Ánfora

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Ánfora

Lucas Martínez López-Yarto Grupo 210

-Descripción del ánfora


Esta es un ánfora perteneciente a la Época Arcaica, la cual se sitúa entre el 776 y el 499
a. C. Concretamente esta pieza de 46, 70 centímetros, se data alrededor del 530 a.C. En
cuanto a la situación geográfica esta ánfora es procedente de la región de Ática, situada
en el sureste de la península helénica, donde se encuentra Atenas, de cuya ciudad es
originario el autor de la cerámica, que es atribuida al llamado “Pintor de Lisípides”.
Esta cerámica de figuras negras, encontrada en el municipio italiano de Chiusi en la
Toscana y que actualmente se reside en el Museo Británico, tiene en el cuello
formaciones vegetales o florales, y en la parte inferior patrones geométricos. La boca,
las asas y la base son negras. Aparecen en el cuerpo del ánfora dos figuras humanas
representadas, el de la derecha tiene la mano derecha extendida hacia adelante y con
la mano izquierda sujeta dos lanzas, detrás de él hay un escudo sostenido por un trípode;
sobre la cabeza y sin estar puesto tiene depositado un casco con la cresta alta. Posee
barba y en el cabello trenzas que le caen por los hombros y rizos en la parte delantera;
además en los pies lleva grebas con volutas, y porta un himatión con rayas. A la izquierda
aparece otro individuo con las mismas grebas, yelmo sobre la cabeza e igualmente
colocado, y el mismo escudo detrás. Barbudo, con el pelo rizado corto y una clámide
rayada, tiene cogidas las dos lanzas con la mano izquierda mientras que con la derecha
las maneja en el juego. Dicho juego es probablemente la tabula, jugado con piedras.
-Desarrollo
La técnica de figura negra se caracteriza por: el empleo de una punta afilada e incisa
para la plasmación más detallada de las figuras y formaciones que se quieren
representar; la utilización de abundante pintura roja oscura y pintura blanca, esta última
para las figuras femeninas generalmente. Esto da como resultado un contraste entre el
color anaranjado propio del barro, sore el que se pinta con negro, blanco, carmesí, o
rojo. El proceso de cocción consistía en: una primera etapa de oxidación, tras la cual se
introduce madera verde en la cámara del horno para que el oxígeno se redujera y la
pieza se volviese negra por el humo, y por último se deja introducir el aire de nuevo para
que las partes seleccionadas permaneciesen negras y las otras volviesen al color natural
de la arcilla. Esta forma de creación cerámica surgió primariamente en Corinto a
principios del siglo VII a. C por los contactos de esta ciudad con Oriente Próximo y Egipto
lo que hizo que se sustituyeran los patrones geométricos por figuraciones naturalistas.
Rápidamente se desplaza esta tendencia a Atenas, donde sin embargo no se populariza
hasta mediados de siglo y no experimenta su culmen hasta finales (Beazley, 1986, pp. 1-
2). Hasta la llegada del estilo de figuras negras en el mundo griego se atraviesan distintas
fases hasta la predecesora directa de la que nos concierne, la cerámica protoática, cuyos
últimos coletazos nos llevan al “protoático tardío” o “temprana figuras negras”. Esta fase
de transición está representada por el ánfora de cuello del Pireo, en la que se emplea
todo un diseño negro con gran cantidad de rojo y un poco de blanco; con cuyos colores
se plasman dos caballos que tiran de carros y con sus respectivos jinetes. Como primer
artista o artesano que se constata como pionero en las figuras negras en Ática es el
pintor de Nettos, ya que fue este el primero en trasladar el arte corintio a su ciudad,
Atenas. El pintor de Nettos es el autor del jarrón en el que aparece la primera Gorgona
en color negro, que está basada en la leyenda de Perseo. Esta pieza está adornada por
formaciones florales, inspiradas en el arte corintio, además del acompañamiento de
delfines, cisnes y la personificación de Heracles. Un contemporaneo de Nettos es el
“pintor de la Gorgona” con su destacado Dinos y, al igual que Nettos y otros artistas del
período, representa en sus piezas figuras fuertes y feroces como panteras, leones o
figuras mitológicas, que simbolizan terror y poder. Otros de los primeros pintores más
importantes del estilo de figuras negras fue Sófilos (Beazley, 1986, pp. 11-23), quien fue
el primero en firmar sus obras y destaca por sus representaciones florales y animales. A
comienzos del s. VI el arte griego el arte griego experimenta una evolución que ya se
venía dando: las representeciones de la figura humana son cada vez más naturalistas y
fieles a la realidad, tanto en la escultra como la pintura. Con este avance se populariza
el nuevo estilo artístico en cerámica a partir de 550 a. C. como se ha mencionado
anteriormente, que proporciona rica iconografía sobre diversos aspectos de la cultura
griega, desde el ámbito funerario y mitológico hasta la vida cotidiana o el atletismmo,
por lo que conforman una importante fuente de inforación sobre la vida ateniense,
complementando los textos literarios e inscripciones (García, 2014).
