La Responsabilidad Social Universitaria

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Lectura 1: LA RESPONSABILIDAD SOCIAL UNIVERSITARIA.

MISIÓN E IMPACTOS SOCIALES

INTRODUCCIÓN

Hablar de responsabilidad social universitaria (RSU) es una tarea que en los


últimos años se ha tornado difícil. El concepto ha venido construyéndose y
recientemente modificándose en función de la disciplina que lo propone y de
la corriente teórico-política de sus autores. Este paradigma se hace más
complejo cuando, sumado a lo anterior, se tienen que tomar en cuenta los
contextos, situaciones y condiciones en los que se asume y pretende cumplirse
esa responsabilidad social. Las condiciones actuales a las que el Estado ha
sometido y condicionado el desarrollo de las instituciones de educación
superior públicas en México han orillado a estas a tomar decisiones que
representan, en el mejor de los casos, verdaderos dilemas; esto, cuando no se
han visto involucradas en procesos que enrarecen la misión de estas
instituciones y ponen en entredicho la confianza y la esperanza que la
sociedad ha depositado en ellas.

El objetivo de este trabajo es revisar cómo una universidad estatal pública


mexicana incorporó y asumió en su posicionamiento ético-político-filosófico
el concepto de RSU y analizar su tránsito a lo que la institución en cuestión
denominó como el ser una universidad socialmente responsable (USR) y
cómo puso en práctica ese planteamiento en un contexto político específico.
De una diversidad de problemas que se generaron y que enfrentó la institución
educativa, nos enfocamos en la ampliación de la cobertura en el servicio
educativo. La Universidad Autónoma del Estado Morelos (UAEM) es la
institución de educación superior pública del país que, en el sexenio pasado,
presentó el mayor crecimiento de su matrícula; debido a ello, tuvo que
desplegar una construcción inédita en su historia de espacios en diversos
municipios de la entidad a través de dos vías: por un lado, financiamiento
directo y, por otro, endeudamiento privado, además de la contratación del
personal docente administrativo necesario para la atención de los estudiantes.

La ausencia de una adecuada planeación de este crecimiento, el nulo apoyo


del gobierno estatal -causado por la tensión existente entre este y el gobierno
universitario- y la falta de una gestión previa de recursos ante las instancias
federales correspondientes -al amparo de la autonomía universitaria-
ocasionaron una grave crisis que se sumó a rezagos y problemas históricos y
estructurales de la institución que la mantienen hoy en graves problemas de
subsistencia. Lo anterior impacta de modo negativo tanto a la población
beneficiada con la atención educativa como a toda la comunidad universitaria,
e incluso pone en riesgo su sustentabilidad.

ESTADO DE LA CUESTIÓN

Después de revisar literatura sobre el tema objeto de estudio, arribamos a


algunas conclusiones. El concepto RSU, como lo señala Hirsch (2012), se encuentra
en construcción permanente, ya que la responsabilidad -desde el ámbito de la
universidad- se ha abordado permanentemente desde diversas dimensiones y
enfoques, lo que ha permitido ensanchar los límites del concepto y enriquecer
su contenido al ir descubriendo nuevas perspectivas de él.

, con base en una revisión documental, exponen la


Escalante, Ibarra y Fonseca (2016)

evolución del concepto de responsabilidad social corporativa, su adopción en


el campo educativo y su aplicación como RSU en el contexto mexicano. Su
trabajo analiza las acciones emprendidas por una universidad pública estatal
mexicana, en las que se muestra la resignificación del mencionado paradigma
materializado en el lema institucional: “Por una universidad socialmente
responsable”.

Dichos autores también presentan la conceptualización de la responsabilidad


social empresarial y como esta se va adoptando en el ámbito educativo,
particularmente en la educación superior, para desembocar en lo que se ha
denominado RSU. Describen el desarrollo de la noción de RSU en el contexto
mexicano relacionado con la función social de la universidad pública, la cual
se adoptó en México con base en el consenso generado por la Asociación
Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior
(Anuies). Escalante, Ibarra y Fonseca (2016) concluyen que, para su estudio, la RSU se
traduce en acciones como constituir una planta docente certificada como
coadyuvante de la formación de los estudiantes; ofrecer a la sociedad
programas educativos evaluados o certificados con estándares de calidad que
faciliten el desempeño laboral de los egresados; implementar acciones
orientadas a la recuperación de la función social de la universidad pública
estatal; y ampliar la cobertura -incluyendo a personas con necesidades
educativas especiales- para atender a una población cada vez mayor de
jóvenes en diversas comunidades. Para ello, se crearon nuevas unidades
académicas distribuidas en el territorio estatal y un tipo de vinculación social
y política con el entorno para apoyar demandas y reclamos de los sectores más
vulnerables y en condiciones de marginalidad frente al Estado.
Por otra parte, al traspasar fronteras geográficas, el concepto RSU ha
bifurcado sus objetivos, como lo muestra el estudio de Martí, Calderón y Fernández (2018),
quienes revisan la legislación sobre la RSU en universidades de Brasil, Perú y
España. Estos autores encontraron que, en las universidades sudamericanas,
las prácticas en el marco del paradigma analizado se circunscriben a las
actividades tradicionales de la extensión universitaria o servicios a la
comunidad; en cambio, la ruta de la universidad española va más hacia una
vinculación de la institución con el desarrollo económico a fin de preparar al
estudiantado para la competencia en escenarios de mercado educativo y del
conocimiento. Mientras que en Brasil y Perú la universidad diseña su
pertinencia social a partir de las realidades propias de países no desarrollados,
la universidad española relaciona la RSU con el paradigma de la sociedad del
conocimiento y el compromiso de formar para la competencia global.

El trabajo citado muestra cómo el mismo concepto (RSU) redefine a la


universidad entre la dualidad de priorizar el desarrollo económico o la
búsqueda del desarrollo social. Es una realidad que el surgimiento
ininterrumpido y el creciente número de las instituciones educativas privadas
con relación a las de sostenimiento público hacen necesario precisar cuáles
son las responsabilidades que estas instituciones deben asumir para que la
“educación superior suponga un bien público y no se limite a un servicio
condicionado por oferta y demanda en un mercado de libre comercio” ( Martí,
Calderón y Fernández, 2018, p. 121
).

