Protestas en Perú

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Protestas en Perú: qué está pasando en el sur del país y por qué se

convirtió en el epicentro de los violentos disturbios contra el nuevo


gobierno
El sur de Perú sigue en estado de agitación.
Aunque las protestas posteriores a la destitución de Pedro Castillo -tras su intento de disolver el
Congreso el pasado diciembre- han amainado en gran parte del país, las regiones sureñas de
Arequipa, Apurímac, Ayacucho, Cuzco y Puno son el escenario constante de bloqueos de
carreteras, marchas y enfrentamientos.
El gobierno decretó el estado de emergencia, pero la violencia continúa.
En el último episodio, al menos 18 personas murieron y 68 resultaron heridas en los choques
que se produjeron entre policías y manifestantes en torno al aeropuerto de Juliaca, en el
departamento de Puno, lo que acerca al medio centenar la cifra de muertos desde que
comenzaron las protestas.
Los manifestantes exigen la renuncia de la presidenta, Dina Boluarte, la convocatoria de
elecciones inmediatas y la liberación del expresidente Castillo.
"Desde el gobierno no estamos generando la violencia y la muestra de ello es que en Puno hay
policías que están heridos", declaró Boluarte.
Su gobierno decretó el martes el toque de queda entre las 8pm y las 4am en Puno durante los
próximos tres días.
Para el analista arequipeño Gonzalo Banda, "los muertos que hemos visto en Puno en las
últimas horas pueden ser un disparador para una mayor radicalidad de las protestas", lo que
complicaría aún más el ya candente panorama peruano.
¿Qué ha convertido al sur de Perú en un polvorín y en el epicentro de la crisis en el país?
Identificación con Castillo
Las regiones de Arequipa, Apurímac, Ayacucho, Cuzco y Puno forman la llamada sierra sur de
Perú y en ellas abunda la población quechuahablante, de extracción humilde y dedicada
mayoritariamente a la agricultura, que vio en la llegada a la presidencia de Pedro Castillo el
ascenso al poder central de uno de los suyos.
Hernán Chaparro, director del Instituto de Estudios Peruanos, le dijo a BBC Mundo que "son
regiones en las que Castillo obtuvo una alta votación y hubo una gran identificación con un
presidente que por primera vez era un campesino".
Chaparro explica que con el tiempo, a medida que las investigaciones e informaciones en su
contra se acumulaban, "se impuso en gran parte de su electorado en estas regiones la idea de
que a Castillo no lo dejaban gobernar, una idea que vieron confirmada cuando el Congreso
votó por su vacancia".
El experto subraya que "mientras en Lima se reprochaba a Castillo la mala gestión y la sombra
de la corrupción, en estas regiones el reproche era que no había convocado una asamblea
constituyente ni cumplido otras promesas radicales que hizo en la campaña electoral".
Agenda postergada y racismo
Chaparro recuerda que el sur del país "es la región donde en general ha habido más oposición
al centralismo limeño".
Esto puede rastrearse hasta episodios tan lejanos como el intento en el siglo XIX de unir a Perú
y Bolivia en una Confederación Peruano-Boliviana.
Pero existen otros antecedentes históricos más recientes como el "Arequipazo", las protestas
en Arequipa que en 2002 frustraron el intento del gobierno de Alejandro Toledo de privatizar
dos empresas públicas de energía; o el "Aimarazo", las protestas de la población aimara que
estallaron en 2011 contra las concesiones mineras del gobierno de Alan García a empresas
canadienses.
Para Gonzalo Banda, la historia demuestra que "los intentos más serios de poner en cuestión
al estado peruano y los planes de la élite limeña llegaron desde el sur".
Y cree que hay razones para ello.
"El Estado nunca ha invertido lo suficiente en el sur, ni en escuelas, ni en hospitales ni en
ninguna otra obra pública. Pese a que todos los gobiernos han hecho promesas, nunca se
cumplieron y hay toda una agenda postergada con respecto al sur".
La flaqueza del Estado contrasta con la amplia presencia de compañías extranjeras que
explotan las riquezas minerales que abundan en el Perú meridional.
"Han mejorado muchos indicadores y ha habido mejoras en los ingresos, pero no se ha
avanzado en institucionalidad. Se ve que sale mucha riqueza y sigue sin haber suficientes
escuelas u hospitales", indica Banda en conversación con BBC Mundo.
Chaparro señala que el problema "tiene raíces históricas diversas, con toda una cultura andina
que en Perú no está bien integrada y que sufre el racismo inmenso que hay en el país. En el
sur se sienten excluidos y con derecho a un mayor reconocimiento".
En ese contexto, pudo tener eco el lema de campaña de Castillo de "no más pobres en un país
