Empatía, Compasión y Mindfullnes

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DOI: 10.24205/03276716.2019.

1095

La empatía en el ejercicio y formación de los psicólogos clínicos y sanitarios, y su

relación con mindfulness y compasión

Empathy in the performance and training of clinical and health psychologists, and its

relation with mindfulness and compassion

Miguel Bellosta-Batalla1, Ausiàs Cebolla2, Josefa Pérez-Blasco3, Luis Moya-Albiol1

1
Departamento de Psicobiología
2
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos
3
Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación

Facultad de Psicología. Universitat de València

Avda. Blasco Ibáñez, 21, 46010. Valencia (España)

Autor correspondencia: Miguel Bellosta-Batalla. Email: Miguel.Bellosta@uv.es

Agradecimientos

Este estudio ha sido posible gracias a la financiación de las Ayudas a la Investigación

2017 de la Fundación Banco Sabadell, y las Ayudas para la formación de personal investigador

predoctoral de la Generalitat Valenciana (ACIF/2016/383) y del Fondo Social Europeo.

1
Resumen

En este artículo, se analiza la importancia de la empatía en el ámbito de la psicoterapia, y la

necesidad de fomentar esta habilidad en los psicólogos clínicos y sanitarios. Se exponen las

aportaciones fundamentales sobre el estudio de la empatía, y se introduce el concepto de

sesgos en la inferencia, una serie de errores que pueden influir de forma negativa en su

establecimiento. Además, se sugiere la relación existente entre mindfulness, empatía y

compasión –entendiendo esta última como el eje vertebrador que subyace a las actuaciones

psicológicas-, y atendiendo a las ventajas de incluir las intervenciones basadas en mindfulness

y compasión (IBMC) en la formación universitaria de los psicólogos clínicos y sanitarios,

especialmente en lo que se refiere a la mejora de su empatía.

Palabras clave: Empatía, Mindfulness, Compasión, Psicoterapia, Psicología clínica y de la

salud, Sesgos en la inferencia.

Abstract

In this article the importance of empathy in the psychotherapeutic field is analyzed, and also the

need of promoting its development in clinical and health psychologist. It is exposed the main

contributions about the study of empathy, introducing the concept of biases in the inference, a

set of errors that could negatively influence empathy. Moreover, the relation between

mindfulness, empathy, and compassion is suggested –understanding the last one as the

vertebral axis of the psychological interventions-, and then focusing on the advantages of

including mindfulness and compassion-based interventions (MCBI) in the academic training of

clinical and health psychologists, especially in regard to improving empathy.

Keywords: Empathy, Mindfulness, Compassion, Psychotherapy, Clinical and health

psychology, Biases in the inference.

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Introducción

La empatía, entendida como la habilidad de inferir el estado cognitivo y emocional de

los demás y la vivencia afectiva de este acercamiento (Moya-Albiol, 2018), es uno de los

elementos esenciales en los que se sustenta una relación de ayuda efectiva. Su importancia en

el ámbito de la psicoterapia ha sido señalada por diferentes autores (Bohart y Greenberg, 1997;

Kohut, 1959; Rogers, 1957), argumentando que solamente desde una elevada sensibilidad

hacia el sufrimiento ajeno, y la auténtica comprensión de sus fuentes, es posible iniciar una

actuación terapéutica. Esta actitud se ha relacionado de forma positiva con el éxito de las

intervenciones psicológicas (Keijsers, Schaap y Hoodguin, 2000; Norcross y Wampold, 2011), y

es que su establecimiento facilita un vínculo terapéutico efectivo y beneficioso con los

pacientes (Lambert y Barley, 2001).

En los últimos años, la American Psychological Association ha reconocido que la

empatía es una de las variables que cuenta con mayor apoyo empírico en la explicación de las

mejoras derivadas del tratamiento psicológico (Norcross, 2011). Este hecho ha generado un

notable incremento en su investigación, habiéndose observado una asociación entre los niveles

de empatía que perciben los pacientes en su psicoterapeuta y su mejoría durante el proceso

terapéutico (Elliott, Bohart, Watson y Greenberg, 2011). Sin embargo, algunos autores sugieren

que sigue siendo necesaria una mayor elaboración y desarrollo conceptual sobre la empatía,

debido a la importancia de esta habilidad –y su entrenamiento- en la actividad profesional de

los psicólogos clínicos y sanitarios (Bohart y Greenberg, 1997; Norcross y Wampold, 2011), ya

que ésta adquiere una elevada influencia en el éxito de sus intervenciones. En este sentido,

mindfulness y compasión, una forma de relación abierta, amable y especialmente saludable

con la experiencia en su estado actual (Siegel, 2007), se encuentran íntimamente vinculados a

la empatía. Así, son varias las investigaciones que señalan los beneficios de las intervenciones

basadas en mindfulness y compasión (IBMC) sobre esta habilidad (Bibeau, Dionne y Leblanc,

