El Mundo Religioso

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EL MUNDO RELIGIOSO

El cristianismo no comenzó ni se desarrolló en un vacio religioso en el que los


hombres se hubieran encontrado como páginas en blanco, esperando algo en
que creer. Por el contrario, la nueva fe en Cristo tuvo que abrirse camino entre
las atrincheradas creencias religiosas que habian existido durante siglos.
Muchas habían degenerado en débiles supersticiones e insulsos rituales; en
tanto que otras eran relativamente nuevas y vigorosas. En general podemos
referirnos a cinco distintos tipos.

El panteón Greco-Romano
El animismo era la religión primitiva de Roma en los antiguos días de la
república. Cada campesino adoraba los dioses de su cortijo y de su fogón, los
cuales personificaban para él las fuerzas con las que tenía que tratar en el curso
de su vida diaria. Habia dioses del bosque y del campo, dioses del firmamento
y de los ríos, dioses de la siembra y de la cosecha, y todos recibian adoración
en su sitio y en su temporada. Entre los campesinos de Italia y Gracia
sobreviven hasta el presente algunos vestigios de las antiguas fiestas y ritos
locales. Es posible que las fiestas de las saturnales romanas con que se
celebraba el principio del año en el solsticio de invierno, repercutan en la
celebración de las fiestas cristianas de Navidad.
Con el desarrollo de la preponderancia militar y sus consecuentes
contactos con la civilización griega, se produjo una fusión de deidades bajo la
influencia dominante del panteón griego. Júpiter, el dios del cielo, se identificó
con el Zeus griego; Juno, su esposa con Hera; Neptuno, el dios del mar, con
Poseidón, Plutón, el dios de los infiernos, con Hades, etcétera. Toda la lista de
las deidades homéricas se fusionó con sus similares romanas. Gobernando
Augusto se erigieron nuevos templos y se establecieron nuevas clases de
sacerdotes. Habia muchos adoradores fieles a los antiguos dioses, romanos o
griegos, a los que rendian homenaje.
La adoración de los dioses griegos habia empezado a declinar en el
tiempo que apareció Cristo. Sus vulgares inmoralidades e insignificantes riñas,
que los presentaban como hombres y mujeres superiores nada más, los
exponían a la burla de los satíricos y al escarnio de los filósofos. Platón, más de
tres siglos antes de Cristo, habia afirmado que las historias de los dioses
deberian excluirse del Estado ideal porque tendían a corromper a la juventud
con sus males ejemplos. Los sabios filósofos no dejaron lugar para los dioses
en el cuadro de cosas que idearon, y notoriamente los convirtieron en objeto
de burla. No cabe duda que todavía quedaban muchos devotos adoradores de
esas deidades, pero su número, más que crecer, decrecía.
Otro factor contribuyó a la destrucción de la antigua reverencia hacia los
dioses. Hasta este tiempo no habian sido uniformemente adorados en todas las
ciudades, sino que cada una aisladamente, o las de un distrito politico
colectivamente, tenía su patrón. La adoración era de carácter semi-oficial; un
hombre tenía que adorar a Zeus, a Hera o a Artemisa porque le había tocado
vivir en una ciudad presidida por esa particular deidad. Cuando la ciudad
cabecera de una región capitulaba ante la potencia militar de Roma, surgía
naturalmente la pregunta: “Por qué el dios de esta ciudad no protegió a sus
habitantes?” Los pueblos vencidos abandonaban su fe en los dioses que a
causa de su mucha debilidad o de su mucha inconstancia, no les habían
ayudado.
La observancia pública de los ritos religiosos sobrevivió mucho tiempo
después del siglo I. El Nuevo Testamento nos ofrece un ejemplo notable de la
adoración de Diana de los Efesios, la diosa de quien se decia que su imagen
habia caido del cielo (Hech. 19:27,35). La devoción fanática con que se adoraba
a los dioses locales está bien ejemplificada por el escandaloso tumulto que
llenó el anfiteatro gritando, “¡Grande es Diana (Artemisa) de los Efesios!”
(19:34).