Tradicionalmente, en América Latina, la universidad pública ha sido


considerada un actor comprometido en la construcción de nuevos horizontes
para la edificación de sociedades más justas y equitativas. Por ello, y para
reafirmar ese rol, la institución universitaria debe refrendar su papel
transformador y empezar por ella misma, al asumir cada vez más una postura
de mayor responsabilidad, transparencia y escrupulosidad en lo que hace, lo
que proyecta y lo que aporta a la sociedad, tal cual lo señalan Beltrán, Íñigo y Mata
(2014)
, quienes toman en cuenta la interacción entre universidad y sociedad:
“Formación, investigación, liderazgo social y compromiso son los elementos
sustantivos que determinan el formato de esta relación para hacer efectiva su
incidencia social” (p. 16).

 ofrecen aportes conceptuales y teóricos del concepto de la RSU


Aldeanueva et al. (2015)

desarrollados a largo de las últimas décadas, y exponen investigaciones


efectuadas por destacados especialistas en el tema, como Gaete, de Chile,
Fernández, de Perú, y Hirsch, de México (citados en Aldeanueva et al., 2015).

En 2006, Hirsch, desde la Universidad Nacional Autónoma de México,


aglutinó a quince universidades del país, públicas y privadas, en torno al
“Proyecto interinstitucional de ética profesional”, en cuyos inicios se centró
en investigar aspectos relacionados con la formación ética en académicos y
estudiantes universitarios para intentar identificar una cierta proyección
respecto del desempeño laboral de los futuros profesionistas, apegado a
principios ético-profesionales. La base teórica de este proyecto procede de la
ética profesional, del análisis de las competencias y las actitudes y creencias
que muestran las personas; en la medida que se fue desarrollando y
ampliando, se vinculó al modelo de RSU y se enfocó en la revisión del marco
que orienta las acciones universitarias, las percepciones de los jóvenes y las
jóvenes sobre ética profesional y las relaciones que pueden establecerse con la
responsabilidad social (Chávez 2016).

Otro texto relevante para el tema de nuestro estudio es el de Arango et al. (2016), que
reunió a expertos iberoamericanos de ambos campos. Dicho trabajo nace en el
marco de tres dinámicas: ética profesional, la RSU y el III Encuentro
Internacional de Rectores, organizado por la Red Universia, que congregó más
de mil rectores de universidades iberoamericanas que suscribieron la Carta
Universia Río 2014, en la que se establecieron compromisos hacia la
constitución de un espacio iberoamericano de conocimiento socialmente
responsable. Por limitantes de espacio, no podemos dar cuenta de la vasta
literatura generada en los últimos años acerca del tema, en particular la
referente a la génesis y evolución del concepto RSU. En este contexto, nuestro
trabajo pretende aportar al estudio de la RSU y sus impactos sociales.

CONCEPTO DE RESPONSABILIDAD SOCIAL

Heredero de la responsabilidad social corporativa o empresarial, el concepto


de RSU emerge en Latinoamérica en el siglo XXI en la búsqueda por
construir una identidad propia, como resultado de los esfuerzos pioneros del
proyecto “Universidad construye país”, producto de las aportaciones de
académicos universitarios chilenos (Navarro, 2002). Ello, entre otros aspectos, por
la idea generalizada e histórica de que la educación superior en general, y la
universitaria en particular, tiene como uno de sus principales objetivos
promover el desarrollo nacional y alcanzar, a través de este, el bien común, el
cual deberá ser promovido con alto nivel de responsabilidad no solo científica,
sino ética, social y moral; en resumen: la universidad por su propia naturaleza
debe ser una institución con alto nivel de responsabilidad social.

Si bien la RSU encuentra su antecedente directo en el concepto del ámbito


corporativo empresarial, es claro que el primero debe tener una orientación
distinta a raíz de que el segundo tiene como prioridad alcanzar el máximo
beneficio empresarial (maximización de beneficios), “... por lo que, para no
perjudicar su imagen y reputación social, deben gestionar e informar que el
logro de ese objetivo principal no genera externalidades negativas a los
ciudadanos y demás personas interesadas en la actividad de la empresa” ( Larrán y
Andrades, 2015, p. 93
). Lo anterior no se acerca, ni con mucho, al objetivo de la RSU;
su propio objetivo central ha sido el motor de su génesis y su existencia, la
idea de que la universidad pública, al ser una institución sin fines de lucro y
estar fundamentalmente al servicio de la sociedad, ha creado la imagen de que
esta no necesita informar sobre los impactos de su quehacer, ya que este se
considera de beneficio social y no de perjuicio alguno.

De acuerdo con Vallaeys (2007), este paradigma universitario emergente -por lo


menos en su versión latinoamericana- fue construyendo y consolidando una
concepción de universidad socialmente responsable, basada en la gestión de
cuatro tipos diferentes de impactos que ocasiona toda institución de educación
superior por su propia existencia, a saber: los que produce por existir y por su
composición; los derivados de la formación de sus estudiantes; los que son
producto del conocimiento generado y, por último, los que resultan de sus
relaciones e interacción con el entorno social, sus posturas, su hacer o su
omisión, redes, contrataciones, relaciones de extensión y vecindario,
participaciones sociales, económicas y políticas.

No obstante, en la actualidad, algunas universidades públicas estatales se han


extralimitado -por diferentes motivaciones y objetivos- y han actuado de
manera cuestionable e indebida al trastocar el marco normativo que regula sus
procedimientos. Esta situación, originada por diversas autoridades
universitarias y avaladas por sus órganos colegiados, ha puesto en evidencia la
necesidad de reflexionar hasta dónde es justificable el logro de un objetivo,
una meta o de la propia misión institucional, si se coloca en entredicho la
responsabilidad social de la institución, incluso cuando esas transgresiones o
irresponsabilidades cometidas al amparo de la autonomía universitaria deriven
de un interés institucional manifiesto por cumplir con las metas señaladas por
el gobierno federal. En cualquier caso, los impactos de la transgresión minan
la imagen y la responsabilidad social que les ha sido conferida a esas
instituciones:

En el ámbito de la educación superior, hay que tener en cuenta que las


universidades, principalmente de titularidad pública, gozan de un alto grado
de autonomía en la toma de sus decisiones estratégicas y de gestión cotidiana.
Su fuente principal de financiación son las transferencias que reciben de las
administraciones públicas. A cambio, tienen la inexcusable obligación de
rendir cuentas ante la sociedad tanto de la utilización dada a los fondos
recibidos como del grado de consecución de los objetivos planteados ( Santos, Núñez
y Alonso, 2007, p. 94
).

