El Lenguaje - Ernst Cassirer - Antropología Filosófica
El Lenguaje - Ernst Cassirer - Antropología Filosófica
El Lenguaje - Ernst Cassirer - Antropología Filosófica
EL LENGUAJE
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social que física. Mucho antes que un niño aprenda a hablar
ha descubierto medios más simples para comunicarse con
otras personas; los gritos de desagrado, de dolor y de hambre,
de temor, que encontramos a través de todo el mundo orgáni-
co, comienzan a adoptar una forma nueva, ya no son simples
reacciones instintivas, puesto que se emplean en una forma
más consciente y deliberada. Cuando se le deja solo, el niño
reclama, por sonidos más o menos articulados, la presencia de
su nodriza o de su madre, y se da cuenta de que estas deman-
das obtienen el resultado apetecido; el hombre primitivo
transfiere esta primera experiencia social elemental a la totali-
dad de la naturaleza. Para él, la naturaleza y la sociedad no
sólo se hallan trabadas por los vínculos más estrechos sino
que constituyen, en realidad, un todo coherente e inextricable,
no hay ninguna línea de demarcación que separe nítidamente
los dos campos. La naturaleza misma no es sino una gran so-
ciedad, la sociedad de la vida. Desde este punto de vista po-
demos comprender fácilmente el uso y la función específica
de la palabra mágica. La creencia en la magia se basa en una
convicción profunda de la solidaridad de la vida. 96 Para la
mente primitiva el poder social de la palabra experimentado
en innumerables casos se convierte en una fuerza natural y
hasta sobrenatural. El hombre primitivo se siente a sí mismo
rodeado por toda suerte de peligros visibles e invisibles, que
no espera vencer por meros medios físicos. Para él, el mundo
no es una cosa muerta o muda; puede oír y comprender. Por lo
tanto, si los poderes de la naturaleza son invocados de modo
debido, no podrán rehusar su ayuda. Nada resiste a la palabra
mágica, carmina vel coelo possunt deducere lunam. Cuando el
96
Véase supra, cap. VII, pp. 128-34.
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hombre empezó a darse cuenta de que esta confianza era vana
y que la naturaleza era inexorable, no a causa de que se negara
a cumplir con sus demandas sino porque no entendía su len-
guaje, el descubrimiento debió de producirle el efecto de un
choque traumático. En tal momento tuvo que enfrentarse con
un problema que significaba un viraje y una crisis en su vida
intelectual y moral. A partir de este momento el hombre debió
de encontrarse en un aislamiento profundo, sujeto a senti-
mientos de extrema soledad y de desesperación absoluta.
Difícilmente los hubiera superado de no haber desarrollado
una nueva fuerza espiritual que bloqueó el camino de la magia
pero que, al mismo tiempo, abrió otro más prometedor.
Se frustraron las esperanzas de someter a la naturaleza con la
palabra mágica, pero el resultado fue que el hombre comenzó
a ver la relación entre el lenguaje y la realidad a una luz dife-
rente. La función mágica de la palabra se eclipsó y fue reem-
plazada por su función semántica. Ya no está dotada de pode-
res misteriosos; ya no ejerce una influencia física o sobrenatu-
ral inmediata. No puede cambiar la naturaleza de las cosas ni
compeler la voluntad de los dioses o de los demonios; sin em-
bargo, no deja de tener sentido ni carece de poder. No es sim-
plemente un ftatus vocis, un mero hálito; pero su rasgo decisi-
vo no radica en su carácter físico sino en el lógico. Se puede
decir que físicamente la palabra es impotente pero lógicamen-
te se eleva a un nivel más alto, al superior; el logos se con-
vierte en el principio del universo y en el primer principio del
conocimiento humano.
Esta transición tuvo lugar en la primitiva filosofía griega.
Heráclito forma parte todavía de esa clase de pensadores grie-
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L
gos que en la Metafísica de Aristóteles son mencionados co-
mo los antiguos fisiólogos (ó
interés se halla concentrado en el mundo de los fenómenos;
no admite que por encima del mundo fenoménico, el mundo
del devenir, exista una esfera superior, un orden ideal o eterno
de puro ser. Sin embargo, no se contenta con el mero hecho
del cambio, puesto que busca los principios del mundo. Según
Heráclito, no hay que buscarlo en una cosa material; no es el
mundo material sino el humano la clave para una interpreta-
ción correcta del orden cósmico. En este mundo humano la
facultad de la palabra ocupa un lugar central; por lo tanto,
tenemos que comprender lo que significa el habla para com-
prender el sentido del universo. Si no abordamos así el pro-
blema, es decir, por medio del lenguaje mejor que por los
fenómenos físicos, erramos el camino de la filosofía. En el
pensamiento de Heráclito la palabra, el logos, no es única-
mente un fenómeno antropológico, no se halla confinado de-
ntro de los estrechos límites del mundo humano puesto que
posee una verdad cósmica universal; pero en lugar de ser un
poder mágico, la palabra es entendida en su función semántica
y simbólica. "No me escuchéis a mí —escribe Heráclito—,
sino a la palabra, y confesad que todas las cosas son una."
El primitivo pensamiento griego pasó así de una filosofía de
la naturaleza a una filosofía del lenguaje, pero tropezó con
nuevas y graves dificultades. Acaso no existe problema tan
confuso y controvertido como el "sentido del sentido".97 En
nuestros mismos días los lingüistas, los psicólogos y los filó-
97
Véase C. K. Ogden e I. A. Richards, The Meaning of Meaning (1923,
5a ed., Nueva York, 1938).
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sofos sostienen puntos de vista muy dispares sobre la materia.
La filosofía antigua no podía acertar directamente con este
intrincado problema en todos sus aspectos sino ofrecer un
intento de solución, basada en un principio que el primitivo
pensamiento griego aceptó generalmente y que parecía fir-
memente establecido. Las diversas escuelas, tanto la de las
fisiólogos como la de los dialécticos, partían del supuesto de
que sin una identidad entre el sujeto cognoscente y la realidad
conocida no se podría explicar el hecho del conocimiento. El
idealismo y el realismo, aunque diferían en la aplicación de
este principio, concordaban al reconocerlo como verdadero.
Declara Parménides que no podemos separar el ser y el pensar
porque son una misma cosa. Los filósofos de la naturaleza
interpretaban esta identidad en un sentido estrictamente mate-
rial. Si analizamos la naturaleza del hombre encontramos la
misma combinación de elementos que tiene lugar en cualquier
parte del mundo físico. Siendo el microcosmo una réplica
exacta del macrocosmo, permite el conocimiento de este últi-
mo. "Porque es con la tierra —dice Empédocles—, como ve-
mos la tierra, y agua con agua; con el aire vemos el brillante
aire y con fuego el fuego destructor. Con el amor vemos el
amor y el odio con el dañino odio."98
Una vez aceptada esta teoría general ¿cuál es el "sentido del
sentido"? Primera y principalmente debe ser explicado en
términos de ser, porque el ser o la sustancia es la categoría
más universal que ata y vincula entre sí verdad y realidad.
Una palabra no podría significar una cosa si no hubiera, por lo
98
Empédocles, Fragmento 335. Véase John Burnet, Early Greek Philoso-
phy (Londres y Edimburgo, A. & C. Black, 1892), vol. II, p. 232. (Hay
traducción española, México, 1944.)
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menos, una identidad parcial entre las dos; la conexión entre
el símbolo y su objeto debe ser natural y no meramente con-
vencional. Sin semejante nexo una palabra del humano len-
guaje no podría cumplir su misión, resultaría ininteligible. Si
admitimos este supuesto, que tiene su origen en una teoría
general del conocimiento más bien que en una teoría del len-
guaje, nos enfrentamos inmediatamente con la teoría onoma-
topéyica que sería la única capaz de cubrir el hiato entre los
nombres y las cosas. Por otra parte, este puente parece que-
brantarse al primer intento de hacer uso de él. Para Platón,
bastaba con desarrollar esta tesis de la onomatopeya en todas
sus consecuencias para refutarla. En el diálogo platónico Cra-
tilo, Sócrates acepta la tesis a su manera irónica, pero su apro-
bación tiende a destruirla por el absurdo que le es inherente.
La exposición que hace de la teoría de que todo lenguaje se
origina por la imitación de los sonidos desemboca en una ver-
dadera caricatura. Sin embargo, la tesis prevaleció durante
varias centurias. Ni siquiera ha desaparecido por completo en
la bibliografía actual sobre la materia, aunque ya no se presen-
ta en la forma ingenua con que aparece en el Cratilo.
La objeción obvia a esta tesis es el hecho de que si analizamos
las palabras del lenguaje común nos es absolutamente imposi-
ble descubrir, en la mayoría de los casos, la pretendida seme-
janza entre los sonidos y los objetos. Esta dificultad podría
vencerse pensando que el lenguaje humano se ha visto some-
tido desde un principio al cambio y a la degeneración; no po-
demos contentarnos, por lo tanto, con su estado actual. Debe-
mos reconducir los términos a sus orígenes si queremos detec-
tar el vínculo que los une a sus objetos y pasar de las palabras
derivadas a las primarias; descubrir el etymon, la forma ver-
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dadera y original de cada término.
A tenor de ese principio la etimología se convirtió, no ya en el
centro de la lingüística, sino también en una de las claves de
la filosofía del lenguaje. Las primeras etimologías estableci-
das por los gramáticos y filósofos griegos no fueron menosca-
badas por escrúpulos teóricos o históricos. Antes de la prime-
ra mitad del siglo XIX no existe una etimología basada en
principios científicos;99 hasta esa fecha, todo era posible, y se
admitían de verdad las explicaciones más fantásticas y extra-
vagantes. Junto a las etimologías positivas tenemos las famo-
sas etimologías negativas del tipo lucus a non lucendo. Mien-
tras se mantuvo este esquema, la teoría de una relación natural
entre los nombres y las cosas parecía defendible y justificable
filosóficamente.
