Espíritu Santo
está en ti?" "Así es, todos los que llevan vida casta y piadosa son templo del Espíritu
Santo."
Entre los Padres griegos, San Atanasio dice que las tres divinas personas están en
2
Bien se echa de ver, en este caso, la importancia de la Tradición propiamente divina, que nos trasmite, mediante los
legítimos pastores de la Iglesia, una doctrina oralmente revelada, haya o no haya sido posteriormente trasladada a la
Escritura. Todos los órganos de la Tradición divina pueden ser invocados en el prevente caso: el solemne magisterio de la
Iglesia, así como su magisterio ordinario expresado por la predicación moralmente unánime de sus obispos, por el
consentimiento de los Padres y teólogos, y por el sentido cristiano de los fieles.
3

nosotros (3). San Basilio declara que el Espíritu Santo, por su presencia, nos hace cada vez
más espirituales y conformes a la imagen del Unigénito ( 4). San Cirilo de Alejandría trata
igualmente de esta íntima unión del justo con el Espíritu Santo ( 5). Entre los Padres latinos,
San Ambrosio enseña que lo hemos recibido con el bautismo y más aún con la confirmación
(6). San Agustín prueba que, según el testimonio de los Padres más antiguos no es sólo la
gracia lo que se nos da, sino Dios mismo, el Espíritu Santo y sus siete dones ( 7).
Esta doctrina revelada nos es inculcada, en fin, por la enseñanza oficial de la
Iglesia. En el símbolo de San Epifanio, que recitaban los adultos antes de recibir el
bautismo, se dice: "Spiritus Sanctus qui... in apostolis locutus est et in sanctis habitat"
( 8 ).

El Concilio de Trento dice a su vez: "La causa eficiente de nuestra justificación es Dios,
quien en su misericordia, nos purifica gratuitamente y nos santifica, ungiéndonos y
marcándonos con el sello del Espíritu Santo, que nos fue prometido y es la prenda de
nuestra herencia" (Efes. 1, 13) (9).
**
*
Pero esa enseñanza oficial de la Iglesia, sobre esta materia, se nos da hoy de una
manera más precisa todavía en la Encíclica de León XIII, Divinum illud munus (9 de mayo
1897), sobre el Espíritu Santo, en la que se nos describe así la permanencia de la Santísima
Trinidad en el alma de los justos:
"Conviene recordar las explicaciones dadas por los Doctores según las enseñanzas de las
Santas Escrituras: Dios está presente en todas las cosas por su poder, en cuanto que todo le está
sometido; por su presencia,- en cuanto que todo está patente a sus ojos; por su esencia, en
cuanto que está íntimamente en todos los seres como causa de su existencia (S. Tom. I, q. 8, a.
3). Pero Dios no está en el hombre solamente como está en las cosas; está además en cuanto
que es conocido y amado por él, ya que nuestra naturaleza nos lleva a amar, desear y
aspirar al bien. Dios, por su gracia, reside en el alma del justo como en un templo, de un
modo muy íntimo y especial. De ahí ese lazo que tan estrechamente une al alma con Dios,
más de lo que un amigo puede estarlo con su mejor amigo, y le permite gozar de él con una
gran dulzura.
"Esta admirable unión, llamada inhabitación y que sólo por su condición difiere del
estado bienaventurado de los moradores del cielo, es realizada por la presencia de toda la
Trinidad: *Vendremos a él y en él haremos nuestra morada» (Juan, XIV, 23). Sin embargo
se atribuye de un modo especial al Espíritu Santo. En efecto, aun en un hombre perverso
existen algunas huellas del poder y de la sabiduría divina; pero sólo el justo participa del amor,
que es la característica del Espíritu Santo... Por eso el Apóstol, al decir que los justos son
templos de Dios, no los llama expresamente templos del Padre y del Hijo, sino del Espíritu
Santo:
"¿No sabéis que vuestros miembros son el templo del Espíritu Santo, que está en
vosotros y que habéis recibido de Dios?» (I Cor., vi, 19).
"La abundancia de bienes celestiales que es efecto de la presencia del Espíritu Santo
en las almas piadosas, se manifiesta de múltiples maneras... Entre estos dones se cuentan
aquellas misteriosas invitaciones que, por un impulso del Espíritu Santo, son hechas a las

