La Conquista Del Voto Femenino

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 9

La conquista del voto femenino

Autor: Vallejo Franco, Beatriz Eugenia


https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-281/la-
conquista-del-voto-femenino
“De América se pueden hacer muchas
historias. Por lo general, solo se
escribe la de los hombres, y entre la
de los hombres, la de los generales, los
presidentes, los gobernadores. La de
quienes tienen un destino político. Lo
demás queda sin autor. Pero podría
hacerse la historia al revés y escribir la
de los hombres más humildes, la de
los ríos, la de las casas viejas,
la biografía de la plaza de la capital…
la de las mujeres” 1 .
 
Con el viento en contra
El siglo XX se constituyó en el período de la historia de la humanidad, que
podría ser definido como la historia de la  inequidad, en el que los derechos
alcanzaron su mayor nivel de desarrollo, por lo menos en términos formales.
Fue el siglo en el que las reivindicaciones que venían arrastrándose desde
tiempos inmemoriales  se cristalizaron en  declaraciones, leyes y tratados. El
siglo del sindicalismo, del reconocimiento del crimen del genocidio, del discurso
de Martín Luther King sobre la igualdad, de la descolonización, del fin del
Apartheid.
Esto no quiere decir, sin embargo, que el hombre haya logrado en esas
décadas una capacidad de convivencia más profunda, pues fue también el
siglo de las dos guerras mundiales, de las armas  uímicas y nucleares, del
holocaustojudío, del incremento inmisericorde de los niños en combate.
La Organización de Naciones Unidas se erigió, desde la segunda mitad de esa
centuria, como el foro donde se llevaron a cabo, en mayor medida, tanto la
lucha por la igualdad de hombres y mujeres, como los debates sobre la mejor
forma de proceder ante la violación de sus derechos. Su labor, que podría
describirse entre luces y sombra  –la mayor de estas últimas el derecho al veto

de los cinco miembros permanentes de su Consejo de Seguridad–, ha sido vital


para reivindicaciones como el voto femenino.
A esa demanda por el voto de parte de asociaciones de mujeres –que había
empezado en el siglo XIX– adhirieron otras de diversos tipos, en la esperanza
de que la unión hiciera realmente la fuerza. En la década de 1960, por ejemplo,
la contracultura fusionó los discursos de los movimientos sufragistas, que
propendían por una mayor  participación política y social de las mujeres con los
del reconocimiento de afroamericanos y homosexuales,  constituyéndose en un
crisol que articulaba diversas voces en busca de un nuevo paradigma, pues el
camino hacia la igualdad había sido tortuoso.
Como una ironía se podría considerar la aprobación, por primera vez, del
sufragio femenino. En 1776, en New Jersey, se autorizó el voto de “todos los
habitantes libres de la Colonia”, pero en realidad el artículo pretendía referirse
al de “todos los hombres libres de la Colonia”. Entre ese año y 1807, cuando se
corrigió “este error arrafal”, alcanzaron a votar tanto mujeres solteras como
hombres de raza negra que aprovecharon el lapsus. Casi cien años después,
en 1869, en el territorio de Wyoming, se aprobó en efecto el voto de las
mujeres a través del llamado “sufragio igual”, en virtud del cual podían hacer
valer su voluntad en las urnas tanto hombres como mujeres, siempre y cuando
se abstuvieran de hacerlo las personas pertenecientes a los numerosos grupos
indígenas ubicados en “el gran río plano”. Ya en Nueva Zelanda la fecha se fijó
en 1883 como la que le dio luz al sufragio femenino en general gracias a la
persistencia de la activista Kate Sheppard.
Sin embargo, y para graficar la complicada lucha por la verdadera igualdad,
vale la pena citar el Estatuto Municipal español de 1924, publicado bajo el
mandato de Primo de Rivera, que decretó que solo podían votar las mujeres
que hubieran cumplido 23 años y permanecieran solteras, excluyendo a las
mujeres casadas y a las prostitutas.
Las casadas, según el Decreto, gozaban, sin embargo, de algunas
excepciones: “cuando viva separada de su marido por sentencia firme de
divorcio en la que se declare culpable al esposo; cuando judicialmente el