La adoración del emperador


Aunque persistió la adoración de las deidades locales, el desarrollo de
una con ciencia cosmopolita dentro del imperio preparó el camino para un
nuevo tipo de religión; la adoración del Estado. Durante muchos años los
reinos helenitas de los seleúcidas y ptolomeos habían exaltado a sus reyes a la
posición de dioses y les habian dado títulos como los de Señor (Kyrios),
Salvador (Soter), o Manifiesta Deidad (Epiphanes). La concentración de las
funciones ejecutivas del Estado romano en la persona de uno de estos hombres
le había revestido con poderes que no tenian paralelo en la historia del mundo.
El hecho de que fuera capaz de utilizar estos poderes para el bien de imperio
hacía surgir el sentimiento popular de que debía haber en él algo de divino.
El culto imperial no fue establecido arbitrariamente. Creció
progresivamente a causa de las numerosas atribuciones de honores divinos al
emperador, además del deseo de centralizar la unión de todo el pueblo en su
persona. A Julio César lo llamaron Divus Julius después de muerto (Divino
Julio). A partir del templo de Augusto todos los emperadores fueron
deificados después de su muerte por voto del Senado, aunque algunos de ellos
no tomaron el honor muy en serio. Caligula ordenó que su estatua fuera
levantada en el templo de Jerusalén, pero, como generalmente se le
consideraba loco, su conducta no puede estimarse como representativa de la
política imperial. No fue sino hasta el tiempo de Domiciano, al final del primer
siglo, que un emperador reinante intentó compelir a sus vasallos a que lo
adoraran.
La negación de los cristianos a participar en tal adoración precipitó
contra ellos una violenta persecución: los cristianos firmemente objetaron la
adoración de un ser humano. Los romanos politeístas, que siempre podian
añadir otro dios a su lista de dioses, consideraron la oposición cristiana como
una falta del merecido reconocimiento al emperador y como una actitud
abiertamente antipatriótica. Entre estos dos puntos de vista no cabía
reconciliación. La actitud cristiana sobre este asunto, referente a la adoración
del Estado o de su feje, se refleja en el Apocalipsis, en donde se ve
inequivocamente la hostilidad entre las demandas de Cristo y las del
emperador.
No cabe duda, sin embargo, que la adoración del emperador era de
mucha importancia para el Estado. Unificaba el patrimonio y la religión, y
convertía el deber religioso en la base sustentativa del Estado. Era el
totalitarismo del siglo I.

Las religiones de misterio


Ni la religión del Estado ni la del emperador resultaron plenamente
satisfactorias. Ambas eran observadas por medio de sacrificios rituales; ambas
eran sostenidas por la colectividad más que por los individuos aisladamente;
ambas procuraban la protección de sus dioses más que un compañerismo con
ellos, y ninguna de ellas ofrecía tranquilidad y fuerza personales en los
momentos de opresión y de angustia. La gente andaba en busca de una fe más
personal que les conectara con la deidad y estaban dispuestos a someterse a
cualquier experiencia que les prometiera alcanzar ese contacto.
Las religiones de misterio colmaron ese deseo. La mayor parte de ellas
eran de origen oriental, aunque en Grecia se habian practicado durante mucho
tiempo los misterios aleusinos. El culto de Cibeles, la Gran Madre, vino de
Asia; el de Isis y de Osiris o Serapis, de Egipto; el Mitraismo (adoración del
Sol) se originó en Persia. Aunque todas diferian entre sí en origen y en
detalles, eran semejantes en algunas características generales. Cada una estaba
centrada en un dios que había muerto y había resucitado. Cada una poseía un
ritual de fórmulas y purificaciones, de simbolos y representaciones dramáticas
secretas de la experiencia del dios, por medio de las cuales se introducia al
iniciado a la misma experiencia, y asi éste quedaba presumiblemente
convertido en un candidato a la inmortalidad.
El procedimiento de esas iniciaciones era algo muy parecido al de las
modernas sociedades secretas. Cada religión mantenía un fraternidad en la
que el esclavo y el patrón, el rico y el pobre, el patricio y el plebleyo se
encontraban sobre el mismo nivel.
Las religiones de misterio satisficieron el anhelo individual de
inmortalidad e igualdad social. Ofrecieron un escape a la emoción religiosa
como rara vez lo habia hecho la religión del Estado y convirtieron la
experiencia religiosa en enfáticamente personal. Nada se nos dice de ellas
directamente en el nuevo Testamento pero se piensa que Pablo usó el
vocabulario de esas religiones cuando lo necesitó, y que la “adoración de
ángeles” mencionada en Colosenses (2:18, 19) hace alusión a una intentada
fusión de algún ecléctico culto filosófico con el cristianismo.

