Hechos 8,1-28

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LFV 344

HECHOS 8:1-28

En este capítulo tenemos la conversión del Eunuco Etíope. Acabamos de


llegar a la segunda división mayor del libro de los Hechos. Usted recordará
que habíamos dividido este libro según la comisión del Señor dada en el
capítulo 1, versículo 8. Primero debían testificar en Jerusalén; después en
Judea; luego en Samaria, y por último a todo el mundo. Pues bien,
llegamos ahora a la segunda sección que describe la obra del Señor
Jesucristo mediante el Espíritu Santo, a través de los apóstoles en Judea y
en Samaria. Esta sección del libro incluye los capítulos 8 hasta el 12.

Ahora, usted recordará que el capítulo 7 concluyó con una escena muy
extraña. Incluía a dos jóvenes que tuvieron una influencia muy grande
sobre la Iglesia primitiva. Uno de ellos era Esteban, diácono, un joven que
entregó su vida como primer mártir de la Iglesia. El otro era un joven
fariseo que aprobó el apedreamiento de Esteban. Y su nombre era Saulo.
Leamos pues el primer versículo de este capítulo 8 de los Hechos:

1
Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran
persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos, salvo los
apóstoles, fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria.

Saulo desempeñó el principal papel en la persecución de Esteban. Ahora,


este joven Saulo de Tarso se había admirado cuando vio el rostro de
Esteban. Esteban había mirado al cielo y dijo que allí estaba viendo al Hijo
del Hombre, a Jesús, a la derecha de Dios. Este joven Saulo también miró
hacia arriba, pero no vio nada. Pero, estimado oyente, seguramente habrá
deseado ver algo. Más adelante, el también contemplaría algo. Era un
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fariseo muy devoto. Y creemos que Esteban fue quien preparó a Saulo para
la aparición del Señor Jesús en el camino de Damasco.

Saulo llegó a ser el perseguidor principal de la Iglesia. Esto hizo que la


Iglesia se dispersara, lo que realmente, contribuyó al crecimiento de la
Iglesia. Todos los creyentes habían permanecido establecidos en Jerusalén,
y no creemos que hubieran salido si no hubiera sido por causa de la
persecución que Saulo había instigado.

Según el versículo 8 del capítulo 1 de los Hechos, Judea y Samaria eran los
próximos territorios en los cuales el Señor les había mandado que entraran.
Judea abarcaba los alrededores de Jerusalén, y Samaria la región al norte de
Jerusalén. Continuemos leyendo los versículos 2 y 3 de este capítulo 8 de
los Hechos:

2
Unos hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran
llanto sobre él. 3Saulo, por su parte, asolaba la iglesia; entrando casa
por casa, arrastraba a hombres y mujeres y los enviaba a la cárcel.

Éste era un joven fanático. Recordemos que más tarde escribió de sí


mismo en su carta a los Filipenses, capítulo 3, versículo 6, diciendo: “…en
cuanto a celo, perseguidor de la iglesia.” Leamos ahora el versículo 4 del
capítulo 8 de este libro de los Hechos:

4
Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el
evangelio.

Aquí vemos el efecto de la persecución. En realidad, no estorbó a la iglesia


sino que promovió el crecimiento de la iglesia. Más tarde, el apóstol Pablo
daría este mismo tipo de testimonio después de que fuese echado en la
cárcel de Roma. En su carta a los Filipenses, capítulo 1, versículo 12,
escribió: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han
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sucedido, han contribuido más bien al progreso del evangelio.” No


creemos que la Iglesia pueda ser dañada desde fuera. Puede ser dañada
desde dentro, como veremos más tarde en este capítulo. Llegamos ahora a
un párrafo que nos dice que

FELIPE SE CONVIRTIÓ EN EL TESTIGO PRINCIPAL DESPUÉS


DE LA MUERTE DE ESTEBAN

Ahora, se nos presenta a Felipe, el segundo diácono, aquel que Dios usó de
una manera maravillosa. Y esto ya lo vimos en el versículo 5. Leamos el
versículo 5, de ese capítulo 8 de Hechos:

5
Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a
Cristo.

