Fábulas - La Fontaine, Jean de

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el profanador de textos

Jean de La Fontaine

Fábulas

índice
la cigarra y la hormiga 1
el cuervo y el zorro 1
la rana que quiso hincharse como un buey 1
los dos mulos 2
el lobo y el perro 2
la ternera, la cabra y la oveja, en compañía del león 3
las alforjas 3
la golondrina y los pajaritos 4
el ratón de ciudad y el de campo 4
el lobo y el cordero 5
el hombre y su imagen
(al sr. duque de la Rochefocauld) 5
el dragón de muchas cabezas y el de muchas colas 6
simónides preservado por los dioses 6
los ladrones y el jumento 7
la muerte y el desdichado 7
la muerte y el lenador 7
un hombre de cierta edad y sus dos amantes 8
el zorro y la cigueña 8
el niño y el maestro de la escuela 8
el gallo y la perla 9
los zánganos y las abejas 9
la encina y la caña 10
elprofanador
el profanador de
de textos textos primera pedeeficación:
enero 31, 2013
confesiones de invierno con respecto a este libro
(¡siempre charly garcía debe estar presente!) actualizaciones:
Título: ‘Fábulas‘
quiero a los libros —esos seres impresos en árboles muertos Autor: Jean de La Fontaine
(o debería decir ‘asesinados’)— con ‘sagrado’ respeto,
profanador, ra. pero resulta que muchas veces son inhallables… o hallables
(Del lat. profanãtor, -ōris). Archivo encontrado en Internet sin información:
1. adj. Que profana. U. t. c. s. a un precio inalcanzable. Título original:
ISBN:
profanar. por eso me convierto en ‘profanador’: ‘deshonro,’ ‘prostitu- Editorial:
(Del lat. profanãre). yo’ la belleza del papel y transfiero la sabiduría a este nuevo Fecha de impresión:
1. tr. Tratar algo sagrado sin ser electrónico.
el debido respeto, o aplicarlo
a usos profanos.
2. tr. Deslucir, desdorar, des- es verdad: Dejo sin pan a quien lo creó. pero completo su
honrar, prostituir, hacer uso más profundo deseo: Difundir su conocimiento. para colaborar
indigno de cosas respetables. (a mi tampoco me convencen estas ‘razones,’ son puro bla,
bla, bla.) Correcciones: Para aportar correcciones a los textos, por favor, enviar un email a elprofa-
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las traducciones de los títulos. letra según el orden de aparición correspondiente a la edición
Se traduce el título al castellano en el mismo. La cita ‘[BM024c]’ alemana.
para referencia, pero no significa significa ‘el tercer artículo La letra representa una subdivi-
que el libro esté traducido. La (letra c)’ del ‘boletín 24.’ sión de dicho párrafo, en caso
cita ‘[GAnnn:cc:pp]’ significa En el caso de suplementos, se que ayude a la mejor identifica-
‘párrafo pp’ de la ‘conferencia usa directamente la letra ‘s’: ción de los temas.
cc’ del GA ‘nnn.’ [bm011s].
Jean de La Fontaine ii Fábulas
el profanador de textos
la cigarra y la hormiga el cuervo y el zorro la rana que quiso hincharse como
un buey

La Cigarra, después de cantar todo el verano, se Estaba un señor Cuervo posado en un árbol, y tenía Vio cierta Rana a un Buey, y le pareció bien su cor-
halló sin vituallas cuando comenzó a soplar el cierzo: en el pico un queso. Atraído por el tufillo, el señor pulencia. La pobre no era mayor que un huevo de
¡ni una ración fiambre de mosca o de gusanillo! Zorro le habló en estos o parecidos términos: gallina, y quiso, envidiosa, hincharse hasta igualar en
Hambrienta, fue a lloriquear en la vecindad, a —“¡Buenos días, caballero Cuervo! ¡Gallardo y tamaño al fornido animal.
casa de la Hormiga, pidiéndole que le prestase algo hermoso sois en verdad! Si el canto corresponde a “Mirad, hermanas, decía a sus compañeras; ¿es
de grano para mantenerse hasta la cosecha. la pluma, os digo que entre los huéspedes de este bastante? ¿No soy aún tan grande como él? —No.—
—“Os lo pagaré con las setenas” —le decía— bosque sois vos el Ave Fénix.” ¿Y ahora?— Tampoco. —¡Ya lo logré! —¡Aún estás
“antes de que venga el mes de agosto.” Al oír esto el Cuervo, no cabía en la piel de gozo, muy lejos!”
La Hormiga no es prestamista: ese es su menor y para hacer alarde de su magnífica voz, abrió el Y el bichuelo infeliz hinchóse tanto, que reventó.
defecto. pico, dejando caer la presa. Agarróla el Zorro, y le Lleno está el mundo de gentes que no son más
—“¿Que hacías en el buen tiempo?” —preguntó dijo: avisadas. Cualquier ciudadano de la medianía se
a la pedigüeña. —“Aprended, señor mío, que el adulador vive da ínfulas de gran señor. No hay principillo que no
—“No quisiera enojaros, contestole; pero la ver- siempre a costas del que le atiende; la lección es tenga embajadores. Ni encontraréis marqués alguno
dad es que pasaba cantando día y noche. provechosa; bien vale un queso.” que no lleve en pos tropa de pajes.
—“¡Bien me parece! Pues, mira: así como enton- El Cuervo, avergonzado y mohino, juró, aunque […]
ces cantabas, baila ahora.” algo tarde, que no caería más en el garlito.
[…] […]