A pesar de la claridad en el planteamiento de su carácter de instituciones


autónomas respecto a la toma de decisiones para la gestión de actividades
propias de su quehacer, lo cual no incluye el ejercicio financiero sin
transparencia y apegado a los procedimientos establecidos legalmente para su
operación, en ocasiones, las instituciones de educación superior públicas del
país -argumentando el principio de autonomía- han obviado la obligatoriedad
de rendir cuentas y ello ha llevado a la comisión de ilícitos, lo que ha
provocado, en los últimos años (a varias de ellas), graves problemas, como
crisis económicas y descrédito, que ponen en riesgo su viabilidad y
sustentabilidad, así como otras consecuencias de alto impacto social.

Nos referimos a ilícitos cometidos que se han hecho públicos y que no son, de
ninguna manera, justificables por el tipo de impactos negativos que generan, y
dejan al descubierto opacidad en los manejos presupuestarios, que se han
traducido en la duda, el escepticismo y el cuestionamiento social. Como
muestra reciente de esto, tenemos el caso de “la estafa maestra”, en el que
diversas universidades públicas del país se involucraron en una operación -por
lo menos carente de transparencia- que puso al descubierto determinado tipo
de vinculación entre ciertas universidades, dependencias del gobierno federal
y algunas empresas denominadas “fantasmas”, lo cual, además de ser de un
alto nivel de irresponsabilidad social, también lo es de falta de ética y moral:

... saber que en esta operación están involucradas instituciones públicas de


educación superior que cobraron comisiones millonarias por fungir como
mediadoras para subcontratar empresas fantasmas resulta además de
sorpresivo, muy triste y desmoralizante para una sociedad que aún tiene a las
universidades entre las instituciones sociales confiables por su honestidad y
comportamiento ejemplar.

Tal parece que estas universidades -y no sabemos cuántas más- responden hoy
a la pregunta de Morin afirmando que sí, que las universidades deben
adaptarse a la sociedad incluso en sus aspectos más aberrantes. Porque si la
sociedad actual está marcada por la corrupción, la impunidad y la búsqueda
insaciable de dinero sin importar los medios para conseguirlo, estas
instituciones se han adaptado a esta distorsión social volviéndose cómplices
de la corrupción que domina al parecer casi todos los espacios sociales en la
actualidad (López, 2017).

Ello hace de la RSU un tema altamente pertinente y relevante de estudiar, el


cual debe empezar por revisar el concepto mismo a la luz del marco
contextual actual en el que se ha colocado a las instituciones educativas en
tela de juicio.

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL

La responsabilidad social (RS) como concepto y constructo ha experimentado


geográficamente una evolución gradual y diversa, lo cual dificulta no solo su
definición, sino también precisar su fecha y lugar de nacimiento. No obstante
la dificultad para definirla, Vallaeys, De la Cruz y Sasia (2008) encuentran que, en cualquier
definición, subyace la aspiración de un desarrollo sostenible, “la preocupación
por las consecuencias ambientales y sociales de la actividad humana o de las
organizaciones. La exigencia ética de sostenibilidad invita a redefinir los
modelos de gestión de las organizaciones y los territorios locales, nacionales y
regionales” (p. 6).

 señala que, a pesar de la dificultad que representa la existencia de la


Vallaeys (2009)

diversidad conceptual, se puede partir de puntos esenciales como el


acatamiento de normas éticas universales de gestión en la búsqueda de un
desarrollo más humano y sostenible, como un nuevo modo de gestión de las
organizaciones basado en estándares éticos internacionalmente reconocidos
para la promoción de “buenas prácticas”. La bondad de estas prácticas
organizacionales se relaciona con la búsqueda de un desarrollo más justo (más
“humano”) y más sostenible. También, la RS puede ayudar a abordar una
gestión de impactos que focaliza la atención de los directivos y miembros de
una organización hacia los efectos directos y colaterales que sus decisiones y
actividades provocan dentro y fuera de la organización.

La RS invita a integrar dentro de la política de gestión de la organización el


punto de vista de todos los grupos de interés (stakeholders) que puedan, en
forma directa o indirecta, estar afectados por la organización o afectarla.
Desde luego, es una filosofía de gestión profundamente orientada hacia la
democratización de los procesos de toma de decisión y la lucha contra el
“autismo organizacional” (Vallaeys, 2009).

Este parece ser un planteamiento ideal y una mera ilusión en función de lo que
sucede en muchas universidades, en las que, al igual que en la sociedad, hay
una lucha permanente por la obtención de diversos bienes (escasos y
apreciados): riqueza, poder y prestigio, lo que origina la creación de lo
que Collins (2000) denomina grupos de estatus (grupos asociativos que comparten
culturas comunes), los cuales se aglutinan en torno a intereses específicos que
pueden ser económicos, sociales o políticos. Al igual que en otras esferas de la
sociedad, estos grupos convergen dentro de las instituciones universitarias en
una relación de conflicto, en virtud de la diferencia de intereses que los
aglutinan y es, a partir de las posiciones de poder que ocupan, la forma
organizacional que toma la vida universitaria.

La complejidad de la realidad universitaria hace difícil la conceptualización de


la RS; no obstante, Vallaeys, De la Cruz y Sasia (2008) abonan a su comprensión al tomar
como punto de partida aquello que para ellos no es la RS; buscan, así, arribar
a una conceptualización por la vía de la negación. Para ellos, la RS no es una
acción filantrópica, sino un nuevo sistema de gestión; no es una moda
pasajera, sino una obligación universal para asegurar la sostenibilidad social y
ambiental de nuestro modo de producir y consumir en un planeta frágil donde
todos tenemos los mismos derechos a mínimos de bienestar y a una vida
digna. La RS no es una función más de la organización; es un modo
permanente de operar basado en el diagnóstico y la buena gestión de sus
impactos directos e indirectos. Finalmente, la RS no es aplicable solo al
ámbito empresarial; también concierne a todas las organizaciones sociales,
con fines o no de lucro, públicas o privadas, locales o extranjeras.

