La Edad Media 2

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Manuel Riu Riu

NUNC COGNOSCO EX PARTE

THOMAS J. BATA LIBRARY


TRENT UNIVERSITY
V
MANUAL DE HISTORIA DE ESPAÑA
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Kahle/Austin Foundation

https://archive.org/details/edadmedia71115000000rium
MANUAL DE H5TOR1A DE ESPAÑA
2

Edad Media
(711-15001 '*

Manuel Riu Riu

Univ»r*<*Y

ESPASACALPE
Diseño y cubierta: José Fernández Olías.
Ilustración de la cubierta: Jaime III. Miniatura del «Libro de los privilegios
del reino de Mallorca». Archivo General de Mallorca. Foto Oronoz.

Impreso en España
Printed in Spain

ES PROPIEDAD
© Manuel Riu Riu
© Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1989

Depósito legal: M. 42.501-1988


ISBN: 84-239-5090-5 (Obra completa)
ISBN: 84-239-5092-1 (Volumen 2)

Talleres Gráficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A.


Carretera de Irán, km. 12.200. 28049 Madrid
INDICE

Págs.

Justificación . 15

Primera parte
Etapa de predominio islámico. Años 711-1035

1. La España islámica. Formación de al-Andalus . 21


La conquista de al-Andalus . 21
El waliato dependiente de Damasco . 24
El emirato de al-Andalus independiente . 25
Los emires omeyas de al-Andalus . 27
Los poderes fácticos de al-Andalus . 32
Organización militar de al-Andalus . 36
Algunos aspectos de la sociedad de al-Andalus . 39
Características económicas . 42
Pesas, medidas y monedas . 44
El artesanado urbano . 45
El gran comercio . 46
La vida familiar y social . 47
Religiosidad y cultura . 49

2. La España del califato de Córdoba . 53


Los inicios del califato: Abd al-Rahman 111 . 53
Córdoba, la capital, y Madina al-Zahra . 55
Al-Hakam II, el Sabio . 57
La biblioteca califal . 58
Los últimos años de al-Hakam II y la minoría de Hixam . 59
Reorganización del ejército . 60
La regencia de Almanzor . 60
8 ÍNDICE

Págs.

El gobierno de los últimos amiríes . 62


Los tiempos difíciles de Hixam II . 63
Años de conflictos en la Córdoba califal . 64
La población de al-Andalus . 66
El gobierno y administración de la España califal . 69
La economía de la España califal . 73
Medidas, monedas y precios . 76
La espiritualidad de la España califal . 77
La cultura de la España califal . 79
Las artes en al-Andalus . 83

3. Los primeros núcleos hispánicos de resistencia al islam . 87

Los inicios de la reconquista . 87


El reino de Asturias . 90
El reino de León, bajo la dinastía asturiana . 94
El condado de Castilla, ¿principado feudal? . 100
Aspectos de la organización política y social del reino astur-leonés . 107
Algunos aspectos económicos del reino astur-leonés . 113
La vida urbana, el artesanado y el comercio . 114
La espiritualidad y las peregrinaciones a Santiago de Compostela . 118
Arte y cultura en el reino astur-leonés . 123

4. El territorio vasco y la formación de los reinos de Pamplona y Aragón . 127

Los núcleos hispánicos orientales . 127


Noticias del territorio vasco . 128
Los orígenes del reino de Navarra . 131
La dinastía íñiga . 133
La dinastía Jimena . 137
Organización eclesiástica de Navarra . 138
El condado de Aragón . 141
Aspectos socio-económicos y culturales del condado de Aragón . 143
Los Banu Qasi, en el valle del Ebro . 145
f La obra de Sancho el Mayor . 150
Reorganización de la Iglesia navarra y aragonesa . 152

5. Los núcleos cristianos de la España oriental . 155

La intervención carolingia al sur de los Pirineos . 155


Organización del territorio catalán . 159
Estructura social en la Cataluña condal . 163
La tierra: su propiedad, su posesión y sus cultivadores . 166
El comercio, los mercados locales y la moneda . 171
Reorganización de la Iglesia catalana . 173

Algunos aspectos culturales y artísticos . 176

Segunda parte
Etapa de equilibrio cristiano-islámico. 1035-1212

6. Los reinos de la España islámica . 181

Los primeros reinos de Taifas . 181


La Taifa zirí de Granada . 184
INDICE 9

Págs.

La Taifa abbadí de Sevilla . 187


Los almorávides norteafricanos ... 191
La conquista de los reinos de Taifas por los almorávides . 192
El imperio almorávide . 195
Economía y fiscalidad de los primeros Taifas . 198
La cultura de los reinos de Taifas . 200
Algunas características de al-Andalus almorávide . 204

7. Los reinos cristianos occidentales: León y Castilla . 207

La creación del reino de Castilla . 208


Alfonso VI, «emperador de toda España» . 210
Los grandes señores de la corte: el Cid . 212
Intento de unión de la corona de Castilla con el reino aragonés . 214
Alfonso VII, el Emperador . 215
El condado de Portugal se convierte en reino . 216
Alfonso VIII y las Navas . 218
Los reyes privativos de León . 221

8. Los reinos cristianos orientales desde 1035 . 223

Navarra, hasta su unión con Aragón . 223


Los primeros reyes de Aragón . 226
Alfonso I el Batallador . 228
Los condados catalanes hasta su unión con Aragón . 231
Alfonso II de Aragón, I de Cataluña . 234
Pedro II de Aragón el Católico, I de Cataluña . 235
El reino de Navarra, independiente de nuevo. 237

9. El efímero imperio almohade . 239

Formación del imperio almohade . 239


Yusuf I, príncipe de los creyentes . 242
Abu Yusuf Yaqub, al-Mansur . 243
El final del imperio almohade . 244
Instituciones básicas del imperio almohade . 247
Economía y sociedad del imperio almohade . 249
Los núcleos urbanos de al-Andalus . 251
La espiritualidad, cultura y arte . 253
Algunos aspectos de la vida de al-Andalus . 255

10. Instituciones políticas de los reinos cristianos . 257

Las fuerzas políticas . 257


El rey, sus derechos y obligaciones y su consejo . 258
La cancillería . 259
La administración . 260
La organización del reino de Navarra . 260
Los Usatges de Barcelona . 262
La concesión de fueros y cartas pueblas: los municipios . 263
La repoblación y los fueros . 265
El papel de los núcleos urbanos . 266
Orígenes de las Cortes . 268
10 ÍNDICE

Págs.

11. La sociedad en los reinos cristianos peninsulares . 271

La nobleza leonesa y su papel en la administración territorial del reino . 272


La sociedad rural de Castilla y León . 276
La escala feudal en Cataluña . 279
La sociedad rural catalana . 280
La sociedad aragonesa . 281
La sociedad navarra en el siglo xn . 282

12. La economía de los reinos cristianos . 285

El despertar económico . 285


El sistema de «parias» . 286
La repoblación y el régimen económico agrario . 287
El señorío y su explotación . 289
Los núcleos urbanos de la España cristiana . 291
Mercados y ferias . 294
El comercio y la moneda . 295
El desarrollo mercantil . 296
El despliegue artesanal . 298
Cofradías y gremios . 299
A propósito de medidas y precios . 300

13. La espiritualidad de los reinos cristianos . 303

La reorganización eclesiástica . 303


Las reuniones conciliares . 307
El monacato en los reinos cristianos españoles . 308
Las peregrinaciones a Santiago de Compostela . 312
Los cluniacenses y el rito mozárabe . 313
La reforma de la Iglesia hispana . 314
Las Órdenes militares españolas . 315
a) La Orden de Calatrava . 316
b) La Orden de Santiago . 317
c) Orden de Alcántara . 320
La convivencia de las gentes de las tres religiones . 320

14. Cultura y arte de los reinos cristianos . 323

Las nuevas escuelas . 323


La poesía en romance . 325
El renacer de la cultura hispano-cristiana . 327
Algunas obras históricas de autores cristianos . 329
La vida en las ciudades y en el campo . 331
Orígenes del románico español . 332

Tercera parte
Etapa de predominio cristiano, 1213-1500

A) La España cristiana

15. Los reinos cristianos de la España occidental después de las Navas . 339

El difícil camino hacia la unificación de los reinos hispánicos . 339


Los reinos de Castilla y León unidos: Fernando III el Santo . 340
ÍNDICE 11

Págs.

Alfonso X el Sabio y el «fecho del Imperio» . 342


Sancho IV el Bravo y el problema del Estrecho . 344
Regencia de María de Molina y reinado de Fernando IV . 346
Alfonso XI el Justiciero . 347
Pedro I y los nuevos conflictos peninsulares . 348
La Casa de Trastámara en el trono de Castilla . 349
La política de Juan I y de Enrique III . 350
Fernando de Antequera, Juan II y Alvaro de Luna . 352
Enrique IV el Impotente . 353
Portugal, en el camino del Atlántico . 354

16. La política interna de la corona de Aragón y Navarra . 359

La formación de la corona de Aragón . 359


Jaime I el Conquistador y las rutas del Mediterráneo . 360
El reino de Mallorca . 366
Conquista y organización de Ibiza y Formentera . 367
La corona de Aragón bajo Pedro III el Grande y Alfonso III el Liberal . 369
Jaime II el Justo y Alfonso IV el Benigno . 371
Pedro IV el Ceremonioso . 372
La «guerra de los dos Pedros» y sus problemas . 374
Juan I y Martín el Humano . 376
El interregno y el Compromiso de Caspe . 376
Fernando de Antequera, rey de Aragón . 378
Alfonso V el Magnánimo . 379
Juan II, el príncipe de Viana y la sublevación catalana . 380
Navarra separada de la órbita hispánica . 381
La Casa de Champaña en Navarra . 381
La Casa de Francia . 382
La Casa de Evreux . 382
Blanca y Juan II de Aragón . 384
La Casa de Foix. 384

17. La expansión mediterránea de la corona de Aragón . 385

La Casa de Aragón en Italia . 385


La intervención catalano-aragonesa en Sicilia . 388
Los almogávares en tierras de Bizancio . 398
El reino de Córcega y Cerdeña . 400
El dominio de la corona en Córcega . 404
Política italiana de Alfonso V el Magnánimo . 405

18. Instituciones de los reinos cristianos hispánicos . 409

El rey y el poder . 409


El Consejo Real y las Cortes . 410
Las Diputaciones . 411
Administración central . 412
La administración territorial . 413
Formación y características del régimen municipal . 413
Polas, villas nuevas y villas francas . 416
Las hermandades . 417
Las instituciones centrales en Cataluña . 420
El papel de las Cortes en el gobierno de la corona de Aragón . 420
12 INDICE

Págs.

La Hacienda en Castilla . 422


La Hacienda real castellana en el siglo xv . 425
La Hacienda real aragonesa . 426
El ejército castellano y leonés, su organización y sus jefes . 430
El ejército de la corona de Aragón: caballeros e infantes . 431
Órdenes militares y milicias concejiles . 433
La caballería ligera y la técnica del combate . 433
Reclutamiento, presupuestos y subsidios . 434
La marina de Castilla . 435
La marina de guerra de la corona de Aragón . 436
La administración de justicia . 438
Las Partidas y otras obras jurídicas . 439
El feudalismo en España . 440

19. Demografía y sociedad de los reinos cristianos . 441

La población de los reinos cristianos . 441


Población del principado de Cataluña . 443
Algunas mutaciones sociales . 445
La sociedad en la corona de Castilla . 447
La evolución de la sociedad catalana . 450
Los caballeros de cuantía o de alarde . 451
Los judíos de la corona de Castilla . 452
Los judíos de la corona de Aragón . 454

La mujer en la sociedad castellano-leonesa . 455


La mujer en la sociedad andaluza . 457
La estructuración de la sociedad valenciana . 459
La mujer en la sociedad valenciana . 461
La sociedad navarra . 462

20. Las nuevas bases económicas . 465

Un nuevo sistema de repoblación: los repartimientos . 465


La repoblación de Andalucía . 466
Colonización y señorialización de Andalucía . 467
Formación y consolidación del señorío de Cazorla . 469
La renovación del sector agrario . 472
Incremento de la ganadería . 474
El gran comercio de Castilla . 476
Impuestos y aduanas de Castilla . 480
La expansión del comercio catalán . 481
Vías y consulados mercantiles . 484

Asociaciones mercantiles y establecimientos bancarios . 486


El artesanado y las corporaciones gremiales . 487
Las industrias textiles . 489
La expansión de los núcleos urbanos . 491
Los salarios en la economía bajomedieval . 496
Las finanzas de un reino hispánico: Navarra . 497

21. Espiritualidad, cultura y arte (siglos XIIPXIV) . 499

Las crisis de la Iglesia hispana . 499

Un señorío eclesiástico: el de la catedral de Toledo . 504


La mujer y la religiosidad popular . 506
ÍNDICE 13

Págs.

Universidades y escuelas de la corona de Castilla . 508


Universidades y estudios en la corona de Aragón . 509
Historiografía en lengua castellana del occidente peninsular . 511
Cultura literaria del occidente peninsular . 512
La cultura e historiografía en la corona de Aragón . 514
El estilo gótico en los reinos hispánicos . 517

B) La España islámica

22. El reino nazarí de Granada . 523


Formación del último reino islámico español: el reino nazarí de Granada . 523
El sultanato nazarí en el siglo xiv . 530
La Granada de las guerras civiles: el siglo xv nazarí . 534
Organización interna del reino nazarí . 539
Aspectos económicos del reino nazarí . 541
Aspectos espirituales, culturales y artísticos del reino nazarí . 543

23. El final del reino de Granada y la reorganización de su territorio . 547


La guerra de Granada . 547
Repoblación y reorganización del reino de Granada . 555

Addenda . 561
El camino a la modernidad . 561

Orientación bibliográfica . 567

Bibliografía . 583

Obras de consulta . 603

Índice onomástico 607


JUSTIFICACIÓN

¿Era necesaria una nueva síntesis de la historia medieval española? Exis¬


ten, en efecto, bastantes y algunas son, sin duda, excelentes. Mas, se investi¬
ga y publica tanto en nuestros días, que los resúmenes de vulgarización
envejecen muy pronto, cuando no nacen ya viejos por reflejar un estadio
superado de la investigación. Pocos son los investigadores que se sienten ten¬
tados a divulgar sus hallazgos para que lleguen a un público mayoritario
ávido de «estar al día». Y quien no investiga difícilmente puede estar atento
a las novedades. Pero, una síntesis que pretenda dar una visión global de
los temas y de los problemas en estudio, tampoco puede prescindir de los
esquemas tradicionales de la historia que permiten situar en su punto y am¬
biente dichos temas y problemas. Buscar el difícil equilibrio entre unos y
otros, para interesar al lector no especialista, es lo que hemos pretendido.
En busca de una mayor claridad expositiva, en una obra de síntesis como
la presente, en la cual se recogen los resultados de numerosas investigacio¬
nes ajenas y propias —y que trata de abarcar los más variados aspectos de
nuestra historia, tal como se entiende hoy necesario, de una forma integra-
dora pero que no resulte agobiante para el lector ajeno a la profesión—, he
creído imprescindible subdividir el relato, en este volumen dedicado a la Edad
Media, en tres partes. La primera parte, que abarca del año 711 al 1035, la
titulo «Etapa de predominio islámico» porque en ella, desde la invasión is¬
lámica del ámbito peninsular dominado por los visigodos, hasta la caída del
califato de Córdoba y la desintegración de la unidad territorial de al-Andalus
16 MANUEL RIU RIU

en numerosos reinos islamitas, hubo un claro predominio político, cultural


y económico de la España del sur sobre los cristianos norteños. La segunda
etapa, desde 1035 hasta 1212, la estimo «Etapa de equilibrio cristiano-
islámico», tanto por hallarse más equilibradas las fuerzas políticas del norte
cristiano y las del sur islámico como porque la sociedad, la economía, la
cultura e incluso la espiritualidad experimentan un desarrollo similar, no obs¬
tante sus diferencias intrínsecas, siendo probablemente más numerosos y más
importantes los puntos de contacto que los de confrontación. La tercera etapa,
de 1212 hasta 1500, más amplia que la segunda (aunque menos que la pri¬
mera) y mejor documentada, lleva por título «Etapa de predominio cristia¬
no» e incluye los últimos tres siglos de la que hemos convenido en seguir
llamando Edad Media, aunque probablemente sin sus logros y quebrantos
la Edad Moderna hispánica nunca habría llegado a ser lo que fue.
El esquema histórico-político de este largo período de la historia hispá¬
nica, centrado en torno de la conquista islámica y de la reconquista y reor¬
ganización cristiana del territorio peninsular, es bien conocido desde hace
años, en sus líneas esenciales, pero no hemos querido prescindir aquí de él,
por no dar por supuesto su conocimiento y silenciar con ello el cañamazo
sobre el cual se pueden estructurar otros aspectos, no menos interesantes,
de la historia de esta etapa. Olvidarlo o darlo por sabido, como hoy tiende
a hacerse, implica para el lector no versado en nuestra historia el sumirse
en un piélago de imprecisiones y confusiones. Cuando se prescinde del ca¬
ñamazo de la historia político-militar, con sus avances y retrocesos, se anda
sobre arenas movedizas y las ideas que flotan acaban por confundir al lec¬
tor, no necesariamente preparado por una serie de conocimientos previos.
Por ello, consideramos que es necesario, al lado y aun antes que de la repo¬
blación, hablar de reconquista. Y seguir utilizando como hilo conductor la
sucesión de soberanos, en los distintos reinos, aun a sabiendas de que el pro¬
tagonismo de estos monarcas fue, con bastante frecuencia, mucho menor
de lo que se ha supuesto y que, a su lado, jugaron papeles importantes las
mujeres y los varones de su familia y de su corte, o que no tenían mucho
que ver ni con la una ni con la otra.
Cierto, asimismo, que la legislación y las instituciones (no sólo jurídi¬
cas, sino también socio-económicas) han constituido un arma tan valiosa,
en manos de los responsables del poder, como la guerra y la diplomacia,
sentando las bases para la vida en comunidad y para el equilibrio social.
Pero su estudio hoy no cabe realizarlo aislado de la sociedad que les dio el
respaldo. De igual modo, la economía, que ha hecho verter mares de tinta
a las últimas generaciones de historiadores, y que todavía no es suficiente¬
mente conocida en muchos aspectos, ha de ocupar un lugar en las páginas
que seguirán, pero, aunque necesaria para comprender el proceso histórico,
JUSTIFICACIÓN 17

no lo es todo. Se ha tendido a estudiarla separada de la sociedad y se ha


olvidado bastante que, junto a las cifras, se halla siempre el hombre, con
nombre propio o innominado, que al prosperar él y hacer prosperar a los
suyos, ha contribuido a la prosperidad de la comunidad y la ha hecho avan¬
zar decisivamente a lo largo de estos siglos.
E igualmente se ha tendido a olvidar o silenciar el papel de la Iglesia,
relegándolo a un segundo plano. En estos siglos, el papel de la Iglesia fue
capital, y sin su conocimiento no es posible comprender la Edad Media hispá¬
nica. La Iglesia penetró la mentalidad de los pobladores de los reinos his¬
pánicos, como penetró sus instituciones, su cultura y aun su economía.
E incluso sus minorías —islamita o judía— fueron minorías religiosas, cuya
espiritualidad no cabe olvidar, tanto en la convivencia como en la confron¬
tación; que de todo hubo y, probablemente, mucho más de la primera que
de la segunda. La cultura se halla impregnada de espíritu religoso, en las
tres grandes religiones monoteístas que convivieron en la España medieval,
y esta religiosidad se manifestaba por doquier, siendo una de las caracterís¬
ticas de la mentalidad de la época. El hecho de que algunas corrientes socio-
antropológicas tiendan a cargar el acento sobre las discrepancias, y traten
de averiguar lo que subyace en el espíritu popular de creencias ancestrales,
por debajo de las doctrinas eclesiásticas, o de ver el valor moral que éstas
tienen para la conducta de la gente sencilla, en la llamada religiosidad y cul¬
tura popular (que algunos han tratado de oponer a la religiosidad oficial
o clerical), no puede hacer prescindir de cuanto antes apuntábamos. Hay
elementos que se hallan tan mezclados en el espíritu humano, que resulta
difícil analizarlos por separado sin incurrir en contradicciones o supuestos
gratuitos, dado que las fuentes de que disponemos no son lo suficientemen¬
te explícitas, ni completas, para cuanto deseamos exigirles.
Por fortuna para la ciencia histórica, nuevos métodos y nuevas técnicas
vienen a ampliar, todos los días, las posibilidades de aprovechamiento de
las fuentes conocidas y a facilitar nuevas fuentes, escritas o no, para mejo¬
rar el conocimiento de la historia medieval. El despertar de la arqueología
medieval entre nosotros, en todo el ámbito peninsular, está dando ya sus pri¬
meros frutos y permite conocer elementos de la vida material de nuestros
antepasados, insospechados hace muy pocos años. Igualmente, la antropo¬
logía física consiente un mejor análisis de los esqueletos hallados en las tum¬
bas, gracias al cual podemos saber cómo eran quienes nos precedieron, sus
características somáticas e incluso las enfermedades que padecieron en vida
y de las cuales murieron. Si a la paleopatología añadimos los análisis de las
defecaciones que permiten conocer el régimen alimenticio o los análisis de
los huesos de animales y de los restos de comida, tendremos una rápida pa¬
norámica de algunas posibilidades que la ciencia ofrece hoy a la historia.
18 MANUEL RIU RIU

Múltiples elementos hallados en las excavaciones, tanto de materias orgáni¬


cas como inorgánicas, permiten ampliar nuestros conocimientos paleobotá-
nicos o paleozoológicos, así como, a través de análisis electromagnéticos,
físicos o químicos, podemos saber la época a que corresponden dichos ele¬
mentos o los componentes y procedencias de metales, cerámicas, vidrios y
argamasas, así como los métodos técnicos y condiciones de producción de
los mismos. De este modo, la contribución de geólogos, geógrafos, antro¬
pólogos, sociólogos y científicos de muy diversas ramas y saberes permite
completar la visión histórica del pasado peninsular en muchos aspectos en¬
teramente nuevos.
Si añadiéramos que la conclusión a que podríamos llegar, ante tantas
y tan variadas aportaciones a un mejor conocimiento de nuestra historia,
es que casi todo está por hacer y por aclarar, no debería interpretarse esto
como una muestra de pesimismo o de dubitación ante la credibilidad histó¬
rica, sino como una invitación a la esperanza de que la ciencia histórica,
con el auxilio de otras muchas ciencias, ha de permitirnos una aproxima¬
ción cada vez más fiel y más completa a la realidad del pasado, de sus prota¬
gonistas, de sus realizaciones, de sus pensamientos, de sus vivencias y de sus
sentimientos, ganando, día tras día, en veracidad.
Cuanto más aprisa envejezcan las síntesis históricas, tanto más satisfe¬
chos podremos sentirnos. Porque serán más palpables los avances de esta
ciencia, al margen, y muy por encima, de los ideologismos o de los aprioris-
mos que todavía constituyen un lastre para su progreso.
PRIMERA PARTE

ETAPA DE PREDOMINIO ISLÁMICO.


AÑOS 711-1035
1. LA ESPAÑA ISLAMICA.
FORMACIÓN DE ALANDALUS

La conquista de al-Andalus

Los musulmanes, establecidos en el norte de África al comenzar el si¬


glo vm, después de una rápida y sólida expansión, alcanzaron la orilla del
Atlántico en 707. El territorio del África Menor o Ifriqiyya, que habían do¬
minado sucesivamente los romanos, los vándalos y los bizantinos, se orga¬
nizó bajo el mando de un gobernador árabe, Musa ibn Nusayr, y éste, poco
después de iniciado el siglo vm de nuestra era, sin consultarlo con el califa
omeya de Damasco, al-Walid, de quien dependía, decidió ocupar las tierras
costeras de Hispania pertenecientes al reino visigodo. Había accedido al trono
del reino visigodo, en junio de 710, el duque de la Bética, Rodrigo, como
sucesor del rey Witiza, pero el partido de los witizanos, que intentaba recu¬
perar el poder, provocaba disturbios y desde Toledo, la capital hispana del
reino godo, se hacía difícil dominar a los disconformes.
Conocedor Musa ibn Nusayr de los problemas que aquejaban a la Espa¬
ña visigoda, resolvió enviar al liberto bereber Tarif Abu Zara a la Península,
con 300 infantes y 100 caballeros, para realizar una expedición de saqueo
(gazúa) y explorar la zona costera próxima al Estrecho (julio de 710). Los
expedicionarios, ayudados por los witizanos y por el gobernador bizantino
de Ceuta, el conde Julián, que ya había realizado una incursión a Algeciras,
pasaron el Estrecho en cuatro naves y arribaron al puerto que llamarían Ta¬
rifa, en honor de su jefe, donde desembarcaron, para emprender una rápida
22 MANUEL RIU RIU

incursión hasta Algeciras y regresar a África. Rodrigo se hallaba en la zona


de Pamplona, combatiendo a los vascones sublevados, y no pudo enfrentar¬
se a los musulmanes. Es posible que, en aquellos momentos, la parte orien¬
tal de la Península no acatara tampoco sus órdenes, distante y distanciada
de Toledo.
En vista del botín obtenido por los 400 expedicionarios de Tarif, el go¬
bernador Musa quiso, en la primavera de 711, repetir la empresa de Hispa-
nia. Designó jefe de la nueva expedición a su lugarteniente, el mawla o
converso Tariq ibn Ziyad, un persa de Hamadan entonces gobernador de
la plaza de Tánger, y le proporcionó 7.000 hombres, en su mayor parte bere¬
beres y libertos (el número de árabes no sumaría más de unos cincuenta).
La expedición atravesó el Mediterráneo de Sur a Norte, pasó una vez más
el Estrecho sin dificultades y se instaló a la falda del monte de Calpe, que
tomó el nombre del nuevo jefe: Yabal Tariq, «montaña de Tariq» o Gibral-
tar, nombre con el que sería conocido en lo sucesivo. Allí sentó la base de
operaciones y se apoderó de Algeciras, donde recibió el refuerzo de otros
5.000 infantes bereberes enviados por Musa. Estos 12.000 hombres se en¬
frentaron, el 19 de julio de 711, con el ejército visigodo de Rodrigo, derro¬
tándole, junto al río Guadalete, gracias a la defección de los witizanos. La
batalla, decisiva, pudo haber tenido lugar al oeste de Tarifa, en Wadi Lago
(río Barbate), o a orillas del río Guadarranque, entre la Torre de Cartagena
y Gibraltar. Las fuentes musulmanas, posteriores al siglo vm, no contribu¬
yen a aclarar el lugar exacto de este decisivo hecho de armas.
En tanto que el ejército visigodo huía en desbandada, las tropas musul¬
manas avanzaban por las tierras de la Bética, o «Vandalucía», que pronto
llamarían al-Andalus, nombre dado a todo el territorio peninsular en poder
del islam, acaso en recuerdo de la Atlántida, el mítico continente perdido,
como ha sugerido el profesor Vallvé. La existencia de excelentes vías roma¬
nas en uso todavía facilitó el avance de las tropas y, en algunos lugares, como
en Écija, consta explícitamente que la población indígena, descontenta del
gobierno visigodo, recibió con entusiasmo a los recién llegados. Los judíos,
perseguidos por los últimos reyes visigodos, les apoyaron también. En octu¬
bre del 711 la ciudad de Córdoba caía en manos del liberto Mugit. Otras
ciudades andaluzas, como Granada y Málaga, se entregaron. Y Toledo, la
capital goda, se rindió sin resistir. Los musulmanes obtuvieron considerable
botín a lo largo de estas expediciones, y se beneficiaron de la ayuda de witi¬
zanos y judíos.
Mientras Tariq, una vez guarnecida Toledo, continuaba el avance hacia
Guadalajara y Amaya, Musa ibn Nusayr se sumó a la empresa hispana con
otros 18.000 hombres, en junio de 712, y conquistó con ellos Medina Sido-
nia, Carmona, Sevilla y Mérida en poco más de un año. Se reunió luego
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 23

con Tariq en Toledo, y se dirigió a Zaragoza, que ocupó (714), estableciendo


los límites de la conquista en el valle del Ebro, en tanto que los visigodos
organizaban la resistencia, bajo los reinados de Áquila y Ardón, en el terri¬
torio de la antigua Tarraconense, donde acuñaron todavía trientes de oro
de gran calidad.
En unos tres años (712-714) pudo darse el país por conquistado o some¬
tido, con incursiones a León, Galicia, Vasconia, Aragón y Cataluña (Tarra¬
gona). Entonces (verano del 714) Musa y Tariq, requeridos por el califa
al-Walid, regresaron a Siria llevándose mucho botín (treinta carretas con el
quinto correspondiente al califa) y 30.000 prisioneros, entre ellos 400 no¬
bles, mientras el hijo de Musa, Abd-al-Aziz, permanecía en Sevilla, primera
capital de al-Andalus, como gobernador (wali) de la España musulmana y
bajo su mandato los generales islamitas completaron la conquista de la Es¬
paña oriental y consolidaron la posesión de Évora, Santarem y Coimbra en
el occidente peninsular.
Muchos jefes godos habían capitulado ante las tropas musulmanas, y
permanecieron al frente de sus distritos. Los musulmanes les concedieron
dos tipos de pactos: uno (pacto suhl) exigía sumisión plena a las autorida¬
des islámicas porque se les había puesto alguna resistencia; el otro (pacto
ahd) reconocía a los sometidos autonomía política. En uno y otro caso los
cristianos, godos o indígenas, respetados en sus personas y creencias, venían
obligados al pago de los impuestos ordinarios: la capitación o impuesto per¬
sonal (yizya) y la contribución territorial (jaray). Se ha conservado el texto
de la sumisión de Tudmir o Teodomiro, un noble godo de la región murcia¬
na, que pactó en abril del 713 con los invasores y recibió a cambio un seño¬
río territorial importante, que incluía las siete ciudades de Orihuela, Muía,
Lorca, Valencia, Alicante, Hellín y Elche (o Villena). La inclusión de Valen¬
cia entre estas ciudades es un tanto discutida. La capitación impuesta a los
hombres libres se fijaba en: un diñar al año, 4 almudíes de trigo y otros tan¬
tos de cebada, 4 qist (medida equivalente al sextario latino o a dos almudes)
de vinagre y otros tantos de mosto o de vino, 2 qist de miel y uno de aceite.
Los hombres esclavos deberían pagar tan solo la mitad.
Los conquistadores se repartieron las tierras que habían ganado luchan¬
do. El quinto (jums) de las mismas correspondía al califa. El resto se distri¬
buía entre los guerreros. Los siervos o cultivadores del jums (quinteros), o
sea, de las tierras califales o fiscales, quedaron adscritos a las mismas, con
la obligación de entregar al fisco (a los funcionarios encargados de su re¬
caudación) el tercio de los frutos todos los años. Muchos colonos y siervos
cambiaron de dueño, pero no hubo por entonces una reforma general ni de
los sistemas de cultivo, ni de los productos, ni de la propiedad agraria.
24 MANUEL RIU RIU

El waliato dependiente de Damasco

España se había convertido, a comienzos del siglo vm, en un waliato de¬


pendiente del califa de Damasco. La muerte violenta de Abd al-Aziz, en 716,
inauguraba un período de turbulencias que duraría unos cuarenta años
(716-756). Los valíes Ayyub y al-Hurr (marzo 716-abril 719), después del tras¬
lado de la capital desde Sevilla a Córdoba (716), donde se sentían más segu¬
ros, hicieron que capitularan Pamplona, Huesca y Barcelona, obligando a
los hispanogodos resistentes a refugiarse en las zonas montañosas del Can¬
tábrico y del Pirineo; o bien a islamizarse, en lo que no tuvieron reparo in¬
cluso algunos nobles; o emigrar a la zona de Narbona, la antigua Septimania,
donde los refugiados godos seguían predominando.
Tan sólo los montes de Asturias, Cantabria y Vasconia y algunos valles
pirenaicos se vieron libres de invasores permanentes. Pero éstos no consti¬
tuían una unidad étnica. Tan sólo la fe islámica —para muchos de asimila¬
ción reciente— les mantenía unidos. Árabes (divididos en dos clanes rivales:
qaysíes y kalbíes), sirios, bereberes y muladíes (o conversos del cristianismo
al islamismo y, por lo tanto, «renegados» desde el punto de vista cristiano),
se odiaban entre sí. Por esto, el período de la primera mitad del siglo vm,
o de los gobernadores (walies) dependientes del califato omeya de Damas¬
co, está caracterizado por las luchas rivales; y las relaciones de los que se
habían refugiado en las montañas norteñas con los cristianos que se habían
quedado en tierras islámicas (mozárabes) y con los moriscos, colonos apar¬
ceros (exaricos) de las huertas del Ebro, no se interrumpieron.
Al mando del último monarca godo, Ardón, que había conservado su
capitalidad en Narbona, se organizaban las primeras partidas de guerrille¬
ros que hostigaban intermitentemente a los invasores. El valí al-Samh logró
apoderarse de Narbona (720) y establecer en ella un waliato islámico, some¬
tiendo a los condes godos de Septimania. En cambio fracasaron los ulterio¬
res intentos musulmanes de adentrarse en el reino franco merovingio por
Aquitania (721), Provenza y Borgoña (725) y por Gascuña, donde en octu¬
bre de 732 halló la muerte Abd al-Rahman al-Gafiqí, en la vía romana que
conducía a Poitiers, vencido por Carlos Martel y las tropas francas. Aunque
la acción bélica de Tours o Poitiers no supuso para la antigua Galia el cese
inmediato de las expediciones musulmanas, pues en sucesivas gazúas ase¬
diaron Aviñón (734) y saquearon Lyón (743), frenó su impulso expansivo
antes de mediar el siglo. La rápida expansión musulmana por el Occidente
europeo quedaba paralizada definitivamente casi a la vez que lo era en el
Lejano Este.
Mientras tanto, las guerras civiles ensangrentaban, como hemos apunta¬
do, la España musulmana. A estimularlas contribuiría la llegada en 741 de
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 25

unos 7.000 a 12.000 sirios, al mando de Balch, fugitivos en su mayor parte


de la batalla de Nafdura. Estos sirios recibieron en beneficio (iqta) un tercio
de los impuestos pagados por los hispanogodos. Cifra que permite suponer
que, a los treinta años de iniciada la conquista de España, el número de gue¬
rreros islamitas instalados en la Península oscilaba entre los 21.000 y los
36.000. Único dato demográfico de cierta relevancia para estos momentos.
Los sirios, conservando su agrupación tribal, se distribuyeron por pro¬
cedencias en distritos militarizados (yund), y fijaron su residencia en el sur
de España. Los de Emesa, por ejemplo, quedaron en los distritos de Sevilla
y Niebla; los de Palestina, en Medina Sidonia y Algeciras; los del Jordán,
en Málaga, y los de Damasco, en Medina Elvira (Granada). La concesión
de estos lotes de tierras en beneficio a familias de guerreros libres, imitada
muy posiblemente de los métodos iniciados por los soberanos bizantinos de
la dinastía heráclida en Asia Menor cien años antes, se ha interpretado como
un inicio de feudalización en la España islámica cuando, en realidad, venía
a reforzar la pequeña propiedad libre en zonas de latifundio, y no dejaría
de ser, por ello, conflictiva, como es natural. Fue preciso que la mayoría
de familias bereberes fueran expulsadas unos diez años más tarde (750), para
conseguir temporalmente la pacificación interna en al-Andalus, aunque no
todas se reintegraron al norte de África, permaneciendo otras refugiadas en
zonas montañosas. Por aquel entonces la guerra de guerrillas, atizada por
los norteños, se había extendido por las fronteras de Asturias y de Canta¬
bria, como veremos en el apartado correspondiente. No cabía esperar, pues,
en al-Andalus una tranquilidad plena y total.

El emirato de ai^Andalus independiente

El único príncipe omeya superviviente de la matanza decretada por los


rebeldes abbasíes, triunfantes en el Oriente Próximo contra los miembros
de la familia califal omeya, fue Abd al-Rahman ibn Muawiya. El joven prín¬
cipe tenía unos quince años de edad cuando, en 750, huyendo del Iraq llegó
a Palestina para marchar a Ifriqiyya (África Menor) en busca de su seguri¬
dad personal. La tribu bereber de los Nafza, en el litoral marroquí, le aco¬
gió. Desde allí pudo enviar a al-Andalus a su liberto Badr, quien obtuvo el
apoyo de varios yundíes sirios, clientes de los omeyas (754), y de los yeme-
níes opuestos al grupo qaysí que, desde 745, dominaba el país. Con un bar¬
co, once personas (entre éstas Badr y Abu Galib, que sería su ministro y
hombre de confianza hasta su muerte) y 500 dinares por todo capital (parte
de los cuales le sirvieron para pagar la ayuda de los beréberes), llegó Abd
al-Rahman a Almuñécar el 14 de agosto de 755, recibiendo en el castillo de
26 MANUEL RIU RIU

Torrox la promesa de colaboración incondicional de los clientes de los ome¬


yas. Con éstos, el apoyo de una parte de los bereberes afincados en España
y emparentados con familias neomusulmanas, de algunos árabes yemeníes,
y de los yundíes sirios de Jaén y de Granada, descontentos del gobierno ab-
basí, pudo Abd al-Rahman derrotar a los qaysíes comandados por el gober¬
nador Yusuf al-Fihrí, entrar luego en Sevilla (marzo 756) y vencer, en duro
combate, a los restos de las tropas qaysíes junto a Córdoba (mayo 756), pro¬
clamándose primer emir independiente de al-Andalus el 15 de mayo de 756,
cuando contaría unos veintidós años de edad.
Abd al-Rahman I, llamado al-Dajil (el Inmigrado), reinaría en España
unos treinta y dos años (756-788) con espíritu conciliador. La autonomía
con que se regían las provincias del califato abbasí y la lejanía de los centros
decisivos del poder central facilitaron la instauración de este emirato inde¬
pendiente en España, con capitalidad en Córdoba. El nuevo emirato, de lar¬
ga duración (756-929), sería libre y tendría vida próspera, aunque no pacífica,
puesto que los muladíes (neomusulmanes llegados a su nueva fe desde el cris¬
tianismo) y los mozárabes (cristianos todavía mayoritarios en tierras islámi¬
cas), o los mawlas o libertos que, según la ley, debían seguir siendo fieles
a sus antiguos patronos, no siempre respetaron esta norma, y dieron lugar
a numerosos conflictos y discordias. La pacificación de los bereberes refu¬
giados en las zonas montañosas situadas entre el Tajo y el Guadiana le llevó
seis años. Abd al-Rahman, en esta sociedad tan diversa, favoreció la inmi¬
gración de sirios y acogió a clientes omeyas o marwaníes, para fortalecer
su posición. De este modo, y con la organización de un ejército mercenario
compuesto de esclavos (abid) y de bereberes norteafricanos, pudo hacer frente
a los disidentes y consolidarse. Este ejército emiral llegaría a contar con 40.000
soldados.
En vano el califa abbasí al-Mansur envió tropas a España (761), al man¬
do de al-Ala ibn Mugit, con el nombramiento de gobernador para éste, pues
fueron fácilmente derrotadas, y en vano también los abbasíes buscaron el
apoyo de los carolingios contra los omeyas españoles, o el de los qaysíes to¬
ledanos (762 y 785) desplazados del gobierno por los omeyas. El desastre
de la hueste de Carlomagno en Roncesvalles (778) hizo que el emirato de
al-Andalus pudiera fortalecer sus fronteras y aun apoderarse de Zaragoza
(781), que retuvo varios años. Tan sólo en el extremo del nordeste peninsular
los francos, en tiempo de Abd al-Rahman I, pudieron ocupar Gerona (785)
y preparar la organización de un territorio fronterizo en suelo catalán.
Abd al-Rahman I, mientras tanto, embellecía Córdoba, iniciando la cons¬
trucción de su famosa mezquita mayor (786), que tardaría unos doscientos
años en completarse, mediante sucesivas ampliaciones, como veremos a su
debido tiempo. Alentó, asimismo, la agricultura, introdujo en el país fruta-
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 27

les desconocidos (como el naranjo y el limonero) y construyó acequias para


el riego en torno de la propia capital, rodeada de «villas» (almunias) feraces
y placenteras, y también en el Levante y el resto de la región andaluza. Las
rutas comerciales a través de la Europa cristiana no parece que experimen¬
taran interrupciones más que muy circunstanciales. A través de dichas ru¬
tas, prioritariamente terrestres, algunos mercaderes judíos o sirios traían a
España los esclavos eslavos (paganos) que compraban en Praga y en Ver-
dún, eunucos o no, o los llevaban por mar a la pequeña república de Pechi¬
na, en la zona de Almería, o a los puertos del sur de Francia, para su ulterior
distribución, procedentes de los mercados norteafricanos.
La población hispanogoda fue tratada con consideración, y se permitió
la continuidad del culto cristiano, si bien se la obligó al pago de los impues¬
tos a que ya estaba habituada. Cristianos y judíos pudieron practicar sus
religiones libremente, aunque la conversión al islamismo les representara ven¬
tajas sociales y económicas y, para los esclavos (abid), la libertad personal.
El crecimiento de algunas ciudades, como Córdoba, pudo considerarse es¬
pectacular.
La aplicación de los modelos sirios, tanto en la organización administra¬
tiva del emirato como en la propia organización militar, garantizó la solidez
del reino hispánico y su continuidad, en tanto que surgían ya los primeros
núcleos organizados de resistencia al islam en Cantabria, Vasconia y el Piri¬
neo oriental.

LOS EMIRES OMEYAS DE AL-ANDALUS

El hijo y sucesor de Abd al-Rahman I, Hisam I (788-796), fue un sobe¬


rano pacificador, pero no descuidó la cohesión del ejército con la adminis¬
tración civil. Espíritu piadoso e instruido, confió las tareas del gobierno a
los faquíes (fuqaha) o teólogos de la escuela ortodoxa malikí —que se iba
a convertir desde ahora en la escuela oficial de la ortodoxia islámica en
España—, y descuidó la solventación de los conflictos internos, amparado
en el afecto que inspiraban sus virtudes personales. Envió expediciones anua¬
les, todos los veranos, contra sus vecinos cristianos del territorio asturiano
y contra los francos de Cataluña y Septimania, invirtiendo en obras piado¬
sas sumas considerables procedentes del botín obtenido, tales como la con¬
tinuación de la mezquita mayor de Córdoba a la que destinó 45.000 monedas
de oro procedentes de una de estas campañas, realizada en 793, en que ase¬
dió Gerona y devastó el territorio hasta Narbona, incendiando masías y des¬
truyendo los castillos.
Su hijo al-Hakam I ibn Hisam (796-821), más amante de los placeres que
28 MANUEL RIU RIU

temeroso de Dios, era un espíritu mundano, alegre, gustaba de la caza y tuvo


fama de bebedor y libertino. Hubo varias conspiraciones para derrocarle —e
incluso Carlomagno, que no podía olvidar la derrota de Roncesvalles, inter¬
vino en favor de Abd Allah, tío del nuevo emir—, mas todos los intentos
de suplantarle fueron reprimidos con crueldad y obligaron a muchos mozá¬
rabes a pasar a los reinos cristianos del norte peninsular y otros tantos mu¬
sulmanes españoles (muladíes), tras sublevarse en el valle del Ebro y en Toledo,
se vieron precisados a emigrar al norte de África: desde Marruecos hasta
Alejandría, en Egipto, o incluso hasta la isla de Creta donde gobernarían
por espacio de un siglo y medio (825-961), hasta que el general bizantino
Nicéforo Focas recuperó la isla para el imperio de Bizancio y eliminó el peli¬
gro de la piratería islámica en el Mediterráneo oriental.
Dos de las revueltas de este tipo merecen mención especial: la de los mo¬
zárabes de Toledo, ahogada en sangre en la jornada del foso (807) en la que
perecieron ajusticiados más de 5.300 toledanos; y la del Rabad o «arrabal
de Secunda» (o del sur) de la propia ciudad de Córdoba, inspirada por los
faquíes malikíes (en 814 o en 818, según las diversas fuentes) y «soluciona¬
da» mediante el incendio del barrio por orden del emir, la ejecución de 300
notables y la dispersión de sus 30.000 habitantes. Muladíes como Amrus y
mozárabes como el qumis o conde Rabi, colaboraron con el emir omeya para
dominar las sublevaciones.
Pudo al-Hakam I hacer frente con éxito a los descontentos gracias a la
organización de un ejército permanente y a sueldo, integrado por mercena¬
rios (hasam) bereberes y esclavos liberados de distintas procedencias (europeos
y africanos). Tomando, además, como modelo los mamalik (mamelucos) tur¬
cos, organizó con jóvenes esclavos su guardia personal, compuesta por 5.000
hombres. Y creó un cuerpo de 2.000 soldados cristianos de caballería, a suel¬
do, instalando las caballerizas frente al palacio emiral, a orillas del Guadal¬
quivir. De este modo pudo contar con fuerzas adictas a su persona para
enfrentarse a cualquiera eventualidad.
En tanto que proseguía la consolidación de la frontera en las marcas de
Zaragoza, Toledo y Mérida, se perdía Barcelona (801) y se pacificaba el te¬
rritorio situado entre Coimbra y Lisboa (809); se intensificaron las relacio¬
nes con el norte de África y con el Próximo Oriente, a través de la diplomacia,
el comercio y las peregrinaciones.
El reinado de su hijo Abd al-Rahman II (821-852) fue mucho más decisi¬
vo en la islamización de al-Andalus. Tolerante con los cristianos de sus domi¬
nios, intensificó las luchas contra los del reino astur (Alfonso II y Ramiro I),
contra los vascos de Pamplona, contra la familia muladí de los Banu Qasi
que había establecido su señorío en el valle del Ebro, a la que supo conci-
üarse, y contra los francos de Aragón y Cataluña, en varias ocasiones, lie-
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 29

gando a asediar Barcelona y Gerona (828) y a enviar una nueva algarada


a Narbona (838).
Reformó la administración estatal sustituyendo el sistema sirio por el ab-
basí de influencia persa-sassaní, conocido a través de los emigrados de Per-
sia, estableciendo el cargo de hayib, hachib, visir o primer ministro, y
adoptando el título de rey (malik) en vez de príncipe (amir). Se ha escrito
de él que fue el instrumento de cuatro personas: un faquí malikí de origen
berberisco, Yahya; un músico bagdadí, Zyryab, de origen persa, gran poeta
y cantor al son del laúd, y árbitro de la moda en la corte cordobesa desde
822, que cobraba del emir la cifra de 4.400 dinares al año, además de 200
sextarios de cebada y 100 sextarios de trigo; la esposa favorita, Tarub, intri¬
gante y ambiciosa en favor de su hijo Abd Allah; y un eunuco, Nasar, valido
del emir, con no menor ambición política y que sucumbió víctima de sus
intrigas. Mediatizado por estas cuatro personas, Abd al-Rahman II fue un
espíritu culto, protector de artistas, amante de las artes y del boato, deseoso
de imitar en Córdoba las cortes de Constantinopla y de Bagdad.
Al-Andalus se estaba islamizando hasta tal punto que algunos mozára¬
bes leían la Biblia traducida al árabe o escribían en latín con caracteres ára¬
bes (aljamía). Mas la cultura típica de estos mozárabes, de neta raíz visigótica,
conservada celosamente, era conocida y apreciada en el occidente europeo.
Basta recordar aquí que los mozárabes de Mérida tenían correspondencia
con Luis el Piadoso. Y entre los mozárabes cordobeses baste mencionar al
abad Speraindeo, o las figuras del laico Paulo Alvaro y del sacerdote mártir
San Eulogio (T859). Nos referiremos a los mozárabes, por su importancia,
en otro epígrafe, y a su búsqueda del martirio voluntario entre 850 y 862
para poder conservar su identidad, frente a la penetración de la cultura ára¬
be y de las costumbres islámicas entre las comunidades mozárabes.
En tiempo de Abd al-Rahman II se produjo en al-Andalus la primera
invasión de los normandos. Remontando el Guadalquivir, una flotilla nor¬
manda, que había saqueado Lisboa (agosto 844), formada por unas ochen¬
ta naves, se adentraba hacia Sevilla, mientras otro grupo iba a saquear Cádiz.
La ciudad de Sevilla y su territorio sufrieron el saqueo de los normandos
durante siete días. Grupos costeros gaditanos emigraron hacia los montes
y cuevas del interior. Un grupo normando se desplazó luego a Coria del Río
y pasó a cuchillo la población por haberle opuesto resistencia. Otros grupos
alcanzaban Lecant y Córdoba. El emir pidió ayuda a los Banu Musa de Tu-
dela y los muladíes aragoneses acudieron en su auxilio. Las tropas del emi¬
rato reunidas cerca de Carmona, tuvieron que enfrentarse, según un
nonio dudoso, a 16.000 normandos y lograron rechazarles en Tablada
(noviembre de 844), obligándoles a reembarcar. Pero todavía en su marcha
saquearon Niebla, el litoral del Algarve, Beja y Lisboa de nuevo. Algunos
30 MANUEL RIU RIU

núcleos quedaron instalados en la zona de Carmona y de Morón, se convir¬


tieron al islamismo y procedieron a desarrollar en esta comarca la cría de
ganado, de acuerdo con sus propios métodos, y la industria lechera. Sevilla
aprendió aquella lección, fortificándose y construyendo unas atarazanas des¬
tinadas a la fabricación de naves que le permitirían, pocos años después (en
tiempo de Muhammad I, 858), rechazar con ventaja un nuevo intento de
invasión normanda por un grupo noruego al mando de Hasting y Bjórn,
aunque no fue posible impedir la quema de la mezquita de Algeciras.
Un conflicto entre distintos grupos árabes en Murcia (823-830) y otro
bereber en Mérida (828-834) pudieron ser solucionados al momento, pero
el descontento de muladíes y mozárabes, que se manifestó en los últimos
años del emirato de Abd al-Rahman II, dando lugar a luchas en varios cen¬
tros urbanos importantes (Córdoba, Mérida y Toledo), fue en aumento bajo
los tres emiratos siguientes, creando una mayor inestabilidad social. Bajo
el largo emirato del hijo y sucesor de Abd al-Rahman II, Muhammad I
(852-886), elegido por los eunucos de palacio, los disturbios fueron salda¬
dos con numerosas víctimas entre los mozárabes y con la destrucción de los
templos donde se reunían. Los musulmanes aragoneses, guiados por los Banu
Qasi —una familia de origen godo que señoreaba en Zaragoza, Tudela y
Huesca— y aliados con los monarcas de León y Pamplona, conservaron,
incluso después de la muerte de Musa II (1*862) que se titulaba «tercer rey
de España», la autonomía (872-884). El bereber Du-l-Nun se sublevó (854)
en Toledo y obtuvo el apoyo del rey de León Ordoño I quien le envió tropas
al mando del conde del Bierzo, Gatón; venció el emir y hubo 8.000 muertos.
Los Banu Hayyay se alzaron en Sevilla. El muladí Abd al-Rahman ibn Mar-
wan, apodado «el hijo del gallego», se declaró en rebeldía en Mérida (868)
y creó un señorío independiente en Badajoz (875), tolerado por Muham¬
mad I quien hubo de ver cómo se fortificaba su estratégico castillo. El
gobernador de Huesca, Amrús, se sublevó en aquellas mismas fechas
(869-870) contra el emir y sus parientes los Tawil se afincaron en Huesca,
y los Day Sam en Murcia. Toledo acabó convirtiéndose en una república
urbana casi independiente (873).
Pero el movimiento más trascendente fue el levantamiento nacionalista
de Umar ibn Hafsún porque, iniciado con unos cuarenta mozos del cortijo
familiar de Auta, unió a descontentos de muy diverso signo (879) y, habien¬
do organizado una partida de guerrilleros, desplegó en al-Andalus una lu¬
cha de guerrillas que hizo peligrar el emirato y llegó a constituir un auténtico
Estado dentro de él, con pleno dominio sobre extensas zonas del sur (desde
Ronda hasta Úbeda) y con capitalidad en el cerro de Bobastro (¿en Mesas
de Villaverde, no lejos de Alora?, ¿junto al cortijo de Auta, en el término
de Riogordo?, o acaso en el cerro de Marmuyas, municipio de Comares, pro-
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 31

vincia de Málaga). La identificación de este núcleo urbano fortificado es


dudosa todavía, no obstante los trabajos arqueológicos realizados desde 1975
en Marmuyas y desde 1923 en Mesas de Villaverde, dado que unos y otros
acreditan la existencia de dos poblados importantes en aquella época y en
relación con ambientes mozárabes desde el siglo ix. Ambos se hallaban si¬
tuados en cerros apenas accesibles, bien fortificados y con núcleo de pobla¬
ción y necrópolis a su alrededor.
A Muhammad I —que acaso llegara a tener en armas 100.000 caballeros
y una flota de 700 naves— le sucedió, en 886, su hijo al-Mundir (886-888),
de breve reinado, príncipe valiente y generoso, muerto envenenado ante la
fortaleza de Bobastro y pronto sustituido por su hermano Abd Allah
(888-912), quien, desde finales del siglo ix fue restaurando la autoridad emi-
ral, en medio de graves conflictos (fitan) entre árabes, bereberes y muladíes
en las regiones de Toledo, Granada y Sevilla. Tres linajes sevillanos preten¬
dían apoderarse del gobierno de Sevilla: los Banu Abí Abda, los Banu Jal-
dún (de origen yemení) y los Banu Hayyay o Hajjaj. Estos últimos eran los
más importantes y se decían descendientes de Sara, una nieta del rey Witiza.
Del rico puerto fluvial de Sevilla partían con frecuencia naves cargadas de
algodón, aceitunas e higos, que la tierra producía en abundancia y que ha¬
cían apetecible su dominio.
Umar ibn Hafsún, que veía declinar su estrella, aceptó el gobierno de
la comarca de Málaga que le ofrecía el nuevo emir, aunque por poco tiem¬
po, volviendo luego a la lucha armada con suerte diversa; más tarde llegó
a bautizarse con el nombre de Samuel (899) para unir a su causa a los mozá¬
rabes, pero su conversión al cristianismo le privó del apoyo de muchos mu¬
ladíes y hubo de concertar una efímera paz con el emir (901). Voluntarios
andaluces ocupaban la isla de Mallorca (903), para reforzar su islamización,
mientras Umar resistía de nuevo (desde 902) el acoso de las tropas emirales.
A la muerte de Abd Allah, en 912, su nieto Abd al-Rahman III heredó, con
el emirato, las luchas con los rebeldes. Inteligente y tenaz, contaba veintiún
años y disponía de tropas adictas, siendo bien recibido por príncipes y cor¬
tesanos. Entre 913 y 917 venció a los aristócratas árabes rebeldes de Carmo-
na, sometió Jaén a su mando, y a los Banu Hayyay de Sevilla (913), apaciguó
Valencia, Murcia y Mérida, y pudo enfrentarse a Umar ibn Hafsún o Sa¬
muel, atrincherado en los montes de Málaga, cercándolo en Bobastro (917)
donde siguió resistiendo hasta su muerte. Al fin lograría el emir tomar al
asalto Bobastro en 928, defendido por Hafs, el último hijo de Umar, y poco
después concluía el dominio independiente creado por Umar y dejado por
éste a sus cuatro hijos: Djafar, Solimán, Abd al-Rahman y Hafs, que ha¬
bían prolongado durante once años la resistencia. Una hija de Umar, Ar¬
géntea, se retiró a un convento de Córdoba. Al-Andalus quedaba pacificado
32 MANUEL RIU RIU

por completo y reducido de nuevo al gobierno emiral poco antes de que se


proclamara el fin del emirato y tuviera lugar el inicio del califato omeya
de Córdoba.

Los PODERES FÁCTICOS DE Al^ANDALUS

Aunque en este último período la España islámica se gobierna con auto¬


nomía bajo la autoridad de un emir, la jurisdicción superior de los califas
orientales se invoca y respeta, incluso en los primeros tiempos de los emires
omeyas, quienes no tardarían en imitar a los abbasíes, aunque les odiaran,
adaptando a las características de al-Andalus su sistema administrativo y aun
el ceremonial de acceso al trono y de reconocimiento del presunto heredero,
las ceremonias del juramento de fidelidad al nuevo soberano por parte de
los aristócratas —mediante la imposición de la palma de la mano sobre la
del elegido— y por parte del pueblo (ciudadanos, villanos y campesinos)
ante los magistrados o funcionarios delegados al efecto.
El anillo de oro con el sello real fue la insignia de la soberanía de los
omeyas hispanos, quienes adoptaron el color blanco en sus vestidos y estan¬
dartes, y un rígido ceremonial tomado de Oriente. Presidían la oración so¬
lemne del viernes en la mezquita de Córdoba, concedían audiencia pública
una vez a la semana, para entender las quejas que presentaban los súbditos
contra el proceder de algunos funcionarios. Comandaban personalmente las
expediciones militares contra los reinos cristianos, como jefes supremos del
ejército.
Solían designar en vida a sus sucesores, nombrando al más idóneo de
sus hijos, o el más querido, sin respetar el derecho de primogenitura, y el
pueblo juraba fidelidad al designado. Ello daría ocasión a varias querellas
dinásticas, entre tíos, sobrinos y hermanos, y a intrigas palatinas para ocu¬
par el trono, con repercusión en las relaciones familiares, en particular cuando
un menor de edad estaba llamado a ocupar el trono, como ocurrió varias
veces.
Todo soberano tuvo su Consejo Real, formado por parientes, nobles, ge¬
nerales y libertos, y entre los altos personajes de la corte, a quienes se enco¬
mendaba las tareas gubernamentales y administrativas, destacó el primer
ministro (hayib o hachib), cargo elegido entre los visires (wazir) y a menudo
ocupado por miembros destacados de las familias de la aristocracia árabe,
y los secretarios (katib). Tres fueron los servicios o ministerios principales:
Casa Real, Cancillería y Hacienda. Estos altos funcionarios del Estado co¬
braban pensiones (los visires del Consejo Real percibían 300 dinares anuales
de pensión), recibían cantidades en metálico todos los meses, o se les paga-
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 33

ba mediante concesiones temporales de territorios o donaciones en especies


(cereales principalmente), como en los reinos cristianos de Europa.
Los distintos cargos evolucionaron a lo largo de la historia de al-Andalus,
hasta surgir verdaderas dinastías de cortesanos que se transmitían las fun¬
ciones de padres a hijos, y rivalizaban entre sí para obtener los favores, y
consiguientes beneficios, de los soberanos. El jefe de la cancillería, encarga¬
da de la confección de los documentos reales, tenía rango de secretario de
Estado, con numerosos funcionarios a sus órdenes. De algunos emires se
sabe que tuvieron secretarios particulares encargados de tomar nota de las
decisiones reales para pasarla a la secretaría de Estado encargada de darle
forma oficial. También la gestión financiera del tesoro público (majzin) es¬
tuvo centralizada en un conjunto de oficinas (diwan), a imitación de los paí¬
ses del oriente islámico, en manos de tesoreros de origen aristocrático y árabe,
y con la colaboración de mozárabes y de judíos. El soberano disponía de
un tesoro privado y de un patrimonio particular, con los administradores
correspondientes. Hubo un servicio de correos (barid) organizado ya en época
emiral, mediante muías, carteros de a pie, torres de señales y palomas men¬
sajeras. Desde la época de Abd al-Rahman I hubo en Córdoba una «Casa
de Correos» que centralizaría el servicio, con mensajeros y espías.
El sistema impositivo, aunque variable, se basaba en el doble impuesto
personal y territorial heredado de la Persia sassaní y del Imperio bizantino.
En el pacto celebrado en la región de Murcia con el noble Teodomiro o Tud-
mir (abril de 713), al cual ya hemos hecho referencia, se había estipulado
que todos los súbditos del territorio que fueran de condición libre deberían
pagar un diñar por persona al año, en concepto de capitación, y cuatro cele¬
mines de trigo, otros cuatro de cebada, cuatro medidas de mosto, cuatro de
vinagre, dos de miel y dos de aceite, a modo de impuesto territorial. Los
esclavos tan sólo pagarían la mitad. Pero éste era un caso particular, como
lo fueron otros convenios territoriales pactados a raíz de la conquista, de
acuerdo con distintos modelos y con las circunstancias de la rendición o su¬
misión a los islamitas. En el emirato hispano, como por todo el mundo mu¬
sulmán, se exigieron los impuestos legales o canónicos y también tasas
extraordinarias. Para el creyente islamita la imposición coránica implicaba
el pago del diezmo (zakat) de los rebaños, de la cosecha y de las mercancías
objeto de compraventa. Para el tributario no creyente (cristianos y judíos),
el pago de la capitación (yizya) que debían efectuar todos los varones mayo¬
res de edad, entregando una cantidad mensual, y el impuesto territorial (ja-
ray) pagadero en especies una vez al año (época de la cosecha) y sustituido
ya en España, en el siglo ix, por un canon fijo pagadero en especies o en
metálico a modo de censo al emir. Otros impuestos y gabelas vinieron a su¬
marse a los anteriores, como la qabala (origen de la alcabala castellana) so-
34 MANUEL RIU RIU

bre todo tipo de transacciones efectuadas en el mercado o zoco, o como el


impuesto especial sobre la venta de vino que se justificaba por la prohibi¬
ción islámica de su consumo, no respetada con frecuencia.
La acuñación de moneda de oro, plata y bronce era prerrogativa exclusi¬
va del soberano. La única ceca emiral, en Córdoba, empezó acuñando sólo
dirhemes de plata y óbolos de bronce. Abd al-Rahman III, al restaurar el
califato omeya en 929, fue el primero en acuñar dinares de oro en la ceca
de Córdoba, con su nombre. Pero siguió circulando en los mercados de al-
Andalus una gran variedad de monedas hispánicas, orientales, europeas o
africanas, como en todo el ámbito económico del Mediterráneo, ya se trata¬
ra de países cristianos, ya de musulmanes, dado que los mercaderes no du¬
daban en aceptarlas.
La organización administrativa de al-Andalus y su distribución provin¬
cial y comarcal quedan un tanto confusas. Es posible que la España islámi¬
ca estuviera dividida en siete provincias (ayza’) y veintiuna comarcas (coras,
de kura), presididas cada una de éstas por un núcleo urbano importante y
regidas por un gobernador (wali); pero en las zonas más conflictivas o zo¬
nas fronterizas se desarrollaron distritos militarizados o marcas (tugur, plu¬
ral de tagr) parecidas a las que los abbasíes habían creado frente a los
bizantinos y éstos frente a los musulmanes, antes de que los carolingios las
introdujeran también como medio de protección de su territorio. Estas zo¬
nas de cobertura, a veces desertizadas y protegidas por una doble línea de
fortalezas, constituyeron territorios permeables propicios al desarrollo de la
ganadería y del comercio entre el norte y el sur. La organización territorial
de al-Andalus llevó a subdividir las kuras en iqlims, distritos menores o «cli¬
mas», y en ta’as o valles, constituyendo asimismo el conjunto de tierras y
aldeas dependientes de una ciudad su hawz o alfoz, que no hay que confun¬
dir con el distrito propiamente dicho o con el municipio. La división territo¬
rial de la España islámica ha sido estudiada, en 1986, por Joaquín Vallvé,
reuniendo la información disponible.
En su calidad de jefe de la comunidad (imam) el soberano era el juez
supremo. Pero la administración de justicia recaía en los jueces (qadíes), ex¬
pertos en derecho coránico, existentes en cada capital de cora y en cada marca.
Particular importancia tuvieron los jueces de Córdoba, cuyas biografías co¬
nocemos gracias al experto jurista al-Jusaní, quien vivió en la capital en el
siglo x. El ejercicio de la jurisprudencia en esta ciudad les convertía de he¬
cho en «jueces de jueces» y el prestigio de sus sentencias les hizo famosos,
respetados e imitados, aunque a menudo vivieran en la pobreza, dado que
no podían cobrar por el ejercicio de su cargo. Algunos de ellos, desde la se¬
gunda mitad del siglo x, recibieron el título de visir y participaron activa¬
mente en la política. El juez administraba justicia dos días a la semana, en
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 35

su curia o en su propia casa, auxiliado por juristas (muftíes, expertos en de¬


recho coránico) y un escribano, y podía dirigir la oración de los viernes en
la mezquita.
Al notario (wattaq), redactor y testigo de todo tipo de actas e instrumen¬
tos, se le exigía conocimiento del árabe y buena caligrafía, debiendo asistir,
a menudo, a las audiencias de los jueces en calidad de testigo instrumental.
Tampoco los notarios podían percibir honorarios por su trabajo, pero de
hecho los clientes ofrecían a unos y otros una compensación pecuniaria o
un obsequio por sus servicios. Los dictámenes (fatwa, plural: fitya) de los
muftíes, recopilados en corpus, constituyeron a su vez fuente del derecho
islámico. Hubo además en al-Andalus unos magistrados especiales, los «jue¬
ces de las injusticias» (mazalim), a quienes podían apelar los que se sentían
defraudados por las sentencias de los jueces ordinarios. Y una magistratura
singular: la hisba, para la vigilancia de los zocos o mercados y de las cos¬
tumbres y moralidad pública. El prefecto del zoco (sahib al-suq), o zabazo-
que, estaba encargado de la recaudación del diezmo, cobro de rentas de bienes
inmuebles, control de pesos y medidas, fijación de precios, vigilancia de los
cementerios, etc. Se han conservado diversos tratados de hisba, algo poste¬
riores, que constituyen fuentes básicas para conocer la vida de las ciudades
de al-Andalus a partir del siglo XI, aunque no fueran escritos con propósi¬
to historiográfico sino para servir de guía al «prefecto del mercado» (muh-
tasib, almotacén o mostagaf), a cuyas obligaciones pronto se sumaría la
vigilancia también del ejercicio de los diversos oficios artesanos y de las re¬
laciones de los artesanos con sus clientes para evitar fraudes o engaños.
Como se habrá observado, la presencia del Corán en la ordenación de
la vida social y económica era patente, y en todos estos cargos los aspectos
religiosos o morales se llegan a fundir con los civiles. La moral islámica debe
presidir tratos y contratos porque dirige toda la vida del creyente. La socie¬
dad islámica mezcla inextricablemente lo civil y lo religioso. No en vano el
código civil básico de los islamitas es el texto coránico y la espiritualidad
islámica informa todos los actos del fiel. En España, de las cuatro escuelas
ortodoxas era la malikí la predominante, por ser la aceptada oficialmente,
aunque no fuera exclusiva ni su rigor fuera extremado.
Existía un cuerpo de policía urbana (surta) para la vigilancia y represión
de los atentados contra la paz y convivencia ciudadana, dirigido por un «pre¬
fecto de policía» (sahib al-surta), y hubo también un «prefecto de la ciu¬
dad» (sahib al-madina) o zalmedina, cuyas funciones policiales (acaso
relacionadas inicialmente con la adquisición y disfrute de bienes inmuebles
en el casco urbano) llegaron a confundirse con el tiempo, siendo imitado
el segundo en el norte cristiano desde comienzos del siglo XI (Fuero de León,
1020). Otras instituciones islámicas lo serían también.
36 MANUEL RIU RIU

Entre los poderes tácticos de al-Andalus no podemos olvidar el papel


de la diplomacia que presidía las relaciones con los pueblos del Mediterrá¬
neo, hasta el propio Imperio bizantino, y los países europeos y africanos,
y naturalmente con los reinos cristianos del norte peninsular. Tanto en el
período emiral como en el califal que le siguió hubo relaciones pacíficas en¬
tre el norte cristiano y el sur islámico, inspiradas por razones políticas y eco¬
nómicas. Emires y califas cuidaron estas relaciones que les proporcionaban
prestigio. Hubo relaciones directas a través de embajadas con Bizancio en
840 y en 949, con Italia en 926, con el Imperio otónida en 955 y con los
reinos cristianos peninsulares con relativa frecuencia, aunque no siempre dis¬
pongamos de datos suficientes para conocer sus menores detalles. Además
de estas relaciones mutuas, de reino a reino, a nivel oficial, refrendadas por
obsequios mutuos de alto valor o rareza y, en consecuencia, apetecibles para
los soberanos de unos y otros, hubo asimismo relaciones habituales entre
los habitantes de los pueblos fronterizos de uno y otro lado.

