P. M. Sweezy - M. Dobb - K. Takahashi R. M. H I LT o N - C. H Ill - G. L e F e B V R e

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P. M. S w e e z y - M. D o b b - K.

T a k a h a s h i
R. M. H ilt o n - C. H ill - G. L e f e b v r e

La Transición del
Feudalismo al Capitalismo

6 .a e d ic ió n
T r a d u cc ió n d e R a m ó n P a d illa
Título original:
The transition from feudalism lo capilalism

Cubierta: César Bobis

1. " edición: Ciencia Nueva, 1967


2. a edición: Ciencia Nueva, 1968
3. a edición: Artiach Editorial, 1972
4. a edición: Artiach Editorial, 1973
5. a edición: Editorial Ayuso, 1975
6. a edición: Editorial Ayuso, 1976

© Science & Society, New York


(c Editorial Ayuso, 1975
San Bernardo, 34 - Madrid-8
I. S. B. N. 84-336-0095-8
Depósito legal: M. 35.662-1976
Imprime: Técnicas Gráficas, S. L.
Las Matas, 5 - Madrid-29
ADVERTENCIA INICIAL DEL TRADUCTOR

A los peligros de traducir cualquier obra centrada en un


debate metodológico se añade, en este caso, el hecho de que
la discusión gire en torno al feudalism o, problem a m uy can­
dente, por una parte, y, por otra, de una diversidad geográfica
tal que hace algunos conceptos ingleses, franceses o alemanes
cuasi intraducibies al español, ya que ciertas instituciones apa­
recen sólo en ciertos países y no están más que em parentadas
con las de otros, lo que im pide una traducción totalm ente di­
recta. En esos casos, y a fin de que esta traducción sea lo más
ú til posible al lector español, he rehuido la solución tecnicista,
que consistiría en dejar una serie de térm inos en su idioma
original, y he em pleado los que más se le aproxim an en el con­
texto de la E dad Media española. Así, he traducido «demesne»
( dom inios principales del señor, que éste explota directa o in­
directam ente y bajo cuya jurisdicción se hallan) por dom inio
del señor, o, en su caso, «tenae dominicatae» o «indominica-
tae»; «burghers» (m iem bros de la clase dom inante en las ciu­
dades) por «burgueses» — rehuyendo, sin embargo, el térm ino
«burguesía», que podría inducir a más de una confusión—, etc.
Igualm ente, por lo que se refiere a las citas de los clásicos
del m arxism o o de la Historia. Siem pre que m e ha sido posi­
ble he citado conform e a las traducciones al castellano más di­
fundidas y, a m i entender, más autorizadas. Así, todas las re­
ferencias a «El Capital» de K. Marx, que en la edición inglesa
rem iten a la edición de K err (Chicago, 3 vols., 1906-1909), rem i­
ten aquí a una traducción tan autorizada com o es la de W en­
ceslao Roces (México. Fondo de C ultura Económ ica, 3 volúm e­
nes, 1964-1965), pese a ligeras diferencias de criterio sobre el
em pleo de ciertos térm inos como, a veces, «condiciones de pro­
ducción», en lugar de «medios de producción», etc.
Para las citas de otras obras de Marx o Engels he em plea­
do, siem pre que m e ha sido posible, la edición de las «Obras
Escogidas», preparada por E ditorial Progreso» (Moscú [s.d.],
2 veis.). E n otros casos, com o las referencias a la «Correspon­
dencia» entre Marx y Engels, la traducción es mía a partir del
inglés, y mía es, pues, toda la responsabilidad.
Debo m anifestar aquí m i agradecim iento a m i buen amigo,
m edievalista y profesor de H unter College de Nueva Y ork, Mi­
guel tíarceló, que en todo m om ento m e ha ayudado a resolver
los espinosos problem as relativos a la versión española de con­
ceptos feudales a que antes aludí. Sin embargo, tam bién en este
caso la responsabilidad por el em pleo de determ inados voca­
blos es sólo mía; por tanto, cualquier error sólo a m í debe
im putársem e.
R. P.

X
PREFACIO

Difícilm ente podrán los historiadores de cualquier tenden­


cia d ejar de sentirse interesados por las cuestiones de que tra ta
el presente debate. Sin em bargo, es posible que quienes no se
dedican al estudio de la historia consideren que la decadencia
del feudalism o y los orígenes del capitalism o son problem as
rem otos y académ icos. Pero hoy m ism o hay m uchas p artes del
m undo er. las que estos problem as constituyen cuestiones po­
líticas actuales, como indica el vivo interés que este debate ha
despertado, p or ejem plo, en la India y el Japón '. En estos paí­
ses la influencia de las supervivencias feudales y sus relaciones
con el capitalism o y con el retraso del desarrollo, constituyen
problem as urgentes de la h istoria que se está haciendo. Incluso
en la Gran B retaña y los Estados Unidos, todo aquel que se
interese p or la H istoria debe considerar evidente que el estu-

1 Además de la atención que despertó el debate en la Economic Re-


view (Revista de Economía) de Tokyo (véase el artículo que se incluye
más adelante), se publicó un número especial de Pensamiento (Shiso,
julio de 1951), de Tokyo, dedicado a este tema y otros afines; también
se publicó un artículo en la Revista de Economía de la Universidad de
Kyoto, número de abril de 1953. Además, se ha reseñado extensamente
el debate en la revista italiana Cultura e Realta (números 3 y 4, pági­
nas 140 a 180), y en la checoslovaca Ceskoslovensky Cesopis Historicky
(1953, vol. 1, núm. 3, págs. 398 a 401). Quizá interese también al lector
consultar un articulo del profesor H. K. Takahashi en Revue Historique
(octubre-diciembre 1953, pág. 229), en el que se comentan problemas
análogos en la historia:-del Japón y, especialmente, de la Restauración
Meiji de 1866.
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

dio de la form a (o las form as) en que nació el capitalism o del


sistem a social que lo precedió es algo pertinente, por no decir
esencial, p ara com prender el capitalism o de hoy.
Existe un m otivo especial para que el estudioso del m ar­
xismo sienta interés por los problem as que en el presente vo­
lum en se debaten: el hecho de que todos ellos estén íntim a­
m ente relacionados con la cuestión clave de la revolución b u r­
guesa en In g laterra. La revolución burguesa no sólo constituye
para los m arxistas una parte im portantísim a de la tradición
dem ocrátíco-revolucionaria inglesa, sino que sus características
peculiares explican m uchas cosas que, de no ser por ellas, pa­
recerían enigm áticas en el contexto de la evolución del capita­
lismo b ritánico en épocas m ás recientes. Acerca de este pro­
blem a de la revolución burguesa en Inglaterra se han produ­
cido considerables divergencias de criterio, y es posible que to­
davía existan entre los m arxistas ingleses, pese a las conversa­
ciones celebradas durante los últim os años y que m ás adelante
m enciona C hristopher Hill (quien ha hecho una gran labor y
ha contribuido mucho a aclarar la confusión). Si se tuviera que
resum ir lo que representan esas divergencias, podría decirse
que se cen tran en torno a las tres opiniones principales si­
guientes.
En p rim er lugar, la de que en Inglaterra no ocurrió un
acontecim iento central que pueda calificarse (como se cali­
fica a la Revolución Francesa de 1789) de la Revolución b u r­
guesa (la Revolución en el sentido de una transform ación cru­
cial del poder de cada clase y del carácter del Estado). En lu­
gar de esto, hubo toda una serie de com bates de poca im por­
tancia y transform aciones parciales, entre los cuales deben in­
cluirse, en pie de igualdad con la guerra civil del siglo xvii, los
acontecim ientos de 1485 y 1688, así como la reform a del P ar­
lam ento en 1832. Esto parece constituir una idea de «excepcio-
nalidad» de In glaterra que se acerca m ucho a la que defien­
den los p artid arios burgueses y socialdem ócratas de las ideas
de «.continuidad» y «gradualism o».
En segundo lugar, la opinión de que el poder político ha-

10
M. DOBB

bía pasado ya, en lo esencial, a m anos de la burguesía antes de


la época de los Tudor, o por lo m enos, antes del reinado de
Isabel I, y de que lo acontecido a p a rtir de 1640 representó la
prevención y la liquidación de una contrarrevolución m ontada
en los círculos de la Corte contra el dom inio de la burguesía.
A m enos que los defensores de esta opinión puedan señalar al­
gún acontecim iento (o serie de acontecim ientos) an terio r que
constituya el traspaso crucial del poder, tendrán, inevitable­
m ente, que co m partir con los defensores de la opinión m en­
cionada en p rim er lugar su negativa de que en Inglaterra se
diera una revolución burguesa con características excepcio­
nales.
La tercera opinión es la de que en el siglo xvi p arte de la
sociedad inglesa seguía siendo predom inantem ente feudal, y el
E stado seguía siendo una E stado feudal, y que la revolución
de Cromwell representó LA revolución burguesa. E sta fue la
in terp retació n que sugirió C hristopher Hill (basándose en su
conocim iento de la labor de los historiadores soviéticos del pe­
ríodo) 12 en su folleto The English Revolution 1640 (La revolu­
ción inglesa de 1640, Londres. Laurence and W ishart, 1940), y
que entonces criticó un reseñista en la revista Labour-Monthly.
A m itad de camino, entre estas dos opiniones y la tercera,
se encuentra la que sugiere el Dr. Sweezy en el segundo de sus
artículos infra: la de que, en cuanto a la form a del E stado y
al sistem a económico, la Inglaterra de los Tudor y los Estuar-
do rep resen tab a algo situado a m itad de cam ino entre el feu­
dalism o y el capitalism o.
Cuestiones como la del régim en de producción de la época,
en las que se centra todo el debate de las páginas siguientes,
están estrecham ente relacionadas con las ya expuestas: por
ejem plo, las cuestiones de cómo y cuándo puede decirse que

1 Véase su artículo «Soviet Interpretations of the English Interreg-


num» (Interpretaciones Soviéticas del Interregno Inglés) en Economic
History Review, 1938. Compárese también con C. H ill, «Historians on
the Rise of British Capitalism» (Opiniones de Historiadores Sobre la
Ascensión del Capitalismo Británico) en Science and Society (otoño de
1950, pág. 307).
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

term ina el régim en feudal de producción; la del carácter y la


función del «capital com ercial» y la de la posición de los la­
briegos. A mi juicio, uno de los principales obstáculos al recto
entendim iento de este problem a ha sido la equivocadísim a in­
terpretación de la función del capital com ercial en la tran si­
ción, e rro r que —debe señalarse— ocupaba un destacado lu­
g ar en las ideas de M. N. Pokrovsky, que debatieron y critica­
ron los h istoriadores soviéticos hace veinte años o m ás. Me re ­
fiero a la idea de que el capital com ercial, representado por
los grandes com erciantes de las ligas com erciales y las com ­
pañías de exportación, fue al m ism o tiem po el principal disol­
vente del feudalism o y el pionero del «capitalism o industrial»,
y de que a m itad del cam ino entre el feudalism o m edieval y la
revolución in d ustrial m oderna se encontraba un sistem a bien
difeienciado de «capitalism o comercial». En cam bio, considero
que el em pleo que hace el profesor Takahashi del contraste
en tre la revolución burguesa «desde abajo» y «desde arriba»,
en el estudio com parativo del desarrollo capitalista en distin­
tos países, aclara m uchas cosas.
N adie puede asegurar que se hayan llegado a resolver defi­
nitivam ente estos problem as; p ara em pezar, todavía falta m u­
cho p or investigar acerca de las cuestiones que se plantean en
estas páginas. Al m ism o tiem po, pocos podrán negar que este
debate no sólo se ha servido p ara ac la rar cuáles son los pro­
blem as cuya solución requiere seguir investigando, sino tam ­
bién para ilu m inar m uchos aspectos oscuros. En todo caso, el
que firm a estas líneas ve ahora las principales cuestiones con
m ayor claridad. E spero que p a ra los lectores que no com par­
tan las ideas básicas de los participantes esta obra sirva de de­
m ostración de la eficacia renovadora del m arxism o com o mé­
todo histórico y p ara re fu tar las acusaciones de dogm atism o
—de d ar soluciones estereotipadas a una serie de problem as
hechos a m edida— que tan vulgarm ente se le hacen. E ra in­
evitable que, dada la condición de m arxistas de los participan­
tes en el debate, éste haya situado los problem as y las solucio­
nes d en tro de las ideas generales del m aterialism o histórico y

12
M. I)OBB

haya utilizado éstas com o m arco de referencia p ara las solu­


ciones que se ofrecen a determ inados problem as. Pero lo que
interesa en últim o térm ino es la propia realidad histórica, y
los detalles del debate deben d em o strar con prístin a evidencia
que no se tra ta en absoluto de acum ular datos en un lecho,
com o el de Procrusto, de fórm ulas hechas a m edida.

MAURICE DOBB

Febrero de 1954.

Al d ar am ablem ente perm iso p ara que se publiquen en este


volum en sus propias colaboraciones, el Dr. Sweezy pide que se
deje claro que no se considera experto en el período sobre el
que versa el debate, que no tiene, en absoluto, ideas inam ovi­
bles sobre ningún aspecto del tem a, y que en todo el debate
no se ha propuesto sino p lan tear problem as y no d ar solu­
ciones.

13
1. COMENTARIO CRITICO

Vivirnos en el período de la transición del capitalism o al


socialism o, hecho que hace especialm ente interesantes los es­
tudios sobre las anteriores transiciones de un sistem a social a
otro. E ste es uno de los m uchos m otivos p o r los que el libro
de M aurice Dobb, Studies in the D evelopm ent o f Capitalism
(E studios sobre el D esarrollo del Capitalism o), es tan o p o rtu ­
no y tan im portante. Un tercio, aproxim adam ente, del volum en
está dedicado a la decadencia del feudalism o y la ascensión
del capitalism o. En el presente artículo atenderé exclusivam en­
te a ese aspecto de la obra de Dobb.

1) Definición que del feudalism o hace Dobh.

Dobb define el feudalism o com o algo «virtualm ente idén­


tico a lo que solem os llam ar servidum bre: una obligación im ­
puesta al p ro d u cto r p o r la fuerza y sin ten er en cuenta su p ro ­
pia voluntad, de satisfacer ciertas exigencias económ icas de
un señor, exigencias que pueden ad o p tar la form a de presta­
ción de servicios o de pago de cantidades en dinero o en p ro ­
ductos» (pág. 35). Conform e a esta definición, Dobb utiliza a

' Londres: Rutledge and Kegan Paul; Nueva York: International


Publishers, 1946.
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

lo largo de su libro los térm inos «feudalismo» y «servidum ­


bre» como prácticam ente intercam biables.
E sta definición me parece defectuosa porque no identifica
un sistem a de producción. En sistem as que evidentem ente no
son feudales puede darse un cierto grado de servidum bre; e in­
cluso com o relación dom inante de producción la servidum bre
ha ido unida, en distintas épocas y distintas regiones, a distin­
tas form as de organización económica. Por ejem plo, Engels
escribía en una de sus últim as cartas a Marx: «Sin duda, la
servidum bre y la esclavitud no constituyen una form a especí­
ficam ente m edieval-feudal, [pues] las encontram os en todos o
casi todos los sitios en que los conquistadores obligan a los
h ab itan tes an teriores a ellos a que les cultiven las tie rra s » 2. De
esto se sigue, a mi entender, que el concepto de feudalism o,
tal como lo define Dobb, es dem asiado general p ara que se
pueda aplicar de form a inm ediata al estudio de una región de­
term inada en un m om ento determ inado. O dicho en otros té r­
minos, que Dobb no define en realidad un sistem a social, sino
una fam ilia de sistem as sociales, todos los cuales se basan en
la servidum bre. Cuando estudiam os problem as históricos es­
pecíficos, debem os saber no sólo que nos ocupam os del feu­
dalism o, sino tam bién de qué m iem bro de la fam ilia se trata.
Como es lógico, lo que m ás interesa a Dobb es el feudalis­
mo de E uropa occidental, dado que esa fue la región en que
nació y m aduró el capitalism o. Por ende, me parece que debe­
ría indicar con absoluta claridad las características que con­
sidera principales del feudalism o de E uropa occidental y h a­
cer a continuación un análisis teórico de las leyes y tendencias
de un sistem a que tiene esas características principales. Más
adelante in ten taré dem ostrar que por no seguir este rum bo
desem boca en varias generalizaciones dudosas. Además, creo
que a esa m ism a razón se debe la form a en que Dobb invoca
a m enudo datos procedentes de diversas regiones y distintos
períodos en apoyo de argum entos que se aplican a E uropa oc­
2 Marx-E ngels, Selected Correspondence (Correspondencia Escogi­
da), págs. 411 y ss. (N. del T. No hay traducción española que yo sepa).

16
P. M. SWEEZY

cidental y que sólo se pueden d em o strar en térm inos de la ex­


periencia europea occidental.
Claro que con esto no quiero decir que Dobb no esté p er­
fectam ente fam iliarizado con el feudalism o de E uropa occi­
dental. E n cierto m om ento (págs. 36 y ss.) da u n esquem a con­
ciso de sus características m ás im portantes: 1) «bajo nivel de
la técnica, en el cual los instrum entos de producción son sen­
cillos y, p o r lo general, b arato s, y el acto de producción tiene
un carácter en gran m edida individual; dado que la división
del trab a jo se encuentra en una fase m uy prim itiva de desarro­
llo»; 2) «producción p a ra satisfacer las necesidades inm edia­
tas del hogar o de la com unidad aldeana, y no las de u n m er­
cado m ás am plio»; 3) «cultivo de las «terrae in dom inicatae»:
cultivo de las tierras del señor, frecuentem ente a considera­
ble escala, m ediante la prestación obligatoria de servicios»;
4) «descentralización política»; 5) «usufructo condicional de
la tie rra p o r los señores, en tenencia a cam bio de cierto tipo
de servicios»; 6) «posesión p o r el señor de funciones judicia­
les o cuasi judiciales respecto de la población dependiente de
él». Dobb califica el sistem a que tenga todas estas caracterís­
ticas de fo rm a «clásica» del feudalism o, pero las posibilidades
de confusión serían m enos si se calificara de su form a en Eu­
ro p a occidental. El hecho de que el «régim en feudal de p ro ­
ducción no se lim itara a esta form a clásica» constituye, a lo
que parece, el m otivo de que Dobb no haya analizado m ás a
fondo su estru c tu ra y sus tendencias. A mi juicio, sin em bargo,
es esencial llevar a cabo dicho análisis si querem os evitar la
confusión en n u estra tentativa de descubrir las causas de la
caída del feudalism o en E uropa occidental. 2

2) La teoría del feudalism o de Europa occidental.

Podem os, a p a rtir de la descripción de Dobb, definir el feu­


dalism o de E u ropa occidental com o u n sistem a económ ico en
el que la principal relación de producción es la servidum bre y
2

17
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

en el que la producción se organiza en las tierras indom inica-


tae del señor y en torno a ellas. M erece la pena señalar que
esta definición no im plica u n a «economía natural» ni la ausen­
cia de transacciones en dinero o de cálculo en dinero. Lo que
sí im plica es que la m ayoría de los m ercados son locales y que
aunque no ha desaparecido forzosam ente el com ercio a larga
distancia, no desem peña una función determ inante en cuanto
a los objetivos ni los m étodos de producción. La característica
crucial del feudalism o en este sentido es la de ser u n sistem a
de producción para el uso. Se conocen las necesidades de la
com unidad y la producción se planea y organiza con m iras a
satisfacer esas necesidades, lo que tiene consecuencias de enor­
m e im portancia. Como dijo M arx en E l Capital, «... es eviden­
te que en aquellas sociedades económ icas en que no predo­
m ina el valor de cam bio, sino el valor de uso del producto, el
trab a jo excedente se halla circunscrito a un sector m ás o m e­
nos am plio de necesidades, sin que del carácter m ism o de la
producción brote un ham bre insaciable de trabajo exceden­
te » 3. O sea, en o tras palabras, que no se da ninguna de las p re­
siones que existen b ajo el capitalism o p ara in tro d u cir perfec­
cionam ientos en el sistem a de producción. Las técnicas y las
form as de organización se asientan en surcos bien profundos.
E n estos casos, com o enseña el m aterialism o histórico, existe
u na m arcada tendencia a que toda la vida de la sociedad se
oriente hacia la costum bre y la tradición.
Pero no debem os concluir que un sistem a de esa índole sea
forzosam ente estable o estático. Un elem ento de inestabilidad
es la com petencia entre los señores p o r tierra s y vasallos, fac­
to res cuya sum a constituye la base del poder y del prestigio.
E sta com petencia es análoga a la que, p o r los beneficios, exis­
te b ajo el capitalism o, pero sus efectos son com pletam ente dis­
tintos. G enera un estado de guerra m ás o m enos continuo, pero

3 El Capital, I, pág. 181 (N. del T. S weezy sólo subraya las palabras
comprendidas entre «del carácter mismo» y «trabajo excedente», am­
bas inclusive. Las otras palabras subrayadas lo están en la traducción
de W. Roces, pero no en el texto inglés de S weezy).

18
P. M. SWEEZY

la consiguiente inseguridad de vidas y haciendas, en lugar de


revolucionar los m étodos de producción, com o ocurre con la
com petencia capitalista, se lim ita a acentuar la m utua depen­
dencia en tre señor y vasallo, reforzando así la estru ctu ra b á­
sica de las relaciones feudales. La guerra feudal agita, em po­
brece y agota a la sociedad, pero no m u estra tendencia alguna
a transform arla.
Se puede en co n trar u n segundo elem ento de inestabilidad
en el crecim iento dem ográfico. La estru ctu ra de las terrae in-
dom inicatae es de tal tipo que im pone lím ites al núm ero de
productores que puede em plear y al núm ero de consum idores
que puede m antener, y, al m ism o tiem po, el conservadurism o
inherente al sistem a coarta la expansión general. Claro que
esto no significa que no sea posible ningún crecim iento, sino
sólo que éste tiende a ser m ás lento que el crecim iento dem o­
gráfico. Los hijos m enores de los siervos se ven em pujados
fuera del contexto norm al de la sociedad feudal y pasan a cons­
titu ir aquella población vagabunda —que vive de lim osnas o
del bandolerism o y sum inistra la m ateria prim a p ara los ejér­
citos m ercenarios— que fue tan característica de la E dad Me­
dia. Sin em bargo, aunque esa población excedente contribuye
a la inestabilidad y a la inseguridad, no ejerce influencia crea­
dora o revolucionaria alguna sobre la sociedad fe u d a l4.
Podem os, pues, concluir que el feudalism o de E uropa occi­
dental, pese a la inestabilidad y la inseguridad crónicas, era
un sistem a firm em ente orientado a favor del m antenim iento
de determ inados m étodos y relaciones de producción. Creo que
estam os justificados al decir de él lo que dijo M arx de la In ­
dia antes de la dom inación británica: «G uerras civiles, inva­

4 Quizá se considere que el vigoroso movimiento de colonización y


bonificación de los siglos x n y x m refuta este argumento. Pero creo
que no es así. Parece que el movimiento de colonización fue un reflejo
del crecimiento del comercio y de la producción de mercancías, y no
una manifestación del poder expansivo interno de la sociedad feudal.
Véase H enri P irenne, Historia Económica y Social de la Edad Media
(México, 1939), Cap. III, Sec. II.

19
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

siones, revoluciones, conquistas, años de ham b re..., su efec­


to ... no pasó de ser superficial»5.
Creo que si Dobb hubiera tenido plenam ente en cuenta este
carácter inherentem ente conservador y resistente al cam bio del
feudalism o de E uropa occidental, se h abría visto obligado a
m odificar la teoría que presenta p a ra explicar su desintegra­
ción y decadencia al final de la Edad Media.

3) La teoría de Dobb sobre la decadencia del feudalism o.

Dobb resum e com o sigue la teoría generalm ente aceptada


de la decadencia del feudalism o:
«A m enudo se nos presenta la imagen de una econom ía m ás
o m enos estable que se desintegró debido al im pacto del co­
m ercio que actúa com o una fuerza exterior y se desarrolla fue­
ra del sistem a que acaba p o r abrum ar. Se nos da una in ter­
pretación de la transición del antiguo orden al nuevo, según
la cual, las secuencias causales dom inantes se hallan en la
esfera del intercam bio entre la econom ía del señor y el m un­
do exterior. La «economía natural» y la «economía de in ter­
cambio» son dos órdenes económicos que no pueden m ezclar­
se, y se nos dice que b asta la presencia de la ú ltim a p ara que
la p rim era em piece a disolverse» (pág. 38).
Dobb no niega la «sobresaliente im portancia» de este p ro ­
ceso: «Es, desde luego, evidente que esto estaba vinculado a
los cam bios señaladísim os que se p rodujeron al final de la
E dad Media» (pág. 38). Pero considera insuficiente esta expli­
cación porque no escarba lo bastan te a fondo en el efecto del
com ercio sobre el feudalism o. Si exam inam os el problem a con
m ás detenim iento, dice, encontrarem os que, «en realidad, pa­
rece que hay tan tas pruebas de que el crecim iento de la econo­
m ía m o n etaria per se produjo una intensificación de la servi­
dum bre com o de que ello constituyera la causa de la decaden­

s E mile B urns, compilador, A Handbook of Marxism (Londres, 1935),


página 182.

20
P. M. SWEEZY

cia del feudalism o» (pág 40). En apoyo de esta tesis cita un


volum en considerable de datos históricos, entre los cuales el
«caso m ás sobresaliente» es el del «recrudecim iento del feuda­
lismo en la E uropa oriental al final del siglo xv, la "segunda
servidum bre” que m encionó F riedrich Engels: una resurrec­
ción del antiguo sistem a fue acom pañada por el aum ento de
la producción p ara el m ercado» (pág. 39). Basándose en dichos
datos, Dobb aduce que si el único factor activo en E uropa oc­
cidental hubiera sido el auge del comercio, su resultado h a­
bría podido ser tanto la intensificación com o la desintegración
del feudalism o. Y de esto se sigue que debieron darse otros
factores p ara que el resultado fuera el que en realidad se ob­
servó.
¿Cuáles fueron esos factores? Dobb cree que pueden en­
co n trarse dentro de la propia econom ía feudal. Admite que las
«pruebas no son abundantes ni concluyentes», pero opina que
«las pruebas que poseem os indican que fue, sobre todo, la in­
eficacia del feudalism o com o sistem a de producción, ju n to
con las crecientes necesidades de ingresos de la clase dom i­
nante, la causa prim ordial de su decadencia; dado que esta
necesidad de m ayores ingresos fom entó tal aum ento de la p re­
sión sobre el p ro d u cto r que esta presión llegó a hacerse lite­
ralm ente insoportable» (pág. 42). La consecuencia de este au ­
m ento de la presión fue que «en últim o térm ino desembocó
en el agotam iento y, de hecho, la desaparición de la fuerza de
trab ajo que alim entaba el sistem a» (pág. 43).
Dicho en otros térm inos, según la teoría de Dobb, la causa
esencial del derrum bam iento del feudalism o fue la superexplo-
tación de la fuerza de trab ajo : los siervos abandonaron en
m asa las tierra s de los señores y los que perm anecieron en
ellas eran dem asiado pocos y tenían que tra b a ja r dem asiado
p ara que el sistem a pudiera m antenerse sobre las m ism as b a­
ses que antes. E stos acontecim ientos, m ás bien que el auge del
com ercio, fueron lo que forzó a la clase feudal dom inante a
ad o p tar los expedientes —conm utación de las prestaciones de
trab ajo , conversión de «terrae in dom inicatae» en «terrae do-

21
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

minicatae» p o r arrendam iento a aparceros, etc.— que, p o r úl­


timo, desem bocaron en la transform ación de las relaciones de
producción en el campo.

4) Crítica de la teoría de Dobb.

P ara que su téoría se tenga de pie, Dobb tiene que dem os­
tra r que tan to la creciente necesidad de ingresos de la clase
feudal dom inante como la huida de los siervos de la tie rra pue­
de explicarse en térm inos de fuerzas que actúan dentro del sis­
tem a feudal. Veamos cómo lo intenta.
En p rim er lugar, y p o r lo que respecta a la necesidad de
ingresos de los señores, Dobb cita varios factores que consi­
dera inherentes al sistem a feudal. Se despreciaba a los siervos,
a los que se consideraba sobre todo como fuentes de ingresos
(páginas 43 y ss.). El volum en de la clase p arasita ria tendía a
au m en tar com o consecuencia del crecim iento natu ral de las
fam ilias nobles, de la subinfeudación * y de la m ultiplicación
de los m ilites o «caballeros», todos los cuales «tenían que m an­
tenerse a costa del trab a jo excedente de la población servil».
La guerra y el bandidaje «inflaban los gastos de las casas feu­
dales» y «esparcían el despilfarro y la devastación p o r todas
partes». Por últim o, «al ir progresando la edad de la caballe­
ría, tam bién progresaban las extravagancias de las casas no­
bles con sus lujosas fiestas y sus costosas exhibiciones, que
com petían en em ulación en su culto a la m agnificentia» (p á­
gina 45).
De estos factores, dos —el desprecio de los intereses de los
siervos y el bandidaje— existieron a lo largo de todo el perío­
do, y si es cierto que se intensificaron con el paso del tiem po,
es algo que requiere explicación; no puede darse sencillam en­
te p o r algo establecido en cuanto que característica n atu ra l del
feudalism o. Pero Dobb no in ten ta en absoluto explicar esa ten­

* Concesión de beneficios, diríamos en castellano (N. del T.).

22
P. M. SWEEZY

dencia; c incluso es dudoso que la sangría especial, que con­


sidera fueron las cruzadas durante el período decisivo de la
evolución del feudalism o, fuera muy im portante. Después de
todo, los cruzados com batieron en el O riente y, como es ló­
gico, vivieron casi siem pre sobre el terreno; las cruzadas, en
cierta m edida, fueron expediciones de saqueo que acarreaban
recom pensas m ateriales a sus organizadores y a los que p a rti­
cipaban en ellas, y en gran m edida sustituían la guerra feudal
«norm al» de la época, en lugar de sum arse a ella. Creo que, en
general, estos dos factores apoyan poco la teoría de Dobb.
Sin em bargo, algo distinto ocurre p o r lo que respecta a los
otros dos factores, esto es, el m ayor volum en de la clase p ará­
sita y la creciente extravagancia de las casas nobles. En este
caso tenem os pruebas prim a facie de la necesidad de m ayores
ingresos. Lo que resulta m ás dudoso es que esto sirva de apo­
yo a la teoría de Dobb. Igual que aum entaba la clase parásita
iba aum entando la población servil. Además, a todo lo largo
de la Edad Media había abundantes tierras cultivables que po­
dían em pezarse a explotar. De ahí que, pese a su carácter ex­
trem adam ente conservador, el sistem a feudal tuviera una ex­
pansión lenta, pero constante. Si tenem os en cuenta el hecho
de que la guerra hacía la m ayoría de sus víctim as entre las cla­
ses superiores (ya que eran las únicas a las que se perm itía
p o rtar arm as), podem os muy bien dudar que se p ro d u jera un
aum ento relativo considerable del núm ero de personas p erte­
necientes a la clase parasitaria. M ientras no tengam os pruebas
objetivas y claras de lo uno o lo otro, es evidente que no po­
drem os atrib u ir, de form a justificada, un peso definitivo a este
factor.
P or o tra parte, no existen m otivos p ara d u d ar de que sea
cierta la creciente extravagancia de la clase feudal dom inante:
en este caso abundan las pruebas y todas ellas apuntan a lo
mismo. Pero, ¿co n stitu ía esta creciente extravagancia una ten­
dencia que pueda explicarse por el carácter del sistem a feudal,
o refleja algo que ocurría fuera del sistem a feudal? Me parece
que, en general, deberíam os suponer que se tra ta de esto úl­

23
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

tim o. Incluso bajo un sistem a tan dinám ico com o el capitalis­


mo, las m odificaciones espontáneas en los gustos de los con­
sum idores revisten una im portancia m ín im a 6, y debemos su­
poner que eso m ism o ocurriría, a fortiori, en una sociedad
o rien tad a hacia lo tradicional, como era la feudal. Además,
cuando investigam os lo que ocurría fuera del sistem a feudal,
encontram os abundantes razones p ara la extravagancia cre­
ciente de la clase feudal dom inante: la rápida expansión del
com ercio a p a rtir del siglo xi puso a su alcance una cantidad
y u na variedad cada vez m ayores de bienes. Dobb reconoce la
existencia de esta relación entre el com ercio y las necesidades
de la ciase feudal dom inante, pero m e parece que pasa p o r en­
cim a de ella con excesiva ligereza. Si la hubiera dado la im ­
portancia que merece, le h ab ría sido difícil m antener que la
creciente extravagancia de la clase dom inante se debía a cau­
sas in tern as del sistem a feudal.
Pasem os ahora al problem a de la huida de los siervos de
la tierra. Poca duda cabe de que ésta fue una de las causas im ­
p o rtan tes de la crisis de la econom ía feudal que caracterizó al
siglo xiv. Dobb supone que se debió a la opresión de los seño­
res (que, a su vez, se originaba en su necesidad cada vez m a­
yor de ingresos), y, por tanto, que puede explicarse en térm i­
nos de un proceso interno del sistem a feudal. Pero, ¿ logra p re­
sen tar esta suposición de form a convincente?7.
A mi juicio, no. Los siervos no podían abandonar las tie­

‘ Así, por ejemplo, Schumpeter se siente justificado al suponer que


bajo el capitalismo «la iniciativa de los consumidores en cuanto a cam­
biar sus gustos... es inapreciable, y que todo cambio en el gusto del
consumidor coincide con la acción del productor y es resultado de ella».
Business Cycíes (Nueva York, 1939), I, pág. 73. No hace falta decir que
esta suposición está plenamente de acuerdo con la teoría marxista de
la primacía de la producción sobre el consumo.
7 Debe hacerse hincapié en que se trata de una suposición y no de
un hecho establecido. Rodney H ilton, estudioso de la historia econó­
mica de la Edad Media, de quien Dobb se declara acreedor en el Prefa­
cio, manifiesta en una reseña que «no se puede decir en absoluto que
existan pruebas estadísticas suficientes de que un número considerable
de campesinos se marchara de sus tierras por los motivos que se indi­
can [esto es, condiciones intolerables de opresión]», en Modern Quar-
terly, II (verano de 1947), pág. 268.

24
P. M. SWEEZY

rra s del señor sin m ás ni m ás, por muy exigentes que se vol­
vieran los señores, a m enos que tuvieran algún sitio al que di­
rigirse. Cierto es, como he dicho m ás arriba, que la sociedad
feudal tiende a generar un excedente de población vagabunda,
pero ésta, constituida por las heces de la sociedad, está inte­
g rada p or aquellos que no tienen sitio en las tierras del señor,
y resu lta poco realista suponer que núm eros considerables de
siervos ab andonaran deliberadam ente sus parcelas p ara des­
cender al últim o peldaño de la escala social.
Sin em bargo, todo el problem a adquiere un aspecto to tal­
m ente nuevo —al que Dobb p resta una atención que sorpren­
de por lo escasa— cuando recordam os que la huida de los sier­
vos ocurrió al m ism o tiem po que crecían las ciudades, espe­
cialm ente en los siglos x n y x m . No cabe duda de que las ciu­
dades en rápido crecim iento —que ofrecían libertad, em pleo y
m ás categoría social— sirvieron de potente im án a la pobla­
ción ru ral oprim ida. Y los propios burgueses, que necesitaban
m ás m ano de obra y m ás soldados p ara reforzar su potencial
m ilitar, hicieron todo lo posible para facilitar a los siervos la
huida de la jurisdicción de sus am os. «A menudo», com entaba
Marx en u na de sus últim as cartas a Engels, «la form a en que
los burgueses invitan en el siglo x i i a los cam pesinos a que es­
capen a las ciudades resulta m uy patética» 8. En este contexto
se aprecia que el m ovim iento de alejam iento de la tierra, que
de otro m odo resu ltaría incom prensible, es una consecuencia
n atu ra l del auge de las ciudades. Sin duda, la opresión que
m enciona Dobb constituía un im portante factor que predispo­
nía a los siervos a la huida, pero es m uy dudoso que p o r sí
solo hubiera podido jam ás producir una em igración de gran­
des p ro p o rcio n es9.

1 Correspondencia Escogida, pág. 74.


9 Como aduciré más adelante, fue la relativa ausencia de vida urba­
na en la Europa oriental lo que dejó al campesinado de aquella zona
a merced de los señores y produjo el recrudecimiento de la servidum­
bre en aquella zona durante el siglo xv. Se recordará que Dobb citó esta
«segunda servidumbre» en la Europa oriental en contra de la opinión
de que el comercio tiende forzosamente a producir la desintegración

25
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

Todavía podría salvarse la teoría de Dobb sobre las causas


internas de la decadencia del feudalism o si pudiera dem os­
trarse que el auge de las ciudades constituyó un proceso in­
terno del sistem a feudal. Pero, tal como entiendo a Dobb, no
es esto lo que m antiene. Adopta una actitud ecléctica respecto
de la cuestión del origen de las ciudades m edievales, pero re ­
conoce que su crecim iento fue, por lo general, proporcionado
a su im portancia com o centros com erciales. Dado que en modo
alguno puede considerarse que el com ercio sea una form a de
econom ía feudal, se sigue que difícilm ente puede Dobb argüir
que el auge de la vida urb an a fue consecuencia de unas causas
feudales internas.
Resum am os esta crítica de la teoría de Dobb sobre la deca­
dencia del feudalism o: como ha descuidado el análisis de las
leyes y las tendencias del feudalism o de E uropa occidental,
tom a erróneam ente p o r tendencias inm anentes una cierta evo­
lución histórica que, de hecho, sólo puede explicarse como re­
sultado de causas externas al sistem a.

5) Algo más sobre la teoría de la decadencia del feudalism o.

Aunque la teoría de Dobb sobre la decadencia del feudalis­


mo me parece poco satisfactoria en varios aspectos, creo, no
obstante, que ha aportado una im portante contribución a la
solución del problem a. La m ayor parte de sus críticas concre­
tas de las teorías tradicionales es acertada, y parece evidente
que ninguna teoría que no tenga en cuenta los factores puestos
de ielieve p or Dobb —en especial, la creciente extravagancia
de la clase dom inante y la huida de los siervos de la tierra—
podrá considerarse correcta. Por tanto, las notas y sugeren-

de la economía feudal. Ahora podemos apreciar que, en realidad, el


problema es mucho más complejo. Cerca de los centros comerciales, el
efecto sobre la economía feudal es señaladamente desintegrador; más
lejos, el efecto tiende a ser precisamente lo contrario. Esta cuestión es
muy importante y más adelante volveremos sobre ella.

