François de La Rochefoucault Maximas
François de La Rochefoucault Maximas
François de La Rochefoucault Maximas
8. Las pasiones son los únicos oradores que siempre persuaden. Son como un
arte de la naturaleza cuyas reglas son infalibles; y el hombre más romo cuando le
domina la pasión persuade mejor que el más elocuente que carece de ella.
9. Las pasiones contienen una injusticia y un interés propio que hace que sea
peligroso seguirlas, y que convenga desconfiar de ellas, incluso cuando parecen
muy razonables.
11. Las pasiones engendran a menudo otras que son sus contrarias: la
avaricia produce a veces la prodigalidad, y la prodigalidad la avaricia; a menudo
somos firmes por ser débiles, y audaces por cobardía.
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12. Por mucho que nos esforcemos por cubrir las pasiones con apariencias de
piedad y de honor, siempre se manifiestan a través de esos velos.
16. Esa clemencia, de la que se hace una virtud, a veces se practica por
vanidad, otras por pereza, a menudo por miedo, y casi siempre por esas tres
razones juntas.
19. Todos tenemos fortaleza suficiente para soportar los males ajenos.
22. La filosofía triunfa fácilmente de los males pasados y de los males por
venir, pero los males presentes triunfan sobre ella.
23. Pocos son los que conocen la muerte; es algo que no suele aceptarse
por decisión propia, sino por estolidez y por costumbre, y la mayoría de los
hombres mueren porque no hay remedio para la muerte.
24. Cuando los grandes hombres se dejan abatir por la duración de sus
infortunios, demuestran que sólo los soportaban por la fuerza de su ambición, y
no por la de su ánimo, y que, sin más diferencia que una gran vanidad, los héroes
son iguales que los demás hombres.
27. A menudo se hace ostentación de las pasiones, aunque sean las más
criminales; pero la envidia es una pasión cobarde y vergonzosa, que nadie se
atreve nunca a admitir.
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28. En cierto modo los celos son algo justo y razonable, puesto que tienden a
conservar un bien que nos pertenece o que creemos que nos pertenece, mientras
que la envidia es un furor que no puede tolerar el bien de los demás.
29. El mal que hacemos no nos atrae tanta persecución y tanto odio como
nuestras buenas cualidades.
35. El orgullo es igual en todos los hombres, sólo varían los medios y la
manera de manifestarlo.
36. Parece como si la naturaleza, que tan sabiamente dispuso los órganos
de nuestro cuerpo para hacernos felices, hubiera querido darnos también el
orgullo para evitarnos el dolor de conocer nuestras imperfecciones.
41. Los que ponen demasiado empeño en las cosas pequeñas, por lo común
se hacen incapaces de hacer las grandes.
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46. El apego o la indiferencia que los filósofos sentían por la vida no era
más que una inclinación de su amor propio, sobre la que cabe discutir tan poco
como sobre la manera de hablar o la elección de los colores.
47. Nuestro modo de ser concede valor a todo lo que debemos a la suerte.
50. Los que creen tener méritos consideran un honor ser desventurados,
para persuadir a los demás y a sí mismos de que son dignos de que se ensañe con
ellos el infortunio.
52. Por diferente que parezca la suerte de cada cual, hay sin embargo una
cierta compensación de bienes y de males que las iguala.
53. Por muy grandes que sean los dones de la naturaleza, no es ella sola,
sino su alianza con la suerte, la que hace a los héroes.
54. El desdén por las riquezas era en los filósofos un deseo oculto de
vengar sus méritos de la injusticia que les había hecho la suerte, por medio del
desdén de los mismos bienes de los que ella les privaba; era un recurso secreto
para preservarse de la ruindad de la pobreza; un camino desviado para alcanzar la
consideración que no podían tener por las riquezas.
55. El odio que inspiran los validos no es más que el amor que sentimos
por su posición. El despecho de no poseerla se consuela y se suaviza con el
desdén que demostremos a quienes la ocupan; y les negamos nuestro respeto al
no poderles quitar lo que les vale el respeto de todo el mundo.
57. Aunque los hombres se jactan de sus grandes acciones, éstas no son a
menudo la consecuencia de un propósito grandioso, sino consecuencias del azar.
59. No hay accidentes tan infortunados de los que las personas inteligentes
no saquen alguna ventaja, ni tan felices que los imprudentes no puedan convertir
en perjuicio suyo.
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64. La verdad hace menos bien en el mundo que mal hacen sus apariencias.
68. Es difícil definir el amor: lo que puede decirse es que en el alma es una
pasión de reinar; en el entendimiento es una simpatía; y en el cuerpo no es más
que un deseo oculto y delicado de poseer lo que se ama después de muchos
misterios.
70. No hay disfraz que pueda durante mucho tiempo ocultar el amor donde
está, ni fingirlo donde no está.
73. Es posible encontrar mujeres que jamás hayan tenido un amorío, pero
es difícil encontrar quien no haya tenido más que uno.
74. No hay más que una clase de amor, pero tiene mil copias diferentes.
76. Con el verdadero amor ocurre como con los aparecidos: todo el mundo
habla de ellos, pero son pocos los que los ven.
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80. Lo que nos hace ser tan cambiantes en nuestras amistades es que es
difícil conocer las cualidades del alma, y fácil conocer las del entendimiento.
83. Lo que los hombres llaman amistad no es más que un pacto, un respeto
recíproco de intereses y un intercambio de favores; en resumidas cuentas, una
relación en la que el amor propio siempre se propone ganar algo.
84. Sonroja más el desconfiar de los amigos que ser engañados por ellos.
88. El amor propio nos aumenta o nos disminuye las buenas cualidades de
nuestros amigos según la satisfacción que nos proporcionan; y juzgamos su
mérito por la manera como viven con nosotros.
90. En el trato a menudo gustamos más por nuestros defectos que por
nuestras cualidades.
93. Los viejos gustan de dar buenos consejos para consolarse de no estar ya
en condiciones de dar malos ejemplos.
94. Los nombres ilustres rebajan en lugar de elevar a aquellos que no saben
llevarlos.
95. La prueba de un mérito extraordinario está en ver que aquellos que más
lo envidian se ven obligados a elogiarlo.
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96. Hay hombres ingratos que son menos culpables de su ingratitud que sus
bienhechores.
97. Está en un error quien cree que el entendimiento y el juicio son dos
cosas diferentes: el juicio no es más que la magnitud de la luz del entendimiento;
esa luz penetra hasta el fondo de las cosas, capta todo lo que hay que captar y
descubre las que parecen imperceptibles. Por tanto, hay que conceder que es la
extensión de la luz del entendimiento lo que produce todos los efectos que se
atribuyen al juicio.
100. La galantería del entendimiento está en decir cosas lisonjeras de una manera
agradable.
101. Ocurre a menudo que hay cosas que se presentan a nuestra mente con una
perfección que no sería posible alcanzar con el máximo esfuerzo.
104. Los hombres y los asuntos tienen su punto de perspectiva: los hay que
conviene ver de cerca para juzgaros bien; y de otros nunca se juzga mejor que
estando lejos.
105. No es razonable aquel a quien el azar descubre la razón, sino aquel que la
conoce, que la discierne y que la sabe apreciar.