2016; Lamothe, Rondeau, Malboeuf-Hurtubise, Duval y Sultan, 2016; Luberto et al., 2018).

En este artículo, se analiza la importancia de la empatía en el ámbito de la psicoterapia,

exponiendo la evolución de este constructo y su relación con mindfulness y compasión, y

atendiendo a las ventajas de incluir estas estrategias de intervención para mejorar la empatía

en la formación universitaria de los psicólogos clínicos y sanitarios.

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La empatía en el ámbito de la psicoterapia

Entre las diversas aproximaciones al ámbito de la psicoterapia, ésta ha sido entendida

como una actividad específica de construcción de significados (Bohart y Greenberg, 1997). En

ella el terapeuta y el paciente exploran de forma conjunta los diferentes aspectos de la vida de

este último, interviniendo sobre aquellos elementos que sean desadaptativos, en vistas de

alcanzar un equilibrio emocional y un bienestar sostenible. La psicoterapia supone así un

espacio en el que el terapeuta se sirve de su experiencia y aprendizajes para acompañar y

guiar a su paciente en un ejercicio continuo de introspección. Esta importante actividad de

“sumergirse en su universo” es lo que se ha denominado introspección vicaria (Kohut, 1959,

1984) o empatía (Rogers, 1957, 1959).

La naturaleza introspectiva de la empatía queda reflejada en la definición que aporta

Rogers (1975) sobre ella, al entenderla como una actitud que implica “vivir temporalmente en la

vida del otro” y “señalar los posibles significados en el flujo de su experiencia”, ayudándole a

avanzar en su autoconocimiento en un proceso en el que “el terapeuta abandona sus opiniones

y valores para penetrar sin prejuicios en el mundo de la otra persona” (p. 4). Según Kohut

(1984), la empatía es la habilidad de pensar y sentir la vida interior del paciente como si fuese

la propia, acompañándole en la labor de autobservación, guiándole y asistiéndole en el ejercicio

de introspección. En este sentido, Bohart y Greenberg (1997) señalan que ésta es una

actividad conjunta en la que el terapeuta y el paciente forman una unidad, de manera que

“ambos están convergiendo en la dirección de la construcción de un nuevo significado” (p. 445).

Sin embargo, los diferentes enfoques existentes en el estudio de la empatía varían de

forma sustancial entre ellos, y se alejan bastante de la visión global expuesta anteriormente, lo

que hace necesario un importante esfuerzo de integración para avanzar en el conocimiento de

este fenómeno (Fernández-Pinto, López-Pérez y Márquez, 2008; Mateu, Campillo, González y

Gómez, 2010; Olivera, Braun y Roussos, 2011). Se presenta a continuación una síntesis de los

principales aportes teóricos sobre la empatía –en los que se acentúan sus aspectos cognitivos

y/o emocionales-, y se exponen los intentos de integración de ambos en una definición

multidimensional de la empatía.

La empatía cognitiva y emocional y el esfuerzo de integración

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En las primeras definiciones que surgieron sobre la empatía, no se establece una clara

diferenciación entre su vertiente cognitiva y emocional. El término antecesor al de empatía –

einfühlung- fue acuñado por el filósofo alemán Vischer (1873) en el ámbito de la estética y el

arte, y puede traducirse por “sentirse dentro de”, lo que supuestamente haría referencia a que

se trata de una experiencia emocional. La utilización que se le dio más adelante, entendiendo

la einfühlung como una proyección de sentimientos del yo sobre los demás (Lipps, 1906),

estaría en línea con esta interpretación, incluyendo además un elemento nuevo: la proyección

como la vía fundamental que se encuentra a la base de este fenómeno. Años más tarde, esto

sería desarrollado por algunos autores de la escuela psicoanalítica, exponiendo que la empatía

supone una forma de identificación (Fenichel, 1945). Según este enfoque, la empatía sería un

proceso cognitivo, si bien esta identificación derivaría en una proyección de aspectos

emocionales de uno mismo.

