La Independencia en Femenino HOYOS 2012
La Independencia en Femenino HOYOS 2012
La Independencia en Femenino HOYOS 2012
La mujer en la independencia
de Hispanoamérica
Ediciones
Rúbeo
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Ediciones Rúbeo, 2 012
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hombres. La cuestión, por tanto, estribaría en analizar elemen
tos tales como creencias, prácticas o los elementos de continui
dad que existen entre la vieja sociedad colonial y las “nuevas
corrientes de cambio que reevalúan el papel de las mujeres en
la sociedad y el universo relacional”2.
Aún queda mucho por investigar en este sentido, pero, por
suerte, en los últimos años se han dado a la luz valiosas aporta
ciones. No es cuestión ahora de hacer un estado de la cuestión
exhaustivo, pero sí de señalar dos libros importantes. El pri
mero, el de Catherine Davies, Claire Brewster y Hillary Owen.
En South American Independence, estas historiadoras anglosajonas
reflexionaron sobre la construcción de la feminidad, llamando
nuestra atención sobre el pensamiento, en cuestiones de género,
de un Simón Bolívar o un Andrés Bello, figuras estudiadas de
mil maneras pero no desde la perspectiva de su visión de la
mujer. Por otra parte, arrojaron luz sobre algunas escritoras la
tinoamericanas de la primera mitad del siglo XIX, caso de la
colombiana Josefa Acevedo y la chilena Mercedes Marin, hasta
ese momento bastante ignoradas. Su conclusión acerca de los
resultados de las independencias, desde el punto de vista de sus
artífices latinoamericanas, no refleja precisamente optimismo:
“During and after independence, political right continued to be
denied to over half the population of Latin America on the
basis of sexual difference”3. Es decir, la revolución política se
detuvo exactamente ante las puertas de los prejuicios machistas.
Tal vez se valorara la contribución de las mujeres a la lucha con
tra España, pero, una vez alcanzada la paz, ya no hacía falta que
empuñaran la espada. Era el momento enviarlas de vuelta a su
espacio lógico, el hogar.
Tres años después de la publicación de su obra, en 2009,
el CEMHAL (Centro de Estudios la Mujer en la Historia de
América Latina) organizó en Lima un congreso, en el que se
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presentaron 43 ponencias divididas en ámbitos temáticos como
la mujer en el discurso político independentista, la vida coti
diana y los espacios de sociabilidad, las representaciones cultu
rales, el reconocimiento o invisibilidad de la mujer, etc. Las
actas, editadas por Sara Beatriz Guardia, reflejan un ingente es
fuerzo por arrojar luz sobre la pluralidad de situaciones y ma
tices que conciernen a un periodo revolucionario, en el que
prejuicios de género que parecían firmemente consolidados de
jaron paso a nuevas ideas. Y, lo que es más importante, a una
praxis que puso en cuestión el confinamiento tradicional de la
mujer a la esfera de los asuntos domésticos.
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pendencia de Estados Unidos podía sostener, como verdad evi
dente, que todos los seres humanos son iguales, con idénticos
derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. A la
hora de la verdad, las norteamericanas carecieron de igualdad
política por más que hubieran contribuido a la independencia
con todas sus fuerzas, ya lucharan en el frente, recaudaran fon
dos o realizaran peligrosas misiones de espionaje. Las denomi
nadas “hijas de la Libertad”, de extracción burguesa, hicieron
un aprendizaje valioso al reflexionar sobre temas políticos, o al
sustituir en la dirección de sus hogares a sus esposos, moviliza
dos por la causa. Con todo, la denominada “esfera pública” si
guió reservada a un público masculino.
Algunas décadas más tarde, la revolución francesa abun
daría en este tipo de inconsecuencias. Por paradójico que re
sulte, los mismos revolucionarios que reclamaban la igualdad
para judíos, protestantes o esclavos, no fueron capaces de hacer
extensiva su aplicación a la mujer. Peor aún, manifestaron una
oposición decidida a su equiparación con el hombre. No se de
bían confundir los derechos civiles, prerrogativa de toda la po
blación, con los derechos políticos, reservados en exclusiva a
los ciudadanos activos. Desde este punto de vista, las mujeres
quedaban igualadas con los niños o los extranjeros en la cate
goría de ciudadanos pasivos. Se consideraba que, por sus carac
terísticas naturales, carecían de la capacidad necesaria para
dedicarse a los asuntos de gobierno. Cualquier interés en la mar
cha de la República equivalía, por tanto, a una condenable in
jerencia.
Ampliación de horizontes
En la América española, las ideas revolucionarias no tar
daron en incidir sobre una minoría culta, aunque también es
cierto que su impacto se ha exagerado en multitud de ocasiones.