marido ha sido declarado en ausencia, de acuerdo con los criterios señalados


al respecto en el Código Civil; cuando el marido sufra pena de interdicción civil
impuesta por sentencia firme; finalmente, cuando la mujer ejerza la tutela del
marido loco o sordomudo” 2 .
En diversas latitudes, concepciones como la anterior intentaban ser rebatidas
por agrupaciones que, al principio tímidamente y con el tiempo más
beligerantes, compuestas en general por mujeres, pero también por algunos
hombres que comprendían el valor de la igualdad –el derecho al trabajo
remunerado, la mejora en la educación, la lucha contra la subordinación y, por
supuesto, el derecho al voto– lograban ir moviendo los cánones reinantes.
En 1946, la ONU, cuyo objetivo último es el fortalecimiento de la democracia,
hizo un llamado para que el sufragio femenino fuera incorporado a todas las
constituciones de América, teniendo en cuenta que este representaría al 50%
de la población. Poco a poco, no solo en este hemisferio sino alrededor del
mundo, la exhortación se fue haciendo realidad. Y se crearon instancias en el
seno de las Naciones Unidas enfocadas a la igualdad de géneros y al
fortalecimiento de los derechos de las mujeres, consideras por su historia como
vulnerables.
Sin embargo, algunos países se demoraron muchas décadas en seguir este
camino, como Kuwait, que concedió el voto femenino hace solo pocos años, en
el 2005, lo que es, por decirlo suavemente, un anacronismo. Pero, dada la
mirada cultural de los países islámicos en relación con los derechos políticos
de las mujeres es algo menos sorprendente que el hecho de que un cantón de
Suiza, el Appenzell, lo haya aprobado apenas en 1989.
El camino hacia la igualdad en Colombia
Como era de esperarse, en consonancia con las dificultades que se acaban de
reseñar, la conquista del voto femenino en Colombia fue complicada, lenta y
llena de altibajos. La influencia que ejercía la Iglesia católica en la vida
cotidiana de las mujeres desde la conquista, y aun entrado el siglo XX, impedía

que estas se asumieran en un papel protagónico, que les permitiría ayudar a


construir su propio entorno político.
El “de”, que aún utilizan algunas mujeres para adoptar el apellido de su marido,
describe la sociedad patriarcal que ha tomado como una de sus bases que
tanto la subsistencia como la definición del papel de la mujer en la sociedad
proceden siempre de alguien más, con claridad de un hombre.
Ante la llegada de la industrialización al país, a finales del siglo XIX y principios
del XX, se fue formando una clase obrera femenina que ocupaba cargos
siempre inferiores a los del sexo opuesto y, en consecuencia, peor
remunerados. En 1920, aburridas de una situación laboral que les prohibía
hasta calzarse, se fueron a la huelga cerca de 500 empleadas de la planta de
Fabricato, en Bello, Antioquia, con diversas reivindicaciones como consigna,
buscando desde mejoras salariales hasta la exigencia de medidas contra el
abuso sexual del que se sentían objeto por parte de algunos de sus jefes.
Betsabé Espinosa, “una muy bella e íntegra muchacha”, según el diario El
Luchador 3 , fue la heroína de esas jornadas. El propietario de la fábrica, Emilio
Restrepo, tuvo que recurrir al párroco de Bello y al arzobispo de Medellín para
enfrentar la crisis y el acuerdo al que se llegó, tras casi un mes de arduas
negociaciones, fue abriendo el camino a la participación de la mujer en la vida
pública, pues el levantamiento logró ser ampliamente reseñado por los medios
y generó largas discusiones al interior del gobierno.
Haciendo eco a los anteriores hechos, en 1924 cerca de 1400 mujeres
indígenas firmaron un manifiesto en el que afirmaban que si los hombres de
sus comunidades no eran capaces de levantarse contra “el orden ilegal e
injusto” impuesto por la civilización, ellas sí tenían el coraje de hacerlo 4 .
Nueve años más tarde del levantamiento de Bello, el ejemplo fue repetido por
186 obreras de la fábrica de Rosellón, en Envigado, en protesta por la rebaja
de sus salarios, y aunque las reclamaciones esta vez no fueron tan exitosas
como las anteriores en términos de resultados, tuvieron también una buena
resonancia. Y en 1935 las trabajadoras de dos trilladoras, 315 en total, se