26
P. M. SWEEZY

cías que siguen se deben en gran p arte a Dobb, incluso cuando


difieren de sus opiniones.
A mi juicio, Dobb no ha logrado deshacerse de la p arte de
la teoría com únm ente aceptada, según la cual el desarrollo del
com ercio constituyó la causa radical de la decadencia del feu­
dalism o. Pero ha dem ostrado que el im pacto del com ercio so­
bre el sistem a feudal es m ás com plicado que lo que se solía
creer: la idea de que com ercio es igual a «economía m oneta­
ria», y de que la econom ía m onetaria constituye un disolvente
n atu ra l de las relaciones feudales es dem asiado simple. In ten ­
tem os explorar m ás a fondo la relación entre el com ercio y la
economía fe u d a l10.
Creo que el conflicto m ás im portante a este respecto no es
el que se da entre «economía m onetaria» y «economía n atu ­
ral», sino el que se da entre la producción para el m ercado y
la producción para el uso. Deberíam os hacer lo posible por
descubrir el proceso m ediante el cual engendró el com ercio
un sistem a de producción p ara el m ercado, y luego seguir la
h isto ria del im pacto de este sistem a sobre el anterior feudal
de producción p ara el uso.
Toda econom ía que no sea absolutam ente prim itiva requie­
re un cierto volum en de com ercio. Así, pues, los m ercados lo­
cales de las aldeas y los buhoneros am bulantes de la Edad Me­
dia europea constituían m ás bien apoyos del sistem a feudal
que am enazas a éste: satisfacían necesidades esenciales sin al­
canzar un volum en cuyas dim ensiones pudieran afectar a la
10 Debe señalarse que el problema del crecimiento del comercio du­
rante la Edad Media es, en principio, algo distinto del problema de la
decadencia del feudalismo. Si se reconoce que aumentó el comercio,
por los motivos que fuese, era inevitable que ello influyera de algún
modo sobre el feudalismo. No hay espacio aquí para debatir los moti­
vos del crecimiento del comercio; me limitaré a decir que la teoría de
P irenne —que hace hincapié en la reapertura del Mediterráneo a la na­
vegación desde los puertos occidentales y en dirección a ellos durante
el siglo XI, y la explotación por los escandinavos de las rutas comercia­
les desde el Mar del Norte y el Báltico, por Rusia, hasta el Mar Negro
a partir del siglo x— me parece muy convincente. Pero, sin duda, no
hace falta aceptar la teoría de P irenne para convenir en que el incre­
mento del comercio constituyó el factor decisivo que produjo la deca­
dencia del feudalismo de Europa occidental.

27
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

estru ctu ra de las relaciones económicas. Cuando comenzó la


expansión del com ercio en el siglo x (o, quizá, incluso antes),
fue en la esfera del intercam bio a larga distancia, y no p u ra ­
m ente local, de bienes relativam ente caros que podían absor­
b er los elevadísim os gastos de tran sp o rte de la época. Mien­
tras este desarrollo del com ercio se m antuvo dentro de la for­
m a que podría calificarse de buhonería, sus efectos fueron re ­
ducidos, como era inevitable. Pero cuando pasó de esta fase
y comenzó a tener p o r resultado el establecim iento de centros
de com ercio y de transbordo de m ercancías, se in trodujo un
factor cuantitativam ente nuevo. Pues aunque dichos centros
se basaban en el intercam bio a gran distancia, se convirtieron
inevitablem ente en generadores de producción de m ercancías
p o r derecho propio. Su aprovisionam iento tenía que venir del
cam po circundante; y sus artesanías, que incorporaban una
form a m ás elevada de especialización y división del trab ajo
que todo lo conocido en la econom ía señorial, no sólo abas­
tecían a la población de la propia ciudad de los productos ne­
cesarios, sino que tam bién sum inistraban m ercancías que la
población ru ral podía com prar con el producto de sus ventas
en el m ercado de la ciudad. Al ir desarrollándose este proce­
so, las transacciones de quienes com erciaban a gran distancia,
que constituían la sem illa de la que surgieron los centros co­
m erciales, perdieron su excepcional im portancia y es proba­
ble que, en la m ayoría de los casos, llegaran a ocupar un lugar
secundario en la econom ía de las ciudades.
Así vemos cómo podía el com ercio a gran distancia ser una
fuerza creadora que engendraba un sistem a de producción
p ara el intercam bio al lado del antiguo sistem a feudal de p ro ­
ducción p ara el uso Una vez yuxtapuestos, estos dos siste-

" A este respecto, es importante que se reconozca que el contraste


entre las dos formas de economía no es, en absoluto, idéntico al con­
traste entre la ciudad y el campo. En la economía de intercambio se
incluye tanto la producción rural para el mercado como la urbana. De
ahí que la relativa importancia de las dos formas de economía nunca
pueda medirse por un índice sencillo como la proporción entre la po­
blación urbana y la rural.

28
P. M. SWEEZY

m as com enzaron a influirse m utuam ente. Exam inem os algu­


nas de las corrientes de influencia que pasan entre la econo­
m ía de intercam bio y la econom ía p ara el uso.
E n p rim er lugar, y quizá sea lo m ás im portante, la inefica­
cia de la organización señorial de la producción —que, pro­
bablem ente, no reconoció nadie, o a la que, p o r lo m enos, na­
die p restó atención alguna m ientras no tuvo rivales— quedaba
ah ora revelada claram ente p o r el contraste con un sistem a m ás
racional de especialización y de división del trabajo. R esultaba
m ás b arato co m prar los bienes m anufacturados que hacerlos
uno m ismo, y esta presión p o r com prar engendró una presión
p o r vender. C onjuntam ente, estas presiones actuaron con gran
fuerza p ara in tro d u cir los dom inios feudales en la ó rb ita de la
econom ía de intercam bio. Pirenne pregunta: «¿De qué ser­
vían ah o ra los telares dom ésticos (gineceos), que en la sede
de cada «corte» im portante inm ovilizaban a unas cuantas do­
cenas de siervos para que fabricaran, m ucho peor que los a r­
tesanos de la vecina villa, las telas o los aperos de labranza?
Casi en todas p artes se dejó que desaparecieran en el tran s­
curso del siglo x n » 12.
En segundo lugar, la m ism a existencia del valor de inter­
cam bio com o hecho económ ico m asivo tiende a tran sfo rm ar
la actitu d de los productores. Se hace ya posible buscar la ri­
queza no en la absurda form a de un m ontón de bienes pere­
cederos, sino en la form a com odísim a y móvil de dinero o de
certificados de posesión de dinero. La posesión de riqueza se
convierte m uy pronto en un fin en sí m ism a, en una economía
de intercam bio, y esta transform ación psicológica no afecta
sólo a los directam ente im plicados, sino tam bién (aunque, sin
duda, en m enor grado) a quienes en tran en contacto con la eco­
nom ía de intercam bio. De ahí que no sólo los m ercaderes y co­
m erciantes, sino tam bién los m iem bros de la antigua sociedad
ad quieran lo que hoy calificaríam os de actitu d «verdaderam en­
te práctica» hacia los asuntos económicos. Dado que los hom ­

1! P irenne, op. cit, pág. 77.

29
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

bres de negocios siem pre necesitan m ayores ingresos, tenem os


aquí p arte de la explicación de la creciente necesidad de in­
gresos de la clase dom inante, a la que, como hem os visto, ta n ­
ta im portancia concede Dobb p ara explicar la decadencia del
feudalism o.
En tercer lugar aparece, de form a tam bién im portante al
m ism o respecto, el desarrollo de los gustos de la clase feudal
dom inante. Pirenne describe el proceso como sigue:
«En los lugares donde se difundía el com ercio nacía el de­
seo de los objetos nuevos de consum o que introducía.
«Como sucede a m enudo, la aristocracia quiso rodearse del
lujo o, cuando m enos, de las com odidades que convenían a su
condición social. Se advierte inm ediatam ente si se com para,
p o r ejem plo, la vida de un caballero del siglo xx con la de uno
del siglo x n h asta qué punto los gastos exigidos p o r la alim en­
tación, el vestido, el m obiliario y, sobre todo, el arm am ento, au ­
m entaron desde la prim era de estas épocas h asta la segunda» 13.
P robablem ente en esto tengam os la clave de la necesidad
creciente de ingresos de la clase feudal dom inante du ran te la
baja E dad Media.
P or últim o, el auge de las ciudades, que eran los centros y
las incubadoras de la econom ía de intercam bio, abrió a la po­
blación de siervos del cam po la perspectiva de una vida m ás
libre y m ejor. Sin duda, esto constituyó la causa principal de
la huida de la tie rra que Dobb considera, con razón, uno de
los factores decisivos en la decadencia del feudalism o.
Sin duda, el auge de la econom ía de intercam bio tuvo otros
efectos sobre el antiguo orden, pero creo que los cuatro que
hem os m encionado eran lo b astante generales y lo b astante
poderosos com o p ara garantizar la destrucción del sistem a de
producción an terior. La m ayor eficacia de una producción m u­
cho m ás especializada, las m ayores ganancias que se podían
conseguir m ediante la producción p ara el m ercado en lugar de
p ara el uso inm ediato, la m ayor atracción de la vida urbana 1

11 Ibíd., pág. 76.

30
P. M. SWEEZY

p a ra el trab a jad o r, todos estos factores hacían que no fuera


m ás que u n a cuestión de tiem po el que el nuevo sistem a, una
vez lo b astan te fuerte p ara vivir p o r su cuenta, ganara la b a­
talla.
Pero el triu n fo de la econom ía de intercam bio no im plica
forzosam ente el fin de la servidum bre ni de los señoríos. La
econom ía de intercam bio es com patible con la esclavitud, con
la servidum bre, con el trab a jo independiente por cuenta p ro ­
pia y con el trab a jo asalariado. La H istoria abunda en ejem ­
plos de producción p ara el m ercado por todos esos tipos de
m ano de obra. Es indiscutible que Dobb tiene razón cuando
rechaza la teo ría de que el auge del com ercio trae autom ática­
m ente consigo la liquidación de la servidum bre; y si se iden­
tifica la servidum bre con el feudalism o, lo m ism o ocurre ex de-
fin itio n e con el propio feudalism o. El hecho de que el progre­
so de la econom ía de intercam bio se produjera, en realidad,
al m ism o tiem po que la decadencia de la servidum bre, es algo
que se debe explicar; no podem os lim itarnos a darlo por des­
contado.
Creo que al analizar este problem a podem os perfectam ente
pasar p or encim a del carácter desigual de la decadencia del
feudalism o en E uropa occidental. Dobb señala que durante
cierto tiem po en algunas regiones de E uropa el progreso del
com ercio se vio acom pañado de una intensificación, y no una
relajación de los lazos de la servidum bre. No cabe duda de
que es esto cierto e im portante, y Dobb logra ac la rar una se­
rie de p arad o jas aparentes, pero no debe p erm itirse que es­
tos cam bios, tem porales y parciales, de la tendencia oscurez­
can la visión general, que es la de cómo el cultivo de las terrae
in dom inicatae por una m ano de obra servil va siendo susti­
tuido p o r la agricultura en aparcería, que utilizaba o bien
m ano de o b ra de cam pesinos independientes o (en m edida m u­
cho m enor) m ano de obra contratada. En realidad, el proble­
m a estrib a en .explicar esta tendencia básica.
Considero que en el com plejo de causas que intervienen en
esto hay dos que se destacan como decisivam ente im portantes.

31
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

E n p rim er lugar, el auge de las ciudades, que fue b astan te ge­


neral en toda E uropa occidental, tiene m ucha m ás im p o rtan ­
cia que la de proporcionar un m ero santuario a los siervos que
huían de las tierras de los señores; tam bién m odificó la situa­
ción de los que se quedaron en ellos. Es probable que, en re a­
lidad, sólo una proporción relativam ente reducida del to tal de
siervos liara su hatillo y se traslad ara a las ciudades, pero su
núm ero fue suficiente p ara hacer que la presión de los niveles
m ás elevados que se disfrutaban en las ciudades se hiciera sen­
tir eficazm ente en el cam po. Igual que tienen que subir los sa­
larios en u na zona de jornales bajos cuando los obreros tienen
u n a posibilidad de traslad a rse a o tra de jornales m ás eleva­
dos, hubo que hacer concesiones a los siervos cuando estos tu ­
vieron la posibilidad de traslad arse a las ciudades. Esas con­
cesiones, forzosam ente, tuvieron que hacerse en el sentido de
d ar m ás libertad y de tran sfo rm ar las prestaciones feudales en
ren tas en dinero.
E n segundo lugar, aunque las tierras del señor podían de­
dicarse a la producción p ara el m ercado, y en m uchos casos
así ocurrió, fundam entalm ente tenían una estru c tu ra ineficaz
e inadecuada p ara ese fin. Las técnicas eran prim itivas y la
división del trab a jo estaba subdesarrollada. Desde el punto de
vista adm inistrativo, el dom inio del señor era m uy poco m a­
nejable; sobre todo, no existía una división tajan te en tre la
producción y el consum o, de form a que casi era im posible es­
tablecer el costo de los productos. Además, el dom inio del se­
ñ o r todo se regía por la costum bre y la tradición. E sto se apli­
caba no sólo a los m étodos de cultivo, sino tam bién a la can­
tidad de trab a jo realizado y a su división entre trab a jo nece­
sario y trab a jo excedente; el siervo tenía deberes, pero tam ­
bién tenía derechos. Toda esta m asa de norm as y reglas con­
suetudinarias constituía otros tantos obstáculos a la explota­
ción racional de los recursos hum anos y m ateriales p ara con­
seguir ganancias pecuniarias ’4. T arde o tem prano había que 14
14 Parece que Dobb en muchas ocasiones pasa por encima este as­
pecto del feudalismo y supone que sólo el villano podía beneficiarse

32
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

en co n trar nuevos tipos de relaciones de producción y nuevas


form as de organización p ara satisfacer las necesidades de un
nuevo orden económico.
¿S e ve refu tad o este razonam iento p o r la «segunda servi­
dum bre» del siglo xvi y posteriores en E u ro p a occidental, en
que tan to hincapié hace Dobb? ¿A qué se debió que en este
caso el aum ento de las oportunidades de com erciar llevara a
u n a intensificación dram ática y d u rad era de los lazos de la
servidum bre?
Creo que la respuesta a estas preguntas se en co n trará en
la geografía de la segunda servidum bre, en el hecho de que el
fenóm eno se hacía m ás pronunciado y m ás severo cuanto m ás
al E ste nos alejam os del centro de la nueva econom ía de in ter­
cam bio 15. E n el centro, donde m ás d esarrollada está la vida
urb an a, el obrero agrícola tiene o tra opción ap a rte de quedar­
se en la tierra , y ésta le da, p o r así decirlo, una buena base de
negociación. Cuando la clase dom inante se vuelve hacia la p ro ­
ducción p ara el m ercado con m iras a obtener beneficios pecu-

con la abolición de la servidumbre. Tiende a olvidar que «la liberación


de los campesinos constituyó en realidad la liberación del terrateniente,
que, como a partir de entonces tenía que tratar con hombres libres que
no estaban adscritos a sus tierras, podía disponer de éstas mediante
simples contratos revocables, cuya breve duración le permitía modifi­
carlos conforme iba aumentando la renta de la tierra». P irenne, Histo­
ria de Europa desde las invasiones hasta el siglo XVI (Nueva York,
1939), pág. 533 (de la edición inglesa. Por no conocer ninguna traduc­
ción de esta obra al castellano, la nota que precede ha sido retraducida
del inglés. N. del T.).
15 P irenne da la siguiente descripción gráfica: «Al occidente del
Elba esa transformación no tuvo especiales consecuencias, aparte de
un recrudecimiento de las prestaciones de vasallaje y las medidas arbi­
trarias de todo tipo. Pero al otro lado del río, en Brandenburgo, Silesia,
Prusía, Austria, Bohemia y Hungría, se aprovechó de forma implacable.
Se privó sistemáticamente a los descendientes de los colonos libres del
siglo XIII de sus tierras y se les redujo a la condición de siervos perso­
nales (Leibeigene). La explotación a gran escala de las tierras absorbió
las que ellos poseían y les redujo a una condición servil tan parecida
a la esclavitud, que resultaba permisible vender a la persona del siervo
por separado de la tierra. A partir de mediados del siglo xvi, toda la
región al este del Elba y de los Sudetes estaba cubierta de Rittergütter
explotados por Junkers, a quienes se puede comparar, en cuanto al gra­
do de humanidad con que trataban a sus esclavos blancos, con los plan­
tadores de las Indias Occidentales». Ibíd., pág. 534.
3
33
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

niarios, le resu lta necesario re c u rrir a form as nuevas, m ás fle­


xibles y relativam ente progresivas de explotación. En cam bio,
en la p eriferia de la econom ía de intercam bio la posición rela­
tiva del terraten ien te y del obrero agrícola es m uy distinta. El
tra b a ja d o r no puede escaparse porque no tiene dónde ir; a to­
dos los fines prácticos está a m erced del señor, que, adem ás,
no ha estado som etido a la proxim idad civilizadora de la vida
urbana. Cuando la am pliación del com ercio instila un ansia
de ganancias en una clase dom inante que se encuentra en tal
situación, el resultado no es que se desarrollen nuevas form as
de explotación, sino que se intensifican las form as antiguas.
En el siguiente pasaje, M arx (aunque no se ocupe concreta­
m ente en este caso de la segunda servidum bre en E uropa orien­
tal) fue directam ente a la raíz del problem a:
«Tan p ro n to com o los pueblos cuyo régim en de producción
se venía desenvolviendo en las form as prim itivas de la escla­
vitud, prestaciones de vasallaje, etc., se ven atraídos hacia el
m ercado m undial, en el que im pera el régim en capitalista de
producción y donde se im pone a todo el interés de d a r salida
a los p roductos p ara el extranjero, los torm entos bárb aro s de
la esclavitud, de la servidum bre de la gleba, etc., se ven acre­
centados p o r los torm entos civilizados del trab a jo excedente» 16.
L.a teoría de Dobb m antiene que la decadencia del feuda­
lism o de E u ro pa occidental se debió a la superexplotación por
la clase dom inante de la fuerza de trab a jo de la sociedad. Si
lo que hem os razonado en esta sección es correcto, m e parece
que sería m ás preciso decir que la decadencia del feudalism o
en E u ro p a occidental se debió a la incapacidad de la clase do­
m inante p ara m antener su control sobre la fuerza de trab a jo
de la sociedad, y, p o r tanto, p ara superexplotarla.

“ El Capital, I, pág. 181.

34
P. M. SWEEZY

6) ¿Qué sucedió al feudalism o en E uropa occidental?

Según la cronología de Dobb, que probablem ente nadie con­


sid erará que hay que p o n er en tela de juicio, el feudalism o eu­
ropeo occidental entró en u n período de aguda crisis en el si­
glo xiv, y a p a rtir de entonces se fue desintegrando, con m ás o
m enos rapidez, en las distin tas regiones. E n cam bio, no pode­
mos h ab lar del principio del período capitalista h asta la segun­
da m itad del siglo xvi, com o m uy pronto. Ello plantea la si­
guiente pregunta: «¿Cómo podem os h ab lar del período in ter­
m edio en tre esa época [o sea, la de desintegración del feuda­
lism o] y la segunda m itad del siglo xvi, período que, según
n u estra cronología, no parece haber sido ni feudal ni capita­
lista, p o r lo que respecta al m odo de producción?» (pág. 19).
La cuestión es im p o rtan te y debem os agradecer a Dobb que la
form ule con ta n ta claridad.
La resp u esta de Dobb a su p ro p ia pregunta es titu b ean te e
indecisa (págs. 19 a 21). Es cierto que el régim en feudal de
producción «había alcanzado una fase avanzada de desintegra­
ción», que «una burguesía com ercial había ido aum entando su
riqueza y su influencia», que «en las artesanías u rbanas y en
la ascensión de los cultivadores libres (o ingenuos) acom oda­
dos y m edios se puede ap reciar u n régim en de producción que
había conseguido independizarse del feudalism o», que «la m a­
yoría de los pequeños ap arcero s... pagaban una re n ta en di­
nero» y que «casi todas las fincas estaban cultivadas p o r m ano
de o b ra co ntratada». Pero Dobb expresa reservas respecto de
casi todas estas declaraciones y acaba diciendo que «las rela­
ciones sociales en el cam po entre los productores y sus dueños
y señores conservaron gran p arte de su ca rác te r m edieval, y
persistió g ran p arte, p o r lo m enos, de la estru c tu ra básica del
orden feudal». O sea, dicho en otros térm inos, que la respuesta
de Dobb, a m i juicio, consiste en decir que, después de todo,
el período era feudal.
Pero esta respuesta no resu lta m uy satisfactoria. Si hay que

35
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

co n sid erar feudal el período, incluso desde el punto de vista


de la definición general de Dobb, entonces, com o m ínim o, de­
bería e sta r caracterizado p o r la continuación del predom inio
de la servidum bre en el cam po. Y, sin em bargo, la opinión de
que este período fue precisam ente aquel en que decayó la ser­
vidum bre h asta alcanzar proporciones relativam ente reduci­
das en toda E uropa se basa en una firm e autoridad:
«En In g laterra [escribía M arx], la servidum bre había des­
aparecido ya, de hecho, en los últim os años del siglo xiv. En
esta época, y m ás todavía en el transcurso del siglo xv, la in­
m ensa m ayoría de la población se com ponía de cam pesinos
libres, dueños de la tie rra que trab a jab an , cualquiera que fue­
se la etiq u eta feudal bajo la que ocultasen su propiedad» 17.
Parece que M arx experim entaba reservas acerca de la di­
fusión que esto tuvo en el continente, pero debe haberlas aban­
donado antes de m orir. A fines de 1882, tres m eses antes de
m o rir Marx, Engels escribió una m onografía sobre la Mark, el
antiguo sistem a alem án de tenencia de tierras. Envió el m a­
n u scrito a M arx con el siguiente com entario: «La cuestión de
la desaparición casi to tal (Z u rü cktreten ) de la servidum bre
—de hecho o de derecho— en los siglos x m y xiv m e parece
im p o rtantísim a, ya que an terio rm en te expresaste u n a opinión
opuesta al respecto» 18. Dos días después contestaba Marx: «Te
devuelvo el m anuscrito: m u y bueno» I9. Y Engels replicó: «Ce­
lebro que en esta h isto ria de la servidum bre "hayam os llegado
a un acu erd o ”, com o se dice en los negocios» 20.
E stos pasajes dem uestran que M arx y Engels habían llega­
do a la conclusión de que p ara el siglo xv las form as feudales
se h ab ían quedado en gran m edida sin contenido, y que la ser­
vidum bre había dejado de ser la relación de producción dom i­
nante en toda E uropa occidental. En los datos que cita Dobb

’’ Ibíd., I, pág. 610.


11 Correspondencia Escogida, pág. 408.
” Briefwechsel, edición del Instituto Marx-Engels-Lenin , IV, pági­
na 694. Esta carta no está incluida en la Correspondencia Escogida.
” Correspondencia Escogida, pág. 411.

36
P. M. SWEEZY

no hay nada que m e convenza de que sea justificable volver


a trá s sobre ese juicio.
Dobb p o d ría responder que no está en desacuerdo, que re ­
conoce que, en general, desapareció la servidum bre, y que cuan­
do caracteriza ese período como esencialm ente feudal se basa
en el hecho de que el cam pesino todavía sufría u n a lim itación
de m ovim ientos y en m uchos respectos seguía dependiendo del
terrateniente. Creo que lo que dice (en las págs. 65 y 66) podría
in terp re tarse en ese sentido, y C hristopher Hill, que se encuen­
tra en buena posición p a ra saber lo que quiere decir Dobb,
apoya esta interpretación. Según Hill:
«La definición que da el señor Dobb del feudalism o le p er­
m ite d ejar claro cómo era la In g laterra ru ra l de los siglos xv
y xvi. Rechaza la teoría que identifica el feudalism o con los
servicios en trab a jo y atribuye una im portancia fundam ental
a la abolición de la servidum bre en Inglaterra. El señor Dobb
dem uestra que los cam pesinos que pagan una ren ta en dinero
(la inm ensa m ayoría del cam po inglés en el siglo xvi) pueden
depender de otros m odos, num erosísim os, del terrateniente
bajo quien viven... En la In g laterra del siglo xvi se iban di­
fundiendo las relaciones capitalistas en la agricultura, pero en
la m ayor p arte del país la relación de explotación dom inante
seguía siendo la feudal... Lo que im porta no es la form a ju ­
rídica de la relación entre el señor y el cam pesino, sino el con­
tenido económico de esta relación» 11.
Me parece que el e stira r de esta form a el concepto de feu­
dalism o equivale a privarlo de la calidad de precisión que es
esencial p ara que algo sea ú til científicam ente. Si el hecho de
que los aparceros están explotados p o r el terraten ien te y «de
m odos num erosísim os» dependen de éste, constituye la m arca
de fábrica del feudalism o, tendríam os que concluir, p o r ejem ­
plo, que ciertas regiones de los Estados Unidos en la actuali­
dad son feudales. Esa descripción podría estar justificada para
fines periodísticos, pero si tenem os que p a rtir de ahí y con-

“ The Modern Quarlerly, II (verano de 1947), pág. 269.

37
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

cluim os que el sistem a económico en que viven esas regiones


en los E stados Unidos actuales es, en aspectos fundam entales,
idéntica al sistem a económ ico de la E dad M edia en Europa,
estam os abocados a ú n a grave confusión. Creo que lo m ism o
puede decirse, aunque es evidente que en m enor grado, de la
suposición de una identidad fundam ental entre el sistem a eco­
nóm ico de la In g laterra del siglo xvi y el sistem a económico
de la In g laterra del siglo x in . Y, sin em bargo, el llam ar a am ­
bos p o r el m ism o nom bre, o incluso el abstenerse de darles
nom bres distintos, equivale, inevitablem ente, a invitar a esa su­
posición
¿Cóm o caracterizarem os, pues, el período entre el final del
feudalism o y el principio del capitalism o? Creo que Dobb está
en la vía co rrecta cuando dice que los «doscientos y pico años
que separan a E duardo II I de la reina Isabel tuvieron sin duda
un carác te r de transición», y que es «verdad, e im portantísim o
p ara todo entendim iento correcto de esa transición, que la des­
integración del régim en feudal de producción había llegado ya
a una fase avanzada antes de que se desarrollara el régim en
cap italista de producción, y que esta desintegración no estaba
vinculada directam ente al crecim iento del nuevo régim en de
producción en el seno del antiguo» (pág. 20). E sto m e parece
to talm en te correcto, y creo que si Dobb lo hubiera com pletado
h ab ría llegado a resolver satisfactoriam ente el problem a.
Solem os considerar la transición de un sistem a social a
o tro com o un proceso en el que dos sistem as se enfrentan di­
rectam ente y dirim en la cuestión de la suprem acía en m ortal
com bate. N aturalm ente, un proceso de esa índole no excluye
la posibilidad de form as de transición, pero se considera que
esas form as son m ezclas de elem entos de los dos sistem as que
luchan p o r la prim acía. P or ejem plo, es evidente que así es
com o está produciéndose la transición del capitalism o al so­
cialism o; y, sin duda, este hecho nos hace tanto m ás fácil im a­
ginar que las épocas de transición anteriores deben hab er sido
parecidas
Sin em bargo, esto es un grave e rro r p o r lo que respecta a

38
P. M. SWEEZY

la transición del feudalism o al capitalism o. Como pone de re ­


lieve el an terio r aserto de Dobb, el feudalism o en E uropa oc­
cidental ya estaba m oribundo, por no decir verdaderam ente
m uerto, antes de que naciera el capitalism o. De ello se sigue
que el período interm edio no fue una sim ple mezcla de feuda­
lismo y capitalism o: los elem entos predom inantes no eran ni
feudales n i capitalistas.
No es este el lugar adecuado para un debate detallado so­
bre term inología. Me lim itaré a llam ar al sistem a que predo­
m inaba en E uropa occidental du ran te los siglos xv y xvi «pro­
ducción p recapitalista de m ercancías», para indicar que el au ­
m ento de la producción de m ercancías fue lo prim ero que
m inó el feudalism o, y luego, algo después, una vez term inada
en gran m edida esta obra de destrucción, preparó el terreno
p ara el desarrollo del ca p italism o 22. La transición del feuda­
lism o al capitalism o no es, pues, un proceso único e ininte­
rrum pido —análogo a la transición del capitalism o al socialis­
m o— , sino que está constituido por dos fases muy bien dife­
renciadas que presentan problem as radicalm ente distintos y
se deben analizar por separado.
Podría considerarse que esta caracterización de la transi-

22 No hace falta especificar que el período es no-feudal o post-feudal,


ya que la producción de mercancías y el feudalismo son conceptos mu­
tuamente excluyentes. En cambio, el capitalismo es en sí una forma
de producción de mercancías, y por eso debe establecerse explícitamen­
te el calificativo de «precapitalista».
Podría aducirse que la mejor forma de denominar el sistema sería
la «producción simple de mercancías», ya que este concepto está bien
establecido en la teoría marxista. Creo, no obstante, que el uso del tér­
mino en ese sentido podría inducir a una confusión innecesaria. Se sue­
le calificar la producción simple de mercancías de sistema de produc­
tores independientes que poseen sus propios medios de producción y
satisfacen sus necesidades por medio de mutuos intercambios. Esta
construcción teórica resulta útil por varios motivos: por ejemplo, nos
permite presentar el problema del valor de cambio en su forma más
sencilla; y también ayuda a aclarar el carácter de las clases y sus rela­
ciones con los medios de producción. Sin embargo, en la producción
precapitalista de mercancías, el medio de producción más importante
—la tierra— era poseído en gran medida por una clase de no produc­
tores, y basta con ese dato para que el sistema quede claramente dis­
tinguido del concepto corriente de la producción simple de mercancías.

39
P. M. SWEEZY

ción del feudalism o al capitalism o en tra en conflicto con las


ideas m arxistas tradicionales. Pero creo que no es así: única­
m ente expone de form a explícita ciertos puntos que están im ­
plícitos en esas ideas.
«Aunque [escribió M arx] los prim eros indicios de produc­
ción cap italista se presentan ya, esporádicam ente, en algunas
ciudades del M editerráneo du ran te los siglos xiv y xv, la era
capitalista sólo data, en realidad, del siglo X V I. Allí donde su r­
ge el capitalism o hace ya m ucho tiem po que se ha abolido la
servidum bre y que el punto de esplendor de la E dad Media, la
existencia de ciudades soberanas, ha declinado y palidecido.»
Y dice en o tro lugar:
«La circulación de m ercancías es el punto de arran q u e del
capital. La producción de m ercancías y su circulación desarro­
llada, o sea, el comercio, form an las prem isas históricas en que
surge el capital. La biografía m oderna del capital comienza en
el siglo xvi con el com ercio y el m ercado m undiales» 23.
A mi juicio, estas afirm aciones im plican de form a incon­
fundible u na idea de la transición del feudalism o al capitalis­
m o como la que he su g erid o 24.
Debemos precavernos contra la posibilidad de llevar de­
m asiado lejos este tipo de razonam iento sobre la transición del
23 El Capital, I, pág. 103.
24 Naturalmente, he seleccionado estas citas de Marx por su conci­
sión y su claridad. Pero es evidente que no basta con una serie de citas
aisladas para demostrar ni refutar la cuestión. El lector que desee for­
marse su propia idea sobre la concepción de Marx acerca de la transi­
ción del feudalismo al capitalismo tendrá que estudiar cuidadosamente,
por lo menos, las siguientes partes de El Capital: I, capítulos XXIV y
XXV, y III, capítulos XX y XLVII.
En algunos aspectos, los manuscritos recién publicados que Marx
preparó durante el invierno de 1857 a 58 en preparación para la Crítica
de la Economía Política, tienen todavía más valor para revelar sus ideas
sobre el carácter de la transición del feudalismo al capitalismo; véase
Grundrisse der Kritik der politischen Okonomie (Rohentwurf), Instituto
Marx-Engels-Lenin (Moscú, 1939), especialmente la sección titulada «For­
men die der kapitalistischen Produktion vorhergehn», que empieza en I,
página 375. Sin embargo, para examinar adecuadamente esta fuente ha­
ría falta dedicarle todo un largo artículo, y aquí sólo puedo decir que
mi propia interpretación de Marx, que ya estaba plenamente formada
antes de que pudiese leer los Grundrisse, quedó confirmada por este
nuevo material.

40
P. M. SWEEZY

feudalism o al capitalism o. C onsidero, en especial, que sería ir


dem asiado lejos clasificar la producción precap italista de m er­
cancías com o un sistem a social sui generis, en pie de igualdad
con el feudalism o, el capitalism o y el socialism o. No había nin­
guna relación de producción verdaderam ente dom inante que
im pusiera su sello a todo el sistem a. Todavía quedaban m u­
chos vestigios de la servidum bre y había unos com ienzos vigo­
rosos de tra b a jo asalariado, pero los tipos de relaciones labo­
rales m ás com unes en el sentido estadístico eran a todas luces
inestables y no podían pro p o rcio n ar la base de un sistem a so­
cial viable. Así o curría especialm ente en las relaciones entre
los terraten ien tes y los aparceros que tra b a ja b a n la tie rra y
pagaban u na re n ta en dinero («la inm ensa m ayoría del cam po
inglés en el siglo xvi», según C hristopher Hill). M arx analizó
esta relación con m ucho cuidado en un capítulo titulado Gé­
nesis de la R enta Capitalista del Suelo, e insistió en que la úni­
ca form a de entenderla correctam ente era com o form a de tra n ­
sición:
«La transform ación de la re n ta en productos, en renta, en
dinero, que se opera p rim ero de un m odo esporádico y luego
en u n plano m ás o m enos nacional, presupone un desarrollo ya
b astan te considerable del com ercio, de la in d u stria u rb an a y
de la producción de m ercancías en general y, p o r tanto, de la
circulación m o n etaria... La ren ta en dinero com o form a tra n s­
figurada de la re n ta en productos y p o r oposición a ella es, sin
em bargo, la form a final y, al m ism o tiem po, la form a de diso­
lución del tipo de re n ta del suelo que hem os venido exam i­
nando, o sea, la re n ta del suelo com o form a norm al de la plus­
valía y del trab a jo sobrante que ha de rendirse al p ropietario
de las condiciones de producción... E n su desarrollo u lterio r
la re n ta en dinero tiene que conducir... bien a la tran sfo rm a­
ción de la tie rra en propiedad cam pesina libre, o bien a la for­
m a p ro p ia del régim en capitalista de producción, a la renta
abonada al terraten ien te p o r el arren d a ta rio capitalista» 25.

“ El Capital, III, cap. XLVII, págs. 738 y s.

41
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

Además, éste no es el único tipo de relación inestable en la


econom ía p recapitalista pro d u cto ra de m ercancías. Dobb ha
dem ostrado, en una sección m uy reveladora de su capítulo so­
bre el crecim iento del proletariado, «lo inestable que puede
ser una econom ía de pequeños productores frente a los efectos
desintegrantes de la producción p ara el m ercado, especialm en­
te p ara un m ercado distante, a m enos que disfrute de algunas
ventajas especiales que le presten fuerza o que se adopten m e­
didas especiales para pro p o rcio n ar protección a sus m iem bros
m ás pobres y m ás débiles» (pág. 254).
Creo que resu lta procedente concluir que, m ientras la p ro ­
ducción p recapitalista de m ercancías no era ni feudal ni capi­
talista, tenía tan pocas características de sistem a viable com o
los otro s dos. E ra lo b astan te fuerte p ara m inar y desintegrar
el feudalism o, pero era dem asiado débil p ara d esarro llar una
estru c tu ra independiente propia; lo único que logró realizar
en sentido positivo fue p re p a ra r el terreno para el victorioso
avance del capitalism o en los siglos x v n y xvm .

7) Algunas observaciones sobre el auge del capitalism o.

E n general, estoy plenam ente de acuerdo con el análisis


que hace Dobb del auge del capitalism o. Me parece que su for­
m a de tra ta r este problem a es excepcionalm ente clara y reve­
ladora; m e sen tiría inclinado a calificarla de lo m ás destacado
del volum en. Pero contiene dos tesis que, evidentem ente, el
propio Dobb considera im p o rtan tes y que m e parecen reque­
rir un exam en crítico. La p rim era se refiere al origen del capi­
talism o in d u strial en el sentido m ás com pleto de la palabra;
la segunda, al proceso de acum ulación o rig in a ria 26.