3
Epist. I ad Serap., 31, P. G., t. 26, c. 601.
4
De Spiritu Sancto, c. IX, n. 22 5q.; c. XVIII, n. 47
5
Dial., VII, P. G., t. 75, c. 1085.
6
De Spiritu Sancto, I. I, c. 5-6.
7
De fide et symbolo,,c. IX, y De Trinitate, XV, c. 27.
8
DENZINGER, Enchiridion, 119 13
9
(bid, n º 799
4

almas y sin las cuales no es posible al hombre ni encauzarse por el camino de la virtud, ni
progresar, ni obtener la vida eterna."
Tal es, en sustancia, el testimonio de la Tradición expresada por el magisterio de la
Iglesia. Veamos ahora lo que la Teología añade, y así entenderemos mejor este misterio
revelado. Expondremos lo que de él nos dice Santo Tomás.
**
*
EXPLICACIÓN TEOLÓGICA DE ESTE MISTERIO
Diversas explicaciones se han propuesto ( 10).
De todas ellas, la de Santo Tomás, recogida por León XIII en su Encíclica sobre el
Espíritu Santo, parece la más verdadera; contiene, por lo demás, en una síntesis superior,
todo lo que hay de positivo en las otras explicaciones ( 11). Mucho se ha escrito sobre esta
materia, en estos últimos tiempos; importa pues, volver al texto mismo del artículo principal
de Santo Tomás, que ha sido un tanto olvidado.
El Doctor común de la Iglesia nos dice en efecto (I, q. 43, a. 3), dando por supuesta la
presencia general de Dios, que conserva todas las cosas en la existencia:
"Una persona divina nos es enviada en tanto que existe en nosotros de una manera
nueva; nos es dada en tanto que la poseemos. Ahora bien, ninguna de estas dos cosas es po-
sible sino por la gracia santificante. Dios, en efecto, está ya en todas las cosas de una manera
general, por su esencia, potencia y presencia, como la causa en los efectos que participan de su
bondad. Pero, además de esta presencia general, hay en nosotros una presencia especial, en
cuanto poseemos a Dios como objeto conocido y amado, cuando de hecho le conocemos y
amamos. Y como por su operación, es decir por el conocimiento y el amor (sobrenaturales) la
criatura racional llega a Dios mismo, en lugar de decir que, según este modo especial de
presencia, Dios está en el alma del justo, se dice que habita en ella como en su templo. Así
ningún otro efecto que no sea la gracia santificante es capaz de explicar el hecho de que una
persona divina esté, de una nueva manera, presente en nosotros...

10
En otra parte las hemos expuesto (L'amour de Dieu et la Croix de Jésus, t. I, pp. 167-205), y comparado la del
Doctor Angélico, tal como la comprendieron Juan de Santo Tomás, y más recientemente el P. Gardeil, con las de
Vázquez y Suárez. Reproduciremos sumariamente esas opiniones.
Vázquez reduce toda la presencia REAL de Dios en nosotros a la general presencia de inmensidad, según la cual
Dios está presente en todas las cosas que conserva en la existencia. Como objeto conocido y amado, Dios no
está realmente presente en el justo, sólo lo está como objeto de representación, al modo como lo está una
persona ausente, pero muy amada.
Suárez sostiene, por el contrario, que aunque Dios no estuviera ya presente en los justos por la presencia general
de inmensidad, se haría en ellos presente real y sustancialmente, por causa de la caridad que a Él nos une. Tal
opinión choca con esta grave objeción: aunque por la caridad amamos la humanidad del Salvador y a la santísima
Virgen, no se sigue de ahí que estén realmente presentes en nosotros, ni que habiten en nuestra alma. La caridad
constituye, por sí misma, una unión afectiva y hace que deseemos la unión real, pero ¿cómo la rea-
Juan de Santo Tomás (in I. q. 43, a. 3, disp. XVII. n. 8-10 ) y el P. Carden (op. cit., t. II, pp. 7-60) han
demostrado que el pensamiento de Santo Tomás está muy por encima de las dos opiniones opuestas de Vázquez y
Suárez.
Según el Doctor Angélico, en oposición a lo que sostiene Suárez, la especial presencia de la Sma. Trinidad en los justos
supone la presencia general de inmensidad; pero no obstante (y esto es lo que Vázquez no ha comprendido), por la
gracia santificante Dios se hace REALMENTE presente de un nuevo modo, como objeto experimentalmente
cognoscible, del cual el alma justa puede gozar. Y no sólo está en ella como una persona ausente muy amada, sino
realmente, y aun a las veces se hace sentir en nosotros. De tal modo que, si por un imposible, no estuviera Dios ya en
el justo como causa conservadora de su ser natural, se haría presente en él como causa productora y conservadora de la
gracia y de la caridad, y a modo de objeto experimental cognoscible, y, a veces, conocido y amado.
11
Los sistemas que no consiguen realizar una síntesis superior, son generalmente verdaderos en las cosas que afirman,
pero falsos en las que niegan; y lo que en cada uno de ellos hay de verdadero, se encuentra en la síntesis superior, cuando
el espíritu ha llegado a descubrir el principio eminente que permite conciliar los diversos aspectos de lo real. En el caso
presente, parece que Vázquez yerra ciertamente al negar que la presencia el pedal sea la de un objeto realmente
presente, experimentalmente cognoscible, y Suárez igualmente, al negar que esta especial presencia supone la
presencia general de inmensidad, mediante la cual Dios conserva todas las cosas en la existencia.
5