rico".
El precio de la corrupción
Pero la falta de interés o de recursos del Estado y de los grupos dirigentes no son la única
explicación a tanto descontento en el sur peruano.
Sus ciudadanos sufren también la incapacidad de sus autoridades regionales, que se traduce
en el abandono de los servicios públicos o la falta de inversión en ellos.
En noviembre de 2022, varios gobiernos regionales habían ejecutado menos de la mitad del
presupuesto asignado para todo el año.
Banda indica que "la corrupción es generalizada a nivel de los gobiernos regionales y las
alcaldías", a lo que se suma a menudo la falta de preparación de los empleados públicos.
El analista cree que la imposibilidad de la reelección de alcaldes y gobernadores en Perú es
una de las razones principales para la falta de probidad de los cargos públicos en Perú y
especialmente en el sur del país, ya que "los dirigentes locales no tienen alicientes para cumplir
la ley ni desarrollar una carrera política a largo plazo".
Y si la informalidad es la tónica dominante en gran parte de la economía peruana, lo es más en
algunos territorios sureños, donde la minería ilegal, el contrabando y el transporte
irregular son las actividades principales.
Banda afirma que "quienes se dedican a ellas no reciben nada del Estado y son algunos de los
colectivos que se han sumado a las protestas de los últimos días".
A eso se añade la acción de lo que Chaparro llama "operadores políticos radicales" que agitan
las aguas del descontento en busca de abrir paso a sus propuestas.
"Desde el sur antes había una demanda de ser escuchados; ahora por primera vez se está
hablando de romper definitivamente con Lima", señala.
Para Banda, la lección está clara. "La reforma pendiente de la descentralización en el país
nunca se llevó a cabo y ahora nos estalla en la cara".
El caso de Puno
Los muertos en la ciudad de Juliaca han puesto el foco en Puno, el departamento limítrofe con
Bolivia, donde se ha registrado una mayor conflictividad en los últimos días.
Puno es la region del lago Titicaca y se caracteriza por su gran riqueza mineral y por la gran
presencia de población aimara, que comparte estrechos vínculos con sus vecinos bolivianos.
Chaparro explica que "Puno siempre ha tenido una identidad un poco diferente dentro del
mundo de la sierra, por su componente aimara y por su conexión con Bolivia".
Ha sido precisamente en Puno donde activistas locales han lanzado una de las propuestas más
inusitadas en las últimas semanas de protesta: crear una república independiente en el sur
de Perú.
En Puno han estado muy activos el expresidente boliviano Evo Morales y algunos de sus
colaboradores en el gobierno, que han visitado la región repetidas veces para promover lo que
llaman "proceso de descolonización".
Morales se ha referido con frecuencia a la crisis política peruana y ha tomado partido por el
destituido Castillo y los manifestantes.
Pero sus actividades han sido vistas por sectores políticos en Perú como una injerencia y como
agitación del radicalismo en Puno. Este lunes, la Superintendencia Nacional de Migraciones
prohibió la entrada al país a Morales y a otros 8 ciudadanos bolivianos porque "ingresaron al
país para efectuar actividades de índole política proselitista".
Morales insiste en denunciar lo que considera discriminación a los peruanos indígenas y en
promover una asamblea constituyente.
La sangrienta jornada de ayer complica en cualquier caso el panorama.
Y ya han surgido voces que exigen a la presidenta Boluarte una explicación sobre la actuación
de las fuerzas de seguridad e, incluso, las que insisten con su renuncia.
La crisis en Perú: las protestas se
intensifican, el Gobierno se atrinchera
La manifestación en Lima acaba con numerosos
enfrentamientos y un espectacular incendio. La mayor
represión sigue en las provincias del interior, donde murió
otro joven, el número 55 desde que empezó la crisis
Al día siguiente de su aniversario, Lima amaneció con tanques y un contingente de
11.800 policías desplazándose por su centro histórico. Las fuerzas del orden tenían la
misión de aminorar el impacto de la denominada Gran Marcha de los Cuatro Suyos que
reunió a diversas organizaciones civiles de la sierra sur del país. Por primera vez desde
que en diciembre estalló la convulsión social, se iba a producir una movilización
multitudinaria desde las regiones hacia la capital. Y el Gobierno estaba preparado para
ello. La presidenta Dina Boluarte, en un discurso a la nación por la noche, aseguró que
el Gobierno se mantenía “firme” y criticó a los manifestantes: “Quieren generar caos
para tomar el poder”.