Tenemos un ejemplo en Venezuela, donde, a raíz de la Conspi
ración de Gual y España, aparece una traducción de la Declara
ción de los derechos del hombre. Se reclama, en la línea del
documento galo, la soberanía nacional y la igualdad de todos
los ciudadanos. No obstante, el ejemplo de Francia, si bien ge
nera esperanzas, suscita también terribles miedos. Al fin del
orden social. A la anarquía. Al ateísmo. En la práctica, la mayo
ría de los criollos cerrará filas alrededor de la Corona. Incluso
los que habían destacado por su reformismo, antes de 1789,
evolucionarán hacia un claro conservadurismo en el que prima
el temor a lo nuevo.
Hasta 1808 nada se moverá en las Indias. Ese año, la inva
sión francesa de la península, junto a la vergonzosa abdicación
de los Borbones en Bayona, provocará un vacío de poder. Es
entonces cuando los criollos toman en sus manos la dirección
de sus territorios, pero no lo harán para rebelarse contra el
orden imperial sino por fidelidad a Fernando VII, el monarca
cautivo. No deja de ser chocante que el grito de Dolores, con
el que se iniciaría la independencia mexicana, según la histo
riografía tradicional, contenga una afirmación bastante explícita
de lealtad del monarca español, al que se califica de “nuestro
soberano”. En el mismo sentido podemos citar el Acta de la
Independencia de Quito, de 1809, en la que se instituye una
Junta de Gobierno en nombre del Rey.
Podemos preguntarnos, por tanto, si, cuando los ameri
canos hablan de independencia en este contexto, se refieren a
la metrópoli española. ¿No aludirán, más bien, a la Francia bo-
napartista? Esta era la tesis de Fran£ois-Xavier Guerra, el latá-
noamericanista galo. En su opinión, independencia significaría
aquí una afirmación de patriotismo español en un momento en
que la península está a punto de ser sometida por el invasor6.
La causa patriota, inicialmente, se revela claramente mino
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ritaria. Y no triunfará hasta que sus partidarios consigan un con
senso social lo bastante amplio. En esas circunstancias, a los li
bertadores se les planteará la cuestión de obtener el respaldo
de las mujeres. De ahí que, como veremos, efectúen llamamien
tos al patriotismo del sexo “sensible”, aunque no sin reticencias.
Quieren apoyo para sus filas, pero ninguna manera poner en
cuestión el orden patriarcal. De todas formas, la fuerza de los
acontecimientos pesará más que cualquier estrategia o discurso.
Una vez iniciada la confrontación bélica, la guerra vendrá a sub
vertir los valores comúnmente aceptados, al proporcionar oca
sión a las americanas de intervenir en ámbitos que, en
circunstancias normales, le estarían vedados. Gracias a la lucha
contra los españoles, las patriotas pueden salir fuera del entorno
familiar y experimentar espacios de libertad hasta entonces
inéditos. Así, desempeñan nuevas funciones en dos importantes
ámbitos, la política y la guerra, que, hasta ese momento, cons
tituían un coto exclusivamente masculino. Las podemos encon
trar, por tanto, ejerciendo labores peligrosas por las que se
expondrán a sufrir cárcel e incluso tortura: unas hacen de co
rreos, otras escriben propaganda. Las más atrevidas espían al
enemigo o toman las armas para combatir directamente. Su co-
tidianeidad, mientras tanto, se ve libre de determinados instru
mentos de coerción, lo que redunda en un incremento de su
autonomía como seres humanos. Ahora cabe la posibilidad, sin
ir más lejos, de que la mujer viaje sin la presencia, hasta entonces
obligatoria, de una carabina o chaperona encargada de velar por
su buen comportamiento.
Un punto de condescendencia
Se ha tendido, desde posiciones de izquierda, a subrayar
que la participación femenina en las guerras de independencia
ha sido frecuentemente olvidada, silenciada. “Una de las gran
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des deudas que tiene la historiografía independentista es con
los temas de género”, afirma Ivana Frasquet7. Todo lo más, se
habría reconocido una contribución marginal a la gran epopeya
que relatan los libros de historia, donde los grandes personajes
acostumbran a ser figuras masculinas, lo mismo militares que
estadistas o ideólogos. Quienes, como Simón Bolívar, recono
cieron los méritos femeninos, lo hicieron dentro del marco de
los prejuicios de la época. Veamos como ensalzaba el Libertador
la lucha de las patriotas:
Hasta el bello sexo, las delicias del género humano, nuestras ama
zonas, han combatido contra los tiranos de San Carlos con un valor di
vino, aunque sin éxito. Los monstruos y tigres de España han colmado
la medida de la cobardía de su nación, han dirigido las infames armas
contra los cándidos y femeninos pechos de nuestras beldades; han de
rramado su sangre; han hecho expirar a muchas de ellas, y las han cargado
de cadenas, porque concibieron el sublime designio de libertar a su ado
rada patria8.
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ponde combatir, como tampoco combaten niños o ancianos.
En un orden natural de las cosas, lo suyo es recibir protección9.