Jean de La Fontaine 1 Fábulas


el profanador de textos
los dos mulos el lobo y el perro El Lobo, que tal oye, se forja un porvenir de glo-
ria, que le hace llorar de gozo.
Camino haciendo, advirtió que el perro tenía en
el cuello una peladura. “¿Qué es eso? preguntóle. —
Nada.— ¡Cómo nada! —Poca cosa.— Algo será. —
Será la señal del collar a que estoy atado.— ¡Atado!
exclamó el Lobo: pues ¿que? ¿No vais y venís a don-
de queréis? —No siempre, pero eso, ¿qué importa?
—Importa tanto, que renuncio a vuestra pitanza, y
renunciaría a ese precio el mayor tesoro.”
Dijo, y echó a correr. Aún está corriendo.
[…
Andaban dos Mulos, anda que andarás. Iba el uno Era un Lobo, y estaba tan flaco, que no tenía más
cargado de avena; llevaba el otro la caja de recaudo. que piel y huesos: tan vigilantes andaban los perros
Envanecido éste de tan preciosa carga, por nada del de ganado. Encontró a un Mastín, rollizo y lustroso,
mundo quería que le aliviasen de ella. Caminaba que se había extraviado. Acometerlo y destrozarlo,
con paso firme, haciendo sonar los cascabeles. cosa es que hubiese hecho de buen grado el señor
En esto, se presenta el enemigo, y como lo que Lobo; pero había que emprender singular batalla, y
buscaba era el dinero, un pelotón se echó sobre el el enemigo tenía trazas de defenderse bien.
Mulo cogiolo del freno y lo detuvo. El animal, al El Lobo se le acerca con la mayor cortesía, enta-
defenderse, fue acribillado, y el pobre gemía y suspi- bla conversación con él, y le felicita por sus buenas
raba. “¿Esto es, exclamó, lo que me prometieron? El carnes.
Mulo que me sigue escapa al peligro; ¡yo caigo en él, “No estáis tan lucido como yo, porque no que-
y en él perezco! _Amigo, díjole el otro; no siempre es réis, contesta el Perro: dejad el bosque; los vuestros,
una ganga tener un buen empleo: si hubieras servi- que en él se guarecen, son unos desdichados, muer-
do, como yo, a un molinero patán, no te verías tan tos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! ¡Todo
apurado.” a la ventura! ¡Siempre al atisbo de lo que caiga!
[…] Seguidme, y tendréis mejor vida.” Contestó el Lobo:
“¿Y qué tendré que hacer? —Casi nada, repuso el
Perro: acometer a los pordioseros y a los que llevan
bastón o garrote; acariciar a los de casa, y complacer
al amo. Con tan poco como es esto, tendréis por
gajes buena pitanza, las sobras de todas las comidas,
huesos de pollos y pichones; y algunas caricias, por
añadidura.”