El Señor Jesús había dicho que debían serle testigos en Jerusalén, en


Judea, y en Samaria. Ahora vemos que la Palabra se extendió hasta
Samaria. Continuemos, versículo 6:

6
La gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe,
oyendo y viendo las señales que hacía,

Recordemos que Esteban había ejercido dones junto con señales, y ahora
vemos que a Felipe le fueron dados aquellos mismos dones. Ahora, no
todos los tenían. Fueron dados a los que ocupaban puestos de autoridad, a
quienes llevaban la Palabra de Dios al mundo. Llegó el día cuando
aquellos dones acompañados de señales desaparecieron. Desaparecieron
después de los tiempos de los apóstoles. Cuando el canon de la Escritura
fue completado y establecido, las credenciales de un verdadero hombre de
Dios consistían en una doctrina Bíblica correcta, antes que en aquellas
señales. Continuemos con los versículos 7 y 8 de este capítulo 8 de los
Hechos:
4

7
pues de muchos que tenían espíritus impuros, salían estos lanzando
gritos; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; 8así que había gran
gozo en aquella ciudad.

El evangelio había llegado entonces a Samaria. Felipe fue bien recibido en


Samaria y allí el evangelio trajo gran alegría. Veremos ahora que, debido a
que la Iglesia estaba creciendo rápidamente, se añadían a la iglesia
personas que no eran creyentes. Pero aunque eran no creyentes, hacían una
profesión de fe, es decir, manifestaban ser cristianos. Y conoceremos
ahora a uno de estos. Leamos el versículo 9 de este capítulo 8 de los
Hechos, donde se comienza a hablar de

SIMÓN EL MAGO

9
Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en
aquella ciudad y que había engañado a la gente de Samaria haciéndose
pasar por alguien importante.

Este hombre alegaba tener un don que era acompañado de señales,


atribuyéndose gran importancia. Continuemos con los versículos 10 y 11
de este capítulo 8 de los Hechos:

10
A este oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más
grande, y decían: «Éste es el gran poder de Dios».
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Estaban atentos a él, porque con sus artes mágicas los había
engañado por mucho tiempo.

Estos hombres creían que Simón el mago era como un dios. Y lo mismo
que le ocurrió a esa gente, hay muchos hoy que son engañados. Estimado
oyente, no sea usted engañado por algún hombre ni por su aparente poder.
Aun si alguien está predicando la Palabra de Dios, no mire al hombre.
Mire a la Palabra de Dios y compruebe si la está presentando con exactitud.
Mire a Dios. Vuélvase a Él. Cuando fijamos la mirada en una persona con
admiración, la apartamos del Señor Jesucristo. Y eso es lo que le ocurrió a
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la gente en Samaria. Ahora, leamos el versículo 12:

12
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino
de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.

Felipe predicó el evangelio en Samaria, y muchos hombres y mujeres


creyeron. Simón se encontró con Felipe y al parecer, hizo una profesión de
fe bajo el ministerio de Felipe. Creemos que Simón fue el primer estafador
religioso en la Iglesia pero, desafortunadamente, no el último. Profesó ser
creyente durante el movimiento de renovación de grandes repercusiones
que tuvo lugar en Samaria, durante la visita de Felipe. Ahora, el versículo
13 dice:

13
También creyó Simón mismo, y después de bautizado estaba siempre
con Felipe; y al ver las señales y grandes milagros que se hacían, estaba
atónito.

Simón cumplió todo el ritual externo. Profesó creer, pero no experimentó


una fe salvadora; fue bautizado y llegó a ser amigo de Felipe. Sin embargo,
no se convirtió. Ahora, fíjese usted que había otros también que decían ser
creyentes, pero que no eran salvos. No habían experimentado un nuevo
nacimiento espiritual. Tenían un conocimiento sólo intelectual y
acompañaban a los otros creyentes, pero en realidad no eran salvos. Estos
quizás hasta habían sido bautizados con agua, pero no habían sido
bautizados y unidos a la iglesia de Jesucristo por el Espíritu Santo.

