Cuerpos Climáticos
Cuerpos Climáticos
Cuerpos Climáticos
Ana De Luca[2]
El cambio climático se expresa con fuerza y contundencia sobre todos los cuerpos: los cuerpos
de la naturaleza, nuestros cuerpos humanos, los ríos, los bosques, el suelo, los animales, los
insectos, los hongos. El cambio climático los interviene, deteriora y enferma. No afecta
solamente a nuestra salud física, sino que daña también las mentes y las emociones. Existe
todo un conjunto de estados que se refieren a esto con nombres diversos: ecoansiedad,
ansiedad climática, duelo ecológico y solastalgia. Sin embargo, el sistema social efectúa una
inversión de los términos: los cuerpos, que en realidad son víctimas de un sistema más amplio
que los enferma, son colocados de tal modo que parecería que nosotras somos las
responsables de la situación que padecemos y nosotras mismas somos las que tenemos que
buscar los remedios.
La ansiedad climática no se explica solamente por la realidad climática y ambiental, sino
que es producto de la Modernidad. Aunque la crisis climática haya acaparado toda expresión
de la crisis ambiental, y en momentos sea pensada como “La Crisis”, la realidad es que tanto el
cambio climático como otros riesgos y amenazas a la vida son síntomas de una crisis mayor,
más profunda que las envuelve y produce. La crisis climática se ha convertido en el pretexto
para hablar de estos estados anímicos que no necesariamente se explican por los fenómenos
climatológicos, sino que nos remiten a preocupaciones con raíces más profundas. Es por ello
que habríamos de explorar también la crisis de sociedad, la crisis de civilización y la crisis del
sistema de la vida.[3]
En su obra psicoanalítica, y particularmente en su libro Bodies, Susie Orbach muestra de
qué manera algunas de las patologías contemporáneas, como la anorexia, la bulimia y otros
problemas alimenticios que se expresan en los cuerpos, tienen que ver con estos estados de
ansiedad que nacen de una autoestima degradada, de la no aceptación de los cuerpos.
Nuestros cuerpos, los cuales se construyen en función de un sentido de vida que viene del
exterior, terminan siendo deshabitados; las personas, expulsadas de sus propios cuerpos.
[4]Estas ansiedades, que se expresan de diversas maneras, están vinculadas a la ansiedad que
invade y vacía los cuerpos con el despliegue del mundo Moderno y la pérdida del sentido de
vida que le acompaña. Es el despliegue de esta Modernidad lo que se expresa como crisis
climática y otras formas de deterioro ambiental, lo que devino en la actual pandemia, y en el
asedio cotidiano de múltiples violencias, resultado de una profunda desigualdad, pobreza,
precariedad laboral y en el desamparo de un Estado negligente ante su mayor obligación que
es cuidarnos.
La máquina económica y los valores patriarcales en el momento actual del capital cancelan
los deseos, las verdaderas motivaciones de vida, las cuales son sustituidas por las necesidades
de las mercancías, el capital, la producción y el consumo compulsivo, lo que termina por
cosificar, mercantilizar y violentar los cuerpos, sobre todo los cuerpos feminizados, a las
mujeres y la naturaleza. Este sistema capitalista neoliberal produce a los cuerpos dignos de ser
amados, los cuerpos con derechos, los cuerpos válidos bajo el arquetipo del cuerpo del
europeo, y dentro de éste, del anglosajón que es delgado, blanco, heteronormado y sigue los
estándares de belleza occidental. Este sistema patriarcal es binario y nos exige definir lo que
somos frente a lo que no somos para desvincularnos radicalmente, jerárquicamente, con los
otros cuerpos. Pero nuestros cuerpos no son, sino que estamos siendo, estamos
transformándonos, manifestándonos y proyectándonos hacia muchos lugares; somos cuerpos
inacabables, inabarcables. Todos aquellos cuerpos que no le son útiles se marginan, son
cuerpos incompletos, son los Otros. Todos son afectados por la crisis, pero son estos últimos
los reemplazables, los desechables, lo que son sustituibles, son estos cuerpos los que ante la
crisis mueren o se dejan morir.[5]
Los discursos ambientales que pretenden solucionar esta crisis hablan de los cuerpos
como “adaptables” y “resilientes”; es decir, cuerpos que resisten, como objetos, y no como
seres de afectos, que se modelan y diseñan según las circunstancias y necesidades del sistema
social. La actual crisis sanitaria provocada por la pandemia ha afectado tanto nuestras vidas
que nunca jamás volveremos a ser las mismas; muchas cosas han cambiado, otras habrán de
cambiar después de este encierro que parece interminable, que nos ha sido impuesto por
pequeños cuerpos, poderosos y diminutos virus, que son en verdad parte de nuestros cuerpos,
del cuerpo grande que es la naturaleza. Hemos tenido que recurrir a nuevas estrategias de
vida para sobrevivir, para resistir esta virulenta acometida de la crisis, que no sólo nos ha
obligado a formas inéditas de sociabilidad, sino que ha traído consigo un aumento de las
jerarquías y las desigualdades que, como siempre, afecta más a las mujeres, a los marginados,
a los permanentemente excluidos. No hay manera de resistir estos embates y regresar al
estado en el que nos encontrábamos: algo se quedó para siempre en el camino. Pero lo que
nos proponen los discursos ambientales es resistir, ser artificialmente creativos a la hora de
recibir los impactos ambientales. Se promueven los cuerpos optimistas ante un futuro incierto.
