Jesus Diaz - Sobre o Fim de Pensamiento Critico
Jesus Diaz - Sobre o Fim de Pensamiento Critico
Jesus Diaz - Sobre o Fim de Pensamiento Critico
A propósito de la quiebra
de El Caimán Barbudo y la
clausura de Pensamiento Crítico
Jesús Díaz
de las Américas con una colección de relatos titulada
Los años duros. Aquel libro, que a la distancia juzgo como
juvenil y prescindible, me otorgó una cierta notoriedad
que intenté utilizar contribuyendo junto a varios amigos a
concretar una ilusión: crear un suplemento literario y una
revista de ciencias sociales que le facilitaran a la revolu-
ción cubana seguir un estilo propio, distinto y distante del
soviético. En aquel entonces yo trabajaba en el Departa-
mento de Filosofía de la Universidad de La Habana, de
donde surgió la revista, llamada Pensamiento Crítico, e
impartía clases en la Escuela de Letras de la propia Uni-
versidad, en la que estudiaban algunos de los que llegarían
a ser los más importantes colaboradores del suplemento,
que bautizamos como El Caimán Barbudo.
Ambas publicaciones estuvieron muy vinculadas, pero
fueron experiencias distintas que prefiero tratar por sepa-
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Otro:
Varela, primer director de Juventud Rebelde, que siempre nos permitió actuar
según nuestro criterio, a veces incluso en contra del suyo, y Eduardo Castañeda,
a quien Crombet comisionó para intervenir El Caimán a partir del número cua-
tro, y que se puso de nuestra parte en contra del criterio de la dirección de la
ujc. Ambos terminarían pagando caro aquella lealtad a sus ideas. Años más
tarde, y después de haber pagado todavía nuevas cuentas por otras desobedien-
cias a la insaciable máquina de ordenar en que se había convertido nuestra his-
toria, Miguel Rodríguez se ahorcó y Eduardo Castañeda se pegó un tiro. 109
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Jesús Díaz
Arana regresó a la urss, y sus discípulos, suprimidos los manuales, nos queda-
mos sin saber qué hacer exactamente. No teníamos formación filosófica,
desde luego, e intentamos una vuelta a los clásicos del marxismo combinada
con un redescubrimiento de clásicos cubanos de los siglos XIX y XX —Varela,
Martí, Varona, Ortiz, Guerra—; con la frecuentación de heterodoxos europeos
de los años veinte —Luckacs, Koch, Gramsci, Luxemburgo—; con la de his-
toriadores de la revolución rusa —Deutscher, Carr—; con algunos economis-
112 tas bolcheviques de la primera hora —Preobazhensky—; y con pensadores
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El fin de otra ilusión
aire en Cuba, aunque sin atreverse a reflexionar sobre lo que ocurría entre
nosotros. Castro podía permitir que fuéramos libres con respecto a los soviéti-
cos; jamás con relación a él mismo. El principio del fin de esta experiencia se
produjo en 1970. La zafra gigante fue un fracaso descomunal que hundió al
país más profundamente aún en la miseria. El 26 de Julio de ese año, en la
Plaza de la Revolución, Castro dijo que quizá debía renunciar. No lo hizo, des-
graciadamente. Tuvo el cinismo de proclamar que su aprendizaje le había cos-
116 tado mucho a la nación y que por tanto estaba dispuesto a seguir sacrificándose
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y a conservar todos sus cargos. Hoy, 30 años después, Cuba continúa costean-
do a base de sangre, sudor y lágrimas su ilimitada egolatría. Pero los soviéti-
cos, que hacia 1970 lo mantenían a base de rublos y petróleo, le impusieron
ciertas condiciones. Una de ellas, que Castro aceptó con sumo gusto, fue el
fin de Pensamiento Crítico y del Departamento de Filosofía de la Universidad de
La Habana.
El ataque nos llegó inesperadamente y por un flanco, como correspondía
a los hábitos profesionales de quien lo dirigió, el General de Ejército Raúl
Castro, Ministro de las Fuerzas Armadas y Segundo Secretario del pcc. El
menor de los Castro nos acusó públicamente de «diversionismo ideológico», y
dijo haber recibido múltiples denuncias de miembros del ejército y del Minis-
terio del Interior que estudiaban en la Universidad, contra las debilidades
políticas de los integrantes del Departamento de Filosofía en el ejercicio de la
docencia. Por añadidura, una ola de rencor y envidia se alzó contra nosotros
en la Universidad, capitaneada por Mirta Aguirre, mujer inteligente, rápida y
amarga como la desgracia. Fidel Castro designó a Osvaldo Dorticós Torrado,
en aquel entonces Presidente de la República, para que se ocupara de nuestro
caso. Los miembros del Consejo de Redacción de Pensamiento Crítico, que éra-
mos a la vez los líderes del Departamento de Filosofía, tuvimos cinco largas
reuniones con Dorticós. Lo recuerdo como un hombre educado, culto, con
una tranquilidad que no lograba ocultar del todo su angustia por los destinos
del país. Más de una vez sostuvo enfáticamente ante nosotros que el desarro-
llo de la economía no se lograba con soluciones milagrosas y voluntarismos.
Afirmación peligrosa en la Cuba de 1971, donde el mayor milagrero volunta-
rista era Fidel Castro, que recién había cosechado un fracaso monumental en
la Zafra de los Diez Millones. Para mí era evidente que Dorticós estaba de
nuestro lado, y que después de algún rapapolvo verbal el Departamento de
Filosofía y Pensamiento Crítico proseguirían su trabajo.