"Igualmente, el tener una cosa supone poder gozar y servirse de ella. Y nosotros no
podemos gozar de una persona divina sino por la gracia santificante y por la caridad."
**
*
Sin la gracia santificante y la caridad, en efecto, Dios no habita en nosotros; no basta
conocerlo por conocimiento natural, filosófico, ni siquiera por el conocimiento sobrenatural de la
fe informe unida a la esperanza, como lo conoce un cristiano que está en pecado mortal.
(Dios está, por decirlo así, alejado de un creyente desviado de él.) Preciso es conocerle por la
fe viva y por los dones del Espíritu Santo conexos con la caridad. Este último conocimiento,
que es como experimental, llega a Dios, no como realidad distinta y simplemente representada,
sino como una realidad presente, poseída, de la que podemos gozar desde ahora. Esto es lo
que quiere decir Santo Tomás en el texto citado (I, q. 43, a. 1 c., y ad I, ad 2). Se trata, dice,
de un conocimiento que alcanza al mismo Dios, attingit ad ipsum Deum, y hace que lo
poseamos y gocemos de él, ut creatura rationalis ipsa persona divina fruatur (Ibid., ad 1).
Para que las divinas personas habiten en nosotros, preciso es que las podamos conocer
de una manera como experimental y amorosa, fundada en la caridad infusa, que nos da cierta
connaturalidad o simpatía con la vida íntima de Dios (12).
No es necesario sin embargo para que la Santísima Trinidad habite en nosotros, que ese
conocimiento sea actual; basta con que nos sea posible mediante la gracia de las virtudes y de
los dones. Así la permanencia de la Santísima Trinidad dura en el justo, aun durante su sueño,
y mientras está en estado de gracia (13).
Pero a las veces sucede que Dios se hace sentir en nosotros como alma de nuestra alma, y
vida de nuestra vida. Es lo que San Pablo dice en la Epístola a los Romanos (VIII, 14-16):
"Habéis recibido un Espíritu de adopción, en el que clamamos ¡Abba! ¡Padre! Este mismo Espíritu da
testimonio a nuestra alma de que somos hijos de Dios." Santo Tomás dice en su comentario a esta
Epístola: "El Espíritu Santo da ese testimonio a nuestra alma por el efecto de amor filial que en
nosotros produce" (14). Por eso dijeron los discípulos de Emaús después que Jesús desapareció:
"¿No es verdad que nuestro corazón ardía en nuestro pecho mientras, caminando, nos hablaba
y nos explicaba las Escrituras?" (15).
Mediante esa explicación, Santo Tomás no hace sino aclararnos el profundo sentido de las
palabras de Nuestro Señor anteriormente citadas: 'Si alguien me ama, cumplirá mis palabras, y mi
Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada" (16). "El espíritu de verdad
(que mi Padre os enviará) estará en vosotros; él os enseñará las cosas que yo os he dicho (17).
Según esta doctrina, la Trinidad augusta habita en el alma del justo más y mejor, en
cierto sentido, que el cuerpo del Salvador en la hostia consagrada. En ella está real y sustan-
cialmente, pero la hostia ni le conoce ni le ama. Mientras que la Santa Trinidad está en el alma
del justo como en un templo vivo que conoce y ama a su augusto huésped. Habita en las almas

12
Santo Tomás había dicho ya en su Comentario sobre las Sentencias, I, dist., 14, q. 2, a. 2, ad 3: "Non
qualiscumque cognitio sufficit ad rationem missionis, sed solum illa qua accipitur ex aliquo dono appropriato
persona; per quod efficitur in nobis conjunctio ad Deum, secondum modum proprium illius persona, scilicet per
amorem, quando Spiritus Sanctus datur unde cognitio ista en quasi experimenlis". Item, ibid., ad 2. Este
conocimiento cuasi experimental de Dios, fundado en la caridad que nos da cierta connaturalidad con las cosas
divinas, procede sobre todo del don de sabiduría, como dice Santo Tomás, II, II, q. 45, a. 3
13
Así nuestra alma está siempre presente a sí misma, como un objeto experimentalmente cognoscible, sin ser
siempre actualmente conocida, como en el sueño profundo.
14
"Spiritus testimonium reddit spiritui nostro per effectum amoris' filialis, quem in nobis facit." Santo Tomás, in
Epist. ad Rom , VIII, 16.
—Item, I, II, q. 112, a. 5: "Ille qui accipit gratiam, per quamdam experientiam dulcedinis novit, quam non
experitur ille, qui non accipit." Esta es una señal que permite conjeturar y aun poseer la certeza moral de que
se está en estado de gracia.
15
Luc., XXIV. 32. -1
16
Joan, XIV, 23
17
Joan, XIV, 26
6