La introducción del concepto de adopción de perspectiva y de una escala para su

evaluación (Dymond, 1949) dio lugar a un acercamiento al estudio de la empatía desde una

visión cognitiva, definiéndola como el intento de entender lo que sucede en la mente de los

demás (Hogan, 1969). Esta definición se aleja de la empatía como una forma de identificación

–ya que en ella no se produce una proyección del yo sobre el otro-, y se encuentra íntimamente

relacionada con la teoría de la mente o la inteligencia social (Premack y Woodruff, 1978), al

referirse a la habilidad de inferir estados mentales ajenos. En este sentido, es especialmente

interesante la distinción que se establece entre la adopción de perspectiva cognitiva y la

adopción de perspectiva afectiva (Eisenberg y Strayer, 1987), siendo ambas un proceso

intelectual en el que se atiende a diferentes aspectos de la experiencia de los demás. Sin

embargo, algunos autores sostienen que la empatía es un fenómeno exclusivamente

emocional, al definirla como una respuesta vicaria en la que se reproducen en uno mismo las

emociones ajenas (Mehrabian y Epstein, 1972). Según ellos, la empatía sería una reacción

afectiva que se experimenta al observar a una persona en una determinada situación, y que se

corresponde con la emoción que ésta está sintiendo (Hoffman, 1987).

Ante el enfrentamiento de los enfoques cognitivos y emocionales, Davis (1980) sugirió

un modelo y un instrumento de evaluación de la empatía en el que se incluyen e integran

ambas vertientes, lo cual supone un importante avance en el conocimiento de este fenómeno.

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Según este autor, la empatía se compone de una serie de elementos que se encuentran

vinculados entre sí, y que se diferencian en función de su naturaleza cognitiva o emocional,

asociándose de forma diferente con distintas variables relacionadas con el funcionamiento

social, como la emocionalidad y la sensibilidad frente al sufrimiento de los demás (Davis, 1983).

Este instrumento incluye una subescala en la que se evalúan los sentimientos de ansiedad al

observar el sufrimiento ajeno, una reacción que se conoce como angustia empática (Klimecki y

Singer, 2012), y que se ha asociado a una actividad neural específica y diferente a la de la

empatía (Ashar, Andrews-Hanna, Dimidjian y Wager, 2017). Este efecto es debido a que no se

establece una separación entre las emociones ajenas y las de uno mismo, de forma que el

observador no consigue abstraerse en este acercamiento emocional y hace suyo el estado

interno de los demás, siendo éste un fenómeno distinto a la empatía al que algunos autores

han denominado simpatía (Moya-Albiol, 2018).

Empatía exacta y subjetiva: Sesgos en la inferencia

En los últimos años, se ha señalado una importante diferencia entre la empatía exacta

y subjetiva. Breithaupt (2009) define la empatía exacta como la habilidad de enfrentarse ante

una situación ajena abandonando la propia subjetividad, e infiriendo el estado cognitivo y

emocional del individuo que la experimenta en función de sus vivencias anteriores. La empatía

subjetiva es la inclinación a hacerlo ignorando sus esquemas cognitivos y aprendizajes, siendo

un fenómeno automático e inconsciente en el que entendemos las situaciones de los demás en

base a nuestras expectativas.

Esta diferenciación afecta únicamente a la empatía cognitiva, ya que se refiere a la

manera en la que interpretamos las experiencias y el estado emocional ajeno. No obstante,

puede influir en nosotros de forma afectiva, generando una respuesta de simpatía ante el

malestar de los demás. Así, Batson, Early y Salvarani (1997) observaron que la reacción

emocional en un grupo de sujetos frente al sufrimiento ajeno era diferente en función de su

acercamiento cognitivo: si se les animaba a imaginar “cómo se sentía el otro”, o se les indicaba

que se imaginasen “cómo se sentirían ellos si estuviesen en su situación”. Según los autores,

en ambos casos existía una respuesta empática, si bien en el segundo se observaba además

un estado de sufrimiento. Esto es así debido a que evaluaban sus emociones imaginándose a

sí mismos experimentando esa situación, o evocando alguna vivencia afectiva anterior similar a

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ésta. Esta aproximación suele conllevar una serie de sesgos en la inferencia sobre el estado

cognitivo y emocional de los demás –estableciéndose una empatía subjetiva-, lo que impide el

adecuado entendimiento de sus experiencias (Breithaupt, 2009). Además, si bien este

fenómeno implica la adopción de unas emociones acordes a la situación imaginada, éstas no

siempre van a ser iguales a las que experimenta el sujeto observado, ya que en última

instancia, están influidas por las vivencias del individuo.

