Leonardo Da Vinci

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LEONARDO DA VINCI

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Leonardo -el vidente, el buscador de conocimiento en todos los campos- ha llegado a
simbolizar el Renacimiento por su mística personal, una tan profunda y extraordinaria que se ha
fundido con el espíritu de su época. El atletismo, la música, el dibujo, la pintura, la escultura, la
arquitectura, la perspectiva, la óptica, la astronomía, la aviación; la ingeniería hidráulica, la naval,
la militar, la de grandes obras y la mecánica; la anatomía, la biología, la zoología, la botánica, la
geología, la geografía, las matemáticas: la relación de sus intereses es interminable. Hombre de
muchos mundos, le debemos el hallazgo de un plano de pensamiento y acción capaz de abarcar lo
mismo el mundo del arte que el mundo de las ciencias. Para comprender a Leonardo da Vinci en
los términos de la actualidad, habría que imaginar a un físico laureado capaz de pintar un lienzo
inmortal, o a un artista de renombre cosmopolita en el trance de diseñar una nave espacial. En
síntesis, un personaje dotado de una forma de universalismo que hoy se ha vuelto imposible…
…De modo providencial, desde temprana edad el pequeño Leonardo mostró un acentuado
interés en las formas y los colores, afición que pronto lo inclinaría a convertirse en un ávido artista.
A los ocho años, el niño hermoso y saludable que era Leonardo dibujaba todo lo que le producía
curiosidad. Sentía una profunda predilección por la pintura y el dibujo porque ya desde entonces
era un genio predominantemente gráfico, no verbal. Desde niño pensó siempre en imágenes y de
adulto llegó a ser capaz de dibujar como nadie lo que pensaba. Ante él, las palabras se
revelaban como un medio limitado. Más adelante escribiría en sus cuadernos: "Oh escritor, ¿con
qué letras escribirás con tanta perfección la representación entera como lo hace aquí el dibujo?",
y aconsejaría no enredarse con las palabras a menos que se le estuviera hablando a un ciego.
Según fue creciendo, siempre marcado por la tara de ser un mal estudiante, Leonardo
comenzaba a ser admirado por sus contemporáneos. Una de las más notables leyendas de sus años
de formación consigna que, de niño, Leonardo pintó la figura de un monstruo terrible en una
rodela con la intención de crear un objeto que produjera los mismos espeluznantes efectos que la
cabeza de Medusa. Para conseguirlo, extrajo de grillos, serpientes y lagartijas reunidos por él en su
habitación los rasgos de un pavoroso animal imaginario. De tan absorto que estaba en su obra,
Leonardo no se percató de que sus especímenes animales habían comenzado a pudrirse,
infectando la habitación con un olor insoportable. Sorprendido por el realismo de la obra, el padre
de Leonardo concluyó que su hijo tenía que ser artista, y ya que muchos caminos profesionales le
estaban vedados a Leonardo por su condición de hijo ilegítimo, el arte se aparecía como la elección
natural de este niño superdotado.
Alrededor de 1465, Ser Piero condujo a su hijo al taller de Andrea del Verrocchio, uno de
los artistas más reconocidos de Italia, destacado escultor, pintor, orfebre y artesano del bronce.
Situado en Florencia, es en el taller de Verrocchio, quien trabajaba para los Médicis, donde
Leonardo perfeccionaría sus numerosas habilidades y conocimientos en el curso de una formación
clásica: primero aprendiz, después compañero y finalmente maestro. Durante su estancia
convivió con otras grandes personalidades artísticas de su tiempo, como Lorenzo di Credi,
Perugino y Botticelli, en ese entonces también aprendices de Verrocchio como el propio
Leonardo. Alejado de su madre biológica y descuidado por su madre legal, Leonardo vivió sus
primeros años en un universo exclusivamente masculino, formado por sus colegas artesanos y
presidido por la trilogía de su padre, el hermano de éste, y Verrocchio, padre espiritual de
Leonardo.
