Convicción Fanatismo
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fanatismo
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13 Junio, 2021 - 01:50h
Aunque la distinción es válida para todas las ideas, me centraré aquí
en las que operan en el marco de la política. Si observamos la actitud
de la ciudadanía en relación con la llevanza de lo público,
descubriremos diferentes grados de implicación. No yerro si afirmo
que una buena parte de los gobernados manifiesta un relativo
desinterés por aquélla. La sigue sí, pero con desapego y desde la
lejanía. Constituye esa masa de opinión variable que, de no ser
puntualmente atraída, suele acabar en la bolsa neutra y velada de la
abstención.
Ventana Cultural
¿Cuántas veces nos hemos encontrado con la disyuntiva de asegurar que tenemos firmes
nuestras convicciones y no somos fanáticos? Hay una línea extremadamente delgada entre
ambos términos.
Muchos dicen que, si nos ven actuar como fanáticos es porque estamos haciendo bien las
cosas o que es bueno ser fanático, realmente está muy fuera de nuestro contexto y de nuestra
realidad.
Vivimos en un mundo que gira en torno a ciertas ideas que pueden llegar a ser nefastas,
muchas de ellas, pueden llegar a perjudicar de tal manera que no se pueden borrar, muchos
confunden los términos de convicción y fanatismo, pero ¿Existe diferencia entre ambos? La
verdad es que si la hay.
La convicción se da cuando hay un convencimiento sobre las ideas que alimentan al ser
humano, no solo hay un convencimiento, sino que son ideas que trascienden y son inmutables.
La convicción es un compromiso psicológico que surge de un convencimiento progresivo
fundado en diversas bases de apoyo.
El que tiene convicción vive al ritmo de las ideas, pues tienen energía propia y un ritmo natural
de desarrollo. Demuestra una salud integral, seguridad en sí mismo y un saber de dónde viene
y a dónde va, muestra equilibrio y madurez.
El que tiene convicción es tolerante con los que le rodean, no coacciona ni obliga a otros a
creer en lo mismo en lo que él cree, no espera a que otros estén de acuerdo con él, tiene una
disposición a escuchar y dialogar.
Por otro lado están los fanáticos. El fanático tiene una necesidad imperante de creer en algo,
más no lo hace por conocimiento, ni porque sea una creencia que venga desde adentro, el
fanatismo se centra en un marasmo de emociones incontroladas e incoherentes.
El fanático no acepta otra idea más que la que ellos poseen, son completamente intolerantes
con los demás que no piensan igual a ellos.
Nuestra misión es enfocarnos en nuestras convicciones, y tener cuidado con los fanatismos,
que se pueden disfrazar de convicciones, defender nuestras ideas sin herir susceptibilidades,
escuchar con atención a los que nos rodean, y alejarnos de aquellos que nos quieren coartar
nuestra manera de actuar que es natural.
Convicción y fanatismo
Autor: Delia Steinberg Guzmán
publicado el 23-05-2015
Nos interesa aclarar la diferencia que vemos entre convicción y fanatismo para que cada cual
pueda juzgarse a sí mismo y a los otros con más precisión. La convicción es un alto
compromiso psicológico, intelectual y moral que surge de un convencimiento progresivo y
fundado en buenas razones, en pruebas, en experiencias, en modelos y bases de apoyo.
Una persona con convicciones demuestra una salud integral, una seguridad en sí misma
envidiable, un saber de dónde viene y hacia dónde va que le permite moverse con equilibrio y
sensatez. Las convicciones nacen del ejercicio constante de nuestras capacidades interiores y
de la transformación de las opiniones móviles en juicios estables.
No es anquilosamiento ni estancamiento; al contrario, quien tiene convicciones vive al ritmo de
las Ideas, pues éstas tienen una energía propia y un ritmo natural de desarrollo. Una persona
con convicciones es tolerante.
Es firme en lo suyo pero deja lugar a los demás. No desprecia a quienes piensan de manera
diferente sino que siempre muestra buena disposición a escuchar. Posee una tolerancia activa:
oír a otros, exponer y defender sus propios pensamientos, sin herir, sin insultar. Sabe crear
espacio para sí misma y para los demás.
Abre espacio, lo genera, lo reconoce, no invade otros espacios, no atosiga, no inquieta ni
maltrata a los que están a su alrededor. No se impone tiránicamente ni se considera la
culminación de todas las perfecciones. Su convicción es la que le ayuda a avanzar, a ser cada
vez un poco mejor.
Una persona fanática, en cambio, piensa poco y nada. Asume lo que otros le dan como bueno
y desarrolla, más que sentimientos, pasiones incontrolables que le arrastran a acciones
inconscientes de las que ni siquiera se arrepiente porque no puede valorarlas.
El fanático sólo conoce una idea. Digamos mejor que sólo acepta una idea, aunque no ha
llegado a esa aceptación por propio convencimiento…
El fanático es intolerante por definición. No acepta ni siquiera la existencia de quienes puedan
sentir y pensar de otra manera; por eso, intenta eliminarlos como sea, y la muerte y la tortura
son algunas de las terribles muestras de esta actitud. El fanático no escucha, es incapaz de
dialogar. Sólo grita en voz alta sus propios principios para aturdirse con su voz y no dejar
espacio a ninguna otra opinión. Le basta y le sobra con lo que tiene. Lo demás es despreciable,
no existe, o debería dejar de existir. El fanatismo es la raíz misma de la tiranía.
Es cierto que debemos convivir con muchos –demasiados– fanáticos, pero no podemos caer
en la copia inconsciente de esa aberración, por mucho que el absurdo que nos rige haga que
ocupe más tiempo y espacio que las obras nobles y productivas para la Humanidad. Debemos
mantener nuestra integridad moral, y convertirnos en seres humanos cabales y con auténticas
convicciones.