Este documento describe los principales elementos de una relación matrimonial saludable desde una perspectiva cristiana. Señala que el amor conyugal requiere aprender a sufrir, perdonar, servir al otro y descubrir a Dios en la vida cotidiana. También destaca la importancia de cultivar valores como la fidelidad, el perdón y la curación, tomando como modelo el amor de Jesús por la Iglesia.
Este documento describe los principales elementos de una relación matrimonial saludable desde una perspectiva cristiana. Señala que el amor conyugal requiere aprender a sufrir, perdonar, servir al otro y descubrir a Dios en la vida cotidiana. También destaca la importancia de cultivar valores como la fidelidad, el perdón y la curación, tomando como modelo el amor de Jesús por la Iglesia.
Este documento describe los principales elementos de una relación matrimonial saludable desde una perspectiva cristiana. Señala que el amor conyugal requiere aprender a sufrir, perdonar, servir al otro y descubrir a Dios en la vida cotidiana. También destaca la importancia de cultivar valores como la fidelidad, el perdón y la curación, tomando como modelo el amor de Jesús por la Iglesia.
Este documento describe los principales elementos de una relación matrimonial saludable desde una perspectiva cristiana. Señala que el amor conyugal requiere aprender a sufrir, perdonar, servir al otro y descubrir a Dios en la vida cotidiana. También destaca la importancia de cultivar valores como la fidelidad, el perdón y la curación, tomando como modelo el amor de Jesús por la Iglesia.
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Tema para matrimonios
En el amor humano hay muchas dimensiones: amor filial, amor paterno-
materno, amor fraternal, amor de amistad, amor conyugal…El amor conyugal es una de las dimensiones más importantes del amor humano, porque sobre él está fundamentada la familia. Todos los que se han unido en matrimonio han recibido este don de parte de Dios. Dios nos da su Espíritu para vivir esta vocación tan importante en la Iglesia y en el mundo. Comprender el Amor Para responder a esa llamada, debemos aprender a sufrir, a aceptar nuestra debilidad, debemos aprender a perdonarnos, y por la entrega mutua, a curarnos. Cuando amamos verdaderamente, también sufrimos y ese sufrimiento nos hace sentir fragilidad e inseguridad. Cada uno de nosotros ha vivido ciertamente esta experiencia a lo largo de su vida... Aprendemos a ponernos mutuamente al servicio del otro, a escuchar y a dar, a comprender los silencios, las negativas del otro, a descubrir que el otro nos puede estar diciendo "sí", aun cuando las palabras dicen que "no". Descubrimos que cuando el otro nos ha perdonado gratuitamente, ha curado nuestras heridas. Perdonar no es siempre fácil pero siempre es necesario, porque perdonar implica también aceptar nuestras imperfecciones. Con el paso de los años nos hemos entrenado mutua y pacientemente. Hemos aprendido que quien ama más y mejor es quien puede enseñar el perdón. No olvidemos nunca que el Señor nos ha confiado el uno al otro y nos dio el día de nuestro matrimonio una gracia inagotable que nos acompaña a lo largo de toda la vida. Muchos entre nosotros, casados desde hace varios años, habremos tenido esta experiencia. Para las parejas que desean crecer en la vida espiritual, no se trata de huir del mundo sino de aprender siguiendo el ejemplo de Cristo, a servir a Dios en la totalidad de nuestra vida y en medio del mundo. El nos lleva a descubrir que la espiritualidad no se reduce a ciertas acciones como las oraciones y las prácticas ascéticas, sino que nos anima a servir a Dios en todos los lugares de la vida, en nuestra familia, en el trabajo, y en la sociedad. En la práctica El amor romántico y el amor escogido, querido y comprometido son igualmente importantes. Es vital que la pareja respete su lado humano siendo románticos, diciendo "te amo" de todas las formas -palabras, mimos, besos, abrazos, cenas, rosas rojas-, etc. Es aún más importante que los dos tomen conciencia de que su amor es paciente, servicial, listo al perdón, que no es engreído, que está listo a excusar, confiado, etc. (cf. 1 Cor 13), sin tener en cuenta cómo se siente uno, un día en el que todo sale mal, o una jornada larga y cansada. Nos debemos considerar nosotros mismos y mutuamente como socios activos en la construcción de nuestro matrimonio. Cada uno ofrece y recibe dones preciosos. Cada uno se debe considerar y considerar al otro como un don providencial de Dios, alguien a quien honrar y amar. Cada uno debe darse cuenta de que no puede cambiar al otro y lo debe aceptar como es. Puede sin duda, por amor al otro, trabajar por