La Edad Media 2
La Edad Media 2
La Edad Media 2
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MANUAL DE H5TOR1A DE ESPAÑA
2
Edad Media
(711-15001 '*
Univ»r*<*Y
ESPASACALPE
Diseño y cubierta: José Fernández Olías.
Ilustración de la cubierta: Jaime III. Miniatura del «Libro de los privilegios
del reino de Mallorca». Archivo General de Mallorca. Foto Oronoz.
Impreso en España
Printed in Spain
ES PROPIEDAD
© Manuel Riu Riu
© Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1989
Págs.
Justificación . 15
Primera parte
Etapa de predominio islámico. Años 711-1035
Págs.
Segunda parte
Etapa de equilibrio cristiano-islámico. 1035-1212
Págs.
Págs.
Tercera parte
Etapa de predominio cristiano, 1213-1500
A) La España cristiana
15. Los reinos cristianos de la España occidental después de las Navas . 339
Págs.
Págs.
Págs.
B) La España islámica
Addenda . 561
El camino a la modernidad . 561
Bibliografía . 583
La conquista de al-Andalus
El emir era el jefe nato del ejército, aunque podía delegar la dirección
de las tropas en sus hermanos o sus hijos, y a veces prefería la diplomacia
a la guerra para asegurar su poder y prestigio. Para perfeccionar el sistema
defensivo hubo que organizar cuerpos de tropas adictas a la persona del so¬
berano y erigir fortalezas en la frontera terrestre, junto a los caminos impor¬
tantes, y a lo largo de las costas, para defensa del litoral con una marina
vigilante. Existieron tres zonas fronterizas o Marcas en el siglo ix, en torno
a los valles del Duero y del Ebro: la Marca Superior, cuya capital era Zara¬
goza; la Mediana, con capitalidad en Medinaceli (y antes en Toledo), y la
Inferior. Éstas serían las únicas circunscripciones militares distintas de la di¬
visión provincial. Pobladas de castillos (hisn) como el de Gormaz, y de to¬
rres vigías o atalayas (tali’a), estas zonas fueron evolucionando con el tiempo,
a medida que avanzó la reconquista cristiana, y fueron desplazándose hacia
el sur, pero sus estructuras no dejaron de influir en las fortificaciones norte¬
ñas, erigidas unas y otras primero en madera y desde finales del siglo ix en
piedra, aunque fueran pequeñas y rudimentarias.
Los ejércitos que en la época de las invasiones se hallaban compuestos
por bereberes, mauros, árabes, sirios, egipcios, etc., agrupados por tribus
y comandados por sus propios jefes, una vez concluida la conquista de al-
Andalus y repartidos por las qoras, dieron paso a una nueva organización
militar constituida por tres clases de tropas: los súbditos obligados a la pres¬
tación del servicio militar, los voluntarios y los mercenarios o combatientes
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 37
a sueldo. La oficina o diwan del ejército estaba muy vinculada a las finan¬
zas y llevaba un registro para el pago mensual a los soldados mercenarios.
Los voluntarios recibían parte del botín. Estaban obligados a la prestación
del servicio militar los descendientes de los yundíes sirios, de Balch (Baly),
que, a mediados del siglo vm, habían recibido lotes de tierras en el sur y
este de al-Andalus para su cultivo, a cambio de la prestación de dicho servi¬
cio de armas siempre que fueran requeridos, de modo similar a como se ha¬
bía hecho en Bizancio con los estratiotes, dando lugar a la formación de
núcleos importantes de pequeños propietarios de condición libre que podían
transmitir a sus hijos las tierras con las obligaciones.
Parece ser que el emir al-Hakam I (796-821) organizó el primer ejército
permanente a sueldo (hasám) compuesto por 3.000 jinetes y 2.000 peones,
y una escolta compuesta por 150 guerreros cristianos de Septimania, llama¬
dos popularmente los «silenciosos» porque no hablaban el árabe. Las mili¬
cias cristianas a sueldo de los omeyas hispanos se harían habituales, por su
fidelidad y capacidad combativa, pero a su lado las tropas mercenarias se
incrementaron muy pronto con bereberes, que eran expertos jinetes, escla¬
vones y negros sudaneses de condición servil.
Se ha calculado que los ejércitos de al-Andalus podían llegar a reunir unos
30.000 jinetes en el período emiral, cifra que se elevaría a 70.000 en la época
de máximo esplendor del califato omeya. El emir Muhammad I, en 864, hizo
atacar Castilla por un ejército en el cual figuraban 21.611 jinetes andaluces,
además de los peones. Pero la mayoría de expediciones veraniegas es muy
posible que no sobrepasaran los 500 jinetes. En general las crónicas, cuando
proporcionan cifras, exageran el número de componentes de los ejércitos.
Hay que pensar que en aquellas fechas los desplazamientos y el abasteci¬
miento de los ejércitos eran lentos y difíciles para suponerlos muy numero¬
sos. Un grupo de un centenar de jinetes, o de trescientos infantes, ya constituía
un grupo temible y numeroso para cualquier lugar al que llegara de improviso.
En teoría, un cuerpo de ejército se componía de 5.000 hombres, al man¬
do de un general (amir), hallándose dividido en cinco batallones de 1.000
hombres cada uno, comandados por un jefe (qaid). Cada batallón se subdi¬
vidía en cinco compañías, de 200 hombres, mandadas por un capitán (na-
qib). Cada compañía la componían cinco escuadras de 40 hombres, dirigidas
por un oficial subalterno (arif), y cada escuadra, a su vez, la formaban cin¬
co grupos de ocho soldados, dirigidos por un sargento o cabo (nazir). Cada
unidad tenía su propia bandera, o su banderín, para facilitar la agrupación
de las tropas y su identificación desde lejos.
Era habitual la realización de una campaña (gazúa, saifa o aceifa) todos
los veranos en suelo enemigo. Solía prepararse en junio y llevarse a cabo
en julio o agosto, reuniéndose en Córdoba, donde las tropas recibían los
MANUEL RIU R1U
38
organizada por Abd al-Rahman III, tratará de impedir, desde comienzos del
siglo x, que el rebelde Umar ibn Hafsún pueda recibir ayuda de los nor¬
teamericanos, y tomará Melilla (927) y Ceuta (931), e instalará atarazanas en
Tortosa (945). Pronto la escuadra andaluza, que contaría hasta 200 naves,
comandada por un almirante, alcanzó las costas de Galicia y las de Catalu¬
ña en sus expediciones de saqueo. Los puertos de Alcacer do Sal, Silves, Se¬
villa, Algeciras, Málaga, Almería, Alicante y Denia llegaron a contar con
astilleros. Pero la práctica de la piratería y el corso dieron lugar a una cierta
inseguridad en las costas, originando la creación de recintos fortificados (las
rabitas), conventos-fortaleza donde se agrupaban los voluntarios de la lu¬
cha por la fe. Varios topónimos, a lo largo de las costas andaluzas y levanti¬
nas, recuerdan este origen y la arqueología está mostrando ya sus primeros
testimonios fidedignos.
Características económicas
El artesanado urbano
El gran comercio
del adorno personal y al aprecio por las joyas de oro y plata y por los peines
de marfil o hueso.
Durante el año tenían lugar distintas fiestas, además de las propias de
cada semana: los viernes para los islamitas, los sábados para los judíos y
los domingos para los cristianos. Los musulmanes celebran con gran bri¬
llantez y jolgorio las fiestas religiosas del Final del Ayuno del mes del Ra-
madán, y de los Sacrificios; en esta última se procedía al sacrificio ritual
del cordero familiar, de forma semejante a la Pascua cristiana. Otras fiestas,
aunque no fueran específicamente musulmanas, como las de Año Nuevo,
o las estacionales de Primavera y Otoño, se celebraban asimismo con ale¬
gría, cantos y danzas, disfraces, hogueras, carreras de caballos, regatas, etc.
La caza fue una de las distracciones favoritas de la aristocracia, practi¬
cándose a caballo y con lanza la montería (caza de jabalíes, osos, ciervos
y corzos) y la caza de cetrería con halcones y gerifaltes (grullas, perdices,
palomas, faisanes, patos salvajes, etc.). Existían en el campo y en la ciudad
cazadores profesionales de liebres y de conejos, animales ambos muy apre¬
ciados por su carne y su piel.
El juego del ajedrez, importado del Irak, se jugaba ya en al-Andalus en
el siglo IX, con piezas de marfil o de cristal de roca. Otro juego de impor¬
tación, practicado por la aristocracia, fue el polo, aprendido de los persas.
El canto, la música y la danza fueron muy populares. Flautas, tambores y
laúdes parecen haber sido los instrumentos musicales más usuales en los pri¬
meros siglos. Se practicaban los juegos de azar (los de dados y cubiletes en
especial), no obstante su prohibición reiterada. Tampoco solían faltar los can¬
tores callejeros, vagabundos y falsos mendigos en torno de los mercados y
de las grandes mezquitas, o los saltimbanquis e histriones en todas las ferias
y fiestas.
Religiosidad y cultura
'
2. LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA
tes de los mercados, o de que todos los habitantes de la ciudad fueran por
las calles cabalgando y no a pie, como síntoma de un elevado nivel de vida,
no igualado en la Europa cristiana.
za) y escuela de traductores del griego y del hebreo al árabe, con el monje
bizantino Nicolás y el médico judío Hasday ben Saprut, que sería la fuente
del renacer cultural de Occidente, pues gracn , a su labor se conocerían, en¬
tre otras muchas, las obras de Aristóteles y de Ptolomeo y el Dioscórides.
La fama de sus médicos llegó a los reinos del Norte y los cristianos españo¬
les no se recataron de acudir a Córdoba en busca de remedio a sus enferme¬
dades, como la reina Toda de Navarra, o como hizo Sancho el Craso, que
iba a curar su gordura a la vez que solicitaba apoyo militar para recuperar
el trono. Y también los grandes estados europeos, como el propio imperio
otónida, no dudaban en enviar sus embajadas al primer califa de Occidente.
Aunque Córdoba era el centro de la administración califal, Abd al-
Rahman III hizo construir en las afueras de la ciudad, escalonada en Sierra
Morena, la maravillosa ciudad-palacio de Madina al-Zahra, en recuerdo de
su esposa favorita. En ella trabajaron 10.000 obreros, con 1.500 bestias de
carga, durante más de veinte años. Todavía no estaba terminada, cuando
el califa ofreció 400 dirhemes a todas las familias que acudieran a poblarla,
y en el harén del palacio llegaron a vivir 6.000 mujeres. Los mármoles utili¬
zados procedían de Cartago y de Túnez, los pórfidos y otros muchos ele¬
mentos deslumbradores fueron importados de lejanos países, incluso de la
propia Constantinopla, por la nueva marina califal que podía surcar las aguas
del Mediterráneo sin grave riesgo.
La rica decoración de motivos geométricos y los arabescos esculpidos
en alabastro, o tallados en yeso y policromados (en blanco, rojo y verde, co¬
lores simbólicos) prestaron un sello característico a sus bellos monumentos,
junto a los típicos arcos de herradura, heredados de la arquitectura visigo¬
da, pero transformados con mayor peralte para que fueran más armonio¬
sos, y los nuevos arcos lobulados sobre finas columnas que complican,
embellecen y enriquecen el conjunto. Hoy podemos atisbar su belleza a tra¬
vés de una paciente reconstrucción, porque todo ese cúmulo de armonía se¬
ría muy pronto destrozado con la mayor saña. Los útiles de hierro forjado,
de bronce y de azófar, así como las cerámicas, decoradas con gusto exquisi¬
to, alcanzaron singular encanto y son los mejores exponentes del refinamiento
conseguido.
Aunque de hecho fuera el propio califa quien dirigía los negocios públi¬
cos, su jefe de gobierno seguía presidiendo las reuniones de los ministros
o visires, y cada diwan o ministerio tenía su kátib o secretario. Para fortale¬
cer el poder central, se concedieron lotes de tierra en feudo (jagirs) a los
jefes militares de las provincias o coras adictos a la persona del califa, pero
con ello se inició un proceso similar al del Imperio de Oriente, de paulatina
feudalización. Las provincias, regidas por gobernadores (umrnal) fieles, se
hallaban subdivididas en distritos menores iqlims, o tahas, coincidentes a
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 57
veces con los valles o antiguos pagos, y que tenían cierta uniformidad de
población, por lo menos en sus orígenes. Esta organización provincial, es¬
tudiada recientemente por Joaquín Vallvé, constaba de unas treinta y siete
unidades administrativas, varias de ellas gozaban de un estatuto especial por
su situación fronteriza. La mayor parte de las circunscripciones estaban pre¬
sididas por una ciudad (al-hadira) donde residía el gobernador; y el resto
por una gran fortaleza.
Abd al-Rahman III murió a los setenta y tres años de edad, el 15 de oc¬
tubre del año 961, y fue enterrado en el alcázar de Córdoba, rezándole las
oraciones fúnebres su hijo y sucesor al-Hakam. Su reinado había durado
unos cincuenta años y un cronista musulmán anónimo diría que en este tiem¬
po «los cristianos le pagaron capitación humildemente cada cuatro meses
y ninguno de ellos osó montar caballo macho ni llevar armas».
maz (963) e hizo que el conde Fernán González pidiera la paz. Gálib, el ge¬
neral de las tropas califales, ganó a los cristianos la batalla de Atienza, no
lejos de Guadalajara, en tanto que Muhammad al-Tuchibí, gobernador de
Zaragoza, vencía al rey García Sánchez I de Navarra y tomaba Calahorra,
reforzando de inmediato sus murallas. También se fortificó Gormaz de nue¬
vo. Sancho I de León pidió la paz (966) y otro tanto hicieron el conde de
Galicia, Rodrigo Velázquez, y los condes de Barcelona, Borrell y Miró, com¬
prometiéndose a desmantelar las fortalezas que tenían más próximas a la
frontera musulmana.
Entre los años 963 y 967, con estas medidas de fuerza, al-Hakam logró
la paz con casi todos sus vecinos y fue ésta una paz duradera para el califa¬
to, tras la muerte del último enemigo potencial, el conde Fernán González,
en 970. Mientras tanto, los reinos cristianos luchaban entre sí y, en León,
la minoría de Ramiro III, hijo y heredero del rey Sancho, era solventada con
la regencia de su tía monja, Elvira, la cual no pudo impedir el saqueo de
Galicia durante tres años por 8.000 daneses, licenciados de las tropas del
duque Ricardo I de Normandía, y dedicados al pillaje.
La biblioteca califal
Desde los años setenta del siglo x, al-Hakam II pudo dedicarse plena¬
mente a la cultura. Su placer favorito era enriquecer la biblioteca califal con
libros raros; hacer nuevas adquisiciones en Bagdad, El Cairo, Damasco y
Alejandría, a través de agentes muy cultos, encargados de comprar o copiar
los volúmenes. En su palacio de Córdoba tenía al-Hakam copistas, encua¬
dernadores y miniaturistas, para completar la labor.
El catálogo de la biblioteca califal se componía de 44 cuadernos, de 20
hojas cada uno, con el registro de los títulos de todos los libros. Algunos
autores estiman en 400.000 los libros atesorados en la biblioteca, cifra
asombrosa para aquellas fechas, y dicen que al-Hakam había leído y anota¬
do muchos de ellos. Escribía, al comienzo o final, el nombre del autor, su
sobrenombre y su patronímico, familia y tribu, para su identificación, los
años de nacimiento y muerte, y cuantas noticias de su vida podía encontrar.
Fue un auténtico biógrafo e historiador de la literatura. En cierta ocasión
supo que Abu-l-Faradj, un sabio iraquí, escribía una historia de la literatura
árabe, recogiendo noticias y anécdotas de poetas y prosistas, y le envió 1.000
dinares para obtener una copia del manuscrito.
La mayor parte de la población de al-Andalus aprendía a leer y escribir,
incluidas las mujeres. Existían escuelas coránicas para los niños en las mez¬
quitas, y escuelas de gramática y de retórica para perfeccionar el conoci-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 59
Ibn Abi Amir hizo trasladar el centro del poder político a una nueva re¬
sidencia, situada al este de Córdoba y a orillas del Guadalquivir: Madina
al-Zahira, dotándola de palacios, oficinas y viviendas. La nueva urbe creció
muy pronto y sus arrabales fueron contiguos a los de la capital. El califa
quedó relegado a su palacio, dedicado a orar y leer. Pero Gálib e Ibn Abi
Amir no tardaron en enemistarse, combatieron entre sí y Gálib murió en una
de las refriegas (981). Ibn Abi Amir quedaba dueño de la situación.
La regencia de Almanzor
doba, donde fue decapitado (985). Con este castigo se pacificaban las pose¬
siones norteafricanas.
Tampoco descuidaba Almanzor a sus vecinos del norte. Para tenerles a
raya solía organizar todos los años alguna incursión o expedición de saqueo.
En 985 le tocó el turno a Barcelona y sus alrededores. Y para congraciarse
con los cordobeses se dispuso a invertir parte de las riquezas conseguidas
en las razzias para agrandar la mezquita mayor de la capital, insuficiente
ya para albergar a los fieles que en ella se reunían los viernes para realizar
en común las plegarias prescritas. Rodeada la mezquita de viviendas, hizo
que se pagara a sus dueños con esplendidez el importe de las casas que era
preciso derribar para poder llevar a cabo las obras de ampliación de la
mezquita.
Cuando Bermudo II de León echó del reino a las tropas musulmanas
que le había enviado Almanzor para confirmarle en él, éste preparó un ejér¬
cito y tomó y arrasó Coimbra (987). El castigo era un aviso más. El año
siguiente (988), con más tiempo, atravesó el Duero y saqueó a mansalva tie¬
rras y viviendas leonesas, para acabar destruyendo con saña la propia ciu¬
dad de León, tras dar muerte al gobernador de la plaza, el conde gallego
Gonzalo González, y quemar los monasterios de San Pedro de Eslonza y
de Sahagún, camino de Zamora también saqueada antes de regresar a Cór¬
doba. Una vez en la capital Almanzor hubo de enfrentarse a una conjura
de la cual formaba parte su propio hijo Abdallah (1*990), descontento del
mayor afecto que el padre demostraba hacia su hermano menor Abdelmé-
lic. La conjura fue abortada de forma sangrienta, como era habitual.
Luego Almanzor, en 994, quiso hacer pesar su poder al conde de Casti¬
lla y se apoderó de San Esteban de Gormaz y de Clunia. El conde García,
herido y prisionero, murió (995) y su hijo Sancho le sucedió, obligándose
al pago de un tributo anual a los musulmanes a cambio de la paz. El rey
Bermudo de León sufrió también, una vez más, la presión de Almanzor. Per¬
dió Astorga (capital del reino desde la destrucción de León) y obtuvo la paz
a cambio de comprometerse al pago de otro tributo anual.
Entonces optó Almanzor (991) por traspasar el título de hachib o primer
ministro a su hijo Abdelmélic, con lo cual se consolidaba la carrera política
de los amiríes, o familiares suyos, y luego (996) tomó los títulos de «señor»
(sayid) y de «noble rey» (malic carim). Cada vez el poder del regente se mag¬
nificaba más. Pero Aurora, la sultana, cuyo afecto hacia Almanzor se había
trocado en odio, se disponía a hacer valer los derechos de su postergado hijo
Hixam, e instigó la rebelión contra Almanzor, pagando 80.000 dinares al
virrey de Mauritania, Zirí ibn Atia. Almanzor le ganó la partida otra vez,
haciendo firmar a Hixam un documento (997) por el cual le confería la di¬
rección de la política. A continuación pudo presentar combate contra Zirí,
62 MANUEL RIU RIU
res y 2.100.000 dirhemes, pues se había trasladado allí el tesoro público. Cuan¬
do ya nada había para robar, le prendieron fuego y fue destruida por
completo. A su regreso de la razzia, Sanchol fue muerto sin piedad.
laron contra al-Madhi y éste perecía ante el califa, siendo su cabeza paseada
por las calles de la capital. Al-Wadhid se convertía en primer ministro del
repuesto Hixam II, dispuesto a emular a Almanzor. Mas no tenía su talla.
Para mantenerse en el poder hubo de pactar con el conde Sancho de Casti¬
lla (septiembre de 1010) y entregarle numerosas fortalezas fronterizas (San
Esteban, Coruña del Conde, Gormaz y Osma, entre otras).
Los berberiscos, disconformes, tomaron al asalto Madina al-Zahra y la
destruyeron (4 de noviembre de 1010), después de degollar a su guarnición
y a todos los habitantes, hombres, mujeres y niños, refugiados en la mez¬
quita. Como su ciudad-palacio rival Madina al-Zahira, también Madina al-
Zahra fue reducida a un montón de cenizas. Córdoba, gracias a sus muros
y sus fosos, pudo resistir el asedio berberisco. Al-Wadhid, no obstante, para
poder subsistir, se vio precisado a vender buena parte de la biblioteca de
al-Hakam II, mientras la miseria y la peste (verano de 1011) se apoderaban
de la capital y de sus alrededores. Al-Wadhid pereció al fin a manos de sus
propios eslavos descontentos de su escasa capacidad de gestión (el 16 de oc¬
tubre de 1011) y el general eslavo Ibn abi Wadaa le sustituyó en el gobierno
de la capital, logrando que los berberiscos levantaran momentáneamente el
asedio de ésta, para volver a él más tarde y entrar al asalto en Córdoba el
19 de abril de 1013, en medio de un reguero de sangre, del cual fueron vícti¬
mas, entre otros muchos, el muñí de la mezquita mayor Said ibn Mundhir
y el sabio Ibn al-Faradhí.
Solimán volvió a recuperar el trono y a dominar a Hixam II, obligándo¬
le a delegar en él su «califato», pero su autoridad se limitaba de hecho a
cinco ciudades y sus distritos: Córdoba, Sevilla, Niebla, Osonoba y Beja.
La devastación de al-Andalus por los berberiscos, dueños de la campiña,
arruinó de hecho la unidad del califato. Cada vez eran más los desconten¬
tos. Poco a poco, las ciudades iban gobernándose con autonomía del poder
central. Alí se sublevó, dio muerte y sustituyó a Solimán en Córdoba (1016),
estableciendo a los hammudíes en el trono, y ya no se volvió a ver jamás
a Hixam.
Para unos, Hixam había muerto; para otros, había emigrado a Asia. Alí
estableció un gobierno policiaco en Córdoba y su tiranía se hizo tan inso¬
portable que, a los dos años, fue muerto por tres eslavos palatinos, cuando
se hallaba en el baño (1018). Pero su muerte no supuso el final de los ham¬
mudíes.
Un hermano de Alí, Casim, que era gobernador de Sevilla, fue designa-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 65
do por los berberiscos para sucederle, a pesar de que Alí dejaba dos hijos,
el mayor de ellos, Yahya, gobernador de Ceuta. Eslavos y cordobeses prefi¬
rieron declarar electivo el califato y elegir a un omeya: Abd al-Rahman IV
al-Mortadha. El enfrentamiento entre ambos bandos se hizo una vez más
inevitable y terminó con el asesinato de al-Mortadha, huido a Guadix. Ca-
sim intentó gobernar con mayor moderación, tendiendo a apaciguar los áni¬
mos. Pero la formación de una guardia de esclavos negros adictos a su persona
descontentó a los berberiscos quienes apoyaron al partido de Yahya y éste,
con su apoyo, en septiembre de 1021 sentó sus reales en Córdoba. Casim,
huido a Sevilla, trabajó para recuperar el poder, lográndolo en 1023 (12 de
febrero), proclamado califa por segunda vez, de forma precaria. Yahya le
ganó Algeciras, con su familia y su tesoro. Idris, gobernador de Ceuta, le
quitó Tánger. Los cordobeses se sublevaron (31 de julio de 1023) y Yahya
le apresó en Jerez, donde Casim se había refugiado, reteniéndole prisionero
en un castillo de la provincia de Málaga trece años, para acabar dándole
muerte (1037).
Los cordobeses se habían propuesto en 1023 reinstaurar a los omeyas,
y el primero de diciembre fue aclamado califa Abd al-Rahman V al-Musd-
tadhir por los obreros y soldados de la capital. Las convulsiones sociales
y la lucha de partidos, con interminables contiendas civiles, hacían más de¬
seable la paz. Su primer ministro Ibn Hazm, amigo de la niñez, era un espí¬
ritu muy culto y exquisito poeta; también al nuevo califa le complacía escribir
poemas amorosos. Pero la conciliación no fue posible. Muy pronto estalló
una nueva rebelión, con la colaboración de la guardia palatina, a favor de
Muhammad, un hombre grosero, comilón y libertino. Abd al-Rahman V pe¬
reció asesinado (18 de enero de 1024) y Muhammad II tomó el título de Mus-
tacfi y nombró primer ministro a su amigo Ahmed ibn Jalid, antiguo tejedor.
Ambos gobernaron mal y duraron poco, pereciendo los dos asesinados (1025).
Después de seis meses de interregno el hammudí Yahya, desde Málaga,
centro donde se sentía seguro, aceptó el trono y envió a Córdoba un general
berberisco para gobernar en su nombre (noviembre de 1025). No era esto
lo que esperaban los cordobeses. Pronto se alzó el descontento contra el go¬
bernador. Los eslavos Jairán de Almería y Mojahid de Denia colaboraron
con sus tropas a echar de Córdoba a los berberiscos de Yahya, y al fin el
Consejo de Estado ofreció el trono a un hermano de Abd al-Rahman IV,
Hixam III, quien se hallaba en Alpuente, fue jurado califa en 1027 y entró
en Córdoba como tal el 18 de diciembre de 1029. Bondadoso e indolente,
no supo tampoco restablecer en Córdoba un poder fuerte como el que se
precisaba. Juguete en manos de otro antiguo tejedor, Hakam ibn Said, a
quien nombró visir, sus manejos para obtener dinero de las mezquitas le hi¬
cieron odioso a los faquíes y éstos despertaron la cólera del pueblo, en tanto
66 MANUEL RIU RIU
La población de adAndalus
bién el tesoro formado por las fundaciones pías (habices), en poder de las
mezquitas y destinado a obras piadosas o sociales. Un sistema fiscal, rigu¬
roso, nutría las arcas de los dos primeros tesoros, aunque la documentación
conservada no nos permite conocer el detalle de su gestión. La suma anual
de ingresos al tesoro público se cifraba en unos seis millones de dinares. El
califa percibía al año unos 765.000 dinares para sus gastos personales o fa¬
miliares. Ibn Hawqal —el llamado «espía» de los abbasíes en España— cuen¬
ta que Abd al-Rahman III disponía de una reserva de 20.000.000 de dinares
(en el año 951) y que dicha reserva se elevó a cuarenta millones en tiempo
de al-Hakam II (en 976). A estas cifras, más o menos cuestionables, habría
que añadir los ingresos extraordinarios del tesoro (quinto del botín, tanto
por ciento del importe de las transacciones comerciales, etc.), las contribu¬
ciones y el monopolio de la acuñación de la moneda de oro (dinares) y plata
(dirhemes). Desde que Abd al-Rahman III renovó en 928 la ceca (dar al-
sikka) de Córdoba y puso al frente de la misma un intendente (sahib al-sikka),
se cree que se acuñaron piezas por valor de unos ocho millones de dinares
al año. Es posible que la venalidad de los cargos públicos contribuyera tam¬
bién a nutrir las arcas del tesoro en repetidas ocasiones.
Para la administración provincial, al-Andalus se hallaba dividido en un
mínimo de 21 circunscripciones o coras (singular: kura, plural: kuwar) y un
máximo de 37 en plena época califal, subdivididas como ya hemos indicado
en climas (singular: iqlirrí) o distritos menores, y en tahas o valles naturales
caracterizados por su unidad de población. Nueve de estas coras conserva¬
ban el calificativo de muchannada por gozar del estatuto de los chunds, de¬
bido a la presencia en ellas de los sucesores de los sirios establecidos a
mediados del siglo vm. Tal era, por ejemplo, el caso de la cora de Qinnas-
rin, en Jaén. Otros distritos gozaban de un estatuto especial por su situa¬
ción fronteriza.
El estudio de un documento sobre la recaudación fiscal de la cora de
Córdoba, parte de un magram o registro, transmitido por al-Udri, en el cual
se señalan los doce distritos de la cora y, dentro de cada uno de ellos, las
alquerías (al-qarya) que constituyen sus unidades fiscales, con un total de
773 alquerías (560 de ellas musulmanas y 213 cristianas) o comunidades cam¬
pesinas, ha permitido a Miquel Barceló formular una serie de consideracio¬
nes sobre la continuidad y perfeccionamiento del sistema fiscal de la España
emiral y califal (sistema que desaparecería con los reinos de Taifas). El regis¬
tro permite precisar que buena parte de los ingresos procedían del impuesto
fundamental islámico o zakat generado por el trabajo de las comunidades
campesinas, y de la tasa (nadd) para la exención del servicio militar (hasd),
en tanto que los ingresos procedentes de actividades comerciales no supo¬
nían más de un 15 por 100 del total.
72 MANUEL RIU RIU
tes, entre ellos en 955 el de Zaragoza, sobre el Ebro. Catorce caminos princi¬
pales se señalan todavía en este tiempo, uniendo los núcleos de población
de mayor envergadura, y casi todos partían de Córdoba. De esta ciudad a
Mérida se contaban cinco jornadas, a Toledo siete, a Santarem ocho y a Lis¬
boa catorce. En cada etapa existían ventas o conventos mozárabes donde
los viajeros podían descansar. La navegación fluvial y la de cabotaje, que
alcanzaba hasta las Baleares y el norte de África, tuvo también una activi¬
dad intensa en la esfera mercantil.
Con respecto al artesanado, esencialmente urbano, cabe recordar la exis¬
tencia de una organización gremial, a cuyo frente se hallaba el alamín o sín¬
dico. En los distintos oficios cabe advertir también la existencia de maestros,
con plenos derechos y taller propio, oficiales a sueldo y aprendices. Las in¬
dustrias principales eran las del tejido y vestido, cueros y pieles, espartería,
cerámica y tejas, calzado, pergaminería y la de la construcción. Existía ade¬
más una industria del lujo, concentrada en las alcaicerías, y especializada
en telas finas de seda y de lino, tejidos impermeables, cordobanes, orfebre¬
ría, etc. Hubo oficios que dieron nombre a varias calles. Y aun se lo dieron
también las características de determinado comercio. El Zacatín (al-saqqatin),
por ejemplo, era la calle de los ropavejeros. Niebla destacó por la calidad
de sus cueros curtidos. Lérida por sus mantas de lana exportadas al norte
de África, Almería por sus atarazanas dedicadas a la construcción naval,
Baza por sus tapices, etc.
Con los musulmanes llegaron a España las corrientes del arte oriental
islámico. Si en la España visigoda ya había ejercido una cierta influencia
el arte bizantino, fueron principalmente desde el siglo vm las áreas de Siria
y de Egipto, a su vez influidas por Bizancio, las que más influyeron en las
nuevas construcciones.
El inicio de la Gran Mezquita de Córdoba por Abd al-Rahman I en 786
señala un hito. Sus sucesores, en sucesivas ampliaciones, fueron embellecién¬
dola hasta convertirla en un monumento único de la humanidad por su gran¬
diosidad y belleza. Sus 110 columnas, reaprovechadas de edificios romanos
y visigodos, y sus arcos superpuestos, daban a la singular construcción, de
planta rectangular, una majestad inigualada. A mediados del siglo x (951),
Abd al-Rahman III hizo construir el esbelto alminar que sirvió de modelo
a otros de España y del norte de África, y el califa al-Hakam II amplió el
recinto (961-966) de la mezquita para poder albergar a todos los hombres
que acudían a la oración solemne del viernes. La suntuosidad de la decora¬
ción todavía hoy es causa de asombro para los visitantes. No quiso ser me¬
nos al-Mansur y le añadió ocho naves más (988), quedando completada en
994, con 1.409 columnas y 89 lámparas grandes y 235 pequeñas con un total
de 10.850 luces y 300 servidores.
84 MANUEL RIU RIU
mos problemas que los visigodos. Los cántabro-astures y los vascones ha¬
bían conservado su estructura social primigenia en la cual los hombres libres
eran mayoría y las diferencias de clase mínimas, como han observado Mar¬
celo Vigil y Abilio Barbero al analizar los orígenes sociales de la reconquista
y buscar sus raíces.
En la parte más romanizada y cristianizada de este territorio norteño in¬
dependiente de hecho, la antigua Cantabria romana, nacería el primitivo reino
astur, y junto a él se formarían el condado de Castilla y el reino de Navarra.
El movimiento expansivo de unos pueblos que iban adquiriendo formas de
desarrollo económico y social más avanzadas pudo imprimir un dinamismo
decisivo al fenómeno histórico llamado reconquista, sin que inicialmente tu¬
viera un sentido de estricta continuidad con la realidad visigoda. Las fre¬
cuentes convulsiones internas que se manifestarán entre los distintos grupos,
no menores que las que se producían en la España musulmana paralelamente,
pueden haber tenido el mismo sentido de reminiscencias tribales. Con el tiem¬
po habría motivaciones políticas y religiosas para poder hablar de Recon¬
quista, mas éstas no aparecen en las primeras generaciones de resistentes al
poder del islam.
No tardará en surgir en el norte peninsular, a lo largo de la cornisa can¬
tábrica, una monarquía fuerte, que se considerará como sus coetáneas pro¬
pietaria de las tierras yermas y de las que vaya ocupando a los musulmanes.
Apoyada en una activa nobleza palatina y en un clero poderoso por sus do¬
minios territoriales; con abundancia de hombres libres, en su mayoría repo¬
bladores, que son a su vez pequeños propietarios, su economía será de tipo
ganadero y agrícola, muy tradicional, poco innovadora todavía. En cam¬
bio, no va a haber núcleos urbanos importantes, persistiendo gentes de las
tres religiones, cristianos, judíos y musulmanes, bajo el poder de los cristia¬
nos. El ideal propio de la Reconquista, tan aireado por la historiografía mo¬
derna, que implica la idea de liberar las tierras que los musulmanes detentaban
«injustamente», no se formularía hasta el siglo xi, pero los hechos de ar¬
mas y los avances y retrocesos de la línea fronteriza habían empezado bas¬
tante antes de que se formulara.
Según cuenta la crónica de Alfonso III, entre los nobles emigrados y re¬
fugiados entre los astures se hallaban Pelayo, antiguo espatario (miembro
de la guardia noble) del rey Rodrigo, y su hermana. Los astures pactaron
sumisión al emir de al-Andalus y los musulmanes dominaron la región, es¬
tableciendo un gobernador y un cuerpo de tropas en la ciudad de Gijón (713).
El gobernador islamita de Gijón, Munuza, compañero de Tarik, prendóse,
al parecer, de la hermana de Pelayo y, deseando casarse con ella, decidiría
alejar de Asturias a Pelayo, enviándole a Córdoba en una comisión (717),
o acaso como rehén y en garantía de la obediencia de los astures y de los
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 89
90 MANUEL RIU RIU
El reino de Asturias
Poco después, el triunfo obtenido en Covadonga (722) por unos 200 se¬
guidores de Pelayo (718-737), frente a un cuerpo de tropas islámico al man¬
do de al-Kama y en el cual participaba el obispo de Toledo, Oppa, hijo del
rey Witiza, enviado a convencer a Pelayo de que depusiera su actitud, per¬
mitió que continuara operando el grupo insurrecto, centrado en Cangas de
Onís. Durante diecinueve años Pelayo inició la reorganización del territorio
astur y de su Iglesia, y a su muerte le sucedió su hijo Fávila (737-739) de
quien sólo se sabe que edificó la basílica de Santa Cruz, en Cangas de Onís,
y fue muerto por un oso en un descuido, acaso yendo de caza. La temprana
muerte del hijo de Pelayo, y la boda previa de una hija de aquél, Ermesinda,
con el hijo del duque de los cántabros, Pedro, canalizaron, a través del yer¬
no de Pelayo, Alfonso I el Mayor o el Católico (739-757), en la familia ducal
Cantabria y en el pueblo cántabro la continuidad de dicho movimiento,
consolidado gracias a las rencillas internas y a los graves problemas econó¬
micos que afligieron a al-Andalus.
Bajo Alfonso I, de quien la crónica nos dice que «fue elegido rey por
todo el pueblo» y «que con la gracia divina tomó el cetro del reino», la insu-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 91
rrección se hallaba extendida por casi toda la costa del Cantábrico y por
su hinterland montañoso. La condición de rey atribuida a Pelayo y a su hijo
Fávila por la historiografía puede ser puesta en duda. Probablemente no fue¬
ron más que unos jefes del pueblo astur elegidos por las gentes de los valles
de la montaña, y los musulmanes dominaron el territorio hasta 722 con guar¬
niciones fijas. Pero con respecto a la realeza de Alfonso las crónicas son muy
explícitas. Con él ha surgido un reino cristiano independiente en la cornisa
cantábrica. Los gallegos insurrectos reconocieron por rey a Alfonso (751).
La ocupación del norte de Galicia, con los valles del alto Miño y del Sil,
por el oeste, y la de las tierras altas de la futura Castilla, la Liébana y Bardu-
lia, por el este, incorporarían a los galaicos al reino astur y permitirían la
vinculación con los vascones.
La versión rotense de la crónica de Alfonso III nos dice que Alfonso I
y su hermano Fruela, que le sucedió, ocuparon militarmente, entre otras,
las ciudades de Lugo, Tuy, Oporto, Braga (sede metropolitana), Viseo, Cha¬
ves, Ledesma, Salamanca, Zamora, Ávila, Astorga, León, Simancas, Salda-
ña, Amaya, Segovia, Osma, Sepúlveda, Coruña del Conde, Mahave de
Cárdenas, Oca, Miranda, Revenga, Cenicero y Alesanco en la Rioja, dando
muerte a las guarniciones islámicas y llevándose al norte a numerosos mo¬
zárabes para repoblar la parte marítima de Galicia, Asturias, la Liébana,
Trasmiera y Bardulia.
Tras una amplia etapa caracterizada en general por el pacifismo (768-788),
en la cual sucedieron a Fruela I (757-768), apodado el «hombre de hierro»,
su primo Aurelio, Silo (774-783), Mauregato (783-788) —estos dos últimos
hijos de madre musulmana— y Bermudo I el Diácono (788-791), derrotado
por las tropas del emir Hixam I en Burbia (791), un afluente del Sil, asumía
el poder el nieto de Alfonso I, Alfonso II el Casto (791-842), cuyo reinado
fue decisivo para el futuro de la dinastía asturiana.
Alfonso II trasladó la corte de Pravia (donde la había instalado su tío
Silo) a la nueva ciudad de Oviedo (792), iniciada treinta años antes, cuando
en 761 un presbítero llamado Máximo había fijado su morada en el monte
Ovetao y había erigido la basílica de San Vicente, en torno de la cual se ha¬
bían reunido los primeros monjes y pobladores formando el núcleo origina¬
rio de la futura Oviedo. La nueva capital fue saqueada dos años después
(794) por las huestes de Abd al-Malik, pero Alfonso no se arredró por ello.
La urbanizó y dotó de espléndidos monumentos (las iglesias de San Salva¬
dor, San Tirso y San Julián de los Prados, palacios, baños, almacenes, acue¬
ducto) y murallas, y reorganizó un Palatium, cuyos únicos funcionarios
indudables fueron el maiordomus o jefe de los servicios palatinos; el strator
o condestable, jefe de las caballerizas; el notarius o jefe de cancillería, con
scribas o escribanos a sus órdenes; y los condes o compañeros del rey que
92 MANUEL RIU RIU
muchas fortalezas son todavía inseguras por los constantes ataques que lle¬
gan desde Córdoba y desde Zaragoza.
En estas repoblaciones se reconoce con claridad el procedimiento de la
pressura, forma habitual de acceso a la propiedad de las tierras despobladas
(bona vacantia) que se consideraban pertenecientes al fisco o al rey. Para
proceder a la ocupación del scalido (territorio despoblado y yermo), de pro¬
piedad ignorada, se requería primero pregonar (cum cornu, con el cuerno
de caza) que se ocupaba, por si había alguien con mejor derecho para ello,
y buscar luego la confirmación real (et albende de rege) para consolidar el
derecho adquirido mediante la ocupación efectiva, que requería: limpiar o
desbrozar, cultivar y poner en producción el scalido. Este último acto pasó
a constituir lo que se llamó el «escalio», elemento indispensable para garan¬
tizar la pertenencia de la pressura. Como veremos, en la España oriental hubo
una fórmula semejante de ocupación de tierras yermas llamada aprisio.
Las tareas cultural e historiográfica inspiradas por Alfonso III las vere¬
mos más adelante, para evitar repeticiones.
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Territorios cristianos hacia el afio 750
• Coimbra fc&SÉff Repoblación de los reyes de Asturias (757-866)
j~ .. | Territorios repoblados por Alfonso III (866-910) y García I (910-913)
Zonas de «desierto estratégico»
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104 MANUEL RIU RIU
ño IV, a quien dio por esposa la Urraca repudiada por Ordoño III o viuda
de él. Echado de Asturias, Ordoño IV se refugió en Burgos. Los castellanos
le permitieron dejar allí a su mujer y sus dos hijos, pero le obligaron a refu¬
giarse en tierras musulmanas, donde murió. Su esposa, mientras tanto, se
unió a otro hombre. Fernán apoyó a Ordoño hasta (961) que se consolidó
el dominio de Sancho I el Craso, prestó sumisión a éste luego y, una vez
hubo muerto el Craso (966), no tuvo inconveniente en aceptar a su hijo Ra¬
miro III, de cinco años de edad. La minoría del rey permitiría a Fernán Gon¬
zález actuar con independencia mucho mayor y vincular el condado de
Castilla a su familia, en los años que mediaron hasta su muerte (970). Es
en estos años cuando, siguiendo a Salvador de Moxó, cabe hablar de Casti¬
lla como principado feudal.
Desde 970 Castilla estuvo regida por su hijo García Fernández (970-995)
quien —bajo la vigilancia de los sayones o funcionarios condales encarga¬
dos de velar por el cumplimiento de las órdenes y el reconocimiento de sus
derechos a los habitantes— procedería a restructurar el condado y a llevar
la iniciativa en la lucha antiislámica. Él dio a los habitantes de Castrojeriz
(974) su famoso fuero, que les permitía convertirse en caballeros con sólo
tener caballo y equipo militar para combatir a caballo, y cuando el monar¬
ca ilegítimo Bermudo II logró atraerlo a su causa (985), le hizo casar en
segundas nupcias con su hija Elvira (992) y actuó ya, en calidad de suegro,
con entera independencia. En aquellos años, sin embargo, Almanzor (des¬
de 987) realizó incursiones devastadoras en todas las tierras fronterizas que
paralizaron la labor repobladora y aun hicieron retroceder la frontera ha¬
cia el norte (989), mientras los musulmanes intervenían en Castilla e intri¬
gaban contra su propio conde, para reducir su poder.
La situación, cada vez más grave, de la monarquía leonesa, en cuyo tro¬
no se sentaron dos niños: Alfonso V (999) y su hijo Bermudo III (1028),
nieto y biznieto de García Fernández, respectivamente, acabó de consoli¬
dar la desvinculación castellana, bajo el nuevo conde Sancho Garcés
(995-1017), el «de los buenos fueros», instaurado con la protección vigilan¬
te de Almanzor. Pasados los años de Almanzor, y en particular la derrota
de Cervera (1000) y devastación subsiguiente, el conde lograba (1005) repa¬
triar muchos cautivos y en 1011 los cordobeses, que habían perdido ya mu¬
chos arrestos, devolvían al conde Sancho Garcés Gormaz, San Esteban,
Coruña del Conde (Clunia), Osma y «otras 200 fortalezas más», con la pro¬
mesa de entregar Berlanga. El problema islámico quedaba conjurado y Cas¬
tilla podía recuperarse. Pero la intervención islámica había incidido
decisivamente en el proceso de feudalización del condado.