106. Para conocer bien las cosas hay que conocer sus pormenores, y como éstos
son casi infinitos, nuestro saber es siempre superficial e imperfecto.
111. Cuanto más se ama a una mujer más cerca se está de odiarla.
112. Los defectos del entendimiento aumentan con la vejez, como los de la cara.
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115. Es tan fácil engañarse a uno mismo sin darse cuenta como difícil engañar a
los demás sin que se den cuenta.
116. Nada menos sincero que el modo de pedir y de dar consejos: el que los pide
parece sentir una deferencia respetuosa por las opiniones de su amigo, aunque
sólo piensa en conseguir que corrobore las suyas, haciéndole fiador de su
proceder; y el que aconseja paga la confianza que se le testimonia con un celo
ardiente y desinteresado, aunque casi siempre lo que busca en los consejos que da
es su propio interés o lucimiento.
117. La más sutil de todas las argucias es saber fingir bien que caemos en las
trampas que nos tienden, y nunca es más fácil engañarnos que cuando estamos
pensando en engañar a los demás.
119. Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que finalmente
nos disfrazamos para nosotros mismos.
120. A menudo se traiciona más por debilidad que por un propósito deliberado de
traicionar.
124. Los más astutos presumen durante toda su vida de condenar la doblez, para
servirse de ella en alguna ocasión importante y al servicio de algún interés
mayor.
127. La manera más segura de ser engañados es creernos más astutos que los
demás.
129. A veces basta con ser grosero para que no nos engañe un hombre hábil.
132. Es más fácil ser juicioso para los demás que serlo para uno mismo.
133. Las únicas copias buenas son las que nos hacen ver la ridiculez de los malos
originales.
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134. Nunca somos tan ridículos por las cualidades que tenemos como por las que
simulamos tener.
135. A veces somos tan diferentes de nosotros mismos como de los demás.
136. Hay personas que nunca se hubiesen enamorado si jamás hubieran oído
hablar del amor.
139. Una de las causas que hace que haya tan pocas personas que parezcan
notables y agradables en el trato es la de que no hay casi nadie que no piense más
en lo que se quiere decir que en responder concretamente a lo que se le dice. Los
más hábiles y los más complacientes se contentan con mostrar tan solo un rostro
atento, pero en sus ojos y en su mente se ve una lejanía de lo que se les dice, y un
apresuramiento por volver a lo que quieren decir, sin tener en cuenta que es un
mal sistema para agradar a los demás, o para convencerles, empeñarse hasta tal
punto en complacerse a uno mismo, y que saber escuchar y saber responder es
una de las mayores perfecciones que pueden darse en el trato.
142. Del mismo modo que lo que distingue a las mentes despejadas es el dar a
entender en pocas palabras muchas cosas, por el contrario los romos tienen el don
de hablar mucho y de no decir nada.
147. Pocos son suficientemente juiciosos como para preferir la reprensión que les
es útil a la lisonja que les traiciona.
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150. El deseo de merecer las alabanzas que nos dispensan robustece nuestra
virtud, y las que se tributan al ingenio, al valor y a la belleza contribuyen a que
sean mayores.
151. Es más difícil impedir que nos gobiernen que gobernar a los otros.
154. La suerte nos corrige de varios defectos que la razón no hubiera sabido
corregir.
155. Hay personas de mérito que son desagradables, y otras que gustan con
defectos.
156. Hay personas cuyo único mérito consiste en decir y en hacer necedades
útilmente, y que lo estropearían todo si cambiasen de proceder.
157. La gloria de los grandes hombres siempre ha de medirse por los medios de
que han servido para adquirirla.
158. La adulación es una falsa moneda que sólo circula gracias a nuestra vanidad.
159. No basta con tener grandes cualidades; hay que saber administrarlas.
160. Por magnífica que sea una acción, no debe ser tenida por grande cuando no
es el efecto de un gran propósito.
161. Conviene que haya una cierta proporción entre las acciones y los propósitos
que las inspiran, si se quiere obtener todas las consecuencias que pueden
engendrar.
163. Hay una infinidad de conductas que parecen ridículas, y cuyas razones
ocultas son tan juiciosas como fundadas.
164. Es más fácil parecer digno que los cargos que no se tienen que de los que se
ocupan.
165. Nuestro mérito nos vale la estimación de las personas selectas, y nuestra
estrella la del vulgo.
166. El mundo recompensa más a menudo las apariencias de mérito que el mérito
mismo.
168. La esperanza, por engañosa que sea, sirve al menos para conducirnos al final
de la vida por un camino agradable.
169. Aunque la perece y la cobardía nos hagan cumplir con nuestro deber,
nuestra virtud es a menudo la que se lleva todo el honor.
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171. Las virtudes se pierden en el interés como los ríos se pierden en el mar.
172. Si se examinan bien los diversos efectos del hastío se observará que ha
hecho faltar a más deberes que al interés.
173. Hay varias clases de curiosidad: una, interesada, que nos empuja a querer
enterarnos de lo que puede sernos útil; y otra de orgullo, que procede del deseo
de saber lo que los demás ignoran.
175. En amor la constancia es una inconsistencia perpetua que hace que nuestro
corazón se apegue sucesivamente a todas las cualidades de la persona amada,
dando ya la preferencia una a una, ya a otra; de tal modo que esa constancia no es
más que una inconstancia fijada y contenida en una misma persona.
176. En amor hay dos clases de constancia: una se debe a que encontramos sin
cesar en la persona amada nuevos motivos de amarla, y la otra se debe a que nos
enorgullece ser constantes.
178. Lo que nos atrae en las nuevas amistades, más que el cansancio que nos
producen las antiguas o el placer de cambiar, es la contrariedad de que no nos
admiren lo bastante aquellos que nos conocen demasiado, y la esperanza de ser
más admirados por los que no nos conocen tanto.
179. A veces nos quejamos a la ligera de nuestros amigos para justificar por
anticipado nuestra ligereza.
180. Nuestro arrepentimiento, más que un pesar por el mal que hemos hecho, es
un temor del que puede sobrevenirnos.
182. Los vicios entran en la composición de las virtudes como los venenos en la
composición de los remedios: la prudencia los junta y los atempera, y se sirve
útilmente de ellos contra los males de la vida.
183. Hay que reconocer, dicho sea en honor a la virtud, que las mayores
calamidades que sufren los hombres son aquellas en las que caen por sus
crímenes.
184. Admitimos nuestros defectos para reparar con nuestra sinceridad el daño
que nos causan en la opinión ajena.
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186. No se desprecia a todos los que tienen vicios, sino a todos los que no tienen
ninguna virtud.
187. El nombre de la virtud sirve tan útilmente al interés como los vicios.
188. La salud del alma es tan insegura como la del cuerpo; y aunque parezcamos
estar alejados de las pasiones, corremos tanto peligro de dejarnos arrastrar por
ellas como de caer enfermos cuando se goza de buena salud.
189. Parece como si la naturaleza hubiese fijado para cada hombre, desde su
nacimiento, límites para las virtudes y para los vicios.
191. Puede decirse que los vicios nos esperan, en el curso de la vida, como
huéspedes en cuyas moradas hay que ir alojándose sucesivamente; y dudo que la
experiencia pudiese hacer que los evitáramos, si nos fuera posible volver a andar
el mismo camino.