bienaventuradas que la contemplan cara a cara, sobre todo en la santísima alma del Salvador
a la que el Verbo está personalmente unido. Y ya desde esta vida, entre las penumbras de la
fe, la augusta Trinidad, oculta a nuestros ojos, mora en nosotros, para vivificarnos más y más
hasta la hora de nuestra entrada en la gloria, en que se nos mostrará en toda su claridad.
Esta íntima presencia de la Santísima Trinidad en nosotros, no ha de ser pretexto para
dejar de acercarnos a la Eucaristía o de orar junto al tabernáculo; porque esa augusta Trinidad
habita con mucha mayor intimidad que en nosotros, en el alma santísima del Salvador
personalmente unido al Verbo. Si nos trae gran provecho el acercarnos a un santo lleno de Dios,
como el Cura de Ars, ¡cuánto más provechoso no nos será aproximarnos al Salvador! Podemos
decirle, cuando estemos junto a él: "Ven y toma posesión de mí, aun con tu Cruz; escucha mi
plegaria, Señor; Tú en mí y yo en ti." Pensemos también en la habitación de la Santísima
Trinidad en el alma de la Virgen María, aquí abajo y en el cielo.
**
*
CONSECUENCIAS PARA LA ESPIRITUALIDAD
De lo dicho se desprende una muy importante consecuencia: si la inhabitación de la
augusta Trinidad en nosotros no se concibe sin que el justo pueda tener una "especie de
conocimiento experimental" de Dios en sí, se sigue que este conocimiento, lejos de ser una
cosa extraordinaria, como las visiones, revelaciones y estigmas, está dentro de la vía normal
de la santidad (18).
Esta especie de conocimiento experimental de Dios presente en nosotros deriva de la fe
esclarecida por los dones de inteligencia y de sabiduría, que están en conexión con la caridad.
De ahí se sigue que normalmente irá aumentando según se vaya progresando en caridad,
tanto en el aspecto de la contemplación como en el de la acción. También diremos más
adelante que la contemplación infusa, donde se desarrolla esa experiencia, comienza,
según San Juan de la Cruz, con la vía iluminativa y se perfecciona en la unitiva ( 19).Este
conocimiento de Dios y de su bondad crecerá con el de nuestra nada y miseria, según
las palabras que en reve-lación fueron dichas a Santa Catalina de Sena: "Yo soy el que
es, tú eres la que no es."
Se sigue igualmente de aquí que, cuando la caridad aumenta notablemente en
nosotros, las divinas Personas son enviadas de nuevo, dice Santo Tomás ( 20), porque se
hacen más íntimamente presentes en nosotros, en un nuevo grado o modo de intimidad.
Esto acaece, por ejemplo, en el momento de la segunda conversión que señala el ingreso
en la vía iluminativa.
Residen, finalmente, en nosotros, no solamente como objetos de conocimiento y
amor sobrenaturales, sino como principios de operaciones de esa misma naturaleza. Jesús
dijo: "Mi Padre opera siempre, y yo con él", sobre todo en la intimidad del corazón, en el
fondo del alma.
Mas importa prácticamente no olvidar una cosa: que Dios no se comunica de
ordinario a la criatura sino en la medida de sus disposiciones. Cuando éstas se hacen más
puras, las divinas personas se hacen también más íntimamente presentes y operantes. En
tal caso Dios nos pertenece y nosotros a él, y deseamos ardientemente progresar en su
amor.

18
) A propósito de esta cuestión el P. Gardeil se expresa como nosotros, y dice, op. cit., t. II, p. 89: "El principal
esfuerzo de esta cuarta parte lo dedicaremos a demostrar que la experiencia mística es el desenvolvimiento
final de la vida del cristiano en estado de gracia...", y en la pág. 368: "El conocimiento místico, supremo
desarrollo, aunque normal, del estado de gracia."
19
Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, 1. I, c. XIV: "Salió el alma a comenzar el camino y vía del espíritu, que es el de
los aprovechantes y aprovechados, que, por otro nombre, llaman vía iluminativa o de contemplación infusa, con que
Dios de suyo anda apacentando el alma..."
20
I, q. 43, a. 6, ad
7

"Esta doctrina de las Misiones invisibles de las divinas personas a nosotros es uno de
los más poderosos motivos de adelanto espiritual", escribe el P. Chardon ( 21), porque man-
tiene al alma en constante aspiración a su adelantamiento, y siempre en vela para realizar
incesantes actos de fortaleza y fervor en todas las virtudes; a fin de que, progresando en la
gracia, este nuevo adelantamiento atraiga a Dios de nuevo a ella... en una unión más
íntima, pura y vigorosa."