Al instalarse en Florencia, Leonardo escala aprisa, con fuerza y pasión, la cumbre del
triunfo. De su maestro, Leonardo aprende una novedosa manera de aproximarse al diseño y la
cultura visual. Pero no sólo el pupilo aprendió del profesor. Eugenio Muntz ha afirmado que la
evolución del propio arte de Verrocchio se debió a la influencia de Leonardo, ese discípulo que se
convirtió muy rápidamente en el maestro de su maestro, y es que, en plena adolescencia, Leonardo
desbordó a su mentor. Cuando pintó el ángel de la izquierda en el Bautismo de Cristo de
Verrocchio, éste quedó tan impresionado por la belleza de la figura que decidió abandonar la
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Ferrer, E. 2007. Da Vinci y la Mona Lisa, Fondo de Cultura Económica. México. pp 25-73
pintura para dedicarse exclusivamente a la escultura.

Nacería así uno de los grandes genios de la pintura, quien desde muy joven se enamoró de
su sencilla y certera definición: "La pintura es una poesía que se ve." Mientras su prestigio como
artista crecía sin cesar, el joven Leonardo maduraba, convirtiéndose en ese hombre extraordinario
al que se refiere Giorgio Vasari, quien lo calificó de admirable y celestial. Para damos una idea del
aspecto del genio durante sus años de formación, basta mirar el célebre David de Verrocchio,
escultura en bronce cuyo modelo se piensa que fue el joven Leonardo. La gracia de Dios le
iluminaba y su belleza física se correspondía con una inteligencia maravillosa. "Aventaja a todos
los demás: supera a Fidias y rebasa a Apeles", escribiría posteriormente Giovanni Battista Strozzi.
Las puertas de la fama se le abrieron de par en par. En el fondo de su espíritu había celebrado un
pacto con la gloria y la fantasía.
En 1472, Leonardo se convirtió en miembro de la Compañía de San Lucas, el gremio de
pintores de Florencia, junto a sus colegas Botticelli y Perugino. Hecho fundamental en su carrera,
pues marca la conclusión de su periodo de aprendizaje y el comienzo de su nueva condición de
pintor profesional. Existen, no obstante, documentos que revelan su permanencia al lado de
Verrocchio como colaborador hasta, por lo menos, 1476. En este mismo año acontecería otro hecho
que dejó para siempre una huella en el carácter del genio: una humillante comparecencia para
responder a la acusación del delito de sodomía. También en este periodo, Leonardo comenzó a
recibir una pensión por parte de Lorenzo el Magnífico para trabajar como artista en el jardín de la
plaza de San Marcos en Florencia.
En contra de una creencia popular muy extendida, Leonardo no fue un artista
particularmente precoz. Aunque sus dotes artísticas lo hicieron brillar desde la infancia, no fue
sino hasta la edad de 25 años que se convirtió en el autor único de una obra consumada. Se trata
de La anunciación, de 1477, pintura que posee una unidad de diseño y una maestría en la
composición en las que se transparenta y nos asombra el don creador de Leonardo. La obra está
pintada desde el punto de vista de la perspectiva aérea, un recurso geométrico definido por
Leonardo. En ella el maestro dibuja con el mayor detalle cada uno de los pliegues de las
vestiduras, angeliza los rostros y se recrea en la armonía de los colores. Pero le obsesiona la
línea, a tal grado que se convertiría en el primer pintor que investigó minuciosamente el cuerpo
humano. El nombre del cuadro -La anunciación cuenta dentro de la historia de Leonardo con un
carácter premonitorio: no sólo representa la escena en que el ángel Gabriel anuncia el nacimiento
de Cristo a María, sino que constituye una verdadera anunciación de motivos y técnicas del arte
futuro de su autor. Exhibe que para Leonardo la frontera entre la ciencia y el arte no existe y
que, en no pocos momentos, sus futuros trabajos científicos estarán al servicio de su arte, una
actividad singular e irrepetible. Pintar sería para Leonardo una operación que requiere todos los
conocimientos y todas las técnicas: la geometría, la dinámica, la geología, la fisiología... Él es
una síntesis de búsquedas que van de la disección a la psicología.
Aunque su nombre completo era "Leonardo di Ser Piero da Vinci" (que significa
"Leonardo, hijo del señor Piero, originario de Vinci"), el joven maestro comenzó a firmar sus obras
simplemente, como "Leonardo" o "lo, Leonardo" ("Yo, Leonardo"). (De hecho, hasta la actualidad,
las autoridades en temas artísticos se suelen referir a sus obras como "Leonardos".)
