1881 Juan Ramón Jiménez

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881) España

¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas! …Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma
nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las
olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas… ¡Inteligencia, dame el
nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas! Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo; que, a
veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera. Tú, esencia, eres conciencia; mi
conciencia y la de otros, la de todos, con forma suma de conciencia; que la esencia es lo sumo, es la forma
suprema conseguible, y tu esencia está en mí, como mi forma. Todos mis moldes, llenos estuvieron de ti; pero tú,
ahora, no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia que no admite sostén, que no admite corona, que corona
y sostiene siendo ingrave. Eres la gracia libre, la gloria del gustar, la eterna simpatía, el gozo del temblor, la
luminaria del clariver, el fondo del amor, el horizonte que no quita nada; la transparencia, dios, la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en lo uno mío, en el mundo que yo por ti y para ti he creado. Los dioses no tuvieron
más sustancia que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo por vivir.
No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo a un lado y otro, en esta fuga, rosas, restos de
alas, sombra y luz, es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién
puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más
que ése, y si lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este saber y este ignorar es vida, su vida, y es la vida.
Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas,
como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección, como dioses. Y son un dios sin espada, sin nada de lo
que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego
o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido en el sol y del sol he
venido aquí a la sombra, ¿sol del sol, como el sol alumbro?, y mi nostalgia, como la de la luna, es haber sido sol
y reflejarlo sólo ahora. ¿Asco de nuestro ser, nuestro principio y nuestro fin; asco de aquello que más nos vive y
más nos muere? ¿Qué es, entonces, la suma que no resta; dónde está, matemático celeste, la suma que es el
todo y que no acaba? Hermoso no tener lo que se tiene, nada de lo que es fin para nosotros, es fin, pues que se
vuelve contra nosotros, y el fin nunca se nos vuelve. ¿Esto es vivir? ¿Hay otra cosa más que este vivir de cambio
y gloria? Lo que fue esta mañana ya no es, ni ha sido más que en mí, gloria suprema, escena fiel, que yo, que la
creaba, creía de otros más que de mí mismo. Los otros no lo vieron; mi nostalgia que era de estar con ellos, era
de estar conmigo, en quien estaba. La gloria es como es, nadie la mueva, no hay nada que quitar ni que poner, y
el dios actual está muy lejos, distraído también con tanta menudencia grande que le piden.
La muerte, y sobre todo, el crimen, da igualdad a lo vivo, lo más y menos vivo, y lo menos parece siempre con la
muerte más. No, no era todo menos, como dije un día, “todo es menos”, todo era más, y por haberlo sido, es más
morir para ser más, del todo más. ¿Qué ley de vida juzga con su farsa a la muerte sin ley y la aprisiona en la
impotencia? Sí, todo, todo ha sido más y todo será más. No es el presente sino un punto de apoyo o de
comparación, más breve cada vez; y lo que deja y lo que coje, más, más grande. Vida animal, ¿hermosa vida?
El niño todavía me comprende, la mujer me quisiera comprender, el hombre... no, no quiero nada con el hombre,
es estúpido, infiel, desconfiado y cuando más adulador, científico. Cómo se burla la naturaleza del hombre, de
quien no la comprende como es. Y todo debe ser o es alzarse a dios y olvidarse de todo lo creado por dios, por
sí, por lo que sea. “Lo que sea”, es decir, la verdad única, yo te miro como me miro a mí y me acostumbro a toda
tu verdad como a la mía. Contigo, “lo que sea”, soy yo mismo, y tú, tú mismo, misma, “lo que seas”. ¿El canto?
Yo vi jugando al pájaro y la ardilla, al gato y la gallina, al elefante y al oso, al hombre con el hombre. Yo vi
jugando al hombre con el hombre, cuando el hombre cantaba. Espacio y tiempo y luz en todo y yo, en todos y yo
y todos. Yo con la inmensidad. Esto es distinto, nunca lo sospeché y ahora lo tengo. Los caminos son sólo
entradas o salidas de luz, de sombra, sombra y luz, y todo vive en ellos para que sea más inmenso yo, tú.
