La identidad personal se construye a través de la pertenencia a grupos y categorías sociales. La identidad individual de una persona está basada en su identidad social y en cómo se percibe a sí misma como miembro de un grupo. La identidad personal y social son conceptos entrelazados, ya que una persona se define a sí misma en relación con los demás y a través de su pertenencia a grupos sociales.
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La identidad personal se construye a través de la pertenencia a grupos y categorías sociales. La identidad individual de una persona está basada en su identidad social y en cómo se percibe a sí misma como miembro de un grupo. La identidad personal y social son conceptos entrelazados, ya que una persona se define a sí misma en relación con los demás y a través de su pertenencia a grupos sociales.
La identidad personal se construye a través de la pertenencia a grupos y categorías sociales. La identidad individual de una persona está basada en su identidad social y en cómo se percibe a sí misma como miembro de un grupo. La identidad personal y social son conceptos entrelazados, ya que una persona se define a sí misma en relación con los demás y a través de su pertenencia a grupos sociales.
La identidad personal se construye a través de la pertenencia a grupos y categorías sociales. La identidad individual de una persona está basada en su identidad social y en cómo se percibe a sí misma como miembro de un grupo. La identidad personal y social son conceptos entrelazados, ya que una persona se define a sí misma en relación con los demás y a través de su pertenencia a grupos sociales.
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Construcción social de la identidad personal
Conceptos generales y teorías sobre la identidad social.
De la misma manera que las percepciones individuales sobre el entorno y el contexto vital están condicionadas psicosocialmente, también la autopercepción depende de variables situaciones (Schachter y cols., 1962), y los mecanismos atributos son utilizados haciendo autoatribuciones, determinadas, por supuesto, por las relaciones con los demás. Esto no niega el hecho de que somos individuos con conciencia de nosotros mismos como algo personal, único, ni que seamos seres independientes, sino que esta independencia es relativa, puesto que como dice Wallon (1946): “El individuo es esencialmente social. Lo es, no como consecuencia de contingencias exteriores, sino como consecuencia de una necesidad íntima. Lo es genéticamente” Lersch (1965), alude a la identidad social en los siguientes términos: “El hecho de que las determinantes en el pensar, en el valorar y en el comportarse, que proceden de la sociedad, sean integradas en la conciencia del sí-mismo, hace aparecer justificado hablar de un “sí-mismo social”. Con ello nos referimos al conjunto de lo que (procedente causal-genéticamente de la sociedad) es percibido por el individuo como algo que es uno con él mismo y pertenece a su ser-así-y-no-de-otro-modo”. Igualmente, Stoetzel (1962) presenta a la identidad como la posibilidad que tiene el “yo autor de la conducta” de pensarse a sí mismo, de conocerse como tal entidad conductual y cognitiva: “Pero igualmente se puede intentar el estudio de un comportamiento humano, colocándose para ello en el punto de vista de su autor. Lo que hace que esta posición sea plenamente legítima es que, a diferencia de una causa física, el sujeto psicológico se piensa él mismo: es una persona que existe para sí”. No se puede plantear, como premisa de trabajos que lo individual y lo social (en lo referente a la identidad) deban ser estudiados como polos opuestos y antagónicos. Desde un punto de partida puramente teórico y para un estudio más analítico y detallado pueden, sin embargo, establecerse ciertas diferencias –ciertamente artificiales y teóricas- entre una posible “identidad individual” (el sí-mismo) y la “identidad social” que es la que se delimita especialmente por referencia a la vida social y a la dinámica de integración del individuo (emocional y cognitivamente) dentro de ella. Leyens (1984) considera que: “Ser social es tener una identidad personal a través de una pertenencia a un grupo de referencia. La identidad, por otra parte, solo puede concebirse por esta pertenencia; en efecto, ¿cómo podríamos establecer nuestra singularidad si no es por la comparación con los demás?”. Por su parte, Barriga (1983) perfila este problema enriqueciendo des el punto de vista cognitivo los dos matices del concepto de identidad: identidad personal e identidad social.