Este primer periodo fue especialmente productivo para el artista. Además de realizar La
anunciación, trabajó en el retrato de Ginevra de Benci. El mismo año emprendió la realización de la
Madonna Benois, lienzo que estuvo perdido por siglos hasta que apareció repentinamente en el
siglo XIX cuando un músico lo vendió a un comerciante ruso en el sur de Italia. En el cuadro el
rostro de María es fresco y alegre, su cabeza es redonda y radiante -un rasgo típico de las primeras
obras de Leonardo-, y en él aparece todavía un elemento que el artista abandonaría
progresivamente: las aureolas sobre las cabezas de la Virgen y el Niño.
Culminación de esta etapa de primera madurez fue el encargo de La adoración de los reyes,
recibido a la edad de 30 años. Aunque el maestro la dejó inacabada debido a las premuras de su
partida a Milán -comenzando así una larga carrera de obras inconclusas, inconstancia que lo
perseguiría toda su vida-, los críticos la consideran una obra maestra. En ella Leonardo manifiesta
su capacidad de infundir vida a escenas familiares mediante el uso de tratamientos audaces y
novedosos. De un modo brillante, que sigue deslumbrando a críticos e historiadores, puso en
práctica su máxima de que un buen pintor es aquel que enfrenta con éxito el desafío de mostrar
el estado mental de un hombre mediante la vívida representación de sus gestos y movimientos.
Así, en la obra podemos admirar una extraordinaria variedad de expresiones del rostro, de la
ternura a la estupefacción y la incredulidad. Como si su excelencia estética no bastara, existe otra
característica que vuelve a esta obra memorable: la certeza de que la figura de uno de los pastores
representa uno de los escasos, y desesperadamente buscados, autorretratos de Leonardo.
Aunque su producción artística apenas comenzaba, muchos de sus contemporáneos
empezaban a emitir un juicio que sería consagrado posteriormente: Leonardo es uno de los genios
de mayor altura en la historia del arte occidental. Por eso, con toda justicia Vasari inició con él la
tercera parte de sus Vidas, aquella que cubría el momento culminante de la historia del arte en el
que los maestros del Renacimiento igualaron y finalmente superaron los triunfos de la
Antigüedad. Junto con Miguel Ángel, Rafael y Tiziano, Leonardo protagonizaría el periodo más
famoso del arte italiano y uno de los más grandiosos de todos los tiempos. Este cuarteto llevó hasta
el extremo los descubrimientos estéticos de los maestros fundadores ---de Giotto a Masaccio-,
convirtiendo a la pintura en el arte más característico del Renacimiento (en detrimento de la más
importante expresión artística de los griegos, la escultura, desplazada a un segundo plano).
Leonardo afirmaba que "un pintor no es admirable a menos que sea universal".
Congruente con las exigencias de su máxima, buscó un lenguaje universal en la pintura. Intentó
crear fieles interpretaciones de la vida mediante las leyes de la perspectiva y, en general, todas
las leyes de la naturaleza. Así continuó e hizo más estricto un reclamo de objetividad que se
volvió el estándar para todos los pintores europeos. ("El maestro del pintor es el espejo", solía
decir.) Desde entonces, gracias a la aplicación en el arte de sus exactos métodos científicos, el
dinamismo de la figura humana y el tratamiento de las superficies no volverían a ser los mismos.
Leonardo no sólo estableció la meta, sino que fue generoso en el desarrollo de los métodos
para alcanzarla. Si bien los pintores flamencos ya habían perfeccionado los barnices y multiplicado
los colores por procesos químicos, fue gracias a Leonardo que se superaron casi todas las
dificultades de la representación pictórica. Sus estudios de las formas, las distancias, las luces y las
sombras le permitieron idear métodos para representar fielmente cualquier hora del día,
incluyendo el atardecer y los parajes nocturnos. A partir de los hallazgos de Leonardo a cualquier
pintor con talento le fue posible recrear en sus cuadros el juego de los reflejos y las sombras, las
distancias, la neblina, las luces artificiales y las ilusiones ópticas. Sin estos descubrimientos una
buena parte de la pintura occidental hubiera sido imposible.