Al morir Sancho Garcés (1017) el condado limitaba con León por los
ríos Deva y Pisuerga, y con Navarra por la demarcación de la antigua Ta-
106 MANUEL RIU RIU
rraconense hasta tierras de Soria. Sus tres hijas las había casado con el con¬
de barcelonés Berenguer Ramón I el Curvo (antes de 1020), con Sancho III
el Mayor de Navarra y con Bermudo III. Su hijo y heredero García contaba
siete años de edad al morir el padre. Alfonso V de León creyó poder recu¬
perar su predominio, pero los consejeros del conde pidieron protección al
rey de Navarra y éste se la prestó, si bien no fue gratuita. Desaparecido de
la escena Alfonso (1028), el doble enlace del rey Bermudo III con Urraca
Teresa, hermana del joven conde de Castilla García Sánchez, y de la her¬
mana de Bermudo, Sancha, con el conde, no pudo completarse al perecer
García Sánchez, de diecinueve años, a manos de los Vela en una venganza
de sangre (1029) y Castilla entró de lleno en la órbita de Navarra, por un
golpe audaz de Sancho el Mayor (1029), esposo de la hermana y heredera
del difunto conde, doña Mayor.
Sancho de Navarra —que había empezado a intervenir en Castilla desde
antes de la muerte de Alfonso V (1028)— pasó a gobernar el condado en
nombre de su mujer, con el apoyo de una amplia facción pronavarra, ane¬
xionando a su reino propio los territorios de Trasmiera, Bureba y Álava,
y lo transmitió a su segundogénito Fernando, último conde (desde 1029)
y primer rey (desde 1037) de la «belicosa Castilla», según el calificativo que
aplicó al territorio el anónimo autor de la Historia Silense.
Es posible que los jueces o magistrados de Castilla, fuente viva de dere¬
cho innovador, instaurasen una de las peculiaridades del territorio en su his¬
toria de la etapa condal, y esa peculiaridad judicial iba a dar pie, en el
siglo xii, a la creación de la leyenda que les convertía en gobernantes autó¬
nomos del territorio. La realidad fue bastante distinta, como hemos visto.
Lo suficiente para que los historiadores modernos debatan acerca de si las
características de su desarrollo político e institucional fueron idóneas para
calificar al condado castellano de principado feudal o no, puesto que sus
condes acabaron rigiéndolo con una práctica independencia de los reyes de
León, y la historiografía castellana del siglo xm no dudó en incorporarse
buena parte de la épica ai hablar de figuras como las de los condes Fernán
González o su hijo. El poema de Fernán González, escrito hacia 1250 por
un monje de Arlanza, no duda en manifestar el rechazo del conde a prestar
homenaje al rey, besando su mano. Fórmula del homenaje hispano, distin¬
ta a la del resto de Europa.
Por otra parte, el rasgo de la fidelidad aparece con frecuencia en el rei¬
no astur-leonés, donde los nobles reciben el nombre def¡deles regis (como
lo recibían ya en el reino visigodo). Pero el acto del homenaje, por el cual
se contrae dicha fidelidad, es siempre voluntario e individual. Fernán Gon¬
zález, por ejemplo, ilustra el valor individual en la elaboración del marco
político feudal en que se desarrollan sus actividades. Y en la tarea repobla-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 107
son los filii regis, sin otro título, aunque ello no presupone que no interven¬
gan en el gobierno de los territorios en que se divide el país, claramente di¬
ferenciados por el dispar origen de la población que puebla sus valles, y a
menudo cedidos a príncipes de sangre real para su dirección autónoma, con
posibilidad de traspasar el dominio territorial a sus propios hijos. El reino,
pues, se considera, en cierto modo, patrimonio de la familia real, de acuer¬
do con la tradición germánica. Hasta épocas relativamente tardías (Alfon¬
so III) no hay mención de una ceremonia de unción con el óleo santo para
legitimar el ejercicio del poder soberano.
Existen, como hemos visto, los funcionarios de un Palatium o corte ru¬
dimentarios, los nobles o potestates y principes terrae, que pudieron deber
su origen a jefaturas tribales, y los condes que gobiernan territorios en nom¬
bre del rey (llamados comissi o mandationes, por estar encomendado su go¬
bierno a los condes), pero otros, en cambio, son sólo sus compañeros y
consejeros. Los comissi no son necesariamente heredables, pudiendo ser en¬
comendados por el rey a terceros, agregados unos a otros y fragmentados
o repartidos hasta el último tercio del siglo X. La corte se desplaza de Can¬
gas de Onís a Pravia, Oviedo, Zamora y León. Pero las dos auténticas capi¬
tales del reino son Oviedo primero y, desde comienzos del siglo x, la ciudad
romana de León, restaurada. En ambas existirán palacios regios y la sala
o Aula Regia del monte Naranco revela la calidad de un palacete campestre
de mediados del siglo ix, que pudo formar parte de los edificios de una
villa o finca rústica del dominio real.
El papel que hayan podido representar las asambleas locales de hom¬
bres libres en el gobierno del territorio no nos es suficientemente conocido,
pero a lo largo de todo el período se desarrollaron las comunidades de al¬
dea, que se reunían y actuaban conjuntamente para defender sus intereses
y de las cuales formaban parte los maiores y los minores, sintiéndose inte¬
grados villanos e infanzones, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, como
continuidad de una vieja tradición tribal o gentilicia, no desaparecida a pe¬
sar de las diferencias de fortuna (máximos y mínimos) o de poder (séniores
e iuvenes). E igualmente actuaban tribunales locales presididos por jueces
que juzgaban según la costumbre del lugar transmitida oralmente, tanto
como según la normativa visigoda. La tradición de los jueces Laín Calvo
y Nuño Rasura, que dictarían sentencia en Castilla en el primer tercio del
siglo x de acuerdo con la costumbre local, podría insertarse en este contex¬
to aun no siendo históricamente cierta.
Las condiciones precarias en que se desarrolla la vida del reino, y aun
la diversidad de sus componentes, favorecen la concentración de poder en
las manos del rey, jefe político y jefe nato del ejército. Éste es, a la vez,
dueño y señor de todas las tierras sin cultivo o sin dueño, ganadas o no a
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 109
los musulmanes, que se consideran bienes del fisco, atribuibles por parte
del rey a quien se comprometa a hacerlas producir, sea súbdito o extranjero
(en particular franco, de ultrapuertos). Los condes que gobiernan los terri¬
torios extremos del reino gozan de una mayor autonomía, y esa situación
favorece la independencia del de Castilla ya en el siglo x.
El reino aparece dividido, para su gobierno, en grandes territorios o prin¬
cipados (Asturias, Galicia, Cantabria, León...), en distritos condales o co-
missi o mandationes, en distritos urbanos o alfoces (también llamados
suburbio) y en pequeños distritos presididos por castillos o fortalezas im¬
portantes, a la vez que eclesiásticamente aparecen los obispados, monaste¬
rios y parroquias, con sus correspondientes demarcaciones. La expresión
Castilla la Vieja (Castella Uetula) como indicativa de una unidad territorial
aparece por primera vez en un documento del año 967, para distinguir la
Castilla primitiva, en el alto Ebro y sus primeros afluentes, del condado
en expansión. Las demarcaciones militares, presididas por un centro forti¬
ficado, irán surgiendo a lo largo de los siglos ix y x, obligando a sus habi¬
tantes a determinadas prestaciones o servicios (trabajos de fortificación,
castelleria o mena, o de vigilancia, anubda). Pero la realidad territorial del
reino siguió siendo compleja.
La población del reino se vio aumentada por el crecimiento natural y
por las migraciones de muladíes, mozárabes y navarros, vascos y francos,
en particular a partir de mediados del siglo ix y a lo largo del x. Existieron
también núcleos de población judía y mora (mudéjares) que se fueron inte¬
grando en el territorio a medida que avanzaba la reconquista. Pero la masa
la constituyó el elemento indígena, no obstante ser débil su densidad en ge¬
neral. La historiografía moderna ha discutido mucho la despoblación del
valle del Duero por Alfonso I y su repoblación por Alfonso III, siguiendo
al pie de la letra o interpretando los textos de la Crónica de este último.
Para Claudio Sánchez Albornoz hubo una despoblación total y una deser-
tización del territorio fronterizo, atravesado circunstancialmente por las tro¬
pas o por algún rebaño; para Ramón Menéndez Pidal, Gama Barros,
Torcuato de Sousa Soares, Alberto Sampayo, Carmelo Viñas y otros, ni
el desierto ni la despoblación total existieron entre el Duero y los montes
Cantábricos, como acreditan los datos diplomáticos, hagiotoponímicos y
arqueológicos. Lo que hubo fue una desaparición de los cuadros adminis¬
trativos y militares en esta zona, desde mediados del siglo vm, pero siguió
habitada, con escasa densidad, y cultivada, perduraron los cuadros dioce¬
sanos y parroquiales, hubo compras y ventas de tierras y se siguieron pa¬
gando cargas y haciendo prestaciones, como demuestra la documentación
existente. Los trabajos arqueológicos de los últimos años acreditan la exis¬
tencia de pequeños poblados, necrópolis y eremitorios rupestres.
110 MANUEL RIU RIU
Aunque ya hemos apuntado que la vida urbana fue muy poco brillante
en el norte, en particular si la comparamos con la de al-Andalus en la mis¬
ma época, no podemos dejar de hacer algunas referencias a la creación de
la ciudad de Oviedo, y a las de León y Burgos, a título de ejemplo del urba¬
nismo norteño. El rey Fruela I pasa por haber sido en 760 el fundador de
la ciudad de Oviedo, en el lugar donde había existido un poblado fortifica-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 115
tantes de siete aldeas que, a su vez, eligieron a sus boni homines y, como
comunidad de aldea, invocaron su derecho a talar árboles, apacentar gana¬
do y roturar tierras. En este caso tuvo que intervenir el rey y se llegó a un
acuerdo, delimitando los distintos territorios y concediendo el derecho de
propiedad a los eremitas y el usufructo a los aldeanos. Actuaron en este
acto jurídico siete laicos en representación de sus gasalianes y siete eremitas
de los distintos eremitorios del valle. En 975, treinta años después, consta
la existencia en el lugar de 21 familias campesinas y de ocho anacoretas en
otras tantas celdas eremíticas conocidas por los nombres de sus santos titu¬
lares, pero hasta finales del siglo x no aparece allí un centro benedictino,
tratando de dirigir la organización económica y espiritual del lugar. Los er¬
mitaños debían detentar el derecho parroquial de la zona, pues existen pres¬
bíteros entre los eremitas, y debieron unos y otros continuar su vida activa
hasta el siglo XII por lo menos.
Estos ejemplos muestran, junto a los intentos de reforma o reorganiza¬
ción benedictina encauzados por la monarquía, la persistencia de un mona¬
cato tradicional y de una corriente eremítica que la autoridad eclesiástica
protege. No en vano varios obispos han sido elegidos para sus nuevas sedes
por su prestigio como eremitas y algunos se resisten a ser ordenados de pres¬
bíteros y a aceptar la designación.
Hemos visto la existencia de eremitorios y monasterios en las zonas ru¬
rales. Existen, asimismo, en el reino astur-leonés, referencias a comunida¬
des de clérigos y también de monjes en torno de las catedrales de las sedes
episcopales de Iria Flavia (Padrón-Santiago, desde 885), de Valpuesta (911),
de Mondoñedo (916), de León (954), de Astorga (1028) y de Lugo (c. 1000).
Una suerte de vida monástica o capitular se desarrolla en torno de las igle¬
sias catedralicias, pero además consta documentalmente la existencia de un
centenar de iglesias y pequeños monasterios, en buena parte de los cuales
se mantiene el pactismo del monacato de raíz fructuosiana. En algunas igle¬
sias rurales el clero vivía en común. Algunos presbíteros y clérigos eran de
condición servil. Otros, más ricos, restauran con sus bienes y dotan iglesias
propias y monasterios. Las iglesias propias abundan en Asturias, aunque
las sedes episcopales tiendan a apoderarse de ellas y convertirlas en parro¬
quias diocesanas. También de los monasterios dependen algunas iglesias.
Oviedo, Gijón y Avilés, primeras agrupaciones urbanas de Asturias, cuen¬
tan con varias iglesias dentro de sus murallas.
Como por doquier son pocos los libros que poseen iglesias y monaste¬
rios y en su mayor parte litúrgicos (manuales, antifonarios, leccionarios,
pasionarios, oracionales, salterios y algunas vidas de santos, o las reglas de
San Fructuoso, San Isidoro o San Benito). Del siglo x poseemos menos no¬
ticias que de la etapa anterior. Sabemos, sin embargo, que a finales del si-
120 MANUEL RIU RIU
Del mismo modo que hemos visto que, a lo largo de la cordillera Cantá¬
brica, surgían unos núcleos resistentes al poder del islam andalusí, también
en el oriente peninsular aparecieron pronto otros núcleos independientes,
a lo largo de la cordillera Pirenaica, que fluctuaron entre leoneses, musul¬
manes y carolingios. Unas tres generaciones después de que aparecieran con¬
figurados los núcleos resistentes occidentales, empezamos a tener constancia
escrita de que otros núcleos actuaban aislados en el Pirineo, con frecuencia
mediatizados por los reyes francos. La idea de reconquista del solar hispá¬
nico es posible que en estos núcleos fuera posterior a aquéllos. Destacamos,
entre ellos, unos grupos tribales en el País Vasco o Vasconizado todavía
poco evolucionados. Un reino, el de Pamplona o de Navarra, y una serie
de condados, en los cuales la influencia carolingia fue mucho mayor: Ara¬
gón, Sobrarbe, Ribagorza, Pallars, Urgel, Cerdaña, Conflent, Vallespir, Ro-
sellón, Berga, Osona (Vic), Empuries (Ampurias), Gerona, Besalú,
Barcelona, Manresa, etc., a los cuales dedicaremos este capítulo y el siguiente.
Con ellos vamos a dedicar un epígrafe a los Banu Qasi, del valle del Ebro,
porque aunque constituyeran un pequeño estado tapón entre cristianos y
musulmanes de al-Andalus de religión islámica, su ascendencia y raíces, así
como sus constantes relaciones con los núcleos cristianos ahora estudiados,
nos permiten completar el cuadro de la frontera en esta zona, con caracte¬
rísticas muy peculiares.
128 MANUEL RIU RIU
Las noticias del territorio vasco y de sus antiguos grupos tribales son
muy escasas. Según los autores árabes, los vascones de la tierra de Álava,
los primeros con que entraron en contacto, hablaban vascuence (baskiya),
una lengua difícil para ellos, ininteligible, y eran idólatras y rebeldes. La
Crónica de Alfonso III permite afirmar que los territorios de Álava, Vizca¬
ya, las Encartaciones, Ayala y Orduña, en los siglos vm al X, eran habita¬
dos por hombres libres e independientes, probablemente todavía en un
régimen tribal, y que no habían sido ocupadas por los musulmanes, ni in¬
corporadas a los reinos limítrofes de Asturias-León y de Pamplona, sus ve¬
cinos occidentales y orientales. Pero, desde el oeste y desde el este estos
territorios estaban experimentando una suerte de colonización por grupos
emigrados: eremitas, monjes, clérigos y campesinos huidos o trasladados
de las tierras cántabras, leonesas y riojanas.
En fecha imprecisa, entre los últimos siglos de dominio visigodo y los
primeros de expansión islámica en la Península, se había empezado a desa¬
rrollar el cristianismo en tierras vascas, especialmente en la zona de Álava
y Treviño, donde aparecen cuevas artificiales convertidas en templos-
eremitorios, con altares, inscripciones murales, vestigios pictóricos y escul¬
tóricos y sepulturas excavadas en el suelo rocoso, correspondientes estas úl¬
timas, según ha puesto de relieve A. Azkárate, a los primeros siglos de-la
reconquista y a una transformación de lugares de habitat en recintos sepul¬
crales. Los conjuntos de Faido, Laño, Marquínez, Pinedo y Corro conser¬
van todavía hoy vestigios impresionantes de este temprano florecer del
cristianismo en tierras vascas. La penetración hacia Guipúzcoa y Vizcaya,
en cambio, debió de ser posterior, e incluso las fundaciones monásticas es¬
casearían hasta el siglo xi.
Parece particularmente significativo un documento del año 871, del mo¬
nasterio de San Millán de la Cogolla, por el cual sabemos que el sénior Arran¬
cio y sus familiares hacen donación al monasterio de San Vicente de Acosta,
al pie del Gorbea, en Álava, y a su abad Pedro, de las iglesias de Santa Gra¬
cia y San Martín, en la villa o finca de Estavillo, con sus términos y perte¬
nencias, y precisan la existencia de campos de cereal, viñas, huertos,
manzanales y algunos nogales, linares y herreñales y dehesas, que habían
puesto en cultivo sus abuelos leoneses, emigrados al lugar. La imagen que
nos proporciona el documento es la de un territorio en plena actividad. Y la
mención en él de una «vía de Olleros» parece indicar, asimismo, la existen¬
cia de un centro elaborador de cerámica.
En Álava consta también la existencia de un obispo, Álvaro, fallecido
en 888, y de cristianos como el joven de nombre Sancho, capturado en una
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 129
ibn Fortún ibn Qasi), llegaba a dominar Pamplona, después de haber sido
reconquistada por Abd al-Rahman I para el emirato andalusí en 781. Es
posible que, entre 788 y 797, Pamplona estuviera gobernada una vez más
por vascos y que al-Mutarrif no obtuviera el título de valí de Pamplona y
el mando hasta esta última fecha.
Pero parece indudable que los vascos, descontentos de su gobierno, con
ayuda de los gascones también vascos de la parte oriental o del otro lado
de los Pirineos, dieron muerte a al-Mutarrif en 799 y designaron para suce-
derle a un jefe de estirpe vasca: Velasco, acaso un pariente del misterioso
«Ibn Belascot» antes aludido, quien gobernaba ya (desde hacia 781) los te¬
rritorios del oeste de Navarra que comprenderían los condados de Castilla
y de Álava (parte de las actuales provincias de Santander, Burgos, Álava,
Vizcaya y Guipúzcoa). Velasco (Balask al-Galasqi), apoyado por los fran¬
cos, por lo menos desde el año 806 en que se reintegraría a la obediencia
de Carlomagno solicitando su protección, recibió con solemnidad a Luis
el Piadoso en Pamplona (812), fue investido por éste gobernador de la ciu¬
dad y se mantendría en el poder, en Navarra, hasta el año 816.
La dinastía Íñiga
nar la injerencia franca del territorio navarro y consolidó el poder del nuevo
jefe. Eblo, hecho prisionero, fue enviado a Córdoba, junto al emir Abd
al-Rahman II, y Aznar quedó libre por su parentesco con los vencedores.
Desde entonces Iñigo fue reconocido rey. Con él se iniciaba la dinastía
íñiga o Arista, primera dinastía navarra, que reinaría en Pamplona duran¬
te el resto del siglo ix. En este tiempo, la alianza de los Aristas con los Banu
Qasi permitió a los navarros conservar su independencia frente a los emires
de al-Andalus, a pesar de que fueron derrotados en 842 o en 843 por las
tropas de Abd al-Rahman II que combatían a Musa ibn Musa, y talaron
la vega pamplonesa, hicieron numerosos cautivos, murieron 115 caballeros,
entre ellos Fortún íñiguez, apodado «el mejor caballero de Pamplona», y
otros 60 caballeros vascos se pasaron al enemigo conducidos por Velasco
Garcés. El propio íñigo resultó herido en la refriega. Pamploneses y mu-
ladíes pidieron el amán al emir y éste, en el pacto sellado a continuación,
les otorgaba la paz y amistad, y reconocía la independencia y el dominio
de sus tierras a íñigo Arista mediante el compromiso por parte de éste de
pagar al emirato un impuesto anual de 700 dinares y devolver los cautivos
musulmanes. La capitación de 700 dinares debió de suponer un tanto fijo
alzado y no una cuota personal por habitante o por vecino. Con respecto
a los muladíes Banu Qasi, el emir Abd al-Rahman II se contentó con obte¬
ner de ellos la promesa de sumisión, otorgándoles la paz y el perdón.
También frente a los carolingios se mantuvo independiente el nuevo rei¬
no pirenaico, pero no pudo pensar en una empresa reconquistadora, por¬
que el primer rey navarro hubo de atraerse a los duques y condes que
gobernaban la extensa zona vasca sometida al poder franco (Gascuña) y hubo
de velar por la buena armonía entre los distintos jefes vascos, en buena par¬
te aún paganos, aferrados a sus costumbres ancestrales y rivales entre sí.
El rey navarro era, en estas circunstancias, un jefe político-militar, asesora¬
do por sus magnates, condes que gobernaban los distritos o valles de las
antiguas tribus y jefes de tropas reclutadas en ellas. Pero esta monarquía
se consideró hereditaria y el hijo mayor iba a suceder al padre.
Al morir íñigo en el año 852, después de una larga parálisis ocasionada
al parecer por las heridas recibidas en 843, siguió gobernando el reino de
Pamplona su hijo García íñiguez (851-882), que ya lo regía en nombre de
su padre. Y el segundo rey hubo de enfrentarse a Ordoño I de Asturias,
para acabar acercándose a él con objeto de estabilizar, de común acuerdo,
la frontera occidental del reino navarro. La amistad con Asturias convenía
a ambos reinos, porque servía de garantía a los peregrinos que empezaban
a acudir a Santiago, y el paso de los extranjeros por Navarra se convertía
en una nueva fuente de ingresos, valiosa para un país que había basado hasta
entonces buena parte de su economía en la explotación ganadera. Por otro
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 135
lado, parece que con García íñiguez hubo de cesar la alianza tradicional
con los Banu Qasi, señores musulmanes de Tudela, y que éstos se apodera¬
ron de tierras de la orilla derecha del Ebro y del valle del Ega pertenecientes
al navarro (854).
Pocos años después, García íñiguez era apresado por los normandos,
quienes —según unos autores, desde las costas del Cantábrico, y según otros,
remontando el Ebro y el Arga— llegaron hasta la ciudad de Pamplona en
858 u 859, cogiendo prisionero al rey y pidieron por él un rescate de 70.000
monedas de oro (dinares, según las fuentes árabes), o 90.000 según otras
fuentes. Si este rescate suponía una capitación o impuesto de una moneda
de oro por vecino, tal cifra indicaría la existencia de 70.000 familias, por
lo menos, bajo las órdenes del rey navarro, o unos 135.000 habitantes para
la Navarra de mediados del siglo IX. La suma, muy elevada para su tiem¬
po, no pudo ser reunida fácilmente y el rey, después de unos meses de cau¬
tiverio, obtuvo la libertad, dejando a sus hijos como rehenes de los invasores,
en garantía del pago total. El saqueo de Navarra por los normandos afecta¬
ría profundamente al país y los musulmanes andalusíes aprovecharían su
debilitación para emprender una nueva campaña contra él al año siguiente
(860). En ella las tropas del emir Muhammad I se llevaban prisionero a Cór¬
doba al primogénito de García, Fortún Garcés (nacido cerca del 830), quien
hubo de permanecer más de veinte años lunares en la ciudad de al-Andalus
antes de poder regresar a Pamplona. Años en los cuales su joven hija One-
ca, que le acompañó al destierro, enamoró al príncipe Abd Allah y le hizo
padre (864).
De regreso en la capital de su reino, en 879, Fortún Garcés I el Tuerto
o el Monje (con ambos apodos fue conocido) pudo acceder al trono y con¬
tinuar en él hasta 905, en que fue depuesto, una política de amistad con
el emirato cordobés.
La historia de Navarra en la segunda mitad del siglo IX ofrece todavía
ángulos muy oscuros. Se ha creído que un miembro de la familia Jimena,
García Jiménez, llevó el título de rey de Pamplona entre 862 y 882, de acuer¬
do con lo que indican las famosas Genealogías de Meyá, y que su hijo íñigo
Garcés I también se tituló rey (¿algunos meses?) y casó con Jimena, una
nieta de Fortún el Tuerto. Se ha supuesto, pues, que García íñiguez habría
fallecido ya en 862, aunque otros autores creen que vivía todavía en 870,
y que, por hallarse su hijo y heredero en Córdoba, los miembros de la pre¬
potente familia Jimena se enfrentarían con la grave situación que atravesa¬
ba el reino y salvarían su continuidad. Se ha dicho también que por ser
Fortún el Tuerto ya anciano a su regreso de Córdoba (aunque no tendría
muchos más de cincuenta años), es posible que algún tiempo gobernara íñi¬
go Garcés en su nombre, como rey asociado. Pero íñigo murió antes que
136 MANUEL RIU RIU
' I
I
Musa II ibn Musa
Iñigo II Fortún ibn Kasi m.862
Rey m. 851-52 m. 843
'-I-
Assona hl|a N. Gallndo García I Oria
= Musa II = García el Malo Rey m. h. 865
= X
I
hija N Fortún I Velasco Musa
= Mutarrif, Rey m. o destronado
hijo de Musa II en 905
rT~
Inigo Aznar Velasco Lope Onneca
m. 912
Muhammad
m. 891
Garcés I
RAMA JIMENA
García Jiménez
= Onneca - Dadildis
1- -1-1 /-1-
Iñigo Garcés 1
-1-1
Sancha Jimeno Sancho Garcés
Rey o Regente = Sancha Rey m. 926
m 882 Aznárez = Toda Aznarez
= Jimena, niela
de Fortún I García Sánchez
Rey + 970
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 137
Fortún. Hay quien piensa que García íñiguez murió octogenario en 882,
en el castro de Aibar, en lucha contra los Banu Qasi (con Muhammad ibn
Lope), cuando su hijo Fortún había regresado ya de Córdoba (en 879 como
hemos dicho) y pudo sucederle pacíficamente. Tal supuesto hace innecesa¬
ria la intercalación de los dos miembros de la familia Jimena a que acaba¬
mos de aludir.
íñigo Garcés (I), primogénito de García Jiménez, casó a tres de sus hi¬
jos con hijas de Lubb ibn Musa y esta dependencia de los Banu Qasi haría
que perdiera prestigio entre sus vecinos cristianos, temerosos de la influen¬
cia islámica en el territorio. Por otra parte, hay que recordar también que
un hijo (íñigo) y tres nietas de Fortún Garcés casaron con una hija (San¬
cha) y con tres hijos de García Jiménez, existiendo, por tanto, un íntimo
parentesco entre ambas familias, que no es imposible compartieran el go¬
bierno de amplias comarcas dentro del reino, ni tampoco que hubiesen sali¬
do de un tronco común como sugirió Sánchez Albornoz, al objetar las
conclusiones de Lévi-Proven^al y de fray Justo Pérez de Urbel.
Pero el propio Sánchez Albornoz supuso que fue probablemente el her¬
mano menor de Fortún Garcés, Sancho Garcés, y no ningún miembro de
la familia Jimena, el «Sancho señor de Pamplona» que gobernaría el reino
en nombre de los Aristas durante el cautiverio de aquél en Córdoba (del
870 al 879).
La dinastía Jimena
tra Pamplona, pero no logró destruir al ejército navarro junto al río Ezca
como era su propósito, a causa de la valiente actuación de los habitantes
del valle del Roncal, quienes obtuvieron del rey el privilegio de infanzonía.
Casó Sancho Garcés I con la famosa reina Toda Aznárez (¿885-971?),
tía por línea materna del califa Abd al-Rahman III, y esta circunstancia fa¬
miliar contribuyó a pacificar las relaciones entre Navarra y el califato. Las
bodas de las tres hijas del matrimonio navarro con reyes leoneses (véase el
capítulo anterior) sirvieron de continuidad a la política de amistad con León.
Así se conseguía la paz necesaria para superar en 925 la minoría de García
Sánchez I (925-970) el Temblón, nacido en 919, bajo la tutela vigilante de
los tíos del joven monarca (íñigo y Jimeno Garcés) y de su madre la reina
Toda. La posterior boda de García Sánchez I con Andregoto Galíndez (hija
del conde de Aragón Galindo II) permitió la anexión efectiva del condado
de Aragón al reino de Navarra y la intensificación de la influencia navarra
sobre el condado de Sobrarbe, eliminando de ambos condados los posibles
vestigios de dominio político franco.
A García Sánchez I le sucedió su hijo Sancho Garcés II Abarca (970-994)
y a éste su hijo García Sánchez II (994-1000), pero la historia de la Navarra
del último tercio del siglo X, fluctuante entre la amistad con León y la su¬
misión a los califas de Córdoba, quedaría disminuida por la personalidad
extraordinaria del biznieto de García Sánchez I, Sancho Garcés III el Ma¬
yor (1004-1035), a quien el Anónimo continuador de Alfonso III hace des¬
cender del duque Pedro de Cantabria, y cuyo reinado cubre el primer tercio
del siglo XI.
El condado de Aragón
no García el Malo, con el apoyo de Iñigo Arista y de los Banu Qasi, lo echó
del condado junto con su familia, obligándole a buscar refugio en el terri¬
torio pirenaico de Urgel, donde Aznar obtuvo el apoyo de los carolingios.
Su hijo Galindo I Aznárez, con la ayuda de los francos, logró, poco antes
del 867, recuperar el condado de los Aragonés (así llamado de los dos ríos
Aragón).
El hijo y sucesor de Galindo Aznárez, Aznar II Galíndez, casó con One-
ca Garcés (hija de García íñiguez de Pamplona) y el condado entró de este
modo bajo la dependencia del reino de Pamplona. Su límite oriental se ha¬
bía extendido hasta el río Gállego y el occidental incluía, antes de finalizar
el siglo IX, el valle de Ansó. Su límite norte lo formaban las crestas del Pi¬
rineo y, el sur, la línea del río Aragón.
Bajo el hijo de Aznar II, Galindo II Aznárez, se realizó la aproximación
a la Gascuña vasca, a la Huesca musulmana y a la Ribagorza franca, me¬
diante una hábil política matrimonial que permitía al condado, a finales del
siglo IX, mantener cierta independencia con respecto al reino de Pamplo¬
na, no obstante su vinculación al mismo, en particular a partir del cambio
de dinastía navarra y de la política de expansión de ésta, que tendía a cerrar
al condado su propia expansión natural hacia el sur.
En torno del año 943, la boda de García Sánchez I de Pamplona con
la hija y heredera del último conde autónomo Galindo II, llamada Andre-
goto Galíndez, supuso la incorporación plena del condado de Aragón al reino
de Navarra, por aportarlo la condesa en dote. El rey lo cedía, a continua¬
ción, para su gobierno a un gran noble navarro, Fortún Jiménez, ayo del
infante Sancho el futuro Sancho Garcés II Abarca—, quien a su mayoría
de edad pasó a su vez a asumir la tenencia del condado, asistido por una
comitiva de barones aragoneses.
La posterior conversión del condado de Aragón en reino independiente
del de Navarra por el infante Ramiro I Sánchez, hijo natural del rey San¬
cho III el Mayor de Pamplona, presenta facetas todavía poco claras. Si en
1015 se le llamaba regulus a dicho infante, parece que era debido a su te¬
nencia de la regio aragonesa, bajo la soberanía del monarca de Pamplona.
La sucesión en Navarra del primogénito legítimo de Sancho el Mayor, Gar¬
cía, pudo dar motivos a Ramiro (mayor en edad que García, aunque ilegíti¬
mo) para intentar independizarse del vínculo de la fidelitas que debía a su
hermanastro. Pero de hecho, aunque su padre murió en 1035, Ramiro se¬
guía titulándose regulo dos años después, y fue en 1044 cuando empezó a
titularse rey de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, en vida todavía de su otro
hermano Gonzalo, asimismo titulado rey de Sobrarbe y Ribagorza y que
no murió hasta el año siguiente. A mediados del siglo xi, el nuevo reino
de Aragón se hallaba consolidado.
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 143
Los muladíes Banu Qasi, a los cuales nos hemos referido en varias oca¬
siones, con señorío centrado en torno de Tarazona, Borja y Tudela, gober¬
naron la zona central del valle del Ebro (Ribera de Navarra, Rioja y
Zaragoza), durante ocho generaciones (714-924), a caballo entre los mun¬
dos cristiano y musulmán. La familia debió su nombre y su origen al conde
visigodo Casius, que capituló ante los musulmanes como otros nobles go¬
dos, al producirse la invasión, y viajó a Damasco (714) convertido al islam
e incorporado a la clientela del califa al-Walid. Su hijo Fortún ibn Qasi,
nacido probablemente antes de la invasión islámica, y su nieto Musa ibn
Fortún (c. 735-788) consolidaron sus dominios en la Frontera Superior, lle¬
gando hasta Zaragoza, si bien el territorio patrimonial se localizaría, pro-
146 MANUEL RIU RIU
Muerto Musa en 862 no acabó con él, sin embargo, el poder de los Banu
Qasi. Dejó cuatro hijos varones: Lubb, el primogénito, a quien ya conoce¬
mos; Ismail, que había sido rehén en Córdoba; Mutarrif y Fortún. El emir
Muhammad aceptó su obediencia y les nombró gobernadores o ummal (plu¬
ral del amil) de Tudela a Fortún, de Zaragoza a Ismail y de Huesca a Muta¬
rrif. Lubb, cautivo en Córdoba, había sido liberado por el emir para que
combatiera a los normandos llegados a Sevilla (859), les venció y pudo re¬
gresar a la Marca o Frontera Superior, donde reconstruyó el castillo de Vi-
guera, convirtiéndolo en su centro de acción; enemistado al principio con
sus hermanos, acabó compartiendo con ellos el dominio del territorio. En
870 se sublevó contra el emir, en Arnedo y, contando con la alianza de Gar¬
cía íñiguez de Pamplona, se apoderó sucesivamente de Zaragoza (872), Tu¬
dela (872), Huesca (872) y otras plazas, hasta dominar toda la Marca desde
Tudela a Monzón, enfrentándose a los gobernadores emirales que saquea¬
ban los molinos y viviendas de los islamitas sometidos a los Banu Qasi para
reducirlos a su obediencia.
Desde 871 todos los hermanos se hallaban sublevados contra el emir.
Mutarrif, señor de Huesca, se casó con una hija de García íñiguez que,
en mayo de 873, fue hecha cautiva por el general Amrus ibn Umar, según
cuenta Ibn Hayyan en su Muqtabis. Ibn Idarí refiere que en 873 el emir Mu¬
hammad atacó a los Banu Qasi y a los pamploneses, sus aliados, «y abatió
su orgullo», que llevó prisioneros a muchos de ellos a Córdoba, entre éstos
a Mutarrif, a quien hizo ejecutar (873) crucificándole con sus tres hijos ma¬
yores. No consiguió dominar, sin embargo, a Lubb ibn Musa quien, al mo¬
rir de accidente en 875 fue enterrado en Viguera, sucediéndole su hijo
Muhammad ibn Lubb (T898), que siguió teniendo en jaque al emir de al-
Andalus y al rey de Oviedo. Por lo cual, en 878, al-Mundir e Ibn Ganin
atacaron de nuevo a los Banu Qasi, a los navarros y a los astures, confabu¬
lados y aliados ahora contra Córdoba. La situación tendió a cambiar cuan¬
do, en 882, Muhammad, reconocido señor de la Frontera Superior y
sometido al emir, convirtió su residencia de Viguera en prisión de sus pa¬
rientes e irrumpió contra los navarros y los astures, atacando (desde 883)
las fortalezas de Álava, Castilla y Pamplona. El emir le había exigido la
entrega de Zaragoza y de sus parientes cautivos (en 882), porque no confia¬
ba en él, pero a la postre Muhammad hubo de recurrir a sus parientes para
zafarse de las intrigas que contra él tendían el rey de Asturias por un lado
y el emir de Córdoba por otro, pues ninguno de los dos creía en las proposi¬
ciones de amistad del versátil Muhammad. Éste hubo de ceder, en efecto,
en 885, Zaragoza al emir —en tanto que su tío Ismail ibn Musa fortificaba
Lérida (885) , y continuó sus conflictos con los reinos de Asturias (891)
y de Pamplona, para conseguir mantenerse independiente de hecho en el
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 149
Ebro medio, cosa que logró no sin dificultad. Muhammad murió en 898,
en el cerco de Zaragoza, cuando intentaba recuperar la ciudad, y le sucedió
su hijo Lope ibn Muhammad (nacido en 869) quien fue reconocido sin difi¬
cultad señor de Tudela y Tarazona, por el prestigio de su padre y por el
suyo propio. En efecto, Lope era muy joven cuando, en vida de su padre,
obtuvo del emir (890) Abd Allah el gobierno de Lérida. Entre sus realiza¬
ciones y gestas se cuentan: el inicio de la reedificación del castillo de Mon¬
zón (897), sobre el Cinca; la incursión en tierras catalanas (castillo de Ora,
en Valldora) que costó la vida al conde Guifred el Pilos (898); el comienzo
del castillo de Balaguer (898); su transferencia a Toledo, la marcha contra
Jaén y la toma de Cazlona (898); y el asedio de Zaragoza, cuando se entera
de la muerte de su padre, y pasa a ocupar el liderazgo de los Banu Qasi
en 898. Su experiencia le permite combatir y derrotar a Alfonso III en Ta¬
razona (899), o le asegura el señorío de Toledo (903), que luego transfiere
a su hermano Mutarrif. Cuando el rey de Asturias asedia Grañón (904),
Lope penetra en sus tierras de Álava (904) y conquista el castillo de Bayas,
al norte del Ebro, cerca de Miranda. Luego penetra en el Pallars y conquista
diversos castillos haciendo un millar de cautivos (904), o asedia Zaragoza
y la rodea de fortalezas con sus guarniciones para obligarla a rendirse (905).
El cambio de dinastía en Navarra (905) irritó a Lope, quien penetró en
el reino y trató de levantar una fortificación frente a Pamplona, para tener¬
la en jaque (907) como antes hiciera en Zaragoza. Mas Sancho Garcés I le
tendió una emboscada (septiembre de 907) y Lope murió luchando, como
había vivido, cuando contaba treinta y ocho años de edad. Su campamento
fue saqueado y sus dominios se desintegraron. Su hermano Abd Allah
(T 915) se instaló en Tudela. Al-Tawil, señor de Huesca (desde antes del
893), ocupó Barbastro, Alquézar y la Barbotania, Monzón y Lérida (908).
El Tuyibí, que gobernaba Zaragoza, entró en Ejea. Los toledanos nombra¬
ron gobernador a Lope ibn Tarbisa. Castilla se ampliaba hasta las orillas
del Duero (912). Sancho Garcés dio comienzo a la conquista del sur de Na¬
varra y la Rioja, avanzando por la Berrueza, hasta Tudela, tomó Viguera
(923) e hizo prisionero a Muhammad ibn Abd Allah, sobrino de Lope y úl¬
timo de los Banu Qasi. Con él se cierra la historia de esta singular familia
islamizada que, durante ocho generaciones, mantuvo un señorío islámico
en el valle del Ebro, profundamente relacionado con sus vecinos cristianos
e islamitas y emparentado con unos y otros.
La historia de los Banu Qasi revela la peculiar situación en España de
las dos comunidades, islámica y cristiana, que luchan y conviven hasta el
punto de que se casan entre sí, siendo frecuente el hecho de ver a hijos de
padres cristianos educados por madres musulmanas y viceversa. Numero¬
sas hijas de los Banu Qasi casaron con reyes y nobles cristianos, de algunas
150 MANUEL RIU RIU
/ Sepulveda £ —h
*■
\
\
DESPOBLADOS
\ EL REINO DE NAVARRA (1031)
de Castilla (que ya regía desde 1029) con las comarcas leonesas de Carrión
y Saldaña hasta el valle del Cea (posible dote de su esposa Sancha), y supo
hacer realidad el anhelo de estas tierras de convertirse en reino independiente.
Gonzalo, el menor (T1045), logró los condados de Sobrarbe y Ribagorza,
que quiso convertir también en reino (con el título de regulus los gobernaba
en 1037). Ramiro, bastardo, obtenía el territorio de Aragón (conjunto de
valles incorporados al viejo condado), con título de rex, aunque supeditado
a Pamplona como sus hermanastros y, al morir Gonzalo (1045), le anexio¬
nó sus dominios. Dos nuevos reinos duraderos, Castilla y Aragón, tendrían
su origen mediato —aunque no su gestación— en la distribución de tierras
efectuada por Sancho el Mayor, mientras otro posible reino pirenaico, el
de Sobrarbe-Ribagorza, sucumbía en menos de diez años (1035-1045), a causa
de su fragilidad congénita.
Buscando paralelismo entre la España cristiana y la musulmana —que
por las mismas fechas veía desintegrarse la idea del Estado cordobés y re¬
partirse el poder en pequeños reinos de taifas— se ha podido calificar de
«taifas cristianas» a los reinos del norte peninsular, viejos y nuevos. Mas
la explicación de este complejo fenómeno, de la pérdida de autoridad o re¬
parto de la autoridad suprema entre distintos regentes o régulos, y de sus
implicaciones jurídicas e institucionales, está esperando todavía un estudio
definitivo.
y que la derrota no pudo ser vengada de inmediato porque, una vez perpe¬
trado el golpe, se dispersaron de tal modo que no fue posible saber dónde
se refugiaban.
La derrota evidenció el peligro que para el reino franco suponía una fron¬
tera meridional desguarnecida e hizo que se planificara la fortificación de
la misma, desde Pamplona hasta el Mediterráneo. La población indígena
de amplias zonas pirenaicas secundó esta política y, con su apoyo, los caro-
lingios mantendrían la frontera fortificada o marca de España (Marca His¬
pánica) en Cataluña. Mientras, los pamploneses se alzaban contra el dominio
de los Banu Qasi, arabizados, y reconocían por caudillo a Velasco, buscan¬
do la amistad de los francos, pero sin sometérseles.
Aprovechando el descontento contra el dominio islámico que se produ¬
cía en los Pirineos orientales, las tropas carolingias, en una nueva incur¬
sión, cuidadosamente preparada, avanzaron por el sur de los Pirineos y
ocuparon Gerona (785) y, si bien los andalusíes organizaron una aceifa de
castigo (793) que llegó por el antiguo camino romano de la costa catalana
hasta Narbona, no lograron recuperar el dominio del país. Los puntos es¬
tratégicos de éste quedaban reorganizados por Carlomagno y sus gentes,
potenciando una nueva vía de penetración desde Cerdaña por los valles del
Cardener y el Llobregat: fortificaciones de Cardona, Casserres y Vic (798).
Se erigió el condado de Osona, encomendándolo al conde Borrell, y Luis
el Piadoso, el hijo de Carlomagno, alcanzó a ocupar Barcelona (801), ren¬
dida después de un duro asedio y cedida al conde godo Bera I, hijo de Gui¬
llermo de Gellone, que la gobernó hasta ser depuesto y exiliado (820).
Mientras tanto, los habitantes de las Baleares también pidieron ayuda
a los francos para librarse de los piratas sarracenos y de los mauros del nor¬
te de África que obstaculizaban el comercio marítimo, y los carolingios les
prestaron su concurso, pero ocuparon Mallorca y Menorca (799), aunque
temporalmente. La actividad llevada a cabo, desde sus bases aquitanas, por
Luis el Piadoso condujo asimismo a la ocupación de otros valles pirenaicos
y a la toma de Huesca (799) en Aragón, no obstante sus robustas murallas.