También otras consideraciones generales militaban desde un
principio en su contra. Los sofistas griegos eran, en cierto
sentido, discípulos de Heráclito. En el Teetetes Platón llega a
decir que la teoría del conocimiento mantenida por los sofistas
no tenía ninguna originalidad, no era más que producto y co-
rolario de la doctrina de Heráclito sobre el fluir de todas las
cosas; sin embargo, existía una diferencia radical entre Herá-
clito y los sofistas. Para el primero el verbo, el logos, constitu-
ía un principio metafísico universal, poseía verdad general,
validez objetiva. Pero los sofistas no admitían ya esa palabra
divina que, según Heráclito, sería el origen y principio prime-
ro de todas las cosas, del orden cósmico y moral. La antropo-
logía y no la metafísica desempeña ahora el papel principal en
99
Cf. A. F. Pott, Etymologische Forschungen aus dem Gebiete der in-
dogermanischen Sprachen (1833 ss.).
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la teoría del lenguaje. El hombre se ha convertido en el centro
del universo. Según el dicho de Protágoras, el hombre es la
medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y
de las que no son en cuanto que no son. Resulta, por lo tanto,
vano y ocioso buscar una explicación del lenguaje en el mun-
do de las cosas físicas. Los sofistas han encontrado una mane-
ra mucho más simple y nueva de abordar el lenguaje humano.
Fueron los primeros en tratar los problemas lingüísticos y
gramaticales de un modo sistemático; sin embargo, no se
hallaban interesados en estos problemas en un sentido pura-
mente teórico. Una teoría del lenguaje tiene que cumplir con
otras tareas más urgentes, enseñar cómo debemos hablar y
obrar en nuestro mundo social y político presente. En la vida
ateniense del siglo V el lenguaje se ha convertido en un ins-
trumento para propósitos definidos, concretos, prácticos;
constituía el arma más poderosa en las grandes pugnas polí-
ticas. Nadie podía esperar desempeñar un papel capital sin
poseer este instrumento. Revestía una importancia vital em-
plearlo de manera adecuada y mejorarlo y aguzarlo constan-
temente. A este fin los sofistas crearon una nueva rama del
conocimiento, la retórica, que fue su ocupación principal y no
la gramática o la etimología. En su definición de la sabiduría
(sophia) la retórica ocupa una posición central. Todas las dis-
putas acerca de la "verdad" o "corrección"
términos y de los nombres resultaron fútiles y superfluas. Los
hombres no tratan de expresar la naturaleza de las cosas, no
poseen correlatos objetivos, su misión real no consiste en des-
cribir cosas sino en despertar emociones humanas; no están
destinadas a llevar meras ideas o pensamientos sino a inducir
a los hombres a ciertas acciones.
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De este modo hemos llegado a una concepción triple de la
función y del valor del lenguaje: la mítica, la metafísica y la
pragmática. Pero todas estas explicaciones parecen marrar el
golpe, pues no se dan cuenta de uno de los rasgos más conspi-
cuos del lenguaje. Las expresiones humanas elementales no se
refieren a cosas físicas ni tampoco son signos puramente arbi-
t
ellas. Son naturales y no artificiales, pero no guardan relación
con la naturaleza de los objetos externos. No dependen de la
mera convención, de la costumbre o del hábito, pues se hallan
arraigadas con mucha mayor profundidad; son expresiones
involuntarias de sentimientos humanos, interjecciones y gri-
tos. No es un accidente que esta teoría interjectiva la introdu-
jera un científico de la naturaleza, el mayor entre los pensado-
res griegos. Demócrito fue el primero en proponer la tesis de
que el lenguaje humano se origina en ciertos sonidos de un
carácter meramente emotivo. La misma tesis fue sostenida por
Epicuro y Lucrecio, que se apoyaron en la autoridad de
Demócrito, y ha ejercido una influencia permanente en la te-
oría del lenguaje; todavía en el siglo XVIII aparece casi con la
misma forma en pensadores como Vico y Rousseau. Es fácil
comprender, desde el punto de vista científico, las grandes
ventajas de esta tesis interjectiva; ya no necesitamos apoyar-
nos en la pura especulación, hemos descubierto ciertos hechos
comprobables que no están limitados al ámbito humano. El
lenguaje humano se puede reducir a un instinto fundamental
implantado por la naturaleza en todos los seres vivos; gritos
violentos, de temor, de rabia, de dolor o de alegría, no son
propiedad específica del hombre, los encontramos por doquier
en el mundo animal. Nada, pues, parecía más plausible que el
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reducir el hecho social del lenguaje a causas biológicas gene-
rales. Si aceptamos la tesis de Demócrito y de sus discípulos y
continuadores, la semántica deja de ser una provincia separa-
da y se convierte en una rama de la biología y de la fisiología.
Sin embargo, la teoría interjectiva no pudo alcanzar madurez
hasta que la biología misma no encontró una nueva base
científica. No bastaba conectar el lenguaje humano con ciertos
hechos biológicos, había que fundar la conexión en un princi-
pio universal. Este principio era suministrado por la teoría de
la evolución. Cuando apareció el libro de Darwin fue saluda-
do con el mayor entusiasmo no sólo por los científicos y los
filósofos sino también por los lingüistas, August Schlei-cher,
cuyas primeras obras nos lo muestran como un adepto de
Hegel, se convirtió al darwinismo.100 Darwin mismo ha trata-
do esta materia estrictamente desde el punto de vista de un
naturalista, pero su método general era fácilmente aplicable a
los fenómenos lingüísticos y precisamente en este campo pa-
recía abrir una vía inexplorada. En La expresión de las emo-
ciones en el hombre y los animales ha mostrado que los soni-
dos o los actos expresivos se hallan dictados por ciertas nece-
sidades biológicas y que se emplean de acuerdo con leyes
biológicas definidas. Abordado desde este ángulo, el viejo
enigma del origen del lenguaje puede ser tratado de un modo
estrictamente empírico y científico. El lenguaje humano cesó
de ser un "Estado dentro del Estado" y se convirtió en un don
natural general.
Quedaba, sin embargo, una dificultad fundamental. Los crea-
100
Véase August Schleicher, Die Darwin'sche Theorie und die Sprach-
wissenschaft (Weimar, 1873).
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dores de las teorías biológicas acerca del origen del lenguaje
no vieron el bosque a causa de los árboles. Partieron del su-
puesto de que una línea directa nos conduce desde la interjec-
ción al lenguaje, pero esto es una petición de principio, no una
solución, porque lo que había que explicar no era el mero
hecho del lenguaje humano sino su estructura. Un análisis de
esta estructura revela una diferencia radical entre el lenguaje
emotivo y el proposicional; no se hallan al mismo nivel. Aun-
que fuera posible conectarlos genéticamente, el paso de un
tipo al tipo opuesto será siempre, lógicamente, una metabasis
eis allo genos, un pasar de un género a otro. Me parece que
ninguna teoría biológica logró cancelar jamás esta distinción
lógica estructural; no poseemos ninguna prueba psíquica de
que ningún animal traspasara jamás la frontera que separa el
lenguaje proposicional del emotivo. El llamado lenguaje ani-
mal es siempre enteramente subjetivo; expresa diversos esta-
dos del sentimiento, pero no designa o describe objetos.101 Por
otra parte, no existe prueba histórica de que el hombre, ni en
las etapas más bajas de su cultura, estuviera nunca reducido a
un lenguaje meramente emotivo o a un lenguaje mímico. Si
pretendemos seguir un método estrictamente empírico,
habremos de excluir una presunción semejante, que, si no es
totalmente improbable, resulta, por lo menos, dudosa e hipoté-
tica.
En realidad, un examen más atento de estas teorías nos con-
duce siempre a un punto en el cual resulta discutible el princi-
pio real en que descansan. Después de caminar un poco con
101
Véanse los conceptos de W. Koehler y G. Révész expuestos supra,
cap. III, pp. 52 s.
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su argumento, los defensores se ven obligados a reconocer y
subrayar la misma diferencia que, a primera vista, parecían
negar o, por lo menos, reducir al mínimo. Para ilustrar este
hecho voy a escoger dos ejemplos concretos, el primero reco-
gido de la bibliografía lingüística, el segundo de la psicológi-
ca y filosófica. Otto Jespersen fue, acaso, el último lingüista
moderno que conservó un vivo interés por el viejo problema
del origen del lenguaje. No negaba que todas las soluciones
anteriores fueran inadecuadas y estaba convencido de que
había descubierto un nuevo método que prometía mayores
éxitos.
El método que yo recomiendo —nos dice Jespersen— y que
soy el primero en emplear de modo consecuente, consiste en
reconducir nuestros lenguajes modernos tan atrás en el tiempo
como nos lo permitan la historia y los materiales a nuestra
disposición... Si con este procedimiento llegamos, finalmente,
a sonidos expresivos de tales características que no puedan
denominarse ya lenguaje sino algo previo, entonces el pro-
blema estará resuelto, pues la transformación es algo que po-
demos comprender, mientras que el entendimiento humano
jamás puede comprender una creación de la nada.