“ Dobb sigue la traducción de Moore y Aveling cuando emplea el


término «prim itive» al hablar de acumulación. Sin embargo, este tér­
mino puede producir confusión, ya que no se trata de que el proceso
sea primitivo en el sentido más corriente de la palabra (aunque pueda
serlo y suela serlo), sino de que no va precedido de actos previos de acu­
mulación. Por tanto, «originaria» o «inicial», constituye una mejor for-

42
P. M. SWEEZY

Dobb cita el capítulo de Marx sobre el «Capital Comercial»


(III, capítulo XX) en apoyo de la idea de que el capital indus­
trial se desarrolla de dos m aneras principales. El p asaje si­
guiente contiene la clave de lo que dice Dobb:
«Según la prim era — "el cam ino realm ente revoluciona­
rio ”— , una- sección de los propios productores acum uló capi­
tal y se dedicó al com ercio, y con el tiem po com enzó a orga­
nizar la producción de form a capitalista, liberándose de las
restricciones artesanales de los grem ios. Conform e a la segun­
da, un sector de la clase com ercial existente comenzó a apode­
rarse "directam ente de la producción", cam ino que influyó
"históricam ente como trán sito ", pero llegó a convertirse con
el tiem po en un obstáculo "al verdadero régim en capitalista
de producción y desaparece al desarrollarse éste" » B.
Dobb hace m ucho hincapié en el prim ero de estos m étodos.
E n la página 128 escribe:
«Aunque el creciente interés que dem uestran sectores del
capital com ercial p o r co n tro lar la producción —p o r desarro­
llar lo que podría calificarse de sistem a deliberadam ente es­
tablecido de «explotación m ediante el com ercio»— abrió el ca­
m ino a este resultado final (o sea, deblegar la producción a un
auténtico control capitalista), y quizá en algunos casos lo con­
siguiera, parece que, en general, esta ú ltim a fase parece, como
señaló Marx, h ab er ido asociada al surgir de las filas de los
m ism os productores de un elem ento capitalista, m itad fab ri­
cante, m itad com erciante, que comenzó a su b o rd in ar y a orga­
nizar aquellas m ism as filas de las que hacía tan poco tiem po
había salido» (pág. 128).
Y dice luego:
«A principios del siglo x v n pudo apreciarse que com enzaba
ma de verter ursprünglich en este contexto (N. del T. Aunque se trata
del comentario al empleo de una palabra en inglés, traducida por Ro­
ces en el mismo sentido que indica Sweezy, he creído interesante de­
jarla en las notas, pues también en castellano pueden producirse con­
fusiones terminológicas entre acumulación originaria y acumulación
primitiva).
* Dobb, pág. 123. Las citas internas son de El Capital, III, págs. 323 y
siguientes.
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

u n im p o rtan te cam bio en el centro de gravedad: el predom i­


nio cada vez m ayor de u n a clase de com erciantes-patronos que
salían de las filas de los propios artesanos entre los hom bres
libres * de las grandes com pañías; este fue el proceso que Marx
calificó de «camino realm ente revolucionario» (pág. 134).
Y luego, tra s analizar largam ente la form a en que la p ro ­
ducción cap italista no logró, tra s u n com ienzo rápido y prom e­
tedor, d esarro llarse en ciertas zonas del continente, dice Dobb:
«Cuando se observa teniendo en cuenta un estudio com pa­
rativo del desarrollo capitalista, com ienza a a d q u irir una im ­
po rtan cia cen tral la teoría de M arx de que en esta fase el su r­
gim iento de u n a clase de capitalistas in dustriales de entre las
filas de los propios productores constituye una condición de
toda tran sfo rm ación revolucionaria de la producción» (pági­
n a 161).
M erece la pena señalar, no obstante, que Dobb reconoce
que «los detalles de este proceso no están nada claros y hay
m uy pocos datos que se refieran directam ente a él» (pág. 134).
De hecho, parece disponerse de ta n p ocos datos, siquiera fue­
sen de ca rác te r indirecto, que un crítico se ve obligado a ob­
serv ar que «habría sido deseable en c o n trar m ás datos que
com probasen la opinión, derivada de Marx, de que la tran sfo r­
m ación realm ente revolucionaria de la producción y el com ien­
zo del control del capital com ercial sobre la producción lo lo­
g raro n hom bres que salían directam ente de ias filas de a n ti­
guos artesanos» a .
Creo, sin em bargo, que el verdadero problem a en este caso
no consiste en e n c o n trar datos p robatorios (p o r m i parte, no
creo que existan del tipo necesario), sino m ás bien en una in­
terp retació n errónea de lo que dice Marx. R eproduzcam os en

* El término inglés es «yeomanry». Los «yeomen» constituyen un


tipo de hombres libres peculiares de la Edad Media inglesa, pequeñísi­
mos terratenientes cuya obligación para con el señor es casi exclusiva­
mente de tipo militar y que con la decadencia del feudalismo pasan a
combinar el cultivo de la tierra con el trabajo a domicilio (N. del T.).
“ P érez ZagorI n en SCIENCE & SOCIETY, XII (prim avera, 1948),
páginas 280 y s.

44
P. M. SWEEZY

su to talid ad el p asaje en que Marx habla del «camino real­


m ente revolucionario»:
«El trán sito del régim en feudal de producción se opera de
un doble m odo. El p ro d u cto r se convierte en com erciante y
cap italista p o r oposición a la econom ía n atu ra l agrícola y al
artesanado grem ialm ente vinculado de la in d u stria u rb an a de
la E d ad M edia. E ste es el cam ino realm ente revolucionario. O
bien el com erciante se apodera directam ente de la producción.
Y p o r m ucho que este últim o cam ino influya históricam ente
com o trán sito —com o ocurre, p o r ejem plo, con el clothier in­
glés del siglo xvn, que coloca b ajo su control a los tejedores,
a pesar de ser independientes, les vende la lana y les com pra
el paño— , no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo
régim en de producción, sino que, lejos de ello, lo conserva y lo
m antiene com o su prem isa» 29.
Como puede apreciarse fácilm ente, M arx no habla p ara
nada de que su rjan capitalistas de las filas de los artesanos.
Claro que es cierto que la expresión que utiliza M arx —«el p ro ­
d u cto r se convierte en com erciante y capitalista»— podría te­
n er ese sentido; pero lo m ism o podría significar que el p ro ­
ductor, cualesquiera que sean sus antecedentes, inicia su carre­
ra en calidad sim ultáneam ente de com erciante y de patrono
de trab a jad o res asalariados. Me parece que todo el contexto
tiende a in dicar que esta ú ltim a interpretación es la m ás razo­
nable. El co n traste que M arx establecía, a mi juicio, era el
existente en tre comienzo de auténticas em presas capitalistas
y el lento desarrollo del sistem a de trab a jo a dom icilio (put-
ting-out system ). No hay indicios de que le preocupase que los
p ro d uctores surgieran de las filas artesanales. Además, cuando
alude explícitam ente a ese problem a en el p rim er volum en de
E l Capital, es totalm ente im posible reconciliar lo que dice con
la in terp retació n que hace Dobb del pasaje m encionado.
«La génesis del capitalista industrial» [escribía M arx] «no
se desarrolla de u n m odo tan lento y paulatino como la del

M El Capital, III, pág. 323.

45
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

arren d atario . Es indudable que ciertos pequeños m aestros a r­


tesanos y, todavía m ás, ciertos pequeños artesanos indepen­
dientes, e incluso obreros asalariados, se convirtieron en pe­
queños capitalistas, y luego, poco a poco, m ediante la explota­
ción del trab a jo asalariado en una escala cada vez m ayor y la
acum ulación consiguiente en capitalistas sans phrase... Sin em ­
bargo, la len titud de este m étodo no respondía en m odo al­
guno a las exigencias com erciales del nuevo m ercado m un­
dial, creado p o r los grandes descubrim ientos de fines del si­
glo xv» M.
Con estas observaciones se inicia una sección titu lad a «Gé­
nesis del cap italista industrial»; la m ayor p arte del resto de
la sección se dedica a describir los m étodos de com ercio y de
saqueo m ediante los que se acum ulaban grandes cantidades
de capital con m ucha m enos «lentitud». Y aunque M arx dice
muy poco acerca de los m étodos p o r los que de hecho se ca­
nalizaron esas acum ulaciones hacia la industria, resulta muy
difícil creer que hubiera asignado un papel im portante en ese
proceso a un p ro d u cto r salido de las filas obreras.
Si in terp retam os a M arx en el sentido de que «el cam ino
realm ente revolucionario» consistía en que quienes tenían un
capital disponible iniciaran em presas capitalistas en el pleno
sentido de la palab ra sin p asa r p o r las fases interm edias del
sistem a de tra b a jo a dom icilio, creo que no nos resu ltará di­
fícil en co n trar num erosísim os datos que apoyen esa idea. Nef
ha dem ostrado de m anera concluyente (claro que sin m encio­
n a r en absoluto a Marx) que lo que él califica de prim era re­
volución in d u strial inglesa (de 1540 a 1640, aproxim adam ente)
estuvo caracterizada en gran p arte precisam ente por ese tipo
de inversión en in d u strias tan «nuevas» com o la m inería, la
m etalurgia, las cervecerías, la refinación de azúcar, la fabrica­
ción de jabón, de alam bre, de cristal y de s a l 3I. Y la prueba

10 Ibíd., pág. 637.


11 J. U. N ef, Industry and Government in France and England, 1540-
1640 (Industria y Gobierno en Francia e Inglaterra de 1540 a 1640) (Fi-
ladelfia, 1940), especialmente los capítulos 1 y 3.

46
P. M. SWEEZY

de que era un «camino realm ente revolucionario» la p ro p o r­


cionaron los resultados de la p rim era revolución industrial in­
glesa: la suprem acía económ ica sobre todas las naciones ri­
vales y la p rim era revolución política burguesa.
Paso ah ora a la segunda tesis de Dobb sobre el auge del
capitalism o que me parece re q u erir un examen crítico. En este
caso puedo h acer un com entario m ás breve.
Dobb in terp re ta el proceso de acum ulación originaria como
algo que im plica dos fases m uy diferenciadas (págs. 177 y si­
guientes). E n p rim er lugar, la burguesía en auge adquiere a
precio de ganga (o en los casos m ás favorables de form a gra­
tuita, com o ocurrió con las tierra s de la Iglesia du ran te el rei­
nado de E nrique V III) ciertos bienes y certificados de rique­
za. E n esta fase no sólo se trasp a sa la riqueza a la burguesía,
sino que adem ás va concentrándose en m enos m anos. E n se­
gundo lugar, posteriorm ente, llega la base de realización. Dobb
dice que:
«No m enos im portancia que la p rim era fase del proceso de
acum ulación revistió la fase segunda que lo cpmpletó,, en la
que se realizaron o vendieron (al m enos en p arte) los objetos
de acum ulación originaria con objeto de que se pudiera hacer
una inversión real en la producción in dustrial; se vendieron
los objetos que habían originado la acum ulación a fin de, con
el producto de su venta, ad q u irir (o p ro d u cir p o r prim era vez)
m aq u in aria p ara la elaboración del algodón, edificios p ara fá­
bricas, fundiciones de hierro, m aterias prim as y m ano de obra»
(página 183).
Que yo pueda apreciar, Dobb no ofrece pruebas en absoluto
de la existencia de esa fase de realización. Y no es sorpren­
dente, p o rque m e parece igualm ente claro que no hay m otivos
p ara suponer que tenga que h ab e r existido, o haya existido de
hecho, tal fase. Como el m ism o Dobb deja perfectam ente cla­
ro, los bienes adquiridos y concentrados en m enos m anos du­
ra n te la fase de adquisición eran de diversos tipos, y entre
ellos figuraban la tierra, los certificados de crédito y los m e­
tales preciosos; o sea, dicho en otros térm inos, tanto bienes

47
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

líquidos com o congelados. Tam bién reconoce que durante ese


período fue cuando la burguesía creó un m ecanism o banca-
rio y de crédito p ara convertir los bienes congelados (en espe­
cial. la deuda pública) en bienes líquidos. En tales circunstan­
cias, resu lta im posible com prender p o r qué iba a e star la b u r­
guesía forzada a vender p ara realizar el capital necesario a fin
de invertir en la industria. Además, resu lta im posible com pren­
der qué clase podía com prar bienes a la burguesía para p ro ­
p o rcionar a ésta bienes líquidos. N aturalm ente, esto no signi­
fica que individuos pertenecientes a la burguesía no pudieran
vender, o no vendieran, bienes a otros m iem bros de la m ism a
clase, o a m iem bros de o tras clases, a fin de ad q u irir fondos
p ara invertirlos en la industria, pero no cabe duda de que no
había o tra clase a la que la burguesía, en general, pudiera ven­
der bienes d u ran te este período de desarrollo capitalista.
De hecho, Dobb, ap arte de afirm a r la necesidad y la im ­
p o rtan cia de la fase de realización, no la da dem asiada im por­
tancia. Cuando llega el m om ento de analizar las condiciones
previas necesarias p a ra la inversión en la industria, dem ues­
tra que el com plem ento necesario de la adquisición p o r la b u r­
guesía no era la realización por la burguesía, sino la destruc­
ción del sistem a antiguo de producción, y especialm ente la ex­
propiación de suficientes trab ajad o res agrícolas com o para
fo rm ar u n a clase dispuesta a tra b a ja r p o r un salario. No cabe
duda de que esto es acertado, y no puedo p o r m enos de la­
m en tar que las reiterad as declaraciones de Dobb acerca de la
im p o rtan cia de la fase de realización sirvan p ara desviar la
atención de los lectores de la form a excelente en que tra ta de
los problem as esenciales del período de acum ulación origi­
naria.

PAUL M. SWEEZY

48
2. RESPUESTA

El artículo de Paul Sweezy sobre la transición del feuda­


lismo al capitalism o plantea de form a clara y estim ulante va­
rios problem as im portantes, cuyo debate no puede m enos de
ser beneficioso p ara com prender tanto el desarrollo histórico
como el m arxism o en cuanto que m étodo de estu d iar esa evo­
lución. Perm ítasem e decir desde el principio que, personalm en­
te, celebro m ucho que haya aportado su parte a tal debate,
pues constituye un útilísim o estím ulo para seguir reflexionan­
do y estudiando. Con gran p arte de lo que dice no me siento
en desacuerdo. En algunos de los lugares en que m anifiesta su
desacuerdo con lo dicho por mí creo que nuestras diferencias
son m ás bien de m atiz y de form a. Pero en uno o dos lugares
aparecen diferencias de fondo, y creo que en esos la in terp re­
tación errónea es la suya.
1) E n p rim er lugar, no estoy totalm ente seguro de si
Sweezy rechaza mi definición del feudalism o, o se lim ita a con­
sid erarla incom pleta. Dice que esta definición del feudalism o
se basa —como dice él— en una virtual identificación del feu­
dalism o con la servidum bre, suponiendo que al referirnos a
esta ú ltim a no lo hagam os únicam ente a prestación de servi­
cios obligatorios, sino a la explotación del pro d u cto r en virtud
de u na coacción político-jurídica d ire c ta '. Si quiere decir que 1
1 S weezy sugiere que esa ampliación del térm ino no resulta satis­
factoria porque pueden encontrarse elementos de coacción político-ju-
4
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

el feudalism o así definido abarca algo m ás am plio que la fo r­


m a m edieval de la econom ía europea, e incluye una gran va­
riedad de tipos que (en cualquier estudio m ás am plio del feu­
dalism o) m erecen u n análisis cuidadoso, estoy de acuerdo. Pero
cuando se refiere a un «sistem a de producción» parece decir
algo d istin to a lo an terio r y c o n tra sta r un sistem a de produc­
ción con un régim en de producción en el sentido que da Marx
a este térm ino. No veo con excesiva claridad qué es exactam en­
te lo que se supone abarca un sistem a de producción. Pero lo
que sigue indica que se destina ese térm ino a a b a rca r las rela­
ciones en tre el p ro d u cto r y su m ercado. Incluso hay sugeren­
cias de que esas relaciones de cam bio (p ara diferenciarlas de
las relaciones de producción) constituyen el foco de atención
de la in terp retació n que hace Sweezy del proceso histórico (por
ejem plo, considera que la «característica crucial del feudalis­
mo» es la de ser «un sistem a de producción para el uso»).
Si es así, creo que nos separa una diferencia fundam ental.
La definición que yo utilicé en m is Studies estaba form ulada
adrede en térm inos de las relaciones de producción caracterís­
ticas del feudalism o, esto es, las relaciones entre el p ro d u cto r
directo y su señor. La relación coercitiva, consistente en la ex­
tracción directa del trab a jo sobrante de los productores por
la clase dom inante, estaba condicionada, com o es lógico, por
un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Los
m étodos de producción eran relativam ente prim itivos y (al
m enos p o r lo que respectaba a la subsistencia de los m ism os
p roductores) de un tipo que M arx calificaba de «régim en de
pequeña producción», en el cual el p ro d u cto r posee sus m e­
dios de producción com o unidad individual de producción.

rídica sobre el trabajo en épocas muy separadas de la historia, inclu­


sive en los tiem pos modernos. En los casos en que predom inan esos
elementos, bastarían para clasificar a la economía de que se trate en
la categoría de feudal; pero si son m eram ente incidentales y subordi­
nados, no basta con su presencia, igual que la existencia de un trabajo
asalariado incidental no basta para clasificar a una sociedad determ i­
nada como capitalista. En la mayor parte de los casos «incongruentes»
que se le ocurren a S weezy, el trabajo obligatorio es algo incidental y
no típico.

50
M. DOBB

E sta es la característica que yo considero crucial, y cuando


d istin tas form as económ icas tienen en com ún esta caracterís­
tica, el elem ento com ún que com parten tiene m ás im portan­
cia que los otro s respectos en que puedan diferir (p o r ejem plo,
en la relación de la producción con el m ercado). Desde luego,
esta m ism a relación de producción adm ite considerables va­
riaciones, según la form a que adopte la extracción coactiva
del pro d u cto excedente: p o r ejem plo, servicios directos en tra ­
b ajo o apropiación del trib u to en productos o en d in e ro 2. Pero
la distinción en tre estas variantes no corresponde a la existen­
te en tre el «feudalism o de E uropa occidental», en la que, se­
gún Sweezy, h ab ría debido concentrarm e y que debería haber
diferenciado bien, y el «feudalism o de E uropa oriental» (aun­
que p arecería que en el feudalism o asiático predom inó la rela­
ción trib u ta ria y ésta fue la que le dio sus características dis­
tintivas). Aunque, sin duda, hubo im portantes diferencias entre
las condiciones im perantes en la E uropa occidental y la orien­
tal, tam b ién hubo analogías m uy destacadas por lo que respec­
ta a las form as «en que se arran c a al p ro d u cto r directo el tra ­
bajo so brante no retribuido», y creo que el deseo de represen­
ta r al «feudalism o en E uropa occidental» com o un genus dis­
tin to y darle sólo a él el título de «feudal» es resultado de la
lab o r de los h istoriadores burgueses y de su tendencia a con­
cen trarse en características y diferencias jurídicas.

2 Véase el análisis de Marx de «La renta en trabajo, la renta en


productos y la renta en dinero» en El Capital, III. Creo que se debe
destacar especialmente el pasaje en el que, al tratar de este tema, dice
Marx: «La forma económica específica en que se arranca al productor
directo el trabajo sobrante no retribuido determina la relación de seño­
río y servidumbre tal como brota directamente de la producción, y re­
percute, a su vez, de un modo determinante sobre ella... La relación
directa existente entre los propietarios de las condiciones de produc­
ción y los productores directos —relación cuya forma corresponde siem­
pre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo
de trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social— es la que
nos revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la construc­
ción social... Lo cual no impide que la misma base económica —la mis­
ma en cuanto a sus condiciones fundamentales— pueda mostrar en su
modo de manifestarse infinitas variaciones y gradaciones», El Capi­
tal, III, pág. 733.

51
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

2) Por lo que respecta al «carácter conservador y resisten­


te al cam bio del feudalism o de E uropa occidental» p ara des­
alo jar al cual hacía falta alguna fuerza exterior, y que se me
acusa de p asa r p o r alto, me siento un tanto escéptico. Claro
que es cierto que, p o r contraste con la econom ía capitalista,
la sociedad feudal era extrem adam ente inestable e inerte, pero
esto no equivale a decir que el feudalism o no contuviera ten­
dencias al cam bio. El decir eso equivaldría a convertirlo en
u na excepción a la ley general m arxista del desarrollo, según
la cual la sociedad económ ica se ve im pulsada por sus propias
contradicciones internas. De hecho, el período feudal presen­
ció considerables m odificaciones de la técnica 3, y los últim os
siglos del feudalism o fueron muy distintos de los prim eros.
Además, yo diría que no tenem os que buscar las form as m ás
estables en E uropa occidental, sino en el oriente, y especial­
m ente en las form as asiáticas de servidum bre trib u taria. Y es
de señalar que era la form a en que se arrancaba el trab a jo ex­
cedente m ediante el cobro de trib u to s en productos —y con­
cretam ente a ésta— , a la que se refería Marx calificándola de
«adecuadísim a p ara servir de base a estados sociales estacio­
narios, com o lo com probam os, p o r ejem plo, en Asia» 4.
Sweezy habla de esto con bastantes reservas, pues dice que
el sistem a feudal no es forzosam ente estático. Se lim ita a de­
cir que el m ovim iento que ocurre «no m uestra tendencia al­
guna a transform arlo». Pero, pese a esa reserva, persiste la im ­
plicación de que, bajo el feudalism o, la lucha de clases no pue­
de desem peñar un papel revolucionario. Se me ocurre que qui­
zá haya una confusión en la raíz de esta denegación de la exis­
tencia de tendencias revolucionarias y transform adoras. Nadie
sugiere que la lucha de clases de los cam pesinos contra seño­
res desem boque en el nacim iento, de form a sencilla y directa,
del capitalism o. Lo que hace es m odificar la dependencia del
régim en de pequeña producción de los señores feudales y, con

3 Molly Gibbs, Feudal Order (El Orden Feudal) (Londres, 1949), pá.
ginas 5 a 7, 92 y s.
* El Capital, III, pág. 737.
M. DOBB

el tiem po, lib erar al pequeño pro d u cto r de la explotación feu­


dal. Luego, y a p a rtir del régim en de pequeña producción (en
la m edida en que garantiza la independencia de acción y a su
vez se desarrolla dentro de él la diferenciación social), nace el
capitalism o. E ste es un punto fundam ental sobre el que he­
m os de volver.
3) Al ir defendiendo su teoría de que un feudalism o con
estabilidad in terna no podía desintegrarse m ás que por el im ­
pacto de una fuerza e x te rn a 5 —com ercio y m ercados— , Swee-
zy presenta mi propia teoría com o si consistiera en que la de­
cadencia del feudalism o es obra exclusivam ente de fuerzas in­
ternas, y que el increm ento del com ercio no tuvo nada que ver
con el proceso. Parece que lo considera com o si se trata se de
o bien una cuestión de conflicto interno, o bien de fuerzas ex­
ternas. Me parece que ésta es una form a h arto sim plista, e in­
cluso m ecánica, de p resen tar los hechos. Yo creo que se trata
de u na interacción entre los dos, si bien es cierto que concedo
m ayor im portancia a las contradicciones internas; dado que,
a mi juicio, éstas funcionarían en todo caso (aunque fuera en
una escala cronológica distinta), y dado que determ inan la for­
ma y la dirección concretas de los efectos que ejercen las in­
fluencias externas. No niego en absoluto que el crecim iento
de las ciudades de m ercado y del com ercio desem peñaron un
im p o rtan te papel en cuanto a acelerar la desintegración del
antiguo régim en de producción. Lo que afirm o es que el co­
m ercio ejerció su influencia en la m edida en que acentuó los
conflictos internos del antiguo régim en de producción. Por
ejem plo, el increm ento del com ercio (como ya señalé en va­
rios lugares de m is Studies, por ejem plo, en las págs. 60-62 y
253 y ss.) aceleró el proceso de diferenciación social dentro
del régim en de pequeña producción, creando, p o r u n a parte,
una clase kulak, y p o r la otra, un sem iproletariado. Además,

5 Su alusión a «ciertos acontecimientos históricos que, de hecho,


sólo pueden explicarse como resultado de causas externas al sistema»,
no nos permite dudar de que esa es su opinión.
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

como pone de relieve Sweezy, las ciudades eran como im anes


p ara los siervos fugitivos. No me interesa dem asiado discutir
si esta huida de los siervos se debió m ás a la atracción de los
im anes urbanos (y, como alternativa en algunas partes de Eu­
ropa, al atractivo de la tie rra libre) o a la fuerza de repulsión
de la explotación feudal. Es evidente que se tra ta b a de am bas
cosas, en grados distintos según el m om ento y el lugar. Pero
el efecto concreto que tuvo esa huida se debió al carácter con­
creto de la relación entre el siervo y el explotador fe u d a l6.
De ahí que no esté de acuerdo en que tendría que «dem os­
tra r que tan to la creciente necesidad de ingresos de la clase
feudal dom inante como la huida de los siervos de la tierra
puede explicarse en térm inos de fuerzas que actúan dentro del
sistem a feudal», o que «el auge de las ciudades constituyó un
proceso in terno del sistem a feudal» (aunque h asta cierto pun­
to creo que esto últim o es cierto y que precisam ente porque
el feudalism o estaba m uy lejos de ser una «economía n a tu ­
ral» p u ra alentaba a las ciudades a proveer a sus necesidades
de com ercio a gran distancia). Al m ism o tiem po, creo que
Sweezy se equivoca al afirm a r que existe forzosam ente una
correlación entre la desintegración del feudalism o y la cerca­
nía a los centros del com ercio. En m is Studies citaba una se­
rie de datos para re fu ta r la idea sim plificada que han popu­
larizado los teóricos vulgares de la «economía m onetaria». Por
el m om ento, no repetiré m ás que dos: precisam ente fue en las
regiones atrasad as del n orte y el oeste de Inglaterra donde an ­
tes desapareció la servidum bre en la form a de servicios de
trab a jo directos, y en la zona m ás avanzada del sudeste, con
sus m ercados urbanos y sus ru tas com erciales, donde m ás tiem ­
po p ersistieron los servicios de trabajo. De modo análogo, en
m uchas partes de E uropa oriental, la intensificación de la ser-

6 A propósito, estoy totalm ente de acuerdo con la im portante con­


sideración, en que hace hincapié S weezy, de que lo qué más im portan­
cia tuvo no fue la m agnitud de la huida a las ciudades, sino que la ame­
naza que ello representaba (acompañada quizá por un movimiento de
dimensiones reducidas) podría bastar para obligar a los señores a ha­
cer concesiones, con lo que se debilitaba gravemente el feudalismo.

54
M. DOBB

yidum bre d u ran te los siglos xv y xvi fue unida al increm ento
del com ercio y no hubo correlación entre la proxim idad a los
m ercados y la desintegración del feudalism o (como dice Swee-
zy), sino entre la proxim idad a los m ercados y el reforzam ien­
to de la servidum bre (Cf. m is Studies, págs. 38 a 42). Sweezy
m enciona estos hechos. Pero ello no le im pide m antener que
sólo en «la periferia de la econom ía de intercam bio» las rela­
ciones feudales eran a prueba de disolución.
El hecho de que el «sistem a de producción», en que con­
centra su atención Sweezy, tiene m ás que ver con la esfera del
intercam bio que con las relaciones de producción, queda in­
dicado p o r u na sorprendente om isión en su argum ento. En
ninguna p arte p resta atención m ás que incidental a lo que
siem pre me ha parecido la consideración crucial: la de que
la transición de la extracción coercitiva del trab a jo sobrante
por los terraten ien tes al uso de m ano de o b ra librem ente con­
tra ta d a debe h aber dependido de la existencia de m ano de
o b ra b a ra ta en el m ercado de trab a jo (esto es, de elem entos
proletarios o sem iproletarios). Creo que este factor fue m ás
fundam ental que la proxim idad a los m ercados en cuanto a
determ in ar si sobrevivían o se disolvían las antiguas relacio­
nes sociales. N aturalm ente, existía una interacción entre este
facto r y el increm ento del com ercio: en especial (como ya he
m encionado antes) el efecto de este últim o sobre el proceso
de diferenciación social dentro del régim en de pequeña p ro ­
ducción. Pero, ¿puede caber duda de que este factor debe h a ­
b er desem peñado un papel decisivo en la determ inación del
efecto preciso que tuvo el com ercio en distintos sitios y dis­
tintos m om entos? Es posible que Sweezy atribuya poca im ­
p o rtan cia a este factor, porque considera que es tan evidente
que resu lta innecesario subrayarlo, o quizá se deba a que pien­
sa que el arrien do de tierras a cam bio de una ren ta en dinero
constituye el sucesor inm ediato de los servicios en trabajo.
E sta ú ltim a consideración nos obliga a plantearnos la pregun­
ta: «¿Qué vino después del feudalism o en Europa?»

S5
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

4) E stoy com pletam ente de acuerdo con Sweezy en consi­


d erar que la sociedad económ ica en E uropa occidental entre
los comienzos del siglo xiv y el final del xvi era muy com pleja
y se encontraba en una fase de transición, en el sentido de que
las antiguas form as económ icas estaban en un proceso de rá ­
pida desintegración y sim ultáneam ente iban apareciendo otras
nuevas. Tam bién estoy de acuerdo con él en considerar que
d u ran te este período estaba en proceso de em anciparse de la
explotación feudal el sistem a de pequeña producción, pero que
todavía nc estaba sujeto (o al m enos en m edida im portante) a
las relaciones capitalistas de producción, que con el tiem po
habrían de destruirlo. Además, considero que es vital recono­
cer esto si se quiere com prender de verdad el trán sito del feu­
dalism o al capitalism o. Pero Sweezy va m ás allá. Lo m enciona
como fase de transición en un sentido que excluye la posibili­
dad de que siguiera siendo feudal (aunque fuera una economía
feudal en una fase avanzada de desintegración). Creo que sólo
tiene sentido hacer esto si se desea considerarlo como un ré­
gimen separado de producción, sui generis, que no es ni feu­
dal ni capitalista. A mi juicio, este procedim iento es im posi­
ble, y Sweezy está de acuerdo, puesto que no desea ir tan le­
jos. Por tanto, el resultado es que esos dos siglos quedan
aparentem ente en una incóm oda situación de suspensión en
el firm am ento, entre el cielo y la tierra. Hay que clasificarlos
en el proceso de la evolución histórica como dos híbridos sin
filiación. Aunque este tipo de respuesta podría ser adecuada
en una visión puram ente evolucionista de la historia por fases
o sistem as sucesivos, sugiero que no encaja en una visión re­
volucionaria de la evolución histórica, en una visión de la his­
to ria com o sucesión de sistem as de clases, con la revolución
social (en el sentido de traspaso del poder de una clase a o tra)
com o m ecanism o crucial de la transform ación histórica.
La p regunta clave que, al parecer' no se h a hecho Sweezy
(o si se la ha hecho, parece que ha eludido responderla) es la
siguiente: ¿Q ué clase era la dom inante du ran te aquel período?
Dado que (como ha reconocido el propio Sweezy) todavía no

5f
'1 OOBB

existía u na producción capitalista desarrollada, no puede h a­


berse trata d o de una clase capitalista. Si se responde que era
un térm ino m edio entre feudal y capitalista, en form a de una
burguesía que todavía no había invertido su capital en el des­
arro llo de un régim en burgués de producción, se encuentra uno
en el pan tan o pokrovskyano del «capitalism o com ercial». Si la
clase dom inante estaba constituida por una burguesía com er­
cial, entonces el E stado debe hab er sido algún tipo de E stado
burgués. Y si el E stado ya era burgués, no sólo en el siglo xvi,
sino incluso a fines del xv, ¿cuál fue el problem a central de
la gu erra civil del siglo xv n ? No puede haberse trata d o (según
esta idea) de la revolución burguesa.. Nos quedam os entonces
colgados con una suposición com o la expuesta en un debate
an terio r sobre este problem a celebrado hace algunos años: la
de que se tra ta b a del com bate co n tra una tentativa de co n tra­
rrevolución m ontada p o r la C orona y la Corte frente a un po­
der estatal burgués ya e x iste n te 7. Además, nos enfrentam os
con la altern ativ a de o bien negar que hubiera ningún m om en­
to histórico crucial que se pueda calificar de revolución b u r­
guesa, o bu scar esa revolución burguesa en algún siglo an te­
rio r o antes del am anecer de la era Tudor.
E ste problem a ha provocado m últiples debates entre los
h isto riad o res m arxistas ingleses du ran te los últim os años. La
cuestión, m ás general, del carácter de los E stados absolutos
d u ran te esa época fue tam bién objeto de debate entre los his­
toriadores soviéticos ju stam en te antes de la guerra. Si recha­
zamos las opciones antes m encionadas, sólo nos queda la idea
(que a mí me parece la m ás correcta) de que la clase dom inan­
te seguía siendo feudal y de que el E stado seguía siendo el ins­
tru m en to político de su dom inio. Y si es así, esta clase dom i­
nante debe h ab er dependido p ara ob ten er ingresos de los m é­
todos feudales supervivientes de explotación del régim en de
pequeña producción. Es cierto que com o el com ercio había lle-1

1 P. F., en un comentario al folleto de Christopher H ill, The En-


glish Revolution, 1640 (La revolución inglesa), publicado en el Labour
Monthly (1941).

57
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

gado a ocupar un lugar destacado en la econom ía, la clase do­


m inante m ism a tenía interés p o r el com ercio (igual que había
poseído m uchos m onasterios m edievales en pleno apogeo del
feudalism o) y se asoció económ icam ente con la burguesía co­
m ercial (en especial con los com erciantes que se dedicaban a
la exportación), y políticam ente se asoció consigo m ism a (con
el resu ltad o de que aparecieran m uchas figuras de la «nueva
aristo cracia Tudor»), P or tanto, esta ú ltim a form a semidisuel-
ta de la explotación feudal d u ran te el período del poder esta­
tal centralizado era m uy d istin ta de la explotación feudal de
siglos an teriores, y no cabe duda de que en m uchos aspectos
la estru c tu ra in tern a feudal se iba desgastando a gran veloci­
dad. Tam bién es verdad que la explotación feudal del régim en
de pequeña producción m uy ra ras veces adoptó la form a de
servicios directos de trab ajo , sino que adoptó, sobre todo, la
form a de la re n ta en dinero. Pero no puede decirse que esta
form a de explotación se había deshecho de sus form as feuda­
les —aunque fuera en form as degeneradas y en rápida desin­
tegración— m ientras la coerción política y las presiones del
derecho consuetudinario del dom inio señorial siguieron dom i­
nando las relaciones económ icas (com o siguió ocurriendo en
zonas m uy extensas del cam po inglés) y m ientras no existió
un m ercado libre de la tie rra (así como libertad de m ovim ien­
tos p ara la m ano de obra).
A este respecto, creo conveniente llam ar la atención sobre
el hecho de que en el p asaje de Marx sobre la re n ta en dinero,
que cita Sweezy {El Capital, III, cap. XLVII), la re n ta en di­
nero de que h abla M arx no es todavía la ren ta en dinero capi­
talista, que paga el cam pesino com o arren d a ta rio independien­
te en calidad de re n ta contractual, sino que sigue siendo (por
im plicación m anifiesta) una form a de re n ta feudal («La renta
en dinero com o form a transfigurada de la re n ta en productos
y p e r oposición a ella es, sin em bargo, la form a final y, al m is­
mo tiem po, la form a de disolución del tipo de renta del suelo
que hem os venido exam inando...»). Más arriba, en la m ism a
sección, M arx dice que «la base de esta clase de re n ta ... sigue

58
M. DOBB

siendo la m ism a que la de la re n ta en productos, la cual cons­


tituye el punto de partida. El p roductor directo es, lo m ismo
que era antes, poseedor... de la tierra, obligado a ren d ir coac­
tivam ente al terraten ien te... el trab a jo rem anente... bajo for­
m a del producto sobrante transform ado en dinero» (pág. 738).
S) In ten ta ré ser breve en mi respuesta a los dos puntos
restan tes de la crítica de Sweezy. Sobre el destacado papel que
desem peñaron en los albores del capitalism o los capitalistas
incubados p o r el régim en de producción reducida, sugiero que
hay abundantes datos 8, cualquiera que sea la interpretación
correcta del p árrafo crucial de los com entarios de Marx al res­
pecto (y sigo creyendo que la interpretación correcta es la que
se le suele dar). Ya he citado algunos de esos datos en mis Stu-
dies (cap. 4). No cabe duda de que se tra ta de un asunto que
m erece m ás investigaciones que las que h asta ahora se han
hecho. Pero ya ha dem ostrado Tawney, p o r lo m enos, la im ­
p o rtan cia del auge de la pequeña y m edia burguesía del pe­
ríodo. Cada vez hay m ás pruebas de que es muy difícil a tri­
b u ir excesiva im portancia a la em presa kulak de la aldea. Da
señales de aparecer en fecha m uy tem prana, contratando el
trab a jo del «colter» m ás pobre que él, y en el siglo xvi in tro ­
duce m étodos innovadores perfeccionados de cultivo en zonas
cercadas * en escala bastan te grande. Los historiadores del pe­
ríodo han indicado últim am ente que una de las características
distintivas de la era T udor fue la facilidad con que estos agri­
cultores libres (yeom en) kulak ascendieron h asta convertirse
en una nobleza m enor, com prando tierra s de los señores e in­
gresando en las filas de los hidalgos (squires). Es muy posible

* Este pasaje de mi libro, que cita S weezy, y en el cual menciono


que «hay muy pocos datos que se refieran directam ente a él», alude a
«los detalles del proceso», y no a la existencia de ese tipo de capitalista
ni al papel que desempeñó.
* «Enclosed farming». El sistema de «enclosures» o cerco de los
terrenos comunales («Commons» u «openfields» de la Alta Edad Media)
va asociado al incremento de la ganadería del ovino y del cultivo inten­
sivo. Tiene cierto parentesco con el fenómeno de la Mesta en Castilla.
Marx habla de ello, de forma bastante extensa, en el Cap. XXIV del Li­
bro I de «El Capital» (N. del T.).

59
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

(como ha sugerido K osm insky) que incluso en la Revuelta de


los Cam pesinos de 1381 tuviera ya un papel descollante. Sin
duda, p ro sp eraro n m ucho (com o patronos de trab ajad o res)
gracias al descenso de los salarios reales durante la inflación
Tudor; y fueron la nobleza m enor y los kulak en auge quienes
organizaron en gran escala la industria p añera en el cam po. Es
evidente que representaron una fuerza im pulsora im p o rtan tí­
sim a en la revolución burguesa del siglo xvn, y, en especial,
constituyeron el arm azón del Nuevo E jército Modelo de Crom-
well. Además, el sólo hecho de su existencia constituye, a mi
juicio, una clave p ara com prender las posiciones que adopta­
ron las d istin tas clases en la revolución burguesa; en especial
del m otivo p o r el que el capital com ercial, lejos de desem pe­
ñ ar siem pre u na función progresista, se encontraba a m enudo
aliado a la reacción feudal.
De m odo análogo, en los grem ios urbanos existían m uchos
em presarios de tipo análogo que se dedicaron al com ercio y
em plearon a artesanos m ás pobres en el sistem a de trab a jo a
dom icilio (putting-out system ). Ya he sugerido (y si no me
equivoco el origen de la sugerencia fue Unwin) que estos acon­
tecim ientos causaron los m ovim ientos que se pueden observar
en los grem ios a fines del siglo xvi y principios del xvn, en es­
pecial el auge de las nuevas corporaciones en la época Estuar-
do. E n la m edida en que puede apreciarse, fueron ellos (sin
duda alguna fueron los pañeros del cam po) los que apoyaron
con todas sus fuerzas la revolución inglesa, y no los ricos p ro ­
pietarios de cartas patentes, como los m encionados p o r Nef,
m uchos de los cuales eran realistas porque seguían dependien­
do del privilegio, y el privilegio se derivaba de su influencia
en la corte. No entiendo cómo se puede negar la im portancia
de esta línea de evolución en la generación de la p rim era fase
del capitalism o, previa a la revolución in d u s tria l9. Aun en el
’ S weezy cita el comentario de Marx en el sentido de que ese pro­
ceso avanzaba con «lentitud» en comparación con todas las posibilida­
des de expansión. Pero también se desarrollaba con «lentitud» el capi­
talismo (en relación con su desarrollo ulterior) durante el período de
la «infancia de la producción capitalista», de que trata Marx en este

60
M. DOBB

m om ento de la revolución industrial m uchos de los nuevos


em presarios eran personas de poca im portancia que habían
com enzado com o «com erciantes-m anufactureros» con el siste­
m a de trab a jo a dom icilio. Es verdad que en algunas indus­
trias (por ejem plo, el hierro, el cobre y el latón), p ara las que
hacían falta grandes capitales, la situación ya no era la misma.
Pero fueron las condiciones de la técnica las que determ inaron
si el pequeño capitalista, salido de las filas de los productores,
podía o no convertirse en un pionero del nuevo régim en de
producción; y h asta que ocurrieron los cam bios técnicos aso­
ciados a la revolución industrial (algunos de los cuales, es ver­
dad, ya habían ocurrido hacía dos siglos), el pequeño capita­
lista pudo seguir desem peñando un papel descollante.
6) Por lo que respecta a la llam ada «fase de realización»
del proceso de acum ulación, debo reconocer que Sweezy ha
puesto el dedo en un punto flaco del análisis, acerca del cual
yo m ism o sentía dudas, y sobre el que com prendía que los da­
tos resu ltab an insuficientes. El que dicha fase exista o no, no
afecta a mi argum ento principal, dado que éste consistía en
que la expropiación de otros constituye la esencia del proceso
de acum ulación, y no m eram ente la adquisición de determ ina­
das categorías de riqueza p o r los capitalistas. Esto no equi­
vale, sin em bargo, a negar que resulte pertinente el aspecto
de la cuestión relativo al enriquecim iento del burgués, en cuyo
caso creo que sigue teniendo cierta im portancia distinguir en­
tre las «dos fases». Sugiero que se tra ta de un tem a en el que
sería útil llevar a cabo una investigación orientada p o r el mar-

caso. Sin duda, se debió a esto que no pudiera terminar la transforma­


ción hasta que la nueva burguesía se hizo con el poder político y (como
dice Marx posteriormente en el mismo capítulo) habían comenzado a
valerse «del poder del estado... para acelerar a pasos agigantados el
proceso de transformación del régimen feudal de producción en el ré­
gimen capitalista y acortar los intervalos». Entonces, y sólo entonces
podía acelerarse la lentitud del ritmo del progreso anterior y echarst-
las bases para el avance rápido de la revolución industrial. (N. del T. El
subrayado, que figura en la traducción de W. R oces, no aparece en el
texto inglés.)