Hay mucha gente también hoy como Simón el Mago. Recibimos muchas
cartas de oyentes que nos cuentan que desde que han estado estudiando la
Biblia por medio de nuestro programa La Fuente de la Vida, han
comenzado a examinar su fe. Muchos se han dado cuenta de que han
estado simplemente reuniendo o acompañando a otras personas, pero que
ellos mismos no han sido genuina personalmente convertidos. Ahora, es
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necesario que nos examinemos. El apóstol Pablo dijo lo siguiente, en su


segunda carta a los Corintios, capítulo 13, versículo 5: “Examinaos a
vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.”
Es conveniente examinarse, para comprobar si usted está en la fe o no.
Este hombre, Simón, tenía todos las señales externas que le identificaban
como un cristiano. Respondió que creía en Jesús, y por tanto fue
bautizado. Pero en realidad, no era salvo. No tenía una fe genuina.
Leamos los versículos 14 al 16 de este capítulo 8 de los Hechos:

14
Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria
había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15los
cuales, una vez llegados, oraron por ellos para que recibieran el
Espíritu Santo, 16pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos,
sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.

Cuando los apóstoles se enteraron de que había un gran movimiento del


Espíritu en Samaria, enviaron a Pedro y a Juan para verificarlo. Y hallaron
un gran grupo de creyentes que profesaban, pero que realmente no habían
sido renacidos espiritualmente. No habían sido bautizados por el Espíritu
Santo para formar parte de la iglesia. El Espíritu de Dios no moraba en
ellos. No eran salvos. Habían cumplido meramente una ceremonia
externa. Y estimado oyente, el ser bautizado en agua o cumplir alguna otra
ceremonia no le hará cristiano. Esto nos da los antecedentes para
explicarnos por qué Simón había logrado aprovecharse de los demás. Y le
gustaba la idea de hacer milagros. Ahora, leamos el versículo 17:

17
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Es posible que Felipe no hubiera explicado todos los hechos y las


condiciones del evangelio. O puede ser que ellos no los hubieran aceptado.
En todo caso, se dirigieron a los apóstoles. Ahora creían al evangelio y
creían en el Señor Jesucristo. Y ahora, el Espíritu de Dios había entrado en
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ellos.

Creemos que es necesario considerar esto a la luz de su contexto histórico.


La comisión fue dada a los apóstoles para que abrieran cada nueva región
al Evangelio. En el día de Pentecostés, el Evangelio fue proclamado en
Jerusalén. Después, Pedro y Juan debían propagarlo a Samaria y a Judea.
El apóstol Pablo sería el apóstol a los no judíos. Así fue cómo se planteó la
comisión encargada por Jesús. Y ahora, la vemos cumpliéndose aquí en
Samaria. Leamos ahora los versículos 18 y 19 de este capítulo 8 de los
Hechos:

18
Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los
apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19diciendo:
—Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo
imponga las manos reciba el Espíritu Santo.

Simón el mago, quería pagar por el don. ¿Por qué? Porque este hombre
era un estafador religioso. Quería emplearlo para ganancia propia.
¡Cuántas alegaciones similares han sido hechas desde entonces!

La persecución de fuera no dañó a la Iglesia. Dispersó a los creyentes y,


como ya hemos indicado, en realidad ayudó para la extensión del
evangelio. Lo que dañó a la Iglesia fue la entrada de personas que
profesaban ser creyentes cuando en realidad no lo eran. La Iglesia siempre
resulta dañada desde sus mismas filas. Lo mismo ocurrió con el Señor
Jesús. Fue traicionado desde dentro. Uno de Sus propios discípulos le
traicionó ante Su nación. Y su propia nación le traicionó ante el Imperio
Romano, y el Imperio Romano le crucificó.

Y todavía ocurre lo mismo en el día de hoy. La Iglesia es traicionada desde


dentro. Recordemos el caballo de madera que fue traído a la ciudad de
Troya. La ciudad era impenetrable. Era invulnerable hasta que el caballo
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fue introducido en la ciudad. El diablo comenzó por perseguir a la Iglesia,


luchando contra ella desde fuera. Y descubrió que no tenía éxito, porque la
persecución simplemente difundía el evangelio. Entonces, decidió
comenzar su trabajo desde dentro. Y allí es donde se pudo introducir y
hacerle verdadero daño. Bien, continuemos con los versículos 20 y 21 de
este capítulo 8 de los Hechos:

20
Entonces Pedro le dijo:
—Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se
obtiene con dinero. 21No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque
tu corazón no es recto delante de Dios.