Organización militar de al-Andalus

El emir era el jefe nato del ejército, aunque podía delegar la dirección
de las tropas en sus hermanos o sus hijos, y a veces prefería la diplomacia
a la guerra para asegurar su poder y prestigio. Para perfeccionar el sistema
defensivo hubo que organizar cuerpos de tropas adictas a la persona del so¬
berano y erigir fortalezas en la frontera terrestre, junto a los caminos impor¬
tantes, y a lo largo de las costas, para defensa del litoral con una marina
vigilante. Existieron tres zonas fronterizas o Marcas en el siglo ix, en torno
a los valles del Duero y del Ebro: la Marca Superior, cuya capital era Zara¬
goza; la Mediana, con capitalidad en Medinaceli (y antes en Toledo), y la
Inferior. Éstas serían las únicas circunscripciones militares distintas de la di¬
visión provincial. Pobladas de castillos (hisn) como el de Gormaz, y de to¬
rres vigías o atalayas (tali’a), estas zonas fueron evolucionando con el tiempo,
a medida que avanzó la reconquista cristiana, y fueron desplazándose hacia
el sur, pero sus estructuras no dejaron de influir en las fortificaciones norte¬
ñas, erigidas unas y otras primero en madera y desde finales del siglo ix en
piedra, aunque fueran pequeñas y rudimentarias.
Los ejércitos que en la época de las invasiones se hallaban compuestos
por bereberes, mauros, árabes, sirios, egipcios, etc., agrupados por tribus
y comandados por sus propios jefes, una vez concluida la conquista de al-
Andalus y repartidos por las qoras, dieron paso a una nueva organización
militar constituida por tres clases de tropas: los súbditos obligados a la pres¬
tación del servicio militar, los voluntarios y los mercenarios o combatientes
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 37

a sueldo. La oficina o diwan del ejército estaba muy vinculada a las finan¬
zas y llevaba un registro para el pago mensual a los soldados mercenarios.
Los voluntarios recibían parte del botín. Estaban obligados a la prestación
del servicio militar los descendientes de los yundíes sirios, de Balch (Baly),
que, a mediados del siglo vm, habían recibido lotes de tierras en el sur y
este de al-Andalus para su cultivo, a cambio de la prestación de dicho servi¬
cio de armas siempre que fueran requeridos, de modo similar a como se ha¬
bía hecho en Bizancio con los estratiotes, dando lugar a la formación de
núcleos importantes de pequeños propietarios de condición libre que podían
transmitir a sus hijos las tierras con las obligaciones.
Parece ser que el emir al-Hakam I (796-821) organizó el primer ejército
permanente a sueldo (hasám) compuesto por 3.000 jinetes y 2.000 peones,
y una escolta compuesta por 150 guerreros cristianos de Septimania, llama¬
dos popularmente los «silenciosos» porque no hablaban el árabe. Las mili¬
cias cristianas a sueldo de los omeyas hispanos se harían habituales, por su
fidelidad y capacidad combativa, pero a su lado las tropas mercenarias se
incrementaron muy pronto con bereberes, que eran expertos jinetes, escla¬
vones y negros sudaneses de condición servil.
Se ha calculado que los ejércitos de al-Andalus podían llegar a reunir unos
30.000 jinetes en el período emiral, cifra que se elevaría a 70.000 en la época
de máximo esplendor del califato omeya. El emir Muhammad I, en 864, hizo
atacar Castilla por un ejército en el cual figuraban 21.611 jinetes andaluces,
además de los peones. Pero la mayoría de expediciones veraniegas es muy
posible que no sobrepasaran los 500 jinetes. En general las crónicas, cuando
proporcionan cifras, exageran el número de componentes de los ejércitos.
Hay que pensar que en aquellas fechas los desplazamientos y el abasteci¬
miento de los ejércitos eran lentos y difíciles para suponerlos muy numero¬
sos. Un grupo de un centenar de jinetes, o de trescientos infantes, ya constituía
un grupo temible y numeroso para cualquier lugar al que llegara de improviso.
En teoría, un cuerpo de ejército se componía de 5.000 hombres, al man¬
do de un general (amir), hallándose dividido en cinco batallones de 1.000
hombres cada uno, comandados por un jefe (qaid). Cada batallón se subdi¬
vidía en cinco compañías, de 200 hombres, mandadas por un capitán (na-
qib). Cada compañía la componían cinco escuadras de 40 hombres, dirigidas
por un oficial subalterno (arif), y cada escuadra, a su vez, la formaban cin¬
co grupos de ocho soldados, dirigidos por un sargento o cabo (nazir). Cada
unidad tenía su propia bandera, o su banderín, para facilitar la agrupación
de las tropas y su identificación desde lejos.
Era habitual la realización de una campaña (gazúa, saifa o aceifa) todos
los veranos en suelo enemigo. Solía prepararse en junio y llevarse a cabo
en julio o agosto, reuniéndose en Córdoba, donde las tropas recibían los
MANUEL RIU R1U
38

estandartes y desfilaban ante el soberano antes de partir hacia el objetivo


asignado. En la aceifa participaban sólo tropas de caballería, para facilitar
los desplazamientos. Los soldados de a pie tan sólo solían participar en la
defensa o en los asedios de núcleos urbanos, fortalezas y castillos. Cada jine¬
te contaba con su escudero que, en un animal de carga (caballo, mulo o muía,
zamila o acémila), le acompañaba con el equipo (tienda, víveres, armas y
proyectiles). Las armas ofensivas habituales eran la lanza, el hacha de doble
filo, el alfanje o sable curvo y el arco; y la maza, la pica, el dardo, la jabali¬
na y la honda para los infantes. Se protegían con lorigas, cotas de malla
y almófares o cascos y capacetes de hierro, además de escudos y adargas.
Como es natural, el armamento de cristianos y musulmanes sufrió influen¬
cias mutuas a lo largo del tiempo y fue evolucionando, perfeccionándose.
Muy características y adornadas eran las sillas de montar, de tipo andaluz
y africano, o las dagas y puñales con mangos de hueso muy decorados. Pero
no cabe identificar el equipo militar de los siglos ixox con el que nos mues¬
tran las miniaturas de la Baja Edad Media, como las de las Cantigas de Al¬
fonso X el Sabio, propio del último tercio del siglo XIII.
En las aceifas o razzias el sistema de combate se basaba en la rapidez
y en la sorpresa, y tenía por objeto obtener rehenes, ganado y botín, y des¬
truir sembrados, árboles y viviendas. En los grandes combates en que inter¬
venían la infantería y la caballería, se situaba a aquélla en primer término,
rodilla en tierra protegida por los escudos, y con las lanzas inclinadas hacia
el enemigo. Detrás se colocaban los arqueros y en último término se dispo¬
nía a la caballería. La infantería inmóvil debería hostigar con dardos a la
caballería enemiga y soportar su carga, mientras los arqueros diezmaban a
ésta, y luego los caballeros de la retaguardia avanzaban por los flancos, en
un movimiento envolvente, para perseguirla en la huida. La primera descrip¬
ción de este sistema de combate nos la proporciona, en el siglo XI, Abu Bakr
el tortosino, en su obra Lámpara de príncipes, pero parece que está descri¬
biendo una táctica usada ya de tiempo.
A principios del siglo IX los musulmanes de al-Andalus organizaron la
protección de su frontera marítima. Antes se había registrado la presencia
de piratas andalusíes en las costas de Septimania, de Provenza y de Italia,
o en las islas Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia. Al parecer fue la incur¬
sión normanda contra las costas andaluzas de 844, a que ya nos hemos refe¬
rido, la que motivó la organización de una Bota omeya por Abd al-Rahman II
y la creación de los astilleros de Sevilla. Desde mediados del siglo IX se de¬
sarrolla una marina andalusí que comercia con los países de ambas orillas
del Mediterráneo occidental, y se erige la torre vigía (mariya, Almería) de
Pechina y su puerto, que muestra una gran actividad. La navegación de ca¬
botaje sirve también para la vigilancia de las costas y la marina de guerra,
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 39

organizada por Abd al-Rahman III, tratará de impedir, desde comienzos del
siglo x, que el rebelde Umar ibn Hafsún pueda recibir ayuda de los nor¬
teamericanos, y tomará Melilla (927) y Ceuta (931), e instalará atarazanas en
Tortosa (945). Pronto la escuadra andaluza, que contaría hasta 200 naves,
comandada por un almirante, alcanzó las costas de Galicia y las de Catalu¬
ña en sus expediciones de saqueo. Los puertos de Alcacer do Sal, Silves, Se¬
villa, Algeciras, Málaga, Almería, Alicante y Denia llegaron a contar con
astilleros. Pero la práctica de la piratería y el corso dieron lugar a una cierta
inseguridad en las costas, originando la creación de recintos fortificados (las
rabitas), conventos-fortaleza donde se agrupaban los voluntarios de la lu¬
cha por la fe. Varios topónimos, a lo largo de las costas andaluzas y levanti¬
nas, recuerdan este origen y la arqueología está mostrando ya sus primeros
testimonios fidedignos.

Algunos aspectos de la sociedad de al-Andalus

Los musulmanes hispánicos —lo hemos visto ya— no constituyeron una


unidad étnica. A los escasos oriundos de Arabia y a los bereberes y mauros
norteafricanos, llegados en las primeras campañas —unos 30.000 hombres
como mucho— y predominantes en la etapa de instauración en Hispania,
hubo que sumar los feudatarios sirios y orientales agrupados en yunds y es¬
tablecidos, de acuerdo con sus etnias o procedencias, en distintas regiones
como ya hemos apuntado, en las cuales quedarían afincados: los del Jor¬
dán, en Regio o Reiyo; los de Palestina en Sidonia, los de Damasco en Elvi¬
ra, los de Emesa en Niebla y Sevilla, los de Qinnasrin en Jaén, los egipcios
en las zonas de Beja, Osonoba, el Algarve y Tudmir (Murcia), etc. Esclavos
y esclavas negros de Sudán y blancos de la Europa eslava y germánica o de
poblaciones costeras del Mediterráneo (apresados por los piratas y vendidos
en los mercados de Occidente), podían aprender el árabe y convertirse al is¬
lam engrosando las filas de los creyentes y adquiriendo prestigio social. En
particular los esclavones, antiguos esclavos de palacio o de las familias de
la aristocracia árabe, que podían adquirir patrimonios, bienes muebles e in¬
cluso tener esclavos propios. Las cautivas francas, o de raza germánica, ru¬
bias y de ojos azules, eran especialmente apreciadas en los harenes palatinos
y nobiliarios, o en los de los mercaderes de al-Andalus, que las convertían
en concubinas y madres de sus hijos.
Desde finales del siglo VIH —cuando apenas se habían sucedido tres ge¬
neraciones desde la conquista— la arabización de la población indígena, de
origen hispanorromano o godo, fue ya importante y ésta pasó a integrar el
grupo de los muladíes (muwalladun), conversos al islam. El contacto con
40 MANUEL RIU RIU

los indígenas que permanecían cristianos (mozárabes) y con los cristianos


de más allá de las Marcas fronterizas, no impedía que aquellos muladíes,
bastante numerosos, pudieran constituir un elemento estabilizador para la
variopinta sociedad de al-Andalus, donde las rivalidades tribales o de ori¬
gen seguían manifestándose. Los muladíes arabizaron sus patronímicos (Banu
Martín, Banu García, Banu Carlomán, Banu Qasi, etc.) pero no siempre lle¬
garon a olvidar sus orígenes.
Aunque no existieran en el mundo islámico clases sociales propiamente
dichas, por lo menos con el sentido moderno que se da a esta expresión,
hubo una diferenciación social acusada dentro del grupo mayoritario de los
hombres libres que profesaban creencias islámicas, desde la nobleza privile¬
giada por su origen familiar y por su descendencia del linaje del Profeta,
hasta los simples hombres libres del campo y de la ciudad que dedicaban
su vida laboral a la agricultura, la ganadería, el artesanado o el comercio.
Los quraysíes o patricios emparentados con los omeyas, desde la segunda
mitad del siglo VIII desempeñaron altos cargos en la Administración y go¬
zaron de prebendas considerables, rentas y pensiones exentas de impuestos.
Juristas de gran prestigio y comerciantes adinerados procedentes de los gru¬
pos convertidos al islam desde el cristianismo o el judaismo, formaban par¬
te asimismo de la capa alta de la sociedad, con algunas familias bereberes
y esclavonas que habían desempeñado cargos de confianza. Pero la mayoría
de la población libre (la ’amma) la constituían artesanos, jornaleros, horte¬
lanos, campesinos, ganaderos y pastores, que vivían en los barrios populo¬
sos de las ciudades o en el campo. Los grupos mozárabes y judíos, en barrios
separados desde el siglo IX, solían vivir con estrecheces, obligados por el
fisco a los pagos usuales que controlaban los propios dirigentes de sus co¬
munidades, o aljamas.
Los textos mencionan la existencia de campesinos adscritos a la tierra
y de colonos (sarik) aparceros, dependientes de propietarios residentes en
la ciudad. El número de los esclavos fue considerable, así como el de los
libertos o manumitidos por sus dueños que, de algún modo, seguían depen¬
diendo de ellos y protegidos por éstos, llevando incluso sus mismos nombres.
Pierre Guichard ha señalado la persistencia de grupos tribales o ciánicos
árabe-bereberes, agnaticios y endógamos hasta comienzos de la época cali-
fal, en una situación de dominio político y social, y la difuminación de las
grandes familias indígenas entre los siglos VIH y IX, lo que le ha permitido
suponer que, cuando hubo asimilación, «ésta tuvo lugar, tanto en el campo
social como en el religioso o lingüístico, en beneficio del elemento extranje¬
ro» y en detrimento del elemento indígena. La organización de la familia
y la situación de la mujer también las ve vinculadas al modelo oriental, que¬
dando estabilizados los linajes por la práctica del matrimonio endogámico,
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 41

si bien una exogamia a expensas de los grupos dominados permitiría a los


dominadores mantener su vitalidad biológica. Piensa además Guichard que
el hecho tribal, extraño a la realidad indígena, interrumpiría en España el
desarrollo de estructuras de tipo feudal iniciado en época visigoda y que,
por otra parte, el hecho tribal persistiría en al-Andalus incluso más allá del
siglo x, reapareciendo su huella en los reinos de taifas.
Este abigarrado conjunto de gentes que poblaba al-Andalus hablaba en
árabe dialectal, con numerosos vocablos romances, en tanto que la elite con¬
servaba el árabe clásico, en su expresión y en sus escritos. El fenómeno de
la ¡mala, o tendencia a sustituir la a por la i en la pronunciación del árabe,
estuvo bastante generalizado en al-Andalus, llamando la atención de los via¬
jeros orientales. La mayoría de la población conocía también y se expresaba
en romance (latiniyya) con incorporación de vocablos árabes al habla coti¬
diana que han dejado una huella perdurable, principalmente en el sur de
la Península. Desconocemos el número de cautivos y el de renegados para
escapar a las penalidades de un cautiverio que podía durar años, aunque
de unos y otros poseemos testimonios esporádicos, así como del pago de
rescates o del intercambio de prisioneros.
Los judíos que, perseguidos por los últimos monarcas godos, prestaron
su ayuda a los musulmanes en los primeros tiempos de la conquista, y obtu¬
vieron de éstos misiones de confianza y una situación más ventajosa, consi¬
guieron libertad para practicar su religión, mientras pagaran los impuestos
propios de los tributarios (dimmíes) no conversos: la capitación y el grava¬
men territorial por sus bienes y cosechas, como debían hacer los mozárabes.
Algunos judíos se convirtieron al islam y la mayoría aprendió el árabe, y
hablaba en árabe y en romance además del hebreo. No se conocen datos
fidedignos sobre el número de judíos, aunque se ha supuesto que hubo unos
50.000 en España, y se sabe que sólo en Granada, a mediados del siglo XI,
vivían más de 4.000. En Córdoba y en Lucena eran también numerosos. En
las principales ciudades vivían separados del resto de la población, en ba¬
rrios cercados y protegidos, si bien muchas comunidades urbanas no eran
superiores a las 500 personas. Aunque no se les impedía el trato con cristia¬
nos y musulmanes como se hacía en otros países, sino que, por el contrario,
era frecuente la relación entre unos y otros, hubo muchos grupos urbanos
que no rebasarían las 50 personas, cifra que supone una media de diez fami¬
lias. Cada comunidad judía tenía su propio jefe (nasi), equivalente del co¬
mes o qumis mozárabe, responsable de la vigilancia de la misma, de la
recaudación de impuestos y de su entrega a las autoridades islámicas, en un
régimen parecido al de los cristianos residentes en tierras andalusíes.
42 MANUEL RIU RIU

Características económicas

Tan solo muy parcialmente conocemos las características económicas de


al-Andalus en los primeros siglos medievales, no obstante los detalles que
aparecen en las obras geográficas de al-Udri, al-Bakri y al-Idrisí, entre otros,
o en los tratados de agronomía de Ibn Wafid, Ibn Bassal, Ibn al-Hayyay
e Ibn Luyun en los cuales se precisan las técnicas agropecuarias. Al exami¬
nar la agricultura andalusí cabe empezar por señalar la extensión de los re¬
gadíos hasta límites luego no igualados. La abundancia de aguas, captadas
y dirigidas convenientemente a través de canales, acequias, qanatos y alber-
cas, desde las fuentes o a partir del curso de los ríos, hacía proverbial la fe¬
racidad del suelo en el Levante, Murcia y Andalucía. Las tierras de secano,
mucho más numerosas e intensivamente aprovechadas, proporcionaban las
cosechas de cereales (en especial trigo, cebada y mijo) y de leguminosas (ju¬
días, habas y garbanzos) que constituían la base alimenticia, guardados en
silos excavados en el subsuelo y molidos en molinos hidráulicos esparcidos,
en esta etapa emiral precisamente, por toda la superficie peninsular. Pero,
en ocasiones se hacía preciso importar trigo del Magrib. En cambio, la pro¬
ducción de aceite, obtenido del olivo y preparado en las almazaras, permitía
la exportación a Oriente. Los viñedos, no obstante las prohibiciones islámi¬
cas, proporcionaban buenos caldos en las mesas aristocráticas, o servían para
producir pasas, al secar los racimos al sol.
Norias y aceñas facilitaban la formación de huertas, generalmente fami¬
liares, cuidadosamente cultivadas. El agua de ríos, fuentes, pozos y acequias
era distribuida proporcionalmente en las zonas de huerta, para garantizar
su cabal aprovechamiento, mediante una legislación y una inspección rigu¬
rosas. El Tribunal de las Aguas de Valencia, que todavía se reúne todos los
jueves junto a una de las puertas de la catedral, formado por siete campesi¬
nos expertos, es una reliquia de remotos tiempos, aunque no sabemos si ca¬
bría remontar sus orígenes a esta época. En las huertas se cultivan ajos y
cebollas, coles y escarola, pero también melones y sandías, pepinos y espá¬
rragos, calabazas, calabacines y berenjenas, e incluso la adormidera, entre
otras plantas hortícolas. Cabe señalar también, entre los árboles frutales,
los naranjos, limoneros y cidros, además de manzanos, perales, castaños,
granados, albaricoqueros, ciruelos, etc.
El cultivo del arroz, atestiguado desde el siglo x en la región levantina,
y el de la caña de azúcar, extendido ya entonces por el valle del Guadalqui¬
vir, hay que sumarlos a los platanales y palmerales. Se cultivaban asimismo
plantas aromáticas, medicinales y colorantes (como el azafrán y el pastel)
y plantas textiles como el lino, el algodón y el cáñamo, que se exportaban
al norte de África y a Oriente. La morera y el moral, necesarios para la cría
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 43

del gusano de seda, fueron también objeto de un extenso cultivo en zonas


montañosas como en las Alpujarras y en la serranía de Ronda. El esparto,
utilizado en cordelería, para el calzado y en la fabricación de cestas y alfor¬
jas, era también muy común en todo el Levante.
Se practicaba la cría de animales de monta, de tiro y de consumo. Eran
notables los caballos, mulos y acémilas de al-Andalus, objeto de exporta¬
ción. Pero además de las muías, se utilizaban ya camellos en el siglo x, traí¬
dos del norte de África y empleados como animales de carga. Al lado del
buey, consta también la presencia de búfalos importados de Siria. Cabras
y ovejas constituían la base alimenticia en carnes. Se criaba también, aun¬
que en menor grado, el cerdo, no obstante ser un animal proscrito por el
Corán. Además de los conejos de monte, cazados con trampas o lazos, se
comía carne de volátiles como pollos, gallinas, pichones y ánades. Muchas
granjas y no pocas viviendas urbanas se hallaban provistas de palomares.
La cría de abejas y la producción de miel se hallaba extendida por todo al-
Andalus.
En el paisaje andalusí, a los encinares y pinares y a las zonas de matorral
y carrascal hay que añadir las plantaciones de olmos, sauces, álamos y ci-
preses junto a los cursos de agua y en torno de los núcleos urbanos, además
de algarrobos, avellanos y castaños, o de higueras, parras y chumberas. La
existencia de calendarios agrícolas, como el cordobés de 961, permite cono¬
cer el proceso de los trabajos de campesinos y ganaderos a lo largo del año,
con detalles incluso sobre la cría de halcones o sobre los injertos de los ár¬
boles frutales para mejorar la calidad de los frutos. Se utilizaban las yuntas
de bueyes para los trabajos agrícolas y para arrastrar las carretas de ruedas
macizas. Se usaban el arado y el trillo de tradición antigua y se practicaba
el cultivo de año y vez, o de rotación bienal, además del tradicional cultivo
extensivo que dejaba amplias zonas en barbecho varios años, para que el
reposo continuado de las tierras permitiera su plena regeneración. Al ester¬
colado para abonar las tierras cabe añadir la existencia de otros procedimien¬
tos como el margado, el cieno, la paja, etc.
Las explotaciones mineras de la antigüedad romana y visigoda fueron,
en mayor o menor medida, reutilizadas por los musulmanes. Consta la ex¬
tracción de oro, plata, hierro, plomo, cinc, cinabrio, estaño y antimonio en
distintas zonas, aunque se ignoran los procedimientos técnicos y las posi¬
bles mejoras introducidas en la explotación y tratamiento de los minerales
porque hasta ahora no se han programado excavaciones arqueológicas siste¬
máticas en este tipo de yacimientos. También la búsqueda y aprecio de pie¬
dras nobles o preciosas fue objeto de distintos trabajos mineros, como lo
fueron los mármoles y piedras destinados a la construcción. La producción
de la cal y la del yeso son también patentes desde fechas muy tempranas.
44 MANUEL RIU RIU

El yeso parece haberse generalizado antes en la España musulmana que en


la cristiana.
La explotación de la sal gema y de la sal marina, o de las fuentes y pozos
de agua salada era suficiente para el abastecimiento interior y servía además
para la exportación. El consumo de pescados de agua dulce y de carnes sa¬
ladas era notable, pero también una amplia zona costera, con abundantes
puertos, permitía la pesca y el consumo de pescado fresco.

Pesas, medidas y monedas

Desde la época omeya circulan en al-Andalus dinares de oro que miden


entre 12 y 24 milímetros de diámetro y pesan de 3,43 a 4,40 gramos; dirhe-
mes de plata, que miden entre 24 y 26 milímetros de diámetro y pesan de
2,83 a 3,11 gramos, valorándose el diñar en diez o doce dirhemes. Y faluses
(fals, plural: fulus) de cobre, equivalentes a la sesentava parte del dirhem.
Aunque el módulo de las piezas de oro era algo menor que el de las de plata,
eran más gruesas que éstas. Una gran variedad de acuñaciones hacía que
pesos, formularios y leyendas fuesen distintos. A menudo la moneda se pesa,
mas que se cuenta, tanto en el mundo musulmán como en el cristiano, me¬
diante pesas y balanzas especiales que permiten aproximaciones en quirates
o quilates. La proporción de metal fino, que a veces no alcanzaría más allá
del 20 por ciento, fue descendiendo con el tiempo de modo que en los mer¬
cados locales solía preferirse el trueque al pago en moneda, aunque el pre¬
cio se fijara en moneda. No resulta fácil establecer las equivalencias exactas
entre las distintas piezas amonedadas.
Igualmente entre pesas y medidas hubo una gran variedad. La unidad
de peso era la libra (el ritl) de 16 onzas (504 gramos). La onza (uqiya) pesa¬
ba 31,48 gramos. Se usaban el quintal (quintar) de 100 libras (50,400 kilo¬
gramos) y la arroba (rub) o cuarto de quintal (25 libras o 12,600 kilogramos)
para las pesadas mayores. Las medidas de capacidad principales eran el mo-
dio (mudd), de 120 libras o 60,480 kilogramos; el cahíz (qafiz), de 60 libras
o 30,240 kilogramos, y la fanega (medio cahíz o qadah) de 30 libras o 15,120
kilogramos, usados para los cereales y leguminosas en especial. Para los lí¬
quidos: aceite, vinagre, leche y miel, se usaban medidas de capacidad espe¬
ciales, de las cuales la más corriente era el octavo de arroba (tuum), que pesaba
unos 1.125 gramos o equivalía a 122 centilitros.
Las medidas de longitud más usadas eran el codo (dirá) rasasí, patrón
de origen egipcio equivalente a poco más de medio metro (557 cm.) y el pal¬
mo de 237 milímetros. Como Joaquín Vallvé ha demostrado, la variedad de
pesas, monedas y medidas de al-Andalus extiende sus raíces en los patrones
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 45

antiguos del occidente europeo y en los del oriente islámico. La metrología


medieval hispana no ha recibido de los historiadores la atención que merece
y, sin un conocimiento profundo de ésta, no es posible valorar debidamente
la situación económica.

El artesanado urbano

Las aglomeraciones urbanas de al-Andalus comportaban necesidades de


abastecimiento y suministros, menos precisos en el Norte. Los mercados se¬
manales y bisemanales, a los cuales acudían campesinos y ganaderos con
sus productos, y las ferias, desarrolladas periódicamente en las explanadas
contiguas a los núcleos urbanos, facilitaron los intercambios y el abasteci¬
miento. Pero además en villas y ciudades existían talleres y tiendas, pertene¬
cientes al Estado, regentadas por artesanos y agrupadas por calles según la
especialidad a que se dedicaban. La existencia de una organización profe¬
sional, tutelada por el Estado, en ciudades como Córdoba o Sevilla se halla
atestiguada desde el siglo IX. Cada grupo artesano tenía su representante
(amin) ante la autoridad civil o ante el almotacén (muhtasib), responsable
de la calidad de las mercancías y de la probidad comercial de sus representa¬
dos. Propiamente no existía todavía una organización gremial con estatutos
de oficios, las normas las fijaban las autoridades urbanas, encargadas de
la vigilancia y supervisión del desarrollo comercial y artesano.
Cada oficio tenía su localización en la superficie urbana o en su perife¬
ria (curtidores, peleteros, bataneros, tintoreros, tejeros, ceramistas, estere¬
ros...) y los centros propios de venta. En torno de la Gran Mezquita de
Córdoba, por ejemplo, se situaban la mayoría de los artesanos. Varias ca¬
lles, a su alrededor, llevaban los nombres de los oficios que agrupaban (he¬
rreros, cuchilleros, caldereros, zapateros, guarnicioneros, alpargateros,
carpinteros, etc.). Los artesanos de un mismo oficio solían vivir, pues, en
viviendas contiguas. Las grandes ciudades solían tener, asimismo, en distin¬
tos barrios, mercados especializados (zocos donde se vendía el trigo, el acei¬
te, etc.). Los productos de lujo (esencias, perfumes, joyas, piedras preciosas,
telas de calidad, etc.) se vendían en bazares que agrupaban las tiendas (al-
caicería) bajo pórticos. Existían plazas en las cuales se realizaban subastas
de productos viejos (ropas usadas, utensilios domésticos, muebles) o tam¬
bién nuevos, vendidos al mejor postor. Hubo asimismo grandes almacenes
de mercancías (alhóndigas o funduq) que servían de hospedería a los co¬
merciantes foráneos.
Los oficios se aprenden en los propios talleres, trabajando los aprendi¬
ces con los maestros artesanos. En tanto que unos oficios se consideraban
46 MANUEL RIU RIU

nobles (dagueros, pelaires) otros eran menospreciados y se estimaban viles


(aguadores, mozos de cuerda, etc.). Las industrias textiles ocupaban a mu¬
chos operarios: transquiladores, cardadores, hilanderas, tejedores, pelaires
y bataneros. Los tejidos de lana, seda, lino y algodón requerían un trabajo
especializado, completado por aprestadores y tintoreros. La fabricación de
telas lujosas, brocados y bordados de oro queda atestiguada en Córdoba,
donde existía un taller o tiraz estatal, cuyos directores y administradores eran
nombrados por los emires, y otros en Sevilla (desde 899), en Almería, Jaén
y otros núcleos urbanos, mientras en numerosas aldeas consta el cultivo de
la morera y la cría del gusano de seda a partir del cual se hilaba la seda que
se vendía en los núcleos urbanos. Se fabricaban sedas amarillas, bordadas
con perlas, listadas o entretejidas con oro o con plata, rojas, con inscripcio¬
nes, cendales y tiraces. Pronto Úbeda, Baza, Guadix, Valencia y otros cen¬
tros se incorporaron a la fabricación de éstos y otros productos textiles, de
seda y de lana principalmente. Excelentes sastres, peleteros y zapateros com¬
pletan la industria del vestido y sus complementos.
Los trabajos de orfebrería en cobre, plata, oro y piedras preciosas, reali¬
zados en Córdoba, rivalizaban con los de Oriente. También se trabajaba el
marfil africano, el azabache, el cristal de roca y el cuero, alcanzando gran
renombre los trabajos de cuero repujado y los de taracea. La fabricación
de cristal y de cerámica, desde el siglo IX, lograron asimismo gran calidad
y belleza, hasta ser exportados a Oriente sus productos. Tampoco cabe olvi¬
dar en este breve repaso a la artesanía de al-Andalus la calidad del pergami¬
no y la fabricación de papel desde el siglo x en Játiva. Baste señalar que
en al-Andalus, en el siglo XI se escribía ya usualmente en papel, en tanto
que en el resto de Europa predominaría todavía el pergamino y el uso de
tablas de cera y estiletes hasta el siglo xm.

El gran comercio

La mayor parte del comercio exterior de al-Andalus estaba realizado por


mozárabes y judíos, unos especialmente dedicados al comercio de intercam¬
bios valiosos con la Europa cristiana por las vías terrestres (tejidos, escla¬
vos, pieles), otros al gran comercio marítimo con Oriente (productos textiles
de seda y lino, cueros repujados, estaño y cobre, especias, drogas, productos
tintóreos, etc.). Las antiguas vías romanas, como la Vía Hercúlea o la Vía
Augusta, que iba de Cádiz a Narbona, pasando por Córdoba, Zaragoza y
Tarragona, seguían siendo utilizadas para el transporte terrestre con anima¬
les de silla y bestias de carga, en convoyes dirigidos por arrieros especializa¬
dos que solían recorrer unos treinta kilómetros diarios. Catorce caminos
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 47

principales coincidían en Córdoba y comunicaban la capital con los núcleos


urbanos importantes.
El comercio marítimo se realizaba desde los grandes puertos fluviales,
como los de Córdoba y de Sevilla, y los marítimos de Algeciras, Tarifa, Má¬
laga, Almuñécar, Almería, etc., siguiendo principalmente las rutas costeras
por Estepona, Marbella, Fuengirola (Suhayl), Bezmiliana y otros puertos.
Desde éstos y otros puertos y bahías, y con barcos construidos en sus astille¬
ros, los marinos de al-Andalus, a partir del siglo IX, se atrevieron a cruzar
el Mediterráneo hacia el norte de África, con destino a Berbería, navegar
hasta las Baleares, y seguir por otras rutas de cabotaje hacia el Mediterrá¬
neo oriental, llegando a Bizancio, Siria y Egipto, o hasta el Yemen, para con¬
tinuar por vía terrestre, a La Meca o Bagdad.
En el siglo IX naves de al-Andalus acuden a Orán en busca de trigo, y
en el siglo x lo importan de Marruecos y de Túnez. Los viajes solían ser
largos. Una nave pequeña podía tardar 85 días en ir desde Alejandría hasta
Almería, según los vientos. De Ceuta hasta Alejandría, no obstante, se po¬
día ir en un mes, si los vientos eran favorables. La duración de los viajes
dependía mucho de la época del año y de los vientos o tempestades con que
tuvieran que enfrentarse, así como de los tipos de naves, muy variados ya
y de distinto tonelaje en el siglo x.

La vida familiar y social

La familia de la España musulmana era patriarcal y, no obstante la lici¬


tud de la poligamia, tan sólo la familia real y algunas de las nobiliarias eran
polígamas; el cabeza de familia tenía autoridad plena sobre su mujer, los
hijos y los servidores, pudiendo tener varias esposas y esclavas concubinas
de origen pagano o cristiano, convertidas o no al islam. La mujer vivía ais¬
lada, al cuidado de la casa y de los hijos, o dedicada a hilar, a tejer y a bor¬
dar, y no solía quitarse el velo que ocultaba su cara más que delante de los
parientes. Sin embargo, en al-Andalus la mujer gozó de una cierta libertad,
hubo mujeres muy cultas, y las de las clases media y superior acudían a los
baños públicos uno o dos días por semana; allí se reunían a merendar con
sus amigas.
Hubo viviendas espaciosas edificadas en torno de un patio, al modo ro¬
mano o mediterráneo antiguo, con su alberca, pozo o surtidor, dotadas de
agua corriente y de una o dos plantas, con jardín alrededor, y hubo casas
muy pequeñas de una sola habitación o de dos, situadas en calles estrechas
y tortuosas. El contraste era grande entre estas últimas viviendas, en las cuales
la gente debía de vivir hacinada —su superficie oscilaba entre 35 y 50 me-
48 MANUEL RIU RIU

tros cuadrados—, y las grandes almunias o fincas de la campiña, rodeadas


de parques y jardines con árboles frutales y agua abundante. En la excava¬
ción del despoblado de Marmuyas (Comares, montes de Málaga) pudimos
comprobar que mientras las casas del centro del poblado estaban dotadas
de patios embaldosados con albercas espaciosas, las de la periferia del mis¬
mo, edificadas junto al precipicio, constaban tan sólo de una habitación con
suelo a dos niveles, sirviendo uno de los ámbitos para vivir, con su hogar
central, y el posterior para el almacenaje de la cosecha, con un silo excavado
en el subsuelo.
El mobiliario solía ser escaso, aunque se utilizaran arcas o baúles, largos
divanes y mesas bajas. Alfombras, tapices y lienzos o esteras decoraban el
suelo y las paredes. En los extremos de las salas rectangulares que daban
al patio se hallaban sendas alcobas (qubba), con las camas (tarima) donde
se colocaban, sobre unas tablas, varios colchones superpuestos, sábanas, man¬
tas, travesaños, almohadas y cojines. Unas pequeñas alacenas, o nichos abier¬
tos en las paredes, junto a las puertas, servían para colocar los candiles de
aceite, o jarros con bebidas refrescantes.
La base de la alimentación la constituía el trigo, con el cual se elaboraba
el pan, tortas, sopas, sémolas, papillas y pasteles. Los platos de carnes, sa¬
zonadas con especias, y los dulces de nueces, pasas, almendras, castañas,
higos y avellanas, dátiles y piñones, daban lugar a una cocina variada, ape¬
titosa y abundante, en la cual se usaba la miel como principal edulcorante,
y la vainilla o la canela para darle sabor. Tampoco solían faltar los buñuelos
o el arroz con leche. Los platos de verduras y legumbres, como las habas
y los espárragos trigueros (introducidos en la alimentación de al-Andalus
por Ziryab a mediados del siglo ix), eran asimismo bien sazonados y muy
apreciados, como los platos de pescado, en especial sardinas y boquerones.
Para beber se prefería la leche y los zumos de fruta al agua, aunque tampo¬
co solía faltar el vino, a pesar de las prohibiciones coránicas, e incluso de
la proscripción dada por al-Hakam II en 964. La alimentación variaba se¬
gún la categoría social y las distintas épocas del año, prefiriéndose en los
meses de calor las comidas frías, ensaladas, aceitunas y quesos.
En los primeros siglos de dominio musulmán las prendas de vestir mascu¬
linas y femeninas eran similares: camisas, calzas, túnicas y mantos. No fal¬
taban los chaquetones o prendas de abrigo de piel, para el invierno. El calzado
iba desde las botas de cuero hasta las sandalias ligeras. Los hombres empe¬
zaron a adoptar el turbante a partir del siglo ix, en tanto que el tocado de
la mujer fue más variado (pañoletas, tocas, gorros). Carmen Bernis y Ra-
chel Arié han dedicado encomiables páginas al tema, así como a la práctica
usual del baño por parte de hombres y mujeres a lo largo de toda la Edad
Media, al uso de perfumes y ungüentos, al aderezo de la mujer, al cuidado
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 49

del adorno personal y al aprecio por las joyas de oro y plata y por los peines
de marfil o hueso.
Durante el año tenían lugar distintas fiestas, además de las propias de
cada semana: los viernes para los islamitas, los sábados para los judíos y
los domingos para los cristianos. Los musulmanes celebran con gran bri¬
llantez y jolgorio las fiestas religiosas del Final del Ayuno del mes del Ra-
madán, y de los Sacrificios; en esta última se procedía al sacrificio ritual
del cordero familiar, de forma semejante a la Pascua cristiana. Otras fiestas,
aunque no fueran específicamente musulmanas, como las de Año Nuevo,
o las estacionales de Primavera y Otoño, se celebraban asimismo con ale¬
gría, cantos y danzas, disfraces, hogueras, carreras de caballos, regatas, etc.
La caza fue una de las distracciones favoritas de la aristocracia, practi¬
cándose a caballo y con lanza la montería (caza de jabalíes, osos, ciervos
y corzos) y la caza de cetrería con halcones y gerifaltes (grullas, perdices,
palomas, faisanes, patos salvajes, etc.). Existían en el campo y en la ciudad
cazadores profesionales de liebres y de conejos, animales ambos muy apre¬
ciados por su carne y su piel.
El juego del ajedrez, importado del Irak, se jugaba ya en al-Andalus en
el siglo IX, con piezas de marfil o de cristal de roca. Otro juego de impor¬
tación, practicado por la aristocracia, fue el polo, aprendido de los persas.
El canto, la música y la danza fueron muy populares. Flautas, tambores y
laúdes parecen haber sido los instrumentos musicales más usuales en los pri¬
meros siglos. Se practicaban los juegos de azar (los de dados y cubiletes en
especial), no obstante su prohibición reiterada. Tampoco solían faltar los can¬
tores callejeros, vagabundos y falsos mendigos en torno de los mercados y
de las grandes mezquitas, o los saltimbanquis e histriones en todas las ferias
y fiestas.

Religiosidad y cultura

La religión islámica aglutinó a los distintos componentes étnicos y so¬


ciales de al-Andalus, aunque no dejaran de practicarse ni el cristianismo ni
el judaismo, y siguieron abiertas al culto, en la España musulmana, iglesias
y sinagogas. Ya hemos visto que las instituciones y la práctica judicial en
al-Andalus tenían una neta inspiración religiosa. El predominio, desde fina¬
les del siglo viii, e instauración oficial de la escuela malikí en España hizo
que se mantuviera pura la doctrina de la ortodoxia islámica y los alfaquíes
se encargaron de vigilar que así fuera, aunque no pudieron evitar la tibieza
en la práctica religiosa, algunas desviaciones hacia otros ritos (safi’íes y za-
hiríes) o hacia la herejía, y cierto deterioro en la moral pública. Existieron
MANUEL RIU RIU
50

numerosas mezquitas con sus alminares y abundantes oratorios, en los cua¬


les los hombres realizaban la oración principal del viernes, previas las ablu¬
ciones prescritas en el Corán.
La prescripción de la guerra santa (yihad) para extender el islam tenía
en España un particular significado dada la existencia de territorios cristia¬
nos en el norte peninsular. El combatir por la fe era un acto de piedad y
la recompensa por participar voluntariamente en las aceifas era el reparto
del botín (cautivos, bienes muebles, ganado...). Los alfaquíes y los poetas
acompañaban a las tropas, alentándolas y registrando sus éxitos.
Los viajes a Oriente para cumplir el precepto de la peregrinación a La
Meca y visitar en Medina la tumba de Mahoma, no obstante la lejanía y
los peligros que implicaban, fueron frecuentes y no faltaron los andalusíes
que fueron a estudiar con los grandes maestros orientales, para perfeccio¬
nar sus conocimientos religiosos y culturales, pues no en vano en el islam
la religión y la cultura se hallaban inextricablemente unidas. Se dio asimis¬
mo en España una corriente ascética, con eremitas islámicos, emparentada
con los sufíes y desarrollada en la serranía de Córdoba, cuyo principal re¬
presentante fue Ibn Masarra (T931) quien, buscando la purificación del alma
para aproximarse a Dios, practicó la pobreza voluntaria y pregonó, con hu¬
mildad, que debía perdonarse a los enemigos y realizar un examen diario
de conciencia.
La instrucción elemental se daba, en la ciudad y en el campo, en las es¬
cuelas coránicas adscritas a las mezquitas. A partir del texto del Corán los
niños aprendían a leer, recitar y escribir correctamente el árabe. Poesías, epís¬
tolas y las reglas del cálculo completaban esta instrucción. El nivel de esta
enseñanza permitía el desarrollo de una enseñanza superior en los núcleos
urbanos. Córdoba, Sevilla, Toledo, Zaragoza y otras ciudades que ya en el
período visigodo habían destacado por su cultura, siguieron inspirando esta
cultura superior, en torno de las grandes mezquitas y zawiyas. Los sobera¬
nos omeyas fueron personas cultas, destacando Hisam I y Abd al-Rahman II
por su sólida formación cultural, su amor a las letras y su protección a los
juristas y hombres cultos de su tiempo. Los reyes de Taifas heredarían ese
espíritu de mecenazgo a partir del siglo XI, como veremos, aunque se ha du¬
dado de que en España existiera una auténtica madraza, o universidad islá¬
mica, hasta el siglo xiv. Hubo, sin embargo, grandes maestros y figuras de
renombre universal que dieron lugar a la formación de auténticas escuelas
de pensamiento ya desde el siglo ix, principalmente en las materias relacio¬
nadas con la religión islámica, la jurisprudencia y otras afines. La poesía
clásica islámica, conocida a través de florilegios, las obras de gramática y
de cálculo eran los complementos necesarios de la iniciación coránica, en
textos aprendidos de memoria siguiendo la tradición escolar de la época.
LA ESPAÑA ISLÁMICA. FORMACIÓN DE AL-ANDALUS 51

A partir del establecimiento del emirato omeya en al-Andalus la influencia


de la literatura oriental fue cada vez mayor. El adab, género literario que
abarca cuantos conocimientos debe de poseer el hombre culto y tiende a en¬
señar deleitando, tuvo un cultivador de mérito en Ibn Abd Rabbih (860-940),
autor de El Collar (al- Iqd), especie de enciclopedia de conocimientos varia¬
dos y entretenidos.
La madurez intelectual de al-Andalus en los siglos ix y x viene reflejada
en el cultivo de la poesía, inspirada en motivos orientales clásicos y amplia¬
mente desarrollada en la corte de los omeyas por los poetas áulicos.
Los propios emires omeyas fueron ya personas cultas. Del emir Abd al-
Rahman II (821-852) al-Awsat, se dice que «conocía de memoria el Corán,
según las siete transmisiones de la cultura coránica, así como más de tres
mil hadites o tradiciones del Profeta, era experto en determinar la posición
de los astros, en la ciencia de los cuerpos celestes y en filosofía». Él fue quien
introdujo en al-Andalus los libros de tablas matemáticas, filosofía y músi¬
ca, ciencias profanas, medicina y astronomía, traídos del oriente islámico.
V

'
2. LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA

Los INICIOS DEL CALIFATO: ABD AL-RAHMAN III

Ya hemos visto la situación interna de al-Andalus y los primeros años,


como emir, de Abd al-Rahman III (912-961). Éste sometió a los rebeldes del
interior, acabando con la sublevación de Umar ibn Hafsún y de sus hij os;
mantuvo a raya el peligro fatimí que operaba desde Túnez; contuvo el avan¬
ce de los reyezuelos cristianos de Navarra, Sancho Garcés I, y de León, Or-
doño II (920); aprovechó las discordias que se produjeron entre los hijos de
este último, y después del saqueo de Pamplona y de humillar al rey de Nava¬
rra, pudo tomar el título de al-Nasir (el Conquistador), y se declaró «califa
de los musulmanes y defensor de la fe islámica» el viernes 16 de enero del
año 929. Con este acto, el emirato independiente de Córdoba se transforma¬
ba en califato, creando en Occidente, en 929, un nuevo imperio musulmán,
con capitalidad en Córdoba, que durante más de un siglo (929-1031) rivali¬
zaría con la Bagdad de los abbasíes en poder, prestigio, esplendor y cultura.
Abd al-Rahman III busca muy pronto en el norte de África una serie
de territorios vasallos, en connivencia con el jeque de los magalawa, Mu-
hammad ibn Jazar, enemistado con los fatimíes, y otros territorios los ocu¬
pa con tropas hispanas: Melilla (926), Ceuta (931), Tánger (952), Tremecén
(956). Los fatimíes atacan Almería para desquitarse (955), pero Abd al-
Rahman sienta nuevas bases de operación en el norte del Mediterráneo, como
Frexinetum, frente a la Europa cristiana, y llega a armar una flota de seten¬
ta naves para castigar a sus enemigos africanos.
54 MANUEL RIU RIU

Mientras tanto, después de haber castigado a los leoneses (ya en 916) y


a los navarros (el saqueo de Pamplona tuvo lugar en 924), realiza una am¬
plia campaña de hostigamiento contra sus vecinos norteños (934) para man¬
tenerles aterrorizados, en la cual sus aliados norteafricanos pasaron a cuchillo
a los 200 monjes de San Pedro de Cardeña, cerca de Burgos, y destruyeron
o incendiaron numerosas fortalezas fronterizas. Obtuvo la victoria de Siman¬
cas poco después (939) sobre Ramiro II, logró las paces con los condes de
Barcelona (940) y estableció en Medinaceli (946) la capitalidad de la Marca
Media o Central, reorganizando y reforzando la frontera septentrional de
al-Andalus frente a los reinos cristianos.
De este modo protegía sus fronteras marítima y terrestre, después de ha¬
ber intentado pacificar el interior. Abd al-Rahman III, que pensaba no de¬
bía darse prerrogativas a los aristócratas para evitar el aumento de su orgullo,
asumió por sí mismo las tareas del gobierno, llegó a suprimir de hecho el
cargo de primer ministro o hachib desde 932, y elevó a libertos, esclavos o
extranjeros, llamados eslavos fuera cual fuese su origen (algunos de los cua¬
les educados desde niños con esmero eran cultos y muy eficientes), a los al¬
tos cargos civiles y militares, proporcionándoles tierras y siervos a su servicio
en pago a su lealtad y sus buenos oficios. Así dependían totalmente de su
magnanimidad y se aseguraba su fidelidad. Sobre el número de estos esla¬
vos al servicio del califa discrepan los autores árabes. Mientras para unos
eran 3.750, otros elevan la cifra a 6.087 y otros todavía a 13.750. Es posible,
como creyó Dozy, que unos y otros tengan razón y que estas diferencias se
deban a los distintos momentos del largo reinado de Abd al-Rahman III,
llegando a superar la cifra de 12.000, muy notable para aquellas remotas
fechas.
También supo Abd al-Rahman III sanear la economía de al-Andalus. Lle¬
gó a ingresar la fabulosa suma de 6.245.000 dinares de oro al año, de los
cuales una tercera parte se destinaba a los gastos ordinarios; otro tercio se
tesaurizaba, ingresando en las arcas califales, con objeto de hacer frente a
posibles eventualidades; y el tercio restante lo destinaba a mejorar la escua¬
dra, que era la mejor garantía de defensa de la frontera marítima y de expan¬
sión por el Mediterráneo occidental. Sólo de una vez, como ya hemos
indicado, hizo construir en los astilleros califales setenta naves para realizar
una expedición de castigo contra los fatimíes del África Menor. La fortuna
acumulada en el tesoro califal se cifraba en 951 en 20.000.000 de dinares,
pudiendo ser considerado Abd al-Rahman III como uno de los soberanos
más ricos de su tiempo. Logró que prosperaran la agricultura y ganadería,
el artesanado y el comercio, hasta el punto que los viajeros que llegaban a
la capital, como Ibn Hawqal, no podían dejar de admirarse de la variedad
y baratura de las frutas y vestidos que se hallaban a la venta en los tendere-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 55

tes de los mercados, o de que todos los habitantes de la ciudad fueran por
las calles cabalgando y no a pie, como síntoma de un elevado nivel de vida,
no igualado en la Europa cristiana.

CÓRDOBA, LA CAPITAL, Y MADINA AL-ZAHRA

La ciudad de Córdoba, a la cual Ibn Idhari atribuye 113.000 casas, con


unas 3.000 mezquitas, sus escuelas y universidades, sus zocos, sus mercados
especializados, entre ellos el de libros; sus 300 baños, sus alhóndigas, sus
industrias de cordobanes y de papel, etc., y sus 28 arrabales, era uno de los
mayores centros urbanos del mundo; se calcula en unos 250.000 el número
de sus habitantes, cifra muy importante si se considera que por entonces To¬
ledo, la vieja capital de la España goda, no tenía más que 37.000.
Pronto empezó a funcionar en Córdoba (950) una universidad (madra-
56 MANUEL RIU RIU

za) y escuela de traductores del griego y del hebreo al árabe, con el monje
bizantino Nicolás y el médico judío Hasday ben Saprut, que sería la fuente
del renacer cultural de Occidente, pues gracn , a su labor se conocerían, en¬
tre otras muchas, las obras de Aristóteles y de Ptolomeo y el Dioscórides.
La fama de sus médicos llegó a los reinos del Norte y los cristianos españo¬
les no se recataron de acudir a Córdoba en busca de remedio a sus enferme¬
dades, como la reina Toda de Navarra, o como hizo Sancho el Craso, que
iba a curar su gordura a la vez que solicitaba apoyo militar para recuperar
el trono. Y también los grandes estados europeos, como el propio imperio
otónida, no dudaban en enviar sus embajadas al primer califa de Occidente.
Aunque Córdoba era el centro de la administración califal, Abd al-
Rahman III hizo construir en las afueras de la ciudad, escalonada en Sierra
Morena, la maravillosa ciudad-palacio de Madina al-Zahra, en recuerdo de
su esposa favorita. En ella trabajaron 10.000 obreros, con 1.500 bestias de
carga, durante más de veinte años. Todavía no estaba terminada, cuando
el califa ofreció 400 dirhemes a todas las familias que acudieran a poblarla,
y en el harén del palacio llegaron a vivir 6.000 mujeres. Los mármoles utili¬
zados procedían de Cartago y de Túnez, los pórfidos y otros muchos ele¬
mentos deslumbradores fueron importados de lejanos países, incluso de la
propia Constantinopla, por la nueva marina califal que podía surcar las aguas
del Mediterráneo sin grave riesgo.
La rica decoración de motivos geométricos y los arabescos esculpidos
en alabastro, o tallados en yeso y policromados (en blanco, rojo y verde, co¬
lores simbólicos) prestaron un sello característico a sus bellos monumentos,
junto a los típicos arcos de herradura, heredados de la arquitectura visigo¬
da, pero transformados con mayor peralte para que fueran más armonio¬
sos, y los nuevos arcos lobulados sobre finas columnas que complican,
embellecen y enriquecen el conjunto. Hoy podemos atisbar su belleza a tra¬
vés de una paciente reconstrucción, porque todo ese cúmulo de armonía se¬
ría muy pronto destrozado con la mayor saña. Los útiles de hierro forjado,
de bronce y de azófar, así como las cerámicas, decoradas con gusto exquisi¬
to, alcanzaron singular encanto y son los mejores exponentes del refinamiento
conseguido.
Aunque de hecho fuera el propio califa quien dirigía los negocios públi¬
cos, su jefe de gobierno seguía presidiendo las reuniones de los ministros
o visires, y cada diwan o ministerio tenía su kátib o secretario. Para fortale¬
cer el poder central, se concedieron lotes de tierra en feudo (jagirs) a los
jefes militares de las provincias o coras adictos a la persona del califa, pero
con ello se inició un proceso similar al del Imperio de Oriente, de paulatina
feudalización. Las provincias, regidas por gobernadores (umrnal) fieles, se
hallaban subdivididas en distritos menores iqlims, o tahas, coincidentes a
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 57

veces con los valles o antiguos pagos, y que tenían cierta uniformidad de
población, por lo menos en sus orígenes. Esta organización provincial, es¬
tudiada recientemente por Joaquín Vallvé, constaba de unas treinta y siete
unidades administrativas, varias de ellas gozaban de un estatuto especial por
su situación fronteriza. La mayor parte de las circunscripciones estaban pre¬
sididas por una ciudad (al-hadira) donde residía el gobernador; y el resto
por una gran fortaleza.
Abd al-Rahman III murió a los setenta y tres años de edad, el 15 de oc¬
tubre del año 961, y fue enterrado en el alcázar de Córdoba, rezándole las
oraciones fúnebres su hijo y sucesor al-Hakam. Su reinado había durado
unos cincuenta años y un cronista musulmán anónimo diría que en este tiem¬
po «los cristianos le pagaron capitación humildemente cada cuatro meses
y ninguno de ellos osó montar caballo macho ni llevar armas».

Al-Hakam II, el Sabio

El hijo y sucesor de Abd al-Rahmán III, al-Hakam II (961-976), el Sa¬


bio, en sus quince años de reinado, continuó en Córdoba y en Madina al-
Zahra la obra de embellecimiento iniciada por su padre, llevando a cabo tra¬
bajos muy notables en la famosa mezquita mayor de la capital, para am¬
pliar su ámbito. Pero tampoco descuidó los negocios del Estado, aunque con
frecuencia otros se encargaran de darles cumplimiento en su nombre. Se preo¬
cupó, asimismo, de mejorar los caminos principales para facilitar las comu¬
nicaciones con las provincias, y de construir o reparar los puentes más
indispensables, para garantizar el paso durante todo el año. Y no olvidó ja¬
más sus responsabilidades con sus vecinos norteños.
Ya en 962, apenas iniciado en las tareas del gobierno, hubo de recibir
en el palacio de Madina al-Zahra a Ordoño IV el Malo y un séquito de 20
caballeros leoneses, y lo hizo ante el juez de los cristianos de Córdoba, Wa-
lid ibn Jaizuran, y el metropolitano de Toledo Ubaidallah ibn Cásim. Ordo-
ño le pidió ser restablecido en el trono de León y obtuvo promesas de ello,
pero luego su primo Sancho I, temeroso de perder el reino, se obligó ante
al-Hakam II a cumplir el tratado firmado con Abd al-Rahman III y al-
Hakam, circunspecto, le prefirió. Pero Ordoño pudo permanecer en Córdo¬
ba, donde murió después de unos meses de exilio dorado (c. 963?). Sancho I,
al conocer su muerte, y contando con el apoyo de sus aliados: el conde de
Castilla, el rey de Navarra y los condes de Barcelona, Borrell y Miró, se sin¬
tió más fuerte y no cumplió lo pactado.
Esto obligó a al-Hakam a organizar un ejército contra los cristianos. Con
él avanzó contra Castilla, la pieza más vulnerable. Tomó San Esteban de Gor-
58 MANUEL RIU RIU

maz (963) e hizo que el conde Fernán González pidiera la paz. Gálib, el ge¬
neral de las tropas califales, ganó a los cristianos la batalla de Atienza, no
lejos de Guadalajara, en tanto que Muhammad al-Tuchibí, gobernador de
Zaragoza, vencía al rey García Sánchez I de Navarra y tomaba Calahorra,
reforzando de inmediato sus murallas. También se fortificó Gormaz de nue¬
vo. Sancho I de León pidió la paz (966) y otro tanto hicieron el conde de
Galicia, Rodrigo Velázquez, y los condes de Barcelona, Borrell y Miró, com¬
prometiéndose a desmantelar las fortalezas que tenían más próximas a la
frontera musulmana.
Entre los años 963 y 967, con estas medidas de fuerza, al-Hakam logró
la paz con casi todos sus vecinos y fue ésta una paz duradera para el califa¬
to, tras la muerte del último enemigo potencial, el conde Fernán González,
en 970. Mientras tanto, los reinos cristianos luchaban entre sí y, en León,
la minoría de Ramiro III, hijo y heredero del rey Sancho, era solventada con
la regencia de su tía monja, Elvira, la cual no pudo impedir el saqueo de
Galicia durante tres años por 8.000 daneses, licenciados de las tropas del
duque Ricardo I de Normandía, y dedicados al pillaje.

La biblioteca califal

Desde los años setenta del siglo x, al-Hakam II pudo dedicarse plena¬
mente a la cultura. Su placer favorito era enriquecer la biblioteca califal con
libros raros; hacer nuevas adquisiciones en Bagdad, El Cairo, Damasco y
Alejandría, a través de agentes muy cultos, encargados de comprar o copiar
los volúmenes. En su palacio de Córdoba tenía al-Hakam copistas, encua¬
dernadores y miniaturistas, para completar la labor.
El catálogo de la biblioteca califal se componía de 44 cuadernos, de 20
hojas cada uno, con el registro de los títulos de todos los libros. Algunos
autores estiman en 400.000 los libros atesorados en la biblioteca, cifra
asombrosa para aquellas fechas, y dicen que al-Hakam había leído y anota¬
do muchos de ellos. Escribía, al comienzo o final, el nombre del autor, su
sobrenombre y su patronímico, familia y tribu, para su identificación, los
años de nacimiento y muerte, y cuantas noticias de su vida podía encontrar.
Fue un auténtico biógrafo e historiador de la literatura. En cierta ocasión
supo que Abu-l-Faradj, un sabio iraquí, escribía una historia de la literatura
árabe, recogiendo noticias y anécdotas de poetas y prosistas, y le envió 1.000
dinares para obtener una copia del manuscrito.
La mayor parte de la población de al-Andalus aprendía a leer y escribir,
incluidas las mujeres. Existían escuelas coránicas para los niños en las mez¬
quitas, y escuelas de gramática y de retórica para perfeccionar el conoci-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 59

miento del árabe. El propio al-Hakam fundó en Córdoba veinticinco escuelas


para la enseñanza gratuita de los hijos de familias pobres. E hizo de la Uni¬
versidad o Madraza de Córdoba, adscrita a la Mezquita Mayor, una de las
más famosas del mundo, protegiendo a filósofos, maestros y literatos, teó¬
logos y juristas. Las enseñanzas del fiq, o derecho coránico, que en ella se
impartían se hicieron famosas y fueron seguidas por millares de estudian¬
tes. Entre los profesores se contaba Abu Bakr ibn Muawia, experto en hadi-
ces; Abu Alí Jalib de Bagdad, recopilador de proverbios y poesías y autor
de los Dictads, e Ibn al-Qutia, el mejor gramático de su tiempo.

Los ÚLTIMOS AÑOS DE AL-HAKAM II Y LA MINORÍA DE HlXAM

En el año 972 se realizó una importante campaña en el norte de África


contra los idrisíes de Mauritania, al mando del general Gálib y con Ibn Abi
Amir como sobreintendente de tesorería, logrando al fin someter (974) a Ibn
Janun, su rival más peligroso, e incorporar sus 700 hombres al ejército cali-
fal, pacificando así el territorio que quedó convertido en virreinato. De este
modo se conjuraba el peligro fatimí, establecido en Túnez desde 909.
Llegaba al-Hakam, aquejado de apoplejía, a sus últimos días. Viendo
cercana la muerte, emancipó a un centenar de esclavos, rebajó en una sexta
parte los impuestos, e hizo una fundación a favor de las escuelas de niños
pobres. De su favorita Aurora, o Subh, tuvo en 972 a su hijo Abd al-Rahman,
que murió pronto, y en 975 a su segundo hijo Hixam, destinado a sucederle.
Para asegurarle el trono, hizo que los grandes le juraran por heredero el 5 de
febrero de 976 y, a su muerte, el 1 de octubre de aquel mismo año, fue reco¬
nocido sin dificultad, debido a las ambiciones contrarias de los cortesanos
y familiares. La animadversión a una regencia que sentían los eunucos esla¬
vos que constituían la guardia palatina fue paliada con el nombramiento
de Muzhafí como primer ministro, y el de Ibn Abi Amir como visir, quien
hizo que se aboliera el impuesto sobre el aceite congraciándose así el favor
popular. La sultana Aurora, o Subh, madre del califa, no perdía la ocasión
de intervenir, pero sabía mantenerse en un plano discreto. Poco a poco los
regentes eliminaron el poder de los eslavos, y el papel de Ibn Abi Amir fue
haciéndose más importante, hasta conseguir atraerse a Gálib, generalísimo
de los ejércitos fronterizos, y enemistarle con Muzhafí, quien, destituido y
juzgado en marzo de 978 por malversación de fondos, acabó sus días en
la pobreza. Gálib e Ibn Abi Amir, convertido en yerno suyo, compartieron
la regencia, debiendo hacer frente a conjuras reprimidas con sangre. Los ule-
mas hicieron un expurgo en la biblioteca de al-Hakam, quemando los li¬
bros de filosofía, astronomía y otras ciencias suspectas para el islam.
60 MANUEL RIU RIU

Ibn Abi Amir hizo trasladar el centro del poder político a una nueva re¬
sidencia, situada al este de Córdoba y a orillas del Guadalquivir: Madina
al-Zahira, dotándola de palacios, oficinas y viviendas. La nueva urbe creció
muy pronto y sus arrabales fueron contiguos a los de la capital. El califa
quedó relegado a su palacio, dedicado a orar y leer. Pero Gálib e Ibn Abi
Amir no tardaron en enemistarse, combatieron entre sí y Gálib murió en una
de las refriegas (981). Ibn Abi Amir quedaba dueño de la situación.

