La Enseñanza de La Música Tradicional en Educación Superior: Hacia Una Pedagogía Mestiza en América Latina Andrés Samper Arbeláez
La Enseñanza de La Música Tradicional en Educación Superior: Hacia Una Pedagogía Mestiza en América Latina Andrés Samper Arbeláez
La Enseñanza de La Música Tradicional en Educación Superior: Hacia Una Pedagogía Mestiza en América Latina Andrés Samper Arbeláez
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Este escrito está basado en las conclusiones de la tesis doctoral The translation of cuatro learning in open
and closed systems of transmission in Colombia: Towards an aural/oral approach in higher education. Un
estudio que desarrollé entre 2013 y 2018 en el London Institute of Education (UCL) asesorado por la profesora
Lucy Green. El proyecto implicó trabajo de campo y entrevistas realizadas a 44 cuatristas de Colombia y
Venezuela en los departamentos de Arauca, Casanare, Meta y Cundinamarca.
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Desde luego, sería absurdo afirmar que estos aspectos - fundantes en el desarrollo
musical - no existen en el ámbito universitario. Lo que sucede es con frecuencia se hacen
invisibles para el radar institucional y en ocasiones, incluso, llegan a ser sencillamente
maltratados en favor del cumplimiento de ciertos estándares reproducidos acríticamente y
de una mal concebida ‘eficiencia’ académica y musical.
Quiero proponer, en este sentido, algunas aperturas que pueden ayudar a ventilar
lo que se viene haciendo desde hace décadas en educación musical a nivel superior. Lo haré
tomando como punto de referencia un estudio en el cual indagué sobre las formas de
aprender de cuarenta y cuatro cuatristas de Colombia y Venezuela, de los cuales hace parte
Leonardo Lozano – arriba citado -, haciendo trabajo de campo en Arauca, Casanare, Meta y
Bogotá. El estudio tuvo un enfoque etnnográfico e implicó la realización de observaciones
participantes y no participantes, entrevistas, grupos focales, y registros en diarios de
campo. La investigación tuvo como motor una pasión personal por la música llanera y un
interés por caracterizar las formas de aprender que subyacen al desarrollo de los altos
niveles de musicalidad, virtuosismo y disfrute que he podido constatar una y otra vez en la
gran mayoría de los músicos tradicionales, incluidos los cuatristas, que he conocido a lo
largo de mi vida.
Encuentro en los hallazgos de este estudio, que implicó mirar una diversidad de
contextos – desde rurales hasta universitarios -, algunas pistas interesantes para la
enseñanza de las músicas tradicionales a nivel superior. Propongo, en línea con varios otros
autores y colegas que han estudiado este asunto2, una pedagogía que recupere las lógicas
de apropiación típicas de la música tradicional y popular, y no solamente sus repertorios.
Se trata de ‘formas de aprender’ que a su vez pueden extenderse a la enseñanza de la
música clásica y del jazz en la academia, dada su relación con dimensiones que van más allá
de los géneros musicales como, por ejemplo, el asunto del disfrute, el despliegue de los
proyectos artísticos individuales y la relación con los contextos culturales urbanos y rurales.
Por otra parte, el estudio ha sido una oportunidad valiosa para observar la forma en
la que operan los rasgos del paradigma cientificista de occidente, el cual busca aislar el
conocimiento para luego fragmentarlo y transmitirlo, en los ámbitos educativos formales.
Es precisamente en esos rasgos en donde residen tanto las potencias como los límites de
este paradigma, pues es claro que no todo en música puede ser aislado y fragmentado,
como veremos más adelante. Por lo mismo, es precisamente a partir de esos aspectos
característicos que presento algunas posibles fisuras o, si se quiere, ciertas ‘líneas de fuga’
que pueden contribuir a enriquecer los procesos de educación musical a nivel superior a
manera de complemento para este paradigma.