Existía la gran incógnita de si los limeños se sumarían en masa, y ello sucedió hasta
cierto punto. En la antesala, los estudiantes de las principales universidades públicas de
la capital, como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y la
Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), le habían tendido la mano a los
manifestantes, con refugio y donaciones. Algunos, con la venia de sus autoridades,
como la UNI; y otros, en contra de ellas, como en el caso de San Marcos, donde
tomaron su campus por la fuerza. Ambas entidades fueron cercadas por los agentes
policiales por la mañana, pero no se produjo ningún enfrentamiento.

La esperada marcha se convocó para las cuatro de la tarde en diversos puntos de la


capital, ocasionando una desorganización que se extendió a lo largo de la jornada y que
acabaría por pasarles la factura. La protesta no alcanzó su objetivo: no llegó al palacio
de Gobierno ni tampoco al Congreso. Por la tarde se produjo una gran represión en
Abancay, una avenida estratégica que conduce hasta la sede del Poder Legislativo. No
hubo víctimas, pero sí algunos heridos. Hasta donde se sabe, ninguno por arma de
fuego. A diferencia de las regiones de la sierra sur, en la capital la policía no empleó
armas letales. Claramente, el tratamiento para “controlar” las movilizaciones no fue el
mismo de anteriores ocasiones.

Poco antes de las ocho, la plaza San Martín del centro de Lima parecía un marco
favorable para la protesta. La gente continuaba llegando en gran número. Y por fin se
había envalentonado para dirigirse hacia el Congreso. Fue en ese preciso instante
cuando una vieja casona de una de las esquinas de la plaza comenzó a arder. En medio
de la confusión, la policía recuperó terreno, cercando otra vez la plaza. A medida que el
fuego consumía el inmueble, se consumió la marcha. Y los manifestantes acabaron por
dispersarse. Se necesitaron más de cinco autobombas y tres cisternas de agua para
controlar el incendio. Un grupo de vecinas, que no se identificaron, señalaron que el
siniestro fue provocado por una bomba lacrimógena que cayó en la azotea, aunque el
Gobierno lo negó más tarde.

del edificio teñían de rojo el cielo de la capital peruana, la presidenta Dina Boluarte dio
un mensaje a la nación, donde lejos de empatizar con un gran grupo de la ciudadanía
que marchó en las calles, satanizó la protesta al remarcar que se trata de “unos malos
ciudadanos que buscan quebrar el Estado de derecho, generar caos, desorden y tomar el
poder”. Aseguró que “el Gobierno está firme y su gabinete más unido que nunca”.

gravemente herido la noche anterior por el impacto de un arma de fuego. Se trataba de


la segunda víctima de Macusani, provincia de Carabaya, donde un grupo de pobladores
incendió una comisaría y la sede del Poder Judicial en la noche del miércoles. Pero no
fue el único incidente en la región que colinda con Bolivia. Nuevamente, los
juliaqueños intentaron tomar el aeropuerto Inca Manco Cápac y fueron repelidos por la
policía. El resultado: siete civiles y dos agentes heridos.