Sin embargo, es evidente que alcanzar una empatía exacta es virtualmente imposible,

ya que la interpretación de las situaciones de los demás se ve afectada por nuestras

experiencias, siendo inevitable que entendamos su vida en función de su similitud con lo que

hayamos vivido anteriormente (Davis, 1996). En este sentido, el acercamiento empático

siempre es subjetivo –y es que únicamente se puede generar desde uno mismo-, aunque es

posible atenuar la influencia y los sesgos de nuestros aprendizajes y vivencias anteriores en él,

favoreciendo así un verdadero entendimiento de las situaciones ajenas. Basándonos en lo

anterior, en este artículo sugerimos utilizar “empatía cognitiva” (en vez de “empatía exacta”)

para referirnos a la habilidad de inferir el estado cognitivo y emocional de los demás –siendo

que ambos conceptos se superponen-, y sustituir la expresión de “empatía subjetiva” por la de

“sesgos en la inferencia”, evitando una confusión en relación a la subjetividad de la empatía.

La estructuración y clarificación de los factores y subtipos de empatía, y de los errores

que se pueden producir en ella, es especialmente necesaria al estudiarla e intentar esclarecer

su asociación con mindfulness y compasión. Aportamos entonces la siguiente definición de los

sesgos en la inferencia, con el objetivo de facilitar su investigación: los sesgos en la inferencia

son una serie de errores que aparecen de forma automática en la interpretación del estado

cognitivo y emocional ajeno ante una determinada situación, y que pueden afectar

negativamente a la empatía cognitiva. En ellos, el observador atribuye el significado que esta

situación adquiere en la vida de los demás en base a su sistema de valores, creencias y

aprendizajes, y no a los del individuo que la está experimentando, suponiendo que influirá

sobre su esfera cognitiva y emocional –y en general, en su funcionamiento en el ámbito social-

en un sentido específico que no siempre se asemeja a sus vivencias.

La empatía en el ejercicio y formación de los psicólogos clínicos y sanitarios

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Sintetizando lo anterior, en la actualidad se entiende la empatía como una habilidad en

la que se integran e interaccionan entre sí los siguientes elementos: la inferencia del estado

cognitivo y emocional de los demás (empatía cognitiva), la vivencia afectiva de sus emociones

(empatía emocional) y la regulación de esa experiencia emocional (Decety y Lamm, 2009;

Moya-Albiol, 2018; Singer y Lamm, 2009).

La empatía se genera siempre gracias al contagio emocional, un evento no verbal que

sucede de forma automática en las interacciones sociales, y en el que se advierte la influencia

afectiva de las emociones ajenas, sirviendo de guía en la elaboración intelectual que se realiza

sobre ellas. No obstante, es necesaria una separación para su adecuada comprensión y evitar

la aparición de una respuesta de simpatía (Moya-Albiol, 2018). En el ámbito de la psicoterapia,

esto último es especialmente importante, ya que la fusión emocional impide el establecimiento

de una atención saludable y efectiva hacia los pacientes, y se encuentra a la base de la

experiencia de angustia empática al acercarse a su sufrimiento (Coutinho, Silva y Decety, 2014;

Klimecki y Singer, 2012). Además, es interesante señalar que la empatía cognitiva puede verse

afectada por una serie de sesgos en la inferencia, lo que influye negativamente en el

entendimiento de las situaciones de los demás (Breithaupt, 2009).