Jean de La Fontaine 2 Fábulas


el profanador de textos
la ternera, la cabra y la oveja, en las alforjas especie. Linces para atisbar los flacos de nuestros
compañía del león semejantes; topos para los nuestros, nos lo dispensa-
mos todo, y a los demás nada. El Hacedor Supremo
nos dio a todos los hombres , tanto los de antaño
como los de ogaño, un par de alforjas: la de atrás
para los defectos propios; la de adelante para los
ajenos.
[…]

La Ternera, la Cabra y la Oveja, hicieron compañía, Dijo un día Júpiter: “Comparezcan a los pies de mi
en tiempos de antaño, con un fiero León, señor de trono los seres todos que pueblan el mundo. Si en
aquella comarca, poniendo en común pérdidas y su naturaleza encuentran alguna falta, díganlo sin
ganancias. empacho: yo pondré remedio. Venid, señor Mono,
Cayó un ciervo en los lazos de la Cabra, y al hablad primero; razón tenéis para este privilegio.
punto envió la res a sus socios. Presentáronse éstos, y Ved los demás animales; comparad sus perfecciones
el León le sacó las cuentas. “Somos cuatro para el re- con las vuestras: ¿estáis contento? —¿Por qué no?
parto,” dijo, despedazando a cuartos el ciervo, y he- ¿No tengo cuatro pies, lo mismo que lo demás?
chas partes, tomó la primera, como rey y señor. “No No puedo quejarme de mi estampa; no soy como
hay duda, dijo, en que debe ser para mí, porque me el Oso, que parece medio esbozado nada más.”
llamo León. La segunda me corresponde también Llegaba, en esto, el Oso, y creyeron todos que iban
de derecho: ya sabéis cual derecho, el del más fuerte. a oír largas lamentaciones. Nada de eso; se alabó
Por ser más valeroso, exijo la tercera. Y si alguno de mucho de su buena figura; y se extendió en comen-
vosotros toca la cuarta, en mis garras morirá” tarios sobre el Elefante, diciendo que no sería malo
[…] alargarle la cola y recortarle las orejas; y que tenía un
corpachón informe y feo.
El Elefante, a su vez, a pesar de la fama que goza
de sesudo, dijo cosas parecidas: opinó que la señora
Ballena era demasiado corpulenta. La Hormiga, por
lo contrario, tachó al pulgón de diminuto.
Júpiter, al ver cómo se criticaban unos a otros, los
despidió a todos, satisfecho de ellos. Pero entre los
más desjuiciados, se dio a conocer nuestra humana

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la golondrina y los pajaritos faena! ¡Poca gente se necesitaría para arrancar toda el ratón de ciudad y el de campo
esa sementera!”
Cuando el cáñamo estuvo bien crecido: “¡Esto va
mal! exclamó la Golondrina: la mala semilla ha sa-
zonado pronto. Pero, ya que no me habéis atendido
antes, cuando veáis que está hecha la trilla, y que los
labradores, libres ya del cuidado de las mieses, hacen
guerra a los pájaros, tendiendo redes por todas par-
tes, no voléis de aquí para allá; permaneced quietos
en el nido, o emigrad a otros países: imitad al pato,
la grulla y la becada. Pero la verdad es que no os
halláis en estado de cruzar, como nosotras, los mare
Una Golondrina había aprendido mucho en sus y los desiertos: lo mejor será que os escondáis en los Cierto día un Ratón de la ciudad convidó a comer
viajes. Nada hay que enseñe tanto. Preveía nuestro agujeros de alguna tapia.” Los Pajaritos, cansados de muy cortésmente a un Ratón del campo. Servido
animalejo hasta las menores borrascas, y antes de oírla, comenzaron a charlar, como hacían los troya- estaba el banquete sobre un rico tapiz: figúrese el
que estallasen, las anunciaba a los marineros. nos cuando abría la boca la infeliz Casandra. Y les lector si lo pasarían bien los dos amigachos.
Sucedió que, al llegar la sementera del cáñamo, pasó lo mismo que a los troyanos: muchos quedaron La comida fue excelente: nada faltaba. Pero tuvo
vio a un labriego que echaba el grano en los sur- en cautiverio. mal fin la fiesta. Oyeron ruido los comensales a la
cos. “No me gusta eso, dijo a los otros Pajaritos. Así nos sucede a todos: no atendemos más que a puerta: el Ratón ciudadano echó a correr; el Ratón
Lástima me dais. En cuanto a mí, no me asusta nuestros gustos; y no damos crédito al mal hasta que campesino siguió tras él.
el peligro, porque sabré alejarme y vivir en cual- lo tenemos encima. Cesó el ruido: volvieron los dos Ratones:
quier parte. ¿Veis esa mano que echa la semilla […] “Acabemos, dijo el de la ciudad. —¡Basta ya! replicó
al aire? Día vendrá, y no está lejos, en que ha de el del campo. ¡Buen provecho te hagan tus regios
ser vuestra perdición lo que va esparciendo. De festines! no los envidio. Mi pobre pitanza la engullo
ahí saldrán lazos y redes para atraparos, utensilios sosegado; sin que nadie me inquiete. ¡Adiós, pues!
y máquinas, que serán para vosotros prisión o Placeres con zozobra poco valen.”
muerte. ¡Guárdeos Dios de la jaula y de la sartén! […]
Conviene, pues, prosiguió la Golondrina, que co-
máis esa semilla. Creedme.”
Los Pajaritos se burlaron de ella: ¡había tan-
to que comer en todas partes! Cuando verdearon
los sembrados del cáñamo, la golondrina les dijo:
“Arrancad todas las yerbecillas que han nacido de esa
malhadada semilla, o sois perdidos. —¡Fatal agore-
ra! ¡Embaucadora! le contestaron: ¡no nos das mala