Según esta teoría, la transformación tuvo lugar cuando las
expresiones humanas, que al principio no fueron más que gri-
tos emotivos o acaso frases musicales, se emplearon como
nombres. Lo que originalmente no era sino un caos de sonidos
desprovisto de sentido se convirtió de este modo, súbitamente,
en el instrumento del pensamiento. Por ejemplo, una combi-
nación de sonidos entonados con cierta melodía y empleados
en un canto de triunfo contra el enemigo derribado, pudo
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cambiarse en un nombre propio para este acontecimiento pe-
culiar o para el hombre que derribó al enemigo, y el desen-
volvimiento pudo proseguir mediante una transferencia me-
tafórica de la expresión a situaciones similares.102 Esta trans-
ferencia metafórica es la que, precisamente, contiene todo
nuestro problema como en una avellana; quiere decir que las
expresiones sonoras, que hasta entonces habían sido meras
exclamaciones, descargas involuntarias de emociones fuertes,
estaban cumpliendo una misión completamente nueva. Se em-
pleaban ahora como símbolos con un sentido definido. El
mismo Jespersen cita una observación de Benfey acerca de
que entre la interjección y la palabra existe un hiato lo bastan-
te amplio como para que podamos decir que la primera es la
negación del lenguaje, pues se la emplea únicamente cuando
uno no puede hablar o no quiere. Según Jespersen, "el lengua-
je surgió cuando la comunicación prevaleció sobre la excla-
mación". Este paso, sin embargo, no se halla explicado por él
sino que está presupuesto por su teoría.
La misma crítica podemos hacer a la tesis desarrollada en el
libro Speech. Its Function and Development, de Grace de La-
guna, pues contiene una exposición mucho más detallada y
elaborada del problema. Están eliminados los conceptos, más
bien fantásticos, que encontramos a veces en el libro de Jes-
persen. La transición del grito al habla se describe como un
proceso de objetivación gradual. Las cualidades afectivas
primitivas que se adhieren como un todo a la situación se di-
102
Esta teoría fue presentada por primera vez por Jespersen en su obra
Progress in Language (Londres, 1894). Véase también su Language, Its
Nature, Development and Origin (Londres y Nueva York, 1922), pp.
418 y 437 ss.
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versifican y, al mismo tiempo, se distinguen de los rasgos
percibidos de la situación, "...emergen objetos que son cono-
cidos más bien que sentidos... Al mismo tiempo, esta condi-
cionalidad en aumento cobra forma sistemática... Finalmen-
te... aparece el orden objetivo de la realidad y el mundo es
verdaderamente conocido" (pp. 260 ss.). Esta objetivación y
sistematización representa la tarea principal y más significati-
va del lenguaje humano, pero no alcanzo a ver cómo una teo-
ría exclusivamente interjectiva puede ofrecer una explicación
de este paso decisivo. En la explicación que nos ofrece el pro-
fesor De Laguna no se ha llenado el hiato entre interjecciones
y nombres sino que, por el contrario, se mantiene con mayor
vigor. Es un hecho notable que aquellos autores que, hablando
de un modo general, propendían a creer que el lenguaje se ha
desarrollado a partir de una etapa de meras interjecciones, se
han visto conducidos a la conclusión de que, después de todo,
la diferencia entre interjecciones y nombres es mucho mayor
y mucho más patente que su supuesta identidad. Así, por
ejemplo, Gardiner comienza diciendo que entre el lenguaje
del hombre y el de los animales existe una homogeneidad
esencial, pero, al desarrollar su teoría, tiene que reconocer que
entre la expresión de los animales y el habla humana existe
una diferencia tan vital que puede eclipsar casi en absoluto la
homogeneidad. 103 La aparente semejanza no es, de hecho, más
que una conexión material que, lejos de excluir la heteroge-
neidad funcional o formal, la acentúa.
103
Alan H. Gardiner, The Theory of Speech and Language (Oxford,
1932), pp. 118 s.
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2
La cuestión sobre el origen del lenguaje ha ejercido en todos
los tiempos una fascinación extraña en la mente humana. A
los primeros chispazos de su intelecto el hombre comenzó a
asombrarse de este problema. Diversos relatos míticos nos
instruyen acerca de cómo aprendió a hablar de Dios mismo o
con la ayuda de un pedagogo divino. Si aceptamos las prime-
ras premisas del pensamiento mítico, es fácil comprender este
interés por el origen del lenguaje. El mito no conoce otro mo-
do de explicación que el de remontarse al pasado remoto y
derivar el estado actual del mundo físico y humano de la etapa
primigenia de las cosas. Resulta algo paradójico y sorprenden-
te encontrar que la misma tendencia prevalece en el pensa-
miento filosófico: durante varios siglos la cuestión sistemática
fue eclipsada por la genética. Se pensaba como cosa obvia
que, de resolverse la cuestión genética, todos los demás pro-
blemas encontrarían también solución. Desde un punto de
vista epistemológico general, se trataba de una suposición
gratuita. La teoría del conocimiento nos ha enseñado a trazar
una línea neta de separación entre los problemas genéticos y
los sistemáticos; la confusión de ambas clases es despistadora
y peligrosa. ¿Cómo es posible que esta máxima metodológica,
que en otras ramas del conocimiento aparecía como firme-
mente establecida, se olvidara al tratar los problemas del len-
guaje? Es cierto que habría de revestir un interés e impor-
tancia considerables la posesión de la prueba histórica refe-
rente al lenguaje, el que fuéramos capaces de resolver la cues-
tión de si todas las lenguas el mundo derivan de un tronco
común o de raíces diferentes e independientes, y el que nos
fuera posible trazar paso a paso el desarrollo de los diversos
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idiomas y tipos lingüísticos. Mas esto no sería suficiente para
resolver los problemas fundamentales de una filosofía del len-
guaje. En filosofía no podemos darnos por satisfechos con el
mero fluir de las cosas y con la cronología de los hechos. Te-
nemos que aceptar, en cierto sentido, la definición platónica
según la cual el conocimiento filosófico es un conocimiento
del ser y no del puro devenir. Cierto que el lenguaje no posee
un ser fuera y más allá del tiempo; no pertenece al reino de las
ideas eternas. El cambio —cambio fonético, analógico,
semántico— constituye un elemento esencial del lenguaje. Sin
embargo, no basta el estudio de todos estos fenómenos para
que podamos comprender la función general del lenguaje. En
lo que respecta al análisis de cualquier forma simbólica de-
pendemos de los datos históricos. La cuestión acerca de qué
sean el mito, la religión, el arte o el lenguaje no puede ser
resuelta de un modo puramente abstracto, por una definición
lógica. Pero por otra parte, al estudiar la religión, el arte o el
lenguaje tropezamos siempre con problemas estructurales
generales que corresponden a un tipo diferente de conoci-
miento. Estos problemas deben ser tratados por separado; no
pueden considerarse ni resolverse mediante investigaciones
puramente históricas.
En el siglo XIX era una opinión corriente y generalmente ad-
mitida que la historia representa la única clave para el estudio
científico del habla humana. Las grandes aportaciones de la
lingüística procedían de eruditos cuyo interés histórico preva-
lecía de tal suerte que parecía sofocar cualquier otra tendencia
del pensamiento. Jacob Grimm estableció las primeras bases
para una gramática comparada de los idiomas germánicos. La
gramática comparada de las lenguas indoeuropeas fue inaugu-
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rada por Bopp y Pott y perfeccionada por A. Schleicher, Char-
les Brugman y B. Delbruck. El primero en promover la cues-
tión de los principios de la historia lingüística fue Hermann
Paul, quien se daba perfecta cuenta del hecho de que la mera
indagación histórica no podía resolver todos los problemas del
lenguaje humano. Insistía en que el conocimiento histórico
necesitaba siempre un complemento sistemático. A cada rama
del conocimiento histórico, decía, corresponde una ciencia
que trata de las condiciones generales bajo las cuales se des-
arrollan los objetos históricos y que investiga aquellos facto-
res que permanecen invariables a través de todos los cambios
de los fenómenos humanos.104 El siglo XIX no fue sólo un
siglo histórico sino también psicológico. Era, por lo tanto,
natural, y hasta parecía evidente, suponer que había que bus-
car los principios de la historia de las lenguas en el campo de
la psicología. Constituían los dos pilares de los estudios lin-
güísticos.
Paul y la mayoría de sus coetáneos —dice Leonard Bloom-
field— tratan únicamente de las lenguas indoeuropeas y, junto
a su descuido de los problemas descriptivos, rehusaban traba-
jar con lenguajes cuya historia les era desconocida. Esta limi-
tación les privó del conocimiento de tipos extraños de estruc-
tura gramatical que pudo haberles abierto los ojos al hecho de
que los rasgos fundamentales de la gramática indoeuropea...
en modo alguno son universales en el habla humana... Sin
embargo, paralelamente con la gran corriente de estudios
históricos se deslizó otra más modesta, pero creciente, de es-
tudios lingüísticos generales... Algunos estudiosos fueron
104
Hermann Paul, Prinzipien der Sprachgeschichte (Halle, 1880), cap. I..
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viendo cada vez con mayor claridad la relación natural que
existe entre los estudios descriptivos y los históricos. La fu-
sión de estas dos corrientes, la histórica comparada y la filosó-
fico-descriptiva, ha puesto en claro algunos principios que no
fueron patentes a los grandes indoeuropeístas del siglo XIX...
Todo estudio lógico del lenguaje se basa en la comparación de
dos o más haces de datos descriptivos. Esta comparación pue-
de ser tan exacta y completa como lo permitan esos datos. A
los efectos de describir un lenguaje no se requiere ningún co-
nocimiento histórico; de hecho, el observador que permite que
semejante conocimiento afecte a su descripción está en peli-
gro de deformar sus datos. Nuestra descripción debe ser libre
de prejuicios si queremos que ofrezca una base sana para la
tarea comparativa. (Bloomfield, Language, Nueva York, Holt
& Co., 1933, pp. 17 ss.)