2
Para literatura que indaga sobre la incorporación de formas de aprender típicas del mundo tradicional y
popular en contextos formales producida en contextos distintos a América Latina ver: Green (2001,2008),
Krikun (2009), Vakeva (2010), Yang (2011), Gullberg (2006), Karlsen (2010), Waldron (2008a, 2008b), (Solís,
2004). En América Latina ver: Jordán (2009), Arenas (2009), Miñana (2000), Convers, Ochoa et al (2007, 2009),
Rendón & Tobón (2012), Vidal et al (2014), Miranda (2015), Yepes (2015), Vidal & Tobón, (2015), Olarte (2016),
Zapata (2005), Feichas (2010), Narita (2014), Samper (2011) y Sosa (2010).
2
Planteo que esta mixtura de paradigmas de transmisión podría ser denominada una
‘pedagogía mestiza’. Construyo esta noción apoyándome en algunas ideas de
investigadores locales, como Arenas (2014), que usa el término "pedagogías mestizas"
cuando se refiere a prácticas de transmisión que combinan las formas de aprendizaje
tradicionales locales (por ejemplo, a través de la imitación) con enfoques occidentales
modernos (por ejemplo, usando la abstracción y la notación). Otros autores se refieren a
este tipo de transmisión "mixta" como una "pedagogía de frontera" (Convers & Ochoa,
2007) a partir de las ideas postcoloniales de Walter Mignolo (2003) con respecto a las
epistemologías emergentes en América Latina. Por otra parte, estos tipos de enfoques
fronterizos coinciden bien con iniciativas de otras regiones de América del Sur y del mundo
que están encontrando zonas de contacto entre el aprendizaje formal e informal o, en los
términos de este proyecto, entre sistemas cerrados y abiertos de transmisión3.
Caracterizaré estos dos tipos de sistemas mas adelante.
3 En otros contextos, algunos autores contemporáneos emplean el término pedagogías yuxtapuestas para
referirse a este tipo de encuadres que buscan combinar las formas de aprender típicas del mundo formal
con aquellas que están presentes en los contextos informales de aprendizaje. Ver, por ejemplo, a Heuser,
2014.
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Para efectos de las reflexiones acá presentadas, entenderé la transmisión como un
proceso de ‘pasar’ la cultura entre generaciones - o entre personas - el cual admite ejercicios
de resignificación y de cambio. En este sentido, la transmisión no es necesariamente mera
instrucción ni transferencia unidireccional de valores simbólicos hegemónicos, tal y como
lo denuncia la pedagogía crítica (Durkheim, 2013; Giroux, 2001; Freire, 1979). Es más bien,
un ejercicio que implica una agencia activa por parte del aprendiz (Hassoun en Fattore &
Caldo, 2011) quien es expuesto a acerbos musicales en distintas esferas de su existencia.
Desde esta óptica, Hassoun define la transmisión como:
…ese tesoro que cada uno se fabrica a partir de elementos brindados por los padres,
por el entorno, y que, remodelados por encuentros azarosos y por acontecimientos
que pasaron desapercibidos, se articulan a lo largo de los años con la existencia
cotidiana para desempeñar su función principal, ser fundamento del sujeto y para el
sujeto (Hassoun en Fattore & Caldo, 2011, p. 121)
Es por esto que la transmisión puede darse en contextos institucionales, pero también
en la cotidianidad, mediante procesos complejos de enculturación que integran el
aprendizaje musical con sistemas simbólicos que van más allá de los meros sonidos y que
incluyen, por ejemplo, el territorio, el paisaje, la historia, la gastronomía o la política, entre
otros.
