Este documento es un artículo escrito por Juan Carlos Junio titulado "La batalla cultural". En él, Junio analiza el concepto de cultura y cómo a veces es utilizada por los poderes opresores como un instrumento para dominar. También discute cómo la cultura dominante en Argentina fue usada para imponer el neoliberalismo y someter a la gente a través del terror y la violencia. Finalmente, argumenta que para avanzar hacia una sociedad más justa se debe librar una "batalla de ideas" y promover una cultura que represente los intereses de los opri
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
163 vistas7 páginas
Este documento es un artículo escrito por Juan Carlos Junio titulado "La batalla cultural". En él, Junio analiza el concepto de cultura y cómo a veces es utilizada por los poderes opresores como un instrumento para dominar. También discute cómo la cultura dominante en Argentina fue usada para imponer el neoliberalismo y someter a la gente a través del terror y la violencia. Finalmente, argumenta que para avanzar hacia una sociedad más justa se debe librar una "batalla de ideas" y promover una cultura que represente los intereses de los opri
Este documento es un artículo escrito por Juan Carlos Junio titulado "La batalla cultural". En él, Junio analiza el concepto de cultura y cómo a veces es utilizada por los poderes opresores como un instrumento para dominar. También discute cómo la cultura dominante en Argentina fue usada para imponer el neoliberalismo y someter a la gente a través del terror y la violencia. Finalmente, argumenta que para avanzar hacia una sociedad más justa se debe librar una "batalla de ideas" y promover una cultura que represente los intereses de los opri
Este documento es un artículo escrito por Juan Carlos Junio titulado "La batalla cultural". En él, Junio analiza el concepto de cultura y cómo a veces es utilizada por los poderes opresores como un instrumento para dominar. También discute cómo la cultura dominante en Argentina fue usada para imponer el neoliberalismo y someter a la gente a través del terror y la violencia. Finalmente, argumenta que para avanzar hacia una sociedad más justa se debe librar una "batalla de ideas" y promover una cultura que represente los intereses de los opri
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7
Revista Idelcoop - Año 2005 - Volumen 32 - N° 163
la batalla cultural* Juan Carlos Junio**
Ya el título de este congreso abre una riquísima cantidad de perspectivas al
ejercicio del pensamiento y a la inquietud ante el futuro de la humanidad. «Pensar el mundo desde la cultura: por la paz, la verdad y la emancipación humana». En El malestar en la cultura, Sigmund Freud decía que es propio de la cultura el intento de regular las relaciones entre los seres humanos, impedir que queden libradas al arbitrio de cada individuo, es decir a la ley del más fuerte. En ese sentido, advertía, el primer requisito cultural es el de la justicia.
Pero, ¿de qué estamos hablando cuando empleamos la palabra «cultura»?
La caracterización que de ella hace Freud es muy significativa: se trata de valorar y cultivar las actividades psíquicas superiores (como el pensamiento y la reflexión), así como de la producción intelectual, científica y artística de la humanidad, y de asignar a las ideas una función directriz en la vida huma- na. Aquello que se opone a la fuerza bruta, en otras palabras, al interés salvaje e inmediato. En mi patria, la Argentina, tenemos sobradas pruebas de como el simple derecho a la supervivencia de miles y miles de mujeres, hombres y niños se volvía nada para un poder basado en la fuerza y la prepotencia de las armas o ante el imperio del egoísmo sintomatizado en un término coloquial cuya omnipresencia en las últimas décadas abruma: «zafar». «Yo zafo», es de- cir, «yo me salvo, los demás que se hundan». «Pensar el mundo desde la cultu- ra», entonces, es pensarlo desde la mayor fuerza capaz de poner límites a los poderosos, pero ocurre a veces que la cultura misma es reciclada a favor del crimen, la fuerza bestial y la insensibilidad egoísta. Estamos, no hace falta que lo aclare, hablando del neoliberalismo como ideología omnipresente, de lo que Ignacio Ramonet llamó «pensamiento único», y esto, que parece una paradoja, implica un motivo de reflexión y una tarea.