En Cataluña, a las conquistas de Casserres, Manresa y Barcelona, no tardó
en seguirle la de Tortosa (811), poco después de la ocupación de Pamplona
(806) en el Pirineo central, ambas poco más que episódicas y circunstancia¬
les. Se erigió, entre otros, un pequeño condado de Aragón, al oeste de Hues¬
ca, regido desde Jaca por el conde godo Oriol (T809).
La organización debió de ser semejante a la de las restantes marcas o
distritos fronterizos carolingios, estableciendo una zona fronteriza fortifi¬
cada, constituida por una línea sinuosa de torreones circulares de madera,
levantados en los puntos más estratégicos y en torno a las vías de acceso,
y creando una serie de condados (Gerona, Ampurias, Urgel, Cerdaña, Oso-
LOS NUCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 157
a mediados del siglo ix—, Gerona, Barcelona, Vic y Elna, restauradas por
los carolingios, se vieron incrementadas también por los bienes de particu¬
lares y de comunidades religiosas en crisis. Desde finales del siglo vm la
gente de las montañas, de las comarcas de Cerdaña y del Alto Urgel, se des¬
plaza de norte a sur hacia tierras más llanas y más fértiles, siguiendo el cur¬
so de los ríos y de los caminos que los bordeaban desde antiguo. A partir
de comienzos del siglo x, grupos de gentes procedentes del Alto Pallars,
del Urgellet, de Cerdaña y del Ripollés, por no citar a los ultrapirenaicos,
tolosanos y roselloneses, se aventuran en el Pía de Bages y en el Valles, el
Anoia y el Penedés. Pero, entre 976 y 1004, una serie de incursiones musul¬
manas remontan el Cinca, el Segre y sus afluentes, llegan hasta Roda de
Ribagorza, y saquean los núcleos de Barcelona (985) y Manresa (1001), aguas
arriba del Llobregat. Sin embargo, no impiden que prosiga esta tarea colo¬
nizadora. Se ha estimado, a comienzos del siglo x, la población de la Ca¬
taluña Vieja entre 16 y 18 habitantes por kilómetro cuadrado. Muchos
núcleos rurales no cuentan más allá de cinco a diez familias. Y, asimismo,
las ciudades son pequeñas. Barcelona tiene diez hectáreas y Gerona única¬
mente siete hectáreas, que acaso sólo alberguen unos mil habitantes, no obs¬
tante contar con barrios foráneos surgidos en torno de iglesias y monasterios,
y junto a las vías de acceso al núcleo urbano amurallado. Nuevos núcleos
de población agrupada se han formado en lomas rocosas, buscando la pro¬
tección de los castros o castillos, en tanto que las villas o fincas rústicas apa¬
recen subdivididas en unidades menores de explotación unifamiliar: los
mansos o masías (mansi) que tanta trascendencia tendrían en la repoblación.
Los condados, formados por la integración de valles, se subdividen en
distritos menores: los castros o castillos con término propio, en cuyo ámbi¬
to se engloban parroquias, monasterios, villas y mansos con sus capillas;
torres y fortalezas más pequeñas sin distrito propio, y las tierras y bienes
alodiales y comunales. El castillo se va a convertir, en el siglo XI, en el cen¬
tro de todo el conjunto socio-económico y político local, contribuyendo a
una redistribución del habitat que implicará la creación de nuevos núcleos
de población agrupada a su entorno y afectará al paisaje con la puesta en
cultivo de nuevas tierras, adaptación para el viñedo de otras y transforma¬
ción en prados de las más alejadas. También afectará a la economía de las
familias que pueblan sus términos, sometidas a crecientes presiones: pres¬
taciones de días de trabajo, animales o herramientas, impuestos pagaderos
en metálico, décimas señoriales, tallas, etc.
Desde el siglo x vemos asentadas en los núcleos urbanos algunas ramas
de troncos familiares aristocráticos (los proceres). Aparece la institución ca¬
nonical en las grandes catedrales urbanas: Vic (957), Barcelona (1009), Seo
de Urgel (1010), Gerona (1019), con la fundación de los primeros hospita-
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 163
misma familia puede retener bajo sus manos distintos condados. Las fami¬
lias condales las vemos emparentadas entre sí y, a través de sus hijas, con
los vegueres-castellanos. De las familias de la nobleza surgen también los
principales cargos eclesiásticos (obispos, abades y canónigos).
Los miembros de la nobleza deben servicio al conde, por el juramento
de fidelidad, la fides o fidelitas, puesto que el conde posee la potestas o auto¬
ridad superior. Mas es dudoso que tuvieran sus propios fideles, antes del
siglo XI, como los tuvieron los reyes carolingios y luego los condes, sus su¬
cesores. Los nobles son gobernantes y combatientes. De su equipo militar
es pieza indispensable el caballo, que alcanza altos precios, junto a la silla,
el freno, espuelas, armas y arneses, y, a veces, la tienda de campaña (en
ocasiones conseguida con el botín del enemigo islámico). De su poder de
gobierno es pieza esencial el castillo, cada vez más perfeccionado desde que
en el siglo x empezó a construirse en piedra. El castillo de Mur, en el Bajo
Pallars, constituye todavía un excelente ejemplo de los castillos de media¬
dos del siglo xi, con su torre cilindrica en medio, su patio y su muralla oval
adaptada al terreno y con una sola puerta de acceso.
Acaso entre las clases privilegiadas quepa considerar asimismo las co¬
munidades judías que se suelen presentar como marginadas pero que han
soslayado las prohibiciones de los reyes visigodos, han perdurado bajo los
musulmanes y reaparecen de nuevo desde el siglo IX, como sector activo
de la vida urbana, en Gerona, Figueras, Barcelona, etc. Los mozárabes, que
gozaban de un estatuto jurídico autónomo en la Cataluña musulmana, cons¬
tituyen en los siglos IX y x, en la parte occidental, grupos numerosos y tie¬
nen relaciones con sus correligionarios del resto de la España islámica. No
sólo consta la existencia de comunidades mozárabes en las zonas de Lérida
y Tortosa, sino también en la frontera meridional del Pallars Jossá. En Ager,
por ejemplo, consta la existencia de un grupo con su iglesia, cuando fue
conquistada la población por Arnau Mir de Tost a mediados del siglo XI.
Los eclesiásticos gozaron de privilegios fiscales. La mitad o la tercera parte
de los impuestos principales fueron concedidos por los monarcas carolin¬
gios a iglesias catedralicias o a ciudades episcopales como Gerona, Vic, Elna,
Barcelona y Seo de Urgel. A lo largo del siglo IX, en sucesivos preceptos,
se jes otorga parte del teloneum, impuesto que grava la venta y transporte
de mercancías; del pascuario, que consiste en el aprovechamiento'de las hier¬
bas para pastos mediante el pago de una cantidad en metálico; del moneda-
je, beneficio que proporciona la acuñación de moneda, anteriormente
reservada a las cecas reales, y de otros impuestos como los derivados de la
explotación de las salinas, despojos de naves naufragadas, etc. También los
monarcas otorgan privilegios de inmunidad a los monasterios que desean
favorecer especialmente, convirtiendo así sus dominios en autónomos.
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ÉSPAÑA ORIENTAL 165
Desde que se aflojaron los lazos que unían los condados catalanes a la
realeza franca, la Iglesia catalana buscó, asimismo, frente a la prioridad
de Narbona, una mayor aproximación directa a Roma. La organización de
los arcedianatos y arciprestazgos, y la organización parroquial fueron deci¬
sivas en la estructuración de los obispados y sus células básicas durante este
período. A comienzos del siglo X asistimos a la consagración de numero¬
sas iglesias parroquiales que fueron rehechas en estilo románico a comien¬
zos del siglo XI, en su mayor parte pequeños templos de una sola nave
rectangular con ábside al este de planta semicircular. Clérigos y monjes par¬
ticipan en la organización de la red de templos y parroquias. Los monaste¬
rios viejos, benedictinizados en los siglos IX y X, experimentarían a lo largo
del período numerosas transformaciones. En ellos conviven clérigos y pres¬
bíteros, levitas o diáconos y anacoretas, y los propios monjes empiezan a
recibir órdenes religiosas y alcanzan el diaconato y el sacerdocio.
Los no privilegiados: libres de diversa fortuna, esclavos, libertos y se-
milibres, no constituyen una clase homogénea. En los siglos IX y x consta
la existencia de siervos en las tierras dominicales o dominicaturae, también
llamadas condaminae cuando son de posesión condal, las cuales cultivan
y en las cuales, a menudo, viven, habiendo construido en ellas sus propias
casas o cabañas. Estos esclavos pertenecen a los condes, a los nobles o a
las iglesias, siendo a menudo siervos manumitidos que siguen cultivando
las tierras que les vieron nacer y no desean separarse de ellas. Como tales
esclavos parecen haber desaparecido casi de la zona de Barcelona (el Pía
del Llobregat) a comienzos del siglo x. Pero el desarrollo del comercio, en
el siglo XI, les hará reaparecer, si bien sólo podrán adquirirlos los miem¬
bros de la alta nobleza o del alto clero, que no tardarán en manumitirles,
ya en sus testamentos, ya en ocasión de su bautismo, dado que la Iglesia
prohíbe la esclavitud de personas de religión cristiana.
Parece, no obstante, que en las zonas rurales prefieren los siervos de
la Iglesia permanecer en sus tierras e incluso convertirse en parte del patri¬
monio parroquial o episcopal, por las garantías de protección que tal per¬
manencia representa para sus personas y sus bienes muebles. El avance de
la repoblación ha facilitado, en el transcurso del siglo x, la liberación de
los siervos. Su cristianización, en el siglo XI, seguirá dando lugar a su ma¬
numisión. Algunos pueden pagar en onzas de oro su libertad, gracias a sus
ahorros. Cada vez serán menos los esclavos cristianos, pero en su lugar se
mencionarán los siervos sarracenos, conseguidos en algaradas fronterizas
en tierras de al-Andalus.
Teóricamente libres, o liberados, los servientes de los poderosos, laicos
y eclesiásticos, sirven a la familia, se alimentan de pan de cebada y vino,
se les proporciona una camisa larga de cáñamo para vestido y desempeñan
166 MANUEL RIU RIU
peí relevante del párroco a quien sabemos, desde el siglo xi, actuando en
nombre e interés de su comunidad frente a las presiones de las fuerzas supe¬
riores: un señorío feudal en formación, un monasterio en expansión, etc.
Entre los factores a tener en cuenta en la relación mutua de gobernantes
y gobernados en esta sociedad en expansión, se hallan los privilegios, exen¬
ciones o franquicias (franqueses) que desde el siglo IX conceden condes y
obispos en sustitución de los primeros preceptos carolingios. Estas franqui¬
cias, concedidas para favorecer la permanencia de la población en de¬
terminados lugares, en especial las zonas fronterizas o próximas a rutas
importantes, comportan la libertad individual de los beneficiarios, la segu¬
ridad de sus bienes, exenciones fiscales y concesiones particulares. Para con¬
tener el poder creciente de la nobleza, el poder condal protege y se apoya
en estas comunidades campesinas. Así se frena el proceso de feudalización
hasta que, en torno de 1030, el equilibrio coyuntural empieza a agrietarse,
después de algunos años de conflictos, en beneficio de los señores que tra¬
tan de aumentar y dar cohesión a sus dominios feudales.
bien a comienzos del siglo x el 90 por 100 de las compras se hacía en dine¬
ro, a finales del mismo siglo sólo el 60 por 100 de las transacciones seguía
siendo con pago fijado en moneda. Una comarca menos evolucionada, como
el Pía de Bages, pasó en el mismo período de un 70 por 100 hacia el 930,
a sólo el 9 por 100 en 980, lo cual se ha tratado de explicar de diversas for¬
mas: que había disminuido la masa monetaria en circulación, por haber ha¬
bido tesaurización, o que se había producido un alza de la demanda al crecer
el número de intercambios.
Se ha afirmado también que a mediados del siglo X en la Cataluña cen¬
tral las especies en circulación, aun no siendo muy numerosas, bastaban para
satisfacer el 90 ó 95 por 100 de las necesidades de transacciones. No había,
por tanto, falta de dinero. A partir del 950, debido a la tendencia a incre¬
mentar la comercialización de los excedentes agrícolas: trigo y vino, cada
vez el dinero escasearía más y esto redundaba en detrimento de los pagos
en efectivo. Sería preciso que se aumentara la acuñación de especies mone¬
tarias, de diversos tipos, y que los mercados se abastecieran con monedas
de distintas procedencias.
La acuñación de moneda había dejado de ser un derecho reservado a
la realeza. Los condes, al asumir la potesías regia, se lo atribuyeron y aun
lo concedieron a algunos obispos como los de Vic y de Gerona que fueron
los primeros en acuñar pequeños óbolos de plata. En diversos condados se
acuñaron dineros de plata antes de finalizar el siglo X. Si en el siglo ix Ca¬
taluña había dependido de las acuñaciones carolingias, muy pronto las mo¬
nedas condales y episcopales de plata vinieron a sustituir a aquéllas en el
comercio interior, importando plata de al-Andalus para las acuñaciones.
En el último tercio del siglo x a la entrada de plata desde la España musul¬
mana se sumó la de oro amonedado o en lingotes de origen africano. Desde
entonces las importaciones de oro en Cataluña fueron aumentando y entre
1010 y 1020 ya el 58 por 100 de los pagos, en las transacciones de tierra,
se hacían en oro, alcanzando en Barcelona el 87 por 100 del total, con más
de 3.000 mancusos contabilizados en dicho período, aunque de muy diver¬
sas clases. Entre ellos los propios mancusos catalanes, acuñados en Barce¬
lona desde 1018 hasta 1029 por el judío Bonhom, bajo la autoridad de la
condesa Ermessenda. Siete mancusos formaban una onza y aunque cada
mancuso valía siete sueldos de plata, se hizo en general equivalente la onza
a 50 sueldos y no 49, probablemente por incluirse en el cambio el sueldo
de ganancia de los cambistas. Con el conde Ramón Berenguer I de Barcelo¬
na, en 1037, se confiaron al judío Eneas las acuñaciones de mancusos de
oro barceloneses, utilizando oro en lingotes procedente de Ceuta e imitan¬
do los dinares hammudíes de Málaga. Al mediar el siglo XI más de la mi¬
tad de las transacciones importantes se hacía con piezas de oro en la zona
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 173
de finales del siglo ix, empieza a aparecer incluida dentro de los términos
de los castillos aunque éstos pueden englobar no sólo una, sino dos y hasta
tres parroquias. Diezmos y primicias pertenecen desde el siglo x a la pa¬
rroquia, así como las oblaciones y, si los ha recibido, derechos, servicios
y obsequios condales. Algunas parroquias, como la de Santa Linya desde
1036, tienen asimismo el privilegio de que los párrocos de las mismas sean
sacerdotes nacidos en el lugar. Cuando se funda una nueva parroquia se
suele delimitar su territorio y se le concede un terreno para cementerio, en
general de unos treinta pasos de radio alrededor del templo, que con el tiempo
se convertirá en la sagrera, territorio sagrado donde los campesinos podrán
guardar la cosecha y refugiarse para la protección de sus personas y bienes
muebles.
La existencia de arciprestazgos, agrupando a varias parroquias, no apa¬
rece atestiguada en Cataluña hasta fechas más tardías, aunque dos arcipres¬
tes, en los años 879 y 881, se hallen en calidad de ejecutores de las órdenes
del arzobispado de Narbona organizando las primeras parroquias de la Plana
de Vic, antes de que la diócesis vicense tuviera obispo propio. Uno de ellos,
Gotmaro, sería su primer obispo (886-899).
Numerosos monasterios, con patrimonios más o menos extensos, sur¬
gieron desde el primer tercio del siglo IX en la Cataluña Vieja. Algunos con
netas raíces visigodas. Las comunidades solían ser reducidas, de siete a quince
miembros, aunque el número ideal de comunitarios fuera el de doce. Ya
nos hemos referido a varios de ellos en las páginas anteriores. Algunos, como
el femenino de Sant Joan de les Abadesses, fundado por Guifred el Pilos
para su hija Emma en 885, llegó a contar (913) pronto con cerca de 500
campesinos en sus dominios. Si la canónica catedralicia de Vic, a comien¬
zos del siglo XI, contaba con quince miembros, el monasterio de Sant Cu-
gat del Valles, en 1017, sumaba treinta y cuatro monjes, de los cuales tan
sólo dos consta que hubieran recibido el presbiterado. No obstante, en to¬
das las comunidades monásticas solía haber algún sacerdote, levita o diáco¬
no, u otros miembros que habían recibido órdenes menores, sin alcanzar
el presbiterado.
La mayoría de los monasterios se erigieron en lugares escasamente po¬
blados, procediendo a roturar las tierras, talar bosques, canalizar corrien¬
tes de agua, mejorar caminos, construir viveros y molinos hidráulicos,
establecer fraguas y herrerías, fomentar la creación de capillas y parroquias,
organizar celias o núcleos dependientes del principal, con su iglesia, su lote
de tierras y sus servidores. Estas celias podían transformarse en parroquias
rurales servidas por los monjes, aglutinando la población campesina que
vivía en las villae y en los mansi, cabanas y bordas. De los monasterios sur¬
gieron, pues, nuevos núcleos de explotación ganadera y campesina, respon-
176 MANUEL RIU RIU
por Abu Bakr Ahmad ibn Tahir y su hijo, dependió de Almería primero
(hasta 1038) y de Valencia después (hasta 1065), para estar algún tiempo
luego vinculada a Sevilla. El mando de la Taifa de Tortosa lo asumió Nabil.
Por último, en este breve repaso a las taifas hispanas, debemos recordar
la Taifa de Toledo, en manos de los Banu Zi-n-Nun o Banu Zennum desde
1036 hasta 1085 en que fue conquistada por Alfonso VI de Castilla. Es im¬
posible, en una síntesis breve como la presente, dar pormenorizada cuenta
de todos estos reinos, centrados en torno de un núcleo urbano y de su alca¬
zaba, y hablar de sus constantes rencillas, ya atizadas por el patriciado de
sus respectivas capitales, ya por la ambición o codicia de las tropas árabes,
berberiscas y eslavas, ya por los odios tribales aún no desarraigados y que
volvían a la superficie a la menor ocasión. Los relatos de los cronistas de
este tiempo están repletos de hechos escalofriantes: venganzas sangrientas,
cadíes con ambiciones políticas, jeques sin escrúpulos, impostores como Jalaf
(el esterero de Calatrava que se hacía pasar por Hixam II), borrachos y trai¬
dores... Pero, en medio de rivalidades y egoísmos sin cuento, tampoco po¬
demos olvidar que esta época fue, a la vez, resplandeciente como pocas por
una cultura refinada bastante superior a la del resto de Europa. Se pedía,
por ejemplo, que los primeros ministros fueran cultos, para poder escribir
con elegancia, en árabe, las cartas diplomáticas a otros príncipes. Y es sabi¬
do que cuando al-Muzaffar ibn al-Aftás se instaló en Badajoz (ya a partir
de 1009) se rodeó de buen número de faquíes, sabios, gramáticos, lexicó¬
grafos y literatos, para prestigiar la sede de su nuevo reino.
Hammud
._I_,
All ibn Hammud al-Casim ibn Hammud
LU Califa: 1-VII-1016 © Califa: 24-IV-1018
m. 17-1V-1018 en 1023 prisionero
I |
I I
(3) Yahia I al-Mutabl ©Idris IV Al-Hasán ©Muhammad
desde 1019 en Málaga
Califa: 1023-1035
al-Mutayad
(1035-1039) r
L 1
al-Mutasim
(1049) •
Aquil Hixam
I J
©Hasán Idris II Alafi
1 © 1
AI-Hasan^Jahia Muhammad I Ali 7ahla Otros
al-Mustansis ©1043-1047 (1039) ®al-Mahdí al-Casim II
(1039-1043) ©m. 1056 (1047-1055) (1049-1055)
Abdalá
All Idris
(Badis se apodera
de Málaga, 1056)
y empezaron a ser llamados al-murabit, o sea: «los hombres del ribat», los
almorávides, nombre con el cual serían conocidos en lo sucesivo, convir¬
tiéndose en una confraternidad religiosa de monjes guerreros.
Ibn Yasin y Yahya ibn Umar dirigieron sus primeras expediciones de
conquista avanzando por el Sahara (1053) y por Ghana (1054). Al mando
de Abu Bakr, hermano de Yahya, conquistaron Marruecos (1056-1084) y
un sobrino de este caudillo, Yusuf ibn Tasufin (1062-1106), se convirtió en
el gran jefe de la confederación almorávide que formaría el primer imperio
hispano-marroquí, con capital en Marrakus o Marraquex (ciudad fundada
en 1070). Yusuf reorganizó Marruecos, creó nuevos distritos, nombró go¬
bernadores a parientes o a jefes militares de las tribus confederadas, y for¬
mó un poderoso ejército, imbuyendo a sus tropas (los yihads) el espíritu
islámico de la guerra santa contra los infieles.
La renovación espiritual y militar de Marruecos no podía pasar inad¬
vertida en al-Andalus, fragmentado en pequeños reinos musulmanes riva¬
les entre sí. Es lógico que quienes regían las taifas hispanas, deseosos de
sustraerse a la presión de los ejércitos cristianos, vieran en Yusuf una ayu¬
da de valor inestimable. Éste exigió disponer de Algeciras como base de ope¬
raciones, iniciando su recuperación de España para el islam, en sucesivas
expediciones, realizadas a partir del norte de África desde 1086.
El imperio almorávide
de la paz, que debían ser pagados anualmente y que durante los años cen¬
trales del siglo xi representaron cantidades considerables.
En sus memorias Abd Allah, el último rey zirí de Granada, trata de jus¬
tificar esta fiscalidad renovada, compleja y necesaria para poder mantener
los ejércitos de mercenarios (hasam) a sueldo. Los abusos fiscales explican
el descontento de la población, el rechazo de los impuestos ilegales (maga-
rim) y el apoyo prestado a los almorávides, restablecedores del orden canó¬
nico en el seno del islam. Pero tampoco cabe suponer que todos los reyes
de Taifas procedieran del mismo modo. Mujahid de Denia, por ejemplo,
al ocupar Mallorca hacia 1014, se dispuso, según refiere Ibn al-Jatib, a con¬
trolar la cría de ganado caballar, ordenó que se hiciera un censo de anima¬
les y fijó su pago en cinco dinares por yegua, con lo cual no perjudicaba
mucho a los criadores y obtenía nuevos ingresos para la Península.
Uno de los aspectos económicos que más se beneficiaron de la intensifi¬
cación de los contactos con Oriente, a través de las peregrinaciones a La
Meca, fue el comercio de exportación de productos manufacturados en Es¬
paña. Se exportaban cobertores de Chinchilla, tapices de Baza y de Calse-
na, pieles de cibelina de Zaragoza, cerámicas de Málaga, joyas cinceladas
y cordobanes de Córdoba, armas de Toledo, papel de Játiva, telas de Al¬
mería, etc. Las facilidades de exportación y la aceptación de estos produc¬
tos en los mercados de Oriente constituyeron un estímulo para el desarrollo
del artesanado hispano.
y de educar a los hijos e hijas. Existen en los hogares pudientes no sólo es¬
clavas, sino también sirvientas y nodrizas a sueldo.
Se reconoce a la mujer islámica capacidad jurídica para acudir, sola o
con su marido, ante el juez, presentar una querella y litigar, y pedir el con¬
sejo o asesoramiento de abogados. Aunque la mayoría de pleitos tienen lu¬
gar entre varones.
El arte de los primeros reinos de Taifas es menos conocido que el de
las etapas anteriores, si bien la arqueología, en los últimos años, nos está
proporcionando elementos valiosos para su estudio, desde las viviendas que
afloran en los poblados de Cieza o de Mértola, entre otros, hasta las del
interior de la Alcazaba de Málaga; se trata de viviendas de reducidas pro¬
porciones en general, aunque con muros estucados y pintados, con zócalos
rojizos y paredes decoradas con motivos geométricos y florales. El Alcázar
de Sevilla y el palacio de la Aljafería, en Zaragoza, son los mejores monu¬
mentos conservados del arte de los Taifas, pero junto a ellos van aparecien¬
do los restos de otros, como el castillo de Balaguer, cuya decoración
preciosista representa una continuación del mejor arte califal, con tenden¬
cia a la complejidad que podría calificarse de barroca.
doba, o la del faquí y cadí Abu Abd Allah Muhammad ibn Asbag, conoci¬
do por Ibn Munasif y autor de un apreciado poema.
Desde 1087 los almorávides cuentan con moneda propia, de oro y plata,
figurando el nombre de Yusuf en ella. Sus dirhemes de plata son de cali¬
dad, revelan la consolidación de su economía que permite abaratar los pre¬
cios. Ibn Abi Zar pondera que en tiempo de los almorávides el trigo llegó
a venderse muy barato: cuatro cargas (awsad) por medio mizcal (medio di¬
ñar), y la fruta, ocho awsaq (grandes cestas) por medio mizcal. Las legum¬
bres, cultivadas en los huertos familiares, no se compraban ni vendían.
Las autoridades almorávides cobraban sólo a sus súbditos el impuesto
ritual (zakat) o limosna legal, y el diezmo o la capitación (yizzia), imposi¬
ción habitual, pero no el impuesto territorial (jaradj), ni menos las ayudas
(ma’una), ni los impuestos considerados ilegales (taqsit) de la época de los
Taifas, que fueron suprimidos, como tampoco la carga del Majcen. De este
modo la presión tributaria alcanzada en el siglo XI en los diversos reinos,
fue aligerada y las gentes aceptaron con agrado el gobierno almorávide.
Aunque los almorávides no se distinguieron precisamente por un eleva¬
do nivel cultural, en su tiempo se construyeron no sólo fortificaciones y nue¬
vas alcazabas o nuevas murallas urbanas, sino mezquitas —las crónicas
mencionan de 1.300 a 2.000 mezquitas con sus alminares en los territorios
dominados—, baños, alhóndigas y molinos, embelleciendo zocos, calles y
viviendas. El registro de fenómenos de la naturaleza en las crónicas de la
época como síntoma de una preocupación cultural no resulta insólito. En
el Rawd al-Qirtas de Ibn Abi Zar, varias veces aludido en estas páginas,
por ejemplo, consta la aparición de un cometa en Occidente en 1072, un
eclipse de sol el 8 de octubre de 1078 y un gran terremoto entre noviembre
y diciembre de 1079.
7. LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES:
LEÓN Y CASTILLA
nuevo por el monarca cristiano y permitía a éste obtener unos ingresos con¬
siderables en metálico. De al-Mutadid obtuvo asimismo el compromiso de
entregar el cuerpo de la mártir romana Santa Justa, si bien estas reliquias
fueron sustituidas luego por las de San Isidoro, llevadas a la ciudad de León
por el obispo Ordoño de Astorga. También en el este, se obligó al pago de
«parias» el rey moro de Zaragoza. Mientras los cruzados de Guillermo de
Montreuil tomaban Barbastro (1064), recuperado por al-Muctadir en 1065.
Finalmente, inició Fernando I una campaña contra el reino musulmán de
Valencia, derrotando en Paterna al grueso del ejército islamita y asedian¬
do, por dos veces, la capital, que no pudo tomar a causa de tener que em¬
prender su regreso hacia la ciudad de León, precipitadamente, por sentirse
enfermo de gravedad, y en efecto, murió a los cuatro días en León (1065),
habiendo recuperado para la cristiandad, además de los territorios mencio¬
nados, los restos de San Isidoro, el ilustre obispo sevillano de la época visi¬
goda, que el soberano islamita de Sevilla le había entregado al declararse
vasallo del castellano y habían sido trasladados como hemos apuntado, con
gran solemnidad a la basílica de San Juan de León en 1063.
Con Fernando I se introdujeron en la cancillería de León-Castilla los
usos de la de Navarra de inspiración franca. Y además, en el concilio de
Coyanza (Valencia de don Juan), asamblea eclesiástica a la vez que curia
regia de carácter extraordinario, de la cual volveremos a hablar, se decreta¬
ron nuevas leyes para el reino leonés (1055), mejor adaptadas a las necesi¬
dades de los nuevos tiempos. Fernando I, que dejó grato recuerdo en las
crónicas, dividió sus reinos entre sus hijos, siguiendo el concepto patrimo¬
nial de la realeza heredado de Navarra. Cedió a su hijo Sancho el reino de
Castilla y las parias zaragozanas; a su hijo Alfonso le heredó con el reino
de León y las parias de Toledo; a García le otorgó el reino de Galicia y nor¬
te de Portugal, con las parias de Badajoz y de Sevilla; y a sus dos hijas,
Urraca y Elvira, les traspasó los señoríos de los monasterios regios de todos
sus reinos, que pasarían a constituir un «infantazgo» (o dotación de infan¬
tas), en tanto que éstas permanecieran solteras.
Las funestas consecuencias de esta división de los reinos y territorios rea¬
les no tardaron en ponerse de manifiesto. Sancho II (1065-1072), el primo¬
génito de Fernando I y su heredero en Castilla, disconforme con el reparto,
atacó a su hermano menor García, quien tuvo que refugiarse en la Taifa
de Sevilla, y después venció en Golpejera a Alfonso, que se vio precisado
a huir a Toledo (1072). Libre de sus dos hermanos, Sancho II había reuni¬
do bajo su cetro los tres reinos de Galicia, León y Castilla cuando supo que
su hermana Urraca, fortificada en Zamora, planeaba la sublevación de los
leoneses. Asedió el rey la plaza y los sitiados se valieron del caballero Velli¬
do Adolfo para asesinar a Sancho (1072).
210 MANUEL RIU RIU
a Alfonso, y éste pudo titularse «señor de las gentes de las dos religiones»
y, como hemos anticipado, «emperador de toda España» (Totius Hispa-
niae Imperator).
Tropas leonesas marcharon a Valencia para dar cumplimiento a la pala¬
bra dada por Alfonso VI a al-Qadir. Éste fue entronizado en Valencia y
Alfonso VI asedió Zaragoza, dispuesto a rendir la plaza. En tales circuns¬
tancias los musulmanes de Badajoz, Sevilla y Granada solicitaron la ayuda
de los almorávides norteafricanos, ante el temor de que los ejércitos cristia¬
nos acabaran conquistando sus territorios. Yusuf, caudillo de los almorávi¬
des, pasó en efecto —como se recordará— con sus tropas a España y derrotó
a Alfonso VI en la batalla de Zalaca o Sagrajas, en 1086. La derrota de
Sagrajas señala para Alfonso el inicio de una serie de años desgraciados.
Después de contener los avances cristianos por las Extremaduras, los almo¬
rávides prosiguieron hacia el norte. Un ejército de cruzados franceses llegó
entonces hasta el Ebro; en él figuraban entre otros caballeros los nobles Rai¬
mundo de Tolosa y Enrique de Borgoña, que se convertirían en yernos de
Alfonso VI al casar con sus hijas Elvira y Teresa.
A Enrique de Borgoña (T1114) y a Teresa les cedió Alfonso el territo¬
rio del condado de Portugal (1095), en plena propiedad y con poder para
transmitirlo a sus herederos. Los reyes de Taifas hispánicos no tardaron en
darse cuenta de la opresión de que eran objeto por parte de sus valedores
los almorávides, e intentaron pactar de nuevo con Alfonso VI, quien con¬
seguía del de Badajoz las plazas de Santarem, Lisboa y Cintra (1093). Sevi¬
lla y Granada, mientras, se veían sometidas a Yusuf, el dominador
almorávide, quien acabaría también apoderándose de Valencia, después de
la muerte del Cid (1102) y aun venció a las tropas leonesas en Uclés (1108),
afirmando su dominio sobre la España islámica y paralizando los intentos
reconquistadores de los reinos cristianos en al-Andalus.
Se ha podido afirmar que hasta el siglo XI la civilización hispánica, tanto
en el norte como en el sur, tuvo, salvo en muy cortas etapas, un carácter
contemporizador y comprensivo que permitió las influencias mutuas y el
intercambio cultural, y que fueron los almorávides, llegados a España con
el impulso evangelizador de los nuevos creyentes islamitas, quienes destro¬
zaron la civilización de al-Andalus y trajeron consigo una barbarización en
el saber y en las costumbres. De todas formas, cabe pensar que más allá
de las persecuciones e intransigencias, que causaron no pocos daños irrepa¬
rables, permaneció vivo un rescoldo cultural que recogerían las nuevas ge¬
neraciones judías, cristianas e islamitas.
212 MANUEL RIU RIU
los musulmanes, ocupada por los almohades (1157) que, como antes hicie¬
ran los almorávides, empezaban a ampliar su imperio mediante la anexión
de la España islámica a sus dominios del norte de África. En vano intentó
Alfonso VII socorrer la plaza, muriendo poco después.
Alfonso VII fue el último representante de la idea imperial leonesa. Des¬
pués de su muerte, los reinos cristianos peninsulares lucharían en igualdad
jerárquica y se irían repartiendo las tierras musulmanas, en el camino de
la reconquista peninsular. En estas circunstancias, poco propicias para ello,
había dispuesto Alfonso VII el reparto de sus reinos, separando de nuevo
León y Castilla, que distribuía entre sus dos hijos. Al mayor, Sancho III,
le cedía Castilla, Extremadura y Toledo; y a Fernando II, León y Galicia.
Desde 1157 León y Castilla volverían a ser reinos separados y con reyes pro¬
pios y así permanecerían hasta Fernando III el Santo (1217). El reinado de
Sancho III el Deseado duró solamente un año (1157-1158) y su hecho más
característico fue la defensa de Calatrava contra los almohades, llevada a
cabo por fray Raimundo de Fitero y fray Diego Velázquez, que daría ori¬
gen unos años después a la creación de la Orden militar de Calatrava (1164),
una de las grandes Órdenes militares hispánicas. La prematura muerte de
Sancho dejó el trono de Castilla a un niño de tres años: su hijo Alfonso VIII
(1158-1214).
En tanto que las circunstancias internas por las cuales pasaban los rei¬
nos cristianos peninsulares contribuían, tanto como los almohades, a la pa¬
ralización de la reconquista en los reinos de León y de Castilla, el conde
de Portugal Alfonso Enríquez (hijo de los condes Enrique y Teresa) que
en 1127 había empezado a titularse príncipe o infante, tomó oficialmente
el título de rey de los portugueses en 1139 y, si bien hubo de declararse en
1140 vasallo de Alfonso Vil el Emperador, y éste, primo suyo, le reconoció
el título de rey en 1143, el portugués transfirió, poco después, vasallaje al
papado (1157), comprometiéndose al pago de un tributo anual a Roma y
consiguiendo con ello que, años más tarde, el papa Alejandro III le recono¬
ciera (1179) el título real, a la vez que vinculaba los obispados portugueses
al arzobispado de Braga.
Mientras tanto Alfonso I Enríquez (1139-1 185), primer rey de Portugal
de hecho y de derecho, tomando la iniciativa en la continuación de la re¬
conquista en el occidente peninsular, ocupó Santarem y Lisboa (1147), recu¬
perando los territorios perdidos por el conde Enrique de Borgoña, su padre,
en el norte del Tajo y afianzando la frontera meridional en el valle de este
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 217
218 MANUEL RIU RIU
En los cuerpos del ejército cristiano figuraban los reyes de Castilla, Ara¬
gón y Navarra y, entre otros magnates, Diego López de Haro, señor de Viz¬
caya y alférez de Castilla. Diversos arzobispos y obispos habían acudido
con sus mesnadas feudales. Los cristianos forzaron el paso del Muradal y
en la llanura de las Navas de Tolosa, Jaén, el 16 de julio de 1212 tuvo lugar
el encuentro decisivo. Del tremendo choque salieron victoriosos los cristia¬
nos, distinguiéndose por sus proezas, según las crónicas, los tres monarcas
cristianos, uno de los cuales, el aragonés, resultó levemente herido. En días
sucesivos los cristianos ocuparon Tolosa, Baeza, Úbeda y otras plazas, pero
la peste se declaró en los campamentos e impidió la continuación de la cam¬
paña, con lo cual las fuerzas se dispersaron regresando a sus respectivos
reinos.
El triunfo de las Navas de Tolosa señala el fin del poderío almohade
en la Península. Se inicia en al-Andalus, a partir de entonces, un nuevo pro¬
ceso disgregador y reaparecen los reyes de Taifas independientes: los de Mur¬
cia, Sevilla y Granada sobresaldrían por encima de los restantes. Mientras
tanto, al año siguiente de las Navas moría Pedro II de Aragón (1213) y,
al otro, el soberano de Castilla (1214).
Alfonso VIII había casado en Tarazona, en 1170, con Leonor, hija del
monarca inglés Enrique II Plantagenet (1154-1189) y de su esposa Leonor
de Aquitania, duquesa de Gascuña y condesa de Poitiers. La dote aportada
por Leonor al matrimonio era precisamente el ducado de Gascuña, cuya
posesión fue causa de varias luchas, puesto que no se pudo conseguir pací¬
ficamente (1204-1205). Doce hijos nacieron del matrimonio de la princesa
Leonor con el rey de Castilla, entre ellos: Berenguela, la primogénita, que
casó con Alfonso IX de León y fue madre de San Fernando; Urraca, mujer
de Alfonso II de Portugal; Blanca, desposada con Luis VIII de Francia y
madre de San Luis; Leonor, esposa de Jaime I de Aragón, y Enrique, here¬
dero del reino de Castilla y último de los hijos del matrimonio.
Era muy niño todavía Enrique I (1214-1217) al morir su padre Alfon¬
so VIII y a los tres años de reinado falleció, a consecuencia de caerle en
la cabeza una teja o una piedra, cuando se hallaba jugando con sus amigos.
Su hermana mayor, Berenguela, esposa de Alfonso IX de León, fue reco¬
nocida reina. Mas ésta, que había ejercido ya la regencia sobre el joven mo¬
narca a la muerte de su madre Leonor, cediéndola luego a los condes de
Lara, renunció a la corona de Castilla en favor de su hijo Fernando, en 1217.
La renuncia parece haber sido hecha con una notable visión política, dado
que Fernando, que pasaría a la historia con el nombre de Fernando III el
Santo (1217-1252), casó con Beatriz de Suabia y, al fallecer su padre Alfon¬
so IX de León, en 1230, heredó el reino leonés, que quedaría ya unido defi¬
nitivamente al de Castilla.
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 221
En León, reino separado del de Castilla en 1157, según hemos visto, por
el testamento de Alfonso VII el Emperador, reinaron durante este tiempo
dos monarcas Fernando II (1157-1188) y Alfonso IX (1188-1230). Su terri¬
torio lo integraban, además del reino de León propiamente dicho, Astu¬
rias, el reino de Galicia y las Extremaduras fronterizas con Portugal. Los
dos reyes leoneses prosiguieron la reconquista con gran tesón. Fernando II
conquistó Yelves y Alcántara (1166), junto al Tajo; luego se enfrascó en
una lucha contra Alfonso VIII de Castilla que concluyó con la paz tratada
en los pueblos de Fresno y Lavandera (1183), en la cual se determinaban
las fronteras de ambos reinos vecinos y su colaboración futura, y a conti¬
nuación prosiguió con las huestes leonesas la reconquista. A su muerte en
1188, su hijo y sucesor Alfonso IX siguió luchando contra los almohades,
a quienes conquistó las plazas de Cáceres (1227), Mérida, Badajoz y Elvas
(1229-1230) quedando, con estas anexiones, toda la Extremadura incorpo¬
rada al reino de León. Al morir, poco después (1230) Alfonso IX, su reino
quedaba de nuevo unido al de Castilla, del cual ya era rey su hijo Fernan¬
do, y la idea imperial leonesa fue olvidada.
8. LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES
DESDE 1035
Alfonso I el Batallador
rido para su hija, Ramiro dejaba sentadas las bases para la creación en el
oriente peninsular de un fuerte estado: Aragón y Cataluña, que iban a pro¬
seguir juntas su ruta en la Historia, mientras el reino de Navarra seguía su
propio camino.
CASA DE BARCELONA,
CONDES DE BARCELONA, REYES DE ARAGÓN,
CONDES DE PROVENZA, SIGLOS XII-XIII
Ramón Berenguer III
m.1131
Conde de Barcelona: 1096-1131
Casa con Dulce de Provenza (1112)
© Conde de Provenza (R.B.I.): 1113-1131
..1.: ' ' -,
r
Ramón Berenguer IV Berenguer Raimond m. 1144
m. 1162 (2) Conde de Provenza: 1131-1144
Conde de Barcelona 1131-1162 casa con Beatriz de Melguen
(3) Conde de Provenza (R.B.H.): 1144-1162
casa con Petronila de Aragón (1150)
Ramón Berenguer III el Joven m. 1166
Principe de Aragón 1150-1162
(4) Conde.de Provenza 1162-1166
casa con Rlchilda, nieta del Emperador,
y sólo tienen una hija: Dulce (m. 1172).
T
Alfonso II Pedro = Raimond Dulce Sancho
m. 1196 Berenguer IV casa con Sancho I m. 1225
© Rey de Aragón: 1162-1196 m. 1181 Rey de Portugal ©Conde de Provenza
Conde de Provenza: 1166-1168 © Conde de Provenza ÍÍ81-YlÓ5
' '(fj (Alt. I)'l1¿6-1196. 'de 1168 a'llól
I
Pedro II Ferrán Constanza Leonor Sancia
Rey de Aragón abad de m.1222 m. 1227, m.1249
1196-1213 Montearagón casa: casa: Raimond VI casa con Raimond Vil
Tutor de Raimond Conde de Toulousse Conde de Toulousse
Berenguer V
(1209)
Alfonso II 1,° Emerlc, Rey de Hungría
1182-1209 2 ° Federico II (1209)
® Conde de Provenza
Vi 96-1209'
casa con Garsenda
de Forcalquier
pte. filie de Guillaume IV
(1193)
^-
Ramón Berenguer V Garsenda
1205-1245 casa con Guillem de Monteada
© Conde de Provenza Vizconde de Bearn (1224)
’ 1209-1245
,1 _
1 1
Dos hijos Leonor Beatriz de Provenza
fallecidos jóvenes casa con Enrique III . m. 1267
de Inglaterra casa con Carlos de Anjou
(1236) (1246)
Margeirita
1221-1 295
casa con Luis IX Sancia
Rey de Francia casa con Ricardo
(1234) de Cornualles (1243)
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 233
Agradecido el castellano por tan valioso apoyo, dispensó a Aragón del va¬
sallaje que desde el tratado de Tudellén (1151) prestaba a Castilla, como
reino feudatario. Dicha anulación se hizo en el famoso tratado de Cazorla
(1179) que, como ya hemos indicado, fijaba asimismo los límites de la ex¬
pansión reconquistadora de ambas coronas, taponando a Aragón el paso
hacia el mediodía peninsular.
Los comunes de Daroca y de Teruel, y el señorío de Albarracín, serían
desde ahora los principales defensores de la frontera, centros organizado¬
res de las cabalgadas en tierras islámicas que proporcionaban botín y que
formarían los almogávares, quienes no tardarían en adentrarse por Valen¬
cia y Murcia, colaborando y a veces compitiendo con las Órdenes militares.
Casó Alfonso II con Sancha, hija de Alfonso VII de Castilla, y de ella
tuvo a los dos herederos: Pedro y Alfonso. Antes de morir, en 1196, deci¬
dió el monarca aragonés la división de sus dominios entre sus dos hijos ma¬
yores, otorgando a Pedro el reino de Aragón y el principado de Cataluña;
y los condados de Pallars, Rosellón, Provenza, Montpeller, Rodez y otros
señoríos franceses, al menor, Alfonso.