192. Cuando los vicios nos abandonan, abrigamos la ilusión de ser nosotros
quienes les abandonamos.
193. En las dolencias del alma hay recaídas, al igual que en las del cuerpo; lo que
tomamos por nuestra curación, con mucha frecuencia no es más que una tregua o
una mudanza de mal.
194. Los defectos del alma son como las hedidas del cuerpo; por muy bien que
las curemos, la cicatriz no desaparece, y en cualquier momento se corre el peligro
de que vuelva a abrirse.
195. A menudo lo que nos impide abandonarnos a un solo vicio es que tenemos
varios.
196. Nos resulta fácil olvidar nuestras culpas cuando somos los únicos en
conocerlas.
201. Quien crea llevar dentro de si algo que le permite prescindir de todo el
mundo, se engaña no poco; pero quien crea que no es posible prescindir de él, se
engaña aún más.
202. Los falsos hombres honrados son los que disfrazan sus defectos a los demás
y a sí mismos; los verdaderos hombres honrados son los que los conocen
perfectamente y los confiesan.
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207. La locura nos sigue en todas las edades de la vida. Si alguien parece cuerdo
es solamente porque sus locuras están proporcionadas a su edad y a su fortuna.
211. Hay quien se parece a las coplas, que sólo se cantan durante un tiempo
breve.
212. La mayoría de las personas sólo juzgan a los hombres por el crédito de que
gozan o por su buena suerte.
214. En los soldados rasos el valor es un oficio peligroso que han abrazado para
ganarse la vida.
215. El valor insuperable y la cobardía total son dos extremos que raramente se
dan. El espacio que hay entre ambos es muy grande y contiene todas las demás
especies de valentía: no hay menos diferencia entre ellas que la que hay entre el
rostro y los temperamentos. Hay hombres que se exponen gustosamente al
comienzo de una acción, y que se debilitan y se desalientan fácilmente si dura
demasiado; otros se dan por satisfechos cuando han cumplido con las apariencias,
y no se esfuerzan por hacer más; los hay que no siempre son dueños de su temor;
otros se dejan a veces arrastrar a terrores invencibles; otros van a la carga porque
no se atreven a quedarse en sus puestos. Los hay a quien la costumbre de los
peligros menores robustece el valor y les prepara a exponerse a los más grandes;
unos son valientes a cintarazos y temen los mosquetazos; otros permanecen
serenos ante los mosquetes, pero temen batirse con la espada. Todos esos valores,
de diferentes especies, coinciden en que, cuando la noche aumenta el miedo y
oculta las acciones buenas y malas, al retirarse la luz todos piensan en no
exponerse. Hay además otra manera de no exponerse más general; porque no se
sabe de nadie que haga todo lo que sería capaz de hacer en una ocasión si tuviese
la seguridad de salir con vida; de modo que está claro que el temor a la muerte
priva de algo al valor.
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216. El valor completo consiste en hacer sin testigo lo que uno sería capaz de
hacer ante todo el mundo.
217. La intrepidez es una energía extraordinaria del alma que la eleva por encima
de las turbaciones, de los desórdenes y de las emociones que la visión de los
grandes peligros podría despertar en ella, y gracias a esa fuerza los héroes se
mantienen en un estado sereno y conservan el libre uso de su razón en medio de
los sucesos más sorprendentes y más terribles.
219. La mayor parte de los hombres se exponen no poco en la guerra para salvar
su honor; pero no abundan los que siempre quieren exponerse todo lo necesario
para conseguir el triunfo de la causa por la cual se exponen.
221. No se quiere perder la vida y se quiere alcanzar la gloria; de ahí que los
valientes sean más hábiles y más ingeniosos para evitar la muerte que los
leguleyos para conservar sus bienes.
224. Todos aquellos que cumplen con los deberes de la gratitud no por ello
pueden jactarse de ser agradecidos.
225. La diferencia que hay en la gratitud que se espera de las mercedes que se
hacen es que el orgullo del que da y el orgullo del que recibe no se ponen de
acuerdo sobre el valor del beneficio.
227. Las personas dichosas raramente se enmiendan, y siempre creen tener razón
cuando la fortuna es favorable a su mal proceder.
229. El bien que nos ha hecho alguien exige que aceptemos el mal que nos hace.
230. Nada más contagioso que el ejemplo, y nunca podemos hacer ni grandes
bienes ni grandes males que no engendren otros parecidos. Imitamos las buenas
acciones por emulación, y las malas por la malignidad de nuestra naturaleza, que
la vergüenza retenía prisionera, y que el ejemplo pone en libertad.
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232. Sea cual fuere la causa que atribuimos a nuestras aflicciones, a menudo su
origen no es más que el interés y la vanidad.
233. Hay en las aflicciones diversas clases de hipocresía: en una de ellas, con el
pretexto de llorar la pérdida de un ser querido nos lloramos a nosotros mismos;
lamentamos perder la buena opinión que tenía de nosotros; lloramos la
disminución de nuestro regalo, de nuestro placer, de nuestro crédito. De ese
modo los muertos reciben un tributo de lágrimas que sólo se vierten para los
vivos. Digo que ésta es una especie de hipocresía, a causa de que en ese tipo de
aflicciones nos engañamos a nosotros mismos. Existe otra hipocresía que no es
tan inocente, porque engaña a todo el mundo: es la aflicción de ciertas personas
que aspiran a la gloria de un dolor bello e inmortal. Después de que el tiempo,
que todo lo extingue, ha hecho cesar el dolor auténtico, no dejan de obstinarse en
sus llantos, sus quejas y sus suspiros; representan un papel lúgubre y se esfuerzan
por persuadir con todas sus acciones que su congoja sólo puede terminar con su
vida. Esta triste y enojosa vanidad suele darse en las mujeres ambiciosas: como
su sexo les cierra todos los caminos que conducen a la gloria, se esfuerzan por
hacerse célebres alardeando de una inconsolable aflicción. Hay además otra
especie de lágrimas que proceden de fuentes menores, que manan y se secan con
facilidad: se llora para adquirir la reputación de ser sensible; se llora para ser
compadecido; se llora para ser llorado; finalmente se llora para evitar el sonrojo
de no llorar.
234. A menudo es más el orgullo que la cortedad de luces lo que hace oponerse
con tanta obstinación a las opiniones más aceptadas; en éstas los primeros lugares
ya están ocupados, y mochos no se conforman con los últimos.
236. Parece que el amor propio sea víctima de la bondad y que se olvide a si
mismo cuando hacemos algo por los demás; no obstante, es el camino más
seguro para nuestros fines; es prestar con usura, con el pretexto de dar; es, en fin,
ganarse a todo el mundo por un medio sutil y delicado.
237. Nadie merece ser elogiado por su bondad si no tiene la energía suficiente
para ser malo; cualquier otra bondad no es a menudo más que pereza o
impotencia de la voluntad.
239. Nada halaga más nuestro orgullo que la confianza que nos dispensan los
encumbrados, porque la juzgamos como un efecto de nuestros méritos, sin tener
en cuenta que la mayoría de las veces sólo se debe a vanidad o a impotencia por
guardar un secreto.