cambiar él mismo con el fin de ser para el otro un don mejor. Debemos tomar conciencia del pecado y del perdón de Dios, porque la espiritualidad de la pareja no se debe idealizar. En los momentos difíciles o de incompatibilidad que provocan nuestras limitaciones, debemos descubrir que somos pecadores. Los fracasos del amor nos hacen tomar conciencia de que éste tiene necesidad de ser salvado. Si consintiendo al cruel descubrimiento de ser pecadores, nuestra vida conyugal se convierte al fin en una vida penitente en la gran comunidad penitente de la Iglesia y recurrimos al Señor cuya presencia y solicitud no se pueden poner en duda, entonces obrando en el perdón, siempre renacerá la esperanza. El Concilio Vaticano II tuvo orientaciones muy claras sobre las calidades del amor humano que consagra el sacramento matrimonial. Puede haber diversidad de enfoques según las culturas, pero se trata de un amor eminentemente humano que abarca el bien de la persona entera. Este amor sin fisuras garantiza la dignidad de la expresión física y afectiva o psíquica, que es específica de la amistad conyugal; sobrepasando la inclinación erótica, los sentimientos y los gestos de ternura, favorecen el don recíproco por el cual los esposos se enriquecen los dos en la alegría y el reconocimiento (cf. GS 49.1- 2). Ayudarse mutuamente todos los días La enseñanza de la Iglesia, cuando nos dice que el marido debe amar a su esposa como Cristo ama a la Iglesia y que la esposa debe amar como la Iglesia a Cristo, debe pasar de la teoría a la práctica. Es una experiencia que debemos tener en cuenta, sobre la cual es necesario reflexionar para poderla saborear. Tenemos necesidad de ayudar al otro a encontrar el equilibrio entre lo psíquico, lo emocional, lo social, lo mental y lo espiritual. Es a través de este equilibrio por el que nos convertimos en personas espirituales y juntas en una pareja fortalecida por la espiritualidad conyugal. Nos damos cuenta de que debemos trabajar para vivir cristianamente en el mundo de hoy. Debemos ayudarnos en nuestro crecimiento espiritual dejándonos guiar por Jesucristo y por el Espíritu Santo En cuanto a la relación del marido y la mujer en el matrimonio es comparable al amor de Jesús por su esposa, la Iglesia. Jesús pasó por la tierra enseñándonos y practicando él mismo los valores fundamentales de las relaciones humanas. Resaltó la importancia de vivir como comunidad, nos mostró que su relación estrecha con el Padre y el Espíritu es «comunidad de amor»: «Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. Ustedes mismos serán mis testigos, porque han estado conmigo desde el principio» (Jn 15,26-27). El estilo de vida que Jesús nos enseñó se concreta en valores humanos y virtudes fundamentales: fidelidad, perdón, curación, educación, acogida del otro, compromiso por la vida. «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta promesa de Jesús a «su Esposa, la Iglesia» es el modelo cristiano del matrimonio. No nos es fácil vivir según este modelo. Sin embargo, si cultivamos juntos esos valores en la construcción de nuestra relación, tal vez podamos damos más cuenta de que Jesús camina con nosotros. Compromiso por la vida, fidelidad, perdón, curación, educación, comunicación, amistad, objetivos comunes: estos son sólo algunos de los valores esenciales. Como nos enseñó Jesús con su palabra, con su testimonio y con la acción simbólica del lavatorio de los pies, el amor divino que se nos comunica y que nos desafía a imitar, es un amor esencialmente servicial. Es decir, un amor humilde que no humilla sino enaltece; un amor transformador que limpia y hace crecer; un amor perdonador que disculpa sin límites; una amor sacrificado capaz de morir por el otro; un amor concreto que sabe valorar los bienes del otro y amoldarse a sus necesidades concretas. En una palabra, un amor que da la vida para que pueda vivir el otro. Este amor es el que hace posible el sacramento del matrimonio y el que alimenta continuamente la Eucaristía. Es un proceso constante de crecimiento que sólo alcanzará su plenitud cuando las Bodas definitivas del Cordero sean también el cumplimiento total de nuestro amor esponsal. Entonces conseguiremos amarnos como siempre habíamos soñado. Una Comunidad que tiene su origen en el mismo objetivo común Para llegar a ser una comunidad, es necesario que compartamos unos objetivos y un mismo espíritu que nos una. Juntos reconocemos que somos responsables el uno del otro. Necesitamos reconocer que estos sentimientos vienen de Dios: son un regalo de Dios. Veamos: Si considerarnos la relación de la Trinidad como comunidad, contemplarnos tres Personas divinas con tres misiones