Es por este motivo que dijimos que este hombre no se había convertido.
Simón Pedro declaró que su corazón no era recto delante de Dios. No era
un verdadero creyente. Su gran interés estaba en el dinero. Eso era lo que
realmente le importaba a este hombre. Ahora, versículos 22 y 23:

22
Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, si quizás te sea
perdonado el pensamiento de tu corazón, 23porque en hiel de amargura
y en prisión de maldad veo que estás.

Simón Pedro no se lo pudo decir más claro. Y ahora, veamos lo que ocurrió
aquí en el versículo 24:

24
Respondiendo entonces Simón, dijo:
—Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis
dicho venga sobre mí.

Ahora, Simón no pidió ser salvado, ni que orasen para que él recibiera la
salvación. Simplemente pidió que ninguna de estas cosas le sucediera. No
sabemos si este hombre vino alguna vez a Cristo. Continuemos con el
versículo 25:

25
Ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron
a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el
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evangelio.

El evangelio comenzó su viaje hacia los confines de la tierra. Hemos visto


que la iglesia empezó en Jerusalén. Los apóstoles estaban allí y se
estableció una iglesia. Pronto el centro de operaciones se trasladaría a
Antioquia, más tarde a Éfeso, luego a Alejandría, y después a Roma. En la
actualidad, la iglesia se ha extendido prácticamente a todos los rincones de
la tierra. Ahora, creemos que uno de los vehículos más eficientes para
hacer que el evangelio llegue hasta lo último de la tierra es la radio. Por
medio de este medio la iglesia puede llevar a cabo lo que no se ha logrado
desde el primer siglo, cuando el mensaje del Evangelio se extendió por
todo el mundo entonces conocido.

Pasemos ahora a considerar el encuentro entre

FELIPE Y EL ETÍOPE

En los capítulos 8, 9 y 10 encontramos el relato de tres notables casos de


conversión. Creo que éstos tres han sido escogidos para transmitirnos una
lección concreta. El capítulo 8 nos relata la conversión del etíope, de la
raza de Cam. El capítulo 9 nos cuenta la conversión de Saulo de Tarso, de
la raza de Sem. Y el capítulo 10, nos relata la conversión de Cornelio, un
centurión romano, de la raza de Jafet. Recordemos que toda la familia
humana está dividida en estas 3 categorías. Se trató de una división
etnológica y geográfica hecha después del diluvio. Sem, Cam y Jafet, eran
los hijos del patriarca Noé. Aquí encontraremos, pues, que el Evangelio
alcanzó a representantes de estas 3 divisiones de la humanidad.

También observaremos en estos ejemplos que, para que tenga lugar la


conversión de una persona, tienen que darse 3 factores. Estos 3 factores
son evidentes en estas 3 conversiones representativas.
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1. La obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo había llevado a Felipe


hasta Samaria, donde se había producido un gran movimiento del
Espíritu de Dios. Después el Espíritu Santo le condujo a Gaza y
nuevamente podemos observar la acción del Espíritu en el corazón
del etíope. El Espíritu de Dios se había adelantado para preparar a
aquel corazón y también para preparar al mensajero. Esta guía del
Espíritu de Dios es absolutamente esencial. Tememos que muchos
intentos personales para llegar a las personas se realizan de una
manera descuidada y sin contar con la guía del Espíritu de Dios.
Creo que, antes de hablar con alguien para presentar a Cristo,
debiéramos convertir el asunto en un tema concreto de oración.
Tendríamos que hablar con el Señor sobre el individuo, antes de
hablarle al individuo sobre el Señor. No se trata simplemente de que
el Espíritu Santo nos guíe. Lo que necesitamos es que el Espíritu
vaya delante de nosotros, prepare el camino y entonces nos llame
para que vayamos hacia donde Él se encuentre. Queremos dirigirnos
hacia donde el Espíritu de Dios se esté moviendo. Éste es el primer
factor esencial de la conversión. Encontramos este factor en acción
en la conversión del etíope y también en la conversión de Saúl, y en
la de Cornelio.