El aprendizaje de habilidades empáticas se anuncia así como un elemento esencial en

el ejercicio profesional de los psicólogos y psicoterapeutas, ya que les ayuda a aumentar su

sensibilidad ante los estados internos y las situaciones de sus pacientes, y favorece la acogida

de sus experiencias de forma saludable (Bohart y Greenberg, 1997; Norcross, 2011; Norcross y

Wampold, 2011). Siguiendo esta línea, es fundamental que el vínculo terapéutico se sustente

en una actitud verdaderamente empática –y lo más libre de sesgos posible-, que garantice una

escucha sincera y facilite el éxito de las intervenciones (Elliott et al., 2011; Norcross, 2011),

inhibiendo las consecuencias negativas del contacto con el sufrimiento ajeno (Klimecki y

Singer, 2012; Moya-Albiol, 2018). No obstante, este hecho no está siendo suficientemente

atendido en el entorno académico y universitario, siendo uno de los objetivos a seguir en la

formación de los psicólogos (Saldaña, Bados, García-Grau, Balaguer y Fusté, 2009).

En la actualidad, existen diferentes estrategias de intervención dirigidas a incrementar

la empatía en estudiantes universitarios y en profesionales sanitarios (Batt-Rawden, Chisolm,

Anton y Flickinger, 2013). En su mayoría, estos programas están enfocados a aumentar las

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habilidades sociales para interactuar de manera empática, sin valorar la gestión emocional y los

estados internos del observador. Algunos autores señalan que esto puede suponer que los

alumnos aprendan a identificar los sentimientos ajenos de forma adecuada, y sin embargo, no

lleguen a experimentar una empatía genuina (Coutinho et al., 2014). En este sentido, en los

últimos años ha surgido un elevado interés por introducir las IBMC en la formación universitaria

de los psicólogos, al ser intervenciones que ya se han implementado con éxito en el ámbito

académico (e.g. Bellosta-Batalla, Alfonso-Benlliure y Pérez-Blasco, 2017a) y en las que se

fomenta el autoconocimiento y el manejo saludable de las experiencias internas y externas,

estando íntimamente relacionadas con la verdadera actitud empática (Bellosta-Batalla, Pérez-

Blasco, Cebolla y Moya-Albiol, 2017b).

Bases del entrenamiento en mindfulness y compasión

Las IBMC se han establecido como una estrategia de gran utilidad en el entorno clínico

y sanitario, gracias a sus efectos beneficiosos sobre el bienestar físico y psicológico (Bellosta-

Batalla et al., 2018; Khoury, Sharma, Rush y Fournier, 2015). En el ámbito de la salud mental,

existen varios programas de intervención en los que se incluye la práctica de mindfulness y/o

compasión como un elemento fundamental (Keng, Smoski y Robins, 2011), constituyendo, en

algunos casos, un enfoque psicoterapéutico en sí mismo (e.g. Attachment-Based Compassion

Therapy, ABCT; García-Campayo, Navarro-Gil y Demarzo, 2016).

Mindfulness es un estado mental en el que se atiende intencionadamente a lo que

sucede en nosotros mismos y a nuestro alrededor, de forma que nos hacemos conscientes de

los diferentes aspectos de nuestra experiencia, adoptando una actitud específica hacia ellos

(Bishop et al., 2004). Siguiendo a Kabat-Zinn (1990), esta actitud se sostiene en la aceptación y

la ausencia de juicios hacia lo que se está observando, inhibiendo en lo posible la influencia y

los sesgos de nuestros aprendizajes y vivencias anteriores. Según Siegel (2007), esto último

incluye la curiosidad, la apertura, la aceptación y el amor al objeto observado. En estado

mindfulness, se acentúa la no identificación con nuestros pensamientos y emociones,

entendiéndolos como una serie de eventos mentales e interpretaciones que nos informan

acerca de nuestras experiencias, aunque no siempre se ajustan a la realidad (Kabat-Zinn,

1990; Siegel, 2007). Varios autores han introducido un modelo explicativo sobre el

funcionamiento de mindfulness (Hölzel et al., 2011), sugiriendo que sus beneficios se deben a

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la interacción de los siguientes elementos: la regulación de la atención, el aumento de la

sensibilidad interoceptiva, la gestión eficaz de las emociones y el aumento de la

autoconsciencia, evitando la identificación con un self estático (Hervás, Cebolla y Soler, 2016).