Jean de La Fontaine 4 Fábulas


el profanador de textos
el lobo y el cordero el hombre y su imagen propias; y en cuanto al canal, cualquiera lo adivina-
(al sr. duque de la Rochefocauld) rá: es el Libro de las Máximas.1
[…]

La razón del más fuerte siempre es la mejor: ahora lo Un Hombre enamorado de sí mismo, y sin rival en
veréis. estos amores, se tenía por el más gallardo y her-
Un Corderillo sediento bebía en un arroyuelo. moso del mundo. Acusaba de falsedad a todos los
Llegó en esto un Lobo en ayunas, buscando pen- espejos, y vivía contentísimo con su falaz ilusión.
dencias y atraído por el hambre. “¿Cómo te atreves La Suerte, para desengañarle, presentaba a sus ojos
a enturbiarme el agua? dijo malhumorado al corde- en todas partes esos mudos consejeros de que se
rillo. Castigaré tu temeridad. —No se irrite Vuesa valen las damas: espejos en las habitaciones, es-
Majestad, contestó el Cordero; considere que estoy pejos en las tiendas, espejos en las faltriqueras de
bebiendo en esta corriente veinte pasos más abajo, los petimetres, espejos hasta en el cinturón de las
y mal puedo enturbiarle el agua. —Me la enturbias, señoras. ¿Que hace nuestro Narciso? Se esconde en
gritó el feroz animal; y me consta que el año pasado los lugares más ocultos, no atreviéndose a sufrir la
hablaste mal de mí. ——¿Cómo había de hablar prueba de ver su imagen en el cristal. Pero un cana-
mal, si no había nacido? No estoy destetado toda- lizo que llena el agua de una fuente, corre a sus pies
vía. —Si no eras tú, sería tu hermano. —No tengo en aquel retirado paraje: se ve en él, se exalta y cree
hermanos, señor. —Pues sería alguno de los tuyos, divisar una quimérica imagen. Hace cuanto puede
porque me tenéis mala voluntad a todos vosotros, para evitar su vista; pero era tan bello aquel arroyo,
vuestros pastores y vuestros perros. Lo sé de buena que le daba pena dejarlo.
tinta, y tengo que vengarme.” Dicho esto, el Lobo Comprenderéis a dónde voy a parar: a todos me
me lo coge, me lo lleva al fondo de sus bosques y me dirijo: esa ilusión de que hablo, es un error que ali-
lo come, sin más auto ni proceso. mentamos complacidos. Nuestra alma es el enamo-
[…] rado de sí mismo: los espejos, que en todas partes
encuentra, son las ajenas necedades que retratan las 1 El Libro de las Máximas, obra famosa y clásica del duque
de la Rochefocauld, amigo y protector de La Fontaine.