La adoración de lo oculto
Parecido en muchos aspectos a las religiones de misterio era el ocultismo
o supersticiosa observancia y veneración de las fuerzas del universo, las cuales
las multitudes no entendían, pero podian vagamente sentirlas. Para esas
multitudes el mundo estaba habitado por espiritus y demonios que podían ser
invocados y compelidos a obedecer las órdenes de uno, si uno sabia usar el rito
o la fórmula adecuada. Hay alusiones en la literatura contemporánea y en
fragmentos de papiro que dan testimonio de que en todos los dominios
romanos prevalecia la creencia en lo mágico. Los judios compartian con los
gentiles estas creencias supersticiosas; y en muchas ocasiones estaban más
interesados en la magia que los gentiles.
La confianza en la magia comenzó en muy antiguos tiempos. Los
augurios o predicciones del futuro mediante el examen de las entrañas de
animales sacrificados, o mediante la observación del vuelo de las aves, eran
prácticas de los romanos desde la fundación de Roma. Los griegos estaban
acostumbrados a acudir a los oráculos, donde se suponia que los dioses
comunicaban su voluntad a los hombres por medio de sacerdotes a
sacerdotisas de su propiedad. La cautividad babilónica puso a muchos judios
en contacto con las tradiciones misticas del Oriente, y se convirtieron en
exorcistas profesionales y en mgromantes. Las conquistas de Alejandro
establecieron relaciones con los persas, y por conducto de éstos el misticismo
de Oriente refluyó sobre el Occidente. En el gobierno de Tiberio los
horóscopos estaban en su apogeo, pero la magia, según la demuestran los
papiros, se hizo popular en el curso de las siguientes centurias.
En el Nuevo Testamento se da cuenta del interés que los judios tenían en
la magia. Los fariseos arrojaban demonios, y los hechiceros se mencionan en
Los Hechos como rivales de la predicación del evangelio (Hech. 8:9-24, 13:6-
11). Los cristianos de Efeso se dieron cuenta de que la magia pagana no era
compatible con el cristianismo, y por eso quemaron sus libros de fórmulas
hechiceras en una quema que costó cincuenta mil denarios (19:19). La actitud
bíblica hacia la adoración de lo oculto fue, en todos sentidos, invariablemente
hostil. Aunque reconocía la realidad de las fuerzas demoníacas, el trato con
ellas quedó estrictamente prohibido tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento (Deut. 18:10-12, 20; Miq. 5:15; I Cor. 10:20, 21).
En los papiros hay ejemplos de fórmulas mágicas que podian usarse para
dominar los espiritus o para traer la buena suerte. Una de éstas, tomada de los
grandes papiros mágicos del gran Paris del siglo III, demostrará la curiosa
combinación de fraseología pagana, judía y cristiana que se usaba como
fórmula para exorcizar a un demonio:

Fórmula magnifica para echar demonios. Invocación que debe


pronunciarse sobre la cabeza (del poseso). Ponga delante de él ramas de
olivo y, parándosele detrás diga: ¡Salve, espíritu de Abraham! ¡Salve,
espiritu de Isaac! ¡Salve, espiritu de Jacob! Jesucristo, tú que eres santo,
tú que eres espíritu (aquí sigue una serie de palabras, aparentemente sin
sentido), saca el demonio de este hombre y haz que el impuro demonio
de satán huya delante de ti. Te conjuro, oh demonio quien quiera que
seas, por el Dios Sabarbarbathioth Sabarbarbathuth Sabarbarbafai. ¡Oh
demonio, quienquiera que seas, vete de (nombre del poseso) en seguida,
en seguida! ¡Sal, oh demonio porque te voy a encadenar con cadenas
adamantinas que no podrás romper, y te devolverá al negro caos en
completa destrucción!