Este principio metodológico ha encontrado su primera expre-
sión, en cierto sentido clásica, en la obra de un gran lingüista
y filósofo, Guillermo de Humboldt, quien realizó los primeros
pasos en la clasificación de las lenguas reduciéndolas a ciertos
tipos fundamentales. A este efecto no pudo emplear única-
mente métodos históricos, pues las lenguas que estudió no
corresponden exclusivamente a los tipos indoeuropeos. Su
interés era, efectivamente, amplio, pues incluía todo el campo
de los fenómenos lingüísticos. Ofreció la primera descripción
analítica de las lenguas aborígenes americanas utilizando para
ello el abundante material que su hermano Alejandro de
Humboldt pudo recoger en sus viajes de explorador por el
continente. En el segundo volumen de su gran obra sobre las
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variedades del lenguaje humano105 Guillermo de Humboldt
trazó la primera gramática comparada de las lenguas austro-
nesias, las indonesias y las melanesias. Ahora bien, no se dis-
ponía de datos históricos para esta gramática puesto que se
desconocía por completo la historia de estas lenguas y Hum-
boldt tuvo que abordar el problema desde un ángulo comple-
tamente nuevo y abrirse su propio camino.
Sin embargo, su método seguía siendo rigurosamente empíri-
co, basado en observaciones y no en especulaciones, pero no
se contentaba con la descripción de hechos particulares e in-
mediatamente sacó inferencias generales de gran alcance. Es
imposible, sostenía, conseguir una verdadera idea del carácter
y función del habla humana mientras pensemos que se trata de
una mera colección de palabras. La diferencia real entre las
lenguas no es de sonidos o de signos sino de perspectivas
cósmicas o visiones del mundo (Weltansichten); un lenguaje
no es, sencillamente, un agregado mecánico de términos. Dis-
gregarlo en palabras o términos significa tanto como desorga-
nizarlo y desintegrarlo. Semejante concepción no sólo es per-
judicial sino desastrosa para cualquier estudio de fenómenos
lingüísticos. "Las palabras y reglas que, según nuestras ideas
corrientes, componen un lenguaje —dice Humboldt—, exis-
ten realmente tan sólo en el acto del lenguaje conexo; tratarlas
como entidades separadas no es más que el producto muerto
de nuestros chapuceros análisis científicos. El lenguaje tiene
que ser considerado como una energeia y no como un ergon.
No es una cosa acabada sino un proceso continuo; la labor,
105
Véase Humboldt, Gesammelte Schriften (Academia de Berlín), vol.
VII, parte 1. Berlín (1836-39).
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 204
incesantemente repetida, del espíritu humano para utilizar
sonidos articulados en la expresión del pensamiento." 106
La obra de Humboldt representó algo más que un progreso
notable en el pensamiento lingüístico; significó también una
nueva época en la historia de la filosofía del lenguaje. No era
un académico especializado en fenómenos lingüísticos parti-
culares ni un metafísico como Schelling o Hegel. Siguió el
método crítico de Kant sin caer en especulaciones acerca de la
esencia o el origen del lenguaje; el último problema ni siquie-
ra está mencionado en su obra; lo que ocupa el primer plano
son los problemas estructurales. Hoy se admite, generalmente,
que estos problemas no pueden ser resueltos por métodos
históricos exclusivamente. Conocedores de diferentes escue-
las y que trabajan en campos diversos concuerdan en subrayar
el hecho de que no puede hacerse superflua la lingüística des-
criptiva en gracia de la lingüística histórica, pues esta última
tiene que basarse siempre en la descripción de aquellas etapas
del desenvolvimiento del lenguaje que nos son directamente
accesibles.107 Desde el punto de vista de la historia general
de las ideas, es muy notable el hecho de que la lingüística, en
este aspecto, se halla sujeta al mismo cambio que percibimos
en otras ramas del conocimiento. El positivismo va siendo
reemplazado por un nuevo principio que podemos denominar
estructuralismo. La física clásica estaba convencida de que,
para descubrir las leyes generales del movimiento, tenemos
106
Humboldt, op.cit.,pp. 45 s.Para una exposición más detallada de
la teoría de Humboldt, véase mi obra Philosophie der symbo -
lischen Formen, I, pp. 98 ss.
107
Véase, por ejemplo, Jespersen, The Philosophy of Gram-
mar (Nueva York, Holt & Co., 1924), pp. 30 s.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 205
que comenzar siempre con el estudio de los movimientos de
"puntos materiales"; la Mecánica analítica de Lagrange se
basaba en este principio. Más tarde, las leyes del campo elec-
tromagnético, descubiertas por Faraday y Maxwell, tendían a
la conclusión contraria y resultaba claro que no se podía dis-
ociar el campo electromagnético en puntas individuales. No se
consideraba ya al electrón como una entidad independiente y
con existencia propia sino que se lo definía como un punto
límite en el campo considerado en total. Así surgió un nuevo
tipo de física campal que, en varios aspectos, divergía de la
concepción anterior de la mecánica clásica. Encontramos un
desarrollo parejo en la biología. Las nuevas teorías holísticas,
que se van imponiendo desde los comienzos del siglo xx, han
recurrido a la vieja definición aristotélica del organismo, han
insistido en el hecho de que, en el mundo orgánico, el todo es
anterior a las partes. Estas teorías no niegan los hechos de la
evolución pero ya no pueden interpretarlos en el mismo senti-
do que lo hicieron Darwin y los darwinistas ortodoxos.108 Por
lo que respecta a la psicología, durante el siglo XIX prosiguió,
con pocas excepciones, las vías marcadas por Hume; el único
método que podía explicar los fenómenos psíquicos consistía
en reducirlos a sus primeros elementos. Se pensaba que los
hechos complejos no eran más que una acumulación, un agre-
gado de simples datos sensibles. La moderna psicología de la
Gestalt ha criticado y destruido esta concepción y ha abierto
así el camino a un nuevo tipo de psicología estructural.
Si la lingüística adopta ahora el mismo método y se concentra
108
Véase J. B. S. Haldane, The Causes of Evolution (Nueva York y Lon-
dres, 1932).
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 206
cada vez más en problemas estructurales, no quiere ello decir
que los puntos de vista anteriores hayan padecido en su im-
portancia e interés; pero en lugar de moverse en línea recta, en
lugar de ocuparse exclusivamente del orden cronológico de
los fenómenos del lenguaje, la investigación lingüística está
trazando una línea elíptica que tiene dos focos diferentes. Al-
gunos llegan a decir que la combinación del punto de vista
descriptivo y del histórico, que caracterizó a la lingüística
durante el siglo XIX, representa, desde un punto de vista me-
todológico, una equivocación. Ferdinand de Saussure decía en
sus lecciones que había que renunciar a toda la idea de una
gramática histórica, pues según él, éste es un concepto híbri-
do. Contiene dos elementos dispares, que no pueden ser redu-
cidos a un común denominador y fundidos en un todo orgá-
nico. Según De Saussure, el estudio del lenguaje humano no
compone la materia de una sola ciencia sino de dos, tenemos
que distinguir, siempre, entre dos ejes diferentes, el de la si-
multaneidad y el de la sucesión. La gramática corresponde,
por su esencia y naturaleza, al primer tipo. De Saussure traza
una línea neta entre la langue y la parole. La langue es univer-
sal mientras que la parole es un proceso temporal, individual;
cada individuo tiene su propia manera de hablar. Pero en un
análisis científico del lenguaje no nos ocupamos de estas dife-
rencias individuales sino que estudiamos un hecho social que
sigue reglas generales, independientes del individuo que
habla. Sin ellas el lenguaje no podría cumplir con su cometido
principal, no podría ser empleado como un medio de comuni-
cación entre los miembros de una comunidad lingüística. Los
lingüistas sincrónicos tratan de relaciones estructurales cons-
tantes, los diacrónicos de fenómenos que varían y se desarro-
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 207
llan en el tiempo;109 la unidad estructural fundamental del
lenguaje puede ser estudiada y examinada de dos maneras y
aparece en el aspecto material y en el formal, manifestándose
no sólo en el sistema de las formas gramaticales sino también
en su sistema fonético. El carácter de una lengua depende de
ambos factores, pero los problemas estructurales de la fono-
logía fueron descubiertos mucho más tarde que los de la sin-
taxis o la morfología. Es obvio e innegable que existe un
orden y consistencia en las formas del lenguaje. La clasifica-
ción de estas formas y su reducción a reglas definidas se con-
virtió en una de las tareas primeras de la gramática científica;
ya en una etapa muy primitiva los métodos para este estu-
dio fueron elevados a un alto grado de perfección. Los lin-
güistas modernos siguen contando con la gramática sánscrita
de Panini, que corresponde a la época entre 350 y 250 antes
de Cristo, considerándola como uno de los mayores monu-
mentos de la inteligencia humana, e insisten en que ningún
otro lenguaje ha sido tan perfectamente descrito hasta el día.
Los gramáticos griegos llevaron a cabo un cuidadoso análisis
de las partes de la oración que encontraron en el idioma grie-
go, y se hallaban interesados en toda clase de asuntos sintácti-
cos y estilísticos. Sin embargo, se desconocía el aspecto mate-
rial del problema y se ignoró su importancia hasta los co-
mienzos del siglo XIX. En este momento es cuando encon-
tramos los primeros intentos para abordar los fenómenos de
los cambios fonéticos de un modo científico. La lingüística
histórica moderna comenzó con una investigación de corres-
pondencias fonéticas uniformes. En 1818 R. K. Rask mostró
109
Véase Ferdinand de Saussure, conferencias publicadas postumamente
bajo el título: Cours de linguistique générale (1915; 2a ed. París, 1922).