Sin embargo, mindfulness no es únicamente un fenómeno cognitivo en el que se

amplía la atención y se desarrolla una función introspectiva, sino que implica además un

aspecto socioemocional y un sentido ético (Grossman, 2013). En esta línea, mindfulness

supone un acercamiento amable hacia el objeto o la situación que se está observando, siendo

esto una forma implícita de amor bondadoso (Brito, Campos y Cebolla, 2018; Salzberg, 2011;

Siegel, 2007), y si nos encontramos frente a un estado de sufrimiento, de compasión y

autocompasión (Gilbert, 2005, 2010; Neff, 2003, 2011). La compasión se entiende así como un

sentimiento generado ante el sufrimiento –ya sea nuestro o ajeno-, en el que se acoge con una

actitud abierta y amable, y que incluye la intención de aliviarlo (Elices et al., 2017; Gilbert, 2005;

Siegel y Germer, 2012). En relación con lo anterior, la compasión integra los siguientes

elementos vinculados entre sí: la identificación del sufrimiento, el entendimiento de que su

vivencia es una experiencia humana universal, la sintonía afectiva con aquellos que sufren, la

gestión eficaz de las emociones asociadas a este acercamiento y las acciones que se realizan

con la intención de aliviarlo (Strauss et al., 2016).

En definitiva, mindfulness y compasión aumentan nuestra sensibilidad hacia el estado

interno y las situaciones de los demás, ayudándonos a sostener las emociones negativas de

forma saludable, al fomentar una serie de habilidades que son imprescindibles y subyacen al

ejercicio de la psicoterapia (Araya-Véliz y Porter, 2017; Brito, 2014; Shapiro y Carlson, 2009).

En función de esto último, son varios los autores que sugieren la inclusión de IBMC en la

formación universitaria de los psicólogos y psicoterapeutas (e.g. Bruce, Shapiro, Constantino y

Manber, 2010; Germer, Siegel y Fulton, 2013; Siegel, 2010), señalando sus beneficios en una

actitud básica como es la empatía.

Efectos de las intervenciones basadas en mindfulness y compasión sobre la empatía

En los últimos años, se ha producido un incremento de las investigaciones acerca de la

influencia de las IBMC sobre la empatía, estableciéndose como una estrategia eficaz para

aumentar esta habilidad en los psicólogos clínicos y sanitarios (Bellosta-Batalla et al., 2017b).

Además, se ha señalado la existencia de una asociación entre las actitudes mindfulness

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autoinformadas en los psicoterapeutas y la empatía que se percibe en ellos (Fulton, 2016), y se

ha visto que su formación en mindfulness influye beneficiosamente –y de forma indirecta, sin

necesidad de que éstos lo apliquen en sus sesiones- sobre la salud y la sintomatología de sus

pacientes (Grepmair et al., 2007).

En este sentido, la mayoría de investigaciones señalan que las intervenciones basadas

en mindfulness (IBM) aumentan la actitud empática en los profesionales sanitarios (Lamothe et

al., 2016), si bien hay estudios en los que no se han encontrado efectos en esta variable

asociados al entrenamiento (e.g. Verweij et al., 2016). Algunos autores explican estas

inconsistencias debido a los elevados niveles de empatía observados en la línea base de esta

población, así como a una baja sensibilidad al cambio de las distintas escalas de evaluación

utilizadas (Boellinghaus, Jones y Hutton, 2014).

En cuanto a las intervenciones basadas en compasión (IBC), su aplicación en el ámbito

de la salud es más reciente, por lo que todavía no existe una amplia evidencia empírica acerca

de su influencia sobre la empatía en psicólogos clínicos y sanitarios, aunque los resultados

actuales apuntan en esta misma dirección (Bibeau et al., 2016; Boellinghaus, Jones y Hutton,

2013). Así, la compasión se ha relacionado con el incremento de la actividad neural en

diferentes áreas vinculadas con la cognición social y la empatía, como la ínsula y la corteza

cingulada anterior (Lutz, Brefczynski-Lewis, Johnstone y Davidson, 2008; Weng et al., 2013).

Además, se ha visto que las IBC aumentan la exactitud empática (Mascaro, Rilling, Tenzin Negi

y Raison, 2013), evaluada con un instrumento de ejecución en el que los sujetos intentan inferir

el estado emocional ajeno observando una serie de fotografías (Reading the Mind in the Eyes;

Baron-Cohen, Wheelwright, Hill, Raste y Plumb, 2001). Este hecho supone un aspecto

novedoso con respecto a las anteriores investigaciones, en las que únicamente se han utilizado

autoinformes para la evaluación de la empatía.