Al joven Leonardo a veces se le ha descrito como un coloso de fuerza prodigiosa, amante
de las pruebas físicas y capaz de torcer una herradura con las manos; otras, como un personaje
afeminado y soñador, aficionado al canto y a la lira. En todo caso, los relatos y anécdotas siempre
coinciden en el enorme atractivo físico de Leonardo, cuyo recuerdo hizo a Vasari escribir sobre la
"nunca adecuadamente alabada belleza de su cuerpo". Sabemos, además, que la belleza de
Leonardo estaba acompañada del encanto de su conversación. Con ella no sólo conquistaba
corazones sino que vendía sus ideas, ganaba buen dinero y prorrogaba los plazos, cada vez
mayores, de sus frecuentes incumplimientos. Era lo que hoy se llamaría un maestro de la
persuasión. Convencía a los demás no sólo de la excelsitud de sus obras, sino de los más audaces e
irrealizables proyectos. No es de extrañar que en su madurez congeniara con Maquiavelo y que no
pocas veces influyera sobre él, convirtiéndolo en mensajero de sus creaciones y ocurrencias.
Aunque podía brillar en sociedad como músico o conversador, prefería aislarse en la
absorta concentración de sus tareas. Su temperamento era amable y reacio a toda forma de
conflicto, aun cuando padecía las provocaciones de sus rivales, como Miguel Ángel. A diferencia
de sus contemporáneos, era vegetariano y seguía dietas estrictas. Fue un anticipador hasta en la
moral y el carácter, al ser una de las pocas personas que en su épo ca sufrían ante los dolores de los
demás seres, no sólo humanos, sino también animales. Cuenta la leyenda que solía comprar
pájaros enjaulados con el solo fin de liberados.
En 1482, después de haber dejado inconclusa la Adoración de los reyes, Leonardo abandona
Florencia y parte hacia Milán. Poco tiempo atrás, el talentoso joven había ofrecido a Ludovico
Sforza, duque de esta ciudad, sus servicios como ingeniero, escultor y arquitecto. En una carta
Leonardo le describía en amplio repertorio de sus competencias:

"Puedo construir puentes muy ligeros, sólidos, robustos, fácilmente transportables,


para perseguir a veces huir del enemigo... Tengo igualmente medios para hacer bombas
muy cómodas y fáciles de transportar que arrojan cascajo casi como una tormenta,
causando terror al enemigo por su humo.. .". y continuaba: "En tiempos de paz, creo poder
dar también entera satisfacción como cualquiera, ya sea en arquitectura, para la
construcción de edificios públicos y privados, ya sea para conducir el agua de un lugar a
otro." Ante tal oferta, sin dudado, Ludovico aceptó.

Leonardo vivió casi 17 años en la corte Sforza de Milán, lugar donde se encontraban
algunas de las mentes más brillantes de la época. Ahí inició relaciones de amistad nada menos
que con Donato Bramante, el gran pintor y arquitecto, así como con Fra Luca Pacioli, connotado
matemático y estudioso de la perspectiva. Este periodo resultó especialmente productivo para
Leonardo, pues no sólo destacó como artista plástico, sino que surgió como teórico, científico y
autor de tratados. Al llegar a Milán, Leonardo recibió una serie de encargos diversos, como la
fundición de un cañón, la supervisión de los espectáculos públicos, la instalación de un sistema de
calefacción central, además de la factura de lienzos y esculturas.
En palabras de Frederick Hartt, mudarse de Florencia a Milán en la Italia del Renacimiento
era como pasar, en el siglo xx, del lado occidental al lado oriental de la Cortina de Hierro. ¿Por qué
Leonardo abandonó entonces la Florencia de los Médicis para mudarse a Milán, esa ciudad
culturalmente inferior y presidida por el patronazgo de los vulgares Sforza? La respuesta es
sencilla y compleja a la vez: porque al escoger su radicación en Milán, Leonardo estaba escogiendo
una nueva forma de cultura, otra versión del mismo Renacimiento. En oposición a la opinión de
los eruditos florentinos, para Leonardo el Renacimiento no se manifestaba tanto como una
recuperación del pasado clásico sino como una aventura de la invención y el descubrimiento. El
hecho de no ser un hombre de letras, de jamás haber aprendido griego y sólo muy tardíamente
latín, lo hizo padecer lagunas y deficiencias, pero también le reveló una perspectiva distinta de la
cultura, que lo llevaba a condenar la labor de sus compatriotas neoplatónicos, acusándolos de
adornarse con las obras de otros en vez de construir una propia. En Leonardo el concepto de
imitación, tan caro a la historia intelectual del Renacimiento, adquiere un tono distinto: no la
imitación de los modelos grecolatinos, sino la imitación directa de la naturaleza, el acceso directo
de la experiencia y la observación. En la búsqueda de una expresión del Renacimiento distinta de
la que ofrecía el humanismo florentino, Leonardo sucumbió ante las seducciones de Milán, ciudad
que ofrecía las posibilidades para este nuevo desarrollo: una ciudad más cosmopolita y menos
ligada a sus élites, y en donde las matemáticas, la ingeniería y la mecánica eran altamen te
estimadas.
