Siddharta - Herman Hesse
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HERMANN HESSE
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Edición Completa
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Traducido por:
Carmen Grossi
ISBN 968-15-0122-5
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Impreso en México
Printed in México
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PRIMERA PARTE
EL HIJO DEL BRAHMÁN
—Siddharta — invocó— ,
¿te lo permitirá tu pa-
dre?
Siddharta le observó como uno que se empieza a
despertar. Raudo como una flecha, leyó en el alma
de Govinda, adivinó su amor, advirtió su resignación.
—Govinda — —
afirmó en voz baja , no debemos
malgastar palabras. Mañana de madrugada empeza-
ré la vida de los samanas. No se hable más.
Siddharta entró en la habitación donde se encon-
traba su padre sentado encima de una estera de líber.
Se colocó tras él y aguardó hasta que se percatara de
que alguien se hallaba a sus espaldas.
El brahmán preguntó:
—
¿Eres tú, Siddharta? Dime lo que hay en tu co-
razón.
Empezó Siddharta:
—
Con tu permiso, padre, he venido a comunicarte
que deseo abandonar mañana tu casa para irme con
los ascetas. Mi deseo es convertirme en un samana.
Espero que mi padre no se oponga.
El brahmán quedó en silencio y permaneció así
tanto tiempo que por la pequeña ventana pasaron las
estrellas y cambiaron su figura antes de que se rom-
piera el silencio de aquella habitación. Callado y sin
moverse se hallaba el hijo con los brazos cruzados;
callado y sin moverse, el padre seguía sentado sobre
la estera. Y las estrellas pasaban por el cielo. En'
tonces declaró el padre:
—No es conveniente que un brahmán pronuncie
palabras violentas y furiosas. Pero la indignación
SlDDHARTA 15
Govinda contestó:
—
Hemos aprendido y seguiremos aprendiendo.
Tú serás un gran samana, Siddharta. Has aprendido
rápidamente todos los ejercicios, y a menudo has
SlDDHARTA 23
Govinda repuso:
—A pesar de tus palabras, amigo, sabes muy bien
que Siddharta no es ningún arriero y que un sama-
na no es un borracho. Verdad es que el borracho
encuentra su narcosis, alcanza una breve huida y un
descanso, pero regresa de la vana ilusión y se halla
igual; no se ha hecho más sabio, no ha ganado co-
nocimientos, no ha subido ningún peldaño.
Siddharta declaró sonriente:
—Nolo sé, nunca he estado borracho. Pero sí sé
que yo, Siddharta, en mis ejercicios y en el arte de
ensimismarme sólo encuentro una breve narcosis, y
me halló tan alejado de la sabiduría y de la reden-
ción como cuando de niño, en el vientre de mi ma-
dre. Govinda, esto puedo afirmarlo.
En otra ocasión en que ambos salieron para pe-
dir en el pueblo alimentos para sus hermanos y pro-
fesores, empezó a hablar de nuevo.
Govinda dijo:
— ¿Cómo podemos saber si vamos por el buen ca-
mino? ¿Nos acercamos a la ciencia? ¿Aceleramos
nuestra redención? O, ¿acaso andamos en círculo,
nosotros, los que pretendemos evadirnos del ciclo?
Govinda alegó:
— Aunque mucho hemos aprendido, aún nos que-
da más por aprender. No damos vueltas, vamos ha-
cia arriba; las vueltas son en espiral y ya hemos su-
bido muchos peldaños.
Siddharta preguntó:
—
¿Cuántos años crees que tiene el más anciano
de los samanas, nuestro venerable profesor?
SlDDHARTA 25
Dijo Govinda:
—Quizá tenga unos sesenta.
Y Siddharta:
—Tiene sesenta años y no ha llegado al nirvana.