Sancho VII (1234), tres años después del tratado de Tudela, designó suce¬
sor suyo a su sobrino Teobaldo de Champaña, con lo cual el reino de Nava¬
rra entraría de lleno en la órbita de Francia, no volviendo a intervenir en
los asuntos de los restantes reinos peninsulares hasta mucho tiempo des¬
pués tras establecer con ellos una paz duradera. Con la nueva dinastía se
introdujeron en Navarra, asimismo, cambios institucionales y económicos.
9. EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE
CASTILLA
242 MANUEL RIU RIU
en Marruecos surgía una vez más otra fuerza disidente, la de los Banu Ma¬
rín o benimerines, que no tardaría en prevalecer y en intervenir también en
España.
A Muhammad ibn Yaqub le sucedió su hijo Yusuf II (1213-1224), muy
joven todavía, que no se movió de Marraquex, enviando a España a sus
tíos Abu Abd Allah, como gobernador de Valencia y Játiva, y Abu Mu¬
hammad, como gobernador de Murcia y sus territorios. Otro tío suyo,
Abu-l-Alá fue gobernador de Sevilla y edificó la Torre del Oro (1220) para
vigilar las orillas del río Guadalquivir y proteger la ciudad de ataques
enemigos.
Para suceder a Yusuf II fue elegido su tío abuelo, el anciano Abu Mu¬
hammad Abd al-Wahid (1224), quien reinó sólo unos ocho meses (de enero
a agosto) y no fue reconocido en Murcia, gobernada por su sobrino Abu
Muhamad Abd Allah (que tomó el título de al-Adil). Abd al-Wahid fue des¬
tronado y muerto, a pesar de haber abdicado en favor de al-Adil. Al-Adil
(1224-1227) fue reconocido en la mayor parte de al-Andalus y también en
el Magrib, pero no en Ifriquiyya, ni en Valencia, Játiva y Denia, goberna¬
das por el said Abu Zayd, quien en 1225 prestó homenaje a Fernando III
el Santo. Un hermano de Abu Zayd, Abu Muhammad al-Bayasí (el Baeza-
no), se sublevó también en Baeza, se proclamó a sí mismo califa (1224) y
fue reconocido por los habitantes de Baeza, Córdoba, Jaén, Quesada y las
fortalezas de la Frontera Media.
El imperio almohade se estaba fraccionando. De inmediato comenza¬
ron las luchas entre las distintas fracciones, con intervención de Alfonso IX,
que obtuvo del Baezano las plazas de Baeza y Quesada a cambio de un soco¬
rro de 20.000 jinetes, y también del hermano del propio al-Adil, Abu-l-Alá
Idris al-Mamún (1227-1232), quien fue asimismo reconocido en Sevilla, en
todo al-Andalus y en Ceuta y Tánger cuando se negó a prestar homenaje
a su hermano al-Adil.
Muerto al-Adil en 1227, estrangulado, fue proclamado califa de los al¬
mohades Yahya ibn al-Nasir, llamado Abu Zakariya y también al-Muctasim
bilah (el protegido de Allah), un sobrino de al-Mamún. Pero los árabes jult
y las cabilas de los haskura se mantuvieron en la obediencia de al-Mamún
y derrotaron a las tropas de Yahya, quien se vio precisado a refugiarse en
el Atlas, en Tinmallal (1229), y murió traicionado pocos años más tarde (1236).
Mientras tanto, en 1231, todo al-Andalus había dejado de pertenecer al do¬
minio de los almohades, pues se apoderó de él Ibn Hud, que se había pro¬
clamado rey, e incluso Ceuta se le sometió. Al-Mamún, el hijo de al-Mansur,
se había quedado sólo con Marruecos y se dedicó a desarraigar de sus gen¬
tes la doctrina de los almohades, mandó suprimir el nombre de al-Mahdi
en la oración pública de los viernes, hizo ajusticiar a muchos reticentes y
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 247
del privilegio de exención, como el cadí de Sevilla, Abu Bakr ibn al-Arabí
(1148), por haber prestado su colaboración a los nuevos dominadores.
Abd al-Mumin, en 1159, hizo medir Ifriquiyya y al-Magrib, en parasan-
gas y millas, para adecuar la contribución a las propiedades. La zona de
las montañas (bosques, ríos, salitrales, caminos y precipicios), que repre¬
sentaba una tercera parte del territorio, no se midió y en el resto se estable¬
ció el impuesto territorial (jaray), obligando a cada cabila a entregar una
cantidad proporcional de cereales y de dinero de acuerdo con sus tierras.
También Abu Yaqub Yusuf se contentó con percibir el jaray, sin imposi¬
ciones arbitrarias, ni injustas (makus), y con ello aumentó la riqueza del
país, logrando la paz y seguridad en los caminos, según cuentan sus apolo¬
gistas.
A esta política impositiva moderada le siguió una reforma monetaria
importante, obra de Abu Yusuf Yaqub al-Mansur, quien en 1185 ordenó
doblar el peso del diñar de oro, que pasaría de 2,36 gramos (peso que te¬
nían los dinares de Abd al-Mumin y de Yusuf I) a pesar 4,72 gramos, equi¬
parándose con el peso de los dinares orientales. Con esta reforma, el «peso
doble» de las monedas hizo que se llamaran «doblas» o «doblones» entre
los cristianos de al-Andalus, y sus imitaciones posteriores. Otra caracterís¬
tica peculiar fue la inscripción enmarcada en cuadrados inscritos dentro del
perímetro circular, en los dinares, y la forma cuadrada de los pequeños dir-
hemes de plata, hasta que al-Mamun, en torno de 1230, decretó la supre¬
sión de esta forma y la vuelta a la forma redonda. Abundan las acuñaciones
anónimas, con una simple invocación religiosa, procedentes de las cecas de
Córdoba, Sevilla, Jaén, Baza, Valencia, Ceuta, Jerez, Granada, Málaga,
Murcia y Mallorca.
Los almohades emprendieron obras de regadío para mejorar la agricul¬
tura, como por ejemplo el montaje de norias para hacer subir el agua del
Guadalquivir, en 1196. En al-Andalus, además del cultivo generalizado de
cereales (trigo, avena, cebada...) y leguminosas (especialmente habas), consta
la existencia de viñedos, un poco por todas partes, y la de numerosos árbo¬
les frutales: higueras (especialmente apreciadas las de Málaga), manzanos,
perales, granados, etc. Los alcornoques del valle de los Pedroches produ¬
cían bellotas de calidad. Los olivares de la zona de Arcos de la Frontera
tenían fama. El aceite de Ajarafe, de gran calidad, prensado en las almaza¬
ras locales, se exportaba desde Sevilla a los puertos del Magrib, y por vía
terrestre a numerosos mercados. El algodón se producía, asimismo, en Gua-
dix y en la zona de Sevilla y se exportaba al África Menor. Las plantaciones
de caña de azúcar de Sevilla y Granada eran también importantes. Las huer¬
tas de Valencia y Murcia consta que se regaban con canales subterráneos.
Se producía, asimismo, azafrán en Baeza y lino en abundancia en los llanos
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 251
mayor), cerámica, yeso y cal; objetos de oro, plata, cobre y hierro, herra¬
duras de caballos, armas, paños de muy diversas clases y telas, zapatos, etc.
Los diversos oficios artesanos se hallaban agrupados en calles y barrios, don¬
de los talleres abrían sus puertas a la calle y se trabajaba a la vista de los
transeúntes.
Abu Yusuf Yaqub hizo construir en Sevilla, en 1196, un zoco cerrado
con cuatro grandes puertas, una a cada lado, con sus tiendas, e hizo que
fueran a establecerse allí los perfumistas, drogueros, especieros, comerciantes
de telas, sastres, etc. Los puestos eran de alquiler, pues el zoco pertenecía
a la casa real, pero las gentes pujaban para obtenerlos y con ello obtuvo
el príncipe considerables ingresos.
Muhammad ibn Tumart (TI 130), fundador del imperio almohade, fue
de origen humilde y oriundo de una de las cabilas de los masmuda magri-
bíes, viajó a Oriente y allí recopiló tradiciones referentes al Profeta del is¬
lam, y estudió los fundamentos y dogmas del islamismo con Abu Hamid
al-Gazzali. Vuelto al Magrib en 1116, se dedicó a predicar por los zocos
y calles, presentándose como al-Mahdi, el esperado, anunciando la unici¬
dad de Dios y manifestando su propósito de instaurar un nuevo califato,
«prohibiendo lo pecaminoso, derramando el vino y rompiendo los instru¬
mentos de placer», deseoso de devolver a los musulmanes la pureza origi¬
naria. Sus seguidores recibieron el nombre de al-mohades, «los unitarios».
Eligió diez compañeros (en Tinmallal, 1121) para formar con ellos el primer
Consejo, se proclamó imam, con lo cual se aproximaba a las sectas chiíes,
e invitó a las cabilas bereberes a reconocer su autoridad y seguirle. Otros
cincuenta compañeros y jeques constituyeron el Consejo de los Cincuenta,
consejo de gobierno de los almohades. Con esta organización embrionaria
empezó a predicar la lucha contra los almorávides, considerándoles impíos
y herejes, acentuó la unicidad de Dios, tradicional en el islam, y dio co¬
mienzo a la conquista de su propio imperio, repartiendo el botín obtenido
entre sus seguidores.
Las manifestaciones de rigor y piedad se tradujeron en obras perennes.
Abd al-Mumin, en 1156, podía ordenar ya la restauración de las mezquitas
del imperio almohade, a la vez que obligaba a quemar los libros de juris¬
prudencia (furu) y a estudiar la tradición propia de los almohades, estable¬
cida a partir de los escritos de Ibn Tumart, que venía a sustituir a la sunna
o tradición ortodoxa sunní. Otras manifestaciones de piedad tuvieron por
efecto el granjearse el aprecio del pueblo, tales como el donativo de 100.000
MANUEL RIU RIU
254
La cancillería
La administración
vir a las nuevas villas cuando podían librarse de sus señores, desde ellas cul¬
tivaban los campos próximos, o la huerta inmediata, o aprendían oficios
y se dedicaban a la industria y al comercio como prácticas más rentables.
El mercader y el artesano se consideraban de condición libre, y con fueros
propios, que constituían su mejor garantía de libertad, crecían estos cen¬
tros urbanos y organizaban su vida municipal.
Las antiguas ciudades de época romana vuelven a florecer entre los si¬
glos xi y xm y surgen nuevos núcleos urbanos en torno de los castillos y
fortalezas, iglesias y monasterios, rodeándose de murallas y fosos. En toda
España muchos de estos núcleos seguirían teniendo un carácter fundamen¬
talmente rural. Muy pronto barrios foráneos nuevos, burgos y suburbios
surgen en torno de los muros antiguos o recientes, y se establecen mercados
para los intercambios comerciales. El fuero de León, que se ha considerado
la primera ley territorial de la reconquista, fue promulgado en las curias
de 1017 y 1020. Jaca consiguió su fuero en 1063 y Logroño lo obtuvo en
1095. A partir de este momento los fueros proliferaron. Con frecuencia acep¬
tando los ya existentes, con escasas modificaciones, y creando auténticas
familias de fueros: Sepúlveda, Teruel, Cuenca...
Cuando la burguesía se fue dando cuenta de su poder intentó alcanzar
la emancipación plena del gobierno señorial. Tal fue, por ejemplo, el caso
de los burgueses compostelanos que, reunidos en «hermandad», se revolu¬
cionaron, a comienzos del siglo XII, contra el señorío que sobre la ciudad
de Santiago ejercía el obispo Gelmírez. Ciudades y villas se iban constitu¬
yendo en municipios o concejos, buscando conseguir una personalidad
político-administrativa propia e independiente, bajo normas de organiza¬
ción y gobierno aceptadas por la comunidad urbana. También se formó,
paralelamente, el municipio rural, constituido por la comunidad rural, cu¬
yos vecinos se reunían en asamblea o concejo (concilium), en la plaza o ex¬
planada de la iglesia, bajo su atrio o en el recinto del cementerio, convocados
a son de campana o de otro instrumento sonoro, para tratar de los asuntos
comunes. De ordinario, en Castilla y en León, a estas reuniones del concejo
asistían obligatoriamente todos los vecinos o cabezas de familia. En Cata¬
luña, en cambio, con mayor frecuencia, se reúnen sólo los principales del
lugar (los probi homines o boni hornines, «hombres probos» u «hombres
buenos»). El concilium o concejo suele nombrar un juez para presidirle y
aplicar el «fuero», y uno o dos alcaldes para la administración de justicia
en el lugar.
Junto con el concejo o asamblea vecinal contribuyen a originar el muni¬
cipio: la celebración de mercados semanales y el trato con mercaderes «pri¬
vilegiados» (o sea, de lugares que gozan de exenciones o privilegios), la
agrupación en una parroquia común (el papel de la parroquia en la forma-
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 265
cas debieron de ser diferentes. El caso de Soria parece muy claro: la población
de la ciudad, que en 1270 contaba con 34 colaciones, en su conjunto parece
ser el resultado de la unión de varias aldeas, organizadas a su vez en cola¬
ciones en torno de iglesias dedicadas a los santos patronos que les dieron
nombre (de manera similar a la colonización germana de tierras eslavas, en
el oriente europeo), en virtud del fuero breve que les había concedido Al¬
fonso I el Batallador entre 1109 y lili. La agrupación de la colación en
torno de una iglesia dio a ésta una proyección social muy importante, y no
siempre puesta de relieve en la bibliografía reciente. En cada una de dichas
colaciones se había asentado, en sus inicios, o una familia amplia o un gru¬
po de familias, realizando una acción conjuntada y solidaria, a lo que les
obligaban las difíciles circunstancias en las cuales se realizaban las tareas
repobladoras. El fuero extenso que obtuvo Soria en 1196, confirmado por
Alfonso X en 1256, pretendía no sólo garantizar los derechos adquiridos,
sino reorganizarlos y unificarlos para que el nuevo orden garantizara la paz
interna y la convivencia.
La posible influencia de los sistemas de colonización germánicos utili¬
zados en las tierras del Elba y del Oder, y conocidos en España a través
de los caballeros que venían a combatir a los musulmanes o por medio de
los peregrinos que iban a Compostela, entre otros viajeros, es un tema ape¬
nas estudiado todavía y digno de mayor atención por parte de los investiga¬
dores españoles de la repoblación subsiguiente a la reconquista de nuevos
territorios al islam peninsular.
Entre los propietarios con bienes en Burgos, en esta época, destacan ade¬
más del propio rey, el obispo y el cabildo, varios monasterios como San
Pedro de Cardeña, San Millán de la Cogolla y San Pedro de Arlanza, Santa
María la Real (Las Huelgas) creado por Alfonso VIII en 1187 y dotado con
las nueve décimas partes de los réditos de los baños de la ciudad (en pleno
funcionamiento por lo tanto), y familias principales como los Maté o los
Sarracín, y otras de artesanos y comerciantes.
Nos hemos extendido un poco en el ejemplo de Burgos porque nos ha
parecido muy significativo. En este tiempo la fundación de núcleos de po¬
blación nuevos puede considerarse práctica habitual. La necesidad de pro¬
teger la frontera de Navarra con Castilla, por ejemplo, hace que Sancho VI
funde las villas de Laguardia (1164) donde ya existiría un punto de vigilan¬
cia, Vitoria (1181), Antoñana (1182), Bernedo (1182) y Lapuebla de Argan-
zón (1191), tratando de agrupar en núcleos murados la población dispersa
por las aldeas rurales. Y sus fueros se inspiran en el de Logroño, villa con¬
quistada en 1163.
El fuero de población otorgado en 1181 por Sancho VI de Navarra a
la villa de Vitoria, e inspirado en el de Logroño, concedía a sus habitantes
exención de impuestos para la compra de ganado y telas, eximiendo de lez-
das y portazgos a los mercaderes que acudieran a la villa, salvo en día de
mercado. De Navarra y de Aragón se traía la mayor parte del vino que se
consumía en Vitoria, aunque también la Rioja (Briones, Haro) y Treviño
aprovisionaban a la villa de caldos. A comienzos de enero de 1200, Vitoria
fue conquistada por Alfonso VIII e incorporada a Castilla, confirmándole
sus exenciones de impuestos, y antes de 1331 el alfoz de esta villa se había
extendido hasta abarcar nada menos que 45 aldeas. Estos pocos ejemplos
son suficientes para observar el papel relevante, en esta época, de los nú¬
cleos urbanos.
a estos caballeros (milites), de noble origen (nobiles genere) con bienes pro¬
pios heredados de sus padres y con poder sobre ellos. Son guerreros, com¬
batientes a caballo, y con propiedades que pueden transmitir libremente a
sus herederos. En el grupo figuran, por ejemplo, los infanzones del valle
del Bernesga en 1093. Entre los boni homines de la ciudad de León, en nú¬
mero creciente desde el siglo x, pueden destacar algunos, como cierto Pe¬
dro Arnaldi, de origen franco, que en el primer tercio del siglo XII han
conseguido sobrepasar a los caballeros villanos y figurar entre los nobiles.
Hasta qué punto hay que considerar entre los magnates a estos nobiles
urbanos que han logrado la infanzonía, es todavía un punto oscuro en los
orígenes de la nobleza. Junto a las grandes familias de magnates como los
Laínez, los Froilaz o los Alfonso, propietarios fundarios en la ciudad y en
su territorio, cabe considerar importante el papel del alto clero y de ciertos
elementos foráneos, «burgueses» con poder económico que, poco a poco,
van logrando exenciones, inmunidades y derechos realengos elevándose hasta
la infanzonía.
En el siglo XII fue fundamental el reinado de Alfonso VII para la con¬
formación de la nobleza, aunque habría notorias diferencias dentro del grupo
nobiliario, desde los grandes magnates a los simples infanzones, que po¬
dían ser pequeños caballeros locales.
Desde finales del siglo X es ya posible constatar las uniones entre los di¬
versos linajes, dueños de fortalezas y territorios en León y en Asturias. Del
linaje de los Laínez, varios de cuyos miembros fueron comités o condes de
León, surgirá el de los Froilaz, cuya cabeza, Froila Diez, fue uno de los
magnates más notables de los reinados de Alfonso VI y de Urraca. La fa¬
milia Alfonso, procedente de la Liébana, en Cantabria, tuvo el centro de
sus bienes patrimoniales en Tierra de Campos, y emparentó con el podero¬
so conde Pedro Ansúrez. De los condes de Saldaña descendía la condesa
Elvira, casada con Munio González, al mediar el siglo XI. Varios linajes leo¬
neses tenían bienes patrimoniales en Asturias, heredados de sus mayores,
en los cuales fundaron monasterios (como San Juan de Corias o Santa Ma¬
ría de Lapedo). Muchos de estos magnates, alcanzaran o no la dignidad con¬
dal, fueron dueños de villas y latifundios extendidos por varios territorios,
a caballo a veces entre León y Castilla. Las numerosas particiones de las
herencias requerían una sabia política matrimonial que las compensara, en
conexión con las instituciones religiosas. Los Osorio, los Girón y los Villa¬
lobos alcanzarían predicamento en la segunda mitad del siglo xn, integrán¬
dose en los linajes de la nobleza vieja que se mantendrían incluso con las
transformaciones del siglo XIV. De los Osorio leoneses vendría el linaje ga¬
llego de los condes de Lemos. Otros linajes desaparecerían ya en el trans¬
curso del siglo XII, tras dos o tres generaciones, por agotamiento biológico
274 MANUEL RIU RIU
vantes del mismo, quienes conseguían del rey su tenencia o mandación. Pero
en otros casos, y con mayor frecuencia en el siglo xn, era la autoridad de
que gozaban la que les permitía asentarse con firmeza en un lugar, heredar
la tenencia del mismo y reorganizarlo en beneficio propio para sentar las
bases del señorío jurisdiccional.
Ya a mediados del siglo xii vemos que los monarcas, en particular Al¬
fonso VII, conceden villas a nobles «con toda su jurisdicción, honor y de¬
rechos», redondeando de este modo los señoríos. Al pasar estas villas a
depender de la nobleza dejarían de depender de los tenentes o merinos rea¬
les, contribuyendo al desarrollo de los grandes señoríos jurisdiccionales, con
derechos sobre los habitantes de sus territorios. El proceso de señorializa-
ción, tan importante en los últimos siglos medievales, se había iniciado ya
con la consolidación de los linajes nobiliarios en el siglo xii. La evolución
de la nobleza, no obstante, no fue uniforme. Mientras unos grupos familia¬
res se extinguieron y otros se convirtieron en caballeros, o miembros de la
nobleza menor, al servicio de las grandes casas señoriales, los orígenes de
algunas de éstas pueden rastrearse, a través de la documentación conserva¬
da, hasta el siglo x.
María del Carmen Carié, al estudiar la formación de los grandes patri¬
monios en León de los siglos x al xm, ha podido seguir el rastro de varias
de estas familias relevantes y su intervención en los dominios eclesiásticos
de cabildos y monasterios.
señor, pero también se pueden redimir por dinero, y su cultivo lo harán cria¬
dos o jornaleros. En los días que trabajan para él, el señor debe alimentar
a los campesinos (con pan, vino, queso y «conducho», carne o pescado)
y entregarles cebada para que coman sus asnos cuando participan en los
trabajos. Junto a los campesinos libres y dependientes coexisten, pues, fa¬
milias de condición servil que viven como criados en las casas del dueño,
reciben de éste el alimento y se integran en su «familia».
Conocemos la gran expansión de las cabañas ganaderas en las zonas mon¬
tañosas del sur del Duero, a lo largo del siglo xii, y sus migraciones tem¬
porales a las tierras y pastizales del norte en verano, con la organización
de la trashumancia y sus vías de tránsito, a la vez que se reorganiza la agri¬
cultura de las zonas repobladas, con campos de cereal (trigo, cebada y cen¬
teno principalmente), prados, viñedos y huertas. El cultivo de las leguminosas
y el de fibras vegetales para uso artesano, como el lino y el cáñamo, se ha¬
llaba ya bastante extendido en estos momentos, y se realizaba con instru¬
mental de hierro.
(remensas, sujetos a redención o a pagar una cantidad fija por cabeza para
poder marcharse del lugar). Todo vasallo podía enajenar el feudo a un ter¬
cero, mediante el consentimiento del dueño y el pago a éste de la tercera
parte del valor de la venta (laudemio). El señor se consideraba que debía
auxilio, ayuda y protección al vasallo y éste, por su parte, le tributaba obse¬
quios, servicios y fidelidad.
La sociedad aragonesa
El despertar económico
El sistema de «parias»
tilla, el gran dominio territorial o señorío, existente tan sólo en forma rudi¬
mentaria, se iba generalizando por la Península, y vinculaba a los habitantes
y cultivadores de sus campos al señor con quien aquéllos tenían las relacio¬
nes de dependencia características del «régimen señorial». Se iba extendiendo
cada vez más el sistema de grandes señoríos latifundistas, originados en ge¬
neral por concesiones regias a magnates laicos, o a iglesias y monasterios.
Las donaciones de tierras, campos, huertas o viñas que hacían los pe¬
queños propietarios rurales a las iglesias y monasterios, para alcanzar la sal¬
vación de sus almas y ser partícipes de las gracias obtenidas con sus oraciones,
contribuyeron eficazmente a la formación de los grandes señoríos eclesiás¬
ticos. Dichas donaciones solía hacerlas el propietario en el transcurso de
su vida, reservándose el usufructo y cediendo a la Iglesia el dominio, para
que ésta pudiera disponer de ella a su muerte, o las legaba en testamento
para después de ésta. El engrandecimiento de los grandes señoríos, en de¬
trimento del minifundio, se debió también a la reducción al colonato de los
pequeños propietarios rurales cuando éstos contraían deudas o préstamos
(renovos) con un señor vecino, que luego no podían pagar o devolver. Se
dieron también casos de vecinos poderosos que se apropiaron de tierras por
la violencia, o que reunieron dos o más propiedades, por matrimonio, acre¬
centando así el patrimonio originario. El latifundismo se incrementó, pues,
por donaciones, ventas, legados, apropiaciones, o por la simple unión de
familias vecinas.
Si la repoblación, en las primeras etapas, se había hecho por particula¬
res, nobles, eclesiásticos y reyes, la repoblación de las «extremaduras» com¬
prendidas entre el Duero y el Tajo se hizo en los siglos XI y XII, con la
intervención activa de los municipios, concejos y Órdenes militares, las nue¬
vas fuerzas económicas de la época, que poseían potencial humano sufi¬
ciente para emprender dicha repoblación. El valle del Ebro, fortificado en
el primer tercio del siglo XI, fue repoblado por Alfonso I el Batallador. Poco
después, a mediados ya del siglo XII, Ramón Berenguer IV repoblaba las
comarcas de los reinos de Tortosa y Lérida, habitadas por agricultores mu¬
sulmanes que, a menudo, permanecieron en sus tierras, junto a los nuevos
pobladores francos y catalanes, aragoneses y mozárabes. Las concesiones
de fueros y de exenciones —privilegios de «inmunidad»— por parte de los
monarcas, se hicieron a menudo necesarios para conseguir el desplazamiento
de la población hacia las tierras recuperadas al islam.
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 289
El señorío y su explotación
Mercados y ferias
El comercio y la moneda
El desarrollo mercantil
tilla, Alfonso VIII en 1174 concedió la exención del pago del portazgo a los
vecinos de Nájera que acudieran a Soria, Extremadura, Burgos y todo el
reino de Castilla con sus mercancías, quedando libres para entrar o sacar
de todos estos núcleos de población los productos destinados o no a la ven¬
ta. Y el propio monarca, en 1200, otorgó asimismo este privilegio de exen¬
ción del portazgo a los vecinos de Vitoria.
Las rutas de Burgos y Soria a Nájera, y otras rutas a lo largo del Ebro
y del Tajo y de sus principales afluentes empezaban a ser frecuentadas por
mercaderes. También la apertura de la costa y los puertos cantábricos y atlán¬
ticos al gran comercio comenzó a finales del siglo xn, incrementándose a
partir de comienzos del siglo XIII al concluir la etapa de las grandes con¬
quistas peninsulares por parte de portugueses, leoneses y castellanos. En la
Gascuña inglesa, por ejemplo, y en particular en sus puertos de Bayona y
Burdeos, consta ya en 1221 actividad mercantil de los vascos, aunque no
sería hasta la segunda mitad del siglo xm cuando se incrementaría la pre¬
sencia de marinos y mercaderes vascos por las costas del Cantábrico y del
Atlántico oriental.
Por su parte, los comerciantes italianos, genoveses principalmente, des¬
de la primera mitad del siglo xii, tuvieron relaciones comerciales con las
islas Baleares y con los puertos de las costas del levante peninsular, consti¬
tuyendo Barcelona una de sus bases de operaciones. Pero ya entonces tene¬
mos noticia de un desarrollo mercantil indígena, en el que prevalece el tipo
de contrato llamado comanda, según el cual un mercader-gestor recibía una
cantidad en metálico o en mercaderías, de un socio capitalista, para reali¬
zar un viaje y negociar con ellas. Al terminar el viaje se repartían las ganan¬
cias, correspondiendo un tercio a la parte gestora y los dos tercios restantes
a la inversora. A lo largo de los siglos xi y xn este tipo de sociedad comer¬
cial se hizo más compleja, al multiplicarse el número de mercancías «enco¬
mendadas» a la parte gestora y al participar también ésta con bienes propios
en el negocio (al invertir en él parte de sus ganancias).
Cambistas y banqueros privados participaron en este tipo de sociedades
y se fueron arriesgando pequeños inversores, deseosos de aumentar sus ga¬
nancias, cuando el préstamo de dinero con interés les estaba prohibido. Por
ello, desde mediados del siglo XII, en las zonas más evolucionadas vemos
actuar ya cambistas de moneda cristianos, al lado de los judíos, y realizar
operaciones monetarias los propios mercaderes. O vemos que el mismo tipo
de sociedad se aplica para el montaje de las primeras industrias.
Un nuevo tipo de sociedad comercial, la compañía, en la cual interve¬
nían varios «compañeros», con frecuencia emparentados entre sí, con res¬
ponsabilidades compartidas en proporción al dinero invertido y a las
actividades desarrolladas, con participación conjunta, con mayor volumen
298 MANUEL RIU RIU
El despliegue artesanal
Cofradías y gremios
tal del reino se halla bajo el área de influencia del dinero de Jaca. Pero si
se revisan los documentos de Fitero, se verá que el abad Raimundo (San
Raimundo de Fitero) en 1144 compró un quiñón de tierra en Valdepera por
dos mezcales y otro quiñón se vendió en 1156 por cinco mezcales. Ya en
1144 otros cinco quiñones se habían vendido por cinco maravedíes y en 1147
una pieza de tierra, sin medidas exactas, se valoró en cuatro maravedíes.
En la zona de Fitero las tierras y los precios se valoran de modo distinto.
Con ello, tenemos otro ejemplo de la diversidad propia de la época y de
las dificultades que surgen cuando se trata de establecer comparaciones y
equivalencias.
Si de Fitero pasamos a Santo Domingo de la Calzada, en el Camino de
Santiago, hojeando su cartulario veremos que el alto precio que tenían los
molinos hidráulicos haría que se subdividieran en veces y medias veces, para
su adquisición y disfrute. Munio Álvarez, por ejemplo, hacia 1121, daba
a Santo Domingo media vez en un molino, de quince en quince días. El año
siguiente (1122) Pedro González vendía a la abadía un campo grande
(agrum), contiguo a la dehesa de Sousoto, por 100 sueldos jaqueses, mien¬
tras que a mediados de siglo, una viña y una pieza de tierra de labor de se¬
cano eran adquiridas por separado por el mismo precio: 10 sueldos. El agrum
anterior debió de tener, pues, una extensión considerable, acaso equivalen¬
te a diez piezas de cultivo de secano.
Veamos otros ejemplos, también de la documentación de Santo Domin¬
go de la Calzada. La sal que, en torno de 1156, le entregan los concejos
de Salinas, Terrazos, Fuentes y Villanueva y otros se mide por modios, se-
modios (semoios), quarteros, sesteros y eminas. Una vez obtenida, el abad
convoca al convento y ruega a los sacerdotes de la comunidad que cada año
celebren tres misas por los donantes difuntos y otras tres para los vivos,
por su salvación y tranquilidad, y añade: «Que no se diga de nosotros que
los sacerdotes comen de los pecados del pueblo y no oran por ellos.» En
el mismo ambiente, el cereal se mide (1161) en «tabladas» (tabulatas), me¬
didas de madera hechas de tablas unidas con aros de hierro, como peque¬
ños toneles. En la comarca, era la capacidad de cereal que podía recibir en
la siembra la que fijaría el precio de la tierra. Una serna en Bañares es ad¬
quirida, en 1168, por la suma de 13 maravedíes, suma importante. Otra ser¬
na, entre 1162 y 1169, con el consentimiento del convento, el abad Pedro
la dio a poblar. Se extendía desde el pozo hasta el puente y tenía una anchu¬
ra de 53 estadios. El monasterio la cedía a los posibles pobladores con la
condición de que cada uno de ellos pagara por el solar donde iba a edificar
su vivienda el censo anual de dos sueldos. Previamente, el maestro Gassión,
con su pértiga, había hecho la división de los solares, y el señor Domingo
de Cidamón hizo el reparto o distribución de solares entre los obtentores.
'
13. LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS
CRISTIANOS
La reorganización eclesiástica
cen entrega de un niño, al cumplir los siete años, para su instrucción con
miras a ingresar en el clero o en el monacato; quienes desean entrar a for¬
mar parte de la familiaritas de una iglesia, quienes buscan cobijo, alimento
y vestido al llegar a la vejez, o ante la enfermedad o el infortunio, etc. Hay
casos en que el donante retendrá en sus manos el bien ofrendado, mientras
viva, pagando un censo o renta a la institución eclesiástica, de la que se ha
hecho vasallo, y reservándose el usufructo, para sí o sus familiares inme¬
diatos, gozará de una seguridad de la que carecía ante vecinos o enemigos
peligrosos. Fórmulas diversas, con múltiples variantes, pero con finalida¬
des y resultados similares en todos los reinos hispánicos, hacen que abun¬
den los documentos de permutas, compraventas, legados, donativos y
herencias a instituciones eclesiásticas, y que les permitan, bien administra¬
das, coordinar y explotar el patrimonio, obteniendo del mismo frutos con¬
siderables, aunque los señores laicos, u otros eclesiásticos, y los propios
miembros de la realeza, no dejan de apetecerlos y de apropiárselos en cuan¬
to pueden, desafiando las penas canónicas, la excomunión y el interdicto.
Alfonso X, en 1255, recordaba a los concejos y aldeas de sus reinos de
León y Castilla la obligatoriedad del pago del diezmo (décima parte de los
frutos), de cuyos ingresos participaba el rey. Los diezmos se distribuían en¬
tonces, a partes iguales, entre el obispo, los clérigos, la iglesia que los reci¬
bía y el rey, desde que en 1247 el papa Inocencio IV otorgó los dos novenos
(22 por 100) a Fernando III el Santo para financiar la conquista de Sevilla,
aunque dicha distribución no fuera siempre rigurosa. La parte del rey se
extrajo del tercio correspondiente a la conservación del templo, manteni¬
miento del culto y socorro a pobres e indigentes.
En las iglesias propias, o privadas, la parte episcopal correspondía al
dueño, laico o eclesiástico, de las mismas, ya fuera individual o colectivo,
o también a los vecinos cuando habían sido éstos los que, a sus expensas,
procedieron a edificarlas. Desde el siglo XII los obispos intentaron recupe¬
rar para la organización parroquial estas iglesias propias, convirtiéndolas
en iglesias diocesanas o públicas, y liberándolas del patronato de los laicos
que permitía a éstos seleccionar a los clérigos que las servían entre los miem¬
bros de la familia, aunque a menudo se reservaran los viejos patronos el
derecho de presentación de dichos clérigos al prelado y éstos, una vez acep¬
tados, pasaran a depender de la autoridad del ordinario incorporándose al
clero diocesano.
Las iglesias dependientes de monaterios o de Órdenes militares, dado
que varias Órdenes religiosas (benedictinos, cluniacenses, cistercienses) go¬
zaban del privilegio de exención, o de una situación especial, solían perma¬
necer al margen de la autoridad episcopal, y fueron frecuentes los conflictos
con ésta. El concilio de Letrán de 1215, reconociendo los derechos de los
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 307
Una vez conseguida la unidad de rito con Roma, urgía en España la re¬
forma de costumbres, en particular en el bajo clero y en muchos monaste¬
rios. A ella tendió la actividad de don Bernardo, reformador de Sahagún
y luego arzobispo de Toledo (1085-1124), desde la recuperación de esta ciu¬
dad por los cristianos, quien tuvo en los cluniacenses una ayuda eficaz. Tam¬
bién el arzobispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, colaboró en
la empresa reformadora (1100-1140). En ella participaron asimismo activa¬
mente San Odón de Urgel, San Pedro de Osma y San Raimundo de Fitero,
el fundador de la Orden militar de Calatrava, entre otros.
Al comenzar el siglo XIII la Iglesia hispana se hallaba ante un período
de esplendor. La victoria de las Navas, en 1212, daba a la cristiandad un
nuevo timbre de gloria al que seguirían las conquistas de San Fernando en
Castilla y las de Jaime I en Valencia y Mallorca. Santo Domingo de Guz-
mán fundó la Orden de Predicadores para atajar la herejía albigense o cá-
tara que estaba realizando grandes progresos en el Midi y en la montaña
catalana, y San Pedro Nolasco fundó la Orden de la Merced (1218) para
la redención de cautivos. A esta última fundación colaboró también Ra¬
món de Penyafort, una de las grandes figuras de la Iglesia española del si¬
glo XIII, recopilador de las Decretales de Gregorio IX (1234), una de las
fuentes del derecho canónico que más trascendencia tuvieron.
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 315
á) La Orden de Calatrava
b) La Orden de Santiago
ció, escuchando lecturas piadosas. La comida del mediodía, sin ser muy
variada, era la más completa: consistía en verduras, pan, carne o pescado
de río (truchas y barbos). Estaban autorizadas a beber vino, en general de
la cosecha del propio convento. Adviento y Cuaresma eran tiempos de ayuno.
El noviciado solía durar tres años, después de los cuales hacían los tres
votos de pobreza, castidad y obediencia. Vestían hábito blanco con la cruz
de Santiago en el pecho, bordada en rojo. Las monjas de familia de caba¬
lleros estaban autorizadas a llevar el signo de la venera. Dormían en un dor¬
mitorio común, aunque tuvieran sus propias celdas, y la madre comendadora
guardaba la llave del mismo. Las visitas de seglares estaban minuciosamen¬
te reguladas, aunque eran imprescindibles (letrados, mayordomos, escriba¬
nos, vasallos, mercaderes, médicos, boticarios...), debiendo salir siempre
acompañadas y sólo en casos excepcionales (en particular a partir de 1300
en que el papa Bonifacio VIII, por la bula Periculoso, se lo prohibió bajo
pena de excomunión). Cuando una dueña moría, se rezaban por ella tres
padrenuestros y tres misas, era enterrada en el cementerio del claustro y se
alimentaba a un pobre durante cuarenta días. También la noche del Jueves
Santo se ofrecía cena a todos los pobres que acudieran a cada uno de los
conventos. La atención a los pobres fue una de las obligaciones de la Orden.
La Orden militar de Santiago fue regida por un maestre, a cuyas órde¬
nes se hallaba el comendador mayor (o los dos comendadores mayores, uno
para Castilla y otro para León) y los tres priores (de Pálmela en Portugal,
San Marcos en León y Uclés en Castilla), seglares los primeros y religiosos
los tres últimos, a quienes incumbía la dirección espiritual de la Orden, de
acuerdo con la regla de la misma aprobada en 1175. Otros altos cargos fue¬
ron los de clavario, obrero mayor y sacristán mayor. Los maestres conta¬
ron con el Consejo de los Trece para aconsejarse en sus principales decisiones,
y junto con los comendadores de los distintos conventos formaban el capí¬
tulo general de la Orden, que se reunía periódicamente para tomar decisio¬
nes que afectaban a la generalidad de la Orden o actualizar las reglas. Cada
convento estaba integrado por un número de caballeros o freires y los fami¬
liares adscritos al mismo. Algunos caballeros dependían directamente del
maestro y administraban los castillos y bienes dependientes de la mensa maes¬
tral. La Orden militar de Santiago tuvo conventos, hospitales, castillos y
otros bienes desde el extremo de Galicia a Cataluña, y desde León hasta
la frontera del reino de Granada, con castillos como los de Tavera, Aya-
monte, Estepa, Huéscar, Galera, Orce y Aledo... y conventos como los de
Salamanca, Buitrago, Montalbán, Montánchez o Mértola.
320 MANUEL RIU RIU
c) Orden de Alcántara
Como han señalado distintos autores, entre ellos José Luis Martín, «en
las zonas ocupadas por el islam hubo siempre comunidades de cristianos,
mozárabes; en los territorios incorporados por León y Castilla sobrevivie¬
ron grupos de musulmanes o mudéjares, y tanto en la zona cristiana como
en la musulmana, habitaron numerosos judíos, agrupados en aljamas».
Las comunidades mozárabes solían conservar su cultura, su organiza¬
ción y sus iglesias, cuando las tierras en que vivían fueron ocupadas por
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 321
los cristianos del norte, y no se confundieron con ellos. En Toledo, por ejem¬
plo, iban a subsistir, desde 1085, varias parroquias mozárabes junto a las
de nueva creación, agrupando la población cristiana de distinto origen. Y
los mozárabes, por su conocimiento del árabe, realizarían una gran labor
cultural en los siglos xii y xm, traduciendo del árabe al latín y al castella¬
no numerosas obras.
Igualmente los mudéjares, organizados en barrios y aljamas, con sus mez¬
quitas, permanecerían agrupados en los pueblos de las zonas reconquista¬
das por los cristianos, continuando sus tradiciones propias y sus labores
agrícolas y artesanas, hasta el siglo xvii en que se produjo la expulsión. Las
morerías, o barrios moros, de Ávila, Burgos, Palencia, Segovia, Soria o Va-
lladolid, o las de otras ciudades de Aragón, como Zaragoza y Teruel, o como
la propia Valencia desde su reconquista, continuarían su vida sin interrup¬
ción, en un régimen de libertad. Otros moros, cautivos o esclavos, perma¬
necían presos a la espera del rescate o del cambio por cautivos cristianos,
o vivían en casa de sus dueños y trabajaban para ellos, que podían manu¬
mitirlos, venderlos, comprarlos o cambiarlos. A pesar de las normas del de¬
recho canónico sobre la relación de cristianos con judíos y sarracenos, la
situación peculiar de España facilitaba la convivencia.
Las leyes civiles y eclesiásticas protegían a los judíos que, aun viviendo
separados en aljamas con sus rabinos y sus sinagogas, gozaban de determi¬
nados privilegios, como el de practicar libremente el judaismo, pero se les
prohibía el hacer proselitismo y, para que no se confundieran con los cris¬
tianos, se les obligaría a llevar determinados signos en el vestido. Los ju¬
díos debían relacionarse con los cristianos, aun viviendo en barrios separados,
porque ejercían la medicina y se dedicaban al comercio, al cambio de mo¬
nedas y al préstamo, o eran arrendadores y recaudadores de tributos lo cual
les garantizaba la protección real y episcopal, pero les granjeaba la animad¬
versión de los cristianos, aunque legalmente se les equiparara a ellos. Con
todo, existen asimismo numerosos testimonios de convivencia y su papel
era indudablemente útil a la sociedad, aunque en ocasiones fueran perse¬
guidos en al-Andalus y en los reinos cristianos.
\
14. CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS
La poesía en romance
y Fernando III (desde 1158 hasta 1236 tan sólo) es de especial interés la
Crónica latina de los reyes de Castilla, escrita hacia 1236, al parecer por
Domingo, obispo de Plasencia, o por Juan, obispo de Osma. En la misma
fecha concluyó su Chronicon Mundi don Lucas, obispo de Tuy (y por esta
circunstancia llamado El Tudense). Se la encargó doña Berenguela y, a pe¬
tición suya también, se redactó dándole ese carácter «universal» que debía
incluir a todos los reinos hispánicos. Esta última obra, dividida en cuatro
libros, se ha considerado falta de crítica y excesivamente crédula, aprove¬
chando las fuentes que utiliza sin las matizaciones y reservas que éstas a
veces señalan en sus informaciones, sustituidas con frecuencia por afirma¬
ciones rotundas sin razón para ello. No obstante, también se ha señalado
que el cuarto y último libro es el que contiene observaciones más directas
y veraces. Probablemente por haber participado el propio autor en las ges¬
tas que narra.
A la Crónica latina de los reyes de Castilla a la cual antes hemos aludi¬
do, la historiografía posterior no le ha prestado la atención debida. La tra¬
ducción reciente de Luis Charlo Brea permite esperar que su información
sea mejor aprovechada. Puesto que proporciona detalles o impresiones del
mayor interés para el estudio de los preparativos y resultados de Alarcos
y de las Navas. El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada
(11807-1247), escribió la Historia Gothica, desde Jafet hasta su tiempo
(1243), que tuvo mejor suerte. Siguiendo los deseos de Fernando III, quien
le encargó su confección con carácter oficial, supervalora en ella la influen¬
cia germánica en España (de la cual Castilla se siente depositaría y herede¬
ra), pero utiliza a la vez fuentes árabes, incorporando con ello valiosos datos
a la historiografía cristiana de la Reconquista. Preciso es recordar que estas
crónicas eran ya las últimas que se escribirían en latín. En lo sucesivo las
lenguas romances serían preferidas como vehículo historiográfico.