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 208
que las palabras de las lenguas germánicas guardan una rela-
ción formal regular, en cuestión de fonética, con las palabras
de otras lenguas indoeuropeas. En su gramática germánica
Jacob Grimm ofreció una exposición sistemática de la corres-
pondencia entre las consonantes de las lenguas germánicas y
otras lenguas indoeuropeas. Estas primeras observaciones se
convirtieron en la base de la lingüística moderna y de la
gramática comparada, pero fueron entendidas e interpretadas
en un sentido exclusivamente histórico. Jacob Grimm recibió
su primera y más profunda inspiración de un amor romántico
al pasado. El mismo espíritu del romántico guió a Friedrich
Schlegel en su descubrimiento del lenguaje y sabiduría de la
India. 110 En la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, el
interés por los estudios lingüísticos estaba dictado por otros
impulsos intelectuales y empezó a predominar una interpreta-
ción materialista. La gran ambición de los llamados "neo-
gramáticos" se cifraba en probar que los métodos de la lin-
güística se hallaban al mismo nivel que los de las ciencias de
la naturaleza. Si la lingüística pretendía ser considerada como
una ciencia exacta no se podía contentar con vagas reglas
empíricas que describían acontecimientos históricos particula-
res; tenía que descubrir leyes que, por su forma lógica, fueran
comparables con las leyes generales de la naturaleza. Los
fenómenos de los cambios fonéticos parecían probar la exis-
tencia de tales leyes. Los neo-gramáticos negaban que existie-
ra algo semejante a un cambio esporádico de sonido. Según
ellos, todo cambio fonético sigue leyes inviolables. De aquí se
sigue que la tarea de la lingüística consiste en reducir todos
los fenómenos del lenguaje humano a esta capa fundamental :
110
Über die Sprache und Weisheit der Inder (1808).
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 209
las leyes fonéticas, que son necesarias y no admiten excepcio-
nes.111 El "estructuralismo" moderno, tal como ha sido des-
arrollado en las obras de Trubetzkoy y en los Travaux du Cer-
cle Linguistique de Prague, aborda el problema desde un
ángulo muy diferente; no renuncia a la esperanza de encontrar
una necesidad en los fenómenos del habla humana; por el
contrario, subraya esta necesidad. Pero, según el estructura-
lismo, es menester una redefinición del verdadero concepto de
"necesidad" y hay que entenderlo, más bien, en un sentido
teleológico que no en el meramente causal. El lenguaje no es,
simplemente, un agregado de sonidos y palabras sino un sis-
tema. Por otra parte, su orden sistemático no puede ser descri-
to en términos de causalidad física o histórica. Cada lenguaje
posee una estructura propia, tanto en un sentido formal como
material. Si examinamos los fenómenos de diversas hablas
encontraremos tipos divergentes que no pueden ser subsumi-
dos bajo un esquema uniforme y rígido. Los diversos lengua-
jes muestran sus propias características en la elección de estos
fenómenos, pero se puede mostrar que existe una conexión
estricta entre los fenómenos de una lengua determinada. Esta
conexión es relativa, no absoluta; hipotética, no apodíctica.
No podemos deducirla de reglas lógicas generales sino que
tenemos que apoyar- nos en nuestros datos empíricos que
muestran una coherencia interna. Una vez que hemos encon-
trado ciertos datos fundamentales nos hallamos en situación
de derivar otros datos invariablemente conectados con ellos.
111
Este programa fue desarrollado, por ejemplo, por H. Osthoff y K.
Brugmann en sus Morphologische Untersuchungen (Leipzig, 1878).
Para más detalles véase Bloomfield, op. cit., caps, I, XX, XXI.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 210
"Il faudrait étudier —escribe V. Brondal, formulando el pro-
grama de este nuevo estructuralismo—, les conditions de la
structure linguistique, distinguer dans les systèmes phonolo-
giques et morphologiques ce quit est possible, de ce qui est
impossible, le contingent du nécessaire". 112
Si aceptamos este punto de vista, hasta la base material del
lenguaje humano, los fenómenos fonéticos mismos, tendrán
que ser estudiados de un modo nuevo y en un aspecto diferen-
te. En realidad, no podemos admitir ya que exista aquí una
base exclusivamente material. La distinción entre forma y
materia resulta artificial e inadecuada; el lenguaje es una uni-
dad indisoluble que no puede ser dividida en dos factores in-
dependientes y aislados, en forma y materia. En este principio
radica la diferencia entre la nueva fonología y los tipos ante-
riores de fonética. En la fonología estudiamos, no sonidos
físicos sino significativos. La lingüística no se halla interesada
en la naturaleza de los sonidos sino en su función semántica.
Las escuelas positivistas del siglo XIX estaban convencidas
de que la fonética y la semántica requerían estudios separa-
dos, de acuerdo con métodos diferentes. Los fonemas del len-
guaje se consideraban como meros fenómenos físicos que
podían ser y tenían que ser descritos en términos de física o de
fisiología. Desde el punto de vista metodológico general de
112
Bröndal, "Structure et variabilité des systémes morphologiques",
Scientia (agosto, 1935), p. 119. Para una exposición detallada de los
problemas y métodos de la estructuración lingüística moderna, véanse
los artículos publicados en Travaux du Cercle Linguistique de Prague
(1929 y ss.); especialmente, H. F. Pos, "Perspectives du structuralisme",
Travaux (1929), pp. 71 ss. Una visión general de la historia del es-
tructuralismo en Roman Jakobson, "La Scuola Lingüistica di Praga",
La cultura (año XII), pp. 633 ss.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 211
los neogramáticos, semejante concepción no sólo era inteligi-
ble sino necesaria, pues su tesis fundamental —que las leyes
fonéticas no conocen excepción— se basaba en el supuesto de
que el cambio fonético es independiente de factores no foné-
ticos. Como se pensaba que el cambio fonético no es más que
un cambio en el hábito de la articulación, tiene que afectar a
un fenómeno en cualquier momento, con independencia de la
naturaleza de la forma lingüística particular dentro de la cual
ocurre el fenómeno. Este dualismo ha desaparecido en la lin-
güística más reciente; no se considera ya a la fonética como
un campo separado sino que se ha convertido en una parte de
la semántica, pues el fonema no es una unidad física sino una
unidad de sentido. Ha sido definido como "la unidad mínima
de un rasgo fonético distintivo". Entre los grandes rasgos
acústicos de cualquier expresión existen algunos que son sig-
nificativos, pues son empleados para expresar diferencias de
sentido, mientras que otros no tienen este carácter distintivo.
Cada lenguaje posee su sistema de fonemas, de sonidos distin-
tivos. En el idioma chino el cambio en la altura de un sonido
constituye uno de los medios más importantes para mudar el
sentido de las palabras, mientras que en otros lenguajes no
tiene importancia.113 Entre la multitud infinita de posibles
sonidos físicos cada lenguaje selecciona un limitado número
de ellos como fonemas suyos. La selección no se hace al azar,
pues los fonemas componen un todo coherente; pueden ser
reducidos a tipos generales, a determinadas pautas fo-
113
Entre las lenguas de la familia indoeuropea, la sueca es, según se
me alcanza, la única en la que la altura de un sonido tiene una
función semántica definitiva. En algunas palabras suecas el sentido
puede cambiar por completo, según el modo en que se entonen.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 212
néticas.114 Estas pautas fonéticas representan, a lo que parece,
los rasgos más persistentes y característicos del lenguaje. Sa-
pir subraya el hecho de que cada lenguaje tiene una fuerte
tendencia a mantener intacta su pauta fonética:
En términos generales diremos, pues, que las principales co-
incidencias y divergencias de las formas lingüísticas —
sistema fonético y morfología— son producto de la corriente
autónoma de transformación del lenguaje, no de rasgos ais-
lados y diseminados que se agrupan al acaso en un lugar o en
otro. El lenguaje es quizá el fenómeno social que más se re-
siste a influencias extrañas, el que más se basta a sí mismo.
Es más fácil suprimir del todo una lengua que desintegrar su
forma individual.115
De todos modos resulta muy difícil responder a la cuestión de
qué signifique, realmente, esta forma individual de un lengua-
je. Al enfrentarnos con esta cuestión nos hallamos siempre
ante un dilema. Tenemos que evitar dos extremos, dos solu-
ciones radicales que son inadecuadas cada una en un sentido.
Si la tesis de que todo lenguaje posee su forma singular impli-
114
Para detalles véase Bloomfield, op. cit., especialmente caps, V y VI.
115
Sapir, El lenguaje, p. 234. Sobre la diferencia entre "fonética" y
"fonología" véase Trubetzkoy, "La phonologie actuelle" en Journal
de Psychologie (París, 1933); vol. xxx. Según Trubetzkoy, la tarea
de la fonética consiste en estudiar los factores materiales del so-
nido del habla humana, las vibraciones del aire, todo lo correspon-
diente a los sonidos que producen los movimientos del que habla.
La fonología, en vez de estudiar el sonido físico, estudia los "fo -
nemas", es decir, los elementos constitutivos del sentido lingüístico.
Desde el punto de vista de la fonología, el sonido es únicamente el
"símbolo material del fonema". El fonema mismo es "inmaterial",
quiere decirse, que no es descriptible en términos físicos o fisioló-
gicos.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 213
cara que es inútil buscar rasgos comunes en el lenguaje
humano, tendríamos que reconocer que la mera idea de una
filosofía del lenguaje es un castillo en el aire. Pero lo que des-
de un punto de vista empírico se expone a objeciones no es
tanto la existencia cuanto la determinación clara de estos ras-
gos comunes. En la filosofía griega el término logos sugiere
siempre y conlleva la idea de una identidad fundamental entre
el acto de hablar y el de pensar. La gramática y la lógica se
concebían como dos ramas diferentes del conocimiento pero
que tenían el mismo objeto; hasta lógicos modernos cuyo sis-
tema se ha desviado grandemente de la lógica clásica aristoté-
lica han mantenido la misma opinión. John Stuart Mill, el
fundador de una lógica inductiva, sostenía que la gramática
constituye la parte más elemental de la lógica, porque repre-
senta el comienzo del análisis del proceso mental. Según Mill,
los principios y reglas de la gramática constituyen los medios
con los que se hacen corresponder las formas del lenguaje con
las formas universales del pensamiento, pero no se contentó
con esta afirmación. Supuso también que un sistema particular
de partes de la oración —que ha sido derivado de la gramática
latina y griega— posee una validez universal y objetiva. Las
distinciones entre las varias partes de la oración, entre los ca-
sos de los nombres, los modos y tiempos del verbo y las fun-
ciones de las partículas se consideraban por Mill como distin-
ciones mentales y no sólo verbales. "La estructura de cada
frase —nos dice—, es una lección de lógica." 116 Los progre-
sos de la investigación lingüística hicieron cada vez más in-
116
El párrafo siguiente está basado en mi artículo, "The Influence of
Language upon the Development of Scientific Thought", Journal of
Philosophy, XXXIX, N° 12 (junio, 1942), 309-27.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 214
sostenible esta posición, pues se fue reconociendo general-
mente que el sistema de las partes de la oración no presenta
un carácter fijo y uniforme sino que varía de un idioma a otro.