Tendrá setenta y ochenta años, como tú y yo los ten-
dremos, y seguiremos con los ejercicios y ayunare-
mos y meditaremos. Pero nunca llegaremos al nir-
vana. Ni él, ni nosotros. Govinda, creo que segura-
mente ni uno de todos los samanas llegará al nirva-
na. Ni uno. Encontramos consuelo, alcanzamos la
narcosis, aprendemos artes para engañarnos. Pero
lo esencial, el camino de los caminos, éste no lo
hallaremos.
Replicó Govinda:
—Desearía que no pronunciaras palabras tan ho-
rribles, ¿Por qué, de entre tantos, nin-
Siddharta.
guno ha de encontrar el camino de los caminos?
¿Ninguno entre tantos sabios, tantos brahmanes, tan-
tos rígidos samanas venerables, tantos hombres que
buscan, tantos dedicados a profundizar, tantos hom-
bres sagrados?
Sin embargo, Siddharta contestó en voz baja, en
tono triste e irónico a la vez:
— Govinda, tu amigo abandonará pronto la senda
de los samanas, por la que tanto tiempo ha camina-
do contigo. Sufrí sed, Govinda, y durante este largo
trayecto con los samanas mi sed no ha disminuido.
Siempre me hallé sediento de ciencia y lleno de pre-
guntas... He interrogado a los brahmanes año tras af;o,
he indagado entre los sagrados Vedas año tras
año. Quizá, Govinda, si hubiera preguntado al cálao
26 Hermann Hesse
mejantes artimañas!
III
GOTAMA
En la ciudad de Savathi, todos los niños conocían el
nombre del majestuoso Buda, y cada casa estaba pre-
parada para llenar el plato de limosnas de los dis-
cípulos de Gotama, que pedían en silencio. Cerca de
la ciudad se encontraba el lugar preferido de Go-
tama, el bosque Jetavana, que había sido regalado
para Gotama y los suyos por el rico comerciante
Anathapindika, un devoto admirador del majes-
tuoso.
Hacia aquella región habían encaminado, guia-
se
dos por los relatos y respuestas que recibieron, los
dos jóvenes ascetas en su búsqueda del Gotama. Y
cuando llegaron a Savathi, ya en la primera casa,
ante cuya puerta mendigaron silenciosamente, se les
ofreció comida y ellos la aceptaron. Siddharta pre-
guntó a la mujer que les había dado de comer:
—Buena mujer, nos gustaría mucho que nos di-
jeras dónde se halla el Buda, el más venerable, pues
somos dos samanas del bosque y hemos yenido para
ver al perfecto y escuchar la doctrina de sus labios.
34 Hermann Hesse
La mujer contestó:
—
Realmente os habéis detenido aquí, en el lu-
gar preciso, samanas del bosque. Debéis saber que
el majestuoso, el ilustre, se encuentra en Jatavana,
en el jardín de Anathapindika. Allí, peregrinos, po-
dréis pasar la noche, pues hay suficiente espacio
para los incontables que llegan a escuchar la doctrina
de sus labios.
Esto alegró a Govinda, quien, lleno de gozo, ex-
clamó:
— ¡Bien, pues hemos llegado a nuestra meta, y
nuestro camino ha terminado! Pero dinos tú, madre
de peregrinos, ¿conoces al Buda, le has visto con
tus propios ojos?
La mujer repuso:
—Muchas veces lo he visto. Muchas veces lo he
observado cuando pasa por las callejuelas, en silen-
cio, con su manto amarillo, cuando presenta en
silencio su plato de limosnas en la puerta de las
casas y cuando se lleva el plato lleno.
Govinda escuchaba embelesado y quería pregun-
tar y oír mucho más. Pero Siddharta decidió seguir
el camino. Dieron las gracias y se fueron. Ni siquie-
ra tuvieron que preguntar por el lugar, pues eran
muchos los peregrinos y monjes de la doctrina de
Gotama que hacían el camino de Jetavana. Y cuando
de noche arribaron allí, observaron que había un
continuo llegar, exclamar y hablar entre aquellos
que buscaban y recibían albergue. Los dos samanas,
acostumbrados a la vida del bosque, encontraron
SlDDHARTA 35
— ¡Mira allí! —
señaló Siddharta en voz baja a
Govinda —Ese es el Buda.