levantaron de nuevo para exigir vacaciones remuneradas, pago dominical y el


conocimiento de su sindicato 5 . La mujer colombiana, en suma, entendió que
había que empezar a subir la cuesta.
En 1930 había llegado Olaya Herrera al poder “con oposición de la curia y de
los conservadores de ultraderecha” 6 . Aun así, logró darle vida a los
movimientos sindicales y al derecho a la huelga, regulándolos mediante la Ley
83 de 1931. Las reivindicaciones de tipo laboral fueron una puerta de entrada a
otras demandas de la sociedad civil y ante esta plataforma de gobierno, más
amplia e incluyente, personas como Georgina Fletcher, española radicada en
Colombia –estigmatizada y perseguida por sus ideas–, lograron un escenario
favorable para sus aspiraciones feministas.
Fletcher, junto con Ofelia Uribe de Acosta, presentó entonces al Congreso el
“Régimen de capitulaciones matrimoniales”, en busca de una reforma
constitucional que llevara a que las mujeres pudieran acceder directamente a
sus bienes, pues hasta entonces solo se les permitía hacerlo a través de sus
padres, hermanos o esposos. A pesar de las voces airadas que despertó esta
iniciativa, como la del representante Muñoz Obando, quien afirmó que “las
mujeres colombianas están empeñadas en quebrar el cristal que las ampara y
las defiende” 7 , se logró e todos modos la promulgación de este régimen,
cristalizándose en la Ley 28 de 1932, a través de la cual “se reconoció la
igualdad en el campo de los derechos civiles”.
Pero el voto era un sueño que todavía se observaba a distancia, aunque en
1936 se logró que las mujeres pudieran desempeñar cargos públicos. En 1944
se fundó la Unión Femenina en el país y en la reforma de la Constitución de
1945, con la presión ejercida por esta en el Congreso, las colombianas
conquistaron el título de “ciudadanas”, aunque el proyecto de su derecho al
sufragio fue archivado luego de un arduo debate en Cámara y Senado.
Se generaba así una nueva cultura, en la que las mujeres empezaban a
mirarse a sí mismas en forma diferente, a concebirse como parte de la
sociedad política en la que se buscaba la igualdad, aunque con cierta timidez
todavía y con la sensación, según se puede percibir en documentos de la

época, de que los roles no estaban aún tan definidos. En la revista Letras y
Encajes, que propendía por el voto femenino, Margarita Gómez de Álvarez
escribió el 27 de agosto de 1948: “Aunque ya se hace sentir entre nosotros el
movimiento feminista, son poquísimas las mujeres que realmente van bien
orientadas; una gran mayoría de ellas tiende a masculinizarse, idea donde
reside, principalmente, su error. No se trata de imitar, se trata de crear” 8 .
Por otra parte, Magdala Velásquez Toro en Condición jurídica y social de la
mujer 9 , cita apartes de los editoriales de Calibán 10 , en su columna “Danza de
las
horas”, de El Tiempo, muy esclarecedores sobre el pensamiento de un norme
sector de la sociedad colombiana de entonces. Refiriéndose a la organización
social, Calibán escribió: “salvémosla y no la sometamos al voto femenino, que
será el paso inicial en la transformación funesta de nuestras costumbres y en la
pugna entre los sexos”. Afirmaba el columnista que el del sufragio era un
proyecto izquierdista y que era evidente la inferioridad natural de la mujer:
“ninguna hembra ha igualado al macho en las manifestaciones del atletismo, en
toda la escala animal. Solo una yegua ha ganado el Gran Derby (1915) y esto
porque el hándicap la favorecía”.
No fue, como se ve, fácil la lucha. En el Congreso se daban debates
marginales entre liberales, más inclinados a aceptar que las mujeres hicieran
realmente parte de la esfera política, y los conservadores, más reacios a
contradecir a la Iglesia católica respecto a que la mujer debería permanecer en
el seno del hogar. Pero con el tiempo, los partidos fueron variando sus
propuestas. El papa Pío XII, al terminar la segunda guerra mundial, exhortó a
las mujeres a que votaran en Italia por el Partido Socialcristiano, lo que desde
su óptica la podría salvar del comunismo. Esto generó un curioso viraje en el
juego político en Colombia. El Partido Conservador decidió apoyar, en 1948,
los plenos derechos de las mujeres, mientras que los liberales abogaron por un
reconocimiento progresivo.
En el Congreso de 1949 se negó de nuevo el derecho al voto de las mujeres.
Así que en 1953 se pasó, junto con el paquete de reformas a la Constitución, la
iniciativa del sufragio femenino con mucha presión para su aprobación, no solo
por parte de asociaciones de mujeres, sino también de hombres convencidos