En Arequipa, la convulsión sumó la víctima 55 del conflicto. Jhancarlo Condori Arcana,


un hombre de 30 años que recibió una herida letal en el abdomen. En la Ciudad Blanca
los manifestantes también trataron de ingresar por la fuerza al aeropuerto Alfredo
Rodríguez Ballón, pero no lo consiguieron. El Ejecutivo declaró a las regiones de
Amazonas, La Libertad y Tacna en estado de emergencia durante 30 días. Después de
esta primera gran marcha en la capital, los manifestantes se mantendrán en las calles.
Protestas en Perú: 50
muertos y un desafío a
la democracia
A poco más de un mes de la destitución del presidente, las persistentes
manifestaciones y el aumento de víctimas mortales exacerban una decepción
generalizada con el sistema político.

JULIACA, Perú — Carreteras bloqueadas con piedras enormes y vidrios rotos.


Ciudades enteras cerradas a causa de las protestas masivas. Cincuenta familias
dolientes llorando a sus muertos. Llamados para instalar un nuevo presidente,
una nueva constitución, un sistema de gobierno completamente nuevo.
Promesas de llevar la lucha a Lima, la capital. Autoridades que advierten que el
país va hacia la anarquía.

Un himno de protesta se grita en las calles: “Esta democracia ya no es


democracia”.

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Más que desvanecerse, las protestas que empezaron hace más de un mes en las
zonas rurales de Perú debido a la destitución del expresidente solo han
aumentado en tamaño y en la amplitud de exigencias por parte de los
manifestantes, paralizan a franjas enteras del país y amenazan los esfuerzos de
la nueva presidenta, Dina Boluarte, para afianzar el control.
El malestar ahora es más amplio que el enojo por quién gobierna el país. Más
bien, representa una profunda frustración con la joven democracia peruana, que
según los manifestantes no ha atendido la brecha entre los ricos y los pobres y
entre Lima y las zonas rurales del país.

La democracia, aseguran, ha ayudado a acumular poder y riqueza en su mayoría


a una pequeña élite —la clase política, los adinerados, los ejecutivos de las
corporaciones— y ha brindado pocos beneficios a muchos otros peruanos.

De manera más amplia, la crisis en Perú refleja el desgaste de la confianza en las


democracias en toda América Latina, impulsada por Estados que “violan los
derechos de los ciudadanos, fracasan al brindar seguridad y servicios públicos
de calidad y son presa de intereses poderosos”, según un nuevo ensayo en el
Journal of Democracy.

En Perú, el expresidente Pedro Castillo, un líder de izquierda, había prometido


atender los rezagos de la pobreza y la desigualdad, pero fue destituido y
arrestado en diciembre luego de que intentó disolver el Congreso y gobernar por
decreto.
Sus seguidores, la mayoría de ellos en las regiones pobres y rurales del país,
organizaron protestas y en ocasiones quemaron edificios públicos, bloquearon
carreteras clave y ocuparon aeropuertos. El gobierno peruano pronto declaró un
estado de emergencia y mandó a las fuerzas de seguridad a las calles.

Boluarte, oriunda de la región de Apurímac, una zona rural ubicada en el centro


sur del país, se postuló el año pasado como compañera de fórmula de Castillo y
fue electa vicepresidenta. Pero rechazó el intento de su antiguo aliado de
gobernar por decreto y lo calificó de abuso de poder autoritario. Luego sustituyó
a Castillo y desde entonces ha llamado a la unidad y, en respuesta a las
exigencias de los manifestantes, pidió a los legisladores que adelantaran las
elecciones.

El Congreso, donde muchos integrantes están renuentes a ceder el poder, ha


mostrado lentitud al momento de apoyar esa iniciativa y sus críticos ahora la
tildan de presidenta débil que trabaja a pedido de una legislatura egoísta y
desactualizada.