El autor de la obra de la que se ha de tratar, el pintor Lisípides, fue en sucesor
encomiable de Exequias, quien es probablemente el pintor de figuras negras más
importante (junto con Sófilos) destacando por su trato individual a temas tradicionales,
y es el autor de la primera escena de juego de Aquiles y Áyax. Exequias otorgó al arte
griego una dramática intensidad no tan plasmada en los pintores predecesores (Neils,
2009); estaba más interesado en la representación de los grandes momentos de la vida,
de la muerte, etc … que en detallar fielmente la mitología, para lo que muestra sus
personajes en planos simbólicos llenos de dramatismo (Boardman, 1978). De Exequias,
el pintor de Lisípides cultivó su característica producción de ánforas de cuello como la
que se está tratando en el presente trabajo (esta morfología se popularizará en las
décadas posteriores); en la cual también se evidencia la inspiración execiana al ser una
copia, al menos en la escena representada, de su pintura de Aquiles y Áyax antes
mencionada (Beazley, 1986, pp. 70-71). Tras la generación de pintores contemporáneos
a Exequias y sucesores como Lisípides, aparece un nuevo estilo que compite durante
unos pocos años (las obras en las que se combinan ambos estilos se denominan
bilingües) hasta que desbanca aproximadamente en 530 a. C al estilo de figuras negras,
la cerámica de figuras rojas, nacida en el taller de Andócides y más versátil ya que
brindaba más posibilidades a la hora de pintar (García, 2014).
Esta obra fue hallada en Chiusa, importante ciudad etrusca. Este pueblo, que ocupaba
principalmente la Toscana, sentía una atracción por la cerámica griega por su carácter
“orientalizante”, que a su vez los griegos habían tomado de la influencia del Este. Los
etruscos destinaban estas importaciones generalmente a sus sepulcros como ajuar
funerario (García, 2014). Esta importación de cerámica a la Italia etrusca se acrecentó a
partir de mediados del s. VI a. C, y el tipo preferido de ánforas variaba en función de las
regiones italianas; la Etruria seguía cultivando el estilo geométrico, por lo que esta
influencia enriquecedora era bien recibida (Boardman, 1975 ). Esto demuestra que, en
estas últimas décadas de la época Arcaica, la producción de la cerámica ática respondía
a las dinámicas comerciales vigentes más allá de la polis, ya que se extendió por toda la
península griega y el Mediterráneo (Alonso, 2011). En el mercado occidental había una
gran demanda de cerámicas de figuras negras de calidad, que se acrecentó cuando
Atenas predominó sobre Corintio en la producción de estas; también cuando se
asentaron las principales colonias griegas occidentales en el sur de Italia, que facilitaron
enormemente el comercio con Etruria. Las principales colonias griegas en Italia fueron,
Pitecusa, Cumas, Naxos o Siracusa. En la mayoría de los casos en los que las
exportaciones áticas salían de la metrópoli no eran realizadas por los propios atenienses,
sino que se servían de intermediarios jonios. Además, a partir de la segunda mitad del
siglo VI, muchos artistas griegos se desplazaron a la misma Etruria para abastecer a la
población de su estilo característico (Boardman, 1975 ). Además, los griegos
comerciaron con otros pueblos, como los fencicios.