Finalmente, algunos estudios han aplicado IBM en las que se incorporan diferentes

elementos de las IBC, obteniendo efectos beneficiosos sobre la empatía en estudiantes de

psicología (e.g. Bellosta-Batalla, Pérez-Blasco, Nácher y Moya-Albiol, 2016). En este sentido,

es importante señalar que mindfulness y compasión son constructos íntimamente relacionados,

ya que la práctica de mindfulness implica un acercamiento amable al sufrimiento (compasión

implícita), y las IBC (compasión explícita) incluyen un entrenamiento básico en mindfulness

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(Brito et al., 2018; Simón, 2015). En base a esto último –y a los estudios analizados-, es posible

afirmar la existencia de una firme asociación entre mindfulness, empatía y compasión.

Mindfulness, empatía y compasión

Las actitudes asociadas a la práctica de mindfulness y compasión están íntimamente

relacionadas con la empatía, y su entrenamiento supone una alternativa eficaz para aumentar

esta habilidad (Bellosta-Batalla et al., 2017b).

Si se desglosa el modelo de Hölzel et al. (2011) introducido anteriormente, se observa

cómo los diferentes mecanismos sugeridos en él se encuentran vinculados a la empatía. La

regulación de la atención facilita la escucha y la adopción de una actitud abierta hacia las

experiencias ajenas, siendo un aspecto esencial en la formación del vínculo empático (Moya-

Albiol, 2018). La sensibilidad interoceptiva nos ayuda a identificar el efecto de las emociones de

los demás en nuestro estado afectivo, favoreciendo una elevada sintonización con sus

vivencias y sirviendo de guía en la elaboración intelectual que se efectúa sobre ellas (Grynberg

y Pollatos, 2015). La gestión eficaz de las emociones adquiere un gran importancia en este

acercamiento, ya que facilita la separación y el establecimiento del espacio de libertad

suficiente para evitar una respuesta de simpatía y/o de angustia empática (Klimecki y Singer,

2012; Moya-Albiol, 2018). Así, algunos estudios han señalado la existencia de una asociación

entre la empatía y la regulación emocional (e.g. Schipper y Petermann, 2013). Finalmente, la

observación de la experiencia en su estado actual y el aumento de la autoconsciencia nos

ayudan a evitar la influencia de nuestros valores y aprendizajes anteriores en el entendimiento

de las situaciones de los demás (Breithaupt, 2009; Siegel, 2007), inhibiendo la acomodación de

su imagen a nuestras expectativas, y atenuando los sesgos en la inferencia sobre su estado

cognitivo y emocional.

En definitiva, mindfulness nos ayuda a reconocer emociones más sutiles en nosotros

mismos y en aquellos que se encuentran a nuestro alrededor, y a relacionarnos con ellas con

una actitud saludable (Brito, 2014). Así mismo, la compasión nos permite acoger la afectividad

negativa con amabilidad, estableciendo una base segura y un equilibrio emocional sobre el que

es posible sostenerla sin vernos sumergidos en ella (García-Campayo, Cebolla y Demarzo,

2016). Es importante señalar que la compasión supone además la adopción de una actitud

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empática, al incluir una identificación del sufrimiento, una sintonización afectiva y una gestión

eficaz de este acercamiento emocional (Strauss et al., 2016).

Sintetizando lo anterior, las IBMC pueden ser especialmente útiles en la formación de

los psicólogos clínicos y sanitarios, ya que favorecen una escucha auténtica enfocada a la

sutileza de los diferentes encuentros interpersonales, en la que se atiende al significado que

subyace al contenido explícito de las sesiones (Silva-Soler y Araya-Véliz, 2016). Se genera así

un acercamiento empático y un ambiente de aceptación, lo que facilita la expresión y el

entendimiento de los pacientes, estableciendo un espacio de seguridad que adquiere una

influencia fundamental en el éxito de las intervenciones aplicadas (Elliott et al., 2011; Keijsers et

al., 2000). Además, y en última instancia, la compasión puede entenderse como el eje

vertebrador que sirve de guía y en el que se apoyan las distintas actuaciones psicológicas –sin

importar el enfoque y la escuela del psicoterapeuta-, ya que facilita una apertura y una atención

saludable en la que se acoge el sufrimiento ajeno con la intención de aliviarlo (Elices et al.,

2017; Siegel y Germer, 2012), constituyendo el elemento esencial sobre el que se construye el

vínculo terapéutico (Simón, 2012). En este sentido, la exploración y el entendimiento de la vida

de un individuo no sólo evolucionan en una actitud compasiva, sino que se sustentan en ella, al

albergar la intención de ayudarle a aumentar su autoconocimiento y alcanzar así una

estabilidad y un bienestar emocional.