La fórmula anterior ilustra el respeto del mundo pagano hacia el poder


del evangelio de Cristo y el concepto equivocado que tenían las buenas nuevas
de Cristo. Si no hubiera habido verdadero poder en el cristianismo contra las
influencias demoniacas del paganismo, jamás hubieran usado los nombres de
Abraham, Isaac, Jacob y Jesús. El error de ellos era dar por sentado que tales
palabras constituían una fórmula mágica más que se podía usar cuando le
pareciera conveniente al exorcista. El usuario de esta fórmula caía en el error
de Simón el mago, que pensó que el poder de Dios se compraria con dinero.
Tal revoltura de fe y de superstición nada tenía de raro entre un pueblo que
por naturaleza era intensamente religioso, pero que no había tenido acceso a
una enseñanza adecuada, ni a un ejemplar de las Escrituras.
La astrología también fue popular en el imperio durante el siglo I. Se
había originado en Babilonia, donde los claros cielos nocturnos
proporcionaban muchas oportunidades para observar ininterrumpidamente
las estrellas y los planetas. Como los sacerdotes de Babilonia tenían a los
planetas como emblemas de sus dioses, conservaban un cuidadoso registro de
sus movimientos. El orden del universo los impresionaba y procuraban
relacionarlo con el curso de la vida humana. Por medio de las conquistas de
Alejandro, por las que se establecieron relaciones entre los mundos oriental y
occidental, los conocimientos astrológicos llegaron a los griegos. Los griegos y
los adivinadores de Oriente, que emigraban a Roma para buscar fortuna,
hicieron que la astrologia se extendiera en el imperio romano.
La teoría astrológica se basaba en la creencia de que los poderes
supremos del mundo que controlaban los planetas y la vida humana obraban
simultáneamente en ambos, y muchas veces permitían presagiar el destino de
los hombres mediante el curso de los planetas bajo los cuales habían nacido.
Para poder captar el mensaje de los cuerpos celestes, se dividia la carrera del
Sol y de los planetas entre los doce signos del zodíaco, cada uno de los cuales
ostentaba la marca de una constelación determinada. Conociendo el tiempo
exacto del nacimiento de una persona se podía determinar bajo qué signo
había nacido, y la posición de los diversos planetas en aquel momento. De sus
posiciones podía deducirse la influencia potencial que ejercía en su carrera, y
en consecuencia predecir el futuro o advertir sobre lo que se podía esperar, o
lo que se debia evitar. El ordenamiento de estos datos constituía lo que se
llama horóscopo.
Con el advenimiento del sistema astronómico de Copérnico, en el que el
Sol ocupa el centro del sistema solar, y no la Tierra, la astrología disminuyó en
importancia. Sin embargo, en el tiempo de Cristo adquirió considerable
atención, no sólo de las clases bajas sino también de la aristocracia. Augusto la
empleaba cuando era necesario, y Tiberio recurría a ella con regularidad.
Nunca penetró al cristianismo porque los cristianos la repudiaron
abiertamente.

Las filosofías
Cuando la religión degenera en vacio ritualismo o en cretinas
supersticiones, los hombres pensantes tienen que abandonarlas enteramente
porque sienten que no encuentran verdadera satisfacción en ellas. No pueden,
sin embargo, desconocer la necesidad de encontrar una respuesta racional a
los problemas que el mundo les presenta. Los misterios del universo
demandan una explicación a menos que uno se contente con ser un estúpido
que nunca se preocupe de ellos.
La filosofia constituye el esfuerzo de armonizar todo el conocimiento
existente acerca del universo, dándole forma sistemática para unificar con ella
la experiencia humana. Ha habido diversas filosofías, bárbaras unas,
inofensivas las otras, sutiles aquéllas, profundas éstas. Algunas han
reconocido la existencia de un poder supremo o de una deidad personal. Otras
han sido francamente materialistas y han desechado el concepto de la
divinidad como ridiculo o como innecesario. En todo caso, la filosofia nunca
ha dependido de una revelación hecha por Dios. Siempre admite como hecho
básico la potencia adecuada del hombre para entender su propio mundo y
decidir su propia suerte. El conocimiento por medio del cual tienen que
determinarse las decisiones, se derivará de la experiencia de que disponga el
individuo o la comunidad. El arreglo del conocimiento dentro de un sistema
coherente, tiene que ser dirigido por las reglas de la lógica que el mismo
hombre ha formulado. Por medio del incremento de sus observaciones y del
perfeccionamiento de su lógica, el hombre llegará a ser capaz de alcanzar el
pleno conocimiento de los misterios de los cuales él es parte.
Para obtener este fin se crearon diversos sistemas de filosofia. En la
medida en que esas filosofías reflejan las actitudes básicas hacia la vida, han
persistido hasta el presente, aunque quizá no con sus nombres originales.
Todas se fundaron sobre premisas diferentes de los principios fundamentales
cristianos. Aunque muchas de ellas poseían rasgos que se parecian a los del
cristianismo, y aunque el vocabulario, y hasta algunas de las prácticas de estas
creencias rivales, posteriormente fueron absorbidas por el pensamiento de la
Iglesia, pueden considerarse, en lo general, como fuerzas de oposición más
que como la materia de la que se forjó el cristianismo. Es indispensable un
conocimiento elemental de esos sistemas filosóficos para comprender
claramente el ambiente intelectual y religioso del primer siglo.