La época arcaica destaca por ser aquella en la que se formularon las principales
narraciones mitológicas que conforman un pasado griego, pero que tienen fundamento
en el presente que se vive; es decir, se distorsiona o genera un pasado idílico que se
instrumentalice a merced de las necesidades y condiciones del presente. En esta etapa
se erigen las polis o ciudades-estado, es decir, formaciones sociales y económicas que
ciernen en su seno una estructura que contrapone a una aristocracia que domina
ejerciendo su hegemonía económica y política pero también ideológica, y el resto de la
población que engloba campesinos, artesanos, soldados, esclavos, etc. Así, para
garantizar su control sobre los ciudadanos (cuya condición es adscrita a todo aquel que
haya participado en la conformación de la polis, siendo en muchos casos apenas el diez
por ciento de los habitantes de esta), la aristocracia recurre a la creación de un pasado
mítico mediante mecanismos como la cultura material, y por el cual se crea un
sentimiento de unidad y fidelidad hacia la élite dominante por parte de los ciudadanos
o polites (Suárez, 1989). El nacimiento de las polis es intrínseco al proceso de sinecismo
del siglo VIII, es decir, la unión de poblaciones aisladas que por la necesidad de
protección se aúnan formando las ciudades-estado. Aunque la “heroización” o el culto
heroico seguramente se practicaba desde la Época oscura, es en este sinecismo cuando
se presenta como un mecanismo de unión y llega a su culmen. Es tal que en la propia
delimitación de chora (territorio de una polis), la construcción de santuarios destinados
al culto heroico juega un importante papel (Guía, 2001). En ciudades como Atenas se
erigen templos monumentales, cuya plasmación en el plano urbano hace que se
planifique de forma más organizada la disposición de los distintos espacios de la polis
(Monedero, 2003). Este proceso de asimiliación de varios grupos bajo una misma
organización es largo y complejo, y su consolidación es cuestionable como se puede
comprobar en los conflictos entre facciones aristocráticas, que se produjeron en el seno
de la polis hasta el final de la Época arcaica y darían lugar a los períodos de tiranía en los
siglos VII y VI. Estos son producto de las constantes tensiones, que hacen que una
personalidad, nutriéndose de la inestabilidad política y del descontento social vigente,
se alza en aras de modificar los cimientos de la polis. Aunque estas tiranías fueron
períodos temporales, supusieron un elemento vital en el desarrollo de las polis arcaicas,
Gracias a este sentimiento unitario helénico ya mencionado, la aristocracia se consolida
como gobernante en una época en la que esto es de vital importancia debido a las
expansiones coloniales. Estas se llevan a cabo para paliar los problemas ocasionados por
el crecimiento demográfico y la crisis agraria; esto es, la existencia de un excedente de
población que carece de tierras de cultivo que garanticen su sustento. De esta manera,
mediante el relato mitológico, se va inculcando en la conciencia de la polis la existencia
de un pasado prestigioso a la par que se va conformando una nueva sociedad que
emerge de la oscuridad de las décadas anteriores. Así, con la constancia de un pasado
viajero, los griegos arcaicos se ponen en marcha en un afán conquistador que recuerde
los viajes míticos indeterminados (Suárez, 1989). Los gobernadores de las ciudades se
servían de esta mentalidad inculcada a la hora de enviar colonos con el objetivo de crear
una comunidad política nueva en un nuevo territorio, y reproducir ahí las condiciones
de vida de la metrópoli; pero los vínculos que enlazaban el nuevo asentamiento con el
núcleo del que se partía no eran políticos ni económicos (de facto las colonias eran
asentamientos autónomos, incluso algunas empezaron a hacer su propia moneda en la
segunda mitad del siglo VI (Boardman, 1975 )), sino que eran principalmente religiosos
e ideológicos, por lo que gozaba de una gran importancia la narración mitológica
unitaria, plasmada en la cerámicas entre otros elementos. Así, el proceso colonial está
intrínsecamente relacionado con el proceso de creación de la polís, es decir, la creación
de una ideología que unifique (Monedero, 2003).