Reorganización del ejército

Para consolidarse, Ibn Abi Amir se propuso reorganizar el ejército. Has¬


ta entonces existían en al-Andalus los jund y las tropas de frontera, tropas
organizadas en regimientos, compañías y escuadras, de acuerdo con su ori¬
gen tribal al cual debían atender cuando eran requeridas para acudir al com¬
bate. El ejército permanente, al mando del califa o de sus generales, contaba
sólo 5.000 combatientes a caballo que percibían su salario de la Administra¬
ción. Pero, aunque la caballería era un arma eficaz, los andalusíes cabalga¬
ban y combatían todavía sin estribos, con lo cual su estabilidad sobre el
caballo y su fuerza en las cargas eran menores. Ibn Abi Amir buscó solda¬
dos en Mauritania y en los reinos cristianos del Norte. Logró 600 caballeros
berberiscos, al mando del príncipe Djafar, del Zab, y les pagó con generosi¬
dad. Leoneses, castellanos y navarros aceptaron también la oferta del visir.
La reorganización de los regimientos se hizo prescindiendo del origen tri¬
bal de sus componentes. Y con este ejército renovado se lanzó Ibn Abi Amir
contra el reino de León, a la conquista de Zamora (981), y aunque no logró
apoderarse de la ciudadela, pasó a cuchillo a 3.000 cristianos, hizo otros tan¬
tos prisioneros y arrasó un centenar de aldeas para sembrar el terror. Luego
tomó Simancas y llegó a las puertas de la ciudad de León; mas entonces el
granizo y la nieve le obligaron a regresar a Córdoba, donde tomó el sobre¬
nombre de al-Mansur billah, «el vencedor con la ayuda de Allah», Alman-
zor, nombre con que sería conocido en el futuro.

La regencia de Almanzor

Mauritania, después de la muerte del príncipe Bologguin, virrey califal


de Ifriqiyya (mayo 984), vio renovarse las luchas internas, Fez y Sijilmansa
se independizaron de los fatimíes. Mas entonces el idrisí Ibn Kennum quiso
enseñorearse de Mauritania, con la ayuda de los fatimíes. Almanzor, que
estaba sobre aviso, envió tropas de inmediato para derrotarle y llevarle a Cór-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 61

doba, donde fue decapitado (985). Con este castigo se pacificaban las pose¬
siones norteafricanas.
Tampoco descuidaba Almanzor a sus vecinos del norte. Para tenerles a
raya solía organizar todos los años alguna incursión o expedición de saqueo.
En 985 le tocó el turno a Barcelona y sus alrededores. Y para congraciarse
con los cordobeses se dispuso a invertir parte de las riquezas conseguidas
en las razzias para agrandar la mezquita mayor de la capital, insuficiente
ya para albergar a los fieles que en ella se reunían los viernes para realizar
en común las plegarias prescritas. Rodeada la mezquita de viviendas, hizo
que se pagara a sus dueños con esplendidez el importe de las casas que era
preciso derribar para poder llevar a cabo las obras de ampliación de la
mezquita.
Cuando Bermudo II de León echó del reino a las tropas musulmanas
que le había enviado Almanzor para confirmarle en él, éste preparó un ejér¬
cito y tomó y arrasó Coimbra (987). El castigo era un aviso más. El año
siguiente (988), con más tiempo, atravesó el Duero y saqueó a mansalva tie¬
rras y viviendas leonesas, para acabar destruyendo con saña la propia ciu¬
dad de León, tras dar muerte al gobernador de la plaza, el conde gallego
Gonzalo González, y quemar los monasterios de San Pedro de Eslonza y
de Sahagún, camino de Zamora también saqueada antes de regresar a Cór¬
doba. Una vez en la capital Almanzor hubo de enfrentarse a una conjura
de la cual formaba parte su propio hijo Abdallah (1*990), descontento del
mayor afecto que el padre demostraba hacia su hermano menor Abdelmé-
lic. La conjura fue abortada de forma sangrienta, como era habitual.
Luego Almanzor, en 994, quiso hacer pesar su poder al conde de Casti¬
lla y se apoderó de San Esteban de Gormaz y de Clunia. El conde García,
herido y prisionero, murió (995) y su hijo Sancho le sucedió, obligándose
al pago de un tributo anual a los musulmanes a cambio de la paz. El rey
Bermudo de León sufrió también, una vez más, la presión de Almanzor. Per¬
dió Astorga (capital del reino desde la destrucción de León) y obtuvo la paz
a cambio de comprometerse al pago de otro tributo anual.
Entonces optó Almanzor (991) por traspasar el título de hachib o primer
ministro a su hijo Abdelmélic, con lo cual se consolidaba la carrera política
de los amiríes, o familiares suyos, y luego (996) tomó los títulos de «señor»
(sayid) y de «noble rey» (malic carim). Cada vez el poder del regente se mag¬
nificaba más. Pero Aurora, la sultana, cuyo afecto hacia Almanzor se había
trocado en odio, se disponía a hacer valer los derechos de su postergado hijo
Hixam, e instigó la rebelión contra Almanzor, pagando 80.000 dinares al
virrey de Mauritania, Zirí ibn Atia. Almanzor le ganó la partida otra vez,
haciendo firmar a Hixam un documento (997) por el cual le confería la di¬
rección de la política. A continuación pudo presentar combate contra Zirí,
62 MANUEL RIU RIU

a quien venció en África (T1001), y contra Bermudo II en Galicia, contra


el que organizó la famosa campaña de Santiago de Compostela, pasando
por Coria, Viseo, Oporto y Vigo. La ciudad de Compostela y sus alrededo¬
res fueron saqueados (997) durante una semana. Almanzor se llevó a Cór¬
doba las puertas de la urbe y las campanas de la iglesia de Santiago, junto
con numerosos cautivos, como hiciera en otras muchas ocasiones. Esta fue
una de las razzias más famosas de Almanzor.
La última campaña que emprendería contra los reinos cristianos tuvo
lugar en 1002. Dirigida contra Castilla esta vez, penetró hasta Canales y des¬
truyó el monasterio de San Millán de Suso, pero vencido en Calatañazor,
viejo, débil y enfermo, expiró en Medinaceli, adonde fue llevado a hombros,
después de dar consejos a su hijo Abdelmélic. Es posible que hubiese llega¬
do a tener bajo sus órdenes a 20.000 guerreros, como quiere un cronista.
En cualquier caso saqueó ciudades de la España cristiana tan importantes
como León, Pamplona, Barcelona y Santiago de Compostela y aterrorizó,
en repetidas ocasiones, a los cristianos norteños. Viajero infatigable, hizo
mejorar los caminos para facilitar el tránsito con caballerías y vituallas, e
hizo tender un puente en Córdoba, sobre el Guadalquivir, que costó 140.000
dinares, cuando un alto funcionario podía alcanzar a cobrar, a lo sumo, 80
dinares al mes, y no parece que una mala comida costara más de un dirhem.
El poeta Ibn Darrach, de Cazalilla (T1030), contó las gestas de Almanzor
en su extenso Diwan, poema que constituye un curioso precedente de las
modernas crónicas periodísticas.

El gobierno de los últimos amiríes

Muerto Almanzor en 1002, sus herederos, los Banu Amir o amiríes, no


tuvieron dificultad para hacerse con el poder. El primero de ellos, al-Muzaffar
(1002-1008), pudo gobernar como su padre con plenos poderes, pero no es¬
tuvo a su altura y murió en 1008, acaso de una angina de pecho o envenena¬
do por su hermano y sucesor Abderrahmán, apodado Sanchol o Sanchuelo,
por ser su madre hija de un Sancho, conde o rey. Este Abderrahmán, dado
al vino y de pocos escrúpulos, se hizo declarar heredero del trono por Hi-
xam, con indignación de los cordobeses. En vano intentó, para adquirir pres¬
tigio, una razzia (1009) contra los leoneses, mientras se extendía en la capital
la rebelión contra los amiríes, dirigida ahora por Muhammad, príncipe omeya
que tomó el nombre de al-Mahdi. El rechazo de los cordobeses hacia los
amiríes, que no poseían la talla de Almanzor, se centró esta vez contra su
residencia: Madina al-Zahira fue saqueada, y después del saqueo popular
del palacio se encontraron todavía, en distintos escondites, 1.500.000 dina-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 63

res y 2.100.000 dirhemes, pues se había trasladado allí el tesoro público. Cuan¬
do ya nada había para robar, le prendieron fuego y fue destruida por
completo. A su regreso de la razzia, Sanchol fue muerto sin piedad.

Los TIEMPOS DIFÍCILES DE HlXAM II

La revolución cordobesa contra los amiríes —que daría comienzo a la


fitna o período de las guerras civiles— parecía triunfante. Al-Mahdi fue re¬
conocido rey, y eslavos y berberiscos, a pesar de sus diferencias, se pusieron
a su lado. Pero, hombre avaro y cruel, pronto empezó a crearse enemigos
y se cantaban coplas en su contra o ridiculizándolo por las calles de Córdo¬
ba. Simuló entonces la muerte de Hixam II (abril 1009), reteniéndole prisio¬
nero y mostrando el cadáver de alguien que se le parecía, pero no logró
impedir que los descontentos fueran en aumento, agrupándose en torno de
Solimán al-Mustain. El enfrentamiento de ambos bandos, junto a Córdo¬
ba, tue desfavorable a al-Mahdi (noviembre 1009), pereciendo en la refriega
unos 10.000 musulmanes, según Ibn Hayyan, a manos de los berberiscos
y de sus aliados castellanos. Al-Mahdi se refugió en Toledo, quedando bajo
su poder los distritos fronterizos desde Lisboa a Tortosa, en tanto que Soli¬
mán, establecido en Córdoba, obligaba a Hixam II a abdicar en favor suyo,
le encerraba en su palacio una vez más, y se disponía a congraciarse con
al-Wadhid, general de los eslavos de las marcas, para obtener el control de
los distritos fronterizos. Mas este general buscó el apoyo de los condes de
Barcelona (Ramón Borrell) y de Urgel (Armengol I) y, con tropas catalanas,
marchó a Toledo a unirse con al-Mahdi, desde donde con un ejército de 30.000
musulmanes y 9.000 cristianos (junio 1010), avanzaron juntos y trabaron com¬
bate con las huestes berberiscas de Solimán, a unos seis kilómetros de Cór¬
doba (en Acaba al-Bacar), y aunque los berberiscos de Solimán llegaron a
dar muerte a sesenta caballeros catalanes, entre ellos el conde Armengol I
de Urgel, la impericia de Solimán dejó el campo a merced de los catalanes,
y no sólo perdió la batalla, sino que permitió que la hueste catalana se apo¬
derara de Córdoba y la saqueara junto con sus aldeas, obteniendo un consi¬
derable botín y numerosos prisioneros.
Los berberiscos se desquitarían de su derrota poco después, en la con¬
fluencia del Guadaira con el Guadalquivir (21 de junio de 1010), enfrentán¬
dose los dos bandos rivales y sus respectivos aliados en una batalla campal
en la cual, según al-Nuwairí, perecieron 3.000 catalanes. Al-Mahdi deseaba
que los catalanes siguieran combatiendo a su favor pero, después de las pér¬
didas sufridas, prefirieron dejar Córdoba y regresar a Cataluña (8 de julio).
Dos semanas después, al grito de «viva Hixam II», los jefes eslavos se rebe-
64 MANUEL RIU RIU

laron contra al-Madhi y éste perecía ante el califa, siendo su cabeza paseada
por las calles de la capital. Al-Wadhid se convertía en primer ministro del
repuesto Hixam II, dispuesto a emular a Almanzor. Mas no tenía su talla.
Para mantenerse en el poder hubo de pactar con el conde Sancho de Casti¬
lla (septiembre de 1010) y entregarle numerosas fortalezas fronterizas (San
Esteban, Coruña del Conde, Gormaz y Osma, entre otras).
Los berberiscos, disconformes, tomaron al asalto Madina al-Zahra y la
destruyeron (4 de noviembre de 1010), después de degollar a su guarnición
y a todos los habitantes, hombres, mujeres y niños, refugiados en la mez¬
quita. Como su ciudad-palacio rival Madina al-Zahira, también Madina al-
Zahra fue reducida a un montón de cenizas. Córdoba, gracias a sus muros
y sus fosos, pudo resistir el asedio berberisco. Al-Wadhid, no obstante, para
poder subsistir, se vio precisado a vender buena parte de la biblioteca de
al-Hakam II, mientras la miseria y la peste (verano de 1011) se apoderaban
de la capital y de sus alrededores. Al-Wadhid pereció al fin a manos de sus
propios eslavos descontentos de su escasa capacidad de gestión (el 16 de oc¬
tubre de 1011) y el general eslavo Ibn abi Wadaa le sustituyó en el gobierno
de la capital, logrando que los berberiscos levantaran momentáneamente el
asedio de ésta, para volver a él más tarde y entrar al asalto en Córdoba el
19 de abril de 1013, en medio de un reguero de sangre, del cual fueron vícti¬
mas, entre otros muchos, el muñí de la mezquita mayor Said ibn Mundhir
y el sabio Ibn al-Faradhí.
Solimán volvió a recuperar el trono y a dominar a Hixam II, obligándo¬
le a delegar en él su «califato», pero su autoridad se limitaba de hecho a
cinco ciudades y sus distritos: Córdoba, Sevilla, Niebla, Osonoba y Beja.
La devastación de al-Andalus por los berberiscos, dueños de la campiña,
arruinó de hecho la unidad del califato. Cada vez eran más los desconten¬
tos. Poco a poco, las ciudades iban gobernándose con autonomía del poder
central. Alí se sublevó, dio muerte y sustituyó a Solimán en Córdoba (1016),
estableciendo a los hammudíes en el trono, y ya no se volvió a ver jamás
a Hixam.

AÑOS DE CONFLICTOS EN LA CÓRDOBA CALIFAL

Para unos, Hixam había muerto; para otros, había emigrado a Asia. Alí
estableció un gobierno policiaco en Córdoba y su tiranía se hizo tan inso¬
portable que, a los dos años, fue muerto por tres eslavos palatinos, cuando
se hallaba en el baño (1018). Pero su muerte no supuso el final de los ham¬
mudíes.
Un hermano de Alí, Casim, que era gobernador de Sevilla, fue designa-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 65

do por los berberiscos para sucederle, a pesar de que Alí dejaba dos hijos,
el mayor de ellos, Yahya, gobernador de Ceuta. Eslavos y cordobeses prefi¬
rieron declarar electivo el califato y elegir a un omeya: Abd al-Rahman IV
al-Mortadha. El enfrentamiento entre ambos bandos se hizo una vez más
inevitable y terminó con el asesinato de al-Mortadha, huido a Guadix. Ca-
sim intentó gobernar con mayor moderación, tendiendo a apaciguar los áni¬
mos. Pero la formación de una guardia de esclavos negros adictos a su persona
descontentó a los berberiscos quienes apoyaron al partido de Yahya y éste,
con su apoyo, en septiembre de 1021 sentó sus reales en Córdoba. Casim,
huido a Sevilla, trabajó para recuperar el poder, lográndolo en 1023 (12 de
febrero), proclamado califa por segunda vez, de forma precaria. Yahya le
ganó Algeciras, con su familia y su tesoro. Idris, gobernador de Ceuta, le
quitó Tánger. Los cordobeses se sublevaron (31 de julio de 1023) y Yahya
le apresó en Jerez, donde Casim se había refugiado, reteniéndole prisionero
en un castillo de la provincia de Málaga trece años, para acabar dándole
muerte (1037).
Los cordobeses se habían propuesto en 1023 reinstaurar a los omeyas,
y el primero de diciembre fue aclamado califa Abd al-Rahman V al-Musd-
tadhir por los obreros y soldados de la capital. Las convulsiones sociales
y la lucha de partidos, con interminables contiendas civiles, hacían más de¬
seable la paz. Su primer ministro Ibn Hazm, amigo de la niñez, era un espí¬
ritu muy culto y exquisito poeta; también al nuevo califa le complacía escribir
poemas amorosos. Pero la conciliación no fue posible. Muy pronto estalló
una nueva rebelión, con la colaboración de la guardia palatina, a favor de
Muhammad, un hombre grosero, comilón y libertino. Abd al-Rahman V pe¬
reció asesinado (18 de enero de 1024) y Muhammad II tomó el título de Mus-
tacfi y nombró primer ministro a su amigo Ahmed ibn Jalid, antiguo tejedor.
Ambos gobernaron mal y duraron poco, pereciendo los dos asesinados (1025).
Después de seis meses de interregno el hammudí Yahya, desde Málaga,
centro donde se sentía seguro, aceptó el trono y envió a Córdoba un general
berberisco para gobernar en su nombre (noviembre de 1025). No era esto
lo que esperaban los cordobeses. Pronto se alzó el descontento contra el go¬
bernador. Los eslavos Jairán de Almería y Mojahid de Denia colaboraron
con sus tropas a echar de Córdoba a los berberiscos de Yahya, y al fin el
Consejo de Estado ofreció el trono a un hermano de Abd al-Rahman IV,
Hixam III, quien se hallaba en Alpuente, fue jurado califa en 1027 y entró
en Córdoba como tal el 18 de diciembre de 1029. Bondadoso e indolente,
no supo tampoco restablecer en Córdoba un poder fuerte como el que se
precisaba. Juguete en manos de otro antiguo tejedor, Hakam ibn Said, a
quien nombró visir, sus manejos para obtener dinero de las mezquitas le hi¬
cieron odioso a los faquíes y éstos despertaron la cólera del pueblo, en tanto
66 MANUEL RIU RIU

que el descontento de la nobleza iba también en aumento. Confabulados,


dieron muerte al visir (diciembre de 1031) y encerraron a Hixam III en una
fortaleza. El Consejo de Estado, formado por los notables y ministros, de¬
claró abolido el califato y acordó hacerse cargo del gobierno. Desaparecía
de este modo, al finalizar el año 1031, el califato omeya de Córdoba. Hi¬
xam III huyó de la fortaleza y halló refugio junto a Solimán ibn Hud, en
Lérida, donde murió cinco años más tarde (diciembre de 1036) olvidado
de todos.

La población de adAndalus

No disponemos de elementos suficientes para establecer una cifra global


de la población de al-Andalus al comienzo del siglo x. Se ha dado la suma
de unos diez millones de habitantes, suponiendo que la diferencia de unos
centenares de miles en más, con respecto a la de comienzos del siglo vm,
gracias a los elementos alógenos incorporados a la sociedad hispánica y con¬
tando con un crecimiento vegetativo normal de la población, se equilibraría
por efecto de las emigraciones de grupos mozárabes hacia las tierras del Norte,
que se produjeron durante el siglo IX y a comienzos del x.
Tampoco conocemos la distribución de esta población en las distintas
zonas del solar hispánico, urbanas o rurales, ni la proporción existente entre
la población islámica (de origen externo: bereber, árabe, sirio, negro o esla¬
vo; o de origen interno: muladíes o nuevos musulmanes de ascendencia his¬
pánica) y las poblaciones cristiana y judía, asimismo importantes. Con
respecto a la distribución de esta población por al-Andalus, cabe suponer,
con Lévi-Provencal, que las zonas ribereñas y las cuencas del Ebro y del Gua¬
dalquivir, en particular esta última, eran las más pobladas en el siglo x. Las
feraces huertas de Murcia y Valencia contrastaban asimismo con la aridez
de la meseta central, casi desértica. La población de las aglomeraciones ur¬
banas del sur y del este peninsular era poco inferior a la de los siglos xv
y xvi, y algunas capitales de coras (kuras o distritos comarcales), como Al-
geciras, Écija, Jaén o Almería, contaban con un número de habitantes bas¬
tante mayor que en la actualidd, en tanto que otros distritos, como algunos
de la zona de Alicante próximos al mar y dominados por las dunas de are¬
na, eran más propicios para el desarrollo de la vida en solitario o en peque¬
ños grupos de santones y ermitaños.
Córdoba, la capital del califato, fue un caso excepcional de expansión
urbana. Ya nos hemos referido a ella, pero conviene insistir un poco en el
hecho de que al-Andalus fue país de grandes ciudades en comparación con
el resto de Europa en aquellos siglos de la Alta Edad Media. Una docena
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 67

de ciudades, por lo menos, superaban la extensión de 40 hectáreas y los 15.000


habitantes. La mayor de ellas, Córdoba, pudo contar con 250.000 habitan¬
tes como hemos dicho, o acaso con 500.000 como algunos piensan, en su
época de máximo esplendor, pero también es posible que su recinto, de unos
cuatro kilómetros de muralla y siete puertas, sólo albergara unos 100.000
habitantes, teniendo en cuenta los grandes espacios internos vacíos y el am¬
plio espacio que ocupaban conjuntos como los del Alcázar, la Gran Mez¬
quita o el zoco o alcaicería. Le seguiría en importancia Sevilla, segunda ciudad
de al-Andalus, también en la orilla izquierda del Guadalquivir, con una ex¬
tensión de 187 hectáreas y unos 83.000 habitantes. Toledo, en el Tajo, con 106
hectáreas, no debía contar más de 35.000 a 37.000 habitantes al comenzar
el siglo XI, poseyendo un núcleo de población mozárabe importante. Alme¬
ría, Granada y Badajoz, con superficies de 79 a 75 hectáreas, oscilarían en¬
tre 27.000 y 26.000 habitantes, cifra no superada por la ciudad de Mallorca
aunque tuviera una superficie cercana a las 90 hectáreas.
Mucho menores eran ya Écija, Zaragoza, Jerez de la Frontera, Valencia
y Málaga, con extensiones superficiales entre las 56 y las 45 hectáreas, salvo
la última de sólo 37, y con una población que oscilaba entre los 18.000 y
los 15.000 habitantes. En la mayoría de las ciudades de alguna importancia,
junto a las comunidades mozárabes o cristianas solían figurar las comuni¬
dades judías, que tendieron a vivir en barrios separados o especiales. Se ha
calculado en unos 50.000 el número de judíos residentes en al-Andalus en
los primeros siglos de la conquista islámica, pero esta cifra es muy insegura.
Tan insegura, por lo menos, como puedan serlo las que se dan para los cris¬
tianos o para los islamitas. También se ha calculado que no hubo más de
30.000 a 50.000 árabes de raza o de ascendencia en la España islamizada
de los primeros siglos. Sabemos que en Toledo, por ejemplo, el barrio judío
era importante, y en Granada, en el siglo x, es posible que la mayor parte
de la población fuera judía, o que por lo menos vivieran en ella unos 5.000
judíos. Lucena parece que fue la metrópoli del judaismo español. Contiguo
al palacio califal de Córdoba se extendía el amplio barrio judío. Parece ser
que no fue escaso el número de judíos hispanos convertidos al islam, aun¬
que se les permitía el ejercicio de su culto y la existencia de sinagogas con
bienes propios. Los judíos hispanos, como por doquier, se dedicaban a ofi¬
cios artesanos, al comercio, al ejercicio de la medicina y eran también exce¬
lentes diplomáticos y consejeros de los califas, actuando como agentes
indispensables en las relaciones políticas y económicas de al-Andalus con
la España cristiana del Norte. Pero también había judíos en el campo y de¬
dicados a la agricultura, aunque mayoritariamente la población judía resi¬
diera en los núcleos urbanos.
Todas las ciudades solían tener sus arrabales y un llano próximo a los
68 MANUEL RIU RIU

muros donde se celebraba el mercado al aire libre, oratorios y hospitales junto


a los caminos de acceso y no lejos de las puertas, la leprosería, algún puente
de piedra y espléndidos paseos y alamedas, huertas y jardines con árboles
frutales, fincas de recreo (munya o almunias) con buenos regadíos, molinos
y norias, etc., de modo que los alrededores de la urbe resultaban muy pla¬
centeros. En el centro o madina del núcleo urbano no faltaban el alcázar
o la Alcazaba, la Gran Mezquita, o mezquita principal, y el zoco de los pro¬
ductos de lujo o alcaicería, además de las calles estrechas, tortuosas y a ve¬
ces cerradas, en torno de las cuales se agrupaban los artesanos de los distintos
oficios.
La aportación hispana, mayoritaria, a la constitución de la sociedad an-
dalusí supuso para ésta una caracterización muy peculiar, que no podía de¬
jar de sorprender a los viajeros orientales que llegaban a al-Andalus:
«Admirados —como ha observado Lévi-Provengal— de ver cómo se codea¬
ban en las calles y en los zocos de las ciudades gentes de aspecto tan poco
uniforme, rubios y morenos, blancos, mestizos y negros, que se hablaban
más en romance que en árabe y que vivían en una simbiosis al parecer ar¬
mónica con numerosos dhimmíes cristianos y judíos también casi siempre
vasallos leales del régimen.»
Los datos de población que poseemos suelen ser, además de escasos, in¬
directos. Al final del califato, en el primer tercio del siglo xi, la media de
vida puede que llegara a los 72 ó 75 años, según el estudio realizado por
María Luisa Ávila, en un primer intento de aplicar los métodos de la demo¬
grafía histórica a los diccionarios biográficos árabes. Con base en el análisis
por ordenador de las fichas biográficas de 1.144 personajes, observa que las
sequías y el hambre registradas en las crónicas fueron causa de una mayor
mortalidad, aunque no faltaron individuos que alcanzaban los 80 y aun los 90
años, pudiendo calcularse que el porcentaje de los fallecidos entre los 75 y
los 84 años oscilaba en torno del 34 al 38 por 100. La tasa de natalidad era,
asimismo, alta.
Pestes, epidemias y plagas (como la de langosta que sufrió al-Andalus
en 993), o las condiciones climáticas adversas, hicieron subir la curva de fa¬
llecimientos, cada ocho o nueve años, como si se tratara de unos ciclos repe¬
titivos. Riadas, luchas y matanzas (hemos visto algunas de ellas en las páginas
anteriores) influyeron también en las pérdidas de población.
Aunque las fuentes no permiten seguir, en todos sus puntos, las corrien¬
tes migratorias, sabemos que se viajaba bastante. La obligatoriedad islámi¬
ca de la peregrinación a La Meca facilitaría los viajes a Oriente, pero en
al-Andalus vivían gentes procedentes no sólo del norte de África (del Ma-
grib, de Ceuta o de Barca), sino del Mediterráneo oriental (de Creta, de Egipto
o de Siria, por ejemplo), de la península arábiga (del Yemen o de Omán),
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 69

de Persia (de Hamadan, de Nischapur, de Susa, de Maru) y del Lejano Oriente


(de Bujara, Samarcanda o de la India).
Tomando algunas ciudades representativas, tales como Córdoba, Tole¬
do, Ecija, Pechina, Zaragoza y Almería, se observa que la tasa migratoria
externa e interior puede alcanzar entre un 20 y un 30 por 100. Lo cual quiere
decir que son muchos los que se desplazan, de forma temporal o definitiva,
de un lugar a otro. Córdoba, la ciudad mejor documentada, nos permite
saber que el número de habitantes nacidos en la propia ciudad no suele re¬
basar el 50 por 100 y aun, a veces, no supera el 40 por 100. La proximidad
de Sevilla a Córdoba hace, a su vez, que Sevilla no crezca sensiblemente has¬
ta después de la pérdida de poder político de la capital, y su florecimiento
bajo los abbadíes, a que nos referiremos en la segunda parte de este volu¬
men, es tan sólo apreciable durante el reinado de al-Mutadid (1042-1069).
Ecija pierde importancia a partir del saqueo y destrucción de sus muros
por las tropas de Abd al-Rahman III en 913, y ya no se recuperará. También
Pechina, que empezó a ser abandonada por sus habitantes en 1011, fue per¬
diendo importancia hasta quedar totalmente despoblada en el lapso de dos
generaciones (en 1067). Buena parte de los habitantes de Pechina se trasla¬
daron a Almería y ésta prosperó sensiblemente. Parece que Toledo se man¬
tuvo, en todos estos avatares, porque sus habitantes eran los más reacios a
emigrar de la ciudad. Tan sólo un 6,5 por 100 de los nacidos en Toledo pare¬
ce haber salido de ella para ir a residir en otras partes. Similar, le pareció
a María Luisa Ávila el caso de Zaragoza, dado que tan sólo uno de cada
siete zaragozanos se registra como fallecido fuera de su ciudad natal.
El final del califato supuso, en torno de 1031, una emigración notable
no sólo interna, sino también hacia el exterior (de un 23 a un 38 por 100),
aunque mayoritariamente se tratara de emigrados temporales. Los reinos de
Taifas cabe suponer que representaron una redistribución, todavía mal co¬
nocida, de la población de al-Andalus en función de los nuevos centros de¬
cisivos del poder político. Pero éste es uno de los muchos temas sin estudiar.

El gobierno y administración de la España califal

Aunque ya nos hemos referido a algunos aspectos de la política adminis¬


trativa y económica de los califas de al-Andalus al examinar brevemente sus
reinados, cabe insistir aquí en que la organización política de la España ca¬
lifal fue una réplica, actualizada a medida que lo requerían las circunstan¬
cias, de la del califato de Bagdad, introducida en la Península, según vimos,
ya en tiempos del emir Abd al-Rahman II. El soberano andaluz, convertido
en califa, era el imam del pueblo islamita y, por lo tanto, debía inspirar con
70 MANUEL RIU RIU

la colaboración de los faquíes malikíes las normas de vida de la comunidad


musulmana, de acuerdo con los principios coránicos y la tradición sunní.
Soberano autócrata, por ser jefe espiritual y temporal a la vez, podía dis¬
poner de la vida de sus súbditos, presidía la oración del viernes en la mez¬
quita mayor, juzgaba en última instancia, acuñaba moneda con su nombre
y regía la Hacienda a su gusto, o al de sus consejeros, sin normas estrictas.
La etiqueta de la corte califal se hallaba estrictamente reglamentada en
modelos abbasíes. En el Alcázar de Córdoba y en el palacio de Madina al-
Zahra se celebraban pomposas recepciones, precedidas de fastuosos desfiles
y cortejos por las principales calles de la capital. El califa, que no usaba
corona, se sentaba en un amplio lecho con las piernas cruzadas o en un tro¬
no, con el cetro o báculo de extremo curvo en la mano, siendo éste uno de
los símbolos del poder desde el ya remoto Imperio egipcio. La primera in¬
signia del poder del califa era, sin embargo, el anillo o sello califal (jatam).
Al ser proclamado un nuevo califa se le debía prestar el juramento de
fidelidad. La aristocracia (jassa) se lo rendía en palacio y por orden jerár¬
quico siguiendo el ritual de Oriente. La plebe lo prestaba en las mezquitas,
ante un funcionario delegado a este fin por el califa. El hachib, o ministro
de Estado, suplía al califa y era el jefe directo de la administración central.
Con él colaboraban, como ya hemos ido viendo, los visires o ministros, con¬
sejeros del califa. Uno y otros percibían un sueldo (rizq) por su trabajo, de
acuerdo con su condición, y dones suplementarios. Existían varios ministe¬
rios, como hemos visto los hubo también ya en la España emiral: uno para
el ejército, otro para la correspondencia o correos, cuyo visir solía ser a la
vez jefe de la Cancillería para coordinar mejor ambos servicios; otro para
la contabilidad o Hacienda, con tesoreros a las órdenes del correspondiente
visir; otro para la represión de los abusos del poder o Justicia, etc. Las ofici¬
nas centrales (kitaba), que radicaban en el propio palacio califal, contaban
con numerosos funcionarios o empleados.
Al frente de las oficinas se hallaba un kátib, o secretario de Estado, res¬
ponsable de la documentación oficial, y otro kátib alzimam, o secretario de
Hacienda, se responsabilizaba de la coordinación de los servicios de este mi¬
nisterio. El califa solía tener además un secretario particular (kátib jass), a
quien dictaba las órdenes que debían pasar a los distintos visiratos. Para la
distribución de éstas por todo el territorio de al-Andalus se contaba con el
servicio de correos estatal (barid), imitado del persa sassaní a través del ab-
basí, a cuyo frente se hallaba un intendente (sahib al-barud). Este servicio,
en la época califal, solían efectuarlo esclavos negros sudaneses, montados
en muías, y podían utilizarlo particulares mediante el pago de unas tarifas.
Además del tesoro estatal, que se custodiaba en el palacio del califa, y
del tesoro privado del califa (independiente de aquél), era cuantioso tam-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 71

bién el tesoro formado por las fundaciones pías (habices), en poder de las
mezquitas y destinado a obras piadosas o sociales. Un sistema fiscal, rigu¬
roso, nutría las arcas de los dos primeros tesoros, aunque la documentación
conservada no nos permite conocer el detalle de su gestión. La suma anual
de ingresos al tesoro público se cifraba en unos seis millones de dinares. El
califa percibía al año unos 765.000 dinares para sus gastos personales o fa¬
miliares. Ibn Hawqal —el llamado «espía» de los abbasíes en España— cuen¬
ta que Abd al-Rahman III disponía de una reserva de 20.000.000 de dinares
(en el año 951) y que dicha reserva se elevó a cuarenta millones en tiempo
de al-Hakam II (en 976). A estas cifras, más o menos cuestionables, habría
que añadir los ingresos extraordinarios del tesoro (quinto del botín, tanto
por ciento del importe de las transacciones comerciales, etc.), las contribu¬
ciones y el monopolio de la acuñación de la moneda de oro (dinares) y plata
(dirhemes). Desde que Abd al-Rahman III renovó en 928 la ceca (dar al-
sikka) de Córdoba y puso al frente de la misma un intendente (sahib al-sikka),
se cree que se acuñaron piezas por valor de unos ocho millones de dinares
al año. Es posible que la venalidad de los cargos públicos contribuyera tam¬
bién a nutrir las arcas del tesoro en repetidas ocasiones.
Para la administración provincial, al-Andalus se hallaba dividido en un
mínimo de 21 circunscripciones o coras (singular: kura, plural: kuwar) y un
máximo de 37 en plena época califal, subdivididas como ya hemos indicado
en climas (singular: iqlirrí) o distritos menores, y en tahas o valles naturales
caracterizados por su unidad de población. Nueve de estas coras conserva¬
ban el calificativo de muchannada por gozar del estatuto de los chunds, de¬
bido a la presencia en ellas de los sucesores de los sirios establecidos a
mediados del siglo vm. Tal era, por ejemplo, el caso de la cora de Qinnas-
rin, en Jaén. Otros distritos gozaban de un estatuto especial por su situa¬
ción fronteriza.
El estudio de un documento sobre la recaudación fiscal de la cora de
Córdoba, parte de un magram o registro, transmitido por al-Udri, en el cual
se señalan los doce distritos de la cora y, dentro de cada uno de ellos, las
alquerías (al-qarya) que constituyen sus unidades fiscales, con un total de
773 alquerías (560 de ellas musulmanas y 213 cristianas) o comunidades cam¬
pesinas, ha permitido a Miquel Barceló formular una serie de consideracio¬
nes sobre la continuidad y perfeccionamiento del sistema fiscal de la España
emiral y califal (sistema que desaparecería con los reinos de Taifas). El regis¬
tro permite precisar que buena parte de los ingresos procedían del impuesto
fundamental islámico o zakat generado por el trabajo de las comunidades
campesinas, y de la tasa (nadd) para la exención del servicio militar (hasd),
en tanto que los ingresos procedentes de actividades comerciales no supo¬
nían más de un 15 por 100 del total.
72 MANUEL RIU RIU

En la alcazaba (qasaba) o fortaleza principal de la capital (al-hadira) de


cada cora vivía el walí o gobernador civil de la misma, designado por el ca¬
lifa, y a quien debía rendir cuentas de su gestión. En la misma alcazaba ra¬
dicaban los servicios y oficinas provinciales, entre ellas la de recaudación
de impuestos, con cuyos ingresos se cubrían los gastos de dicha administra¬
ción provincial, enviando el sobrante a las arcas del tesoro en Córdoba. Se
establecieron asimismo dos zonas fortificadas o marcas (singular: thagr; plural
thugur), frente a los estados cristianos; y en las costas, frente a África. La
dirección de estos territorios fronterizos correspondía a un general (qaid)
o «marqués», siendo obvia la semejanza con distritos fronterizos parecidos
de los imperios carolingio y otónida. La llamada Marca Superior tenía su
centro en Zaragoza, y la Mediana en Medinaceli, como ya hemos anticipa¬
do. De la Marca Inferior, o del Occidente, se tienen escasas noticias, por
lo que algunos autores han supuesto que habría desaparecido ya en la época
califal. En todas estas zonas se alzaban numerosas alcazabas y castillos me¬
nores, con murallas de manipostería y de tapial, cuando no de piedra y con
aparejo «de soga y tizón» bien labrado y perfectamente ensamblado, muy
propio del siglo X. Entre los lienzos de muralla se alzaban torreones de planta
cuadrada. Y otras torres exentas, de dos plantas, empezaban a proteger las
alquerías. Estas fortalezas, desde el siglo IX, habían empezado a sustituir
en al-Andalus a las fortificaciones de madera, adelantándose a las construc¬
ciones del resto de la Europa occidental.
Un ejército permanente, reclutado entre los andalusíes y pagado con los
ingresos del impuesto que eximía a los campesinos del servicio militar, los
ejércitos mercenarios extranjeros (de milicianos bereberes, de esclavos esla¬
vos o negros, o de milicias cristianas a sueldo) y las tropas de voluntarios
de la «guerra santa» islámica, constituían la defensa del califato. Se ha esti¬
mado que en total sumarían unos 30.000 peones y unos 5.000 jinetes, mas
las cifras que se barajan son inseguras. Es posible que a lo largo del califato
variaran mucho. También hablan las fuentes de unos 3.900 camellos y de
2.000 acémilas para los transportes de la impedimenta (compuesta por las
provisiones, más de 100 tiendas de campaña desmontables y unos 30 pabe¬
llones). Almanzor, como ya hemos señalado, reforzó el ejército con berebe¬
res y, en algún momento, llegó a tener en campaña unos 70.000 hombres.
Las armas usuales eran la lanza, hacha, pica, maza, sable, daga y arco, sin
que hubieran variado esencialmente desde la época emiral. Asimismo dis¬
pusieron los califas de una escuadra, a la que ya nos hemos referido varias
veces, que llegó a contar de 200 a 300 navios, al frente de un «comandante
de la flota». El puerto militar más importante del califato llegó a ser el de
Almería (al-Mariyya, «la marina»).
Para completar un poco esta rápida visión de las instituciones califales
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 73

nos falta examinar la organización judicial. En la base de la misma se en¬


cuentran, como en época emiral, el cadíde Córdoba y los cadíes de las capi¬
tales de las distintas provincias. Asistían al cadí, en sus funciones de juez,
los faquíes o expertos en la ley coránica, y aquél juzgaba en la mezquita
o en su propia casa. Otros magistrados judiciales fueron el radd, o juez de
apelación, y los mazalim o magistrados de los tribunales superiores. En las
ciudades podían también administrar justicia, en determinados casos, el sa-
hib al-madina (zalmedina) o prefecto de la ciudad; el sahib al-suq (zabazo-
que) o juez del mercado; y el sahib al-shurta, o jefe de la policía urbana
(shurta), todos ellos por delegación del califa, juez supremo de los islamitas.

La economía de la España califal

La variedad y diversidad del paisaje de al-Andalus y la distinta calidad


de sus tierras condicionaban los perfeccionamientos técnicos introducidos
por los árabes en la agricultura, aprovechando los conocimientos adquiri¬
dos en Oriente en contacto con persas y bizantinos y los hallazgos del mun¬
do romano occidental. En las zonas de secano se plantaban viñas, olivos,
habas y leguminosas (garbanzos y habichuelas principalmente), cereales (tri¬
go, cebada, centeno) y maíz. El cultivo de los cereales, cebada y trigo en
especial, era con mucho el mayoritario, sobrepasando la cebada al trigo, me¬
didos en almudes y cafices. En las zonas regables, vegas y huertas de Anda¬
lucía y Levante, alcanzaron gran expansión, con los cultivos de huerta, las
plantaciones de árboles frutales: cerezos, manzanos y perales, granados,
agrios, almendros y platanales, junto con las higueras y los campos de caña
de azúcar. Surgieron en ellas numerosos cortijos y alquerías (en número su¬
perior a las 65 alquerías o aldeas por clima o distrito), agrupadas con fre¬
cuencia en la falda de un castillo o fortaleza.
Entre los procedimientos de explotación, destacaron los grandes latifun¬
dios cultivados por colonos mediante contratos de aparcería o mediería (lla¬
mados muzaraa en las tierras de secano, y musagat en las de riego). En estos
contrarios agrarios, unas veces las simientes y cosechas iban a medias, pero
era más frecuente que el colono obtuviera sólo para sí un tercio de la cose¬
cha y aun un cuarto, debiendo entregar el resto al propietario. También se
utilizaría ya el cultivo por colonos libres «asociados» al dueño de las tierras,
sistema conocido por la voz sharik, que daría lugar al exarico aragonés, ates¬
tiguado por la documentación a partir del siglo xii, cuando se había recon¬
quistado el valle medio del Ebro. Las plagas de langosta, sequías y
granizadas pesaban sobre el campesino, pero, de acuerdo con estos contra¬
tos, también afectaban al propietario de las tierras al reducir su parte. Los
74 MANUEL RIU RIU

cronistas musulmanes, como los cristianos, no suelen dejar de dar cuenta


de estos infortunios, aunque a menudo no permitan cuantificarlos.
La oleicultura y la viticultura alcanzaron gran desarrollo. Las zonas de
Sevilla, Córdoba, Jaén y Málaga fueron las principales productoras de acei¬
te y aceitunas, permitiendo una amplia exportación. La viticultura, no obs¬
tante la prohibición coránica del vino, se desarrolló por todas partes, pues
se hacía gran consumo de uvas frescas y de pasas, sin dejar de utilizar el
vino también. Las aceitunas, de distintas clases, se prensaban ya en las al¬
mazaras o molinos de aceite. Y es de suponer que existirían también lagares
y prensas para el vino, aunque estuvieran muchas veces en manos de mozá¬
rabes o judíos. Las excavaciones realizadas en los años 1976 a 1979 en el
cerro de Marmuyas (Comares, montes de Málaga) permitieron el hallazgo
de una almazara con su depósito para el aceite y de una prensa cuadrangu-
lar para el vino.
Según es sabido, los musulmanes perfeccionaron los regadíos encontra¬
dos en al-Andalus, mediante numerosas canalizaciones, acequias y albercas,
elevando el agua de los ríos por medio de ruedas hidráulicas, o de otras má¬
quinas como las garruchas y el cigüeñal. Supieron aprovechar los manan¬
tiales, fuentes y pozos, y canalizar el agua ya mediante construcciones al
aire libre o subterráneas (qanats), fertilizando tierras yermas. En esta orga¬
nización de los regadíos destacaron los inspectores de riegos y los tribunales
populares.
En la variedad de cultivos andalusíes cabe señalar también las plantas
aromáticas, utilizadas para la elaboración de perfumes, el azafrán (cuya va¬
riedad toledana era muy apreciada) y las plantas textiles: lino, algodón, cá¬
ñamo y también esparto. El lino se producía en especial en la cora de Elvira
y se exportaba a Oriente. El esparto, en las zonas de Sevilla y de Guadix.
La sericultura tenía sus principales centros en Baza y Jaén. El cultivo del
árbol de la morera y la cría del gusano de seda se extendieron especialmente
en este tiempo. La cría de abejas y la presencia de colmeneros y elaboración
de miel tuvo asimismo su gran centro en la región de Jaén. También la cría
de pichones y palomas se intensificó, por la calidad del estiércol que estas
aves proporcionaban para abono de los campos más que por el aprovecha¬
miento de su carne.
En la cría y recría de ganado, destacó la del caballar y mular, junto al
ovino y cabrío. El sadaqa o impuesto sobre el ganado tan sólo debería pa¬
garlo, de acuerdo con el texto del califa al-Hakam (972), quien poseyera más
de cinco camellos, más de cuarenta cabezas de ganado menor o más de treinta
cabezas de vacuno. Para las ovejas y cabras se estipula que se pague una
cabeza entre las 40 y las 120, dos cabezas entre las 120 y las 200, y otra cabe¬
za más por cada centenar a partir de las 200. Para el ganado bovino, entre
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 75

30 y 40 cabezas deberá pagarse una ternera de dos años y, a partir de las


40 cabezas, una vaca de tres años. Los bóvidos eran muy estimados. Por
parte de los mozárabes se daba la cría de cerdos, aunque no en cantidades
relevantes.
Sobre la producción minera y la metalurgia de al-Andalus faltan aún es¬
tudios realizados con métodos actuales, aunque las crónicas proporcionan
algunos detalles y registran la existencia de minas en explotación. Nos ha¬
blan, por ejemplo, de la extracción de oro en las arenas del Segre (Lérida)
y del Darro (Granada), de la producción de plata en distintos lugares de al-
Andalus, así como de hierro, mercurio, cobre, estaño y plomo. No parece,
sin embargo, a pesar de la belleza de algunas piezas de fundición, que la
metalurgia llegara a gran altura, si bien consta que hubo en Córdoba, en
tiempos de al-Hakam II, talleres reales en los cuales se fabricaban al año
diez mil rodelas, otras tantas adargas, arcos y cotas de malla, además de
unas ocho mil espadas y otras tantas lanzas.
Otras fuentes nos hablan de la existencia de más de ochenta minerales
en al-Andalus: cristal de roca en Montoro y Cabra, galena en Córdoba, hie¬
rro en Almería, rubíes en Montemayor, turquesas en Lisboa, lapislázuli en
Lorca, calamita imantada en Cehegín, etc. La extracción de sal gema y la
elaboración de sal a partir de las aguas de distintas fuentes saladas está tam¬
bién fuera de toda duda, como lo está el aprovechamiento, con fines medici¬
nales, de las aguas termales (recuérdese las al-hamma, que dejaron su
testimonio en la toponimia). Los recursos del mar fueron asimismo amplia¬
mente aprovechados, y en particular la pesca. Por lo poco que sabemos de
ella, se hacía gran consumo, en especial de sardina.
El comercio de al-Andalus con Europa y con el Oriente mediterráneo,
aunque no supusiera para el tesoro mas que una modesta entrada, existía,
en manos principalmente de mercaderes judíos y cristianos. Del norte de Áfri¬
ca se importaba trigo, o tapices de fieltro magrebíes, que se teñían en Cór¬
doba; y marfil, oro y esclavos. El comercio de esclavos, especialmente
eunucos, y de esclavas blancas y negras, fue considerable. Esclavas canto¬
ras, adiestradas en Oriente, tenían gran aceptación en la corte califal. No
olvidemos que Subh, una esclava cantora vasca de la que se había enamora¬
do el califa al-Hakam, fue la madre de Hisam II. La industria y el comercio
de lujo, las telas de lana, seda y lino; el mobiliario, la peletería y la cerámica
de calidad tenían un buen mercado en los zocos y ferias de al-Andalus. To¬
das las ciudades importantes poseían su alhóndiga (funduq), depósito de mer¬
cancías y posada para extranjeros o forasteros.
Las principales rutas terrestres, recorridas en jornadas de unos 30 kiló¬
metros, seguían siendo las de época romana, con escasas modificaciones en
su trazado, si bien consta que en la época califal se rehicieron varios puen-
76 MANUEL RIU RIU

tes, entre ellos en 955 el de Zaragoza, sobre el Ebro. Catorce caminos princi¬
pales se señalan todavía en este tiempo, uniendo los núcleos de población
de mayor envergadura, y casi todos partían de Córdoba. De esta ciudad a
Mérida se contaban cinco jornadas, a Toledo siete, a Santarem ocho y a Lis¬
boa catorce. En cada etapa existían ventas o conventos mozárabes donde
los viajeros podían descansar. La navegación fluvial y la de cabotaje, que
alcanzaba hasta las Baleares y el norte de África, tuvo también una activi¬
dad intensa en la esfera mercantil.
Con respecto al artesanado, esencialmente urbano, cabe recordar la exis¬
tencia de una organización gremial, a cuyo frente se hallaba el alamín o sín¬
dico. En los distintos oficios cabe advertir también la existencia de maestros,
con plenos derechos y taller propio, oficiales a sueldo y aprendices. Las in¬
dustrias principales eran las del tejido y vestido, cueros y pieles, espartería,
cerámica y tejas, calzado, pergaminería y la de la construcción. Existía ade¬
más una industria del lujo, concentrada en las alcaicerías, y especializada
en telas finas de seda y de lino, tejidos impermeables, cordobanes, orfebre¬
ría, etc. Hubo oficios que dieron nombre a varias calles. Y aun se lo dieron
también las características de determinado comercio. El Zacatín (al-saqqatin),
por ejemplo, era la calle de los ropavejeros. Niebla destacó por la calidad
de sus cueros curtidos. Lérida por sus mantas de lana exportadas al norte
de África, Almería por sus atarazanas dedicadas a la construcción naval,
Baza por sus tapices, etc.

Medidas, monedas y precios

Subsistía en la España califal una gran variedad de pesas y medidas. Per¬


sistían dos tipos de codo, el común, de 42 centímetros, y el codo rassasíque
medía 55,72 centímetros. Ambos se utilizaban en la construcción de edifi¬
cios y como medidas de longitud. Las distancias itinerarias, en cambio, se
calculaban en millas, equivaliendo la milla a 1.857,57 metros. Entre las me¬
didas de capacidad baste consignar el almud o modio, equivalente a unos
60 kilogramos, o a siete cahíces o cafices.
Vamos a detenernos algo más en la moneda. Como se recordará, a par¬
tir del 928 Abd al-Rahman restauró la ceca de Córdoba, a cuyo cargo puso
alamines, e inició la acuñación de dinares de oro y dirhemes de plata con
su nombre. Durante el califato, la mayor parte del numerario salió de esta
ceca de la capital, salvo en el período de 948 a 975 en que la ceca de Medina
al-Zahra la sustituyó. Se acuñó principalmente dinares de oro, de unos cua¬
tro gramos de peso por término medio; dirhemes de plata, cuyo peso osciló
de 2,77 a 3,11 gramos, y fulus (singular:/o/.s/ de cobre, que valían 1/60 de
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 77

dirhem. La relación teórica entre el diñar y el dirhem, según unos y otros


autores, oscilaría entre 1/7 y 1/17, pudiendo establecerse la media en 1/12.
Con lo cual se establecería que un gramo de oro tendría el mismo valor que
doce gramos de plata. Puede que la confusión, no obstante, procediera del
hecho de haberse acuñado 1/4, 1/3 y 1/2 diñar, sin que estas piezas en cir¬
culación tuvieran siempre nombres claros para diferenciarlas, puesto que en
los tratos comerciales era más frecuente el pesarlas que el contarlas.
Los escasos precios y los valores de las mercancías que se conocen son
relativos y de interpretación difícil por ahora. Tan sólo nos permiten esta¬
blecer una tabla comparativa. En Córdoba, a comienzos del siglo xi, un mo-
dio de trigo valía seis dinares y uno de cebada sólo tres dinares. Por lo tanto,
cierta cantidad de trigo (unos 60 kilogramos) era apreciada el doble que la
misma cantidad de otro cereal destinado a la alimentación de los animales
como la cebada. Una casa en Córdoba podía costar de 160 a 280 dinares,
o sea, el equivalente a 27 ó 46 modios de trigo. Un albañil podía ganar al
día de un dirhem y medio a tres, o sea, el equivalente a un kilogramo y me¬
dio o tres de trigo, y éstos eran, aproximadamente, los salarios mínimos que
percibían las gentes de oficio o artesanos. El precio de una esclava podía
representar desde cinco modios de trigo (el equivalente a unos 300 kilogra¬
mos de trigo) hasta el salario de un artesano durante un año entero.
Aunque sólo sea a título comparativo también, podemos recordar aquí
que en la construcción de Medina al-Zahra se invirtieron quince millones
de dinares en veinticinco años. Que la ampliación de la mezquita mayor de
Córdoba, en tiempo de al-Hakam II costó más de 161.000 dinares y que el
almimbar de esta mezquita, mandado construir por el propio al-Hakam II
en 965, de madera de ébano, sándalo rojo y amarillo, azufaifo y leño de sa-
pán, con clavos de oro y plata, costó otros 35.000 dinares. Costó más dicho
almimbar que cien casas cordobesas...

La espiritualidad de la España califal

Si examinamos la literatura árabe referente a la España islámica tendre¬


mos ya la impresión, para esta época, de hallarnos ante un país profunda¬
mente islamizado. «A Dios pertenece al-Andalus», escribía el poeta Abu
Umara al-Basri, al ponderar sus bellezas naturales. Y Abu Ishaq al-Jaffayi
añoraba desde el norte de África volver a al-Andalus y añadía: «El Paraíso
en al-Andalus es como una desposada que, al descubrirse, ofrece un rostro
hermoso y un aliento perfumado.» Entre los hadites, o tradiciones piadosas
del Profeta, recogidas por Ibn Baskuwal, figuraba éste: «El que viva en al-
Andalus vivirá feliz y el que allí muera será mártir.» Sus habitantes solían
figurar entre los más preeminentes en la guerra santa a favor del islam.
78 MANUEL RIU RIU

Al-Andalus, el último país islámico en el extremo Occidente, era consi¬


derado por los musulmanes orientales como tierra de misión, con enemigos
acechantes y constantes. Por ello al-Andalus era espiritualmente considera¬
do «una de ias puertas del Paraíso», y se ponderaban sus excelencias. Un
solo día de ribat en sus fronteras se decía que «sería acreedor de mayor re¬
compensa que un año en cualquier otro país fronterizo». Mas, no debemos
olvidar que en al-Andalus vivían, además de musulmanes, cristianos y ju¬
díos en comunidades bien organizadas, a veces toleradas y en ocasiones per¬
seguidas. También a menudo, los cronistas nos recuerdan la persistencia de
viejas tradiciones y supersticiones preislámicas, a la vez que ponderan las
singularidades de algunas mezquitas que antes habían sido iglesias cristia¬
nas (como las vigas del techo de la de Uclés que medían 23 metros de longi¬
tud). Córdoba aparece a los ojos de los islamitas no sólo como la ciudad
de la ciencia, sino también «asilo de la sunna» o tradición ortodoxa, metró¬
poli y sede de hombres virtuosos y piadosos. Se lee que, en tiempo de Al-
manzor, Córdoba contaba 3.870 mezquitas o más incluso, de ellas 80 por
lo menos en el arrabal de Secunda. Las 300 aldeas de su distrito contaban
asimismo con mezquitas y pulpitos, en cada una de las cuales había un fa-
quí experto en cuestiones doctrinales y jurídicas, destinado a llevar a los fie¬
les por la vía ortodoxa.
La escuela ortodoxa malikí, introducida en España <¿n tiempo del emir
al-Hakam ben Hisam, significó el arrinconamiento del ritual y las opinio¬
nes de al-Awzai y los sirios, en favor de la doctrina de Malik y los medine-
ses, pronto extendida por al-Andalus gracias al Kitab al-Muwatta de Malik,
corregido por Yahya ibn Yahya al-Laytí que habría recibido en Oriente las
enseñanzas del propio fundador de esta escuela, adaptándolas a la idiosin¬
crasia de al-Andalus y mitigando su rigor. Se distinguieron, en este período
áureo del islam español, muchos faquíes o teólogos ortodoxos, pero hubo
también algunos brotes heterodoxos, como el sectario Ibn Masarra (T931),
eremita en la sierra de Córdoba, quien introdujo en España un movimiento
racionalista que luego desarrollarían discípulos de mérito, no obstante la de¬
saprobación oficial. Puede que, en efecto, el islamismo andaluz no destaca¬
ra por su espiritualidad ni por el cumplimiento estricto de los preceptos
coránicos, como se ha dicho reiteradamente.
Pero la espiritualidad islámica, en pleno siglo x, brota por doquier. En
los sellos de los califas de Córdoba se hallaban inscritas invocaciones a Dios.
En el que llevaba consigo Abd al-Rahman III se leía: «A Dios solicita la
victoria Abd al Rahman al-Nasir.» En el sello de al-Hakam II se había gra¬
bado: «Al-Hakam está satisfecho con el decreto de Dios», inscripción repe¬
tida en el de su hijo Hixam. La mezquita aljama o mezquita principal de
Córdoba era ya «la mayor del mundo musulmán» y la de Sevilla le seguía
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 79

en grandiosidad. Además de las mezquitas principales, en casi todos los nú¬


cleos urbanos de al-Andalus existieron numerosas mezquitas menores, de
planta rectangular, con el nicho o mirhab orientado a La Meca, patio con
su pozo para las abluciones rituales, suelo cubierto por esparto, un pequeño
alminar para llamar a los fieles a la oración, y el almuédano que se hallaba
al cuidado de la mezquita y hacía las veces de sacristán y maestro de escue¬
la, enseñando a los niños a leer y escribir con el Corán en la mano. Los ni¬
ños de al-Andalus aprendían, pues, con las primeras letras, los rudimentos
de la religión islámica y se sabían de memoria las azoras y las aleyas del tex¬
to sagrado de los islamitas, para completarlo con la sunna y los hadites que
corrían de boca en boca.
No faltaban tampoco, junto a los caminos, las zauiyas o eremitorios, lu¬
gares de peregrinación, próximos a los núcleos urbanos, donde acudían los
fieles a rezar y pedir consejo a los sufíes, sabios penitentes dotados de un
carisma especial. De no haber existido una fe practicante el paisaje rural y
urbano de al-Andalus hubiese sido muy distinto. Como en el mundo cristia¬
no, también en el islámico se consideraba obra piadosa la construcción de
puentes para facilitar los viajes y la práctica de la caridad para con los nece¬
sitados. Aunque el calor invitara a veces a saciar la sed con vino, y alguien
predicara que se podía comer carne de cerda hembra, puesto que en el Co¬
rán tan sólo se prohibía la del cerdo macho.
Santones y faquíes debían clamar por las calles contra toda suerte de vi¬
cios y aberraciones sexuales, contra el juego y contra las costumbres y can¬
tos licenciosos. Los testimonios literarios de la época traducen a veces, en
efecto, una situación moral poco edificante. La fe, pues, no siempre iba acom¬
pañada de las obras buenas.

La cultura de la España califal

Como exponente de la cultura de la España califal se suele invocar a me¬


nudo la extraordinaria biblioteca de al-Hakam II, cuyo catálogo contaba con
cuarenta y cuatro registros de cuarenta páginas cada uno, según su bibliote¬
cario el fatá Talid. Esta biblioteca no tenía paralelo en la Europa del siglo X,
aunque en la propia Córdoba hubiese otras bibliotecas importantes, alguna
de ellas especializada en temas jurídicos. Los expurgos ordenados, antes de
finalizar el mencionado siglo x, por al-Mansur, la subasta pública de una
parte de la biblioteca para sanear el erario, y el saqueo de los bereberes, aca¬
baron con esta maravilla que atesoraba el palacio califal cordobés. Pero bi¬
bliófilos y copistas de ambos sexos pudieron recoger el rescoldo cultural y
no faltan las noticias de bibliotecas notables en al-Andalus durante los si¬
glos posteriores.
80 MANUEL RIU RIU

Las obras de gramática árabe, traídas de Oriente, y a partir de ellas los


estudios filológicos y lingüísticos, alcanzaron relieve ya en el siglo x, cuan¬
do en 941 el filólogo armenio Abu Alí al-Qalí (T967), llegado del Irak, se
encargó de la educación del príncipe al-Hakam por encargo de su padre el
califa Abd al-Rahman III. Otros discípulos de este gran maestro iraquí fue¬
ron el historiador Ibn al-Qutiyya (T977) y el gramático sevillano Abu Bakr
al-Zubaydí (T989), preceptores a su vez del príncipe Hixam. Lexicólogos y
autores de diccionarios facilitaron a los andalusíes de mediados del siglo x
el aprendizaje del árabe culto, y destacaron en los comentarios de obras
clásicas.
Pero en la pedagogía de la época se fue más allá de los textos coránicos,
de la lingüística árabe o de la filosofía. El hachib al-Muwaffaq, que se rebe¬
ló en julio de 1010 en las regiones orientales, era un esclavo de Almanzor
que se había educado con sus hijos, aprendiendo bellas letras, el uso del arco
y equitación, enseñanzas deportivas que constituían el complemento indis¬
pensable de la buena educación del caballero.
Por otra parte, fueron numerosos los andalusíes que se desplazaron a
Oriente, ya para perfeccionar estudios, ya para cumplir con el precepto de
la peregrinación, y los orientales que vinieron a Andalucía. Sabios, litera¬
tos, poetas y juristas hallaron buena acogida en la corte califal de Córdoba.
Este constante ir y venir de personajes trajo consigo un intercambio prove¬
choso de libros y de ideas.
Las veladas nocturas del mes del Ramadán eran propicias a las reunio¬
nes literarias en las fincas campestres, en las cuales la música y la poesía
resultarían a veces tan imprescindibles como las mujeres y el vino. Los poe¬
tas Ibn Abd Rabbihi (1*940), Ibn Haní de Elvira (T 973), Ibn Farach de Jaén
(*í* 973) y Chafar al-Mushafí (T982) destacaron entre otros muchos.
Los califas solían mostrarse muy liberales con los eruditos extranjeros.
En Bagdad trabajaba un copista, Muhammad ibn Tarjan, para al-Hakam II,
y la poetisa Lubna fue también copista para el califa. Otras ciento sesenta
mujeres, expertas calígrafas, se ganaban la vida copiando manuscritos en
Córdoba. Pues, además de la biblioteca califal a la que hemos aludido ya,
hubo otras bibliotecas privadas importantes y bibliófilos de mérito. El pro¬
pio Almanzor que, como hemos indicado, hizo un expurgo en la biblioteca
de al-Hakam II, presionado por los faquíes malikíes, no fue una persona
indiferente a la cultura, quiso a su vez ser un mecenas y protegió a poetas
como el bagdadí Said.
Entre las bibliotecas privadas de la Córdoba califal se ha conservado no¬
ticia de las del cadí Isa ibn Futáis, del literato Ibn Yahya (T1041) y de la
erudita Aisha ben Ahmad (T1009).
Al-Jusání (1*971), un jurista kairuaní hispanizado y establecido en Cór-
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 81

doba, escribió la Historia de los jueces de Córdoba (Tarij qudat Qurtuba)


hasta 968, excelente recopilación de anécdotas que nos proporciona una vi¬
sión muy vivaz del ejercicio de la jurisprudencia en al-Andalus a partir de
la conquista islámica. Entre los historiadores cabe recordar que el polígrafo
Abd al-Malik ibn Habib (T852) hizo escuela, al recoger diversas tradicio¬
nes sobre la conquista de al-Andalus que se repetirían y ampliarían sin ce¬
sar. Mayor relieve alcanzarían, no obstante, las figuras de Ahmad al-Razi
(T955), el llamado «Moro Rasis», hijo de un mercader persa establecido
en Córdoba, y de Isa ibn Ahmad al-Razi, su hijo y continuador. Ambos in¬
fluirían en la historiografía cristiana bajomedieval de la Península.
Otros historiadores de al-Andalus fueron, en esta época, Ibn al-Qutiyya
(T977), apodado «el hijo de la goda» a quien ya hemos aludido; Arib ibn
Sad (T980), secretario de al-Hakam II, y el mejor de todos ellos, Ibn Hay-
yan (988-1076), de época posterior, permaneciendo en el anonimato la cró¬
nica del Ajbar Maymua (Colección de tradiciones) que abarca desde la
conquista hasta el reinado de Abd al-Rahman III y constituye una recopila¬
ción abigarrada de noticias, sin orden ni método alguno. Era habitual en
los historiadores árabes la copia de fragmentos íntegros o noticias literales
de otros que les habían precedido, indicando o no su procedencia y autoría.
A menudo estos fragmentos de obras han llegado a nosotros a través de las
transcripciones de terceros, o de los discípulos, siendo escasas las obras con¬
servadas enteras, aunque todavía hoy no es raro el hallazgo de piezas nuevas
en las bibliotecas de viejas mezquitas del norte de África (tales como las de
Fez, Rabat o El Cairo). Genealogistas y biógrafos completan el panorama
historiográfico de cronistas y analistas, pero es preciso tener en cuenta que
muchos datos y relatos referentes a la época de que ahora tratamos los han
transmitido historiadores muy posteriores a los sucesos, que pueden haber
interpretado a su modo sus fuentes de información, y la transmisión oral
del recuerdo de los acontecimientos, cuando habían transcurrido tres o más
generaciones, no siempre era fidedigna.
Las descripciones de rutas y territorios que dieron lugar a los tratados
de geografía de al-Andalus arrancan de Ahmad al-Razi, en el siglo x, y pro¬
siguen con Muhammad ben Yusuf al-Warraq, de Guadalajara (904-973), y
con Ibrahim ben Yaqub al-Turtusí, judío de Tortosa, a quienes se deben, res¬
pectivamente, las descripciones del norte de África y de Europa. Ya en la
época de los Taifas destacarían otros dos geógrafos andalusíes: Abu Ubayd
al-Bakrí (Tp. 1.094) y Ahmad ibn Umar al-Udrí (1002-1085), cuyas obras
proporcionan detalles inestimables para conocer el territorio de al-Andalus
califal, su organización y su economía.
Entre los poetas cortesanos de los omeyas cabe recordar a Ibn Darray
(T1030), quien cultivó asimismo la prosa rimada, Ibn Suhayd, e Ibn Hazm,
82 MANUEL RIU RIU

el autor de El Collar de la Paloma. A menudo los poetas no se limitan a


cantar los sentimientos del alma, sino que describen con ditirambos las gran¬
des gestas de sus patrocinadores y se convierten en cronistas de los acon¬
tecimientos, desarrollando una suerte de periodismo o reportaje literario,
semejante a los modernos cronistas de guerra. En el transcurso del siglo XI
la poesía hispanomusulmana alcanzaría mayor florecimiento en torno de las
cortes de los reinos de Taifas, ya por el mecenazgo de algunos reyes-poetas
como al-Mutamid de Sevilla (T1095), ya por la calidad de algunos poetas
como Ibn Zaydun (1003-1071), enamorado de la poetisa Wallada (hija de al-
Mustakfi), la cual prefirió al visir Ibn Abdús, asimismo poeta. Ibn Ammar,
originario de Silves, e Ibn Wahbun, de origen murciano, destacaron entre
otros muchos. Por entonces cobraba auge también la crítica literaria.
A la influencia de Oriente se debió además el florecimiento en la España
califal de la ciencia aplicada y de la medicina en particular, aunque hubo
precedentes ya a mediados del siglo IX como el de la figura del inventor Ab-
bas ibn Firnás, conocedor de la técnica de fabricación del vidrio e impulsor
de su aplicación en Córdoba. Médicos cristianos como Jalid ibn Yazid ibn
Ruman o judíos como Hasday ibn Saprut ejercieron en la corte de Abd al-
Rahman III, junto a otros de origen oriental, e hicieron escuela, en la que
destacó el Abulcasis (Abu 1-Qasim Jalaf al-Zahrawi, m. 1013) de los textos
latinos, autor del Kitab al-Tasrif famosa enciclopedia médico-quirúrgica.
Otros autores de tratados de farmacología y de botánica buscaron las pro¬
piedades medicinales de las plantas, como Ibn Wafid. A través de las pági¬
nas de las Categorías de las naciones del toledano Said ibn Ahmad (siglo xi)
cabe intuir el desarrollo conseguido por la medicina, las ciencias naturales,
la farmacología y la botánica, la astronomía y las matemáticas en la España
califal. La Materia médica de Dioscórides (un médico griego del siglo I),
enviada como regalo a Abd al-Rahman III, en 952, por el emperador bizan¬
tino Constantino VII Porfirogénito, fue traducida del griego al árabe en la
escuela de Córdoba y, a través del árabe, pasó a la Europa occidental. Otras
obras latinas, como las de San Isidoro y de Paulo Orosio, fueron asimismo
traducidas al árabe en la Córdoba califal. Alcanzó una gran difusión, asi¬
mismo, una voluminosa enciclopedia médica escrita por el cirujano Abu-1-
Qásim (T1013), entre otras muchas obras que revelan la curiosidad científi¬
ca de los islamitas hispanos.
Gracias al apoyo de al-Hakam II, la escuela de astronomía de Córdoba
adquirió también gran renombre, teniendo por maestro a Maslama ben Ah¬
mad al-Mayrití (T1008), conocido por Maslama de Madrid, quien supo
adaptar al meridiano de Córdoba las tablas astronómicas de al-Juwarizmí
y escribió un tratado sobre el astrolabio. Entre sus discípulos destacaron Ibn
al-Saffar (T1035), Ibn al-Samh, y más tarde Ibn Muad de Jaén (T1079)
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 83

y el autodidacta al-Zarqala o Azarquiel (T1100), astrónomo y matemático


de gran relieve. Los musulmanes hispanos no se limitan a estudiar y divul¬
gar la ciencia clásica, sino que aportan a ella un sentido práctico y crítico
basado en experimentaciones y especulaciones nuevas, en la trigonometría
plana y esférica, y en otras ciencias relacionadas con las matemáticas, la físi¬
ca y la química.
Como ha observado Joaquina Eguaras, siguiendo a José María Millás,
el interés de los musulmanes por la vida del campo no se limitó a la renova¬
ción de las técnicas agrícolas o al florecimiento en los siglos x y xi de los
poemas dedicados a las flores, llamados nawriyya, sino que dio lugar a una
renovada literatura geopónica cuyos principales representantes fueron el se¬
villano Abu Umar ibn Hayyay, el toledano Ibn Bassal y el granadino al-
Tignarí, los tres del siglo XI. Sus Tratados de agricultura, repletos de bue¬
nos consejos, fueron ampliamente aprovechados, varias generaciones más
tarde, por el sevillano Ibn al-Awwam, que vivió a finales del siglo XII. En
todos estos libros se dedica particular atención al cuidado de los árboles fru¬
tales, a los injertos y a las herramientas necesarias para poder proceder a
su realización práctica con garantías de éxito, entre otros muchos temas re¬
lacionados con la mejora de las técnicas agrícolas.