Por otra parte, a lo largo de este artículo me referiré al proceso de aprendizaje como
un cambio en el conocimiento, las actitudes, la comprensión o las habilidades del aprendiz
(Swanwick, 1991; Green, 2012). En el caso de la música, este movimiento está fuertemente
basado en experiencias vivenciales del ritmo y de los sonidos (Hemsy de Gainza, 2011); se
articula con los saberes previos de las personas, e implica una construcción de significados
que generalmente es potenciada por la interacción social. Aunque parece existir una
relación evidente entre la enseñanza y el aprendizaje, este último puede ocurrir sin
enseñanza. Por ejemplo, cuando un músico aprende simplemente tocando con otros
músicos, o cuando copia una pista de audio después de escucharla. En el mismo sentido, la
enseñanza puede ocurrir sin aprendizaje; como cuando un profesor trata de ‘enseñar’ en
un aula de música a estudiantes que están distraídos o que están poniendo su atención en
otro asunto en ese instante (Green, 2008). En este marco de ideas, discutiré más adelante
que las formas particulares de operar de los paradigmas pedagógicos ‘irradian’ de distintas
maneras los procesos de transmisión y de aprendizaje acentuando – o invisibilizando -
ciertos tipos de contenidos y aspectos de la experiencia musical, según el tipo de paradigma
o de sistema operante.
Volviendo al proyecto de investigación que sustenta las ideas que acá presento,
dentro de los contextos que estudié pude observar la confluencia de dos paradigmas de
transmisión distintos y contrastantes: Primero, un paradigma que es muy sistemático,
basado en el aislamiento y la fragmentación del conocimiento, la linealidad de la
transmisión en secuencias que van de lo fácil a lo complejo y que implica un uso subsidiario
de la notación. Entiendo este tipo de transmisión como un paradigma pedagógico de tipo
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moderno debido a su relación directa con las formas de ver el mundo típicas del
pensamiento ilustrado y cientificista de occidente.
Me detengo en este punto, porque considero que es muy importante que desde la
Educación Superior tomemos consciencia de dos asuntos. Primero, que nuestras formas de
enseñar están imbricadas en epistemes que van más allá de lo pedagógico pero que lo
determinan. Segundo, y en razón de esto, que es posible desnaturalizar ciertos aspectos de
nuestras prácticas educativas sabiendo que corresponden tan solo a una forma de entender
la transmisión y la música, entre una diversidad de formas alternativas. El paradigma
pedagógico que a continuación describo es, al fin y al cabo, un producto de la forma de ver
el mundo de un grupo de personas (i.e. intelectuales ilustrados centro europeos) en un
momento no muy lejano de la historia (Aprox. Siglos XVII – XVIII). Es un paradigma valioso,
en particular por su capacidad para potenciar la técnica y el conocimiento intelectual. Nos
ha dado un nivel de desarrollo sofisticado sobre asuntos como el análisis de la música, el
abordaje de la historia y nos ha permitido generar formas sistemáticas provechosas para la
transmisión de las técnicas (compositivas, instrumentales, etc.). No obstante, este
paradigma tiene algunos límites importantes con relación a aspectos más tácitos del
conocimiento como por ejemplo aquellos que atañen a nuestra relación emocional con la
música. Pienso que estas fronteras pueden ser trascendidas si el paradigma moderno
dominante en el mundo formal es complementado con formas alternativas de comprender
y de sentir la música que han estado vivas y siguen estándolo al interior de otros marcos
culturales distintos al occidental. Como por ejemplo, aquellas formas de transmisión típicas
de la oralidad que se encuentran imbricadas en las músicas tradicionales y populares,
incluidas las expresiones campesinas, indígenas, raízales y las músicas urbanas.
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Las huellas de estos rasgos se pueden encontrar en las prácticas educativas, incluida
la pedagogía musical, en las sociedades modernas occidentales hasta el día de hoy (Small,
1996;Ochoa, 2011; Samper, 2011). El paradigma subyacente a estas prácticas evidencia las
siguientes características, que pueden estar presentes con más o menos intensidad de
acuerdo con los entornos culturales y sociales situados en los que acontecen:
• Esta secuencialidad implica una visión racional, lineal, determinista y causal del
tiempo. Se asume que, si un estudiante se mueve a lo largo de un plan de estudios o
programa, franqueando los diferentes niveles con éxito, él o ella llegarán a un tipo ideal de
conocimiento y habilidades musicales. Las intenciones pedagógicas que subyacen a los
procesos formales apuntan a ayudar a los estudiantes a evolucionar a lo largo de este
camino lineal.