Jean de La Fontaine 5 Fábulas


el profanador de textos
el dragón de muchas cabezas y el simónides preservado por los por mi parte: venid a cenar conmigo. Lo pasare-
de muchas colas dioses mos bien: Los convidados son gente escogida; mis
parientes y mis mejores amigos: sed de los nuestros.”
Simónidas aceptó: temió perder, a más de lo estipu-
lado, los gajes del panegírico. Fue a la cena: comie-
ron bien; todos estaban de buen humor. De pronto
se presenta un sirviente, avisándole que a la puerta
había dos hombres preguntando por él. Se levanta
de la mesa, y los demás continúan sin perder boca-
do. Los dos hombres que le buscan, son los celestes
gemelos del panegírico. Dánle gracias, y en recom-
pensa de sus versos, le advierten que salga cuanto
antes de la casa, porque va a hundirse.
Un mensajero del Gran Turco se vanagloriaba, en La predicción se cumplió. Flaqueó un pilar; el
el palacio del Emperador de Alemania, de que las Nunca alabaremos bastante a los Dioses, a nuestra techo, falto de apoyo, cayó sobre la mesa del festín,
fuerzas de su soberano eran mayores que las de este amante y a nuestro rey. Malherbe lo decía, y suscribo quebrando platos y botellas. No fue esto lo peor:
imperio. Un alemán le dijo: “Nuestro Príncipe tiene a su opinión: me parece una excelente máxima. Las para completar la venganza debida al vate, una viga
vasallos tan poderosos que por sí pueden mantener alabanzas halagan los oídos y ganan las voluntades: rompió al atleta las dos piernas y lastimó a casi
un ejército.” El mensajero, que era varón sesudo, muchas veces conquistáis a este precio los favores de todos los comensales. Publicó la fama estas nuevas.
le contestó: “Conozco las fuerzas que puede armar una hermosa. Veamos cómo las pagan los Dioses. “¡Milagro!” gritaron todos; y doblaron el precio a
cada uno de los Electores, y esto me trae a las mien- El poeta Simónides se propuso hacer el panegí- los versos de aquél varón tan amado de los Dioses.
tes una aventura, algo extraña, pero muy verídica. rico de un atleta, y tropezó con mil dificultades. El No hubo persona bien nacida que no le encargase
Hallábame en lugar seguro, cuando ví pasar a través asunto era árido: la familia del atleta, desconocida; el panegírico de sus antecesores, pagándolo a quién
de un seto las cien cabezas de una hidra. La sangre se su padre, un hombre vulgar; él, desprovisto de otros mejor.
me helaba, y no había para menos. Pero todo quedó méritos. Comenzó el poeta hablando de su héroe, y Vuelvo a mi texto, y digo, en primer lugar, que
en susto: el monstruo no pudo sacar el cuerpo ade- después de decir cuanto pudo, salióse por la tan- nunca serán bastante alabados los Dioses y sus seme-
lante. En esto, otro dragón, que no tenía más que gente, ocupándose de Cástor y de Pólux; dijo que jantes. En segundo lugar, que Melpómene muchas
una cabeza, pero muchas colas, asoma por el seto. su ejemplo era glorioso para los luchadores; ensalzó veces, sin desdoro, vive de su trabajo; y por último,
¡No fue menor mi sorpresa, ni tampoco mi espanto! sus combates, enumerando los lugares en que más se que nuestro arte debe ser tenido en algo. Hónranse
Pasó la cabeza, pasó el cuerpo, pasaron las colas sin distinguieron ambos hermano; en resumen: el elogio los grandes cuando nos favorecen: en otro tiempo,
tropiezo: esta es la diferencia que hay entre vuestro de aquellos Dioses llenaba dos tercios de la obra. el Olimpo y el Parnaso eran hermanos y buenos
Emperador y el nuestro.” Había prometido el atleta pagar un talento por amigos.
[…] ella; pero cuando la hubo leído, no dio más que la […]
tercera parte, diciendo, sin pelos en la lengua, que
abonasen el resto Cástor y Pólux. “Reclamad a la
celestial pareja, añadió. Pero, quiero obsequiaros,

Jean de La Fontaine 6 Fábulas


el profanador de textos
los ladrones y el jumento la muerte y el desdichado la muerte y el lenador