Las artes en al-Andalus

Con los musulmanes llegaron a España las corrientes del arte oriental
islámico. Si en la España visigoda ya había ejercido una cierta influencia
el arte bizantino, fueron principalmente desde el siglo vm las áreas de Siria
y de Egipto, a su vez influidas por Bizancio, las que más influyeron en las
nuevas construcciones.
El inicio de la Gran Mezquita de Córdoba por Abd al-Rahman I en 786
señala un hito. Sus sucesores, en sucesivas ampliaciones, fueron embellecién¬
dola hasta convertirla en un monumento único de la humanidad por su gran¬
diosidad y belleza. Sus 110 columnas, reaprovechadas de edificios romanos
y visigodos, y sus arcos superpuestos, daban a la singular construcción, de
planta rectangular, una majestad inigualada. A mediados del siglo x (951),
Abd al-Rahman III hizo construir el esbelto alminar que sirvió de modelo
a otros de España y del norte de África, y el califa al-Hakam II amplió el
recinto (961-966) de la mezquita para poder albergar a todos los hombres
que acudían a la oración solemne del viernes. La suntuosidad de la decora¬
ción todavía hoy es causa de asombro para los visitantes. No quiso ser me¬
nos al-Mansur y le añadió ocho naves más (988), quedando completada en
994, con 1.409 columnas y 89 lámparas grandes y 235 pequeñas con un total
de 10.850 luces y 300 servidores.
84 MANUEL RIU RIU

Al lado de la mezquita se construyó el alcázar de Córdoba, residencia


de los soberanos omeyas. En las cercanías de la ciudad, sobre tres platafor¬
mas escalonadas, se alzó también el conjunto de la ciudad-palacio de Madi-
na al-Zahra (936-976) que trató de emular al-Mansur en Madinat al-Zahira
(978-981), ambas destruidas de antiguo (en 1010) como ya hemos anticipa¬
do. Murallas y torres de planta cuadrada, auténticos castillos de piedra como
los de Gormaz, de Tarifa o de Baños de la Encina (968) revelan la calidad
y maestría de los artífices de la España califal. No es cuestión ahora de por¬
menorizar las características de todos estos y otros muchos monumentos,
pero bastará consignar que el desarrollo que está adquiriendo la arqueolo¬
gía medieval en España empieza a poner de relieve la calidad de otros mu¬
chos monumentos del ámbito rural, como el conjunto de las mezquitas de
las dunas de Guardamar, en Alicante, iniciado por Ahmad ibn Bohlul (944),
con sus tres mirhabs decorados con alfices pintados en rojo y con sus nume¬
rosos graffiti en las paredes estucadas que revelan la devoción que inspiraba
a los visitantes de esta rábita de época califal destinada a proteger la desem¬
bocadura del Segura. El gran edificio de planta rectangular, con sus cuatro
salas, puesto al descubierto por Rafael Azuar, nos advierte a la vez de la
calidad de vida de la época, contrastable hoy con las bellezas que atesora
el poblado de Cieza, en Murcia, descubierto por Julio Navarro, o el cemen¬
terio de la Zuda de Tortosa con una de sus solemnes tumbas de estuco rojo,
por citar unos pocos ejemplos recientes.
Cuando se estudian los grandes monumentos de la época califal se des¬
taca la variedad de arcos, de herradura peraltados y polilobulados, con do¬
velas de colores alternados, las cúpulas de nervios, columnas finas de muy
diversas procedencias, capiteles corintios o compuestos imitados del mundo
clásico, etc. O se señala la riqueza de la decoración epigráfica, geométrica
o floral, en mármol, alabastro, estuco, barro cocido, madera, toba, mosai¬
cos y piezas de barro vidriado. A pesar de que el tiempo y la malquerencia
de los hombres ha causado muchos destrozos, no es poco lo que va apare¬
ciendo de esta decoración en relieve y de la pintada en los zócalos, paredes,
techos y cúpulas de los palacios, viviendas y mezquitas.
También se construyeron entonces nuevos puentes y se restauraron los
romanos, así como acueductos, aljibes, fuentes y otras obras públicas de gran
solidez. Esta tradición constructiva continuaría, principalmente en la arqui¬
tectura militar, con los Taifas y con los dinastas africanos, adquiriendo ca¬
racterísticas propias, utilizando ya los sillares de piedra bien trabajada, ya
el sillarejo o ya el tapial, influyendo casi de inmediato en las construcciones
de la España cristiana. No debemos olvidar que consta específicamente la
presencia de artesanos cristianos, ya prisioneros encadenados, ya habitantes
de al-Andalus, en varias de estas grandes obras de la España califal.
LA ESPAÑA DEL CALIFATO DE CÓRDOBA 85

El arte mobiliario fue también de una gran riqueza y de gusto exquisito:


lujosas telas de seda (brocados), inspiradas en modelos sirios, iraquíes o cop-
tos; botes y arquetas de marfil o de plata repujada y dorada, decorados con
representaciones figuradas en relieve, en general escenas de caza o campes¬
tres; piezas en bronce (lámparas, cuencos, almireces, aguamaniles zoomór-
fícos, bellísimos candiles, etc.), joyería en plata y oro con engaste de camafeos
y piedras preciosas (brazaletes, collares, ajorcas, pulseras, pendientes, bro¬
ches, etc.), finas piezas de cristal azul y cerámica de ornamentación muy
delicada (bicromada: en verde y violáceo o pardo de manganeso, sobre fon¬
do blanco, formando figuras de trazos muy hermosos), y objetos varios de
alabastro, cristal de roca, azabache y cuero repujado. No sabemos hasta qué
punto estas obras salieron de las manos y talleres de artífices musulmanes
o de mozárabes, aunque algunos motivos decorativos, y en particular los
figurativos (de personas y de animales), han hecho pensar en una gran pre¬
sencia o influencia de la artesanía mozárabe. No deberíamos olvidar aquí
tampoco la calidad del trabajo de la madera. En el mobiliario destacan los
púlpitos de las mezquitas, pero a su lado cabe señalar la belleza de las puer¬
tas y de las vigas decoradas de los techos, entre otros muchos trabajos. No
es éste el lugar para un análisis detallado, bastará recordar que muchas de
las obras de los orfebres y artesanos de al-Andalus fueron objeto de expor¬
tación, de obsequios diplomáticos y de admiración en Europa y en el norte
de África.
3. LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS
DE RESISTENCIA AL ISLAM

Los INICIOS DE LA RECONQUISTA

Las tropas musulmanas llegadas a España a comienzos del siglo vm tar¬


daron muy pocos años en dominar el país, a pesar de ser escaso su número,
porque contaron con la colaboración de la facción witizana y supieron con¬
ceder a sus nuevos súbditos libertad religiosa y autonomía administrativa.
A partir del segundo decenio del siglo vm, se había producido ya la desar¬
ticulación del aparato político visigodo, la descomposición de las estructu¬
ras impuestas por romanos y visigodos parece haber sido bastante general
y afectaba incluso a las instituciones municipales y las eclesiásticas. Por to¬
das partes se manifestaba un retroceso hacia formas de vida más rudimen¬
tarias. La ruralización y la barbarización fueron su consecuencia más
destacada.
No faltarían, sin embargo, los insumisos o los comprometidos, del gru¬
po nobiliario que apoyó al rey Rodrigo en su lucha contra el invasor africa¬
no, y éstos tuvieron que buscar refugio en las regiones norteñas de Galicia,
Asturias y Cantabria o de Vasconia y en el vecino reino de los francos para
evitar las represalias de los primeros momentos. Cántabros y vascones po¬
seían castra o lugares fortificados en los límites imprecisos de sus territorios
fronterizos, que consentían refugio y resistencia. La cordillera Cantábrica
y los Pirineos proporcionaban, asimismo, lugares seguros para esconderse.
Los musulmanes tendrían que enfrentarse en la región norteña con los mis-
88 MANUEL RIU RIU

mos problemas que los visigodos. Los cántabro-astures y los vascones ha¬
bían conservado su estructura social primigenia en la cual los hombres libres
eran mayoría y las diferencias de clase mínimas, como han observado Mar¬
celo Vigil y Abilio Barbero al analizar los orígenes sociales de la reconquista
y buscar sus raíces.
En la parte más romanizada y cristianizada de este territorio norteño in¬
dependiente de hecho, la antigua Cantabria romana, nacería el primitivo reino
astur, y junto a él se formarían el condado de Castilla y el reino de Navarra.
El movimiento expansivo de unos pueblos que iban adquiriendo formas de
desarrollo económico y social más avanzadas pudo imprimir un dinamismo
decisivo al fenómeno histórico llamado reconquista, sin que inicialmente tu¬
viera un sentido de estricta continuidad con la realidad visigoda. Las fre¬
cuentes convulsiones internas que se manifestarán entre los distintos grupos,
no menores que las que se producían en la España musulmana paralelamente,
pueden haber tenido el mismo sentido de reminiscencias tribales. Con el tiem¬
po habría motivaciones políticas y religiosas para poder hablar de Recon¬
quista, mas éstas no aparecen en las primeras generaciones de resistentes al
poder del islam.
No tardará en surgir en el norte peninsular, a lo largo de la cornisa can¬
tábrica, una monarquía fuerte, que se considerará como sus coetáneas pro¬
pietaria de las tierras yermas y de las que vaya ocupando a los musulmanes.
Apoyada en una activa nobleza palatina y en un clero poderoso por sus do¬
minios territoriales; con abundancia de hombres libres, en su mayoría repo¬
bladores, que son a su vez pequeños propietarios, su economía será de tipo
ganadero y agrícola, muy tradicional, poco innovadora todavía. En cam¬
bio, no va a haber núcleos urbanos importantes, persistiendo gentes de las
tres religiones, cristianos, judíos y musulmanes, bajo el poder de los cristia¬
nos. El ideal propio de la Reconquista, tan aireado por la historiografía mo¬
derna, que implica la idea de liberar las tierras que los musulmanes detentaban
«injustamente», no se formularía hasta el siglo xi, pero los hechos de ar¬
mas y los avances y retrocesos de la línea fronteriza habían empezado bas¬
tante antes de que se formulara.
Según cuenta la crónica de Alfonso III, entre los nobles emigrados y re¬
fugiados entre los astures se hallaban Pelayo, antiguo espatario (miembro
de la guardia noble) del rey Rodrigo, y su hermana. Los astures pactaron
sumisión al emir de al-Andalus y los musulmanes dominaron la región, es¬
tableciendo un gobernador y un cuerpo de tropas en la ciudad de Gijón (713).
El gobernador islamita de Gijón, Munuza, compañero de Tarik, prendóse,
al parecer, de la hermana de Pelayo y, deseando casarse con ella, decidiría
alejar de Asturias a Pelayo, enviándole a Córdoba en una comisión (717),
o acaso como rehén y en garantía de la obediencia de los astures y de los
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 89
90 MANUEL RIU RIU

emigrados godos. De regreso a Asturias supo que Munuza se había casado


con su hermana y, al desaprobar la boda, el gobernador intentó apresarle.
Pelayo, perseguido, se declaró en rebeldía, estuvo a punto de ser apresado
no lejos del actual Infiesto, acaso en Santa Cruz de Brez, cruzó el Piloña
y se refugió en una cueva de los montes.
Allí estableció contacto con los astures que acudían a una asamblea lo¬
cal, hizo entre ellos los primeros prosélitos, fijó en el monte Aseuva o Ause-
va su centro de operaciones, y recabó la ayuda de los vecinos de los valles
cercanos. Éstos le eligieron jefe en 718, y de esa decisión nacería el núcleo
cristiano de Asturias, como reino rebelde al poder islámico.
Según esta versión de los inicios de la reconquista, recogida por Claudio
Sánchez Albornoz, no fueron los nobles godos quienes eligieron rey a Pela¬
yo, sino los astures. Con lo cual el inicio del reino de los astures tuvo un
carácter de movimiento insurreccional popular, y vendría inspirado por el
deseo de desquite de un noble godo que se consideraba ultrajado en su ho¬
nor familiar. La actuación de los invasores en estos cinco años habría dado
pie para que, una vez más, se manifestara el espíritu indómito de los norte¬
ños, cántabro-astures y vascos, reacios a aceptar cualquier dominio impues¬
to desde el exterior. En todo caso, parece ser que Munuza, temeroso de las
represalias, abandonaría Gijón (718) precipitadamente.

El reino de Asturias

Poco después, el triunfo obtenido en Covadonga (722) por unos 200 se¬
guidores de Pelayo (718-737), frente a un cuerpo de tropas islámico al man¬
do de al-Kama y en el cual participaba el obispo de Toledo, Oppa, hijo del
rey Witiza, enviado a convencer a Pelayo de que depusiera su actitud, per¬
mitió que continuara operando el grupo insurrecto, centrado en Cangas de
Onís. Durante diecinueve años Pelayo inició la reorganización del territorio
astur y de su Iglesia, y a su muerte le sucedió su hijo Fávila (737-739) de
quien sólo se sabe que edificó la basílica de Santa Cruz, en Cangas de Onís,
y fue muerto por un oso en un descuido, acaso yendo de caza. La temprana
muerte del hijo de Pelayo, y la boda previa de una hija de aquél, Ermesinda,
con el hijo del duque de los cántabros, Pedro, canalizaron, a través del yer¬
no de Pelayo, Alfonso I el Mayor o el Católico (739-757), en la familia ducal
Cantabria y en el pueblo cántabro la continuidad de dicho movimiento,
consolidado gracias a las rencillas internas y a los graves problemas econó¬
micos que afligieron a al-Andalus.
Bajo Alfonso I, de quien la crónica nos dice que «fue elegido rey por
todo el pueblo» y «que con la gracia divina tomó el cetro del reino», la insu-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 91

rrección se hallaba extendida por casi toda la costa del Cantábrico y por
su hinterland montañoso. La condición de rey atribuida a Pelayo y a su hijo
Fávila por la historiografía puede ser puesta en duda. Probablemente no fue¬
ron más que unos jefes del pueblo astur elegidos por las gentes de los valles
de la montaña, y los musulmanes dominaron el territorio hasta 722 con guar¬
niciones fijas. Pero con respecto a la realeza de Alfonso las crónicas son muy
explícitas. Con él ha surgido un reino cristiano independiente en la cornisa
cantábrica. Los gallegos insurrectos reconocieron por rey a Alfonso (751).
La ocupación del norte de Galicia, con los valles del alto Miño y del Sil,
por el oeste, y la de las tierras altas de la futura Castilla, la Liébana y Bardu-
lia, por el este, incorporarían a los galaicos al reino astur y permitirían la
vinculación con los vascones.
La versión rotense de la crónica de Alfonso III nos dice que Alfonso I
y su hermano Fruela, que le sucedió, ocuparon militarmente, entre otras,
las ciudades de Lugo, Tuy, Oporto, Braga (sede metropolitana), Viseo, Cha¬
ves, Ledesma, Salamanca, Zamora, Ávila, Astorga, León, Simancas, Salda-
ña, Amaya, Segovia, Osma, Sepúlveda, Coruña del Conde, Mahave de
Cárdenas, Oca, Miranda, Revenga, Cenicero y Alesanco en la Rioja, dando
muerte a las guarniciones islámicas y llevándose al norte a numerosos mo¬
zárabes para repoblar la parte marítima de Galicia, Asturias, la Liébana,
Trasmiera y Bardulia.
Tras una amplia etapa caracterizada en general por el pacifismo (768-788),
en la cual sucedieron a Fruela I (757-768), apodado el «hombre de hierro»,
su primo Aurelio, Silo (774-783), Mauregato (783-788) —estos dos últimos
hijos de madre musulmana— y Bermudo I el Diácono (788-791), derrotado
por las tropas del emir Hixam I en Burbia (791), un afluente del Sil, asumía
el poder el nieto de Alfonso I, Alfonso II el Casto (791-842), cuyo reinado
fue decisivo para el futuro de la dinastía asturiana.
Alfonso II trasladó la corte de Pravia (donde la había instalado su tío
Silo) a la nueva ciudad de Oviedo (792), iniciada treinta años antes, cuando
en 761 un presbítero llamado Máximo había fijado su morada en el monte
Ovetao y había erigido la basílica de San Vicente, en torno de la cual se ha¬
bían reunido los primeros monjes y pobladores formando el núcleo origina¬
rio de la futura Oviedo. La nueva capital fue saqueada dos años después
(794) por las huestes de Abd al-Malik, pero Alfonso no se arredró por ello.
La urbanizó y dotó de espléndidos monumentos (las iglesias de San Salva¬
dor, San Tirso y San Julián de los Prados, palacios, baños, almacenes, acue¬
ducto) y murallas, y reorganizó un Palatium, cuyos únicos funcionarios
indudables fueron el maiordomus o jefe de los servicios palatinos; el strator
o condestable, jefe de las caballerizas; el notarius o jefe de cancillería, con
scribas o escribanos a sus órdenes; y los condes o compañeros del rey que
92 MANUEL RIU RIU

eran sus consejeros y podían gobernar territorios (los llamados comissi) en


su nombre. En la administración de justicia intervenían los iudices, o jue¬
ces, capacitados para dictar sentencias, de acuerdo con el antiguo derecho
visigodo, vigente también entre los cristianos de al-Andalus o, como dirían
los cronistas norteños, «de España».
En su política religiosa, Alfonso II favoreció la actitud ortodoxa de su
consejero Beato de Liébana, frente al adopcionismo propugnado desde los
Pirineos y desde Toledo, y en el intento de independizar la Iglesia de Oviedo
de la de Toledo, el propio Beato buscó un estimulante nuevo para la espiri¬
tualidad asturiana en la propagación del culto al apóstol Santiago, a que
luego nos referiremos. La política exterior de Alfonso, después de la victo¬
ria de Lodos (794) que le permitió consolidar la frontera en el Miño, y del
saqueo de Lisboa (798), en revancha por una nueva algarada islamita que
le había obligado a buscar refugio junto al Nalón, estuvo encaminada a man¬
tener excelentes relaciones con los carolingios y con los vascos de Navarra,
mientras tenía lugar la última invasión musulmana de Asturias (816), eran
derrotados varios ejércitos islamitas en Galicia (820 y 827) y el conde Ñuño
Núñez, supuesto tatarabuelo de Fernán González, repoblaba Brasoñera (al
norte de Palencia) otorgándole el fuero de población más antiguo que hoy
se conoce, prototipo de los posteriores. Murió Alfonso el año 842 «en bue¬
na vejez» y fue sepultado en la iglesia panteón real de Santa María de Ovie¬
do, que él había mandado construir «con arte admirable.»
Los conflictos que siguieron a la muerte del rey sin herederos directos,
debido a su celibato, quedaron solucionados con la entronización de otra
rama del tronco de la familia cántabra, la de Fruela, hermano menor de Al¬
fonso I, representada por Ramiro I (842-850), el hijo de Bermudo I el Diá¬
cono. Ramiro I supo hacer frente a la primera incursión normanda en suelo
asturiano (844), derrotando a la flota invasora junto a la Torre de Hércules,
en La Coruña, quemando sus naves y obligando a los supervivientes a reem¬
barcar rumbo a la Bética (Sevilla). E inició las grandes construcciones arqui¬
tectónicas, en piedra, del monte Naranco, en Oviedo: el palacete del Aula
Regia (luego convertido en templo y dedicado a Santa María), la iglesia de
San Miguel de Lillo (el arcángel San Miguel en esos momentos seguía sien¬
do aún el protector de las tropas cristianas) y Santa Cristina de Lena. Se
vio acosado por luchas civiles, en las que tomaron parte los condes de pala¬
cio Aldroito y Piniolo; acabó con ellas ordenando cegar al primero y ajusti¬
ciar al segundo con sus siete hijos. La leyenda le atribuyó la llamada «victoria
de Clavijo», junto a Albelda, que habría librado al país del fabuloso «tribu¬
to de las cien doncellas», pagado a Córdoba desde los primeros años del
emirato. Según el relato imaginado por el clérigo Pedro Marcio en el si¬
glo XII, a causa de esta victoria el rey habría hecho el «voto de Santiago
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 93

Apóstol» de un tributo pagadero al santo, en acción de gracias. Sánchez Al¬


bornoz demostró que la verdadera batalla de Clavijo se daría en tiempo del
sucesor de Ramiro, Ordoño I (850-866), cuando éste luchaba contra Muza
de Zaragoza en la Rioja y, después de tomar y arrasar Albelda de Iregua,
le venció en Clavijo (860). Ordoño logró también avanzar la frontera por
el bajo Miño, hasta Tuy, y repobló con mozárabes Astorga (854) y León (856),
restaurando sus murallas y poniéndoles puertas. Y sometió a la provincia
de Vasconia, sublevada. Además tomó Coria y Talamanca del Jarama, dan¬
do muerte a sus defensores varones y vendiendo como esclavos a las muje¬
res y niños.
A mediados del siglo IX se acentuó el mozarabismo del reino astur y con
él se vigorizó el neogoticismo o sentido de continuidad con el mundo visi¬
godo, debido a la afluencia de cristianos procedentes de al-Andalus, pero
Ordoño no olvidó fortificar las zonas fronterizas repobladas, desde Orense
hasta Amaya (860), para evitar ataques por sorpresa. También la frontera
marítima fue atentamente vigilada y así se pudieron evitar incursiones mu¬
sulmanas y hacer frente a la segunda incursión (858) de los normandos, ex¬
terminados de las costas de Galicia por el conde Pedro. En los últimos años
de su reinado, Ordoño I se vio derrotado en Álava (865) y el conde Rodrigo,
que regía el condado en formación de Castilla, sufrió el desastre de la Mor-
cuera, cerca de Miranda de Ebro, obligando ambos hechos a un retroceso
de la frontera hacia el norte. Ordoño murió en Oviedo, víctima de la podra-
ga, y fue enterrado en el panteón real (27 de mayo del 866), recibiendo el
sobrenombre de «padre del pueblo», según la Crónica Albeldense.
El hijo y sucesor de Ordoño, Alfonso III el Magno o el Repoblador
(866-909), último rey de Oviedo de la Casa Asturiana, casó con Jimena, prin¬
cesa de la estirpe real navarra (probablemente en 869), y continuó la política
de su padre, enfrentándose con las rebeliones de gallegos y vascones, en los
extremos occidental y oriental de sus dominios, elementos insumisos cuyas
repetidas sublevaciones tuvieron cierto paralelo con los disturbios internos
que experimentaba al-Andalus, debidos también a la disparidad étnica y re¬
ligiosa. Las tareas repobladoras de Alfonso III y su labor cultural e historio-
gráfica constituyen sus mayores timbres de gloria.
En las primeras, iniciadas con el avance del Miño hasta el Mondego y
la repoblación con gallegos de Coimbra (878), y continuadas por los valles
del Pisuerga y del Arlanzón, hasta la línea del Duero, se puebla Lancia (882),
Castrojeriz (883) y Burgos (884). Luego, ya a finales del reinado, en tierras
leonesas se llega al Duero, donde se sitúa la frontera con la erección de cua¬
tro núcleos fortificados: Zamora (893) repoblada por mozárabes toledanos,
Simancas (899), San Esteban de Gormaz y Osma, además de Dueñas y Toro.
En tierras castellanas se llega hasta el Arlanza al repoblarse Lara (902), mas
94 MANUEL RIU RIU

muchas fortalezas son todavía inseguras por los constantes ataques que lle¬
gan desde Córdoba y desde Zaragoza.
En estas repoblaciones se reconoce con claridad el procedimiento de la
pressura, forma habitual de acceso a la propiedad de las tierras despobladas
(bona vacantia) que se consideraban pertenecientes al fisco o al rey. Para
proceder a la ocupación del scalido (territorio despoblado y yermo), de pro¬
piedad ignorada, se requería primero pregonar (cum cornu, con el cuerno
de caza) que se ocupaba, por si había alguien con mejor derecho para ello,
y buscar luego la confirmación real (et albende de rege) para consolidar el
derecho adquirido mediante la ocupación efectiva, que requería: limpiar o
desbrozar, cultivar y poner en producción el scalido. Este último acto pasó
a constituir lo que se llamó el «escalio», elemento indispensable para garan¬
tizar la pertenencia de la pressura. Como veremos, en la España oriental hubo
una fórmula semejante de ocupación de tierras yermas llamada aprisio.
Las tareas cultural e historiográfica inspiradas por Alfonso III las vere¬
mos más adelante, para evitar repeticiones.

El reino de León, bajo la dinastía asturiana

Los hijos de Alfonso III y de su esposa Jimena de Navarra: García I,


Ordoño II y Fruela II, que se sucedieron entre el 910 y el 925, empezaron
gobernando partes distintas del reino. El mayor, García (910-914), centró en
el territorio leonés, repoblado por su abuelo Ordoño I, las actividades futu¬
ras de la dinastía, trasladando la capital primero a Zamora y luego a la ciu¬
dad de León (913), que conservaba prácticamente incólumes sus murallas
romanas. Procedió a estabilizar la frontera meridional del reino en la línea
del Duero, consolidando una serie de plazas fuertes: San Esteban de Gor-
maz, Tordesillas, Toro, Zamora, etc., que protegían la Tierra de Campos,
labor iniciada ya como hemos visto en tiempo de su padre. Su hermano Or¬
doño casado con una gallega de noble origen, Elvira— gobernó en su mo¬
mento inicial Galicia, y le sucedió luego en León (914-924), mientras el menor,
Fruela, gobernaba Asturias, que, al ocupar a su vez el trono de León
(924-925), transmitió a su primogénito Alfonso Froilaz, hijo de su primera
esposa la vasca Nunilo, con lo cual el territorio de Asturias, entre 910 y 931,
estuvo gobernado, con carácter autónomo, por miembros de la familia real.
Este reparto de territorios entre los hijos de Alfonso III vendría a acen¬
tuar las diferencias que se señalaban ya entre las tres regiones del reino astur-
leonés: Galicia, Asturias y León, debidas, en buena parte, al distinto origen
de su respectiva población, aunque no habían dejado de producirse, en es¬
tas fechas, intercambios e influencias mutuas. Baste recordar que entre las
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 95

LOS ORÍGENES de asturias-león

’ravia Oviedo'Cangas
de Onls Santander
I Bureen a I
^santiago
de Compostela l'tksipuesta^X
Iría /
Orete • f ^./¿Cantarán»
Burbia León# J ialdafis Amaya Frlasi'rÑ^
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Orense Burgos\. ’
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Dueñas RoaClunia 0sma
Zamora
Simancas

Oporto

Viseu

Aveiro
Territorios cristianos hacia el afio 750
• Coimbra fc&SÉff Repoblación de los reyes de Asturias (757-866)
j~ .. | Territorios repoblados por Alfonso III (866-910) y García I (910-913)
Zonas de «desierto estratégico»
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esposas de los príncipes de la dinastía figuraban asturianas, cántabras, ga¬


llegas, vascas, navarras, várdulas e incluso musulmanas. En el reparto terri¬
torial del reino y en el sistema sucesorio cabe advertir, también, la influencia
del concepto patrimonial y del sistema agnático, propios de varios reinos
germánicos y del franco en particular, con el cual hubo continuadas rela¬
ciones.
Ordoño II, a quien correspondería la consolidación de la ciudad de León
como capital del reino, tomó a los musulmanes la fortaleza de Alanje (914),
y diezmó la guarnición, motivando una razzia de respuesta dos años des¬
pués (916), de parte de las tropas islamitas. A su vez, Ordoño quemó en re¬
presalia los arrabales de Talavera (917) y logró dar muerte al jefe de las tropas
islámicas que acudieron a luchar contra los leoneses, Ibn Abi-Abda, colgan¬
do su cabeza de la muralla de San Esteban de Gormaz, junto a la de un
jabalí. El emir Abd al-Rahman III, decidido a vengarle, encargó al hachib
Badr (920) la dirección de las operaciones que condujeron a la destrucción
de Osma, San Esteban de Gormaz y Clunia, para avanzar luego por tierras
de Navarra, derrotar a los cristianos en Val de Junquera y saquear Muez.
La respuesta de Ordoño II fue la toma de Nájera (923), mientras Sancho
96 MANUEL RIU RIU

Garcés I de Navarra ocupaba Viguera. Abd al-Rahman respondería a esta


acción en 924 con la ocupación y destrucción parcial de Pamplona.
Galicia llegó a tener reyes propios, entre los miembros de la dinastía as¬
turiana, en varias etapas: Sancho Ordóñez, por ejemplo, hijo de Ordoño II,
casado con una dama gallega (Soto Núñez), reinó en Galicia entre 926-929,
mientras su hermano Alfonso IV Ordóñez, el Monje, regía León (926-930) y
continuaba una política matrimonial de aproximación a Navarra, iniciada por
su padre, que llevaría a tres hijas de Sancho Garcés I de Navarra y de la fa¬
mosa Toda (Sancha, Oneca y Urraca) a casar con reyes leoneses, acentuán¬
dose la influencia de Castilla, donde el contingente de repobladores
vasco-navarros y francos era ya importante, hecho que iba a contribuir a
la diferenciación lingüística y a la creación de una rivalidad, con propósito
de emulación, entre «leoneses» y «castellanos».
El hermano de Alfonso IV, e hijo menor de Ordoño II, Ramiro II
(930-950), apodado «el feroz guerrero» y casado dos veces, primero con la
portuguesa Adosinda Gutiérrez y luego con su tía Urraca de Pamplona (her¬
mana de su madre Sancha), pudo contar con el apoyo navarro y fue tal vez
la figura más destacada de la monarquía leonesa. Logró vincular de nuevo
Asturias al reino de León (desde 931), con el apoyo de los magnates asturia¬
nos, después de apresar a los hijos de Fruela II. Reconquistó temporalmen¬
te Madrid (Magerit) a los musulmanes (932), avanzando en dirección al Tajo.
Venció en Osma (933) a los islamitas y hubo de soportar sus embates (devas¬
tación de Castilla, destrucción del castillo de Burgos, matanza de los mon¬
jes de San Pedro de Cardeña), mas con el apoyo de los navarros y de los
muladíes de Abu Yahya de Zaragoza consigue enfrentarse a los cordobeses
y acaba venciéndoles en Simancas (939). Repuebla las riberas del Duratón
y del Tormes, afluentes de la izquierda del Duero, sobrepasando la línea de
este río que hasta entonces sólo había sido superada con cierta permanencia
en su curso inferior (avances de García I hasta el Mondego). Y revitaliza
Sepúlveda (940), en el Duratón, con la colaboración del conde Fernán Gon¬
zález, y Salamanca (941), en el Tormes, además de Ledesma y Alhándega,
estableciendo nuevos castillos en las zonas más estratégicas (Curiel, Peña-
fiel, etc.), a imitación de los que levantaban los musulmanes del recién estre¬
nado califato de Córdoba, empezando de este modo a consolidar la
repoblación de los distritos o alfoces de los núcleos urbanos de Salamanca,
Ávila y Sepúlveda.
En la repoblación del Duratón, inspirada por el rey, había colaborado
decisivamente su cuñado, el conde de Lara, Fernán González, a quien Ra¬
miro II había nombrado en 931 «conde de toda Castilla», en una singular
muestra de aprecio. Esta tierra, que por haberse convertido en el talón de
Aquiles del reino de León, desde que se fortificó la línea del Duero, había
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 97

debido a su vez sembrarse de fortalezas para impedir la entrada de las raz¬


zias musulmanas por entre los altos valles del Duero y del Ebro, ruta tradi¬
cional de penetración, era llamada ya ahora Castilla (al-Qila), o sea, «tierra
de castillos».
Mientras tanto, los musulmanes reedificaban y mejoraban las fortifica¬
ciones fronterizas, entre ellas la espectacular fortaleza de Medinaceli (947).
Los montes que limitaban las cuencas del Duero y del Tajo (sierra de Aillón,
Somosierra y Guadarrama) señalaban ahora la frontera con el califato. Pero
las buenas relaciones entre el rey y el conde Fernán González no tardaron
en envenenarse (943) y Ramiro II hubo de dedicar su tiempo a pacificar el
reino, lo que logró mediante la boda de su primogénito Ordoño (III), hijo
de Adosinda, con la hija del conde, Urraca. Las luchas internas y familia¬
res continuaron a partir de la muerte de Ramiro II (T950), interviniendo
en ellas no sólo los gallegos, castellanos y navarros, sino los propios cordo¬
beses que vivían su gran etapa de esplendor político. Porque a Córdoba emi¬
graban, en busca de apoyo, el hermanastro de Ordoño III (950-956),
Sancho I el Gordo o el Craso (956-966), a quien los musulmanes ayudaron
a recobrar (958) la salud y el trono de León, y Ordoño IV el Jorobado o
el Malo que, habiendo sido reconocido por Galicia y Castilla en 957 y 958,
siguió obteniendo el apoyo de los castellanos hasta que se consolidó el do¬
minio de Sancho el Craso (961) y hubo de refugiarse en Córdoba, donde
moría poco después. También a Córdoba viajó la reina Toda, invitada por
Hasdai, consejero judío de Abd al-Rahman III, por especial encargo del
califa que deseaba una paz duradera con Navarra.
En este tiempo (desde 955) gobernó Galicia, a modo de virrey, por en¬
cargo primero de Ordoño III y luego de la reina Elvira, tía y tutora de Ra¬
miro III, San Rosendo (907-977), el gran místico gallego, monje en Caveiro
y fundador de Celanova (elevado a los altares por la Iglesia en el siglo XII,
en 1195).
Las minorías de Ramiro III (966-985) y de Alfonso V el Noble (999-1028),
ambos aceptados como reyes en León y Castilla cuando sólo tenían cinco
años de edad, y la ilegitimidad de Bermudo II (982-999), el monarca que
reinó entre aquellos dos, crearon aún mayores problemas al reino leonés,
coincidiendo con la etapa en que se hallaba en su cénit el islam español.
Si en un primer momento la monja Elvira, tía de Ramiro III, asume la tuto¬
ría del niño y se adueña del poder en León, no tarda en sustituirla (975)
Teresa Ansúrez, la madre del muchacho. Mas las tropas califales, sabia¬
mente dirigidas por Ibn Abi Amir al-Mansur, Almanzor, no tardan en apro¬
vecharse de la situación interna del reino, infligen sucesivas derrotas a los
leoneses (981) y ocasionan la rebelión de los nobles gallegos contra Rami¬
ro III, y la elevación al trono de su primo-hermano Bermudo II, en Santia-
98 MANUEL RIU RIU

go de Compostela (982). Éste logra tomar León a su rival en 984 y Ramiro


muere poco después (985). Uno y otro impetraron la ayuda de Almanzor
para hacer frente a los grupos nobiliarios y le prometieron vasallaje, y éste
envió tropas a León para asegurarse del cumplimiento de dichas promesas,
de modo que el 29 de septiembre del 985 Bermudo II hacía su entrada ofi¬
cial en León, escoltado por tropas de al-Andalus. El protectorado de Al¬
manzor no podía menos que disgustar a las familias galaico-portuguesas que
predominaban en León, y no tardó en producirse la ruptura (987), que su¬
puso el ataque islámico contra la ciudad de León, contra Zamora y la des¬
trucción de los monasterios de Sahagún y de San Pedro de Eslonza, entre
otras. El rey hubo de refugiarse en Galicia, donde permanecería hasta 990
en que un pacto humillante con Almanzor le permitió recobrar León (991).
Las nuevas aceifas (997) irían dirigidas contra Santiago de Compostela.
La reconquista no sólo había quedado paralizada, sino que experimen¬
taba un retroceso. El condado de Castilla, desde mediados del siglo x, vien¬
do la ineficacia de la acción real y aprovechando el desconcierto de la corte,
apremiado por la acuciante necesidad de su propia supervivencia ante la pre¬
sión creciente de las tropas islámicas sobre su territorio, paso casi obligado
hacia las tierras del norte, había iniciado su vida autónoma. Al morir en
970 el conde Fernán González, le sucedía su hijo García Fernández, quien
pasó a regirlo con entera independencia de hecho, balanceándose entre León
y Navarra, de acuerdo con las circunstancias, hasta que Castilla caería en
1029, como veremos, bajo la órbita de este último reino, en plena expan¬
sión entonces.
Si en los reinados de Bermudo II (982-999) y de su hijo Alfonso V el
Noble (999-1028) predominó en León la influencia de la nobleza galaico-
portuguesa y se hubo de sufrir la injerencia califal que pesaba sobre el rei¬
no, ya en forma amigable, protectora, ya avasallante y destructora (que obli¬
gó incluso en 990 a pactar con Almanzor el pago a los cordobeses de un
tributo anual, en garantía de cinco años de paz), desde 1022 se restablecie¬
ron las buenas relaciones con Navarra. Alfonso V, viudo de Elvira, la hija
de su tutor el noble gallego Menendo González (T1008), casaba (1022) en
segundas nupcias con la hermana del rey de Navarra Sancho Garcés III el
Mayor, Urraca. Alfonso fue llamado «el Restaurador» por haber restaura¬
do en 1017 la ciudad de León, otorgándole «buenos fueros» que permitían
su desarrollo ulterior. Al morir Alfonso en 1028, fue Urraca, madrastra del
príncipe Bermudo III (1028-1037), que sólo contaba once años de edad, la
encargada de la tutoría.
Se preparó una doble boda, de Bermudo III y de su hermana Sancha,
con Urraca Teresa y con su hermano el joven conde de Castilla García Sán¬
chez, para vincular de nuevo Castilla a León, pero el conde pereció asesina-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 99

Según fray Justo Pérez de Urbel

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do a la puerta de la iglesia de San Juan Bautista de León (1029) por Rodrigo


e íñigo Vela, nobles expulsados de Castilla (1014) y acogidos en León cuan¬
do se había producido la ruptura entre ambos territorios. Y el rey de Nava¬
rra aprovechó la coyuntura para apoderarse del condado de Castilla. Cuando
se le declaró mayor de edad, el rey Bermudo (1032) intentó recobrar el con¬
dado, pero Sancho el Mayor en revancha se apoderó de León (1034), que
el rey, con el apoyo de la nobleza gallega y leonesa, pudo recuperar (1035),
iniciando las hostilidades contra los navarros en que halló la muerte (bata¬
lla de Tamarón, 1037). Con él concluía la dinastía astur-leonesa.
Su hermana Sancha, casada con uno de los hijos de Sancho el Mayor,
Fernando, iba a ser el vehículo que permitiría la instauración en Castilla-
León de la dinastía navarra. La victoria del Tamarón, conseguida por Fer¬
nando con el apoyo de su hermano García, le permitió titularse rey de León
(julio de 1037), pero los nobles leoneses, dirigidos por Fernán Laínez, si¬
guieron resistiéndose a aceptarlo por rey cerca de un año. El 22 de junio
de 1038 hacía su entrada solemne en León Fernando I (1037-1067), y era
coronado rey. Con él se iniciaba una nueva etapa en la historia de León
y Castilla.

El condado de Castilla, ¿principado feudal?

En el extremo oriental del reino de Asturias y León se fueron poblando


y estructurando fortalezas y núcleos nuevos, entre la vertiente meridional
de los montes Cantábricos y los cursos altos del Ebro y del Duero, y sus
respectivos afluentes. A comienzos del siglo IX el territorio, antes llamado
Vardulia (tierra de várdulos) se hallaba sembrado de castillos y recibía, por
ello, el nombre de Castilla (al-Qila, para los árabes).
Este territorio se distinguía por sus pobladores libres de origen cánta¬
bro, vasco, vasconizado o vascongado y germano-suévico, quienes, media-
ante pressuras, iban ocupando las tierras yermas y aportaban al país sus
propias tradiciones, al margen de la ley escrita visigoda aceptada en el reino
astur. Exentos de tributos y de prestaciones personales, señalaban sus pose¬
siones con linderos y se aprestaban a defenderlas desde los castros o caste-
lla. La zona era lugar de paso fácil para las algaradas musulmanas, y la
defensa, muy personal necesariamente, favorecía la autonomía administra¬
tiva y militar desde estos castra. Estas condiciones precarias de vida no po¬
dían despertar las ambiciones de los magnates ni la atención de los grandes
centros monásticos. Sólo quienes iban en busca de una mayor libertad de
acción podían arriesgarse a residir en el territorio, ya fundando granjas ais¬
ladas o villas, ya en grupos de varias familias que se asociaban para cultivar
en común las tierras (sodales o sortitores) y apacentar sus rebaños.
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 101

Los primeros condes o potestates de nombre conocido que actuaron en


este territorio, fortificándolo con ayuda de sus gasalianes (criados, amigos
y colonos), eran designados por los reyes de Oviedo-León a título vitalicio,
pero su dominio solía referirse sólo a una parte determinada del territorio
que, poco a poco, se iba ampliando hacia el sur, entre los límites de los rei¬
nos de León y de Navarra. Castilla no era, pues, todavía, un condado orga¬
nizado, sino un conjunto de pequeños condados, mandaciones u honores
condales, cambiantes de acuerdo con la voluntad regia de los soberanos astur-
102 MANUEL RIU RIU

leoneses. Difícilmente el territorio podría ser considerado un dominio feu¬


dal, aunque no dejaran de producirse situaciones que podrían conducir con
facilidad a considerar equivalentes a feudos los dominios que se iban crean¬
do en estas tierras, distribuidas entre los distritos surgidos en torno de las
fortalezas.
El conde Rodrigo, por ejemplo, repobló Amaya (860) por orden de Or-
doño I. Su hijo el conde Diego Rodríguez, por encargo de Alfonso III, po¬
bló Ubierna (882), Burgos (884, donde pudo existir una fortaleza anterior
desde mediados de siglo) y Cardeña (899), mientras Ñuño Núñez restaura¬
ba las fortificaciones de Castrojeriz (882) y, a principios del siglo X, reci¬
bía el título de conde de Castilla la Vieja, en tanto que, simultáneamente,
Vigila Jiménez era conde en Álava (882), Gonzalo Téllez era conde de Lan-
tarón y Cerezo (al este), y Gonzalo Fernández se titulaba conde de Burgos
y restauraba el castro de Lara (902). Los cuatro condados de Álava, Lanta-
rón, Castilla y Burgos constituían la primera organización sistemática de
las tierras orientales del reino de León.
El rey García I, casado con una castellana, prestó al territorio de Casti¬
lla particular atención e hizo que, en 912, fuesen pobladas, próximas al Due¬
ro: Roa, por Ñuño Núñez, conde de la Vieja Castilla; Osma, por Gonzalo
Téllez, conde de Lantarón-Cerezo, y Clunia y San Esteban de Gormaz por
Gonzalo Fernández, conde de Burgos, esposo de Muniadona, probable nieta
de Ordoño I, y padre de Fernán González.
Entre 912 y 917 fue conde de Castilla dicho Gonzalo Fernández, empa¬
rentado con la casa real; mas en 917 pasó a serlo Fernando Ansúrez. Y de¬
bió de haber altercados en el territorio, a causa de rivalidades jurisdiccionales,
tal vez porque los distritos de los distintos castillos no se hallaban todavúl
bien precisados, por cuanto el rey Ordoño II decidió convocar a todos los
condes del mismo y los llevó prisioneros a León (920). Tal vez allí, oídas
las versiones de los principales litigantes, decidiría que las dos familias com¬
partieran el dominio de Castilla, puesto que hacia 930 la de Gonzalo Fer¬
nández gobernaba en la zona del Arlanza y Duero, o sea, en la meridional,
mientras la de Fernando Ansúrez lo hacía en la del Arlanzón y Ebro, o del
norte. El papel de Gonzalo Téllez había concluido con anterioridad.
En consecuencia, la tradición que asegura que Ordoño II condenó a muer¬
te a los condes de Castilla por no haber acudido a su lado en Val de Jun¬
quera (920), y que Castilla designó jueces a Laín Calvo y Ñuño Rasura, para
juzgar según su costumbre, no parece tener apoyo en la realidad de los he¬
chos. Tampoco parece que por entonces hubiese habido todavía ningún in¬
tento de independencia. Ésta debía comenzar con el hijo de Gonzalo
Fernandez, Fernán González (929-970), quien, después de regir la amplia
mandación de Lara como conde, casó con Sancha -hermana de García Sán-
LOS. PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 103

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104 MANUEL RIU RIU

chez I de Navarra y de la reina Urraca, esposa de Ramiro II— y pasó a ser


conde también de Castilla la Vieja, de Lantarón, de Álava y de Burgos,
uniendo bajo su mano los distintos honores condales de Castilla (931, 933
o acaso algo después) gracias al favor que le dispensaba su cuñado el rey
astur-leonés. Por mandato de Ramiro II tomó parte en la batalla de Siman¬
cas (939) y procedió a repoblar Sepúlveda (940). La frontera con el califato
de Córdoba discurría entonces por las sierras de Aillón, la Somosierra y
el Guadarrama. Los musulmanes estaban consolidando su poder y se hacía
necesario reforzar dicha frontera. A este fin se restauraron Salamanca y Le-
desma, o se erigieron nuevos castillos como los de Curiel y Peñafiel, y a
este fin también debió tender la creación del condado de Monzón, en la lla¬
nura del Pisuerga y del Ucieza, otorgado a Assur Fernández, probablemen¬
te hijo de Fernando Ansúrez. Este condado, al sur de los territorios de
Carrión y de Castrojeriz, incluía Palencia y venía a cortar la expansión cas¬
tellana por el sudoeste. Fernán González estimó por ello que lesionaba sus
intereses, máxime en manos de la familia rival, y se rebeló (943). Ramiro II
le privó de sus honores y le encarceló en León (944), mientras nombraba
a su rival, Assur Fernández, conde de Castilla.
Tres años hubo de permanecer en León Fernán González, hasta prome¬
ter obediencia a Ramiro II, probablemente besándole la mano en signo de
vasallaje feudal, de acuerdo con la situación del momento, y ser perdonado
por el rey, que le confió sólo el condado de Burgos (947). Assur Fernández,
en cambio, fiel al monarca, seguía siendo conde de Castilla. El primogénito
del rey, Ordoño futuro Ordoño III—, casó con una hija de Fernán Gon¬
zález, Urraca, para sellar la reconciliación. Mas no parece que Fernán vol¬
viera a alcanzar en la corte leonesa la prevalencia que había logrado, y al
morir Ramiro II (951) aprovechó los disturbios de la sucesión para vincular
a su casa el condado de Castilla. Como en tantas otras ocasiones la debili¬
dad de la realeza era aprovechada por la nobleza feudal para conseguir ma¬
yor poder hasta alcanzar la potestas plena. Acaso despechado porque el
heredero, Ordoño III, había abandonado a Urraca, Fernán González pres¬
tó ayuda al infante disidente (Sancho I). Mas el rey Ordoño venció a su an¬
tiguo suegro y el conde de Burgos «de buen grado o a la fuerza, con gran
temor volvió al servicio del rey», según refiere el cronista Sampiro, y con
su gracia venció a los musulmanes cerca de San Esteban de Gormaz (954).
En este tiempo el conde buscó apoyo a su política autonómica en los cen¬
tros comunitarios del condado: San Pedro de Arlanza, San Pedro de Ber¬
enga y San Pedro de Cardeña entre otros, encomendándoles tareas
repobladoras y de organización económica.
No tardaría mucho en intervenir Fernán González en una confabulación
contra el nuevo rey Sancho I el Craso (958) y en reconocer al ciego Ordo-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 105

ño IV, a quien dio por esposa la Urraca repudiada por Ordoño III o viuda
de él. Echado de Asturias, Ordoño IV se refugió en Burgos. Los castellanos
le permitieron dejar allí a su mujer y sus dos hijos, pero le obligaron a refu¬
giarse en tierras musulmanas, donde murió. Su esposa, mientras tanto, se
unió a otro hombre. Fernán apoyó a Ordoño hasta (961) que se consolidó
el dominio de Sancho I el Craso, prestó sumisión a éste luego y, una vez
hubo muerto el Craso (966), no tuvo inconveniente en aceptar a su hijo Ra¬
miro III, de cinco años de edad. La minoría del rey permitiría a Fernán Gon¬
zález actuar con independencia mucho mayor y vincular el condado de
Castilla a su familia, en los años que mediaron hasta su muerte (970). Es
en estos años cuando, siguiendo a Salvador de Moxó, cabe hablar de Casti¬
lla como principado feudal.
Desde 970 Castilla estuvo regida por su hijo García Fernández (970-995)
quien —bajo la vigilancia de los sayones o funcionarios condales encarga¬
dos de velar por el cumplimiento de las órdenes y el reconocimiento de sus
derechos a los habitantes— procedería a restructurar el condado y a llevar
la iniciativa en la lucha antiislámica. Él dio a los habitantes de Castrojeriz
(974) su famoso fuero, que les permitía convertirse en caballeros con sólo
tener caballo y equipo militar para combatir a caballo, y cuando el monar¬
ca ilegítimo Bermudo II logró atraerlo a su causa (985), le hizo casar en
segundas nupcias con su hija Elvira (992) y actuó ya, en calidad de suegro,
con entera independencia. En aquellos años, sin embargo, Almanzor (des¬
de 987) realizó incursiones devastadoras en todas las tierras fronterizas que
paralizaron la labor repobladora y aun hicieron retroceder la frontera ha¬
cia el norte (989), mientras los musulmanes intervenían en Castilla e intri¬
gaban contra su propio conde, para reducir su poder.
La situación, cada vez más grave, de la monarquía leonesa, en cuyo tro¬
no se sentaron dos niños: Alfonso V (999) y su hijo Bermudo III (1028),
nieto y biznieto de García Fernández, respectivamente, acabó de consoli¬
dar la desvinculación castellana, bajo el nuevo conde Sancho Garcés
(995-1017), el «de los buenos fueros», instaurado con la protección vigilan¬
te de Almanzor. Pasados los años de Almanzor, y en particular la derrota
de Cervera (1000) y devastación subsiguiente, el conde lograba (1005) repa¬
triar muchos cautivos y en 1011 los cordobeses, que habían perdido ya mu¬
chos arrestos, devolvían al conde Sancho Garcés Gormaz, San Esteban,
Coruña del Conde (Clunia), Osma y «otras 200 fortalezas más», con la pro¬
mesa de entregar Berlanga. El problema islámico quedaba conjurado y Cas¬
tilla podía recuperarse. Pero la intervención islámica había incidido
decisivamente en el proceso de feudalización del condado.
Al morir Sancho Garcés (1017) el condado limitaba con León por los
ríos Deva y Pisuerga, y con Navarra por la demarcación de la antigua Ta-
106 MANUEL RIU RIU

rraconense hasta tierras de Soria. Sus tres hijas las había casado con el con¬
de barcelonés Berenguer Ramón I el Curvo (antes de 1020), con Sancho III
el Mayor de Navarra y con Bermudo III. Su hijo y heredero García contaba
siete años de edad al morir el padre. Alfonso V de León creyó poder recu¬
perar su predominio, pero los consejeros del conde pidieron protección al
rey de Navarra y éste se la prestó, si bien no fue gratuita. Desaparecido de
la escena Alfonso (1028), el doble enlace del rey Bermudo III con Urraca
Teresa, hermana del joven conde de Castilla García Sánchez, y de la her¬
mana de Bermudo, Sancha, con el conde, no pudo completarse al perecer
García Sánchez, de diecinueve años, a manos de los Vela en una venganza
de sangre (1029) y Castilla entró de lleno en la órbita de Navarra, por un
golpe audaz de Sancho el Mayor (1029), esposo de la hermana y heredera
del difunto conde, doña Mayor.
Sancho de Navarra —que había empezado a intervenir en Castilla desde
antes de la muerte de Alfonso V (1028)— pasó a gobernar el condado en
nombre de su mujer, con el apoyo de una amplia facción pronavarra, ane¬
xionando a su reino propio los territorios de Trasmiera, Bureba y Álava,
y lo transmitió a su segundogénito Fernando, último conde (desde 1029)
y primer rey (desde 1037) de la «belicosa Castilla», según el calificativo que
aplicó al territorio el anónimo autor de la Historia Silense.
Es posible que los jueces o magistrados de Castilla, fuente viva de dere¬
cho innovador, instaurasen una de las peculiaridades del territorio en su his¬
toria de la etapa condal, y esa peculiaridad judicial iba a dar pie, en el
siglo xii, a la creación de la leyenda que les convertía en gobernantes autó¬
nomos del territorio. La realidad fue bastante distinta, como hemos visto.
Lo suficiente para que los historiadores modernos debatan acerca de si las
características de su desarrollo político e institucional fueron idóneas para
calificar al condado castellano de principado feudal o no, puesto que sus
condes acabaron rigiéndolo con una práctica independencia de los reyes de
León, y la historiografía castellana del siglo xm no dudó en incorporarse
buena parte de la épica ai hablar de figuras como las de los condes Fernán
González o su hijo. El poema de Fernán González, escrito hacia 1250 por
un monje de Arlanza, no duda en manifestar el rechazo del conde a prestar
homenaje al rey, besando su mano. Fórmula del homenaje hispano, distin¬
ta a la del resto de Europa.
Por otra parte, el rasgo de la fidelidad aparece con frecuencia en el rei¬
no astur-leonés, donde los nobles reciben el nombre def¡deles regis (como
lo recibían ya en el reino visigodo). Pero el acto del homenaje, por el cual
se contrae dicha fidelidad, es siempre voluntario e individual. Fernán Gon¬
zález, por ejemplo, ilustra el valor individual en la elaboración del marco
político feudal en que se desarrollan sus actividades. Y en la tarea repobla-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 107

dora, aunque colaboren todas las fuerzas sociales, la iniciativa señorial es


en Castilla relevante, tanto por lo que afecta a la entrega de tierras a los
vasallos como por lo que atañe al sistema de explotación de las mismas,
que constituye en definitiva el régimen señorial, cuyos primeros pasos que¬
dan puestos de relieve aquí. Dentro de su marco, las behetrías constituyen
una modalidad de encomendación territorial con una relación voluntaria¬
mente concertada, y como una manifestación espontánea de la hospitali¬
dad generosa, dado que el labrador de behetría goza de singular protección
y conserva cierta libertad para el cambio de señor, lo que le distingue de
los campesinos dependientes y contribuye a explicar su incremento numéri¬
co a partir del año 1000 incluso.

