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Estudio Al Opúsculo de Orígenes

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SEMINARIO MAYOR “NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA”

FACULTAD DE TEOLOGÍA

OPÚSCULO DE ORÍGENES SOBRE LA ORACIÓN

Oslin Udiel SÁNCHEZ ALVARENGA


Historia de la Espiritualidad Cristiana

CATEDRÁTICO
Pbro. Fredy Joaquín Solórzano

Tegucigalpa 2022

1
INTRODUCCIÓN

“Si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo continúe el
pecado reinando en nuestro cuerpo mortal…”

En esta frase quiero recoger el trabajo que expondré en las siguientes páginas. Al
acercarnos a la oración no sólo desmantelaremos el contenido de las palabras que evocan a un
Dios, sino que escudriñaremos al hombre que ora. La oración es una respuesta a un sentirse
amado y enriquecido por un don tan grande que nos supera.

Un tratado de la oración no es solamente las palabras racionales de un hombre de


carne, sino que es la elevación del espíritu sobre la carne. Esta es la mera experiencia de un
Orígenes que se descubre amado y desde ahí eleva su espíritu a Dios.

La oración como necesidad de eternidad nos descubre como seres tan finitos,
dependientes de un Dios amoroso, cercano, amable. Lo que buscamos, lo encontramos cuando
nos detenemos e indagamos en lo precioso que acontece en nuestro interior. Así, la oración es
la manifestación de ese descubrimiento. Es el alma misma eleva a Dios en señal de gratitud.
Es el despojo de las ataduras de lo rutinario.

A lo largo del trabajo intentaremos ofrecer al lector una reflexión espiritual sobre la
oración a la luz del opúsculo de Orígenes. No es nuestra intención hacer un tratado de la
oración, sino un humilde acercamiento al contenido y la finalidad de la oración. También,
queremos hacer de la lectura del opúsculo un nuevo acercamiento a la luz de nuestro tiempo.
Así, intentaremos responder a las preguntas: ¿Qué me dice hoy este opúsculo de la oración?
¿qué elementos pueden iluminar el camino del hombre contemporáneo? ¿cómo enriquece mi
oración personal?

2
OPÚSCULO DE ORÍGENES SOBRE LA ORACIÓN

¡Cuánta necesidad tiene el hombre de elevar su alma a Dios! ¡cuánta necesidad tiene de
abrir su alma a Dios!

El hombre, al acercar su alma a Dios, perfecciona y prepara en su interior un campo a


la santidad. Una santidad que es el reflejo de la manifestación del Reino de Dios. Una persona
que se abre a la gracia del Espíritu Santo encuentra en su interior una morada a la divinidad.
En nuestro interior habita el Reino de Dios, afirma Orígenes, y desde ese espacio debemos de
sacarlo para que dé frutos en abundancia. Si está en nuestro interior, tenemos la
responsabilidad de hacer fecundo este Reino, sacarlo mediante acciones concretas que
demuestren que verdaderamente se está fermentando en nuestro interior la semilla de la
salvación. Por ello es que también somos corresponsables del anuncio del Reino de Dios.
Mediante la oración, despertamos el sentido del Reino de Dios y en ese despertar, tenemos que
ser agentes del Reino.

En el alma perfecta está presente el Padre… ¿Cómo es esto posible? ¿cómo se


perfecciona el alma? Esto es posible cuando sacamos el Reino que llevamos dentro. Cuando
rompemos las ataduras de lo rutinario y navegamos en un océano inmenso sólo guidos por la
certeza de la oración. Cuando dejamos espacio a la improvisación y no solamente a lo ya
agendado. Cuando nos salimos del camino de lo conocido para aventurarnos en el camino de
Dios. Cuando nos ensuciamos las manos ayudando a un pobre hombre tendido en el camino
del sin sentido. Cuando ayudamos a vendar las heridas que deja el egoísmo, la traición, la
ambición, el ansia de poder. ¡Ése es el camino que debemos de recorrer para la perfección del
alma!

No pueden coexistir el Reino de Dios y el reino del pecado… ¿Cómo entendemos esto?
¿Qué es el pecado? El Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1849 define el pecado
como: «una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero
para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la
naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana…».