PLATONISMO
El platonismo se llamó así por Platón, el gran ateniense, filósofo y
fundador de la Academia que vivió en el siglo IV A.C. Fue amigo y discipulo
de Sócrates. De su maestro heredó una mente investigadora y el hábito de
pensar conceptos abstractos. Enseñaba que el mundo consiste de un número
infinito de cosas particulares, cada una de las cuales es una copia más o menos
imperfecta de una idea real. Por ejemplo, hay muchas clases de sillas pero
ninguna de ellas podría considerarse la silla de la cual se derivaron las otras.
La silla verdadera o real, pues, no es una fabricada de madera; es una silla
ideal de la cual es una copia la que está hecha con madera.
El mundo real, por tanto, es el mundo de las ideas, del cual no es más
que una sombra el mundo material. Organizadas en sistema estas ideas, a la
cabeza de ellas se coloca la idea del Bien. Platón, al parecer, nunca personalizó
la idea del Bien, ni la identificó en el Demiurgo, o Creador, que formó el
mundo material. Consideró que las ideas tenían existencia objetiva; de hecho,
constituian la única existencia real, de la cual, el presente mundo es una débil
y deformada copia.
Tal concepto del mundo inevitablemente conduce al dualismo. Si el
mundo verdadero es el reino invisible de las ideas, y si el cambiante cosmos en
el que el hombre vive es solamente transitorio, el afán del hombre consistirá en
escapar de lo irreal hacia lo real. La reflexión, la meditación y hasta el
ascetismo le abrirán camino hacia la liberación.
El conocimiento es salvación; la ignorancia es pecado. Buscando el Supremo
Bien, el Final, la Suprema Idea, el hombre puede librarse de la esclavitud
material del mundo y elevarse a la comprensión del mundo verdadero.
El platonismo era demasiado abstracto para ganarse la atención y el
pensamiento del hombre común. No se menciona directamente en el Nuevo
Testamento como una de las filosofías con las que el cristianismo se encontró.
Sin embargo, ese dualismo se reflejó en el gnosticismo que surgió en el primer
siglo, y en el neoplatonismo introducido por Plotino en el siglo tercero.