La historiografía de Navarra, Aragón y Cataluña es escasa para este pe¬
ríodo. Parece iniciarse con un Chronicon aragonés del siglo xii, conserva¬
do según Muñoz y Romero en El Escorial, que llega hasta la muerte de
Ramiro II en 1137. Síguele el conjunto de Coronicas navarras, inserto al
final del Fuero General de Navarra, publicadas por Antonio Ubieto y escri¬
tas, por lo menos en su parte más vieja, antes de 1162. Fueron reelaboradas
en romance navarro entre los años 1205 y 1209. De ellas forma parte el lina¬
je de Rodric Díaz el Campeador y alcanzan hasta la muerte de Alfonso II
de Aragón en 1196. Para la cronología del siglo XII interesa asimismo el
Chronicon Rivipullense fruto del scriptorium del monasterio de Santa Ma¬
ría de Ripoll y que llega hasta 1191. Y mención especial cabe hacer también
del Líber Regum, «Libro de los Reyes» o Chronicon Villarense, redactado
entre 1194 y 1211, acaso por un monje de Fitero, en romance navarro y
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 331
fil de la arqueta de San Millán (1067), las miniaturas de algunas Biblias como
las de Farfa y de Sant Pere de Rodes atribuidas al scriptorium de Ripoll,
Beatos como los de Burgo de Osma y del Museo Arqueológico Nacional,
la labor de los orfebres en el Arca Santa de plata repujada de la catedral
de Oviedo (1075) y en tantas otras piezas aparecen ya incorporadas al nue¬
vo estilo y a sus características formales.
En escultura y en pintura los talleres de León, de Jaca o de Santiago
de Compostela rivalizan en obras máximas como pueden ser la basílica de
San Isidoro de León (1101), o las catedrales de Jaca y de Santiago de
Compostela (1075 a 1124). En la catedral de Santiago, construida por los
maestros Roberto y Bernardo, el arte románico español alcanza vuelos im¬
previstos; con ella está estrechamente emparentada la iglesia de San Satur¬
nino de Toulouse, en el mediodía de Francia.
Los investigadores del arte románico se han preguntado cómo fue posi¬
ble, desde comienzos del siglo XI, este gran florecimiento artístico que abarca
desde los monumentos capitales hasta las más humildes capillas, de una sola
nave con su ábside al este y su única puerta al sur, esparcidas por toda la
geografía del norte peninsular. Es posible que la afluencia del oro y la plata
de las parias cobradas a los reyezuelos musulmanes no fuera ajena a las do¬
naciones a la Iglesia que realizan reyes y reinas, condes y damas nobles, e
incluso los propios guerreros que han hecho fortuna en el sur. La generali¬
zación de los diezmos y primicias de los productos agrícolas y del ganado,
el aumento de las rentas de la Iglesia y los donativos testamentarios en bus¬
ca del beneficio espiritual que representa para el creyente la participación
en los sufragios por los difuntos y en las oraciones comunitarias, pueden
haber contribuido también a la culminación de este esfuerzo.
Se ha dicho también que los monjes cluniacenses trajeron a España, con
sus ideas reformistas, en el siglo xi, esta corriente artística que conocemos
con el nombre genérico de «románica», como si hubiese sido inspirada, a
través de la Roma de la época, en la Roma clásica. Predicaban estos mon¬
jes la enseñanza del pueblo por la representación plástica de escenas religio¬
sas, y así los tímpanos de las grandes puertas, o los capiteles de las columnas
y pilares, se pueblan de representaciones iconográficas en las cuales los per¬
sonajes representados se aproximan a los contemporáneos que los contem¬
plan por la similitud de su indumentaria, sus gestos y su utillaje y armas.
A quienes les ha correspondido vivir una época, como la nuestra, en la cual
priva la civilización por la imagen visual, no les puede sorprender un hecho
similar ocurrido un milenio atrás. Cuando surge el segundo románico, o
período de plenitud del estilo, en el siglo XII, se construyen claustros como
los de San Pedro el Viejo (Huesca), San Juan de la Peña (en Aragón tam¬
bién), Santo Domingo de Silos (Burgos), Sant Jaume de Frontanyá y Sant
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 335
Cugat del Valles (Barcelona), entre otros muchos, en los cuales se desarro¬
llan programas iconográficos minuciosamente pensados. El pórtico de San
Martín de Segovia, y numerosas iglesias y capillas en todos los reinos pe¬
ninsulares ofrecen muestras relevantes de dichas representaciones gráficas.
Merecen destacarse los grupos de Segovia y Ávila, pero a su lado los ejem¬
plos de otros ámbitos podrían multiplicarse.
La pintura al fresco y al temple decora los muros y muy en particular
los ábsides de numerosos templos, siendo particularmente rica en testimo¬
nios pictóricos del románico la región pirenaica. A su lado tampoco cabe
olvidar la serie de frontales o antipendios de altares, cuidadosamente labra¬
dos y pintados imitando preciosas obras de orfebrería, que nos permiten
suponer cómo serían estas últimas. La mejor colección del mundo de estas
obras pictóricas del románico se conserva en el Museo de Arte de Cataluña
(Montjuich, Barcelona), junto con una buena colección de imágenes escul¬
tóricas, en particular Vírgenes sedentes en madera policromada, y de piezas
de orfebrería menores. Deberíamos recordar aquí, asimismo, la extraordi¬
naria belleza y colorido de las miniaturas que adornan algunos manuscritos
de los siglos xi y xii, ya historiando sus letras capitales, ya llenando pági¬
nas enteras con escenas sorprendentes, como las de algunos Beatos, entre
las que deseamos destacar aquí la representación de mapas, en los cuales
se muestra el mundo conocido, centrado en torno de Jerusalén y rodeado
por mares ignotos.
Puede que no se haya valorado suficientemente la miniatura como testi¬
monio gráfico y fuente para el conocimiento de numerosos detalles y útiles
de la vida diaria, en especial para la de los siglos xi y xii, desde las gentes
hasta los monumentos eclesiásticos y civiles.
Los monjes blancos del Císter, en el siglo xii, imprimen normas de aus¬
teridad y gravedad al arte del segundo románico en el cual la decoración
parece haberse desbordado. Llegados a España hacia 1130, los monjes cis-
tercienses van a influir para que la representación figurada de imágenes se
sustituya por ornamentación vegetal, usan el arco apuntado y preludian ya
el paso hacia el estilo gótico. El románico-cisterciense es en realidad un es¬
tilo de transición hacia las formas estructurales del arte del último período
medieval. Parte de la catedral vieja de Salamanca, la catedral de Zamora
y la colegiata de Toro se hallan influidas por este estilo que coexiste con
el mudéjar castellano, también llamado «románico de ladrillo» porque se
caracteriza por usar el ladrillo cocido como material de construcción y las
cubiertas de madera, en vez de los muros de piedra y de las bóvedas, com¬
paginando así la tradición hispano-musulmana con los modelos del romá¬
nico. Hay casos también en los cuales se combina sabiamente el color grisáceo
de la piedra con el rojizo del ladrillo. Sus mejores monumentos se hallan
336 MANUEL RIU RIU
Después del triunfo de las Navas, los grandes avances realizados por los
reinos cristianos peninsulares permitían augurar que la reconquista del so¬
lar hispánico concluiría antes de que finalizara el siglo xm. Pero al mediar
el siglo se impuso un largo compás de espera. Aragón y Portugal habían
concluido la reconquista del territorio que les correspondía. Castilla, a poco
de la muerte de Fernando III, olvidó también la empresa. El reino nazarí
de Granada se consideraba vasallo suyo y puede que esto se estimara enton¬
ces suficiente, o más conveniente. El interés de la historia de los aconteci¬
mientos políticos, durante los siglos xiv y xv, se centrará en las luchas
sociales que se producirán en los distintos reinos para conseguir la direc¬
ción del Estado, en gestación todavía. La monarquía consigue, poco a poco,
desprenderse del engranaje feudal. Y para ello no reparará en medios, prin¬
cipalmente en Portugal donde los soberanos van a encontrar un firme apo¬
yo en el pueblo, y donde el problema no se presentará con tanta gravedad
como en Castilla o en Aragón. En Aragón, y también en Valencia, veremos
a los nobles y el pueblo luchar juntos contra el poder real, en tanto que
en Cataluña los municipios constituirán el apoyo más firme de los reyes.
La crisis de la monarquía en Castilla se debió, en buena parte, a las luchas
dinásticas, que acrecentaron el poder de la nobleza y contribuyeron a aumen-
340 MANUEL RIU RIU
eos para que quedara concluida con la conquista del último reino islámico
peninsular, el reino nazarí de Granada, surgido de las taifas almohades, y
al cual nos referiremos más adelante por separado.
La derrota de los almohades en las Navas de Tolosa, en 1212, permitía
a Fernando III el avance por el valle del Guadalquivir, y el nuevo rey de
Castilla supo aprovechar las circunstancias, que se le presentaban propicias,
debido a los distintos reinos surgidos de la dispersión de los almohades. En
sucesivas campañas, Fernando III penetró con sus huestes en el valle, con¬
quistando Andújar (1225), Úbeda (1233), Córdoba (1236), Jaén (1245), Car-
mona (1247) y Sevilla (1248) con sus correspondientes territorios. En el asedio
de esta última plaza tomó parte la escuadra castellana, al mando del almi¬
rante Ramón Bonifaz, rompiendo en un avance atrevido por las aguas del
río Guadalquivir las cadenas que sujetaban el puente de barcas que unía
la ciudad con el castillo de Triana, y en los cuatro años siguientes cayeron
en poder de las tropas castellanas: Jerez, Medina Sidonia, Arcos y otros
puntos clave de la frontera con el reino nazarí, quedando incorporados a
los reinos de Fernando III dos reinos islámicos tan importantes como los
de Córdoba y de Sevilla con sus respectivos territorios. Buena parte de la
Andalucía occidental se incorporaba así a la corona de Castilla.
Mientras tanto, se conquistaba también a los musulmanes peninsulares
el reino de Murcia. Ibn Hud, rey musulmán de Murcia, viéndose incapaz
de resistir con sus solas fuerzas el empuje de las huestes de Castilla, ofreció
rendir vasallaje a Fernando III. Éste mandó a Murcia a su hijo el infante
Alfonso, luego sucesor suyo, quien entró en la ciudad en 1243 tomando po¬
sesión del reino. Tres poblaciones: Lorca, Cartagena y Muía se resistieron
a abrirle sus puertas y fue preciso reducirlas por las armas (1244). Tan sólo
Cartagena consiguió seguir independiente.
Poco antes, Jaime I de Aragón, continuando la conquista del reino mu¬
sulmán de Valencia a que nos referiremos más adelante, había llegado a
Villena (1240). Se hacía preciso, pues, renovar los anteriores tratados de
Tudellén (Navarra, 1151) en que Alfonso VII y Ramón Berenguer IV deli¬
mitaban las ulteriores conquistas en el levante adjudicando a Aragón los
territorios de Valencia, Denia y Murcia, con la obligación de prestar vasa¬
llaje a Castilla, y los acuerdos de Cazorla (Jaén, 1179), en que Alfonso VIII
de Castilla y Alfonso II de Aragón suprimían del anterior tratado la cláusu¬
la del vasallaje equiparando ambos Estados. El nuevo tratado de límites de
expansión por ambos reinos se concertó ahora entre Jaime I de Aragón y
su sobrino el infante Alfonso de Castilla (futuro Alfonso X) en Almizra
en 1244. Dicho tratado ratificaba los dos anteriores, señalando una línea
fronteriza que, partiendo de la confluencia de los ríos Júcar y Cabriel, atra¬
vesaba el paso de Biar y concluía en Denia. De este modo Aragón y Castilla
342 MANUEL RIU RIU
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346 MANUEL RIU RIU
Alfonso XI el Justiciero
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LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS
351
352 MANUEL RIU RIU
Una nueva minoría amenazaba a Castilla, con la subida al trono del hijo
del difunto rey, Juan II (1406-1454), pero se encargó de la regencia su tío,
Fernando, llamado más tarde «el de Antequera» porque conquistó dicha
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 353
Enrique IV el Impotente
nes en Portugal, pero éstas tuvieron por base las luchas dinásticas. Tales
fueron, por ejemplo, la rebelión del infante Alfonso contra Dionís, o la de
Pedro contra su padre Alfonso IV. La Iglesia, muy poderosa en el reino
portugués, fue apoyo eficaz de la realeza en su oposición a la tendencia de
Castilla a conseguir la integración territorial, y defendió la independencia
del reino de Portugal, aunque su poderío pudo preocupar en algunos mo¬
mentos a los monarcas, hasta que Pedro I el Justiciero, en la Convención
de Elvas (1361), llegó a un acuerdo con ella. Libres desde entonces de gra¬
ves preocupaciones de política interior, los monarcas portugueses intervie¬
nen en las luchas de Castilla y su intervención motiva, en varias ocasiones,
conflictos en sus dominios suscitados por Castilla en represalia. A princi¬
pios del siglo xv Portugal da comienzo a su política africana, y con Enri¬
que el Navegante se lanza hacia el Atlántico.
Alfonso III (1248-1279) concluyó la reconquista de los Algarbes y con¬
siguió de Alfonso X de Castilla la renuncia a los derechos que a estas tierras
alegaba el castellano, al casar con una hija natural de éste, Beatriz. Una
vez concluida por Alfonso III la conquista a los musulmanes de los últimos
territorios, su hijo y sucesor Dionís (1279-1325) pudo dedicase a restaurar
la economía y fomentar la cultura, a lo largo de un reinado próspero. Cui¬
dó en particular la mejora de las técnicas agrícolas y la extensión de las zo¬
nas de cultivo, concediendo ventajas a los campesinos, por lo cual pasó a
la historia con el apodo de «rey labrador». En su excelente gobierno le ayu¬
dó su esposa, Isabel de Aragón, virtuosa infanta de la corona aragonesa
que mereció ser llamada «Santa Isabel de Portugal». Con su mediación,
esta reina consiguió impedir diversas contiendas: entre ellas la guerra civil
motivada por haberse sublevado el príncipe heredero, Alfonso, contra
Dionís.
Alfonso IV el Bravo (1326-1356) intervino en los asuntos de Castilla y
ayudó a su yerno Alfonso XI en sus luchas contra los benimerines, consi¬
guiendo ambos la victoria del Salado (1340). Con todo, no siempre fueron
cordiales las relaciones con el reino vecino, en todo este período, por razón
del infeliz matrimonio del infante heredero, Pedro, con Constanza, hija de
don Juan Manuel, el infante castellano, y su desvío hacia una de las damas
del séquito de Constanza, Inés de Castro, que contribuyó a la desdicha de
la esposa legítima y a su pronta muerte. Se casó el infante portugués enton¬
ces, en secreto, con Inés de Castro, la cual murió, al poco tiempo, a manos
de algunos nobles, al parecer envenenada.
Cuando sucedió a su padre, Pedro I el Justiciero (1356-1367), llamado
también «el Cruel» como Pedro I de Castilla (con el cual tenía en común
unos rasgos de crueldad de los cuales tampoco estuvieron exentos los res¬
tantes monarcas hispanos contemporáneos de ambos), hizo abrir, según la
356 MANUEL RIU RIU
hasta cabo Rojo y el río Tarlete (1447) y también, mar adentro, hasta las
islas Terceira y de San Jorge, y a las de Cabo Verde (1460). De esta forma
se iba preparando con eficacia el camino para el descubrimiento de Améri¬
ca que debería producirse a no tardar, cuando los navegantes se lanzaran
sin temor por el océano Atlántico que los portugueses abrían a la civiliza¬
ción y al comercio.
16. LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA
DE ARAGÓN Y NAVARRA
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rían sus sucesores. Cerrados para Aragón y Cataluña los caminos del sur
de Francia, después del desastre de Muret, por obra de Jaime I se abrirían
nuevas rutas de expansión en el ámbito del Mediterráneo. Parece ser que
se decidió Jaime I a la conquista de las Baleares después de oír de labios
del mercader Pere Martell, en Tarragona, una narración acerca de sus gran¬
des posibilidades y su interés económico. Se preparó una escuadra, llegan¬
do a reunir 155 navios, con tripulación en su mayoría ampurdanesa, y varias
naves de genoveses y provenzales que se agregaron a la expedición en busca
de botín. Partieron las naves de Salou, y de otros puertos de la costa tarra¬
conense, en septiembre de 1229. El desembarco, en la isla de Mallorca, se
hizo por el puerto de Santa Ponza, y después de la dura batalla de Portopí,
la defensa musulmana se concentró en Palma, cuyo asedio comenzó de in¬
mediato. En diciembre Palma fue tomada, pero quedaron aún varios focos
de resistencia musulmana en los alrededores de la ciudad y en las zonas mon¬
tañosas, que fueron eliminados a principios del año siguiente (1230). Hasta
1232 prosiguieron las luchas para la completa sumisión de la isla. En el mis¬
mo año, los musulmanes de Menorca se declararon vasallos de Aragón. Que¬
daban por conquistar las islas de Ibiza y Formentera, a las que, tres años
después (1235), realizó una expedición Guillem de Montgrí, arzobispo elec¬
to de Tarragona, ocupándolas, con lo que desde entonces pasaron a consti¬
tuir un feudo de la Iglesia de Tarragona.
El hecho de que Menorca se hiciera tributaria, hizo que no fuera con¬
quistada hasta mucho después (1287). A la conquista de Mallorca, realiza¬
da por unos 800 caballeros y unos miles de peones, con la colaboración
también de las Órdenes militares, le siguió el reparto de tierras y casas entre
los conquistadores y la emigración de la población musulmana. Los am-
purdaneses recibieron espléndidos lotes en los repartimientos o repartiments,
de acuerdo con su participación mayoritaria.
Si la conquista de las Baleares fue obra principalmente catalana, el peso
principal de la.reconquista del reino musulmán de Valencia lo llevaron la
nobleza aragonesa, poco propicia cuando no veía la posibilidad de obtener
frutos inmediatos, y los concejos del Bajo Aragón, deseosos de alejar la
frontera de su entorno. La conquista del reino musulmán de Valencia fue
bastante más dura y larga (1232-1245) que la de Mallorca. Correspondía
la empresa levantina a la corona de Aragón en virtud de los tratados de par¬
tición del territorio de al-Andalus, que hemos visto ya en su momento. Pre¬
via la obtención, en este caso, de los beneficios de cruzada, se inició la
conquista (1232) por Ares y Morella, plaza tomada por uno de los caballe¬
ros del rey, Blasco de Alagón, ricohombre aragonés, quien conocía las lu¬
chas civiles en que se debatía el reino valenciano desde la derrota almohade
y supo aprovecharse de ellas. Jaime I había firmado un tratado con el des-
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 363
tronado rey Abu Zaid (1228) que constituyó la base legal para la interven¬
ción de sus tropas en tierras valencianas. Prosiguió la ocupación de éstas
por Burriana, Peñíscola (contra la cual se había hecho ya una campaña sin
éxito en 1225), Xisvert, Cervera, Burriol, Almanzora y varios pueblos más
de la cuenca del Mijares (1233-1234).
Luego se paralizó la conquista sistemática, efectuando durante los cua¬
tro años siguientes varias campañas de saqueo y talando los campos. En
1236 se ocupó el Puig de Enesa, en el cual construyeron los cristianos el
castillo de Santa María (germen del futuro santuario mariano) que se con¬
virtió en avanzada y guía hacia Valencia. Se asedió luego la capital (1238)
y fue tomada después de cinco meses de sitio y de la derrota de una escua¬
dra de socorro tunecina que intentaba el desembarco por Peñíscola. Des¬
pués de Valencia (septiembre de 1238) continuó la conquista de la línea del
Júcar, con mayor lentitud, ocupando la parte meridional del valle (antiguo
reino de Denia), por Cullera, Alcira y Xátiva, hasta alcanzar los límites acor¬
dados con Castilla en el tratado de Almizra (1244), que venía a actualizar
los tratados anteriores en los cuales se delimitaba con precisión las zonas
de expansión aragonesa y castellana. Con la toma de Alcira (1245) la gue¬
rra de conquista del reino se pudo considerar terminada, quedando tan sólo
algunas plazas resistentes que fueron definitivamente ocupadas en años su¬
cesivos, tales como Xátiva (1248) y Biar (1253). Con la conquista de Biar
completaba la corona de Aragón su programa peninsular, puesto que, se¬
gún el reciente tratado de Almizra, ésta era la última plaza que le corres¬
pondía en la marcha hacia el sur.
Todavía, a ruegos de su yerno Alfonso X de Castilla, intervino Jaime I
activamente en la reconquista de Murcia (1266) y su reino, pero fiel a los
acuerdos de Almizra, no quiso más recompensa que el consentimiento ex¬
preso, por parte del castellano, de que pudiesen repoblar este reino gentes
de Aragón y de Cataluña, como así lo hicieron.
A la conquista, que tendía a someter primero las posiciones clave (for¬
talezas y albacares) para dominar la campiña, siguió pronto una labor re¬
pobladora con cristianos, mediante cartas pueblas, en Morella (donde
acudieron 600 turolenses), Burriana (hasta 1.000 vecinos, con predominio
de tortosinos y leridanos) y Castellón, perdurando numerosos núcleos de
población musulmana y quedando otros semidespoblados o decrecientes gra¬
dualmente hasta ser abandonados. Se fundó la plaza de San Mateo (1237)
y Villahermosa (1243), para atraer pobladores; se cedieron amplios territo¬
rios a las Órdenes militares: templarios y hospitalarios, y a los cistercienses
de Santa María de Poblet se les facilitó la fundación del monasterio de San¬
ta María de Benifassar (1249), para que reorganizaran las tierras e iniciaran
una amplia labor de cristianización del territorio.
364 MANUEL RIU RIU
El reino de Mallorca
Pedro IV el Ceremonioso
tos en el gobierno, pero había salido triunfante de sus enemigos. Puede que
la crisis provocada por la peste negra hubiese favorecido esta política del
soberano.
Bernardo de Cabrera, consejero del rey Pedro IV, fue encargado por
éste de la educación de su hijo y sucesor Juan I, «el amador de toda gentile¬
za» (1387-1395). Durante su corto reinado este monarca, aficionado a la
música, la poesía y la caza, se ocupó poco del gobierno de sus estados. En
su tiempo se produjo el Cisma de Occidente y optó por reconocer a los pon¬
tífices de Aviñón, dado que Pedro de Luna (Benedicto XIII) era aragonés.
La reina Violante gobernó por él, en tanto que Carroza de Vilaragut le em¬
belesaba. En una cacería perdió la vida (de ahí el sobrenombre de «el caza¬
dor» con que se le conoce también), y entró a reinar su hermano Martín I
el Humano (1395-1410), que ocupaba el cargo, en aquellos momentos, de
lugarteniente real en Sicilia. Dejó el nuevo monarca encargado del reino de
Sicilia a su hijo Martín el Joven, y partió para sus estados peninsulares. Mar¬
tín el Joven luchó en Cerdeña contra los genoveses y los sardos sublevados,
y les causó una grave derrota (1409). Los genoveses tuvieron que evacuar
la isla, pero Martín falleció poco después y, puesto que no tenía descenden¬
cia, el reino de Sicilia recayó en su padre, monarca entonces ya de Aragón,
quien cedió a Blanca, la viuda de su hijo, la lugartenencia del reino. Al mo¬
rir su único hijo, casó Martín I el Humano con Margarita de Prades (1409),
de la cual no tuvo la sucesión que esperaba. Al fallecer el rey de Aragón
quedaba latente el problema sucesorio en la corona, puesto que él, cuando
hallándose moribundo le visitaron los procuradores de las Cortes que se es¬
taban celebrando en Barcelona, para conocer su decisión, se limitó a expre¬
sar su voluntad diciendo que deseaba que le sucediese en sus estados quien
tuviese mayor derecho a ello.
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MANUEL RIU RIU
378
se hallaba apoyada por Castilla, por Benedicto XIII y por el clero, así como
por numerosos partidarios aragoneses. 2) Jaime, conde de Urgel e hijo de
un primo del difunto monarca, que se tituló de inmediato gobernador ge¬
neral, como heredero, y reunió un ejército en Cataluña, donde radicaba el
núcleo mayor de sus partidarios. 3) Alfonso, duque de Gandía, que falleció
antes del Compromiso, recogiendo los derechos que le daba el ser primo
segundo de Martín el Humano. 4) Luis, duque de Calabria, hijo del rey de
Nápoles y de Violante, sobrina carnal del monarca difunto. 5) Fadrique,
hijo natural de Martín el Joven, legitimado por el pontífice.
La anarquía fue evitada a pesar de no pocas turbaciones. En Alcañiz
(1412) se pensó que convenía elegir unos pocos compromisarios para que
no hubiese tanta disparidad de criterios. Benedicto XIII escribió desde Pe-
ñíscola una carta exhortando a la rápida designación de tales compromisa¬
rios y se decidió en la Concordia de Alcañiz que se elegirían nueve
compromisarios, tres por cada uno de los dos reinos y tres por el principa¬
do. Se designaron tres aragoneses: el obispo de Huesca, Domingo Ram; el
donado de Portaceli, Francisco de Aranda, y el señor de Zaydí, Berenguer
de Bardají; tres catalanes: el arzobispo de Tarragona, Pedro de Sagarríga,
el jurista Guillermo de Vallseca y el conseller de Barcelona y jurista Bernat
Gualbes; y tres valencianos: el prior de la cartuja, Bonifacio Ferrer; su her¬
mano Vicente, maestro en Sagrada Teología (más conocido hoy por San
Vicente Ferrer), y el jurista Giner Rabasa, que luego fue sustituido por Pe¬
dro Beltrán.
Reunidos en el castillo de Caspe (1412) los nueve compromisarios desig¬
nados, San Vicente Ferrer, el más destacado de los allí presentes, se declaró
favorable a Fernando de Antequera, regente entonces de Castilla. Cinco de
los compromisarios se adhirieron a esta propuesta, uno votó en blanco y
dos en contra. El fallo, leído después de un sermón del famoso teólogo y
predicador dominico, fue recibido con agrado en Aragón, aunque no tanto
en Valencia y menos en Cataluña.
Alfonso V el Magnánimo
La Casa de Francia
La Casa de Evreux
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LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 383
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Conquistas de 1335-1336 LTudela
# Poblaciones entregadas en
rehenes por Carlos II a Castilla
en virtud PAZ de BRIONES (1379) y Monteagudo'
c ■ .1 Territorios perdidos en 1524,
después de su anexión a Castilla
Tarazona
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j Territorios perdidos en 1429
CCJ Menndad de Eslella atrib 1463 a Castilla, por sentencia arbitral del rey Luis XI
Limite actual entre España y Francia
La Casa de Foix
María de
▼
©Martin el Viejo
I
©Federico III (o IV) el Simple = Constanza
Luna Rey de Sicilia (1355-1377) (1360) (m. 1361)
(m. 1406) (1409-1410)
Aunque las leyendas sean falsas y posiblemente las cartas jamás llega¬
ron a su supuesto destino, es cierto, sin embargo, que Pedro I de Sicilia, II
de Cataluña y III de Aragón se relacionó con los gibelinos italianos, en
particular con el marqués de Montferrato, con Francisco de Troisio, po-
destá de Siena, con Guido de Montefeltro y con el conde Guido Novello
de Toscana, antes de decidirse a realizar una intervención directa en Italia.
Así pudo comprobar, por medio de una amplia red de informadores, que
el pueblo siciliano se hallaba descontento del gobierno angevino. El des¬
contento se centraba principalmente en la isla de Sicilia, que había visto per¬
der buena parte de su antigua pujanza dentro del reino doble siciliano, con
el crecimiento experimentado por Nápoles, centro del poder de los Anjou.
Diversas ciudades, como Palermo, la capital tradicional, se sentían poster¬
gadas, y el descontento por el comportamiento de los varios señores feuda¬
les franceses introducidos en la isla, y por el rígido sistema tributario a que
obligaban las continuas campañas de Carlos en Italia, aumentó ahora con
la guerra de intervención en el Oriente bizantino. A todos estos motivos de
descontento popular se unía el modo licencioso con que las tropas france¬
sas trataban a las mujeres sicilianas. Uno de los incidentes producidos por
esta causa motivaría el inicio de la rebelión en Palermo contra los soldados
angevinos, y proporcionaría a Pedro la oportunidad para su intervención
armada en la isla. Las cartas, de haber sido auténticas, habrían hecho el
papel de folletos propagandísticos en favor de la intervención armada de
la Casa de Aragón.
Un soldado provenzal, junto a la iglesia del Santo Espíritu de Palermo,
se insolentó con una joven casada siciliana y el marido de ésta le dio muer¬
te. A raíz de este hecho se inició un tumulto popular que, al grito de «mue¬
ran los franceses», se difundió por la ciudad en las llamadas «Vísperas
Sicilianas» (31 de marzo de 1282) costando la vida a unos 10.000 franceses.
Pronto las restantes ciudades isleñas se unieron al motín, propugnando la
independencia de Sicilia. Carlos I de Anjou, desde Nápoles, convertida por
obra suya en capital del reino de las Dos Sicilias, preparó la represión ini¬
ciándola con el asedio de Mesina. La animadversión contra los Anjou, mien¬
tras tanto, se manifestaba en otras ciudades de Italia.
El momento era propicio, pues, y Pedro III, que había preparado con
gran sigilo una potente armada, partió del puerto de Tortosa (abril de 1282)
anunciando su propósito de realizar un ataque contra los musulmanes y de¬
sembarcó en el territorio tunecino de la región de Constantina (Alcoyll, ju¬
nio de 1282). Mientras tanto, el Parlamento de la isla de Sicilia, reunido
en la iglesia de la Martorana, decidió ofrecer a Pedro la corona si se com¬
prometía a observar las leyes, costumbres y privilegios del tiempo de Gui¬
llermo el Bueno, rey de la dinastía normanda de grato recuerdo en la isla,
MANUEL RIU RIU
390
los II el Cojo pudo regresar a Nápoles y se llegó con Jaime a una tregua
de dos años (1289), después de nuevas luchas.
Pero, al final de su breve reinado, Alfonso III de Aragón se comprome¬
tió, por el tratado de Tarascón (1291), refrendado por un codicilo unido
a su testamento, en obligar a su hermano, Jaime de Sicilia (1285-1291) a
devolver la isla al pontífice. Con tal decisión parecía que iba a terminar,
una vez más, el poderío de la Casa de Aragón en Italia. Pero al tratado
y al codicilo se prefirió a la larga el testamento hecho por Alfonso en 1287
en el cual legaba los estados de la corona de Aragón a su hermano Jaime II,
rey de Sicilia hasta entonces, y el reino de Sicilia a su hermano menor Fede¬
rico o Fadrique (III). Jaime II, a la muerte de Alfonso en 1291, sólo acató
en parte lo estipulado por su hermano. Invistió a Fadrique con la dignidad
de lugarteniente general de Sicilia en las Cortes de Mesina, y se dirigió a
sus estados hispanos declarando, al llegar a Barcelona, que los recibía en
virtud del testamento de su padre, en vez de otorgar valor al de su herma¬
no, y que permanecerían unidos bajo su cetro todos los reinos de la corona.
Pensando Jaime II (1291-1327) en conservar el dominio sobre Sicilia,
celebró con los Anjou unos preliminares de paz en Pontoise y Tarazona
(1293) por los que, mediante el pago de un censo doble a Roma, debía con¬
servar el reino de Sicilia de por vida, revirtiendo a la Santa Sede a su muer¬
te. Fadrique obtendría en cambio Cerdeña como feudo de la Iglesia y ayuda
para su conquista. Luego, en la reunión de La Junquera (1293), Jaime II
prometió dejar Sicilia a la Iglesia y así lo hizo en el tratado de Anagni en
1295. De hecho, las circunstancias parecían favorables a este cambio de ac¬
titud que comportaba para Jaime la amistad con Carlos II de Anjou y con
el papa Bonifacio VIII. El tratado contenía cláusulas secretas, para evitar
la reacción de Génova y Pisa, en las cuales se concedía a la corona de Ara¬
gón el reino de Córcega y Cerdeña, que ésta debería conquistar. El arago¬
nés casaba con la hija de Carlos II de Anjou, Blanca, y el papa Bonifacio
se obligaba a reconocer la independencia de Sicilia y su nueva monarquía.
Fadrique (III), el hijo menor de Pedro II, que había sido administrador
de Sicilia (1291-1295), fue designado por los sicilianos «señor de Sicilia»
en Catania (1295) y el 30 de marzo de 1296 fue coronado rey en Palermo,
dispuesto a continuar la política gibelina de su padre y a no consentir la
injerencia del papado ni de los Anjou en la isla de Sicilia donde, una vez
más, se respiraban aires de independencia. Fadrique contaría con la ayuda
inestimable de Roger de Lauria. Su hermano, Jaime II de Aragón, unido
a la facción güelfa ahora, se obligaba, por lo menos oficialmente, a colabo¬
rar en la expulsión de Fadrique. Los Anjou, entronizados en Nápoles, se¬
guían titulándose reyes de la isla y no desistían en sus deseos de recuperarla.
Dispuesto en un primer momento a cumplir su promesa, Jaime II hubo
MANUEL R1U RIU
394
quía, que cada vez podía ejercer menos control sobre sus actividades. Pero
todos se sentían solidarios en casos como el de 1327 en que Roberto de Ná-
poles, viendo que no podía vencer con sus tropas, envió a la isla nada me¬
nos que corsarios genoveses para devastarla. La feudalización de la isla de
Sicilia, en estas décadas, era ya un hecho irreversible. En el reinado de Fa-
drique no dejó de desarrollarse una aristocracia baronal, en la cual ciertos
nobles aragoneses «de reciente importación» como diría Bozzo, no eran me¬
nos ardientes en defender la independencia de su nueva patria. Pero Fadri-
que supo coordinarles y buscar el provecho común, aunando la tradición
con la innovación cuando era menester, y la conciencia popular con el sen¬
timiento monárquico. Hizo del Parlamento un instrumento ejemplar de co¬
laboración en el gobierno, su órgano consultivo esencial. Pero no pudo
debilitar por ello el feudalismo.
También, en esta primera mitad del siglo xiv se produjo una renova¬
ción de la cultura, con una burguesía ávida de leer y de precisar las aspira¬
ciones del nuevo mundo urbano que había contribuido a crear en la isla.
Aparecieron entonces historiadores que contaban, por primera vez, la his¬
toria del pueblo siciliano. Odo delle Colonne, Bartolomeo di Neocastro y
Nicolo Speciale, entre otros, fueron excelentes intérpretes de la conciencia
siciliana, al narrar su historia. A su lado cabe señalar las primeras tenden¬
cias humanísticas, el deseo de vincular a la latinidad su cultura y su histo¬
ria, aunque a veces prefieran para su obra la lengua siciliana a la latina.
En el centro de esta renovación cultural cabe situar a la figura del propio
rey, Fadrique III, fundador de la Universidad de Catania, en la costa orien¬
tal de la isla (renovada en 1444).
Al morir Fadrique III en junio de 1337 fue sepultado en Catania, junto
al gran altar de Santa Águeda. Con él se. cerraba una etapa brillante que
sería recordada con fervor. Nicolo Speciale, en su Crónica Siciliana que con¬
cluye precisamente en 1337 y con la muerte de Fadrique III, dice que aquel
25 de junio fue un día funesto «en el cual el sol de Sicilia se oscureció en
el eclipse».
Su hijo Pedro II (1337-1342) no acertó a controlar ya el feudalismo isle¬
ño como su padre, no obstante el afecto que los sicilianos le habían mani¬
festado desde niño. Casó con Isabel de Carintia y tuvo dos hijos que le
sucedieron en el reino sin dificultad: Luis I (1342-1355) y Fadrique o Fede¬
rico IV el Simple (1355-1377), este último nacido en 1342, el año de la muerte
del padre, y conocido asimismo con el nombre de Pullus Aquile (el polluelo
del águila). Los tres asistieron sin reaccionar al incremento de la anarquía
feudal. Luis I, que tenía cuatro años cuando sucedió a su padre (1342), fir¬
mó en 1347 las paces con la reina Juana de Nápoles, sucesora de Roberto
(TI343), quien reconocía la cesión de la isla a Luis, mediante el pago, en
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 397
dos plazos, de 9.000 onzas de oro, en concepto de redención del censo feu¬
dal que el reino debía prestar al papado. Mientras tanto, el pueblo se hun¬
día en la miseria y la rivalidad de las familias baronales se convertía en
sangrante: luchas continuas de los Polizzi, los Ventimiglia, los Claramon-
te, los Alagona o Alagón, los Peralta, etc. Las ciudades se agotaban tam¬
bién en estériles antagonismos.
Pedro IV de Aragón, que no dejaba de mirar de lejos los sucesos sicilia¬
nos, en 1349 casaba, en terceras nupcias, con Leonor de Sicilia (11375) her¬
mana de Fadrique IV y éste, en 1360, casó con Constanza, hija de Pedro IV,
de cuya unión nació en junio de 1361 una niña, María, cuyo parto supuso
la muerte de la madre. María de Sicilia, a quien Fadrique IV dejó el reino,
a su muerte en 1377, y los ducados de Atenas y Neopatria, a él anexiona¬
dos, tenía entonces unos dieciséis años de edad. Y Pedro IV, que ya había
intervenido en las luchas de su yerno con los Anjou, ayudándole a recupe¬
rar el dominio de buena parte de la isla, impugnó el testamento, basándose
en el del abuelo del testatario (Fadrique III), que excluía a las mujeres de
la sucesión al trono de Sicilia.
Viudo Pedro IV de Leonor de Sicilia, hermana de Fadrique IV, de la
cual había tenido dos hijos varones: Juan I, sucesor suyo en la corona de
Aragón, y Martín el Humano, pretendió para sí la corona e impidió el ma¬
trimonio de su nieta María, a quien el noble Guillem Ramón de Monteada
apresó y encerró en el castillo de Agosta (1377). Para Pedro IV, en estos
momentos, la anexión de Sicilia representaba asegurar el dominio de Ara¬
gón sobre Córcega y Cerdeña, e incluso sobre las mismas islas Baleares, por
él recuperadas. Con el fin de asegurar el dominio sobre la joven reina de
Sicilia, el vizconde de Rocabertí se la llevó más tarde (1382) al castillo de
Cáller en Cerdeña. Entretanto, con el título de vicario de Pedro IV, que
se titulaba rey de Sicilia, había acudido a la isla su hijo menor Martín el
Humano, quien la gobernó por espacio de quince años (1380-1395). Mien¬
tras tanto María, «raptada» de nuevo por Guillem Ramón de Monteada
en 1385, es llevada a Cataluña donde casa (1389) con el nieto de Pedro IV,
Martín el Joven. Este príncipe desembarca en Sicilia en 1391 y recupera el
reino de su esposa (1392). Preciso es recordar aquí que los grandes barones,
reunidos en el castillo de Pietra Rossa (en Caltanissetta) una vez muerto
Fadrique IV, se habían repartido la isla en cuatro dominios independientes,
colocando a un vicario al frente de cada uno de ellos, para salvar la apa¬
riencia de poder monárquico. Ahora el joven Martín tuvo que luchar du¬
rante cuatro años con los barones, antes de poder hacer su entrada en
Palermo y de restaurar el poder real. La Breve crónica dirá de Martín y María
que fueron «consedentes, conregentes y conregnantes» y figurarán con el
número 14 en el catálogo de los monarcas sicilianos.
398 MANUEL RIU RIU
viara un caudillo capaz de regirles, y éste les mandó a su segundo hijo, Man-
fredo, primer duque siciliano de Atenas (1312-1317). Unos años más tarde,
bajo el vicariato general de Alfonso Federico (1317-1330), hijo natural del
monarca siciliano, se consiguió la conquista del ducado de Neopatria (1319).
Desde entonces, los ducados de Atenas y de Neopatria siguieron bajo la so¬
beranía de Sicilia, pero cuando Pedro IV de Aragón fue reconocido rey de
Sicilia (1379), le ofrecieron la soberanía, y a partir de 1379 ambos ducados
pasaron a la corona de Aragón.
Luis de Navarra, duque de Durazzo, intentó aprovechar el momento,
considerándolo propicio para imponer su dominio sobre los ducados de Ate¬
nas y Neopatria, y desembarcó en ellos con sus gentes, pero aunque logró
entrar en Atenas (1382) no consiguió apoderarse de los territorios, fue re¬
chazado y Pedro IV logró consolidar su dominio en ellos por obra del viz¬
conde de Rocabertí y del maestre de Rodas, jefe del centro de los
Hospitalarios en el cual había notables caballeros catalanes. La soberanía
de la corona de Aragón sobre los ducados de Atenas y Neopatria fue, con
todo, efímera, puesto que se perdieron al poco tiempo de la muerte (1387)
del soberano aragonés, en 1390.
diez galeras a sus costas, mandadas por Galcerán Marquet. En 1334, el mo¬
narca decidió que se enviaran a Cerdeña 100 caballos con sus correspon¬
dientes jinetes, y 200 ballesteros, corriendo la coordinación de la operación
a cargo de Arnau Ballester. Se buscaron 50 caballeros o hijos de caballeros
para la expedición, ofreciéndoles un anticipo de 300 sueldos barceloneses
y un salario de 6 alfonsinos (4 sueldos barceloneses) al día, para un período
de cuatro meses.
Los súbditos de la corona que poseían bienes en la isla debían contri¬
buir al costo de la operación, a la cual se destinaban también las 10.000
libras de la ayuda de Montblanc. El «acurriment» o montante del equipo
de un caballo se fijaba de 500 a 300 sueldos barceloneses (equivalente al
anticipo ofrecido), y el de un ballestero en 30 sueldos, siendo el salario de
estos últimos de 30 sueldos barceloneses al mes (un sueldo diario) y el de
los caballeros de cuatro sueldos barceloneses al día. El almirante cobraba
30 sueldos diarios. El precio de un caballo de guerra oscilaba entonces en¬
tre los 400 y los 1.000 sueldos, siendo bastante habitual el precio de 600
a 800 sueldos. Y el alquiler de un caballo costaba unos 120 sueldos al mes.
Por lo tanto, se podía ir a la guerra, en busca de botín, con un caballo al¬
quilado si no se disponía de dinero para adquirirlo. La construcción de una
galera se ha calculado que, por las mismas fechas, costaba de 6.000 a 6.500
sueldos barceloneses (unos ocho caballos). Pero el alquiler de una coca de
dos cubiertas, para el transporte de caballos y ballesteros a Cerdeña, desde
Barcelona, se cifró en 4.000 sueldos y el de una coca de tres cubiertas, en
8.000 sueldos. Otra coca, de dos puentes, costó en cambio sólo 2.500 suel¬
dos. Se entendía que en el viaje de ida, de Barcelona a Cerdeña, transporta¬
rían caballos y equipo militar, y en el viaje de vuelta regresarían cargadas
de trigo a Barcelona.
Como vemos, conseguir una veintena de naves representaba un consi¬
derable esfuerzo técnico, económico y humano para la corona de Aragón.