Qué regalo de mundo, qué universo mágico, y todo para todos, para mí. Yo, universo inmenso, dentro, fuera de
ti, segura inmensidad. Imágenes de amor en la presencia concreta; suma gracia y gloria de la imagen, ¿vamos a
hacer eternidad, vamos a hacer la eternidad, vamos a ser la eternidad? Vosotras, yo, podemos crear la eternidad
una y mil veces, cuando queramos. Todo es nuestro y no se nos acaba nunca. ¡Amor, contigo y con la luz todo
se hace, y lo que hace el amor no acaba nunca! “Y para recordar por qué he venido”, estoy diciendo yo. Sí, mi
Destino es inmortal y yo, que aquí lo escribo, seré inmortal igual que mi Destino, Deering. Mi Destino soy yo y
nada y nadie más que yo; por eso, creo en Él y no me opongo a nada suyo, a nada mío, que Él es más que los
dioses de siempre, el dios otro, regidos, como yo por el Destino, repartidor de la sustancia con la esencia. En el
principio fue el Destino, padre de la Acción y abuelo o bisabuelo o algo más allá, del Verbo. Levo mi ancla, por
tanto, izo mi vela para que sobre Él más fácil con su viento por los mares serenos o terribles, atlánticos,
mediterráneos, pacíficos o los que sean, verdes, blancos, azules, morados, amarillos, de un color o de todos los
colores. Cualquier forma es la forma que el Destino, forma de muerte o vida, forma de toma y deja, deja, toma; y
es inútil huirla ni buscarla. Ya pasó lo anterior y ya está, en este aquí, este caso, aquí está esto, y ya, y ya
estamos nosotros igual que una pesadilla náufraga o un sueño dulce, claro embriagador, con ello. La ángela de
la guarda nada puede contra la vigilancia exacta, contra el exacto dictar y decidir, contra el exacto obrar de mi
Destino. Porque el Destino es natural, y artificial el ángel, la ángela. Esta inquietud tan fiel que reina en mí, que
no es del corazón, ni del pulmón, ¿de dónde es? ¡Cómo pasa este ritmo, este ritmo, ritmo mío, fuga de faisán de
sangre ardiendo por mis ojos, naranjas voladoras de dos pechos en uno, y qué azules, qué verdes y qué oros
diluidos en rojo, a qué compases infinitos! Deja este ritmo timbres de aires y de espumas en los oídos, y sabores
de ala y de nube en el quemante paladar, y olores a piedra con rocío, y tocar cuerdas de olas.
Dentro de mí hay uno que está hablando, hablando, hablando ahora. No lo puedo callar, no se puede callar.
Yo quiero estar tranquilo con la tarde, esta tarde de loca creación (no se deja callar, no lo dejo callar).
Quiero el silencio en mi silencio, y no lo sé callar a éste, ni se sabe callar. ¡Calla, segundo yo, que hablas como
yo y que no hablas como yo; calla, maldito! Es como el viento ese con la ola; el viento que se hunde con la ola
inmensa; ola que sube inmensa con el viento; ¡y qué dolor de olor y de sonido, qué dolor de color, y qué dolor de
toque, de sabor de ámbito de abismo! ¡De ámbito de abismo! Espumas vuelan, choque de ola y viento, en mil
primaverales verdes blancos, que son festones de mi propio ámbito interior. Vuelan las olas y los vientos pasan,
y los colores de ola y viento juntos cantan, y los olores fuljen reunidos, y los sonidos todos son fusión, fusión y
fundición de gloria vista en el juego del viento con la mar. Y ése era el que hablaba, qué mareo, ése era el que
hablaba, y era el perro que ladraba en Moguer, en la primera estrofa. Como en sueños, yo soñaba una cosa que
era otra. Pero si yo no estoy aquí con mis cinco sentidos, ni el mar ni el viento son viento ni mar; no están
gozando viento y mar si no los veo, si no los digo y lo escribo que lo están. Nada es la realidad sin el Destino de
una conciencia que realiza. Memoria son los sueños, pero no voluntad ni inteligencia. ¿No es verdad, ciudad
grande de este mundo? ¿No es verdad, di, ciudad de la unidad posible, donde vivo? ¿No es verdad la posible
unidad, aunque no gusten los desunidos por Color o por Destino, por Color que es Destino? Sí, en la ciudad del
sur ya, persisten estos claros de campo rojiseco, igual que en mí persisten, hombre pleno, las trazas del salvaje
en cara y mano y en vestido; y el salvaje de la ciudad dormita en ellos su civilización olvidada, olvidando las
reglas, las prohibiciones y las leyes. Allí el papel tirado, inútil crítica, cuento estéril, absurda poesía; allí el vientre
movido al lado de la flor, y si la soledad es hora sola, el pleno ayuntamiento de la carne con la carne, en la acera,
en el jardín lleno de otros. El negro lo prefiere así también, y allí se iguala al blanco con el sol en su negrura él, y
el blanco negro con el sol en su blancura, resplandor que conviene más, como aureola, al alma que es un oro en
veta como mina. Allí los naturales tesoros valen más, el agua tanto como el alma; el pulso tanto como el pájaro,
como el canto del pájaro; la hoja tanto como la lengua. Y el hablar es lo mismo que el rumor de los árboles, que