61
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

xismo, y sigo pensando que la hipótesis de la «segunda fase»


corresponde a algo real.
Podem os convenir en que no se tra ta de un caso en que la
burguesía realice unos bienes, previam ente acum ulados, a ex­
pensas de o tra nueva clase. De hecho, no es necesario que p ro ­
cedan a ello como, clase, dado que, una vez creado u n p ro leta­
riado, el único «costo» p a ra la burguesía en general de la am ­
pliación de la producción capitalista es el que constituyen los
m edios de subsistencia que han de conceder a los obreros (en
fo rm a de salario), hecho del que tenían perfecta conciencia los
econom istas clásicos. La posesión de tierras y de casas de cam ­
po, etc., no b astab a p o r sí sola p ara ayudarles a proporcionar
esos m edios de subsistencia. Aunque hubieran podido vender
sus propiedades a terceros, ello no habría, forzosam ente —de­
jan d o de lado el com ercio exterior— , aum entado el fondo de
subsistencia p a ra la sociedad capitalista como un todo. Pero
lo que puede decirse de u n a clase com o un todo quizá no pue­
da aplicarse a u n a p arte de ella, que (como sugiere Sweezy)
puede enco n trarse en dificultades p o r carecer de capital sufi­
ciente p ara su fondo de operaciones, y es m uy posible que ten­
ga perfecto sentido h ab lar de u n estrato de la burguesía (im ­
buido de un deseo de com prar fuerza de trab ajo , esto es, de
in v ertir en la producción) que vende tierra s u obligaciones a
otros estrato s de la burguesía que todavía desea ad q u irir ri­
queza en esas form as. N aturalm ente, es posible que todas las
inversiones necesarias p ara financiar la revolución industrial
procedieran de la renta corriente de los nuevos capitanes de
in d u stria de la época: los Darby, Dale, W ilkinson, Wedgwood
Radcliffe. E n tal caso, no queda nada que decir. Se puede h a­
cer caso om iso del an terio r enriquecim iento burgués en las
form as que hem os m encionado como factor en la financiación
del crecim iento industrial. Sin em bargo, esto parece, prim a
facie, im probable. Que yo sepa, no se ha trab ajad o m ucho en
las fuentes de financiación de proyectos de obras públicas
com o los p rim eros canales y ferrocarriles de Inglaterra. Sabe­
mos que m uchos de los nuevos em presarios tuvieron dificul-

62
M. DOBB

tades debidas a la falta de capital, y que gran p arte del capital


p ara la in d u stria algodonera en expansión a principios del si­
glo xix procedía de com erciantes en productos textiles. E stá
dem ostrado que el sistem a de crédito no estaba todavía lo bas­
tan te desarrollado p ara satisfacer las necesidades de la indus­
tria en expansión, com o dem uestra el desordenado crecim ien­
to de los inestables «bancos rurales» a principios del siglo xix,
precisam ente p ara satisfacer esa necesidad. Parece una hipó­
tesis digna de investigación la de que en el siglo x v m se pro­
du jero n num erosísim as ventas de títulos y de terrenos a per­
sonas com o los «nababs» retirad o s de las Indias orientales por
personas que, entonces o después, utilizaron esos ingresos p ara
inversiones en la in d u stria y com ercio de la época, que esta­
b an en plena expansión; y que fue p o r una de esas ru tas —en
u n proceso de dos fases— p o r donde la riqueza adquirida m e­
diante el saqueo colonial sirvió de abono para la revolución
industrial.
Aunque no se trasp a sara n bienes en volum en considerable,
creo que quizá mi «segunda fase» no está totalm ente in ju sti­
ficada. Es posible que resulte significativa (aunque, desde lue­
go, en cierto m odo algo distinto) como indicio de un período
en que la-burguesía, en general, había pasado de p referir la
posesión de la tie rra o de objetos de valor o de obligaciones, a
p referir la inversión en m edios de producción y fuerza de tra ­
bajo. Aunque no se p ro d u jera de hecho la venta en gran escala
de los prim eros, es m uy posible que esa transform ación haya
tenido una gran influencia sobre los precios de esos bienes y
sobre las actividades económ icas y sociales.

MAURICE DOBB

63
3. CONTRIBUCION AL DEBATE

(Traducido de la versión del japonés al inglés por Henry F. Mins,


del artículo aparecido en la «Revista de Economía» [K eizai ken kyü ],
Tokio, abril de 1951, vol. II, núm. 2, págs. 128 a 146.)

El libro de M aurice Dobb, Studies in the D evelopm ent of


Capitalism (Londres, 1946), plantea num erosos e im portantes
problem as de m étodo. P resenta un caso concreto de un p ro ­
blem a p o r el que no podem os m enos de sen tir gran interés:
el problem a de cómo puede una fase nueva y m ás elevada de
la ciencia de la h istoria económ ica integrar en su propio sis­
tem a y aprovechar los resultados positivos de los historiado­
res económicos y sociales anteriores. La crítica que del libro
ha hecho el com petente econom ista am ericano Paul M. Swee-
z y 1 y la réplica de D o b b 2, que indican con m ás claridad el ca­
rá cter y la situación de las cuestiones que se debaten, dan a los
historiadores japoneses una oportunidad (tra s el aislam iento
de los años de la últim a guerra) de evaluar el actual nivel teó­
rico de la h isto ria económ ica en E uropa yiAmérica.
Aunque el libro de Dobb no se lim ita a la evolución del ca­
pitalism o inglés, no p resta suficiente atención a las obras fran ­
cesas y alem anas, que, desde luego, no son inferiores a las in­
glesas. Deben estudiarse esas fuentes, y no sólo para conse­
guir un conocim iento m ás general de las estru ctu ras capitalis­
tas com parables, sino tam bién para establecer leyes históricas
m ás precisas. En esta ocasión lim itaré m is com entarios a Eu-

1 «The T ransition fro m F eudalism to C apitalism », en SC IE N C E &


SO C IE T Y , vol. XIV, núm. 2, 1950, págs. 134-157; supra, págs. 9 a 63.
1 «Respuesta», ibíd., págs. 157-167; supra, págs. 64 a 88.
5
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

ro p a occidental; sería prem aturo introducir en el presente de­


bate los datos históricos de la organización feudal en el Japón
y otros países de Asia, o h ab lar de la form ación del capitalis­
m o en estos países. La controversia Sweezy-Dobb, si en ella
participan críticam ente los historiadores que entienden de la
m ism a form a los problem as de todos los países, podría sentar
las bases p ara realizar progresos cooperativos en estos estu­
dios.

T anto los Studies de Dobb como la crítica de Sweezy co­


m ienzan con definiciones conceptuales del feudalism o y el ca­
pitalism o, que no son m eras cuestiones de term inología, sino
que im plican m étodos de análisis histórico. Como Sweezy no
da una definición clara y explícita del feudalism o, no sabemos
exactam ente dónde considera que tiene sus raíces. En todo
caso, no obstante, la transición del feudalism o al capitalism o
está relacionada con una transform ación del régim en de p ro ­
ducción, y el feudalism o y el capitalism o deben ser fases de la
estru ctu ra socioeconóm ica, categorías históricas. La com pren­
sión racional del feudalism o presupone una com prensión cien­
tífica del capitalism o como categoría histórica 3. Dobb, que re­
chaza los conceptos tradicionales corrientes entre los h isto ria­
dores «burgueses», intenta en contrar la esencia de la econo­
m ía feudal en las relaciones entre los productores directos (a r­
tesanos y cam pesinos) y sus señores feudales. Este enfoque ca­
racterizaba al feudalism o como un régim en de producción;
constituye el punto central de la definición que da Dobb del
feudalism o y coincide en general con el concepto de servidum ­
bre. Consiste en «una obligación im puesta al p roductor por la
fuerza e independientem ente de su propia voluntad, de satis- 1

1 Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Po'ítica (Chicago,


1904), «Introducción», págs. 300 y s. (de la edición inglesa. No he po­
dido consultar ninguna versión al castellano. N. del T.)

66
K. TAKAHASHI

facer ciertas exigencias económ icas de u n señor, exigencias que


pueden ad o p tar la form a de servicios que han de p restarse o
de ren tas que han de pagarse en productos o dinero... Esa fuer­
za coercitiva puede ser una fuerza m ilitar, que posee el supe­
rio r feudal, o u na costum bre respaldada p o r algún tipo de p ro ­
cedim iento jurídico, o la fuerza del derecho» 4. E sta descrip­
ción coincide en lo esencial con la que figura en el volum en III
de E l Capital, en el capítulo relativo a la «Génesis de la Renta
C apitalista del S uelo»5. Este tipo de servidum bre feudal «con­
tra s ta con el capitalism o en el sentido de que bajo este últim o,
y p ara em pezar, el trab a jad o r... ya no es un p ro d u cto r inde­
pendiente, sino que está divorciado de sus m edios de produc­
ción y de la posibilidad de proveer a su propia subsistencia,
pero, en segundo lugar..., su relación con el p ropietario de los
m edios de producción que le em plea es puram ente contrac­
tu al... Ante la ley tierie libertad p ara escoger a su am o o para
cam biar de am os; y no está som etido a obligación alguna,
ap arte de la que le im pone el contrato de servicios de contri­
b u ir trab a jo o pago a su amo» 6.
Sweezy critica a Dobb por identificar feudalism o y servi­
dum bre. Cita una ca rta en la que Engels dice: «Sin duda, la
servidum bre y la esclavitud no constituyen una form a especí­
ficam ente (spezifisch) m edieval-feudal, [pues] las encontra­
m os en todos o casi todos los sitios en que los conquistadores
obligan a los h abitantes anteriores a ellos a que les cultiven *

* Dobb, Studies..., op. cit., págs. 35 y s.


s O también: «En todas las formas anteriores [esto es, prccapitalis-
tas] aparece el terrateniente, y no el capitalista, como la persona que
se apropia de forma inmediata del trabajo sobrante de los otros... Apa­
rece la renta como forma general del trabajo sobrante, del trabajo no
retribuido. En este caso, la apropiación del trabajo sobrante no está
mediatizada por el intercambio, como ocurre con el capitalista, sino
que se basa en el dominio coercitivo de una parte de la sociedad por
la otra parte, y de ahí la esclavitud directa, la servidumbre o una rela­
ción de dependencia política». Marx, Theorien iiber den Mehrwert,
ed. Kautsky, vol. III (Stuttgart, 1910), cap. VI, pág. 451 [retraducido del
inglés. N. del T.].
• Dobb, Studies..., pág. 36.

67
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

las tie rra s » 7. Sweezy niega que la servidum bre constituya una
categoría histórica c o n c re ta 8, pero no indica qué es lo que
constituye la form a especial de existencia de la fuerza del tra ­
b ajo característica del feudalism o como régim en de produc­
ción.
Mi propia opinión sería la siguiente: cuandc consideram os
que los regím enes de producción antiguo, feudal y burgués mo­
derno son las fases principales de la histo ria ecc nóm ica, lo p ri­
m ero que debem os tener en cuenta ha de ser siem pre la for­
m a social de existencia de la fuerza de trabajo, que constituye
el facto r básico y decisivo de los diversos reg:m enes de p ro ­
ducción. Ahora bien, no hay duda de que las orm as básicas
(tipos) de trab a jo son la esclavitud, la servidi.m bre y el tra ­
bajo libre asalariado, y tam poco cabe duda de que es erróneo
divorciar la servidum bre del feudalism o como concepto gene­
ral. La cuestión de la transición del feudalism o al capitalism o
no se lim ita a la transform ación de las form as de las in stitu ­
ciones económ icas y sociales. El problem a básico debe consis­
tir en la form a social de existencia de la' fuerza de trabajo.
Aunque la falta de libertad de los cam pesinos, como sier­
vos, tuvo, com o es natural, variaciones y gradaciones, según la
región o la fase de desarrollo económ ico feudal, la servidum ­
bre es la form a característica de existencia de la fuerza de tra ­
bajo d en tro del régim en feudal de producción, o como dice
Dobb, «la explotación del pro d u cto r en virtud de una coacción
político-jurídica d ire c ta » 9. Sweezy, tras haber divorciado la
servidum bre del feudalism o y descuidado la form a de existen­
cia característicam ente feudal de la fuerza de trab ajo , tenía
que bu scar la esencia del feudalism o en algún otro aspecto...
A su juicio, en la sociedad feudal «la m ayoría de los m ercados
son locales, y... aunque no ha desaparecido forzosam ente el

7 Marx-Engels, Correspondencia Escogida (Nueva York, s. d.), pági­


nas 411 y s., citado en S weezy, supra, pág. 25.
* «Crítica», supra, págs. 9-10.
9 «Respuesta», supra, pág. 65. Véase Marx, El Capital, libro III (Mé­
xico, 1965), pág. 732.

68
K. TAKAHASHI

com ercio a larga distancia, no desem peña una función deter­


m inante en cuanto a los objetivos ni los m étodos de produc­
ción. La característica crucial del feudalism o en este sentido
es la de ser un sistem a de producción para el uso». Sweezy no
afirm a que no existieran en la sociedad feudal la econom ía de
m ercado o de m ercancías. Sí dice que «... la producción de
m ercancías y el feudalism o son conceptos m utuam ente exclu-
yentes» I0. Pero resulta dem asiado fácil re p resen ta r la esencia
del feudalism o en térm inos de «un sistem a de producción p ara
el uso», com o cosa opuesta a la «producción p ara el m ercado».
El valor de intercam bio (m ercancías) y el dinero (que no es
lo m ism o que el «capital») tienen una existencia «antediluvia­
na» u, com o si dijéram os, y podían existir e ir m adurando en
todo tipo de estru ctu ras sociales históricas. En estas prim eras
fases casi todos los productos del trab a jo se destinan a satis­
facer las necesidades de los propios productores y no se con­
vierten en m ercancías, de form a que el valor de intercam bio
no controla totalm ente el proceso social de producción, pero,
a pesar de todo, hay un cierto volum en de producción y circu­
lación de m ercancías. P or tanto, la preg u n ta que debe for­
m ularse respecto de una estru c tu ra social dada no es la de si
están presentes m ercancías y dinero, sino la de cómo se p ro ­
ducen esas m ercancías, cómo se utiliza ese dinero en calidad
de m edio de producción. Los productos de los antiguos latifun­
dios rom anos en traban en el m ercado en calidad de m ercan­
cías producidas p or esclavos, y las acum ulaciones p o r los se­
ñores feudales de los productos del tra b a jo forzoso o de las
ren tas feudales en productos en trab an en circulación en cali­
dad de m ercancías producidas p o r siervos. Tam bién existen las
m ercancías sim ples producidas p o r los cam pesinos o arte sa­
nos independientes y que se b astan a sí m ism os, autárquicos,
así com o las m ercancías capitalistas producidas p o r tra b a ja ­
dores asalariados, etc. Pero no se puede decir lo m ism o del
capitalism o o del capital como categoría histórica. Incluso en
10 «Crítica», supra, pág. 18 y nota 22, pág. 39.
" El Capital, libro I, pág. 118, y libro III, pág. 555.

69
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

la form a feudal, los productos del trab a jo podían ad o p tar la


form a de m ercancías, pues los m edios de producción estaban
unidos a los productores directos 12. Por eso, un «sistem a de
producción p ara el m ercado» no puede definir las relaciones
históricas concretas de producción (y, p o r tanto, tam poco las
relaciones de clase). No cabe duda de que Sweezy se equivoca
cuando, en el pasaje relativo a la definición del feudalism o,
casi pasa p o r alto la ren ta feudal del suelo, incorporación con­
cen trad a de la relación antagonística entre señor y campesino,
y hace hincapié sobre todo en el «sistem a de producción para
el uso» o el «sistem a de producción p ara el m ercado» esto es,
en las relaciones im perantes entre los productores y sus m er­
cados, en las relaciones de cam bio y no en las relaciones de
producción. Parece que su posición consiste en una especie de
circulacionism o.
N osotros preferiríam os p a rtir de las siguientes tesis: la
contradicción entre feudalism o y capitalism o no consiste en
la contradicción entre el «sistem a de producción para el uso»
y el «sistem a de producción p ara el m ercado», sino en la que
existe en tre el sistem a de tenencia de tierras feudal m ás servi­
dum bre y el sistem a de capital industrial m ás trab a jo asala­
riado. El p rim er térm ino de cada p ar es un modo de explota­
ción y de relación de propiedad, y el segundo térm ino es la
form a de existencia de la fuerza de trab a jo y, p o r ende, de su
reproducción social. Se puede sim plificar esto com o la co n tra­
dicción en tre la propiedad feudal de la tierra y el capital in­
d u strial 13. Como en el feudalism o aparecen los productores in-

n El Capital, libro I, pág. 292.


1J Cf. El Capital, libro I, pág. 118. Y también libro II, pág. 51: «El
capital industrial es la única forma de existencia del capital en que es
función de éste no sólo la apropiación de la plusvalía o del producto
excedente, sino también su creación. Este capital condiciona, por tanto,
el carácter capitalista de la producción; su existencia lleva implícita
la contradicción de clase entre capitalistas y obreros asalariados. A me­
dida que se va apoderando de la producción social, revoluciona la téc­
nica y la organización social del proceso de trabajo, y con ellas, el tipo
histórico-económico de sociedad. Las otras modalidades de capital que
aparecieron antes que ésta en el seno de estados sociales de produc-

70
K. TAKAHASHI

m ediatos unidos a los m edios de producción, y, p o r tanto, la


fuerza de trab a jo no puede ad o p tar la form a de m ercancía,
la apropiación del trab a jo sobrante p o r los señores feudales
se produce directam ente m ediante una coerción extraeconóm i­
ca, sin que m edien las fuerzas económ icas del intercam bio de
m ercancías. En el capitalism o no sólo se convierten en m er­
cancías los productos del trabajo, sino que la m ism a fuerza
de trab a jo se convierte en m ercancía. En esta fase del desarro­
llo desaparece el sistem a de coerción y tiene validez la ley del
valor en todos los aspectos de la economía. P or tanto, los
procesos fundam entales del paso del feudalism o al capitalis­
mo son: la transform ación de la form a social de existencia de
la fuerza de trab a jo que consiste en la separación de los m e­
dios de producción de los productores directos; la transform a­
ción del régim en social de reproducción de la fuerza de trab ajo
(que equivale a lo m ismo), y la polarización de los productores
directos o fragm entación del cam pesinado.
El análisis de Dobb p artía directam ente de la propiedad
feudal de la tierra y de la servidum bre en sí m ism as. Pero, por
ejem plo, cuando analizam os el concepto de «capital», no po­
dem os p a rtir directam ente del capital en sí. Como dice el co­
nocidísim o pasaje inicial de E l Capital, «la riqueza de las socie­
dades en que im pera el régim en capitalista de producción se
nos aparece com o un inm enso arsenal de m ercancías», y cada
una de esas m ercancías parece ser la form a elem ental de esa
riqueza. Así, igual que el estudio de E l Capital comienza con el
análisis de la m ercancía y continúa m ostrando la evolución de
las categorías Mercancía-Dinero-Capital, de igual modo es evi­
dente que cuando se analiza la propiedad feudal de la tierra
no se puede lim itar el m étodo a una m era narración histórica,
sino que debe pasar a ocuparse del carácter de las leyes de la
sociedad feudal. Esto es, que a p a rtir de las categorías m ás sen-

ción pretéritos o condenados a morir, no sólo se subordinan a él y se


modifican con arreglo a él en el mecanismo de sus funciones, sino que
ya sólo se mueven sobre la base de aquél, y por tanto, viven y mueren,
se mantienen y desaparecen con este sistem . que les sirve de base».

71
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

cillas y m ás abstractas, y progresando sistem áticam ente, llega­


mos, p o r últim o, a la categoría m ás concreta y m ás com pleja,
la propiedad feudal de la tierra. Entonces, si tom am os el ca­
m ino lógico inverso, vuelven a aparecer las categorías iniciales
que ah ora contienen una gran riqueza de especificaciones y re­
laciones 14. ¿ Cuál será la form a, célula o unidad elem ental de
una sociedad basada en el régim en feudal de producción? ¿Qué
categorías ocuparán el p rim er lugar en el análisis de la p ro ­
piedad feudal de la tierra ? Como hipótesis de trabajo, la uni­
dad elem ental debería ser la H ufe (m anso virgate, manse);
luego debería tom arse la Gemeinde [aldea, villa ge], com uni­
dad (co m m unauté nirale) como paso interm edio; y acabaría­
m os p o r desarrollar ordenadam ente la categoría m ás elevada
de la propiedad feudal de la tierra (G rundherrschaft, dom inio
señorial, matior, seigneurie) l5.

“ C ontribución a la Crítica de la E conom ía Política (Chicago, 1904),


páginas 294 y s.
15 La H u fe (virgate, m a n so ) es la porción total que corresponde a
un campesino (L amprecht la llama W erteinheit), integrada por un H o f
(un lote de tierra con una casa), una cierta parcela primaria de tierra
roturable ( F lur) y una parte de la tierra de comunes (A llm en d e ); o, di­
cho en términos aproximados, «suficiente tierra para sustentar al cam­
pesino y su familia» (Waitz). Es el objeto natural mediante el que se
sustenta el campesino (o se reproduce la fuerza de trabajo). Su reali­
zación económica, que es en ese sentido la forma general de la H ufe, es
la comunidad o las normas colectivas comunales: la F lurzw ang o con-
trainte com m un a u ta ire (G. Lefebvre), las servitu d es collectives (M arc
B loch) que van aparejadas con la D reifeld erw irtsch a ft y el sistema de
campos abiertos, Gemengelage o vaine pá tu re collective. Las normas
colectivas constituyen un aparato de coerción por el que media el pro­
ceso laboral. Sin embargo, la inevitable expansión de la productividad
inherente en la H u fe llevaba, y no podía por menos de llevar, al «do­
minio sobre hombres y tierras» por hombres (Wittich). Las relaciones
de dominio y dependencia en que se subdividió este tipo de comunidad
H ufe constituían la propiedad privada del señor feudal, esto es, las te-
rrae indom inicatae o propiedad feudal de la tierra. Así llegamos a la
secuencia de desarrollo categórico H ufe-G em einde-G rundherrchaft. En
cambio, mientras este tipo de dominio por los señores feudales iba apo­
derándose de la comunidad aldeana y de la H ufe, y éstas iban siendo
penetradas por las normas de la propiedad feudal de la tierra, la H ufe
y la comunidad aldeana como objetos «naturales» y sus relaciones mu­
tuas se transformaron en una forma histórica (concretamente, la feu­
dal) y unas relaciones históricas. Ahora, bajo el régimen de propiedad
feudal de la tierra, aparece la H u fe como la tierra de un campesino (Be-
si tz, tenencia), y las normas comunales de las costumbres se convier-

72
K. TAKAHASHI

Claro que este tipo de desarrollo lógico de las categorías


yugada-com unidad-señorío no constituye el proceso histórico
en sí. Sin em bargo, es precisam ente el estudio de la estru ctu ra
lógica de la propiedad feudal, a p a rtir de su form a elem ental,
lo que revela la ley h istórica de ascensión, desarrollo y deca­
dencia de la sociedad feudal, algo que la ciencia histórica «bur­
guesa» todavía no ha conseguido, pero que sugiere el prim er
tom o de E l Capital. En este respecto se plantean cuestiones
m etodológicas básicas en relación con el excelente análisis de
la sociedad feudal que nos han dado, com o era lógico esperar,
Sweezy y Dobb.

II

Sweezy ha intentado en contrar la característica crucial del


feudalism o en un «sistem a de producción p ara el uso», y por
eso tenía que explicar del m ism o modo la decadencia del feu­
dalism o. Desde luego, no ignora la existencia del régim en feu­
dal de producción en E uropa oriental y en Asia; ¿p o r qué,
pues, ha lim itado su estudio de la cuestión a la sola E uropa oc­
cidental? ¿E s que acepta el criterio de los historiadores h u r­

ten en instrumentos de la dominación de los señores. Se convierten en


condiciones históricas para realizar la renta feudal y garantizarse la
fuerza de trabajo; se vincula al campesino a su tierra (adscripción). Al
mismo tiempo, el proceso de trabajo del campesino se convierte en
proceso de formación de la renta; la unidad de ambos constituirá el
proceso feudal de producción. En general, la coerción (normas comu­
nales y exacción por la fuerza de las prestaciones feudales por el señor)
constituye el factor mediatizante de la producción feudal, igual que
en la sociedad capitalista aparece el proceso de circulación como factor
mediatizante de la producción capitalista. Por tanto, el derrumba­
miento de la sociedad feudal es la desaparición de este sistema de coer­
ción. Por otra parte, dado que estas obligaciones feudales funcionan
en un contexto en el que el productor directo está vinculado a los me­
dios de producción, la disolución de esas obligaciones (requisito pre­
vio para la propiedad privada moderna y para la libertad burguesa del
trabajo) produce las condiciones para la separación de los medios de
producción de los productores directos (expropiación). Para más deta­
lles, véase mi obra Skimin kakumei no kozo (Estructura de la Revo­
lución Burguesa) (Tokio, 1950), págs. 77 a 85.

73
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

gueses del derecho que califican al sistem a feudal de Lehnswe-


se n ? Por ejem plo, J. Calm ette, en La société féodale, publicado
en la po p u lar Collection Arm and Colin 14*6, dice en la prim era
página que el feudalism o es característico de la E dad Media
en E uropa, y niega la realidad de un feudalism o en el Japón.
¿ O estab a im pulsada la exposición de Sweezy por el hecho his­
tórico de que el capitalism o m oderno surgiera y m adurase en
la E uropa occidental? Dice que «el feudalism o de E uropa occi­
den tal... era un sistem a firm em ente orientado a favor del m an­
tenim iento de determ inados m étodos y relaciones de produc­
ción», y alude a «este carácter inherentem ente conservador y
resistente al cam bio del feudalism o de E uropa occidental» 17.
Sin em bargo, el señalar que el feudalism o era conservador en
com paración con su opuesto categórico, el capitalism o m oder­
no quiere decir m uy poco. Si se com para con el feudalism o de
E uropa oriental o de Asia, no parece que el de E uropa occiden­
tal sea m ás conservador, sino todo lo contrario. El factor deci­
sivo que coartó el desarrollo de la sociedad capitalista m oder­
na en E uropa oriental y Asia fue precisam ente la estabilidad
de la estru ctu ra in tern a de la propiedad feudal de la tierra en
esas zonas. El hecho de que pueda decirse que el capitalism o
m oderno y la sociedad burguesa adoptaron su form a clásica
en la E uropa occidental indica m ás bien una fragilidad y una
inestabilidad inherentes a la propiedad feudal en esa zona. Lo
que quizá quiere decir Sweezy es que, como el feudalism o de
E u ro p a occidental era intrínsecam ente conservador y resisten­
te al cam bio, no podía derrum barse por causa de una fuerza
in tern a del feudalism o y que el derrum bam iento comenzó de­
bido a una fuerza externa. Dado que, según Sweezy, el feuda­
lism o era un sistem a de «producción para el uso», la fuerza
que vino desde fuera para d estru ir ese sistem a era la de la
«producción p ara el m ercado» («econom ía de intercam bio») o
14 París, 1932. Sin embargo, otros historiadores franceses, sobre todo
Marc B loch y Robert B outruche, piensan lo contrario y se sienten muv
interesados por el feudalismo japonés. Ya Marx, en el capítulo XXIV
de El Capital, habla de la «organización puramente feudal» del Japón.
17 Pág. 20, supra.

74
K. TAKAHASHI

el «comercio». La m itad, aproxim adam ente, de todo su ensayo


crítico de Dobb se dedica a un com entario detallado de esa
cuestión.
Ahora bien, en los siglos xiv y xv la devastación de las co­
m unidades aldeanas, la dism inución de la población ru ral y la
consiguiente escasez de dinero de los señores feudales eran co­
sas generalizadas, y tuvieron por resultado en Inglaterra, F ran­
cia y Alemania la crise des fortunes seigneuriales 18. La econo­
m ía de intercam bio o m onetaria que comenzó a hacer grandes
progresos d u ran te la b aja E dad Media llevó a la ruina a una
gran p arte de la nobleza feudal, que se basaba en la econom ía
«natural» tra d ic io n a l19. La llam ada em ancipación medieval de
los siervos se basó sobre todo en la necesidad de dinero de los
señores, generalm ente p ara la guerra o para el lujo cada vez
m ayor de la nobleza fe u d a l20.
Según la tesis de Sweezy, la dem anda cada vez m ayor de
dinero de la clase feudal dom inante durante la «crisis» del feu­
dalism o se debió al lujo cada vez m ayor de la nobleza feudal,
concepto análogo al que se presenta en el prim er capítulo so­
bre el H o f 2' de la obra de S om bart, Luxus und K apitalism us.
La excesiva explotación de los cam pesinos por sus señores, que,
según Dobb, constituiría la causa principal del derrum bam ien­
to del feudalism o, fue en realidad, según la opinión de Sweezy,
un efecto de la necesidad de dinero por p arte de los señores.
Con la consiguiente huida de los cam pesinos se produjo el es­
tablecim iento de las ciudades, lo que p rodujo la econom ía m o­
netaria. P or eso, según Sweezy, Dobb «tom a erróneam ente por
tendencia inm anente una cierta evolución histórica [del feu-

“ Marc B loch, Caracteres originaux de ih isloire rurale frangaise


(Oslo, 1931), págs. 117 a 119; H. Maybaum, Die Enstehung der Gutswirts-
chaft im Mecklenburg (Stuttgart, 1926), págs. 109 a 113; y la excelente
obra de B outruche, La crise d’une société (París, 1947), II.
” Cf., e.g., R. B outruche, «Aux Origines d ’une crise nobilíaire», en
Anuales d’histoire sociale, vol. I, núm. 3 (París, 1939), págs. 272 y s.
20 Marc B loch, Rois et serfs (París, 1920), págs. 59 y s., págs. 174 y
siguiente, etc.; A. Dopsch, Naturalwirtschaft und Geldwirtschaft in der
Weltgeschichte (Viena, 1930), pág. 178.
21 Sombart, L uxus und Kapitalismus, 2.‘ ed. (Munich, 1922), cap. I.

75
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

dalism o], que, de hecho, sólo puede explicarse como resultado


de causas externás al sistem a» 22*. La fuerza «externa» que pro­
dujo el derrum bam iento del feudalism o fue el com ercio, que
en modo alguno puede considerarse que «sea una form a de eco­
nom ía feudal», especialm ente el com ercio a larga distancia, no
el m ercado local o interlocal a .
«Deberíamos» —dice Sweezy— «hacer lo posible por des­
cu b rir el proceso m ediante el cual engendró el com ercio un sis­
tem a de producción p ara el m ercado, y luego seguir la historia
del im pacto de este sistem a sobre el an terio r feudal de p ro ­
ducción p ara el uso». Así ve cómo «podía el com ercio a gran
distancia ser una fuerza creadora, que engendraba un sistem a
de producción p ara el intercam bio al lado del antiguo sistem a
feudal de producción p ara el uso». Aunque Sweezy com prende
perfectam ente que «la econom ía de intercam bio es com patible
con la esclavitud, con la servidum bre, con el trab a jo indepen­
diente p o r cuenta propia y con el trab a jo asalariado», no en­
tiende correctam ente uno de los puntos fuertes de la teoría de
Dobb, relativo a la reacción feudal y a lo que Engels califica
de segunda servidum bre en E uropa oriental. Sweezy sigue a
Pirenne y busca la explicación en «la geografía de la segunda
servidum bre, en el hecho de que el fenóm eno se hace cada vez
m ás pronunciado y m ás severo cuanto m ás al este nos aleja­
m os del centro de la nueva econom ía de intercam bio» 24. Sin
em bargo, Dobb, utilizando varios estudios recientes, señala
que:
«Precisam ente fue en las regiones atrasadas del norte y el

22 Pág. 26, supra.


21 Desde el punto de vista de la división social del trabajo me gus­
taría hacer hincapié en los intercambios locales o interlocaies, o mer­
cado interno; a este respecto debemos tener en cuenta las valiosas su­
gerencias de H ilton en su obra E co n o m ic D evelopm ent o f S o m e Lei-
cester S ta te s in the I4th and 15th C enturies («El Desarrollo Económico
en algunos dominios señoriales de Leicester durante los siglos xiv
v xv»), Dobb ha logrado asir tanto el auge del capital industrial como
la formación del «mercado interno» en una relación indivisible; véanse
su S tudies, págs. 161 y s. Sobre este punto, cf. el método de E l Capital,
tomo I, cap. XXX.
24 Págs. 34 y 35, supra.

76
K. TAKAHASHI

oeste de In g laterra donde antes desapareció la servidum bre en


la form a de servicios de trab a jo directos, y en la zona m ás
avanzada del sudeste, con sus m ercados urbanos y sus rutas
com erciales, donde m ás tiem po persistieron los servicios de
trab ajo . De m odo análogo en E uropa oriental la intensifica­
ción de la servidum bre du ran te los siglos xv y xvi fue unida al
increm ento del com ercio, y no hubo correlación entre la pro­
xim idad a los m ercados y la desintegración del feudalism o...,
sino en tre la proxim idad de los m ercados y el reforzam iento de
la serv id u m bre»25.
P or tanto, la causa esencial no es el com ercio ni el m ercado
en sí; la estru ctu ra del m ercado está condicionada p o r la o r­
ganización interna del sistem a de producción. Kosm insky ha
form ulado esta cuestión de form a aún m ás clara que Dobb. La
«producción p ara el intercam bio» en los grandes dom inios se­
ñoriales y tierras de la Iglesia en el sur y el este de Inglaterra,
que tenían la estru ctu ra del dom inio señorial clásico, provocó
la respuesta obvia del increm ento de los servicios en trabajo
y la intensificación de la servidum bre; m ientras que en el nor­
te y el oeste de Inglaterra, con sus dom inios seculares peque­
ños e interm edios, la respuesta obvia que se provocó fue la
constitución de las rentas en dinero y la decadencia de la ser­
vidum bre. De hecho, al ir progresando la econom ía de m er­
cado o m onetaria, «el feudalism o se disolvió antes y con m ás
facilidad en los dom inios [los «dom inios de terrae dominica-
tae»] en que m enos éxito había tenido al establecerse», m ien­
tras que en los lugares [las «terrae dom inicatae clásicas»] que
habían logrado establecer y m antener el predom inio sobre la
2> «Respuesta», págs. 54 y 55, supra; Studies, págs. 34 a 42 y '51 a 59.
Los capítulos XX y XXXVI del libro III de El Capital tienden a apoyar
la teoría de Dobb, cf. págs. 320*y 321: «... en los siglos xvi y xvu las
grandes revoluciones producidas en el comercio con los descubrimien­
tos geográficos y que imprimieron un rápido impulso al desarrollo del
capital comercial, constituyen un factor fundamental en la obra de esti­
mular el tránsito del régimen feudal de producción al régimen capita­
lista... Sin embargo, el moderno régimen de producción, en su primer
período, el período de la manufactura, sólo se desarrolló allí donde se
habían gestado ya las condiciones propicias dentro de la Edad Media»,
página 321.

77
I.A TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

población servil no libre en el proceso de «adaptar el sistem a


de servicios en trab a jo a las dem andas cada vez m ayores del
m ercado» podía desem bocar en una intensificación de la ex.
plotación feudal del cam pesinado, y en m uchos casos así ocu­
rrió. Así, pues, es precisam ente la producción R ittergut o Gut-
sw irtschaft p ara el m ercado que tuvo lugar en Alemania orien­
tal (la m ás plena incorporación de la «reacción feudal» de Kos-
m insky y Postan) lo que tipifica la «segunda servidum bre» a
que aluden Sweezy y Dobb. Lo esencial es que «el desarrollo
del intercam bio en la econom ía cam pesina, bien sirviera direc­
tam ente al m ercado local o bien a m ercados m ás distantes por
conducto de los com erciantes interm ediarios, desembocó en el
desarrollo de la ren ta en dinero. En cam bio, el desarrollo del
intercam bio en la econom ía de los señores llevó al increm ento
de los servicios en trabajo» 26.
Sweezy tiene razón en considerar que la «crisis» del final
de la E dad M edia es producto de la acción desintegradora del
com ercio sobre el sistem a de la producción p ara el uso. Cae en
un e rro r cuando se absorbe tanto en el com ercio, especialm en­
te en la evolución del com ercio a gran distancia, al que a tri­
buye el derrum bam iento del feudalism o en sí. No cabe duda
de que la acción desintegradora del com ercio, al m enos en In ­
glaterra —y tam bién, en general, com o señala Dobb en res­
puesta a la crítica de Sw eezy27— aceleró el proceso de diferen-
“ E. A. K osminsky , «Services and M oney R e n ts in the 13th C entury»
(Las Rentas en Servicios y en Dinero durante el Siglo xm ), en Econo-
m ic H isto ry R eview , vol. V (Londres, 1935), núm. 2, págs. 42 a 45. De ahí
que «el auge de la economía monetaria no ha constituido siempre la
gran fuerza emancipadora que consideraban los economistas del si­
glo xix..., tan probable es que la expansión de los mercados y el incre­
mento de la producción lleven al incremento de los servicios en trabajo
como a su decadencia. De ahí la paradoja de que aumentaran en Ale­
mania oriental en la época en que estaba en mayor expansión la pro­
ducción de cereales para los mercados exteriores, y de ahí también la
paradoja de que también en Inglaterra aumentaran en la época y el
momento de mayor desarrollo de la producción agrícola para el mer­
cado durante la Edad Media, se produjera lo mismo [esto es, en el si­
glo xm ]». M. P ostan , «T h e C hronology o f Labour S ervice» («La C rono­
logía de los Servicios en Trabajo»), en T ransactions o f th e R oyal Histo-
rical Society, 4th series, vol. XX (Londres, 1937), pág. 192, f., pág. 186.
27 «Respuesta», págs. 53 y 54, supra; cf. S tu d ies, pág. 60.