Como tendremos ocasión de comprobar, los mismos que
tenían a gala luchar por la libertad de la patria, no fueron capa
ces de extender esa misma libertad a la mitad de sus conciuda
danos, las mujeres. Reconocieron en ocasiones sus gestas, pero,
por lo general, no abandonaron los estereotipos que represen
taban la realidad femenina desde los arquetipos de la materni
dad y la dulzura. La mujer, por la naturaleza de su débil
constitución, no estaba hecha para el heroísmo. Esta es la ten
dencia general, aunque algún autor nos sorprende, a veces, con
una amplitud de miras desacostumbrada. Pensamos en un libro
con perfiles de heroínas de diversos países, donde se afirma lo
siguiente con la ortografía característica del momento: “La gue
rra de la independencia americana fue mui fecunda en hechos
heroicos de todo jénero, no solo de parte de sus valerosos hijos,
sino también de sus ilustres matronas”10. Es decir, unos y otras
se han distinguido igualmente.
En la misma línea, la escritora peruana Mercedes Cabello
de Carbonera trató de demostrar que el patriotismo estaba lejos
de ser un atributo exclusivamente masculino, por más que la
organización social solo permitiera a los hombres distinguirse
fuera del santuario doméstico. Para apoyar su tesis, la autora de
Blancasol pasa revista a las europeas y latinoamericanas célebres
en el combate por la libertad. Entre las primeras, destaca a Juana
de Arco o a heroínas de la revolución francesa como Madame
Roland. Entre las segundas, cita a la colombiana Policarpa Sa-
lavarrieta, la “Pola”, a su compatriota Andrea Bellido, y a Juana
Azurduy, a la que considera peruana porque Bolivia, antes de
su independencia, era el Alto Perú. Todo sin olvidar otros ejem
plos memorables, como el de las guerrilleras de Cochabamba
que se enfrentaron al ejército español. Frente al olvido en que
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han caído sus hazañas, busca visibilizar su aportación al surgi
miento de sus respectivas naciones. Una aportación que no
duda en situar al mismo nivel que las gestas de figuras mascu
linas: “Loor eterno, señores, a estas patriotas y valerosas ma
tronas, que junto con Bolívar, Sucre y San Martín, nos dieron a
nosotros una patria y a la América la libertad”11.
Mercedes Cabello dio en el clavo: la emancipación no fue
un asunto de hombres, sino de hombres y mujeres. Una historia
de la independencia que no atendiera a la mitad de la población
latinoamericana sería, forzosamente, incompleta y sesgada. Y,
como decíamos más arriba, igualmente tendenciosa sería una
historia focalizada únicamente en un puñado de heroínas ofi
ciales, sin espacio para las mujeres anónimas. Como esas acom
pañantes de los ejércitos que se llamaban, según el país, rabonas,
troperas, juanas o guarichas. De todas formas, no se trata de
crear nuevos mitos nacionalistas. Fueron combatientes, espías
o correos, pero, más que un impulso patriótico, parece haberlas
guiado el cumplimiento de su deber tradicional. No en vano, al
servicio de sus maridos, amantes, padres o hijos, se encargaron
de cocinar, lavar o remendar, cubriendo así unas necesidades
que nadie en su sano juicio hubiera confiado a una administra
ción militar desprovista de eficacia.
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N otas
Bibliografía
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índice
INÉS QUINTERO
Historiadora, profesora Titular de la Universidad Central de Vene
zuela. Magister y D octora en Historia, Individuo de Número de la Aca
demia Nacional de la Historia. O btuvo la Cátedra Andrés Bello de la
Universidad de O xford (2003-2004). Fullbright Fellow en la Biblioteca
del Congreso, Washington D.C. (1992). Ha sido profesora e investigadora
visitante en diferentes universidades fuera y dentro de su país. Es coor
dinadora p or Venezuela del proyecto editorial América Latina en la His
toria Contemporánea, de la Fundación Mapfre y el G rupo Santillana de
España. Entre sus libros se cuentan: E l Ocaso de una estirpe (1989) (2009),
E l Pensamiento U beral Venezolano del siglo X IX (1992), Antonio José' de Sucre.
Biografía Política, (1998) (2006); M irar tras la ventana (Testimonios de viajerosy
legionarios sobre mujeres del siglo X IX ), (1998); h a Conjura de los Mantuanos
(2002) (2008); I^a Criolla Principal, M aría Antonia Bolívar, la hermana del Li-
bertador (2003) (2009); Las Mujeres de Venezuela. Historia Mínima (2003); E l
último marqués (2005); Francisco de Miranda, (2006); Lapalabra ignorada. I m
mujer testigo oculto de la Historia en Venezuela (2008); E l marquesado del Toro
17 32-1851 (Noble^ay Sociedad en la Provincia de Venezuela) (2009); E l relato
invariable (2011); Elfabricante de peinetas. Último romance de M aría Antonia
Bolívar (2011).
Biblioteca de Cultura Ibérica
1.- Testigo del tiempo, memoria del universo. Cultura escrita y so
ciedad en el mundo ibérico (siglos XV-XVIII).
Manuel F. Fernández, Carlos Alberto González y Natalia Maillard
(compiladores).
ISBN 849398654-2