Ya no solo se trata de crear un sentimiento común a todos los poleis, sino que se
extrapola a todos los griegos de la Hélade (posiblemente para unificarse frente a un auge
fenicio), para lo que se hace referencia a un pasado en el que miembros de todo el
mundo helénico se unieron en aras de un objetivo común; por lo que cobra gran
importancia la guerra de Troya por haber sido un acontecimiento en el que participaron
gentes de todo el mundo griego con un objetivo común. De esta manera se enaltecía el
orgullo de las diversas polis al engrandecer a los héroes que participaron en dicha
batalla, ya sean imaginarios o reales (Monedero, 2003). Esta representación de los
héroes pretéritos partícipes en la batallade Troya se ve plasmado en el ánfora del pintor
de Lisípides, en la que aparecen Aquiles y Áyax; cuyas peripecias son descritas en la obra
homérica de la Ilíada, y en la cual se consolida este relato troyano mítico.
Aquiles era considerado el héroe más grande de los que lucharon en Troya. Su madre,
Tetis hija del dios del océano, trató hacerlo invulnerable sumergiéndole en el río Éstige
sujetándolo por el talón, lo que sería su único punto débil. Aquiles fue criado por Quirón
en los valores de la fuerza, la valentía, el rechazo a la mentira, la resistencia a las malas
pasiones y al dolor; mientras se estaban produciendo los acontecimientos que
desembocarían en la guerra de Troya, en la que tendría que formar parte. Esta guerra,
que es el punto central a partir del cual se ordena toda la mitología griega, se produjo
según Eratóstenes de 1194 a 1184 a. C. y supuso la ocupación griega de la ciudad, como
resultado del rapto de Helena de Esparta por el príncipe troyano Paris. Aquiles partió
hacia la batalla ignorando la advertencia de su madre de que en esta batalla alcanzaría
el esplendor de la gloria, pero también la muerte. El relato de la Ilíada comienza con una
epidemia que acacha a los griegos, provocada por la ira de Apolo ya que su sacerdote
exige la liberación de su hija, que estaba en condición de doncella en manos de
Agamenón, otro célebre guerrero griego. Agamenón acepta y pide, en ausencia de su
doncella, la de Aquiles. Este lo considera una injusticia y se niega a participar en la batalla
como queja; a lo que Tetis, como escarmiento a los griegos por su actitud hacia su hijo,
pide a Zeus que provoque la victoria troyana mientras Aquiles permanezca al margen.
Esto cambia cuando su íntimo amigo y guerrero Patroclo, muere en batalla a manos de
Héctor, lo que provoca que Aquiles olvide su conflicto con Agamenón y emprenda en la
lucha haciendo retroceder al enemigo. Acaba enfrentándose con Héctor, Zeus alza la
balanza del Destino e indica que la suerte del guerrero troyano ha acabado. Aquiles logra
clavar su lanza en el cuello de Héctor, y como venganza por la muerte de su amigo, ata
los tobillos del troyano a su carro y durante los siguientes doce días arrastra su cadáver
por el lugar hasta que Príamo acude a reclamar el cadáver. En ese momento Aquiles
conoce a Políxena, hija de Príamo y cuya belleza cautiva al griego, quien se propone
contraer matrimonio con la joven, aunque suponga ponerse de parte del enemigo.
Príamo acepta celebrar el casamiento en el templo de Apolo Timbreo, a donde Aquiles
acude desarmado y Paris, el causante de la trágica guerra, aprovecha para dispararle
una flecha en el talón, causándole la muerte. Áyax, junto con Ulises, retira el cadáver
para la celebración del funeral (Grimal, 1951, pp. 39-43 ).