• No todos los tipos de conocimiento son entregados por cada escuela. Esto es así
no solo porque ‘enseñar todas las músicas’ es imposible, sino también porque normalmente
existe un grupo de personas que tienen el poder de decidir qué conocimiento se va a
entregar. Esto es lo que Bourdieu (1995) llama el ‘arbitrario cultural’.
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las diferentes etapas de su desarrollo. En algunos casos, los resultados de esta medida
pueden implicar una sanción fuerte, como la expulsión del sistema de aquellos aprendices
que no se corresponden con la norma o estándar esperados.
Por otra parte y en contraste, pude observar en las formas de transmisión del cuatro
que son comunes en contextos más bien informales como los grupos musicales, la familia o
el parrando, la presencia de un segundo tipo de paradigma fuertemente apoyado en la
transmisión oral. Este sistema abierto de transmisión está marcado por procesos
importantes de enculturación musical temprana, es decir cuando la música se aprende en
el marco de una serie de prácticas sociales y culturales extra musicales que la enmarcan
(Green, 2012). Son entonces formas de aprender basadas en la imitación, holísticas e
incrustadas en la creación musical colectiva; se evidencia en ellas una capacidad para tocar
varios instrumentos e integra la ejecución y la creación.
En cualquier caso, uno de los propósitos principales del proyecto fue caracterizar
estos paradigmas de transmisión y la forma en que interactúan y operan dentro de las
trayectorias de aprendizaje de los músicos. Me parece que hay allí claves importantes para
comprender mejor las epistemes o formas de conocer que subyacen a nuestras prácticas
pedagógicas y de transmisión, las tensiones que surgen entre estas y una posible
complementariedad que puede ser fértil para mirar de una nueva manera la educación
superior en música buscando integrar la pedagogía sistemática de occidente con las formas
de transmisión más abiertas que caracterizan los marcos de las músicas tradicionales y
populares.
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En el centro de la pedagogía sistemática y cientificista están los objetos musicales,
es decir, todo aquello que se puede aislar, fragmentar, meter en secuencias curriculares.
Estos objetos tienen que ver principalmente con nuestra relación intelectual (e.g.
conceptos, códigos, etc.) y física (e.g. habilidades técnicas) con la música. Reitero lo dicho
arriba: El control sistemático sobre estos objetos nos permite un nivel de desarrollo
admirable en estos ámbitos del conocimiento, es decir, en el conocimiento analítico de la
música o en la perfección de la técnica. Pero por sus fisuras se escapan otros aspectos que
son esenciales de la experiencia musical como el sabor, el disfrute, la empatía musical o el
libe despliegue de las voces individuales, dado que son asuntos menos objetivables,
fragmentables, asibles. Unas veces estos aspectos se hacen invisibles en el mundo
universitario, en otros casos son maltratados en beneficio de una neurosis con la gramática
y con la técnica: esto ocurre cuando hacemos del objeto musical un fetiche.
Es por esta razón que la discusión en educación superior sobre la inclusión de las
músicas tradicionales no es solamente un tema de repertorios. Es ante todo un asunto de
formas de aprender. Pues mi supuesto es que es precisamente allí, en las formas de
aprender estas músicas que por décadas han sido excluidas de la academia, en donde está
el acceso a la transmisión real y orgánica de aquellos otros aspectos de orden más
emocional y relacional que en últimas, son los más importantes de la música. Mirando un
poco más allá, es posible que estas músicas tengan mucho que decirnos sobre cómo
podríamos aprender la música clásica y el jazz de maneras cada vez más fluidas,
celebratorias y sobre todo, auténticas.
