Reforma Carolingia

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Historia de la Música

Reforma Carolingia. (Canto galicano)

Hacia los años 752 – 753, Crodegando, obispo de Metz, y pariente próximo
del rey Pipino el Breve, visitó Roma para preparar el viaje del Papa Esteban II a
las Galias. Este viaje tenía por objeto recibir el apoyo del rey de los francos
para salvaguardar los territorios papales amenazados por la expansión
lombarda. En Roma, Crodegando, comprueba que hay una gran diferencia
entre los cantos y prácticas de aquella metrópoli y los de las iglesias de las
Galias. De regreso a Metz instaura en su iglesia la liturgia y canto romano. Era
ésta una acción necesaria, porque en las Galias nunca había habido un canto
autóctono, perfectamente formado y mantenido en una tradición rica y severa,
como en Roma, Milán, Sur de Italia, España, Norte de África. Tenemos
noticias de la liturgia galicana, gracias a una carta falsamente atribuida a San
Germán de Paris (+ 576), que debió estar escrita a principios del siglo VIII, en
la que se describe las partes de la liturgia de manera muy semejante a como lo
hizo San Isidoro de Sevilla (+636), y aparece en los códices de la liturgia viejo-
hispánica.

La instauración de la liturgia y canto romanos vendría a sumarse al


proyecto de unificación político-religiosa emprendida por el rey Pipino el Breve.
Así es que, en el año 760, el Papa Pablo I, sucesor del ya citado Esteban II,
remitió al rey franco un antifonario (un libro de cantos para la liturgia).

La transición de una liturgia a otra, el cambio brusco de repertorio de


cantos guardados fielmente, no debió hacerse con facilidad. Pero hay decir que
a ello contribuyeron varias circunstancias de notable relieve.

La instauración de los cantos de la liturgia romana sirvió a Pipino el


Breve para ganarse la amistad y el apoyo de Roma, y sobre todo para que su
sucesor Carlomagno lograra ser consagrado emperador en la Navidad del año
800.

Coronación de Carlomagno por los ayudantes


de Rafael, 1516-1517.

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Historia de la Música

Los concilios francos de los años 743 y 744 promovidos por el monje
benedictino San Bonifacio habían iniciado una reforma religiosa de gran calado
en la región franco – germánica valiéndose del florecimiento de la vida
monástica en dichos reinos. Este florecimiento monástico se debió en gran
medida a la implantación de la Regla de San Benito gracias a los esfuerzos,
primero, de San Bonifacio, y, más tarde, en tiempos del sucesor de
Carlomagno, Luis el Piadoso, de un monje visigodo venido de España, llamado
Witiza, más conocido con el nombre de Benito de Aniano. La regla benedictina
concedía extraordinaria importancia al oficio divino, de tal modo que su
celebración constituía el primero de los objetivos de la vida monástica. El
establecimiento de la regla benedictina traía consigo la implantación de su
liturgia y cantos correspondientes, que eran precisamente los del entorno
romano.

Al auge de la vida monástica hay que añadir el esplendor intelectual,


literario y artístico que le acompaño. En el año 782 llega Alcuino de York a la
corte de Carlomagno. Este monje inglés, comprueba que, el latín de las nuevas
oraciones y cánticos que llegan de Roma no se entendían, porque cada uno lo
pronunciaban a su manera. El latín estaba contaminado por un sinfín de
elementos fónicos de origen franco – germánico. Alcuino y los clérigos
carolingios emprendieron una ardua tarea pedagógica y cultural para
restablecer las normas clásicas que habían dominado en los mejores años de
esplendor del viejo Imperio romano, aunque, eso sí, trasladadas y adaptadas a
la tradición y doctrina cristiana.

Este renacimiento carolingio, literario, artístico, litúrgico y musical, tuvo como


soporte, para su prolongación en el futuro, la copia de códices donde quedasen
fijados para la posteridad, los textos más importantes de la cultura y de la
religión: La Biblia, los escritos de los más importantes autores eclesiásticos y
libros litúrgicos en general.

No sabemos muy bien cómo nacieron los primeros códices litúrgicos con
notación musical. Hay algunos indicios que lo sitúan en la Península, en la
época visigoda, con el código gráfico musical que conocemos como notación
neumática, en el que se han escrito los códices de canto gregoriano, y es el
origen de nuestra escritura musical actual. El hecho es que los carolingios se
sirvieron de los códices para fijar primero y para difundir luego la liturgia y el
canto romano.

La notación neumática representa el número de sonidos musicales que hay


que articular en cada sílaba, así como la relación de sonidos entre sí y su
dirección melódica, pero es poco precisa para indicar los sonidos altos o bajos,

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esto es, no señala la posición exacta de los mismos en una escala. La notación
neumática era pues, un procedimiento mnemotécnico que servía, sobre todo,
para recordar unos cantos que había que aprender de memoria y ejecutarlos
cada uno a su modo.

A mediados del S. IX, se inició un proceso de intervención en el canto


litúrgico, que consistía en introducir improvisadamente glosas y versos,
llamados tropos, dentro del propio canto, probablemente para dar mayor
solemnidad a los actos litúrgicos de las grandes fiestas. Según este
procedimiento se realizarán improvisaciones sobre el canto litúrgico en otra
altura melódica cuya evolución daría lugar posteriormente al canto polifónico.

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Restauración del canto gregoriano. Con el S. XIX, los musicólogos


alemanes, belgas y franceses, inmersos en el ideal romántico de revivir el
pasado medieval, vieron en los códices con neumas de los S.X y XI la
posibilidad de rehabilitar dicho canto. Fueron Dom Guéranger y sus monjes de
la recién fundada Abadía de Solesmes quienes dedicaran sus esfuerzos en
esta actividad.

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