GNOSTICISMO
El gnosticismo, como su nombre lo indica, se deriva de la palabra griega
gnosis (conocimiento) y era un sistema que prometía la salvación por medio
del conocimiento. Dios, decian los gnósticos, era demasiado grande y
demasiado santo para haber creado el mundo material con tanto contenido de
bajeza y corrupción. Los gnósticos enseñaban que al crearlo, la suprema
Deidad habia procedido por una serie de sucesivas emanaciones, cada una de
las cuales era inferior a aquella de la cual procedía, hasta que finalmente, la
última de estas emanaciones, O “aeones”, como ellos las llamaban, creó el
mundo. De este modo la materia se equiparaba con el mal. Si el hombre
deseaba obtener salvación, podría lograrlo renunciando al mundo material y
buscando el invisible. Dos contradictorias conclusiones éticas surgieron de este
argumento. La primera fue el ascetismo, que afirmaba que puesto que el
cuerpo es material, es malo y debe conservársele bajo estricto dominio. Sus
apetitos deben desviarse, y sus impulsos despreciarse y suprimirse. La
segunda conclusión se derivó de la pretensión de que el espíritu es real, y el
cuerpo irreal. Si el cuerpo es nada más temporal, sus actos no tendrán
consecuencias. La plena gratificación de sus deseos no afectará la salvación
final del espíritu, el único que ha de sobrevivir.
Parece posible que esta enseñanza haya producido la herejia que Pablo
menciona en su carta a los Colosenses, donde advierte a sus lectores: “Mirad
que ninguno os engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones
de los hambres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo” (Col.
2:8). Al parecer, esta herejía negaba la plenitud de la divinidad de Cristo,
convirtiéndolo probablemente en una de esas emanaciones inferiores, O
manifestaciones de Dios. Además, el ascetismo patrocinado por ciertas formas
de gnosticismo, quizá se refleja en aquellos reglamentos: “No manejes, ni
gustes, ni aun toques” (2:21), condenados francamente por Pablo. No es
posible identificar absolutamente este error con el gnosticismo, pero tiene
afinidades con él.
NEOPLATONISMO
Plotino adoptó los principios de Platón. Era Plotino (204-269 D.C.)
originario de Licópolis, Egipto, y enseñó filosofia en Roma durante veinte y
cinco años. Su preparación la debió a Ammoníio Saccas de Alejandría que fue
cristiano, pero que había retornado al gentilismo. Fue también intensamente
afectado por las ideas persas de dualismo que adquirió sirviendo durante una
expedición militar romana.
El neoplatonismo se caracterizó definidamente como una filosofia
religiosa basada sobre el dualismo platónico del ideal universal y la cosa
particular, además, sobre el dualismo persa de la luz y las tinieblas. En el
neoplatonismo se considera como inevitable que el espiritu es el bien, y que el
cuerpo es el inseparable mal. La salvación consiste en eliminar completamente
todos los deseos corporales, a medida que se retrocede gradualmente de la
vida dependiente de la sensación, moviéndose hacia la vida del espíritu, lo que
finalmente se alcanza con la muerte. Entonces cesa la mala influencia del
cuerpo para florecer la verdadera vida espiritual.
El neoplatonismo fue más allá del platonismo, enseñando que se
alcanzará la vida espiritual no por medio de esfuerzos intelectuales, sino
debido a una absorción mistica en el infinito. Ya que la razón no puede
alcanzar a Dios, sólo el sentimiento puede establecer comunicación con Él.
En el pensamiento dualístico del gnosticismo y del neoplatonismo hay
un gran golfo entre la realidad y la materia, no sólo en el sentido metafísico de
que ambas son irreconciliables en esencia, sino también en el sentido ético, de
que una es el bien y la otra es el mal. Consecuentemente, dentro de ninguna de
ellas cabe la doctrina de la Encarnación. Un neoplatonismo uniforme y
congruente consideraría la unión de Dios y el hombre, de la deidad e
innecesaria, ya que ningún acto material puede tener efecto sobre el mundo
real del espiritu. La resurrección del cuerpo sería una odiosa equivocación, ya
que solamente perpetuaría el mal de la existencia material. Julián “El
Apóstata”, último oponente imperial del cristianismo, era neoplatónico.