Para cerrar esta sección introductoria, quiero comentar que los componentes
cerrados de los sistemas formales de transmisión claramente han dejado todo tipo de
marcas en los cuerpos y en los mundos psico-afectivos de los sujetos que en su trasegar
musical han querido entrar en los estándares de los tiempos, tipos y niveles de repertorios
impuestos por la academia; en muchos casos esto ha sucedido a costa de los deseos, ritmos,
estilos y personalidades de los individuos (Rosabal - Coto, 2016). Esta es una herida colonial
que estamos llamados a detectar, nombrar y sanar como pueblos mestizos. Por otra parte,
de este lamento catártico, pienso, estamos llamados a generar un discurso preñado de
utopía que nos sitúe en pedagogías que beban de la tradición científica y su potencia sobre
los objetos (Sistemas cerrados/controlados) así como de las formas abiertas, silvestres y
vivas de las tradiciones populares (Sistemas abiertos). Desde este lugar de utopía quiero
expresar la presente propuesta cuyo horizonte es el libre desarrollo del sujeto en la
particularidad de sus búsquedas como músico y como ser humano.
La propuesta que acá quiero presentar se inspira por una parte en mi propia
experiencia como músico y pedagogo. Por otra parte, en los hallazgos del estudio sobre el
cuatro al que he venido haciendo referencia en este capítulo. En este sentido, a partir de
las formas de aprender de los cuatristas que investigué planteo algunos ejes claves de
trabajo de lo que podría ser esta posible ‘pedagogía mestiza’ para la enseñanza, en este
caso, de un instrumento tradicional como el cuatro a nivel superior. Si bien el ‘objeto’ de
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transmisión en este caso es el cuatro, para mi es claro que los asuntos que propongo pueden
fácilmente extrapolarse a la enseñanza de otros instrumentos tradicionales, pero también
a aquellos de la música ‘clásica’ o del jazz.
Conviene entonces responder a la pregunta: ¿Cuáles fueron los rasgos más comunes
que se encontraron al interior de las trayectorias de aprendizaje de los cuatristas que
hicieron parte del estudio? Estos rasgos fueron los siguientes:
2. Las mesetas con sistemas abiertos de transmisión (es decir, familiares, amigos,
grupos, reuniones sociales y festivales) suelen estar integradas a contextos socioculturales
que potencian el surgimiento de procesos intensos de enculturación musical temprana. Por
otro lado, la mayoría de los contextos con sistemas cerrados de transmisión (es decir,
instituciones y clases particulares) evidencian esfuerzos intencionales para establecer
relaciones explícitas con los contextos culturales, como por ejemplo cuando se promueve
desde las academias de música llanera o desde las universidades la participación activa de
los estudiantes en festivales locales de música.
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A diferencia del árbol, el rizoma crece sin un centro fijo, como crece el pasto.
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6. Los músicos son muy versátiles en términos de: primero, su capacidad para tocar
diferentes instrumentos con niveles importantes de solvencia técnica y musical. En segundo
lugar, una buena capacidad en general para acompañar al baile y haber tenido en algún
momento alguna experiencia activa bailando ellos mismos.
Se puede decir que este es un tipo de pedagogía que se centra en los sujetos y no
en los objetos (i.e. técnicas, habilidades, conocimientos, repertorios per se) de la
transmisión musical. De esta manera, en un proceso educativo basado en estas dos
preocupaciones esenciales (la experiencia estética y las rutas personales), la ‘medida’
transversal del logro del proceso de un alumno es, precisamente, el desarrollo de su voz
personal, expresada en el libre avance y exploración de sus intereses artísticos particulares,
y cimentada en sus capacidades y estilos propios de aprender. La segunda ‘medida’ tiene
que ver con su capacidad para disfrutar de la música como intérprete y como parte de una
audiencia, es decir, por la cualidad de su relación afectiva con la música en un sentido
amplio.
Intuyo con fuerza que el desarrollo del lado objetivo del aprendizaje expresado en
términos de, por ejemplo, la técnica, es una consecuencia natural de la potencia de la
búsqueda personal y de nuestra capacidad para tener experiencias cada vez mas profundas
desde el punto de vista afectivo con la música. Desde este punto de vista, los resultados
musicales globales de este tipo de pedagogía son necesariamente auténticos, y las
herramientas formales que se utilizan se corresponden naturalmente con la pertinencia de
las necesidades estéticas que surjan a lo largo de cada proceso de aprendizaje.
