Semana 1-I

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DISEÑA TU VIDA

CON DIOS
Herramientas de psicología y espiritualidad
para diseñar una vida con propósito de la mano de Dios.

Verónica Neuenschwander Sahurie


Psicóloga - Coach Integral

SEMANA 1
LA CARA OSCURA
DE LA EMPATÍA
Que usamos la palabra empatía de forma impropia, que como concepto se puede
inflacionar, que termina por ser una palabra polisémica, que construimos un bosque
conceptual de confusión... es ya una realidad. Que tiene su cara oscura, es también
obvio, porque en todo caso, tiene un precio o forma de fatiga. Mal manejada, genera
síndrome de agotamiento en las relaciones de ayuda (burn-out). No falta quien la critica
por impedir el razonamiento ético y quien dice que sirve también para hacer el mal.

Empatía para hacer el bien

Parece que esta actitud, con su elemento cognitivo, afectivo y conductual, que
Rogers definió como “la capacidad de percibir ese mundo interior, integrado por
significados personales y privados, como si fuera el propio pero sin perder nunca
este como si”, es uno de los requisitos fundamentales para las buenas relaciones de
ayuda. Nadie lo pondría en duda.

Hoy se invoca también como habilidad social para cualificar las buenas relaciones
interpersonales en general, o como característica positiva de las personas buenas
que desarrollan comprensión y compasión hacia sus semejantes.

De hecho, para algunos, la falta de empatía alberga todas las claves que
necesitamos para entender la crueldad. Una persona carente de empatía no sería
una persona neurotípica, aunque esta conservase intactas el resto de sus facultades
mentales. El psicópata no es capaz de experimentar empatía.
Pero un entendimiento superficial de la empatía, puede llevarnos a tomar
decisiones desproporcionadas e injustas, como reaccionar ante desastres
naturales de manera solidaria, pero permanecer indiferentes ante asuntos de
mayor trascendencia a largo plazo como la pobreza y las enfermedades
evitables; ignorar cálculos elementales a la hora de asignar recursos,
identificarse en exceso con quien sufre y desea morir y por ello abogar por la
eliminación de la vida a demanda.

En las profesiones sanitarias, sociales, psicológicas... los pacientes agradecen y se


benefician de la empatía, pero los profesionales deben aprender a regular la implica-
ción con el sufrimiento para no sucumbir en los procesos de identificación y de eco
emocional.

En el terreno de las relaciones personales, demasiada empatía puede llevar a lo


que los psicólogos Helgeson y Fritz, denominan comunión sin paliativos, una situación
en la que una persona encuentra grandes dificultades en decir que no cuando alguien
demanda su ayuda, y muestra una excesiva preocupación por los problemas de los
demás. Algo que no beneficia a nadie, pues este tipo de comportamientos terminan
por resultar sobreprotectores y molestamente intrusivos.

La hiper-empatía es considerada un trastorno mental por el manual de


diagnóstico psiquiátrico, por el gran malestar que les genera a las personas
que lo sufren y puede llevar a situaciones de codependencia, de sobreprotección y
permisivismo o de agotamiento emocional. Recientemente he tenido la oportunidad de
escuchar a una víctima de abusos sexuales mostrando una comprensión patológica
ante su agresor y llegando a justificarlo. Su exceso de empatía les incapacitaba por
completo para ver con claridad al depredador, asesino o maltratador que tienen delan-
te.
Ética y empatía

Aristóteles consideraba la maldad como el


reverso de la gracia, y la doctrina cristiana se sitúa en
esta misma línea al afirmar que el hombre bueno saca su bondad del depósito
de su corazón, mientras que el malvado hace lo propio con la maldad (Lc 6, 45).
Aunque quisiéramos sustituir la palabra corazón por el cerebro, y mal por falta de
empatía, la cuestión es sostenible.

Si Paul Bloom, en su libro “Contra la empatía. A favor de una compasión racional”


va demasiado lejos al afirmar que la empatía hace del mundo un lugar peor, y que
estamos mejor cuando nos distanciamos de ella, desde mi punto de vista, el quiz de la
cuestión gravita en torno a la necesidad de pensar en las consecuencias de nuestras
decisiones y mirar más allá de cómo nos harán sentir, o cómo imaginamos que harán
sentir a aquellos que van a verse afectados por ellas. Es decir, la empatía no es la
clave de decisión ética, sin más. No nos resuelve ni ahorra el discernimiento, por muy
invocada que pueda ser espontáneamente.