240. Del atractivo, cuando no coincide con la belleza, puede decirse que es una
simetría cuyas reglas se ignoran, y una relación secreta de los rasgos entre si, y de
los rasgos con los colores y con el aire de la persona.
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243. Hay pocas cosas imposibles en si mismas, y lo que nos falta es, más que los
medios, la constancia para conseguirlas.
249. No hay menos elocuencia en el tono de la voz, en los ojos y en el porte, que
en la elección de las palabras.
251. Hay personas a quienes los defectos sientan bien, y otras a quienes afean sus
buenas cualidades.
252. Es tan común ver cambiar las aficiones como extraordinario ver cambiar las
inclinaciones.
254. A menudo la humildad no es más que una sumisión fingida de la que nos
servimos para someter a los demás; es un artificio del orgullo que se rebaja para
elevarse; y aunque se transforma de mil maneras, nunca se enmascara mejor ni es
más apto para engañar que cuando se esconde bajo el semblante de la humildad.
255. Cada sentimiento tiene un tono de voz, unos ademanes y unos visajes que
les son propios, y esa relación, buena o mala, agradece o desagradece, es lo que
hace que las personas atraigan o disgusten.
256. En todas las situaciones, cada cual adopta una actitud y una apariencia para
parecer lo que quiere que le crean; por tanto, puede decirse que el mundo sólo
está compuesto de actitudes.
257. La gravedad es un misterio del cuerpo ideado para ocultar los defectos del
espíritu.
258. El buen gusto procede más del juicio que del entendimiento.
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259. El placer del amor consiste en amar, y se es más feliz por la pasión que se
tiene que por la que se da.
262. No hay pasión en la que el amor de uno mismo reine de un modo tan
absoluto como en el amor, y siempre se está más dispuesto a sacrificar la calma
del objeto amado que a perder la propia.
263. Lo que se llama generosidad a menudo no es más que la vanidad de dar, que
para nosotros cuenta más que lo que damos.
264. Por la compasión vemos a menudo nuestros propios males en los males
ajenos; es una hábil previsión de las desdichas que pueden acaecernos;
socorremos a otros para moverles a que nos socorran en una ocasión parecida, y
esos servicios que les prestamos, en rigor son beneficios que nos hacemos a
nosotros mismos por anticipado.
265. La cortedad hace la obstinación, no creemos fácilmente lo que está más allá
de lo que podemos ver.
266. No es cierto que sólo las pasiones violentas, como la ambición y el amor,
puedan triunfar sobre las otras. La pereza, por muy lánguida que sea, a menudo
no deja de salir victoriosa: se impone a todos los propósitos y a todas las acciones
de la vida; y destruye y consume insensiblemente las pasiones y las virtudes.
269. No hay nadie tan inteligente que pueda saber todo el mal que hace.
272. Lo que más debería humillar a los hombres que han merecido grandes
elogios es el afán con que aún aspiran a sobresalir por pequeñeces.
273. Hay quien goza del beneplácito del mundo y que no tiene más mérito que
los vicios que sirven para el trato con los demás.
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275. La bondad natural, que se jacta de ser tan sensible, a menudo queda
sofocada por el menor de los intereses
276. La ausencia disminuye las pasiones menguadas y aumenta las grandes, del
mismo modo que el viento apaga las velas y aviva el fuego.
277. Con frecuencia las mujeres creen amar, aunque no amen: el ocuparse en un
amorío, la emoción que da la intriga galante, la inclinación natural al placer de
ser amadas y la contrariedad que se siente al rechazar algo, les convencen de que
aquello es una pasión, cuando no es más que coquetería.
279. Cuando exageramos el afecto que nuestros amigos sienten por nosotros, a
menudo más que por gratitud es por el deseo de destacar nuestros méritos.
280. La buena acogida que tributamos a los que se presentan por vez primera en
sociedad se debe a menudo a la secreta envidia que sentimos por los que ya están
establecidos en ella.
281. El orgullo, que nos inspira tanta envidia, a menudo nos sirve también para
moderarla.
282. Hay falsedades disfrazadas que simulan tan bien la verdad que sería un error
de juicio no dejarse engañar por ellas.
283. A veces demuestra tanto talento saber aprovechar un buen consejo como
aconsejarse bien a uno mismo.
286. Es imposible amar por segunda vez lo que verdaderamente se dejó de amar.
287. No es fertilidad de ingenio lo que nos hace encontrar varias soluciones para
un mismo asunto, sino más bien la falta de luces, que hace que no renunciemos a
nada de lo que se presenta a nuestra imaginación, y que nos impide distinguir en
seguida qué es lo mejor.
288. Hay ocasiones en las que los remedios enconan asuntos y enfermedades, y el
mayor talento consiste en saber cuándo es peligroso usarlos.
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292. Del humor de los hombres puede decirse, como de la mayoría de los
edificios, que tiene varias caras, unas agradables y otras desagradables.
296. Es difícil amar a quienes no estimamos, pero aún lo es más amar a quienes
estimamos mucho más que a nosotros.
297. Los humores del cuerpo tienen un curso ordinario y regulado que mueve y
dirige imperceptiblemente nuestra voluntad; circulan mezclados y ejercen
sucesivamente un dominio oculto en nosotros, de tal manera que tienen parte
considerable en todas nuestras acciones, sin que podamos conocerlos.
300. Hay locuras que se contagian igual que las enfermedades infecciosas.
301. Muchos son los que desprecian el bien, pero pocos saben hacerlo.
304. A menudo perdonamos a quienes nos han hecho daño, pero no podemos
perdonar a quienes se lo hemos hecho.
305. El interés, al que se acusa de todos nuestros crímenes, a menudo debería ser
elogiado por nuestras buenas acciones.
306. No abundan los ingratos cuando uno está en situación de hacer beneficios.
307. Es tan digno ser orgulloso consigo mismo como ridículo serlo con los
demás.
309. Hay quien está destinado a ser necio y que sólo comete necedades por su
elección, sino porque la misma fortuna le obliga a cometerlas.
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Máximas de François de La Rochefoucault
310. A veces en la vida hay situaciones de las que para salir con bien hay que ser
un poco loco.
313. ¿A qué se debe que tengamos la suficiente memoria para recordar hasta los
pormenores más pequeños de lo que nos ha sucedido, y que no obstante no nos
acordemos de cuántas veces los hemos contado a la misma persona?
315. Por lo común, lo que nos impide mostrar el fondo de nuestro corazón a
nuestros amigos, más que la desconfianza que podamos sentir por ellos, es la que
sentimos por nosotros mismos.
318. Hay maneras de curar la locura, pero no las hay para enderezar una
condición mala.
319. No es fácil conservar durante mucho tiempo lo que debemos sentir por
nuestros amigos y bienhechores, si nos damos la licencia para hablar a menudo
de sus defectos.
321. Estamos más cerca de amar a quienes nos odian que a quienes nos aman
más de lo que queremos.
323. Nuestra cordura está tan a merced de la suerte como todo lo que tenemos.
325. A menudo nos consolamos por debilidad de los males que la razón no tiene
fuerza suficiente para consolar.