78
K. TAKAHASHI

ciación en tre los pequeños productores, tendiendo a crear una


clase de cultivadores libres (yeom en kulaks), p o r una parte, y
p o r la otra, un sem iproletariado local, lo que tuvo com o resul­
tado definitivo el derrum bam iento del feudalism o. R. H. Taw-
n e y 28 ha dem ostrado la presencia en la In g laterra del siglo xvi
de un proceso capitalista desintegrador de ese tipo: la tenden­
cia hacia la «división trip a rtita en terrateniente, cam pesino
cap italista y obrero agrícola sin tierra», que es característica
de la ag ricu ltura inglesa m oderna. Pero esa división se origina
en la estru c tu ra de la sociedad feudal inglesa ya existente, y no
hay m otivo p ara atrib u írsela al com ercio en sí. Cuando Dobb
se ocupa de este punto, en su respuesta a Sweezy, lo hace de
form a poco adecuada y con concesiones innecesarias. Debería
haber señalado m ás concretam ente cómo tam bién en E uropa
occidental la destrucción de la clase de pequeños productores
cam pesinos no siem pre tuvo por resultado la form ación de la
producción capitalista, sino que tam bién produjo la reacción
feudal. Por ejem plo, en F rancia la «crisis» tuvo el efecto de
restablecer el feudalism o y no el de destruirlo definitivam en­
te w. E n la F rancia de la época, la disolución por el com ercio
de la clase de los pequeños productores cam pesinos no esta­
bleció un sistem a capitalista de trab a jo asalariado, sino que
inició una propiedad u su ra ria de la tierra en la que, por un
lado, h abía Laboureurs-jerm iers y Laboureurs-marchands, y de
la o tra sem isiervos 30. E stos últim os eran el prototipo de los
“ Agrarian P roblem in the S ix te e n th C entury (el Problema agrario
en el Siglo xvi) (Londres, 1912).
29 En esta crisis, «aunque los señores hayan cambiado con mucha
frecuencia, parecía que el contexto de la jerarquía feudal era el mismo
que durante el siglo precedente». Y. Bezard, La vie rurale dans le sud
de la région parisienne (París, 1929), pág. 54. «El régimen señorial no
fue afectado. Lo que es más: no tardará mucho en adquirir un nuevo
vigor. Pero la propiedad señorial, en gran medida, ha cambiado de ma.
nos»; B loch, Caracteres originaux op. cit., pág. 129.
30 R aveau pinta una vivida imagen que confirma este hecho, en
L ’agriculture et les classes paysannes au X V I" siécle (París, 1926), pá­
ginas 249 y s. En Poitou el desarrollo de la economía monetaria de in­
tercambio divorció a los campesinos de la tierra, pero no les convirtió
en proletarios. Cuando los campesinos vendieron sus posesiones no se
les expulsó de la tierra, sino que los nuevos propietarios les vincularon
a ella para que la cultivaran en aparcería a medias con ellos (á demi-

79
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

m étayers [ap arcero s], a quienes califica A rthur Young, en sus


Travels in France («Viajes p o r Francia»), de víctim as de «un
sistem a m iserable que perpetúa la pobreza»; pero en la época
que nos ocupa no estaban en la categoría del proletariado ni
en la fase de m étayage que señala la transición de las presta­
ciones feudales a la ren ta c a p ita lista 31. T anto Sweezy como
Dobb se ocupan de la acción desintegradora del com ercio so­
bre el feudalism o y de la «reacción feudal» sin ir m ás allá de
la propiedad feudal de la tierra con sus servicios en trabajo,
cuando tam bién debían considerar las rentas en productos;
estas últim as-constituyen el problem a m ás im portante en F ran­
cia y el Japón 32.
fr u its ). Los nuevos m éta yers sólo podían subsistir mediante la venta
de la cosecha siguiente antes de recogerla, u obteniendo anticipos en
cereales o en dinero de las reservas de los nuevos propietarios. Las nue
vas deudas obligaban a los campesinos a sacrificar también la cosecha
siguiente y se veían atrapados en un círculo vicioso del que no podían
escapar. Se veían «clavados a sus tierras; los comerciantes crearon una
nueva servidumbre mediante su capital», ibíd., pág. 80, y cf., págs. 82, 93,
121, 268 a 271.
31 Los contratos escritos de m étayage del antiguo régimen imponen
a los aparceros obligaciones personales, es decir, feudales de fidélité,
obéissances, soum ission: J. Donat, Une co m m u n a u té rurale á la fin de
l’ancien régim e (París, 1926), pág. 245. El m étayage originó «auténticos
vínculos de dependencia personal entre el burgués y el campesino»;
B loch, C aracteres originanx, op. cit., pág. 143. Y G. Lefebvre, la máxima
autoridad en materia de cuestiones agrarias y campesinas en la época
de la Revolución Francesa, destaca la existencia en el m étayage de una
tradición aristocrática de relaciones de P rotection et obéissance —esto
es, de subordinación feudal— entre el propietario de tierras y el mé-
tayer durante el antiguo régimen; Lefebvre, Q uestions agraires au tem p s
de la T erreur (París, 1932), pág. 94.
32 La cuestión reviste más importancia en Asia, donde predominan
las rentas naturales (rentas en productos). La forma de renta en pro­
ductos «es adecuadísima para servir de base a estados sociales estacio­
narios, como lo comprobamos por ejemplo en Asia... El volumen de
ésta [renta en productos] puede llegar incluso a poner en peligro seria­
mente la producción de las condiciones de trabajo, de los propios me­
dios de producción, a hacer imposible en mayor o menor medida el
desarrollo de la producción y a reducir al productor directo al mí­
nimo físico de medios de subsistencia. Así ocurre, en efecto, cuando esta
forma es descubierta y explotada por una nación comercial conquista­
dora, como ha ocurrido, por ejemplo, en la India con los ingleses». El
Capital, libro III, pág. 737. Véase «H o ken sh a ka i kaitai e no taio ni
tsuite» («Sobre la oposición a la destrucción del feudalismo») en mi
obra K indai shakai seiritsu shiron (Ensayo histórico sobre la forma­
ción de la sociedad moderna) (Tokvo, 195Í), págs. 113 y s.

80
K. TAKAHASHI

Sweezy no in te rp re ta la destrucción de una estru ctu ra so­


cial dada como resultado de la evolución de sus fuerzas p ro ­
ductivas, sino que intenta en contrar una fuerza externa. Pero
si decim os que la evolución histórica se produce p o r la acción
de fuerzas externas, queda sin resolver la cuestión de cómo su r­
gieron esas fuerzas externas y de dónde procedían. A fin de
cuentas, las fuerzas que se m anifiestan externam ente deben ex­
plicarse in tern am ente a la historia. La dialéctica de la historia
no puede seguir adelante sin m ovim ientos propios (las contra­
dicciones de la estru ctu ra interna). Como es lógico, los movi­
m ientos in ternos y las influencias externas provocan reaccio­
nes m utuas; y Dobb señala la enorm e influencia que pueden
ejercer las circunstancias externas; pero «las contradicciones
in tern as... determ inan la form a y la dirección concretas de los
efectos que ejercen las influencias externas» 33. La insistencia
de Sweezy en que el derrum bam iento del feudalism o de E uro­
p a occidental se debió sólo a causas externas —el com ercio y
el m ercado, especialm ente el exterior— se sigue de su m étodo
de análisis histórico M.

III

Una de las cuestiones m ás im portantes que suscita Dobb


es el relieve que concede al hecho de que el capitalism o fue
algo que surgió de un régim en de pequeña producción, que ob-

“ «Respuesta», pág. 54, supra.


14 La concepción histórica de la decadencia de una sociedad como
autodesintegración y como resultado de esta especie de autodesarrollo
interno se ve confirmada incluso por los historiadores «burgueses»; por
ejemplo, con respecto a la decadencia de la antigüedad clásica, E duard
Meyer puso de relieve que la decadencia del Imperio romano no se pro­
dujo debido a las invasiones de las tribus bárbaras desde fuera, sino
que las invasiones no se produjeron hasta que el Imperio fue víctima
de la decadencia interna. E. Meyer, K leine S ch rifte n , vol. I, 2.* ed. (Ber­
lín, 1924), págs. 145 y s., 160. Véase también Max Weber, «Die Sozialen
G ründe des Untergangs d er a n tiken W elt » (1896), en G esam m elte Auf-
s'dtze su r Soz. u. WG (Tubinga, 1924), págs. 290 y s., 293 a 297. Cf. El Ca­
pital, págs. 320-321.
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81
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

tuvo su independencia y al m ism o tiem po desarrolló la dife­


renciación d entro de sí mismo. La tesis de Dobb presenta la
cuestión histórica en dos fases: prim ero, la pequeña produc­
ción se fue estableciendo gradual y sólidam ente com o base de
la sociedad feudal; luego, esta producción en pequeña escala
escapa, com o resultado del desarrollo de la productividad, a
las restricciones feudales, llega a su propia desintegración y
con ello crea las relaciones capitalistas 35.
A) Sin em bargo, el establecim iento en firm e del régim en
de pequeña producción como base del feudalism o se produce
du ran te el proceso de disolución del sistem a señorial «clásico»
(la fase de la renta en trab a jo de la propiedad feudal de la tie­
rra), y el sistem a de explotación directa de estas tierras confor­
me al sistem a tradicional, esto es, el trab a jo forzoso sem anal
de los siervos (prestación por sem anas). Los historiadores m o­
dernos indican, al m enos de modo general, la form a en que la
em ancipación de los siervos se produjo paralelam ente a este
proceso. Proceso que puede apreciarse en la conm utación de
los servicios en la Inglaterra de los siglos xiv y xv, cuando se
produjo una transform ación com pleta con el paso de la renta
en trab a jo directam ente a la ren ta en dinero, lo que significa
de hecho la desaparición de la servidum bre; y lo m ism o ocu­
rre en el su r de Alemania, donde la prim era fase en la abolición
de los servicios en trab a jo consistió en el establecim iento de
ren tas fijas en productos que fueron convirtiéndose gradual­
m ente en ren tas en dinero. A p a rtir de los siglos x n y x m , en
Francia y el sudoeste de Alemania las terrae indom inicatae
(lods’ dem esne lands, dom aine proche, Sallartd), que h asta en­
tonces se venían cultivando con el trab a jo forzoso de los sier­
vos (F rondienst, corvée) se entregaron en parcelas a los siervos
y a ellos se confió su cultivo. Los cam pesinos ya no rendían
servicios forzosos de trab a jo al señor, sino que le entregaban

” El Capital, libro I, pág. 270; ibíd., libro III, págs. 322 y 323. Véase
«S h o k i shihon shugi no keizai kozo» («Estructura económica del Capi­
talismo en sus inicios») en mi obra K indai shihon shugi no seritsu (For­
mación del Capitalismo Moderno) (Tokyo, 1950), págs. 3 y s.

82
K. TAKAHASHI

una porción fija de la cosecha com o prestación (cam pi pars,


cham part, terrage, agrier) 36. Aunque este proceso era una con­
com itancia necesaria de una ren ta en dinero parcialm ente esta­
blecida, la p arte básica de la ren ta feudal ya no eran los ser­
vicios en trab ajo , sino una «renta» (redevance, Abgabe), como
la llam an los historiadores. Este tipo de propiedad feudal, su r­
gida como resultado del derrum bam iento del sistem a señorial
(o V illikations system ), constituyó la propiedad feudal de la
tierra adm in istrada por cam pesinos en pequeña escala, lo que
califican los historiadores alem anes de R entengrundherrschaft
o reine G ru n d h errschaft37.
E sta transform ación en la estru c tu ra de la propiedad feu­
dal de la tierra, que acom pañó a la decadencia del sistem a do­
m inical, p ro d u jo una transform ación de la renta: en Inglate­
rra evolucionó hacia la ren ta en dinero, en F rancia y Alemania
hacia la re n ta en productos, pero no produjo ninguna m odifi­
cación fundam ental del carácter de la ren ta feudal. A nterior­
m ente, los cam pesinos ap ortaban el trab a jo sobrante directa­
m ente en form a de trabajo, y ahora lo pagaban en form as ya
realizadas: productos o su precio en dinero. A esto se redujo
el cambio. En am bos casos aparece la ren ta com o «form a n o r­
mal» del trab a jo sobrante, y no tiene el carácter de p arte de
los «beneficios», realizada p o r los productores y pagada en for­
m a de re n ta capitalista. Aunque es cierto que se producen unos
«beneficios», la ren ta constituye un «lím ite norm al» a la for­
m ación de beneficios. En am bos casos los terraten ien tes feu­
dales, en v irtud de su posesión, utilizan una «coerción extra­
económica» directam ente, sin que intervengan las leyes del in-31

31 B locii, C aractéres originaux, op. cit., págs. 100 y s.; Olivier Mar­
tín , H istoire de la p révó té de v ico m te de París, vol. I (París, 1922), pá­
ginas 420 y s.
37 Max Weber, W itsch a ftsg esch ich te (Tubinga, 1923), pág. 101; G. V.
Below, Ges. der deutsch en L an d w isch a ft in M ittela lter (Jena, 1937), pá­
ginas 73 a 76. Cf. entre los estudios japoneses de la historia de Europa
occidental en la Edad Media la obra de S enroku Uehara, «G rundherrs.
ch a ft en el m onasterio de K lo sterb u rg » (1920), en su colección D oitsu
ch u sef no shakai to keizai (La sociedad y la economía alemanas en la
Edad Media).

83
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

tercam bio de m ercancías, para a rre b a ta r el trab a jo sobrante


a los productores cam pesinos (tenanciers, Besitzer), que, de
hecho, ocupan la tierra, el m edio de producción. Pero va cam ­
biando el m étodo de extraer la renta, la form a de coerción ex­
traeconóm ica. En la época del sistem a dom inical tradicional
la lab o r de los cam pesinos en las terrae dom inicatae estaba
organizada bajo la vigilancia y el estím ulo directos del señor o
de su rep resentante (villicus, bailiff, maire, sergent). Pero en
los reine G rundherrschaft todo el proceso de la producción
agrícola se llevaba a cabo en las parcelas de los propios cam ­
pesinos, y ya no estaban separados en el espacio y el tiem po
el trab a jo que necesitaban para sí m ism os y el trab a jo sobran­
te p ara el señor. Los productores directos podían organizar el
tiem po de trab a jo como desearan o casi. La em ancipación de
los cam pesinos en la E dad Media en F rancia y en el sudoeste
de Alemania, esto es, el paso de la condición de siervos (Lei-
beigene) al de villanos libres (yeom en, Horige, vilains francs)
ocurrió a gran escala en los siglos xm -xv. Así, pues, el m étodo
de ex traer la ren ta pasó de varias form as de obligaciones p er­
sonales y a rb itra ria s a ciertas relaciones reales (dinglich) de
cosas, y las relaciones feudales de exacción de pagos entre se­
ñores y cam pesinos quedaron fijadas por contrato. N atural­
m ente, estas relaciones contractuales no eran com o las de la
sociedad burguesa m oderna, en la que libres propietarios de
m ercancías se com prom eten m utuam ente como personalida­
des m u tuam ente independientes, ju rídicam ente situadas en el
m ism o plano, sino que tom aron la form a de derecho consue­
tu d in ario (la propia ren ta en productos se llam aba a m enudo
coutum es, G ew ohnheitsrecht, y los cam pesinos que la paga­
ban coutum iers). Así podem os h ab lar por prim era vez de «agri­
cu ltu ra cam pesina a pequeña escala» y de los oficios indepen­
dientes, que ju n to s constituían «la base del régim en feudal de
p ro d u cció n » 38.

JI El Capital, libro I, pág. 270, nota 21, y cf. mi monografía Iwayuru


nodo kaiho ni tsuite (Sobre la supuesta emancipación de los siervos), en

84
K. TAKAHASHI

Igual que la ren ta en productos cede el lugar a la ren ta en


dinero, estas pequeñas explotaciones agrícolas, el régim en de
pequeña producción en la agricultura, se van haciendo cada
vez m ás claram ente independientes, y al m ism o tiem po se pro­
duce con rapidez y so ltu ra cada vez m ayores su autodesinte-
gración. Al irse estableciendo la ren ta en dinero, no sólo se
tran sfo rm an las antiguas relaciones entre señor y villano en
las relaciones, m ás objetivas e im personales, del dinero, sino
que, com o ocurre con la «renta trib u taria» inglesa («rent of
assize»), la p arte del trab a jo sobrante que se determ ina como
ren ta fija en dinero se va haciendo relativam ente m ás pequeña,
al ir avanzando la productividad del trab a jo y, por tanto, dis­
m inuyendo su valor en dinero. En esta m edida, el trab a jo so­
b ra n te constituye lo que se ha calificado de «beneficio em brio­
nario», p arte del cual va a los cam pesinos (productores direc­
tos) por encim a de la cantidad estrictam ente necesaria p ara la
subsistencia, y los cam pesinos m ism os pueden transform arlo
en m ercancías. En cuanto a la re n ta en dinero, su valor llegó
a ser tan reducido que, de hecho, se eximió a los cam pesinos
de la obligación de pagarla 39.
Las tierras que inicialm ente cultivaban los cam pesinos se
habían convertido en su propiedad libre. Los cam pesinos que
antes se encontraban en los antiguos dom inios se fijaron a sí
m ism os el ritm o a que redim ían las rentas feudales, se libe­
raro n de las norm as de la propiedad feudal de la tierra y se
convirtieron en propietarios de sus tierras. La form ación de

S higaku zasshi (Z eitsch rifl fü r G eschich tsw issen sch a ft), vol. 51, 1940,
números 11-12, y mi obra K indai S h a ka i seiritsu shiron (Ensayo histó­
rico sobre la formación de la sociedad moderna), págs. 36 a 51.
” «... a veces los propietarios libres se emanciparon de todos los
pagos y servicios..., la relación entre los propietarios libres y el domi­
nio del señor era más bien cuestión de forma y sentimiento que de fon­
do»; T awney, Agrarian P roblem in the S ix te e n th C entury, op. cit., pági­
nas 29 a 31 y 118. Hasta el siglo xvi sus relaciones con los señores eran
más que nada formales. La misma situación imperaba en partes de
Francia. Por ejemplo, en Poitou en el siglo xvi muchas actas de venta
terminan diciendo: «El vendedor no sabe decir bajo qué señor y bajo
qué obligaciones están los lugares que son objeto de la presente venta»;
Raveau, op. cit., págs. 70, 102 y s., 264 y 288.

85
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

este tipo de cam pesinado que se b asta a sí m ism o —los repre­


sentantes típicos son los yeom en ingleses— fue el resultado
del proceso de desintegración de la propiedad feudal de la tie­
rra y estableció las condiciones sociales p ara la renta en di­
nero. Si contem plam os este proceso desde una perspectiva dis­
tinta, podem os decir que una vez establecida la renta en di­
nero en general y a escala nacional, no cabe duda de que los
cam pesinos (productores directos), con objeto nada m ás que
de m an ten er y reproducir ese estado de cosas, satisficieron sus
necesidades directas de subsistencia m ediante las actividades
de una econom ía n atu ra l (producción y consum o); pero los
propios cam pesinos tenían siem pre que convertir en m ercan­
cías y realizar en dinero una p arte de su fuerza de trab ajo y
del producto de su trabajo, p arte que, como m ínim o, corres­
pondía a la ren ta feudal anterior. Dicho en otros térm inos, los
cam pesinos se encontraban en situación de productores de m er­
cancías que no tenían m ás que ponerse siem pre en contacto
con el m ercado 40, y cuya posición como productores de m er­
cancías p ro dujo la inevitable diferenciación social de dicha
condición, el régim en de pequeña producción reducida 41.

,0 En los casos en que no se ha desarrollado una productividad so­


cial definida (esto es, contractual) del trabajo, o lo que equivale a lo
mismo, cuando los campesinos no tienen una posición social correspon­
diente como productores de mercancías, la renta en dinero se impone
y su exacción se hace desde arriba, y no puede sustituir totalmente a
las rentas tradicionales en productos. No sólo aparecen juntas ambas
formas, como ocurre por ejemplo en la Francia del antiguo régimen,
sino que en muchos casos la historia presenta el espectáculo de la re­
versión a las rentas en productos (la reaparición de los servicios en tra­
bajo en el Ostelbe de Alemania, o de la renta en productos en Francia).
Cuando la renta en dinero se impuso a los campesinos en esas circuns­
tancias, pese a su falta de madurez en muchos aspectos como produc­
tores de mercancías, no coadyuvó a emancipar a los campesinos, sino a
empobrecerles.
11 La obra de Tawney, Agrarian Problem in the Sixteenth Century,
ya citada, da muchos ejemplos de esta desintegración de la clase cam­
pesina. El sistema de mansos (Hufenverfassung), el sistema relativa­
mente uniforme de tenencia campesina, tal como se ve en el dominio
señorial del siglo xm , desaparece ya definitivamente. Se llega a un pun­
to en que, como dice T awney (op. cit., págs. 59 y s.), «de hecho no tiene
mucho sentido seguir hablando de mansos y medios mansos».

86
K. TAKAHASHI

B) E ntonces se produjo un intervalo de dos siglos entre


el paso de los servicios en trab a jo a las rentas en dinero y la
desaparición de la servidum bre, en el siglo xiv, h asta la fase
inicial de la era auténticam ente capitalista, en el siglo xvi (en
Inglaterra, los doscientos años que van de E duardo III a Isa­
bel). Exam inem os la form a en que se ocupan Sweezy y Dobb
de este intervalo, cuyo reconocim iento, según Dobb, «es vital...
si se quiere com prender de verdad el trán sito del feudalism o
al cap italism o » 42.
Sweezy sostiene que la servidum bre acabó en el siglo xiv.
Y tiene razón, pues de hecho los servicios en trab ajo se habían
visto sustituidos por las rentas en dinero para esa fecha. Aun­
que nos advierte de que ese cam bio no es lo m ismo que el fi­
nal del feudalism o en sí, sigue tratan d o am bas cosas como si
fueran la m ism a cuando habla de los dos siglos que transcu­
rren entre la term inación del feudalism o y el comienzo del ca­
pitalism o, y en eso se equivoca. Pues aunque se había liberado
a los cam pesinos de la servidum bre directa (servicios en tra ­
bajo), seguían soportando con la ren ta en dinero, que era la
expresión de la propiedad feudal de la tierra, y regidos por
ella; y aunque la ren ta en dinero contenía una parte cada vez
m ás pequeña de su trab ajo sobrante, los cam pesinos no lo­
graban q u itarse de encim a la categoría servil. La concepción
de Sweezy de la renta en dinero com o una form a esencialm en­
te de transición entre las rentas feudales y la renta capitalista
corresponde a su m etodología. Como dice el pasaje que m en­
ciona Dobb, la base de la renta en dinero iba desapareciendo,
pero «sigue siendo la m ism a que la de la ren ta en productos
[en Inglaterra, servicios de tra b a jo ], la cual constituye el pun­
to de partida» 43. Esto es, los productores directos seguían sien­
do, igual que antes, los cam pesinos (B esitzer); la única dife­
rencia es que ahora pagaban a sus señores su trab a jo sobrante
convertido en form a de dinero, conform e a la coerción extra­
económica, o como dice Dobb, «la coerción política y la pre-
" «Respuesta», pág. 56, supra.
" El Capital, libro III, pág. 738; cf. «Respuesta», pág. 58, supra.

87
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

sión de las costum bres señoriales»44. La ren ta en dinero, en su


form a «pura», no es sino una variante de la renta en produc­
tos, y en esencia «absorbe» los beneficios de la m ism a form a
«em brionaria» que la renta en especies45. De esta condición
económ ica surgieron tanto los cam pesinos que habían de liqui­
d ar la ren ta feudal en su totalidad como los capitalistas indus­
triales que habían de elim inar los lím ites a los beneficios indus­
triales, am bos forzosam ente aliados en la revolución burguesa
co ntra la aristocracia terrateniente y los com erciantes m ono­
polistas.
¿P o r qué, entonces, consideró Dobb necesario decir que «la
desintegración del régim en feudal de producción se encontraba
ya en una fase avanzada antes de que se d esarrollara el régi­
m en capitalista de producción, y que esta desintegración no
estuvo en m odo alguno vinculada al crecim iento del nuevo ré ­
gimen de producción dentro del seno del antiguo», y que, por
tanto, parece que este período «no fue ni feudal ni todavía ca­
p italista p or lo que respectaba a su régim en de producción»? 4Í.
Sobre todo, si se tiene en cuenta que sabe ver m ás allá de la
opinión general de que con el establecim iento de la ren ta en
dinero, y con ella la desaparición de la servidum bre, había lle­
gado el final del feudalism o. Ahora ya pagaban ren ta en dinero
la inm ensa m ayoría de los cam pesinos de la Inglaterra del si­
glo xvi. Los prósperos cultivadores libres ya no pagaban pres­
taciones feudales y se habían elevado a la categoría de produc­
tores libres independientes (la «próspera clase media rural»,
de Tawney). Esos «cultivadores libres (yeom en faenies kulaks)»
em plean a sus vecinos m ás pobres tanto en la agricultura
como en la in dustria, aunque todavía en pequeña escala (los
«capitalistas liliputienses» de Tawney). Dado que Dobb co­
noce perfectam ente estos hechos, lo que probablem ente quiere

“ «Respuesta», pág. 58, supra.


15 «En cuanto la ganancia surge de hecho junto al trabajo rema­
nente como una parte especial de él, la renta en dinero, al igual que la
renta bajo sus formas anteriores, sigue siendo el límite normal de esta
ganancia embrionaria»; El Capital, tomo III, pág. 739.
“ Studies, págs. 19 y s.

88
K. TAKAHASHI

decir es que, aunque la clase de cultivadores independientes


sem icapitalistas iba creciendo du ran te este intervalo, el tra ­
b ajo m ism o en general no había caído intrínsecam ente en la
subordinación al capital.
Sin em bargo, no se tra ta de que una vez em ancipada la
clase cam pesina del régim en feudal de producción, se desin­
tegrase o polarizase este cam pesinado libre e independiente.
H istóricam ente, la clase cam pesina ya se había dividido en
cierta m edida en la época de la servidum bre. Los siervos no
se em anciparon en las m ism as condiciones económicas; y en
los d istrito s rurales de Inglaterra los cam pesinos, como pro­
ductores de m ercancías, m aduraron con especial rapidez; por
tanto, su p ro p ia em ancipación se derivó tam bién de la auto-
desintegración de la clase cam pesina. Por eso tuvo Dobb que
corregir lo que había form ulado en Studies y decir que aque­
llos fueron siglos de transición, «en el sentido de que las an­
tiguas form as económ icas estaban en un proceso de rápida
desintegración y sim ultáneam ente iban apareciendo o tras nue­
vas» 47.
Sweezy, en cam bio, se deja aprisionar dem asiado p o r la
prim itiva form ulación de Dobb, «ni feudal ni todavía capita­
lista». Según Sweezy, «la transición del feudalism o al capita­
lism o no es... un proceso único e ininterrum pido..., sino que
está constituida por dos fases muy bien diferenciadas que pre­
sentan problem as radicalm ente distintos y se deben analizar
p o r separado». Al sistem a «ni capitalista ni feudal» que p re­
dom inó en E uropa occidental durante los siglos xv y xvi lo
titu la «producción precapitalista de m ercancías». Este sistem a
«fue lo prim ero que m inó el feudalism o, y luego, algo después,
una vez term inada en gran m edida esta obra de destrucción,
prep aró el terreno para el desarrollo del capitalism o»
Sweezy rechaza deliberadam ente el térm ino de «produc­
ción sim ple de m ercancías» en este caso, aunque señala que
en la teoría del valor ese térm ino «perm ite p resen tar el pro­

47 «Respuesta», págs. 55 y 56.

89
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

blem a del valor de cam bio en su form a m ás sencilla». Cree


que el térm ino es inadecuado históricam ente, dado que la pro­
ducción sim ple de m ercancías es «un sistem a de productores
independientes que poseen sus propios m edios de producción
y satisfacen sus necesidades por medio de m utuos intercam ­
bios», m ientras que «en la producción precapitalista de m er­
cancías el m edio de producción m ás im portante —la tierra—
era poseído en gran m edida por una clase de no producto­
res» 4S. En la m edida en que las tierras de los cam pesinos te­
nían que seguir soportando la carga de las rentas feudales, aun­
que fuera en form a de dinero, el cam pesino no era propietario
de la tierra, en el sentido m oderno, y no es correcto calificarle
de pro d u cto r independiente. Pero de hecho en la Inglaterra
de la época un grupo superior de propietarios libres y de ap ar­
ceros consuetudinarios había pasado de la categoría de ap ar­
ceros feudales a la de propietarios cam pesinos libres indepen­
dientes y autónom os.
O tra cuestión aún m ás fundam ental es el m étodo antihis­
tórico que em plea Sweezy al introducir la idea de los m oder­
nos derechos de propiedad, precisam ente al ocuparse la p ro ­
piedad y la tenencia feudal de la tierra. La propiedad feudal o
señorial de la tierra es, en nuestro sentido, una form a de do­
m inación que constituye la base para su posesión por el señor
(dom inio por la fuerza); la propiedad del señor era Obereigen-
tum , propriété em inente, y los cam pesinos eran Untereigentü-
m er u ocupantes (B esitzer) de sus tierras; la posesión del cam ­
pesino (dom aine titile) era su propiedad real. En vista de todo
esto, son inaplicables los conceptos jurídicos de la propiedad
privada en la m oderna sociedad burguesa 49. Por el contrario,
lo que tiene im portancia en este caso es el contenido econó­
mico 50, esto es, la unión de los cam pesinos como productores

“ Págs. 44 y 45, supra.


49 Esta es una crítica de la p ro p riété paysanne, muy común entre
los historiadores. Para una fase anterior de la controversia, véase M in -
7,es, B eitrag zur G eschichte der N ational-güterverausserung im Laufe
der franzosischen R evolution (Jena, 1892). Criticando a este último, G.
Lefebvre demuestra que los campesinos con une tenure héréditaire,

90
K. TAKAHASHI

directos a sus m edios de producción (tierra, etc.); el capitalis­


mo tiene sus prem isas en la separación de los cam pesinos de
la tierra. E sta es la clave del desarrollo cam pesino-burgués de
aquel período. La prosperidad que origina el trab ajo de este
tipo de productores, después de la desintegración del feudalis­
mo, pero antes de que se les haya privado de sus m edios de
producción, fue una V olksreichtum y constituyó la base social
de hecho de la m onarquía a b s o lu ta 5I.
Sweezy cae en una contradicción cuando califica este pe­
ríodo de ni feudal ni capitalista, utilizando la categoría trad i­
cional de «producción precapitalista de m ercancías», y niega
al m ismo tiem po la posibilidad de que los productores cam ­
pesinos básicos pudieran ser «productores independientes». In ­
ten ta su p erar esta contradicción calificando la renta en dinero
que pagaban esos cam pesinos de form a de transición (de la
ren ta feudal a la ren ta capitalista). Marx discierne tales form as
de transición en el M etariesystem o Parzelleneigentum del
kleinbaiierlicher P achterS2, pero no en la renta en dinero en
sí. Es posible que Sweezy adopte la actitud de que el absolu­
tism o esencialm ente ya no era feudal. El capítulo IV de los
Studies de Dobb y su «Respuesta» constituyen una respuesta
adecuada a esta cuestión y a su relación con la revolución bur-
aunque seguían sometidos a las prestaciones feudales, eran paysans
propriétaires, «Les recherchés relatives á la répartiíion de la propriété
et de l'exploitation fonciéres á la fin de l’ancien régime», en R evuc d'his-
toire m od ern e, núm. 14, 1928, págs. 103 y s., págs. 108 y s. Véanse, ade­
más, R aveau, op. cit., pág. 126, y M. B loch, Anuales d ’histoire économi-
que et sociale, vol. I, 1929, pág. 100, para nuevas pruebas de que los
campesinos tenqnciers féodaux eran véritables propriétaires.
50 «La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de pro­
ducción es la base de la pequeña industria, y ésta es una condición ne­
cesaria para el desarrollo de la producción social y de la libre indivi­
dualidad del propio trabajador. Cierto es que este sistema de produc­
ción existe también bajo la esclavitud, bajo la servidumbre de la gleba
y en otros regímenes de anulación de la personalidad. Pero sólo florece,
sólo despliega todas sus energías, sólo conquista su forma clásica ade­
cuada allí donde el trabajador es propietario libre de las condiciones
de trabajo m anejadas por él m ism o», É l Capital, libro I, pág. 647. (Nota
del traductor. El subrayado es de la edición española y no aparece en
la inglesa).
51 Ibíd., libro I, pág. 611.
5! Ibíd., libro III, cap. XLVII, sec. 5; libro I, págs. 631 y 632.

9]
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

guesa. En todo caso, la introducción de la categoría de la «pro­


ducción precap italista de m ercancías» a este respecto no sólo
es innecesaria, sino que oscurece el hecho de que la sociedad
feudal se regía p o r leyes históricas distintas a las de la socie­
dad cap italista m oderna. En la sociedad capitalista, los me­
dios de producción, com o el capital, están separados del tra ­
bajo, y la ley característica del desarrollo es que la producti­
vidad se desarrolla (am pliación de la com posición orgánica del
capital; form ación de una tasa m edia de beneficios; tenden­
cia de la tasa de beneficios a dism inuir; crisis) como si fuera
la productividad del capital. En cam bio, en la sociedad feudal
los m edios de producción van unidos al productor, y la pro­
ductividad se desarrolla (derrum bam iento del sistem a dom ini­
cal y desarrollo de la agricultura en pequeña escala; form a­
ción de las ren tas en dinero; tendencia del tipo de la renta a
dism inuir; crise seigneuriale) com o la productividad del pro­
pio p ro d u cto r directo; y por tanto, la ley de desarrollo del
feudalism o sólo puede desem bocar en la liberación y la inde­
pendencia de los propios cam pesinos. Además, está claro que
el absolutism o no fue m ás que un sistem a de fuerza concen­
trad a p ara co n tra rre sta r la crisis del feudalism o debida a esta
evolución inevitable 53. Creo que éstas son las «leyes y tenden­
cias», por em plear la expresión de Sweezy, de la sociedad feu­
dal, como sugiere el m étodo del libro III de El C apital5*.

S! Para la crisis estructural de la sociedad económica en el si­


glo xviii, véase el admirable análisis de C. E. Labrousse, La crise de
l'économ ie frangaise á la fin de l'ancien régim e et au d ébut de la révo-
lution (París, 1944), especialmente las págs. VII a LXXV.
54 Véanse mis obras «H oken sh a ka i no kiso m u ju n » («Contradiccio­
nes básicas de la sociedad feudal») (1949) y S h im in k a k u m e i no kozo
(Estructura de la Revolución Burguesa), págs. 60 a 62.