EPICUREÍSMO
El epicureismo tomó su nombre de Epicuro, hijo de un ateniense.
Estudió Epicuro en Atenas y alli fundó su propia escuela por el año 306 A.C.
La mejor representación de su enseñanza se encuentra en las obras de su
discípulo Lucrecio, filósofo y poeta materialista romano, del siglo que procedió
al cristianismo. Enseñaba que el mundo comenzó con una lluvia de átomos,
algunos de los cuales por pura casualidad se movieron oblicuamente un
pequeñez y chocaron con otros. Estas colisiones produjeron otras, hasta que
finalmente, el movimiento consiguiente tuvo por resultado el presente
universo. La cosmogonía del epicureismo es similar a la de la moderna
evolución materialista.
En un mundo producido por la casualidad no queda espacio para el
propósito ni para el designio. No puede haber, por tanto, ningún bien final
absoluto. El supremo bien posible, decia Epicuro, es el placer, definido por él
como la ausencia del dolor. Al contrario de lo que generalmente se dice del
epicureismo, entonces y ahora, no abogaba por la sensualidad, sino más bien
por la elección de aquellos placeres que darán al individuo la más duradera y
plena satisfacción. Si la abstinencia de algunas cosas que nos permitimos nos
puede traes mayores satisfacciones que los mismos placeres, entonces se
impone la abstinencia. El epicureísmo no abogaba por la disipación, pero no
ofrecía remedio para el egoismo.
Además era esencialmente antirreligioso. Si el mundo se debió a la
materia y a la casualidad, no hay necesidad de ningún poder creador. Si la
casualidad determina el resultado de los acontecimientos cósmicos, no queda
lugar para una Mente creadora y directiva. Los epicúreos, convengamos, no
hablaban de los dioses, mi tampoco negaban categóricamente su existencia;
pero los dioses, según ellos los imaginaban, se hallaban confinados en un
distante cielo de bienaventuranza, conde disfrutaban de su propia sociedad sin
interesarse en los triviales asuntos de los hombres. En el mejor de los casos el
epicureismo resulta deista, pero en realidad ateísta, porque un dios que es
inaccesible o que no tiene interés en los asuntos humanos resulta igual a lo que
no existe.
Como filosofía, el epicureismo fue muy popular porque no se inclinaba
al razonamiento abstracto. Apelaba a las consideraciones emocionales que
proporcionan una justificación filosófica para hacer lo que más quiere la gente
—el placer es la finalidad suprema de la vida-. Desechaba todo pensamiento
acerca del pecado o de la responsabilidad ante un juicio final, puesto que no
predicaba el propósito ni el término del proceso del presente mundo. No
tomaba en cuenta la inmortalidad, porque estando el cuerpo formado
solamente de átomos, no puede sobrevivir después de la presente vida. En
consideración a los principios centrales del epicureismo, no nos asombra que
los atenienses se hayan reido del discurso de Pablo en el Areópago, en el que
les predicó a “Jesús y la resurrección” (Hechos 17:18, 32).

ESTOICISMO
En el precitado pasaje del Nuevo Testamento están asociados
epicureismo y estoicismo. El estoicismo fue fundado por Zenón (340-265 A.C.),
nativo de Chipre, y posiblemente de ascendencia semítica. Zenón no reconocia
un Dios personal, sino que enseñaba que el universo está dirigido por una
Razón Absoluta o una voluntad divina inmanente y que lo posee totalmente.
El proceso del mundo queda, pues, gobernado no por la casualidad, sino por
un propósito progresivo.
Conformarse a la razón, se convierte por tanto, en el supremo bien. El
sentimiento personal es inmaterial y aun dañoso, puesto que tiende a
embrollar la solución racional de los problemas humanos. El perfecto dominio
de si mismo, insensible a toda consideración sentimental, era la meta de los
estoicos. La actitud, supuestamente resultante, ha servido para dar el principal
significado que el término “estoico” tiene en el lenguaje moderno.
A causa de que los estoicos creian que la naturaleza ya es como debe ser
y que cualquier cosa que pase está regido por la providencia, no quedaba
lugar para alterar el proceso o para detener su inexorable curso. El universo
tiene que aceptarse, no que cambiarse. Esta actitud fatalista enseñaba el
dominio propio y en consecuencia fomentaba un hermoso y elevado tipo de
moralidad. Apelaba ala mente romana rígida y legalista, y muchos de los
mejores estadistas romanos, como Cicerón se adhirieron a esos principios.
El credo estoico, no obstante su virtud, no era cristiano. No quedaba en
él un sitio para el libre albedrío o para la existencia verdadera del mal. Todos
los aparentes males eran para los estoicos nada más que una parte de un bien
más grande. Semejante actitud tenía que excluir cualquier idea de reforma o de
cambio en el orden existente de cosas. El individuo queda obligado a actuar
virtuosamente por si mismo, conformándose a la más alta razón que conoce,
pero no tiene obligación de procurar un cambio en la suerte común de los
hombres ni de escudarlos de las adversidades.
No era posible para el estoico un trato personal con Dios. Si la naturaleza
trata imparcialmente con los hombres no tendrá favoritismo para con ninguno.
Además, la idea de una relación personal con la razón universal o con el
proceso cósmico resultaría tan incongruente como la demostración de afecto
hacia la ley de gravitación. Dios, según los estoicos, no tiene interés personal
en los asuntos de los hombres porque Él no es entidad personal. Todo el
concepto del evangelio cristiano en el que Dios hace frente al mal enviando a
su Hijo al mundo para morir por los hombres, tendria que aparecer ridículo a
los estoicos. Aunque la ética es muy recomendable, y aunque en algunos
puntos remedaba las elevadas metas de la ética cristiana, los dos sistemas, en
sus presuposiciones y en la práctica, tenían intereses separados.
Otros dos sistemas merecen mención, aunque eran menos populares y de
menor influencia que los que hasta aquí hemos reseñado.