Aspectos de la organización política y social


DEL REINO ASTUR-LEONÉS

La organización central del reino astur-leonés fue mucho más sencilla


que la del Estado visigodo y no parece haberse sentido heredera de ésta has¬
ta mediados del siglo IX. El rey, no obstante, cobraría mayor autoridad,
por su vinculación a los jefes tribales cántabro-astures y, desde el comienzo
del reino, la línea sucesoria no escapa a las ramas de la misma famila de
Pelayo (fuese éste reconocido rey o sólo jefe) y del dux o duque Pedro de
Cantabria, con lo cual la nobleza de origen godo y el pueblo norteño se sien¬
ten por igual unidos a ella. Los hijos suceden a los padres, a veces conjun¬
tamente, pero también los hermanos se suceden entre sí y, cuando no hay
parientes más cercanos, se busca a los colaterales y aun la mujer puede trans¬
mitir el derecho a la sucesión mediante una boda adecuada. Madres y abue¬
las velan los derechos de sus hijos y nietos, cuando éstos son menores, pero
la minoría de edad no es óbice para el reconocimiento por parte de la no¬
bleza palatina, ni tampoco la bastardía. La profiliación puede alcanzar a
la propia realeza.
El supuesto título de imperator, emperador, atribuido por algunos do¬
cumentos falsos a Alfonso III, no ha sido comprobado por la documenta¬
ción auténtica de la época. La palabra imperator, usada en los siglos vm
al X por los astur-leoneses, no tendría posiblemente otro significado que
«el que ejerce un dominio sobre un territorio», pero sin aspiraciones hege-
mónicas. En éste, como en tantos otros casos, el latín escolar imprime a
los vocablos significados distintos de los originarios. El rey se titula, sim¬
plemente, rex y, en algunos casos, magnus, calificativo que trata de expre¬
sar su primacía. Su esposa es regina, aunque desconocemos el poder que
pueda ejercer salvo en las tutorías o en las donaciones reales, y sus hijos
108 MANUEL R1U RIU

son los filii regis, sin otro título, aunque ello no presupone que no interven¬
gan en el gobierno de los territorios en que se divide el país, claramente di¬
ferenciados por el dispar origen de la población que puebla sus valles, y a
menudo cedidos a príncipes de sangre real para su dirección autónoma, con
posibilidad de traspasar el dominio territorial a sus propios hijos. El reino,
pues, se considera, en cierto modo, patrimonio de la familia real, de acuer¬
do con la tradición germánica. Hasta épocas relativamente tardías (Alfon¬
so III) no hay mención de una ceremonia de unción con el óleo santo para
legitimar el ejercicio del poder soberano.
Existen, como hemos visto, los funcionarios de un Palatium o corte ru¬
dimentarios, los nobles o potestates y principes terrae, que pudieron deber
su origen a jefaturas tribales, y los condes que gobiernan territorios en nom¬
bre del rey (llamados comissi o mandationes, por estar encomendado su go¬
bierno a los condes), pero otros, en cambio, son sólo sus compañeros y
consejeros. Los comissi no son necesariamente heredables, pudiendo ser en¬
comendados por el rey a terceros, agregados unos a otros y fragmentados
o repartidos hasta el último tercio del siglo X. La corte se desplaza de Can¬
gas de Onís a Pravia, Oviedo, Zamora y León. Pero las dos auténticas capi¬
tales del reino son Oviedo primero y, desde comienzos del siglo x, la ciudad
romana de León, restaurada. En ambas existirán palacios regios y la sala
o Aula Regia del monte Naranco revela la calidad de un palacete campestre
de mediados del siglo ix, que pudo formar parte de los edificios de una
villa o finca rústica del dominio real.
El papel que hayan podido representar las asambleas locales de hom¬
bres libres en el gobierno del territorio no nos es suficientemente conocido,
pero a lo largo de todo el período se desarrollaron las comunidades de al¬
dea, que se reunían y actuaban conjuntamente para defender sus intereses
y de las cuales formaban parte los maiores y los minores, sintiéndose inte¬
grados villanos e infanzones, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, como
continuidad de una vieja tradición tribal o gentilicia, no desaparecida a pe¬
sar de las diferencias de fortuna (máximos y mínimos) o de poder (séniores
e iuvenes). E igualmente actuaban tribunales locales presididos por jueces
que juzgaban según la costumbre del lugar transmitida oralmente, tanto
como según la normativa visigoda. La tradición de los jueces Laín Calvo
y Nuño Rasura, que dictarían sentencia en Castilla en el primer tercio del
siglo x de acuerdo con la costumbre local, podría insertarse en este contex¬
to aun no siendo históricamente cierta.
Las condiciones precarias en que se desarrolla la vida del reino, y aun
la diversidad de sus componentes, favorecen la concentración de poder en
las manos del rey, jefe político y jefe nato del ejército. Éste es, a la vez,
dueño y señor de todas las tierras sin cultivo o sin dueño, ganadas o no a
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 109

los musulmanes, que se consideran bienes del fisco, atribuibles por parte
del rey a quien se comprometa a hacerlas producir, sea súbdito o extranjero
(en particular franco, de ultrapuertos). Los condes que gobiernan los terri¬
torios extremos del reino gozan de una mayor autonomía, y esa situación
favorece la independencia del de Castilla ya en el siglo x.
El reino aparece dividido, para su gobierno, en grandes territorios o prin¬
cipados (Asturias, Galicia, Cantabria, León...), en distritos condales o co-
missi o mandationes, en distritos urbanos o alfoces (también llamados
suburbio) y en pequeños distritos presididos por castillos o fortalezas im¬
portantes, a la vez que eclesiásticamente aparecen los obispados, monaste¬
rios y parroquias, con sus correspondientes demarcaciones. La expresión
Castilla la Vieja (Castella Uetula) como indicativa de una unidad territorial
aparece por primera vez en un documento del año 967, para distinguir la
Castilla primitiva, en el alto Ebro y sus primeros afluentes, del condado
en expansión. Las demarcaciones militares, presididas por un centro forti¬
ficado, irán surgiendo a lo largo de los siglos ix y x, obligando a sus habi¬
tantes a determinadas prestaciones o servicios (trabajos de fortificación,
castelleria o mena, o de vigilancia, anubda). Pero la realidad territorial del
reino siguió siendo compleja.
La población del reino se vio aumentada por el crecimiento natural y
por las migraciones de muladíes, mozárabes y navarros, vascos y francos,
en particular a partir de mediados del siglo ix y a lo largo del x. Existieron
también núcleos de población judía y mora (mudéjares) que se fueron inte¬
grando en el territorio a medida que avanzaba la reconquista. Pero la masa
la constituyó el elemento indígena, no obstante ser débil su densidad en ge¬
neral. La historiografía moderna ha discutido mucho la despoblación del
valle del Duero por Alfonso I y su repoblación por Alfonso III, siguiendo
al pie de la letra o interpretando los textos de la Crónica de este último.
Para Claudio Sánchez Albornoz hubo una despoblación total y una deser-
tización del territorio fronterizo, atravesado circunstancialmente por las tro¬
pas o por algún rebaño; para Ramón Menéndez Pidal, Gama Barros,
Torcuato de Sousa Soares, Alberto Sampayo, Carmelo Viñas y otros, ni
el desierto ni la despoblación total existieron entre el Duero y los montes
Cantábricos, como acreditan los datos diplomáticos, hagiotoponímicos y
arqueológicos. Lo que hubo fue una desaparición de los cuadros adminis¬
trativos y militares en esta zona, desde mediados del siglo vm, pero siguió
habitada, con escasa densidad, y cultivada, perduraron los cuadros dioce¬
sanos y parroquiales, hubo compras y ventas de tierras y se siguieron pa¬
gando cargas y haciendo prestaciones, como demuestra la documentación
existente. Los trabajos arqueológicos de los últimos años acreditan la exis¬
tencia de pequeños poblados, necrópolis y eremitorios rupestres.
110 MANUEL RIU RIU

Para Menéndez Pidal, Alfonso I (739-757) tan sólo se llevaría consigo


hacia el norte «los vecinos burgueses que no tenían arraigo en el campo»,
las gentes de ciudades que quisieron seguirle adpatriam, a Asturias. Pero
ni siquiera las ciudades quedarían totalmente despobladas. Las gentes de
la campiña, campesinos y ganaderos, debieron permanecer en su casi tota¬
lidad. De las once ciudades episcopales, subsistieron Lugo, Tuy, Braga, Vi¬
seo, Astorga, Salamanca, Osma, Segovia y Ávila. De otras diecinueve que
no lo eran (Zamora, León, Simancas, Sepúlveda, Miranda de Ebro, etc.)
sólo desaparecieron tres. Otros muchos centros de población perduraban
desde la antigüedad. Poblar, para Menéndez Pidal, significa organizar la
población, reagrupar a los habitantes, y los topónimos Pola, Puebla apare¬
cen desde Portugal hasta Cataluña, en zonas que carecían de ciudades, con¬
virtiéndose en centro de organización administrativa de un concejo formado
por lugarcillos, aldeas o caseríos. Cuando se funda Valpuesta (804) el obis¬
po Juan toma tierras abandonadas, mediante pressuras. Cuando el conde
Ñuño Núñez puebla Brañosera (824) exime de tributos y prestaciones per¬
sonales a quienes quieran ir y señala con linderos las tierras del término.
Cuando el conde Diego, por encargo de Alfonso III, puebla la región de
Oca (884) se encuentra con que ésta tiene ya habitantes. Osma, poblada por
el conde de Cerezo Gonzalo Téllez en 912, consta que había tenido por lo
menos tres obispos: Eterio en 785, Felmiro en 881 y Silo en 921, existiendo
continuidad diocesana. Reyes, condes y obispos participan con los hombres
libres en estas tareas de repoblación, pero las fórmulas y circunstancias pue¬
den variar de unos lugares a otros.
La sociedad aparece dividida en libres y libertos, y esclavos. Entre los
libres, desde el siglo x por lo menos, existe una clasificación en: maiores,
potentiores o nobiles, nombres con los cuales se designa a la clase más ele¬
vada, y minores, humiliores, infirmiores o viliores, denominaciones más o
menos literarias para designar a los simples libres. Estos hombres libres pue¬
den poseer tierras y trabajar por cuenta propia o ajena (operarii). Los sier¬
vos vivían en las casatae o fincas resultantes de la parcelación de las villae,
y eran, con frecuencia, cautivos hechos a los musulmanes en las incursiones
realizadas en su territorio, y que no habían podido pagar su rescate. Los
colonizadores que, partiendo de al-Andalus o del norte, van a repoblar las
tierras reconquistadas, son en su mayoría pobres (de ahí que se les aplique
el calificativo de minores o humiliores). Los sistemas de pressura y scalio
por los cuales pueden llegar a ser propietarios libres de las tierras que son
capaces de cultivar, dan lugar a la formación de una nueva clase social: la
de los pequeños propietarios rurales, que será predominante. Si se agrupan,
surge la aldea (vicus), pero con frecuencia se mantienen en caseríos aislados
(villae). El vicus predomina en el valle del Duero. Las villae, en cambio,
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 111

fragmentadas en unidades menores, en Galicia y en Asturias. Con el tiem¬


po, junto a los monasterios, iglesias, castillos o fortalezas van construyen¬
do sus casas los pequeños propietarios rurales que tienden a agruparse en
busca de protección. Entonces la palabra villa pierde su antiguo significado
de finca agrícola y pasa a designar esta agrupación.
La aparición de familias de magnates en torno al rey, con patrimonios
importantes, aunque dispersos, y con claro poder económico y político, cons¬
ta en el siglo x, pero la formación y ascensión de estas familias, a partir
de las primeras pressuras, bodas, herencias o donaciones, cambios y com¬
pras, la desconocemos. Tampoco podemos saber la importancia del papel
que juegan las mujeres y las hijas en la formación de estos patrimonios,
aunque la sucesión sea patrilineal. A veces estos patrimonios, aun siendo
dispersos, se extienden desde Galicia hasta la Tierra de Campos. Los pri¬
meros estudios de Carlos Estepa sobre los Vermúdez, los Laínez, los Salva-
dórez o los Ansúrez, emparentados o descendientes de familias condales,
a veces identificables con los boni homines que aparecen dominando los valles
desde antiguo, demuestran que tales familias ejercieron un papel conside¬
rable en León y en Castilla, cuando el equilibrio de fuerzas con la monar¬
quía se rompió a su favor mediado el siglo x. Pero la documentación es
avara para esta época y no nos permite, a menudo, seguir la trayectoria fa¬
miliar, ni sus interconexiones.
Desde el siglo X, y en el XI, vemos circunscripciones mayores adscritas
a familias de magnates, a las principales iglesias (como las episcopales de
Oviedo o de León), o a monasterios, por donación real de distritos de vi¬
llas, con sus habitantes y derechos jurisdiccionales o con la concesión de
inmunidad. Existe asimismo una tendencia a la concentración de la propie¬
dad territorial que permite la consolidación de los grandes patrimonios de
la aristocracia laica y eclesiástica. Populatura se hace entonces sinónimo de
mandación, y los campesinos aparecen adscritos (homines de mandatione)
a estos patrimonios y dependientes de sus propietarios, en el reino de León
y en Galicia. La inmunidad exime a estos territorios de la supervisión de
los agentes reales (condes o sayones) y transfiere a los propietarios dere¬
chos de la realeza (como el ejercicio de la justicia) o bienes del patrimonio
real (que pasará a administrar, por ejemplo, el merino o maiorinus del con¬
de o del nuevo propietario). De no haber existido una ampliación del terri¬
torio en las zonas de reconquista, el patrimonio real hubiese podido
empobrecerse o extinguirse. No parece haber existido limitaciones para el
paso luego de estos territorios de manos de laicos a eclesiásticos (donacio¬
nes de condes a monasterios, por ejemplo) o viceversa.
Aunque los documentos incluyen algunas referencias a vectigalia o tri¬
buta fiscalía como el censum regium, o censo público, la fiscalidad del rei-
112 MANUEL RIU RIU

no astur-leonés debió de ser muy rudimentaria. Quienes recolectaban los


tributos debidos al rey (sus merinos o las potestates que se hallaban al fren¬
te de los territorios) eran los propios administradores del patrimonio, que
constituía para la realeza la principal fuente de recursos. Consta la existen¬
cia de determinados derechos como la mañería (derecho a la herencia del
que moría sin herederos o estéril) o el nuncio (tasa por transmisión de here¬
deros), o la facendera (trabajos o reparaciones en obras públicas, como ca¬
minos y puentes), pero tales derechos podían percibirlos, además del rey,
el conde o el propietario del territorio. No eran, por tanto, exclusivos de
la realeza.
Otras prestaciones de carácter militar, como la caste/laria, la anubda,
la fonsadera o el apellido, son servicios públicos, pero todavía no tienen
el carácter de tributos que, a partir del siglo XI, adquirirán en el reino
castellano-leonés. Hacienda o fiscalidad se encuentran todavía en período
de gestación.
Por otra parte, los fueros de Brañosera (824), los de San Zadornín, Ba¬
rrio y Berbeja (955) —que ponen de manifiesto la existencia y realidad de
una comunidad de aldea próxima a la frontera castellano-alavesa—, o los
de Castrojeriz (974) y de León (1017), revelan la evolución de esta sociedad
hasta equiparar los villanos (pobladores de las nuevas villas) a los infanzo¬
nes cuando pueden ir al combate con caballo. El fuero de Castrojeriz, otor¬
gado por el conde García Fernández en 974, equipara a los caballeros villanos
con los infanzones, valora en 500 sueldos de plata sus vidas y les exime del
pago de nuncio y mañería. En tanto que los peones quedan exentos de ser¬
nas y facenderas, salvo la prestación de un día para barbechar, otro para
sembrar y otro para podar las vides, y un carro de heno para el señor. El
Fuero de León, conseguido en su parte esencial del rey Alfonso V (1017),
aunque haya llegado hasta nosotros con interpolaciones tardías (hasta del
siglo xn), proporciona otros detalles sobre la condición de los hombres, lai¬
cos y eclesiásticos, y el ejercicio de la justicia, de no menor interés. A la
fuerte impronta del derecho visigodo (el Líber ludiciorum o Lex Gothica)
cabe sumar la vigencia de tradiciones jurídicas locales vigorosas, en la apli¬
cación penal y procesal, tanto en León como en Castilla, aunque reciente¬
mente se ha tendido a considerar más arcaizante la costumbre castellana
que la leonesa, por la posibilidad por parte de sus jueces de dictar senten¬
cias de albedrío o fazañas, que pasaban a sentar jurisprudencia para los jui¬
cios futuros.
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 113

Algunos aspectos económicos del reino astur-leonés

El conjunto del reino, a lo largo de su historia, tendría una densidad


demográfica escasa, pero abundaban, en proporción como ya hemos insi¬
nuado, los hombres libres, entre los repobladores en especial, pudiendo se¬
ñalarse una repoblación real o señorial (realizada por los condes y magnates
a instancias del rey) y una repoblación monástica, dirigida desde los mo¬
nasterios tradicionales, frutos tardíos del pactismo gallego-fructuosiano, y
desde los centros monásticos del pactismo reformado, con influencias de
ultrapuertos, especialmente en Castilla: San Pedro de Cardeña (899), San
Pedro de Arlanza; Covarrubias asimismo en el Arlanza, dotado por el con¬
de García (978) para su hija Urraca; San Salvador de Oña, dotado por el
conde Sancho García (1011) para su hija Tigridia; o desde los centros de
origen mozárabe como Sahagún, Escalada, San Pedro de Eslonza, hasta
más de un centenar de centros comunitarios, en su mayor parte de muy re¬
ducidas dimensiones. La colectividad vecinal (aldea, valle) seguía ejercien¬
do su fuerza tradicional sobre el individuo, vinculado a su parentela o estirpe,
y podía entrar en conflicto con estos centros monásticos en expansión. El
aislamiento de ámbitos reducidos, especialmente intenso en las zonas mon¬
tañosas, en el cual predominaba un régimen de vida tanto o más ganadero
que agrícola, primario y cerrado, seguía pesando también en la estructura
del reino, sin apenas vida urbana hasta fechas tardías. Sólo en torno de las
rutas a Santiago de Compostela, a partir del siglo x, empezaría a desarro¬
llarse la vida urbana.
La ganadería y la agricultura constituyeron los dos pilares de la econo¬
mía del reino astur-leonés. El ganado fue principalmente bovino y ovino.
La documentación cita, además de bueyes y vacas, ovejas, carneros y ca¬
bras, cerdos, yeguas, pollinas, asnos, caballos y mulos. Los pastizales para
vacas o bueyes, los vallados o setos y los campos de forraje revelan asimis¬
mo la importancia de la ganadería para el trabajo agrícola, para el trans¬
porte, el aprovechamiento de la carne y pieles, la leche y el queso.
Entre los arbustos y árboles se mencionan los helechales (felgarias), fres¬
nos, olmos, saúcos y hayas, además de los encinares, básicos para el alimen¬
to de las piaras. Los árboles frutales estaban representados principalmente
por los manzanos, indispensables para la elaboración de la sidra y en la co¬
cina asturiana, nogales, perales, avellanos, higueras, cerezos y amexinares
o ciruelos. Los cultivos de cereales estaban dedicados preferentemente a la
obtención de mijo, cebada y avena más que a la de trigo, existiendo además
cultivo de leguminosas y de huerta, con acequias para el riego. Entre las
plantas textiles destacaban las de lino (linares). Existía asimismo el viñedo,
aunque no en gran escala.
114 MANUEL RIU RIU

Entre los condimentos de una comida basada en los cereales panifica-


bles, la caza y la pesca fluvial y marítima, cabe señalar la sal, producida
en varias explotaciones salineras, y la miel obtenida en gran escala por los
colmeneros. El propio rey Silo tuvo ya sus colmeneros. La existencia de mo¬
linos hidráulicos queda atestiguada desde el siglo ix, lo mismo que la de
lagares y prensas para el vino. Entre los edificios de la villa, villar o villela,
la finca rural, no solían faltar junto a la casa, el cellarius, el furnus, y muy
pronto el hórreo, además de las curtes y corrales.
Predominó en la repoblación de la zona del norte del Duero la pequeña
propiedad libre y aislada, denominándose los centros de nueva creación con
el nombre de los repobladores, precedidos de los términos villa, valle, cas-
tru, etc., circunstancia que ha permitido precisar el origen de muchos de
ellos. Si bien «repoblar», a menudo no significaría mas que reorganizar la
población ya existente y reforzarla con nuevos elementos, llegados del nor¬
te o del sur gracias a las libertades que se les permitía disfrutar. «En Casti¬
lla —ha escrito Sánchez Albornoz— fue escasísimo el número de siervos
de la gleba y por ende el de libertos; hubo muy pocos colonos atados al
señor por su cabeza —los collazos castellanos y los leoneses júniores de
capite— y hubo muchos enfiteutas con todos los derechos inherentes a la
ingenuitas o libertad personal y con la personal libertad de movimiento: los
júniores de hereditate de León y los solariegos de Castilla.» Un territorio
en expansión facilitaba el mantenimiento de las libertades. Los pequeños
propietarios libres se agrupaban en comunidades locales, pudiendo acoger¬
se al patrocinio (benefactoría) de un señor a quien podían abandonar cuan¬
do querían (hombres de behetría), o depender directamente del rey de León
o del conde de Castilla. De estos pequeños propietarios surgieron, en el si¬
glo x, los caballeros villanos, que reforzarían la caballería, permitiendo una
mayor rapidez en la recuperación de las tierras llanas. Pero éstas facilita¬
rían, a su vez, la creación de núcleos de población protegida y agrupada
en el valle del Duero y sus afluentes, con la formación de nuevas zonas de
cultivo de cereales a su alrededor, y de dehesas para el ganado.

La vida urbana, el artesanado y el comercio

Aunque ya hemos apuntado que la vida urbana fue muy poco brillante
en el norte, en particular si la comparamos con la de al-Andalus en la mis¬
ma época, no podemos dejar de hacer algunas referencias a la creación de
la ciudad de Oviedo, y a las de León y Burgos, a título de ejemplo del urba¬
nismo norteño. El rey Fruela I pasa por haber sido en 760 el fundador de
la ciudad de Oviedo, en el lugar donde había existido un poblado fortifica-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 115

do de los astures. El documento fundacional del monasterio benedictino de


San Vicente, en Oviedo, cuenta que en 761 llegaron allí el abad Fromesta-
no, su sobrino Máximo y Montano con veinticinco monjes, y ellos fueron
quienes allanaron el terreno, lo limpiaron y empezaron a edificar el monas¬
terio. A Fruela se ha atribuido la construcción de la basílica de San Salva¬
dor, con los doce apóstoles, que fue destruida por los sarracenos y
reconstruida por Alfonso el Casto. Y a Fruela se ha asignado también la
construcción de un palacio, con dos altas torres separadas por un cuerpo
central de seis arcos, con capiteles, fustes y bases de mármol, del cual
procedería la torre de San Miguel (4,91 x4,80 metros) a la cual se adosó
la Cámara Santa (reformada en el siglo XII) en tiempos de Alfonso II. Ex¬
cavaciones efectuadas por José Fernández Buelta y Víctor Hevia han dado
lugar al hallazgo de varios elementos, entre ellos un horno excavado en la
roca para altas temperaturas, restos de baños, tubos y canalizaciones de agua,
un posible claustro del siglo x, y otros. Pero la planta y características ur¬
banas del Oviedo primitivo se desconocen, aunque la Crónica de Alfonso III
nos diga que Alfonso II, en el primer tercio del siglo IX, «equipó los regios
palacios, los baños, almacenes y toda clase de servicios», además de dotar
de nuevos altares a la basílica del Salvador, construir la de San Tirso y edi¬
ficar, «bastante lejos del palacio» la basílica de San Julián de los Prados,
dedicada a los santos Julián y Basilisa «con dos altares de mucho arte y
admirable disposición». El hecho de que a comienzos del siglo X se trasla¬
dara la capitalidad del reino a la ciudad de León debió de paralizar el creci¬
miento de Oviedo.
El excelente estudio de Sánchez Albornoz sobre la ciudad de León, ha¬
cia el año 1000, nos permite detenernos un poco en ella. León, la población
más importante de la España cristiana en el siglo x, era una ciudad peque¬
ña. Probablemente no llegaba a los 1.500 habitantes. Las murallas roma¬
nas, con algunos remiendos, seguían protegiéndola desde su repoblación
hacia el año 875. Tenía forma rectangular, heredada del antiguo campa¬
mento romano que le dio origen; contaba con numerosas iglesias y monas¬
terios, y era sede episcopal. La gobernaba un conde, auxiliado por el merino
y el sayón. La asamblea general de vecinos (concillium, precedente del con¬
cejo) de León y su alfoz o término municipal, se reunía, presidida por el
conde, para administrar justicia, fijar pesas, medidas y precios de jornales
y mercancías. Vivía en la ciudad una minoría culta, pero en ella el misticis¬
mo se mezclaba con la sensualidad, el amor con la guerra y el rezo con el
cultivo del agro circundante. El artesanado, como en la mayoría de las ciu¬
dades, se hallaba en las manos de los francos o extranjeros. Era todavía
insignificante; el fuero de 1017 menciona sólo panaderos, vinateros, bode¬
gueros, tejedores..., y en 1024 se mencionan los tiraceros mozárabes, fabri-
116 MANUEL RIU RIU

cantes de paños de seda. En las proximidades de la ciudad se habla de roderos


y carniceros o peleteros. Un mercado extramuros está documentado desde
997, unas tiendas ya en 950 y un mercader en 964. Pero en total, es poco.
Sabemos que en los mercados no faltarían mercaderes judíos con sedas bi¬
zantinas, persas e islámicas, con productos de la artesanía andalusí y telas
de Francia. Pero ese comercio de artículos de lujo está dirigido a los mag¬
nates, o a las iglesias, que disponen de numerario para adquirirlos.
Aparte del de León, sabemos que existía otro mercado en Cea (951) y
que se arreglaban los caminos desde el siglo x, y se construían los prime¬
ros puentes de piedra desde la época romano-visigoda. Un caballo valía de
cuarenta a sesenta ovejas, o de seis a doce bueyes, aunque los documentos
fijaran su precio en sueldos (de 100 a 300 sueldos). La oveja se equiparaba
al sueldo de plata, o al modio de trigo. Un cerdo valía sólo ocho denarios
de plata, mientras un mulo podía llegar a valer cien sueldos o argenzos (suel¬
dos de plata y no de oro). Un cáliz valía (en 973) veinte sueldos. El precio
de tierras y casas podía ser inferior al de las caballerías.
La carencia de moneda propia hizo que se utilizaran las monedas sue¬
vas, visigodas y musulmanas. Por ello los pagos se valoraban en so/idi o
sueldos, aunque se pagaran en especies, principalmente en ganado o en ce¬
reales. Desde el siglo x, acaso por la afluencia de dirhemes árabes, se sus¬
tituyó la moneda de oro, tesaurizada, por la de plata, con valores relativos.
Es posible que la influencia del mundo carolingio se dejara sentir también
en este caso. Aunque hubo una etapa en que se distinguieron los sueldos
de los arienzos o argenzos (valorándose un sueldo en siete arienzos), por
ser los sueldos de plata los únicos en circulación pronto llegaron a con¬
fundirse.
La mayor parte de las calles de León eran estrechas e irregulares, y las
casas no tenían más de dos plantas. Las más sencillas eran de tapial, cubier¬
tas con ramajes y barro. No solían faltar, a su alrededor, el corral o el huer¬
to, de la misma forma que junto a iglesias y monasterios se extendían sus
curtes cercadas con paredes de piedra. Otras casas, construidas con cantos
rodados y argamasa de barro, poseían techumbre de madera e incluso recu¬
brimiento de tejas. Tampoco faltaban los edificios de adobe, ni las cons¬
trucciones de madera. El número de habitaciones y el mobiliario y menaje
solían ser escasos, salvo en los palacios episcopal o condal, o en la casa del
rey, mejor dotados.
Pasemos ahora de León al ejemplo burgalés. Burgos, la ciudad del Ar-
lanzón, surgió de un castellum o centro fortificado, en cuyo entorno, des¬
pués de una serie de intentos de asentar núcleos de población, desde mediados
del siglo IX, lo consigue el conde Diego Porcelos, por mandato del rey Al¬
fonso III, en el año 884. A partir de este momento sería ya efectiva la ocu-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 117

pación de la tierra por comunidades rurales procedentes del norte. Al este


Lantarón, Cerezo o Pancorbo, al sur Castrojeriz o Lara, tendrán una im¬
portancia decisiva en la consolidación del poder político y militar. En 899
figura ya un conde Gonzalo Fernández en Burgos, el 922 es Ñuño Fernán¬
dez el conde de Burgos, tal vez hermano de aquél, y en 931 consta como
tal Gutier Núñez, probable hijo del anterior. Pero será el conde Fernán Gon¬
zález, acaso hijo del primero, quien unifique las tenencias condales de Cas¬
tilla y se rebele en 944 contra su rey legítimo, el soberano leonés Ramiro II.
La unión en Burgos de dos caminos esenciales: el de Puente la Reina
a Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado y Gamonal, y el de
Bayona-Miranda, Pancorbo, Briviesca y Gamonal, rutas básicas en la con¬
figuración del Camino de Santiago, y la confluencia de otras rutas igual¬
mente importantes como la que iría a las Asturias de Santillana y la del
Pisuerga, hacia el oeste, hacían de Burgos un centro clave en los pasos del
alto Ebro y del alto Duero, entre los mundos cristiano y musulmán. Los
pequeños asentamientos considerados «burgos» fueron, sin embargo, esen¬
cialmente agrarios, con sus huertos, campos, casas, molinos y viñas, junto
a iglesias rurales; hasta la segunda mitad del siglo xn Burgos no podrá con¬
siderarse como una auténtica entidad urbana. Desde la segunda mitad del
siglo x diversos barrios, cada uno con su iglesia, se extienden por las lade¬
ras del cerro del castillo y es posible que, en la primera mitad del siglo XI,
estuvieran rodeados por una incipiente muralla. Pero no será hasta el último
tercio del siglo XI cuando, en 1075, se traslade a Burgos la sede episcopal
de Oca y se funde, en 1091, el monasterio-hospital de San Juan Evangelis¬
ta, creado por San Lesmes.
El hecho de que Burgos tenga ya dos tiendas en 982, a derecha e izquier¬
da, respectivamente, del Camino de Santiago (que va a convertirse en la
calle principal) y que el conde García Fernández las entregue al monasterio
de Cardeña, revela el inicio de una cierta actividad comercial en relación
con las rutas de peregrinación, pero urbanísticamente nos dice poco toda¬
vía. Poco a poco la ciudad desciende desde las laderas del castillo (barrios
de San Esteban y de San Saturnino) hacia el Arlanzón y prospera el barrio
de Santa María, donde existen, además de la catedral, los palacios de la fa¬
milia real, otros de nobles y el puente (no documentado hasta 1140). Bajo
la protección real se celebraría un mercado al aire libre en La Llana, y allí
estarían situados los baños. Pero no debemos adelantar acontecimientos.
118 MANUEL RIU RIU

La espiritualidad y las peregrinaciones


a Santiago de Compostela

Fruela I, Alfonso II y Ramiro I aparecen como los tres grandes reyes


constructores de iglesias, en especial en Oviedo que será no sólo el centro
político de Asturias, sino también su sede espiritual, desde antes del 812
en que vemos mencionado su primer obispo. Su catedral es la iglesia de San
Salvador. De sus primeros prelados apenas si conocemos algo más que sus
nombres. Algunos pertenecían a familias condales. La devoción al Salva¬
dor (en cuya iglesia se veneran reliquias importantes, algunas sin duda lle¬
vadas allí por los mozárabes emigrados) y a la Santa Cruz debieron ser
intensas. Ya Ramiro I dictó severas penas contra los hechiceros o adivinos,
y se restableció el celibato eclesiástico. La restauración del Ordo Gothorum
en Asturias, mediado el siglo IX, por obra de Alfonso III, implicaba tam¬
bién la restauración religiosa según el modelo toledano y la penetración del
cristianismo en los confines montañosos. El desarrollo del eremitismo, en
relación con esta cristianización, debió de ser muy importante, a juzgar por
la gran cantidad de eremitorios y de pequeñas iglesias rupestres que han lle¬
gado hasta nuestros días. Los testimonios arqueológicos de este eremitismo
prevalecen sobre las noticias escritas y las tradiciones. Se sabe, no obstante,
algo de algunos eremitas especialmente venerados, como San Froilán
(832-905), nacido cerca de Lugo, eremita desde los dieciocho años, junto
con el sacerdote Atilano —que luego sería elegido obispo de Zamora— y
con quien se instaló, hacia el 850, en una celda del monte Curueño (La Ve-
cilla) en la montaña leonesa. Alfonso III hizo que Froilán fuese a la corte
(878) y le encargó la reorganización eclesiástica de las tierras del Duero re¬
cién conquistadas. Entonces Froilán fundó el monasterio dúplice de Tába-
ra y, poco después, el de Moreruela, ambos en la zona del Esla. Este último,
según el anónimo autor de la Vita Sancti Froilani, llegó a reunir cerca de
200 monjes, cifra más propia de los grandes cenobios orientales que de las
pequeñas fundaciones familiares del reino astur-leonés. Muy a su pesar, Froi¬
lán llegaría a ser elegido obispo de León y rigió el obispado (900-905) hasta
su muerte. También el obispado de Orense fue restaurado por Alfonso III
en el 900.
El monasterio de Santiago de Peñalba, fundado a comienzos del siglo x
por San Genadio —luego obispo de Astorga—, tendió a agrupar a los ere¬
mitas que vivían en celdas dispersas, y la misma intención remodeladora
y encauzadora del eremitismo aparece en otras fundaciones monásticas de
la época, que a veces entraron en conflicto con los habitantes de las aldeas
vecinas, por la explotación de las tierras. El obispo Fruminio de León, por
ejemplo, en 944 hubo de defender a los eremitas de Pardomino de los habi-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 119

tantes de siete aldeas que, a su vez, eligieron a sus boni homines y, como
comunidad de aldea, invocaron su derecho a talar árboles, apacentar gana¬
do y roturar tierras. En este caso tuvo que intervenir el rey y se llegó a un
acuerdo, delimitando los distintos territorios y concediendo el derecho de
propiedad a los eremitas y el usufructo a los aldeanos. Actuaron en este
acto jurídico siete laicos en representación de sus gasalianes y siete eremitas
de los distintos eremitorios del valle. En 975, treinta años después, consta
la existencia en el lugar de 21 familias campesinas y de ocho anacoretas en
otras tantas celdas eremíticas conocidas por los nombres de sus santos titu¬
lares, pero hasta finales del siglo x no aparece allí un centro benedictino,
tratando de dirigir la organización económica y espiritual del lugar. Los er¬
mitaños debían detentar el derecho parroquial de la zona, pues existen pres¬
bíteros entre los eremitas, y debieron unos y otros continuar su vida activa
hasta el siglo XII por lo menos.
Estos ejemplos muestran, junto a los intentos de reforma o reorganiza¬
ción benedictina encauzados por la monarquía, la persistencia de un mona¬
cato tradicional y de una corriente eremítica que la autoridad eclesiástica
protege. No en vano varios obispos han sido elegidos para sus nuevas sedes
por su prestigio como eremitas y algunos se resisten a ser ordenados de pres¬
bíteros y a aceptar la designación.
Hemos visto la existencia de eremitorios y monasterios en las zonas ru¬
rales. Existen, asimismo, en el reino astur-leonés, referencias a comunida¬
des de clérigos y también de monjes en torno de las catedrales de las sedes
episcopales de Iria Flavia (Padrón-Santiago, desde 885), de Valpuesta (911),
de Mondoñedo (916), de León (954), de Astorga (1028) y de Lugo (c. 1000).
Una suerte de vida monástica o capitular se desarrolla en torno de las igle¬
sias catedralicias, pero además consta documentalmente la existencia de un
centenar de iglesias y pequeños monasterios, en buena parte de los cuales
se mantiene el pactismo del monacato de raíz fructuosiana. En algunas igle¬
sias rurales el clero vivía en común. Algunos presbíteros y clérigos eran de
condición servil. Otros, más ricos, restauran con sus bienes y dotan iglesias
propias y monasterios. Las iglesias propias abundan en Asturias, aunque
las sedes episcopales tiendan a apoderarse de ellas y convertirlas en parro¬
quias diocesanas. También de los monasterios dependen algunas iglesias.
Oviedo, Gijón y Avilés, primeras agrupaciones urbanas de Asturias, cuen¬
tan con varias iglesias dentro de sus murallas.
Como por doquier son pocos los libros que poseen iglesias y monaste¬
rios y en su mayor parte litúrgicos (manuales, antifonarios, leccionarios,
pasionarios, oracionales, salterios y algunas vidas de santos, o las reglas de
San Fructuoso, San Isidoro o San Benito). Del siglo x poseemos menos no¬
ticias que de la etapa anterior. Sabemos, sin embargo, que a finales del si-
120 MANUEL RIU RIU

glo X se perfila como Conventus Dominarum, donde hallarán refugio


señoras de alta alcurnia, el monasterio de San Juan Bautista de Oviedo (San
Pelayo), y en la primera mitad del siglo XI se fundan los tres grandes mo¬
nasterios benedictinos asturianos: San Salvador de Cornellana (1024), fun¬
dado por la infanta Cristina, hija de Bermudo II; Santa María de Belmonte
(c. 1032), y San Juan de Corias, en la ribera del Narcea (1044), patrocinado
por la familia del conde Piniolo Xemeniz.
El Concilio de León (1017), al cual asistieron con los obispos y abades
el rey y sus magnates, es una asamblea mixta en que e legisla sobre cuestio¬
nes de índole religiosa y política. Entre 1025 y 1035 ocupa la sede de Oviedo
un monje catalán, el abad Ponce de San Saturnino de Tabernoles, en el alto
Urgel, amigo del abad Oliba de Ripoll y propagador como él de la reforma
cluniacense en el monacato astur-leonés. Fue asimismo el restaurador de
la sede de Palencia (1035). Pero hasta mediado el siglo XI (época del papa
Alejandro II) no consta ninguna relación directa de la Iglesia astur-leonesa
con Roma. La espiritualidad asturiana, como ha puesto de relieve Javier
Fernández Conde, a quien seguimos en estas líneas, se ha convertido en sal¬
vaguarda de la ortodoxia, siguiendo las directrices del ritual toledano de
época visigoda. Pero no puede verse libre de influencias extrañas, como ve¬
remos, por la llegada constante de personas de otras tierras, incluso antes
de que se intensifique la presencia navarra. La primera alberguería conoci¬
da, fundada para ayudar a los caminantes, en el difícil paso del Pajares (ba¬
rrera entre los valles asturianos y las llanuras leonesas), fue la de Telezas
en 1033.
Es muy poco cuanto se sabe de la actitud religiosa de los fieles en estos
primeros siglos. Tan sólo consta una primera rebelión de los siervos o liber¬
tos contra sus señores, en tiempos del rey Aurelio (768-774), y la noticia
cronística se limita a consignar que fueron devueltos a la servidumbre. Es
posible que entre los sublevados los hubiese de patrimonios eclesiásticos,
hombres y familias pertenecientes a la Iglesia, pero la fuente no lo indica
explícitamente. En este caso, sin embargo, serían las condiciones económicas
las que motivarían la revuelta y no las religiosas. Por lo demás, la persisten¬
cia de viejas tradiciones o de creencias ancestrales entre el pueblo no puede
sorprendernos.
Con la expansión experimentada por el cristianismo hasta el siglo IX,
no podían faltar los peregrinos europeos que acudían a Palestina para orar
en los Santos Lugares. Pero el viaje era largo y difícil. Pronto surgieron
nuevos centros de peregrinación en el Occidente, como el santuario de San
Martín de Tours o el de San Pedro en Roma. Pero uno de los más frecuen¬
tados en la Edad Media iba a ser el de Santiago de Compostela, en España.
Surgido en el siglo ix y desarrollado a partir del x, persistiría a pesar de
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 121

la destrucción parcial llevada a cabo por Almanzor (997) y alcanzaría difu¬


sión muy notable a partir del siglo xi y hasta el xvi.
El desarrollo de las peregrinaciones a Santiago de Compostela constitu¬
ye el fenómeno más destacado de la espiritualidad asturiana. Como reflejo
del renacimiento cultural carolingio, en la Asturias de Alfonso II el Casto
y de Alfonso III se operó un renacer de las letras latinas que, aunque era
de signo netamente clerical, despertó el interés por el arte de la retórica,
por las enseñanzas clásicas y por la historiografía oficial (Crónica de Al¬
fonso III). Lo carolingio se imitó también acaso al adoptar su sistema mo¬
netario (dineros de plata), construir una nueva ciudad para capital del reino
(Oviedo, rival de Toledo) y seguir fielmente el camino de la ortodoxia, de
acuerdo con los carolingios (Alcuino en particular, que se carteó con Beato
de Liébana), frente al adopcionismo toledano.
Es posible que Alfonso II deseara aprovechar el adopcionismo propug¬
nado por el metropolitano de Toledo, Elipando, para independizar a su Igle¬
sia de la toledana, que había caído en la herejía. Y es probable que el fomento
del culto al apóstol Santiago fuera parte de ese deseo de independencia. Re¬
sulta significativo que fuera Beato de Liébana, el principal impugnador del
adopcionismo toledano, quien en 776, en su obra Comentario al Apocalip¬
sis, declarara que el apóstol Santiago fue quien trajo el Evangelio a Espa¬
ña. Su prestigio como teólogo y consejero religioso de la corte asturiana
permitió que se fomentara oficialmente el culto a Santiago. En 786, en un
himno dedicado al rey Mauregato, Beato recordaba de nuevo que el hijo
de Zebedeo, el Trueno, fue el evangelizador de España. Cuando apuntaba
el siglo IX se empezó a hablar de que, en las proximidades de una pequeña
población de Galicia, en un campo de la antigua Iria Flavia (Padrón), en
el extremo occidental del reino astur, había aparecido (813) un sepulcro con
el cuerpo de Santiago el Mayor. Esto levantaba los ánimos desesperanza¬
dos de asturianos y gallegos, despertando su fe en el Apóstol como protec¬
tor de la cristiandad que él había venido a instaurar en España. Alfonso II
informó del hallazgo de Carlomagno y, con la protección de éste, el papa
León III «autenticó» las reliquias de Santiago, que entonces se considera¬
ban ya milagrosas. Como recompensa por su mediación, Carlomagno ob¬
tuvo el hueso frontal de Santiago, que luego Carlos el Calvo cedería a la
iglesia de Saint Vaast, en Arrás, donde se venera.
El resto del esqueleto empezaba a recibir culto en la capilla de Santiago,
construida en el mismo lugar del hallazgo por Alfonso II y por el obispo
Teodomiro y, de acuerdo con la leyenda, denominado Campus Stellae (Com¬
postela), por la estrella que, con su resplandor, condujo al descubrimiento
milagroso de la tumba del Apóstol. A su lado se edificó un monasterio be¬
nedictino y un baptisterio, construyéndose las primeras viviendas. A comien-
122 MANUEL RIU RIU

zos del siglo IX, Floro de Lyón calificaba ya de celebérrima la veneración


que se daba en Galicia a los huesos del Apóstol. El obispo Teodomiro
(T847), primer obispo de Compostela, fomentó el culto a Santiago y vio
la llegada de los primeros peregrinos italianos. Del propio siglo se tiene
noticia del interés que despertaba entre los franceses la peregrinación a
Santiago de Compostela. En 855, el camino de Santiago aparecía ya orga¬
nizado y frecuentado. Y la fama de las riquezas de Santiago llegó a oídos
de los normandos, que no tardaron en acudir con ánimo de apoderarse de
ellas (858).
Poco después Santiago se convertía en el «Santiago Matamoros» que
invocarían las huestes cristianas. Hubo una batalla de Albelda, a poca dis¬
tancia de Clavijo, como hemos dicho ya, en la cual Ordoño I derrotó a las
huestes de Muza (860). Y esa victoria dio pie para que se forjara la fantásti¬
ca batalla de Clavijo, atribuida a Ramiro I, en la cual, según la leyenda,
Santiago aparecióse a los cristianos, montado en blanco corcel, y arreme¬
tiendo contra el ejército enemigo, lo diezmó con el rayo celeste de su fulmi¬
nante espada. La leyenda se complicaría con el «tributo de las cien doncellas»
y con el privilegio de los «votos a Santiago», mientras el grito de «Santiago
y cierra España» se convertía en grito de guerra en el occidente peninsular,
y la figura del Apóstol reemplazaba a la del santo de Tours.
La recuperación de España por los cristianos, alentada por los mozára¬
bes huidos del emirato de al-Andalus, había dado pie para que un clérigo
mozárabe interpretara una profecía de Ezequiel en el sentido de que la do¬
minación musulmana acabaría a los ciento sesenta años de haberse inicia¬
do, y esa interpretación quedaba plasmada en la Crónica Profética, escrita
en 883. Con ella cobraba mayor fuerza aún la ayuda espiritual que Santia¬
go había venido a significar. En 899 se consagraba la basílica mandada cons¬
truir (en 872) por Alfonso III y por el obispo compostelano Sisnando, en
honor del Apóstol, y sus milagros corrían de boca en boca. Esta basílica
constaba de tres naves (23,80 x 14 metros) cubiertas con madera y separa¬
das por dos filas de pilares de sección rectangular, ábside rectangular en
la cabecera con el edículo sepulcral, pórtico, gran capilla baptisterio con
oratorio dedicado a San Juan Bautista, amplias puertas de acceso y decora¬
ción de pórfidos verdes y rojos.
Mientras tanto, las rutas de peregrinación habían quedado perfectamente
estructuradas: París, Vézelay y Le Puy eran los tres grandes centros de re¬
cepción de franceses, de los cuales partían caminos que, en diagonal, atra¬
vesaban Francia para converger cerca de Roncesvalles. De allí, por Viana
y Estella, continuaban a Logroño, Burgos, Sahagún, León, Astorga, Pon-
ferrada, Triacastela y Santiago de Compostela. Otra gran ruta terrestre, desde
Arlés iba por Montpellier, Tolosa o Toulouse a Olorón y atravesaba los Pi-
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 123

ríñeos por el col de Somport, bajando a Jaca, y continuaba por Puente la


Reina, uniéndose a la ruta anterior en Viana. No faltaban, junto a éstas,
otras rutas menores, como la costera, que bordeaba las costas del Cantá¬
brico desde Bayona e Irún a Bilbao, Santander, Gijón y La Coruña, o las
rutas marítimas que finalizaban en estos últimos puertos. El Codex Calixíi-
nus (del siglo xn) precisará estas rutas, señalando para los caballeros doce
jornadas de viaje, desde los Pirineos a Compostela. Los peregrinos empren¬
dían a menudo la ruta en cumplimiento de penitencia por los tres pecados
canónicos (apostasía, homicidio o adulterio) y llevaban un traje especial para
distinguirse: túnica corta, manto de lana gruesa con capuchón, capellina
o ancho sombrero, bastón y alforja de cuero, adornos de conchas o vene¬
ras, y sandalias. La «mano del Apóstol», hecha de azabache, de cristal de
roca o de otras materias, se convirtió en un amuleto apetecido, como en
el mundo islámico lo era la «mano de Fátima».
A comienzos del siglo XI Santiago de Compostela, reconstruida después
de la depredación de 997 gracias a la munificencia del rey Bermudo II y
del obispo San Pedro Mezonzo, se había convertido en el tercer gran san¬
tuario de la cristiandad, con los de Jerusalén y de Roma. Reyes, condes y
obispos figuraban entre los peregrinos, con gentes de muy diversas proce¬
dencias: portugueses, castellanos, franceses, catalanes, griegos, armenios,
ingleses, búlgaros, alemanes, italianos y flamencos, entre otros.
En los años de Sancho III el Mayor de Navarra (1004-1035) y de Alfon¬
so V de León (999-1028) se produjo la penetración, a través de estas rutas,
del monacato cluniacense. Y los monjes de Cluny, dentro del mismo si¬
glo XI, contribuyeron de forma decisiva, junto con los reyes y obispos, a
reorganizar y perfeccionar los caminos, construyendo puentes, refugios, al¬
bergues y hospitales a lo largo de los mismos, para que los peregrinos en¬
contraran siempre aposento y comida. En el siglo XII las peregrinaciones
a Santiago fueron abundantes, el xm fue la época de plenitud, en el xiv
empezó la decadencia y ésta se consumó de los siglos XVI al XIX.

Arte y cultura en el reino astur-leonés

En este reino que, poco a poco, iba consolidándose y ampliando su te¬


rritorio, la cultura de raíz visigoda experimentó un nuevo despertar a fina¬
les del siglo IX. Nos hemos referido, brevemente, a la Crónica Profética
(883), de inspiración mozárabe, atribuida al clérigo Dulcidio que, interpre¬
tando una profecía de Ezequiel, auguraba a Alfonso III el dominio sobre
España entera; y a la labor historiográfica de Alfonso III el Magno (T909),
cuya Crónica, escrita en Oviedo en tiempos de su hijo García (910-913) o
124 MANUEL RIU RIU

ampliada, abarca desde Wamba a Ordoño I y no tardó en sufrir los reto¬


ques de una nueva versión —la «rotense», en tiempo de Ordoño II
(914-924)— para que se leyera en Pamplona.
El florecimiento monástico —de signo preferentemente pactista fructuo-
siano hasta mediados del siglo x y benedictino después— no estuvo ausen¬
te de este renacer cultural, matizado por las influencias mozárabes y por
el auge de las peregrinaciones a Santiago de Compostela. Se construyen mo¬
nasterios en lugares de veneración ancestral o se restauran centros cenobíti¬
cos de la época visigoda. A principios del siglo x existen ya, entre otros,
los famosos monasterios de San Vicente de Oviedo, en Asturias; Samos,
en Galicia; San Miguel de Escalada, junto al Esla; el de los Santos Facundo
y Primitivo (Sahagún), en León; San Pedro de Cardeña, en Castilla... To¬
dos ellos cuentan con pequeñas bibliotecas. Los monjes, muchos de ellos
mozárabes emigrados al norte, escribiendo en letra «visigótica» o «moza-
rábica» de caracteres redondeados, copian cuantos manuscritos latinos lle¬
gan a sus manos, y así se van formando, desde los siglos vm y ix, las
bibliotecas en que cabe encontrar libros de la Biblia, las reglas monacales
de San Fructuoso o de San Benito, obras jurídicas y en particular los libros
litúrgicos necesarios para el culto, los escritos de San Isidoro o San Ildefon¬
so, vidas de santos, necrologios y algunos libros del saber pagano que pu¬
dieron salvarse. Se han hecho famosas las obras de Beato de Liébana
comentando el Apocalipsis de San Juan o impugnando el adopcionismo de
Félix de Urgel y de Elipando de Toledo.
En el siglo x la cultura de los cenobios e iglesias decae. Apenas si se con¬
servan de esta época más que diplomas y documentos (compras, ventas, con¬
tratos...). Desde Alfonso III hasta Sampiro, presbítero de Zamora que a
finales del siglo x escribe su Crónica, apenas si hay algún cronicón anóni¬
mo que, en una prosa bárbara, quiere continuar la Crónica de Alfonso III.
La mayor parte de los libros que se leen, y sólo lee una minoría, han sido
importados por los mozárabes.
Mientras tanto, a comienzos del siglo ix surgió —con netas influencias
romanas, nórdicas (el sogueado) y carolingias (empleo del ladrillo alternan¬
do con la piedra, sobre todo en los arcos)— un arte de técnicas arquitectó¬
nicas avanzadas para la época, que tuvo su impulsor en Alfonso II (T842)
con la basílica de San Salvador y la Cámara Santa, y con el templo de San
Julián de los Prados (en la campiña de Oviedo) felizmente conservado in¬
cluso en su decoración pictórica, y alcanzó su esplendor con Ramiro I
(842-850), empezando a decaer en el siglo X a la par que se extendía por
tierras leonesas (colegiata de San Isidoro, consagrada en 1063), para aca¬
bar suplantando por el estilo románico en el siglo XI, mejor adaptado al
cambio de la liturgia que entonces se produjo.
LOS PRIMEROS NÚCLEOS HISPÁNICOS DE RESISTENCIA AL ISLAM 125

El primer románico recogió no pocas de las innovaciones del arte astu¬


riano: el armado de los muros compuestos por series de arcos con paños
de lienzo intermedios; las bóvedas de cañón con arcos resaltados que las
refuerzan; los contrafuertes externos hábilmente situados que contrarres¬
tan los empujes y contribuyen a armonizar el edificio, concebido como un
conjunto orgánico.
El bello palacete real del monte Naranco (848), convertido luego en iglesia
de Santa María de Naranco; el templo de San Miguel de Lillo o Liño —que
parecen traducir en piedra las construcciones de madera imitando su estruc¬
tura y sus contrafuertes externos—; la iglesia de una sola nave de Santa Cris¬
tina de Lena (hacia 850), son construcciones, herederas del arte cristiano
primitivo, representativas del estilo asturiano, que matizan influencias di¬
versas, entre otras las recibidas de Oriente. Se erigieron junto a grandes vi¬
llas romanas que se utilizarían aún entonces como centros residenciales por
la corte astur.
La influencia mozárabe (desde finales del siglo IX en particular, con el
arco de herradura que aparece en tantas iglesias rupestres) produce en tie¬
rras de León San Miguel de Escalada (913), San Cebrián de Mazóte y San¬
tiago de Peñalba (937), monumentos ya distintos. Templos de tres naves
y motivos ornamentales (en capiteles, fajeados y celosías), como los de San
Adriano de Tuñón (891), con interesantes pinturas en el ábside; San Salva¬
dor de Valdediós (consagrado en 893), que inauguraba en Asturias la tra¬
bazón de todos los elementos constructivos (arcos murales, columnas
superpuestas, bóvedas nervadas, contrafuertes); la segunda basílica de San¬
tiago de Compostela (consagrada en 899), y la primera catedral de León
(comenzada en 916). En Castilla destacan Santa María de Lebeña y San Mi¬
llón de la Cogolla, en Logroño.
Las decoraciones al fresco, de resabios clásicos, o paredes recubiertas
de estuco y pintadas; los sogueados y trenzados de influencia germánica,
en los motivos escultóricos, con los clípeos o sellos rodados, colgantes de
los muros, figuran entre sus motivos más característicos. La escultura se
inspira asimismo en motivos de tradición prehistórica e ibérica (signos sola¬
res). La talla en bisel, característica del arte visigodo, de quien la heredaron
los mozárabes, no se encuentra apenas en el arte asturiano, siempre redon¬
deado e inspirado en modelos romanos. Algunos tratadistas consideran asi¬
mismo clásica la decoración con figuras de animales en discos o clípeos,
esculpida en el palacete del monte Naranco. Los motivos ornamentales de
San Miguel de Lillo (bajorrelieves de la puerta) y Santa Cristina de Lena,
se citan también como ejemplos típicos.
Las miniaturas del Libro de los Testamentos, las joyas y orfebrería como
la «Cruz de los Ángeles» (808 u 816) y la «Cruz de la Victoria» de Alfon-
126 MANUEL RIU RIU

so III, la Caja de las Ágatas (910) de la Cámara Santa de Oviedo, la arqueta


de la catedral de Astorga y el Arca Santa de Oviedo (con caracteres cúfi¬
cos), revelan la aportación de elementos orientales y francos que, en algu¬
nos casos por lo menos, pudieron llegar al norte por la vía del comercio.
El antifonario mozárabe de la catedral de León, escrito por Arias (906),
y la Biblia visigótica de San Isidoro, escrita en Berlanga de Duero (Castilla)
por Florencio y Sancho (960), con notas marginales en latín y árabe, son
ejemplos de la miniatura mozárabe que ilustraba los mejores volúmenes.
Con los ejemplares conservados de los Comentarios al Apocalipsis de Bea¬
to de Liébana, entre los cuales cabe citar el de Valladolid, pintado por Ove-
co (970), y el de Gerona debido a Eude (975), constituyen magníficos retablos
gráficos de la sociedad de la época: reyes, obispos, guerreros, monjes y cam¬
pesinos aparecen con sus atributos, indumentaria, armas, escudos y herra¬
mientas, ofreciendo imágenes vivas y escenas coloristas de aquellos tiempos
ambientadas entre castillos y fortalezas amuralladas, iglesias, viviendas y
tiendas de campaña.
4. EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN
DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y DE ARAGÓN

Los NÚCLEOS HISPÁNICOS ORIENTALES

Del mismo modo que hemos visto que, a lo largo de la cordillera Cantá¬
brica, surgían unos núcleos resistentes al poder del islam andalusí, también
en el oriente peninsular aparecieron pronto otros núcleos independientes,
a lo largo de la cordillera Pirenaica, que fluctuaron entre leoneses, musul¬
manes y carolingios. Unas tres generaciones después de que aparecieran con¬
figurados los núcleos resistentes occidentales, empezamos a tener constancia
escrita de que otros núcleos actuaban aislados en el Pirineo, con frecuencia
mediatizados por los reyes francos. La idea de reconquista del solar hispá¬
nico es posible que en estos núcleos fuera posterior a aquéllos. Destacamos,
entre ellos, unos grupos tribales en el País Vasco o Vasconizado todavía
poco evolucionados. Un reino, el de Pamplona o de Navarra, y una serie
de condados, en los cuales la influencia carolingia fue mucho mayor: Ara¬
gón, Sobrarbe, Ribagorza, Pallars, Urgel, Cerdaña, Conflent, Vallespir, Ro-
sellón, Berga, Osona (Vic), Empuries (Ampurias), Gerona, Besalú,
Barcelona, Manresa, etc., a los cuales dedicaremos este capítulo y el siguiente.
Con ellos vamos a dedicar un epígrafe a los Banu Qasi, del valle del Ebro,
porque aunque constituyeran un pequeño estado tapón entre cristianos y
musulmanes de al-Andalus de religión islámica, su ascendencia y raíces, así
como sus constantes relaciones con los núcleos cristianos ahora estudiados,
nos permiten completar el cuadro de la frontera en esta zona, con caracte¬
rísticas muy peculiares.
128 MANUEL RIU RIU

Noticias del territorio vasco

Las noticias del territorio vasco y de sus antiguos grupos tribales son
muy escasas. Según los autores árabes, los vascones de la tierra de Álava,
los primeros con que entraron en contacto, hablaban vascuence (baskiya),
una lengua difícil para ellos, ininteligible, y eran idólatras y rebeldes. La
Crónica de Alfonso III permite afirmar que los territorios de Álava, Vizca¬
ya, las Encartaciones, Ayala y Orduña, en los siglos vm al X, eran habita¬
dos por hombres libres e independientes, probablemente todavía en un
régimen tribal, y que no habían sido ocupadas por los musulmanes, ni in¬
corporadas a los reinos limítrofes de Asturias-León y de Pamplona, sus ve¬
cinos occidentales y orientales. Pero, desde el oeste y desde el este estos
territorios estaban experimentando una suerte de colonización por grupos
emigrados: eremitas, monjes, clérigos y campesinos huidos o trasladados
de las tierras cántabras, leonesas y riojanas.
En fecha imprecisa, entre los últimos siglos de dominio visigodo y los
primeros de expansión islámica en la Península, se había empezado a desa¬
rrollar el cristianismo en tierras vascas, especialmente en la zona de Álava
y Treviño, donde aparecen cuevas artificiales convertidas en templos-
eremitorios, con altares, inscripciones murales, vestigios pictóricos y escul¬
tóricos y sepulturas excavadas en el suelo rocoso, correspondientes estas úl¬
timas, según ha puesto de relieve A. Azkárate, a los primeros siglos de-la
reconquista y a una transformación de lugares de habitat en recintos sepul¬
crales. Los conjuntos de Faido, Laño, Marquínez, Pinedo y Corro conser¬
van todavía hoy vestigios impresionantes de este temprano florecer del
cristianismo en tierras vascas. La penetración hacia Guipúzcoa y Vizcaya,
en cambio, debió de ser posterior, e incluso las fundaciones monásticas es¬
casearían hasta el siglo xi.
Parece particularmente significativo un documento del año 871, del mo¬
nasterio de San Millán de la Cogolla, por el cual sabemos que el sénior Arran¬
cio y sus familiares hacen donación al monasterio de San Vicente de Acosta,
al pie del Gorbea, en Álava, y a su abad Pedro, de las iglesias de Santa Gra¬
cia y San Martín, en la villa o finca de Estavillo, con sus términos y perte¬
nencias, y precisan la existencia de campos de cereal, viñas, huertos,
manzanales y algunos nogales, linares y herreñales y dehesas, que habían
puesto en cultivo sus abuelos leoneses, emigrados al lugar. La imagen que
nos proporciona el documento es la de un territorio en plena actividad. Y la
mención en él de una «vía de Olleros» parece indicar, asimismo, la existen¬
cia de un centro elaborador de cerámica.
En Álava consta también la existencia de un obispo, Álvaro, fallecido
en 888, y de cristianos como el joven de nombre Sancho, capturado en una
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 129

razzia y martirizado en Córdoba en 851. La cristianización corre a cargo


de pequeños monasterios, en general de tipo familiar y muy pobres, que
gozan de la protección de los séniores, y de pequeñas colonias eremíticas,
viéndose reforzada, en particular desde comienzos del siglo XI, por los mo¬
nasterios foráneos, como el de San Juan de la Peña. La benedictinización
del monacato parece haber penetrado ya en tierras alavesas, dependientes
del obispado vecino de Valpuesta, en 937, cuando el monasterio de San Es¬
teban de Salcedo recibe varias iglesias, alguna probablemente rupestre, de
un grupo comunitario de clérigos.
El hecho de que la mayor parte de la documentación sea de procedencia
monástica puede distorsionar algo la visión de esta sociedad y sus proble¬
mas. Existen en estas tierras, como hemos visto, desde el siglo IX, peque¬
ños monasterios, o decanías vinculadas a abadías foráneas, que extienden
sus patrimonios por ellas. Así, Oña extiende su influencia por las Encarta¬
ciones, San Millán de la Cogolla lo hace por Álava y Vizcaya, y Leire y
San Juan de la Peña lo hacen por Guipúzcoa. Monjes de San Juan de la
Peña fundarán Olazábal (1025), San Andrés de Astigarribia y San Juan de
Gaztelugache (1053).
Consta que el conde de Castilla Fernán González desde el 932 tenía bajo
su poder las tierras de Álava por el rey de León, y que en 945, en compañía
de su mujer Sancha, traspasaba a San Millán de la Cogolla, en alodio libre
130 MANUEL RIU RIU

de cargas, la cuarta parte de la villa de Salinas de Añana, con derecho a


extraer la sal que quisiera el monasterio y sus decanías, y aprovechar los
pastos comunales para sus ganados conjuntamente con los habitantes de
la villa, seguramente hombres libres. De este modo, los monasterios forá¬
neos entraban a participar de las principales fuentes de riqueza del territorio.
Por estas fechas los documentos nos permiten conocer también la orga¬
nización social del territorio: existen, como hemos visto, unos séniores, de
quienes dependen los milites o guerreros y los homines libres que les deben
vasallaje; unos y otros hacen trabajar las tierras por collazos, labradores
obligados al pago de rentas, adscritos al suelo y traspasados con él, tanto
en Álava como en Vizcaya y Guipúzcoa. La existencia de hombres libres,
exentos del pago de «usos» (impuestos usuales) condales y reales (tales como
el homicidio, el fonsado, la fornicación [fornicio], calda y entrada del sa¬
yón real en sus tierras) queda atestiguada asimismo por la documentación,
entre el 952 y el 955. Sin embargo, éste nos parece un estadio ya evolucio¬
nado, a partir de la organización tribal originaria, en el cual se han super¬
puesto, con los emigrados, estructuras foráneas (reyes y condes con sus
caballeros) a las de origen gentilicio.
La sociedad es casi exclusivamente rural y principalmente ganadera, pre¬
dominando los caseríos dispersos. La mayor parte de los núcleos de pobla¬
ción agrupada se formarán entre la segunda mitad del siglo XII y el primer
tercio del xiv. La densidad de población debió de ser baja y su economía
de intercambios, básicamente ganadera y forestal, muy poco diversificada,
salvo acaso en Álava, el territorio más evolucionado, donde consta, desde
el primer tercio del siglo XI, una notable explotación y elaboración del hie¬
rro, destinado a la producción de utillaje agrícola (rejas de arado) y acaso
también de armas, exportadas a Castilla y la Rioja. Un documento excep¬
cional, de 1025, precisamente el año en que aparece mencionada por prime¬
ra vez Guipúzcoa como parte del territorio vasco, hasta el río Deva, al
relacionar los pueblos de Álava que pagaban impuestos al decano del mo¬
nasterio de San Millán sobre el hierro elaborado, enumera cerca de un cen¬
tenar de rejas de arado al año, equivalente acaso al diez por ciento de la
producción anual de estos dominios, y nos confirma, indirectamente, de
la importancia de la elaboración de este metal, de la implantación de la reja
metálica en el arado como indicio de la renovación agrícola y de la posibili¬
dad de su comercialización.
Otros documentos de la primera mitad del siglo XI, aunque escasos y
poco explícitos todavía, permiten atisbar la continuidad de la protección
real y señorial hacia los monasterios foráneos reformados o benedictiniza-
dos. En 1025, por ejemplo. García Acenariz o Aznárez, señor de Guipúz¬
coa, y su esposa Gaila, hacían ofrenda al monasterio de San Juan de la Peña
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 131

del monasterio de Olazábal, en Lezo, con su heredad en la que había man¬


zanales en pleno rendimiento, y seis vacas para trabajar las tierras. Por en¬
tonces Guipúzcoa se hallaba ya incorporada al reino de Navarra, como
también Álava y Vizcaya, bajo el dominio (no sabemos hasta qué punto
efectivo) de Sancho III el Mayor, pero muy pronto la mayor parte de los
territorios bascularía hacia Castilla (1076) y acabaría incorporada a este reino
desde 1200.
Mientras tanto, a mediados del siglo XI (el 30 de enero de 1051), el rey
de Pamplona García Sánchez III y su esposa Estefanía otorgaron, junto con
el conde íñigo López, que gobierna la tierra de Vizcaya y Durango con el
título de dux, y con el consentimiento de sus caballeros, la ingenuidad a
todos los monasterios situados en las tierras de Vizcaya y Durango, librán¬
doles de cualquiera servidumbre hacia los condes u otras potestades, así como
de mantener las jaurías y los cuidadores de las mismas, pertenecientes a los
condes y a sus caballeros, como era usual hasta entonces, cuando no iban
con ellas de caza. El mismo día íñigo López y su mujer Toda ofrecían al
obispo de Álava, García, en usufructo el monasterio de Santa María de Aspe,
en Busturia, situado bajo una peña, junto al mar, con su decanía de Baret-
zi, y con el diezmo de Busturia, con sus pesquerías y sus plantaciones de
manzanos, con la condición de que a su muerte revirtiera todo al monaste¬
rio de San Millán. El obispo de Álava cedió al cenobio las tercias de Guer-
nica y de Bermeo, entre otras, y confirmaron la donación los obispos de
Pamplona y de Nájera, los abades de Mu.nguía, Bolívar y Abadiano, y los
señores de Arratia, Baracaldo y Berango.
Antes de que finalizara el siglo XI, entre 1087 y 1091, las diócesis de Ca¬
lahorra y Álava se fundieron en una sola, para las tierras de Álava y Vizca¬
ya. La diócesis de Pamplona comprendió también las tierras de Guipúzcoa,
y la sede de Valpuesta pasó a Burgos con su territorio. De este modo que¬
daba reorganizada la administración diocesana de las tierras vascas, agru¬
padas en parroquias y arciprestazgos. Para entonces el territorio podía
considerarse definitivamente cristianizado. En un momento indeterminado,
la diócesis de Bayona se sumó a esta organización eclesial, completándola.

Los ORÍGENES DEL REINO DE NAVARRA

Los vascos, apenas romanizados no obstante los esfuerzos hechos en épo¬


ca romana y en época visigoda, situados a ambas vertientes de los Pirineos
occidentales, entre francos y visigodos, combatieron de continuo por su in¬
dependencia y nunca fueron dominados por completo. Recuérdese que Ro¬
drigo asediaba Pamplona, a comienzos del siglo vm, cuando supo la llegada
132 MANUEL RIU RIU

de los musulmanes a la Península y hubo de partir con sus tropas hacia el


sur sin poder dejar resuelto el problema que tanto afectara a sus antecesores.
El nombre de Navarra apareció en la historia cerca de un siglo después
de la formación del reino de Asturias, pero los vascos de Pamplona, como
los de las restantes tribus insumisas, hubieron de soportar desde la segunda
década del siglo vm numerosos asaltos de los musulmanes (quienes sólo lo¬
graron someterles nominalmente de forma circunstancial en 718 y 738), de
los francos (la primera rota de Roncesvalles en 778 supuso un duro revés
para el ejército de Carlomagno), y de los normandos (estos últimos a me¬
diados del siglo IX, como veremos). Mediante pactos circunstanciales de su¬
misión, los emires de al-Andalus lograban percibir algunos tributos anuales.
Parece ser que hacia 753 los vascones de Pamplona se sublevaron con¬
tra Yusuf y se liberaron del dominio islámico, aunque poco después (en 756)
volvieron a caer bajo él, si bien de forma precaria. Es posible que en 778
Pamplona estuviera de nuevo gobernada por los propios vascones. En todo
caso, en el último tercio del siglo vm, se conoce la existencia de dos jefes
de tribus vascas: el misterioso «Ibn Belascot», acaso un «hijo de Velasco»
adulterado por los textos árabes que lo mencionan, tal vez originario de Jaca,
y Jimeno el Fuerte, posiblemente de origen gascón.
Mientras tanto, como veremos luego, los descendientes de un Casius y
un Fortún de estirpe goda, convertidos al islamismo y conocidos por Banu
Qasi, tomaban posiciones en el valle del Ebro y en los de sus afluentes Gá-
llego, Aragón y Arga, erigiendo el principado musulmán que luego detalla¬
remos. Y uno de los miembros de esta familia, al-Mutarrif (hijo de Musa
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 133

ibn Fortún ibn Qasi), llegaba a dominar Pamplona, después de haber sido
reconquistada por Abd al-Rahman I para el emirato andalusí en 781. Es
posible que, entre 788 y 797, Pamplona estuviera gobernada una vez más
por vascos y que al-Mutarrif no obtuviera el título de valí de Pamplona y
el mando hasta esta última fecha.
Pero parece indudable que los vascos, descontentos de su gobierno, con
ayuda de los gascones también vascos de la parte oriental o del otro lado
de los Pirineos, dieron muerte a al-Mutarrif en 799 y designaron para suce-
derle a un jefe de estirpe vasca: Velasco, acaso un pariente del misterioso
«Ibn Belascot» antes aludido, quien gobernaba ya (desde hacia 781) los te¬
rritorios del oeste de Navarra que comprenderían los condados de Castilla
y de Álava (parte de las actuales provincias de Santander, Burgos, Álava,
Vizcaya y Guipúzcoa). Velasco (Balask al-Galasqi), apoyado por los fran¬
cos, por lo menos desde el año 806 en que se reintegraría a la obediencia
de Carlomagno solicitando su protección, recibió con solemnidad a Luis
el Piadoso en Pamplona (812), fue investido por éste gobernador de la ciu¬
dad y se mantendría en el poder, en Navarra, hasta el año 816.