92
K. TAKAHASHI

IV

Llegamos, p o r últim o, a las relaciones entre la form ación


del capital in d u strial y la revolución «burguesa». El proceso
económ ico básico de la revolución burguesa fue la abolición
de las relaciones feudales de producción, conform e se iba des­
arrollando el capital industrial; y ya hem os sostenido que esto
constituye el contenido lógico del «tránsito del feudalism o al
capitalism o», y que la p rim era condición para que fuese po­
sible un análisis racional del carácter histórico del feudalism o
p o st festu m será que tom em os la revolución burguesa como
pu n to de p artida. Por tanto, reviste la m ayor im portancia ex­
plicar el desarrollo de las fuerzas productivas que h istórica­
m ente hicieron inevitable el m ovim iento burgués que abolió
las tradicionales relaciohes feudales de producción y las for­
m as sociales de existencia del capital industrial en aquella
época. Una de las m ás valiosas aportaciones de Dobb a la cien­
cia histórica es que ha buscado la génesis de los capitalistas
industriales no entre la haute bourgeoisie, sino en lo que es­
tab a tom ando form a dentro de la clase de los propios peque­
ños p ro d uctores de m ercancías en el proceso de liberarse de
la propiedad feudal de la tierra; esto es, ha buscado su origen
en lo que nacía de la econom ía interna del cuerpo de los pe­
queños productores; y por tan to ha asignado un gran valor al
papel que desem peñó esta clase de productores de m ercancías
a escala pequeña e interm edia como principales agentes de
productividad en la p rim era fase del capitalism o. Según Dobb,
los rep resen tan tes de las relaciones capitalistas de producción
se habían de en contrar en la clase cam pesina independiente y
autónom a, y en los artesanos pequeños e interm edios. En es­
pecial, los agricultores libres (yeom an farm ers) kulak m ejora­
ro n sus explotaciones y sus m étodos de cultivo gradualm ente
y adquirieron la fuerza de trab a jo de sus vecinos m ás pobres,
los cotters; no sólo siguieron am pliando la escala de sus ope­
raciones productivas, iniciando la industria de paños del país

93
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

(m anufactura como prim era form a de la producción capitalis­


ta), sino que tam bién aparecieron en los oficios urbanos em-
presarios del m ismo tip o 55. «El Nuevo E jército Modelo de
Cromwell y los Independientes, que fueron la auténtica fuerza
im pulsora de la revolución [burguesa inglesa] sacaron su fuer­
za, sobre todo, de los centros provinciales de m anufactura y...
de sectores de la nobleza m enor y del tipo interm edio de agri­
cu lto r libre». Estos elem entos fueron firm es pilares de la re ­
volución inglesa; los com erciantes con carta y los m onopolis­
tas pertenecían al partido m onárquico en su m ayor parte; y
«el capital com ercial, lejos de desem peñar siem pre un papel
progresista, se encontraba a m enudo aliado con la reacción feu­
dal [el ab so lu tism o ]» 56. P ara volver a los térm inos de-mi tesis,

55 S tudies, págs. 125 y s., 128 y s., 134 y s., 142 y s., 150 y s.; «Res­
puesta», pág. 59, supra.
“ Studies, pág. 171; «Respuesta», pág. 60, supra. La percepción de
Dobb de que quienes llevaron a cabo la revolución burguesa, que eran
los verdaderos vehículos del capital industrial (la producción capita­
lista) en aquella época, habían de encontrarse en la burguesía pequeña
y media en auge, y de que el centro de atención debe enfocarse en la
contradicción entre éstos y los capitalistas comerciantes y usureros
(lia n te bourgeoisie), era algo a lo que ya había llegado cuarenta años
antes que él G. Unwin en su obra In d u stria l O rganization in the 16th
and I7th centuries (La organización industrial en los Siglos xvi y x vii )
(1904), y Max Weber en Die P ro testa n tisch c Et'hik und der G eist von Ka-
pitalism us (1904-1905). Resulta sorprendente que cuando Dobb habla del
«espíritu capitalista» ( S tu d ie s , págs. 5 y 9), pase por alto esta admira­
ble percepción de Weber. Este destaca claramente dos sistemas socia­
les en conflicto durante aquel período heroico de la historia de Ingla­
terra. El «espíritu capitalista», que apareció en forma de puritanismo,
era el estilo de vida, la forma de conciencia más adecuada para la clase
de campesinos libres (yeonien) y de industriales pequeños o medianos
de aquella época, y no se puede encontrar en la mentalidad del «ham­
bre de dinero» y «la codicia de las ganancias», común a los comercian­
tes capitalistas y los usureros de todos los tiempos y países. «En gene­
ral, en el umbral de la edad moderna los empresarios capitalistas del
patriciado mercantil no eran los únicos, ni siquiera los principales, ve­
hículos de la actitud que hemos calificado de "espíritu capitalista",
sino mucho más los sectores ascendentes de la clase media industrial»;
Weber, G esanim elte A ufsiitze zu r Religionssoziologie, vol. I (Tubinga,
1920), págs. 49 y s., y cf. ibíd., págs. 195 y s. A este respecto, ni siquiera
T awney se ha apartado de la tesis sostenida por Brentano en Die An-
feinge des m odernen K a p ita lism u s (Munich. 1916) de que el espíritu ca­
pitalista surgió conjuntamente con el comercio orientado hacia la ga­
nancia. Por ejemplo, vemos en la obra de Tawney, Religión a n d the R ise
o f C apitalism (La Religión y el auge del Capitalismo) (Londres, 1926),

94
K. TAKAHASHI

la revolución inglesa del siglo xvii, que destruyó la reacción


feudal (el absolutismo), señaló con ello el primer paso hacia
la subordinación del capital mercantil al capital industrial.
E sta form a de plantear el problem a y de análisis histórico
apareció en el Japón con independencia de Dobb, y antes y de
form a m ás consciente, en las teorías históricas, creadoras y
originales, de Hisao O tsuka 57. Debo decir, por tanto, que pue­
de in terp retarse la opinión de Dobb en el sentido de que con­
firm a el nivel m etodológico de la historia económ ica en el Ja­
pón; p ara Sweezy quizá resulte m enos convincente. En lugar
de form ular un análisis concreto de la génesis social y la for­
m a de existencia del capital industrial en aquella época, lo
único que hace Sweezy en relación con el pasaje clásico de El
Capital al respecto, en el libro III, sobre los «dos caminos» 58
de transición del régim en feudal de producción, es form ular
algunas observaciones críticas de pasada sobre las opiniones
y la docum entación de Dobb. Ahora bien, este capítulo XX (al

página 319, que «el "espíritu capitalista” abundaba mucho en el siglo xv


en Venecia y Florencia, o en la Alemania meridional y Flandes, por el
sencillo motivo de que estas zonas eran los mayores centros comercia­
les y financieros de la época, aunque todos fueran, al menos nominal­
mente, católicos». P irenne, a quien cita mucho Dobb y especialmente
S weezy, y que sin duda es una de las mayores autoridades, publicó un
esquema sobre «la evolución del capitalismo en mil años de historia»,
titulado The Stages on the Social H isto ry o f C apitalism («Las fases de
la historia social del Capitalismo»), en A m erican H istorical Review ,
volumen XIX (1914), págs. 494-515. Señaló las transformaciones de los
capitalistas de unos siglos a otros: los capitalistas modernos no proce­
dían de los capitalistas medievales, sino de la destrucción de éstos;
pero, esencialmente, P irenne consideraba que la producción de mercan­
cías y la circulación del dinero en sí constituían la esencia del capita­
lismo, y, por lo que a él respectaba, el capitalismo feudal y el capita­
lismo moderno «sólo son distintos cuantitativa y no cualitativamente;
es una mera diferencia de intensidad y no de carácter», op. cit., pág. 487.
También él consideraba que sp iritu s capitalisticus es la codicia de la
ganancia nacida en el siglo xi, al mismo tiempo que el comercio.
” H isao Otsuka, K indai O shu keizai shi jo setsu (Introducción a la
Historia Económica de la Europa Moderna) (Tokyo, 1944). El meollo
del argumento de esta obra está formulado claramente antes incluso en
el ensayo del mismo autor «Noson no o rim o to to tosh i no o rim o to » (Pa­
ñeros del Campo y Pañeros de la Ciudad), en S h a ka i keizai shigaku
(Historia Económica y Social) (1938), vol. VIII, núms. 3-4.
“ E l Capital, libro III, pág. 323.

95
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

igual que el capítulo XXXVI) es un capítulo histórico que vie­


ne tras una serie de capítulos sobre el capital com ercial y el
capital a interés. Su análisis tra ta del carácter o las leyes del
capital com ercial o usurario inicial, que sólo tuvo una existen­
cia independiente en la sociedad precapitalista; y del proceso
m ediante el cual, en el curso del desarrollo de la producción
capitalista, este capital com ercial se subordina al capital in­
dustrial. No se tra ta de una transform ación m eram ente form al
o nom inal, en que el com erciante se vuelva industrial. Por tan ­
to, al d eb atir la teoría de «los dos caminos», esto es: 1) «el
p ro d u cto r se convierte en com erciante y capitalista» —«este es
el cam ino realm ente revolucionario»—, y 2) «el com erciante
comenzó a apoderarse directam ente de la producción», el co­
m erciante se hace industrial, «lo conserva [el antiguo régim en
de producción] y lo m antiene como su prem isa», pero con el
tiem po se convierte en un «obstáculo al verdadero régim en de
producción capitalista y va decayendo al desarrollarse éste» 59:
todo esto debe entenderse como un todo, tanto en la historia
como en la teoría. Un poco antes dice el texto: «En las fases
prelim inares de la sociedad capitalista el com ercio predom ina
sobre la industria; en la sociedad m oderna ocurre al revés», y
se p lantea la cuestión de «la supeditación del capital com er­
cial al capital industrial». Y tras el pasaje controvertido vie­
nen las afirm aciones de que «el p ro d u cto r es, a su vez, com er­
ciante. El capital com ercial tiene a su cargo ya exclusivamente
el proceso de circulación... Ahora el com ercio se convierte en
servidor de la producción industrial» 60.
El análisis de Sweezy dice 61 que el segundo camino, de co­
m erciante a fabricante o industrial, procede por la tortuosa
senda del sistem a de «trabajo a domicilio» (p utting out Sys­
tem ), m ientras que en el p rim er cam ino «el productor, cuales­
quiera que sean sus antecedentes [es de suponer que se refie­
re a sus antecedentes sociales], inicia su carrera en calidad si-

” Págs. 42 y 43, supra.


" El Capital, libro III, págs. 319, 322, 324 y 325.
81 Págs. 45 y 46, supra.

96
K. TAKAHASHI

m ultáneam ente de com erciante y de patrono de trabajadores


asalariados», o se convierte en un em presario capitalista «en
el pleno sentido de la palabra, sin pasar por las fases interm e­
dias del sistem a de trab a jo a domicilio». E sta interpretación
parece b astan te superficial. Según Sweezy, se aprecia el p ro ­
blem a como u na m era com paración de form as de adm inistra­
ción, y se pierde de vista el carácter social —la contradicción—
en tre ellos.
No cabe duda de que Sweezy tiene razón al m encionar el
sistem a de trab a jo a dom icilio como cam ino núm ero II. Un
poco m ás adelante, en el m ism o capítulo del Capital, se expli­
ca el cam ino de «com erciante a industrial (fabricante)»; en él
el com erciante capitalista supedita a los pequeños producto­
res (el artesano urbano y, en especial, el p roductor de la al­
dea) a sí m ism o y explota el sistem a de trab a jo a dom icilio
p ara su propio beneficio, haciendo préstam os anticipados a los
trab ajad o res. Pero, adem ás, se ejem plifica el cam ino de «pro­
d u cto r a com erciante (capitalista)»: «el m aestro de tejedores
de paño, en vez de recibir la lana del com erciante poco a poco
en pequeñas rem esas, com pra por sí m ism o lana o hilado y
vende su paño al com erciante. Los elem entos de producción
en tran en el proceso de producción como m ercancías com pra­
das p o r él m ism o. Y en vez de producir p ara un determ inado
com erciante o p ara ciertos clientes, el tejedor de paños pro­
duce ah ora p ara el m undo del comercio. El p roductor es, a su
vez, com erciante» “ . En este caso, los pequeños productores
de m ercancías se van elevando hacia la independencia y la ca­
tegoría de capitalistas industriales a p a rtir de su subordina­
ción al control por el capital com ercial bajo el sistem a del tra ­
bajo a domicilio. P or tanto, toda la referencia al texto original
señala no sólo la existencia de los dos cam inos, sino su oposi­
ción y choque. Lo sustancial del cam ino de «productor a co­
m erciante» es que constituye un proceso «revolucionario» de

“ El Capital, libro III, pág. 324.


7
97
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

subordinación del capital com ercial an terio r al capital indus­


trial (producción capitalista)
Con respecto al Camino núm ero I, aunque Sweezy no llega
a negar de plano la existencia de casos de transform ación de
pequeños productores de m ercancías en capitalistas industria­
les, considera que no tienen im portancia en la génesis social
de los capitalistas industriales. In terp reta m ás bien como caso
general la transición directam ente a capitalistas industriales
sin d ar el rodeo del sistem a de trab a jo a domicilio. Es casi se­
guro que esté pensando en los fabricantes centralizados (fa­
briques réunies), que suelen señalar los historiadores econó­
m icos, según los datos aducidos en el estudio de J. U. Nef so­
b re las p rácticas en la m inería y la m e ta lu rg ia M. H istórica­
m ente, este tipo de m anufacturas centralizadas, establecidas
ora bajo la protección y el favor de las m onarquías absolutas
como m anufacturers royales (d ’état privilegiées), ora como ins­
tituciones de trab a jo forzoso, existieron en m uchos p a íse s6S.
Sin em bargo, en esencia esto no es auténtica m anufactura como
form a inicial de producción capitalista (capital industrial),
sino un m ero punto de cohesión o m ódulo del sistem a de tra-
“ Adomás, y por lo que respecta al «productor que se convierte en
comerciante», en un capítulo anterior que analiza la ganancia comercial
se dice: «En la marcha del análisis científico la formación de la cuota
general de ganancia aparece teniendo como punto de partida los capi­
tales industriales y su competencia, siendo luego corregida, completada
y modificada por obra de la interposición del capital comercial. En la
trayectoria del desarrollo histórico las cosas ocurren exactamente a la
inversa... La ganancia comercial determina primitivamente la ganancia
industrial. Hasta que no se abre paso el régimen capitalista de produc­
ción y el productor se convierte a su vez en comerciante, no se reduce
la ganancia mercantil a la parte alícuota de la plusvalía total que’ co­
rresponde al capital comercial como parte alícuota del capital total in­
vertido en el proceso social de reproducción». El Capital, libro III, pá­
gina 281. De modo análogo, el desarrollo de la producción capitalista
en la agricultura redujo la renta de la posición de ser la forma normal
de trabajo sobrante (rentas o servicios feudales) a la posición de ser
un «brote» de la ganancia (la parte que excede la cuota media de ga­
nancia).
“ Industry and Government in France and England, 1540.1640.
" J. K oulischer , «La grande industrie aux XVII et XVIII• siécles.
France, Allemagne, Russie», en Anuales d ’histoire écono. et. soc., 1931,
número 9; cf. Dobb, Studies, págs. 138 y s., 142 y s.; «Respuesta», pág. 60,
supra.

98
K. TAKAHASHI

bajo a dom icilio del capital com ercial, com o hem os dem ostra­
do en nu estro s trabajos; y de ahí que tam bién este caso tuvie­
ra el m ism o carácter que el Camino núm ero II. ¿ Es «revolucio­
nario» esto, si se tiene en cuenta que no pudo llevar al des­
arrollo de la auténtica producción capitalista? P or el contra­
rio, en E u ro p a occidental se vio d ejar atrá s p o r el auge de la
clase de pequeños productores y su expansión económica, y,
p o r últim o, sucum bió gradualm ente. Las em presas m onopolis­
tas de este tipo, señala Dobb en el caso de Inglaterra, eran de
carácter «conservador» y se aliaron al poder estatal de la m o­
narq u ía absoluta, y, p o r tanto, acabaron p o r ser destruidas y
desaparecer en la revolución b u rg u e sa 66. E ste tipo de evolución
fue característico de la form ación del capitalism o en E uropa
occidental, especialm ente en Inglaterra. En cam bio, las em ­
presas m onopolistas de este carácter desem peñaron im portan­
tes papeles en el establecim iento del capitalism o en E uropa
oriental y el Japón; pero Sweezy no se ocupa de esto.
Pero tam bién Dobb, cuando se ocupa del problem a de los
«dos cam inos», ve el cam ino del «productor-com erciante» como
sistem a de « trabajo a dom icilio» (p u ttin g out system ) o siste­
m a Verlag, organizado por «com erciantes-fabricantes» o por
«em presarios... que se dedicaron al com ercio y em plearon a
artesan o s m ás pobres en el sistem a de trab a jo a dom icilio»67;
en este caso, no cabe duda de que ha caído en una contradic­
ción. E n la form a h istórica del sistem a de trab a jo a dom icilio
los «com erciantes fabricantes» realizan sus beneficios m edian-
“ Lo mismo ocurría en Francia. Los estudios de T arlé sobre la in­
dustria bajo el a n d e n régim e le llevan a poner de relieve una vez más
el «hecho importantísimo» de que la dura batalla por una producción
nacional más amplia y más libre —la fuerza propulsora del capitalismo
francés— no la libró la grande in d u strie ni los prósperos in d u striéis des
villes (los patronos a domicilio), sino los p e tits p ro d u cteu rs des cam-
pagnes. E . T arlé, L 'in d u strie dans les cam pagnes en France á la fin de
l’ancien régim e (París, 1910), pág. 53. La brillante obra de L abrousse
pone de manifiesto el cisma económico y social y el antagonismo cada
vez mayores entre la minoría feudal privilegiada y la generalidad de la
nación en E sq u isse d u m o u v e m e n t des prix et des revenus en France
au X V I I siécle (París, 1933, 2 vols.), vol. II, págs. 615, 626, 419 a 421, 639,
535 a 544.
67 S tu d ies, pág. 138; «Respuesta», pág. 60, supra.

99
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

te la concentración de la com pra de m aterias prim as y de la


venta de sus productos exclusivam ente en sus propias m anos,
adelantando las m aterias prim as a los pequeños productores
en form a de trab a jo que hay que realizar; esta exclusión de
los pequeños productores del m ercado, este m onopolio del
m ercado p o r los p atronos a dom icilio, tuvo, sin duda alguna,
el efecto de bloquear la ru ta p o r la que avanzaban rápidam ente
los productores directos independientem ente com o producto­
res de m ercancías y por la que se estaban convirtiendo en ca­
pitalistas Aunque a m enudo se llam aba fabricantes a esos

“ Aunque el sistema de trabajo a domicilio ( puttin g -o u t sy ste m ) es


producción de mercancías, no es producción capitalista. De hecho, el
terrateniente que explota su dominio directamente mediante el trabajo
forzoso de los siervos, o el terrateniente feudal que les extrae la renta
en productos, pueden convertir lo que extraen en mercancías, pero no
por eso son capitalistas. El sistema de producción a domicilio presu­
pone la posesión de los medios de producción por los productores di­
rectos inmediatos; no presupone el trabajo asalariado. De modo aná­
logo, el sistema de propiedad feudal de la tierra tiene sus premisas en
la tenencia de la tierra por los campesinos. El señor feudal, separán­
dose de los campesinos de H ufe, puso fin a su independencia; se apo­
deró de la comunidad aldeana y de sus obligaciones colectivas sobre la
base de las cuales se habían organizado' las relaciones mutuas de los
campesinos de la H ufe, y las reorganizó dentro del contexto de las rela­
ciones y el dominio feudales de la propiedad de la tierra. Análogamente,
los comerciantes patronos a domicilio ( p u tte rs-o u t ) emergieron de en­
tre los artesanos independientes y pusieron fin a su independencia, se
apoderaron de los gremios artesanales de las ciudades y de sus obliga­
ciones colectivas sobre la base de las cuales se habían organizado las
relaciones mutuas de los artesanos independientes, y las reorganizaron
bajo el control del capital comercial. La secuencia de desarrollo cate­
górico artesanado-gremio-sistema de trabajo a domicilio (capital comer­
cial) es la proyección —formal o ficticia— de la estructura lógica bá­
sica de la propiedad feudal de la tierra, yugada-comunidad-señorío (véa­
se la nota 15, supra). Cf. C ontribución a la C rítica de la E conom ía Po.
lítica, op. cit., pág. 302. La separación de los artesanos independientes,
que eran a la vez productores y comerciantes, de sus funciones comer­
ciales de comprar las materias primas y vender los productos, y la con­
centración de estas funciones en manos de los comerciantes, fueron las
condiciones para el establecimiento del sistema comercial capitalista de
trabajo a domicilio. Y de igual modo fueron las «presiones extraeconó­
micas» por parte de los patronos a domicilio comerciantes, lo que ase­
guró la separación de los productores del mercado, o sea, la negación
de su independencia como productores de mercancías. Los artesanos,
al perder su independencia, quedaron sometidos al dominio de los co­
merciantes patronos a domicilio. Sin embargo, en el propio proceso de
producción todavía no se produjeron cambios, sino que se mantuvie­
ron las condiciones gremiales y de artesanado de producción y de tra-

100
K. TAKAHASHI

merchands-entrepreneurs, no eran capitalistas industriales au­


ténticam ente «progresistas». Sólo «controlaban» la producción
desde fuera, y a fin de m antener su dom inio, como capitalistas
com erciales, m antuvieron sin m odificar las condiciones trad i­
cionales de producción; su carácter era conservador. De form a
que no se tra ta del Camino núm ero I, sino del Camino núm e­
ro II.
¿P o r qué, entonces, in terp reta Dobb que el sistem a de tra ­
bajo a dom icilio y el capital de los patronos a dom icilio cons­
tituyen el Camino núm ero I? Quizá se base esta opinión en
aspectos de la h istoria económica que son característicos de
Inglaterra. Dobb identifica el p utting out system inglés (siste­
m a de trab a jo a dom icilio) con el «sistem a dom éstico» (indus­
trie á domicile, H ausindustrie). «En general..., en la Inglate­
rra del siglo x v i i la industria dom éstica, y no la fábrica ni el
taller de m anufactura, siguió siendo la fo rm a m ás típica de
p ro d u cció n » 69. El sistem a dom éstico inglés (que es distinto de
la H ausindustrie alem ana, que suele tener un contenido idén­
tico al Verlagssystem ) denota con gran frecuencia las indus­
trias independientes pequeñas e interm edias, m ás bien que el
sistem a de trab a jo a dom icilio en el sentido estricto y origi­
n a l 70. Además, m erece la pena señalar que en la historia eco-

bajo como premisas. El cambio se limitó al proceso de circulación. En


la base de las industrias de la pequeña artesanía los comerciantes pa­
tronos a domicilio ( p u tters-o u t ) unificaron el proceso de producción v
llegaron a controlarlo. De modo que el sistema de trabajo a domicilio
como régimen de producción no es distinto, en lo esencial, de las arte-
sanias feudales. Véase, para más detalles, la obra W irtschaitsgeschichte,
de M ax W eber, op. cit., pág. 147.
" Studies, págs. 142 y s.
70 P. M antoux, The In d u stria l R evo lu tio n in the 18th C entury (La
Revolución Industrial en el siglo xvm ) (Londres, 1937), pág. 61. Tam­
bién T oynbee señala ese estado de cosas en la industria inglesa antes de
la revolución industrial: «la clase de patronos capitalistas se encontra­
ba todavía en la infancia. Gran parte de nuestros bienes seguían produ­
ciéndose con el sistema doméstico. Las manufacturas estaban poco con­
centradas en las ciudades y sólo parcialmente estaban separadas de la
agricultura. El «manufacturero» era, literalmente, el hombre que ha­
cía cosas a mano en su propia casa... Una importante característica de
la organización industrial de la época era la existencia de varios pe­
queños maestros manufactureros, que eran totalmente independientes,

101
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

nóm ica de In g laterra la aplicación del putting-out-system por


el capital com ercial parecía ser poco cruel, y que la clase de
pequeños productores que recibían anticipos de m aterias p ri­
m as de los com erciantes pudieron establecer su independencia
del putting-out system con relativa facilidad. E ste tipo de con­
diciones resu ltaba especialm ente conspicuo en el Lancashire
del siglo x vm , según el estudio de W adsw orth y Mann, dentro
del flexible putting-out system era m uy fácil p ara los tejedo­
res p asar a p atronos a dom icilio ( putters-out) y estos últim os
a fa b ric a n te s71. Es posible que Dobb estuviera pensando en
una situación económica y social de ese estilo. Su relación 72
así lo sugiere: «Muchos de los nuevos em presarios eran per­
sonas de poca im portancia que habían com enzado como «co­
m erciantes-fabricantes» con el sistem a de trab ajo a domicilio».
Por tanto, el contenido real de los «com erciantes-fabricantes»
a quienes ha escogido Dobb como Camino núm ero I no es la
oligarquía m onopolista de com erciantes capitalista patronos a
dom icilio en el sentido estricto, que constituían un obstáculo
al desarrollo de la producción capitalista, como vemos en el
caso de las Verlegerkompagnie, cuyo control abolió la revolu­
ción burguesa, sino m ás bien la clase de capitalistas industria­
les y com erciales a escala pequeña e interm edia, que fueron
ascendiendo hacia la independencia en los intersticios del «con­
trol» de los capitalistas com erciales y se convirtieron en los
com erciantes-fabricantes. Aquí es donde busca Dobb la géne­
sis h istó rica de la «m anufactura» como prim era fase de la pro­
ducción capitalista, y no en lo que llam an los historiadores
«fábrica» (fa ctory) o «m anufactoría» (m anufactory). Sin lugar
a duda, ésta es una de las contribuciones de Dobb a la ciencia

pues tenían capital y tierras propios, pues combinaban el cultivo de


pequeñas explotaciones de tierras de pastos libres (ingenuas) con su
artesanía», Lectu res on th e 18th C entury in E ngland (Londres, 1884)
(Conferencias sobre el siglo xvm en Inglaterra), págs. 52 y s.
71 W adsworth y M ann, The C otton Trade and In d u stria l Lancashire,
1600-1780 (El Comercio de Algodón y el Lancashire Industrial, 1600-1780)
(Manchester, 1931), pág. 277; y cf. págs. 70 a 75, 241 a 248, 273 a 277.
72 «Respuesta», pág. 61, supra.

102
K. TAKAHASHI

h is tó ric a 73. Pero debía haber dado un desarrollo m ás preciso


a este com entario sobre la génesis del capital industrial te­
niendo en cuenta la organización in tern a característica de la
ag ricu ltu ra inglesa.
Aunque Dobb ha hecho un análisis concreto y sustancioso
de los «dos caminos» y ha logrado obtener una percepción del
carácter histórico de la revolución «clásica» burguesa, a escala
internacional sus tesis requieren nuevo examen a fondo. Por
lo que respecta a E uropa occidental, tanto en In g laterra como
en Francia aquella revolución se basó en la clase de cam pesi­
nos libres e independientes y en la clase de los productores de
m ercancías en pequeña escala y en escala interm edia. La revo­
lución fue una lucha a fondo por el poder del E stado entre un
grupo de la clase m edia (los Independientes en la revolución
inglesa, los «Montagnards» en la francesa) y un grupo de la
haute bourgeoisie que tenía su origen en la aristocracia te rra ­
teniente feudal, los m onopolistas com erciales y financieros (en
la revolución inglesa, prim ero los m onárquicos y luego los pres­
biterianos, en la revolución francesa, prim ero los «Monar-
chiens», luego los «Feuillants», y por últim o, los Girondinos);
en el proceso de am bas revoluciones, la p rim era de las clases
citadas derrotó a la seg u n d a74. Dobb ha señalado este caso en
Inglaterra.

” Sobre este punto, véase H isao O tsuka, «Toiya seido no kindai teki
keintai» (Formas modernas del sistema de trabajo a domicilio) (1942),
en su obra K indai shihon-shugi no ke ifu (La ascendencia del capitalis­
mo moderno) (Tokyo, 1951), págs. 183 y s. Véase también el resumen
que hace K ulischer de los resultados de la historia socioeconómica, All-
gem eine W irtschaftsgeschichte, vol. II (Munich y Berlín, 1929), pági­
nas 162 y s.
” Compárese con el «Conflicto de las dos vías de actividad capitalis.
ta», de W eber. Este considera que cuando las fuentes de la época ha­
blan de los miembros de diversas sectas puritanas, califican a parte de
ellos de no propietarios (proletarios), y a otra parte de perteneciente al
estrato de pequeños capitalistas. «Precisamente de este estrato de pe­
queños capitalistas y no de los grandes financieros: monopolistas, con­
tratistas del gobierno, prestamistas al Estado, colonialistas, promoto­
res, etc., salió lo que fue característico del capitalismo occidental: la
organización económica burguesa y privada del trabajo industrial (véa­
se, por ejemplo, la obra de U n w in , In d u stria l O rganization in the 16th
and 17th C enturies [Organización industrial en los siglos xvi y xvn]), y

103
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

Sin em bargo, en Prusia y el Japón ocurrió todo lo contra­


rio. El objetivo de las revoluciones burguesas clásicas de E uro­
pa occidental era liberar a los productores del sistem a de
«coerciones» (la propiedad feudal de la tierra y la regim enta-
ción de los grem ios) y convertirles en productores libres e in­
dependientes de m erc an cía s75; en el proceso económico era in­
evitable que se disociaran estos objetivos, y esta diferenciación
(en capital y trab a jo asalariado) form a el m ercado interno para
el capital industrial. Apenas hace falta decir que lo que cons­
titu ía los antecedentes sociales p ara com pletar la revolución
burguesa de este tipo era la desintegración estru ctu ral de la
propiedad feudal de la tierra característica de la E uropa occi­
dental. P or el contrario, en P rusia y el Japón la edificación del
capitalism o bajo el control y el patrocinio del estado feudal
abso lu tista era algo que se veía venir desde el p rim er m o­
m ento 76.
No cabe duda de que la m anera en que se form ó el capita­
lism o en cada país estaba estrecham ente vinculada a las ante­
riores estru ctu ras sociales, o sea, a la intensidad interna y la

«el puritanismo, cuyos miembros siempre fueron apasionados adversa­


rios del capitalismo con privilegios del gobierno, comercial, con trabajo
a domicilio y colonialista, opuso a la organización «orgánica» de la so­
ciedad en aquella dirección fiscal-monopolística que adoptó en el angli-
canismo bajo los Estuardo, sobre todo en la concepción de Laúd, a esta
liga de la iglesia y el Estado con los «monopolistas», basada en una in­
fraestructura social cristiana, el puritanismo opuso los im p u lso s indivi­
dualistas de la ganancia legal racional por medio de la virtud y la inicia­
tiva individuales, que se dedicaban decididamente a edificar industrias,
sin ayuda del Estado y, en parte, a pesar y en contra de éste, mientras
que todas las industrias monopolísticas favorecidas por el gobierno eri
Inglaterra desaparecieron pronto», P rotestantische E th ik , loe cit., pá­
gina 195, nota; págs. 201 y s.
” De este tipo fueron los Independientes en la revolución purita­
na, igual que los «Montagnards» en la Revolución Francesa, como se­
ñala la última autoridad a este respecto: «Sü idea social era la de
una democracia de pequeños propietarios autónomos, de campesinos
y artesanos independientes que trabajasen y comerciasep libremente»;
G. L efebvre, Q uestions agraires au tem p s de la Terreur (Estrasburgo,
1932), pág. 133.
78 Cf. «K indai te k i shin ka no fu ta tsu no ta iko te k i taikei n i tsu ite »
(Sobre dos sistemas opuestos de progreso moderno) (1942), en mi obra
K indai shakai seiritsu shiron (Ensayo histórico sobre la formación de
la Sociedad Moderna), págs. 151 y s.

104
K. TAKAHASHI

organización de la econom ía feudal de cada país. E n Inglate­


rra y F rancia la propiedad feudal de la tie rra y la servidum bre
o bien se desintegraron en el proceso del desarrollo económico
o quedaron liquidados estructuralm ente y de form a categórica
en la revolución burguesa. G. Lefebvre h a puesto de relieve el
papel que desem peñó la revolution paysanne en la Revolución
F ra n c e sa 71. E stas revoluciones de E uropa occidental, p o r la in­
dependencia y la ascensión de los pequeños productores de
m ercancías, y su diferenciación, liberaron entre ellos las fuer­
zas que conducían —económ icam ente, como si dijéram os— el
desarrollo de la producción capitalista, m ientras que en Pru-
sia y el Japón esta «emancipación» se llevó a cabo en el sen­
tido opuesto. La organización de la propiedad feudal de la tie­
rr a siguió intacta, y las clases de cam pesinos libres e indepen­
dientes y de burgueses de clase m edia quedaron sin desarro­
llar. Las «reform as» burguesas, com o la Bauernbefreiung y la
Chiso-kaisei (reform as agrarias du ran te la R estauración Meiji),
contienen elem entos tan opuestos com o la sanción jurídica de
la posición de la propiedad agraria del Junker y la propiedad
p arásita de tierras de carácter sem ifeudal. Como el capitalis­
mo tenía que levantarse en este tipo de terreno, sobre la base
de una fusión con el absolutism o, y no de un conflicto con él,
la form ación del capitalism o tuvo lugar de form a opuesta a la
de E uropa occidental, esencialm ente com o un proceso de tra n s­
form ación del capital com ercial con trab a jo a dom icilio (p u t-
ting-out) en capital industrial. No estaban presentes las condi­
ciones socioeconóm icas p ara el establecim iento de la dem ocra­
cia m oderna; p or el contrario, el capitalism o tenía que irse
abriendo cam ino dentro de un sistem a oligárquico —la estruc­
tu ra social «orgánica»— cuyo objetivo era sofocar el libera­
lismo burgués. De form a que no fue el propio desarrollo in ter­
no de esas sociedades lo que engendró la necesidad de una re­
volución «burguesa»; m ás bien, la necesidad de reform as se

n Sobre la «revolución campesina» véase G. L efebvre, «La Revo­


lution et les paysans», en Cahiers de la rev. ir., 1934, núm. 1.

105
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

p ro d u jo com o resultado de circunstancias externas. Puede de­


cirse que, en relación con las circunstancias cam biantes histó­
ricas y m undiales, la fase de establecim iento del capitalism o
sigue distin tas líneas básicas: en E uropa occidental, el Camino
núm ero I (productor-com erciante); en E uropa oriental y Asia,
el Camino núm ero II (com erciante-fabricante). Existe una p ro ­
funda relación in tern a entre la cuestión agraria y el capital
in d u strial, que determ ina las estru ctu ras características del
capitalism o en los distintos p a íse s78. P or lo que a nosotros res­
pecta, lo que escribió el au to r del Capital sobre su p atria en
1867, en el prefacio a la prim era edición, sigue siendo cierto,
pese a que la fase de la histo ria m undial sea distinta: «Junto
a las m iserias m odernas nos agobia toda una serie de m iserias
heredadas, fru to de la supervivencia de tipos de producción
antiquísim os y ya caducos, con todo su séquito de relaciones
políticas y sociales anacrónicas» 79. Así que, p o r lo que a nos­
otros respecta, la cuestión de los «dos caminos» no sólo p re­
senta interés histórico, sino que está vinculada a problem as
reales y prácticos. H ic Rhodus, hic salta!

H. K. TAKAHASHI

'* Este problema se planteó muy pronto en el Japón; véase la ori­


ginal obra de S eitora Y amada, Nikon shihon shugi bunseki (Análisis del
capitalismo japonés), 1943, y en particular el prefacio, que contiene
en forma compacta una multitud de ideas de gran percepción histó­
rica.
El Capital, libro I, pág. XIV.
4 NUEVO COMENTARIO

Estoy, en general, de acuerdo con el estim ulante artículo


del p rofesor H. K. Takahashi sobre «La T ransición del Feuda­
lismo al Capitalism o», que representa una contribución tan
im p o rtan te a profundizar y am pliar nu estra com prensión de
los im portantes tem as planteados; y no tengo com petencia
para añ ad ir m ucho a lo que ha dicho, ni tam poco lo deseo. En
especial, considero la form a en que ha desarrollado la idea de
«los dos caminos» y la form a en que la ha utilizado para ilu­
m in ar el contraste entre el cam ino de la revolución burguesa
y el seguido p or P rusia y el Japón, especialm ente ilustrativos.
Por lo que respecta a lo que dice p ara criticarm e, sólo deseo
h acer tres com entarios.
Desde luego, está perfectam ente justificado cuando dice que
mi libro «no p resta suficiente atención a las obras francesas y
alem anas»; podría haber añadido, de form a aún m ás justa, que
casi había pasado p o r alto totalm ente la experiencia de la E u­
ro p a m eridional y, en especial, la de Italia y España. Sólo pue­
do explicar que esta om isión fue deliberada y que titulé mi
libro «E studios sobre el D esarrollo del Capitalism o», a fin de
indicar su carácter selectivo y parcial. N unca pretendí escri­
bir, ni siquiera esbozar, una historia general del capitalism o.
Creo que se puede describir el m étodo adoptado diciendo que
consistía en el tratam ien to de ciertas fases y aspectos crucia­
les del desarrollo del capitalism o, tom ando sobre todo a In-
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

g laterra com o caso clásico, con alusiones ocasionales a p ara­


lelismos (com o la evolución de los grem ios o el sistem a de tra ­
bajo a dom icilio) o a contrastes (como la reacción feudal en
la E uropa oriental o la creación de un proletariado) en la Eu­
ro p a continental, a fin de ilum inar los problem as concretos
que in ten tab a aclarar. El desarrollar esos paralelism os y con­
trastes com o m erecían y el elaborar a p a rtir de ellos algo apro­
xim ado a un estudio com parativo com pleto de los orígenes y
el desarrollo del capitalism o en distintas condiciones hubiera
exigido una gam a de conocim ientos de las obras históricas eu­
ropeas de los que verdaderam ente no puedo envanecerm e. In ­
cluso una m entalidad m ucho m ás enciclopédica que la m ía h u ­
b iera tenido que dedicarse durante una década o m ás a los
«progresos cooperativos en esos estudios» que m enciona el
p rofesor T akahashi.
E n segundo lugar, creo que cuando el profesor Takahashi
afirm a que en mi libro hablaba del período que va del siglo xiv
al xvi en In g laterra como «ni feudal ni todavía capitalista», ha
caído en el e rro r de aceptar mi form a de plantear un proble­
m a como si fuera mi conclusión sobre él. Si quiere volver a
leer la página 19 de mi libro, creo que advertirá que en ella
hago una p regunta (de hecho, al final de la frase hay un signo
de interrogación) y form ulo una dificultad que se ha presen­
tado a m uchos de los que estudian ese problem a. En la página
siguiente afirm o que, pese a la desintegración de feudalism o y
la aparición de «un régim en de producción que se había gana­
do la independencia del feudalism o, la pequeña producción...,
que todavía no era capitalista, aunque llevaba en sus entrañas
el em brión de las relaciones capitalistas», todavía no se podía
h ab lar del final del feudalism o («pero a m enos que se vaya a
identificar el fin del feudalism o con el proceso de conm uta­
ción... no puede hablarse todavía del final del sistem a m edie­
val, y m enos aún del destronam iento de la clase dom inante
medieval», pág. 20). Hay que reconocer que la escasez de refe­
rencias a la agricultura (que él critica) dejaba mi conclusión
m ucho m ás en el aire de lo que debiera. Pero creo que en este

108
M. DOBB

caso, pese a lo m ucho que han aclarado Tawney y otros, toda­


vía les queda m ucho terreno p o r desbrozar a los especialistas
en ese período, a los especialistas que se orienten conform e a
los m étodos del m arxism o. Tam bién estoy m ás que dispuesto
a reconocer que anteriores puntos de vista míos, incorporados
en borrad o res iniciales, quizá hayan dejado sus huellas en la
versión definitiva y a esto se deba que la presentación sea m e­
nos clara de lo que debiera. Pero, desde luego, no pretendía
apoyar la opinión de que el período entre E duardo II e Isabel
era «ni feudal ni todavía capitalista», y de hecho, la declara­
ción de que este período era «de transición», que, según el p ro ­
fesor T akahashi, era una «corrección» que no hice h asta escri­
b ir mi «Respuesta», se hizo en la página 20 del libro.
Sin em bargo, he de seguir defendiendo mi o tra declaración,
bien clara, de que «la desintegración del régim en feudal de
producción se encontraba ya en una fase avanzada antes de
que se desarro llara el régim en capitalista de producción, y que
esta desintegración no estuvo en modo alguno vinculada al cre­
cim iento del nuevo régim en de producción dentro del seno del
antiguo». Ello no im plica que los siglos de transición no fue­
ran «ni feudales ni todavía capitalistas», sino todo lo contra­
rio; y creo que constituye una clave de la dificultad que ha
llevado a tan tas personas a ad o p tar la opinión que sobre ese
período form ula Sweezy. Yo consideraba que era una m ani­
festación de tipo general y p relim inar de las tesis que, según
me parece, el profesor Takahashi acepta plenam ente, esto es,
que la desintegración del feudalism o (y, por tanto, su fase ú lti­
m a y de decadencia) no llegó com o resultado del ataque con­
tra él de un «Capitalism o» incipiente disfrazado de «capital
com ercial» y m aridado con la «economía m onetaria», como se
ha supuesto com únm ente, sino com o resultado de la revuelta
de los pequeños productores contra la explotación feudal. Esta
independencia parcial de los pequeños productores tuvo por
resultado la aceleración de su propio proceso de desintegra­
ción (aunque no constituyera el comienzo de ese proceso), el
acelerar el de diferenciación social entre ellos; y de este p ro ­

109
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

ceso (aunque sólo después de que hubiera m adurado durante


un período de transición de feudalism o declinante) nació el ré­
gim en cap italista de producción. Precisam ente porque tenía
que m ad u ra r este proceso de diferenciación social dentro del
régim en de la pequeña producción, hacía falta un intervalo
entre el comienzo de la decadencia de la servidum bre y el auge
del capitalism o. El propio profesor T akahashi dice que «igual
que la re n ta en productos cede el lugar a la ren ta en dinero,
estas pequeñas explotaciones agrícolas, el régim en de pequeña
producción en la agricultura, se van haciendo cada vez m ás
claram ente independientes, y al m ism o tiem po se produce con
rapidez y so ltura cada vez m ayores su autodesintegración».
Parece que el único desacuerdo entre nosotros consiste en una
posible diferencia de la im portancia que atribuim os al grado
de esta «autodesintegración» en una fase an terio r y un período
posterior.
En tercer lugar, por lo que respecta a los «dos caminos» y
m is alusiones al sistem a de trab a jo a dom icilio (putting-out
System ), el p rofesor T akahashi me in terp reta correctam ente
cuando dice que incluyo el sistem a de trab a jo a dom icilio del
tipo de pequeña in d u stria dom éstica inglesa en el Camino nú­
m ero I. Creí, sin em bargo, que había dejado claro en mi capí­
tulo sobre «El Auge del Capital Industrial» que no consideraba
el sistem a de trab a jo a dom icilio una form a económ ica hom o­
génea, sino m ás bien un nom bre genérico de un fenóm eno com ­
plejo que ab arcaba varios tipos distintos. A uno, el tipo Verle-
ger p u ro de la in d u stria organizado p o r los com erciantes de
com pañías, como los cam iseros, pañeros, tejedores y curtido­
res, lo tra té com o un caso del Camino núm ero II de com ercian­
te a m anufacturero patro n o (véase las págs. 129 a 134 de mis
S tu d ies); e inm ediatam ente pasé a co n tra sta r con ellos el m o­
vim iento que se expresó en el surgim iento de una clase de pa­
tronos com erciantes-m anufactureros de entre las filas de los
artesan o s que com ponían el grupo de «hom bres libres» (yeo-
m any) (subordinados) de las Livery Companies y la com pe­
tencia de las nuevas corporaciones de la época de los E stuardo

110
M. DOBB

com puestas p o r estos elem entos (acerca de los cuales escribía


Unwin, págs. 134-138). T itubearía m ucho antes de aventurar
una opinión dogm ática sobre si esta form a, organizada desde
abajo, del trab a jo a dom icilio como sistem a es un fenómeno
peculiarm ente inglés o si tiene paralelism o en el continente.
Por el m om ento, no puedo m ás que sugerir que es posible que
la preocupación p o r la búsqueda del entrepreneur capitalista
a gran escala haya cegado a los historiadores del continente en
cuanto al papel que desem peñó el tipo pequeño y parvenú de
com erciante-m anufacturero, y que es posible que ni siquiera
en Alem ania sea la im agen del Verlags-sysíem tan sistem ática
y ordenada como la han representado los historiadores econó­
micos alem anes. Una vez m ás hay que exhortar a los «progre­
sos cooperativos» en el estudio de esas cuestiones en los dis­
tintos países que m enciona el profesor Takahashi.