Por un Jumento robado de peleaban dos Ladrones. Un Desdichado llamaba todos los días en su ayuda a Un pobre Leñador, agobiado bajo el peso de los
Mientras llovían puñetazos, llega un tercer Ladrón y la Muerte. “¡Oh Muerte! exclamaba: ¡cuán agradable haces y los años, cubierto de ramaje, encorvado y
se lleva el Borriquillo. me pareces! Ven pronto y pon fin a mis infortunios.” quejumbroso, camina a paso lento, en demanda de
El Jumento suele ser alguna mísera provincia; La Muerte creyó que le haría un verdadero favor, su ahumada choza. Pero, no pudiendo ya más, deja
los Ladrones, éste o el otro Príncipe, como el de y acudió al momento. Llamó a la puerta, entró y en tierra la carga, cansado y dolorido, y se pone
Transilvania, el de Hungría o el Otomano. En lugar se le presentó. “¿Qué veo? exclamó el Desdichado; a pensar en su mala suerte. ¿Qué goces ha tenido
de dos, se me han ocurrido tres: bastantes son ya. llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso es! Su presencia desde que vino al mundo? ¿Hay alguien más pobre
Para ninguno de ellos es la provincia conquistada: me aterra y horroriza. ¡No te acerques, oh Muerte! y mísero que él en la redondez de la tierra? El pan le
viene un cuarto, que los deja a todos iguales, lleván- ¡retírate pronto!” falta muchas veces, y el reposo siempre: la mujer, los
dose el Borriquillo. Mecenas fue hombre de gusto; dijo en cierto pa- hijos, los soldados, los impuestos, los acreedores, la
[…] saje de sus obras: “Quede cojo, manco, impotente, carga vecinal, forman la exacta pintura del rigor de
gotoso, paralítico; con tal de que viva, estoy satisfe- sus desdichas. Llama a la Muerte; viene sin tardar
cho. ¡Oh Muerte! ¡no vengas nunca!” Todos decimos y le pregunta qué se le ofrece. “Que me ayudes a
lo mismo. volver a cargar estos haces; al fin y al cabo no puedes
[…] tardar mucho.”
La Muerte todo lo cura; pero bien estamos aquí:
antes padecer que morir, es la divisa del hombre.
[…]

Jean de La Fontaine 7 Fábulas


el profanador de textos
un hombre de cierta edad y sus el zorro y la cigueña el niño y el maestro de la escuela
dos amantes

Un hombre de edad madura, más pronto viejo que El señor Zorro la echó un día de grande, y convidó En esta fabulita quiero haceros ver cuán intem-
joven, pensó que era tiempo de casarse. Tenía el a comer a su comadre la Cigüeña. Todos los man- pestivas son a veces las reconvenciones de los
riñón bien cubierto, y por tanto, donde elegir; todas jares se reducían a un sopicaldo; era muy sobrio el necios.
se desvivían por agradarle. Pero nuestro galán no se anfitrión. El sopicaldo fue servido en un plato muy Un Muchacho cayó al agua, jugando a la
apresuraba. Piénsalo bien, y acertarás. llano. La Cigüeña no pudo comer nada con su largo orilla del Sena. Quiso Dios que creciese allí un
Dos viuditas fueron las preferidas. La una, verde pico, y el señor Zorro sorbió y lamió perfectamente sauce, cuyas ramas fueron su salvación. Asido
todavía; la otra, más sazonada, pero que reparaba toda la escudilla. estaba a ellas, cuando pasó un Maestro de escue-
con auxilio del arte lo que había destruido la natura- Para vengarse de aquella burla, la Cigüeña le la. Gritole el Niño: “¡Socorro, que muero!” El
leza. Las dos viuditas, jugando y riendo, le peinaban convidó poco después. “¡De buena gana! le con- Dómine, oyendo aquellos gritos, volvióse hacia
y arreglaban la cabeza. La más vieja le quitaba los testó; con los amigos no gasto ceremonias.” A la él, muy grave y tieso, y de esta manera le adoc-
pocos pelos negros que le quedaban, para que el hora señalada, fue a casa de la Cigüeña; hízole mil trinó: “¿Habráse visto pillete como él? Conteplad
galán se le pareciese más. La más joven a su vez, le reverencias, y encontró la comida a punto. Tenía en qué apuro le ha puesto su atolondramiento.
arrancaba las canas; y con esta doble faena, nuestro muy buen apetito y trascendía a gloria la vianda, ¡Encargaos después de calaverillas como éste!
buen hombre quedó bien pronto sin cabellos blan- que era un sabroso salpicón de exquisito aroma. ¡Cuán desgraciados son los padres que tienen
cos ni negros. Pero ¿Cómo lo sirvieron? Dentro de una redoma, que cuidar de tan malas pécoras! ¡Bien dignos
“Os doy gracias, les dijo, oh señoras mías, que de cuello largo y angosta embocadura. El pico de la son de lástima!” y terminada la filípica, sacó al
tan bien me habéis trasquilado. Más es lo ganado Cigüeña pasaba muy bien por ella, pero no el ho- Muchacho a la orilla.
que lo perdido, porque ya no hay que hablar de cico del señor Raposo. Tuvo que volver en ayunas Alcanza esta crítica a muchos que no se lo
bodas. Cualquiera de vosotras que escogiese, querría a su casa, orejas gachas, apretando la cola y aver- figuran. No hay charlatán, censor, ni pedante, a
hacerme vivir a su gusto y no al mío. Cabeza calva gonzado, como sí, con toda su astucia, le hubiese quien no siente bien el discursillo que he puesto
no es buena para esas mudanzas: muchas gracias, engañado una gallina. en labios del Dómine. Y de pedantes, censores
pues, por la lección.” […] y charlatanes, es larga la familia. Dios hizo muy
[…] fecunda esta raza. Venga o no venga al caso, no