La dinastía Íñiga

Entonces se produjo una rebelión de signo nacionalista, acaudillada por


los parientes de Jimeno el Fuerte (probablemente por íñigo I Jiménez, jefe
de los vascones desde antes del 803), que expulsaría al colaboracionista Ve-
lasco e instalaría en Pamplona como «primer príncipe de los vascones» a
íñigo íñiguez, apodado Arista (Aritza en vasco significa «el roble» o «el
fuerte»), antes del 818. El nuevo jefe de las tribus vascas, originario del Ron¬
cal, acaso nieto de Jimeno el Fuerte, y que pudo haber destacado ya con
anterioridad a esta fecha, tal vez desde 803 como creyó Sánchez Albornoz,
en el ámbito de su propia tribu por lo cual no tendría dificultad en ser reco¬
nocido por sus vecinos y parientes, se hallaba emparentado también, por
su madre, con los Banu Qasi y bien relacionado con Musa ibn Musa (su
hermano uterino) y con García el Malo, conde de Aragón (yerno suyo). Pero
hubo de enfrentarse con los enviados gascones de Luis el Piadoso, que no
se resignaba a perder el predominio que los carolingios habían conseguido
en Navarra.
El triunfo obtenido por íñigo Arista y sus aliados (entre ellos Musa ibn
Musa) en el año 824 sobre las tropas gasconas-carolingias (segunda rota de
Roncesvalles) enviadas por Luis el Piadoso para restablecer la autoridad im¬
perial y mandadas por los condes Eblo y Aznar (este último acaso pueda
identificarse con Aznar Galindo I de Aragón o con Aznar II), logró elimi-
134 MANUEL RIU RIU

nar la injerencia franca del territorio navarro y consolidó el poder del nuevo
jefe. Eblo, hecho prisionero, fue enviado a Córdoba, junto al emir Abd
al-Rahman II, y Aznar quedó libre por su parentesco con los vencedores.
Desde entonces Iñigo fue reconocido rey. Con él se iniciaba la dinastía
íñiga o Arista, primera dinastía navarra, que reinaría en Pamplona duran¬
te el resto del siglo ix. En este tiempo, la alianza de los Aristas con los Banu
Qasi permitió a los navarros conservar su independencia frente a los emires
de al-Andalus, a pesar de que fueron derrotados en 842 o en 843 por las
tropas de Abd al-Rahman II que combatían a Musa ibn Musa, y talaron
la vega pamplonesa, hicieron numerosos cautivos, murieron 115 caballeros,
entre ellos Fortún íñiguez, apodado «el mejor caballero de Pamplona», y
otros 60 caballeros vascos se pasaron al enemigo conducidos por Velasco
Garcés. El propio íñigo resultó herido en la refriega. Pamploneses y mu-
ladíes pidieron el amán al emir y éste, en el pacto sellado a continuación,
les otorgaba la paz y amistad, y reconocía la independencia y el dominio
de sus tierras a íñigo Arista mediante el compromiso por parte de éste de
pagar al emirato un impuesto anual de 700 dinares y devolver los cautivos
musulmanes. La capitación de 700 dinares debió de suponer un tanto fijo
alzado y no una cuota personal por habitante o por vecino. Con respecto
a los muladíes Banu Qasi, el emir Abd al-Rahman II se contentó con obte¬
ner de ellos la promesa de sumisión, otorgándoles la paz y el perdón.
También frente a los carolingios se mantuvo independiente el nuevo rei¬
no pirenaico, pero no pudo pensar en una empresa reconquistadora, por¬
que el primer rey navarro hubo de atraerse a los duques y condes que
gobernaban la extensa zona vasca sometida al poder franco (Gascuña) y hubo
de velar por la buena armonía entre los distintos jefes vascos, en buena par¬
te aún paganos, aferrados a sus costumbres ancestrales y rivales entre sí.
El rey navarro era, en estas circunstancias, un jefe político-militar, asesora¬
do por sus magnates, condes que gobernaban los distritos o valles de las
antiguas tribus y jefes de tropas reclutadas en ellas. Pero esta monarquía
se consideró hereditaria y el hijo mayor iba a suceder al padre.
Al morir íñigo en el año 852, después de una larga parálisis ocasionada
al parecer por las heridas recibidas en 843, siguió gobernando el reino de
Pamplona su hijo García íñiguez (851-882), que ya lo regía en nombre de
su padre. Y el segundo rey hubo de enfrentarse a Ordoño I de Asturias,
para acabar acercándose a él con objeto de estabilizar, de común acuerdo,
la frontera occidental del reino navarro. La amistad con Asturias convenía
a ambos reinos, porque servía de garantía a los peregrinos que empezaban
a acudir a Santiago, y el paso de los extranjeros por Navarra se convertía
en una nueva fuente de ingresos, valiosa para un país que había basado hasta
entonces buena parte de su economía en la explotación ganadera. Por otro
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 135

lado, parece que con García íñiguez hubo de cesar la alianza tradicional
con los Banu Qasi, señores musulmanes de Tudela, y que éstos se apodera¬
ron de tierras de la orilla derecha del Ebro y del valle del Ega pertenecientes
al navarro (854).
Pocos años después, García íñiguez era apresado por los normandos,
quienes —según unos autores, desde las costas del Cantábrico, y según otros,
remontando el Ebro y el Arga— llegaron hasta la ciudad de Pamplona en
858 u 859, cogiendo prisionero al rey y pidieron por él un rescate de 70.000
monedas de oro (dinares, según las fuentes árabes), o 90.000 según otras
fuentes. Si este rescate suponía una capitación o impuesto de una moneda
de oro por vecino, tal cifra indicaría la existencia de 70.000 familias, por
lo menos, bajo las órdenes del rey navarro, o unos 135.000 habitantes para
la Navarra de mediados del siglo IX. La suma, muy elevada para su tiem¬
po, no pudo ser reunida fácilmente y el rey, después de unos meses de cau¬
tiverio, obtuvo la libertad, dejando a sus hijos como rehenes de los invasores,
en garantía del pago total. El saqueo de Navarra por los normandos afecta¬
ría profundamente al país y los musulmanes andalusíes aprovecharían su
debilitación para emprender una nueva campaña contra él al año siguiente
(860). En ella las tropas del emir Muhammad I se llevaban prisionero a Cór¬
doba al primogénito de García, Fortún Garcés (nacido cerca del 830), quien
hubo de permanecer más de veinte años lunares en la ciudad de al-Andalus
antes de poder regresar a Pamplona. Años en los cuales su joven hija One-
ca, que le acompañó al destierro, enamoró al príncipe Abd Allah y le hizo
padre (864).
De regreso en la capital de su reino, en 879, Fortún Garcés I el Tuerto
o el Monje (con ambos apodos fue conocido) pudo acceder al trono y con¬
tinuar en él hasta 905, en que fue depuesto, una política de amistad con
el emirato cordobés.
La historia de Navarra en la segunda mitad del siglo IX ofrece todavía
ángulos muy oscuros. Se ha creído que un miembro de la familia Jimena,
García Jiménez, llevó el título de rey de Pamplona entre 862 y 882, de acuer¬
do con lo que indican las famosas Genealogías de Meyá, y que su hijo íñigo
Garcés I también se tituló rey (¿algunos meses?) y casó con Jimena, una
nieta de Fortún el Tuerto. Se ha supuesto, pues, que García íñiguez habría
fallecido ya en 862, aunque otros autores creen que vivía todavía en 870,
y que, por hallarse su hijo y heredero en Córdoba, los miembros de la pre¬
potente familia Jimena se enfrentarían con la grave situación que atravesa¬
ba el reino y salvarían su continuidad. Se ha dicho también que por ser
Fortún el Tuerto ya anciano a su regreso de Córdoba (aunque no tendría
muchos más de cincuenta años), es posible que algún tiempo gobernara íñi¬
go Garcés en su nombre, como rey asociado. Pero íñigo murió antes que
136 MANUEL RIU RIU

GENEALOGIA DE LA PRIMERA DINASTIA VASCA

FAMILIA IÑIGA Su viuda casa con . . Musa ibn Fortún


ibn Kasi
m. 788
Iñigo I m. 780

' I
I
Musa II ibn Musa
Iñigo II Fortún ibn Kasi m.862
Rey m. 851-52 m. 843

'-I-
Assona hl|a N. Gallndo García I Oria
= Musa II = García el Malo Rey m. h. 865
= X
I
hija N Fortún I Velasco Musa
= Mutarrif, Rey m. o destronado
hijo de Musa II en 905

rT~
Inigo Aznar Velasco Lope Onneca

m. 912

Muhammad
m. 891

Abd al-Rahman III


Califa de Córdoba

Garcés I

RAMA JIMENA

García Jiménez

= Onneca - Dadildis

1- -1-1 /-1-
Iñigo Garcés 1
-1-1
Sancha Jimeno Sancho Garcés
Rey o Regente = Sancha Rey m. 926
m 882 Aznárez = Toda Aznarez
= Jimena, niela
de Fortún I García Sánchez
Rey + 970
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 137

Fortún. Hay quien piensa que García íñiguez murió octogenario en 882,
en el castro de Aibar, en lucha contra los Banu Qasi (con Muhammad ibn
Lope), cuando su hijo Fortún había regresado ya de Córdoba (en 879 como
hemos dicho) y pudo sucederle pacíficamente. Tal supuesto hace innecesa¬
ria la intercalación de los dos miembros de la familia Jimena a que acaba¬
mos de aludir.
íñigo Garcés (I), primogénito de García Jiménez, casó a tres de sus hi¬
jos con hijas de Lubb ibn Musa y esta dependencia de los Banu Qasi haría
que perdiera prestigio entre sus vecinos cristianos, temerosos de la influen¬
cia islámica en el territorio. Por otra parte, hay que recordar también que
un hijo (íñigo) y tres nietas de Fortún Garcés casaron con una hija (San¬
cha) y con tres hijos de García Jiménez, existiendo, por tanto, un íntimo
parentesco entre ambas familias, que no es imposible compartieran el go¬
bierno de amplias comarcas dentro del reino, ni tampoco que hubiesen sali¬
do de un tronco común como sugirió Sánchez Albornoz, al objetar las
conclusiones de Lévi-Proven^al y de fray Justo Pérez de Urbel.
Pero el propio Sánchez Albornoz supuso que fue probablemente el her¬
mano menor de Fortún Garcés, Sancho Garcés, y no ningún miembro de
la familia Jimena, el «Sancho señor de Pamplona» que gobernaría el reino
en nombre de los Aristas durante el cautiverio de aquél en Córdoba (del
870 al 879).

La dinastía Jimena

Destronado Fortún Garcés I por un hermanastro de íñigo, Sancho Gar¬


cés I (905-925), de la estirpe Jimena, en 905 se iniciaba la segunda dinastía
navarra: la dinastía Jimena, mientras Fortún se retiraba a hacer vida mo¬
nacal en Leire. Sancho Garcés I, hijo de García Jiménez y de su segunda
esposa Dadilda de Pallars, había nacido hacia el 880 e iba a imprimir un
nuevo rumbo a la historia de Navarra. Recuperó Sobrarbe a los musulma¬
nes de Huesca y, con el beneplácito de Alfonso III de Asturias que, desde
el comienzo de su reinado, le prestó decidido apoyo, ocupó Monjardín (an¬
tes del 914), llevó a los navarros a la Rioja, tomando Calahorra (antes del
914) y Nájera (918), después de atravesar el valle del Ebro. Derrotados en
Valdejunquera (920) por las tropas de Abd al-Rahman III (campaña de
Muez), pudieron recuperar los navarros muy pronto las tierras de la dere¬
cha del Ebro y asentarse en Nájera y Viguera (923). Había comenzado la
reconquista navarra. Sancho Garcés I, en agradecimiento a Dios por la toma
de Viguera, fundaba en el año 924 el monasterio de San Martín de Albelda.
Abd al-Rahman III intentó el desquite (924) organizando una campaña con-
138 MANUEL RIU RIU

tra Pamplona, pero no logró destruir al ejército navarro junto al río Ezca
como era su propósito, a causa de la valiente actuación de los habitantes
del valle del Roncal, quienes obtuvieron del rey el privilegio de infanzonía.
Casó Sancho Garcés I con la famosa reina Toda Aznárez (¿885-971?),
tía por línea materna del califa Abd al-Rahman III, y esta circunstancia fa¬
miliar contribuyó a pacificar las relaciones entre Navarra y el califato. Las
bodas de las tres hijas del matrimonio navarro con reyes leoneses (véase el
capítulo anterior) sirvieron de continuidad a la política de amistad con León.
Así se conseguía la paz necesaria para superar en 925 la minoría de García
Sánchez I (925-970) el Temblón, nacido en 919, bajo la tutela vigilante de
los tíos del joven monarca (íñigo y Jimeno Garcés) y de su madre la reina
Toda. La posterior boda de García Sánchez I con Andregoto Galíndez (hija
del conde de Aragón Galindo II) permitió la anexión efectiva del condado
de Aragón al reino de Navarra y la intensificación de la influencia navarra
sobre el condado de Sobrarbe, eliminando de ambos condados los posibles
vestigios de dominio político franco.
A García Sánchez I le sucedió su hijo Sancho Garcés II Abarca (970-994)
y a éste su hijo García Sánchez II (994-1000), pero la historia de la Navarra
del último tercio del siglo X, fluctuante entre la amistad con León y la su¬
misión a los califas de Córdoba, quedaría disminuida por la personalidad
extraordinaria del biznieto de García Sánchez I, Sancho Garcés III el Ma¬
yor (1004-1035), a quien el Anónimo continuador de Alfonso III hace des¬
cender del duque Pedro de Cantabria, y cuyo reinado cubre el primer tercio
del siglo XI.

Organización eclesiástica de Navarra

El monasterio de San Salvador de Leire, donde se guardan las reliquias


de las santas Nunilo y Alodia, es el centro de la espiritualidad navarra. Las
donaciones reales a Leire constan desde 842 y parecen no interrumpirse a
lo largo del período. Pero Navarra, cuya parte oriental, hacia Aragón, visi¬
ta San Eulogio en el año 848, cuenta con otros monasterios: Cillas, Igal,
Urdaspal, San Zacarías y Siresa, de cuyas bibliotecas sacarán buen prove¬
cho los mozárabes españoles, deseosos de entrar en contacto con los auto¬
res clásicos paganos y cristianos. La política real y episcopal tendía a
favorecer a los monasterios. Ya entonces el rey íñigo Jiménez y el obispo
Guilesindo de Pamplona entregaban a los comunitarios de Leire las villas
de Yesa y Benasa, y Ja mitad de las tercias de los diezmos de los frutos que
el obispo obtenía en Valdonsella, Pintano y Artieda. Parece que el rey, el
obispo y el abad de Leire actúan de común acuerdo para completar la cris-
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 139

tianización de las tierras navarras, pues de común acuerdo fundan, en tor¬


no del 850, el monasterio de Fuenfría y su iglesia de Santa María.
A este obispo Guilesindo le escribe desde Córdoba San Eulogio, en 851,
ponderando las ventajas que tienen los cristianos navarros de hallarse bajo
el dominio de un príncipe cristiano, frente a la situación de los mozárabes
cordobeses. El rey García íñiguez, en presencia de su hijo Fortún Garcés,
y el nuevo obispo Jimeno de Pamplona, en 880 hicieron donación de otras
dos villas a Leire, las de Lerda y Añués, como bienes alodiales y libres de
cualquier mandación, salvo las del abad y los monjes de San Salvador.
A comienzos del siglo x (901) Fortún Garcés, todavía rey, en ocasión
de entrar en la fraternidad, cofradía o hermandad que se había constituido
en torno a Leire, para que sus preces fueran mejor atendidas por Dios, le
ofrendaba sus posesiones de Oyarda, San Esteban de Serramiana, la Tor
y los molinos de las proximidades de Yesa. Y también en 912 los reyes San¬
cho Garcés I, hermanastro y sucesor de Fortún Garcés, y su esposa Toda,
con objeto de ser partícipes de las gracias celestes derivadas de las vigilias,
limosnas, oraciones y buenas obras de la comunidad legerense, hacían ofren¬
da a Leire de las dos villas de Serramiana y Undués, como miembros de
la fraternidad establecida en el cenobio. Donación completada, en benefi¬
cio de dicha fraternidad, y con idéntico propósito de contar con la protec¬
ción divina, seis años después (918), con otra donación extraordinaria
procedente, sin duda, del botín obtenido a los musulmanes en las primeras
campañas de la línea del Ebro: cuatro lienzos blancos ricamente ornamen¬
tados (albendae), dos tiendas de campaña, una espada, una loriga, una dia¬
dema, un escudo y una lanza, un caballo y un mulo con sus sillas y frenos
de plata, y dos eunucos y dos copas de cuerno, además de las dos villas de
San Vicente y de Liédena con sus términos. El monarca, asimismo, entrega
al obispo Galindo, a quien llama su maestro, un cáliz de plata, tres palios,
un tapete y un caballo con su silla de montar y su freno de plata. Y el obis¬
po, a su vez, completa la concesión a Leire de la parte que aún le corres¬
pondía en los diezmos de Valdonsella, Pintano y Artieda. Como era
costumbre, el documento de transmisión de tales bienes y derechos fue co¬
locado sobre el altar de San Salvador por los donantes.
Y veinte años después, el hijo del rey, García Sánchez I (938), con su maes¬
tro el obispo Galindo, que al parecer lo había sido también de su padre,
confirmaba las donaciones a San Salvador de Leire de las décimas de los
frutos de veintidós villas, entre ellas las de Sos y Uncastillo, añadiendo ade¬
más «todos los lugares que, con la ayuda de Dios, en adelante, podamos
adquirir de las gentes bárbaras (de barbaris gentibus)», o sea, los musulma¬
nes. Cuando tal expresión consta por escrito, el espíritu de reconquista se
había apoderado de la casa real navarra, educada por los obispos de Pam-
140 MANUEL RIU RIU

piona, vinculados a la comunidad de Leire, donde puede que radicara in¬


cluso la administración episcopal del reino, más que en la propia capital,
puesto que obispos y abades serían, por algún tiempo, las mismas personas.
El botín consignado nos ha permitido adivinar cómo era el equipo com¬
pleto de un caballero en los primeros decenios del siglo X, pero la sociedad
navarra de la época era una sociedad eminentemente rural y ganadera, con
un régimen de intercambios poco desarrollado y con escasa circulación mo¬
netaria, circunscrita como veremos a los sueldos de plata. Hacia 970, a ins¬
tancia de la reina Andregoto, y a cambio de una vaca y un becerro, Lope
Blascones y su mujer Oria hicieron entrega de unas tierras al abad Juan y
a la comunidad de Santa María y San Saturnino de Lisabe. La familia cam¬
pesina necesita cabezas de ganado vacuno con las cuales sigue arando las
tierras. Veinte años más tarde, en 991, el rey Sancho Garcés II Abarca y
la reina Urraca Fernández, por amor a su hermano Ramiro Garcés, falleci¬
do y enterrado en Leire, hacen donación al monasterio y a su abad Jimeno
de varias posesiones que el príncipe difunto tenía en las villas de Navardún
y de Apardués, para que los monjes celebren un aniversario por su alma.
Encomendándose a la casa y a su hermandad (karidad o cofradía), para
poder ser partícipes de las gracias dimanadas de los sufragios religiosos, fir¬
man la donación, entre otros, dos hijos del muerto. Los reyes precisan los
censos y servicios prestados por los habitantes de Apardués, donde Ramiro
tenía un palacio y un hórreo. Se citan un total de 33 familias que deben
entregar arrobas de centeno y cahíces de cebada, panes, galletas de uva, me¬
tros de vino y algún carnero y una cabra, además de los juncos que las mu¬
jeres de la aldea deben llevar a palacio.
Antes de que finalice el siglo x se inicia la incorporación a Leire de otras
casas monásticas, menores sin duda, para su reforma. En presencia del obis¬
po de Pamplona Sisebuto, por ejemplo, en 991, el propio rey y su hermana
Toda ceden a Leire el monasterio de Bayacoa, en el valle de Ibargoiti, con
sus edificios, huertos, molinos, campos y viñas, para que sus monjes que¬
den bajo el dominio de Leire. Y en 997, el rey García Sánchez II y su esposa
la reina Jimena hacían asimismo entrega a Leire del monasterio de San Mi¬
guel y San Martín de Isusa, en el valle de Salazar. Dicen que conceden el
oratorio, con sus tierras y molinos, para que se convierta en una decanía
de Leire. Otro donante singular debió ser Galindo de Córdoba, quien cedió
en 1002 a Leire varias tierras que poseía en el territorio de Pamplona y que
había adquirido pagándolas en especies: cahíces de trigo, carneros, una vaca
con su ternero, dos cabritos, etc. Nuevo ejemplo del comercio de intercam¬
bios y de la necesidad de reforzar la cabaña ganadera del campesinado.
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 141

El condado de Aragón

El proceso de formación del condado de Aragón se halla íntimamente


vinculado al del reino de Navarra. Su núcleo primitivo, formado en la ver¬
tiente meridional del Pirineo central, en los valles de Hecho y Canfranc
—hasta Jaca, su límite sur—, regados por los dos ríos llamados Aragón (el
Subordán o Aragón menor y el Aragón propiamente dicho) que le darían
nombre, tenía su principal centro urbano en Jaca.
Independizado de un dominio musulmán inestable, ejercido con poca
eficacia desde Huesca, el territorio cayó bajo la órbita de los carolingios,
quienes mandaron para regirlo a condes ultramontanos, acaso de origen his¬
pano, como cierto Aureolo, Oriolus u Oriol que regiría las fortalezas fron¬
terizas del mismo, a finales del siglo VIII hasta su muerte en 809, frente a
Huesca y Zaragoza, los dos baluartes musulmanes.
A la muerte del conde Oriol en 809, parece que el territorio de Aragón
fue invadido por las huestes de Amrú, prefecto musulmán de Zaragoza. Pero
debió ser por poco tiempo, acaso una simple algazúa, pues muy pronto apa¬
reció un conde local, Aznar Galíndez, tal vez un gran propietario agrícola
de la región, que regiría el condado hasta hacia el 820, fecha en que su yer-
142 MANUEL RIU RIU

no García el Malo, con el apoyo de Iñigo Arista y de los Banu Qasi, lo echó
del condado junto con su familia, obligándole a buscar refugio en el terri¬
torio pirenaico de Urgel, donde Aznar obtuvo el apoyo de los carolingios.
Su hijo Galindo I Aznárez, con la ayuda de los francos, logró, poco antes
del 867, recuperar el condado de los Aragonés (así llamado de los dos ríos
Aragón).
El hijo y sucesor de Galindo Aznárez, Aznar II Galíndez, casó con One-
ca Garcés (hija de García íñiguez de Pamplona) y el condado entró de este
modo bajo la dependencia del reino de Pamplona. Su límite oriental se ha¬
bía extendido hasta el río Gállego y el occidental incluía, antes de finalizar
el siglo IX, el valle de Ansó. Su límite norte lo formaban las crestas del Pi¬
rineo y, el sur, la línea del río Aragón.
Bajo el hijo de Aznar II, Galindo II Aznárez, se realizó la aproximación
a la Gascuña vasca, a la Huesca musulmana y a la Ribagorza franca, me¬
diante una hábil política matrimonial que permitía al condado, a finales del
siglo IX, mantener cierta independencia con respecto al reino de Pamplo¬
na, no obstante su vinculación al mismo, en particular a partir del cambio
de dinastía navarra y de la política de expansión de ésta, que tendía a cerrar
al condado su propia expansión natural hacia el sur.
En torno del año 943, la boda de García Sánchez I de Pamplona con
la hija y heredera del último conde autónomo Galindo II, llamada Andre-
goto Galíndez, supuso la incorporación plena del condado de Aragón al reino
de Navarra, por aportarlo la condesa en dote. El rey lo cedía, a continua¬
ción, para su gobierno a un gran noble navarro, Fortún Jiménez, ayo del
infante Sancho el futuro Sancho Garcés II Abarca—, quien a su mayoría
de edad pasó a su vez a asumir la tenencia del condado, asistido por una
comitiva de barones aragoneses.
La posterior conversión del condado de Aragón en reino independiente
del de Navarra por el infante Ramiro I Sánchez, hijo natural del rey San¬
cho III el Mayor de Pamplona, presenta facetas todavía poco claras. Si en
1015 se le llamaba regulus a dicho infante, parece que era debido a su te¬
nencia de la regio aragonesa, bajo la soberanía del monarca de Pamplona.
La sucesión en Navarra del primogénito legítimo de Sancho el Mayor, Gar¬
cía, pudo dar motivos a Ramiro (mayor en edad que García, aunque ilegíti¬
mo) para intentar independizarse del vínculo de la fidelitas que debía a su
hermanastro. Pero de hecho, aunque su padre murió en 1035, Ramiro se¬
guía titulándose regulo dos años después, y fue en 1044 cuando empezó a
titularse rey de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, en vida todavía de su otro
hermano Gonzalo, asimismo titulado rey de Sobrarbe y Ribagorza y que
no murió hasta el año siguiente. A mediados del siglo xi, el nuevo reino
de Aragón se hallaba consolidado.
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 143

Aspectos socio-económicos y culturales


DEL CONDADO DE ARAGÓN

Aragón, del siglo IX al XI pasa de tener una extensión de 600 kilóme¬


tros cuadrados a 4.000, extendiéndose hacia las llanuras del Ebro, con unos
pocos millares de habitantes. Es un territorio pequeño y fragoso, pero se
halla en expansión desde comienzos del siglo x, en una acción paralela a
la del reino navarro. El hecho de estar gobernado por una misma familia
facilita la cohesión interna y la creación de un derecho consuetudinario con
características propias, no obstante la difícil coexistencia de los grupos in¬
dígenas de los valles montañosos con los emigrantes del sur y los dirigentes
' francos llegados del norte. Muy pronto surgen monasterios como los de Ci¬
llas y Cercito, dedicados a San Martín, el patrón de los francos, que reve¬
lan la influencia ultrapirenaica.
El monasterio de San Pedro de Siresa, en el valle de Hecho, va a ser
el más importante foco cultural y religioso, de inspiración carolingia. Con¬
taba con un centenar de monjes a mediados del siglo IX, cuando en 848 lo
visitó San Eulogio y se llevó a Córdoba, para admiración de los mozárabes,
obras de Avieno, Porfirio, Virgilio, Horacio, Juvenal, Adhelelmo y San
Agustín, además de una colección de himnos litúrgicos. En pleno Pirineo
se ha refugiado la cultura clásica, pagana y cristiana, y de allí puede expan¬
dirse hasta la culta Córdoba. Probablemente era aragonés Prudencio Ga-
lindo, obispo de Troyes (845-861), emparentado acaso con el conde Aznar.
144 MANUEL RIU RIU

En poco tiempo, San Juan de la Peña, un centro rupestre, de posible


origen eremítico y mozárabe, se convierte en santuario de Aragón. Ya en
868 San Juan de la Peña recibe del rey de Pamplona, García Jiménez, y
del conde de Aragón, Galindo I, el monasterio y villa de San Martín de Ci¬
llas, cuyo territorio se delimita, antes de que finalice el siglo IX, para evitar
contiendas como la existente (893) con los términos del monasterio de San
Julián de Labasal.
Mientras tanto, San Pedro de Siresa, donde se veneran las reliquias de
los santos Andrés, Esteban, Sebastián, Benito, Adrián, Lupercio y Medar¬
do, además de las del lignum crucis, de la Virgen María y de San Juan Bau¬
tista, recibe asimismo repetidas ofrendas de los condes de Aragón, tales como
la villa y valle de Hecho (867) que le ofrece el conde Galindo I Aznárez,
con yuntas de bueyes para la labranza, bienes confirmados por el rey Gar¬
cía Sánchez I, en 933. Los monasterios se han convertido en células de co¬
lonización del territorio, en un panorama social y económico muy semejante
al de Navarra. Consta explícitamente, desde comienzos del siglo X, que los
monjes convierten en viñas los campos de cultivo de secano que van reci¬
biendo, a la vez que reorganizan las villas adquiridas. En 989, por ejemplo,
el rey Sancho Garcés II Abarca, y su mujer Urraca, donan a San Juan de
la Peña un palacio en Arinzana, con sus viñas, campos y todas sus presta¬
ciones. La proliferación de palacios rurales que pasan de la casa real o de
la condal a los monasterios es notoria, como el hecho de que todavía los
cementerios no debían ser exclusivamente parroquiales, ni monásticos, cuan¬
do en 1013 doña Sancha compraba el de Ysinali.
En el año 922 había surgido en Sasabe, en el valle de Borau, por obra
de Ferriolo, el primer obispado de Aragón, cuyos límites coincidían con los
del condado. Pero la organización parroquial estaría en ciernes. La existen¬
cia del inestable obispado de Roda, en Ribagorza, no se restauraría hasta
1068, tras el fracaso de intentos precedentes.
Aragón es tierra de pastores y de pequeños campesinos, que viven en
un régimen de economía cerrada, con pocos intercambios comerciales, pero
ricos en bosques y pastos. Las compras de bóvidos y óvidos, con la de algu¬
nos équidos, permiten aumentar poco a poco la cabaña ganadera. Se culti¬
van los cereales (trigo, cebada, avena) y la vid, ésta en lugares que hoy nos
parecerían inverosímiles, por la altitud y las condiciones del terreno.
Dos tipos de asentamiento cabe señalar: las viviendas aisladas, dedica¬
das a la ganadería y agricultura, y las aldeas o villas, en general no superio¬
res a los treinta vecinos, sin murallas, pero protegidas, desde mediados del
siglo ix por lo menos, por fortalezas o torreones situados a la entrada de
los valles. Las villas fortificadas o los castillos con distritos militares se si¬
túan en la frontera, como los de Uncastillo, Luesia, Sierracastilla, Agüero,
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 145

Carcavilla, Nocito, Secorún, etc. Hasta que la ciudad de Jaca se convierte


en su capital, el condado de Aragón carece de núcleos urbanos importantes.
La importancia primordial de la ganadería en la evolución económica
del territorio favoreció la relación entre las gentes de ambas vertientes del
Pirineo, cuyos valles conservaban todavía la antigua organización gentili¬
cia. La elaboración de productos derivados de la explotación ganadera, como
la preparación de cueros y la fabricación de quesos, dependió del aumento
de la cabaña ovina y vacuna, a cuyo lado aparecen a menudo algunas cabras.
Como en el" resto del Pirineo los procedimientos de repoblación fueron
los usuales, ya fuera la casa condal, o los séniores de villas y castillos, o
los monasterios quienes la emprendían con los medios de que podían dispo¬
ner. Las principales formas de posesión de la tierra fueron, como es sabi¬
do, cuatro: 1) el alodio, libre de todo censo, que es posible que llegara a
constituir el 80 por 100 de las tierras de aprovechamiento familiar o comu¬
nitario; 2) la aprisio, forma de acceso a la tierra muy común en todo el nor¬
te peninsular en los siglos vm al x; 3) el beneficio garantizado por los
carolingios a los condes, vizcondes, obispos, abades y fideles o vasallos di¬
rectos a cambio de sus servicios, traspasado por éstos en forma de tenen¬
cias a sus propios vasallos o dependientes; y 4) el «precario» (precarium),
forma de posesión variable según fuera un establecimiento eclesiástico o un
particular quienes cedían parte de sus tierras a quien se las pedía (de ahí
el nombre que percibía esta forma de adquisición de bienes, por mediar una
súplica o ruego, de precare, pedir), mediante el compromiso de pagar unos
censos anuales fijos a cambio del disfrute o possessio. Con respecto a las
técnicas de explotación del suelo o a los medios de abono, sólo cabe decir
que seguían siendo los tradicionales.

LOS BANU QASI, EN EL VALLE DEL EBRO

Los muladíes Banu Qasi, a los cuales nos hemos referido en varias oca¬
siones, con señorío centrado en torno de Tarazona, Borja y Tudela, gober¬
naron la zona central del valle del Ebro (Ribera de Navarra, Rioja y
Zaragoza), durante ocho generaciones (714-924), a caballo entre los mun¬
dos cristiano y musulmán. La familia debió su nombre y su origen al conde
visigodo Casius, que capituló ante los musulmanes como otros nobles go¬
dos, al producirse la invasión, y viajó a Damasco (714) convertido al islam
e incorporado a la clientela del califa al-Walid. Su hijo Fortún ibn Qasi,
nacido probablemente antes de la invasión islámica, y su nieto Musa ibn
Fortún (c. 735-788) consolidaron sus dominios en la Frontera Superior, lle¬
gando hasta Zaragoza, si bien el territorio patrimonial se localizaría, pro-
146 MANUEL RIU RIU

bablemente, entre Terrero y Nájera, por el oeste; Monjardín, al norte, y


Borja, al sudeste.
Musa ibn Fortún fue muerto en Zaragoza, en 788, dejando varios hijos:
Mutarrif, Fortún y Musa, entre ellos. El primer hijo de Musa ibn Fortún,
Mutarrif, nombrado valí de Pamplona en nombre de al-Hakam I, fue ase¬
sinado por los habitantes de la ciudad en 799. Su hermano, Fortún ibn Musa,
se sublevó en Zaragoza contra la autoridad del emir cordobés, pero fue muer¬
to a su vez en 802. Tales muertes violentas, fruto de la inseguridad, dispari¬
dad de intereses e intrigas que se estaban interfiriendo en la vida de la frontera
hispano-islámica, dieron la oportunidad al hijo mejor de Musa, Musa ibn
Musa (n. c. 788-862), para acceder al poder. Conocido por «el moro Muza»
y titulado «el tercer rey de España» (por considerarlo el dirigente de mayor
prestigio después del emir de Córdoba y del rey de Oviedo), Musa fue un
gran guerrero, unas veces sumiso al emir de Córdoba al-Hakam (T822) y
otras rebelde, ocupó Tudela por las armas (801) y, en general, siguió fiel
a la alianza con sus parientes navarros los Arista (fueron hermanos uteri¬
nos suyos íñigo Arista y Fortún), combatiendo desde Asturias al Pirineo.
Entre sus campañas merecen destacarse: su participación en la segunda ba¬
talla de Roncesvalles (824), donde fueron vencidos los condes Eblo y Az-
nar, la campaña contra Narbona (842), la lucha en Andalucía contra los
normandos (844), la sublevación contra el emirato en 846 por los despre¬
cios recibidos del amil o gobernador emiral de la Frontera Superior.
La sublevación de los Banu Qasi, en el otoño de 846, contra el emir de
al-Andalus Abd al-Rahman II, hizo que éste buscara apoyo y amistad en
los francos, para situar entre dos fuegos a los señores del Ebro. Carlos el
Calvo, el soberano franco, le prometió la paz y uno de los magnates fran¬
cos de Septimania, Guillem Bernat, nieto de San Guillermo, que había sido
embajador en Córdoba, despechado prometió ayuda al emir y luchó contra
los islamitas y cristianos sublevados. Este Guillém Bernat, en julio de 849
(?), «con un ejército poderoso, reforzado por contingentes musulmanes —se¬
gún dice Ibn Hayyan— dio muerte a muchos enemigos, incendió y arrasó
varios poblados», asedió Barcelona, «causó graves males a la ciudad», avan¬
zó después hacia Gerona y llegó a sus cercanías. El emir le agradeció sus
servicios y prometió recompensarle.
Musa ibn Musa volvió a sublevarse en junio de 850, devastó los alrede¬
dores de Tudela, de Tarazona y de Borja, y el emir envió contra él al gene¬
ral Abbas ibn al-Walid, llamado Abbas al-Tablí, que le obligó a capitular.
Musa pidió ser perdonado, ofreciendo como rehén a su hijo Ismail. El emir
le exigió que renovara el juramento de fidelidad (la bay’a) y otras garan¬
tías, y le perdonó, confirmándole como gobernador de Tudela, aunque re¬
tuvo sus viejos dominios de Borja. El hermanastro de Musa, íñigo Arista,
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 147

«señor de Pamplona», entró también en el perdón (amán) del emir. Poco


después tendría lugar la primera batalla de Albelda (852), cerca de Viguera,
en la cual los gascones ultrapirenaicos fueron vencidos por Musa, aunque
éste recibió treinta y cinco lanzadas, alguna de las cuales traspasó las ma¬
llas de su loriga, hiriéndole.
La muerte de su hermano de madre íñigo Arista y la del emir Abd al-
Rahman II (septiembre de 852) hicieron cambiar las relaciones de los Banu
Qasi con Pamplona y Córdoba. Musa recibió del emir Muhammad el nom¬
bramiento de gobernador o valí de Zaragoza (12-X-852) y pronto fue valí
de toda la Marca Superior, cargo que desempeñaría hasta 859 en que sufrió
la derrota de Albelda. Cumpliendo órdenes del emir, Musa, en mayo de
856 organizó una campaña contra Cataluña (Ifranq, la tierra de los fran¬
cos), estableció su campamento en las afueras de Barcelona, saqueó la cam¬
piña barcelonesa y llegó hasta «el extremo más avanzado de la provincia
de Barcelona, el castillo de Tarrasa (o acaso el de Tárrega), que conquis¬
tó». Obtuvo un espléndido botín y dedicó el quinto del mismo a engrande¬
cer la mezquita mayor de Zaragoza. Enfrentóse, asimismo, en aquellos años
con sus vecinos de Pamplona.
Como hemos anticipado, en abril de 859 se daría la segunda batalla de
Albelda. Poco antes había ido a regir la ciudad de Toledo, sublevada con¬
tra la autoridad del emir, Lubb hijo de Musa, enviado por su padre a los
sublevados, aunque pudo resistir poco tiempo. Parece ser, según la recons¬
trucción de Sánchez Albornoz, que el «príncipe» García íñiguez de Nava¬
rra exhortó al rey Ordoño I de Oviedo para que realizara una campaña contra
Musa, probablemente disgustado por el hecho de que los Banu Qasi no hu¬
biesen colaborado a su rescate cuando se hallaba prisionero de los norman¬
dos, y también porque se habrían aprovechado del cautiverio del navarro
para intervenir en las fronteras de Asturias y de Navarra. En estas circuns¬
tancias, Musa fue vencido por las tropas de Ordoño en Monte Laturce (en
los cerros de Clavijo) y tuvo que huir, herido, de la refriega. Como conse¬
cuencia de la batalla, la fortaleza de Albelda, que había sido erigida por
Muza, fue tomada al asalto y arrasada por Ordoño, ordenando dar muerte
a todos sus defensores. Albelda dominaba rutas importantes desde antiguo,
entre ellas la de Numancia a Pamplona. Vencido por los astures, Musa hubo
de buscar la amistad del emir una vez más y el año siguiente (860) consintió
en que el ejército cordobés atravesara sus dominios para atacar Pamplona,
regida por un sobrino suyo. Sus días de gloria habían terminado bastante
antes de que su yerno Izraq ibn Muntil, valí de Guadalajara, pusiera fin
a la vida de Musa ibn Musa, de una lanzada (862), cuando éste, ya muy
mayor, trató de enfrentarse a él por considerar que a sus espaldas estaba
en connivencia con el emir.
148 MANUEL RIU RIU

Muerto Musa en 862 no acabó con él, sin embargo, el poder de los Banu
Qasi. Dejó cuatro hijos varones: Lubb, el primogénito, a quien ya conoce¬
mos; Ismail, que había sido rehén en Córdoba; Mutarrif y Fortún. El emir
Muhammad aceptó su obediencia y les nombró gobernadores o ummal (plu¬
ral del amil) de Tudela a Fortún, de Zaragoza a Ismail y de Huesca a Muta¬
rrif. Lubb, cautivo en Córdoba, había sido liberado por el emir para que
combatiera a los normandos llegados a Sevilla (859), les venció y pudo re¬
gresar a la Marca o Frontera Superior, donde reconstruyó el castillo de Vi-
guera, convirtiéndolo en su centro de acción; enemistado al principio con
sus hermanos, acabó compartiendo con ellos el dominio del territorio. En
870 se sublevó contra el emir, en Arnedo y, contando con la alianza de Gar¬
cía íñiguez de Pamplona, se apoderó sucesivamente de Zaragoza (872), Tu¬
dela (872), Huesca (872) y otras plazas, hasta dominar toda la Marca desde
Tudela a Monzón, enfrentándose a los gobernadores emirales que saquea¬
ban los molinos y viviendas de los islamitas sometidos a los Banu Qasi para
reducirlos a su obediencia.
Desde 871 todos los hermanos se hallaban sublevados contra el emir.
Mutarrif, señor de Huesca, se casó con una hija de García íñiguez que,
en mayo de 873, fue hecha cautiva por el general Amrus ibn Umar, según
cuenta Ibn Hayyan en su Muqtabis. Ibn Idarí refiere que en 873 el emir Mu¬
hammad atacó a los Banu Qasi y a los pamploneses, sus aliados, «y abatió
su orgullo», que llevó prisioneros a muchos de ellos a Córdoba, entre éstos
a Mutarrif, a quien hizo ejecutar (873) crucificándole con sus tres hijos ma¬
yores. No consiguió dominar, sin embargo, a Lubb ibn Musa quien, al mo¬
rir de accidente en 875 fue enterrado en Viguera, sucediéndole su hijo
Muhammad ibn Lubb (T898), que siguió teniendo en jaque al emir de al-
Andalus y al rey de Oviedo. Por lo cual, en 878, al-Mundir e Ibn Ganin
atacaron de nuevo a los Banu Qasi, a los navarros y a los astures, confabu¬
lados y aliados ahora contra Córdoba. La situación tendió a cambiar cuan¬
do, en 882, Muhammad, reconocido señor de la Frontera Superior y
sometido al emir, convirtió su residencia de Viguera en prisión de sus pa¬
rientes e irrumpió contra los navarros y los astures, atacando (desde 883)
las fortalezas de Álava, Castilla y Pamplona. El emir le había exigido la
entrega de Zaragoza y de sus parientes cautivos (en 882), porque no confia¬
ba en él, pero a la postre Muhammad hubo de recurrir a sus parientes para
zafarse de las intrigas que contra él tendían el rey de Asturias por un lado
y el emir de Córdoba por otro, pues ninguno de los dos creía en las proposi¬
ciones de amistad del versátil Muhammad. Éste hubo de ceder, en efecto,
en 885, Zaragoza al emir —en tanto que su tío Ismail ibn Musa fortificaba
Lérida (885) , y continuó sus conflictos con los reinos de Asturias (891)
y de Pamplona, para conseguir mantenerse independiente de hecho en el
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 149

Ebro medio, cosa que logró no sin dificultad. Muhammad murió en 898,
en el cerco de Zaragoza, cuando intentaba recuperar la ciudad, y le sucedió
su hijo Lope ibn Muhammad (nacido en 869) quien fue reconocido sin difi¬
cultad señor de Tudela y Tarazona, por el prestigio de su padre y por el
suyo propio. En efecto, Lope era muy joven cuando, en vida de su padre,
obtuvo del emir (890) Abd Allah el gobierno de Lérida. Entre sus realiza¬
ciones y gestas se cuentan: el inicio de la reedificación del castillo de Mon¬
zón (897), sobre el Cinca; la incursión en tierras catalanas (castillo de Ora,
en Valldora) que costó la vida al conde Guifred el Pilos (898); el comienzo
del castillo de Balaguer (898); su transferencia a Toledo, la marcha contra
Jaén y la toma de Cazlona (898); y el asedio de Zaragoza, cuando se entera
de la muerte de su padre, y pasa a ocupar el liderazgo de los Banu Qasi
en 898. Su experiencia le permite combatir y derrotar a Alfonso III en Ta¬
razona (899), o le asegura el señorío de Toledo (903), que luego transfiere
a su hermano Mutarrif. Cuando el rey de Asturias asedia Grañón (904),
Lope penetra en sus tierras de Álava (904) y conquista el castillo de Bayas,
al norte del Ebro, cerca de Miranda. Luego penetra en el Pallars y conquista
diversos castillos haciendo un millar de cautivos (904), o asedia Zaragoza
y la rodea de fortalezas con sus guarniciones para obligarla a rendirse (905).
El cambio de dinastía en Navarra (905) irritó a Lope, quien penetró en
el reino y trató de levantar una fortificación frente a Pamplona, para tener¬
la en jaque (907) como antes hiciera en Zaragoza. Mas Sancho Garcés I le
tendió una emboscada (septiembre de 907) y Lope murió luchando, como
había vivido, cuando contaba treinta y ocho años de edad. Su campamento
fue saqueado y sus dominios se desintegraron. Su hermano Abd Allah
(T 915) se instaló en Tudela. Al-Tawil, señor de Huesca (desde antes del
893), ocupó Barbastro, Alquézar y la Barbotania, Monzón y Lérida (908).
El Tuyibí, que gobernaba Zaragoza, entró en Ejea. Los toledanos nombra¬
ron gobernador a Lope ibn Tarbisa. Castilla se ampliaba hasta las orillas
del Duero (912). Sancho Garcés dio comienzo a la conquista del sur de Na¬
varra y la Rioja, avanzando por la Berrueza, hasta Tudela, tomó Viguera
(923) e hizo prisionero a Muhammad ibn Abd Allah, sobrino de Lope y úl¬
timo de los Banu Qasi. Con él se cierra la historia de esta singular familia
islamizada que, durante ocho generaciones, mantuvo un señorío islámico
en el valle del Ebro, profundamente relacionado con sus vecinos cristianos
e islamitas y emparentado con unos y otros.
La historia de los Banu Qasi revela la peculiar situación en España de
las dos comunidades, islámica y cristiana, que luchan y conviven hasta el
punto de que se casan entre sí, siendo frecuente el hecho de ver a hijos de
padres cristianos educados por madres musulmanas y viceversa. Numero¬
sas hijas de los Banu Qasi casaron con reyes y nobles cristianos, de algunas
150 MANUEL RIU RIU

de las cuales la historia no ha conservado ni siquiera el nombre. Pero el


relato de los acontecimientos en el valle del Ebro quedaría incompleto sin
conocer este enclave islámico.

La obra de Sancho el Mayor

En tiempo de Sancho III el Mayor (1004-1035) inician su declive el cali¬


fato omeya de Córdoba y el reino de León, en tanto que brilla por breve
tiempo el reino de Pamplona, aglutinando y dominando a los Estados cris¬
tianos peninsulares, frente a las Taifas islámicas de Tudela, Zaragoza, To¬
ledo y Bajadoz.
Llamado Quadrimano (el que tiene cuatro manos) por su habilidad gue¬
rrera, Sancho fue asimismo un político notable, ejerciendo influencia des¬
de Galicia a Gascuña y Cataluña, aunque el conde de Barcelona Berenguer
Ramón I (T1035) no parece que llegara a prestarle vasallaje. Se anexionó
Sancho, Sobrarbe (1015) y el condado de Ribagorza (1025). Hizo sentir su
poder en Castilla y León aprovechando al máximo los lazos familiares, y
se apoderó del condado de Castilla al morir su conde el joven García asesi¬
nado en León, y lo transformó en reino, mientras el rey leonés quedaba mo¬
mentáneamente arrinconado en Galicia. Con Sancho III el Mayor se
intensificaron, a través de Gascuña cuyos condes le habían rendido vasalla¬
je, las relaciones con ultrapuertos y, a través de las rutas de peregrinación
a Santiago de Compostela, llegaron a Navarra poderosas influencias cultu¬
rales, institucionales, espirituales, económicas y artísticas del resto del occi¬
dente europeo. En el orden institucional introdujo los usos feudales europeos,
y en el religioso la reforma cluniacense en los principales monasterios de
Aragón (iniciada por San Juan de la Peña en torno de 1022) y Navarra (San
Salvador de Leire, en aquel mismo año, como veremos). San Millán de la
Cogolla (1030) y San Salvador de Oña (1032), ambos en el área de influen¬
cia navarra, se contaron entre los primeros monasterios reformados. Por
Navarra, Aragón y Cataluña se europeizaron los cristianos españoles y, por
obra de la reforma de Cluny, la espiritualidad hispana se romanizó, en tan¬
to que el estilo románico se desparramaba desde el Pirineo a Santiago de
Compostela, alcanzando a difundirse por todos los reinos cristianos penin¬
sulares.
Sancho el Mayor tuvo por amigos y consejeros a figuras tan notables
como el obispo Oliba de Vic, abad a su vez de Ripoll, de quien se conserva
una preciosa carta doctrinal (1023), y al abad Poncio, de San Saturnino de
Tabernoles, que fue obispo de Oviedo (1028-1035), ambos catalanes y deci¬
didos reformistas, aunque imprimieran su propia personalidad a la refor-
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 151

/ Sepulveda £ —h
*■
\
\
DESPOBLADOS
\ EL REINO DE NAVARRA (1031)

ma de la Iglesia. Preocupóse también Sancho por la cultura, e hizo educar


lo mejor posible a sus hijos; perfeccionó los caminos de sus estados, favo¬
reció la construcción de puentes e iglesias, estableció una nueva ruta de pe¬
regrinación por la Rioja, para facilitar el acceso a Santiago de Compostela
de los peregrinos del occidente europeo. Supo apreciar las costumbres y usos
foráneos, pero sin anular cuanto era típicamente hispano, como el ritual
de la Iglesia mozárabe, respetado aquí por los mismos cluniacenses.
No dudó en titularse «rey de las Españas» (1033), ni tampoco «posee¬
dor del Imperio» (1034), convirtiéndose por ello en Antiemperador, cuan¬
do su Imperium quería ser el leonés. Acaso no comprendió, como requieren
algunos autores, el «unitarismo» de León, ante la presión de los usos feu¬
dales que los nobles —los séniores— anhelaban ver reconocidos, pero su
ambición como político se centró mucho más en los reinos cristianos del
norte que en los islámicos del sur. Con éstos prefirió el comercio a la gue¬
rra, creando unos vínculos que acrecentaron su riqueza. Por las vías nava¬
rras llegaban a Europa las especias, sustancias tintóreas, sedas y oro, en
tanto que se transferían hacia el sur armas, metales, tejidos y pieles.
El concepto de la herencia de los derechos navarro y aragonés le permi¬
tía regular, de acuerdo con su estricta voluntad, la distribución de los terri¬
torios que dominaba. El Regnum, su reino patrimonial, y la potestas regia
debían ser transferidos al primogénito, García Sánchez III (1035-1054), pero
los restantes honores y conquistas podía repartirlos como quisiera. Y, en
efecto, García heredó el reino de Pamplona con las comarcas de la Rioja,
las tierras tomadas a Castilla (una franja de su parte oriental) y los países
vasconizados (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya). Fernando recibió el condado
152 MANUEL RIU RIU

de Castilla (que ya regía desde 1029) con las comarcas leonesas de Carrión
y Saldaña hasta el valle del Cea (posible dote de su esposa Sancha), y supo
hacer realidad el anhelo de estas tierras de convertirse en reino independiente.
Gonzalo, el menor (T1045), logró los condados de Sobrarbe y Ribagorza,
que quiso convertir también en reino (con el título de regulus los gobernaba
en 1037). Ramiro, bastardo, obtenía el territorio de Aragón (conjunto de
valles incorporados al viejo condado), con título de rex, aunque supeditado
a Pamplona como sus hermanastros y, al morir Gonzalo (1045), le anexio¬
nó sus dominios. Dos nuevos reinos duraderos, Castilla y Aragón, tendrían
su origen mediato —aunque no su gestación— en la distribución de tierras
efectuada por Sancho el Mayor, mientras otro posible reino pirenaico, el
de Sobrarbe-Ribagorza, sucumbía en menos de diez años (1035-1045), a causa
de su fragilidad congénita.
Buscando paralelismo entre la España cristiana y la musulmana —que
por las mismas fechas veía desintegrarse la idea del Estado cordobés y re¬
partirse el poder en pequeños reinos de taifas— se ha podido calificar de
«taifas cristianas» a los reinos del norte peninsular, viejos y nuevos. Mas
la explicación de este complejo fenómeno, de la pérdida de autoridad o re¬
parto de la autoridad suprema entre distintos regentes o régulos, y de sus
implicaciones jurídicas e institucionales, está esperando todavía un estudio
definitivo.

Reorganización de la Iglesia navarra y aragonesa

La documentación de Sancho III el Mayor, en la cual se califica de cla-


rissimo rege (rey esclarecidísimo) y manifiesta reinar en Castilla, en Pam¬
plona, en Álava, en Aragón, en Sobrarbe y Ribagorza, en toda Vasconia,
en León, en Astorga y en Asturias, le presenta preocupado por reorganizar
los viejos monasterios tradicionales, algunos de origen familiar, con sus de¬
canías y sus villas, y encomendarlos al de San Salvador de Leire para reno¬
var el monacato según el Ordo cluniacense, que intentaba restablecer la regla
benedictina, desde 1022. De acuerdo con su esposa, la reina Mayor, San¬
cho en 1023 congrega un concilio para restaurar la sede episcopal de Pam¬
plona y concede a ésta el tercio de todos los diezmos, le devuelve sus iglesias,
villas y heredades, reconoce que debe estar vinculada a Leire, el monasterio
reformado, y la encomienda al abad-obispo Sancho, disponiendo que los
futuros obispos de Pamplona (la sede llamada de Iruña) se elijan en dicho
cenobio, con la promesa de ordenar presbíteros y evangelizar la tierra, en
colaboración con el obispo Frudela, de la sede de Nájera. Pero no parece
que se halle muy de acuerdo con este espíritu el hecho de que para premiar
EL TERRITORIO VASCO Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS DE PAMPLONA Y ARAGÓN 153

y compensar a su fiel sierva Jimena los servicios prestados en la cámara real


durante mucho tiempo, en 1024 el rey Sancho le conceda el monasterio de
Odieta y su término, en tanto que el sénior García Olóriz obtenía dos yun¬
tas de bueyes y otros cuatro bueyes doña Jimena, por otros servicios. Las
donaciones de honores, tierras, ganado o cereales constituían todavía el me¬
dio habitual de pago de servicios por la corte real.
En estos años, entre 1023 y 1028, un 21 de abril, Sancho el Mayor intro¬
ducía la reforma de la regla benedictina, preconizada por Cluny, en el mo¬
nasterio aragonés de San Juan de la Peña, panteón real, bajo el abadiato
del monje Paterno, elegido por los comunitarios con la supervisión regia.
Parece significativo que confirmaran el documento, con la reina madre doña
Jimena, los condes Sancho Guillermo de Gascuña y Berenguer Ramón de
Barcelona, y los cuatro hijos varones del monarca. Aquel mismo día, el rey
cedía a San Juan el monasterio de Santa María de Fonfrida con sus villas,
con sus habitantes de ambos sexos (los llamados mezquinos) y con sus per¬
tenencias, señalando los límites del territorio cedido al monasterio refor¬
mado. A esta donación siguieron otras no menos importantes en los años
siguientes: la del palacio de Ipas con su heredad (1030), la del monasterio
de San Salvador de Pueyo con sus villas (1030), la del cenobio de Orquegan
(1032) y la de Santa Eulalia de Peguera (1033), entre otros muchos bienes
tendentes a reforzar el papel económico y espiritual que ya desempeñaba
San Juan de la Peña.
Por entonces los escribanos del palacio real seguían cobrando su salario
en especies: modios de trigo, por ejemplo (1032), como acredita el docu¬
mento en que consta que el monarca hace entrega a Leire del monasterio
de San Juan de Petilla, en Valdonsella, con su decanía de San Juan, y el
de Ceia Zaarra, en el valle de Garaño. Momento en que la reina madre Ji¬
mena, que confirma la donación, parece haberse retirado a la Coba de Pe-
rus, acaso a hacer vida eremítica. Por una loriga y cien sueldos de plata,
en el año 1033, Sancho el Mayor vende a perpetuidad la villa de Adoain
al obispo Sancho y al monasterio de Leire, la libera del pago de censos al
rey, de la entrada de sayones reales en su territorio, y afirma que el monas¬
terio podrá hacer con ella lo que estime oportuno. Vivían entonces en Adoain
treinta familias de mezquinos y el sayón Sancho Jiménez, cuyos censos se
especifican en especies (arrobas de avena, cántaros de vino, medio carnero,
etcétera).
El ejemplo de la realeza no debió tardar en influir a las familias de sé¬
niores para que la nobleza hiciera también donaciones semejantes a la Igle¬
sia. Así, en 1034, el sénior Blasco Aznar daba el monasterio de San Salvador
y San Miguel de Izalzu, con sus dependencias, al obispo Sancho y al mo¬
nasterio de Leire. El documento menciona expresamente el oratorio con sus
154 MANUEL RIU RIU

tierras, viñas, huertos y molinos. Y el sénior Jimeno Garcés y su mujer San¬


cha, en 1037, entregaban también a Leire el monasterio de Santa María de
Villanueva, topónimo significativo, en tierra de Pamplona. La reforma de
la Iglesia navarra estaba, pues, en marcha dirigida desde Leire y patrocina¬
da por la casa real y por la nobleza, en el momento en que iniciaba su es¬
plendor el arte del primer románico.
5. LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA
ORIENTAL

La intervención carolingia al sur de los Pirineos

El fortalecimiento de la dinastía carolingia en Francia iba a repercutir


muy pronto en la situación de los territorios sudpirenaicos. La primera in¬
tervención de Carlomagno en el norte de España, en 778, con objeto de es¬
tablecer un protectorado sobre los sarracenos rebeldes a la autoridad del
emir Abd al-Rahman I, al parecer en connivencia con los abbasíes y sin duda
con los núcleos hispánicos cristianos disconformes con la soberanía islámi¬
ca sobre sus territorios, fue un fracaso total. La ciudad de Zaragoza no abrió
sus puertas a las huestes de Carlomagno, éstas saquearon Pamplona, igual¬
mente remisa a ayudarles, y, de regreso ya a Francia, la retaguardia de las
tropas carolingias, dirigidas por el duque de la marca de Bretaña, Rolando,
fue aniquilada por los vascones o por los sarracenos en el desfiladero de
Roncesvalles. En la refriega murieron: el senescal Egihardo, el conde pala¬
tino Anselmo y el propio Rolando, con la mayor parte de los soldados. Los
vascones se hicieron con el botín y desaparecieron entre las montañas.
La impresión de esta derrota, que el propio Eginardo, panegirista de Car¬
lomagno, no puede ocultar en su Vita Karoli, fue considerable al norte de
los Pirineos y dio lugar, con el tiempo, a una leyenda heroica, que atribui¬
ría la victoria a los sarracenos y de la cual formaría parte el famoso Cantar
de gesta de Roldan, escrito en el siglo XII. Sin embargo, Eginardo explica
que fueron los vascos quienes tendieron la emboscada al ejército carolingio
156 MANUEL RIU RIU

y que la derrota no pudo ser vengada de inmediato porque, una vez perpe¬
trado el golpe, se dispersaron de tal modo que no fue posible saber dónde
se refugiaban.
La derrota evidenció el peligro que para el reino franco suponía una fron¬
tera meridional desguarnecida e hizo que se planificara la fortificación de
la misma, desde Pamplona hasta el Mediterráneo. La población indígena
de amplias zonas pirenaicas secundó esta política y, con su apoyo, los caro-
lingios mantendrían la frontera fortificada o marca de España (Marca His¬
pánica) en Cataluña. Mientras, los pamploneses se alzaban contra el dominio
de los Banu Qasi, arabizados, y reconocían por caudillo a Velasco, buscan¬
do la amistad de los francos, pero sin sometérseles.
Aprovechando el descontento contra el dominio islámico que se produ¬
cía en los Pirineos orientales, las tropas carolingias, en una nueva incur¬
sión, cuidadosamente preparada, avanzaron por el sur de los Pirineos y
ocuparon Gerona (785) y, si bien los andalusíes organizaron una aceifa de
castigo (793) que llegó por el antiguo camino romano de la costa catalana
hasta Narbona, no lograron recuperar el dominio del país. Los puntos es¬
tratégicos de éste quedaban reorganizados por Carlomagno y sus gentes,
potenciando una nueva vía de penetración desde Cerdaña por los valles del
Cardener y el Llobregat: fortificaciones de Cardona, Casserres y Vic (798).
Se erigió el condado de Osona, encomendándolo al conde Borrell, y Luis
el Piadoso, el hijo de Carlomagno, alcanzó a ocupar Barcelona (801), ren¬
dida después de un duro asedio y cedida al conde godo Bera I, hijo de Gui¬
llermo de Gellone, que la gobernó hasta ser depuesto y exiliado (820).
Mientras tanto, los habitantes de las Baleares también pidieron ayuda
a los francos para librarse de los piratas sarracenos y de los mauros del nor¬
te de África que obstaculizaban el comercio marítimo, y los carolingios les
prestaron su concurso, pero ocuparon Mallorca y Menorca (799), aunque
temporalmente. La actividad llevada a cabo, desde sus bases aquitanas, por
Luis el Piadoso condujo asimismo a la ocupación de otros valles pirenaicos
y a la toma de Huesca (799) en Aragón, no obstante sus robustas murallas.
En Cataluña, a las conquistas de Casserres, Manresa y Barcelona, no tardó
en seguirle la de Tortosa (811), poco después de la ocupación de Pamplona
(806) en el Pirineo central, ambas poco más que episódicas y circunstancia¬
les. Se erigió, entre otros, un pequeño condado de Aragón, al oeste de Hues¬
ca, regido desde Jaca por el conde godo Oriol (T809).
La organización debió de ser semejante a la de las restantes marcas o
distritos fronterizos carolingios, estableciendo una zona fronteriza fortifi¬
cada, constituida por una línea sinuosa de torreones circulares de madera,
levantados en los puntos más estratégicos y en torno a las vías de acceso,
y creando una serie de condados (Gerona, Ampurias, Urgel, Cerdaña, Oso-
LOS NUCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 157

na, Barcelona, Besalú, Pallars, Ribagorza...), algunos de cuyos obtentores


tomarían el nombre de marqués, además del de condes (comes et marchio),
por su situación fronteriza, pero sin que implicara un predominio sobre los
restantes condes vecinos.
A esta incipiente organización política y militar del norte de España se
añadiría, muy pronto, el fomento de la repoblación y organización del es¬
pacio, atrayendo, por medio de privilegios y de exenciones fiscales, a nue¬
vos colonos, con objeto de reforzar la escasa población indígena visigotizada
y sólo en parte aún cristianizada. Se favoreció la ocupación de tierras yer¬
mas (aprisiones), pero mediante el trabajo (ruptura), de forma parecida a
la pressura asturiana, y se restructuró la unidad económica agropecuaria
del Pirineo, fomentando la cría de ganado y el aprovechamiento de sus pro¬
ductos, al lado de una colonización agrícola fundamentalmente mediterrá¬
nea (cereales, vid y olivo), a la vez que se encauzaba su espiritualidad
actuando con gran rigor contra el desarrollo de la doctrina adopcionista que
había patrocinado el obispo Félix de Urgel en un intento de aproximación
a los islamitas.
158 MANUEL RIU RIU

Mientras los reyes carolingios —Carlomagno y Luis el Piadoso— se es¬


forzaban por dirigir directamente la reorganización de la marca desde los
territorios de Urgel y Cerdaña hasta el Ampurdán, en el extremo nordeste
de la futura Cataluña, los condes francos de Tolosa o Toulouse habían em¬
pezado por su cuenta (805-814) la conquista de los territorios del sur de su
condado, atravesando los Pirineos y ocupando la zona de los valles de los
dos Noguera, afluentes del Segre, que formarían los condados de Ribagor-
za y Pallars. Al oeste de ellos, Sobrarbe estuvo en manos musulmanas (los
Banu Qasi de Huesca y de Tudela) hasta ser recuperado para el cristianis¬
mo, a comienzos del siglo x, por el primer rey pamplonés de la dinastía
Jimena, Sancho Garcés I, primer rey «reconquistador» de Navarra a quien
ya nos hemos referido anteriormente (véase capítulo 4).
La organización de los antiguos valles rurales de época visigoda perdu¬
ró en el Prepirineo y en el Pirineo, como infraestructura, dentro de los con¬
dados. De éstos, destacaría muy pronto el de Barcelona, que dirigió, desde
hacia 873, la independización progresiva del territorio franco, bajo el man¬
do de Wifredo o Guifred I, nieto del conde Bel lo de Carcasona e hijo del
conde Sunifred I de Urgel-Cerdaña, que era al propio tiempo (hecho usual
en aquellas fechas) conde de Barcelona-Gerona y de Narbona, quien logró
reunir los condados de Osona (Vic), Gerona-Besalú, Urgel y Cerdaña-
Conflent al condado de Barcelona, aunque fuera temporalmente, y empren¬
dió desde 879 una gran labor repobladora en la Cataluña central (Ripollés,
Osona o Plana de Vic, Bergadán y valle de Lord, Guilleries, Lluganés, Moia-
nés y Bages) hasta su muerte en 897, dando origen a dos grandes centros
monásticos benedictinos, el de monjes de Santa María de Ripoll (888) y el
de monjas de Sant Joan de les Abadesses (885) que iba a regir una de sus
hijas.
Su nieto Borrell II (948-992), conde de Barcelona-Urgel, amigo y vasa¬
llo del califa cordobés al-Hakam II, lograría por unos años, al perecer su
hermano Miró en 966, reunir bajo sus manos los condados catalanes
(966-992), pudiendo unificar la política colonizadora, pero a su muerte en
992 volvían a disgregarse, como ya era habitual también en la época. Inten¬
tó asimismo Borrell II, en 971, instaurar una organización episcopal inde¬
pendizada de la sede metropolitana de Narbona, desde donde se dirigía toda
la política religiosa, y centrada en Vic, de la cual dependerían los cinco obis¬
pados de Barcelona, Gerona, Osona-Vic, Urgel y Elna. Pero fracasó en este
intento también.
La obra repobladora de Borrell, que situaba la línea fronteriza meridio¬
nal cerca del río Gaiá, se vio interrumpida violentamente por Almanzor (al-
Mansur) quien, llevando consigo unos cuarenta poetas-periodistas a sueldo
para cantar sus victorias, salió de Córdoba el 5 de mayo de 985, pasó por
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 159

Elvira, Baza y Lorca, se hospedó en Murcia en casa de Ibn Jattab y prosi¬


guió hacia el norte, batió al conde Borrell II que salió a su encuentro, y
el primero de julio llegó ante los muros de Barcelona, ciudad que tomó al
asalto el lunes 6 de julio. Sus habitantes fueron muertos, por haber opuesto
resistencia a los musulmanes, o hechos cautivos para pedir rescate, o escla¬
vos. La ciudad fue saqueada y quemada y el territorio quedó aterrorizado
y desorganizado. Esta expedición implicaría la restauración lenta de la ciu¬
dad, y la de los núcleos de Cardona (986), Calders en el Bages (987) y Olér-
dola (992). Los confines de las comarcas de la Segarra, la Conca de Barberá
y el Camp de Tarragona constituían los límites de la Cataluña de Ramón
Borrell (992-1018) a comienzos del siglo XI y este conde barcelonés se aven¬
turaba con 9.000 caballeros e infantes a emprender una expedición contra
Córdoba (1010) que, como hemos visto, alcanzaría a saquear la capital del
califato y regresar con considerable botín, constituyendo un desquite difícil
de conseguir veinticinco años antes.
La unificación política de Cataluña —como el mismo nombre del terri¬
torio, cuyo significado se discute: ¿tierra de castillos?, ¿tierra de los laketa-
ni?, ¿nombre de un castillo fronterizo (Talunia)?, ¿tierra del botín?—
tardarían en aparecer escritos, pero desde el siglo X el idioma catalán pare¬
cía definirse para ser vehículo de comprensión común y de formación soli¬
daria. Al finalizar el propio siglo X los condados catalanes se desvinculaban
de hecho de Francia, al extinguirse la dinastía carolingia y entrar a reinar
la casa de los Capetos, desde que Hugo Capeto no les pudo prestar su auxi¬
lio ante las huestes musulmanas de Almanzor. De derecho el vínculo que
unía a los condes catalanes a los reyes francos seguiría vigente hasta entra¬
do el siglo XIII, pero de hecho los condados catalanes serían plenamente
autónomos ya antes del 987, y afirmaban su independencia. Por otra parte,
la incorporación sucesiva de los diversos condados catalanes al de Barcelo¬
na, cuya complicada historia no podremos detallar en estas páginas, no con¬
cluiría hasta entrada la Baja Edad Media.