MAURICE DOBB

111
5. CONTRARREPLICA

Los problem as que m ás me preocupaban cuando empecé a


estu d iar el libro de Dobb, Studies on the D evelopm ent of Ca-
pitalism (E studios sobre el desarrollo del capitalism o, 1947),
fueron, expuestos de form a m uy resum ida, los siguientes: en
la m ayor p arte de E uropa occidental existió, durante la Alta
E dad Media, un sistem a feudal como el que describe muy bien
Dobb en las páginas 36 y 37. Este régim en de producción pasó
p or un proceso de desarrollo que culm inó en su crisis y de­
rrum bam iento y fue sucedido por el capitalism o. N orm alm en­
te, la analogía con la biografía del capitalism o-desarrollo, cri­
sis general, transición ai socialism o, es grande. Ahora bien, ten­
go una idea b astan te fiel del carácter del m otor fundam ental
en el caso del capitalism o, de p o r qué el proceso de desarrollo
que engendra lleva a la crisis y de por qué es el socialism o, ne­
cesariam ente, la form a de sociedad que le debe suceder. Pero
no tenía una idea en absoluto clara de ninguno de estos facto­
res en el caso del feudalism o cuando me senté a leer el libro
de Dobb. Lo que buscaba en él eran soluciones.
El m ayor hom enaje que puedo hacer al libro de Dobb es
que cuando acabé de estudiarlo tenía una idea m ucho m ás cla­
ra sobre estas cuestiones. Esto se debió en p arte a que logró
convencerm e y en parte a que me estim uló a consultar otras
fuentes y a p ensar p o r mi cuenta. Mi artículo inicial en Scien­
ce & Society tenía el carácter de inform e sobre las respuestas
8
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

a que había llegado provisionalm ente. (A propósito, creo que


no expuse este carácter con suficiente claridad. N aturalm ente,
Dobb form ulaba sus problem as con su propio estilo y estaba
interesado en m uchas cosas que sólo indirectam ente afectan a
los problem as cuya solución buscaba yo, suponiendo que las
afecten en algo. Por tanto, algunas de mis «críticas» no eran
«críticas» en absoluto; deberían haberse presentado como su­
gerencias e hipótesis com plem entarias.)
En su «Respuesta», Dobb indica varios puntos de desacuer­
do con mis respuestas, y Takahashi, si no le interpreto mal,
las rechaza casi in toto. Pero sigo sabiendo poco más acerca de
las respuestas de Dobb (a m is preguntas, claro está) que cuan­
do term iné de leer el libro, y prácticam ente no sé en absoluto
cuáles son las de Takahashi. Por tanto, desearía aprovechar la
oportunidad que me ofrece esta contrarréplica p ara volver a
fo rm u lar mis preguntas y respuestas con la m ayor concisión
posible y de form a que quizá invite form ulaciones distintas de
Dobb y Takahashi *.
Primera pregunta: ¿Cuál fue el m otor prim ordial del des­
arrollo del feudalism o en Europa occid en tal?2.
En el caso del capitalism o, podem os responder a esta pre­
gunta de form a positiva y sin am bigüedad. El m otor prim o r­
dial es la acum ulación de capital que es inherente a la propia
estru ctu ra del proceso de apropiación capitalista. ¿E xiste algo
análogo en el caso del feudalism o?
1 En las páginas siguientes cito el libro de D obb con el nombre
Studies, mi artículo de reseña con el de «Crítica», la respuesta de D obb
con el de «Respuesta» y el artículo de T akahashi con el de «Contribu­
ción».
2 Insisto en hablar del feudalismo de Europa occidental porque,
sin lugar a dudas, lo que llegó a ocurrir a fin de cuentas en Europa
occidental fue muy distinto de lo que ocurrió en otras partes del mun­
do en que prevaleció el régimen feudal de producción. La medida en
que esto pueda deberse a variaciones entre distintos sistemas feuda­
les y la medida en que pueda deberse a factores «externos» constituye,
desde luego, una cuestión de gran importancia. Sin embargo, como no
pretendo ser capaz de responder a ella, lo único sensato que puedo
hacer es limitar mi atención a la Europa occidental. Con ello no quie­
ro implicar que, a mi juicio, otros feudalismos estén sujetos a distin­
tas leyes de desarrollo; me limito a eludir la cuestión en su totalidad.

114
P. M. SWEEZV

La teo ría de Dobb encuentra una analogía en la creciente


necesidad de ingresos de los señores feudales. A su juicio, «fue
la ineficacia del feudalism o como sistem a de producción, ju n ­
to con las crecientes necesidades de ingresos de la clase dom i­
nante, la causa prim ordial de su decadencia; dado que esta ne­
cesidad de m ayores ingresos fom entó tal aum ento de la pre­
sión sobre el productor, que esta presión llegó a hacerse lite­
ralm ente insoportable». (Studies, pág. 42). El resultado fue
que, «en últim o térm ino, desembocó en el agotam iento y, de
hecho, la desaparición de la fuerza de trab a jo que alim entaba
al sistem a» (pág. 43). El problem a consiste en dem ostrar que
la creciente necesidad de ingresos de los señores —cuya exis­
tencia no se pone en duda— sea inherente a la estru ctu ra del
régim en feudal de producción. Ya he aducido m otivos p ara du­
d ar de que exista tal relación («Crítica», págs. 21-25, supra) y
dem ostré cómo podía explicarse fácilm ente la creciente necesi­
dad de ingresos de los señores com o un producto secundario
del crecim iento del com ercio y de las ciudades.
A Dobb le im pacienta bastan te la im portancia que concedo
a este tem a. Según él, parece que yo creyera que el desarrollo
del feudalism o es; «O bien una cuestión de conflicto interno,
o bien de fuerzas externas. Me parece que ésta es una form a
h arto sim plista, e incluso m ecánica, de p resen tar los hechos.
Yo creo que se tra ta de una interacción entre los dos, si bien
es cierto que concedo m ayor im portancia a las contradicciones
internas; dado que, a mi juicio, éstas funcionarían en todo
caso (aunque fuera en una escala cronológica distinta), y dado
que determ inan la form a y la dirección concretas de los efec­
tos que ejercen las influencias externas» («Respuesta», pági­
nas 53-54, supra).
H istóricam ente, desde luego, Dobb tiene toda la razón. Fue
una interacción de factores internos y externos lo que deter­
m inó el rum bo del desarrollo feudal, y nunca pretendí negarlo.
Pero lo m ism o puede decirse del desarrollo histórico del capi­
talism o, lo que nos im pide buscar y en contrar el m otor p ri­
m ordial del sistem a. Por tanto, no puedo convenir en que Dobb

115
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

esté justificado al calificar la form a en que yo form ulo la pre­


gunta en relación con el feudalism o de «mecánica». Se tra ta de
una p regunta teórica, y sigo creyendo que es crucial p ara todo
el análisis del feudalism o.
La segunda m itad de la cita an terio r indica claram ente que
Dobb ad o p ta verdaderam ente una p o stu ra al respecto, pese a
su renuncia a fo rm u lar la pregunta o la respuesta de form a
tajan te. Y esa p o stu ra es precisam ente la m ism a que le a tri­
buía basándom e en su libro, esto es, que sí es cierto que existe
ese m otor p rim ordial interno. Pero com o no aduce ningún a r­
gum ento nuevo, no puedo por m enos que seguir sin estar con­
vencido.
Que yo pueda apreciar, T akahashi contribuye poco a acla­
ra r este problem a. Su interesante análisis de los elem entos del
feudalism o («Aportación», págs. 70 a 73, suprá) no le lleva en
m odo alguno a fo rm u lar las leyes y tendencias del sistem a, y
cuando se refiere concretam ente a esta cuestión, el resultado
no es dem asiado revelador, a lo m enos para mí. Dice acerca de
la sociedad feudal:
«Los m edios de producción van unidos al productor, y la
productividad se desarrolla (derrum bam iento del sistem a se­
ñorial y desarrollo de la agricultura en pequeña escala; form a­
ción de las ren tas en dinero; tendencia del tipo de la re n ta a
dism inuir; crise seigneuriale) como la productividad del p ro ­
pio p ro d u cto r directo; y, por tanto, la ley de desarrollo del
feudalism o sólo puede llevar en dirección a la liberación y la
independencia de los propios cam pesinos» (Ib id ., págs. 91-92,
supra).
E n este caso se tra ta la productividad cada vez m ayor como
factor crucial, pero, desde luego, no puede considerarse eviden­
te sin m ás ni m ás que el aum ento de la productividad sea una
característica inherente del feudalism o. De hecho, existen nu­
m erosísim os datos históricos y contem poráneos que sugieren
precisam ente la hipótesis contraria. Tam bién en este caso, igual
que cuando Dobb habla de la creciente necesidad de ingresos

116
P. M. SWEEZY

de los señores, creo que estam os hablando de fuerzas exterio­


res al sistem a feudal.
E n todo este punto de las fuerzas exteriores, T akahashi me
critica con gran severidad:
«Sweezy no in terp re ta la destrucción de u n a estru ctu ra so­
cial dada como resultado de la evolución de sus fuerzas p ro ­
ductivas, sino que in ten ta en contrar una fuerza externa. Pero
si decim os que la evolución h istórica se produce p o r la acción
de fuerzas externas, queda sin resolver la cuestión de cómo
surgieron esas fuerzas y de dónde procedían» («Contribución»,
página 80, supra).
Desde luego, esta ú ltim a observación es perfectam ente vá­
lida y nunca me propuse negarlo. Fuerzas históricas que son
externas con respecto a una serie de relaciones sociales, son
intern as con respecto a o tra serie m ás am plia de relaciones
sociales. Y eso es lo que ocurrió con el feudalism o de E uropa
occidental. La expansión del com ercio, con el crecim iento con­
com itante de ciudades y m ercados, era algo externo al régim en
feudal de p ro d u c ció n 3, pero era algo interno por lo que res­
pectaba a toda la econom ía de E uropa y el M editerráneo.
Un estudio a fondo del feudalism o de E uropa occidental
—que, desde luego, Dobb no dijo nunca que fuera lo que p re­
tendía ofrecer— tendría que analizar esto dentro del contexto
m ás am plio de la econom ía europea-m editerránea. Pirenne ha
dem ostrado b rillantem ente cóm o puede hacerse esto, y aduci­
do, en p rim er lugar, que los orígenes del feudalism o en E uropa

3 No puedo entender el razonamiento de D obb cuando dice que


«hasta cierto punto» cree que el crecimiento de las ciudades fue un
proceso interno del feudalismo («Respuesta», pág. 55, supra). Sin duda,
no basta el hecho citado por D obb a este respecto de que el feudalismo
«alentaba a las ciudades a proveer a sus necesidades de comercio a
gran distancia» para demostrarlo. Habría que demostrar que la clase
feudal dominante tomó la iniciativa de edificar las ciudades y las in­
tegró con éxito en el sistema feudal de propiedad y de relaciones la.
borales. No cabe duda de que esto fue lo que ocurrió en algunas ciu­
dades, pero me parece que P iren n e ha demostrado de forma conclu­
yente que los centros comerciales decisivos típicos crecieron de for­
ma enteramente distinta. Pero lo que en especial indica el carácter no
feudal de las ciudades fue la ausencia general de la servidumbre.

117
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

occidental h an de buscarse en el aislam iento (por la expansión


árabe del siglo v n ) de aquella zona relativam ente atra sad a res­
pecto de los auténticos centros económ icos del m undo an ti­
guo; y en segundo lugar, que el desarrollo p o sterio r del feuda­
lismo estuvo conform ado decisivam ente por el restablecim ien­
to de los lazos com erciales r o to s 4. Si se considera de esta for­
m a, es evidente que el crecim iento del com ercio a p a rtir del
siglo x no fue ninguna m isteriosa fuerza externa, como la que
T akahashi me acusa erróneam ente de buscar. Pero cuando se
enfoca la atención de form a exclusiva en el feudalism o en cuan­
to tal —como ha hecho Dobb con toda justicia— , me parece
no sólo legítim o, sino teóricam ente esencial, tra ta r el creci­
m iento del com ercio como una fuerza externa.
Creo, pues, que la respuesta a la prim era pregunta es la
siguiente: el sistem a feudal no contiene ningún m otor prim o r­
dial interno, y cuando atraviesa p o r un auténtico desarrollo
—que no es lo m ism o que m eras oscilaciones que no afectan
a su estru c tu ra básica— hay que buscar el m otor de esto fuera
del sistem a (sospecho que esto se aplica en general a todos los
sistem as feudales, y no sólo al de E uropa occidental, pero eso
no en tra en el ám bito del presente debate).
Segunda pregunta: ¿P o r qué llevó el desarrollo del feuda­
lism o en E uropa occidental a la crisis y, por últim o, al d erru m ­
bam iento?
T ras h aber determ inado que detrás del proceso de desarro­
llo se encuentra un m otor prim ordial, no nos queda m ás rem e­
dio que concluir que la respuesta a esta pregunta ha de bus­
carse en las repercusiones de esta fuerza externa sobre la es­
tru c tu ra del feudalism o. Como insiste Dobb con toda razón,

4 Además de la «Historia económica y social de la Edad Media», de


P iren n e (ed. esp., México, 1952), véase también, del mismo autor, «Ma-
noma y Carlomagno» * (Nueva York, 1939), obra publicada con carácter
póstumo en la que se dispone de la exposición más completa del autor
sobre los problemas gemelos del final de la antigüedad y el auge del
feudalismo en la Europa occidental.
* Tomo el título en inglés, «Mohammed and Charlemagne». No he
podido encontrar versión castellana. (N. del T.)

118
P. M. SWEEZY

en o tras palabras, se tra ta de un proceso de interacción, y no


creo que Takahashi esté en desacuerdo. Por tanto, en esto no
nos separan diferencias fundam entales. Lo que m ás he de cri­
ticar en Dobb y Takahashi a este respecto es su ansia por m i­
nim izar la im portancia del com ercio com o factor de la deca­
dencia del feudalism o, que les lleva a eludir el análisis directo
de este proceso de interacción. Ambos, por ejem plo, tienden a
tra ta r de la sustitución de los servicios en trab a jo o de los p a­
gos en productos por las rentas en dinero como si fuera más
que nada una cuestión puram ente form al, y a olvidar el hecho
de que este cam bio sólo puede o cu rrir a escala considerable si
se basa en una producción de m ercancías bien desarrollada.
Mi propia tentativa de tra ta r acerca del proceso de interac­
ción y su resultado la di en mi artículo inicial («Crítica», pági­
nas 26 a 32, supra). Sin duda, contiene m uchos puntos flacos
—como, p o r ejem plo, la form a de tra ta r la llam ada «segunda
servidum bre», que Dobb critica a su vez—, pero sigo creyendo
que tiene la ventaja de constituir un análisis teórico explícito.
Me agrad aría que otros lo llevaran m ás allá.

Tercera pregunta: ¿P or qué sucedió el capitalism o al feu­


dalism o?
Si se está de acuerdo con Dobb, como lo estoy yo, en que
lo que va desde el siglo xiv h asta fines del siglo xvi era un pe­
ríodo en que el feudalism o se hallaba en plena decadencia, y
en el que todavía no se apreciaban m ás que los prim eros co­
mienzos del capitalism o, se tra ta de una cuestión verdadera­
m ente peliaguda. No se puede decir que el feudalism o hubiera
creado fuerzas productivas que sólo pudieran m antenerse y se­
guirse desarrollando bajo el capitalism o, m ientras que se pue­
de decir de form a tajan te que el capitalism o h a creado fuerzas
productivas que sólo pueden m antenerse y seguirse desarro­
llando bajo el socialism o. Es cierto que la decadencia del feu­
dalism o fue acom pañada (yo diría «causada») por la generali­
zación de la producción de m ercancías, y, como repetidas ve­
ces puso Marx de relieve, «la producción de m ercancías y su

119
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

circulación desarrollada, o sea el comercio, form an las prem i­


sas históricas en que surge el capital» (E l Capital, libro I, p á­
gina 103). Pero las prem isas históricas p o r sí solas no constitu­
yen una explicación suficiente. Después de todo, el m undo an­
tiguo se caracterizaba por una producción de m ercancías muy
desarrollada y no fue el padre del capitalism o; y los claros co­
mienzos del capitalism o en Italia y Flandes durante la B aja
Edad M edia concluyeron en el aborto. ¿P o r qué, entonces, lo­
gró el capitalism o ponerse en m archa y seguir adelante a fines
del siglo xvi, especialm ente en Inglaterra?
Dobb aclara m ucho esta cuestión, aunque estoy seguro de
que él sería el m enos convencido de que ha dado una respuesta
definitiva. Atribuye una gran im portancia a lo que calificó
Marx de «camino realm ente revolucionario», de aparición de
los capitalistas industriales, lo que Dobb in terp reta que signi­
fica la ascensión de pequeños industriales de las filas de los pe­
queños productores. En mi artículo inicial critiqué esta inter­
pretación de Marx, pero la respuesta de Dobb y la reflexión so­
bre el asunto me han llevado a concluir que, aunque no es la
única in terpretación posible, sí es legítim a y apunta en una di­
rección que puede tra e r frutos. Lo que hace falta ahora, creo,
es m ucha m ás investigación objetiva sobre los orígenes de la
burguesía industrial. Este tipo de investigación debería valer
m ás que ninguna o tra cosa p ara descifrar el secreto del auge
definitivo del capitalism o a p a rtir de fines del siglo xvi.
No veo con ninguna claridad cuál es la posición de Taka-
hashi al respecto. Critica a Dobb por ir dem asiado lejos al ca­
lificar de época de transición los siglos xv y xvi. Es de suponer
que quiere decir que el feudalism o sobrevivió esencialm ente
intacto h asta que el auge del capitalism o lo derrocó, y que, por
tanto, no existe una solución de continuidad entre los procesos
de decadencia feudal y de auge capitalista, como afirm am os
Dobb y yo. En todo caso, no cabe duda de que Takahashi con­
viene con Dobb en cuanto a la significación revolucionaria de
la ascensión de quienes salen de las filas de los pequeños p ro ­
ductores, y supongo que estaría de acuerdo conmigo en cuanto

120
P. M. SWEEZY

a la urgencia de que continúe la investigación objetiva sobre


el carácter y el alcance de este fenóm eno.
Una ú ltim a observación al respecto. Cuando com enté la su­
gerencia de Dobb de que los siglos xv y xvi no parecían haber
sido «ni feudales ni todavía capitalistas» (S tu d ies, pág. 19), p ro ­
puse que se d iera al período el nom bre de «producción preca­
p italista de m ercancías». Dobb rechaza esta p ropuesta y p re­
fiere considerar que la sociedad del período es una sociedad
feudal «en u na fase avanzada de desintegración» («Respuesta»,
página 56, supra). Dice:
«La p regunta clave que, al parecer, no se ha hecho Sweezy,
es la siguiente: ¿ Qué clase era la dom inante du ran te aquel pe­
río d o ...? No puede haberse trata d o de una clase capitalista...
Si la clase dom inante estaba constituida por una burguesía co­
m ercial, entonces el E stado debe h aber sido tipo de E stado
burgués. Y si el E stado era ya burgués..., ¿cuál fue el proble­
m a central de la guerra civil del siglo xvii ? No puede haberse
trata d o (según esta idea) de la revolución burguesa. Nos que­
dam os entonces colgados con una suposición... de que se tra ­
tab a del com bate contra una tentativa de contrarrevolución
m o n tad a p o r la Corona y la Corte frente a un poder estatal b u r­
gués ya existente... Si rechazam os las opciones antes m encio­
nadas, sólo nos queda la idea (que a mí me parece la m ás co­
rrecta) de que la clase dom inante seguía siendo feudal y de
que el E stado seguía siendo el instrum ento político de su do­
minio» («Respuesta», págs. 57-58, supra).
Reconozco que se tra ta de cuestiones que los m arxistas in­
gleses llevan debatiendo a fondo desde hace varios años, y que
quizá sea presuntuoso p o r mi p arte expresar alguna opinión
sobre ellas. P or tanto, que se m e perm ita exponer mi com en­
tario en fo rm a de pregunta. ¿ P o r qué no existe o tra posibili­
dad que no m enciona Dobb, esto es, la de que en la época de
que se tra ta no hubiera una sola clase dom inante, sino varias,
basadas en d istin tas form as de propiedad y trab ad as en una
lucha m ás o m enos constante por la preferencia y, en últim o
térm ino, p or la suprem acía?

121
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

Si adoptam os esta hipótesis, podrem os entonces in terp re tar


que el E stado de aquella época era el descrito en el conocidí­
sim o pasaje de Engels:
«En ciertos períodos ocurre, de m odo excepcional, que las
clases com batientes están tan equilibradas que el poder públi­
co adquiere cierta independencia al actu ar como si fuera el
m ediador en tre ellas. La m onarquía absoluta de los siglos xvn
y x v m se encontraba en una posición de este tipo al enfrentar
en tre sí a los nobles y los burgueses» 5.
Según esta interpretación, la guerra civil fue, efectivam ente,
la revolución burguesa en el sentido concreto de que perm itió
a la clase cap italista dom inar el E stado y conseguir la ascen­
dencia definitiva sobre las dem ás clases.

PAUL M. SWEEZY

s El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. [Dada


la impugnación que de esta cita hace C. H ill más adelante (págs. 139 y
siguientes), basándose en una traducción al inglés más moderna, he
preferido traducir literalmente la cita tal como en inglés la presenta
S wcezy basándose en la edición de K err, de Chicago, 1902. N. del T.]

122
6. COMENTARIO

Paul Sweezy plantea una serie de cuestiones que los histo­


riadores deberían hacer lo posible por resolver. Como agudo
estudiante m arxista de la sociedad capitalista que es, Sweezy
está n atu ralm ente interesado p o r las investigaciones m arxistas
de problem as análogos en la sociedad precapitalista. Sin duda
alguna, la principal cuestión que plantea es la del «m otor p ri­
m ordial» del feudalism o. Supongo que con estas palabras alu­
de a las contradicciones internas del régim en feudal de pro­
ducción, que llevaron a su desarrollo y luego a su sustitución
p o r otro. Por lo m enos, eso es lo que debería sugerir como
m arxista, aunque de hecho su propia sugerencia de que el feu­
dalism o no tenía un «m otor prim ordial», esto es, que no tenía
dialéctica interna, es no m arxista.
Antes de que intentem os resolver esa cuestión, deben con­
siderarse algunos hechos. El m arxism o es un m étodo que exige
datos concretos p ara la solución de problem as históricos, aun­
que al final pueda plantearse la respuesta en térm inos ab strac­
tos (com o ocurre en algunos capítulos de E l Capital). Lo más
parecido a datos concretos que parece u tilizar Sweezy son las
teorías de H. Pirenne. Como los m arxistas no han de aceptar
estas teorías, y de hecho m ucho especialistas no m arxistas las
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

h an puesto en tela de juicio, debemos poner en su sitio a Pi-


renne antes de ocuparnos de los problem as de Sweezy *.
Las teorías de Pirenne que m ás interesan p ara nuestros fi­
nes son las relativas a la decadencia del com ercio durante la
Alta E dad Media y al origen de las ciudades. C onsideraba Pi­
renne que los reinos bárbaros (especialm ente el reino de los
francos m erovingios), que sucedió al Im perio de Occidente, no
interru m p ió la corriente oriente-occidente del com ercio en el
M editerráneo, y que com o consecuencia de esto no dism inuyó
el com ercio local de la E uropa occidental. Siguieron florecien­
do las ciudades, se siguió utilizando la m oneda de oro y se m an­
tuvo gran p arte del sistem a adm inistrativo y fiscal rom ano. El
com ercio no sólo internacional sino local no se secó h asta que
(en los siglos v n y v m ) los invasores del Islam co rtaro n las
ru tas com erciales del M editerráneo. El resultado fue el predo­
m inio de los dom inios señoriales cultivados p o r siervos y la
producción casi universal para el consum o inm ediato. La p ro ­
ducción de m ercancías no volvió a em pezar en E uropa occi­
dental h asta que se reanudó el com ercio entre los extrem os
oriental y occidental del M editerráneo. E sta producción de m er­
cancías se vio estim ulada, en p rim er lugar, por el com ercio
internacional. Los prim eros com erciantes al final de la Alta
E dad Media, fundadores o refundadores de las ciudades m e­
dievales, eran las «heces» de la sociedad, com o si dijéram os,
en el sentido de Sweezy, «exteriores» a la sociedad feudal. Una
vez que lograron poner en m archa el com ercio y la vida u rb a­
na, se d esarro llaron los m ercados locales. Dicho en otros tér­
m inos, según Pirenne, el com ercio internacional en artículos
suntu ario s constituyó el factor determ inante, tan to de la deca­
dencia de la producción de m ercancías du ran te el siglo vil,
com o de su renacim iento en el siglo xi.
No hace falta e n tra r en m uchos detalles para decir que, en 1
1 Desde luego, la aportación positiva de P iren n e a la comprensión
de la historia económica medieval fue enorme y merece mucho res­
peto. También deberíamos agradecer la forma estimulante en que ex­
pone sus hipótesis, aunque (o quizá porque) no estamos de acuerdo
con ellas.

124
R. M. HILTON

sus puntos m ás esenciales, actualm ente no se puede aceptar


esa interpretación. La decadencia de la producción de m ercan­
cías, que llegó quizá a su fase m ás b aja du ran te la era carolin-
gia, no sólo comenzó m ucho antes de las invasiones árabes,
sino incluso m ucho antes del derrum bam iento del Im perio Ro­
m ano com o sistem a político. A p a rtir, por lo m enos, de la cri­
sis del siglo m , la vida urb an a había ido contrayéndose y h a­
bían em pezado a dom inar la estru ctu ra social del Im perio los
latifundios autárquicos con m ano de obra servil. Tam bién se
iba contrayendo el com ercio oriente-occidente, no sólo por m o­
tivos políticos, sino porque cada vez era m enos posible recibir
pagos en oro del occidente. Esto se debía a una huida del oro
hacia el oriente, que, probablem ente, había com enzado ya en
el siglo i y que no se pudo su stitu ir ni p o r el procedim iento de
la gu erra ni p or el del com ercio, ya que las exportaciones del
occidente tenían m ucho m enos valor que las del oriente.
De hecho, los árabes no tenían m ucho que cortar. Pero, en
todo caso, Pirenne se equivocaba al considerar a los árabes
enemigos del com ercio oriente-occidente. N aturalm ente, se pro­
d ujeron ciertas dislocaciones, pero los árabes eran partidarios
de con tin u ar las relaciones com erciales que eran económ ica­
m ente viables, como han dem ostrado con todo detalle los espe­
cialistas. De hecho, un h isto riad o r francés ha expresado la opi­
nión, plausibilísim a, de que los árabes alentaron positivam ente
el com ercio oriente-occidente m ediante el «desatesoram iento»
de los caudales de oro que existían en las p artes de los Im pe­
rios Bizantino y Sasánida que cayeron en sus m a n o s 12.
De form a que el bajo nivel de la producción p ara el m er­
cado d u ran te la Alta E dad Media se debió en gran p arte a que
continuó u na evolución económ ica ya iniciada dentro del con­
texto político y social del Im perio. Eso no significa que deba­
mos considerar sim plem ente que la era carolingia fue una épo­
ca de total retroceso económico y social. Se hicieron progresos
en la vida económica, social y política muy im portantes, aun­
1 M. Lombard, «L’Or musulmán du Viie au XI* siécle», e n Anuales,
1947.

125
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

que insuficientem ente explorados, sin los cuales no hubiera po­


dido o cu rrir la nueva evolución expansiva del régim en feudal
de producción. De hecho, p ara fines del siglo x había im por­
tantes signos del desarrollo de' la producción de m ercancías.
Los m ercados locales com enzaron a am pliarse y a convertirse
en ciudades. La vida urbana, como consecuencia del desarrollo
de las fuerzas económ icas y sociales, se desarrolló dentro de la
sociedad feudal, y no, según opinaba Pirenne, como resultado
del im pacto externo de m ercaderes itinerantes o buhoneros
como Goderico de Finchal. Ya está bastante dem ostrado este
hecho m ediante el estudio cuidadoso de ciudades aisladas de
Francia, Alemania e Italia. Hay que abandonar ya la interpre­
tación de Pirenne (en que se basan tantas de las teorías del pro­
pio Sweezy) sobre la resurrección del com ercio y los cam bios
en la econom ía del feudalism o europeo.
¿C uál era la causa del desarrollo social bajo el feudalism o?
Me siento inclinado a creer que en el estudio de este problem a
no debem os lim itarnos al feudalism o, sino ocuparnos de la so­
ciedad p recap italista como un todo, o en todo caso de la socie­
dad p recap italista de clases. Sweezy considera que la acum u­
lación de capital es el m o to r prim ordial de la sociedad capita­
lista, porque es inherente al proceso de producción capitalista.
N aturalm ente, no existe en las sociedades precapitalistas nin­
gún proceso de acum ulación como el que se sigue inevitable­
m ente de la explotación del trab a jo asalariado por capitalistas
que com piten entre sí. Pero tam poco cabe duda de que debe­
mos considerar el aum ento del producto sobrante por encim a
de lo necesario para la subsistencia como condición necesaria
para el derrum bam iento del com unism o prim itivo y el com ien­
zo del capitalism o. N aturalm ente, el aum ento de este producto
excedente dependía del desarrollo de las fuerzas de produc­
ción, de las herram ientas y las habilidades de los artesanos y
los agricultores. El desarrollo de las fuerzas de producción de­
bía depender a su vez de las dim ensiones y el uso que se hi­
ciera del producto excedente. Dicho en otros térm inos, incluso
en econom ías muy prim itivas el perfeccionam iento de la téc­

126
R. M. HILTON

nica depende de que se apliquen a ella los resultados de la acu­


m ulación, aunque claro está que no del capital acum ulado, sino
del producto excedente acum ulado. Esto es evidente, pero no
b asta p or sí solo para explicar por qué en una determ inada
sociedad p recapitalista la interacción dialéctica de las fuerzas
de producción y el producto excedente acum ulado haya de te­
ner p or resultado, prim ero, la expansión, y luego, la decaden­
cia del régim en de producción (esclavitud o feudalism o). Pero
tam poco podría entenderse esto sin tener en cuenta asim ism o
las relaciones predom inantes de producción; después de todo,
no puede entenderse el proceso de acum ulación capitalista si
no se tiene en cuenta el cálculo de la relación entre capitalistas
y obreros 3.
P or ejem plo, es evidente que hay que tener en cuenta las
relaciones de producción si se quiere responder a una de las
preguntas de Sweezy, esto es, ¿ p o r qué no se desarrolló el ca­
pitalism o a p a rtir de la producción de m ercancías del m undo
antiguo? Marx y los m arxistas que han .leído (como no cabe
duda ha hecho Sweezy) el tom o III de El Capital, responderían
que no b asta con la m era producción de m ercancías por sí
sola para p e rtu rb a r la «solidez y articulación interna» de un
régim en de producción. En el caso de la esclavitud, el motivo
p or el que no aparece el capitalism o es que los sectores de la
econom ía en que m ás avanzada estaba la producción de m er­
cancías tendían a ser aquellos en que m ás explotados estaban
los esclavos. Pero la explotación de los esclavos lim itaba el des­
arrollo técnico de m odo que, una vez que empezó a decaer la
o ferta de esclavos, se reveló el fundam ental atraso técnico de
la econom ía basada en los esclavos. Lejos de m antener al es­
clavo separado de los medios de producción —prem isa necesa­
ria del precapitalism o—, los propietarios de esclavos resolvie­
ron (o in ten taron resolver) los problem as económicos de las
1 Investigación resumida en «The Origins of the Medieval Toxvn
Patritiate» (Los Orígenes del Patriciado Urbano Medieval), por A. B.
H ibbert , en Past and Present, 1953, núm. 3, págs. 15 a 27, y Les Villes
de Flandre et d'Italie soas le gouvernement des patricicns: XI-XV' sié-
cles, por J. Lestocquoy.