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Máximas de François de La Rochefoucault
329. A veces creemos odiar la adulación, pero lo único que odiamos es la manera
de adular.
331. Es más difícil ser fiel a la amada cuando somos dichosos con ella que
cuando nos trata con desvío.
335. En las cosas del amor, el engaño llega casi siempre más lejos que la
desconfianza.
336. Hay cierta clase de amor cuyo exceso impide los celos.
337. Con algunas virtudes sucede lo que con los sentidos: quienes están
enteramente privados de ellas no pueden ni descubrirlas ni comprenderlas.
338. Cuando nuestro odio es demasiado intenso nos hace inferiores a aquellos a
quienes odiamos.
340. El talento de la mayoría de las mujeres sirve más para favorecer su locura
que su razón.
341. Las pasiones de la juventud no son mucho más opuestas a la salvación que
la tibieza de los viejos.
343. Para ser un gran hombre hay que saber aprovechar toda la suerte de que se
dispone.
344. La mayoría de los hombres tienen, igual que las plantas, propiedades ocultas
que el azar pone de manifiesto.
345. Hay ocasiones que nos permiten conocer a los demás, pero sobre todo a
nosotros mismos.
347. Las únicas personas que nos parecen sensatas son las que opinan como
nosotros.
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Máximas de François de La Rochefoucault
350. Lo que más nos encoleriza de los que tratan de engañarnos es que se crean
más listos que nosotros.
352. Casi siempre nos aburrimos con las personas con las que se supone que es
imposible aburrirse.
353. Un hombre cabal puede enamorarse como un loco, pero no como un necio.
354. Hay algunos defectos que, bien manejados, brillan más que la misma virtud.
355. A veces hay personas a quienes echamos de menos más de lo que nos aflige
su muerte, mientras que la muerte de otras nos aflige sin casi echarlas de menos.
356. Por lo común sólo elogiamos de buena gana a quienes nos admiran.
359. Las infidelidades deberían apagar el amor, y no habría que sentirse celoso
cuando hay motivos para estarlo: sólo las personas que evitan provocar celos son
dignas de despertarlos en otro.
360. Perdemos mucho más crédito por las pequeñas infidelidades de que somos
víctimas, que por las más grandes que hacemos a los demás.
361. Los celos siempre nacen con el amor, pero no siempre mueren con él.
362. La mayoría de las mujeres lloran con la muerte de sus enamorados más que
porque les amaran mucho, por parecer más dignas de ser amadas.
363. Las violencias que nos imponen a menudo nos resultan más llevaderas que
las que nos imponemos a nosotros mismos.
364. Es tan bien sabido que no hay que hablar mucho de la mujer propia, pero no
siempre se tiene en cuenta que aún se debería hablar menos de uno mismo.
365. Hay buenas cualidades que degeneran en defectos cuando son naturales, y
otras que nunca alcanzan la perfección cuando son adquiridas; por ejemplo, la
razón tiene que hacernos buenos administradores de nuestra dicha y de nuestra
presunción; y es preciso, por el contrario, que la naturaleza nos dé la bondad y el
valor.
366. Por mucho que desconfiemos de la sinceridad de quien nos habla, siempre
creemos que nos dicen más la verdad que a los demás.
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Máximas de François de La Rochefoucault
368. La mayor parte de las mujeres honestas son tesoros escondidos que sólo
están seguros porque nadie los busca.
369. Las violencias que uno mismo se impone para dejar de amar a menudo son
más crueles que los rigores de la amada.
371. Casi siempre es culpa del que ama no darse cuenta de que le han dejado de
amar.
372. La mayoría de los jóvenes creen ser naturales, cuando no son más que
descorteses y groseros.
373. Hay llantos que a menudo nos engañan a nosotros mismos, después de haber
engañado a los demás.
374. Quien cree amar a una mujer por amor a ella, se equivoca de medio a medio.
375. Las mentes estrechas suelen condenar todo lo que está más allá de su
alcance.
379. Cuando nuestro mérito mengua, nuestro buen gusto mengua también.
380. El azar manifiesta nuestras virtudes y nuestros vicios como la luz manifiesta
los objetos.
381. La violencia que nos hacemos para seguir siendo fieles a lo que se ama
equivale casi a una infidelidad.
382. Nuestras acciones son como rimas de pie forzado, que cada cual encaja con
lo que quiere.
385. Somos casi tan difíciles de contentar cuando sentimos mucho amor como
cuando apenas sentimos.
386. Nadie se equivoca más a menudo que aquellos que no pueden sufrir
equivocarse.
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Máximas de François de La Rochefoucault
389. Lo que nos hace insoportable la vanidad de los demás es que hiere la
nuestra.
391. A nadie parece tan ciega la muerte como a aquel a quien no favorece.
392. Hay que gobernar la fortuna como la salud: disfrutar de ella cuando es
buena, cargarse de paciencia cuando es mala, y no recurrir nunca a grandes
remedios salvo en caso de extrema necesidad.
394. Se puede ser más astuto que otro, pero no más astuto que todos los demás.
395. A veces se sufre menos al ser engañado por la persona amada que cuando
alguien nos desengaña.
397. Nos falta valor para decir, generalizando, que carecemos de defectos y que
nuestros enemigos carecen de virtudes; pero, particularizando, no andamos muy
lejos de creerlo.
398. De todos nuestros defectos, aquel con el que nos resulta más fácil estar de
acuerdo es la pereza: nos convencemos a nosotros mismos de que tiene que ver
con todas las virtudes apacibles, y que, sin destruir por completo las otras, se
limita a suspender sus funciones.
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Máximas de François de La Rochefoucault
406. Las coquetas tienen a gala estar celosas de sus enamorados para ocultar que
sienten envidia de las demás mujeres.
407. Los que se dejan engañar por nosotros no nos parecen no con mucho tan
ridículos como nos parecemos nosotros mismos al dejarnos engañar por los
demás.
408. El ridículo más peligroso de las personas que han tenido un gran atractivo
consiste en olvidar que ya no lo tienen.
409. A menudo nos sonrojaríamos por nuestras acciones más nobles si los demás
conocieran todos los motivos que las han inspirado.
411. Casi todos los defectos son más perdonables que los medios de que nos
servimos para disimularlos.
412. Por mucha deshonra que hayamos merecido, casi siempre está en nuestras
manos restablecer nuestra reputación.
414. Los locos y los necios sólo saben ver las cosas a través del humor en que se
encuentran.
418. Las jóvenes que no quieren parecer coquetas y los hombres de edad
avanzada que quieran caer en el ridículo, nunca deberían hablar del amor como
de algo en lo que pueden participar.
419. Podemos parecer grandes en una situación inferior a nuestros méritos, pero a
menudo parecemos pequeños en una situación más grande que nosotros.
420. Con frecuencia creemos ser fuertes en la desdicha, cuando en realidad sólo
estamos abatidos, y la soportamos sin atrevernos a mirarla, como los cobardes se
dejan matar por miedo a defenderse.
422. Todas las pasiones nos hacen cometer errores, pero los del amor son más
ridículos.
424. Solemos jactarnos de los defectos contrarios a los que tenemos; si somos
débiles nos vanagloriamos de ser obstinados.