3
Veamos esto por partes. Se nos dice «una falta contra la razón, la verdad y la
conciencia recta». Notamos que son tres elementos esenciales para la existencia vital del
hombre. La razón, la verdad y la conciencia recta son inherentes a lo constitutivo del
dinamismo de lo real. Es decir, mediante ellos la humanidad ha florecido y ha resplandecido
con toda su majestad. Mediante la razón, el ser humano descubre una capacidad para juzgar
las cosas de acuerdo a un fin. Razonar, se convierte en un elemento único dado al hombre, es
una actividad primordial en el comienzo de la vida humana.

Mediante la razón, encontramos la verdad. La verdad, es la asimilación del


entendimiento a las cosas concretas. Se descubre cuando aquella razón dada indaga sobre lo
verídico de cada cosa. Así, la conciencia recta decide lo que es verdadero y lo que no lo es. Lo
que daña el interior del hombre, es decir, la obscuridad del pecado, y lo que enriquece la vida
interior.

También, nos dirá el catecismo «es una falta al amor verdadero para con Dios y para
con el prójimo». Para con Dios en el sentido de que no correspondemos al primer amor que
nos ha creado. Los tres elementos anteriores mencionados (la razón, la verdad y la conciencia
recta), al estar dañados a causa del pecado, tergiversan la visión del amor. El amor se
convierte en algo superfluo y vacío. Al no sentirnos amados por un primer amor creacional,
tampoco tendremos la capacidad de amar al prójimo. Amamos porque nos sentimos amados;
al no sentirnos amados a causas de la ceguera y del daño que causa el pecado, el amor
desemboca en el apego a ciertos bienes que dañan la conducta moral del hombre.

Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de santidad y de


incorrupción… ¿Cuál es el vestido de la santidad? ¿Qué elementos lo constituyen? Revestir al
cuerpo mortal de santidad y de incorrupción se logra mediante la elevación constante del
espíritu humano. Elevar el espíritu es vaciarse de sí mismo y darle cabida a Dios. Dar cabida a
Dios, es impregnarse cada día de la obra maravillosa de la creación. Es descubrir a Dios en
cada detalle, en cada huella impresa en la naturaleza.

Nuestro ser se empieza a revestir de santidad cuando damos el salto de la oración a la


acción. Cuando descubrimos que mediante la oración somos sobrepasados por un amor
infinito y desde esa concepción también amamos con un amor cada día más asemejado a la
realidad del amor trinitario.

4
CONCLUSIÓN

Son muchas las riquezas espirituales que podemos sacar del opúsculo de Orígenes
sobre la oración. Nos gustaría enumerar tres, que creemos alimentan la vida interior de la
persona orante.

1. Estamos llamados a buscar incesantemente la santidad.


2. El Reino de Dios ya está en nosotros.
3. Somos corresponsables del Reino de los demás.
La búsqueda de la santidad no es una utopía. Es una realidad que se encarna en el ser
de la persona. Mediante esta búsqueda caminamos en la dirección que conduce al bien, a la
verdad, al amor sincero. Las pequeñas acciones son el resultado de la oración. El camino
cubierto de niebla, se vuelve luz cuando nos encontramos con la verdad misma.

El Reino de Dios ya está. Debemos de experimentarlo en nuestro interior y desde ahí


responder a las inquietudes de la vida. No es algo extático, sino algo dinámico que incita a la
persona a la dinamicidad. El Reino no sale de nuestro interior sino somos capaces de
reconocer en nosotros mismos un gran don que nos llama a la responsabilidad.

La responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, es un fruto de la oración


constante. La oración tiene como fin el comprendernos a nosotros mismos y comprender a
aquellos que son el contenido de nuestra oración. Mediante la oración nos volvemos partícipes
del proyecto divino de salvación. Es un estar ahí, escuchando y respondiendo con los
pequeños gestos antes mencionados.

La oración, sino se transforma en acción, quedará en simples palabras y pensamientos


vacíos. A estos nos invita la oración: a que podamos trascender desde nuestra propia miseria
humana.

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