“Lo determinante en el grupo es el
proceso cognitivo por el cual el individuo se autopercibe como miembro distinto y parte integrante de una totalidad, el grupo. Aún mas, la identidad individual de un miembro está basada igualmente en la pertenencia y referencia a sus grupos. La identidad personal se confunde con la identidad social. La identidad personal basada en la representación que el sujeto posee de sí mismo y que implica un conjunto estructurado de elementos de información significante, recibidos o construidos por el individuo sobre sí mismo. El sentimiento de identidad personal implica la conciencia de la unidad, de permanencia en el tiempo, de la propia coherencia interna, de la propia positividad y los sentimientos de autonomía y poder. Esta identidad personal se construye a lo largo del período evolutivo en el contraste permanente del individuo con su entorno material y social. Se construye a partir de las informaciones que recibe sobre los comportamientos que adopta y sobre los efectos de dichos comportamientos, a partir de las imágenes sociales que su entorno le envía sobre sí mismo, a partir de su inserción en el mundo social y a partir de su pertenencia a colectividades, grupos o categorías sociales”. La identidad social de un individuo es el resultado de la actividad cognitiva que realiza sobre sí mismo atribuyéndose categorías de los propios grupos o categorías de pertenencia y de referencia. Turner (1982) trabajaba también sobre la identidad social, y elabora para su mejor comprensión una diferencia entre autoconcepto y autoimágenes a os que se añade, después, la autocategorización. El autoconcepto es, según Turner, un sistema de conocimiento estable de sí mismo que incluye dos subsistemas: identidad personal e identidad social, mientras que las autoimágenes reflejarían: “La identidad social es entonces definida como un “subsistema del autoconcepto” que “parece que se pone en funcionamiento ante ciertas situaciones””. En 1947, por Sheriff y Cantrell, para ellos, la base desde la que se comprende la noción del autoconcepto está en el hecho de que el propio sujeto es capaz de pensar, hablar y realizar todo tipo de juicios y atribuciones sobre él mismo. Y la demostración está en una sencilla manifestación de las formas comunicativas: la categoría gramatical del reflexivo. Este planteamiento ha sido denominado como teoría de la “implicación personal”: el sujeto se implica, él mismo, en un gran número de sus propias acciones. A través de los estudios sobre las conductas en grupo y, sobre todo, sobre relaciones intergrupales, se ha ido configurando el concepto científico de identidad social y fueron predominantemente los estudios de conflicto intergrupal los que condujeron a él. Zimbardo (1969) sobre desindividuación: Estado de relativo anonimato, en el cual una persona no puede ser identificada como un individuo particular, sino solo como miembro de un grupo. Teoría de la identidad social. Sus presupuestos, en palabras de Brown (1991) se resumirían así: …”un gran número de gente prefiere tener un autoconcepto positivo más que uno negativo. Ya que parte de nuestro autoconcepto (o identidad) está definido en función de afiliaciones grupales, se concluye que habrá también una preferencia por ver a los endogrupos positivamente en vez de negativamente. Pero ¿cómo llegamos a una evaluación de este tipo? Tajfel y Turner (1979) extendieron la teoría de la comparación social de Festinger (1954) y sugieren que las evaluaciones de nuestro grupo comparándolo con otros grupos. El resultado de estas comparaciones intergrupales es esencial para nosotros porque contribuye directamente a nuestra autoestima. (…) Debido a nuestra presunta necesidad de un autoconcepto positivo se concluye que en esas comparaciones habrá sesgos en la búsqueda de modos a través de los cuales el endogrupo pueda distinguirse favorablemente de los endogrupos. Tajfel (1978) denomina a esto el establecimiento de una distintividad positiva.” El hecho procesual de la vida humana y la complejidad y movilidad de la vida social plantean un serio problema si se quiere comprender cómo cada individuo puede coordinar sus tendencias a permanecer igual a sí mismo (tal como se conoce y como le conocen y aceptan sus grupos) con la enorme variedad de circunstancias y situaciones a que va a verse cometido y a las que debe adaptarse. Hay diversos intentos de análisis y explicación de este fenómeno y de los mecanismos, cognitivos fundamentalmente, que desarrollan las personas para lograr una mínima coherencia y armonía entre los múltiples estímulos del exterior, sus conocimientos sobre el mundo y su “saberse a sí-mismo”. Las teorías que han explicado el problema reciben la denominación genérica de teorías de la coherencia. Formuladas a partir de mediados de siglo, se basan todas en el presupuesto de que el hombre tiende a ser coherente con su propia imagen (Munne, 1980). Heider (1946,1958) formuló, a través de numerosas investigaciones, su teoría del balance o del equilibrio cognitivo que se fundamenta en la afirmación de que el sentimiento de desequilibrio resulta muy desagradable por lo cual el individuo tiende a nivelar y mantener en equilibrio sus estructuras cognitivas.