En ese sentido, las universidades públicas no están exentas de incorporar la


RS a su quehacer. Para Vallaeys (2009), la RSU es “… una política institucional
integral que se encarga de la gestión de todos los impactos sociales (internos y
externos) que la universidad genera, en diálogo participativo con los diversos
grupos de interés (internos y externos) que pueden ser afectados por dichos
impactos” (pp. 23-24). Para este autor, ninguna universidad puede
autoproclamarse socialmente responsable, pero todas deben responsabilizarse
por sus vínculos e impactos sociales. “La responsabilidad social no admite
parcialidad ni segmentaciones: no se pueden desarrollar actuaciones
responsables en un ámbito y dejar otros ocultos a la mirada ética” ( Vallaeys, 2009, p.
2
). La responsabilidad es una exigencia ética por los impactos que toda
institución genera a la sociedad. Por ello, según, el planteamiento de Larrán y
Andrades (2015)
:

Si existen unos principios que han sufrido un proceso de institucionalización


más claro en los últimos tiempos, éstos han sido los que se relacionan con la
responsabilidad social. Este proceso de institucionalización al que hacemos
referencia encuentra su marco teórico en la llamada teoría institucional, que
destaca como una de las teorías de la organización que más atención presta al
entorno (Vaca et al., 2007). Este enfoque se centra en los aspectos del
contexto institucional en el que están inmersas las organizaciones, donde se
establecen como factores clave de éxito la conformidad con las reglas y
normas institucionales, dada la necesidad de las organizaciones de alcanzar
con sus acciones su aceptación, legitimidad o prestigio (Llamas, 2005, p. 98).

Sin embargo, la institucionalización es un proceso que pasa primero por el


planteamiento de reglas y luego por la obligatoriedad de su cumplimiento, en
el cual la coerción y sistematización de su aplicación juegan un papel
importante; solo la constancia en su ejercicio generará que la
institucionalización se dé. La institucionalización de la RSU es el primer paso
para lograr el buen funcionamiento de las universidades, pero sin descuidar el
involucramiento y compromiso de los diversos actores que confluyen en la
universidad.

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL UNIVERSITARIA EN MÉXICO

En las postrimerías del siglo XX podemos ubicar el surgimiento del


paradigma de la RS en las universidades mexicanas tal como se concibe hoy.
Gracias a su autonomía, a estas les resulta menos complicado asumir ciertos
compromisos y condiciones naturales frente al mencionado modelo.
Después de una serie de cumbres y encuentros ministeriales en Iberoamérica,
la adopción del paradigma de la RSU “ingresó” a México a través de la
Anuies, la cual, a principios del siglo XXI, se dio a la tarea de elaborar
propuestas orientadas al fortalecimiento integral de las universidades. Estos
ejercicios generaron condiciones para fundamentar una propuesta de RSU en
el país que fue retroalimentada por las instituciones asociadas y se materializó
en el documento Inclusión con responsabilidad social. Una nueva generación
de políticas de educación superior (2012), cuyo principal objetivo fue, y sigue
siendo, ampliar las oportunidades de acceso de los jóvenes a una educación
superior en la búsqueda por elevar la calidad de vida de todos los mexicanos y
mexicanas.

En México, la educación superior se disemina en universidades públicas


federales, públicas estatales, públicas estatales con apoyo solidario, privadas,
tecnológicas, politécnicas, interculturales, institutos tecnológicos, centros
públicos de investigación y escuelas normales públicas y particulares. A pesar
de la diversidad de opciones educativas, según la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos ( OCDE, 2014), los porcentajes de
cobertura en educación media superior y superior son, en el caso de México,
los más bajos entre los países miembros de ese organismo.

Paradójicamente, frente al reiterado pronunciamiento de la autoridad federal


(durante el sexenio 2012-2018) sobre la importancia estratégica de ampliar la
cobertura de la educación superior, la participación del Estado se ha ido
restringiendo, al mismo tiempo que el régimen de sostenimiento privado se
incrementa cada año y expande la red de universidades particulares: de 809
universidades privadas que funcionaban en 1995 pasaron, en 2002, a 1,253, es
decir, 444 instituciones nuevas; esto equivale al 72% del incremento nacional
de las instituciones educativas de educación superior ( Senado de la República, 2002). Así,
a inicios de la década de los noventa del siglo XX, el 33% de la cobertura
estaba a cargo de instituciones privadas; quince años después este porcentaje
aumentó al 52% (CESOP, 2005).

Otro elemento paradójico es que, desde 2011, las garantías individuales


plasmadas en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
fueron elevadas a derechos humanos, entre ellas está el de la educación. Visto
de esta manera, hubo necesidad de armonizar el artículo 3º constitucional, en
el cual se plasma este derecho; no obstante, este no fue reformado y si bien
hace referencia a que la educación debe ser universal, gratuita, laica y
obligatoria, también el mismo artículo cita que lo es exclusivamente para la
educación básica. No fue sino hasta 2012 cuando se amplió esta
obligatoriedad a la educación media superior y, en 2019, a la educación
superior. A pesar de ser un derecho humano, es evidente que la cobertura no
es suficiente y mucho menos adecuada ni pertinente para atender las
necesidades; aún dista de observar el acatamiento de la norma constitucional;
en este sentido, no se cumple con el precepto de que la educación es un
derecho humano y, por ello, tampoco se respeta el principio de RSU.

METODOLOGÍA

La metodología empleada para este artículo es de corte cualitativo-


hermenéutico. Se trata de un estudio de caso ( Stake, 2007) cuya intención es
analizar en profundidad la manera en que se aplica el paradigma de la RSU en
la UAEM, institución de educación superior pública del Estado mexicano que
se caracterizó por aplicarlo. Elegimos esta institución porque, además de ser
una de las catorce universidades que en México manifiestan desempeñarse
bajo esa orientación filosófica, producto de ello ha enfrentado diversos
dilemas y confrontaciones con el poder político estatal, los cuales la han
colocado en una crisis que la mantiene al borde de la parálisis.

Hicimos una revisión de la literatura existente sobre el tema en documentos


institucionales de la Anuies y de la propia UAEM, así como una búsqueda
hemerográfica de artículos periodísticos para complementar la información
acerca del problema en estudio.

Para analizar la concreción del nuevo posicionamiento ético-político-


filosófico que adoptó la autoridad universitaria y socializó con la comunidad
de esta institución educativa, contrastamos programas, proyectos y acciones
de la institución y su vinculación y acompañamiento con demandas y luchas
sociales y políticas de sectores en condiciones de marginalidad en la entidad.
Para clarificar la postura de la autoridad universitaria, llevamos a cabo un
análisis de contenido de una entrevista estructurada al entonces rector de la
institución.

DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL UNIVERSITARIA A UNA


UNIVERSIDAD SOCIALMENTE RESPONSABLE: EL CASO DE
LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MORELOS,
MÉXICO

La UAEM es una universidad pública estatal que, en el concierto de las 34


universidades de este tipo en México y de acuerdo con los indicadores
considerados por la Secretaría de Educación Pública (SEP), se ubica en el
séptimo lugar en el ranking de estas universidades. Cabe precisar que el
90.2% de sus programas educativos de licenciatura se encuentran acreditados
como programas de calidad y el 42% de los de posgrado están inscritos en el
Padrón Nacional de Programas de Calidad del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (Conacyt).
En 2019, la UAEM ofreció un total de 7,500 espacios educativos para la
educación superior y 3,800 en la media superior. La última matrícula general
reportada asciende a 43,154 estudiantes, que representan el 40.2% de la
matrícula de educación superior en el estado de Morelos. Esta universidad
cuenta con nueve unidades de nivel medio superior y 35 de nivel superior que
conforman los centros e institutos de investigación, las escuelas, facultades y
sedes regionales, distribuidos en 22 de los 33 municipios de la entidad
(UAEM, portal electrónico oficial).

Una de las prioridades y los compromisos sociales asumidos por la UAEM en


la administración 2012-2018, como expresión de su RS, fue ampliar su
cobertura para brindar una oportunidad de formación al mayor número posible
de jóvenes morelenses. En el marco de las metas nacionales establecidas en el
Programa Sectorial Educativo 2012-2018 (SEP, 2013), se planteó como indicador
de incremento la cobertura del servicio educativo superior, y pasar del 32% en
2012-2013 al 40% para el ciclo escolar 2018-2019; en reiteradas ocasiones, la
autoridad federal exhortó a las instituciones de educación superior públicas a
implementar estrategias y acciones para lograr la meta programada. La
UAEM alcanzó “el 40.6 por ciento de cobertura en el nivel superior, en
matrícula, infraestructura y programas de estudio con calidad académica, por
lo que rebasó la meta trazada por el gobierno federal de aumentar la cobertura
de educación superior al 40 por ciento, destacó el rector Gustavo Urquiza
Beltrán” (UAEM, portal electrónico).

Por experiencia, sabemos que en el sistema educativo nacional alcanzar dichas


metas va más allá de solo invitaciones o exhortos a las instituciones; hay de
por medio bolsas de recursos presupuestarios adicionales concursables que
motivan a las instituciones a avanzar en sintonía con esas. En ese contexto, en
2017, la matrícula de la UAEM alcanzó la cifra de 41,093 estudiantes en los
diferentes niveles educativos (bachillerato, técnico profesional, licenciatura,
especialización, maestría y doctorado) (UAEM, portal electrónico); es decir,
de 2011 a 2018, la matrícula de licenciatura creció un 91.1%, en tanto que, en
el posgrado (exclusivamente en programas incluidos en el Padrón Nacional de
Programas de Calidad del Conacyt), el crecimiento para el mismo periodo fue
del 69%; sin duda, un crecimiento relevante e impactante en el contexto
nacional para una universidad tipificada como de desarrollo medio, y la cual,
durante muchos años, ha demandado -sin conseguirlo- un tratamiento
presupuestario federal más equitativo y similar al de otras universidades
equiparables:

Gustavo Urquiza (actual rector) refirió que la SEP no ha explicado las razones
por las que la UAEM recibe un promedio de 48 mil 900 pesos de subsidio por
estudiante, mientras que la media nacional es de 60 mil pesos por estudiante,
lo que genera un déficit de cerca de 20 mil pesos a la institución por cada uno
de ellos [...] detalló que de las diez universidades públicas estatales en crisis,
seis tienen un subsidio por debajo de la media nacional, por ello, dijo que se
está gestionando ante las autoridades federales que la institución reciba al
menos los 60 mil pesos de subsidio por estudiante para poder subsanar el
déficit presupuestal (UAEM, 2018).

El argumento -por demás loable- para justificar un crecimiento en la matrícula


tan elevado, según el entonces rector de la institución (2012-2018), era que
había que continuar abriendo más espacios educativos para ampliar las
oportunidades de acceso a más jóvenes morelenses y lograr que todo aquel
que demandara la oportunidad de estudiar contara con un espacio para
formarse. Además de extender la cobertura en el servicio educativo
universitario por encima del 90%, la administración universitaria determinó,
para apoyar a los estudiantes, eliminar el pago de matrícula, esto con el
consabido efecto para la institución al ver reducidos sus ingresos propios. Sin
embargo, posteriormente, tuvo que retractarse y cobrarles a los estudiantes, ya
no bajo el concepto de matrícula, sino como pago de servicios.

Otro de los indicadores relevantes para la UAEM es su planta académica de


profesores investigadores de tiempo completo, la cual

... continúa siendo una de las grandes fortalezas de nuestra institución.


Actualmente contamos con 505 profesores investigadores de tiempo completo
(PITC), de los cuales 279 pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores y
430 tienen doctorado. Además, nos posicionamos en primer lugar, a nivel de
las Universidades Públicas Estatales del país, en PITC con perfil deseable, con
el 86.4%. En cuanto a la competitividad académica, el 89.30% de nuestra
matrícula de licenciatura está en programas educativos de calidad, así como el
90.28% de nuestra matrícula de posgrado (UAEM, 2017, p. 18).

En la mencionada administración universitaria, el lema institucional histórico


de la UAEM, “Por una humanidad culta”, se vio complementado con la
rúbrica final: “Por una universidad socialmente responsable”. No obstante, en
el Plan Institucional de Desarrollo 2012-2018, la frase aparece en una sola
ocasión. Esto pudo deberse a que la concepción de “universidad socialmente
responsable” es resultado del trabajo de la administración en los cuatro años
de gestión. La RS de la UAEM se entiende como:

Nuestra responsabilidad social y compromiso ético-político nos obligan a


imaginar y construir nuevas alternativas incluyentes que aseguren el ingreso a
nuestra universidad de todos los jóvenes que así lo reclamen. [...] Dada la
urgencia de restituirles a los jóvenes la esperanza de una vida digna,
mantendremos vivo el compromiso de luchar porque tengan un lugar en la
UAEM, y la exigencia indeclinable ante la federación y el gobierno estatal de
que se les garantice ese derecho (UAEM, 2017, p. 18).
Es oportuno recordar que, en la política educativa federal del sexenio 2012-
2018, la estrategia para aumentar la cobertura en educación superior
descansaba sobre todo en las opciones de universidades tecnológicas y
politécnicas; no estaba en el plan sexenal incrementar las plazas educativas en
las universidades de “corte tradicional” (como sería el caso de la UAEM) ni
mucho menos en programas educativos considerados de alta saturación en el
mercado o no trascendentales para el desarrollo nacional.