El primer gran proyecto artístico de Leonardo al arribar a Milán fue el encargo, en 1483, de
La virgen de las rocas, solicitado por la Confraternidad de la Inmaculada Concepción. Con el tiempo,
este contrato llevaría a muchos problemas legales, tantos que Leonardo tuvo que supervisar la
factura de una nueva versión de la obra en 1506. La locación de María en medio de un paisaje de
peñascos fantásticos es el aspecto más sorprendente del cuadro, y contribuye a la creación de una
atmósfera de extrañeza casi extraterrestre. La propia imagen de María -una cabeza larga y natural,
muy distinta de aquellas primeras cabezas redondas y artificiosas- es la figura de mujer más
lograda que Leonardo había pintado hasta ese momento en su carrera. En 1489, Leonardo dio un
nuevo paso en su proceso de maduración pictórica al ejecutar La dama del armiño, retrato de Cecilia
Gallerani, una de las amantes de Ludovico. La obra posee un lugar de relieve en la historia de la
pintura, pues constituye uno de los primeros "retratos de la vida", es decir, una de las primeras
representaciones en las que el modelo no está posando, sino que es capturado en un "momento de
ignorancia", un instante de la vida real.
Uno más de los encargos de Ludovico se convertiría, con los años, en el emblema más
poderoso -después de la Mona Lisa- de la figura, vida y obra de Leonardo. Nos referimos al mural
de La última cena, iniciado hacia 1495 en las paredes del refectorio de Santa Maria delle Grazie. El
desempeño de Leonardo durante la elaboración le crearía incontables problemas de
incumplimiento con su irritado protector y con los padres dominicos del monasterio, quienes
continuamente se quejaban de la aparente pereza del maestro. Y quizá no era para menos: el artista
era capaz de permanecer sentado ante el muro durante horas sin dar una sola pincelada. Ante los
reclamos de sus patrones, Leonardo explicó que la labor más importante de un artista radica en la
concepción de la obra más que en su ejecución, y que "los hombres de genio hacen más cuando
menos trabajan".
La tarea del genio de Vinci al pintar La cena se caracterizó por un constante comenzar y
recomenzar, todo a partir de la intensa concentración de un perfeccionista. Durante sus trabajos
Leonardo se sentía persuadido de que Apolo, dios de la perfección humana, lo amparaba. Se
cuenta que solamente en la cabeza de Judas empleó todo un año. Al final, el resultado fue extraor-
dinario: un estudio continuo sobre los secretos del alma humana en el que cada uno de los rostros
refleja la reacción de los apóstoles cuando su Maestro hizo el anuncio de la traición. Se suele decir,
asimismo, que La cena es una obra inacabada, porque Leonardo, a pesar de pintar como un dios,
nunca se atrevió a terminar la cabeza de Jesucristo para evitar la interpretación de lo divino.
Como era de esperarse en un espíritu inquieto e inventiva como el de Leonardo, al pintar
La última cena el artista no siguió la convencional técnica de la pintura al fresco -la cual le obligaba
a trabajar rápidamente, antes de que el yeso se secara, cancelando la posibilidad de ponderar y
experimentar-, sino que ensayó un nuevo tipo de aceite que, pronto se descubriría, no resistía
suficientemente la erosión del tiempo. Los colores de esta nueva sustancia gelatinosa no se
adhirieron firmemente a la superficie del muro, y ya en vida de Leonardo la pintura se comenzó a
caer. .. Con el tiempo, la obra quedó irreparablemente estropeada. En 1999, después de 20 años de
trabajos, una restauración total del mural llegó a su fin. Aunque gran parte del daño era
irreversible, el proceso de restauración pudo devolver a La última cena el brillo que había perdido
después de siglos de torpes retoques y descuidos.
Los incumplimientos de Leonardo no sólo nacían de su afán perfeccionista, sino de su
curiosidad por otras formas de expresión y por su infatigable espíritu inventiva. Como el genio
absoluto que era, Leonardo no podía restringir su creatividad a los lienzos y a los pinceles. Sentía
la urgencia inaplazable de encontrar cauces para su imaginación en otros terrenos de expresión,
como podían ser la técnica, la mecánica y la factura de invenciones que iban de lo práctico a lo
profético y fantástico. Debemos a Leonardo el momento cumbre de esa tendencia, ahora un poco
olvidada, que miraba a la tecnología no como una negación de la fantasía sino como uno más de
los caminos de la creación.