Pero tampoco Génova podía tener todas sus fuerzas paralizadas en la em¬
presa sarda. Durante el reinado de Pedro IV el Ceremonioso prosiguieron
las luchas internas en Cerdeña, avivadas por Génova, por Pisa y ahora tam¬
bién por Milán. Los genoveses consiguieron tomar Alguer en 1350 y asedia¬
ron Sacer. Pedro IV conseguía, en cambio, en 1351, la alianza con el dux
veneciano Enrique Dándolo, enemigo tradicional de Génova. El acuerdo
de la corona de Aragón con Venecia implicaba que, durante cinco años,
una flota conjunta de dieciocho galeras bloquearía a los genoveses el paso
hacia Cerdeña y hacia Oriente. Sus bases se hallarían en Sicilia, estarían
tripuladas por aragoneses y Venecia pagaría los gastos de doce de ellas. Se
calculaba para ello el gasto de una galera en mil florines al mes y se espera¬
ba obtener beneficios (sin duda por la práctica del corso) que se distribuí-
404 MANUEL RIU RIU
rían en tres partes equivalentes: una para el rey de Aragón, otra para el
común de Venecia y la tercera para las tripulaciones de las galeras. El almi¬
rante sería aragonés y en cada galera viajarían 227 hombres, entre los que
figuraban 180 remeros y 30 ballesteros (cada uno de éstos con dos ballestas
y 200 flechas). Llevaban también ganchos de abordaje y 500 lanzas para
el combate cuerpo a cuerpo.
Génova se preparó con 30 naves para contrarrestar el esfuerzo de los
aliados y éstos tuvieron que aumentar a 24 el número de galeras. La escua¬
dra aragonesa, capitaneada por Pons de Santa Pau, se juntó a la venecia¬
na, compuesta por 52 galeras, en Mesina, y ambas atacaron el 13 de febrero
de 1352 a los genoveses en aguas de Constantinopla. En el combate fueron
hundidas 23 naves genovesas y 12 de las aragonesas. El costo del combate
fue, pues, muy considerable. Pero el Ceremonioso consideró un éxito el es¬
fuerzo y ordenó armar otras veinte galeras para continuar la lucha, como
ha recordado José Luis Martín en su estudio sobre la alianza de la coro¬
na con Venecia, publicado en 1983. La escuadra genovesa volvió a ser
derrotada en 1353, mas la equívoca política seguida ahora por el juez de
Arbórea y su defección comprometieron estos resultados militares, inutili¬
zándolos. Se dirigió entonces una expedición contra el juez, pero llegóse
al cabo a un acuerdo con él (1355) y con la señoría de Génova. Todavía
en 1356 se gastaron más de 300.000 sueldos, en dineros jaqueses y barcelo¬
neses, para pagar salarios de caballeros en Cerdeña y en Sicilia, y otros com¬
promisos reales, según las cuentas presentadas en 1374 por el subtesorero
real Pere de Margens. Al cabo de unos años, Mariano, juez de Arbórea,
volvió a la lucha contra la corona, siendo precisa otra avenencia (1388) que
tampoco significó una paz duradera para la isla de Cerdeña dado que, a
los tres años de la misma (1391), la familia de los Oria iniciaba una nueva
sublevación.
Poco antes de que el papa Bonifacio VIII erigiera en reino las dos islas
de Córcega y Cerdeña, el común de Génova había conseguido (1289) ad¬
quirir dominio efectivo sobre la isla de Córcega, después de cerca de un si¬
glo de luchas con Pisa, arrebatando al común pisano la hegemonía que
detentaba desde el siglo XI. Jaime II de Aragón no pudo emprender la con¬
quista de la isla de Córcega, a raíz de la donación pontificia, del mismo
modo que no hizo efectiva de inmediato su soberanía sobre Cerdeña. Y tan
sólo después de la conquista de Cerdeña, y tomando esta isla como punto
de partida y base de operaciones, iniciaron los catalano-aragoneses la con-
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 405
El rey y el poder
cesaristas: el de que «lo que al príncipe place tiene vigor de ley», sería invo¬
cado de nuevo, y haría fortuna. Pero el derecho romano no llegaría a cris¬
talizar en el autoritarismo pleno de los soberanos hasta que aparecieran los
monarcas renacentistas, en el siglo xv. Alfonso X pretendía todavía el im¬
perio alemán y esa pretensión pudo influir su tarea codificadora del dere¬
cho, pero los reinos de León y de Castilla no compartían su entusiasmo por
un imperio del cual se consideraban desligados por completo. El rey Alfon¬
so en sus Partidas fijaría la sucesión al trono, estableciendo el derecho de
primogenitura, pero el infante Juan Manuel, en su aludida obra, no dejó
de consignar sus dudas al respecto, señalando el valor de la representación
popular, como las expresó con respecto a la legitimidad de la guerra, y a
los actos de buen gobierno, en particular en las relaciones del soberano con
la nobleza (los bellatores), la Iglesia (los oratores) y los trabajadores (in¬
cluidos labradores, mercaderes y ruanos), u «hombres de criazón», de los
cuales surgían, con frecuencia, a través de la confianza, los oficiales de re¬
yes y señores.
Las Diputaciones
Administración central
LA ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL
nudo, con días de ferias o de fiestas que facilitaran la reunión del vecindario.
Algunos individuos o familias tendieron con el tiempo a acaparar los car¬
gos y el mal se agravó de tal modo, con tendencia a la formación de oligar¬
quías municipales, que obligó a los soberanos a introducir, desde el siglo xv,
el sistema insaculatorio, modificando el procedimiento electivo, por medio
del uso de unas bolitas de cera en cuyo interior se habían introducido tiri¬
llas de pergamino o de papel con los nombres de cada uno de los candida¬
tos a elegir, mezclándolas en una bolsa y sacándolas a suerte una mano
inocente (un niño de pocos años) en número igual al de cargos a elegir. A ve¬
ces había una bolsa para cada cargo, o saquito, de ahí el nombre de insacu¬
lación con que fue conocido el nuevo sistema de elección.
En Castilla se nombró un delegado regio, el corregidor, para corregir
abusos, que acabó por hacerse permanente, pasando entonces el municipio
a formar parte del engranaje administrativo centralizado por la monarquía.
Una vez designadas, las autoridades locales debían prestar juramento
ante el baiulus o el vicarius (el bayle o el veguer) prometiendo desempeñar
su cargo con fidelidad, y al finalizar el año de su gestión, debían rendir cuen¬
tas a sus sucesores o, según los casos, a la asamblea general de vecinos o
asamblea municipal. En la mayor parte de poblaciones los concejos se reu¬
nían en las casas rectorales o en las iglesias o conventos, que por esta cir¬
cunstancia han conservado, algunas veces, sus libros de actas. La asamblea
general persistió en las localidades pequeñas; en las grandes ciudades, en
cambio, se redujo pronto y se sustituyó por el Consejo (o Consell en Cata¬
luña) de los probi homines o prohombres, o de los consiliarii o consejeros,
pudiendo éstos nombrar síndicos o procuradores para llevar a cabo deter¬
minadas gestiones.
En los siglos XIV y XV las poblaciones solían presentar al rey o al señor,
cada año o cada tres años, según los casos, una terna de nombres para que
el rey, o el señor en los lugares de señorío, escogiesen de los tres propuestos
a quien mejor les pareciere para el cargo de bayle del lugar. Con ello la figu¬
ra del bayle se incardina, cada vez más, en las instituciones populares.
En los mismos siglos, el municipio, con poder judicial desde sus inicios,
reúne el conjunto de sus ordenanzas (Ordinaciones o Costumbres propias),
en las que se contienen los bandos diversos y las características de su régi¬
men o gobierno. Sus funciones son, inicialmente, las propias de regir y go¬
bernar la población y sus habitantes, velando por los intereses de la
colectividad y promoviendo cuanto pudiera contribuir a su mayor esplen¬
dor económico, urbanístico y cultural. Los bannos o bandos, órdenes que
incluyen el castigo a su incumplimiento, regulan: el aprovechamiento de las
aguas de riego, las tiendas, precios, pesas y medidas locales, el ganado y
su paso por los campos, huertas y viñas del término, el tránsito nocturno
416 MANUEL R1U RIU
A partir del siglo XIII fueron numerosas las nuevas fundaciones de vi¬
llas y pueblas en todos los reinos peninsulares. Tanto la monarquía como
la nobleza, laica y eclesiástica, contribuyeron a su formación, en lugares
estratégicos, entre los núcleos de población ya existentes y, con estas nue¬
vas fundaciones, se completaron las estructuras del paisaje hasta nuestros
días. Se trataba, en el fondo, de reordenar el poblamiento rural y concen¬
trar a los habitantes en los nuevos núcleos que ejercerían la función de cen¬
tros administrativos y económicos de sus correspondientes territorios. A esta
función tendían los núcleos de tipo pequeño y medio —las polas o pueblas—
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 417
Las hermandades
Como las villas, también los movimientos hermandinos de las villas sur¬
gieron a finales del siglo xm, y se prolongaron a lo largo del XIV, como
medio de enfrentarse al poder opresivo de los señores, defender los intere¬
ses comerciales y marítimos, y acabar con las banderías y grupos de malhe¬
chores. La primera hermandad concejil se fundó en Burgos en 1282 y agrupó
a unos treinta concejos castellanos, aprovechando la sublevación del infan¬
te Sancho contra Alfonso X. Fue motivada por los desafueros y daños que
los nobles causaban a las villas y Sancho IV, ya rey, la suprimió en 1284.
Durante la minoría de Fernando IV se crearon otras tres hermandades, en
418 MANUEL RIU RIU
con sus decisiones, o con los consejeros designados en ellas, en los asuntos
que afectaran a la guerra o fueran de interés general para Aragón, Valencia
y Ribagorza. El reconocimiento de la autoridad superior del justicia de Ara¬
gón, y la posibilidad de aplicación del fuero aragonés en Valencia y Riba¬
gorza; la renuncia del rey a nombrar extranjeros para ejercer cargos en
Aragón, el cese de los jueces reales en las villas y lugares de señorío, la resti¬
tución de los bienes confiscados, y la atención de las peticiones individua¬
les. Por su parte, los catalanes, en las Cortes de 1283, habían obtenido
pacíficamente de Pedro el Grande las cláusulas en que se basaría el pactis-
mo catalán, coincidentes en esencia con las peticiones de los unionistas de
Aragón. Cláusulas económicas, judiciales y políticas. Entre las primeras,
promesa de no extender el impuesto sobre el ganado mayor (bovaje), su¬
presión del impuesto de la sal, peajes y portazgos; fijación de intereses en
un máximo del 20 por 100 del capital prestado (de acuerdo con lo estipula¬
do por Jaime I en 1228), y construcción de un puente sobre el río Llobre-
gat. Entre las judiciales, promesa de no vender los cargos de la curia, bailía
o veguería; obligación de todos los oficiales de rendir cuentas al finalizar
su gestión; compromiso de resolver en Cataluña los pleitos, etc. Entre las
políticas, compromiso de reunir Cortes todos los años, con asistencia de
los prelados (obispos y abades), procuradores de las Órdenes militares, la
alta y media nobleza (barones y caballeros incluidos) y los ciudadanos y hom¬
bres buenos de las ciudades y villas: Barcelona, Lérida, Gerona y Tortosa
(que ya tuvieron cuatro delegados), y Vic, Cervera, Montblanc, Tárrega,
Vilafrana del Penedés, Manresa, Berga y Besalú (dos delegados de cada una).
El rey se comprometía además a no promulgar nuevas ordenanzas ni leyes
de carácter general sin su aprobación y consentimiento.
A finales del siglo xm las ciudades y villas importantes de Aragón, con
representación en Cortes, eran ocho: Zaragoza (con mucho la más impor¬
tante), Huesca, Tarazona, Jaca, Barbastro, Calatayud, Teruel y Daroca.
Las de Cataluña eran las trece señaladas. El peso político de ciudades y vi¬
llas era mucho mayor en Cataluña que en Aragón. En tanto que en este
reino sólo Zaragoza solía contar con cuatro representantes en las Cortes,
los tenían otras tres ciudades en Cataluña además de Barcelona. El resto
de las ciudades y villas de Aragón (siete en total) sólo tenían un represen¬
tante cada una en las Cortes, mientras en Cataluña las ocho últimas que
hemos relacionado tenían dieciséis representantes, con lo cual el total de
representantes urbanos en Cataluña era de treinta y cinco frente a los once
de Aragón.
A las Cortes de Gerona de 1358 fueron convocadas 160 personas con
voz y voto, ya a título personal o como representantes de cabildos y ciuda¬
des o villas reales. El brazo militar lo componían noventa y cuatro personas
422 MANUEL RIU RIU
La Hacienda en Castilla
o cogedores solía representar el 2,5 por 100 de lo recaudado, pero varió con
el tiempo. Conocemos pocas cifras globales de esta época para poder saber
lo que representaba la fiscalidad del reino de Castilla. El total recogido en
1294 por Juan Mateos, encargado de centralizar y distribuir el dinero desti¬
nado al asedio de Tarifa, debía ser superior a los 825.000 maravedíes, pero
no sumó (según parece) más de 600.000 maravedíes. La suma de los gastos
de cobro y de las cantidades que fueron incobrables representó cerca del
7 por 100 menos de lo previsto.
El rey se hallaba comprometido al pago de salarios y asignaciones sobre
determinadas rentas, por concesiones hechas a los ricoshombres y vasallos
suyos. Pero una Hacienda deficientemente organizada le impedía hacerlo
con regularidad. Las fuentes de ingresos eran muy diversas y no siempre
fáciles. Cualquier retraso en el cobro, y los retrasos eran frecuentes, podía
implicar robos y saqueos en las tierras del patrimonio real y los súbditos
del monarca eran los primeros perjudicados. El derecho al dinero de los
impuestos ordinarios no autorizaba legalmente a los afectados (que no per¬
cibían sus salarios) a recaudarlos directamente, pero si no se ponían de acuer¬
do con los arrendadores, o se retrasaban los pagos, no faltaban «caballeros»
u «hombres poderosos» que se apoderaban por la fuerza de lo que tenían
asignado. Y tampoco faltaron los abusos por parte del rey, ni por parte de
los arrendadores o incluso de los pecheros, que demoraban en cuanto po¬
dían el hacer efectivos los pagos.
Los impuestos más usuales eran, mediado el siglo xiv, la moneda fore¬
ra, el servicio y montazgo, la alcabala, las tercias reales (equivalentes a las
2/9 partes que correspondían al rey en los diezmos eclesiásticos), las sali¬
nas, la capitación de moros y judíos, y los derechos de escribanía y cancille¬
ría. Los tres impuestos más importantes eran los servicios, alcabalas y
moneda forera, al parecer por este orden, si bien se desconoce la cuantía
de la mayor parte de los impuestos. Algunos impuestos indirectos (portaz¬
gos, pontazgos, etc.) y en particular los relacionados con el tráfico de mer¬
cancías (como los telonea o impuestos de mercado, o las leídas) alcanzaron
notable desarrollo. Por la expedición de cualquier documento por la canci¬
llería real se pagaba el carilelum o tasa de cancillería. También las caloñas
(calonias) o multas judiciales aumentaron en número y cuantía. A ellas se
unían los impuestos ordinarios ya conocidos y el extraordinario del peti-
tum, subsidio o pecho, que pudo llegar a motivar el interés de los pecheros
para intervenir directamente en la votación de tales subsidios, contribuyen¬
do al desarrollo de las Cortes. Existieron además otros impuestos y subsis¬
tieron varias prestaciones personales (como la facendera, mandadera, etc.),
ampliándose con otras nuevas.
Veamos algunos detalles de todo ese complejo sistema financiero e im-
424 MANUEL RIU RIU
de estos violados era del 14,30 por 100). Las cuentas del impuesto, conser¬
vadas en el Archivo de la corona de Aragón, y estudiadas por José Luis
Martín, demuestran la complejidad de las recaudaciones de las ayudas ex¬
traordinarias, debido a la carencia de una infraestructura adecuada.
En cambio, los impuestos ordinarios, cuya recaudación correspondía a
los oficiales reales, ocasionaban menos gastos de gestión, pero desde fina¬
les del siglo xin era frecuente su arrendamiento, en subasta pública, al co¬
menzar el año. Se componían de: rentas, tributos, diezmos, censos, cenas,
pechos, subsidios y ayudas, salinas, otras regalías, pesos y lezdas, peajes
y otros derechos señoriales tales como horno, molinos, carnicerías, escriba¬
nía, barca, multas y derechos judiciales, etc. Pero, a mediados del siglo xiv,
el monarca tenía hipotecados sus ingresos y el dinero de los impuestos pa¬
saba de las manos de recaudadores y arrendadores a las de los acreedores.
El hecho de que el rey reconociera una deuda a un determinado caballero,
o a un oficial de su Casa, y le asignara una renta sobre peajes, salinas, etc.,
no significaba que éste llegara a cobrarla. A menudo, ya desde finales del
siglo XIII, la Hacienda real se hallaba en crisis y los gastos sobrepasaban
los ingresos de la corona. En 1326 Jaime II asignó a su hijo el infante Pedro
de Ribagorza la renta vitalicia de 35.000 sueldos barceloneses al año, pero
esta renta, a pesar de que el infante sería un personaje influyente en la corte
de Pedro el Ceremonioso, no siempre le sería fácil percibirla, porque la te¬
nía asignada fragmentariamente sobre distintos ingresos reales. La reina Ma¬
ría de Navarra tuvo una asignación de 50.000 sueldos anuales, pero tampoco
podía lograr siempre que se hiciera efectiva, a pesar de que ambas asigna¬
ciones fueran consideradas «asignaciones primeras».
El rey se veía obligado, para hacer frente a continuas guerras, no sólo
a empeñar los impuestos ordinarios, sino a deber el dinero que podían ofre¬
cerle las Cortes o sus brazos con carácter extraordinario. Las exigencias de
los salarios de los diversos oficiales (a menudo percibidos de las entradas
que procedían del desempeño de sus oficios), la devolución de préstamos,
las obras realizadas en palacios y castillos, las fiestas y conmemoraciones,
las concesiones graciosas, las compras de suministros diarios para la alimen¬
tación y el vestido, las asignaciones a los hijos y familiares, etc., represen¬
taban sumas bastante mayores que los ingresos.
Gracias a un estudio parcial de Antonio Aragó y Rafael Conde conoce¬
mos la evolución de las rentas del Patrimonio Real en el territorio del Con-
flent, durante el reinado de Pedro el Ceremonioso (1345-1386). Aunque se
trata de un estudio referido sólo a este territorio ultrapirenaico creemos que
la evolución de sus rentas puede resultar significativa. Cuatro son los con¬
ceptos básicos analizados: 1) las regalías (derechos de hornos, molinos, mer¬
cancías [lezdas], minas de hierro, pastos y aprovechamientos forestales);
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 429
el pago de las sumas que se les impusieron. Y los representantes de los re¬
mensas pudieron imponer derramas (talles o talls), diezmos y otros dere¬
chos. Se recaudaron 58.111 libras y 16 sueldos, cifra de la cual se entregó
a la tesorería real el 82,2 por 100, correspondiendo el 17,6 por 100 restante
a los salarios y gastos de recaudación. Estos breves ejemplos de los procedi¬
mientos para obtener ingresos extraordinarios, por parte de la monarquía,
tanto en la corona de Aragón como en la de Castilla, merecerían ser am¬
pliados para poder proporcionar una visión de conjunto de los ingresos y
gastos de una monarquía en expansión al finalizar la Edad Media.
tad si era peón, según acreditan los distintos fueros y cartas pueblas penin¬
sulares.
Las ciudades para su defensa establecían que todos ios ciudadanos de¬
bían tener armas apropiadas a su condición y saberlas manejar. En las di¬
versas torres de sus murallas colocaban vigías nocturnos y había rondas de
policía (supervelas) destinadas a cuidar del orden y seguridad de sus habi¬
tantes. Cada puerta de la muralla tenía su portalero y a todos ellos se les
exigían responsabilidades. En caso de partir la hueste de la población, que¬
daban en ella dos alcaldes jurados y un juez interino.
En caso de defensa ante una agresión, se llamaba a los hombres aptos
(apellido) para luchar, debiendo llevar cada uno sus armas y «pan para tres
días», entendiéndose que en caso de durar más de tres días la movilización,
la manutención de la tropa corría de cuenta del Concejo. Cuando se convo¬
caba el ejército para una operación ofensiva (fondado) por parte del rey,
conde, señor del lugar, arzobispo, merino o concejo, tan sólo podían dejar
de acudir a la llamada: los enfermos, los encargados por el concejo de la
vigilancia de los cultivos y de los ganados, quienes tuviesen su mujer o su
caballo enfermos, los recién casados, etc. Pero varios asistentes podían ex¬
cusar a otros si llevaban tiendas de campaña u otros útiles de su propiedad.
Los que se excusaban de asistir a la expedición perdían algunos derechos,
como el de poder ser hombrados alcaldes, voceros o jueces.
Infantes o peones y caballeros integraban el ejército. Las armas defensi¬
vas eran el escudo, la loriga, o vestido de mallas, hierro o cuero usado so¬
bre el jubón; el almófar, gorro o capucha de cuero colocado sobre una cofia
de tela y, encima, la capellina o casco de hierro. Solía haber ballesteros de
a caballo, que llevaban ballesta de dos cuerdas y 200 saetas, y ballesteros
de a pie, con su arco-ballesta de dos cuerdas también y 100 saetas. Hubo
caballeros villanos armados de lanza o maza, caballeros nobles con escudo,
lanza y espada, y peones armados de lanza y cuchillo. Algunos llevaban ca¬
denas para retener a los prisioneros, hachas y otros ingenios bélicos. Este
conjunto heterogéneo desconoció, en la mayor parte del período, el arte de
la táctica guerrera. Los ejércitos del occidente peninsular y los del levante
no fueron esencialmente distintos, de modo que varias de las observaciones
del epígrafe siguiente completan cuanto aquí decimos.
La marina de Castilla
La administración de justicia
El feudalismo en España
Los datos demográficos que poseemos para el siglo xm no son muy fia¬
bles. Navarra, el menor de los reinos cristianos, con unos 10.421 kilóme¬
tros cuadrados de extensión, parece que en la primera mitad del siglo xm
alcanzó una población absoluta de unos 156.300 habitantes, cifra que su¬
pondría la existencia de una población relativa de unos 15 habitantes por
kilómetro cuadrado, desigualmente repartidos entre las zonas montañosas
del norte pirenaico y las llanadas del sur. Si bien estas cifras es posible que
no igualasen todavía las de la época romana, la población navarra seguiría
creciendo hasta mediados del siglo xiv.
La corona de Aragón abarcaba unos 110.000 kilómetros cuadrados. El
reino de Aragón, antes de las epidemias y pestes del siglo XIV, debió con¬
tar con unos 180.0000 a 200.000 pobladores, el de Valencia unos 300.000,
el principado de Cataluña unos 470.000 y la isla de Mallorca unos 56.000.
La corona de Castilla, que amplió su territorio en un 40 por 100 en el si¬
glo XIII, hasta alcanzar unos 350.000 kilómetros cuadrados, contaba al co¬
menzar el siglo XIV con unos 5.000.000 de habitantes, en su mayor parte
cristianos, aunque no poseemos estadísticas seguras. El reino de Portugal,
con unos 89.000 kilómetros cuadrados de superficie, es posible que a me¬
diados del siglo xm hubiese alcanzado y aun superado 1.000.000 de habi¬
tantes, pero algunos autores consideran que ya había quedado reducida esta
442 MANUEL RIU RIU
cifra a sólo 800.000 personas antes de las grandes pestes del siglo xiv. De
todas formas, para la época, poblaciones relativas de 14 a 20 habitantes por
kilómetro cuadrado suponen ya densidades apreciables.
En esta época las densidades alcanzadas en la Alta Edad Media en las
cordilleras Cantábrica y Pirenaica del norte peninsular habrían disminuido
sensiblemente por la emigración continuada hacia tierras más llanas y más
rentables. Parece ser que la zona de Álava fue la de mayor densidad demo¬
gráfica, en el País Vasco, durante los siglos XII y XIII. Hasta 1272 se fun¬
daron quince villas nuevas y todavía el territorio dispuso de un excedente
humano para participar activamente en la repoblación de la Andalucía oc¬
cidental (según acreditan los repartimientos de Sevilla y Jerez). De la villa
de Vitoria sabemos que en 1256 se amplía el recinto por su parte oriental,
formándose las calles de Cuchillería, Judería y Pintorería, con la nueva pa¬
rroquia de San Ildefonso, y en 1281 se procede a la traída de aguas desde
Olárizu y Mendiola, se construyen nuevos molinos y nuevas iglesias como
las de Santa María y San Pedro, o se amplía la de San Francisco. Surgen
otros barrios extramuros como los de Santa Clara, San Martín y la Magda¬
lena. Todavía en 1304 no había cesado el aumento demográfico, puesto que
Fernando IV ha de prohibir que los vecinos roturen los ejidos de los conce¬
jos, reservados para pastos, y los conviertan en tierras de labor con objeto
de incrementar la producción agrícola y hacer frente a las necesidades ali¬
menticias. Mientras tanto, entre 1286 y 1332, Vitoria incorporaría a su al¬
foz, por compra, cuarenta y cinco aldeas de la Cofradía de Arriaga. Años
después veremos que algunos se han convertido en yermos. Más ello puede
ser debido a reagrupaciones de los pobladores, mediante fundaciones de vi¬
llas nuevas, como las cuatro que crea Alfonso XI entre 1333 y 1338. De
modo que no es un fenómeno que haya que relacionar estrictamente con
las pestes y epidemias del siglo xiv.
El ejemplo de Vitoria podría compararse con otros muchos. Pero la ten¬
dencia cambia de signo antes de mediar el siglo xiv. La villa, entonces na¬
varra, de Laguardia, según los cálculos de E. García Fernández, entre 1350
y 1379 perdió el 43,53 por 100 de sus habitantes. También Vitoria, y las
aldeas de su alfoz, experimentaron «mortandades» que aún continuaban
a comienzos del siglo XV. El nuevo cambio de tendencia hacia la recupera¬
ción cabe situarlo en el segundo tercio de este último siglo, siendo general
a partir de 1445.
Se ha dicho que la corona de Castilla se vio menos afectada por la peste
negra de 1348 que el resto de los reinos peninsulares. Por ello, al parecer,
su recuperación, entre 1350 y 1500, fue más rápida y efectiva. No obstante,
faltan todavía muchos estudios monográficos, como el de María Mercedes
Borrero dedicado al concejo de Fregenal de la Sierra en el siglo XV, para
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 443
Veamos ahora, a título de ejemplo, con algún mayor detalle las caracte¬
rísticas demográficas del principado de Cataluña. En la segunda mitad del
siglo xiv, la población del principado estaba integrada por cerca de medio
millón de habitantes (470.000), la mayoría de los cuales (327.000) vivían en
el campo y de él, y sólo 143.000 residían en los núcleos urbanos. Esta masa
de población dependía de la jurisdicción real en un 31 por 100, de la noble¬
za militar en un 38 por 100, de los señores eclesiásticos en un 26 por 100,
y sólo el 1 por 100 podía considerarse independiente. Las jurisdicciones re¬
gia, nobiliaria y eclesiástica se hallaban, pues, equilibradas y se repartían
con bastante equidad la población, dividiéndose en tres estamentos o «ma-
444 MANUEL RIU RIU
con que debía pagar los servicios nobiliarios, por las mercedes con que de¬
bía comprar su fidelidad y por los considerables gastos que hacían deficita¬
ria su economía y le obligaban a empeñar o enajenar su patrimonio.
Entre las mutaciones sociales cabe señalar, asimismo, con el aumento
y progreso de la burguesía, la aparición —junto a los caballeros nobles que
se integraban en la caballería cumpliendo una función de protección social
y jurídica de los desvalidos no beligerantes, mujeres y niños— de una caba¬
llería no noble, la de los caballeros villanos o caballeros pardos, constituida
por hombres libres de las ciudades y villas cuya fortuna personal les permi¬
tía adquirir y mantener el equipo propio del caballero y entrenarse para com¬
batir a caballo en las huestes del rey y en las milicias de su ciudad o villa.
En Castilla los monarcas tendieron a impulsar esta caballería que, sin nece¬
sidad de conceder beneficios, encomiendas o soldadas, engrosaba el ejérci¬
to de caballeros.
En el ambiente urbano se acentuó cada vez más la diferenciación entre
la clase pudiente (la biga de Barcelona, por ejemplo) y las modestas (busca,
en dicho ejemplo), ocasionando motines contra el poder oligárquico de la
primera. Las clases modestas (mediocres o minores), cada vez más numero¬
sas en las ciudades, con el desarrollo de determinadas manufacturas e in¬
dustrias, darían paso al «estado llano» de la sociedad moderna.
Los hombres de behetría que en sus orígenes habían sido, tanto en León
como en Castilla, hombres libres, establecidos en encomendación por una
relación voluntaria que era susceptible de rescindirse por cualquiera de las
dos partes, se vieron obligados, al convertirse las encomiendas o behetrías
vitalicias en hereditarias, a partir del siglo xm, a elegir señor entre los miem¬
bros de una familia (behetrías de linaje) que no tardó en considerarse due¬
ña de las tierras de sus encomendados y empezó a exigir de ellos rentas o
prestaciones, acabando por asimilar las behetrías a los señoríos territoriales,
en el norte del Duero, y los hombres de behetría a los solariegos y cultiva¬
dores de las tierras de señorío. Los colonos, aunque fueran libres jurídica¬
mente, no poseían libertad de movimientos para abandonar los predios
señoriales que cultivaban. En Cataluña el precio de redención, establecido
por el señor, por el cual se permitía a los adscritos que abandonaran sus
tierras, dio origen al nombre de remensas (de redimentia). La situación de
éstos dio lugar a numerosos conflictos en el ámbito del principado durante
el siglo xv. Después de varios intentos de solución por parte de los monar¬
cas, y de otras tantas revueltas de los remensas, Fernando el Católico dictó
la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1485) liberando a los remensas de los
malos usos y facultándoles para abandonar la tierra, convirtiéndose en arren¬
datarios libres. En Aragón el sistema antiguo se mantendría hasta el siglo
xviii. En León y en Castilla la consolidación de la libertad de movimien-
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 447
tos de los colonos tuvo ya sus primeros logros en los siglos xm y xiv invo¬
cando su condición jurídica de hombres libres.
Esclavos y libertos perduraron durante todo este tiempo. La esclavitud
tendió a aumentar en los medios urbanos, pero la conversión al cristianis¬
mo de esclavos y esclavas facilitó las manumisiones y la liberación de los
siervos tanto por parte de la Iglesia como de particulares, que les declara¬
ban libres en sus testamentos. El liberto-manumitido en León y en Castilla
podía seguir ocupando el predio de behetría en calidad de cultivador libre,
puesto voluntariamente bajo el patrocinio de un señor.
A mediados del siglo xv llegaron a España las primeras tribus de gita¬
nos, procedentes de Francia, aunque originarias de la Europa oriental.
que la elevara a 12.D00 ó 13.000 maravedíes, puesto que los 8,000, en aquel
entonces, los costaba ya el caballo. Los Reyes Católicos, en 1492, fijaron
la cuantía en 50.000 maravedíes y el valor de la casa y cama del caballero
en 1.200 maravedíes. Si se elevaba el valor de la cuantía el número de com¬
batientes a caballo disminuía, y tal vez ésta era la intención, en busca de
una mayor paz interna. Pero también la disrftiiiución de su número com¬
portaba una mayor relevancia social.
Los caballeros cuantiosos tenían que hacer por lo menos un alarde, o
parada militar, al.año; de ahí su nombre de caballeros de alarde con el cual
fuerón también conocidos. Y debían prestar servicio de armas hasta los se¬
tenta e incluso setenta y cinco años, hasta que en el año 1444 se fijó el límite
de la edad activa en sesenta y cinco. Entre los privilegios otorgados a los
caballeros de alarde solía figurar el de entrar en las suertes para designa¬
ción de los oficios concejiles, particularmente en Castilla donde la escasa
densidad de la burguesía favoreció la intervención de esta clase social en
el gobierno de las villas.
con las manos. Pedro el Ceremonioso obligó a revocar tal decisión, pero
entonces se produjeron disturbios, dando lugar a muertes, incendios y ro¬
bos en las viviendas de los judíos, por lo cual el rey tuvo que imponer a
la villa multas que sumaron 37.000 sueldos. Los disturbios continuaron, en
1348 y 1349, a raíz de la peste, en Tárrega, Verdú, Cervera y otras localida¬
des, con lo cual los calis o barrios judíos al reconstruirse fueron dotados
de murallas, torres y puertas convirtiéndose en auténticas fortalezas dentro
de las urbes. La aljama de Tárrega, reconstruida en 1350, fue prevista para
albergar cuarenta familias judías. Se permitió a los judíos barceloneses am¬
pliar su sinagoga, y se impusieron multas a los maestros de las escuelas pa¬
rroquiales de la ciudad (1367) cuyos scolares insultaran a los judíos.
Todas estas medidas, sin embargo, no consiguieron eliminar la mutua
desconfianza y, en 1390, los disturbios, asaltos y matanzas volvieron a pro¬
ducirse. Se desconocen las cifras exactas de la población judía de la corona
de Aragón, que oscilan entre las 11.000 y las 26.000 personas, según los cálcu¬
los de distintos investigadores. Yitzhak Baer piensa que hubo unas 3.600
familias judías en el territorio de la corona a finales del siglo xm y Shneid-
man cree que a finales del xiv representaban el 3 por 100 de la población.
Es posible que Barcelona, hacia 1390, no tuviera más de 1.000 judíos, Va¬
lencia unos 1.500 y Mallorca unos 800, como creyó Isidoro Loeb. Pero consta
que en la matanza de 1349 sólo en Tárrega murieron 300 y cuando, en 1391,
fue destruido el cali de Barcelona, los disturbios duraron cuatro días y, se¬
gún la Crónica del Racional «ante todos se daba muerte a los judíos y ju¬
días que no querían bautizarse». Desmanes semejantes tuvieron lugar en
Gerona, Reus y otros muchos núcleos menores, lo cual obligó a las conver¬
siones forzosas o a la huida en masa hacia el mediodía de Francia. Cuando,
en 1487, volvieron a reproducirse las persecuciones, muchos conversos hu¬
yeron al Rosellón y a Montpellier, a Portugal, a Nápoles y a Argel.
Los fueros constituyen una fuente valiosa para conocer la situación le¬
gal de la mujer en la sociedad castellana de los siglos xn y xm. Hasta los
quince años cumplidos, tanto el varón como la mujer se hallaban bajo la
tutela familiar. Una vez cumplidos los quince años la mujer podía legal¬
mente contraer matrimonio, puesto que se la consideraba mayor de edad.
El fuero de Soria, por ejemplo, confirmado por Alfonso X en 1256, reco¬
noce a la mujer capacidad jurídica a partir de los dieciséis años de edad,
siempre que se halle independizada de su familia o casada, y posea bienes
valorados en cincuenta o más maravedíes. Sólo en el caso de que, en el pía-
456 MANUEL RIU RIU
la custodia de las personas y bienes de sus hijos menores, con tal de que
no contraiga nuevo matrimonio y, aparte de disponer de las arras, y de ciertos
bienes de uso personal, como el lecho y las ropas de cama, puede gestionar
por sí cuantos bienes le haya legado el marido en vida o en testamento, ya
fuera como regalo, ya a título de usufructuaria de los mismos, ya como do¬
mina et potens, dueña con plenos poderes para la gestión de los bienes pa¬
trimoniales.
La barraganía y el amancebamiento parecen haber merecido de la socie¬
dad medieval castellana una mayor benevolencia que el adulterio o la forni¬
cación. La imposición del celibato a los clérigos hace que en las Cortes se
dicten medidas contra las mujeres que cohabiten con ellos (o barraganas),
complementando las disposiciones canónicas, pero se refieren a distintivos
en la indumentaria que deberán llevar, a la prohibición de que sus hijos les
hereden, o a multas dinerarias (hasta un marco de plata, según las Cortes
de Briviesca de 1387). La prohibición de que «ningún casado no mantuvie¬
ra manceba públicamente» o en su casa, sería taxativa a finales del siglo xiv,
penando al infractor con la pérdida de una quinta parte de sus bienes,
hasta la cuantía de 10.000 maravedíes. Los parientes de la manceba podrían
destinar la suma a dotarla para casarse, si así ella lo deseaba. En caso con¬
trario, se repartiría entre la casa real, el acusador y la ciudad.
La convivencia en la España cristiana de los cristianos con musulmanes
y judíos debió de ser habitual hasta el siglo xii, momento a partir del cual
empiezan a reiterarse las medidas restrictivas, siguiendo las normas pun¬
tualizadas por el derecho canónico, entonces codificado. Entre las disposi¬
ciones dimanadas de las Cortes de la corona de Castilla al respecto, recogidas
por Emilio Mitre, recordaremos el rigor con que se trata de evitar que mu¬
jeres cristianas se empleen como sirvientas o nodrizas en casas de judíos
o de musulmanes. El ayuntamiento carnal de cristianas con judíos, ya seve¬
ramente castigado en las Partidas de Alfonso X el Sabio, lo es asimismo
en sucesivas Cortes, en los siglos xiv y XV, pero en cambio se permite que
los cristianos trabajen las tierras en las heredades de judíos y que les acom¬
pañen en sus viajes para evitar, entre 1380 y 1385, que sean maltratados.
La sociedad navarra
La repoblación de Andalucía
Desde el año 1332 el señorío —cuya superficie máxima fue de 1.900 ki¬
lómetros cuadrados— sería gobernado por adelantados nombrados por el
arzobispo. Estos adelantados tenían facultades jurisdiccionales, judiciales
y militares, y de gobierno: nombraban alcaldes y regidores, además de lu¬
gartenientes, alcaldes mayores (conocedores de las leyes que auxiliaban al
adelantado en las tareas de gobierno del señorío) y alcaides (quienes reci¬
bían en tenencia las fortalezas del señorío para su defensa). En el señorío
aparecieron todavía otros oficiales, como el fiscal (un oficial de carácter
judicial) y el juez pesquisidor (o inspector nombrado por el arzobispo), y
el gobernador, cargo aparecido a finales del siglo XV como sustitutivo del
adelantado cuando vacaba éste.
El Ordenamiento de Alcalá de Henares, de 1348 (en su Ley III, título 27)
confería la potestad jurisdiccional en sus dominios a todos los titulares de
señoríos territoriales, siempre que la hubiesen venido ejerciendo durante cua¬
renta años, como era el caso del señorío de Cazorla. De esta manera queda¬
ba reconocida legalmente una realidad social y administrativa: el señorío
jurisdiccional. El señor jurisdiccional tenía potestad normativa (podía con¬
ceder fueros, ordenanzas y privilegios a las villas de su señorío), capacidad
para administrar justicia (en el ejemplo de Cazorla a través del propio ade¬
lantado mayor o por jueces), y para designar autoridades y oficiales del se¬
ñorío y de sus villas (adelantados, gobernadores, alcaldes mayores o
corregidores, oficiales concejiles tales como alcaldes, alguaciles, escribanos,
regidores, guardas, etc.).
En el ejemplo de Cazorla —estudiado por María del Mar García
Guzmán— sabemos que de las tierras de labor se hicieron tres partes, reser¬
vándose una de ellas el arzobispo y repartiendo los dos tercios restantes en¬
tre los pobladores que acudieron al señorío, a razón de tres o dos yugadas
de tierra para cada vecino. No existen, para el caso, datos de población an¬
teriores al siglo XVI, pero en 1528 la población de las villas del adelanta¬
miento sumaban 3.268 vecinos, o sea, unos 12.000 habitantes. A lo largo
del siglo xvi llegó a aumentar un 73,5 por 100, alcanzando en 1591 un to¬
tal de 5.841 vecinos.
Tres grupos sociales se distinguen en el señorío de Cazorla: los hidal¬
gos, muy pocos en número, los caballeros cuantiosos y los pecheros, estos
últimos los más numerosos. En 1528 los pecheros representaban el 70 por
100 de los vecinos. La unidad básica de la administración del adelantamiento
de Cazorla la constituía la villa y su alfoz, que englobaba las aldeas depen¬
dientes de aquélla. El gobierno de esta unidad territorial básica correspon¬
día al concejo de la villa. A las tres villas tradicionales de Cazorla, Quesada
e Iznatoraf se añadirían, con el tiempo, otras tres: La Iruela (1370), Villa-
nueva del Arzobispo (1396) y Villacarrillo (1450). En ellas se aplicó el fuero
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 471
Incremento de la ganadería
nen con Alfonso X, y con mercaderes extranjeros, para evitar los excesos
de los funcionarios municipales en la recaudación de impuestos y portaz¬
gos. Y el 15 de. febrero de 1281 los representantes de las ciudades de San¬
tander, Castro Urdíales, Laredo, Burgos, Medina de Pomar y Vitoria, las
principales ciudades comerciales de Castilla, ofrecen, con un grupo de mer¬
caderes extranjeros, al rey Alfonso X la suma de 101.000 maravedíes para
que les perdonara las penas en que habían incurrido por no respetar las pro¬
hibiciones de exportar determinados productos y por no haber hecho el de¬
pósito en plata como garantía de sus negocios, así como que les permitiera
el ejercicio libre del comercio frente a las imposiciones municipales.
Por entonces Burgos era ya el centro de la red comercial que se extendía
hacia el norte desde Medina de Pomar y Vitoria hasta el golfo de Vizcaya
y los puertos marítimos de Laredo, Castro Urdíales y Santander. Ya antes
de 1300 buques armados por familias burgalesas, como los Ibáñez de Za¬
mora o los De la Riba de Gordón, transportaban hierro, vino, miel, sebo,
pieles, especias de Andalucía y otras mercancías (como caballos) a Inglate¬
rra, Flandes o los puertos de la costa atlántica de Francia, y traían, al regre¬
so, paños flamencos y otros productos manufacturados, incluso joyas. La
vía de Laredo a Burgos era el principal canal de las importaciones, incluso
antes de que, a mediados del siglo xiv, la lana se convirtiera en el gran pro¬
ducto de exportación hacia el norte europeo, compitiendo con el hierro que
fue la mercancía principal desde comienzos del siglo xiv. Desde Burgos,
se reexportaban a las dos Castillas numerosos productos extranjeros tales
como anzuelos para pescar, botones, jarrones, dados, agujas, alfileres y pro¬
ductos alimenticios, además de los paños de calidad (paños flamencos, de
Cambrai, escarlata, etc.) y ese comercio fue protegido por Sancho IV (1285)
y Fernando IV (1303), ya eximiendo a los mercaderes del pago de portazgos
en el transcurso del camino real de Palencia, ya concediendo licencia para
que las caravanas de mercaderes pudieran desplazarse libremente con sus
carretas y acémilas cargadas de productos alimenticios, paños y otras mer¬
cancías por todo el reino.
En tanto que en Sevilla y en otras capitales andaluzas grandes compa¬
ñías mercantiles extranjeras, principalmente genovesas, se quedaron con la
parte del león de las ganancias comerciales, en el norte de Castilla fueron
unas pocas familias burgalesas las que monopolizaron el comercio: los Mar¬
tínez de Santo Domingo, los Frías y González de Frías, los Camargo y Pé¬
rez de Camargo, y otros, hasta bien entrado el siglo xiv.