A lo anterior, hay que agregar y reconocer que la UAEM, en aras de atender


cada año a una mayor cantidad de jóvenes demandantes de servicio educativo,
fue actuando recurrentemente al margen de los procedimientos y la
racionalidad técnica que impone la autoridad educativa federal, al crear
unidades académicas y programas educativos que demandaron la contratación
de una gran cantidad de docentes para atender a los nuevos estudiantes y que,
en términos financieros, no contaban con el respaldo presupuestario de la
SEP. “Otro de los problemas deficitarios para la UAEM es que no le son
reconocidas por la SEP y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 774
plazas académicas, más 27 mil 174 horas de docencia” (entrevista con Álvaro
Zamudio Lara, coordinador general de Planeación y Administración, UAEM, 2018).

Todas estas erogaciones económicas se hicieron al amparo de la autonomía


universitaria, pero no siempre con el beneplácito, respaldo y autorización de la
SEP, ni con la aprobación de recursos extraordinarios por parte de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Esta actitud institucional fue
asumida por lo menos de dos maneras: una, la UAEM estaba dando respuesta
a la sociedad al abrir oportunidades educativas a los jóvenes morelenses en un
contexto difícil por la inseguridad social; y dos, la UAEM estaba actuando de
manera irresponsable, pues esa ampliación de la matrícula estudiantil trajo
consigo la edificación de obra física (para albergar a la creciente población
universitaria) como nunca antes y, en consecuencia, la contratación de un
número significativo de profesionales. Según Miranda (2017):

Desde julio de 2014, el rector Alejandro Vera Jiménez comprometió la


estabilidad financiera de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos
(UAEM) al suscribir un contrato de crédito con el Banco Interacciones hasta
por 600 millones de pesos. Como garantía de pago ofreció el total de sus
ingresos, provenientes de 2.5% del subsidio estatal, con vencimiento original
al 13 de marzo de 2018, un día antes de concluir su cargo.

Para la adquisición del monto destinado para “el desarrollo de infraestructura”


contó con el respaldo del Consejo Universitario (CU), pero no enteró al
Congreso de la entidad a pesar de que el Presupuesto de Egresos para ese año
estableció la prohibición para que los órganos autónomos contrajeran
obligaciones que comprometieran recursos en ejercicios fiscales posteriores.
Así, en tan solo cuatro años, la UAEM, de tener presencia en la entidad en seis
de los 33 municipios, pasó a edificar o habilitar unidades académicas en 26 de
ellos.

La política de llevar la universidad a la población resultó plausible para los


municipios beneficiados, los estudiantes y la población en general; los
primeros por contar con instalaciones universitarias dentro de su territorio; los
segundos, por tener un mayor acceso a la universidad; y los terceros, porque
se abrieron algunas fuentes de empleo, rutas de transporte, servicios de
comida, papelerías, etcétera.

Sin embargo, la ausencia de un análisis de factibilidad hizo que varios


problemas surgieran rápidamente, por ejemplo, baja matrícula y poca calidad
educativa derivada de la carencia de formación, perfil profesional y
experiencia de los profesores recién incorporados. Lo anterior comenzó a
generar dudas importantes en la población, las cuales se exacerbaron cuando
el entonces rector de esta casa de estudios manifestó de manera abierta su
motivación e interés por contender por la gubernatura del estado:

El ex rector de la UAEM, Alejandro Vera Jiménez, se registró como candidato


del partido Nueva Alianza para la gubernatura de Morelos. ¿La intención real
era llevar los beneficios y el impacto de una institución como la universidad a
todos los rincones de la entidad para posibilitar un mayor ingreso de los
jóvenes o era parte de una estrategia política territorial? ( Miranda, 2018).

Además, con el afán de lograr una resignificación de la institución como


“paradigma de lo público, ágora por excelencia donde se pueden expresar las
virtudes cívicas y, por tanto, de participación en los asuntos públicos” ( UAEM,
2015, p. 20
), sus espacios comenzaron a albergar actividades de diálogo político
con una pluralidad de actores sociales locales, cuyo denominador común era
la búsqueda de soluciones a problemas que aquejan y lastiman a los sujetos
sociales en cualquier ámbito (local, nacional o global).

Este es el objetivo que se ha planteado la UAEM, de asumir un papel social


proactivo en busca de permitir a los sujetos “reivindicar su derecho a una vida
digna y exigen [sic] legítimamente el reconocimiento de su otredad en
términos de concepción del mundo y formas de vida; su derecho a postular y
construir otras modernidades y globalizaciones posibles; su legítimo derecho a
la resistencia frente a todo tipo o forma de dominación o despojo” ( UAEM, 2015, p.
21
).

Para ello, la UAEM se asumió como gestora de demandas y reivindicaciones


de derechos y de recursos presupuestarios ante autoridades federales y
estatales en apoyo tanto de grupos sociales vulnerables en la entidad como
para sí misma. Una de las formas de gestoría de la institución con la sociedad
fue reorientar el servicio social para insertar a los estudiantes en instituciones
públicas y grupos sociales, y lograr, en un proceso dialéctico, el intercambio y
la retroalimentación de saberes y experiencias a fin potenciar la presencia y
quehacer de la universidad. De esta manera, la UAEM se asumió congruente
con su posición ético-política.

La UAEM mantuvo la decisión de contribuir a recuperar la política como


espacio digno de debate, resistencia y construcción de nuevas formas de vida.
Confirmó la elemental tesis de que la política desprendida de su dimensión
ética no conoce límites. Esta decisión propició la emergencia de una
universidad fortalecida en el ejercicio de su autonomía y más legitimada
socialmente, frente a poderes e intereses que la quisieron ver sumisa,
subordinada al poder político, ajena a los problemas sociales reales, e
inevitablemente sometida a las leyes del mercado. Desde una posición
personal, el rector de la UAEM declaró:

Creo que estamos siendo una universidad que está asumiendo de manera muy
particular una responsabilidad. En este sentido tenemos ya una Dirección de
Atención a Víctimas, estamos trabajando en un programa muy decidido para
darle a todos y cada uno de los que sufren violencia, no solo violencia por la
delincuencia, también la violencia doméstica [y] la violencia de género,
espacios que permitan contar con el apoyo de especialistas de la universidad y
también con el acompañamiento adecuado para gestionar [atención] ante otras
instituciones. Podríamos decir que, en este sentido, muy general [...] estamos
sintetizando lo que entendemos como una universidad socialmente
responsable (Vera, 2015).