es conversación perfectamente comprensible para el blanco y el negro. Allí el goce y el deleite, y la risa, y la
sonrisa, y el llanto y el sonlloro son iguales por fuera que por dentro; y la negra más joven, esta Ofelia que, como
la violeta silvestre oscura, es delicada en sí sin el colejio ni el concierto, sin el museo ni la iglesia, se iguala con el
rayo de luz que el sol echa en su cama, y le hace iris la sonrisa que envuelve un corazón de igual color por
dentro que el negro pecho satinado, corazón que es el suyo, aunque el blanco no lo crea. Allí la vida está más
cerca de la muerte, la vida que es la muerte en movimiento, porque es la eternidad de lo creado, el nada más, el
todo, el nada más y el todo confundidos; el robo por la escala del amor en los ojos hermosos que se anegan en
sus aguas mismas, unos en otros, grises o negros como los colores del nardo y de la rosa; allí el canto del mirlo
libre y la canaria presa, los colores de la lluvia en el sol, que corona la tarde, sol lloviendo. Y los más
desgraciados, los más tristes vienen a consolarse de los fáciles, buscando los restos de su casa de dios entre lo
verde abierto, ruina que persiste entre la piedra prohibitoria más que la piedra misma; y en la congregación del
tiempo en el espacio, se reforma una unidad mayor que la de los fronteros escogidos. Allí se escoge bien entre lo
mismo, ¿mismo? Todos somos actores aquí, y sólo actores, y el teatro es la ciudad, y el campo y el horizonte, ¡el
mundo! Esto es el hoy todavía, y es el mañana aún, pasar de casa en casa del teatro de los siglos, a lo largo de
la humanidad toda. Pero tú en medio, tú, mujer de hoy, negra o blanca, americana, asiática, europea, africana,
oceánica; demócrata, republicana, comunista, socialista, monárquica; judía; rubia, morena; inocente o sofística;
buena o mala, perdida indiferente; lenta o rápida; brutal o soñadora; civilizada toda llena de manos, caras,
campos naturales, muestras de un natural único y libre, unificador de aire, de agua, de árbol, y ofreciéndote al
mismo dios de sol y luna únicos; mujer, la nueva siempre para el amor igual, la sola poesía. Todos hemos estado
reunidos en la casa agradable blanca y vieja; y ahora todos (y tú, mujer sola de todos) estamos separados.
Nuestras casas saben bien lo que somos; nuestros cuerpos, ojos, manos, cinturas, cabezas, en su sitio; nuestros
trajes en su sitio, en un sitio que hemos arreglado de antemano para que nos espere siempre igual. La vida es
este unirse y separarse, rápidos, de ojos, manos bocas, brazos, piernas, cada uno en la busca de aquello que lo
atrae o lo repele. Si todos nos uniéramos en todo (y en color, tan ligera superficie) estos claros del campo
nuestro, nuestro cuerpo, estas caras y estas manos, el mundo un día nos sería hermoso a todos, una gran palma
sólo, una gran fuente sólo, todo unido y apretado en un abrazo como el tiempo y el espacio, un astro humano, el
astro del abrazo por órbita de paz y de armonía... Conciencia... Conciencia, yo, el tercero, el caído, te digo a ti
(¿me oyes, conciencia?): Cuando tú quedes libre de este cuerpo, cuando te esparzas en lo otro (¿qué es lo
otro?), ¿te acordarás de mí con amor hondo; este amor hondo que yo creo que tú y mi cuerpo se han tenido tan
llenamente, con un convencimiento doble que nos hizo vivir un convivir tan fiel como el de un doble astro cuando
nace de dos para ser uno?, ¿y no podremos ser por siempre lo que es un astro hecho de dos?
No olvides que, por encima de lo otro y de los otros, hemos cumplido como buenos nuestro mutuo amor.
Difícilmente un cuerpo habría amado así a su alma, como mi cuerpo a ti, conciencia de mi alma; porque tú fuiste
para él suma ideal y él se hizo por ti, contigo, lo que es. ¿Tendré que preguntarte lo que fue?
Esto lo sé yo bien, que estaba en todo. Bueno, si tú te vas, dímelo antes claramente y no te evadas mientras mi
cuerpo esté dormido; dormido suponiendo que estás con él. Él quisiera besarte con un beso que fuera todo él,
quisiera deshacer su fuerza en este beso, para que el beso quedara para siempre como algo, como un abrazo,
por ejemplo, de un cuerpo y su conciencia en el hondón más hondo de lo hondo eterno.
Mi cuerpo no se encela de ti, conciencia; más que quisiera que al irte fueras todo él, y que dieras a él, al darte tú
a quien sea, lo suyo todo, este amor que te ha dado tan único, tan solo, tan grande como lo único y lo solo.
Dime tú todavía: ¿No te apena dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida?
Yo te busqué tu esencia. ¿Qué sustancia le pueden dar los dioses a tu esencia, que no pudiera darte yo?
Ya te lo dije al comenzar: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”.
¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte en un dios, en otro dios que este que somos mientras tú estás en mí,
como de dios?

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