Se observó, además, que existen diversos rasgos de las len-
guas derivadas del latín que no pueden expresarse adecuada-
mente con los términos y categorías usuales en la gramática
latina. Los conocedores del francés subrayaron a menudo el
hecho de que la gramática francesa hubiera cobrado una for-
ma bien diferente de no haber sido escrita por los discípulos
de Aristóteles. Sostienen que la aplicación de las distinciones
de la gramática latina al inglés o al francés ha traído como
consecuencia varios errores graves y se ha convertido en un
obstáculo serio para la descripción, sin prejuicios, de los fenó-
menos lingüísticos.117 Muchas distinciones gramaticales que
nosotros pensamos que son fundamentales y necesarias pier-
den su valor o resultan verdaderamente inciertas tan pronto
como examinamos lenguajes que no pertenecen a la familia
indoeuropea. Parece, pues, una ilusión la existencia de un sis-
tema definido y único de partes de la oración que tendría que
ser considerado como un componente necesario del lenguaje y
del pensamiento racional.118
No quiere esto decir, necesariamente, que debamos renunciar
al viejo concepto de una "grammaire genérale et raisonnée",
una gramática general basada en principios racionales, pero
tenemos que definir de nuevo este concepto y formularlo en
un sentido nuevo. Sería un intento vano pretender colocar
todas las lenguas en el lecho de Procusto de un solo sistema
117
véase F. Brunot, La pensée et la langue (París, 1922).
118
Para más detalles véase Bloomfield, op. cit., pp. 6 s., y Sapir. op. cit., pp.
138 ss.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 215
de las partes de la oración. Varios lingüistas modernos han
llegado al punto de ponernos en guardia contra la expresión
"gramática general", pensando que representa más bien un
ídolo que un ideal científico.119 Semejante actitud radical no
ha sido compartida por todos los especialistas; se han hecho
esfuerzos serios por mantener y defender la concepción de
una gramática filosófica. Otto Jespersen escribió un libro de-
dicado especialmente a la filosofía de la gramática y en él
trató de demostrar que, fuera o por encima de las categorías
sintácticas, que dependen de la estructura de cada lenguaje tal
como se encuentra en la actualidad, existen otras categorías
que son independientes de los hechos más o menos acciden-
tales de las lenguas existentes. Son universales por lo mismo
que se pueden aplicar a todas las lenguas. Jespersen proponía
que se las denominara categorías "nocionales" y consideraba
como una tarea gramatical la investigación en cada caso de la
relación entre las categorías nocionales y las sintácticas. El
mismo punto de vista ha sido expresado por otros especialis-
tas como, por ejemplo, Hjelmslev y Brondal.120 Según Sapir,
cada lengua contiene ciertas categorías necesarias e indispen-
sables junto a otras que ofrecen un carácter más accidental. 121
La idea de una gramática general o filosófica no ha sido, co-
mo vemos, invalidada por el progreso de la investigación lin-
güística, si bien ya no podemos esperar trazar semejante
gramática con los medios simples que fueron utilizados en
119
Véase, por ejemplo, Vendryes, Le langage (París, 1922), p. 193.
120
Véase Hjelmslev, Príncipes de grammaire genérale, Copenhague, 1928.
Brondal, Ordklasserne. Resume: Les par-ties du discours, partes oratio-
nis, Copenhague, 1928.
121
Sapir, op. cit., pp. 124 ss.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 216
intentos anteriores. El habla humana no sólo tiene que cumplir
una tarea lógica universal sino también una tarea social, que
depende de las condiciones sociales específicas de la comuni-
dad lingüística, por lo tanto, no podemos esperar una iden-
tidad real, una correspondencia unívoca entre las formas gra-
maticales y las lógicas. Un análisis empírico y descriptivo de
las formas gramaticales se propone una tarea diferente y con-
duce a resultados distintos que el análisis estructural que se
nos ofrece, por ejemplo, en la obra de Carnap Sintaxis lógica
del lenguaje.
3
Para encontrar el hilo de Ariadna que nos guíe por este com-
plicado laberinto del lenguaje humano podemos seguir un
procedimiento doble: tratar de buscar un orden lógico y sis-
temático o un orden cronológico y genético. En el segundo
caso procuramos reducir los diversos lenguajes y los varios
tipos lingüísticos a una etapa anterior relativamente simple y
amorfa. Intentos semejantes fueron llevados a cabo a menudo
por lingüistas del siglo XIX, al extenderse la opinión de que el
lenguaje humano, antes de que pudiera alcanzar su forma ac-
tual, tuvo que pasar por una etapa en la que no existía forma
sintáctica o morfológica definidas. Al principio se componía
de elementos simples, de raíces monosilábicas. El romanti-
cismo favoreció esta opinión. Guillermo Schlegel propuso una
teoría según la cual el lenguaje se desenvolvía a partir de un
estado anterior amorfo e inorganizado; de este estado pasaba,
en un orden fijo, a otras etapas más avanzadas, de aislamiento,
de aglutinación y de flexión. Los lenguajes flexivos represen-
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 217
tan, según Schlegel, la última etapa en esta evolución y son
los realmente orgánicos. Un análisis descriptivo completo ha
destruido en la mayoría de los casos las pruebas en que se
basaban estas teorías. En el caso del idioma chino, que era
citado corrientemente como ejemplo del lenguaje compuesto
de raíces monosilábicas, se hizo ver como probable que su
etapa actual monosilábica fue precedida por otra etapa flexi-
va.121bis No conocemos ninguno desprovisto de elementos
formales o estructurales, aunque la expresión de las relaciones
formales, tales como la diferencia entre sujeto y objeto, entre
atributo y predicado, varíe ampliamente de lengua a lengua.
Un lenguaje sin forma no sólo parece ser una construcción
histórica altamente dudosa sino una contradicción en los
términos. Los lenguajes de los pueblos menos civilizados, en
modo alguno carecen de forma; por el contrario, muestran
casi siempre una estructura muy complicada. A. Meillet, un
lingüista moderno con un conocimiento amplísimo de las len-
guas del mundo, afirma que ningún idioma conocido nos pro-
porciona la más pequeña idea de lo que pudo ser el lenguaje
primitivo. Todas las formas del lenguaje humano son per-
fectas en el sentido en que logran expresar sentimientos y
pensamientos humanos en una forma clara y apropiada. Los
llamados lenguajes primitivos concuerdan tanto con las con-
diciones de la civilización primitiva y con la tendencia general
de la mente primitiva como nuestros propios lenguajes con los
fines de nuestra cultura refinada y elaborada. En las lenguas
de la familia bantú, por ejemplo, cada sustantivo pertenece a
una clase definida y cada una de estas clases se halla caracte-
121bis
Véase B. Karlgren, "Le Proto-Chinois, langue flexio nelle", Journal asiatique
(1902).
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 218
rizada por un prefijo especial que no aparece sólo en los nom-
bres sino que tiene que ser repetido, de acuerdo con un siste-
ma muy complicado de concordancias y congruencias, en
todas las otras partes de la oración que se refieren al nom-
bre.122
La variedad de los diversos idiomas y la heterogeneidad de
los tipos lingüísticos se ofrece en una luz muy diferente según
se los considere desde un punto de vista filosófico o científi-
co. El lingüista goza con esta variedad; se sumerge en el oc-
éano del habla humana sin esperanzas de tocar el fondo. En
todas las épocas, la filosofía se ha movido en la dirección
opuesta; Leibniz insistía en que, sin una characteristica gene-
ralis nunca encontraríamos una scientia generalis. La moderna
lógica simbólica sigue la misma tendencia, pero aunque se
realizara este propósito, una filosofía de la cultura tendría que
enfrentarse todavía con el mismo problema. En un análisis de
la cultura tenemos que aceptar los hechos de su forma concre-
ta, en toda su diversidad y divergencia, La filosofía del len-
guaje se enfrenta en este caso con el mismo dilema que asoma
en el estudio de toda forma simbólica. La misión más alta, y
hasta la única, de estas formas radica en unir a los hombres;
pero ninguna de ellas puede promover esta unidad sin, al
mismo tiempo, dividir y separar a los hombres. De este modo,
lo que estaba destinado a asegurar la armonía y la cultura se
convierte en la fuente de las discordias y disensiones más pro-
fundas. Es la gran antinomia, la dialéctica de la vida religio-
sa.123 La misma dialéctica asoma en el lenguaje humano. Sin
122
Para más detalles véase C. Mainhof, Grundzüge einer vergleichenden
Grammatik der Bantu Sprachen (Berlín, 1906).
123
Véase cap. VII, pp. 110 s.