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Máximas de François de La Rochefoucault
425. La sagacidad tiene un algo de adivinación que halaga más nuestra vanidad
que todas las demás cualidades del entendimiento.
428. Nada más fácil que perdonar a nuestros amigos los defectos que no nos
conciernen.
429. Las mujeres enamoradas perdonan con mayor facilidad las grandes
indiscreciones que las pequeñas infidelidades.
430. En la vejez del amor, como en la de la edad, se vive aún para los males, pero
ya no se vive para los placeres.
432. Elogiar de buena gana una acción noble, en cierto modo es casi participar en
ella.
434. Cuando nuestros amigos nos han engañado hay que mostrarse indiferente a
las muestras de su amistad, pero siempre hay que ser sensible a sus desdichas.
437. No hay que juzgar a un hombre por sus grandes cualidades, sino por el uso
que sabe hacer de ellas.
438. Hay un género de gratitud tan intensa que no sólo nos permite pagar la
deuda contraída con nuestros bienhechores, sino que hace incluso que nuestros
amigos queden en deuda con nosotros, al pagarles lo que les debíamos.
440. La causa de que la mayoría de las mujeres sean poco sensibles a la amistad
está en que es insípida cuando se ha sentido amor.
441. En la amistad, como en el amor, a menudo se es más feliz por las cosas que
se ignoran que por las que se saben.
442. Nos esforzamos por hacer gala de los defectos de los que no queremos
corregirnos.
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Máximas de François de La Rochefoucault
443. Las pasiones más vehementes de vez en cuando nos conceden una tregua,
pero la vanidad siempre nos agita.
444. Los viejos insensatos son más insensatos que los jóvenes.
446. Lo que hace tan agudos los dolores de la vergüenza y de la envidia es que la
vanidad no sirve para ayudar a soportarlos.
448. A quien razona bien le cuesta menos someterse a quien razona mal que
guiarlo.
449. Cuando la fortuna nos sorprende dándonos una alta situación, sin habernos
conducido hasta ella gradualmente, o sin que nos hayamos encumbrado por
nuestras esperanzas, es casi imposible sostenerse allí con dignidad y parecer
merecedores de aquel honor.
450. A menudo nuestro orgullo se acrece con lo que eliminamos de los demás
defectos.
451. No hay necios más incómodos que los que tienen ingenio.
452. No hay quien se crea inferior, en ninguna de sus cualidades, al hombre que
más admira en el mundo.
453. En los asuntos de importancia, más que esforzarse por provocar las
situaciones, hay que aprovechar las que se presentan.
454. En pocos casos sería mal negocio renunciar a lo que de nosotros dicen de
bueno, a condición de que no digan nada malo.
455. Por grande que sea la disposición de todos a equivocarse en los juicios, a
menudo se alaba más el mérito falso que se comete una injusticia con el
verdadero.
456. En ocasiones se dan necios con ingenio, pero nunca con buen juicio.
457. Sería más ventajoso manifestarnos tal como somos que tratar de parecer lo
que no somos.
459. Hay varios remedios que sanan el amor, pero ninguno es infalible.
460. Estamos muy lejos de darnos cuenta de todo lo que nuestras pasiones nos
hacen hacer.
461. La vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de muerte, todos los placeres de
la juventud.
462. El mismo orgullo que nos hace reprobar los defectos de los cuales nos
creemos libres, nos empuja a desdeñar las virtudes de que carecemos.
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Máximas de François de La Rochefoucault
463. A menudo hay más orgullo que bondad en el hecho de lamentar las
desdichas de nuestros enemigos: si les demostramos compasión es para que vean
que estamos por encima de ellos.
466. De todas las pasiones violentas, la que sienta menos mal a las mujeres es el
amor.
467. La vanidad nos empuja a hacer más cosas contra nuestro gusto que la razón.
470. Todas nuestras cualidades son inciertas y dudosas, tanto en bien como en
mal, y están casi todas a merced de las ocasiones.
471. En las primeras pasiones, las mujeres aman al amante; y en las otras aman al
amor.
472. El orgullo tiene sus extravagancias, como las demás pasiones; nos
sonrojamos de admitir que se sienten celos, y se tiene a gala haberlos sentido y
ser capaz de sentirlos.
473. Por raro que sea el verdadero amor, aún lo es menos que la amistad
verdadera.
474. Hay pocas mujeres cuyo mérito dure más que la belleza.
476. Nuestra envidia siempre dura más que la felicidad de aquellos a quienes
envidiamos.
477. La misma fortaleza que sirve para resistir al amor, sirve también para
hacerlo vehemente y duradero, y los débiles, que siempre están zarandeados por
pasiones, casi nunca están verdaderamente dominados por ellas.
479. Sólo las personas que tienen fortaleza son capaces de obrar con verdadera
humanidad; las que aparecen humanas, por lo común sólo son débiles, y se
convierten fácilmente en agrias.
481. Nada más raro que la verdadera bondad; incluso los que creen poseerla por
lo común son tan solo complacientes o débiles.
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Máximas de François de La Rochefoucault
482. Nos apegamos por pereza o por constancia a lo que es fácil o agradable; esta
costumbre pone límites a nuestros conocimientos, y nunca nadie se ha tomado la
molestia de extenderse y de conducir su mente todo lo lejos que podría llegar.
484. Cuando el corazón aún está agitado por los residuos de una pasión, estamos
más cerca de vivir otra nueva que cuando se está completamente curado.
485. Los que han conocido grandes pasiones durante toda su vida se sentirán
felices y desdichados por haber sanado de ellas.
486. Hay aún más personas sin interés propio que sin envidia.
489. Por malvados que sean los hombres, nunca se atreverán a mostrarse
enemigos de la virtud, y cuando la quieren perseguir fingen creer que es falsa o le
atribuyen crímenes.
490. A menudo se pasa del amor a la ambición, pero es muy difícil volver de la
ambición al amor.
493. Parece como si a los hombres no les bastaran sus defectos: todavía
aumentan más su número con ciertas cualidades personales de las que afectan
adornarse, y las cultivan con tanto esmero que acaban convirtiéndose en defectos
naturales, de los que ya no saben enmendarse.
494. Lo que demuestra que los hombres conocen sus errores mejor de lo que
suele creerse, es que nunca se acusan de nada cuando se les oye hablar de si
mismos; el mismo interés propio que por lo común les ciega, entonces les
ilumina, y les da una visión tan exacta de si mismos que les hace suprimir o
disfrazar las menores cosas que podrían parecer vituperables.
495. Los jóvenes que hacen su entrada en sociedad tienen que mostrarse tímidos
o alocados: un aire desenvuelto y aplomado se convierte por lo común en
impertinencia.
496. Las querellas no durarían mucho si todas las culpas estuvieran de una parte.
497. No sirve de nada ser joven sin ser bella, ni ser bella sin ser joven.
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Máximas de François de La Rochefoucault
498. Hay personas tan ligeras y tan frívolas que están tan lejos de tener
verdaderos defectos como virtudes sustanciales.
501. El amor, por agradable que sea, gusta aún más por la manera en que se
presenta que por si mismo.
502. Poco ingenio con rectitud a la larga aburre menos que mucho ingenio con
malignidad.