Jean de La Fontaine 8 Fábulas


el profanador de textos
piensan en otra cosa que en lucir su oratoria. el gallo y la perla los zánganos y las abejas
—Amigo mío, sácame del apuro y guarda para
después la reprimenda.
[…]

Un día cierto Gallo, escarbando el suelo, encontró Por la obra se conoce al obrero.
una perla, y se la dio al primer lapidario que halló a Sucedió que algunos panales de miel no tenían
mano. “Fina me parece, le dijo, al dársela; pero para dueño. Los Zánganos los reclamaban, las Abejas se
mí vale más cualquier grano de mijo o avena.” oponían; llevóse el pleito al tribunal de cierta Avispa:
Un ignorantón heredó un manuscrito, y lo llevó ardua era la cuestión; testigos deponían haber visto
en el acto a la librería vecina. “Paréceme cosa de volando al rededor de aquellos panales unos bichos
mérito, le dijo al librero; pero, para mí, vale más alados, de color oscuro, parecidos a las Abejas; pero
cualquier florín o ducado.” los Zánganos tenían las mismas señas. La señora
[…] Avispa, no sabiendo qué decidir, abrió de nuevo el
sumario, y para mayor ilustración, llamó a declarar
a todo un hormiguero; pero ni por esas pudo aclarar
la duda.
“¿Me queréis decir a qué viene todo esto? pregun-
tó una Abeja muy avisada. Seis meses hace que está
pendiente el litigio, y nos encontramos lo mismo
que el primer día. Mientras tanto, la miel se está
perdiendo. Ya es hora de que el juez se apresure;
bastante le ha durado la ganga. Sin tantos autos ni
providencias, trabajemos los Zánganos y nosotras, y
veremos quien sabe hacer panales tan bien concluí-
dos y tan repletos de rica miel.” No admitieron los
Zánganos, demostrando que aquel arte era superior
a su destreza, y la Avispa adjudicó la miel a sus ver-
daderos dueños.

Jean de La Fontaine 9 Fábulas


el profanador de textos
Así debieran decidirse todos los procesos. La la encina y la caña Encina que elevaba la frente al cielo y hundía sus
justicia de moro es la mejor. En lugar de código, el pies en los dominios del Tártaro.
sentido común. No subirían tanto las costas. No su- […]
cedería como pasa muchas veces, que el juez abre la
ostra, se la come, y les da las conchas a los litigantes.
[…]

Dijo la Encina a la Caña: “Razón tienes para que-


jarte de la naturaleza: un pajarillo es para ti grave
peso; la brisa más ligera, que riza la superficie del
agua, te hace bajar la cabeza. Mi frente, pareci-
da a la cumbre del Cáucaso, no sólo detiene los
rayos del sol; desafía también la tempestad. Para
ti, todo es aquilón; para mí, céfiro. Si nacieses, a
lo menos, al abrigo de mi follaje, no padecerías
tanto: yo te defendería de la borrasca. Pero casi
siempre brotas en las húmedas orillas del reino de
los vientos. ¡Injusta ha sido contigo la naturale-
za! —Tu compasión, respondió la Caña, prueba
tu buen natural; pero no te apures. Los vientos
no son tan temibles para mí como para ti. Me
inclino y me doblo, pero no me quiebro. Hasta
el presente has podido resistir las mayores ráfagas
sin inclinar el espinazo; pero hasta el fin nadie es
dichoso.”
Apenas dijo estas palabras, de los confines del
horizonte acude furibundo el más terrible hura-
cán que engendró el septentrión. El árbol resiste,
la caña se inclina; el viento redobla sus esfuer-
zos, y tanto porfía, que al fin arranca de cuajo la

Jean de La Fontaine 10 Fábulas

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