de la necesidad de ese espacio político, como el diputado Félix Ángel Vallejo


que se apersonó del Proyecto.
El reconocimiento al voto de la mujer en Colombia se logró por fin, y
paradójicamente, bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, en 1954, a través
del acto legislativo No. 3 de la Asamblea Nacional Constituyente, lo que fue
recibido como un gran triunfo, a pesar de que durante esa época no se dieron
elecciones. Sin embargo, mujeres como Josefina Valencia, Esmeralda
Arboleda y María Eugenia Rojas ocuparon cargos oficiales. El derecho al voto
se estrenó en el plebiscito de 1957.
La transformación, entonces, no ha sido radical. La incorporación femenina en
la sociedad económica y política no la ha desligado de su papel de principal
cuidadora de su familia y responsable del funcionamiento de su hogar, por lo
que se termina asumiendo un doble rol. La siguiente cita logra describir bien la
situación: “El proceso de modernización vivido no había traído mecánicamente
la transformación de las viejas exclusiones políticas y culturales. Si bien el
resultado de esa captación, en la que jugaron un papel determinante los
movimientos sociales y las ideologías revolucionarias, no fue una
transformación radical de la sociedad, sí se sembraron los anhelos de cambios
más profundos” 11 .
Realizado por: Beatriz Eugenia Vallejo Franco. Candidata a doctora en
estudios políticos, Universidad Externado de Colombia. Maestría en ciencia
política y relaciones internacionales, Instituto de Altos Estudios. Comunicadora
social, periodista y diplomada en historia, Universidad de la Sabana.
 
Referencias
1 Arciniegas, Germán. América mágica, las mujeres y las horas, Bogotá,
Planeta, 1999, p. 15.
2 Durán y Lalaguna, Paloma. El voto femenino en  España, Madrid, Asamblea
de Madrid,  Servicio de Publicaciones, 2007, p. 19.

3 Acevedo Carmona, Darío. “Betsabé Espinoza”, Especiales Revista Semana,


diciembre de 2005.
4 Peláez Mejía, María Margarita. “Derechos políticos y ciudadanía de las
mujeres en Colombia”, http://websuvigo.es/pmayobre
5 Jaramillo, Ana María,. “Industria, proletariado, mujeres y religión. Mujeres
obreras, empresarios e industrias en la primera mitad del siglo XX en
Antioquia”, en Las mujeres en la historia de Colombia, t. II, Bogotá, Editorial
Norma, 1995, p. 407.
6 “Colombia 1930”, Credencial Historia, Edición 201, septiembre de 2006,
Bogotá.
7 Peláez Mejía, María Margarita. Ibíd.
8 Citado por Ramírez Brouchoud, María Fernanda. Mujeres, política y
feminismo en Colombia, 1930- 1957, “Todos somos Historia”, t. II, Vida del
diario acontecer, Eduardo Domínguez (editor académico), Medellín, Canal
Universitario de Antioquia, 2010, p. 237.
9 Nueva historia de Colombia, vol. IV, Bogotá, Editorial Planeta, 1995, p. 52.
 
10 Calibán fue el seudónimo de Enrique Santos Montejo en su columna de El
Tiempo.
11 Archila N., Mauricio. “Colombia 1900-1930: la búsqueda de la
modernización”, en Las mujeres en la historia de Colombia, Ibíd.

También podría gustarte