En diciembre de 2014, la UAEM recibió el reconocimiento nacional


“Empresa incluyente Gilberto Rincón Gallardo”, que otorga el Poder
Ejecutivo federal a través de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social por
la inclusión en la plantilla laboral de personas con algún tipo de discapacidad,
adultos mayores o grupos vulnerables, y promover políticas y prácticas de
inclusión laboral. Cabe mencionar que la UAEM cuenta tanto en actividades
académicas como administrativas con una población laboral de 272 personas
de sesenta años o más y catorce con alguna discapacidad.

Para la UAEM, este posicionamiento es la expresión de la evolución del


concepto de RSU a la USR, lo cual implica decidir a quiénes sirve como
institución. El posicionamiento ético-político que subyace a estas ideas bien
encaja en los aportes de Arendt (2009, p. 255), que propone el rescate de la libertad
humana a través de la acción. El reto de la UAEM como USR es generar las
condiciones para que esto sea posible. Se asume el carácter utópico de la
postura, pero se reconoce que, a final de cuentas, la educación es en sí una
utopía en el sentido de que sirve para caminar, buscar para hacer senderos y
no exclusivamente para llegar a algún lado ( UAEM, 2015).
En el último año de la administración universitaria 2012-2018, la Rectoría
reconoció y denunció que se enfrentó a fuertes presiones presupuestarias y
violencias políticas de orígenes diversos que intentaron impedir el
cumplimiento de su RS. Para esa administración, la USR implicaba un
compromiso solidario, académico y ético-político, en especial con aquellos
que, insertos en la sociedad en un momento histórico concreto, están
cosificados, deshumanizados, excluidos, invisibilizados, sin mayor posibilidad
de un futuro digno, es decir, con aquellos que perversamente se consideran
como inexistentes (UAEM, 2017).

La UAEM mantuvo en su discurso la visión de una universidad comprometida


con la solución de los problemas sociales que, provocados por el modelo de
desarrollo dominante, requieren atención urgente. En suma, el compromiso y
la RS de la UAEM significaban imaginar nuevas utopías para un nuevo
proyecto de país; abrirle paso a la esperanza, rechazar el dogma del
pensamiento único y cerrarle el paso a la falsa ideología que postula el “fin de
la historia”. Estas son condiciones de posibilidad para contribuir a la
construcción colectiva de un mundo donde quepan muchos mundos.

En esta situación se tomaron decisiones que parecieron ser contradictorias al


planteamiento relacionado con la atención a la demanda:

... hay una tensión dinámica porque nuestra posición como universidad
socialmente responsable, si bien considera la diversificación en la oferta
educativa en distintos campus y sedes que hemos venido construyendo y
generando, también demanda que esos servicios y programas se implementen
con la misma calidad [de] todos nuestros programas. Ahí se da una tensión
muy fuerte, porque a veces por querer cumplir con este indicador de ampliar e
incrementar la matrícula, está la tentación de hacerlo sin la calidad suficiente
[o pasando por alto las prescripciones sobre la aplicación de los recursos
públicos]. Entonces esto para nosotros sería una contradicción y una tensión
dinámica y en ese sentido es que estamos buscando que los espacios
educativos que se están construyendo tengan la calidad que requieren los
jóvenes para su formación y que cumplan con todos los requerimientos que se
establecen en materia de infraestructura educativa ( Vera, 2015).

LA UNIVERSIDAD SOCIALMENTE RESPONSABLE EN ENTREDICHO

En septiembre de 2017, una investigación periodística difundió lo que se


conoció a nivel internacional como “La estafa maestra”, un mecanismo
institucionalizado utilizado por el Ejecutivo federal mexicano, plagado de
vacíos y huecos en la ley, que facilita la entrega de cuantiosas sumas de dinero
a universidades públicas -sin ningún tipo de licitación- para que realicen
productos o servicios demandados por las dependencias del gobierno federal,
los cuales casi nunca son realizados por las instituciones educativas, sino que
estas los reasignan a otras empresas, en el caso denunciado, empresas
“fantasmas”, empresas inexistentes, que desaparecen el dinero. Este
mecanismo ha sido empleado por el gobierno federal por lo menos en los
últimos doce años, y en los últimos seis el desvío ascendió a 7,670 millones de
pesos (Roldán, Castillo y Ureste, 2018). Lo singular de este procedimiento es que no se
hace de manera directa, sino a través de la intervención de algunas
universidades públicas que sirven como mediadoras para triangular estos
desvíos y hacer más complicado el seguimiento del dinero, además de que,
involucrar en el mecanismo a instituciones de educación superior públicas,
cubre las operaciones con un cierto velo de aparente nobleza y transparencia.
No obstante, por la opacidad en el procedimiento y, sobre todo, por la poca
transparencia con la cual se asigna a las universidades participantes “una
comisión” por su participación, así como por la falta de verificación acerca del
cumplimiento de los productos o servicios solicitados, “resulta además de
sorpresivo, muy triste y desmoralizante para una sociedad que aún tiene a las
universidades entre las instituciones sociales confiables por su honestidad y
comportamiento ejemplar” (López, 2017).

Estas instituciones, en aras de brindar una mayor cobertura universitaria, se


adaptaron a esta distorsión social y se volvieron cómplices de la corrupción.
Con ello, una universidad pierde su sentido más profundo y su propia razón de
ser, toda vez que la relación entre ella y la sociedad debe vivir en una tensión
entre lo complementario y lo antagónico. En este sentido, las universidades
deben adaptarse a las exigencias válidas de la sociedad en su desarrollo
histórico, pero también culturizar la modernidad difundiendo los saberes,
ideas y valores de la herencia que recibimos del pasado, además de recrearlos,
ya que formarán en el futuro parte de esa herencia. La universidad debe ser
por ello conservadora, regeneradora y generadora ( López, 2017).