netamente distintas: el Padre Creador, el Hijo Salvador y el Espíritu Santificador. Esas relaciones constituyen para nosotros un modelo de comunidad con un objetivo común: llevar a toda la humanidad a participar del Reino de Dios. El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia. Al darnos ese modelo de unidad, la Iglesia nos invita, como matrimonios cristianos, a convertirnos, por el Espíritu Santo, en una comunidad (cf. Lumen gentium, n. 4). Somos más que un hombre y una mujer que se aman. Por el sacramento del matrimonio, Dios mismo se hace presente entre nosotros y nuestra unión participa en el misterio de la Trinidad Si la comunidad se construye en este sentido, el matrimonio, gracias a su íntima relación, suscitará un amor y una manera de vivir y aprender juntos que desembocará en una nueva apertura, sensibilidad y actitud de hospitalidad. Poco a poco y a medida que nos dejemos conducir por el Espíritu Santo desearemos alcanzar todas estas cosas. Pero no debemos olvidar que a veces, como seres humanos que somos, ponemos obstáculos para ser una verdadera comunidad. Somos invitados a discernir, a pesar de nuestra debilidad humana, la belleza de un rostro aún cuando esté desfigurado. Estamos llamados, sin cesar, a mirar el rostro de nuestro esposa, esposa que nos ha confiado, en el fondo de nuestro corazón, su libertad. Y a cambio, estamos llamados a confiar nuestra propia libertad, nuestro rostro, nuestro corazón a esta criatura, que llega a ser para nosotros un mensajero de Dios Al volvernos más conscientes el uno del otro así como de la importancia de la gracia del sacramento y de los valores necesarios para vivir plenamente la vida conyugal, comenzamos a desarrollar una actitud de intimidad, de apertura y de hospitalidad entre nosotros. Esta actitud, por la gracia del Espíritu Santo, nos ayuda a vivir con un espíritu que favorece el crecimiento personal y nos conduce mutuamente hacia una plenitud de cuerpo, de espíritu, de corazón y de alma, y todo esto dándole un lugar a la realidad de Dios en nuestra vida cotidiana. Esta entrega, total y desinteresada, de uno mismo sostiene y nutre al otro. Caminando juntos, expresamos el reconocimiento mutuo a través de una intimidad sexual que es a la vez palpitante y regocijante. Gracias a esta satisfacción, nos abrimos a una capacidad de hospitalidad, de creatividad y de sensibilidad que engendra nuevas vidas, tanto a nivel biológico como espiritual. El amor sin reserva del uno por el otro expresa, de una forma más humana, la realidad del Reino de Dios aquí en la tierra. Nuestro hogar se convierte en la «Iglesia doméstica» (Ecclesiola) donde se vive en el amor mutuo y en el amor de Jesús por su Iglesia. Nuestra fe se profundiza y crece individualmente, en pareja y en comunidad. El hogar cristiano es el lugar donde los hijos reciben el primer anuncio de fe. He aquí por qué la casa familiar es llamada con todo derecho "la Iglesia doméstica", comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana. De la misma manera que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están en relación de comunión, la pareja se vuelve cada vez más consciente de su sacramento matrimonial y de su plenitud. Nuestro amor, al profundizarse, nos hace cooperar con Dios en la creación de la vida y de la sociedad y nos hace participar en la creación de una comunidad espiritual y humana El matrimonio cristiano consagra a la pareja como tal para el culto divino. Y esto significa que entre las gracias y exigencias del sacramento está la posibilidad y la necesidad de un culto comunitario, de una glorificación a Dios ofrecida por la pareja como tal, y también, de la comunidad familiar. El nosotros se ofrece al Señor. ¿Cómo realizar esta participación comunitaria por parte de los esposos y por parte de toda la familia? La primera forma, pertenece al mundo interior, a la intención de los miembros de la familia cristiana. Hace falta un espíritu comunitario, incluso cuando un solo miembro de la familia participa en el sacrificio eucarístico: en su corazón, este miembro recoge y presenta también la plegaria, las preocupaciones...propios del otro cónyuge o de los otros miembros de la familia. Pero es evidente también que la vitalidad y la riqueza de este espíritu comunitario sabrán encontrar momentos y ocasiones para una actuación exterior comunitaria. La Oración Conyugal Cuando los esposos rezan juntos, entran en el compartir más profundo. Al escucharse en la oración, sus almas se vuelven transparentes, se encuentran, se hacen sensibles el uno hacia el otro y comparten su experiencia de Dios. Esta oración supone el esfuerzo de reservar el tiempo de rezar juntos. La