.
joven — No hablé
. te así para discutir sobre pa-
labras. Desde luego, tienes razón, y poco importan
las opiniones.Pero déjame decir una cosa más: ni
un momento he dudado de ti. Ni un momento he
dudado de que tú fueras el Buda, de que hubieras
llegado a la meta, al máximo, hacia el que tantos
brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en ca-
mino. Has encontrado la redención de la muerte.
La has hallado con tu misma búsqueda, con tu pro-
pio camino, a través de pensamientos, meditacio-
B, ciencia, reflexión, inspiración. ¡Pero no la has
encontrado a través de una doctrina! Yo pienso, ma-
jestuoso, que nadie encuentra la redención a través
de la doctrina. ;A nadie, venerable, le podrás co-
municar con palabras y a través de la doctrina lo
que te ha sucedido a tí en el momento de tu ilumi-
nación! Mucho es lo que contiene la doctrina del
SlDDHARTA 43
44 Hermann Hesse
—
ta .Me ha robado, pero más aún me ha regalado.
Me ha robado un amigo que creía en mí y que
ahora cree en él, que era mi sombra y que ahora
es la sombra de Gotama. Pero m*e ha regalado a
Siddharta, a mí mismo."
IV
DESPERTAR
KAMALA
A cada paso del camino aprendía Siddharta cosas
nuevas, pues el mundo se encontraba cambiado y su
corazón se solazaba. Veía salir el sol por encima
de los montes verdes y lo veía ponerse sobre la le-
jana playa de palmeras. Por las noches contempla-
ba las estrellas, ordenadas en el cielo, y la luna
creciente flotando en el azul, como una barca. Ob-
servaba los árboles, los astros, los animales, las nu-
bes, el rocío que brillaba al amanecer sobie las
plantas, las lejanas y altas montañas, azules y sua-
ves; los pájaros y que zumbaban, el vien-
las abejas
to que soplaba a través de los campos de arroz.
Todo ello siempre había existido de mil maneras
diferentes y en multitud de colores. Siempre ha-
bían brillado el sol y la luna; siempre los ríos habían
murmurado y las abejas habían zumbado.
Sin embargo, en otros tiempos, todo ello no ha-
bía sido más que un velo pasajero y engañoso para
el ojo de Siddharta que observaba con desconfian-
56 Hermann Hesse
cibiera. No
había participado del mundo. Ahora
sí. Por su ojo pasabala luz y la sombra, por su
corazón circulaban las estrellas y la luna.
Por el camino, Siddharta también recordó todo
lo que había vivido en el jardín de Jatavena, la
doctrina que allí había escuchado del divino Buda,
la despedida de Govinda, la conversación con el ve-
nerable. Acordóse nuevamente de sus propias pa-
labras, lasque había dirigido al majestuoso. Recor-
dó cada frase. Comprendió con asombro que ha-
bía hablado sin saber realmente lo que decía. Lo
que dijera a Gotama^que el tesoro y el secreto del
Buda no eran la doctrina, sino lo inenarrable, lo que
no podía enseñarse, lo que él había vivido en
la hora de su iluminación, esto era precisamente lo
que él pensaba vivir ahora, lo que en aquel momen-
to empezaba a vivir. Ahora tenía que existir con-
sigo mismo. Desde hacía tiempo había comprendi-
do que el yo era el ATMAN, de la misma naturaleza
eterna de Brahma, pero nunca había logrado encon-
trarse a sí mismo, nunca había encontrado ese yo,
porque quería pescarlo con la red del pensamiento.