Áyax el Grande, hijo de Telamón, es el héroe más fuerte del ejército griego, después de
Aquiles, con el que comparte una personalidad común, con valores similares respecto al
respeto a los dioses, el gusto por la música, y la valentía en el combate. Cuando Heracles
fue a visitar a Telamón para que acudiese a la contienda troyana, rogó a Zeus que el hijo
que estaba por nacer poseyera su fuerza y valentía, a lo que el dios envió un águila (de
ahí el nombre de Áyax) para que se cumpliese. Otra versión sostiene que Áyax ya había
nacido cuando la visita de Heracles, y este envolvió al niño en su piel de león la cual le
conferiría la invulnerabilidad exceptuando aquellas partes que no estuviesen cubiertas;
evidenciando la similitud con Aquiles, con el que se identifica y tras su muerte acogerá
al hijo del gran guerrero y lo tratará como propio. Por su condición y personalidad, la
mitología ha considerado a ambos héroes como iguales, cuya importancia en la guerra
de Troya fue decisiva (Grimal, 1951, pp. 66-67 ).
Este acontecimiento mitológico tiene importancia en lo que al desarrollo del
sentimiento hoplita se refiere. Los hoplitas eran ciudadanos de polis, que eran
reclutados y convertidos en soldados. En un primer momento solo lo podían ser
aristócratas, pero se acaba extendiendo a la mayoría de la ciudadanía. Esto supone una
auténtica revolución que transforma las bases de las polis griegas, sobre todo en el
ámbito militar. De hecho, es defendido por algunos autores como el cambio que diversas
partes del mundo griego experimentaron, y daría lugar a los cambios políticos de la
época arcaica. El desarrollo de la infantería hoplita supuso la sustitución de la lucha
individual o heroica de las batallas por una lucha más colectiva; es decir, antes de esta
“revolución”, los combates se llevaban a cabo por unos pocos individuos prestigiosos
que se enfrentaban a otros pocos con su misma condición. El resultado de estos
combates era el decisivo, y lo que hicieran las simples masas de soldados poco
importaba, la guerra en sí gira en torno a estos héroes; esto está claramente
representado en el relato homérico. En definitiva, el héroe que describe Homero es
alguien que se guía por los valores aristocráticos, es decir, por la búsqueda del honor y
la riqueza. Pero la descripción que Homero hace de la realidad es desde la perspectiva
de las élites aristocráticas; como ya se ha visto, pertenece a la tendencia de la
aristocracia de crear una ideología para sus intereses y en la que solo ella tiene cabida,
pero que sin embargo afecta y se cierne sobre toda la sociedad ciudadana, incluido el
pueblo llano. Por tanto, se sabe que los combates, si bien giraban en torno al prestigio
y honor de unos pocos, y eran estos quienes se llevaban el mérito, la participación de la
masa anónima de soldados no tenía un papel nulo (Rey, 2008). Pero esto estaría lejos
de la estructura organizada hoplita que prolifera en el mudo griego a mediados del siglo
VII y que desbanca a los héroes aristocráticos como como el centro de la guerra; y cuyo
surgimiento va de la mano del desarrollo de las ciudades-estado. EL término hoplita
describe según la historiografía griega clásica a un soldado de infantería pesada, que
porta escudo, casco y coraza; pero sabemos que este término en la Época arcaica
englobaba más realidades. Es probable que el hoplita arcaico fuera un ciudadano-
soldado, es decir individuos con plena participación en las instituciones de las polis
(artesanos, comerciantes, filósofos, etc … pero en definitiva individuos con cierto poder
adquisitivo) cuya participación en el combate es de manera desorganizada; y con el
tiempo esta condición se irá perdiendo hasta que el hoplita pasa a ser un soldado de
infantería con una actuación organizada en las características falanges, ya en la Época
clásica. En definitiva, en la Época arcaica la guerra pasa a “colectivizarse” (pasa de ser
un choque de individuos a un choque de masas) apareciendo una nueva clase
combatiente que nace de una ciudadanía armada y que provoca un importante cambio
de mentalidad, pero que no culmina hasta alrededor del siglo V cuando esta masa se va
especializando y profesionalizando y pasa a tener la condición de infantería (Rey, 2008).

-Bibliografía

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