Al principio, los manifestantes principalmente buscaban que Castillo volviera al


poder, o que se organizaran nuevas elecciones tan pronto como fuera posible.
Ahora piden algo mucho más grande: una nueva constitución e incluso, como
decía un afiche: “refundar una patria nueva”.

Desde que se retiró a Castillo del cargo, al menos 50 personas han muerto, 49 de
ellas civiles. Algunas recibieron impactos de bala en el pecho, la espalda y la
cabeza, lo que ha llevado a que grupos de derechos humanos acusen al ejército y
a la policía de uso excesivo de la fuerza y de disparar indiscriminadamente
contra los manifestantes.
Dichos fallecimientos han impactado especialmente a la ciudad sureña de
Juliaca, adonde se llega por un camino lleno de arbustos, montañas coronadas
de nieve y vicuñas. Para visitar esta localidad hay que emprender un viaje de dos
días en auto desde la capital.

A casi 4000 metros sobre el nivel del mar, solo el 40 por ciento de la población
de Juliaca cuenta con agua corriente, muchos caminos están sin pavimentar y la
malnutrición es el principal problema del único hospital público.

La semana pasada, 19 personas murieron como resultado de una sola


manifestación, en la jornada más mortífera de enfrentamientos entre civiles y
actores armados en Perú en al menos dos décadas. Dieciocho de los fallecidos
eran civiles que recibieron disparos, según un fiscal local. Un suboficial de
policía fue hallado muerto dentro de un vehículo oficial al que se le prendió
fuego.

El ministro del Interior del país comentó que los agentes habían respondido de
forma lícita cuando miles de manifestantes intentaron ocupar el aeropuerto
local, algunos de ellos portando armas improvisadas y explosivos.

El menor de los fallecidos fue Brayan Apaza, de 15 años, cuya madre, Asunta
Jumpiri, de 38, lo describió como un “niño inocente”, muerto luego de que salió
a comprar comida. Su velorio se celebró la semana pasada, del otro lado de un
bloqueo carretero donde se quemaban llantas, los simpatizantes sostenían
banderas negras en el pecho como quien se aferra a un arma de batalla y
prometían luchar hasta que Boluarte renuncie.

“Nosotros nos declaramos en insurgencia”, dijo Orlando Sanga, un líder de las


protestas que estaba afuera de un local sindical que se usaba para la vigilia.

Cerca de ahí, Evangelina Mendoza, ataviada con una pollera y un suéter típicos
de las mujeres de la región, dijo refiriéndose a Boluarte que “si en caso no
renuncia, todo sur correrá sangre”.

Pero, en este siglo, pocas investigaciones sobre disturbios civiles y protestas en


Perú han producido condenas, y una nueva ley que eliminó el requisito de que la
policía actúe proporcionalmente en su respuesta a los civiles hace que la
perspectiva de un enjuiciamiento exitoso sea aún más difícil, dijo Carlos Rivera,
del Instituto de Defensa Legal, un grupo peruano sin fines de lucro.

Perú, un país de 33 millones de habitantes y el quinto más poblado de América


Latina, volvió a ser una democracia apenas hace dos décadas, luego del gobierno
autoritario del presidente Alberto Fujimori.

Pero el actual sistema del país, basado en una constitución de la época del
fujimorato, está plagado de corrupción, impunidad y malos manejos e incluso
quienes están en el gobierno denuncian la falta de supervisión y una cultura de
prebendas.

Al mismo tiempo, la mitad de la población no cuenta con acceso regular a una


nutrición suficiente, según las Naciones Unidas y el país sigue sufriendo a causa
de la pandemia, que en el Perú ocasionó la mayor tasa de muertes per cápita del
mundo
La intensa concentración de medios —que, basados en su mayoría en Lima o
ignoran las protestas o destacan las acusaciones de que los manifestantes son
terroristas— solo ha exacerbado la sensación de que la élite urbana se ha
coludido contra los pobres de las zonas rurales.
En toda América Latina la confianza en la democracia se ha desplomado en las
últimas dos décadas, según el Barómetro de las Américas, una encuesta regional
realizada por la Universidad Vanderbilt. Pero hay pocos lugares en donde el
asunto sea más agudo que en Perú, donde solo el 21 por ciento de la población
dice estar satisfecha con la democracia, una caída del 52 por ciento de hace una
década. Solo Haití presenta números peores.