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Como se mencionó anteriormente, los músicos de cuatro aprenden a lo largo de
trayectorias personales que se despliegan rizomáticamente, desencadenadas por el deseo,
moviéndose a través de una diversidad de ‘mesetas’ musicales. Ahora bien, como veremos
en la siguiente sección, esto no significa que ‘todos los caminos’ son posibles al interior de
un programa universitario; tampoco significa que las trayectorias se basan exclusivamente
en los intereses de los estudiantes, ya que uno de los objetivos de la propuesta es ampliar
las referencias estéticas de los aprendices en diálogo con sus propias búsquedas.
Desde esta perspectiva, es una pedagogía flexible, abierta y diversa que intenta
adaptarse a estos caminos individuales. Pero hay algo adicional que es muy importante: las
mesetas musicales no existen solo dentro de las instituciones. En este sentido, implica un
currículo que se despliega como una red (Castro-Gómez, 2007) incorporando experiencias
de aprendizaje que tienen lugar, como veremos, dentro y fuera de las universidades.
Dentro de estos espacios, por otro lado, se espera que los estudiantes no solo
toquen el cuatro, sino que también tengan contacto con otros instrumentos, especialmente
cuando se interpreta música tradicional (por ejemplo, maracas, bandola), al tiempo que
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entienden su funcionamiento dentro de los diferentes roles (es decir, melódico, de
acompañamiento, etc.). En la misma línea, se propician espacios en los que los estudiantes
pueden acompañar a bailarines y bailar ellos mismos. Esta experiencia no solo contribuye a
mejorar la versatilidad de los estudiantes, sino que también les plantea situaciones
experienciales que favorecen una comprensión más profunda y significativa de los
elementos musicales como el ritmo y el sabor.
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Por otro lado, una exploración libre en exceso puede resultar en una pérdida de
oportunidad para asentar con el vigor necesario los aspectos musicales y técnicos que están
a la base como herramientas de dominio para la libre expresión que se busca.
Los espacios de musicar son también lugares para explorar y potenciar la creación.
Así, en el marco de los ensambles y proyectos musicales, se puede invitar a los estudiantes
que arreglen, adapten y compongan piezas para sus grupos e inventen formas de
representación pertinentes para compartir su trabajo creativo con los compañeros. Así
mismo, es deseable que la improvisación libre y en estilo estén presentes como una
estrategia de aprendizaje transversal a la experiencia.
Por otro lado, los espacios de musicar también pueden incluir otros géneros
musicales según los intereses de los alumnos y de sus necesidades de aprendizaje. Así,
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además de los espacios de música tradicional, el estudiante de cuatro puede tomar parte
de proyectos musicales de otros géneros tradicionales suramericanos, música clásica, jazz,
rock, música electrónica o música del mundo, entre otros, de acuerdo a las posibilidades
del proyecto pedagógico. Los proyectos también pueden incluir una interacción con otras
expresiones artísticas como performances, happenings, instalaciones, piezas de teatro,
películas o danza, entre otros.
Dentro de esta perspectiva, sería interesante que además, al menos una vez al año,
los estudiantes sean invitados y apoyados para participar en espacios tradicionales que
incluyan estancias de al menos algunas semanas con las comunidades locales,
compartiendo su vida y cultura cotidianas. El propósito de estas ‘salidas’ será propiciar en
los estudiantes una experiencia directa del ecosistema o tejido cultural que envuelve y
marca la transmisión de la música con relación a asuntos tales como el territorio, la
gastronomía, la política, las costumbres, la agricultura, la religión, entre otros. En el marco
de estas experiencias, se puede invitar a los estudiantes a escribir notas de campo que
hagan un seguimiento de las percepciones y problemas de aprendizaje, y a guardar registros
de audio y video que capturen experiencias musicales y culturales relevantes como parte
de sus pasantías. Como comentaré más adelante, el ejercicio de escribir y mantener un
registro reflexivo en un diario personal de las experiencias de aprendizaje, tanto a nivel
musical como humano, brindará material valioso para la reflexión en el macro de los
espacios de tutorías a lo largo del proceso.