unión conyugal incluye compartir el sufrimiento, puesto que la Cruz sella la unión de Cristo con la humanidad. En tiempos difíciles, la oración conyugal dará la fuerza de perseverar en el matrimonio. Orar es decir: «Señor, aquí estoy, aquí estamos, Te buscamos, Te queremos cerca de nosotros como compañero de viaje y guía en nuestro camino, hermano y amigo en el compartir de cada día, maestro en nuestras turbaciones y los límites de nuestra comprensión”. Como matrimonios, todos tenemos nuestra propia manera de rezar juntos marido y mujer. Sin embargo, hay métodos nuevos que se pueden ensayar con el fin de mantener la oración fresca y viva. Tal vez un día nos encontremos en la cima de una montaña, o a la orilla un río, o sentados una noche bajo un cielo estrellado o en la cocina al comenzar el día. En esos momentos, la proximidad de Dios con nuestra vida nos conducirá tal vez a orar juntos, alabando a Dios o sencillamente conscientes de su presencia cerca de nosotros. Mientras viajamos, cuando vamos en el coche, podemos recitar juntos alguna oración, el rosario... ¡Qué maravilla sería si pudiéramos asistir a la misa juntos todos los días o participar de la hora santa reparadora o apuntarnos juntos a un turno de adoración eucarística! La oración del ofrecimiento de obras juntos por la mañana y la Salve al acabar el día, poniéndolo todo en el Corazón Inmaculado de María La oración es comunicación con Dios. Así crecemos en su amistad. Y la vida de amor conyugal es una singular forma de amistad. Por eso es muy importante la comunicación profunda de la pareja. Todos nos desviamos sin querer, de tiempo en tiempo, del destino que hemos escogido. El diálogo a fondo, sin prisas, nos da la oportunidad de reconsiderar el proyecto de vida que nos hemos trazado, respondiendo a la llamada del Señor y tomar decisiones para reorientamos en la dirección correcta. Tenemos necesidad de volvemos el uno hacia el otro, de miramos de frente y preguntarnos: ¿Dónde nos encontramos en nuestro crecimiento espiritual? Nuestra comunicación esponsal es un momento precioso de pasar un tiempo juntos, sabiendo que Dios está a nuestro lado. Un simple gesto simbólico nos puede ayudar, como por ejemplo encender una vela, comenzar por una oración o un momento de silencio para tomar conciencia de la presencia del Espíritu Santo en nosotros y con nosotros. Es un tiempo para tomar conciencia de que somos colaboradores activos con Jesucristo en la edificación de nuestro matrimonio sobre la Roca, que es Él mismo. ¿Cómo está nuestra relación y como está nuestra relación con Dios y con nuestra familia? Debemos cultivar la capacidad de escuchar y comprender al otro poniéndonos en su lugar. El deseo de entrar en comunión con el otro y aceptar la importancia de compartir, es el punto central de este momento de escucha.
Aprender a dialogar es aprender a apreciar las diferencias
La escucha está en el corazón de la vida conyugal; es inútil hablar del estado del matrimonio si no aprendemos a comunicar auténticamente en profundidad, es decir, a estar en comunión... Es posible que a veces imaginemos que hacemos un diálogo profundo porque hablamos mucho... El deber de parar el ritmo acelerado de nuestra vida y entrar en comunión de amor nos lleva a esa profundidad de alma donde solo tiene lugar un diálogo basado principalmente en la escucha... Consiste en dedicarnos un tiempo para escuchar nuestras necesidades más íntimas y tratar de expresar la fuerza de un amor que crece a pesar de las dificultades o la rutina cotidiana que a veces, puede hacer que perdamos todo interés el uno por el otro. Ese tiempo juntos debería ofrecemos la oportunidad para abordar cualquier tema que concierna tanto a la pareja como a la familia. Pero no olvidemos hablar de sentimientos. A veces nos podemos encontrar en una gran soledad aunque vivamos en pareja, y esta soledad es la más dolorosa. Es una buena costumbre tomar nota de las decisiones tomadas durante esos diálogos de corazón a corazón para que recordemos de tiempo en tiempo el resultado de nuestro compartir. Es bueno fijar un día y una hora para este encuentro como si fuéramos a tener una entrevista. Deberíamos tratar de asegurar el tiempo y la soledad que nos van a permitir abrirnos totalmente el uno al otro. Vivimos en un mundo de actividades constantes lleno de exigencias. Para no perder la mirada desde el Corazón de Cristo, debemos apartarnos de vez en cuando de la rutina diaria.
El Amor En El Matrimonio: Consejos Sabios Para Un Matrimonio Feliz Y Bendecido. Descubre El Equilibrio Y La Armonía. Crecimiento Y Fortaleza En Tu Relación De Pareja
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