Pero si el cuerpo no lo logra, se convierte en un bulto, una carga que limita el “desarrollo” y el
“progreso” de la humanidad. Cuando un cuerpo resiente emocionalmente, cuando un cuerpo
se muestra dañado en su sensibilidad, se hace intolerable al orden social; éste recomienda
medicarlo, anestesiarlo, como una cura frente a esta desolación. El capitalismo hace de la
desolación un negocio, una oportunidad para crear y vender las medicinas apropiadas para
lidiar con los efectos de las crisis.
Lo que es importante reconocer es que cuando un cuerpo individual enferma, como es el
caso de nuestros cuerpos ante los impactos del cambio climático, éste no es más que la
expresión de un cuerpo colectivo, un cuerpo mayor manifestando sus síntomas de
decadencia. En ese sentido, enfermos son los cuerpos sociales y políticos que destruyen los
cimientos que permiten la propia vida; sistemas que privilegian el cuerpo productivista, el
cuerpo servil y maquínico. Estos son los cuerpos que produce la Modernidad, el cuerpo como
máquina: gallinas poniendo huevos sin cesar, vacas ordeñadas a través de robots para
extraerles leche de manera incesante y rentable, o el cuerpo humano trabajando hasta el
desquicio, un cuerpo dócil y puesto a disposición ante la noria productivista.[6]
Sin embargo, el cuerpo no es un mero receptáculo de poderes. El cuerpo sólo existe en
relación con otros cuerpos, en un sistema de acciones y reacciones. Esto supone desafiar la
idea atomista de que somos seres cerrados e individuales y asumir que tenemos una conexión
material con el entorno y un vínculo inquebrantable con otros cuerpos. Pensar más allá de
nuestro cuerpo es asumir que somos seres abiertos, sensibles, con capacidad de afectar y ser
afectados. Si no aprendimos esto de la pandemia, habremos perdido una de las lecciones más
valiosas de esta tragedia.
Es necesario reconocer que nuestro cuerpo es parte de un cuerpo colectivo, que en su
forma política, en su expresión social, actualmente está normado y vive bajo lógicas racistas,
heterosexistas y especistas. Aceptarnos como parte de un mismo cuerpo implicaría tener
relaciones éticas con otros seres: orgánicos, inorgánicos, humanos, no humanos, desde los
animales hasta las máquinas.[7]Implicaría desarticular esas relaciones de poder que matan y
dejan morir a humanos y a la naturaleza. Si entendiéramos que nuestro cuerpo es también el
de los demás, nos relacionaríamos desde la ternura y la compasión, poniendo en el centro los
cuidados. Esto permitiría alternativas para afrontar la crisis climática, así como a la
organización social que le ha dado origen a ésta y otras crisis. Sólo de este modo podremos
alentar la esperanza con otros cuerpos que, como el mío, deseen construir nuevos mundos de
vida.
[1]Fragmento del artículo de Ana de Luca, “Cuerpos de la desolación, cuerpos de la
esperanza”. Nexos, 24 de febrero de 2022. https://medioambiente.nexos.com.mx/cuerpos-de-
la-desolacion-cuerpos-de-la-esperanza/?
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My4yLjAuMTY1NTM5OTUzMy42MA..
[2]Editora de Crisis ambiental, blog de medioambiente de Nexos.
[3] De Luca, A., y Lezama, J. L. “La crisis del sistema de la vida. Reflexiones para una ecología
política de la esperanza”, Revista Mexicana de Ciencias Sociales. UNAM, 2020.
[4]Orbach, S. Bodies. St. Martin’s Press, 2009.
[5] Mbembe, A. “Necropolis”, Public culture, 15(1), 2003, pp. 11-40.
[5] Mbembe, A. “Necropolis”, Public culture, 15(1), 2003, pp. 11-40.
[6]Federici, S. “En alabanza al cuerpo danzante”, 2015.
[7]Haraway, D. “A cyborg manifesto: Science, technology, and socialist-feminism in the
1980s”, feminism/posmodernis, Linda Nicholson (ed.), New York, Routledge, 1990.