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Figura 1. 1 Ejemplo de una ruta de aprendizaje para un estudiante de cuatro
recorriendo espacios musicales dentro y fuera de la universidad.
Como se puede ver, este estudiante de cuatro imaginario está visitando a lo largo
de su sendero diversos entornos para hacer música de manera activa de una manera no
lineal. En algunas ocasiones, el alumno podría estar tocando en dos o más ensambles o
grupos al mismo tiempo. Por ejemplo, podría estar haciendo parte de un conjunto joropo
en la universidad, mientras que al mismo tiempo forma parte de un grupo que toca en un
'asadero' local o restaurante tradicional en donde estaría aprendiendo también una
cantidad de cosas, desde repertorio nuevo hasta la habilidad para acompañar de oído.
Como los espacios de musicar por fuera de la institución no pueden predecirse ni
imponerse, la institución debe ser flexible: pueden surgir oportunidades de aprendizaje
valiosas en el camino que tendrán que incorporarse. La única intencionalidad explícita
dentro de este mapa de aprendizajes es la inclusión deliberada de una porción más grande
de nodos o configuraciones relacionadas con la música tradicional en la que participa
generalmente el cuatro. En este sentido, las rutas de aprendizaje incluyen dentro de su
despliegue algunos ‘clusters’ o ‘conglomerados’ de configuraciones: He incluido uno de
estos posibles ‘clusters’ en la parte superior izquierda de la Figura 1.1. usando un color
verde para designar aquellos espacios en donde la música tradicional está en el centro del
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proceso. Los demás espacios dependen de la ruta particular que recorra cada estudiante de
acuerdo a las posibilidades que ofrece el programa del cual hace parte.
Para cerrar esta sección quiero comentar que estas rutas de aprendizaje no son algo
nuevo. En realidad, todos recorremos estos senderos como músicos a lo largo de nuestras
carreras de maneras muy diversas (Zapata et al, 2005; Finnegan, 2007). Lo que suele
suceder, sin embargo, es que la universidad no ha aprendido aún a valorar en su justa
medida los aprendizajes que se dan por fuera de la academia en el marco de estos
recorridos diversos. Pensemos en un estudiante de guitarra jazz que además de asistir a la
universidad, toca también en un conjunto de rock, se presenta en bares y graba con cierta
frecuencia como músico de sesión. En esos espacios se están dando una gran cantidad de
aprendizajes que no entran dentro del ‘radar’ del currículo. En algunos casos, este tipo de
experiencias no son solamente desechadas como anecdóticas sino sencillamente
prohibidas para que el estudiante ‘no se desconcentre en los estudios’ o para que no ‘dañe’
su técnica o su estilo. Desde este punto de vista, lo que se niega al estudiante es la
posibilidad de realizar exploraciones y de vivir experiencias valiosas que hacen parte
esencial de la búsqueda de una identidad artística propia y que pueden estar llenas de
aprendizajes significativos por su carga motivacional y su carácter situado (Ausbel en Pérez,
2008).
En este sentido, quizás el desafío mas grande que tenemos como universidades no
es solamente el de permitir el ingreso de otros repertorios distintos a los que han sido
canónicos durante décadas en la enseñanza superior, es decir, alternativos a la música
clásica y al jazz. Tampoco se limita solamente a incorporar las formas de aprender que
subyacen a esos repertorios. El reto mas grande es permitir que el acervo de experiencias
de aprendizaje posibles que ya están disponibles en los contextos urbanos y rurales, sean
reconocidos por los currículos como experiencias legítimas junto con los saberes que las
configuran. En otras palabras, no se trata tanto de traer el ‘mundo de la vida’ a la
universidad como de llevar los programas universitarios al ‘mundo de la vida’, entendiendo
los currículos como tejidos dinámicos que se expanden hacia el entorno. Todo esto implica,
por supuesto, un desafío importante e interesante para el ego institucional.