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él, no habría comunidad de hombres y, sin embargo, ningún
obstáculo más serio se opone a tal comunidad que la diversi-
dad de las lenguas. El mito y la religión se niegan a considerar
esta diversidad como un hecho necesario e ineludible; lo atri-
buyen, más bien, a la falta o culpa del hombre que no a su
constitución original y a la naturaleza de las cosas. En varias
mitologías encontramos chocantes analogías con el relato
bíblico de la Torre de Babel. También en los tiempos moder-
nos el hombre ha sentido una gran nostalgia por esa edad do-
rada en la que la humanidad poseía un único lenguaje; se
vuelve la mirada a esta etapa primigenia como a un paraíso
perdido. El viejo sueño de una lingua adámica —del lenguaje
real de los primeros antepasados del hombre, una lengua que
no se compondría exclusivamente de signos convencionales
sino que expresaría, más bien, la verdadera naturaleza y esen-
cia de las cosas— tampoco se disipó por completo en el cam-
po de la filosofía. El problema de la lingua adamica siguió
siendo discutido seriamente por los filósofos y por los místi-
cos del siglo XVII.124
Sin embargo, la unidad verdadera del lenguaje, caso de que
exista tal unidad, no puede ser de tipo sustancial, sino que
debe ser definida como unidad funciona] que no presupone
una identidad material-formal. Dos lenguajes diferentes pue-
den representar extremos opuestos tanto en lo que se refiere a
su sistema fonético como a su sistema de partes de la oración,
pero esto no impide que cumplan con la misma finalidad en la
vida de la comunidad lingüística. Lo decisivo no es la varie-
124
Véase, por ejemplo, Leibniz, Nouveaux essais sur 1' entend ement
humain, lib. III, cap. II.
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dad de los medios sino su adecuación y congruencia con el
fin. Podemos pensar que este fin común se alcanza con mayor
perfección en un tipo lingüístico que en otro. El mismo Hum-
boldt que, de un modo general, se resistía a juzgar el valor de
un idioma particular, consideraba, sin embargo, las lenguas de
flexión como una especie de modelos de excelencia. Para él la
forma flexiva constituía "la única forma legal, la única forma
completamente consecuente y que sigue reglas estrictas" (op.
cit., VII, Parte II, p. 162). Los lingüistas modernos nos ponen
en guardia contra semejantes juicios, nos dicen que no po-
seemos un patrón común y único para apreciar el valor de los
tipos lingüísticos. Al compararlos, podrá parecer que uno pre-
senta ventajas definidas sobre otros, pero un análisis más de-
tenido nos hará ver que aquello que considerábamos como
defecto de un tipo determinado puede ser compensado y equi-
librado por otras ventajas. "Si queremos comprender el alma
verdadera del lenguaje —nos dice Sapir—, debemos liberar
nuestro espíritu de los 'valores' predilectos y acostumbrarnos a
contemplar el inglés y el hotentote con el mismo desprendi-
miento imparcial y con el mismo interés" (op. cit., p. 145).
Si la finalidad del lenguaje humano consistiera en copiar o
imitar el orden dado o acabado de las cosas nos sería muy
difícil mantener esta despreocupación. No podríamos evitar la
conclusión de que, después de todo, una de las copias era la
mejor; que una de ellas estaba más cerca del original que la
otra. Pero si atribuimos al lenguaje una función productiva y
constructiva mejor que una función meramente reproductora,
nuestro juicio será bien diferente. En tal caso, lo que tiene
importancia capital no es la "obra" del lenguaje sino su
"energía". Para medirla habrá que estudiar el proceso lingüís-
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 221
tico mismo, en lugar de limitarse a analizar su resultado, su
producto.
Los psicólogos coinciden en subrayar que, sin una visión de la
verdadera naturaleza del lenguaje humano, nuestro conoci-
miento del desarrollo de la psique humana será fragmentario e
inadecuado. Subsiste todavía una considerable incertidumbre
respecto a los métodos de una psicología del lenguaje. Ya
estudiemos los fenómenos en un laboratorio psicológico o
fonético o nos apoyemos en métodos exclusivamente intros-
pectivos, sacamos siempre la misma impresión de que estos
fenómenos son tan evanescentes y huidizos que desafían to-
dos los esfuerzos de estabilización. ¿En qué consiste entonces
esa diferencia fundamental entre la actitud mental que atri-
buimos a una criatura sin habla —un ser humano antes de la
adquisición del lenguaje o un animal— y esa otra contextura
de la mente que caracteriza a un adulto que ha dominado por
completo su lengua materna?
Cosa curiosa: es más fácil contestar a esta pregunta sirviéndo-
se de ejemplos anormales del desarrollo del lenguaje. Las
consideraciones que hicimos de los casos de Helen Keller y
Laura Bridgman125 ilustraron el hecho de que con la primera
comprensión del simbolismo del lenguaje tiene lugar una re-
volución real en la vida del niño. Desde este momento toda su
vida personal e intelectual asume una forma completamente
nueva. De una manera general podemos describir el cambio
diciendo que el niño pasa de un estado más subjetivo a otro
estado más objetivo, de una actitud puramente emotiva a una
actitud teórica. Lo mismo podemos observar en la vida de
125
Véase cap. m, pp. 59-65.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 222
cualquier niño normal, aunque en un grado mucho menos
espectacular; el niño mismo posee un claro sentido de la sig-
nificación del nuevo instrumento para su desarrollo mental.
No se contenta con que le enseñen en forma puramente recep-
tiva sino que toma una parte activa en el proceso del lenguaje,
que es, al mismo tiempo, un proceso de objetivación progresi-
va. Los maestros de Helen Keller y Laura Bridgman nos han
contado con qué seriedad e impaciencia las dos criaturas, una
vez que comprendieron el uso de los nombres, continuaban
preguntando por el nombre particular de cada objeto en su
contorno. 126 También es éste un rasgo general en el desarrollo
normal del lenguaje. "Con el comienzo del mes veintitrés —
dice D. R. Major—, el niño ha desarrollado una manía de
nombrar cosas, de comunicar a otros sus nombres o de llamar
nuestra atención sobre las cosas que está examinando. Mirará,
señalará o pondrá su mano sobre una cosa; dirá su nombre y
mirará a sus compañeros." (First Steps in Mental Growth,
Nueva York, Macmillan, 1906, pp. 321 s.) Semejante actitud
no sería comprensible si no fuera por el hecho de que el nom-
bre tiene que realizar una función de importancia capital en el
desarrollo mental del niño. Si, cuando está aprendiendo a
hablar, un niño no tuviera más que aprender un cierto vocabu-
lario, imprimir en su mente y en su me-moría una gran masa
de sonidos artificiales y arbitrarios, nos hallaríamos en pre-
sencia de un proceso puramente mecánico. Sería verdadera-
mente laborioso y cansado, y requeriría un esfuerzo demasia-
do consciente para que lo hiciera sin cierta resistencia, pues lo
que se le pedía estaría totalmente desconectado de sus nece-
sidades biológicas reales. El hambre de nombres que aparece
126
Véase cap. m, pp. 60 ss.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 223
a cierta edad en todo niño normal y que ha sido descrita por
todos los que estudian la psicología infantil,127 prueba lo con-
trario. Nos advierte que nos hallamos frente a un problema
bien diferente. Cuando aprende a nombrar cosas, no añade
una lista de signos artificiales a su conocimiento previo de
objetos empíricos acabados, más bien, aprende a formar el
concepto de estos objetos, a entendérselas con el mundo obje-
tivo. De este modo el niño se halla en un terreno más firme;
sus percepciones vagas, inciertas y oscilantes, y sus tenues
sentimientos empiezan a cobrar una forma nueva. Podemos
decir que cristalizan en torno al nombre como un centro fijo,
como un foco del pensamiento. Sin su ayuda cada avance rea-
lizado en el proceso de la objetivación correría el riesgo de
perderse de nuevo en el próximo momento. Los primeros
nombres de que hace un uso consciente pueden ser compara-
dos con un bastón con cuya ayuda un ciego se va abriendo
camino. Un lenguaje, tomado en conjunto, se convierte en la
puerta de entrada a un nuevo mundo. Todos los progresos en
este terreno abren una nueva perspectiva y ensanchan y enri-
quecen nuestra experiencia concreta. La seriedad y entusias-
mo por hablar no se origina en un mero deseo por aprender o
usar nombres; marcan el deseo de detectar y conquistar un
mundo objetivo.128
Cuando aprendemos un idioma extranjero podemos someter-
nos a nosotros mismos a una experiencia semejante a la del
127
Véase, por ejemplo, Clara y William Stern, Die Kindersprache (Leipzig,
1907), pp. 175 ss.
128
Para un examen más detallado de este problema véase Cassirer, "Le
langage et la construction du monde des objets", Journal de psycholo-
fie, XXXe année (1933), pp. 84-94.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 224
niño; no basta con adquirir nuevo vocabulario o con familiari-
zarnos con un sistema de reglas gramaticales abstractas. Todo
esto es necesario, pero no más que el primero y menos impor-
tante de los pasos a realizar. Si no aprendemos a pensar en el
nuevo lenguaje, todos nuestros esfuerzos serán estériles; en la
mayoría de los casos nos resulta muy difícil conseguir este
propósito. Lingüistas y psicólogos han planteado a menudo la
cuestión de cómo es posible que un niño realice por su propio
esfuerzo una tarea que ningún adulto efectúa del mismo modo
o tan bien. Acaso podamos contestar a esta cuestión escabrosa
considerando de nuevo nuestro análisis anterior. En un estado
ulterior y más avanzado de nuestra vida consciente nunca po-
demos repetir el proceso que nos condujo a la primera entrada
en el mundo del habla humana. En la frescura, en la agilidad y
elasticidad de la primera infancia este proceso tiene un sentido
bien diferente. Resulta bastante paradójico que la dificultad
real consiste mucho menos en aprender el nuevo idioma que
en olvidar el idioma anterior. No nos hallamos ya en la situa-
ción mental del niño que, por primera vez, se acerca a la cap-
tación del mundo objetivo. Para el adulto el mundo objetivo
posee una forma definida, como resultado de la actividad del
lenguaje que, en cierto sentido, ha modelado todas nuestras
otras actividades. Nuestras percepciones, intuiciones y con-
ceptos se han fundido con los términos y formas lingüísticas
de nuestra lengua materna. Son menester grandes esfuerzos
para romper el vínculo entre las palabras y las cosas; al apren-
der un nuevo idioma tenemos que realizar semejantes es-
fuerzos y separar los dos elementos. La superación de esta
dificultad señala siempre importante paso en el aprendizaje de
una lengua; cuando penetramos en el espíritu de un idioma
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 225
extranjero tenemos siempre la impresión de irnos acercando a
un mundo nuevo, un mundo que posee una estructura intelec-
tual propia. Es como un viaje de exploración en un país extra-
ño, y la mayor ganancia de semejante viaje la representa que
hayamos aprendido a mirar a nuestra lengua materna a una
nueva luz. "Quien no conoce idiomas extranjeros tampoco
conoce el suyo propio", decía Goethe.129 Mientras no co-
nocernos idiomas extranjeros ignoramos, en cierto sentido, el
nuestro, porque no alcanzamos a ver su estructura específica y
sus rasgos distintivos. Una comparación entre diferentes
idiomas nos indica que no existen sinónimos exactos; los
términos correspondientes de dos idiomas rara vez se refieren
a los mismos objetos o acciones, cubren diferentes campos
que se cruzan y nos proporcionan visiones multicolores y
perspectivas varias de nuestra experiencia.