Leonardo situaba el corazón de su trabajo como inventor en la concepción de máquinas
para los fines más diversos. Un anhelo que él mismo cifraba en una frase de altos vuelos: "crear
nuevas máquinas para un mundo nuevo". Dándose cuenta de que las palancas y engranajes
podrían llevar a cabo las tareas más sorprendentes, estudiaba con fruición estos mecanismos y
concebía a partir de ellos un buen número de sus invenciones. De este modo, su ingenio le
permitió idear los antecedentes del avión, el submarino, el paracaídas, la máquina de vapor, el
teléfono, la bicicleta, el automóvil, el helicóptero, la grúa, así como un despertador que funcionaba
a base de agua, un asador mecánico, excavadoras, fuentes, bombas hidráulicas, clepsidras,
candelabros, muebles plegables, cerraduras, puertas automáticas, sin olvidar decenas de
instrumentos de óptica. y aunque sostenía que la guerra era la peor de las actividades humanas,
concibió numerosos aparatos bélicos, muchos de los cuales se adelantaron a su tiempo: puentes
transportables, máquinas para asedios, piezas de artillería, tanques y carros de combate,
ametralladoras, buques metálicos, minas marinas. Hasta molinos de viento ideó, quizá para
hermanarse con el Quijote que los desafiaría en tierras españolas.
Como dijo Ortega y Gasset, Leonardo lo intentó todo, todo lo quiso: lo que podía tanto
como lo que no podía. Estaba enamorado hasta la obsesión de lo imposible. Y es que, en un buen
número de casos, lo cierto es que sus máquinas no habrían funcionado. Sin embargo, se le debe
crédito al gran artista por las muchas brillantes intuiciones que descubrió y que finalmente se
pusieron en práctica en los siglos subsecuentes. Numerosos inventos suyos, como el carro de
combate, se frustraron no por fallas inherentes a su concepción o diseño, sino por la falta de una
fuerza motriz, como el vapor o el motor de combustión interna. Lo que nunca se frustró fue su
inigualable destreza para llegar por el camino más corto al meollo del asunto en cuestión y
proponer soluciones radicales. Todas sus ideas y teorías, aun las más delirantes, contaban con
una carga de imaginación inusitada que las volvía fascinantes por sí mismas.
Y aun así, el tiempo ha demostrado que algunas de las invenciones de Leonardo, hasta las
más descabelladas, eran (y son) tecnológicamente posibles y funcionales. Uno de estos casos de
resurrección leonardesca es el representado por la construcción del extraño dibujo de un modelo
autoimpulsado. El diseño había dejado perplejos a los estudiosos hasta que a principios del siglo
XXI un grupo de investigadores florentinos logró finalmente interpretado y traerlo a la vida. Para
sorpresa de todos, el "automóvil de Leonardo" funcionó, y por lo tanto representa un avance sin
precedentes en la historia de la mecánica: el inventor del Renacimiento se acercó a la idea de un
vehículo automotriz cientos de años antes de que éste fuera inventado. Los científicos consideran
que la invención de Leonardo podría ofrecer las claves esenciales para el futuro de la
transportación, una vez que las reservas de combustible conozcan el agotamiento.
Nuevos avances en el estudio de la obra de Leonardo han demostrado que sus máquinas
se adelantaron no sólo al futuro de su época, sino a nuestro propio futuro. La curiosidad
contemporánea, por ejemplo, ha rehabilitado el diseño de un "robot" concebido en forma de
caballero, capaz de agitar los brazos y mover la cabeza usando un cuello flexible. Inspirándose en
las ideas de Leonardo, la NASA ha comisionado el desarrollo de unos no vedosos "androbots" lo
suficientemente hábiles como para replicar el trabajo de los seres humanos, de modo que sean
enviados a Marte antes que las misiones tripuladas por astronautas.