503. Los celos es el mayor de todos los males, y el que despierta menos
compasión en las personas que lo causan.
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Máximas de François de La Rochefoucault
505. Dios puso talentos distintos en el hombre, como plantó árboles distintos en
la naturaleza, de modo que cada talento, al igual que cada árbol, posee su
propiedad y su efecto que le son propios. De ahí que el mejor peral del mundo no
puede dar las manzanas más comunes, y que la inteligencia más alta es incapaz
de producir los mismos efectos que el talento más ruin; de ahí también que sea
tan ridículo empeñarse en decir sentencias, sin llevar su simiente dentro de uno,
como empeñarse en que un huerto produzca bulbos aunque no se hayan
sembrado cebollas.
507. Todo el mundo está lleno de sartenes que se burlan de los cazos.
509. Dios permitió, para castigar al hombre del pecado original, que convirtiera
en Dios a su amor propio, para que él le atormentara en todas las acciones de su
vida.
510. El interés es el alma del amor propio, de tal manera que, al igual que el
cuerpo, privado de su alma, queda sin vista, sin oído, sin conocimiento, sin
sentimiento y sin movimiento, el amor propio separado, por así decirlo, de
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Máximas de François de La Rochefoucault
su interés, no ve, no oye, no siente y no se mueve. Por eso el mismo hombre que
recorre tierras y mares por su interés, se torna bruscamente paralítico cuando se
trata del interés de los demás; de ahí ese súbito adormecimiento y esa muerte que
causamos a todos aquellos a quienes contamos nuestros asuntos; de ahí su rápida
resurrección cuando en nuestro relato mezclamos algo que les concierne. Así
vemos en nuestras conversaciones y en nuestro trato que en instante el hombre
pierde conocimiento y vuelve en si, según que su propio interés se acerque a él o
se aleje.
513. Lo que nos impulsa a creer tan fácilmente que los demás tienen defectos es
la facilidad que se tiene para creer lo que se desea.
516. No hay que darse por ofendido porque los demás nos oculten la verdad, ya
que nos la ocultamos tan a menudo a nosotros mismos.
517. A menudo lo que nos impide juzgar debidamente las sentencias que prueban
la falsedad de las virtudes es que creemos con excesiva facilidad que son
verdaderas en nosotros.
520. Los filósofos sólo condenan las riquezas por el mal uso que hacemos de
ellas; depende de nosotros adquirirlas y emplearlas sin crimen; y en vez de que
alimenten y aumenten los crímenes, como la leña mantiene el fuego, podemos
dedicarlas a todas las virtudes, y de ese modo hacerlas más gratas y más
resplandecientes.
522. Como la persona más feliz del mundo es aquella a quien poco basta, los
grandes y los ambiciosos son ese aspecto los más desventurados, ya que
necesitan reunir una infinidad de bienes para ser felices.
523. Una prueba convincente de que el hombre no fue creado tal como es ahora
es la de que, cuanto más razonable se hace, más se avergüenza por la
extravagancia, la bajeza y la corrupción de sus sentimientos y de sus
inclinaciones.
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Máximas de François de La Rochefoucault
524. La razón de que se combatan tan acertadamente las máximas que descubren
el corazón del hombre es que se teme verse descubierto en ellas.
525. El poder que tienen sobre nosotros las personas a las que amamos casi
siempre es mayor que el que tenemos nosotros mismos.
526. Es fácil reprender los defectos de los demás, pero la reprensión nunca nos
sirve para corregir los propios.
528. Los bienes y los males que nos acaecen no nos afectan según su magnitud,
sino según nuestra sensibilidad.
531. Las pasiones son tan sólo los diversos gustos del amor propio.
533. Se alaba o se vitupera la mayoría de las cosas porque está de moda alabarlas
o vituperarlas.
534. Muchos quieren ser devotos, pero nadie quiere ser humilde.
535. El trabajo del cuerpo libera de las congojas del espíritu, y eso es lo que hace
felices a los pobres.
536. Las verdaderas mortificaciones son las que nadie conoce; la vanidad hace
fáciles las otras.
538. Se necesitan pocas cosas para hacer feliz a un hombre juicioso; al necio no
le satisface nada; ésta es la razón de que casi todos los hombres sean
desdichados.
539. Nos esforzamos menos para ser felices que para hacer creer que lo somos.
540. Es mucho más fácil sofocar un primer deseo que satisfacer todos los que le
siguen.
542. Como los grandes de este mundo no pueden dar ni la salud del cuerpo ni la
paz del alma, siempre compramos demasiado caros todos los beneficios que
pueden hacer.
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Máximas de François de La Rochefoucault
545. Los enamorados sólo ven los defectos de sus amadas cuando se disipa su
encantamiento.
546. La prudencia y el amor no están hechos el uno para el otro: a medida que el
amor crece, la prudencia disminuye.
547. A veces a un marido le resulta agradable tener una esposa celosa; así
siempre oye hablar de lo que le gusta.
551. La dicha o la desdicha por lo común van a aquellos que más tienen de una
cosa o de la otra.
555. Casi siempre nos aburrimos con las personas a quienes se aburre.
556. Nunca es más difícil hablar bien que cuando se siente vergüenza por callar.
558. Preferimos ver a quienes hacemos bien que a quienes nos lo hacen.
559. Es más difícil disimular lo que se siente que fingir lo que no se siente.
560. Las amistades reanudadas exigen más cuidados que las que nunca se han
roto.
561. Un hombre a quien nadie gusta es mucho más desventurado que aquel que
no gusta a nadie.
563. El amor propio es el amor de uno mismo y de todas las cosas para si; hace a
los hombres idólatras de si mismos y los haría tiranos de los demás si la fortuna
les diese medios para ello. Nunca reposa fuera de si ni se entretiene en cuestiones
ajenas más que como las abejas en las flores, para sacar lo suyo. Nada más
impetuoso que sus deseos, nada más oculto que sus propósitos, nada más
ingenioso que su sistema; sus artimañas son inimaginables, sus transformaciones
dejan atrás las de las metamorfosis y sus refinamientos los de la química. No es
posible sondear la profundidad ni iluminar las tinieblas de sus abismos: allí está a
cubierto de los ojos más
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Máximas de François de La Rochefoucault
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Máximas de François de La Rochefoucault
diríase que aplastado, vemos que triunfa en su propia derrota. Éste es el retrato
del amor propio, cuya vida no es más que una grande y larga agitación; el mar es
su imagen sensible, y el amor propio encuentra en el flujo y el reflujo de sus
continuas olas una fiel expresión de la sucesión turbulenta de sus pensamientos y
de sus movimientos eternos.
564. Todas las pasiones no son más que los diversos grados de calor y de la
frialdad de la sangre.
567. Todo el mundo juzga censurable en los demás lo que se juzga censurable en
él.
570. Es una forma de felicidad conocer hasta qué punto se debe ser desgraciado.
572. Nunca somos tan desventurados como creemos, ni tan felices como
habíamos esperado ser.
573. A menudo nos consolamos de ser desdichados por un cierto placer que
sentimos al parecerlo.
574. Habría que poder responder de nuestra suerte para responder de lo que
haremos.