(*) Intervención realizada en el IV Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo «Pensar
el mundo desde la cultura: por la paz, la verdad y la emancipación cultural», llevado a cabo en el Palacio de Convenciones de La Habana, Cuba, durante los días 6 al 9 de junio de 2005. (**) Director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
228 - Teoría y Práctica de la Cooperación
Ocurre a veces, ha ocurrido a lo largo de toda la historia: es la propia cultura la que necesita ser liberada para que despliegue su potencia revolu- cionaria y humanizadora cuando el poder opresor ha hecho de ella un ins- trumento. Un instrumento esquivo muchas veces, y difícil de manejar, pero para eso están las armas, el dinero, la intriga, el chantaje, el apremio, el sobor- no, los medios de comunicación transformados en medios de dominación, el terror instalado como atmósfera en los modos de vida cotidianos. En la Ar- gentina, concretamente, hicieron falta 30.000 desaparecidos, cientos de mi- les de exiliados, robos masivos de niños, campos de concentración clandesti- nos, torturas de una crueldad inenarrable, consenso basado en el terror y disciplinamiento para que el individuo se encierre sobre sí mismo, rompien- do sus lazos sociales, y luego, como una lógica continuidad, la instauración del conformismo, la indiferencia y la desesperanza, de la evasión y la compe- titividad irrestricta, de la corrupción y la impunidad: cada uno en lo suyo, buscando sacar provecho de cualquier modo del prójimo, aturdiéndose, em- botándose. El corolario más buscado es la negación de todo lo que implique participación política. Despolitizar fue su grito de guerra. De allí que noso- tros, los que soñamos y luchamos por una sociedad socialista, debemos in- cluir a la política como tal, entre las prioridades de la batalla cultural. El nue- vo orden ideológico del imperialismo levantó una muralla china entre el arte y las ciencias sociales en sus más diversas manifestaciones, con la política.
Su lógica, no por primitiva fue menos destructiva: señores de la cultura
sean filósofos, historiadores, poetas, teatristas o economistas, pero nunca se metan en la política. Eso es muy feo y podrido para ustedes. Por lo tanto déjenlo para nosotros que tenemos siglos de experiencia y el olfato entrena- do para lo nauseabundo.
Consagraron así la potente lógica de que el poder fatalmente debe ser
administrado por los gerentes políticos de las grandes burguesías locales, subordinados al poder global hegemónico.
Lo sostenía Floreal Gorini, fundador del Centro Cultural de la Coope-
ración, que tengo el honor de dirigir: «En las sociedades fracturadas por los conflictos de clase, los dueños de la riqueza y del poder son quienes cons- truyen la cultura dominante. Quienes cuestionamos los modos desiguales de apropiación y distribución de la riqueza, típicos del capitalismo, particu- larmente en su actual fase, la más salvaje y destructora del hombre y la naturaleza, propiciamos una cultura que, partiendo desde y con los oprimi- dos, intenta transformar el mundo en un sentido igualitario y emancipato- rio. Siempre hay por lo menos dos culturas en una sociedad, una que se
La batalla cultural - 229
corresponde a los intereses de los que dominan, otra que intenta represen- tar los intereses de los dominados. La cultura hoy hegemónica se sostiene desde el poder con el control de los centros de enseñanza públicos y priva- dos, y con la manipulación de los medios masivos de difusión logrando así la pasividad de muchos de los afectados económica y socialmente.» Lo decía Gorini al dejar inaugurado, a fines de 2002, el moderno edificio del Centro Cultural de la Cooperación, en el corazón geográfico mismo de la vida cultural argentina. Tal vez resulte útil situar ese acontecimiento en su marco: nuestro país venía de la peor crisis de su historia, y eran años en que no sólo nadie inauguraba ni construía nada, sino que, por el contra- rio, los comercios y las industrias se cerraban y enormes masas de muje- res, hombres y niños se transformaban en excluidos y eran obligados a vivir de lo que encontraban en los tachos de basura, de la mendicidad o el delito, a excepción de aquellos que comenzaron a encontrar formas nue- vas de organización y mutua asistencia solidaria, por ejemplo en las orga- nizaciones de trabajadores desocupados y el movimiento piquetero. Apa- rentemente a contramano de ese generalizado derrumbe, el edificio que a lo largo del dramático y conflictivo 2002 estuvo alzándose en un predio céntrico era producto del sacrificio, de la tenacidad y de la claridad con que este sector del movimiento cooperativo argentino asumió el objetivo planteado por su fundador, tal como lo expresó entonces: «ponemos el Centro Cultural de la Cooperación, con modestos recursos pero muchos esfuerzos, al servicio del proyecto que elaboraremos entre todos, para que de aquí salga un pensamiento nuevo de confrontación, que asegure la vi- gencia del humanismo. Tendremos que ganar vigencia en la sociedad de modo que nuestro trabajo fructifique en el proyecto de crear un pensa- miento que alimente a la inteligencia, que nutra a la sociedad, que le dé bases para encontrar formas organizativas, para coincidir con otros orga- nismos sociales y políticos que tienen los mismos objetivos, desterrar los sectarismos y los dogmatismos, e iniciar caminos de acción conjunta (...), para vivir en una sociedad más plena, donde los valores humanos se desa- rrollen en la búsqueda de la superación de la humanidad.»