Por si la factura de estas extraordinarias invenciones fuera poco, la estancia de Leonardo
en Milán fue también el escenario para el más ambicioso de todos sus proyectos artísticos: la eje-
cución de una gigantesca estatua ecuestre de Francesco Sforza, padre de Ludovico. Ya desde la
carta que Leonardo envió al duque ofreciendo sus múltiples servicios se mencionaba la posibilidad
de realizar esta monumental estatua. Una vez instalado en Milán, Leonardo estudió la anatomía y
el movimiento de los caballos, realizando durante años numerosos modelos y bosquejos de este
plan maestro de la escultura, conocido popularmente como el "Gran Cavallo". Pero -de siete
metros de alto y con un peso que se acercaba a las ochenta toneladas- el imponente corcel de
bronce resultó ser un reto demasiado grande, aun para Leonardo. "Tan grande lo ideó que nunca
se pudo hacer", sentencia Vasari. Atrincherado en su faceta de escultor, para muchos desconocida,
Leonardo no sólo se tuvo que enfrentar a los problemas técnicos inherentes a la obra, sino que
también se enfrentó a la dificultad práctica de la falta de material. La abrumadora cantidad de
bronce necesaria para la fundición del Gran Caballo tuvo que ser destinada a la elaboración de
armas para salvar a Milán del asedio de los franceses, quienes finalmente invadirían la ciudad y
destronarían al Duque. Para el tiempo en que la invasión tuvo lugar, Leonardo sólo había
alcanzado a terminar un modelo en yeso del caballo, del cual no queda ningún rastro, ya que los
soldados franceses lo utilizaron como blanco para sus prácticas de tiro.
Pero la historia del Gran Caballo no termina ahí. Durante los siglos posteriores, la
humanidad no tuvo noticia de esta obra más que a través de los bocetos preliminares de Leonardo,
que muestran las búsquedas y dudas del artista. A finales del siglo xx, sin embargo, en los Estados
Unidos un grupo de entusiastas leonardescos se propuso modificar esta situación y recuperar el
proyecto fallido del genio. A partir de los bosquejos originales, construyeron dos réplicas en
bronce del caballo de Leonardo. Situada una en Grand Rapids, Michigan, y otra en la ciudad de
Milán, ambas réplicas cuentan con las mismas sorprendentes dimensiones del modelo original.
Más allá de sus destacadas intervenciones en los terrenos de la pintura, la escultura y la
invención tecnológica, el trabajo diario de Leonardo en la corte de Ludovico se concentraba en otro
tipo de actividades, labores de un género inesperado para la mayoría de los admiradores del
maestro: la organización de fiestas y banquetes. Recordemos que los artistas italianos, como
Leonardo y Rafael, eran, ante todo, ciudadanos mediterráneos sumergidos en la vida cotidiana. En
la actualidad, la categorización de las especialidades nos esconde el espíritu sintético que animaba
sus labores, ese fervor de la creación renacentista cuyo elemento central era la fiesta. De hecho, la
decoración de bailes y espectáculos públicos era una especialidad de la arquitectura y la pintura
del Renacimiento que por desgracia hoy ha desaparecido. Fiel a este espíritu, en Milán Leonardo se
desempeñaba brillantemente como maestro de banquetes y aplicaba su inventiva a la mecánica de
las diversiones cortesanas: organizaba mascaradas y desfiles, construía tramoyas y ascensores para
los escenarios, adornaba los vestidos de las damas de la corte, creaba prendas y disfraces, como
aquellos extravagantes atuendos con los que los hombres se dedicaron a asustar a las damiselas
durante las nupcias de Ludovico con Beatriz d'Este.
Como parte del redescubrimiento de este aspecto de la actividad creadora de Leonardo, a
finales de la década pasada se publicó un ameno libro titulado Notas de cocina de Leonardo da Vinci,
escrito por Shelagh y Jonathan Rough. Bajo la forma ficticia de un cuaderno de Leonardo,
supuestamente hallado en el museo de L'Hermitagge de Leningrado (el apócrifo "Códice
Romanoff", en el que Leonardo anotaba recetas y comentarios acerca del arte de la cocina y de los
modales en la mesa), los autores pretenden mostrar cómo Leonardo fue un genio de la cocina, aun
antes de darse a conocer como un maestro de la pintura. De acuerdo con esta obra, desde sus
primeros años en el taller de Verrocchio el joven Leonardo ya servía como mesero en una taberna
conocida como "Los tres caracoles". Los autores continúan su divertida ficción haciendo narrar al
propio Leonardo la historia de sus invenciones culinarias en la corte de Ludovico…
[...]

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