Pero de pronto los encuentros con Dorticós se suspendieron; durante un
par de semanas alimentamos la ansiedad con filtraciones. Se decía que nues-
tra situación era delicadísima, que en el seno del Buró Político del Comité
Central sólo nos defendían Dorticós y Carlos Rafael Rodríguez, las dos únicas
personas cultas de aquella institución. Para salvar los muebles, se decía, habían
propuesto un plan de acuerdo al cual Pensamiento Crítico seguiría publicándo-
se y el Departamento de Filosofía dejaría de ejercer la docencia para dedicar-
se exclusivamente a la investigación, pues era necesario conservar al grupo en
bien del futuro del país. Un buen día nos convocaron a las oficinas del Comi-
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Castañeda y tantos y tantos otros hijos de Saturno. Un buen día una motoni-
veladora enorme llegó a la casa que había sido sede del Departamento de
Filosofía —una edificación noble, de dos pisos, que antes de la revolución
había pertenecido a un dentista, sita en la calle K número 507, en el Vedado,
muy cerca de la Universidad— y la destruyó por completo, como a un recinto
maldito. Todavía hay allí un solar yermo; quizá el día menos pensado levanten
en aquel sitio un hotel para turistas.
Entre los más de 50 miembros del Departamento de Filosofía y entre los 6
integrantes de la redacción de Pensamiento Crítico, como antes en la de El Cai-
mán Barbudo, no hubo ni un solo traidor; nadie que se desdijera públicamente
de lo hecho y pensado. Nos dispersaron, por supuesto, como a un clan derro-
tado. Yo me refugié en la literatura, mi mayor vocación, e intenté dar cuenta
de cómo la esperanza se trocó en infierno en las novelas Las iniciales de la tie-
rra —que estuvo prohibida durante doce años, desde 1973 hasta 1985, y se
publicó en Madrid y La Habana en 1987—; Las palabras perdidas (1992), que
escribí en La Habana pero que no se publicó en Cuba; La piel y la máscara
(1996), escrita en Alemania; y Dime algo sobre Cuba (1998); y Siberiana, (2000);
escritas y publicadas en España. Además, abandoné mis intenciones de editar
revistas y escribir ensayos y no las retomé hasta 1991, cuando asumí el exilio
como destino. Entonces ya había acumulado frustraciones más que suficientes
como para reconocer que todo intento de modificar el totalitarismo castrista
desde dentro estaba condenado por definición al más absoluto fracaso, y empe-
cé a acumular coraje para analizar críticamente tanto la revolución cubana
como mi propio pasado, sin dejar por ello de ser un hombre de izquierda. Mis
colegas y amigos de Pensamiento Crítico y de El Caimán Barbudo, más tercos y obs-
tinados que yo, sacaron otras conclusiones. Pero nunca se enemistaron, ni se
denunciaron entre sí, ni obtuvieron privilegios especiales de parte del régimen.
Con el tiempo, los líderes de opinión del desaparecido Departamento de Filo-
sofía —Aurelio Alonso, Hugo Azcuy, Fernando Martínez y Juan Valdés Paz—
volvieron a reunirse en el Centro de Estudios de América, cea, y junto a miem-
bros de generaciones más jóvenes emprendieron la edición de una nueva revis-
ta, Cuadernos de Nuestra América. Cometieron además el desacato —que les
honra— de investigar y escribir sobre problemas de la Cuba contemporánea.
Pero ya el viejo Hegel había advertido que la historia se repite. Además, no
siempre lo hace una vez como tragedia y otra como farsa, según apostilló
Marx, puede perfectamente hacerlo ambas veces como tragedia. Así fue entre
nosotros. El mismo General Raúl Castro que había funcionado como martillo
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Pensamiento Crítico en su momento, como algunos de los trabajos que han circu-
lado entre nosotros en los últimos tiempos, se corresponden, conscientemente
o no, con quienes alientan el surgimiento en Cuba de quintacolumnistas».
Para que quedara constancia de la nueva vendeta reproduje los fragmentos
más significativos de ese discurso abyecto en el número 1 de la revista Encuen-
tro de la cultura cubana, una publicación que fundé en Madrid en 1996 junto a
amigos del exilio y de la isla, con la intención de contribuir a que Cuba descu-
bra por fin los caminos de la democracia y del consenso, supere el odio y la
sed de venganza, y desarrolle la memoria histórica y la capacidad de análisis
crítico como fundamentos de un futuro de paz.
Entretanto, en la isla, los miembros del Centro de Estudios de América
fueron dispersados como tropas vencidas, como lo habían sido los integrantes
del Departamento de Filosofía 25 años antes. Hugo Azcuy, el mejor y más
ingenuo de todos nosotros, y el que más lejos había llegado en la crítica al cas-
trismo entre los miembros del cea en una serie de ensayos sobre los vacíos
jurídicos de la Cuba contemporánea, no pudo soportar ese reencuentro con
el destino de los humillados en un régimen totalitario y murió de un infarto,
otra de las tantas formas de ser devorado por lo que Sergio Ramírez llamó
«Las fauces de Saturno». Existe un libro estremecedor (Maurizio Giuliano, El
Caso CEA, Ediciones Universal, Miami, 1997), donde se recogen textualmente
las actas de aquel vil proceso inquisitorial, en el que el objetivo consiste en
destrozar la autoestima de los vencidos. Mi espíritu estaba entre ellos, con
ellos. Sé perfectamente que no aprueban mi crítica radical al castrismo, ni mi
decisión de haber permanecido en el exilio, ni tampoco la de editar la revista
Encuentro de la cultura cubana. Pese a ello, yo los consideré, los considero y los
seguiré considerando mis amigos. Sólo deseo que alguna vez tengamos un
país en el que podamos vivir todos, y querernos más allá de nuestros muchos
desacuerdos, y en él varias revistas y periódicos donde discutir pública, demo-
crática, pacífica, civilizadamente nuestras radicales discrepancias.
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