No obstante, lo más seguro es que el cuerpo no
fuera el yo, ni en el juego d'e los sentidos, como
tampoco lo era el pensar, ni la inteligencia, ni la
sabiduría aprendida, ni la enseñanza en el arte de
sacar conclusiones y d'e construir nuevos pensamien-
tos por entre las teorías ya enunciadas.
—
Te doy las gracias, buen hombre —exclamó
Siddharta, cuando hubo saltado a la otra orilla —
no tengo ningún regalo que darte, amigo, ni puedo
pagarte. Soy un vagabundo, un hijo de brahmán
y soy samana.
—Ya me de —
di cuenta ello contestó el barque-
ro— y no esperaba de paga ti ni regalo. Me harás
un obsequio en otra ocasión.
60 Hermann Hesse
— Observaste no
bien, ningún detalle.
perdiste
Viste a Siddharta, al hijo del brahmán, que abando-
nó su casa para convertirse en samana y que por
tres años fue un samana. Pero ahora he abandona-
do aquel camino y he venido a esta ciudad. La pri-
mera persona que se cruzó por mi senda, aun antes
de entrar en la población, fuiste tú. ¡He venido a
decirte todo esto, Kamala! Eres la primera mujer
a la que Siddharta habla sin bajar la vista. Nunca
jamás quiero bajar mi vista cuando me encuentre
con una mujer hermosa.
Kamala sonreía y fugaba con su abanico de plu-
mas de pavo real. Le preguntó:
—¿Y para decirme eso has venido hasta mí, Sidd-
harta?
—Para decirte eso, y para darte las gracias por
ser tan bella. Y si no te disgustara, Kamala, te ro-
Siddharta contestó:
—Ya empiezo a aprender de ti. También ayer
me enseñaste algo. Ya me he afeitado la barba, me
he peinado y llevo aceite en «1 cabello. Es poco lo
que me falta: vestidos elegantes, finos zapatos, di-
nero en el bolsillo. Quiero que sepas qu'e Siddharta
se ha propuesto cosas más difíciles que esas peque-
neces, y lo ha logrado. ¿Por qué no voy a conseguir
lo que me propuse ayer, ser tu amigo y aprender de
ti los placeres del amor? Me verás dócil, Kamala;
he aprendido cosas más difíciles que lo que tú me
puedes enseñar. Y ahora, dime: ¿No te tasta con
Siddharta tal y como está, con aceite en el cabello,
pero sin vestidos, ni zapatos, ni dinero?
Kamala exclamó riendo:
—No, querido; no me Trenes que ir ves-
basta.
tido con ropas elegantesy debes llevar finos zapa-
tos y mucho dinero encima y traer también regalos
para Kamala. ¿Vas aprendiendo? ¿Comprendes, sa-
mana del bosque?
—Naturalmente —repuso Siddharta ¿Cómo — .
68 Hermann Hesse
—comentó Siddharta— ,
pero ya no las quiero can-
— —
¡Alto! — ¿Sabes
interrumpió Kamala . leer?
¿Sabes escribir?
— naturalmente. Hay muchos que
Sí, saben.
—La mayoría Tampoco yo
no. Es muy lo sé. in-
teresante que sepas leer y escribir, muy interesante.
También te servirán las fórmulas mágicas.
En ese instante entró corriendo una sirvienta y
dijo unas palabras al oído de su ama.
—Tengo visita —exclamó Kamala — . ¡Date pri-
sa! Vete, Siddharta, nadie debe encontrarte por aquí,
no lo olvides. Mañana te veré de nuevo. Sin embar-
go, ordenó a la sierva que entregara al devoto brah-
mán una túnica blanca. Sin saber lo que ocurría,
Siddharta se vio conducido por la criada a otro pa-
bellón, a través de un camino desconocido; luego
fue obsequiado con una túnica y, ya en la espesura,
le dijeron que se alejara del parque tan pronto como
pudiera y sin ser visto.