A muchos de los aquí presentes, con seguridad, estos conceptos les
resultarán familiares. «Batalla cultural» es la fórmula que Floreal Gorini con- cibió, a fines de la nefasta década de los 90, para definir la tarea del momen- to. Precisamente es desde Cuba, que la expresión «batalla de las ideas» em- pezó a extenderse por el mundo. «Trincheras de ideas valen más que trin- cheras de piedras», anunciaba el genial José Martí, ya en 1891. Continuador reconocido del legado martiano, el comandante Fidel Castro citaba en 1993 al Apóstol, desde este mismo Palacio de las Convenciones, al cumplirse un
230 - Teoría y Práctica de la Cooperación
siglo y medio de su nacimiento: «Ser culto es el único modo de ser libre». Y continuaba, luego de una sagaz descripción de todo aquello que ocultan y tergiversan los sofismas y slogans que los centros del poder capitalista ha- cen pasar por verdades inamovibles: «Creo firmemente que la gran batalla se librará en el campo de las ideas y no en el de las armas, aunque sin renun- ciar a su empleo en casos como el de nuestro país u otro en similares cir- cunstancias si se nos impone una guerra», para concluir, contundente: «frente a las armas sofisticadas y destructoras con que quieren amedrentarnos y someternos a un orden económico y social mundial injusto, irracional e insostenible: ¡sembrar ideas! ¡sembrar ideas y sembrar ideas! ¡sembrar con- ciencia!, ¡sembrar conciencia! y ¡sembrar conciencia!»
Permítanme aquí un recuerdo personal: el rostro y la voz de Floreal Go-
rini, a principios de los 90, repitiendo en cada conferencia o en cada reunión de dirigentes cooperativos: «la derrota es ideológico-cultural». Muy tempra- namente Gorini había percibido ese factor esencial: hubo un genocidio plani- ficado, sí, y una entrega incondicional del país, pero ésta no habría sido posi- ble sin una derrota cultural e ideológica. Ellos primero debían vencer en el plano de las ideas a los proyectos que, durante décadas y hasta la dictadura de 1976, empezaron siendo sostenidos y elaborados por una intelectualidad crí- tica que se fue orientando hacia el ideario socialista y que fueron luego co- brando cuerpo con cada vez mayor vigor entre las masas populares. No hay entonces posibilidad de avanzar nuevamente sin dar vuelta esa derrota, o, en otras palabras, sin ganar los corazones y las mentes de los pueblos. Cabe al respecto lo que Gorini dijo, hacia 1999, cuando nuestro Centro Cultural daba sus primeros pasos, en una entrevista periodística: «no podemos proponer- nos una sociedad solidaria si los individuos con los que trabajamos están ganados por el individualismo. ¿Qué voy a hacer si no quieren ser solidarios? ¿Se lo impongo? Aunque uno luche por algo que considera noble y justo, ¿de qué sirve que le diga al otro ‘te estoy haciendo un bien’ si él me dice ‘pero me lo estás imponiendo’? Si no se instalan ciertos valores culturales, sociales y políticos, los movimientos no pueden desarrollarse.»