Conclusiones

La empatía es un aspecto esencial en el ejercicio y la formación de los psicoterapeutas

(Norcross y Wampold, 2011), siendo una condición necesaria en el acercamiento saludable al

sufrimiento, y constituyendo la base sobre la que se sostiene la actitud compasiva y se

construye el vínculo terapéutico (Simón, 2012, 2015).

El aumento de las investigaciones acerca de los efectos beneficiosos de las IBMC

sobre la empatía (Bellosta-Batalla et al., 2017b) apunta hacia la posibilidad de su

implementación como una alternativa eficaz para mejorar esta habilidad en la formación

universitaria de los psicólogos clínicos y sanitarios (Bruce et al., 2010; Germer et al., 2013;

Siegel, 2010). Estas intervenciones se ven beneficiadas por el hecho de ser compatibles con

las diferentes escuelas de psicoterapia, al entrenar una serie de actitudes y habilidades básicas

13
que son indispensables y subyacen al ejercicio profesional de los psicólogos y psicoterapeutas,

independientemente del enfoque teórico en el que se base su actuación.

Sin embargo, son necesarias nuevas investigaciones en las que se incluya una visión

integradora de la empatía, evaluando sus aspectos autoinformados, biológicos y relacionados

con la ejecución, y atendiendo a las aportaciones sobre ella en el ámbito de las neurociencias

(Moya-Albiol, Herrero y Bernal, 2010). Esto último adquiere una elevada importancia, ya que en

la mayoría de los estudios únicamente se ha descrito un aumento en la empatía autoinformada.

Así mismo, la elaboración de nuevas escalas de empatía que sean más sensibles a los efectos

de las intervenciones –y en las que especialmente, se incluya una evaluación de los sesgos en

la inferencia- es uno de los objetivos a seguir en esta área de investigación (Boellinghaus et al.,

2014). Saber identificar y evitar los errores en la interpretación del estado cognitivo y emocional

ajeno es un aspecto fundamental en el establecimiento de una empatía saludable y efectiva en

el ámbito de la psicoterapia. En este sentido, las IBMC pueden ser beneficiosas en el

entendimiento de las situaciones de los demás, ya que ayudan a aumentar el autoconocimiento

y a separar nuestras vivencias y aprendizajes anteriores de la experiencia actual (Siegel, 2007),

facilitando así la inhibición de los sesgos en la inferencia. No obstante, estos efectos aún no

han sido analizados de forma empírica, ya que este fenómeno no aparece reflejado en los

instrumentos de evaluación utilizados hasta ahora.

Además, es necesario explorar la asociación entre mindfulness y compasión y otras

variables de gran relevancia en el ejercicio de la psicoterapia, y que se encuentran íntimamente

relacionadas con la empatía, como el vínculo terapéutico (Fossa y Molina, 2017), la alianza

terapéutica (Corbella y Botella, 2003), el estilo personal del terapeuta (Fernández-Álvarez,

García, LoBianco y Corbella, 2003) y su creatividad (Kottler y Hecker, 2002). Finalmente, sería

interesante estudiar el efecto aislado de los diferentes elementos que componen las IBMC, y

compararlos entre sí para diseñar futuras intervenciones ajustadas a las necesidades

específicas de aprendizaje de los psicólogos y psicoterapeutas.

El sentido fundamental que guía este emergente ámbito de investigación es ayudar a

establecer una adecuada formación universitaria en los psicólogos clínicos y sanitarios. Este

objetivo se articula sobre la base de una innovación de las estrategias de enseñanza actuales,

en vistas de garantizar un buen funcionamiento y una elevada efectividad de los servicios y las

14
actuaciones psicológicas, lo que en última instancia, influye beneficiosamente sobre la salud y

el bienestar de la sociedad.

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