¿CUÁLES SON NUESTRO DEBERES PARA CON NUESTRO


DIVINO HUÉSPED?
Él mismo nos dice: "Hijo mío, dame tu corazón" (22). "Yo estoy a tu puerta y llamo; si
alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su morada, cenaré con él y él con migo"
(23).
El alma del justo es como un cielo todavía oscuro, ya que la Santísima Trinidad está en
él y un día la ha de ver con claridad.
Nuestros deberes hacia ese huésped divino se pueden resumir así: Pensar con frecuencia
en él y decirse: "Dios mora en mí". Consagrar a las divinas personas el día, cada hora,
diciendo: "En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo." Acordarse que el huésped
interior es para nosotros fuente de luz, de consuelo y de fortaleza. Orar a él con las palabras del
Señor: "Ora a tu Padre que está en lo más escondido (de tu alma); él accederá a tus ruegos"
(24). Adorarle diciendo: "Magnificat anima mea Dominum." Creer en él, confiar en él y
amarle con un amor cada día más puro, más generoso y más encendido. Amarle, imitando
sobre todo su bondad, según las palabras del Señor: "Sed perfectos como es perfecto el Padre
celestial" (25). "Que todos sean uno, como vos, Padre mío, y yo somos uno" (26).
Todas estas cosas inclinan a pensar, y cada vez lo veremos más claramente, que la vida
mística, caracterizada por la actualidad del conocimiento experimentado de Dios en nosotros,
lejos de ser en sí extraordinaria, es la única plenamente normal. Solos los santos, que sin
excepción la viven, están plenamente en el orden donde deben estar. Antes de haber
encontrado esta unión íntima con Dios presente en nosotros, somos, en cierto modo, como almas
medio dormidas; el despertar espiritual todavía no ha llegado. Y de un misterio tan consolador,
como es la inhabitación de la augusta Trinidad en nosotros, sólo tenemos un conocimiento
superficial y teórico, a pesar de ser vida que se desborda y se nos ofrece a todos.
Antes de haber entrado en la intimidad de la unión con Dios, aun no tenemos hacia él
toda la adoración y el amor debidos, ni consideramos de ordinario al Único necesario como la
cosa principal que necesitamos. De la misma maneta, aun no tenemos conciencia real y
profunda del don que se nos ha dado en la Eucaristía y sólo superficialmente comprendemos lo
que es el Cuerpo místico de Nuestro Señor.
El Espíritu Santo es el alma de ese Cuerpo místico, cuya cabeza es Jesucristo. Como en
nuestro cuerpo el alma está toda en todo él y en cada una de sus partes, y ejerce sus
funciones superiores en la cabeza, así el Espíritu Santo está entero en todo el Cuerpo místico,
todo entero en cada uno de los justos, y ejerce sus funciones más elevadas en el alma santa del
Salvador y, por ella, en nosotros.
El principio vital que así realiza b unidad del cuerpo místico es mucho más unitivo que el
alma que consigue la unión de nuestro cuerpo, más que el espíritu de una familia o de una
nación. Y éste es el Espíritu Santo santificador, fuente de todas las gracias, manantial de aguas
vivas que brotan en duración perenne. El río de gracias que procede del Espíritu Santo remonta
21
La Croix de Jésus, p. 457, III med., c. IV.
22
Proverbios, XXIII 26.
23
Apocalipsis, III, 20.
24
Mat, vi, 6.
25
Mat., V, 48.
26
'Juan., XVII, 21
8

incesantemente hacia Dios en forma de adoración, de súplica, de méritos y de sacrificios; es la


elevación hacia Dios, preludio de la vida del cielo. Tales son las realidades sobrenaturales en
que nos debemos empapar cada vez más, y sólo en la vida mística se ilumina verdaderamente
el alma y sólo en ella comprende el don de Dios con la conciencia viva, profunda y radiante,
necesaria para responder plenamente al amor con que Dios nos enaltece.