Baste pensar, en momentos en que algunos casos de personas que piden la


eutanasia y tienen impacto mediático, cómo se genera un movimiento de personas
que tienden a argumentar que estaríamos a favor si nos pusiéramos en su lugar.
Recurren a la empatía como clave para aumentar la comprensión del sufrimiento y
para justificar, por lo mismo, la eliminación de la vida del otro por su propia decisión
ante la intolerabilidad del sufrimiento.

Es decir, en ocasiones de manera velada, se le quiere conceder al impacto


emocional de ponerse en el lugar del otro, al “contagio emocional”, el criterio último de
moralidad. Y esto es un mal uso del concepto de empatía o un mal manejo del
complejo campo del discernimiento.

La empatía es, como todos los mecanismos efectivos de conexión con el mundo
que nos rodea, una calle de doble sentido, y un arma de doble filo. Todo su potencial
para generar bondad, puede fácilmente revertirse para desencadenar lo indeseable.
En 2007, antes de ser elegido presidente de los Estados Unidos, el senador Barack
Obama, declaró que “el mayor déficit que aflige a nuestra sociedad y al mundo es la
falta de empatía”. Seguramente con esta afirmación no se resuelve el desafío ético de
la humanidad.
Empatía para hacer el mal.

Esta es la tesis de mi compañero y amigo Luciano Sandrin,


mi viejo profesor de psicología de la salud: la empatía también sirve para hacer el mal.

Si la empatía genera una comprensión y una vibración emocional ante el dolor del
otro haciéndolo, de alguna manera “como si” fuera propio, no es extraño que se acti-
ven nuestras emociones y se pueda acallar la razón. Como resultado, en ocasiones,
algunas personas actúan de manera más impulsiva, sin pensar demasiado en las
consecuencias de sus actos. Esa falta de reflexión nos puede llevar a adoptar
comportamientos agresivos y violentos.

Todos conocemos situaciones en las que, con el pretexto de defender a una


persona desvalida, se le ha causado un daño desproporcionado al agresor.
Se confunde así el concepto de empatía saltando de comprender al otro a justificarle.

Pero también la empatía tiene una especie de super-poder. Nos puede ayudar a
saber cómo se sienten otros, incluso sin mediar muchas palabras. Hay quien dice que
algunas personas que son tildadas de sensitivas, incluso con capacidades telepáticas
o precognitivas, en realidad lo que tienen más desarrollada es su capacidad para
detectar e interpretar gestos, tonos de voz, volumen, etc., gracias a su capacidad
empática. Un mal uso de estas capacidades, puede ser utilizado para hacer el mal al
prójimo, apoyándose en este conocimiento de su debilidad o de su parte emocional
que, mal usada, nos puede empoderar para el mal.

¿La solución para el bosque conceptual y la complejidad de la empatía?


La humildad al manejar el concepto, la precisión al incluir tanto los aspectos emocio-
nales, como racionales y conductuales. Pero también conviene no considerar que la
empatía sea la clave última de las relaciones, ni siquiera las terapéuticas. Es una
clave, no la única. La búsqueda del bien, la areté o la excelencia y virtuosidad en la
conducta no se agota en una disposición relacional. Ni dependiendo de ella se agotan
todas las argumentaciones éticas.

José Carlos Bermejo


EL CAMINO
de TU VIDA
1. ¿Qué ha tenido mayor importancia para ti a lo largo de tu vida?

2. Anota los momentos en que te sentiste en lo mejor de ti.


¿Qué estaba sucediendo?
3. ¿Qué notas en común en los mejores momentos de tu vida?

4. Anota los momentos difíciles en tu vida.


¿Qué estaba sucediendo?
5. Anota momentos en que te sentiste perdido.
¿Qué estaba sucediendo?

6. Anota momentos en tu vida en que sentiste que ibas por la ruta correcta.
¿Qué estaba sucediendo?
7. Anota momentos en tu vida en que te
sorprendiste contigo mismo.
¿Qué estaba sucediendo?

8. ¿Qué cosas de estas se repiten en tu vida?


TRABAJO
Elige una fotografía de ti entre los 5 y los 12 años que te guste.
Visualízala y pregúntate: ¿qué me aportaban todas esas cosas
en mi vida y cómo puedo introducirlas en mi vida actual?

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