2. La Palabra de Dios. Dijo San Pablo en Romanos 10:17, “la fe es por


el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Éste es el segundo factor
esencial. El Espíritu Santo tomará las cosas de Cristo y se las
revelará al individuo. El Espíritu de Dios utiliza la Palabra de Dios.
Pero, tiene que haber un elemento humano.

3. El hombre o la mujer de Dios. El Espíritu de Dios utiliza a un


mensajero de Dios, que comunica Su Palabra para hacer que alguien
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se convierta en un hijo de Dios, alguien que ha renacido


espiritualmente. Veremos esto especialmente en la conversión del
etíope.

La segunda parte de este capítulo 8 nos conduce a otra parte del


ministerio de Felipe. Como vimos, el Evangelio había entrado en
Samaria y ya había muchos verdaderos creyentes como resultado de la
predicación del evangelio. Pero también vimos que fue en Samaria
donde la maldad entró en la Iglesia por medio de Simón el mago.
Ahora, en contraste con Simón el mago, llegamos ahora a la experiencia
de Felipe con el eunuco etíope. Felipe guió a este hombre a Cristo y el
etíope se convirtió en un creyente genuino. Llegó a ser un
extraordinario hombre de Dios. Leamos ahora el versículo 26 de este
capítulo 8 de los Hechos:

26
Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: «Levántate y ve hacia el
sur por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es
desierto»

Samaria estaba situada en una región al norte de Jerusalén. Ahora, a Felipe


se le dijo que se dirigiera hacia al sur. Lo que conocemos como la franja de
Gaza queda en el sur junto al Mediterráneo. Ésta era la vía comercial por
que se viajaba para volver a Egipto y a Etiopía.

Felipe había estado hablando a multitudes en Samaria y ahora fue enviado


a un desierto. Tiene que salir del lugar donde se había producido un gran
movimiento del Espíritu de Dios e ir a un lugar desierto, donde no había
nadie. Sin embargo, cuando llegó allí, descubrió que Dios tenía a alguien
allí a quien él debía hablar de Cristo. Leamos los versículos 27 y 28 de este
capítulo 8 de los Hechos:
12

27
Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco,
funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos
sus tesoros y había venido a Jerusalén para adorar, 28volvía sentado en
su carro, leyendo al profeta Isaías.

Vemos que aquel etíope estaba a cargo del tesoro de la reina. Era como un
ministro de Finanzas. En aquellos tiempos era también un funcionario muy
importante. Y no viajaba solo. Le acompañaban un séquito de sirvientes y
funcionarios de menor rango. No iba sentado en el carruaje sosteniendo con
una mano las riendas, y con la otra un libro. Estaba sentado en la parte
posterior del carruaje y protegido del sol por un toldo. Tenía un chofer
privado y viajaba con toda comodidad.

Era un ciudadano de Etiopía, pero había venido a Jerusalén para adorar; lo


que indicaba que era un prosélito, es decir, un pagano convertido al
judaísmo. Acababa de estar en Jerusalén, el centro de la religión judía.
Aunque el judaísmo era una religión establecida por Dios, el había salido
de la ciudad en un estado de oscuridad espiritual. Estaba leyendo al profeta
Isaías, pero no entendía lo que leía.

Finalizamos hoy viendo a un hombre que buscaba a Dios, quería


sinceramente saber quién era Jesús y le buscaba ansiosamente en las
páginas de las Escrituras del Antiguo Testamento. Cuando alguien le busca,
Dios se hace presente. Estimado oyente, si usted, de diversas maneras, a
veces incluso sin darse cuenta, le ha estado buscando, puede usted invocar
su nombre. Y Él le escuchará, le responderá. Recordamos que San Pablo
dijo, citando a los profetas: “Todo aquel que en él cree, no será
defraudado…Ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será
salvo”.

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