LA INHABITACIÓN DE LA SSMA. TRINIDAD


EN EL ALMA PURIFICDADA
Tomo II 467-474

Por ahí nos es dado comprender en qué consiste la inhabitación de la SSma. Trinidad en
las almas perfectas. En el cielo, las tres divinas Personas moran en el alma beatífica como en
un templo; la SSma. Trinidad está patente y des- cubierta en lo más íntimo de esa alma. Cada
bienaventurado es de ese modo como un tabernáculo viviente, como una hostia consagrada,
dotada de conocimiento y amor sobrenaturales.
El preludio normal de esta vida del cielo tiene lugar aquí en la tierra en el alma perfecta
elevada a la unión transformante, que más adelante describiremos con S. Juan de la Cruz.
Sólo queremos notar aquí que esta tan íntima unión no es en sí extraordinaria, aunque sea
poco frecuente; sino que es la consecuencia del misterio de la inhabitación de la SSma.
Trinidad en todas las almas justas (27).
La vida de la gracia, germen de la gloria, es en el fondo la misma que la vida del cielo. Y
si allá la SSma. Trinidad mora en el alma de los bienaventurados, que la contemplan sin velo,
debe también habitar en el alma del justo, ya aquí abajo en medio de las oscuridades de la fe;
y esta divina presencia es tanto mejor conocida experimentalmente cuanto está el alma
más purificada.
Como el alma está presente a sí misma y se conoce experimentalmente en cuanto es
principio de sus actos, de la misma manera le es dado conocer a Dios como principio de los
actos sobrenaturales que ella sería incapaz de realizar sin una especial inspiración.
Y a medida que el alma sea más pura, mejor distingue en sí lo que procede ella,
de lo que sólo de la inspiración del Espíritu Santo puede venir. Jesús nos dijo: "Aquel que
me amare, guardará mis palabras; y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él
estableceremos nuestra morada" (Joan., XIV, 23). "El consolador, que mi Padre os
enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he
predicado" (Ibid., 26). S. Juan dice también a sus discípulos: "La unción del Espíritu
Santo os instruirá en todas las cosas" (I Joan., II, 27). Y S. Pablo escribe a los Romanos
(VIII, 14): "Todos los que son llevados por el Espíritu de Dios hijos de Dios son. Porque no
habéis recibido Espíritu de servidumbre para vivir todavía en el temor, sino que habéis
recibido un Espíritu de adopción, por el que ex- clamamos: Abba! ¡Padre! Este espíritu
da testimonio al nuestro de que somos hijos de Dios." Comentando estas pa labras, dice S.
Tomás que el Espíritu Santo nos da este testimonio mediante el filial afecto que nos inspira
hacia él. Por eso se hace sentir muchas veces como alma de nuestra alma y vida de
nuestra vida.
El don de sabiduría es el que principalmente nos comunica ese conocimiento
experimental de la divina presencia. Este don nos da el juzgar de las cosas divinas, dice
S. Tomás (28), por cierta connaturalidad con esas cosas, por una especie de simpatía
sobrenatural fundada en la caridad, y por la inspiración del Espíritu Santo. Así gustamos los
misterios de salud y la presencia de Dios en el alma, algo así como cuando los discípulos
de Emaús decían entre sí: "¿No es cierto que nuestro corazón ardía dentro de nosotros,
27
S. Tomás, I, q. 43, a. 3. Hemos expuesto esta doctrina en la Iª parte, c. IV, de esta obra.
28
II II, g. 45, a. 1 y 2.
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mientras el Maestro nos iba hablando en el camino?" (Luc., XXIV, 32). Dios, autor de la
gracia y de la salud está más íntimo que nos- otros a nosotros mismos, y nos inspira los
actos más profundos, a los cuales no podríamos aspirar por solas nuestras fuer- zas; y así
es como se hace sentir como principio de nuestra vida interior ( 29).
Este conocimiento se dice cuasi experimental por dos razones: 1º, porque no llega a
Dios de manera inmediata, como acontece en la visión beatífica, sino en el acto de amor
filial que en nosotros hace nacer; 2º, porque no nos es dado dis cernir con absoluta
certeza estos actos sobrenaturales de amor, de ciertos ímpetus naturales del corazón
muy semejantes a ellos. Así sin especial revelación no nos es dado saber con certeza
absoluta si nos hallamos en estado de gracia.
La inhabitación de la SSma. Trinidad dura mientras dura la unión habitual con Dios
por el estado de gracia; durante el estado de vigilia lo mismo que en el sueño. Mas esta
unión habitual está ordenada a la unión actual de que acabamos de hablar, y aun a la más
íntima, es decir a la unión transformante, preludio de la del cielo.
**
*
Síguese de aquí que un alma purificada es asiento de la imagen sobrenatural de
Dios (30). Por su naturaleza es ya el alma imagen de Dios, en cuanto es sustancia espiritual,
capaz de conocimiento y amor intelectuales. Por la gracia habitual, principio de las virtudes
teologales, el alma es capaz de conocimiento y amor sobrenaturales de Dios. Cuanto la
gracia habitual y la caridad van en aumento, tanto nos separan más de las cosas inferiores
y nos unen a Dios. Finalmente, en el cielo, la gracia consumada nos permitirá contemplar
inmediatamente a Dios como él se ve, y amarle como se ama él. Entonces estará terminada
y cabal su imagen en nosotros; la caridad inamisible nos asimilará al Espíritu Santo, amor
personal; y la visión beatífica nos asemejará al Verbo, que, siendo esplendor del Padre, nos
hará semejantes a él. Por ahí nos es dado calcular, ya desde aquí abajo, en qué ha de
consistir la perfecta unión, que es la disposición inmediata para recibir la visión beatífica,
inmediatamente después de la muerte, sin pasar por el purgatorio. Que es el secreto de la vida
de los santos (31).