576. El amor es al alma del que ama lo que el alma es al cuerpo que anima.
577. Como nunca tenemos libertad para amar o para dejar de amar, el enamorado
no puede quejarse con justicia de la inconstancia de su amada, ni ésta de la
veleidad de su enamorado.
578. La justicia no es más que un fuerte temor de que nos quiten lo que nos
pertenece; de ahí deriva esa consideración y ese respeto por todos los intereses
del prójimo, y nuestro escrupuloso propósito de no causarle ningún perjuicio.
Este miedo mantiene al hombre dentro de los límites de los bienes que le han
proporcionado el nacimiento o la fortuna; y sin él haría continuas rapiñas en lo
que pertenece a los demás.
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Máximas de François de La Rochefoucault
579. En los jueces que son moderados la justicia no es más que el amor de su
encumbramiento.
580. Vituperamos la injusticia, no por la aversión que sintamos por ella, sino por
el perjuicio que causa.
581. Cuando estamos cansados de amar, nos alegra que nos sean infieles, para así
liberarnos de nuestra fidelidad.
582. El primer impulso de alegría que sentimos por la dicha de nuestros amigos
no se debe ni a la bondad de nuestra condición ni a la amistad que nos une a
ellos: es un efecto del amor propio que nos regocija con la esperanza de ser
también dichosos o de obtener alguna ventaja de su próspera fortuna.
584. ¿Cómo vamos a pedir que otro guarde nuestro secreto si nosotros mismos no
podemos guardarlo?
587. Nadie apremia más a los demás como los perezosos, una vez han satisfecho
su pereza, a fin de parecer diligentes.
588. Tenemos los mismos motivos de queja respecto a quienes nos enseñan a
conocernos a nosotros mismos, que los que tenía aquel loco de Atenas que
reprochaba a su médico haberle curado de la creencia de ser rico.
589. Los filósofos, y sobre todo Séneca, no suprimieron los crímenes con sus
preceptos; sólo los emplearon en la edificación del orgullo.
591. Los más juiciosos lo son en las cosas baladíes, pero no lo son casi nunca en
sus asuntos más graves.
592. La locura más sutil se hace con la más sutil de las corduras.
594. En los hombres, igual que en los árboles, cada talento tiene sus propiedades
y sus efectos que le son propios.
595. Nunca se olvidan mejor las cosas que cuando uno está cansado de hablar de
ellas.
596. La modestia, que parece rechazar los elogios, en el fondo no es más que un
deseo de que nos elogien de un modo más sutil.
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Máximas de François de La Rochefoucault
598. El elogio que nos hacen al menos sirve para perseverar en la práctica de las
virtudes.
600. El amor propio impide que quien nos adula sea el mayor de nuestros
aduladores.
601. No se distingue entre las cóleras, aunque hay una ligera y casi inocente, que
procede del ardor de la complexión, y otra muy criminal, que en el fondo no es
más que el furor del orgullo.
602. Las almas grandes no son las que tienen menos pasiones y más virtudes que
las almas comunes, sino tan sólo las que tienen propósitos más altos.
603. Los reyes hacen hombres como hacen monedas: les hacen valer lo que
quieren, y estamos obligados a aceptarlos según su curso y no según su verdadero
valor.
604. La ferocidad natural hace menos hombres crueles que el amor propio.
605. De todas nuestras virtudes puede decirse lo que un poeta italiano dijo de la
honestidad de las mujeres, que a menudo no es más que un arte de parecer
honesta.
606. Lo que el mundo llama virtud suele ser un fantasma formado por nuestras
pasiones, al que se da un nombre honorable para hacer impunemente lo que
queremos.
607. Estamos tan predispuestos en nuestro favor, que a menudo lo que tomamos
por virtudes no son más que vicios que se les parecen, y que el amor propio nos
disfraza.
612. La pompa de los entierros tiene más que ver con la vanidad de los vivos que
con el honor de los muertos.
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Máximas de François de La Rochefoucault
613. Por mucha incertidumbre y variedad que haya en el mundo, sin embargo se
advierte en él un encadenamiento secreto y un orden regulado desde siempre por
la Providencia, que hace que cada cosa vaya por su cauce y siga el curso de su
destino.
615. Quien quisiera definir la victoria por su nacimiento se vería tentado, como
los poetas, a llamarla la hija del Cielo, dado que no se encuentra su origen en la
tierra. En efecto, está producida por una infinidad de acciones que, en vez de
tenerla por objetivo, sólo se orientan hacia los intereses particulares de los que la
hacen, ya que todos los que componen un ejército, pensando en su propia fama y
en su encumbramiento, proporcionan un bien tan grande y tan general.
617. Se tiende más a poner límites a la gratitud que a las esperanzas y a los
deseos.
620. Nada más difícil que distinguir la bondad general, esparcida por todo el
mundo, de una gran habilidad.
621. Para poder ser siempre bueno es preciso que los demás crean que nunca
pueden ser impunemente malvados con nosotros.
623. No nos es fácil creer lo que está más allá de lo que vemos.
624. La confianza que se tiene en uno mismo engendra la mayor parte de la que
se pone en los demás.
625. Existe una revolución universal que hace mudar el gusto como hace mudar
las fortunas del mundo.
627. Hay cosas bellas que tienen más atractivo cuando son imperfectas que
cuando están demasiado bien terminadas.
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Máximas de François de La Rochefoucault
630. De todas las pasiones, la que nos es más desconocida es la pereza; es la más
ardiente y la más maligna de todas, aunque su violencia sea insensible y que los
daños que cause permanezcan muy ocultos. Si reflexionamos atentamente sobre
su poder, comprobaremos que en toda ocasión se hace dueña de nuestros
sentimientos, de nuestros intereses y de nuestros placeres; es la rémora que tiene
fuerza bastante para detener a los mayores navíos; es una bonanza más peligrosa
para los asuntos importantes que los escollos y que las mayores tempestades. El
reposo de la pereza es un hechizo secreto del alma que interrumpe bruscamente
las actividades más ardorosas y las resoluciones más obstinadas; en fin, para dar
la verdadera idea de esta pasión, digamos que la pereza es como una beatitud del
alma, que la consuela de todo lo que pierde y que sustituye a todos los bienes.
631. De varias acciones diferentes que la fortuna dispone como le place, nacen
varias virtudes.
632. Nos gusta adivinar lo que piensan los demás, pero no nos gusta que hagan
otro tanto con nosotros.
633. Es enojosa enfermedad conservar la salud por medio de una dieta muy
severa.
634. Es más fácil tener amor cuando no se tiene que deshacerse de él cuando no
se tiene.
635. La mayoría de las mujeres se entregan más por debilidad que por pasión; de
ahí que, por lo común, los hombres decididos triunfen más a menudo que los
otros, aunque no sean más dignos de ser amados.
637. La sinceridad que se piden los enamorados para saber uno y otro cuándo
dejarán de amarse, más que para enterarse cuando dejen de ser amados, es para
estar más seguros de que se les ama mientras no se les diga lo contrario.
638. La comparación más exacta que puede hacerse del amor es la de la fiebre:
estamos tan impotentes ante uno como ante la otra, ya sea por su violencia, ya
por su duración.
641. Hay que consolarse de los errores propios cuando se tiene ánimo suficiente
para reconocerlos.
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