Esto se ve con especial claridad al considerar los métodos de
clasificación empleados en lenguajes diferentes, especialmen-
te si corresponden a tipos lingüísticos diversos. La clasifica-
ción es uno de los rasgos fundamentales del lenguaje humano.
El acto de designación depende de un proceso de clasifica-
ción. Dar nombre a un objeto o a una acción significa subsu-
mirla bajo un cierto concepto de clase; si esta subsunción es-
tuviera ya prescrita por la naturaleza de las cosas, sería única
y uniforme. Los nombres que encontramos en el lenguaje
humano no pueden ser interpretados de esta forma invariable,
no están destinados a referirse a cosas sustanciales, entidades
independientes que existen por sí mismas. Se hallan determi-
nados, más bien, por los intereses y los propósitos humanos,
129
"Sprüche in Prosa", Werke, LXII, II, 118.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 226
que no son fijos e invariables. Tampoco las clasificaciones
que encontramos en el lenguaje humano se hacen al azar; se
basan en ciertos elementos constantes y recurrentes de nuestra
experiencia sensible. Sin semejantes recurrencias no tendría-
mos punto de apoyo para nuestros conceptos lingüísticos, pero
la combinación o separación de los datos perceptivos depende
de la elección libre de una trama de referencia. No existe un
esquema rígido y preestablecido con arreglo al cual tendrían
que llevarse a cabo, de una vez por todas, nuestras divisiones
y subdivisiones. Ni siquiera en lenguas muy afines y que con-
cuerdan en su estructura general encontramos nombres idénti-
cos. Como señala Humboldt, los términos griegos y latinos
para designar la luna, no expresan, aunque se refieren al
mismo objeto, la misma intención o concepto. El término
griego (men) denota la función de la luna para medir el tiem-
po; el término latino (luna, luc-na) denota la luminosidad o
brillantez de la luna. De este modo hemos aislado y concen-
trado nuestra atención en dos rasgos diferentes del objeto,
pero el acto mismo, el proceso de concentración, es idéntico.
El nombre de un objeto no encierra pretensión sobre su natu-
raleza; no está destinado a ser cernos la
verdad de una cosa. La función de un nombre se limita siem-
pre a subrayar un aspecto particular de una cosa y, precisa-
mente, de esta restricción y limitación depende su valor. No
es función de un nombre referirse exhaustivamente a una si-
tuación concreta sino, simplemente, la de destacar un cierto
aspecto y morar en él. El aislamiento de este aspecto no es un
acto negativo sino positivo, porque en el acto designativo es-
cogemos de entre la multiplicidad y difusión de nuestros datos
sensibles ciertos centros fijos de percepción y no son los
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 227
mismos que en el pensamiento lógico o científico. Los térmi-
nos del lenguaje corriente no pueden ser medidos con el mis-
mo rasero que aquellos con los que expresamos conceptos
científicos. Comparadas con la terminología científica, las
palabras del lenguaje común muestran siempre cierta vague-
dad; casi sin excepción, son tan distintas y mal definidas que
no resisten la prueba del análisis lógico. A pesar de esta defi-
ciencia inevitable, inherente a los términos y nombres de uso
diario, son las piedras miliares del camino que conduce a los
conceptos científicos; en estos términos recibimos nuestra
primera visión objetiva o teórica del mundo. Semejante visión
no está simplemente dada sino que es el resultado de un es-
fuerzo intelectual constructivo que no podría conseguir su
meta sin la asistencia constante del lenguaje.
Esta meta, sin embargo, no puede ser alcanzada en ningún
tiempo. La ascensión a niveles más altos de abstracción, a
nombres e ideas más generales y comprensivos, es una tarea
difícil y laboriosa. El análisis del lenguaje nos provee de una
riqueza de materiales para estudiar el carácter del proceso
mental que conduce finalmente a la realización de esa tarea.
El lenguaje humano progresa de una etapa primera, relativa-
mente concreta, a una etapa más abstracta; nuestros primeros
nombres son concretos, se adhieren a la aprehensión de
hechos o acciones particulares. Todas las sombras o matices
que encontramos en nuestra experiencia concreta son descri-
tos minuciosa y circunstancialmente, pero no son subsumidos
bajo géneros comunes. Hammer-Purgstall ha enumerado en
un ensayo los diversos nombres con que se designa al camello
en árabe. Encontramos no menos que cinco o seis mil tér-
minos y, sin embargo, ninguno de ellos nos proporciona un
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 228
concepto biológico general. Todos ellos expresan detalles
concretos que se refieren a la forma, el tamaño, el color, la
edad y la manera de andar del animal.130 Estas divisiones se
hallan muy lejos de cualquier clasificación científica o sis-
temática, pero sirven a propósitos bien diferentes. En diversos
lenguajes de tribus aborígenes americanas encontramos una
abundancia sorprendente de términos para una acción particu-
lar como, por ejemplo, pasear o golpear, que guardan entre sí
una relación de yuxtaposición más que de subordinación. Un
golpe dado con el puño no puede ser descrito con el mismo
término que el que se da con la palma de la mano, y un golpe
con un arma requiere un nombre distinto que el golpe con un
látigo o con un palo.131 En su descripción de la lengua bakairi
—que se habla por una tribu india del centro del Brasil— Karl
von den Steinen nos cuenta que cada especie de papagayo y
de palmera posee su nombre particular, mientras que no existe
nombre que exprese el género papagayo o palmera. "Los ba-
kairi se apegan tanto a las numerosas nociones particulares
que no les interesan las características comunes. Están sor-
prendidos por la abundancia del material y no pueden mane-
jarlo con economía. No poseen más que moneda fraccionaria,
pero en ella son más bien excesivamente ricos." (Unter den
Naturvölkern Zentral-Brasiliens, p. 81.) En realidad no existe
una medida uniforme en lo que respecta a la riqueza o pobreza
de un determinado lenguaje. Toda clasificación es dirigida y
dictada por necesidades especiales, y es claro que estas nece-
130
Véase Hammer-Purgstall, Wiener Akademie, Philosaph.-histor. Kl., vols. VI y
VII (1885 y s.).
131
Para más detalles véase Philosophie der symbolischen Formen, I, 257
ss.
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 229
sidades varían de acuerdo con las diferentes condiciones de la
vida social y cultural del hombre. En la civilización primitiva
prevalece necesariamente el interés por los aspectos concretos
y particulares de las cosas, el lenguaje humano se conforma a
esto y se acomoda a ciertas formas de la vida humana. Para
una tribu india no es posible ni tampoco necesario un interés
por los universales; le basta y le es más importante distinguir
los objetos por ciertas características visibles y palpables. En
algunos idiomas, una cosa redonda no puede ser tratada de la
misma manera que una cosa cuadrada u oblonga, porque per-
tenecen a géneros diferentes, que son distinguidos valiéndose
de medios lingüísticos especiales, por ejemplo, el uso de pre-
fijos. En las lenguas de la familia bantú encontramos no me-
nos de veinte especies de nombres genéricos. En las lenguas
de las tribus aborígenes americanas como, por ejemplo, la de
los algonquinos, algunos objetos pertenecen al género animal,
otros al género inanimado. También en este caso es fácil de
comprender cómo y por qué esta distinción tiene que parecer,
desde el punto de vista de la mente primitiva, de un interés
particular y de una importancia vital. Se trata de una diferen-
cia mucho más característica y llamativa que la que es expre-
sada en nuestros nombres genéricos lógico-abstractos. Este
mismo paso lento de los nombres concretos a los abstractos
podemos observar en la designación de las cualidades de las
cosas. En algunos lenguajes encontramos una abundancia de
los nombres que designan colores; cada forma concreta de un
color dado posee su nombre especial mientras que faltan nues-
tros términos generales, azul, verde, rojo, etc. Los nombres de
los colores varían según la naturaleza de los objetos: una pa-
labra para gris se puede usar, por ejemplo, al hablar de la lana
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Ernst Cassirer - Antropología Filosófica - pág. 230
y otra para los caballos, otra para el ganado y todavía otra
cuando se habla del cabello de los hombres o de otros anima-
les.132 Lo mismo se puede decir en cuanto a la categoría de los
números: se requieren numerales diferentes según los refira-
mos a clases diferentes de objetos 133. La extensión a concep-
tos y categorías universales parece, pues, realizarse lentamen-
te en el desarrollo del lenguaje humano; pero cada nuevo
avance en esta dirección conduce a una visión más amplia, a
una organización y orientación mejores de nuestro mundo
perceptivo.
132
Véanse los ejemplos que presenta Jespersen en Lan guage, p. 429.
133
Para más detalles véase Philosophie der symbolischen formen, I, p.
188.
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