Organización del territorio catalán

Poco sabemos de las tres primeras generaciones de dominio islámico so¬


bre Cataluña. Es muy probable que los musulmanes de al-Andalus se limi¬
taran a establecer guarniciones en los puntos estratégicos y que perdurara
la organización de origen tribal centrada en los valles, o la municipal de
los distritos urbanos impuesta desde la época romana y mantenida bajo do¬
minio visigodo, y probablemente ambas, con ciertas superestructuras ecle¬
siásticas: obispados, parroquias y monasterios, de un lado; y superestructuras
MANUEL RIU RIU
160

militares a cuyo frente se hallaran condes godos, de otro lado. Lo cierto


es que ambas superestructuras, condados y obispados, desde finales del si¬
glo viii aparecerían de nuevo, consolidadas por obra de los soberanos ca-
rolingios. Con la fortificación de la línea del Llobregat, desde 798, convertida
muy pronto en el cordón umbilical que uniría Barcelona con Francia, se
ponía de manifiesto el deseo de permanencia en el país de las tropas fran¬
cas. Los preceptos a los hispani del Rosellón (emigrados o nietos de los hui¬
dos de la España islámica, que habían prestado juramento de fidelidad a
los reyes francos) favorecieron los inicios de la repoblación por grupos su¬
cesores de los emigrados hispano-godos. Existiendo, en efecto, desde fechas
tempranas, aprisiones colectivas, por parte de comunidades libres de cam¬
pesinos o por grupos familiares, y aprisiones individuales que eran fruto
del trabajo de un núcleo familiar: un matrimonio y sus hijos. Solía tratarse
de pequeñas propiedades, privadas y libres (alodios) delimitadas por mojo¬
nes, piedras hincadas en el suelo, cruces o montones de piedras. El derecho
de propiedad suele fundamentarlo una carta o documento escrito, al cum¬
plirse los treinta años de posesión efectiva e ininterrumpida. La aprisio, o
posesión y cultivo de una tierra que, por no tener propietario conocido, se
consideraba que pertenecía al fisco o, subsidiariamente, al conde del terri¬
torio, quedaba así legalizada. Mas, cuando la tierra se había hecho renta¬
ble, era apetecida por los nobles, oficiales o comunidades eclesiásticas, que
tratarían de obtener la concesión de la misma antes de que se cumplieran
los treinta años de su puesta en cultivo, dando lugar a querellas y juicios
ante los jueces y tribunales condales.
Los propios condes, como Guifred el Pilos (desde 878), asumieron la
tarea directora de la reorganización del territorio en la Cataluña central,
en torno de las ciudades de Vic (889) y de Manresa (890), en particular des¬
de que la había diezmado la revuelta de Aizón, debiendo ceder partes im¬
portantes del honor condal a los oficiales a sus órdenes, en pago de sus
servicios y fidelidad. De hecho se dio un proceso de privatización de bienes
fiscales que hizo proliferara la micropropiedad alodial, con derecho a la he-
redabilidad y a la libre transmisión, en los siglos IX y x, pudiendo ser par¬
celada y repartida entre los hijos o el resto de los familiares. Al lado de la
labor realizada por las familias condales, nobiliarias y libres, de hispani o
de goti, existió la patrocinada por pequeñas comunidades monásticas o cle¬
ricales, situadas en puntos estratégicos, junto a los cursos fluviales: el mo¬
nasterio de Santa María de Ovarra, en el Isábena; el de Santa María de
Alaón, en el Noguera Ribagorza; el de Santa María de Gerri, en el Noguera
Pallaresa; el de Sant Sadurní de Tabernoles, en el Valira; el de Sant Andreu
de Tresponts, en el Segre; el de Sant Pere de Graudescales, en el Aiguado-
ra; el de Sant Sebastiá del Sull, en el Saldes; el de Sant Lloren? prop Bagá,
LOS NUCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 161

en el Bastareny; el de Sant Salvador de la Vadella, en el Llobregat; el de


Sant Joan de les Abadesses, en el valle del Ripoll, y otros más.
Unos y otros, junto con Sant Miquel de Cuixá, Sant Pere de Roda, San¬
ta María de Ripoll y Sant Cugat del Valles, los cuatro grandes cenobios be¬
nedictinos de la Alta Edad Media catalana, iniciaron la evangelización y
colonización de tierras que se intercalaba entre las aprisiones y, mediante
compras, cambios y donaciones, se iría integrando, desde finales del siglo IX
y a lo largo de todo el X, en la gran propiedad monástica. No todos los
monasterios colonizadores fueron grandes cenobios. Los hubo creados por
grupos reducidos, a veces con vínculos familiares, que roturaron ámbitos
no superiores a las diez hectáreas, y subsistieron unas pocas generaciones
para convertirse luego en prioratos o dependencias de otros más afortuna¬
dos, o acaso transformarse en simples iglesias rurales.
Los patrimonios obtenidos por las iglesias catedralicias de las sedes epis¬
copales de Urgel —que abarcaba cuatro condados y contaba 278 parroquias
162 MANUEL RIU RIU

a mediados del siglo ix—, Gerona, Barcelona, Vic y Elna, restauradas por
los carolingios, se vieron incrementadas también por los bienes de particu¬
lares y de comunidades religiosas en crisis. Desde finales del siglo vm la
gente de las montañas, de las comarcas de Cerdaña y del Alto Urgel, se des¬
plaza de norte a sur hacia tierras más llanas y más fértiles, siguiendo el cur¬
so de los ríos y de los caminos que los bordeaban desde antiguo. A partir
de comienzos del siglo x, grupos de gentes procedentes del Alto Pallars,
del Urgellet, de Cerdaña y del Ripollés, por no citar a los ultrapirenaicos,
tolosanos y roselloneses, se aventuran en el Pía de Bages y en el Valles, el
Anoia y el Penedés. Pero, entre 976 y 1004, una serie de incursiones musul¬
manas remontan el Cinca, el Segre y sus afluentes, llegan hasta Roda de
Ribagorza, y saquean los núcleos de Barcelona (985) y Manresa (1001), aguas
arriba del Llobregat. Sin embargo, no impiden que prosiga esta tarea colo¬
nizadora. Se ha estimado, a comienzos del siglo x, la población de la Ca¬
taluña Vieja entre 16 y 18 habitantes por kilómetro cuadrado. Muchos
núcleos rurales no cuentan más allá de cinco a diez familias. Y, asimismo,
las ciudades son pequeñas. Barcelona tiene diez hectáreas y Gerona única¬
mente siete hectáreas, que acaso sólo alberguen unos mil habitantes, no obs¬
tante contar con barrios foráneos surgidos en torno de iglesias y monasterios,
y junto a las vías de acceso al núcleo urbano amurallado. Nuevos núcleos
de población agrupada se han formado en lomas rocosas, buscando la pro¬
tección de los castros o castillos, en tanto que las villas o fincas rústicas apa¬
recen subdivididas en unidades menores de explotación unifamiliar: los
mansos o masías (mansi) que tanta trascendencia tendrían en la repoblación.
Los condados, formados por la integración de valles, se subdividen en
distritos menores: los castros o castillos con término propio, en cuyo ámbi¬
to se engloban parroquias, monasterios, villas y mansos con sus capillas;
torres y fortalezas más pequeñas sin distrito propio, y las tierras y bienes
alodiales y comunales. El castillo se va a convertir, en el siglo XI, en el cen¬
tro de todo el conjunto socio-económico y político local, contribuyendo a
una redistribución del habitat que implicará la creación de nuevos núcleos
de población agrupada a su entorno y afectará al paisaje con la puesta en
cultivo de nuevas tierras, adaptación para el viñedo de otras y transforma¬
ción en prados de las más alejadas. También afectará a la economía de las
familias que pueblan sus términos, sometidas a crecientes presiones: pres¬
taciones de días de trabajo, animales o herramientas, impuestos pagaderos
en metálico, décimas señoriales, tallas, etc.
Desde el siglo x vemos asentadas en los núcleos urbanos algunas ramas
de troncos familiares aristocráticos (los proceres). Aparece la institución ca¬
nonical en las grandes catedrales urbanas: Vic (957), Barcelona (1009), Seo
de Urgel (1010), Gerona (1019), con la fundación de los primeros hospita-
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 163

les. A medida que se desarrolla el entorno de la urbe aumenta su población


en el interior y exterior de los muros, se elevan los precios de las tierras,
patios y viviendas. Alodiarios importantes (como los Vivas de Barcelona)
se enriquecen.
Las casas urbanas son pequeñas, frías y oscuras. Poco cómodas, aun¬
que mejor amuebladas que en el campo. En la planta baja se abre el taller,
tienda u obrador, y las cuadras. Se vive en el primer piso, donde radica la
cocina-comedor y, a menudo, el dormitorio principal. Cuando existe un se¬
gundo piso, en él se hallan las restantes habitaciones, granero y almacén.
El mobiliario escasea: camas, mesas, arcones con herrajes, bancos y tapi¬
ces. El menaje de cocina y la vajilla de mesa son los imprescindibles. En
la despensa se guardan el vino y el aceite, en toneles, tinajas, odres y cajas
de piedra. El alumbrado artificial se obtiene de teas, lucernas de barro para
el aceite y velas.
Muchos edificios en el siglo xi son aún de madera, como lo son las es¬
caleras, los suelos de los pisos y los tabiques de separación. Los inventa¬
rios, testamentos y cartas de arras muestran que ni la ropa de cama ni la
indumentaria son abundantes, aunque el lujo empieza a estar presente en
algunas familias de la nueva clase social, la burguesía, en la primera mitad
del siglo XI. Existen esclavos y esclavas para el servicio, no faltan juglares
ni músicos, y se conocen juegos como el de dados, los de tablas y el ajedrez.
Las calles, tortuosas y estrechas, carecen de cloacas en su mayor parte,
y de iluminación nocturna. Junto a los templos parroquiales se extiende el
espacio destinado a cementerio. Algunas plazas proporcionan espacio sufi¬
ciente para poder mercadear los escasos productos del campo o del ganado.
Algún patio a cielo abierto y alguna huerta interior, o en la parte posterior
de la vivienda, con pozos o balsas a veces compartidos, proporcionan cier¬
to respiro. En las acequias, como la barcelonesa del Regomir, obtienen el
agua necesaria los molinos, tenerías, batanes y tintorerías.

Estructura social en la Cataluña condal

Entre las clases privilegiadas destacan las dinastías condales, enraizadas


en la tierra. Son goti como precisan las fuentes carolingias, y grandes terra¬
tenientes que pueden ceder a sus fideles parte de sus bienes alodiales. Cons¬
tituyen la elite de la sociedad y, hacia el año 1000, todavía sólo se consideran
nobiles los condes, vizcondes y vicarios o vegueres, que poseen el monopo¬
lio del poder. Todos los nobles se encuentran emparentados entre sí y son
escasas las familias nobles de cada uno de los condados, de quince a veinte
como máximo; por eso cada familia suele detentar varias castellanías y una
164 MANUEL RIU RIU

misma familia puede retener bajo sus manos distintos condados. Las fami¬
lias condales las vemos emparentadas entre sí y, a través de sus hijas, con
los vegueres-castellanos. De las familias de la nobleza surgen también los
principales cargos eclesiásticos (obispos, abades y canónigos).
Los miembros de la nobleza deben servicio al conde, por el juramento
de fidelidad, la fides o fidelitas, puesto que el conde posee la potestas o auto¬
ridad superior. Mas es dudoso que tuvieran sus propios fideles, antes del
siglo XI, como los tuvieron los reyes carolingios y luego los condes, sus su¬
cesores. Los nobles son gobernantes y combatientes. De su equipo militar
es pieza indispensable el caballo, que alcanza altos precios, junto a la silla,
el freno, espuelas, armas y arneses, y, a veces, la tienda de campaña (en
ocasiones conseguida con el botín del enemigo islámico). De su poder de
gobierno es pieza esencial el castillo, cada vez más perfeccionado desde que
en el siglo x empezó a construirse en piedra. El castillo de Mur, en el Bajo
Pallars, constituye todavía un excelente ejemplo de los castillos de media¬
dos del siglo xi, con su torre cilindrica en medio, su patio y su muralla oval
adaptada al terreno y con una sola puerta de acceso.
Acaso entre las clases privilegiadas quepa considerar asimismo las co¬
munidades judías que se suelen presentar como marginadas pero que han
soslayado las prohibiciones de los reyes visigodos, han perdurado bajo los
musulmanes y reaparecen de nuevo desde el siglo IX, como sector activo
de la vida urbana, en Gerona, Figueras, Barcelona, etc. Los mozárabes, que
gozaban de un estatuto jurídico autónomo en la Cataluña musulmana, cons¬
tituyen en los siglos IX y x, en la parte occidental, grupos numerosos y tie¬
nen relaciones con sus correligionarios del resto de la España islámica. No
sólo consta la existencia de comunidades mozárabes en las zonas de Lérida
y Tortosa, sino también en la frontera meridional del Pallars Jossá. En Ager,
por ejemplo, consta la existencia de un grupo con su iglesia, cuando fue
conquistada la población por Arnau Mir de Tost a mediados del siglo XI.
Los eclesiásticos gozaron de privilegios fiscales. La mitad o la tercera parte
de los impuestos principales fueron concedidos por los monarcas carolin¬
gios a iglesias catedralicias o a ciudades episcopales como Gerona, Vic, Elna,
Barcelona y Seo de Urgel. A lo largo del siglo IX, en sucesivos preceptos,
se jes otorga parte del teloneum, impuesto que grava la venta y transporte
de mercancías; del pascuario, que consiste en el aprovechamiento'de las hier¬
bas para pastos mediante el pago de una cantidad en metálico; del moneda-
je, beneficio que proporciona la acuñación de moneda, anteriormente
reservada a las cecas reales, y de otros impuestos como los derivados de la
explotación de las salinas, despojos de naves naufragadas, etc. También los
monarcas otorgan privilegios de inmunidad a los monasterios que desean
favorecer especialmente, convirtiendo así sus dominios en autónomos.
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ÉSPAÑA ORIENTAL 165

Desde que se aflojaron los lazos que unían los condados catalanes a la
realeza franca, la Iglesia catalana buscó, asimismo, frente a la prioridad
de Narbona, una mayor aproximación directa a Roma. La organización de
los arcedianatos y arciprestazgos, y la organización parroquial fueron deci¬
sivas en la estructuración de los obispados y sus células básicas durante este
período. A comienzos del siglo X asistimos a la consagración de numero¬
sas iglesias parroquiales que fueron rehechas en estilo románico a comien¬
zos del siglo XI, en su mayor parte pequeños templos de una sola nave
rectangular con ábside al este de planta semicircular. Clérigos y monjes par¬
ticipan en la organización de la red de templos y parroquias. Los monaste¬
rios viejos, benedictinizados en los siglos IX y X, experimentarían a lo largo
del período numerosas transformaciones. En ellos conviven clérigos y pres¬
bíteros, levitas o diáconos y anacoretas, y los propios monjes empiezan a
recibir órdenes religiosas y alcanzan el diaconato y el sacerdocio.
Los no privilegiados: libres de diversa fortuna, esclavos, libertos y se-
milibres, no constituyen una clase homogénea. En los siglos IX y x consta
la existencia de siervos en las tierras dominicales o dominicaturae, también
llamadas condaminae cuando son de posesión condal, las cuales cultivan
y en las cuales, a menudo, viven, habiendo construido en ellas sus propias
casas o cabañas. Estos esclavos pertenecen a los condes, a los nobles o a
las iglesias, siendo a menudo siervos manumitidos que siguen cultivando
las tierras que les vieron nacer y no desean separarse de ellas. Como tales
esclavos parecen haber desaparecido casi de la zona de Barcelona (el Pía
del Llobregat) a comienzos del siglo x. Pero el desarrollo del comercio, en
el siglo XI, les hará reaparecer, si bien sólo podrán adquirirlos los miem¬
bros de la alta nobleza o del alto clero, que no tardarán en manumitirles,
ya en sus testamentos, ya en ocasión de su bautismo, dado que la Iglesia
prohíbe la esclavitud de personas de religión cristiana.
Parece, no obstante, que en las zonas rurales prefieren los siervos de
la Iglesia permanecer en sus tierras e incluso convertirse en parte del patri¬
monio parroquial o episcopal, por las garantías de protección que tal per¬
manencia representa para sus personas y sus bienes muebles. El avance de
la repoblación ha facilitado, en el transcurso del siglo x, la liberación de
los siervos. Su cristianización, en el siglo XI, seguirá dando lugar a su ma¬
numisión. Algunos pueden pagar en onzas de oro su libertad, gracias a sus
ahorros. Cada vez serán menos los esclavos cristianos, pero en su lugar se
mencionarán los siervos sarracenos, conseguidos en algaradas fronterizas
en tierras de al-Andalus.
Teóricamente libres, o liberados, los servientes de los poderosos, laicos
y eclesiásticos, sirven a la familia, se alimentan de pan de cebada y vino,
se les proporciona una camisa larga de cáñamo para vestido y desempeñan
166 MANUEL RIU RIU

servicios como criados, trabajadores agrícolas y pastores. Asimismo, se con¬


sideran libres los pobres (pauperes) que viven de las limosnas periódicas de
las iglesias, pero el concepto de pauper no era entonces igual al de nuestros
días. La aparición de fraternitates o cofradías caritativas, vinculadas a pa¬
rroquias y monasterios, ya en el siglo x (Llora, 986), para paliar la pobre¬
za, el infortunio y la falta de asistencia social para el que había sufrido una
desgracia o enfermedad, se perfeccionaría a lo largo del siglo xi.

La TIERRA: SU PROPIEDAD, SU POSESIÓN Y SUS CULTIVADORES

Predomina en Cataluña en esta época la pequeña propiedad libre, fami¬


liar y privada, ya adquirida por aprisión, ya por título escrito de compra,
cambio, donación o herencia. Los condes han obtenido de los reyes caro-
lingios tierras del fisco, en beneficio y como pago a sus servicios. Ante las
veleidades de la corte, buscan la conversión de estos beneficios en alodios
y (desde 862) no les resulta difícil conseguirlo legalmente. Consolidado en
el poder Guifred el Pilos, la coyuntura política tiende a modificarse desde
el último tercio del siglo ix: han desaparecido la posibilidad de una depo¬
sición autoritaria del conde por el soberano y el peligro de confiscación de
la térra beneficíale, que se tiende a cambiar por térra comitale, tierra u ho¬
nor condal, considerada un bien alodial, que el conde puede ceder o vender
en parte, rebautizada como térra de feo (tierra de feudo o cedida a censo)
en la segunda mitad del siglo x. De ahí, según Magnou y Bonnassie, el alo-
dem que el conde vende y dice le adviene per nostrum fiscum, mediado el
siglo X. La tierra condal del fisco, o tierra del feudo u honor público, so¬
metida al tributo o censo público, por ser pública y no privada, se convierte
en lo que paradójicamente se llamaría en 1022 alodes feals, «alodios feuda¬
les», por habérselos apropiado la familia condal como si fueran bienes pa¬
trimoniales suyos y, en consecuencia, la que fue tierra beneficial, obtenida
del rey en pago por los servicios prestados por el conde, se puede fragmen¬
tar y vender ahora como tierra alodial, o sea, cedida a particulares en plena
propiedad.
De este modo términos aparentemente contradictorios se explican y los
alodios de origen feudal o público contribuyen a la formación de las peque¬
ñas propiedades familiares, exentas de cargas y transmisibles por herencia,
donación o venta en plena propiedad. Nadie parece haber disfrutado del
monopolio del suelo, y cabe decir que la propiedad del mismo fue familiar
y comunitariamente compartida. Puede que en algunos lugares, en particu¬
lar en los valles, la villa no represente ya en el siglo x más que el centro
de una jurisdicción o célula menor, puesto que la dispersión y mezcla de
LOS NUCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 167

dominios es característica general. La pequeña propiedad campesina alo¬


dial predomina en todas partes y en las zonas llanas de la Plana de Vic (co¬
marca de Osona) o del Pía de Bages llega a representar, entre los años 940
y 1020, un 80 y un 90 por 100 del total del suelo. Abundan, asimismo, las
pequeñas parcelas sueltas o piezas de tierras de labor que no miden más de
1/4 ó 1/8 de modiata (1/8 ó 1/6 de hectárea, tierra en la que se puede sem¬
brar un cuarto o un octavo de modio de cereal) y no valen más allá de uno
a diez sueldos. Pequeña propiedad, poco valorada y originada en buena parte
en las aprisiones de las familias campesinas.
Es posible que el incremento de la viticultura haya contribuido a salva¬
guardar esa pequeña propiedad dispersa de la feudalización creciente del
país. La propiedad de los grandes dominios monásticos sigue siendo poco
coherente. La dotación de Sant Lloren? prop Bagá, en 983, comprende 70
mansos repartidos por tres condados y 25 parroquias, con un montón de
parcelas dispersas cuya explotación directa resultaría muy poco rentable.
Las posesiones de la abadía de Sant Esteve de Banyoles, en el año 1017,
aparecen diseminadas por 113 territorios diversos, repartidos entre cuatro
condados. No es raro, pues, que los monasterios y otros grandes propieta¬
rios intenten dar cohesión a sus dominios. Así, bastantes alodios, desde el
siglo X, tienden a transformarse en tenencias, ya en manos de sus antiguos
propietarios, ya en las de nuevos colonos. Pero, hasta finales del siglo x,
la penuria de numerario es un freno para la concentración de propiedades
y sigue prevaleciendo el minifundio. En las zonas marítimas, subsisten gran¬
des bosques y zonas de matorral sin cultivar.
La familia catalana se sigue regulando jurídicamente por las leyes go¬
das, tanto en el matrimonio (entrega de anillos, dote) como en el régimen
sucesorio. Hijos e hijas heredan los bienes paternos a partes iguales. El gru¬
po familiar básico lo constituye la célula conyugal: padres e hijos. El núme¬
ro de hijos vivos por familia, en los casos controlables, alcanza a 3,7
coeficiente que supone una demografía bastante vigorosa y mucho más si
tenemos en cuenta la gran mortalidad infantil. La esperanza de vida es cor¬
ta y por ello la mayoría de edad se sitúa en los catorce años, momento a
partir del cual se puede prestar juramento con plena validez. Matrimonios
sin hijos los adoptan, o compran, todavía en la primera mitad del siglo XI.
La mujer casada puede disponer de sus bienes y tiene la opción de una déci¬
ma parte de los del marido, reconocida en la carta de dote, además del eixo-
var o donación que le hicieron sus padres al casarla. La hija recibe una parte
de la herencia igual a los hijos, si bien puede ser esta parte valorada en me¬
tálico. La tendencia a conservar la unidad del hogar, con sus edificios y tie¬
rras, ha hecho que la historia de algunas masías catalanas se pueda remontar
al siglo x, la época de la repoblación.
168 MANUEL RIU RIU

Al lado de esta propiedad familiar existió una suerte de propiedad co¬


lectiva o comunal. Originariamente se atribuye al fisco la propiedad de los
yermos, los montes, los pastos y los caminos públicos, pero desde el siglo IX
la documentación muestra a los cabezas de familia de un lugar (como ya
demostró Abadal para el Pallars y Ribagorza) actuando conjuntamente:
cuando están casados, con su esposa; cuando viudos, con uno de sus hijos,
y, si son solteros, solos. Pero esta comunidad vecinal, que defiende intere¬
ses o bienes comunes, apenas si podemos saber cómo actuaría.
A mediados del siglo x la Plana de Vic, el Pía de Bages, el Valles y el
Penedés oriental aparecen cultivados, aunque no falten nuevas roturacio¬
nes. Durante la primera mitad del siglo XI tres fueron las principales zonas
de colonización: 1) la del Segre medio y el mediodía de la sierra del Mont-
sec, al sur de los condados de Urgel y del Pallars Jossá: Malagastre, Ager,
Santalunya, la Régola, etc., donde las primeras comunidades cristianas
fijas quedaron establecidas a partir de 1048. En la orilla oriental del Segre
se pueblan y ponen en explotación las tierras de Agramunt, Almenara, Guis-
sona, etc. 2) Las zonas de la Segarra y las sierras de Queralt, Montbuy y
Tous que constituían el límite occidental de los condados de Ausona y de
Barcelona, desde finales del siglo x, avanzan hasta Calaf, Cervera y Les
Oluges antes de 1043. 3) Las tierras litorales del Bajo Penedés alcanzan Roda
de Berá y Tamarit entre 1046 y 1049.
Afluye a colonizar la frontera con las taifas musulmanas de Tortosa y
de Lérida una masa de gentes que prefieren la inseguridad en libertad a la
protección vigilada de los castillos y sus distritos. Hasta 1020 parece que
esta afluencia de gentes fue espontánea. Luego dirigieron la colonización
los condes y sus vasallos o los monasterios. Entre 1040 y 1050 aparecen en
la frontera las quadres que «encuadran» la población dentro de castella-
nías, tales como las de Les Oluges (1043), Albinyana (1046), Montfalcó
(1047), Agramunt (1051), Tamarit (1057) y Guissona (1066). La quadra es
una unidad de colonización dentro de la castellanía, que cuenta con un jefe
designado por el castellano, a quien deben obediencia y servicios los colo¬
nos o quadrers establecidos en el territorio, corriendo a su cargo la defensa
de la turris erigida en el centro del mismo. Estos quadrers («cuatreros») son
pequeños propietarios libres que han recibido en alodio lotes de tierras uni-
familiares y heredables, y son colectivamente responsables de su conserva¬
ción y defensa.
De todos los cultivos, predominan los de cereales (seglo, avena, cebada,
trigo), en campos estrechos y alargados, abiertos y escalonados en las lade¬
ras de los montes y colinas, mediante terrazas artificiales sostenidas por már¬
genes de piedra y pronto aprovechadas asimismo para el cultivo de la vid.
Junto a las vides se solían plantar árboles frutales, en especial manzanos,
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 169

y olivos. Las zonas próximas a monasterios, villas rurales y suburbios ur¬


banos fueron las de mayor densidad vinícola, coincidiendo con los lugares
de mayor consumo. En cambio las leguminosas apenas se mencionan hasta
la Baja Edad Media. Sólo consta la plantación de habas en 839. Los culti¬
vos de huerta debieron suplir a las leguminosas. Como el nogal sustituye
todavía con frecuencia al olivo. Y el cultivo de plantas industriales como
el lino y el cáñamo, que requieren agua, no se desarrollará plenamente has**
ta el siglo XII. Numerosas canalizaciones de agua facilitan el cultivo de huer¬
ta, con el regadío, en las riberas de los ríos y en los suburbios urbanos.
En las zonas del Prepirineo y del Pirineo la ganadería vacuna y ovina
constituye el complemento necesario de la agricultura. Vacas, ovejas, ca¬
bras y cerdos pastan libres por las garrigas, bosques, yermos y calmas. Pero,
el incremento de la cabaña ganadera, desde el siglo x, obliga a la reorgani¬
zación de los pastos, a la práctica de la transhumancia y a la delimitación
de las dehesas, a la vez que fomenta la creación de los prados artificiales
y el cultivo del forraje en los herreñales (ferragenalia).
Los poseedores de bienes alodiales suelen estar libres de censos. Los fe¬
rientes, en cambio, deben al dueño diversos tipos de censos y de prestacio¬
nes. Hay tenencias con censos enfitéuticos o con módicas prestaciones fijas,
de origen más antiguo, estipulados unos y otras en cuatro especies: cerea¬
les, vino, carne seca o salada y volátiles o huevos. No suelen darse juntas
las cuatro especies y, al ser fija su cuantía, representan muy poco para el
dueño. Por ello se desarrollarían otras tenencias con censos enfitéuticos o
prestaciones proporcionales a la cosecha anual, ya fuera la tasca, documen¬
tada desde comienzos del siglo X y equivalente a la onceava parte de la co¬
secha, o bien el tercio, el cuarto (quartum) o el quinto, según contrato. El
contrato enfitéutico, en sus distintas modalidades, fue, desde mediados del
siglo x, una de las instituciones más generalizadas de la historia agraria ca¬
talana. Pero ya en el propio siglo x y en el XI con mayor frecuencia, los
grandes propietarios buscaron la obtención de rentas mayores en el antiguo
contrato de precario (carta precaria), cediendo tierras y fincas, por lo co¬
mún pequeñas (hasta de una hectárea), mediante la percepción de una par¬
te de la cosecha obtenida, en general la tercera o la cuarta parte de los frutos,
y de un pequeño censo (mansionaticum o manedia) por el uso de la vivienda.
El incremento de la viticultura en viejas zonas de cultivo cerealícola hizo
que se desarrollara en Cataluña otro tipo de contrato (documentado desde
869), el complant o «complantatio», firmado por siete, cinco o cuatro años
renovables, entre el propietario y el cultivador de la tierra, quienes partían
por la mitad las vides plantadas y su producción, bajo el control de los «hom¬
bres buenos» (boni homines), una vez transcurrido el período normal de
crecimiento de las plantas y cuando el fruto de éstas era ya rentable. Por
170 MANUEL RIU RIU

cierto, que el censo en especies pagadero en vino y fijado en carínate parece


haber aprovechado ya en el siglo x la existencia de un tipo de vasija carac¬
terístico: el botijo o cantir. Desde el siglo x el contrato de complant fue
utilizado por condes, vizcondes, nobles, obispos, clérigos y monjes, párro¬
cos y alodiarios libres para revalorizar sus tierras, reservándose el derecho
de recompra o precompra en caso de que el plantador de las vides deseara
vender su parte a terceros. Algunos autores interpretan la aparición de las
trileas como indicativo de la plantación de parras o vides altas, en tanto
que otros las consideran destinadas a eras para la trilla de cereales y legu¬
minosas.
Alodiarios, o propietarios de bienes alodiales, y tenentes o usufructua¬
rios de tierras ajenas, constituyen el grupo más numeroso de una sociedad
esencialmente agrícola y de condición libre, aunque humilde, y de la cual
destacan unos pocos mejor dotados, que suelen tener bajo sus órdenes a
sus propios domésticos y tenentes. Algunos alodiarios son, a la vez, tenen¬
tes de otros propietarios y puede que hubiese tenentes más ricos que algu¬
nos propietarios. Esta masa campesina, aun constituyendo un grupo social
bien diferenciado, no era, pues, tampoco uniforme. El alodiario puede ser
dueño de un equipo militar, puede tener un caballo incluso y una casa pro¬
tegida por una torre de piedra, puede contar con un par de bueyes, algunos
campos y huertos, corrales y algún dinero en efectivo.
Las comunidades aldeanas libres o vici, gentes de los «vicos», actúan
en juicios presididos por jueces, condes u obispos, demandan ante los tri¬
bunales a quienes pretenden conculcar sus derechos, defienden la propie¬
dad comunal de tierras yermas, prados y pastos (documentada en el siglo XI)
o el aprovechamiento de los bosques para materiales de construcción, leña,
bellotas, etc. Compran derechos sobre aguas, o les es reconocido por la auto¬
ridad superior el derecho de uso y laboreo de yermos (ademparamentum,
«empriuar» y «empriu» en catalán) que acabarán pasando, con su explota¬
ción continuada, a convertirse en bienes familiares.
Al frente de estas pequeñas comunidades rurales constituidas por gru¬
pos familiares, de cinco a quince familias (raras veces más de veinte) que
se asocian para defender mejor intereses comunes, se encuentran los boni
homines o probi homines, hombres buenos u hombres probos, cabezas de
familia prestigiados por su circunspección y prudencia (su seny) a quienes
los demás eligen desde antiguo para representarles, porque confían en su
palabra y en su talento natural. A veces los representantes de la comunidad
son el párroco, o el herrero-molinero, a quienes todos conocen. Ellos regu¬
lan las relaciones de buena vecindad, miden y valoran las tierras, casas o
prendas de préstamos no devueltos, y son componedores amicales en los
juicios. La parroquia es célula básica de la organización rural, de ahí el pa-
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 171

peí relevante del párroco a quien sabemos, desde el siglo xi, actuando en
nombre e interés de su comunidad frente a las presiones de las fuerzas supe¬
riores: un señorío feudal en formación, un monasterio en expansión, etc.
Entre los factores a tener en cuenta en la relación mutua de gobernantes
y gobernados en esta sociedad en expansión, se hallan los privilegios, exen¬
ciones o franquicias (franqueses) que desde el siglo IX conceden condes y
obispos en sustitución de los primeros preceptos carolingios. Estas franqui¬
cias, concedidas para favorecer la permanencia de la población en de¬
terminados lugares, en especial las zonas fronterizas o próximas a rutas
importantes, comportan la libertad individual de los beneficiarios, la segu¬
ridad de sus bienes, exenciones fiscales y concesiones particulares. Para con¬
tener el poder creciente de la nobleza, el poder condal protege y se apoya
en estas comunidades campesinas. Así se frena el proceso de feudalización
hasta que, en torno de 1030, el equilibrio coyuntural empieza a agrietarse,
después de algunos años de conflictos, en beneficio de los señores que tra¬
tan de aumentar y dar cohesión a sus dominios feudales.

El comercio, los mercados locales y la moneda

La necesidad de obtener determinados bienes que no es posible produ¬


cir en cada dominio, aldea, villa o parroquia da lugar al temprano desarro¬
llo del comercio interior y de los mercados locales. Antes de 910 existía ya
el de Vic, e igualmente los de Elna, Gerona, Barcelona, Gerri, Urgel y Car¬
dona son anteriores al año 1000. En los primeros años del siglo XI se ha¬
llan documentados los mercados de Sallent (1017), Montornés (1019), Besalú
(1027) y Martorell (1032). El de Seo de Urgel se celebraba en 1029 junto
a la seo nueva, donde daría lugar a una calle porticada para facilitar las
transacciones. Los de Granollers y Sanahuja son anteriores a 1050. Estos
datos dispersos revelan que existían mercados en numerosas poblaciones ca¬
talanas. El mercado requería un amplio espacio abierto y bien comunicado
y solía tener lugar un día fijo a la semana, acudiendo al mismo los cabezas
de familia del distrito para vender cuanto les sobraba de la cosecha o del
ganado (productos de éste como el queso, requesón, pieles, etc.), hierbas
olorosas o medicinales, miel o cera, y adquirir cuanto precisaban: herra¬
mientas, ropas, calzado, etc. En un lugar conocido solían hallarse expues¬
tas las pesas y medidas usuales, para las comprobaciones precisas. Puesto
que cada mercado solía tener las suyas propias.
El trueque de unos productos por otros no ha dejado apenas constancia
escrita, puesto que debió ser oral. El precio de los productos solía fijarse
en dinero, aunque a veces se pagara en especies. En el mercado de Vic, si
172 MANUEL RIU RIU

bien a comienzos del siglo x el 90 por 100 de las compras se hacía en dine¬
ro, a finales del mismo siglo sólo el 60 por 100 de las transacciones seguía
siendo con pago fijado en moneda. Una comarca menos evolucionada, como
el Pía de Bages, pasó en el mismo período de un 70 por 100 hacia el 930,
a sólo el 9 por 100 en 980, lo cual se ha tratado de explicar de diversas for¬
mas: que había disminuido la masa monetaria en circulación, por haber ha¬
bido tesaurización, o que se había producido un alza de la demanda al crecer
el número de intercambios.
Se ha afirmado también que a mediados del siglo X en la Cataluña cen¬
tral las especies en circulación, aun no siendo muy numerosas, bastaban para
satisfacer el 90 ó 95 por 100 de las necesidades de transacciones. No había,
por tanto, falta de dinero. A partir del 950, debido a la tendencia a incre¬
mentar la comercialización de los excedentes agrícolas: trigo y vino, cada
vez el dinero escasearía más y esto redundaba en detrimento de los pagos
en efectivo. Sería preciso que se aumentara la acuñación de especies mone¬
tarias, de diversos tipos, y que los mercados se abastecieran con monedas
de distintas procedencias.
La acuñación de moneda había dejado de ser un derecho reservado a
la realeza. Los condes, al asumir la potesías regia, se lo atribuyeron y aun
lo concedieron a algunos obispos como los de Vic y de Gerona que fueron
los primeros en acuñar pequeños óbolos de plata. En diversos condados se
acuñaron dineros de plata antes de finalizar el siglo X. Si en el siglo ix Ca¬
taluña había dependido de las acuñaciones carolingias, muy pronto las mo¬
nedas condales y episcopales de plata vinieron a sustituir a aquéllas en el
comercio interior, importando plata de al-Andalus para las acuñaciones.
En el último tercio del siglo x a la entrada de plata desde la España musul¬
mana se sumó la de oro amonedado o en lingotes de origen africano. Desde
entonces las importaciones de oro en Cataluña fueron aumentando y entre
1010 y 1020 ya el 58 por 100 de los pagos, en las transacciones de tierra,
se hacían en oro, alcanzando en Barcelona el 87 por 100 del total, con más
de 3.000 mancusos contabilizados en dicho período, aunque de muy diver¬
sas clases. Entre ellos los propios mancusos catalanes, acuñados en Barce¬
lona desde 1018 hasta 1029 por el judío Bonhom, bajo la autoridad de la
condesa Ermessenda. Siete mancusos formaban una onza y aunque cada
mancuso valía siete sueldos de plata, se hizo en general equivalente la onza
a 50 sueldos y no 49, probablemente por incluirse en el cambio el sueldo
de ganancia de los cambistas. Con el conde Ramón Berenguer I de Barcelo¬
na, en 1037, se confiaron al judío Eneas las acuñaciones de mancusos de
oro barceloneses, utilizando oro en lingotes procedente de Ceuta e imitan¬
do los dinares hammudíes de Málaga. Al mediar el siglo XI más de la mi¬
tad de las transacciones importantes se hacía con piezas de oro en la zona
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 173

de influencia de Barcelona. Mas el oro apenas llegaba a los mercados pire¬


naicos y del Prepirineo. Una serie de documentos de comienzos del siglo XI,
pertenecientes a la zona de Solsona, muestran que, en la mayor parte de
las transacciones, se seguían valorando las casas y tierras en moneda, pero
se pagaban en especies, no en efectivo, puesto que la moneda escaseaba.
Cuando el pago se hace en especies es raro, sin embargo, que éstas se espe¬
cifiquen, salvo casos excepcionales, como el de la venta del Castellví de la
Marca que hizo el conde Berenguer Ramón I de Barcelona, en 1023, a Gui-
llem Amat, valorando el castillo en 3.000 sueldos y fijando el pago en tres
caballos, valorados cada uno en 20 onzas de oro, o sea, 1.000 sueldos cada
caballo.
La necesidad de moneda de plata para los pagos de menor cuantía hizo
que se acuñaran dineros, en distintas ciudades, a 84 dineros el mancuso,
y que, a iniciativa de los condes de Barcelona, entre 1017 y 1020, se crearan
los diners grossos, haciendo que el valor de cada uno de éstos equivaliese
a tres dineros y medio (tres dineros y un óbolo) de los anteriores, con lo
cual el mancuso vino a computarse por 24 dineros gruesos. De esta forma
la moneda se adaptaba a las necesidades de pago y la tesaurización del oro
no repercutía en el mercado, permitiendo luego las grandes inversiones en
los monumentos del primer arte románico.

Reorganización de la Iglesia catalana

En los años finales del siglo vm y en el ámbito rural del obispado de


Urgel se desarrolló la «batalla del adopcionismo», así llamada por R. d’Aba-
dal, que algunos autores consideran iniciada en Toledo y síntoma de la de¬
sintegración de la Iglesia visigoda, y otros creemos que tuvo su origen en
las zonas de colonización del Pirineo y fue síntoma de la vitalidad evangeli-
zadora del monacato tradicional, en momentos difíciles para el cristianis¬
mo. En cualquier caso, las autoridades carolingias emprendieron una lucha
frontal contra el obispo Félix de Urgel, deseosas de afirmar el prestigio del
arzobispado de Narbona y de vincular a él los obispados catalanes, en unos
momentos en que parte importante de la archidiócesis de Tarragona se ha¬
llaba en poder del islam. Al problema teológico suscitado por el adopcio¬
nismo, que se hallaba enraizado en el arrianismo (Cristo hijo «adoptivo»
de Dios Padre), se sumaron, pues, motivaciones políticas. Una serie de con¬
cilios, entre el 792 y el 799, de Ratisbona a Roma y Aquisgrán, obligaron
a Félix a abjurar de su doctrina y exiliarse a Lyón donde murió en 818, des¬
pués de escribir un catecismo dialogado. Los carolingios aprovecharon las
circunstancias para introducir las normas de la Iglesia franca en el territo-
174 MANUEL RIU RIU

rio fronterizo, vincular los obispados catalanes a Narbona y benedictinizar


el monacato catalán. El obispo Gualarico de Gerona y el conde Odilón de
Gerona-Besalú colaboraron con los carolingios en la aplicación de las dis¬
posiciones unificadoras decididas en Aquisgrán en 816-817, para reglamen¬
tar la vida en común de los clérigos de las iglesias catedralicias, de las monjas
y de los monjes. El propio arzobispo Nebridio de Narbona en 817 acudía
al pagus o distrito de Besalú para cerciorarse de dicha aplicación.
Con la penetración islámica varias iglesias habían sufrido depredacio¬
nes. Después de treinta años de paz, las razzias islámicas volvieron a acen¬
tuarse a partir de 884. Desde Lérida se iniciaron nuevas expediciones. Una
de ellas fue la de Lupo ibn Muhammad contra Cardona (897) que destruyó
las iglesias de Sorba y de Gargallá, pertenecientes al patrimonio de Ripoll.
Contra tales depredaciones poco podían los privilegios de inmunidad que
los reyes francos habían concedido a las cinco diócesis catalanas: Gerona
(834), Elna (836), Barcelona (c. 848), y Urgel y Vic antes de finalizar el si¬
glo IX. Con frecuencia los arzobispos de Narbona presidirán las nuevas con¬
sagraciones de iglesias y la restauración parroquial de las diócesis cobrará
nueva vida. La situación privilegiada de los obispos, que compartían tareas
de gobierno e inspección junto a la autoridad civil, les permitía vigilar de
cerca dicha reorganización. Desde finales del siglo IX se produjeron ya los
primeros intentos de desvincular de Narbona los obispados catalanes, que
se repetirían a mediados del siglo x y en el último tercio del mismo siglo,
con resultado adverso. La restauración de la archidiócesis de Tarragona,
anhelada en repetidas ocasiones, tardaría todavía más de un siglo en pro¬
ducirse. Mientras tanto, en el gobierno diocesano colaboraban, con el obis¬
po, los canónigos, presbíteros y diáconos de la catedral. Varios abades
benedictinos alcanzaron el episcopado y el monacato participó asimismo en
la cristianización de Cataluña a la vez que colaboraba en las tareas de colo¬
nización a que ya nos hemos referido. Las canónicas catedralicias, desde
el siglo x, participaron también en estas tareas autorizando cesiones vitali¬
cias de tierras en las zonas de colonización o repoblación. Al lado de las
parroquias episcopales aparecen numerosas iglesias particulares y la inje¬
rencia de los laicos en los problemas eclesiásticos dará lugar, en 878, a la
imposición de una multa de cinco libras de oro, o su equivalente: treinta
libras de plata, igual a 600 sueldos de plata fina, a los sacrilegos.
Toda parroquia, sea de fundación episcopal o condal, sea de fundación
privada (por un clérigo o un laico, o un grupo de laicos) tiene una dotación
o patrimonio propio, que incluye bienes y derechos, y unos deberes econó¬
micos o censo anual al obispo, generalmente en dinero y en especies, que
no es siempre igual y suele fijarse en el momento de la consagración del
templo a partir de comienzos del siglo x. La organización parroquial, des-
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 175

de finales del siglo ix, empieza a aparecer incluida dentro de los términos
de los castillos aunque éstos pueden englobar no sólo una, sino dos y hasta
tres parroquias. Diezmos y primicias pertenecen desde el siglo x a la pa¬
rroquia, así como las oblaciones y, si los ha recibido, derechos, servicios
y obsequios condales. Algunas parroquias, como la de Santa Linya desde
1036, tienen asimismo el privilegio de que los párrocos de las mismas sean
sacerdotes nacidos en el lugar. Cuando se funda una nueva parroquia se
suele delimitar su territorio y se le concede un terreno para cementerio, en
general de unos treinta pasos de radio alrededor del templo, que con el tiempo
se convertirá en la sagrera, territorio sagrado donde los campesinos podrán
guardar la cosecha y refugiarse para la protección de sus personas y bienes
muebles.
La existencia de arciprestazgos, agrupando a varias parroquias, no apa¬
rece atestiguada en Cataluña hasta fechas más tardías, aunque dos arcipres¬
tes, en los años 879 y 881, se hallen en calidad de ejecutores de las órdenes
del arzobispado de Narbona organizando las primeras parroquias de la Plana
de Vic, antes de que la diócesis vicense tuviera obispo propio. Uno de ellos,
Gotmaro, sería su primer obispo (886-899).
Numerosos monasterios, con patrimonios más o menos extensos, sur¬
gieron desde el primer tercio del siglo IX en la Cataluña Vieja. Algunos con
netas raíces visigodas. Las comunidades solían ser reducidas, de siete a quince
miembros, aunque el número ideal de comunitarios fuera el de doce. Ya
nos hemos referido a varios de ellos en las páginas anteriores. Algunos, como
el femenino de Sant Joan de les Abadesses, fundado por Guifred el Pilos
para su hija Emma en 885, llegó a contar (913) pronto con cerca de 500
campesinos en sus dominios. Si la canónica catedralicia de Vic, a comien¬
zos del siglo XI, contaba con quince miembros, el monasterio de Sant Cu-
gat del Valles, en 1017, sumaba treinta y cuatro monjes, de los cuales tan
sólo dos consta que hubieran recibido el presbiterado. No obstante, en to¬
das las comunidades monásticas solía haber algún sacerdote, levita o diáco¬
no, u otros miembros que habían recibido órdenes menores, sin alcanzar
el presbiterado.
La mayoría de los monasterios se erigieron en lugares escasamente po¬
blados, procediendo a roturar las tierras, talar bosques, canalizar corrien¬
tes de agua, mejorar caminos, construir viveros y molinos hidráulicos,
establecer fraguas y herrerías, fomentar la creación de capillas y parroquias,
organizar celias o núcleos dependientes del principal, con su iglesia, su lote
de tierras y sus servidores. Estas celias podían transformarse en parroquias
rurales servidas por los monjes, aglutinando la población campesina que
vivía en las villae y en los mansi, cabanas y bordas. De los monasterios sur¬
gieron, pues, nuevos núcleos de explotación ganadera y campesina, respon-
176 MANUEL RIU RIU

sabilizándose de no pocas innovaciones técnicas a la vez que contribuían


a cristianizar el agro catalán.
Desde mediados del siglo x se intensificó la relación de la Iglesia cata¬
lana con Roma. Condes, obispos y abades realizaron viajes en busca de pri¬
vilegios papales. El privilegio de exención, que vinculaba directamente las
casas monásticas al papado, o las bulas de confirmación de bienes, con in¬
ventario detallado de los mismos, mención de derechos, posesión exclusiva
de diezmos y primicias e inmunidad para la casa y sus bienes, con ratifica¬
ción de viejos privilegios reales, eran muy apetecidas, representando tan sólo
la contrapartida del pago de un pequeño censo a Roma. No cabe decir, sin
embargo, que la autoridad del papa fuera desplazando a la del rey en el
ánimo de esta nobleza catalana eclesiástica y laica, aunque es posible que
hubiese de por medio intenciones políticas.

Algunos aspectos culturales y artísticos

Los centros religiosos: episcopales, catedralicios, clericales y monásti¬


cos, fueron a su vez los únicos centros culturales de la época. En monaste¬
rios y catedrales existieron las mejores bibliotecas, excelentes talleres de
reproducción de libros y las únicas escuelas. Decir que la cultura estuvo en
manos de la Iglesia, su depositaría tradicional después de la desaparición
de la enseñanza clásica o laica, no significaba que esta cultura fuera tan sólo
eclesiástica. Por el contrario, la Iglesia catalana se preocupó de conservar
e incluso perfeccionar conocimientos muy variados. No fue un mero tra¬
sunto de la cultura carolingia, por su herencia visigoda y por su apertura
al islam y a Italia. Y también se proyectó fuera del territorio catalán. Se
ha supuesto que eran de origen catalán, en los siglos vm y ix, el gran es-
critunsta y discípulo de Félix de Urgel, Claudio, obispo de Turín; San Ago-
bardo, obispo de Lyón y contradictor de Félix en la disputa adopcionista
a que ya nos hemos referido; Prudencio Galindo, obispo de Troyes y ad¬
versarios de las doctrinas panteístas de Juan Escoto Erígena; el godo Teodul-
fo, obispo de Orleans y excelente poeta, buen conocedor de las siete artes
liberales, y el también godo Pirmín, fundador y abad de Reichenau.
Esta cultura se manifiesta por el sincretismo de elementos de la cultura
clásica con otros de la visigoda y con los derivados de las relaciones con
Roma y con las tierras del sur de Francia, antigua Septimania, más la apor¬
tación de la ciencia y técnica greco-arábiga (astronomía, matemáticas, tec¬
nología) que, a través de Cataluña, llegaría a la Europa cristiana. En aquella
época una biblioteca de un centenar de libros podía considerarse ya impor¬
tante. Muchos monasterios y catedrales no tendrían más de una docena de
LOS NÚCLEOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA ORIENTAL 177

volúmenes. De excepcional puede calificarse la biblioteca del monasterio de


Santa María de Ripoll, que en 979 contaba con 65 libros, en 1008 reunía
121 y en 1046, al morir el abad Oliba, sumaban 246. A los libros propia¬
mente litúrgicos cabe sumar los destinados a la formación espiritual de los
monjes, obras de los padres de la Iglesia, tratados de jurisprudencia, cien¬
cias físicas y matemáticas, historia, agrimensura, glosarios de griego y del
hebreo, etc., con los autores más representativos de la antigüedad: Cice¬
rón, Julio César, Flavio Josefo, Plutarco, Terencio, Juvenal, Macrobio, Ho¬
racio, Virgilio y Boecio. El Scriptorium de Ripoll, encauzado por el abad
Arnulfo a partir del año 948 y continuando por los abades Guitisclo
(976-979), Seniofredo (979-1008) y Oliba (1008-1046), fue un gran centro
reproductor de libros y una auténtica escuela de copistas. Con Arnulfo apren¬
dió hacia 967 el famoso Gerberto de Aurillac, que luego fue papa con el
nombre de Silvestre II, los secretos del ábaco o ciencia de la contabilidad
y los de la música. El matemático Atón, obispo de Vic, fue otro de sus maes¬
tros, y compañeros de Gerberto fueron el obispo de Gerona y conde de Be-
salú, Miró III Bonfill, virtuoso latinista y helenista de gran corrección
sintáctica y riqueza de léxico; Seniofred Llobet, canónigo de Barcelona que,
en el propio siglo X, fue el traductor de un tratado sobre el uso del astrola-
bio que Europa conocería en la primera mitad del siglo xi, y Garí de Cui-
xá, posible autor de una crónica sobre los orígenes de su monasterio.
En la primera mitad del siglo XI destacan las figuras de dos obispos: San
Ermengol de Urgel y Oliba de Vic (T1046), abad este último de Cuixá y
de Ripoll y ambos miembros de las familias condales que señoreaban el país.
Gran figura fue asimismo Poncio, abad de San Saturnino de Tabernoles,
consejero de Sancho el Mayor de Navarra y arzobispo de Oviedo, que pro¬
yectaría la cultura de los benedictinos catalanes por todo el norte peninsu¬
lar. El interés de Ripoll por la música daría origen a la creación de una
notación musical peculiar, modificando la aquitana con innovaciones mo¬
zárabes. Destaca asimismo el inicio de la actividad historiográfica. Sobre
la base de un cronicón estructurado en Cuixá y trasladado a Ripoll por Oli¬
ba en 1032, se trazaron los cronicones Rivipullenses. A los discípulos de
Oliba se atribuye la Cangó de Santa Fe, escrita en Cuixá hacia 1058 por
un monje anónimo. Otras piezas similares en lengua vulgar revelan el deseo
de popularizar esta cultura eclesiástica, haciendo partícipe al pueblo fiel de
los hallazgos de los intelectuales que, mayoritariamente, siguen escribiendo
para la elite en un latín artificioso, aprendido en las escuelas.
Paralelamente, avanzado el siglo x vemos que los edificios existentes
abren sus ábsides trapezoidales o cuadrados y los sustituyen por ábsides se¬
micirculares. Las cubiertas de madera a dos vertientes tienden a sustituirse
por bóvedas de piedra. Bóveda de un cuarto de círculo para cubrir las na-
MANUEL RIU RIU
178

ves colaterales, como en Sant Quirze de Pedret y en Santa María de Ripoll.


En Banyoles para la nave, erigida en 957. Con perfil de herradura todavía,
las bóvedas nuevas de cañón seguido, trazadas con buena argamasa, rica
en cal, conviven con este tipo de arcos. En las paredes aparece aún alguna
hilada de opus spicatum, a finales del siglo x, como elemento decorativo.
Muy pronto la talla de la piedra se realizará cuidadosamente. Un revoque
interior, con cal fina y lustrada, permitirá incluso la decoración de habita¬
ciones con pintura de color rojo aplicada al temple en líneas horizontales
y zócalos. El mosaico, más o menos rudimentario, de gruesas tesellas de
mármol de distintos colores, empieza a recubrir algunos suelos.
Iluminadores y miniaturistas, de cuyas manos saldrían Biblias y Beatos
de singular belleza, reproducen los interiores de las iglesias y sus peculiari¬
dades. Las miniaturas, con los tipos de letra y de abreviaturas, han permiti¬
do definir las escuelas de la época. De la de Ripoll procederían la Biblia
de la Biblioteca Nacional de París y la famosa Biblia de Farfa, escrita en
el siglo XI y conservada en la Biblioteca Vaticana. Los Beatos de Gerona
y de Seo de Urgel, entre otros, constituyen muestras singulares de la artesa¬
nía escrituraria y pictórica.
Este arte prerrománico, de inspiración o influencia más o menos mozá¬
rabe o también carolingia, daría paso pronto al primer arte románico. Poco
antes de que mediara el siglo XI quedaban concluidos dos grandes monu¬
mentos arquitectónicos de este primer románico catalán: los templos de Sant
Pere de Casserres y de Sant Vicen? de Cardona, que han llegado completos
hasta nuestros días. En ambos cabe admirar la grandiosidad de las naves
cubiertas con bóveda de cañón, la esbeltez de los ábsides decorados con con¬
trafuertes y lombardas, y el inicio de una sobria decoración escultórica que
luego adquiriría un amplio desarrollo.
SEGUNDA PARTE

ETAPA DE EQUILIBRIO CRISTIANO-ISLÁMICO.


1035-1212
6. LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA

Los PRIMEROS REINOS DE TAIFAS

El califato omeya de Córdoba se disgregó como en el Oriente islámico


había empezado a disgregarse el califato abbasí de Bagdad. Un consejo de
Estado, formado por aristócratas árabes cordobeses y presidido por Abdul
Hazm ibn Jawahar, decidió en 1031 suprimir la dignidad califal en Córdo¬
ba y sustituirla por una especie de república oligárquica. Por entonces, la
unidad política del califato estaba ya rota, y ese intento tendía a someter
bajo la soberanía cordobesa las banderías o «taifas» (tawaif) que se iban
formando, en distintos lugares, constituyendo los llamados «reinos de Tai¬
fas» independientes.
Cuando el califato de Córdoba se desvanece, en 1031, los berberiscos
(bereberes o africanos) dominaban el sur de al-Andalus, los eslavos o «es¬
clavones» gobernaban en el este desde Almería hasta Tortosa, y varias fami¬
lias de la nobleza local andalusí, de origen árabe o muladí, junto con algunos
advenedizos afortunados, predominaban en el resto del territorio: en el centro
y en el norte. Las dos mayores ciudades, Córdoba y Sevilla, parecieron con¬
vertirse en repúblicas urbanas, regidas por un Senado o Consejo, aunque
pronto predominaron en ellas, respectivamente, dos familias: la de los Banu
Jawahar (1031-1070) en Córdoba, y la de los Banu Abbad (1023-1091) en
Sevilla, hasta que en 1070 quedaría anexionada Córdoba a la Taifa de Sevi¬
lla, como luego veremos.
182 MANUEL RIU RIU

Los hammudíes, apoyados por los berberiscos, obtuvieron Málaga y su


distrito, con Idris I (1035-1039), y los retuvieron hasta 1057 en que Málaga
quedó anexionada a Granada, y otra rama hammudí, presidida por Mu-
hammad, el hijo del califa Casim ibn Hammud, se mantuvo en Algeciras
(desde 1035) hasta que esta taifa quedó anexionada al reino de Sevilla en
1058. Los Banu Zirí, príncipes de Granada —ciudad heredera de Madina
Ilbira o Elvira— desde que el gobernador del distrito de Elvira, Zawi ibn
Zirí, se había consolidado en 1012 en el poder, eran vasallos de los hammu¬
díes de Málaga, pero acabaron predominando sobre ellos, en época de Ba-
dis (1038-1073) y de Abdallah o Abd Allah (1073-1090), el último de los
ziríes, que nos legó una preciosa crónica de su época.
Carmona con los Banu Birzal (¿entre 1029 y 1067?), Ronda con los Banu
Ifran, Abu Nur y su hijo Abu Nazr (1014-1053), y Morón con Nuh y con
Abu Manad (1013-1053), fueron otros tantos principados berberiscos. Ronda
y Morón acabaron anexionados al reino de Sevilla en 1053, como también
Arcos aquel mismo año y, un poco antes, Huelva e isla de Saltes, Niebla
y Silves que hasta 1051 rigieron, respectivamente, los bacríes, los Banu Yahya
y los Banu Muzain. También habían sido anexionadas a Sevilla, Mértola
(en 1044) y Santa María de Algarve (en 1052). Berberiscos eran, asimismo,
los Banu al-Aftás o aftasíes que reinaron en Badajoz hasta 1094.
Al grupo eslavo o «esclavón» pertenecían los príncipes Jairan y Zuhayr,
que se sucediron en Almería (hasta 1038). Eslava fue, a su vez, la Taifa de
Valencia, hasta que en 1021 se proclamó rey un amirí, Abd al-Aziz ibn Abu
Amir, nieto de al-Mansur (1021-1061), quien retuvo algún tiempo Almería
(1038-1041), sucedido en ella muy pronto por los Banu Zumadih (1041-1091).
Valencia permaneció unida a Toledo algunos años (1065-1075) y se inde¬
pendizó de nuevo bajo Abu Bakr y su hijo (1075-1085), estuvo luego gober¬
nada por el ex rey de Toledo al-Qadir (1085-1092) y se convirtió en república
bajo la presidencia de Ibn Jahhaf (1092-1094).
También al grupo eslavo pertenecía Mujahid, príncipe reinante (hasta
1044) en las islas Baleares y en Denia, que se hizo famoso por sus correrías
piráticas a la isla de Cerdeña y a las zonas costeras del sur de Italia. Su su¬
cesor Alí Icbal al-Dawla (1044-1076) fue destronado por al-Muctadir de Za¬
ragoza (1076-1081) y éste, al morir en 1081 dividió sus estados entre sus hijos
cediendo Lérida, Tortosa y Denia a al-Mundir II (1081-1091).
En Zaragoza, muerto al-Mundir I en 1039, habían entrado a reinar los
Banu Hud, con figuras tan notables como al-Mustain (1039-1046), al-
Muctadir (1046-1081), al-Mutamín (1081-1085) y Ahmad al-Mustain II
(1085-1110). Los Banu Razin rigieron el territorio de La Sahla (la llanura),
con capital en Albarracín, hasta comienzos del siglo XII. Y los Banu Qa-
sim, el territorio de Alpuente hasta 1092. La Taifa de Murcia, gobernada
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 183
184 MANUEL RIU RIU

por Abu Bakr Ahmad ibn Tahir y su hijo, dependió de Almería primero
(hasta 1038) y de Valencia después (hasta 1065), para estar algún tiempo
luego vinculada a Sevilla. El mando de la Taifa de Tortosa lo asumió Nabil.
Por último, en este breve repaso a las taifas hispanas, debemos recordar
la Taifa de Toledo, en manos de los Banu Zi-n-Nun o Banu Zennum desde
1036 hasta 1085 en que fue conquistada por Alfonso VI de Castilla. Es im¬
posible, en una síntesis breve como la presente, dar pormenorizada cuenta
de todos estos reinos, centrados en torno de un núcleo urbano y de su alca¬
zaba, y hablar de sus constantes rencillas, ya atizadas por el patriciado de
sus respectivas capitales, ya por la ambición o codicia de las tropas árabes,
berberiscas y eslavas, ya por los odios tribales aún no desarraigados y que
volvían a la superficie a la menor ocasión. Los relatos de los cronistas de
este tiempo están repletos de hechos escalofriantes: venganzas sangrientas,
cadíes con ambiciones políticas, jeques sin escrúpulos, impostores como Jalaf
(el esterero de Calatrava que se hacía pasar por Hixam II), borrachos y trai¬
dores... Pero, en medio de rivalidades y egoísmos sin cuento, tampoco po¬
demos olvidar que esta época fue, a la vez, resplandeciente como pocas por
una cultura refinada bastante superior a la del resto de Europa. Se pedía,
por ejemplo, que los primeros ministros fueran cultos, para poder escribir
con elegancia, en árabe, las cartas diplomáticas a otros príncipes. Y es sabi¬
do que cuando al-Muzaffar ibn al-Aftás se instaló en Badajoz (ya a partir
de 1009) se rodeó de buen número de faquíes, sabios, gramáticos, lexicó¬
grafos y literatos, para prestigiar la sede de su nuevo reino.

La Taifa zirí de Granada

Veamos tan sólo algunos detalles de las Taifas de Granada y de Sevilla.