LA ESCUELA CÍNICA
La enseñanza de los cínicos, así como el platonismo, fue resultado de la
enseñanza socrática. Habiendo enseñado Sócrates que el hombre de pocas y
sencillas necesidades, generalmente sobrevive bajo condiciones que frustran
completamente al que tiene multiplicados deseos, los cínicos lucharon para
que la altura de su virtud consistiera en carecer de deseos. Para alcanzar
independencia de los deseos se esforzaron en abolirlos. Abandonaron toda
suerte de reglamentos y de conveniencias sociales haciéndose completamente
individualistas. Con frecuencia los cínicos se conducian y hablaban en forma
abusiva e indecente, con el único propósito de demostrar que eran
“diferentes”. La critica que hizo Sócrates de Antistenes, fundador de la Escuela
Cinica, fue quizás el más penetrante análisis que existe de ese movimiento.
“Puedo ver tu orgullo”, le dijo, “por los agujeros de tu manto”.

EL ESCEPTICISMO
Pirro de Elis (365-295 A.C.) fue el primero de los escépticos.
Sucintamente, su argumento es como sigue: Si el conocimiento descansa sobre
la experiencia, no puede haber una meta final, porque la experiencia de cada
hombre difiere de la de todos sus semejantes. Las costumbres aceptadas en un
país se consideran reprensibles en otro. Las impresiones sobre los mismos
objetos varian con el tiempo y con las condiciones de observación. Todos los
elementos de juicio son relativos: un peso ligero para un hombre, puede ser
pesado para otro. A menos que se encuentre un punto de partida para el
razonamiento, ningún criterio de juicio es válido, y por tanto, ninguna cosa
como lo que llamamos “verdad” puede existir. Los escépticos, de haber sido
consecuentes con su propia lógica se hubieran abstenido de hacer cualquier
afirmación, puesto que nada podían probar por medio de premisas aceptables.
El escepticismo lógicamente tendría que terminar en una completa parálisis
intelectual.
Los cínicos y los escépticos surgieron como resultado del abandono de
los principios. El primero afectó a la moral, el segundo al intelecto. El
cristianismo difiere de ambos, afirmando que Dios constituye la más elevada
aspiración del hombre. Insiste en que el hombre necesariamente depende de
Dios, hecho que limita la independencia cínica; y que Dios es el principio de
toda razón, ya que su revelación personal sirve como factor
regulador en la adquisición de conocimiento por medio de la experiencia.

EVALUACIÓN DE LAS FILOSOFÍAS


El grado de popularidad que éstas y otras diversas filosofias hayan
alcanzado, no cambia el hecho de que fueron insatisfactorias porque eran
demasiado abstractas para que el hombre de la calle las asimilara
completamente, y también porque carecian de una finalidad. Todos sus
razonamientos terminaban invariablemente en un “tal vez”. Platón
expresó con exactitud ese fracaso poniendo en boca de Simmias el siguiente
discurso:

Me atrevo a afirmar que tú, Sócrates, sientes como yo, cuán dificil y
casi imposible es el logro de alguna certidumbre respecto a cuestiones
como éstas (la inmortalidad) en la presente vida. Y estoy convencido de
que es un cobarde aquel que no hace todos los esfuerzos posibles para
conseguirla, o aquel cuyo corazón desmaya antes de haber examinado el
asunto desde todos los puntos de vista. Porque debe perseverarse hasta
alcanzar una de dos cosas: descubrir o aprender la verdad acerca de
ellas, o, si esto es imposible, precisa escoger entre todos los
razonamientos humanos el mejor y más fuerte, y embarcándonos en él
como en una barquilla, atravesar las tempestades de esta vida —no sin
riesgo, lo admito, a menos que pueda encontrarse algo como palabra de
Dios (razonamiento incontestable, según la versión castellana) que nos
ponga fuera de peligro.

De esta manera, la filosofia, de acuerdo con sus propias afirmaciones, no


habria alcanzado éxito en la búsqueda de la verdad. Al dilema de Simmias
traía respuesta única el cristianismo: “Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó
entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno
de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

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