SEÑALES DE LA INHABITACIÓN DE LA SSMA. TRINIDAD


EN EL ALMA PURIFICADA
S. Tomás expone detenidamente estas señales en la Summa contra Gentes, 1. 1V, c. XXI y
XXII, y más brevemente en la Suma teológica, 1. II, q. 112, a. 5, al preguntarse si puede el
hombre saber si está en estado de gracia. Sin ser posible una certeza absoluta, hay indicios que
le permiten, por ejemplo, acercarse a comulgar sin temor de hacer una comunión sacrílega.
Estas señales, en gradación ascendente son las siguientes:
La primera es el testimonio de una buena conciencia, en el sentido de no tener ningún
pecado mortal. Esto es lo fundamental, que se da por supuesto en las siguientes señales.
La segunda es la alegría de oír la palabra de Dios, no sólo para escucharla, sino para
ponerla en práctica. Esto se echa de ver en ciertos países, en los que se conserva, junto con la
29
Diríamos en términos escolásticos: "Actus amoris filialis pro- cedens ab inspiratione speciali Spiritus Sancti, est
simul id quod cog- noscitur, et id quo cognoscitur absque discunu Deus habitans et vi- vificans". Por eso
"gustamos" el misterio revelado de la inhabitación de la SSma. Trinidad en los justos.
30
S. Tomás I, q. 93, a. 3-8.
31
Esta sobrenatural imagen de Dios y de nuestro Señor se manifiesta a veces sensiblemente en el alma de los
santos. Un día el B. Raimundo de Capua, director de santa Catalina de Sena cavilaba sobre si era espíritu de Dios
el que conducía a esta santa; y vio el rostro de su hija espiritual adoptar los rasgos del de nuestro Señor. Era esto
una señal manifiesta de la unión transformante de que nos hablan los grandes místicos. S. Benito José Labre, estando
en adoración delante del SSmo Sacramento, aparecía a veces con el rostro como transfigurado en el de nuestro
Salvador; un pintor, que buscaba hacía mucho tiempo cómo representar la figura de Cristo, lo tomó por modelo.
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vida sencilla, una gran fe cristiana que hace que los fieles acudan de buena gana a escuchar a
sus pastores.
La tercera señal, que confirma las precedentes, es el gusto por la divina sabiduría, que
hace que leamos con frecuencia el santo Evangelio y busquemos el espíritu a través de la
letra, aun cuando se trate del misterio de la cruz y de la cruz que debemos llevar cada día.
La cuarta señal es la inclinación que nos lleva a la conversación íntima con Dios, y a
reanudarla cuando hemos debido interrumpirla. Santo Tomás escribe (32): "La amistad inclina al
hombre a conversar con el amigo. La conversación del hombre con Dios es lo mismo que la
contemplación de Dios, según las palabras de S. Pablo (Phil., IV, 20): Nuestra mora- da está en
los cielos. Y como el Espíritu Santo nos da el amor de Dios, por lo mismo nos inclina a
contemplarlo. Por eso dice también el apóstol (II Cor., III, 18): "Y así es que todos nosotros,
contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformadas en la
misma imagen, por el sucesivo aumento de claridad, como ilumina- dos por el Espíritu del
Señor."
Este es uno de los textos de Santo Tomás que mejor de- muestran que para él la
contemplación infusa de los misterios de la fe no es cosa extraordinaria, sino sólo eminente en el
camino normal de la santidad.
El santo Doctor dice, en el capítulo precedente (33), que esta íntima conversación con
Dios es como la revelación de los más secretos pensamientos, en cuanto que nada hay en
nosotros oculto para el Señor. Es eso, añade, un efecto de la amistad, "ya que ella hace de
dos corazones uno solo, y que lo que revelamos a un amigo parezca como que no lo revelamos
a nadie fuera de nosotros".
La quinta señal es el regocijarse en el Señor, conformándonos siempre con su voluntad,
aun en la adversidad. En lo más rudo de ella, sentimos a veces una purísima y sincera alegría,
que echa fuera toda tristeza. Que es una prueba palpable de la visita del Señor. Así Jesús, al
prometer el Espíritu Santo, le llama Paracleto o el Consolación Y ordinariamente nos regocijamos
tanto más en el Señor, cuanto mejor cumplimos sus mandamientos, porque así formamos cada
vez más un solo corazón con el suyo.
La sexta señal se encuentra en la libertad de los hijos de Dios. S. Tomás dice a este
propósito (34): "Los hijos de Dios son llevados por el Espíritu Santo, no como esclavos, sino como
criaturas libres... Ese divino Espíritu, en efecto, hace que obremos inclinando nuestra libre
voluntad a su querer, ya que nos da el que amemos a Dios y nos inclina a obrar por amor suyo, y
no por miedo y temor servil. Por eso nos dice S. Pablo (Rom., VIII, 15): "No habéis recibido
Espíritu de servidumbre para que todavía permanezcáis en el temor; sino que habéis recibido
un Espíritu de adopción, en el que clamamos: Abba! ¡Pater! Este mismo Espíritu es el que da
testimonio al nuestro de que somos hijos de Dios" ( 35). Escribe en otro lugar el apóstol (II Cor.,
III, 17): "Donde está el Espíritu de Dios, allá está la libertad"; y a los Romanos, VIII, 13: "Si por el
Espíritu hacéis morir las obras de la carne, vi- viréis." En esto está la santa libertad de los hijos de
Dios que con él dominan sobre las pasiones desordenadas, sobre el espíritu del mundo y sobre
el espíritu del mal.
La séptima señal, en fin, de la inhabitación en nosotros de la SSma. Trinidad, según S.
Tomás (36), está en el hecho de hablar de Dios ex abundantia cordis, de la redundancia del
corazón. "La predicación, dice, debe derivar de la plenitud de la contemplación de los misterios
de la fe" (37). Así fue la predicación de los apóstoles. Así predicó S. Esteban, protomártir, antes de
ser apedreado. Así predicaba S. Domingo, que no sabía hablar sino con Dios o de Dios.