Es sugerente que, al hablar en la Universidad de Venezuela, en ese mismo
año, Fidel Castro explicara de este modo la «batalla de las ideas: Una revolu- ción sólo puede ser hija de la cultura y las ideas. Ningún pueblo se hace revo- lucionario por la fuerza. Quienes siembran ideas no necesitan jamás reprimir al pueblo». No creo que sea simple casualidad. No se trata de compararlos y mucho menos igualarlos, pero ciertamente es observable que cada uno de ellos en su contexto y en sus lugares concretos de lucha, exhibieron dos sensibilidades y dos inteligencias extremadamente abiertas al drama huma-
La batalla cultural - 231
no y al acontecer real de las situaciones sociales, dos sensibilidades y dos inteligencias, por otra parte, fogueadas en la lucha social, cultural y política por la transformación de la sociedad. En el caso de Gorini, fue sobre todo en su dilatada experiencia en el movimiento cooperativo –concretamente en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, que presidía en el momento de su muerte, en octubre pasado–, que fue desarrollando esta convicción, al advertir cómo entidades cooperativas y sociales iban entrando en el juego del sistema, cediendo en sus convicciones históricas, comportándose como empresas capitalistas en aras de una supuesta eficiencia, para las más de las veces terminar derrumbándose.
Así nació el Centro Cultural de la Cooperación, que desde el 30 de
marzo de este año ha pasado a llamarse «Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini». No nació de la nada, ni como resultado de una súbita ilumi- nación: es uno de los frutos más fecundos de una construcción social real, la del movimiento cooperativo de la Argentina, y, más exactamente, del sector de ese vasto movimiento que supo mantener consecuentemente los principios solidarios y humanistas del cooperativismo.
El Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, siempre en estrecha
vinculación con otros movimientos sociales y con las necesidades concretas del pueblo es hoy en la Argentina, una de las más grandes organizaciones democráticas y progresistas, con actuación creciente en la gestión de diver- sos y trascendentes proyectos en distintos ámbitos de la vida económica, social y cultural. Son ya casi 45 años de lucha y trabajo, soportando dicta- duras genocidas y severas etapas de crisis económica o desaliento social, atravesando durísimas pruebas, siempre sosteniendo en el discurso y en la práctica los principios de pluralismo, participación, responsabilidad social y gestión democrática. Desde un principio entendiendo que, sin dejar de ser fundamentales e insoslayables, las funciones que el instituto y sus entida- des adheridas cumplen en lo específicamente económico carecerían de sen- tido si no estuvieran integradas a una tarea a la vez social y cultural, pen- sando siempre en aportar a los cambios sociales que ineludiblemente ten- drá que realizar nuestro pueblo.
Empezando por la educación cooperativa, la presencia cultural del IMFC
en la sociedad argentina es relevante desde hace años, lo que le permitió capitalizar sólidos y entrañables vínculos con intelectuales, trabajadores de la cultura y entidades culturales. Vigorosamente arraigado en la vida con- creta de nuestro pueblo, es el poder real y simbólico acumulado por el IMFC el que permitió la concreción de un proyecto de la envergadura del Centro
232 - Teoría y Práctica de la Cooperación
Cultural de la Cooperación, surgido a su vez de una evidencia palpable: no sólo teóricamente sino sobre todo en la práctica el cooperativismo ha de- mostrado su vigencia como alternativa social y cultural. Enfrentados al lu- cro y el egoísmo, tenemos motivos para sostener que, además de constituir una opción válida para resolver necesidades específicas de la gente, el coo- perativismo debe aportar a la generación de cambios sociales y políticos.