127
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

postrim erías de la sociedad antigua m ediante el asentam iento


de sus esclavos en parcelas cultivables, con lo que de hecho
crearon las relaciones de producción características de la so­
ciedad feudal.
Sin em bargo, no se tra ta ahora de exam inar el problem a
del m o to r p rim ordial de todos los regím enes precapitalistas de
producción.
El problem a que nos ocupa es el feudalism o. Creo que los
ingredientes de n u estra respuesta son, en lo esencial, los si­
guientes. La característica principal del régim en de producción
en la sociedad feudal es que los propietarios de los m edios de
producción, los terratenientes, intentan constantem ente ap ro ­
piarse p ara su propio uso todo el excedente que producen los
productores directos. Antes de preguntar por qué lo hacen, de­
bem os dem o strar brevem ente que, de hecho, esto es lo que in­
ten tab an h acer de distintos modos. El carácter de los produc­
tores directos, al igual que otros aspectos del sistem a econó­
mico, cambia- en las distintas fases del desarrollo del feuda­
lismo europeo, y, p o r tanto, cam bia el carácter específico de la
explotación p or los terratenientes. En algunas p artes de E uro­
pa persisten cuando com ienza el feudalism o las com unidades
cam pesinas libres con considerables reliquias de form as de o r­
ganización tribal. En tales casos (especialm ente, por ejem plo,
en In g laterra antes de las invasiones danesas), la aristocracia
m ilitar —tam bién de carácter sem itribal— se enfrenta con el
com plicado problem a de tran sfo rm ar el trib u to de los cam pe­
sinos que antes se pagaba librem ente a su rey tribal, enaje­
nado ah ora a los nobles por el rey en ren ta feudal, y, al mismo
tiem po, con el de reforzar esta posición de devengadores de
ren ta m ediante el fom ento de la colonización de tierras no cul­
tivadas p or esclavos, clientes sem ilibres, etc. Al m ism o tiem po,
en ciertas aldeas no subordinadas a m iem bros del séquito del
rey, la destrucción de la com unidad tribal propele hacia a rri­
b a a algunas fam ilias cam pesinas con m ás poder y m ás pose­
siones que sus vecinos, que «progresan» h asta llegar a la situa­
ción de nobles devengadores de renta. En cam bio, en o tras par-

128
R. M. HILTON

tes de E u ro p a (por ejem plo, en Italia y la Galia occidental y


m eridional) la nobleza rom ana ha venido todo este tiem po
transform ándose en nobleza feudal, desde el siglo m . Sus lati­
fundios trab ajad o s por esclavos se han convertido en terrenos
trab ajad o s p o r siervos, pues los cam pesinos serviles son en
p arte esclavos y en p arte terratenientes libres em pobrecidos.
De este tipo de explotación se apoderaron en p arte los infil­
trad o s m ilitares teutónicos (hospites), tales com o los burgun-
dios y los visigodos, que se fundieron con la nobleza rom ana.
Sin em bargo, su tipo de explotación variaba según hubieran
sus predecesores rom anos integrado las com unidades trib a ­
les p rerro m an as en el sistem a de esclavos del Im perio de for­
m a m ás o m enos com pleta.
Cuando llegó el siglo ix —el período que llam an los histo­
riadores alem anes y franceses Alta E dad M edia— la econom ía
feudal de E u ro p a estaba dom inada p o r grandes dom inios inte­
grados p or villae, cuyo territo rio , dividido en terrae in domi-
nicatae y de los cam pesinos, tenía la función de proporcionar
víveres y productos m anufacturados al señor. La m ayor p arte
de la ren ta feudal se pagaba en trab ajo , sólo una p arte en p ro ­
ductos, y una tercera parte, insignificante, en dinero. N atu ral­
m ente, los grandes dom inios no cubrfan ni siquiera la m ayor
p arte del territo rio de la E uropa feudal, pero constituían los
elem entos decisivos de la econom ía. El papel df3 los alodios
supervivientes o de las tierra s de la pequeña nobleza no sería
im p o rtan te h asta que empezó a desintegrarse el régim en feu­
dal de producción, como ha dem ostrado K osm insky en el caso
de In g laterra. E ntre los siglos ix y x m el proceso de reducción
a servidum bre siguió al m ism o ritm o, pero cuando em peoró y
se hizo uniform e la situación jurídica de los explotados, el des­
arrollo de la producción de m ercancías in trodujo m odificacio­
nes en la form a de la renta, de m odo que para fines del si­
glo x m las ren tas en productos y en dinero han sustituido en
gran m edida a la re n ta en trab a jo (excepto en Inglaterra), lo
que produce a su vez un m ejoram iento de la condición ju ríd i­
ca. P or diversos m otivos rélacionados con el desarrollo de la
9
129
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

producción de m ercancías (los m ás im portantes de los cuales


fueron la fragm entación de las parcelas y el desarrollo de la
resistencia cam pesina a la explotación), se redujo la ap ro p ia­
ción directa de la ren ta im puesta sobre las parcelas de los cam ­
pesinos, pero se m antuvo la dem anda total de ren ta feudaj por
los señores en general m ediante la explotación de los privile­
gios señoriales y la creación de la im posición privada y pública.
E n resum en, podem os decir que de un m odo u otro la clase
dom inante, bien m ediante sus derechos privados o por con­
ducto del E stado, in ten tab a m axim izar la ren ta feudal, esto es,
el excedente que arreb a ta b an por la fuerza al p roductor di­
recto du ran te todo el tiem po. Pero, naturalm ente, el éxito no
recom pensaba siem pre sus esfuerzos y en el examen de su fra­
caso encontram os las razones para la decadencia del régim en
feudal de producción.
Pero, preg untará Sweezy, ¿por qué intentaban los señores
feudales conseguir una proporción del producto excedente de
los productores directos que fuera lo m ás aproxim ada posible
al to tal? ¿Q ué analogía existe en este caso con la necesidad de
los capitalistas de acum ular y de a b a ra ta r la producción a fin
de com petir en el m ercado? ¿Y cuáles fueron las consecuen­
cias económ icas y sociales que im pulsaron a la sociedad feudal
a evolucionar de esta form a para conseguir m ayores rentas?
Desde luego, los señores feudales no aum entaron la renta
feudal p ara llevar al m ercado el producto de la parcela dé un
cam pesino o del trab a jo forzoso de los cam pesinos, aunque es
posible que uno de los m edios m arginales de realizar la renta
en productos o la producción de las terrae dom inicatae haya
sido el venderlos. F undam entalm ente, in ten taro n au m en tar la
ren ta feudal a fin de m antener y m ejo ra r su posición dom inan­
te, tan to en contra de sus innum erables rivales com o de sus
subordinados explotados. El m antenim iento, y si es posible la
am pliación, del poder clasista para la clase que ya lo tiene
es la fuerza im pulsora de la econom ía feudal y de la política
feudal. P or eso había que m axim izar la renta. En el siglo ix el
m agnate carolingio m antenía su enorm e com itiva o séquito de

130
M. HILTON

clientes m ediante el sistem a de alim entarles directam ente con


el producto de sus villae. Cuando se desintegró el enorm e, aun­
que efím ero, im perio de los carolingios y cedió el lugar a los
reinos, ducados y condados feudales, m ás pequeños, pero m ás
m anejables, los seguidores de los principales reyes y nobles
quedaron enfeudados, con tierras a cam bio de servicios m ili­
tares, de form a que se pudieron reducir los séquitos perm anen­
tes, que eran difíciles de m an ejar y de m antener. Pero aunque
el enfeudam iento de los caballeros libró de una carga adm i­
nistrativ a a sus jefes feudales, no representó ningún alivio
p ara los cam pesinos, que se vieron todavía m ás explotados.
Desde luego, se entrelazaron la lucha p o r el poder y la lucha
p or la tierra, pero la consecuencia fue que se m ultiplicaron las
exigencias que una población cada vez m ayor de señores gran­
des y pequeños presentaba de diversas form as de ren ta feu­
dal. El alcance cada vez m ayor de los poderes estatales inten­
sificó aún m ás las crecientes exigencias de los terratenientes
eclesiásticos.
P or últim o, debemos reco rd ar que el desarrollo del m erca­
do interno y externo, quizá ya a p a rtir del siglo x, constituyó
o tro facto r im portante que im pulsó a los señores feudales a
exigir rentas cada vez m ayores. La especialización de la p ro ­
ducción industrial en las ciudades cuyos burgueses intentaban,
con éxito, conseguir privilegios económicos y políticos, hizo
que la relación de intercam bio entre la ciudad y el cam po se
inclinara a favor de la prim era. En la m edida en que se dedi­
caba a vender, el señor com praba caro y vendía barato. Y la
creciente necesidad de «préstam os p ara consumo» de los se­
ñores al au m entar sus gastos suntuarios y de arm am ento les
hacía endeudarse con los prestam istas. A fin de cuentas, sólo
un aum ento de la renta feudal podía cu b rir la diferencia entre
los ingresos y los gastos de los señores feudales.
Sería necesario un estudio de los hechos m ás detallado de
lo que nos perm ite el espacio de este artículo para dem ostrar
de form a convincente que la lucha p o r la ren ta fue el «m otor
prim ordial» de la sociedad feudal. Pero quizá puedan indicarse

131
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

algunos de los posibles cam pos de estudio. Los conflictos entre


la m onarquía de los Capetos y los principales feudatarios fran ­
ceses du ran te los siglos xi y x n constituyen un lugar común
de la h isto ria política. El crecim iento del estado feudal (fuera
el estado m onárquico de los Capetos o los estados ducales y
condales de los principales vasallos de N orm andía, Flandes,
Anjou, etc.) ha constituido, por consiguiente, el coto cerrado
de los h istoriadores «políticos». Pero no se aprecia la situación
real h asta que se ve que el proceso de colonización de las nue­
vas tierras y de explotación intensificada del cam pesinado, o
dicho en otro s térm inos, el progreso de maximización de la
renta, constituye la base de la lucha política cuando ésta está
m ejor docum entada. Algo de este proceso puede discernirse
en la relación de la adm inistración de sus tierras por Suger,
abad de San Denis, pero h abría que ensam blar la historia, tro ­
zo p or trozo, a p a rtir sobre todo del m aterial de los cartula­
rios. El m ismo tipo de problem a podría estudiarse en la Ale­
m ania de Federico B arb arro ja y de E nrique el León 4, por no
h ab lar de la In glaterra de los siglos x n y x m , donde cada uno
de los problem as fundam entales de la sociedad feudal —la lu­
cha p or la ren ta entre señores y cam pesinos y señores rivales,
el desarrollo del derecho como instrum ento de maximización
de la renta, el desarrollo del E stado como m ecanism o de opre­
sión— está m ejor docum entado que en ningún otro país de
Europa.
La incidencia de la exacción de la renta feudal por los terra­
tenientes variaba, porque tam bién variaban las circunstancias
económ icas concretas por toda una serie de razones durante la
época feudal, y, sobre todo, porque aquellos a quienes se exi­
gía el pago de ren ta no eran en absoluto iguales social o eco­
nóm icam ente, ni seguían teniendo ias m ism as características
a lo largo de períodos considerables de tiem po. E stá claro que
4 Un ensayo sobre «The State of the Dukes of Zahringen» (El Es­
tado de los Duques de Zahringen), por T. M ayer, en Medieval Gerrtia-
ny (Alemania Medieval), tomo II, compilado por G. B arraclough, su­
giere líneas de desarrollo que un historiador marxista podría com­
pletar.

132
R. M. HILTON

la dem anda de ren ta en su sentido m ás am plio constituyó el


factor im p o rtante que determ inó el m ovim iento de la econo­
m ía feudal. La obligación p o r p arte del cam pesino de entregar
su excedente podía tener el efecto de o bien hundirle del todo,
o bien estim ularle para aum entar la producción de su parcela.
Pues, como señala Marx, aunque la ren ta feudal representa el
producto sobrante del cam pesino, la ru tin a necesaria de todo
sistem a económico organizado produce regularidad, de form a
que las rentas estuvieron fijadas durante largos períodos de
tiem po. Por tanto, en m uchos casos (en especial, en el caso de
los cam pesinos m ás ricos) la renta sólo podía constituir parte
del sobrante. Los cam pesinos intentarían au m en tar la p ro p o r­
ción del sobrante que se guardaban y lo podían conseguir bien
fuera obligando a una reducción relativa o absoluta de la ren ­
ta, o am pliando la parcela sin que se produjera un aum ento
correspondiente de la renta. Esos intentos desem bocarían en
las revueltas de los cam pesinos y en el cultivo de tierras nue­
vas. N aturalm ente, los señores intentarían aum entar la canti­
dad del producto excedente que les correspondía a ellos y, ade­
m ás, in ten tarían pasar a controlar tierras nuevas, estuvieran
ya ocupadas p or colonos que pagaban ren ta (no sólo la renta
directa de la tierra, sino tam bién la ren ta disfrazada de bene­
ficios fiscales de la justicia), o tierra todavía sin cultivar y p re­
p arad a p ara el asentam iento. De ahí que la am pliación general
del cultivo que sin duda continuó h asta el final del siglo XIII,
y que constituyó una de las m ayores aportaciones del orden
feudal, fuera un producto de la lucha por la renta.
El progreso económico que era inseparable de la prim era
lucha por la ren ta y de la estabilización política del feudalis­
mo estuvo caracterizado por un aum ento del sobrante social
total de la producción p o r encim a de lo necesario para subsis­
tir. Esto, y no el llam ado resurgim iento del com ercio in tern a­
cional en sedas y especias, constituyó la base para el desarro­
llo de la producción de m ercancías. Es decir, que en el período
de econom ía natural predom inante cada vez se pudo dedicar
una proporción m ayor del producto al intercam bio. Por tanto,

133
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

la expansión de los centros de m ercados y ciudades medievales,


a p a rtir del siglo x o el XI, se basó fundam entalm ente en la ex­
pansión de la producción sim ple de m ercancías. El desarrollo
espectacular del com ercio internacional, la industrialización de
Flandes, el B rabante, Lieja, Lom bardía y Toscana, el crecim ien­
to de los grandes centros com erciales como Venecia, Génova,
B rujas, París, Londres, vienen cronológicam ente después del
desarrollo de las fuerzas de producción en la agricultura, esti­
m uladas en el proceso de la lucha por la renta feudal.
La interacción de estos diversos factores —todos ellos in­
ternos a la E uropa feudal— produjo profundos cam bios en la
situación. El desarrollo de la producción para el m ercado agu­
dizó y diversificó la estratificación ya existente de los produc­
tores cam pesinos. Los cam pesinos ricos se hicieron m ás ricos
y los pobres m ás pobres. Pero a p a rtir del siglo x m se con­
vierten en un tipo distinto de ricos y en un tipo distinto de
pobres. La fam ilia acom odada de épocas anteriores era rica
en bienes producidos p ara su propio consum o, pero con la evo­
lución del m ercado, esos cam pesinos ricos cada vez destinan
a la venta u na p arte m ayor de su excedente. Sus parcelas tie­
nen cada vez m ayor extensión, em plean m ás trabajadores asa­
lariados y ese trab a jo lo hacen cada vez m ás las personas que
carecen totalm ente de tierra, en lugar de los pequeños te rra ­
tenientes. Tam bién objetan a que se les prive de la ren ta so­
brante, y su antagonism o al terrateniente se ve reforzado por
la desesperación de los dem ás sectores del cam pesinado, para
quienes la exigencia de ren ta no constituye sólo una re stric­
ción a la expansión económica, sino una depresión de un nivel
de vida, que es el de la m era subsistencia. Se agudiza la lucha
p o r la renta, que en el siglo xiv llega a la fase extrem a de la
revuelta general.
P or lo que respecta a los grandes terratenientes, este perío­
do es el de la crítica de su form a p articu lar de em presa econó­
mica. Dism inuyen las rentas y los ingresos tienen que reha­
cerse gracias a la intensificación de la explotación fiscal me­
dir r>te la im posición estatal, la guerra y el saqueo, que a me-

134
R. M. HILTONÍ

nudo son autodestructivos debido a la inflación deliberada de


la m oneda. Los productores m ás eficaces para el m ercado, que
son los que m enos problem as de gastos generales adm inistra­
tivos tienen y m enos norm as tradicionales de gastos suntuarios
y m enos parásitos im productivos, son naturalm ente los cam ­
pesinos ricos y los m iem bros de la pequeña nobleza que des­
deñaron im itar el estilo de sus superiores. La com petencia con
éxito de estos elem entos se basó en form as de explotación que
anticipan la agricultura capitalista. La renta feudal no es ya
un estím ulo para aum entar y m ejorar la producción .(todavía
sigue perjudicando al cam pesino medio), pero, en general, en
el siglo x el estím ulo del m ercado está pasando a ser el p rin ­
cipal factor en el desarrollo de la producción, en la producción
de nuevos elem entos en la economía. Porque la base económ i­
ca de quienes seguían ocupando los puestos de m ando en el
E stado estaba m inada, pese a las desesperadas tentativas (como
las que hicieron los m onarcas absolutos) por utilizar el control
del E stado para m antener lo esencial del poder feudal.

RODNEY HTLTON

135
7. COMENTARIO

El señor Sweezy nos pide que considerem os la posibilidad


de que en la In glaterra del siglo xvi «no hubiera una clase do­
m inante, sino varias, basadas en distintas form as de propiedad
y trab ad as en una lucha m ás o m enos constante por la prefe­
rencia y, en últim o térm ino, la suprem acía». En apoyo de esta
opinión cita un pasaje del Origen de la Familia, de Engels:
«... p o r excepción, hay períodos en que las clases en lucha es­
tán tan equilibradas, que el Poder del Estado, com o m ediador
aparente, adquiere cierta independencia m om entánea respecto
a u na y otra».
La form a en que continúa este pasaje deja perfectam ente
claro que Engels está hablando sólo de dos «clases en lucha», y
no de «varias clases dom inantes». ¿N o resulta, de hecho, un
absurdo lógico h ab lar de «varias clases dom inantes» a lo largo
de varios siglos? Una clase dom inante ha de poseer el Poder
del Estado, pues, en caso contrario, ¿cóm o dom ina? Puede
existir un doble Poder del E stado du ran te un período m uy b re­
ve y d u ran te una revolución, como ocurrió en Rusia durante
unos cuantos m eses de 1917. Pero una situación de ese tipo es,
p or definición, inestable, casi una condición de guerra civil;
ha de desem bocar en la victoria de una clase o de otra. Nunca
ha durado m ucho tiem po y sugiero que el Poder del Estado
nunca se ha com partido entre «varias» posibles clases dom i­
nantes. No tenem os m ás que im aginarnos dos o m ás clases do­
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

m inantes y dos o m ás m aquinarias estatales situadas una al


lado de o tra d u ran te doscientos años p ara darnos cuenta de
que es teóricam ente im posible: el estudio m ás superficial de
la h isto ria de Inglaterra durante los siglos referidos nos bas­
ta rá p ara darnos cuenta de que lo que es im posible en teoría
lo es tam bién en la práctica.
No se tra ta de una m era discusión sobre lógica. Pues si sus­
tituim os las «varias clases dom inantes» del señor Sweezy por
las «clases en lucha» de Engels, las preguntas que hace el se­
ñor Dobb seguirán requiriendo respuesta. ¿C uál era la clase
dom inante d u ran te aquel período? ¿Cóm o hem os de caracteri­
zar el E stado?
E stas son cuestiones que han debatido con cierto detalle
los h istoriadores m arxistas soviéticos e ingleses. Sólo puedo ci­
ta r sus conclusiones, no los argum entos que desem bocaron en
ellas. Por ejem plo, Z. M osina, al resum ir los debates soviéticos
sobre el absolutism o que se celebraron en m arzo y abril de
1940, pudo decir, sin tem or a que le contradijeran, que: «La
opinión de que la m onarquía absoluta era un E stado de la no­
bleza terraten ien te feudal es algo que, p o r así decirlo, han ab­
sorbido todos los historiadores soviéticos». Incluía la m onar­
quía T udor y la E stuardo inicial de In g laterra como form a de
absolutism o, igual que hace el señor Sweezy, aunque la histo ­
riad o ra soviética añadía que presentaba problem as m uy espe­
cíficos '. Los historiadores m arxistas ingleses debatieron estos
problem as específicos en 1940 y volvieron sobre ellos en 1946-
1947. La conclusión definitiva a que llegaron de com ún acuer­
do fue que:
«El E stado Tudor, y el E stuardo en sus comienzos, fue esen­
cialm ente una institución ejecutiva de la clase feudal, m ejor
organizada que nunca... El E stado inglés no comienza a estar
subordinado a los capitalistas h asta la revolución de 1640-49...

' Z. M osina , «Debate sobre el problema del absolutismo», en Isto-


rik Marksist, núm. 6, 1940, págs. 69 y 74.

138
C. HILL

La revolución de 1640 sustituyó el dom inio de una clase por el


de o tra » 2.
¿Cóm o encaja esto con lo que form uló Engels, citado por
Sweezy y citado tam bién a m enudo por los historiadores so­
viéticos e ingleses? Lo m ás im p o rtan te que se puede advertir
en la afirm ación de Engels es que está llena de cautela, de re­
servas (no cabe duda de que si hubiera sabido cóm o se iba a
em plear h ab ría incluido aún m ás reservas). Cito siguiendo la
traducción m ás reciente, subrayando los térm inos que, a mi
juicio, tienen m ás im portancia:
«Sin em bargo, por excepción, hay períodos en que las cla­
ses en lucha están tan equilibradas, que el Poder del Estado,
com o m ediador aparente, adquiere cierta independencia m o­
m entánea respecto a u n a y otra. En este caso se halla la m o­
n arq u ía absoluta de los siglos x v n y xv m , que m antenía a ni­
vel la balanza en tre la nobleza y el estado llano; y en este caso
estuvieron el b o napartism o del prim er im perio francés y, so­
bre todo, del segundo, valiéndose de los propietarios contra la
clase m edia, y de ésta contra aquéllos» 3.
¿A rgum entaría el señor Sweezy a p a rtir de este pasaje que
el p ro letariado era «una de las clases dom inantes» en Francia
en tre 1852 y 1870? ¿O que el E stado b o n ap artista m edió real­
m ente (y no sólo de form a ostensible) entre la clase m edia y
el p ro letariado? La concisa exposición de Engels en este p a­
saje debería leerse en conjunción con la exposición m ás com ­
pleta que hace en el Anti-Dühring, publicado seis años antes:
«Esta gran revolución en las condiciones económ icas de la
sociedad [la revolución económ ica en los siglos xv y xvi] no
fue seguida de ningún cam bio inm ediato correspondiente en

4 «State and R evo lu tio n in T udor a n d S tu a rt England» («El Estado


y la Revolución en la Inglaterra de los Tudor y de los Estuardo»), en
C o m m u n ist R eview , julio de 1948, págs. 212 y s.
J E l Origen de la Familia, según la edición de obras selectas de
M arx y E nc s (Lawrence and Wishart. 1950), II, pág. 290. Obsérvese
el término • ise media» que utilizan M arx y E ngels para el «estado»
urbano en la sociedad feudal, antes de que se haya transformado en
la clase moderna de la burguesía, dispuesta a enfrentarse con el poder
del Estado.

139
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

su estru ctu ra política. El orden del E stado siguió siendo feu­


dal, m ien tras que la sociedad se iba haciendo cada vez m ás
burguesa» *4.
«D urante todo este com bate [ ”el com bate de la burguesía
co n tra la nobleza feudal”], la fuerza política estaba del lado
de la nobleza, salvo du ran te un período en el que la Corona
empleó a los burgueses contra la nobleza, a fin de que los dos
«estados» se contrapesaran m utuam ente; pero a p a rtir del m o­
m ento en que los burgueses, políticam ente im potentes toda­
vía, com enzaron a hacerse peligrosos debido a que cada vez te­
nían m ás poder económico, la Corona reanudó su alianza con
la nobleza, y al hacerlo provocó la revolución burguesa, p ri­
m ero en In g laterra y luego en Francia» 5.
P or eso me parece que la hipótesis del señor Sweezy sobre
la existencia de dos o m ás clases dom inantes en Inglaterra du­
ran te los siglos xv y xvi es lógicam ente insostenible y que, des­
de luego, no puede apoyarse en nada que jam ás dijera Engels.
No debe extraerse lo que dijo Engels de su contexto y debe in­
terp retarse teniendo en cuenta lo que habían dicho él y Marx
en o tras o casio n es6. Una vez hecho esto, encaja claram ente
con las conclusiones de los historiadores soviéticos y los mar-
xistas ingleses de que la monarqLiía absoluta no es sino una
form a del E stado feudal.
Por falta de espacio no se puede em plear, adem ás de estos
argum entos m ás form alm ente lógicos, un argum ento basado
en los datos históricos. Pero creo que los hechos confirm an la
lógica. Un examen detallado de la form a en que la m onarquía
T udor m antuvo el equilibrio entre la nobleza y los burgueses

* Anti-Dühring (M artin L awrence ), págs. 120 y s. (de-la versión in­


glesa; no he podido encontrar versión castellana. N. del T.).
Ibíd., págs. 186 y 187 (véase nota anterior); el subrayado es mío
(de H il l ). Obsérvese que, a juicio de E ngels , los burgueses eran «polí­
ticamente impotentes todavía» en la época en que S weezy considera
que son la clase dominante.
4 Yo mismo intenté resumir sus opiniones en mi artículo «The En-
glish Civil War interpreted by Marx and Engels» (La guerra civil in­
glesa interpretada por Marx y Engels), en Science & Society, invierno
de 1948, págs. 130 a 156.

140
C. HILL

no sugeriría que su m ediación fuera o tra cosa que aparente,


ni que su independencia de la clase feudal dom inante fuera
m ás que relativa. La confusión que induce al señor Sweezy (y
a o tros) a no desear que se califique de E stado feudal a la m o­
narq u ía absoluta es, según creo, triple. En p rim er lugar, una
resaca de la estrecha definición académ ico-burguesa del térm i­
no «feudal» como térm ino m ilitar, haciendo caso om iso de su
base económica; en segundo lugar, la equiparación del Estado
feudal con el E stado en que predom ina la servidum bre. A mi
juicio, uno de los aspectos m ás valiosos del estudio del señor
Dobb sobre este período ha sido la form a en que refu ta dicha
ecuación, y la form a en que ha dem ostrado que la em ancipa­
ción parcial del régim en de pequeña producción no b asta por
sí solo p ara cam biar la base económ ica de la sociedad (y m e­
nos aún su su p erestru ctu ra política), aunque sí p rep ara las
condiciones p ara el desarrollo del capitalism o. Si el feudalis­
mo queda abolido con la servidum bre, entonces la Francia de
1788 no era un E stado feudal; y nunca se ha producido una
revolución burguesa en el sentido de revolución que derrocase
el E stado feudal. En tercer lugar, existe la idea de que un Es­
tado feudal ha de ser un E stado descentralizado. De hecho, fue
precisam ente la em ancipación del régim en de pequeña produc­
ción, resultado de la crisis general de la sociedad feudal, lo
que llevó a la clase feudal dom inante, a p a rtir de n ■=diados del
siglo xiv, a reforzar el poder central del E stado a fin de: l.°) so­
focar la revuelta cam pesina; 2°) utilizar los im puestos para
a rre b a ta r su excedente a los cam pesinos, y 3.°) co n tro la r los
m ovim ientos de la fuerza de trab a jo m ediante una regulación
a escala nacional, dado que ya no b astab a con los órganos del
poder feudal. La m onarquía absoluta fue una form a d istinta
de m onarquía feudal, pero la clase dom inante siguió siendo la
m ism a, igual que tan to una república com o una m onarquía
constitucional o una dictadura fascista pueden ser form as del
dom inio de la burguesía.
CHRISTOPHER HILL

141
8. OBSERVACIONES

Me ha interesado sum am ente el libro del señor Dobb, el


debate que su publicación provocó entre él y P. Sweezy y las
observaciones que presentaron H. K. Takahashi, R. H ilton y
Ch. Hill. Que yo sepa, este debate no ha llam ado dem asiado la
atención en F rancia hasta la fecha, e incluso creo que la única
referencia que puedo citar es la reseña de la obra de Dobb por
J. Néré en la R evue'H istorique de enero-m arzo de 1950.
No soy, desde luego, m edievalista y, en todo caso, lo que
conozco de la h isto ria ru ral de la E dad Media se refiere prin ­
cipalm ente a Francia, m ientras que Dobb y Sweezy se refieren
sobre todo a In glaterra. No puedo, pues, ad o p tar una posición
sobre el fondo de la cuestión; pero, com o Dobb y Sweezy, a mi
parecer, han hablado en calidad de sociólogos y econom istas,
tal vez mis reflexiones presenten un interés ilustrativo sobre
las reacciones de un historiador.

* * *

E n p rim er lugar, como el debate se centra en la organiza­


ción de la producción, no se trata b a del régim en feudal ni era
la p alab ra feudalism o la m ás adecuada, porque la característi­
ca del feudalism o reside en la jera rq u ía del señor y de sus va­
sallos, así como en la distribución de feudos por el prim ero a
los segundos. Tam poco se podría em plear la expresión régimen
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

señorial, porque la autoridad del señor sobre los súbditos de


su dom inio es resultado de un desm antelam iento del poder pú­
blico que hace pasar las prerrogativas del soberano a los seño­
res. La expresión correcta sería régimen dominical, que tiene
un origen rem otísim o y no pertenece propiam ente a los ú lti­
mos siglos de la E dad Media.
E n segundo lugar, p ara identificar al régimen dominical
con la servidum bre es necesario previam ente definir esta ú lti­
ma. A juicio de M arc Bloch, la relación del siervo con su señor
fue en un principio resultado de una dependencia de tipo p er­
sonal, atestiguada por el censo p artic u la r que en F rancia se
llam a chevage; sólo posteriorm ente el siervo se encontró unido
a la tierra, adstrictus ad glebam; m as esta concepción no cuen­
ta con la adhesión general, y para discutirla, haría falta preci­
sar rigurosam ente de qué país se va a hablar. Además, no se
puede decir que la estru ctu ra social rural, en la época que nos
ocupa, se reduzca exclusivam ente a la servidum bre; siem pre
h an subsistido colonos m ás o menos libres, vilains jrancs, e in­
cluso p ro p ietarios de alodios.
E n tercer lugar, puesto que la tesis fundam ental de Dobb
atribuye la transform ación económ ica y social o una co n tra­
dicción interna del régim en dom inical, me parece fundam ental
señalar o tra contradicción que él no m enciona. Cuando la p ro ­
ducción se basa en la explotación de una m ano de obra som e­
tida p o r la violencia, la dificultad del am o estriba en vigilar el
trab a jo p ara asegurarse de que es eficaz; el agrupar a los tra ­
bajadores, esclavos, villanos o siervos bajo el control de un
vigilante no resuelve la dificultad sino de m odo im perfecto; y,
adem ás, ¿quién ha de vigilar al vigilante? Recuerdo que en mi
época de estudiante oí a profesores que ignoraban a Hegel y a
Marx señalar esta dificultad como uno de los orígenes del sis­
tem a de colonos y citar una carta en la que Plinio el Joven, si
no me falla la m em oria, explica que en vez de explotar direc­
tam ente determ inada posesión por m edio de sus esclavos, cree
que resu lta m ás práctico distribuirles lotes de tierra sujetos a
trib u to . Desde la época carolingia no escaseaban los siervos

144
(J. LEFEBVRE

adscritos a la tierra, casati, chasés: el Políptico de Irm inon da


fe de la existencia de aparceros, u n a p arte de los cuales, por
lo m enos, debían de ser de condición servil.
Por últim o, creo que se ha de tener en cuenta la m ultiplici­
dad de los factores históricos. Marx expuso la im portancia do­
m inante de la econom ía y, m ás exactam ente, de) régim en de
producción convencido del valor de este descubrim iento, ge­
nial en su época, no le interesó am pliar la investigación a otros
factores; pero nunca pretendió negar su influencia; y, com o la
h isto ria es obra del hom bre, le parecía jocoso que se le acu­
sara de no ten er en cuenta la naturaleza del hom bre. Después
de todo, si la econom ía es el factor dom inante, es porque el
hom bre necesita alim entarse: produce porque tiene ham bre.
Sin m u ltiplicar los ejem plos, me lim itaré a hacer n o tar que,
tal y com o Dobb m ism o lo dice, el factor dem ográfico es muy
im portante. Si el señor hizo m ás gravosas sus exigencias, como
Dobb supone, se debe en parte a que su descendencia m ulti­
plicó el núm ero de partes en que había que dividir sus ingre­
sos; si los cam pesinos huyeron, fue en p arte porque se iban
haciendo dem asiado num erosos p ara que les pudieran b a sta r,
sus parcelas. Desde este punto de vista, la posición de Sweezy
m e parece m ás sólida de lo que Dobb, sin negar el papel del
resurgim ento del com ercio, se inclina a reconocer. Si el señor
se hizo m ás exigente, fue en gran p arte porque el com ercio le
ofrecía con qué perfeccionar su m odo de vida; y el cam pesino
huye porque el desarrollo de las ciudades le tienta al ofrecerle
refugio y perspectivas de ganancias.
Tam bién diré algo sobre la discusión relativa a los «dos ca­
minos». El com erciante crea una m anufactura, bien en el sen­
tido estricto del térm ino (lo que nosotros llam am os una fábri­
ca), bien en un sentido am plio, es decir, a base de lo que los
anglosajones llam an el putting-out system . De esta form a se
convierte en industrial; pero com o la producción sigue subor­
dinada al com ercio, la estru ctu ra económica, en este respecto,
no se m odifica en absoluto. Es el Camino II. P or el contrario,
si un artesan o deja de producir para el consum idor local y se
10
145
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

pone en contacto directo con el m ercado nacional o internacio­


nal, el p ro d u ctor se convierte tam bién en com erciante: es el
Camino I: revolucionario, porque el com ercio se ve subordi­
nado a la producción.
Convengo en ello: se tra ta de una revolución que, sin re­
paro, calificaría yo de tecnológica, y presum o que esto era lo
que pensaba Marx. Pero si el capitalism o se define p o r la bús­
queda de beneficios que se arreb a ta n al producto del trabajo
asalariado, me parece que los hechos son m ás com plejos; el
Camino II puede llevar al capitalism o igual que el Camino I, y
no puedo figurarm e que M arx no se diera cuenta de ello.
Cuando un artesano tom a el Camino I no se lim ita a subor­
d in ar el com ercio a la producción; p ara abastecer el m ercado,
en un sentido am plio de la palabra, h a de hacerse con una
m ano de o b ra asalariada sobre la que realiza unos beneficios,
y eso es lo que le convierte en capitalista.
Pero si un com erciante abre una m anufactura, hace lo m is­
mo; tam bién es un capitalista. Tal vez se argum ente que es
d istin to si la m anufactura se define en térm inos del putting-
out system , porque el artesano a dom icilio sigue siendo un p ro ­
d u cto r independiente, de m anera que el com erciante ha de con­
venir el precio con él, igual que con el consum idor, y no rea­
liza beneficios m ás que con la reventa. E sta tesis sería defen­
dible si el artesano siguiera abasteciendo sim ultáneam ente el
m ercado local y tuviera libertad, h asta cierto punto, p ara es­
coger a sus clientes, cosa que le perm itiría no doblegarse ante
la voluntad del com erciante. Pero es evidente que, tarde o tem ­
prano, el putting-out system excluye tal hipótesis porque los
encargos del com erciante, por su am plitud y su relativa regu­
laridad, acaparan la actividad del artesano. Más aún: el com er­
ciante, al ofrecer el taller y la m ateria prim a, no se lim ita a do­
m in ar al artesanado existente, sino que crea artesanos en la
m asa ru ral, que sufre de paro endém ico y se encuentra, p o r
tan to , a su m erced. T anto en este caso com o en el otro, el co­
m erciante se convierte en capitalista, tal y com o M arx lo de­

146
O . LEFEBVRE

fine, y p or eso aparece la lucha de clases en Italia y en Flandes


en los siglos xiv y xv.
E stas observaciones no se oponen a la tesis de Dobb, que
establece el co n traste entre el com erciante y el p roductor con­
vertido en capitalista, y relaciona este conflicto con uno de los
caracteres de la p rim era revolución de Inglaterra. El com ercio
y el E stado se socorrían m utuam ente, el com erciante como
p restam ista y abastecedor de los servicios públicos, del ejér­
cito sobre todo; el segundo p o r los privilegios, las prim as, los
m onopolios que concedía; adem ás, el soberano favorecía al
com ercio y las m anufacturas por el interés del fisco y p ara p ro ­
teger las reservas m onetarias del país: el m ercantilism o y la
explotación colonial, erigidos en sistem as, protegían al com er­
ciante. E ste últim o no tenía, pues, razones p ara subvertir la
estru c tu ra política y social; se podía prever que había de to­
m ar p artid o a favor del poder real si éste se veía am enazado.
Por o tra parte, esta sim biosis irrita b a a los productores que,
al iniciarse en el capitalism o, no disfrutaban de las m ism as
ventajas que el com erciante privilegiado y se veían reducidos
a sus propios m edios.
Sin em bargo, cuando se rastrean los orígenes del capitalis­
mo, no se puede olvidar que su germ inación se vio favorecida
p or la colisión entre el com ercio y el Estado, incluso aunque
se piense que S om bart ha insistido dem asiado sobre este pun­
to. No se hubiera podido im plantar fácilm ente la m anufactura
sin la protección del Estado, contra la concurrencia de países
de econom ía m ás avanzada. Los pedidos que el E stado le hacía
le favorecieron y ejercieron una influencia técnica cuyas con­
secuencias nadie, sin duda, podía prever. Cuando los pedidos
tenían que ver con el lujo de la Corte, eran m ucho m enos im ­
p o rtan tes que los sum inistros destinados a los servicios públi­
cos, p articu larm ente a las fuerzas arm adas, porque éstos im ­
plicaban una producción en m asa: el artesanado no se adap­
tab a a esta últim a; no se le podía pedir la cantidad, la regula­
ridad, la rapidez en la ejecución, ni sobre todo la uniform idad
tan necesaria en el arm am ento. U nicam ente el com erciante que

147
LA TRANSICION DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

conseguía crear una m anufactura propiam ente dicha o que o r­


ganizaba el putting-out system podía satisfacer verdaderam en­
te al E stado, concentrando la em presa y regularizando la fabri­
cación. De esta form a, participaba en la función histórica del
capitalism o: in stitu ir la producción m asiva racionalizando y
m ecanizando el trab a jo gracias a la concentración de la em ­
presa.
E n estas condiciones, creo que los hechos podrían presen­
tarse de la siguiente m anera. El com erciante crea la m anufac­
tu ra y sus intereses concuerdan con los del Estado, y tam bién
con los de los grandes terratenientes que se dedican a concen­
tra r las parcelas y elim inar a los colonos para tran sfo rm ar la
agricultura. Siguiendo su ejem plo, los cam pesinos que se han
hecho con algunos ahorros y los artesanos que han tom ado
p arte en la acum ulación * prim itiva del capital se dedican tam ­
bién a crear una explotación agrícola innovadora o una m anu­
factura. Como el E stado no se ocupa para nada de ellos, envi­
dian al com erciante tanto como a la aristocracia, desean p a r­
ticip ar en el gobierno p ara suprim ir privilegios y m onopolios,
p ara llegar a obtener pedidos del Estado. Es natural, por tan ­
to, que en la p rim era revolución de Inglaterra se pronunciaran
a favor del Parlam ento. Uno de los rasgos de la revolución de
1789 en F rancia tiene el m ism o origen. He de añadir, no obs­
tante, que el recurso al Estado, cosa de la que acusaban al co­
m erciante, no fue una práctica ajena para ellos: los p artid a­
rios de la libre em presa, cuando se hicieron con el poder, u ti­
lizaron este recurso con tan ta eficacia como el com erciante pri­
vilegiado.
T erm inaré con algunas observaciones sobre m etodología. La
tarea original del econom ista y del sociólogo (Dobb y Sweezy,
com o ya he dicho, me parecen ser am bas cosas) consiste en in­
vestigar la econom ía y la sociedad existentes, tras hacer lo cual
relacionan am bas para sacar conclusiones generales. Pero es
n atu ral que los m étodos com parativos les lleven a extender

* Lefebvre utiliza «primitiva» y no «originaria». (N. del T.)

148
G. LEFEBVRE

sus investigaciones a las econom ías y las sociedades del pasa­


do. Entonces han de convertirse en historiadores.
Al alcanzar esta últim a fase, Dobb y Sweezy no han esta­
blecido sus hipótesis sobre la base de investigaciones eruditas,
sino tom ando de los historiadores los presuntos resultados ya
establecidos. No me opongo a ello: a veces, los historiadores
recu rren tam bién a este expediente. Pero no se lim itan a esto.
Una vez sentada la hipótesis, la inteligencia ha de cesar en su
ensim ism am iento e in terro g ar de nuevo el m undo exterior,
con el fin de com probar si sus respuestas justifican o no la
hipótesis.
Y a esa fase me parece que ha llegado el debate suscitado
p o r la publicación de Dobb. Me parece inútil e incluso peli­
groso continuarlo en abstracto. Y ¿cóm o conform arse al p re­
cepto del racionalism o experim ental sino recurriendo a la eru ­
dición y a sus reglas? El h isto riad o r com bina, pues, un plano
de investigación; form ula un cuestionario con la indicación de
las fuentes cuya exploración ha de co n stitu ir la prim era fase
de su trab ajo . Dobb y Sweezy nos han hecho el favor de for­
m u lar los problem as. Ahora, ¡ a la obra com o historiadores!

GEORGES LEFEBVRE

149
Índice

Páginas

Advertencia inicial del tra d u c to r.................................... 7


Prefacio.— Maurice D obb ............................................. 9

1. Comentario crítico.— Paul M. Sweezy ....................... 15


2. Respuesta.— Maurice D o b b ......................................... 49
3. Contribución al debate.— H. K. T akahashi ................ 65
4. Nuevo comentario.— Maurice D obb ......................... 107
5. Contrarréplica.— P. M. Sw e e z y ..................................... 113
6. Comentario.— R odney H ilton ..................................... 123
7. Comentario.— Ch . H ill ................................................... 137
8. Observaciones.— G eorge Le f e b v r e ............................. 143

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