Ya Alfonso VIII había establecido un sistema de vigilancia de fronte¬
ras, según recuerda María del Carmen Carié, para evitar la exportación de
determinados artículos —«cosas vedadas»— como el oro, la plata y el co¬
bre, amonedados o no; el pan y los cereales, legumbres y viandas en gene-
MANUEL RIU RIU
478
bían llevar consigo y exhibir ante los guardas de las restantes aduanas. Al
puerto de Vitoria, por ejemplo, correspondían las guardas de Miranda de
Ebro, Treviño y Santa Cruz. Enrique III, en 1403, al garantizar la libertad
de comercio a los mercaderes de los países vecinos, reiteraba la obligación
de efectuar el pago de los derechos aduaneros en Logroño, Vitoria, Cala¬
horra, Agreda, Soria y Molina, para el ámbito de los obispados castellanos
de Calahorra, Osma y Sigüenza; en Requena y Moya para el obispado de
Cuenca, y en Murcia, Albacete y Yecla, para el de Cartagena.
Funciones esenciales de las «casas de aduanas» eran el registro por escri¬
to de las mercancías y el pago de los derechos. Dichas casas, de propiedad
particular, debían estar situadas en lugares convenientes y los arrendadores
de la aduana pagaban una renta anual al dueño de las mismas. Los arren¬
damientos solía hacerlos el rey por cuatro años, por obispados y por par¬
tes, pudiendo ser varios los arrendatarios, en el siglo XV. Se desconoce la
importancia de estas aduanas y sus ingresos efectivos, pero hay que tener
presente que existían exenciones a veces considerables. Burgos, por ejem¬
plo, en 1412 logró exención de diezmos sobre la lana que exportaba a Flan-
des, en la aduana de Vitoria y en los «puertos» de tierra y mar de las rutas
que solía utilizar: Valmaseda, Orduña, Castro Urdiales, Laredo, San Vi¬
cente de la Barquera y Santander, con lo cual se mermaba la recaudación.
El contrabando y los bandoleros, en las postrimerías de la Edad Media, tam¬
poco deben olvidarse como factores negativos. Pero en 1453 el «diezmo viejo
y seco», o diezmo de la mar, que al principio había consistido en el pago
de 10 por 100 del valor de las mercancías, rendía unos 2.000.000 de mara¬
vedíes al año, afectando a 812 mercancías, y suponía una de las mejores
rentas de la corona, como ha señalado Luis Miguel Diez de Salazar.
cías o buques, y desde el siglo xiv se usa la letra de cambio como instru¬
mento de crédito que ahorra los riesgos de transportar el numerario en viajes
largos. Las bases del contrato de seguros mercantiles quedaron definitiva¬
mente establecidas en la corona de Aragón por la Ordenación de 1484.
Desde el siglo xm consta la existencia de establecimientos bancarios re¬
gentados por judíos y lombardos y dedicados al cambio y préstamo de mo¬
neda con frecuente especulación. A principios del siglo xv se crean en la
corona de Aragón las primeras Taulas de Canvi (Tabulae nummulariae),
bancos públicos organizados por los municipios y, al mismo tiempo, cajas
de depósito para cofradías, cabildos o particulares que deseaban guardar
en ellas su dinero o alhajas. Eran simplemente bancos de depósito asegura¬
dos (frente a las quiebras fraudulentas de algunos cambistas o depositarios
privados), y solían guardar los fondos públicos del municipio y de la Gene-
ralitat. El primer banco de crédito público fue el Banco de Barcelona, crea¬
do en 1401. No tardaron en seguirle los de Valencia y Palma de Mallorca.
A mediados del siglo xv aparecen también en Castilla, pero estos estable¬
cimientos bancarios no alcanzarían su pleno desarrollo hasta la Edad
Moderna.
pago (desde 1208) de portazgos, lezda y peaje, así como de los cuatro suel¬
dos por bestia mayor que trajeran de tierras islámicas y que debía percibir
el repositario de Aragón. Otros se dedicaban al transporte de lanas por el
Ebro, desde que a comienzos del siglo xiv se industrializó la elaboración
de tejidos de lana, y a la exportación de aceite.
También los grupos de artesanos cristianos empezaban ya a ser nume¬
rosos. Pero se seguían importando, por mar y por tierra, paños de Malinas,
Brujas, Yprés y Gante, o de Lucca y de otras poblaciones italianas. Las te¬
las de Montpellier y de Reims seguían siendo tan apetecidas como los aren¬
ques, el vino, la sal, hierro, granos, etc., otros tantos objetos de comercio.
Artesanos y mercaderes sienten la necesidad de unirse frente a señores
y nobles. Se agrupan en sociedades y corporaciones para actuar conjunta¬
mente, obtienen privilegios de los monarcas y estas asociaciones o gremios,
en conexión directa con las cofradías, velan por sus intereses, regulan el
aprendizaje y ejercicio del oficio, los materiales, precios, modelos, e inclu¬
so cuidan del establecimiento de ferias y mercados y de su reglamentación.
El gremio se rige por unas Ordenanzas, aprobadas por el monarca o por
el consejo municipal de la población donde se constituye, y lo gobiernan
algunos de sus componentes, elegidos en asamblea general o designados por
el municipio o por el rey, que reciben los nombres de jurados en Castilla,
prohombres o cónsules en Cataluña y clavarios en Valencia.
En todo oficio se establecían los tres grados de aprendices, oficiales y
maestros, pero tan sólo los últimos podían establecerse y abrir taller o tien¬
da por sí mismos. Nadie podía ejercer un oficio si no pertenecía al gremio
correspondiente, y para su ingreso en él era preciso aprobar un examen ri¬
guroso y realizar una «obra maestra», de acuerdo con lo preceptuado en
las respectivas ordenanzas. El gremio regulaba por completo la producción,
vigilaba la calidad de los productos, fijaba los salarios de oficiales y apren¬
dices y los precios de venta; proporcionaba las materias primas a los agre¬
miados y distribuía los trabajos a realizar. Tenía poderes para juzgar a los
infractores y multarles, e incluso cerrar sus talleres y destruir los productos
defectuosos. Con ello, claro está, toda iniciativa particular no tenía posibi¬
lidad de perduración si no se veía refrendada por el gremio. A finales de
la Edad Media los gremios habían llegado a ser una fuerza poderosa en los
diversos municipios, y la burguesía con su influencia creciente podía permi¬
tirse ya la lucha contra la nobleza y el poder señorial. Entre los numerosos
altares, capillas y retablos conservados de la época gótica no faltan los per¬
tenecientes a antiguos gremios de artesanos y mercaderes cuya riqueza es
testimonio del poderío alcanzado, y aun de la religiosidad que inspiraba sus
festejos al santo patrón del gremio y la caridad hacia los agremiados desva¬
lidos o enfermos.
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 489
menadas y rodeadas por un foso. Las tenían también muchas villas, y algu¬
nas aldeas, e incluso numerosas fincas agrícolas se hallaban fortificadas y
protegidas por torres. Los artesanos vivían en las ciudades agrupados por
oficios, que a menudo daban nombre a las calles (de boteros, freneros, cal¬
dereros, carpinteros, dagueros, etc.). En el centro de la ciudad, o en su lu¬
gar más elevado, se alzaban los palacios, el castillo o la iglesia principal,
y sus dependencias donde residían nobles y clérigos. Junto a las murallas,
en su parte exterior, crecía a veces un barrio nuevo (el arrabal o burgo) o
más, que cuando adquiría cierta importancia se rodeaba a su vez de un nue¬
vo muro, más amplio, pudiendo llegar a formarse así varios circuitos amu¬
rallados en una misma ciudad. El arrabal, en sus inicios, solía ser un barrio
de mercaderes y advenedizos: judíos o francos; y de artesanos de determi¬
nados oficios (olleros, tejeros, bataneros, tintoreros, etc.).
Las casas solían ser pequeñas y oscuras; las calles, estrechas y tortuo¬
sas. Por ello Eiximenis, en el siglo XIV, recomendaba pasar los inviernos
en el campo, donde podía tomarse el sol, y los veranos en la ciudad. En
el siglo xiv, en la corona de Aragón se construyeron las primeras Casas Con¬
sistoriales. Pedro IV autorizó un impuesto para construir la Lonja de Bar¬
celona (en 1339). Pronto se construirían también las de Palma de Mallorca,
Valencia y Zaragoza, y otras. A mediados del siglo xv se permitió ya la
edificación de algunas casas adosadas a las murallas, construcciones prohi¬
bidas en las Partidas. El concepto de belleza urbana empezaba a sustituir
ya al de fortaleza, augurando el espíritu del Renacimiento. Se construyen
amplias plazas y bellos palacios, emulándose en ellos las familias de la bur¬
guesía y de la nobleza urbana. Mediado ya el siglo xiv se colocaron ilumi¬
naciones nocturnas en las ventanas de las calles principales, para evitar las
riñas y «batallas» que fácilmente se producían en ellas. Las gruesas parri¬
llas de hierro para quemar teas, situadas en las esquinas, solían encenderse
sólo las noches de los días festivos. Las novelas caballerescas y los poemas
del amor cortés gozaban del favor ciudadano. En las miniaturas de los có¬
dices y en las escenas de los retablos, los pintores de los siglos xiv y xv tra¬
zaron cuadros realistas de la vida y costumbres de sus conciudadanos. Por
ellos desfilan el taller del zapatero o del sastre, las tiendas de los cambistas
o especieros, banquetes, calles y casas, habitaciones con su mobiliario, las
imágenes de los santos y figuras de personajes bíblicos con trajes de la épo¬
ca gótica, escenas de caza o de danza, etc. En el siglo xiv la preocupación
por la limpieza de la ciudad y la construcción de cloacas, a imitación de
las romanas, se generaliza. A menudo éstas permanecían abiertas en el cen¬
tro de la calle; luego se cerraron con losas planas, y se cubrieron con bóve¬
das las más importantes. Muchos fueros prohibían echar basuras en las calles,
puesto que con el barro de su suelo sin pavimentar contribuían a las epide-
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 493
los ingresos ordinarios de la corona oscilaban entre las 30.000 y las 40.000
libras anuales.
El más importante de los ingresos ordinarios era la pecha, que suponía
del 60 al 70 por 100 del total. Otros ingresos ordinarios eran los peajes, mi¬
nas de hierro, confiscaciones, condenas, etc. Se recaudaban en dinero y en
especies. A estos ingresos ordinarios se sumaban los extraordinarios, que
tendieron a crecer desde la segunda mitad del siglo xiv hasta alcanzar las
62.000 libras en 1370 y las 118.799 en 1390.
Contribuía a engrosar las arcas reales la práctica de la quiebra de la mo¬
neda, fabricándola de ley más baja con el mismo valor nominal, o compen¬
sándola mediante el pago del monedaje. Mas estas medidas provocaban
desajustes en los precios y salarios, aunque es posible que la presión fiscal
estimulara las actividades económicas, alumbrando nuevas fuentes de rique¬
za, y que, por lo tanto, su acción no fuera totalmente negativa.
21. ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE
(SIGLOS XIII-XV)
y otros la décima parte (6 por 100). En general, entre el cura y cada uno
de los beneficiados de una misma iglesia urbana de Toledo no solía haber
diferencias proporcionales en el reparto de los diezmos de dicha iglesia, pero
sí entre los de una iglesia y los de otra. A los canónigos toledanos corres¬
pondía el 15 por 100 del diezmo, pero a su vez también las diferencias en
la distribución eran grandes.
Existía una norma para el reparto de los diezmos de pan y vino de la
archidiócesis, que era la siguiente, según dedujo José Luis Martín: corres¬
pondía a los servidores de la iglesia el 33,33 por 100; a la obra de la fábrica
del templo el 11,11 por 100; al arzobispo de Toledo el 20 por 100; al arce¬
diano, el 3,33 por 100; a los canónigos toledanos el 10 por 100, y al monar¬
ca el 22,22 por 100 restante. Pero hubo variaciones muy sustanciales en dicha
norma, ya en beneficio de unos, ya en perjuicio de otros, hallándose por
completo en olvido la norma canónica, estipulada en el siglo XI y en algu¬
nos casos con anterioridad a él, según la cual se harían tres partes equiva¬
lentes de las rentas de cada iglesia, correspondiendo una a los clérigos que
la servían, otra a la obra o fábrica del templo, y la tercera al obispo.
También debían pagar diezmos el ganado y sus frutos (ej. queso o lana),
las frutas y hortalizas, colmenas (miel, cera, enjambres), lino y cáñamo,
aceite, ofreciendo los sistemas de reparto numerosas variantes derivadas bá¬
sicamente de la norma antes mencionada. El hecho de que el papa hubiese
concedido esporádicamente al rey, en general por un período de tres años,
un tercio de los diezmos correspondientes a los servidores y a la obra de
fábrica (o sea, los 2/9 del total, 22,22 por 100), con destino a la cruzada
contra el islam, había permitido a los monarcas hacer las concesiones
temporales definitivas, a juzgar por el texto del Becerro, aprovechando su
importe para paliar el carácter deficitario de la Hacienda real. Pero la dis¬
minución de la renta de los servidores no pudo ser mantenida y hubo que
hacer una redistribución de los diezmos que, conservando el 33,33 por 100
para los servidores y también para el arzobispo, redujera la parte corres¬
pondiente a obras al 11,11 por 100 y dejara para el rey el 22,22 por 100
restante. En perjuicio, indudablemente, de los edificios eclesiásticos. Al re¬
nunciar el arzobispo, a su vez, a una parte de sus derechos en beneficio de
los canónigos (el 10 por 100) y del arcediano (3,33 por 100), quedaba fijada
la norma a que antes nos hemos referido.
De esta norma, que luego iría sufriendo variaciones, quedaba excluida
la ciudad de Toledo, puesto que Alfonso VI, en 1085, había renunciado a
tener participación en sus diezmos, y sus sucesores mantuvieron su misma
actitud, pero no en el resto del arzobispado toledano, como hemos apunta¬
do. Aparte de los diezmos de pan y vino que debían pagar los laicos, el diez¬
mo de coronados o de clérigos se distribuía en la ciudad entre los servidores
506 MANUEL RIU RIU
de cada iglesia (66,66 por 100) y el arcediano (33,33 por 100); y el diezmo
de excusados de las iglesias, entre los servidores (66,66 por 100) y la obra
(33,33 por 100), que veía de este modo compensada la precariedad de los
fondos que se destinaban a la construcción y reparación de los edificios.
Las iglesias de las Órdenes militares tenían también sus propias normas
en la distribución de los diezmos. Los dos tercios de los mismos quedaban
siempre para la Orden, y el tercio restante se distribuía entre el arzobispo,
los canónigos, el arcediano y la obra de la iglesia catedral de Toledo. Pero
hubo conflictos entre ios arzobispos y los santiaguistas, los calatravos y los
hospitalarios, porque las tres Órdenes, invocando la exención del pago de
diezmos al clero secular obtenida por bulas pontificias, se negaban a veces
a hacer entrega de la tercia episcopal. El pleito quedó zanjado en 1224 en
el sentido que antes hemos anotado, pero todavía hubo nuevas querellas
en 1231-1243 y en 1491, resueltas de igual modo: un tercio de los diezmos
para el arzobispo y las dignidades toledanas, y los dos tercios restantes para
la Orden, comprendiendo los servidores por ella puestos en sus iglesias y
el cuidado de los edificios.
A los diezmos habría que añadir el estudio de las primicias para poder
hacerse cargo de sus valores relativos. Baste indicar, no obstante, que en
1449, según María Luisa Guadalupe, los ingresos de la iglesia toledana as¬
cendieron a 1.224.273,5 maravedíes y 53 dineros, suma a la que habría que
añadir el valor de las rentas cobradas en especies: trigo, cebada, centeno,
avena, sal y gallinas. En total: 207 cahíces de trigo, 195 de cebada, 14 de
centeno, 5 de avena, 21 de sal y 3.315 gallinas.
Valga el ejemplo del señorío de la mitra de Toledo por todos los seño¬
ríos eclesiásticos de los reinos hispánicos, de muchos de los cuales no po¬
seemos todavía estudios monográficos y, mucho menos, una visión de
conjunto que permita conocer su fuerza en relación con los señoríos nobi¬
liarios laicos y con el patrimonio real.
Q Muhammad I (1232-1273)
~ 1
f5) Ismall I (1314-1325)
@ YuÍi II (1391-1392)
© Muhammad X
b Uthmán = el Cojo ^ I
(1448-1453)
fe) Yusuf IV ben al-Mawi (1431-1432)
(1445-1448)
-_T (Ít) Yusuff V
Vibn Ahmad
^ 1 (1145-14
1446 y 1462)
n Abú Nasr Sad [= Sidi Sad)
(20) Ciriza
Hg) Muhammad XI = Fátima
= ibn Ismall = MuleyZald -► 1453-1465
(1450-1452)
I-
(21) Abú-l-Hassan'Alf (1464-1485) = Fátima
[ = Muley Hacén]
i
= Aixa Muhammad XIII
(P) Abú Abd Allah, el Zagal
(sublevado contra su sobrino)
(§) Muhammad XII desde 1485-1498)
Abú Abd Allah (1482-1492)
[ = Boabdil el Chico]
sitados con frecuencia por los creyentes que iban hacia ellos en peregrina¬
ción. Las epidemias repercutieron en la economía, desorganizándola, y
ocasionaron una etapa de malestar social y de desórdenes, iniciado con el
turbulento reinado de Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391), interrumpi¬
do por los breves gobiernos intrusos de Ismail II (1359-1360) y de Muham¬
mad VI, el Rey Bermejo (1360-1362), en cuyo tiempo se concertó una alianza
(1360) con Pedro IV de Aragón que permitió a 2.000 sarracenos de Valen¬
cia emigrar al reino nazarí. Víctima de las intrigas de este período fue Ibn
al-Jatib, que en él obtuvo de Muhammad V los máximos honores e influen¬
cia y, luego, acusado de hereje por algunas frases de su libro Sobre el amor
(divino) fue sentenciado a muerte, estrangulado, desenterrado y quemado,
para ser enterrado por segunda vez, en el cementerio de Fez. Había busca¬
do refugio en el norte de África y hasta allí fue a buscarle su desagradecido
discípulo, el poeta Ibn Zamrak, para que se cumpliera el castigo que urgía
Muhammad V contra él.
Otro episodio sangriento de estas luchas intestinas fue el alanceamiento
del Rey Bermejo en el campo de Tablada, próximo a Sevilla, por orden de
Pedro I cuando acudió a solicitar la amistad de Castilla, y el envío de su
cabeza (1362) a Muhammad V. Aprovechando la guerra dinástica de Casti¬
lla, Muhammad V, en el segundo período de su reinado, pudo recuperar
Priego, Iznájar (1366) y Utrera (1367), saqueó Jaén y Úbeda (1367) y llegó
a las puertas de Córdoba (1368). Ocupó los castillos de Rute y Cambril
(1369), y con la colaboración de una flota marroquí, logró la rendición de
Algeciras en 1369.
Hechas las paces con los Trastámara, mediante la renovación del vasa¬
llaje a Castilla en 1378 y con el pago de 5.000 doblas de oro, el reino nazarí
de Granada pudo disfrutar de una larga etapa de tranquilidad, en la cual
la arquitectura y las restantes artes alcanzaron su máximo esplendor, refle¬
jado hoy en las construcciones de la Alhambra, en paticular el palacio que
centra el Patio de los Leones, con las salas de los Mocárabes, de los Reyes,
de Dos Hermanas y de los Abencerrajes.
Al morir Muhammad V en 1391 le sucedió su hijo Yusuf II (1391-1392),
de reinado muy breve, oscuro y agitado, en el cual los reyes de Fez intenta¬
ron recuperar la influencia que habían perdido en al-Andalus. Su hijo Mu¬
hammad VII (1392-1408) reafirmó la paz con Castilla y con Fez, mediante
una tregua (1392), pero al concluir ésta el granadino atacó Murcia (1406)
y derrotó a los castellanos en los altos de los Collejares (1406). Se iniciaba
una vez más la lucha, continuada por una campaña contra Baeza y Jaén
(1407) que pretendía reconquistar estas ciudades a los cristianos y fracasó
por la muerte del alcaide Ridwan, que dirigía las tropas nazaríes, guerrean¬
do frente a los muros de Jaén.
534 MANUEL RIU RIU
a finales de 1462, y lo retuvo en sus manos otro año y medio. Yusuf V mo¬
ría en íllora a finales de 1463.
En agosto de 1464, cansado Sad de reinar con tantos infortunios y sin
el apoyo que había pedido a Egipto, ni tampoco el asenso de la nobleza
granadina, hubo de ceder el trono a su hijo Abu-l-Hassán Alí, a quien apo¬
yaban los abencerrajes, y refugiarse primero en Málaga y luego en Alme¬
ría, donde viviría hasta su muerte acaecida en el verano de 1465. Entronizado
Abu-l-Hassán Alí (1464-1482), nombró gran visir a Ibrahim ibn al-Asar.
Casado con Fátima, hija de Muhammad IX y viuda de Muhammad XI, em¬
pezó el nuevo rey una labor de conciliación entre las distintas facciones
nobiliarias granadinas, pero ésta fue muy poco duradera a causa del
concubinato del rey con Isabel de Solís (Zoraya), que ocasionó aún mayo¬
res conflictos nobiliarios y políticos.
Alamines y Venegas colaboraron en la política del reinado, coincidente
en parte con el de Enrique IV en Castilla y con el de los Reyes Católicos,
mas los abencerrajes, instigados por Fátima, la esposa ultrajada, iniciaron
nuevos movimientos de rebeldía. Cuando, ante la sublevación del arráez o
gobernador de Málaga (1470) los abencerrajes lograron el apoyo del prínci¬
pe Muhammad, hermano del sultán, éste logró disuadirle, pero no pudo
someter a los rebeldes hasta 1473. Desaparecieron entonces los abencerra¬
jes de la escena política del reino nazarí. Abu-l-Hassán Alí, muerto Enri¬
que IV en diciembre de 1474, pidió treguas a los Reyes Católicos (1475) y
éstos le exigieron el pago previo de las parias estipuladas en las últimas ac¬
tas de vasallaje.
El nazarí se negó al principio, pero, obligado por las circunstancias, hubo
de acceder al fin (1475), si bien violó luego las treguas, al atacar en 1477
Cieza y Villacarrillo. El conde de Cabra conseguiría ahora la paz, renován¬
dose las treguas (1478) con Castilla, porque las luchas internas existentes
en Granada y también en Castilla, y el conflicto de ésta con Alfonso V de
Portugal (hasta el tratado de Alca^ovas, 1479) imponían un nuevo compás
de espera a la reconquista del último reino islámico.
No tardarían las discordias internas de la corte granadina, atizadas en
la familia real por Isabel de Solís (Zoraya), favorita del rey, y por la esposa
del mismo, Fátima, madre del príncipe Abu Abd Allah (más conocido por
el nombre de Boabdil), en favorecer la posibilidad de una campaña coordi¬
nada de las tropas cristianas que acabara con el reino nazarí. No obstante,
en 1477 el sultán se hallaba todavía en la plenitud de su poder. Fue el año
siguiente, a raíz de una repentina inundación del río Darro, que arrasó 3.000
viviendas de Granada (1478), que la suerte del sultán Abu-l-Hassán Alí em¬
pezó a cambiar, por considerar el pueblo esta desgracia como un castigo
de Allah al rey por su desordenada conducta.
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 539
por comarcas y ciudades, que proporciona una amplia visión del panorama
poético de la España islámica, editado y traducido por Emilio García Gó¬
mez a la lengua castellana. El último de los grandes poetas de al-Andalus
fue Ibn Zamrak (1333-1392), nacido en el Albaicín y protegido de Ibn al-
Jatib, que murió trágicamente asesinado en su propia casa. Su elogio de
Granada, repleto de símbolos antropomórficos y celestes, es famoso por
el dominio del lenguaje. Sus Qasidas y Muwassahas están dotadas de una
gran musicalidad.
La elegancia de la prosa nazarí se manifiesta incluso en los documentos
dimanados de la cancillería real, y en los documentos notariales, de los cua¬
les se conservan muestras en distintos archivos, así como en las inscripcio¬
nes sepulcrales. Un viajero egipcio, Abd al-Basit (1465-1466), llegado al reino
nazarí en una nave genovesa cuando el sultanato llegaba ya a su fin, nos
dejó una emotiva descripción de Málaga, en la cual habla del elevado nivel
cultural de sus jeques e imanes, cadíes y predicadores, como Abu-l-Abbas
Ahmad al-Tilimsani y como Ibn al-Quraa, famoso por sus dictámenes. La
historiografía del sultanato es preciso completarla con las crónicas cristia¬
nas, en especial para su última época, pero no faltan buenos historiadores
islamitas, como Ibn Jaldún (1332-1406), que ayudan a precisar los relatos
de Ibn al-Jatib, en particular para conocer las relaciones del reino nazarí
con las dinastías musulmanas del norte de África. En cambio, ninguno como
Ibn al-Jatib nos ha proporcionado detalles de los habitantes de al-Andalus
como el de la elegancia de su dicción arábiga, exornada de sentencias «y
a veces demasiado metafísica».
Un místico andaluz, Ibn Abbad de Ronda (TI394), glosa conceptos como
las tinieblas del alma que permiten conocer el valor de la gracia divina, la
inspiración divina, el encuentro de Dios o la adversidad que acerca a Dios,
conceptos que veremos repetidos en la mística cristiana andalusí de época
posterior.
Entre otros aspectos culturales debemos recordar aquí la figura del al¬
ménense Ibn Luyun (1282-1349), calígrafo, notario y pedagogo, por su obra
Kitab al-Filaha, o «Libro de agricultura», escrita en verso para facilitar su
memorización, en la cual «trata de los fundamentos del arte de la agricultu¬
ra» mostrando la naturaleza y calidades de la tierra, su preparación para
el cultivo, las conducciones de aguas, los árboles frutales e injertos, el tra¬
tamiento de los frutos para su conservación, los cuidados que exigen los
cereales, las hortalizas, el lino y el cáñamo, las sustancias tintóreas, las flo¬
res, la caña de azúcar..., los jardines y la disposición de las viviendas y ca¬
sas de labor, con sus distintas dependencias. A Joaquina Eguaras debemos
el estudio y traducción de este precioso testimonio de la técnica agrícola del
reino nazarí.
546 MANUEL RIU RIU
La guerra de Granada
el 7,5 y el 10 por 100, y amortizados de muy diversas formas. Sólo estas cifras
aquí anotadas, (que son puramente indicativas, supondrían un costo de la
guerra superior a los 150.000.000 anuales de maravedíes, a lo largo de cerca
de once años. Ladero estima que la masa de capitales puesta en movimien¬
to para realizar la empresa no fue inferior a los cinco millones de ducados
en total.
Parece lógico, pues, que desde 1485 se adviertan los primeros síntomas
de cansancio y desgaste. Bien es verdad que con la guerra se obtenía botín,
se conseguían salarios y se liberaban cristianos. Relatos de época, como la
Crónica de Andrés Bernáldez, o como la Historia anónima del marqués de
Cádiz, nos hablan de los beneficios de la lucha, de las riquezas que logra¬
ron los nobles y los habitantes de muchas ciudades andaluzas, los cuales
llegaron a aportar a algunas campañas hasta el 52 por 100 de la caballería
y el 85 por 100 del peonaje. En las últimas campañas, a las cuales nos refe¬
riremos a continuación, unos 5.000 jinetes y 25.000 peones eran andaluces,
jornaleros y gentes de oficios, al lado de las gentes de armas que habían
hecho ya de la guerra su profesión. No hay que olvidar que la guerra de
Granada fue la escuela para las guerras de Italia y para la conquista del Nuevo
Mundo, en los años siguientes. Y fue asimismo ocasión para muchos de ac¬
ceder a la caballería y conseguir el status de hidalgos. Con el ennoblecimiento,
la concesión de mercedes y rentas en las tierras conquistadas, tenencias de
fortalezas y el desempeño de cargos municipales, constituyeron otros tan¬
tos beneficios.
Mas, a pesar de la guerra, no faltaban tampoco quienes, desde la Anda¬
lucía cristiana, seguían comerciando con los musulmanes de Granada. Des¬
de el reino de Jaén, por Alcalá la Real y el puerto de Quesada, discurría
la ruta tradicional del comercio, que no dejó de utilizarse, para el tráfico
clandestino ahora de armas y de alimentos; vecinos de Úbeda y de Baeza
participaban en este comercio. Y los italianos establecidos en Sevilla o en
Cádiz, particularmente genoveses, seguían fletando naves, cargadas con tri¬
go, paños, especias y aceite, con destino a Málaga hasta el mismo 1487.
A partir de finales de 1489, Muhammad XII Abu Abd Allah, Boabdil,
prosiguió solo la lucha de los musulmanes contra Castilla (1489-1492). Dis¬
ponía aún de unos 60.000 hombres de armas. La pérdida de los Vélez (Blanco
y Rubio) es posible que le llevara a prometer a los Reyes Católicos la entre¬
ga de la capital del reino. En todo caso, los reyes Fernando e Isabel envia¬
ron (1490) al conde de Tendilla a Granada para exigirle dicha entrega. Mas
Boabdil se rehusó. Fernando ordenó entonces hacer público el Tratado de
Loja, aireando el vasallaje contraído por Boabdil, y le declaró felón. De
acuerdo con el derecho feudal el vasallo que se rebelaba contra su señor
debía ser despojado de sus bienes. La campaña de 1491, en el ánimo del
554 MANUEL RIU RIU
requeriría, ahora que se habían eliminado las fronteras terrestres entre los
reinos hispánicos, que se estableciera un nuevo sistema defensivo a lo largo
de las costas, para hacer frente a los nuevos peligros que acechaban desde
el mar. El estudio de dicho sistema defensivo, sus castillos y torreones, ha
sido realizado por José Enrique López de Coca y por Cristóbal Torres Del¬
gado. Si antes la armada no había tenido un papel decisivo en ninguno de
los hechos de armas de la guerra, salvo acaso en el asedio y rendición de
Málaga en 1487 a que ya hemos aludido en su momento, ahora su impor¬
tancia quedaría muy pronto puesta de manifiesto, para la salvaguarda de
los territorios de la Andalucía meridional.
,
ADDENDA
El camino a la modernidad
otra nueva que les debería mucho más a aquellos reinos de lo que desearía
reconocerles. Sirvan tan sólo estas líneas de enlace con la Modernidad y no
se olviden las muchas realizaciones que ésta debe a los tiempos que la pre¬
cedieron, en todos los órdenes. El desconocimiento de nuestra Edad Media
y de los reinos que en ella se plasmaron, cristianos y musulmanes, así como
el papel coordinado de las tres culturas que en ellos convivieron: hebraica,
musulmana y cristiana, puede hacer incomprensible nuestro presente.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
E HISTORIOGRÁFICA
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Les quatre grans cróniques. Edició preparada per Ferrán Soldevila. Editorial Selec¬
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Madrid, 1926, 473 págs.
Zurita, Jerónimo: Anales de la Corona de Aragón. Edición preparada por Ángel
Canellas López. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1967-1977, 8 vols.
Esta nueva edición reúne los 20 libros de Zurita, que cabe completar con los ín¬
dices de las Gestas de los Reyes de Aragón. Edición de Ángel Canellas, CSIC,
Madrid-Zaragoza, 1984, 2 vols.
c) Colecciones documentales
ca, 1983, 2 vols., 497 págs. Se inventarían 1.155 documentos sobre temas muy
variados.
Colección de documentos inéditos del Archivo General de la Corona de Aragón.
(Abreviado con frec. CODOIN del ACA), Barcelona, 1847-1982, 50 vols. En
curso.
Cortes de los antiguos reinos de Aragón y de Valencia y Principado de Cataluña.
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ginas; vol. IV: 1254-1293 (1984), 297 docs., XL + 372 págs.; vol. V: 1294-1316
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(1032-1284), Burgos, 1983, 266 docs., xvm + 338 págs.; vol. II: 1285-1310 {1985),
253 docs., 400 págs.; vol. III: 1311-1318 (1986), 55 docs., 450 págs.; vol. IV:
1319-1350 (1986), 165 docs., 400 págs.
Ortega, Ignacio José, y otros: Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava. Reedi¬
ción El Albir, Barcelona, 1981, vm + 872 págs.
Peña Pérez, F. Javier: Documentación del monasterio de San Juan de Burgos
(1091-1400), Burgos, 1983, 175 docs., lxii + 338 págs.
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Serrano, Luciano: Cartulario del Infantado de Covarrubias, Valladolid, 1906
(Fuentes para la historia de Castilla, 1). Con otros volúmenes que incluyen los
cartularios de Arlanza y de San Millán.
Serrano, Luciano: Cartulario de San Pedro de Arlanza, Madrid, 1925 (Fuentes
para la historia de Castilla, 2).
Serrano, Luciano: Cartulario de San Millán de la Cogollo, Madrid, 1930 (Fuen¬
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dro. Edición crítica. Portugaliae Monumenta Histórica, Nova Serie, Lisboa, 1970-
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Font y Rius. Generalitat de Catalunya. Departament de Justicia (Textos jurídics
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Rodríguez, J.: Los fueros del reino de León, Ediciones Leonesas, León, 1981,
2 vols., 552 + 352 págs. Estudio crítico y edición de 133 documentos forales (años
1017-1345).
Valls Taberner, F.: Los Usatges de Barcelona. Estudios, comentario y edición
bilingüe del texto, Eds. Manuel J. Peláez y E. M. Guerra, PPU, Barcelona, 1984,
147 págs.
g) Fuentes espirituales
h) Fuentes culturales
Obras de conjunto
Historias regionales
En los últimos años, al darse mayor relieve a las características regionales, con
la organización de las Autonomías, han surgido algunas Historias regionales, como
antes habían aparecido en Francia y en otros países. Señalamos algunas a conti¬
nuación:
Ensayos regionales
Historia política
Barbero, A., y Vigil, M.: Sobre los orígenes sociales de la reconquista, Ed. Ariel
(Ariel Quincenal, 18), Barcelona, 3 1984, 197 págs.
Bishko, CH. J.: Studies in Medieval Spanish Frontier History, Variorum Reprints,
Londres, 1980, 336 págs.
Eslava Galán, J.: El ámbito territorial del reino de Jaén. Una cuestión de geo¬
grafía histórica, en «Boletín del Instituto de Estudios iennenses» (Jaén), núme¬
ro 112 (1983), págs. 83-93.
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dios Medievales» (Barcelona), V (1968), págs. 15-29.
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1978, xn + 212 págs. Existe traducción española, citada entre las obras generales.
Menéndez Pidal, R.: La España del Cid, Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 7 1969,
2 vols.
Vallvé, JLa frontera de Toledo en el siglo X, en «Simposio Toledo Hispano-
mozárabe (6-8 mayo 1982)» (Colegio Universitario de Toledo, Toledo, 1986),
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Historia institucional
Historia económica
L’emergenza storica nella attivitá terziarie, sec. XII-XVII), Prato, 1982, 44 págs.
Texto cicloestilado.
Martín [Rodríguez], J. L.: Economía y sociedad en los reinos hispánicos de la
Baja Edad Media, Eds. El Albir, Barcelona, 1983, 2 vols.
Martín Cea, J. C.: El campesinado castellano de la cuenca del Duero. Aproxima¬
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Moxó, S. de: La alcabala. Sobre sus orígenes, concepto y naturaleza, CSIC, Ma¬
drid, 1963, 216 págs.
Moxó, S. de: Los cuadernos de alcabalas. Orígenes de la legislación tributaria cas¬
tellana, en «Anuario de Historia del Derecho Español» (Madrid), XXXIX (1969),
páginas 317-450.
Pastor, R.: Ganadería y precios. Consideraciones sobre la Economía de León y
Castilla (siglos XI-XIII), en «Cuadernos de Historia de España» (Buenos Aires),
XXXIV-XXXVI (1962), págs. 37-56.
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Historia social
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Torres Balbás, L., [Terrasse, H.]: Ciudades hispano-musulmanas, Edit. Minis¬
terio de Asuntos Exteriores, Instituto Hispanoárabe de Cultura, Madrid, 2 1985,
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Valdeavellano, L. G. de: Sobre los burgos y los burgueses de la España medie¬
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Historia de Catalunya, varios autores, Edit. Planeta, Barcelona, 1987, 8 vols.
Historia de Catalunya, varios autores, Edit. Salvat, Barcelona, 1978-1979, 6 vols.
Publicados previamente por fascículos.
Nadal, J., y Wolff, P. H. (directores): Historia de Catalunya, Barcelona, 1983,
583 págs., ediciones francesa y catalana.
Reglá, J.: Historia de Catalunya, Edit. Alianza (Libros de bolsillo, 502), Madrid,
1974, 217 págs.
Rovira i Virgili, A.: Historia nacional de Catalunya, Ed. Base, Barcelona,21980-
1984, 16 vols.
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Historia del País Valencia, varios autores, Ediciones 62, Barcelona, 1968, 2 vo¬
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Suárez Fernández, L.: Judíos españoles en la Edad Media, Madrid, 1980,
286 págs.
OBRAS DE CONSULTA
Y REVISTAS ESPECIALIZADAS
Enciclopedias regionales
Diccionario enciclopédico del País Vasco, San Sebastián, 1985, 7 tomos publica¬
dos. En curso.
Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco, San Sebastián, 1986, 20 tomos pu¬
blicados, hasta la letra «i». En curso.
Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, 1980-1981, 7 vols.
Gran Enciclopedia Asturiana, Gijón, 1970, 14 vols.
Gran Enciclopedia Catalana, Barcelona, 1969-1980, 15 vols.
Gran Enciclopedia de Andalucía, Sevilla, 1979, 9 vols.
Gran Enciclopedia de Cantabria, Santander, 1985, 8 vols.
Gran Enciclopedia de la Región Valenciana, Valencia, 1973, 12 vols.
Gran Enciclopedia de Madrid, Castilla-La Mancha, Madrid, 1983, 12 vols. En curso.
Gran Enciclopedia Gallega, director Ramón Otero Pedroyo, Santiago de Compos-
tela, 1974, 19 vols.
Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1976-1978, 4 vols.
Acta histórica et archeologica Mediaevalia (Barcelona), desde 1980. Con anejos de¬
dicados a temas específicos.
Al-Andalus (Madrid-Granada), desde 1933 hasta 1978.
Al-Mulk (Córdoba), desde 1959.
Al-Qantara (Madrid), desde 1980.
Analecta Montserratensia (Montserrat), desde 1917.
604 OBRAS DE CONSULTA
Abu Bakr Muhammad ibn al-Arabí: 250, 254. Ager (Lérida): 164, 168.
Abu Cháfar Ahmad ben Hud: 240. Aghmad: 195.
Abu Faris: 535. Agosta (Alicante): 397.
Abu Galib: 25. — Castillo: 397.
Abu Hafs: 243. Agramunt (Lérida): 168.
Abu Hamid al-Gazzali: 253. Ágreda (Soria): 347, 481, 490.
Abu Isaac: 187. Agüero (Huesca): 144.
Abu Ishaq al-Jaffayi: 77, 201. Aguilafuente (Segovia): 563.
Abu-l-Abbas: 545. Aguilar de Campóo (Palencia): 439, 495.
Abu-l-Alá: 246. Aguirre (los): 418.
Abu-l-Faradj: 58. Ahmad al-Mustaín II: 182, 195.
Abu-l-Hasan Hazim. (Véase Al-Qartayanní.) Ahmad al-Razi, Moro Rasis: 81.
Abu-l-Hassán Alí al-Said: 525, 535-538, 541, Ahmad al-Tilimsani: 545.
547, 548, 550. Ahmad al-Zagrí: 547, 548.
Abu-l-Hassán Alí al-Manzarí al-Garnatí: 555. Ahmad ibn Bohlul: 84.
Abu-l-Nuaym Ridwan: 532, 533. Ahmad ibn Umar al-Udrí: 81.
Abu-l-Qásim: 82, 554. Ahmed ibn Jalid: 65.
Abu-l-Qasin Jalaf al-Zahrawi. (Véase Aibar: 137, 380.
Abulcasis.) — Castillo: 137.
Abu-l-Surúr Mufarrich: 534, 537. Aigues-mortes (Francia): 482, 519.
Abu-l-Wahid ibn Djahawar: 188. Aillón (sierra de): 97, 104.
Abu-1-Walid ibn Rushd. (Véase Averroes.) Aisha ben Ahmad: 80.
Abu Manad: 182. Aizón: 160.
Abu Marwan Abd al-Malik ibn Qásim: 254. Ajaccio: 406.
Abu Muhammad: 201, 246. Ajarafe: 250.
Abu Muhammad al-Basayí. (Véase Dae- Ajbar Maymua (Crónica de tradiciones): 81.
sano, el.) Al-Andalus: 15, 21-23, 25, 26, 28-49, 51, 53,
Abu Muhammil: 186. 54, 58, 60, 64, 66-71, 73-75, 77-79, 81, 84,
Abu Musa: 525. 85, 88, 90, 92, 93, 98, 110, 114, 122, 127,
Abu Nasr ibn Alí: 536. 132, 134, 135, 146, 148, 159, 165, 172, 181,
Abu Nasr Sad ibn Alí. (Véase Sad.) 187, 192, 194-196, 198, 199-207, 211, 215,
Abu Nazr: 182. 220, 223, 228, 239, 240, 242-256, 287, 295,
Abu Nur: 182. 296, 316, 317, 321,325, 331, 332, 346, 362,
Abu Said: 534. 466, 467, 523, 525, 527, 528, 533, 534, 544,
Abu Said Utman: 531. 545.
Abu Ubayd al-Bakrí: 81. Al-Awazai: 78.
Abu Umar ibn Hayyay: 83. Al-Azrak: 364.
Abu Umara al-Basri: 77. Al-Bakri: 42, 201.
Abu Talib Makki: 205. Al-Gazzali: 196, 254.
Abu Yahya: 96. Al-Hajib: 212.
Abu Yaqub Yusuf: 218, 250, 254. Al-Hakan I ibn Hisam: 27, 28, 37, 78, 146.
Abu Yusuf Yaqub al-Mansur: 243, 244, 247, Al-Hakan II, el Sabio: 48, 57-60, 71, 74, 75,
250, 253, 254. 77-83, 158, 202.
Abu Zakariya. (Véase Yahya ibn al-Nasir.) Al-Humaydi: 202.
Abu Zayd: 246, 362. Al-Hurr: 24.
Abul-Qásim: 187. Al-Idrisí: 42, 240.
Abulcasis: 82. Al-Jusaní: 34, 80.
Acaba al-Bacar (Córdoba): 63. Al-Juwarizmí: 82.
Accinipo: 542. Al-Kama: 90.
Acenáriz o Aznárez (García): 130. Al-Magami: 201.
Acién (Manuel): 540, 556. Al-Mahdi: 62-64, 246.
Adhelelmo: 143. Al-Mamún de Toledo: 188, 190, 208, 210.
Adoaín: 153. Al-Muctadir: 182, 208, 209, 212, 226.
África: 21, 22, 25, 28, 42, 43, 53, 59, 62, 68, Al-Muctasim bilah. (Véase Yahya ibn
72, 75-77, 81, 83, 85, 156, 184, 191, 192, al-Nasir.)
194, 196, 198, 216, 219, 239, 240, 245, 255, Al-Mundir I: 31, 148, 182.
315, 342, 346, 357, 388, 433, 436, 461,475, Al-Mundir II: 182.
482, 483, 523, 527, 528, 530, 533, 534, 545, Al-Murtadá: 184.
550, 563. Al-Mustakfi: 82.
África Menor: 21, 25, 54, 60, 244, 246, 247, Al-Mustaín: 228.
250, 525. Al-Mutacín: 192, 195.
INDICE ONOMASTICO 611
Cádiz (España): 29, 46, 342, 467, 553. Cañete (Cuenca): 547.