32
Contra Gentes, 1. IV, c. XXII.
33
Ibid., c. XXI.
34
IV Contra Gentes, c. XXII, n. 4 y 5.
35
El Espíritu Santo que opera en nosotros excita este movimiento de amor filial y nos da así inmediato testimonio
de nuestra amistad con Dios y de nuestra filiación divina. S. Tom., in Epist. ad Rom., VIII, 16.
36
IV Contra Gentes, c. XXI, p. 6.
37
II II, q. 188, a. 6.
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Por ahí comprendemos al divino Espíritu como una fuente de gracias siempre nuevas:
fuente inextinguible, fuente de aguas vivas que brotan hasta la vida eterna, fuente de luz y de
amor, fons lucis et amoris.
El es nuestro consuelo en las tristezas del destierro, como dicen los santos. En la actual
crisis mundial, réstanos una grande esperanza, porque la mano del Señor no se ha achicado ni
cerrado; el Altísimo siempre es rico en misericordia por medio de los muchos santos que sin cesar
envía al mundo. Estos grandes siervos de Dios nos dan los más magníficos ejemplos, muchas
veces imitables, de fe, de confianza y de amor. Basta leer las vidas de santa Teresa del Niño
Jesús, de la Beata Gemma Galgani, de S. Juan Bosco, de S. José Conolengo, del B. Antonio María
Claret, de la Beata Catalina Labouré, de Luisa de Marillac, de S. Conrado de 'Parzham, humilde
hermano lego capuchino, en el que tan admirablemente se cumplen las palabras del Salvador:
"Gracias te doy, Padre mío, porque ocultaste estas cosas a los prudentes y sabios del mundo,
y las revelaste a los pequeños."
Deberían las almas interiores consagrarse al Espíritu Santo, a fin de someterse con
mayor docilidad a su dirección, y no dejar pasar desapercibidas tantas inspiraciones como nos
en- vía.
Los buenos cristianos se consagran a la Virgen María para que ésta los lleve a Jesús, y
al sagrado Corazón de Jesús para que los conduzca al Padre. También es muy provechoso,
sobre todo en tiempo de Pentecostés, consagrarse al Espíritu Santo a fin de seguir mejor sus
inspiraciones.
Digamos con este fin, una y mil veces, la bellísima oración:

O Lux beatissima-reple cordis intima- tuorum fidelium. Sine tuo numine, —nihil est
in homine, —nihil est innoxium. Da virtutis meritum, —da salutis exitum, —da perenne
gaudium. Amen.
Oh Luz beatísima, penetra y llena lo más hondo del corazón.
Si tú no nos socorres, nada hay en el hombre que no sea pecaminoso.
Danos el mérito de la virtud; danos fin dichoso y el eterno gozo. Amén

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