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Estas recomendaciones pueden ir desde sugerir estrategias para trabajar asuntos como la
ansiedad al momento de tocar en público, hasta proponer la inscripción de un taller de
danza para fortalecer habilidades rítmicas.
En este sentido, se espera que los profesores tengan un tipo especial de perfil.
Primero, se espera que tengan niveles muy altos de competencia musical, ya que es
necesario que actúen como modelos para los estudiantes, ofreciendo respuestas adecuadas
y alternativas a los problemas artísticos y técnicos. Por otro lado, dentro de los conjuntos,
se espera que los docentes estén en capacidad de arreglar, adaptar o componer repertorios
para diversos niveles de aprendizaje y capacidades individuales de acuerdo con las
particularidades de cada conjunto. De igual manera, con frecuencia los docentes pueden
tener un rol como directores dentro de los ensambles.
Desde otro punto de vista, esta capacidad de actuar como un traductor cultural es
muy valiosa cuando los estudiantes están aprendiendo en tiempo real con músicos
tradicionales. En algunas ocasiones, por ejemplo, un cuatrista veterano de la región llanera
es invitado a ofrecer un taller en la institución. Este músico puede tener mucho sabor y
destreza técnica, pero es posible que no tenga las herramientas discursivas necesarias para
'explicar' lo que está haciendo. Los docentes, actuando como traductores culturales,
pueden hacer visible la riqueza de la performancia del invitado al mismo tiempo que
extraen, analizan y explican los aspectos técnicos pertinentes de su interpretación. También
pueden aprovechar la ocasión haciendo uso de estrategias meta-cognitivas para fomentar
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en los estudiantes la transferencia de este conocimiento a otras situaciones musicales y de
ejecución.
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experiencias de musicar permite a los profesores hacer un seguimiento, de una manera más
auténtica, al impacto que las experiencias de aprendizaje están teniendo sobre los
estudiantes en términos de habilidades técnicas y musicales, pero también en su capacidad
para hacer frente a los rituales de circunstancia que enmarcan el performance musical,
incluida la preparación del escenario y el sonido, la comunicación con el público y la
seguridad emocional, entre otros aspectos.
Conclusiones
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Ahora bien, es claro que cambiar el paradigma que configura nuestras pedagogías
implica directamente replantear las concepciones que tenemos del currículo, así como de
los propósitos y soportes de la evaluación educativa, incorporando miradas que acepten la
flexibilidad, el dinamismo, la incertidumbre y que superan lo meramente disciplinar.
También implica ampliar nuestra visión en cuanto al perfil del profesor quien, en este tipo
de enfoque, tendría que estar en capacidad de acompañar no solamente el desarrollo de
altos niveles técnico-musicales, sino también procesos cimentados en la diversidad de los
senderos particulares y lidiar cuidadosamente con aspectos psico-afectivos de los
estudiantes. Es un docente capaz de propiciar el diálogo respetuoso con los contextos, y de
hacer un uso intuitivo e inteligente de los sistemas de transmisión planteados al servicio de
la formación integral de los sujetos.
En este sentido, es posible que en algunos contextos esta propuesta puede parecer
demasiado radical o utópica. Quizás lo es en algunos de sus componentes. Por ello, es
importante que empecemos a generar experiencias exploratorias que nos den elementos
de juicio de carácter empírico para ir acomodando con cuidado y discernimiento – pero sin
temor al cambio - las estructuras y las pedagogías en línea con lo que buscamos en la
educación musical a nivel superior. Es claro que existen ya en América Latina varios
proyectos de carácter formal y no formal que vienen explorando este tipo de convergencias
y divergencias en términos de los paradigmas de formación musical y su aplicabilidad
situada en distintos niveles de formación. Quizás lo que nos hace falta es compartir de
manera mas explícita y sostenida estas experiencias mediante encuentros, redes y
plataformas.
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