Contento, hizo lo que se le había mandado. Acos-
tumbrado al bosque, salió del parque por encima
del seto, sin hacer ruido. Alegre regresó a la ciudad
con la túnica enrollada bajo el brazo. En un alber-
gue frecuentado por viajeros, se colocó a un lado
de la puerta y pidió comida con un gesto; recibió
un trozo de pastel de arroz. "Quizá mafiana ya no
tenga que pedir más comida", se dijo.
De repente se le encendió el orgullo. Ya no era
un samana. Ya no debía pedir limosnas. Arrojó el
pastel de arroz a un perro y se quedó sin comer.
"La vida que se vive en este mundo es simple
70 Hermann Hesse
— Este brahmán —
comentó Kamaswami a un
amigo — no es un verdadero comerciante y jamás
lo será; los negocios nunca apasionan su alma. Pero
posee de las personas a quienes la fortuna
el secreto
les sonríe, ya sea por su buena estrella, por magia
o por algo que habrá aprendido de los samana*.
Siempre parece que juega a los negocios; jamás se
siente ligado o dominado por ellos; nunca teme el
fracaso, ni le preocupa una pérdida.
El amigo aconsejó al comerciante:
—De los negocios que te lleva, entrégale una ter-
78 HermannHesse
SANSARA
Durante largo tiempo Siddharta había vivido la
vida del mundo sin pertenecer a él. Se le habían
despertado los sentidos que adormeció en los ar-
dientes años de samana; había probado la riqueza,
la voluptuosidad, el poder; no obstante, durante mu-
cho tiempo permaneció siendo un samana dentro del
corazón. Se dio cuenta de ello la misma Kamala,
la inteligente. La vida de Siddharta seguía presi-
dida por tres cosas: pensar, esperar y ayunar. To-
davía la gente del mundo, los seres humanos, le eran
extraños, igual que él lo era para los demás.
Los años pasaban, y Siddharta, rodeado de bien-
estar, ap'enas se daba cuenta. Se había hecho rico;
ya poseía su propia casa con los correspondientes
criados y un jardín en las afueras de la ciudad, jun-
to al río. La gente lo quería; lo iban a ver cuando
necesitaban dinero o consejos. Pero, a excepción
de Kamala, nadie consiguió ser su amigo íntimo.
Poco a poco se había convertido en recuerdo aque-
lla exaltación del renacer que sintió en su juventud,
días después del sermón de Gotana y de la separación
86 Hermann Hesse
—Adiós.
—Adiós, Govinda — contestó Siddharta.
El monje se detuvo.
—Permíteme, ¿De dónde conoces mi nom-
señor.
bre?
Siddharta sonrió.
—Govinda, conozco de la casa de tu padre y
te
de la escuela de los brahmanes, de los sacrificios, de
nuestro viaje con los saraanas y de aquella hora
SlDDHARTA 103
—
Es posible —
respondió Govinda Pero pocos — .
EL BARQUERO
nidad.
Durante esos días, Siddharta pensaba frecuente-
mente en el moribundo, en el gran profesor cuya
voz había despertado a millares de gentes: la voz
que un día Siddharta también escuchó con reveren-
cia. Pensaba en él como en un viejo amigo. Veía el
camino de perfección ante sus ojos, y sonriendo re-
SlDDHARTA 125
—
No te preocupes, está aquí declaró Siddhar- —
ta.
Siddharta sonrió.
—Al instante, Kamala querida.
Kamala señaló a su hijo y continuó:
—¿Y a él? Es tu hijo.
pobre y extraño.
No lo obligó a hacer nada y le guardó siempre la
132 Hermann Hesse
OM
Herida le dolió por mucho tiempo. Siddharta tu-
que pasar por el río a muchos viajeros que iban
empañados de un hijo o una hija. Le era imposi-
; fijarse en ellos sin sentir envidia y sin pensar:
antas personas, tantos miles de personas po-
li la más dulce felicidad. ¿Y por qué yo no? In-
iso son personas malas, bandidos y ladrones, y
nen hijos y los aman, y son amados por ellos,
íicamente yo no lo tengo."
mil maneras.