Como señala su declaración de principios, el Centro Cultural de la Coope-
ración pretende constituirse en fuente de producción de pensamiento crítico para aportar al país, a nuestra América y al mundo, asumiendo los debates de la época y analizando críticamente el capitalismo de hoy, aportando a desentra- ñar su lógica y sus argumentos y buscando nuevas alternativas al inhumano orden imperante y en cierto modo concretándolas, anticipándolas. Para ello, el eje organizador de la actividad de nuestro Centro es la investigación, y muy en particular la de los jóvenes intelectuales y artistas. Contribuir a la conforma- ción de nuevas camadas de intelectuales críticos, retomando una sustanciosa tradición argentina, fue un desvelo de Floreal Gorini del que con gusto nos hemos hecho cargo, aceptando el desafío. Repartidos en 14 departamentos (que llegan a 16 contando la Biblioteca y el Departamento de Ediciones), más de 300 jóvenes, muchos de ellos becarios, junto a sus correspondientes coordinadores, llevan a cabo investigaciones en ciencias sociales, comunicación, cooperativis- mo, derechos humanos, economía política, educación, estudios políticos, his- toria, política y economía internacional y salud. Pero no sólo en las ciencias sociales los jóvenes investigan, reciben teoría y elementos metodológicos y participan de actividades, sino también en los cuatro departamentos vincula- dos a la expresión estética: ideas visuales, literatura y sociedad, la ciudad del tango y arte (a su vez dividido en nueve áreas: artes escénicas, arte y organiza- ción social, artes audiovisuales, arte callejero, danzas, música, teatro, varieté y títeres y espectáculos infantiles). Nuestra mira está puesta en desarrollar un instrumento de lucha ideológica que priviligie su actividad en el plano nacional y latinoamericano, potenciando la figura multifacética del intelectual de nues- tra América, inspirándonos en el ideario Mariateguista. No hay prácticamente tema importante de la realidad argentina y latinoamericana que no haya sido o no esté siendo trabajado por nuestros investigadores, para luego transmitirlos al campo intelectual y a la sociedad en general a través de cuadernos y libros, conferencias, paneles, presentaciones en la sede del Centro Cultural de la Co- operación y en espacios del movimiento popular como escuelas, universidades, barrios pobres, cooperativas de diversas actividades, etc. Mucho de esto puede apreciarse en las publicaciones del Centro Cultural: 63 cuadernos con trabajos de investigación, 12 libros y dos números de la prestigiosa revista de investiga- ción teatral Palos y piedras.
La batalla cultural - 233
Esta es la afanosa, vasta y constante actividad de nuestro Centro, que también tiene –nadie lo ignora en Buenos Aires– un rostro público: los es- pectáculos de teatro, música, títeres o teatro para niños, los recitales de poesía y las presentaciones de libros, las peñas de tango y las muestras de artes plásticas, las conferencias y las mesas de debate. Sólo a las actividades públicas llevadas a cabo por los departamentos de ciencias sociales asistie- ron, entre junio de 2004 y abril de 2005, 15.291 personas, y otras 62.779, entre mayo de 2004 y principios de mayo de 2005, presenciaron los espectá- culos de teatro, música, danza o varieté, entre ellos varios ganadores de importantes premios. Podemos decir sin retaceos que constituimos un refe- rente cultural en la sociedad argentina y, al mismo tiempo, que aportamos un componente nuevo, distintivo, original, que es bien recibido por nuestra gente, más aún en esta etapa en que la parálisis espiritual y el conformismo parecen empezar a ceder paso a una actitud más comprometida.
Cuando una masiva rebelión popular, en diciembre de 2001, derribó un
gobierno en el preciso momento que decretaba el estado de sitio y cuestio- nó el rumbo neoliberalizador que desde hacía un cuarto de siglo seguía la Argentina hubieron quienes, con razón, dijeron que era el fin de la dictadu- ra de 1976-1982, que recién entonces ésta concluía en las mentes. El con- senso por terror y desesperanza es lo que estalla. La despolitización va mutando hacia la protesta y la participación política. El cambio en la subje- tividad social es muy valorable .Algo tuvimos que ver, sembrando aparen- temente en el desierto, junto con otros organismos sociales y políticos, con personalidades de la cultura y con la oscura pugna diaria de los excluidos del capitalismo. Una parte, al menos, de la batalla cultural, se ganó, pero está muy lejos de haberse terminado ni tiene término a la vista. El enemigo es poderoso y no tiene escrúpulos, ni de conciencia ni de cualquier otra clase, y, sobre todo, en lo que hace a la cultura, tiene medios, en todos los sentidos del término. Pero también tiene sus limitaciones, como nos señala- ba alguna vez Floreal Gorini: «la televisión llega a millones, pero el valor que tiene la cultura con participación es más fuerte.» Lo sabemos, lo segui- mos comprobando a diario.
Si sembramos ideas, si sembramos conciencia, seguramente habrá