Cádiz (marqués de). (Véase Ponce de León, Capeto (Hugo): 159.
Rodrigo.). Capeto (los): 159.
Cairo, El (Egipto): 58, 81, 554. Capitula Corsorum: 406.
Caja de las Ágatas: 126. Capitularía, Los: 262.
Calabria (Italia): 391, 407. Capua (Italia): 407.
Calabria (Roberto de): 394. Caracuel (Ciudad Real): 244.
Calaf (Barcelona): 168, 381. Caravida (Vidal): 427.
Calahorra (La Rioja): 58, 131, 137, 224, 349, Carbonell (Guillem): 519.
481. Carcasona (condado de): 231, 233, 234, 236.
Calatañazor (Soria): 62. Carcavina: 145.
Calatayud (Fuero de): 293. Cardener (valle del): 156.
Calatayud (Zaragoza): 199, 219, 228, 281, 282, Cardona (Barcelona): 156, 159, 171, 174, 333.
349, 376, 421, 485, 487, 510. — Monasterio de San Vicen?: 178, 333.
Calatrava la Vieja: 244. Carintia (Isabel de): 396.
Caldentey (Bartomeu): 510. Carlades (vizcondado de): 371.
Calders: 159. Carié (María del Carmen): 276, 477.
Calila e Dimna: 508. Carlomagno: 26, 28, 121, 132, 133, 155, 156,
Calixto II: 324. 158, 324.
Calixto III: 537. Carlos, el Calvo: 121, 146.
Calpe. (Véase Gibraltar.) Carlos I, de Anjou: 370, 373, 385-392.
Calsena: 200. Carlos II, de Anjou, el Cojo: 391-394, 400,
Caltabellota (Paz de): 394, 398. 401.
Caltanissetta (Italia): 397. Carlos II de Navarra, el Malo: 340, 350, 382,
— Castillo de Pietra Rossa: 397. 426, 497.
Calvi (Italia): 406. Carlos III, de Navarra, el Noble: 261, 380,
Calvo (Laín): 102, 108. 382, 384, 497.
Calleja (los): 448. Carlos IV, de Francia: 382.
Cáller (Italia): 397, 401, 402, 406. Carlos VI, de Francia: 405.
— Castillo: 397, 401. Carlos VIII, de Francia: 563.
Camarasa (Lérida): 231. Carlos Sin Tierra. (Véase Valois, Carlos de.)
Camargo (los): 477. Carmona (Sevilla): 22, 29, 30, 31, 182, 194,
Camargo (Santander): 477. 341, 467.
Cambray (Francia): 477. Carmona (Taifa de): 187, 188.
Cambril: 533. Carolingia (época): 312.
— Castillo: 533. Carracedo (León):.
Campos (Tierra de): 94, 111, 273. — Monasterio: 312.
Camprodón (Gerona): 294, 444. Carrillo (Pedro): 512.
— Monasterio de'San Pere: 311. Carrión de los Condes (Palencia): 104, 152,
Canales (Ávila): 62. 208, 295.
Canarias (islas): 352, 357, 367, 478, 481,516, Carta, por A. Cresque: 516.
563. Cartagena (Alfonso de). 512.
Can$o d’Amor, por A. March: 516. Cartagena (Murcia): 22, 255, 341, 466, 475,
Canso de Santa Fe: 177. 481, 527.
Canción de Amor: 328. — Torre: 22.
Cancionero de Baena: 514. Cartago: 56.
Canellas (Vidal de): 281. Cártama (Málaga): 551.
Canfranc (valle de): 123, 141. Carvajales (los): 347.
Canfranc (Paz de): 370. Casares (Málaga): 540, 554.
Cangas de Onís (Asturias: 90, 108. Casim ibn Hammud: 64, 65, 182.
— Basílica de la Santa Cruz: 90. Casius (conde): 132, 145.
Cantabria (España): 24, 26, 27, 87, 90, 109, Caspe (Zaragoza): 234, 353, 378.
224, 273, 310, 419. — Castillo: 378.
Cantabria (Pedro de): 107, 138. Caspe (Compromiso de): 376-378, 398, 502.
Cantábrica (cordillera): 87, 100, 109, 127, 442. Casserres (Barcelona): 156.
Cantábrico (mar): 24, 91, 123, 135, 277, 297, — Monasterio de San Pere: 178.
349, 435, 475, 479, 480, 484. Castalia (Alicante): 369.
Cantar de Gesta de Roldan: 155. Castellar (Barcelona): 554.
Cantigas de Santa María, Las, por Alfonso X, Castelló de Empuries (Gerona): 518.
el Sabio: 38, 512. — Lonja: 518.
Canyelles (Tomás): 515. Castellón (España): 363.
618 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Clavijo (La Rioja): 93, 122, 147. Coplas a la muerte de su padre, por J. Man¬
Clavijo (batalla de): 92, 93. rique: 513.
Clemente IV: 386, 508. Coplas del provincial. Las: 514.
Clemente V: 394. Copons (Barcelona): 299.
Clemente Vil: 499. Corán, El: 35, 43, 50, 51, 78, 202, 203, 248,
Clunia. (Véase Corufla del Conde, Burgos.) 254, 325, 508.
Cluny (Francia):. Corbacho, por A. Martínez de Toledo: 513.
— Monasterio: 123, 150, 153, 210, 278, 308, Corbeil (Tratado de): 364.
310, 311, 313. Corbins: 233.
Coba de Perus (?): 153. Córcega (isla de): 38, 393, 397, 400, 404-406.
Codex Calixtinus. (Véase Líber Sancti laco- Córcega y Cerdeña (reino de): 400-404.
bi, por Calixto II.) Cordera: 199.
Código de Huesca: 496. Córdoba (España): 15, 22, 24, 26-34, 37, 41,
Cogolludo (Guadalajara): 317. 45-47, 50, 53-88, 92, 93, 96, 97, 104, 129,
Coimbra (Portugal): 23, 28, 61,93, 196, 208. 134, 135, 137-139, 143, 146-148, 150, 158,
Coín (Málaga): 551. 159, 181, 187, 188, 190, 194, 199-203, 206,
Colección de Organyá: 327. 228, 230, 231,240, 242, 244, 246, 248, 250,
Colón (Bartolomé): 564. 251, 341,467-469, 480, 485, 4^6, 511, 533,
Colón (Cristóbal): 563, 564. 548, 550, 551, 556.
Colón (Diego): 564. — Alcazaba: 68, 72.
Colón (Fernando): 564. — Alcázar: 67, 70, 84.
Colonia (Juan de): 517, 518. — Arrabal de Secunda: 78.
Colonne (Odo delle): 396. — Casa de Correos: 33.
Coll (Nuria): 484. — Gran Mezquita: 45, 59, 67, 68, 83.
Collantes de Terán (A.): 468, 469. — Universidad (Madraza): 59.
Collar, El, por Ibn Abd Rabbih: 51. Córdoba (Fuero de): 557.
Collar de la Paloma, El, por Ibn Hazm: Córdoba (Galindo de): 140.
82. Córdoba (reino): 525, 527.
Collerajes: 533. Coria del Río (Sevilla): 29, 62, 93, 210.
Colliget, El, por Averroes: 254. Cornellana (Oviedo): 120.
Comares (Málaga): 30, 48, 74, 528. — Monasterio de San Salvador: 120, 275.
Comedieta de Poma, por D. López de Men¬ Corro: 128.
doza: 513. Cortes: 268, 269.
Comentario al Apocalipsis, por Beato de Lié- Cortes de la Frontera (Málaga): 554, 557.
bana: 121, 126. Coruña, La (España): 92, 123, 312.
Cominges (condado de): 231, 236. — Monasterio de Santa María de Sobrado:
Compadre (Pedro): 315. 299, 312.
Compañías blancas: 349. — Torre de Hércules: 92.
Complutenses: 331. Coruña del Conde (Burgos): 61, 64, 91, 95,
Conat: 429. 102, 105.
Conca de Barberá (?): 159. Corvaccio, por Boccaccio: 515.
Concilio General: 499. Costum de la Ciutat de Valencia: 459, 460.
Condados catalanes: 231-234. Costum de Tortosa: 459.
Conde (Rafael): 428. Costum de la mar: 485.
Conde Lucanor, por don Juan Manuel: 512. Cotlliure: 482.
Conflent (condado de): 122, 158, 365, 366, Courtrai (batalla de): 394.
371, 428. Covadonga (Asturias): 182.
Conmemoracions, por P. Albert: 263, 439. Covarrubias (Burgos): 113.
Conradino: 385-388. Covias: 120.
Conrado IV: 385. — Monasterio de San Juan: 120.
Constantina (sierra de): 459. Coyanza (concilio de): 257, 307.
Constantina (Túnez): 389. Coyanza. (Véase Valencia de Don Juan,
Constantino Vil Porfirogénico: 82. León.)
Constantinopla: 29, 56, 242, 364, 404. Cremona (Armando de): 511.
Constanza: 311, 355, 370, 372, 373, 397, 515. Cremona (Gerardo de): 328.
Constanza (concilio de: 499, 509. Cremona (Juan de): 509.
Constitucions de Catalunya: 263, 439. Cresces (Abraham): 516.
Constitutum usus de Pisa: 485. Cresces (los): 516.
Consuetudines Ilerdenses: 459. Crestiá, El, por F. Eiximenis: 515.
Consulados de Mar: 485. Creta (isla de): 28, 68.
Coplas de Mingo Revulgo: 513. Cristina (infanta): 120.
620 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Decretales, por Gregorio IX: 314. Écija (Sevilla): 22, 66, 67, 69, 69, 228, 343,
Denia (Alicante): 39, 65, 182, 194, 199-201, 468, 527, 531, 551, 552.
228, 246, 251, 296, 341, 364. Edad Media: 15-17, 48, 120, 254, 291, 360,
— Puerto: 39, 251. 369, 430, 438, 440, 445, 481, 488, 496, 506,
Denia (reino de): 364. 507, 562.
Derby (conde de): 348. Edad Moderna: 16, 486, 487, 562, 564.
Descavall (Bernat Ramón): 515. Eduardo (príncipe de Inglaterra): 349.
Desclot (Bernat): 370, 432, 515. Eduardo III, de Inglaterra: 349.
Despeñaperros (paso de): 245. Ega (valle del): 135.
Destriana (León): 318. Egeo (mar): 399.
Deva (río): 105, 130. Eginardo: 155.
Dez-Coll (Bernat): 515. Egipto: 28, 68, 83, 201, 202, 243, 255, 296,
Deza (Diego de): 564. 538.
Deza-Terrer (Paz de): 374. Eguaras (Joaquina): 83, 545.
Díaz (Gutiérre): 513. Ehigen (Jorge de): 537.
Díaz (Jimena): 195, 212, 214. Eiximenis (Francesc): 492, 515, 516.
Díaz de Haro (Lope): 344. Ejea de los Caballeros (Zaragoza): 149, 288.
Díaz de Vivar (Rodrigo, el Cid): 194, 195, — Castillo: 519.
212-214, 231,, 271, 325, 330, 331, 360. Elba (río): 266.
Dictads, por Abu Alí Jalib de Bagdag: 59. Elche (Alicante): 23, 343.
Diez (Alfonso): 275. Elipando: 121.
Diez (Froila): 273. Elna: 158, 162, 171, 174, 444.
Diez de Salazar (Luis Miguel): 283, 481. Elvas (Convención de): 355.
Dioscórides: 56, 82. Elvas (Portugal): 221.
Disciplina clericalis, por D. González: 328. Elvira: 94, 97, 98, 105, 159, 184, 209, 211, 273.
Divina comedia, por Dante: 509, 516. Elvira (Granada): 25, 39, 58, 74, 182, 187, 201,
Divisione Philosophiae, De, por D. Gonzᬠ202, 251, 530, 539.
lez: 328. Emesa (Siria): 25, 39.
Diwan, por Ibn Darrach: 62. Emma: 175.
Djafar (príncipe): 31, 60. Empuries. (Véase Ampurias.)
Doctrinal de Privados, por D. López de Men¬ Encartaciones (Las): 128, 129, 418.
doza: 523. Eneas: 172.
Domenech (Jaume): 515. Enrique, el Navegante: 355, 357.
Domínguez (García): 465. Enrique (conde de Portugal): 216.
Domingo: 313, 330. Enrique I, de Castilla: 220, 329, 348, 349, 453,
Donato: 509. 523.
Dos Pedros (guerra de los): 372, 374, 375. Enrique I, de Navarra: 382.
Dos Sicilias: 385, 386. Enrique II, de Castilla: 349, 350, 352, 356, 357,
Dozy: 54. 372, 375, 382, 422, 449.
Du-l-Num: 30. Enrique III, de Castilla, el Doliente: 352, 425,
Dueñas (Palencia): 93. 453, 479, 480, 555.
— Monasterio de San Isidoro: 311. Enrique IV, de Castilla, el Impotente: 353,
Duero (río): 61,93, 94, 96,97, 100, 102, 109, 354, 381,419, 426, 480, 513, 537, 538, 561.
114, 117, 118, 149, 208, 275, 277-279, 288, Enrique II Plantagenet: 220.
424, 446, 476. Enríquez (Juana): 380, 561.
Duero (valle del): 36, 97, 109, 110, 114, 287. Enríquez del Castillo (Diego): 512.
Dufourcq (Charles E.): 484. Entenza (Berenguer): 399.
Dulcet: 516. Entenza (Teresa de): 372.
Dulcidio: 123. Épila (Zaragoza): 373.
Durango (Vizcaya): 131, 502. Época Omeya: 44.
Duratón (río): 96. Ermesenda: 311.
Ermesinda: 90, 172, 311.
E Ermengau (Matfre): 516.
Ermengor V, de Urgel: 274.
Eblo (conde): 133, 134, 146. Escalada (Burgos):
Ebro (río): 24, 76, 100, 102, 117, 135, 139, 143, — Monasterio de San Miguel: 113, 124, 125.
146, 149, 208, 211, 224, 226, 228, 230, 233, Escala Dei (monasterio de): 315.
281, 297, 349, 479, 482, 483, 488. Escalona: 244, 353.
Ebro (valle del): 23, 28, 36, 66, 73, 97, 127, Escatrón (Zaragoza): 234.
132, 135, 137, 145-150, 229, 233, 288, 328, Escombrera (isla de): 256.
473. Escoto (Miguel): 328.
622 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Libro de las figuras de las estrellas fijas: 509. Luis VII, de Francia: 237.
Libro de Repartimiento de Setenil: 555. Luis VIII, de Francia: 220, 342.
Libro de los Reyes: 330. Luis IX, de Francia, el Santo: 342, 365, 385,
Libro de los Testamentos: 125. 386.
Libros de Curia: 506. Luis X, de Francia: 382.
Liébana (Beato de): 92, 121, 124, 126. Luis XI, de Francia:. 354, 381.
Liébana (Cantabria): 91, 273. Luis XII, de Francia: 382, 563.
Liédena: 139. Luis XVII, de Francia: 562.
Liria (Valencia): 364. Luna (Alvaro de): 352, 353, 380, 384, 425, 426,
Lisabe: 140. 535, 536.
— Monasterio de Santa María: 140. Luna (Pedro de). (Véase Benedicto XIII.)
— Monasterio de San Saturnino: 140. Lyón (Concilio de): 365.
Lisboa (Portugal): 28, 29, 62, 75, 76, 92, 194, Lyón (Floro de): 122.
211, 216, 240, 251, 303, 356, 564. Lyón (Francia): 24, 173, 176.
Litera: 473. Lyón (Tratado de): 346.
Loarre (Huesca): 226, 310.
— Castillo: 226.
Loaysa (Jofre de): 511. LL
Loeb (Isidoro): 455.
Lobo, de Murcia: 234, 242, 243. Llana, La: 117.
Lodos (batalla de): 92. Llantadilla: 307.
Logroño (España): 122, 125, 150, 244, 268, Liéis Palatines: 515.
292, 313, 329, 350, 417, 481, 485. Llibre del Consolat de Mar: 296, 485, 486.
— San Millán de Suso: 62. Llibre del rei en Pere, por B. Desclot. (Véase
Logroño (Fuero de): 293. Crónica de Pedro II, el Grande, por
Loja (Granada): 531, 535, 544, 551. B. Desclot.)
Loja (Tratado de): 553. Llobet (Seniofred): 177.
Lombardía (Italia): 509. Llobregat (río): 160-162, 421.
Lope ibn Muhammad: 149. Llobregat (valle del): 156.
Lope ibn Tarbisa: 149. Llorá ( ): 166.
Lopera (río): 548. Llufanés: 158.
López (Iñigo): 131. Lluchmajor: 367.
López de Ayala (Pedro): 449, 511, 512. Llull (Ramón): 327, 367, 502, 512, 514-516.
López de Coca (José Enrique): 548, 559.
López de Haro (Diego, señor de Vizcaya): 220,
262, 344, 480. M
López de Mendoza (Diego, marqués de San-
tillana): 513. Macedonia: 399.
Lorca (Murcia): 23, 75, 159, 194, 341, 531, Macrobio: 177.
536. Madeira (isla de): 357.
Lord (valle de): 158. Madina al-Zahra (Córdoba): 55-57, 60, 62, 64,
Lorena (Enrique de): 342. 70, 76, 77, 84, 199, 202.
Lovaina (Bélgica): 514. Madinat al-Zahira: 84.
— Universidad: 514. Madrid (Cortes de): 474.
Loyola (los): 418. Madrid (España): 96, 210, 244, 317, 504.
Lúa: 275. — Archivo Histórico Nacional: 504.
Lubb ibn Muhammad: 174. — Museo Arqueológico Nacional: 334.
Lubb ibn Musa: 137, 147, 148. Madrigal (Alonso de): 509.
Lubna: 80, 202. Madrigal (Cortes de): 426.
Lucas: 520. Madrigal de las Altas Torres (Ávila): 561.
Lucas, el Tudense: 330. Maestrazgo, El (Castellón): 364, 461.
Lucayos (isleta de los): 564. Magnou: 166.
Lucca (Italia): 400, 488. Magrib (El): 42, 68, 218, 239, 242, 244-247,
Lucena (Córdoba): 41, 228, 548. 249, 250, 253-255, 296, 540, 555.
Lucena (sierra de): 527. Mahave de Cárdenas: 91.
Lucocisterna (Italia): 401. Mahoma: 40, 50, 51, 77, 203, 253.
Luesia* 144 Mahón (Menorca): 405, 406.
Lugo (España): 91, 110, 118, 119, 313, 324. Maimónides, el Sefardí. (Véase Mosés Ben
Luis (duque de Calabria): 378. Maimón.)
Luis, el Piadoso: 29, 133, 156, 158. Majcen: 206.
Luis I, de Sicilia: 396. Maksam ibn Badis: 186.
630 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Málaga (España): 22, 25, 31, 39, 47, 48, 65, — Marraquex (Alcazaba): 244.
67, 74, 172, 182, 186, 187, 194, 199, 200, Marruecos: 28, 47, 191, 192, 198, 218, 239,
203, 204, 240, 242, 250, 251,467, 475, 483, 240, 244, 246, 346, 347, 372, 523, 525, 527,
490, 525, 527, 528, 530, 538, 539-542, 545, 528, 543.
546, 551, 554, 555, 558, 559. Marsella (Francia):
— Alcazaba: 186, 204. — Monasterio de San Víctor: 311.
— Puerto: 39. Martel (Carlos): 24.
Malagastre: 168. Martel (Pere): 362.
Malagón (Ciudad Real): 244. Martín (José Luis): 505.
Malik. (Véase al-Malik ibn Habid.) Martín I, de Aragón, el Humano: 376, 378,
Malik ibn Anas: 248. 397, 398, 461, 516.
Malinas (Bélgica): 488. Martín I, de Sicilia, el Joven: 372, 376, 378,
Malta (isla de): 391, 393. 380, 384, 397, 398.
Mallén: 219, 235. Martín IV: 387, 390-392.
Mallol (Berenguer): 392. Martín Duque (Ángel J.): 282, 497.
Mallol (Lorenzo): 515. Martín Rodríguez (José Luis): 281, 320, 374,
Mallorca (España): 31, 67, 156, 199, 200, 233, 404, 424, 427, 428.
245, 250, 251, 280, 314, 362, 366-368, 374, Martínez (Domingo): 476.
375, 398, 405, 406, 429, 436, 441,454, 455, Martínez (los): 477.
460, 515, 519. Martínez de Toledo (Alfonso): 513.
— Almudaina: 454. Mártir de Anglería (Pedro): 564.
Mallorca (Gran Consell de): 510. Martorell (Barcelona): 171.
Mallorca (reino de): 359, 361, 366-373, 413, Martorell (Joanot): 516.
432, 443, 454, 481. Martorono (Italia): 407.
Mancha, La (España): 244, 317, 474. Martos (Jaén): 527, 531.
Menerbes (condado de): 231. Maru: 69.
Manfredo: 385-387, 400. Maryam bint Abi Yagub: 203.
Manises (Valencia): 494, 521. Maslama ben Ahmad al-Mayrití. (Véase Mas-
Manresa (Barcelona): 127, 156, 160, 162, 294, lama de Madrid.)
421, 444, 454, 520. Maslama de Madrid: 82.
— Catedral: 518. Mata (Juan de la): 369.
Manresa (condado de): 231. Matallana (León):
Manrique (Jorge): 513. — Monasterio: 312.
Manrique (los): 513. Matamala: 429.
Manrique (Pedro): 449. Mataraña (río): 234.
Maqamat al-Siyása, por Ibn al-Jatib: 544. Maté (los7: 268.
Marbella (Málaga): 531, 540, 542, 551. Mateos (Juan): 423.
Marc (Guillem): 262. Materia médica, por Dioscórides: 82.
Marca de Ancona (Italia): 386, 407. Mauregato: 91, 121.
Marca Hispánica: 156. Mauricio: 267.
Marca Inferior: 36, 72. Mauritania: 59-61.
Marca Mediana: 36, 72, 145-148. Mayor: 106, 152.
Marcabrú: 327. Máximo: 91, 115.
Marcas Fronterizas: 36, 40. Mazdali: 195.
Marcio (Pedro): 92. Meca (La): 50, 68, 79, 196, 201,203, 205, 544.
Marco Datini (Francesco di): 484. Medina (Arabia Saudí): 50, 210.
March (Arnau): 516. Medina del Campo (Valladolid): 480.
March (Ausias): 516. Medina de Pomar ( ): 477.
March (los): 516. Medina Sidonia (Cádiz): 22, 25, 39, 251, 341,
March (Pedro): 516. 343.
Marche (Almodis de la): 231, 262. Medina Sidonia (duque de): 537, 562.
Margens (Pere de): 404. Medinaceli (duque de): 563.
María: 274, 380, 397, 398. Medinaceli (Soria): 36, 54, 62, 72, 97.
Mariano: 404. — Fortaleza: 97.
Marineo Sículo (Lucio): 564. Mediterráneo (cuenca del): 251, 367, 541.
Marmuyas (cerro de): 30, 31, 48, 74. Mediterráneo (mar): 22, 28, 34, 36, 38, 39, 54,
Marquet (Galcerán): 403. 56, 68, 156, 223, 226, 251, 296, 360, 362,
Marquet (Ramón): 392. 366, 371,373, 387, 388, 390, 392, 412, 437,
Marquínez: 128. 445, 481, 484, 485, 521, 527, 531, 558.
Marraquex (Marruecos): 192, 240, 242, Melilla: 39, 53, 563.
244-249, 523, 525. Mella (Alonso): 502.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 631
Memorias, por Abd Allah: 184, 201. Montánchez (Cáceres): 244, 319.
Mena (Juan de): 512, 513. Montaner: 370.
Méndez (María): 318. Montaner (Ramón): 515.
Mendiola: 442. Montano: 115.
Mendoza (los): 447, 449. Montblanc (Cortes de): 379, 402.
Menéndez Pidal (Ramón): 109, 110. Montblanc (Tarragona): 295, 421, 444, 454,
Meneses (Tello de): 325. 518.
Menjot (Denis): 465. Montbuy (sierra de): 168.
Menorca (España): 156, 244, 362, 375. Monte Laturce: 147.
Mequinenza: 230, 233. Monteada (Guillem Ramón de): 397.
Mequinez (Marruecos): 196. Monteagudo: 346, 371.
Mercadante (Lorenzo): 520. Monteapesto (Italia): 385.
Mérida (Badajoz): 22, 28-31,76, 221,303, 318. Montearagón: 226, 310.
Merindad Mayor: 418. — Castillo: 226.
Mértola (Portugal): 182, 187, 194, 204, 240, Montecorto: 554.
255, 319. Montefeltro (Guido de): 389.
Mesas de Villaverde (Málaga): 30, 31. Montefrío (Granada): 536.
Mesina (Cortes de): 393. Montejaque (Málaga): 539, 554.
Mesina (Estrecho de): 386, 389. Montemayor (Salamanca): 75.
Mesina (Italia): 390, 391, 404. Montfalcó: 168.
Mesta, La: 471, 474, 475. Montferrato (marqués de): 389.
Metafísica, La, por Al-Gazel: 328. Montgrí (Guillem de): 362, 368.
Metafísica, La, por Aristóteles: 328. Montiel (Ciudad Real): 349.
Metafísica, por P. Daguí: 510. Montilla (señor de): 562.
Metge (Bernat): 516. Montjuich (Barcelona): 335.
Meyá: 135. — Museo de Arte de Cataluña: 335.
Miguel VIII Paleológo: 387, 388, 399. Montornés: 171.
Mijares (valle del): 363. Montoro (Córdoba): 75.
Milán (Italia): 379, 403, 406, 407. Montpeller (condado de): 235.
Millás (José María): 83. Montpeller (María de): 360.
Minerva (Pon? de): 274. Montpellier (Francia): 122, 292, 455, 463, 476,
Miño (río): 92, 93. 488, 509.
Miño (valle del): 91. Montpellier (señorío de): 365, 366.
Mir de Tost (Arnau): 308, 364. Montrevill (Guillermo de): 209.
Miramamolín. (Véase Abu Abd Allah Mu- Monzón (conde de): 274.
hammad al-Nasir.) Monzón (Cortes de): 375, 439.
Miranda de Ebro (Burgos): 91, 93, 110, 117, Monzón (Huesca): 104, 148, 149, 226.
149, 481. — Castillo: 149, 226.
Miranda de Ebro (Fuero de): 292, 293. Mora (San de): 465.
Miró (conde de Barcelona): 57, 58, 158. Mora (Toledo): 210.
Miró III Bonfill: 177. Morcuera: 93.
Miscelánea. (Véase Crónica Najerense.) Morella (Castellón): 212, 362, 363, 518.
Mitre (Emilio): 457. Morera de Montsant: 315.
Modín (Granada): 531. Morey (Jaume): 510.
Moianés: 158. Morimond (Francia):
Moissac (Francia): 311. — Monasterio: 312.
Mojahid de Denia: 65. Morimundo: 316.
Molina de Aragón (Guadalajara): 228, 317, Morlay (Daniel): 328.
327, 349, 372, 481. Moro Muza. (Véase Musa ibn Musa.)
Molina (María de): 344, 346, 347. Morón de la Frontera (Sevilla): 30, 182, 187,
Mondego (río): 93, 96, 208. 342.
Mondoñedo (Lugo): 119, 313. Mosés ben Maimón, Maimónides el Sefardí:
Mondovi (señorío de): 385. 254.
Mondragón (Guipúzcoa): 417. Motrico (Guipúzcoa): 281, 418.
Mondújar: 548, 551. Motril (Granada): 541.
Monfort (Simón de): 236. Moxó (Salvador de): 105.
Monjardín: 137, 146. Moya: 294, 295, 481.
Monreal del Campo: 228, 261. Mubarak: 198.
Montserrat (Barcelona): Mudhaffar: 187, 208.
— Monasterio de Santa Cecilia: 312. Muez: 95, 137.
Montalbán (Teruel): 319. Mufarrich (los): 535.
632 ÍNDICE ONOMÁSTICO
340, 359-385, 411,414, 426, 441, 443, 462, Olite (Navarra): 384, 463, 490.
474, 479, 480, 497, 498, 511, 512, 562. — Castillo: 519.
Navarra (Toda de): 56, 96, 97, 138-140. — Palacio Real: 384.
Navarro (Julio): 84. Oliva, La (Navarra):
Navas de Tolosa (batalla de): 235-237, 245, — Monasterio: 312.
314, 320, 330, 339, 341, 343, 523. Olmedo (Valladolid): 210, 353.
Navas de Tolosa (Jaén): 220, 245. Olóriz (García): 153.
Nazhun.: 254. Olerón: 122.
Naym. (Véase Estrella): 202. Olot (Gerona): 519.
Nebridio: 174. Oluges, Les: 168.
Negropronto: 399. Oller (Berenguer): 370, 450.
Neocastro (Bartolomeo di): 396. Omán: 68.
Neocastro (Italia): 407. Omelados (vizcondado de). 371.
Neopatria (ducado de): 373, 397, 398, 400. Omeya (los): 26, 27, 200.
Nerja (Málaga): 551. Oneca: 96.
Nicéforo II, Foncas: 28. Oña (Burgos): 129, 150, 490.
Nicolás: 56. — Monasterio de San Salvador: 113, 150.
Nicolás, Capellanus: 515. Oporto (Portugal): 62, 91, 292.
Niebla (Huelva): 25, 29, 39, 64, 76, 187, 240, Oppa: 90.
432, 459, 468. Orán (Argelia): 47, 198.
Nimes (conde de): 234. Orcastegui (Carmen): 282.
Niña (La): 563. Orce (Granada): 319, 531.
Nichapur: 231. Orden de los Benedictinos: 306, 308.
Niza (Francia): 231. Orden de Caballería: 516.
Nocito: 145. Orden de Carmelitas: 504.
Noguera (valle de los): 158. Orden de los Cartujos: 315.
Noguera Pallaresa (río): 160. Orden del Cister: 304, 306, 312, 316, 317, 320,
Noguera Ribagorzana (río): 160. 335, 463.
Novello de Toscana (Guido): 389. Orden de Cluny: 306.
Novenera (Fuero de): 261, 284. Orden de Cristo: 317.
Nueva York (EE. UU.): Orden de Franciscanos: 504.
— Museo Metropolitano: 520. Orden militar de Alcántara: 316, 317, 320,
Nuevo Mundo. (Véase América.) 340, 348, 467, 550.
Nuh: 182. Orden militar de Avís: 317, 352, 356.
Numancia (Soria): 147. Orden militar de los Caballeros Teutónicos:
Nunilo: 94. 315.
Núñez (Gutier): 117. Orden militar de Calatrava: 216, 314, 316, 317,
Núñez (Ñuño, conde de Castilla la Vieja): 92, 320, 340, 348, 467, 469, 550.
102, 110. Orden militar de Granada: 537.
Núñez (Soto): 96. Orden militar del Hospital: 230, 315, 363, 422,
Núñez de Lara (Juan, señor de Albarracín): 433.
370. Orden militar de la Merced: 314, 433.
Orden militar de Montesa: 320, 371, 433.
Orden militar de Rodas: 511.
O Orden militar de San Jorge: 433.
Orden militar de San Juan de Jerusalén: 463,
Obarra (Huesca): 467.
— Monasterio: 160, 310. Orden militar de Santiago: 317-320, 340, 348,
Oca (Burgos): 91, 110, 117, 267. 459, 467, 469, 537, 550, 562.
Oca (montes de): 224. Orden militar del Santo Sepulcro: 230.
Ocaña (Cortes de): 561. Orden militar del Temple: 230, 233, 315, 316,
Ocaña (Toledo): 195, 317. 363, 371, 433.
Occidente (Cisma de): 376, 499. Orden de Predicadores: 236, 314, 504,
Oder (río): 266. 509.
Odieta: 153. Orden de San Julián de Pareiro. (Véase Or¬
— Monasterio: 153. den de Alcántara.)
Odilón (cpnde de Gerona-Basalú): 174. Orden de los Trinitarios: 315.
Olárizu (Álava): 442. Ordenamiento, El: 348.
Olaso (los): 418. Ordenamiento de Alcántara: 439, 451, 470.
Olérdola (Barcelona): 159. Ordenamientos: 411.
Oliba: 120, 150, 177, 231, 262. Ordenanzas Generales: 491.
634 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Sancho I, de Mallorca: 367, 401. Santa Hermandad: 419, 550, 552, 562.
Sancho I, de Portugal: 218, 366. Santa Isabel de Portugal: 355, 502.
Sancho II, de León: 209, 212. Santa Justa: 209.
Sancho II, de Castilla: 224. Santa María: 187.
Sancho III, de Castilla, el Deseado: 216, 218, Santa María (García de): 398.
316. Santa María (isla de): 357.
Sancho IV, de Aragón: 224, 226, 268. Santa María (La): 563.
Sancho IV, de Castilla, el Bravo o el Irasci¬ Santa María (los): 500.
ble: 343-346, 371, 417, 422, 453, 477, 480, Santa María de Alaón (monasterio de): 160,
508, 511. 311.
Sancho IV, de Navarra: 208, 210, 314, 489. Santa María de Algarbe (Portugal): 182.
Sancho VI, de Navarra, el Sabio: 218, 234, Santa María de Benifassar (monasterio de):
237, 261, 284. 363.
Sancho VII, de Navarra, el Fuerte: 219, 234, Santa María de Cerviá (monasterio de): 311.
235, 237, 238, 244, 245, 293, 340, 381,496. Santa María de Gerri (monasterio de): 160,
Sancho Garcés I, de Navarra: 53, 57, 95, 96, 311.
105, 137, 138, 139, 149, 158. Santa María de Mur (Lérida):
Sancho Garcés II Abarca, de Navarra:: 138, — Monasterio: 333.
140, 142, 144. Santa Nunilo: 138.
Sancho Garcés III, el Mayor, de Navarra: 98, Santa Pau (Pons de): 404.
100, 106, 123, 131, 138, 142, 150-153, 207, Santa Ponza (Mallorca): 362.
208, 215, 223, 226, 230, 231,259, 310, 312. — Puerto: 362.
Sancho Guillermo (conde de Gascuña): 153. Santa Sede. (Véase Roma, Italia.)
Sancho Ramírez, de Aragón: 224, 226, 261, Santalunya: 168.
281, 292, 310, 314. Santander (España): 123, 133, 224, 435, 477,
Sancho/: 62, 63. 479, 518.
Sanchuelo. (Véase Sanchol.) Santarem (Paz de): 350.
Sangüesa (Navarra): 261, 292, 463. Santarem (Portugal): 23, 76, 211, 216, 243.
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz): 343. Santiago (Apóstol): 92, 93, 121, 122, 318, 324,
Sant Andreu de Lagars (monasterio de): 333. 547, 548.
Sant Andreu de Tresponts (monasterio de): Santiago (Camino de): 117, 122,267,278,281,
160. 292, 295, 301, 311, 312, 327, 332, 476, 487.
Sant Daniel (Monasterio de) 311. Santiago de Compostela (La Coruña): 62, 97,
Sant Joan de les Abadesses (Monasterio de): 98, 113, 118-124, 134, 150, 151, 215, 260,
158, 161, 175, 311. 264, 266, 292, 295, 303, 310, 312-314, 315,
Sant Jordi (Jordi de): 516. 323, 324, 329, 331, 334, 350.
Sant Miquel de Cruilles (monasterio de): 311. — Catedral: 62, 125, 215, 334.
Sant Pere de Grandescales (monasterio de): Santillán (los): 469.
160. Santo Domingo de la Calzada (La Rioja): 117,
Sant Pere de Ponts (Lérida): 292, 301, 313, 350, 477.
— Monasterio: 333. Santo Domingo de Guzmán: 314, 324.
Sant Pere de Roda (Gerona): Santo Oficio: 453, 500, 504, 563.
— Monasterio: 161, 334. Santo Tomás de Aquino: 409.
Sant Quirze de Pedret (Barcelona): Santos Lugares: 120.
— Monasterio: 177. Santos-o-Velho (monasterio de): 318.
Sant Sadurní de Tabernoles (Lérida): Sanz (Ñuño, conde de Rosellón): 366-368.
— Monasterio: 333. Saorra: 429.
Sant Salvador de Breda (monasterio de): 311, Sara: 31.
312. Sarracín (los): 268.
Sant Salvador de la Vadella (monasterio de): Sarria (Lugo): 313, 527.
161. Sarria (Bernat de): 473.
Sant Sebastiá del Sull (monasterio de): 160. Sasabe: 144.
Santa Alodia: 138. Sauvetat (Bernardo de). (Véase Sédirac, Ber¬
Santa Basilisa: 115. nardo de.)
Santa Coloma de Queralt: 519. Savigliano (señorío de): 385.
Santa Cruz (Alonso de): 564. Secorún: 145.
Santa Cruz (Cantabria): 481. Sédirat (Bernardo de): 210, 310, 325.
Santa Cruz de Brez (Asturias): 90. Segarra: 159, 168.
Santa Faz: 520. Segismundo: 407.
Santa Fe (Granada): 554. Segorbe (Castellón): 364.
Santa Gadea (Burgos): 210, 212. Segovia (Concordia de): 561.
ÍNDICE ONOMÁSTICO
640
T Tébar: 231.
Tejada: 342.
Tábara (Zamora): Telezas: 120.
— Monasterio: 118. Téllez (Gonzalo, conde de Lantarón y Cere¬
Tabernoles (Lérida): 120, 150. zo): 102, 110.
— Monasterio de San Saturnino: 120, 150, Téllez Girón (los): 558.
160, 177. Téllez (Tratado de): 349.
Tablada (Sevilla): 29, 533. Téllez de Meneses (Leonor): 356.
Tablas Alfonsíes: 509. Téllez de Meneses (Tello): 508.
Tachufín ibn Alí ibn Ysuf: 198. Temín: 192.
Tafalla (Navarra): 224, 261, 497. Tendilla (conde de): 553, 554.
— Castillo: 519. Tenorio (Jofre): 347.
Tafur (Pedro): 513. Teobaldo I, de Navarra: 261, 381.
Tagliacozzo (Italia): 387. Teobaldo II, de Navarra: 238, 343, 381,463.
Taifas (reinos de): 50, 71, 81, 82, 84, 150, Teobaldo IV, de Champaña: 381.
181-184, 192-204, 207, 210, 211, 220, 241, Teodomiro: 23, 33, 121, 122.
245, 286, 287, 295. Teodulfo: 176.
Tajara: 550. Terceira (isla): 358.
Tajo (río): 26, 67, 97, 208, 210, 216, 218, 219, Tercera Crónica General: 511.
221, 244, 278, 278, 288, 297, 323. Terencio: 177.
Takurumna (Ronda): 539. Teresa: 211.
Talamanca del Jarama: 93. Teresa (condesa de Portugal): 216.
Talavera (Hernando de): 554. Terrejo: 146.
Talavera de la Reina (Toledo): 95, 191, 210, Teruel (España): 234, 235, 264, 281,282, 315,
512, 513. 321, 421, 487, 510.
Talid: 79. Tesalia (Grecia): 399.
Talunia: 159. Tetuán (Marruecos): 352, 357, 555.
Tallaferro (Bernardo, conde de Besalú): 231. Tévar: 212.
Tamarit: 168. Thomiéres (Francia):
Tamarón (paz de): 215. — Monasterio de Sanint Pons: 311.
Tamarón (valle de): 100, 208. Tierra Santa: 231, 364.
Tamim ibn Yusuf: 195. Tignarí: 83.
Tánger (Marruecos): 22, 53, 65, 195, 246. Tigridia: 113.
Tarascón (tratado de): 370, 393. Tinmal: 246, 253.
Tarazona (Zaragoza): 145, 146, 149, 220, 228, Tinmallal: 239, 240.
347, 393, 421. Tirant lo Blanc, por J. Martorell: 516.
— Catedral: 518. Tívoli (Platón de): 328.
Tarif Abu Zara: 21, 22. Tob de Carrión (Jan): 512.
Tarifa (Cádiz): 21, 22, 47, 84, 190, 194, 219, Toda: 131.
243, 245, 249, 346, 347, 371,423, 531, 554. Toledanos I: 331.
— Castillo: 84. Toledanos II: 331.
Tarik: 22, 23, 88. Toledo (Alfonso): 552.
Tariq ibn Ziyad. (Véase Tarik.) Toledo (Alvaro de): 509.
Tarlete (río): 358. Toledo (Concilio): 507.
Tarmolán, el Grande: 352. Toledo (Cortes de): 557.
Tarraconense (La): 23, 105, 106. Toledo (Elipando de): 124.
Tarragona (campo de): 231. Toledo: 21-23, 28, 30, 31, 36, 50, 55, 57, 63,
Tarragona: 23, 46, 159, 173, 174, 236, 280, 67, 69, 76, 90, 92, 121, 147, 149, 150, 173,
303, 362, 368, 369, 374, 378, 422, 436, 444, 182, 192, 196, 200, 209, 210, 216, 219, 244,
454, 510. 245, 295, 303, 310, 314-316, 321, 324, 325,
— Catedral: 518. 327, 328, 330, 346, 418, 426, 451,469, 476,
— Universidad: 510. 480, 485, 496, 504-506, 508, 509, 511, 532,
Tarrasa (Barcelona): 147. 547, 550, 557.
— Castillo: 147. — Catedral: 504-506, 517, 547.
Tárrega (Lérida): 147, 421, 444, 454, 455. — Escuela de Traductores: 325.
— Castillo: 147. — Huerta del Rey: 210.
Tarub: 29. — Mezquita: 190.
Taulas de Canvi: 487. Toledo (Juan de): 409.
Tavera: 319. Toledo (Pedro de): 325, 558.
Tawil (los): 30. Toledo (Rabi?ag de): 509.
Taysir, E!, por Abenzoar: 254. Toledo (Raimundo de): 325.
642 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Riu, Manuel«
1989.
90360
Manual de Historia de España, 2
Edad.
Media (7n-i5oo j
D ENTRO de los cinco volúmenes que constituyen el nuevo
MANUAL DE HISTORIA DE ESPAÑA, éste ofrece la
evolución histórica de los pueblos de España durante la etapa ca¬
lificada convencionalmente como Edad Media: es decir, la que se
extiende desde la desintegración del reino visigodo hasta el reina¬
do de los Reyes Católicos.Su autor se ha propuesto conseguir una
síntesis clara y actualizada de la evolución de los distintos reinos
hispánicos, cristianos y musulmanes, que se reparten el territorio,
analizando por separado los principales acontecimientos políticos
—ellos siguen constituyendo un cañamazo útil para comprender
el desarrollo especialmente complejo de este período— y los di¬
versos aspectos institucionales, económicos, sociales, religiosos y
culturales. De esta forma se alcanza una visión gradual y global,
suficientemente informada y matizada, de las principales caracte¬
rísticas de este proceso histórico, en un período formativo en el
cual se originan y del cual derivan muchos de los «hallazgos» de
nuestro tiempo. El desconocimiento de estos orígenes y de sus lo¬
gros hace que, con frecuencia, no sean debidamente valorados y
apreciados.
Tres grandes etapas se señalan a lo largo de los ochocientos
años que abarca el volumen, a través de los cuales se pasa del pre¬
dominio islámico, a un mayor equilibrio de fuerzas, y de éste a
la prevalencia y triunfo cristianos. La obra recoge los resultados
de numerosas investigaciones de los últimos años, sin el agobio
del aparato crítico, pero incluye las fuentes y bibliografía más im¬
portantes para que el lector culto pueda orientar la búsqueda de
cuantas ampliaciones precise.
ESPASA CALPE