Y todo aquello unido era el mundo, todas 1
a los bosques?
—Me voy bosques, hacia
a los unidad — la ce
GOVINDA
—
¿Te cuentas también tú entre los que buscí
venerable, a pesar de tus muchos añbs y de lle\
el hábito de los monjes de Gotama?
Govinda exclamó:
—
Amigo, NIRVANA no es tan sólo un término.
Nirvana es un pensamiento.
Siddharta continuó:
Un pensamiento, quizá. Amigo, he de confesarte
que no encuentro gran diferencia entre los pensa-
mientos y las palabras. Francamente, tampoco a los
pensamientos les concedo gran importancia. Me gus-
tan más los objetos. Aquí, en esta barca, por ejem-
plo, mi antecesor fue un hombre, un santo que du-
rante muchos años creyó simplemente en el río,
en nada más. Notó él que la voz del río le hablaba;
de ella aprendió. Ella lo educó y lo enseñó. El río
le parecía un dios. Durante muchos años ignoró que
todo viento, nube, pájaro o escarabajo es igualmente
divino y sabe y puede enseñar tanto como el río. A
pesar de esto, cuando ese santo se marchó hacia los
bosques, lo sabía todo, más que tú y yo, sin maes-
tros, sin libros, sólo por medio de su fe en el río.
Govinda replicó:
—Pero lo que tú llamas "objeto", ¿es realmente
algo que tiene sustancia?, ¿no se trata sólo de un
engaño de MAYA: únicamente imagen y aparien-
cia? ¿Son en verdad reales tu piedra, tu árbol, tu
río?
164 Hermann Hesse
—Tampoco me eso —
repuso Siddhar-
inquieta
ta— ¡Qué importa que
. sean engaños o no! Si lo
son, entonces yo también lo soy, son de mi misma
naturaleza. Este es el motivo que me impulsa a amar-
las y venerarlas: son mis semejantes, por ello las pue-
do amar. Y ahora escucha una teoría que te hará reír:
el amor, Govinda, me parece que es lo más importante
que existe. Penetrar en el mundo, explicarlo y des-
preciarlo, es cuestión de interés para los grandes
filósofos. Pero a mí, únicamente me interesa el
poder amar a ese mundo, no despreciarlo; no odiar-
lo ni aborrecerme a mí mismo: a mí sólo me atra<e la
contemplación del mundo y de mí mismo, y de to-
dos los seres, con amor, admiración y respeto.
—Eso que comprendo —interrumpió Govin-
sí lo
da— Pero precisamente
. fue que venerable
eso lo él
Pág.
Segunda parte
Kamala 55
Con los humanos 73
Sansara 85
A orillas del río 97
Tercera parte
El barquero 115
131
'.
El hijo
OM 145
Govinda 155
Edición 2000 ejemplares.
Diciembre de 1989
Impresora Lorenzana
Cafetal núm. 661, Col. Granjas México.
<é>
ES SIDDHARTA UN
HINDÚ DE LA CASTA DE
LOS BRAHMANES, PERO
LA TOTAL
CONTEMPLACIÓN DE LA
RELIGIÓN DE BRAHMA
NO LO SATISFACE Y SE
INICIA EN LA ORDEN DE
LOS MENDICANTES,
DONDE TAMPOCO
LOGRA CONTENTAR SU
ALMA, SIEMPRE
INQUISITIVA.
SIDDHARTA LO
ABANDONA TODO Y
TERMINA DE BARQUERO,
UN BARQUERO QUE SE
TRANSFORMA EN EL
SÍMBOLO DEL QUE
BUSCA
INCANSABLEMENTE LA
VERDAD.
II
HERMANNHESSE