Otros países con niveles particularmente bajos de satisfacción son Colombia y


Chile, y ambos han sido escenario de grandes protestas gubernamentales en
años recientes, así como Brasil, en donde los manifestantes que dicen que las
elecciones presidenciales del año pasado estuvieron amañadas invadieron la
capital este mes.

Lo que está salvando a muchas democracias latinoamericanas de una “franca


muerte”, dijo Steve Levistky, destacado experto en democracias en la
Universidad de Harvard, es que aún no ha surgido una alternativa viable, como
fue el socialismo autoritario de Hugo Chávez en Venezuela.
En Juliaca, decenas de personas resultaron heridas la semana pasada durante la
confrontación con la policía y el hospital público de la ciudad está lleno de
personas que se recuperan de sus heridas. Dentro, a los pies de muchas de las
camas, hay cajitas de cartón que hacen colectas para ayudar con los gastos
médicos.

“Pulmón perforado” dice una caja. “Impacto de bala en la columna”, dice otra.
Algunas de las personas heridas parecían temerosas de decir que habían estado
protestando y una decena de hombres con heridas de bala dijeron que habían
pasado frente a la protesta cuando les dispararon.
Ninguno de los heridos dijo haber recibido copia de su parte médico, lo cual
ayudaría a comprender la causa y el tratamiento apropiado de sus lesiones.
Según la ley peruana, el acceso a esta información es un derecho, pero varias
personas dijeron que creían que estaban siendo castigadas por participar en las
protestas.

En una de las camas yacía Saúl Soncco, de 22 años, quien recibió disparos en la
espalda cuando caminaba a casa desde su trabajo como carpintero.

Su hermano logró sacar una fotografía de unos rayos X que mostraban una bala
alojada cerca de su columna vertebral. Sin embargo, dijo la familia, los
funcionarios del hospital les dijeron que debía irse a casa.

El director del hospital, Victor Candia, indicó que a los pacientes se les daba el
cuidado necesario.

En un mensaje a la nación el viernes, Boluarte ofreció su pésame a las familias


de los muertos y describió a los manifestantes como peones inadvertidos que
fueron acarreados a las marchas por manipuladores que buscan derrocarla.
“Algunas voces que salen de los violentistas, de los radicales, piden mi renuncia”
dijo, “azuzando a la población al caos, al desorden y los destrozos. A ello les digo
de manera responsable: no voy a renunciar”.

Brayan, el muchacho de 15 años, murió a causa de un disparo en la cabeza,


según la autopsia. En su funeral, cientos de personas se reunieron en el
cementerio a orillas de la ciudad, donde César Huasaca, un líder de las
protestas, gritó una arenga sobre la justicia que dirigía su enojo hacia Boluarte.

“¿Y creen ustedes que nos han bajado la moral?”, tronó. “¡No! Nosotros estamos
más fuertes que nunca”.

“Somos 33 millones”, prosiguió. “¿Qué vamos a hacer? Que respeten nuestros


derechos como tal, ni izquierdas ni derechas, ¡lo que queremos es atención!”.

Luego de una misa celebrada por un sacerdote vestido sencillamente de blanco,


una banda siguió al cuerpo hasta una parcela de tierra. Ahí, Jumpiri, la madre
de Brayan, dio unas últimas palabras antes de que lo sepultaran.

“¡Dina!”, gritó refiriéndose a la presidenta, aferrada al ataúd de Brayan, el rostro


contorsionado de dolor. “Estoy dispuesta a morir por mi hijo, voy a luchar,
quiero justicia!”.
Y luego planteó un desafío: “‘¡Dina, mátame!”.

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