Resulta lamentable que universidades públicas, que en esencia han sido


creadas sin fines de lucro, que fueron concebidas y defendidas para cumplir
una función y compromiso social, que han sido llamadas a asumir el papel de
ser una conciencia crítica de la sociedad y que, además, para muchos jóvenes,
significan no solo una formación ciudadana y profesional, sino también el
único canal de movilidad social y económica, se encuentren involucradas y
desacreditadas en este tipo de gestiones marcadas por la opacidad. Participar
en estas acciones, las aleja de la tarea y del compromiso que, históricamente,
se les ha delegado como reservorios y transmisores de la cultura y de los
bienes más preciados del quehacer humano, la incansable búsqueda de lo
verdadero y la defensa de la justicia.

La participación de universidades públicas en este tipo de procedimientos


llama a reflexionar sobre la urgente necesidad de hacer un profundo ejercicio
de introspección sobre el quehacer y los alcances y limitaciones de la
responsabilidad social de estas instituciones. Establecer y reconocer los
límites entre la autonomía y la responsabilidad social y los impactos sociales
que puede generar una decisión, aun cuando esta se justifique con las mejores
y más nobles intenciones.

Es necesario revisar a la luz de los tiempos actuales, de las presiones políticas


de que son objeto las instituciones de educación superior pública a través de
condicionamientos presupuestarios, cuál debe ser la RS de las diferentes
autoridades universitarias, incluyendo, por supuesto, los órganos colegiados
que validan, legitiman o aprueban decisiones de los funcionarios.
Preguntarnos ¿qué tipo de autonomía requiere la universidad, para qué y hasta
dónde?

Estas reflexiones nos pueden ayudar a desandar los pasos en que se ha


extraviado en los últimos años una de las instituciones modernas más nobles,
confiables y depositaria de la esperanza de la sociedad. Una universidad
pública no puede, bajo ningún argumento ni justificación, actuar con opacidad
y sin una transparente rendición de cuentas sobre el ingreso y uso de sus
recursos.

COMENTARIOS FINALES

En el caso abordado, habría que pensar si la ampliación de las oportunidades


de acceso a la formación universitaria depende exclusivamente de extender la
cobertura, de llevar la universidad a los estudiantes, generar mayor
infraestructura y masificar los servicios educativos. Los estudiantes
incorporados a la UAEM a través de esta cobertura inédita a lo largo del
territorio estatal no fueron atendidos en las mismas condiciones que gozan
quienes acuden al campus o sede principal de la universidad. Consideramos
que abrir la universidad a los jóvenes o, incluso, “llevárselas” a sus
localidades es un primer paso, pero resulta del todo insuficiente e inequitativo.
Por otra parte, la confrontación abierta con el poder político estatal activó
como respuesta una reacción gubernamental para hacer menos fluida la
gestión financiera y administrativa, sin contar las campañas de denostación
sobre la institución y su quehacer en perjuicio de esta misma.

En una situación de quiebra técnica, como la que padece crónicamente la


UAEM, caracterizada por la falta de recursos presupuestarios para garantizar
su viabilidad estructural, así como el desacato de la autoridad universitaria a la
planificación diseñada por la autoridad educativa y hacendaria federal para
regular la oferta y la operación de las universidades públicas mexicanas,
desencadenó y aceleró su parálisis. Lo anterior, sin duda, ensombrece la
certidumbre y el futuro inmediato y mediato de la institución y de su
comunidad.
La comunidad trabajadora de la UAEM vive un clima permanente de
inseguridad sobre su futuro laboral, profesional y salarial, alimentado por
rumores y versiones que circulan a diario por los pasillos de la institución. En
los últimos veinte meses, los trabajadores han enfrentado desde retrasos en el
pago de sus salarios, cancelación de incrementos salariales, prestaciones
sindicales conculcadas, estímulos al desempeño académico no pagados y la
amenaza de la falta de dinero para salarios y gastos de operación. Esta
situación genera un impacto negativo traducido en inseguridad de los padres
de familia y los jóvenes aspirantes para ingresar a la institución.

Justo aquí es cuando surgen más preguntas que respuestas, más dilemas que
certezas: en aras de ofrecer más oportunidades de educación universitaria, ¿se
justifica hacerlo con menoscabo de la calidad educativa? ¿Quién podría estar
en desacuerdo de abrir espacios de oportunidades educativas a esos jóvenes?
¿Qué tan válido es comprometer a toda la institución para lograrlo? ¿Es
socialmente responsable poner en riesgo la viabilidad de la institución por
confrontaciones con el poder estatal debido a motivaciones personales o
políticas e ideológicas? ¿Ofrecer educación superior a más jóvenes justifica
hacerlo en condiciones que no garantizan una adecuada formación? ¿Hasta
dónde una institución actúa con responsabilidad sin medir los impactos de sus
decisiones, por más plausibles que sean los propósitos?

Con base en Vallaeys, podemos preguntar ¿qué tan responsable es el proceder


de las autoridades universitarias frente a los impactos que son resultado de su
interacción social, sus posturas político-ideológicas, su proceder en cuanto a la
falta de apego a la normativa presupuestaria y las formas poco claras de
establecer vinculación con programas federales, así sea para invertir en la
construcción de instalaciones para ofrecer el servicio educativo a un número
mayor de jóvenes?

En virtud de lo anterior, consideramos que el caso estudiado revela una


enorme contradicción en relación con la RSU o USR, ya que los hechos
evidencian que las autoridades de la universidad, lejos de considerar y prever
los impactos sociales y asumir una verdadera responsabilidad más allá de la
retórica, han hecho exactamente lo contrario: perjudicar a la institución y a los
diversos actores que convergen en ella al hipotecar su desarrollo, prestigio y
sustentabilidad.

Finalmente, es necesario mencionar que las instituciones educativas de tipo


superior debieran, como principio fundamental de su quehacer, no solo
convertirse en instituciones socialmente responsables, sino, y a partir de ello,
considerar la RSU como un eje de formación transversal en cualquiera de sus
programas educativos. Nos referimos en particular a que los planes y
programas de estudio incluyan, de manera transversal y sin importar el área de
conocimiento, reflexiones éticas de compromiso del ser humano con su
entorno natural y social, y en apego estricto al respeto de los derechos
humanos.

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Recibido: 04 de Junio de 2019; Aprobado: 07 de Febrero de 2020

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