Según cuenta Abd Allah en sus Memorias, los habitantes del territorio de
Elvira llamaron a los bereberes para gobernarles, y los Banu Zirí se pusie¬
ron de acuerdo con ellos para repartirse el territorio, tomando Zawi ibn Ziri
en 1012 la parte de Elvira y su sobrino Habus ibn Maksan la de Jaén e Izná-
jar. Zawi dispuso el traslado de la capitalidad desde Madina Elvira hasta
Granada en 1013 por estimar que ésta era más defendible y empezó a forti¬
ficarla. Llegó a reunir unos 900 guerreros sinhayas junto a sí, cuando al-
Murtadá atacó Granada con 4.000 jinetes y fue derrotado. La victoria de
Zawi consolidó a los berberiscos en Granada, pero entonces Zawi, nostál¬
gico, se dispuso a regresar a África y apoderarse de Qayrawan, sucumbien¬
do en la empresa. Habus ibn Maksan (1019-1037) vio expedito el camino
para sentarse en el trono de Granada, con la connivencia de los jeques gra¬
nadinos. Dividió el territorio en circunscripciones militares, situando a un
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 185

GENEALOGIA DE LOS HAMMUDÍES

Hammud

._I_,
All ibn Hammud al-Casim ibn Hammud
LU Califa: 1-VII-1016 © Califa: 24-IV-1018
m. 17-1V-1018 en 1023 prisionero
I |
I I
(3) Yahia I al-Mutabl ©Idris IV Al-Hasán ©Muhammad
desde 1019 en Málaga
Califa: 1023-1035
al-Mutayad
(1035-1039) r
L 1
al-Mutasim
(1049) •
Aquil Hixam
I J
©Hasán Idris II Alafi
1 © 1
AI-Hasan^Jahia Muhammad I Ali 7ahla Otros
al-Mustansis ©1043-1047 (1039) ®al-Mahdí al-Casim II
(1039-1043) ©m. 1056 (1047-1055) (1049-1055)
Abdalá

)Muhammad © Idris III


al-Mustall al-Mafac
(1056) (1055)

All Idris

(Badis se apodera
de Málaga, 1056)

GENEALOGIA DE LOS ZIRIES DE GRANADA'

Zirl ibn Manad


I
I- -1- I -1- -1
Maksan Chelada Zawi ibn Zirl Hammad Yusuf Buluggin
©1012-1019
1019-1025
(se retira a
Ifriquiya)

Hubasa Habus ibn Maksan Hammad al-Mansur


©1019-1038 (Hammudies (Ziríes de
de Bugla) Tunicia)
I---1-1
Jaddayr Bulugglm (Muzzafar) Badís ibn Habus
(conspira ©1038-1073)
contra
Bad(s)

Maksan ibn Badis Buluggin


Gobernador de Jaén
(1073-1077 tutoría)

Abd Allah ibn Buluggin Temim


©1073-1090) ©en Málaga
en Granada (1076)
(desde 1090 almorávides)
186 MANUEL RIU RIU

caíd al frente de cada una de ellas, con un cierto número de soldados de


guarnición a sus órdenes. A éstos se les entregaban tierras en feudo (inzal),
a cambio del servicio de armas, en propiedades ajenas, o bien parte de las
rentas de éstas que seguían cultivadas por sus antiguos propietarios. Esta
forma de pagar los servicios de armas la habían aprendido los musulmanes
de los bizantinos en Asia Menor, pero en tanto que allí la parcelación de
latifundios y el establecimiento en ellos de pequeñas propiedades libres ha¬
bía provocado interminables conflictos, aquí, para evitarlos, se dispuso que
los obtentores militares obtuvieran tan sólo el dominio útil de los bienes
cedidos o una parte de sus rentas.
A la muerte de Habus (en 1037/1038) le sucedió su hijo Badis ibn Ha-
bus (1038-1073), a pesar de la oposición de Yaddayr. Badis tomó como vi¬
sir al judío emeritense Samuel ibn Nagrela (T1056), quien organizó, con
agentes fiscales judíos, las finanzas del reino, proporcionándole una época
de esplendor. La comunidad judía de la ciudad de Granada, mayoritaria
y rica, se sintió sin embargo expoliada, en tanto que el soberano disponía
de abundantes fondos para llevar a cabo nuevas empresas militares. Badis
derrotó al eunuco Zuhayr, príncipe de Almería (1038), y puso a su herma¬
no Buluggin al frente de las tropas, y a José ibn Nagrela, hijo de Samuel,
al frente de la administración del reino. Al señor de Guadix, Alí ibn al-
Qarawí, le dio asimismo altos cargos en el gobierno granadino. Pero, aun¬
que Badis se apoderó de Málaga (1057) e inició la construcción de su alca¬
zaba, no faltaron quienes se confabularan contra él. Guadix cayó en manos
de Ibn Zumadih, el señor de Almería. José, creyéndose todopoderoso, se
confabuló contra Badis para derrocarle, pero los sinhaya, fieles a éste, se
confabularon para asesinar al judío por su traición (1066). Y los judíos gra¬
nadinos sufrieron también las consecuencias del odio que la soberbia de José
despertaba en los árabes y bereberes granadinos, pues numerosas viviendas
judías fueron saqueadas y cerca de cuatro mil judíos perecieron en los dis¬
turbios.
Badis logró recuperar Guadix, invirtiendo en la empresa seis millones
de dinares, y a su muerte le sucedió Abd Allah ibn Buluggin (1073-1090),
derrocado por los almorávides a los cuatro años de su victoria de Zalaca
o Sagrajas (1086), batalla en la que perdió la vida Maksan ibn Badis, tío
del rey Abd Allah y el mejor jefe de tropas de que dispuso el reino granadi¬
no hasta que las intrigas palatinas le obligaron a exiliarse. Abd Allah fue
un soberano culto, llevó a cabo en Granada importantes obras de embelle¬
cimiento y de ingeniería, dotando sus alrededores de acequias y jardines,
y tuvo por ministro al inteligente Abu Muhammil.
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 187

La Taifa abbadí de Sevilla

La más poderosa y culta de las taifas hispanas fue la de Sevilla, domina¬


da desde 1031 por la familia abbadí, descendiente del cadí o juez principal
de la ciudad. En Sevilla, Abbad al-Mutadid sucedió en 1042 a su padre Abu-
1-Qasim (1023-1042), con el título de hachib o primer ministro del impostor
que se hacía llamar Hixam II. Muy culto, aunque cruel, lujurioso y aficio¬
nado a la bebida, fue un digno rival de Badis, el rey de Granada a quien
acabamos de referirnos. Amigo de los poetas y versificador él mismo, llegó
a tener 800 jóvenes en su harén, a las que dedicaba encendidos poemas. Al-
Mutadid se valió de la astucia para espiar a sus vecinos, combatirles y apo¬
derarse de sus tierras, desapareciendo de este modo varias taifas domina¬
das por los berberiscos. Los berberiscos de Carmona, por ejemplo, vieron
perecer a su príncipe Muhammad en una emboscada (1043), Ibn Taifur per¬
dió Mértola (1044), la Taifa de Badajoz se la disputaron con Mudhaffar
hasta 1051 en que firmaron una paz efímera.
Al-Mutadid echó de Niebla a Ibn Yahya, ocupó después Huelva, y Ab-
dalaziz tuvo que refugiarse primero en la isla de Saltes y luego en Córdoba.
Santa María y Silves fueron cedidas al hijo de al-Mutadid, el príncipe Mu¬
hammad al-Mutamid, de sólo trece años de edad, para que las gobernara.
Al-Mutamid minó también con dádivas la fidelidad de los árabes de Morón
y de Ronda, a los Ibn Nuh y a los Banu abi Curra, respectivamente, unos
y otros señores berberiscos, y les hizo eliminar en el baño, con sus séquitos,
cuando les invitó a Sevilla (1053), junto con Ibn Jazrun, señor de Arcos
y de Jerez. Mientras les «obsequiaba» con un baño en palacio, hizo que
los albañiles taparan todas las aberturas y puertas, pereciendo asfixiados
unos sesenta personajes. Pronto la Taifa de Sevilla se extendió por todo
el sudoeste de al-Andalus, pues los árabes se declaraban en rebeldía contra
los berberiscos y ayudaban a los sevillanos. Qasim, el Hammudita, señor
de Algeciras, tuvo que rendirse a las tropas de al-Mutadid (1058).
Hasta entonces al-Mutadid había gobernado sus estados como hachib,
pero en 1059 reunió a los principales de Sevilla, les comunicó la muerte del
supuesto califa Hixam II, y se presentó como «emir de toda España». Cuan¬
do su hijo Ismael se rebeló contra él y se negó a acatar sus órdenes, le dio
muerte con sus propias manos. Su otro hijo al-Mutamid fue encargado de
apoderarse de Málaga, quitándole la plaza a Badis, y lo hizo, pero luego
se confió demasiado y tuvo que huir con sus tropas, refugiándose en Ron¬
da, desde donde imploró y obtuvo el perdón del padre.
En Granada, en aquellas fechas, dominaban a Badis —que se embria¬
gaba con frecuencia— sus ministros judíos: Samuel ibn Nagrela primero
y, a la muerte de éste, su hijo José. Un faquí árabe de Elvira, Abu Isaac,
188 MANUEL RIU RIU

se propuso acabar con ellos, incitando a los granadinos en su contra y, de


rechazo, contra los judíos de la ciudad, acusándoles de acumular riquezas
a su costa. Logró que los jefes berberiscos se pusieran a su lado y se amoti¬
naron, pereciendo como hemos dicho numerosos judíos (30 de diciembre
de 1066), además de José. Puede que al-Mutadid no estuviera ajeno a todos
estos sucesos, como parece. Todavía tomó la Taifa de Carmona (1067) y
murió en 1069, de una hemorragia cerebral.
Le heredó su hijo (1069-1095) al Mutamid (nacido en 1040), que nom¬
braría gobernador de Silves y luego visir a su amigo de la infancia Ibn Ani¬
mar, poeta como él y compañero suyo en los festines y francachelas. En
uno de sus paseos por las orillas del Guadalquivir, conoció a una joven mu¬
letera, llamada Itimad y apodada Rumaiquia por ser esclava de Rumaic,
se prendó de ella por haber completado uno de sus versos, la compró y se
casaron, complaciéndola en sus caprichos: en cierta ocasión, habiendo vis¬
to nevar en Córdoba, admirada por la belleza de los copos de nieve que
se posaban sobre los árboles, le pidió que hiciera nevar todos los inviernos;
al-Mutamid, para poder complacerla, tuvo que hacer plantar almendros en
toda la sierra de Córdoba, con objeto de que estos árboles con sus flores
reemplazaran a la nieve.
La corte de Sevilla se convirtió en un gran centro poético y cultural. Al-
Mutamid correspondía con largueza al talento. Incluso poetas emigrados
de la Sicilia ocupada por los normandos acudían a él. Y las jóvenes del ha¬
rén rivalizaban en improvisar versos para al-Mutamid, aunque la mejor poe¬
tisa de su tiempo parece haber sido Wallada de Córdoba, mujer de un talento
excepcional.
En Córdoba gobernaba Abdelmelic, junto a su hermano mayor Abd al-
Rahman, en quienes había delegado (1066) sus poderes su anciano padre
y presidente de la república Abu-l-Wahid ibn Djahwar, cuando al-Mamún
de Toledo decidió atacar la antigua capital (1070), con 200 caballeros, para
incorporarla a su reino. Abdelmelic pidió ayuda a al-Mutamid, y la obtu¬
vo, debiendo retirarse al-Mamún. Pero los sevillanos de al-Mutamid no tar¬
daron en conquistar para éste la ciudad. Con la conquista de Córdoba se
cumplía uno de los mayores anhelos del rey de Sevilla. Mas al-Mamún no
renunciaba tampoco a la plaza. Había quedado como gobernador de ella
Abbad, hijo de al-Mutamid y de Rumaiquia, todavía muy joven, bajo la
protección de un jefe militar, Muhammad ibn Martín, de origen cristiano.
Los cordobeses se pusieron de acuerdo con Ibn Ocacha, un antiguo bando¬
lero de la sierra, para sacudirse el yugo de al-Mutamid y reconocer por se¬
ñor a al-Mamún. Ibn Ocacha asaltó con su gente (en enero de 1075) la ciudad,
dio muerte a Abbad y a Muhammad ibn Martín. Al-Mamún pudo entrar
en Córdoba, mas murió envenenado a los seis meses (junio de 1075), y al-
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 189
190 MANUEL RIU RIU

Mutamid tardó tres años en recuperar Córdoba (4 de septiembre de 1078)


y en vengar la muerte de su hijo en la persona de Ibn Ocacha, crucificado
al lado de un perro.
No tardó entonces al-Mutamid en incorporarse el territorio de la Taifa
de Toledo que se extendía entre el Guadalquivir y el Guadiana, aunque de¬
bía rendir vasallaje a Alfonso VI. En una ocasión en que el rey de Castilla
penetró en tierra sevillana, para tentar a éste, Ibn Ammar hizo construir
un juego de ajedrez de ébano y sándalo con incrustaciones de oro, y se fue
a jugar una partida con el rey, bajo la condición de que si ganaba el rey
el juego sería suyo, pero si perdía debía conceder al visir lo que éste pidiera.
Ganó el visir y pidió que se retiraran las tropas cristianas del territorio del
reino de Sevilla. Alfonso se marchó bajo promesa de doblarle el tributo
anual.
Intentó luego Ibn Ammar ampliar el reino de Sevilla con la Taifa de Mur¬
cia, quitándosela a Ibn Tahir, y para ello pidió ayuda al conde de Barcelo¬
na, Ramón Berenguer II, ofreciéndole diez mil dinares por su contribución.
El conde, sintiéndose engañado, tomó como rehén a Rachid, hijo de al-
Mutamid, y hubo de pagarle treinta mil monedas por el rescate (que fueron
acuñadas falseando su liga, con metal bajo). Esto no obstó para que, en
un nuevo intento, los sevillanos lograran ocupar Muía y Murcia. Ibn Am¬
mar apresó a Ibn Tahir, quien, con la ayuda de Ibn Abdalaziz de Valencia,
pudo fugarse y refugiarse en Valencia. Ibn Ammar, habiendo perdido la
confianza de al-Mutamid, tuvo que huir a su vez a Zaragoza y a Lérida,
y acabó vendido a al-Mutamid y conducido prisionero a Córdoba, donde
al fin fue muerto por el propio rey.
Al-Qadir, sobrino y sucesor de al-Mamún en la taifa toledana, echado
de Toledo, se refugió en la corte de Alfonso VI, y éste le prometió ayuda
para recuperar el trono (1080). Desde entonces Alfonso realizó varias cam¬
pañas de saqueo, que llevarían sus tropas hasta las playas de Tarifa, y al-
Qadir logró recuperar Toledo (1084), pero Alfonso le exigió a cambio im¬
portantes sumas de dinero y una serie de fortalezas fronterizas, con lo que
hubo de obligar a sus súbditos al pago de sucesivos impuestos, cada vez más
gravosos, hasta que al-Qadir se vio precisado a ceder Toledo al rey Alfonso
a cambio de que éste garantizara las vidas y bienes de los toledanos, someti¬
dos tan sólo a una capitación, se comprometiera a dejarles la mezquita ma¬
yor para la práctica del culto islámico, y pusiera a al-Qadir en posesión de
Valencia. Con estas condiciones, el 25 de mayo de 1085 entró Alfonso VI
en Toledo. Los príncipes musulmanes se apresuraron a enviarle presentes
y a rendirle vasallaje, como el señor de Albarracín, Husain al-Daula. Al¬
fonso se hallaba en la cúspide de su poder y se titulaba «soberano de las
gentes de las dos religiones». Había tomado posesión del territorio com-
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 191

prendido entre Guadalajara y Talavera de la Reina con 80 poblaciones do¬


tadas de mezquita-aljama.
En Valencia, varias facciones se disputaban el reino. Al-Qadir, con un
ejército de castellanos mandado por Alvar Fáñez, se apoderó (1087) de la
ciudad. Pero este ejército costaba a los valencianos 500 dinares diarios, y
pronto, a pesar de los impuestos extraordinarios, faltó el dinero y hubo de
pagar a las tropas con tierras. Éstas cada vez exigieron más. Alfonso se ha¬
llaba a la espera de los acontecimientos, mientras asediaba Zaragoza. Y uno
de sus capitanes, García Jiménez, desde el castillo de Aledo, del cual se ha¬
bía apoderado, hacía incursiones en el reino de Almería. Se cuenta que 400
almerienses no se atrevieron a enfrentarse con 80 castellanos, tanto era el
prestigio que tenían o el temor que inspiraban estas tropas. El reino de Gra¬
nada sufría también incursiones. Las pequeñas cortes musulmanas veían pe¬
ligrar su pervivencia. En ellas, unos hablaban ya de emigrar a África, en
tanto que otros pensaban en llamar a los beduinos y a los almorávides en
su ayuda. El jefe de estos últimos, Yusuf ibn Tasufín, tenía contactos con
al-Mutamid y con al-Mutawakkil, pero éstos, aunque temían las consecuen¬
cias de su presencia en España, no acertaron a ver otra solución más que,
de acuerdo con el rey zirí de Granada Abd Allah, asociarse, y enviar sus
cadíes a Algeciras para embarcar hacia África a pedir la ayuda de Yusuf.
Como veremos, sus temores no eran infundados.

Los ALMORÁVIDES NORTEAFRICANOS

Cabe preguntarse ahora quiénes eran los almorávides africanos en los


cuales los reyes hispano-musulmanes veían, en torno de 1080, la solución
a sus problemas más acuciantes frente al expansionismo creciente de los so¬
beranos cristianos.
Los almorávides representaron en la historia de Marruecos el predomi¬
nio, desde la segunda mitad del siglo XI, de una gran confederación de tri¬
bus bereberes, la de los sinhaya, grupo complejo dividido en numerosas
ramas. De los siglos IX al XI la tribu sinhaya de los lamtuna predominó so¬
bre las restantes de la confederación. Eran pueblos ganaderos, cuya rique¬
za principal la constituían los rebaños. Se alimentaban de carne y de leche,
y vivían en el Sahara occidental, cuando un asceta llamado Abd Allah ibn
Yasin se dispuso a reformar el islamismo de los bereberes (1036). Les impo¬
nía un rigorismo tan absoluto que motivó una reacción violenta. Él y sus
primeros seguidores tuvieron que refugiarse en un convento fortaleza (un
ribat) construido en una isla próxima a la costa atlántica de África, unos
500 kilómetros al norte del río Senegal. Allí se educaron en la frugalidad
192 MANUEL RIU RIU

y empezaron a ser llamados al-murabit, o sea: «los hombres del ribat», los
almorávides, nombre con el cual serían conocidos en lo sucesivo, convir¬
tiéndose en una confraternidad religiosa de monjes guerreros.
Ibn Yasin y Yahya ibn Umar dirigieron sus primeras expediciones de
conquista avanzando por el Sahara (1053) y por Ghana (1054). Al mando
de Abu Bakr, hermano de Yahya, conquistaron Marruecos (1056-1084) y
un sobrino de este caudillo, Yusuf ibn Tasufin (1062-1106), se convirtió en
el gran jefe de la confederación almorávide que formaría el primer imperio
hispano-marroquí, con capital en Marrakus o Marraquex (ciudad fundada
en 1070). Yusuf reorganizó Marruecos, creó nuevos distritos, nombró go¬
bernadores a parientes o a jefes militares de las tribus confederadas, y for¬
mó un poderoso ejército, imbuyendo a sus tropas (los yihads) el espíritu
islámico de la guerra santa contra los infieles.
La renovación espiritual y militar de Marruecos no podía pasar inad¬
vertida en al-Andalus, fragmentado en pequeños reinos musulmanes riva¬
les entre sí. Es lógico que quienes regían las taifas hispanas, deseosos de
sustraerse a la presión de los ejércitos cristianos, vieran en Yusuf una ayu¬
da de valor inestimable. Éste exigió disponer de Algeciras como base de ope¬
raciones, iniciando su recuperación de España para el islam, en sucesivas
expediciones, realizadas a partir del norte de África desde 1086.

La conquista de los reinos de Taifas


POR LOS ALMORÁVIDES

El temor de que al-Andalus fuera presa de los infieles (cristianos), hizo


que al-Mutamid de Sevilla y sus aliados al-Mutawakkil de Badajoz y Abd
Allah de Granada decidieran solicitar de Yusuf su ayuda con un ejército,
comprometiéndose éste bajo juramento a no privarles de sus reinos. Yusuf
preparó en Ceuta un centenar de naves para pasar el Estrecho y desembar¬
car en Algeciras, ciudad que gobernaba el príncipe Radi, hijo de al-Mutamid.
Los almorávides, con 12.000 caballeros, ocuparon Algeciras y Radi tuvo
que retirarse a Ronda, en tanto que Yusuf se entrevistaba con su padre, ca¬
mino de Sevilla. Cerca de Sevilla se les unieron: Abd Allah con 300 caballe¬
ros granadinos, y Temín de Málaga con otros 200 caballeros; al-Mutacín
de Almería envió también tropas, y a éstas se sumaron las de Badajoz, con
al-Mutawakkil, marchando todos juntos hacia Toledo. El 22 de octubre de
1086 el ejército de los almorávides y sus aliados —unos 20.000 hombres—
se enfrentó en Zalaca o Sagrajas (Saeralias) con las tropas de Alfonso VI
que sumaban unos 50.000 hombres, al parecer. El combate fue muy encar¬
nizado y las tropas de Yusuf llegaron a rodear a las de Alfonso quien, tras
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 193

Según Prieto Vives. Los Reinos de Taifas.

TIEMPO DE LA INVASIÓN ALMORÁVIDE


SITUACIÓN DE LAS TAIFAS (1086) EN
194 MANUEL RIU RIU

ver destrozado su campamento y sufrir pérdidas que oscilarían entre los


10.000 y los 24.000 hombres, pudo huir del desastre con sólo 500 caballe¬
ros. Los almorávides y sus aliados habían vencido. Cortaron las cabezas
a los muertos y las amontonaron para que los almuédanos llamaran a la
oración subidos sobre estos macabros alminares. Pero entonces Yusuf supo
la muerte de su hijo mayor en Ceuta y, dejando 3.000 guerreros a al-
Mutamid, regresó con los demás a África.
Puesto que los pequeños principados del este: Valencia, Denia, Murcia,
Lorca y Almería, eran los más débiles, los ataques de los cristianos se diri¬
gieron ahora contra ellos, en especial desde la fortaleza de Aledo (1088),
plaza estratégica para los ataques a Murcia y Lorca, plazas de al-Mutamid.
Un cuerpo de tropas de 3.000 jinetes andalusíes mandados por Radi fue ven¬
cido por 300 castellanos. Los valencianos se sentían abrumados por Rodri¬
go Díaz, el Cid, un caballero castellano que se había convertido en protector
de al-Qadir mediante el cobro de diez mil dinares al mes. Se hacía necesaria
la vuelta de Yusuf. Y los príncipes de al-Andalus la pidieron de nuevo.
Yusuf desembarcó en Algeciras, la primavera de 1090, y con los andalu¬
síes se dispuso a tomar Aledo, defendido por mil caballeros y dos mil in¬
fantes, y le puso sitio. Parece ser que entonces los cadíes y los faquíes de
al-Andalus, viendo la debilidad de sus príncipes, exhortaron a Yusuf a que
los suplantara, no obstante su compromiso con ellos. Alfonso VI decidió
la evacuación de Aledo, después de cuatro meses de asedio, e incendió la
plaza. Y Yusuf, oyendo los consejos de los faquíes, marchó hacia Grana¬
da, encadenó a Abd Allah que había acudido a su campamento a saludarle,
y entró en la ciudad (septiembre de 1090) aclamado por la plebe, quedando
maravillado de las riquezas que atesoraba el palacio de Abd Allah y que
él repartió entre sus soldados. Con el reino de Granada sucumbía también
el de Málaga, unido a él desde 1057. Yusuf nombró gobernador de los terri¬
torios de ambos a su primo el emir Sir ibn Abu Bakr. Temerosos de sufrir
la misma suerte, los otros reyezuelos islamitas de al-Andalus se aliaron con
Alfonso, mas fueron acusados de libertinos, viciosos e impíos por los fa¬
quíes, y los almorávides se dispusieron a iniciar la lucha contra ellos, for¬
mando cinco cuerpos de ejército. Sucesivamente cayeron bajo su mando:
Tarifa (diciembre de 1090), Córdoba (marzo de 1091), Carmona (mayo de
1091)... La guerra ya no sería de batallas abiertas, sino de asedio y conquis¬
ta de plazas fuertes. Siguió el asedio de Sevilla, y al-Mutamid se sintió per¬
dido. Sevilla fue tomada al asalto (septiembre de 1091) y Mértola y Ronda
se rindieron a los almorávides. A ellas les siguió Almería, abandonada por
Ibn Zumadih, apodado Muizz al-Dawla, y poco después los almorávides
tomaron Jaén, Murcia, Denia y Játiva. La Taifa de Badajoz cayó en sus
manos a comienzos de 1094, y poco después Lisboa. Varios reyes y prínci-
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 195

pes fueron hechos prisioneros, otros desterrados, otros murieron luchando


y otros, en fin, fueron ejecutados. Entre los desterrados se contaba al-
Mutamid de Sevilla (T1095), quien, deportado a Tánger con su familia,
vivió años prisionero en Aghmat. Entre los muertos, al-Mutacín de Alme¬
ría y al-Mutawakkil de Badajoz, además de al-Qadir (T1092). Valencia,
defendida por el Cid (desde 1094) hasta su muerte (1099) y otros dos años
por su viuda Jimena (1101), fue incendiada por los castellanos que la prote¬
gían, en su retirada, y ocupada por las tropas almorávides en 1102, después
de siete meses de asedio.
El emir almorávide Mazdali, que había llegado a al-Andalus en 1100 con
su poderoso ejército, después de la toma de Valencia se convirtió en valí
de la ciudad y organizó una expedición de saqueo (1108) contra Cataluña,
irrumpiendo en las comarcas del Penedés y del Valles y poniendo sitio a
Barcelona. En esta incursión, según Ibn al-Kardabus, incendió castillos e
iglesias, hizo numerosos prisioneros y se llevó campanas, cruces y vasos de
oro y plata.
Tan sólo quedaban ya, independientes de los almorávides, dos reinos
islámicos en al-Andalus: el de Zaragoza, gobernadó desde 1085 por Ahmad
al-Mustain II, de la estirpe de los Banu Hud, y Albarracín o La Sahla, do¬
minio de los Banu Razin, regido por Abdelmelic II. Aunque éste reconoció
a Yusuf, fue depuesto (1103) y el territorio se incorporó al nuevo imperio
almorávide. Al-Mustain II consiguió, con su prestigio y sus dádivas, man¬
tenerse en el trono hasta su muerte, ocurrida en 1110, e incluso contó con
mil jinetes almorávides, al mando del general Ibn Fátima, para protegerlo.
En cambio, su hijo, Imad-ad-Daula, no pudo sostenerse. Los almorávides
entraron en Zaragoza aquel mismo año (1110) y su rey pudo conservar la
fortaleza de Rueda, en la que se había refugiado, hasta su fallecimiento
en 1130.

El imperio almorávide

Mientras tanto había muerto Yusuf (1106) y le había sucedido su hijo


Alí ibn Yusuf (1106-1143), quien se dispuso a completar la obra de su pa¬
dre, nombrando para ello gobernador de al-Andalus a su hermano Tamim,
quien fijó en Granada su residencia. La ciudad de Granada se convertía así
en capital de la España almorávide y en el centro de recepción de los home¬
najes (bay’a) de todas las «gentes de al-Andalus». Las tropas de Tamim
ibn Yusuf vencieron a las de Alfonso VI en Uclés (1108), y los almorávides
obtuvieron con Uclés las plazas de Huete, Ocaña y Cuenca, poco antes de
incorporarse el reino de Zaragoza (1110), según ya dijimos, al que siguie-
196 MANUEL RIU RIU

ron la reducción a la obediencia de Badajoz (1111), el saqueo de Lérida (1114)


y de Toledo, donde derrotaron un ejército de diez mil hombres comandado
por Alvar Fáñez, dando muerte a 700 caballeros. Poco después, Alvar Fá-
ñez moría a manos de los segovianos, partidarios de Alfonso el Batallador,
en su lucha contra Urraca, mientras las tropas almorávides asediaban Bar¬
celona (1115), procedían a ocupar las Baleares (1115) y recuperaban Coim-
bra (1117), luchando en ámbitos tan distantes entre sí. Pero su gran etapa
expansiva estaba tocando a su fin.
Con la ocupación de Zaragoza, en 1110, se completaba de hecho la reu¬
nificación de al-Andalus en poder de los almorávides marroquíes. Desapa¬
recido el poder político de los reyezuelos taifas que había durado unas tres
generaciones, los poetas y literatos que habían elevado a gran altura el nivel
cultural de su tiempo, enaltecieron nostálgicos ese esplendor pasado, aun¬
que algunos no dejaran de adular a los nuevos señores de al-Andalus. El
deseo de que los almorávides fueran echados de la Península y devueltos
al Sahara no tardó en dejarse sentir entre estos intelectuales que lamenta¬
ban la barbarie de los africanos, yendo errantes en busca de un mendrugo
de pan, en tanto que los faquíes, deseosos de restaurar la espiritualidad is¬
lámica y el rito malikí en su prístina pureza, sufrían también los primeros
desengaños. Los tiempos de un mecenazgo espléndido habían terminado.
La obra de al-Gazali, Vivificación de las ciencias religiosas, que predi¬
caba una religión intimista y la práctica de la ascesis, llegada de Oriente,
fue prohibida en al-Andalus.
Se pretendió que judíos y cristianos se convirtieran al islam. Los judíos
de Lucena lograron que Yusuf se contentara con una elevada suma de dine¬
ro. Los mozárabes sufrieron la destrucción de varias iglesias. Una expedi¬
ción de Alfonso I de Aragón, en septiembre de 1125, formada por 4.000
caballeros, devastó las tierras de al-Andalus durante un año y de regreso
permitió la emigración de unos 10.000 mozárabes a sus estados. Luego otros
muchos fueron deportados por los almorávides al norte de África y queda¬
ron establecidos en las proximidades de Salé y de Mequinez (1126). En al-
Andalus no quedaron muchas comunidades mozárabes, salvo en las Alpu-
jarras y en otras zonas montañosas alejadas de los centros de poder.
El imperio almorávide castigó las minorías judía y mozárabe, pero evi¬
tó sobrecargar de impuestos a los islamitas, e inició una breve etapa de pros¬
peridad económica que se tradujo en el abaratamiento de los víveres y
mercancías. No obstante, se perdió el refinamiento de los siglos anteriores,
descendió la calidad de los productos y el nivel general de civilización fue
más bajo, como ha puesto de relieve la arqueología al iniciar el estudio de
los poblados y viviendas de este período. Los almorávides no fueron capa¬
ces de reconquistar Toledo a los cristianos y perdieron Zaragoza. En la Es-
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 197
198 MANUEL RIU RIU

paña de la primera mitad del siglo xn las fuerzas se hallaban equilibradas.


Pronto tendrían que sufrir los andalusíes las correrías de Alfonso I de Ara¬
gón y de Alfonso VII de Castilla. El gobierno de los almorávides no tardó
en corromperse. Al tratar de refinarse, protegieron al incrédulo filósofo
Avempace. Y el descontento hizo que, desde 1121, empezaran las subleva¬
ciones a hacer mella en la unidad alcanzada.
Hasta la implantación del gobierno almorávide el islam hispánico había
sido tolerante con las comunidades cristianas y judías. Las operaciones de
castigo impuestas ahora sirvieron para avivar una doble guerra santa de signo
opuesto y de amplias consecuencias en todo el territorio peninsular, mien¬
tras la refinada civilización andaluza iba a acabar en pocos años con la aus¬
teridad de los guerreros almorávides llegados de las cabilas del norte de
África, y su propio imperio no tardará en sucumbir (1145), al poco tiempo
de la muerte de Alí ibn Yusuf, a quien sucedió su hijo y heredero Tachufín
ibn Alí ibn Yusuf (1143), que ya había realizado varias campañas en al-
Andalus, llevando a Marruecos en 1138 no menos de 6.000 cautivos, según
nos cuenta Ibn Abu Zar en su famoso Rawd al-Qirtas. Tachufín murió en
Marruecos, combatiendo a los almohades que le asediaban en Orán (1145).

Economía y fiscalidad de los primeros Taifas

En tanto que la organización política y administrativa de los reinos de


Taifas estuvo, en buena parte, inspirada en la del califato y no supuso in¬
novaciones fundamentales, salvo la existencia de grupos de presión muy de¬
finidos y dispares que daban lugar a una mayor fragmentación del poder
y a una distribución acaso más equilibrada con la multiplicación de peque¬
ñas cortes, a menudo rivales entre sí, y cuyas secretarías tenían a gala escri¬
bir en árabe, no sólo correctamente, sino con elegancia y con una caligrafía
muy cuidada, por lo que respecta a la economía hubo novedades dignas de
mayor atención.
En particular, en el sistema fiscal e impositivo. Al conseguir, en 1012,
el poder en Valencia, los «esclavones» o saqaliba Mubarak y Muzaffar, ya
impusieron unos gravámenes nuevos a las alquerías que obligaron a mu¬
chos campesinos a emigrar; se quedaron entonces con sus tierras y, cuando
regresaban, les obligaban a pagar un censo o canon a los nuevos dueños
para poder seguir trabajándolas. Así consiguieron recaudar sumas conside¬
rables: 70.000 dinares al mes en Valencia y 50.000 en Játiva. Varios otros
reyes de Taifas siguieron procedimientos parecidos para poder sanear sus
finanzas, en tanto que pequeños propietarios de tierras se convertían en tri¬
butarios.
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 199

A mediados del siglo XI el cordobés Ibn Hazm (T1064) se quejaba, en


un texto dado a conocer por Miguel Asín Palacios en 1934, de los cambios
introducidos por los reyes de Taifas en la política fiscal de al-Andalus. Los
nuevos poderes locales, que habían ido sustituyendo al califato, eran califi¬
cados de «salteadores de caminos», pues afirmaba Ibn Hazm que el tributo
(el azaque) que cobraban los califas gravaba sólo los bienes, el suelo y sus
productos, pudiendo pagarse en dinero, en cereales o en ganado, en tanto
que los reyes de Taifas habían impuesto los siguientes tributos: 1) la capita¬
ción (o al-qati), que gravaba las personas de los fieles musulmanes, recau¬
dada todos los meses por los agentes del fisco; 2) el impuesto sobre los bienes
(dariba), que afectaba al ganado lanar y vacuno, a las bestias de carga y
a los panales de abejas, consistente en una cantidad fija por cabeza o pa¬
nal; y, 3) las alcabalas (al-qabala) que había que pagar por las mercancías
que se vendían en los zocos o mercados, por el ejercicio de determinadas
profesiones y por obtener el permiso para vender vino.
Los musulmanes hispanos se veían obligados, pues, ahora al pago de
la yizya o capitación, antes reservada a los dimmies o no musulmanes, y
a satisfacer impuestos (makus) nuevos, consistentes en peajes, imposicio¬
nes por el uso de los hornos, etc. Tales exacciones suponían un cambio ra¬
dical respecto de la política impositiva de las épocas emiral y califal, mejor
centralizada y más suave, y eran consideradas anticanónicas por los faquíes
guardianes de la ortodoxia.
Cada reino acuñó además su moneda propia, de forma igualmente ile¬
gal, sustituyendo el numerario de la vieja ceca de Córdoba o de la de Madi-
na al-Zahra, y diversificándose las acuñaciones, minuciosamente estudiadas
ya por Codera y por Prieto Vives como un medio eficaz de llegar a conocer
la complicada cronología de los reinados de tantos reyezuelos simultáneos.
Las piezas conservadas, con una gran variedad de tipos y leyendas, corres¬
ponden en buena parte a las Taifas de Sevilla y de Badajoz, pero las hay
asimismo acuñadas en Córdoba, Granada, Málaga, Toledo, Cuenca, Va¬
lencia, Denia y Mallorca, en Zaragoza, Calatayud y Tudela, o en Tortosa
y Lérida. Generalmente con la profesión de fe islámica y los años de acuña¬
ción, pero no siempre con los nombres del imam y del rey correspondiente.
Los reyes de Taifas acuñaron dinares de oro y dirhemes de plata, pero tam¬
bién semidinares y tercios de diñar, pequeños y de baja ley, moneda de ve¬
llón y piezas de cobre en abundancia. Las necesidades fiscales y el pago de
tropas requerían una circulación fluida y abundante del numerario y, en
ocasiones, facilitaron las acuñaciones de baja ley, no menos que los pagos
de parias, a que nos referiremos luego, o los de rescates. Al examinar la
exacción de los Taifas no puede olvidarse ese aspecto nuevo de las parias,
tributos impuestos a los reyes de Taifas por los reinos cristianos a cambio
200
MANUEL RIU RIU

de la paz, que debían ser pagados anualmente y que durante los años cen¬
trales del siglo xi representaron cantidades considerables.
En sus memorias Abd Allah, el último rey zirí de Granada, trata de jus¬
tificar esta fiscalidad renovada, compleja y necesaria para poder mantener
los ejércitos de mercenarios (hasam) a sueldo. Los abusos fiscales explican
el descontento de la población, el rechazo de los impuestos ilegales (maga-
rim) y el apoyo prestado a los almorávides, restablecedores del orden canó¬
nico en el seno del islam. Pero tampoco cabe suponer que todos los reyes
de Taifas procedieran del mismo modo. Mujahid de Denia, por ejemplo,
al ocupar Mallorca hacia 1014, se dispuso, según refiere Ibn al-Jatib, a con¬
trolar la cría de ganado caballar, ordenó que se hiciera un censo de anima¬
les y fijó su pago en cinco dinares por yegua, con lo cual no perjudicaba
mucho a los criadores y obtenía nuevos ingresos para la Península.
Uno de los aspectos económicos que más se beneficiaron de la intensifi¬
cación de los contactos con Oriente, a través de las peregrinaciones a La
Meca, fue el comercio de exportación de productos manufacturados en Es¬
paña. Se exportaban cobertores de Chinchilla, tapices de Baza y de Calse-
na, pieles de cibelina de Zaragoza, cerámicas de Málaga, joyas cinceladas
y cordobanes de Córdoba, armas de Toledo, papel de Játiva, telas de Al¬
mería, etc. Las facilidades de exportación y la aceptación de estos produc¬
tos en los mercados de Oriente constituyeron un estímulo para el desarrollo
del artesanado hispano.

La cultura de los reinos de Taifas

La pérdida de la primacía política en España, por parte de los nuevos


reinos musulmanes de al-Andalus, no supuso la decadencia cultural de los
mismos. Por el contrario, cuando los musulmanes perdieron la iniciativa
bélica ganaron la mayor batalla en favor de la cultura. La proliferación de
pequeñas cortes en Sevilla, Córdoba, Málaga, Granada, Badajoz y tantas
otras ciudades del sur y del levante de España, creó un espíritu de emulación
entre los distintos reyezuelos. A partir de esa primera mitad del siglo XI fue¬
ron más los mecenas y, en consecuencia, fueron también muchos más los
beneficiarios de ese mecenazgo y en las distintas cortes de Taifas florecie¬
ron las letras, las ciencias y las artes.
La España de los Taifas se reveló digna heredera de los omeyas, por su
orientación cultural. Las ciencias jurídico-religiosas siguieron siendo ense¬
ñadas y ampliamente cultivadas, pero la literatura profana alcanzó con ellas
un gran esplendor. En prosa y en poesía se crearon obras maestras, tributa¬
rias del clasicismo de Bagdad, un modelo reinterpretado con sensibilidad
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLAMICA 201

hispánica. En esta renovación cultural de al-Andalus discuten sus respecti¬


vos méritos los árabes y los no árabes, neomusulmanes que no reniegan de
su ascendencia, como ya observara Lévi-Provengal.
Ya hemos apuntado que con las peregrinaciones a La Meca se intensifi¬
caron los contactos con Oriente, y dichos contactos trajeron nuevas ideas
e influencias que despertaban la inquietud espiritual, literaria y artística.
Los musulmanes españoles que desde Córdoba, Sevilla, Jaén, Dalias, Játi-
va, Tortosa o Guadalajara, entre otras muchas ciudades, viajaban a Orien¬
te, recibían con frecuencia cursos en La Meca o en Egipto, o más lejos incluso
hasta en el Jurasán y en Balj, de maestros experimentados. Buscando las
enseñanzas de varios maestros distintos. Y una vez regresados a España,
a menudo tras unos años de permanencia en el extranjero, se disponían a
desarrollar en al-Andalus los conocimientos adquiridos. Así la exégesis co¬
ránica halló, desde comienzos del siglo xi, excelentes intérpretes. El maes¬
tro más destacado en las ciencias coránicas fue Abu Amr al-Daní (T1052),
que desarrolló su actividad en la corte de Denia. En el fiqh y las ciencias
jurídicas destacaron los intérpretes de la escuela malikí, como el faquí Ibn
Abd al-Barr (T1071) de Játiva, pero las tres escuelas restantes (awzaí, safií
y zahirí) tuvieron también expertos en dictámenes (fatawi). La ciencia de
los hadit, o cultivadores de la tradición extracoránica, tuvo en al-Andalus
representantes tan ilustres como Abu Ali al-Jayyaní (T1104), de hecho cor¬
dobés y no de Jaén; o como al-Wahsi o al-Tuyibí de Uclés (T1108), discí¬
pulo del toledano al-Magami. También fue un teólogo célebre el cadí
granadino Abd al-Haqq (1086-1146).
En la corte de Denia destacó el gramático Abu Bakr al-Labatí y en la
de Badajoz Abu Muhammad (T1127), asimismo experto en gramática ára¬
be. La filosofía política para la educación de príncipes halló su mejor ex¬
presión en la Lámpara de príncipes (Siray al-Mulúk) del tortosino Abu Bakr
al-Turtusí (TI 126). La historia tuvo cultivadores de tanto mérito como el
polifacético Ibn Hazm (T1063) e Ibn Hayyan (T1076), ambos cordobeses,
o como el último soberano granadino Abd Allah (T 1095), cuyas Memorias
hemos mencionado varias veces. La astronomía y las matemáticas, al-Zarqalí
o Azarquiel (T1087), Ibn al-Saffar e Ibn al-Samh. La geografía, viajeros
como al-Udri (T1085) y al-Bakri (T1049), cuyas obras contienen detalles
preciosos y exclusivos.
El número y la calidad de los poetas fueron muy notables. Entre ellos
se contaron: reyes, príncipes, magnates y cortesanos, visires y secretarios,
que glosan en sus obras la naturaleza, el sol y la luna, la amistad y el amor.
La poesía mística tuvo un singular cultivador en el faquí Abú Ishaq, grana¬
dino de Elvira (T1067); y la poesía amorosa contó con Ibn al-Qutiyya, pri¬
vado del rey al-Mutadid de Sevilla, con el hijo y heredero de dicho rey,
202 MANUEL RIU RIU

al-Mutamid (T1095), su visir Ibn Ammar de Silves (T1086), y el cordobés


Ibn Zaydún (1*1070), evocador nostálgico de Madina al-Zahra. Ibn al-
Sumaysari de Elvira fue el cantor de Valencia, inconformista y crítico. El
gran poeta hebreo de la época fue el malagueño Sulayman ben Gabirol
(1*1057).
La cultura de los reinos de Taifas fue, sin embargo, una cultura artifi¬
ciosa y rebuscada. Literatos y poetas gustaban de expresarse en árabe con
fórmulas o imágenes oscuras, repletas de simbolismo, a menudo de inter¬
pretación difícil. Y los hebreos imitaban estas mismas características. Entre
estos últimos destaca Samuel ben Nagrela (1*1056), un hebreo emeritense
o malagueño, que fue primero secretario del visir Ibn al-Arif, luego primer
ministro del rey Habus de Granada (T1038), y finalmente visir y canciller.
Samuel fue matemático, astrónomo, políglota (hablaba siete lenguas), poe¬
ta y gramático. También el visir de Almería, Ibn Abbas (T 1038), un árabe
puro cuya fortuna se cifraba en 500.000 dinares y poseía 500 esclavas can¬
toras y una biblioteca de 400.000 volúmenes, tenía a gala escribir y hablar
con elegancia, y era un excelente jugador de ajedrez.
En esta rápida visión de la cultura de los reinos de Taifas no debemos
olvidar el papel de la mujer, mucho más relevante que en los reinos cristia¬
nos coetáneos.
A través del estudio de tres repertorios biográficos hispano-árabes de
los siglos XI al XIII: la Yadwat al-Muqtabis de al-Humaydi, al-Sila de Ibn
Baskuwal y la Bugyat al-Multamis de al-Dabbi, María Isabel Fierro ha tra¬
zado los perfiles biográficos de veinte mujeres de al-Andalus, documenta¬
das entre los siglos x y xn. Se trata de mujeres excepcionales dentro de la
sociedad islámica andalusí. De las ocho que vivieron en el siglo x, época
califal, tres fueron esclavas de califas; dos de ellas, Lubna y Muzna, fueron
secretarias (katibas) y Lubna destacó por sus conocimientos de gramática,
métfica, cálculo y como poetisa. La tercera, Radiya, fue manumitida por
el califa al-Hakam II, tomó el nombre de Naym o Estrella, casó con un es¬
clavo palatino, y vivió hasta cumplir 107 años. Fue discípula del maestro
en derecho islámico (fiqh) Ibn Sa’ban, en Egipto hacia 964, y a su regreso
a España transmitió las enseñanzas recibidas, ejerciendo el magisterio. Otras
tres mujeres, de las cinco restantes, todas ellas de condición libre, fueron
expertas en fiqh o derecho coránico. De las otras dos, una llamada Galiba
fue discípula del asceta Asgab ibn Malik y maestra de primeras letras, ense¬
ñando a leer y escribir con el texto del Corán, y la otra, A’isa, fue una poe¬
tisa y calígrafa muy destacada y llegó a contar con una preciosa biblioteca.
La mayoría vivió en Córdoba y sólo una en Sevilla. Se trata, por lo tanto,
de mujeres de la sociedad urbana andalusí que destacaron por su talento
y cultura.
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLÁMICA 203

De las diez mujeres sabias que vivieron en la época de los Taifas y de


los almorávides, sólo una contrajo matrimonio, siendo siete de ellas de con¬
dición libre y una, Wallada, bisnieta de Abd-al-Rahman III, tuvo relacio¬
nes amorosas por el poeta Ibn Zaydun, viviendo en Córdoba, como otras
cuatro. El resto vivió una en Pechina, otra en Almería, otra en Sevilla, otra
en Málaga y otra en Granada, los principales núcleos urbanos y los más
cultos de al-Andalus. Las cordobesas fueron las más longevas, alcanzando
una los 94 años, otra más de 80, otra más de 70 y otra 69 años. Cinco fue¬
ron poetisas, entre ellas Wallada, Maryam bint Abi Yaqub y Nahm, que
figuran entre las más famosas de al-Andalus, y Maryam fue, a su vez, maes¬
tra de adab, o sea, urbanidad y cortesía, así como de gramática, retórica
y poesía. De las restantes, unas fueron calígrafas muy destacadas, otras prac¬
ticaron el ascetismo, o se dedicaron al estudio del hadit (ciencia de las tradi¬
ciones del Profeta) y fueron expertas recitadoras del Corán.
En el siglo XII vivieron las dos restantes, ambas poetisas. Una, oriunda
de Vélez, era analfabeta. La otra, Hamda, originaria de Guadix, vivió la
mayor parte de su vida en la ciudad de Granada. La mayoría de las mujeres
cultas (que, a juzgar por los biógrafos árabes, no representan más que el
2 por 100 de los hombres) fueron poetisas y, aparte de recibir la educación
propia de familias instruidas, ejercieron el magisterio, destacando como pe-
dagogas y literatas, o como copistas y calígrafas. Pero, excepcionalmente,
las hubo asimismo que sobresalieron por sus conocimientos médicos (gine¬
cólogas) y jurídicos. Ibn Hazm de Córdoba refiere que siendo él pequeño,
fueron las mujeres de la casa quienes le enseñaron el Corán, le recitaron
versos y le adiestraron en tener buena letra; por lo tanto, no era infrecuente
que las mujeres cordobesas supieran leer y escribir, y que enseñaran tales
menesteres a sus hijos en el hogar.
El marco habitual de la mujer musulmana es el hogar, protegido de in¬
discreciones por altos muros blanqueados y escasez de ventanas al exterior.
Los ajimeces permiten observar la calle y dar paso a la ventilación. Las en¬
tradas de las casas no suelen estar frente a otras y relativamente pocas per¬
sonas tienen acceso a ellas, pero se realizan visitas e incluso un pequeño
comercio en ellas. Según Ibn Hazm acuden a la misma los amigos de con¬
fianza y mujeres de distintos oficios, como curanderas, aplicadoras de ven¬
tosas, vendedoras ambulantes, peinadoras, plañideras, cantoras, maestras
de canto, echadoras de cartas, mandaderas, cosedoras, hilanderas y tejedo¬
ras. La mujer musulmana sale de casa para acudir a los baños, visitar los
cementerios, ir al zoco o mercado, lavar la ropa junto al río o en los huer¬
tos... Pocas mujeres viajan. La mayoría de las citadas en las fuentes no consta
que hicieran la peregrinación ritual a La Meca. En la casa se preocupan de
las tareas propias del hogar, dirigidas por la madre o por la primera esposa,
204 MANUEL RIU RIU

y de educar a los hijos e hijas. Existen en los hogares pudientes no sólo es¬
clavas, sino también sirvientas y nodrizas a sueldo.
Se reconoce a la mujer islámica capacidad jurídica para acudir, sola o
con su marido, ante el juez, presentar una querella y litigar, y pedir el con¬
sejo o asesoramiento de abogados. Aunque la mayoría de pleitos tienen lu¬
gar entre varones.
El arte de los primeros reinos de Taifas es menos conocido que el de
las etapas anteriores, si bien la arqueología, en los últimos años, nos está
proporcionando elementos valiosos para su estudio, desde las viviendas que
afloran en los poblados de Cieza o de Mértola, entre otros, hasta las del
interior de la Alcazaba de Málaga; se trata de viviendas de reducidas pro¬
porciones en general, aunque con muros estucados y pintados, con zócalos
rojizos y paredes decoradas con motivos geométricos y florales. El Alcázar
de Sevilla y el palacio de la Aljafería, en Zaragoza, son los mejores monu¬
mentos conservados del arte de los Taifas, pero junto a ellos van aparecien¬
do los restos de otros, como el castillo de Balaguer, cuya decoración
preciosista representa una continuación del mejor arte califal, con tenden¬
cia a la complejidad que podría calificarse de barroca.

Algunas características de al-Andalus almorávide

La sociedad y economía de la España dominada por los almorávides es¬


peran todavía sus historiadores. A juzgar por las cifras que nos proporcio¬
nan las crónicas, no debió suponer mucho más de 100.000 personas el número
de los almorávides establecidos permanentemente en al-Andalus. La orga¬
nización tribal perduraba en el siglo XI, y los caídes y jeques de las tribus
y cabilas sinhadja, lamtuna, zanata, masmuda, gomara y demás bereberes
jugaron un notable papel en España, implicando un cierto retroceso con
respecto a la organización administrativa indígena. El tribalismo renació con
ellos en al-Andalus y formó los nuevos cuadros del ejército, sin perder su
identidad de procedencia.
El emir Yusuí ibn Tachtin, con sus consejeros, examinaba y juzgaba
personalmente la conducta de los gobernadores que residían en las ciuda¬
des y regían sus distritos correspondientes, o la de los caídes o jefes de tro¬
pas y sus componentes. Y para premiarles, distribuía vestidos y regalos a
los jefes adictos a su causa. El ejército almorávide, que dirigía personal¬
mente el emir, se componía de 12.000 a 20.000 jinetes, sólo los lamtuna apor¬
taban al mismo unos mil caballeros. A las cabilas almorávides cabe sumar
los tribaleños amigos y los andalusíes. Los caídes dirigían sus tropas pro¬
pias, sin que llegaran a mezclarse en los escuadrones y los pelotones los an-
LOS REINOS DE LA ESPAÑA ISLAMICA 205

dalusíes con los almorávides, aunque a menudo combatieran juntos. Muchos


grupos almorávides quedaron establecidos en al-Andalus, con sus familias,
en aldeas separadas, reaprovechando viejos despoblados de las zonas mon¬
tañosas.
El ejército reposa en campamentos, próximos a núcleos urbanos, con
sus tiendas, banderas y tambores. Centenares de acémilas cargan con las
provisiones. Exploradores con caballos ligeros vigilan los movimientos ene¬
migos y avisan de ellos al grueso del ejército. Se lucha cuerpo a cuerpo con
lanzas y espadas, caballeros y peones. Los asedios de fortalezas son lentos
e inseguros, aunque desde el último tercio del siglo XI y comienzos del XII
se utilizan torres de madera movidas sobre ruedas para el asalto de las ciu¬
dades amuralladas (Zaragoza, 1118), o se «plantan truenos» y se montan
almajaneques para los disparos a distancia.
La guerra es todavía poco sistemática. En las expediciones rápidas de
castigo se cortan los frutales, se queman las cosechas, se destrozan las al¬
querías y se da muerte a los resistentes. La gente se refugia en los albacares,
con los bienes muebles que puede llevar consigo y con el ganado. Los sa¬
queos e incendios de campamentos, después de apoderarse de las mejores
tiendas y provisiones, constituyen la mejor fuente del botín. La muerte de
los defensores de las plazas enemigas y el cautiverio de las mujeres es prác¬
tica habitual, como lo es el cortar las cabezas a los enemigos muertos y en¬
viarlas a las ciudades para que, colgadas de los árboles o de los muros, «todos
las vean y den gracias a Allah por tan gran merced», como refiere Ibn
Abi Zar.
A la muerte de un emir se le amortaja con sus vestidos, se proclama el
sucesor entre sus parientes, preferentemente uno de sus hijos, cuando ha
sido nombrado sucesor en vida del padre y ha intervenido ya en la corte
o en el gobierno de ciudades importantes, en una ceremonia que suele tener
lugar en el palacio o alcazaba en presencia de los consejeros de la corte,
jeques y faquíes. El reconocimiento de los faquíes y jeques es importante.
El elegido envía cartas a las regiones del imperio para obtener su reconoci¬
miento, y éstas envían legados a la corte para prestar los homenajes (bay’a).
Las tribus almorávides envían su reconocimiento explícito. No pocos emi¬
res son hijos de esclavas cristianas y se han conservado de ellos retratos lite¬
rarios que nos describen su físico, sus costumbres y sus características
morales. En la sociedad almorávide, el papel de los faquíes ortodoxos es
importante, pues es una sociedad que cree y practica la fe islámica. Los al¬
morávides consideran obras pías el dar limosna a los pobres y el libertar
a los esclavos, y practican, si pueden, la peregrinación a La Meca. La labor
de algunos faquíes ha quedado reflejada en las crónicas, como la de Abu
Talib Makki (T1081), recopilador de tradiciones y jefe délos zocos en Cór-
206 MANUEL RIU RIU

doba, o la del faquí y cadí Abu Abd Allah Muhammad ibn Asbag, conoci¬
do por Ibn Munasif y autor de un apreciado poema.
Desde 1087 los almorávides cuentan con moneda propia, de oro y plata,
figurando el nombre de Yusuf en ella. Sus dirhemes de plata son de cali¬
dad, revelan la consolidación de su economía que permite abaratar los pre¬
cios. Ibn Abi Zar pondera que en tiempo de los almorávides el trigo llegó
a venderse muy barato: cuatro cargas (awsad) por medio mizcal (medio di¬
ñar), y la fruta, ocho awsaq (grandes cestas) por medio mizcal. Las legum¬
bres, cultivadas en los huertos familiares, no se compraban ni vendían.
Las autoridades almorávides cobraban sólo a sus súbditos el impuesto
ritual (zakat) o limosna legal, y el diezmo o la capitación (yizzia), imposi¬
ción habitual, pero no el impuesto territorial (jaradj), ni menos las ayudas
(ma’una), ni los impuestos considerados ilegales (taqsit) de la época de los
Taifas, que fueron suprimidos, como tampoco la carga del Majcen. De este
modo la presión tributaria alcanzada en el siglo XI en los diversos reinos,
fue aligerada y las gentes aceptaron con agrado el gobierno almorávide.
Aunque los almorávides no se distinguieron precisamente por un eleva¬
do nivel cultural, en su tiempo se construyeron no sólo fortificaciones y nue¬
vas alcazabas o nuevas murallas urbanas, sino mezquitas —las crónicas
mencionan de 1.300 a 2.000 mezquitas con sus alminares en los territorios
dominados—, baños, alhóndigas y molinos, embelleciendo zocos, calles y
viviendas. El registro de fenómenos de la naturaleza en las crónicas de la
época como síntoma de una preocupación cultural no resulta insólito. En
el Rawd al-Qirtas de Ibn Abi Zar, varias veces aludido en estas páginas,
por ejemplo, consta la aparición de un cometa en Occidente en 1072, un
eclipse de sol el 8 de octubre de 1078 y un gran terremoto entre noviembre
y diciembre de 1079.
7. LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES:
LEÓN Y CASTILLA

La historia política de la España del siglo XI experimenta un cambio esen¬


cial al desplazarse el centro geopolítico desde al-Andalus a los reinos cris¬
tianos del norte peninsular. Se alteran las formas de vida, se reciben nuevas
influencias culturales, y la sociedad y la economía experimentan cambios
notables. En tanto que decae el poder político de los musulmanes, los rei¬
nos cristianos hispánicos, impregnados de cultura musulmana, buscan el con¬
tacto con la Europa latino-germánica. Es el momento en el cual se ha
producido en el occidente de Europa un renacer cultural, mercantil e indus¬
trial, mientras las ciudades se extienden y consolidan y se perfila el nuevo
régimen municipal.
Así como el año 1031 marca un nuevo período en la política de la Espa¬
ña musulmana, con la aparición de los reinos de Taifas a raíz de la desinte¬
gración de la unidad del poder califal, el año 1035 lo señala en los reinos
cristianos del norte, en los cuales, a partir de la muerte de Sancho III el
Mayor de Navarra, los núcleos occidentales tenderán a englobarse en el rei¬
no de Castilla, de nueva creación, y los orientales en el reino de Aragón,
nuevo a su vez, convirtiéndose ambos en orientadores de la política hispánica.
Deshecha su unidad política, la España musulmana pierde la hegemo¬
nía que había mantenido durante más de trescientos años. Los reinos cris¬
tianos, a pesar de sus divisiones internas y de sus rencillas que obstaculizan
el avance reconquistador hacia el sur, son dueños de la situación, y de poco
van a servir los refuerzos que reciben los musulmanes de al-Andalus de los
208 MANUEL RIU RIU

creadores de los imperios norteafricanos: almorávides y almohades. Espa¬


ña va a ser cristiana. Y Europa, junto al baluarte que va a constituirse en
tierras de Siria y Palestina por obra de los cruzados, verá acrecentada su
seguridad en el extremo Occidente por los progresos del doble ideal hispa¬
no, que ahora se perfila, de lucha contra el islam y de recuperación del te¬
rritorio peninsular.

La creación del reino de Castilla

La creación del reino de Castilla y su incorporación del reino de León


supusieron un cambio en la localización de los centros decisivos del poder
político. Fernando I (1035-1065), hijo de Sancho el Mayor y primer rey de
hecho del nuevo reino de Castilla, inició pronto la lucha con su cuñado el
rey de León Vermudo III, quien le discutía la posesión de las tierras de Ca¬
món y Saldaña, hasta el Cea, conquistadas a León por Sancho el Mayor
y cedidas por el mismo a Castilla. La muerte de Vermudo III en la batalla
del valle de Tamarón, Palencia, en 1037, puso el reino leonés en manos de
Fernando I, y éste se posesionó de él en nombre de su mujer, Sancha, her¬
mana de Vermudo. De este modo León y Castilla quedaron unidos bajo
un soberano de sangre navarra que, siguiendo la tradición leonesa, tomó
el título de emperador y fue ungido solemnemente en la iglesia de Santa María
de León, en 1038.
Anhelaba Fernando I recuperar las tierras de la Bureba y de la Rioja,
anteriormente pertenecientes al territorio de Castilla e incorporadas a Na¬
varra por su padre Sancho el Mayor. Por la posesión de dichas tierras se
enfrentaron Fernando I y su hermano Sancho IV, el nuevo rey de Navarra,
en Atapuerca, cerca de Burgos, con sus respectivos ejércitos. Sancho fue
derrotado y pereció en el combate (1054), y en pocos años consiguió Fer¬
nando extender las fronteras de Castilla hasta la línea del Ebro, desde Arre-
ba a Valpuesta (1064).
En lucha contra los musulmanes Fernando I conquista, asimismo, des¬
de 1055 en la cuenca del Duero: Viseo, Lamego (1057), a Mudhaffar de Ba¬
dajoz, San Esteban de Gormaz, y varias fortalezas del sur del Duero
pertenecientes a al-Muctadir de Zaragoza, convertidos ambos en vasallos
del castellano, y luego Coimbra (1064), adelantando la frontera desde el Due¬
ro hasta la cuenca del Mondego, y obligando a la población musulmana
insumisa a emigrar hacia el sur. Pasó también al Tajo, por la parte central,
avanzó hasta Alcalá de Henares y los reyes moros de las Taifas de Toledo
(al-Mamún), Badajoz (al-Mudhaffar), y Sevilla (al-Mutadid), sucesivamente,
entre 1057 y 1063, se declararon vasallos suyos y se comprometieron a pa¬
garle «parias», un tributo anual que les garantizaba el no ser atacados de
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 209

nuevo por el monarca cristiano y permitía a éste obtener unos ingresos con¬
siderables en metálico. De al-Mutadid obtuvo asimismo el compromiso de
entregar el cuerpo de la mártir romana Santa Justa, si bien estas reliquias
fueron sustituidas luego por las de San Isidoro, llevadas a la ciudad de León
por el obispo Ordoño de Astorga. También en el este, se obligó al pago de
«parias» el rey moro de Zaragoza. Mientras los cruzados de Guillermo de
Montreuil tomaban Barbastro (1064), recuperado por al-Muctadir en 1065.
Finalmente, inició Fernando I una campaña contra el reino musulmán de
Valencia, derrotando en Paterna al grueso del ejército islamita y asedian¬
do, por dos veces, la capital, que no pudo tomar a causa de tener que em¬
prender su regreso hacia la ciudad de León, precipitadamente, por sentirse
enfermo de gravedad, y en efecto, murió a los cuatro días en León (1065),
habiendo recuperado para la cristiandad, además de los territorios mencio¬
nados, los restos de San Isidoro, el ilustre obispo sevillano de la época visi¬
goda, que el soberano islamita de Sevilla le había entregado al declararse
vasallo del castellano y habían sido trasladados como hemos apuntado, con
gran solemnidad a la basílica de San Juan de León en 1063.
Con Fernando I se introdujeron en la cancillería de León-Castilla los
usos de la de Navarra de inspiración franca. Y además, en el concilio de
Coyanza (Valencia de don Juan), asamblea eclesiástica a la vez que curia
regia de carácter extraordinario, de la cual volveremos a hablar, se decreta¬
ron nuevas leyes para el reino leonés (1055), mejor adaptadas a las necesi¬
dades de los nuevos tiempos. Fernando I, que dejó grato recuerdo en las
crónicas, dividió sus reinos entre sus hijos, siguiendo el concepto patrimo¬
nial de la realeza heredado de Navarra. Cedió a su hijo Sancho el reino de
Castilla y las parias zaragozanas; a su hijo Alfonso le heredó con el reino
de León y las parias de Toledo; a García le otorgó el reino de Galicia y nor¬
te de Portugal, con las parias de Badajoz y de Sevilla; y a sus dos hijas,
Urraca y Elvira, les traspasó los señoríos de los monasterios regios de todos
sus reinos, que pasarían a constituir un «infantazgo» (o dotación de infan¬
tas), en tanto que éstas permanecieran solteras.
Las funestas consecuencias de esta división de los reinos y territorios rea¬
les no tardaron en ponerse de manifiesto. Sancho II (1065-1072), el primo¬
génito de Fernando I y su heredero en Castilla, disconforme con el reparto,
atacó a su hermano menor García, quien tuvo que refugiarse en la Taifa
de Sevilla, y después venció en Golpejera a Alfonso, que se vio precisado
a huir a Toledo (1072). Libre de sus dos hermanos, Sancho II había reuni¬
do bajo su cetro los tres reinos de Galicia, León y Castilla cuando supo que
su hermana Urraca, fortificada en Zamora, planeaba la sublevación de los
leoneses. Asedió el rey la plaza y los sitiados se valieron del caballero Velli¬
do Adolfo para asesinar a Sancho (1072).
210 MANUEL RIU RIU

Alfonso VI, «emperador de toda España»

Los mensajeros de Urraca partieron de inmediato hacia Toledo, para


comunicar a su hermano Alfonso la noticia de la muerte de Sancho. Alfon¬
so se despidió de su anfitrión al-Mamún, agradeciéndole la hospitalidad y
renovando la alianza con él y con su hijo, y se dirigió a Zamora donde le
esperaba la comitiva para trasladarle a León. Alfonso VI (1072-1109), des¬
pués de haber jurado en Santa Gadea (Burgos) no haber tenido participa¬
ción en la muerte de su hermano Sancho, fue reconocido rey de León y
Castilla, y se apoderó de Galicia, apresando a su hermano García (T1090)
en el castillo leonés de Luna. Reunidos de nuevo en sus manos los tres rei¬
nos norteños, pudo dedicarse Alfonso VI a la reconquista. Antes, sin em¬
bargo, el asesinato de Sancho IV de Navarra (1076) hizo que las regiones
de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y la Rioja eligiesen rey a Alfonso VI, con
lo cual éste vio acrecentarse sus territorios por la vía pacífica y, como vere¬
mos, pudo titularse «emperador de toda España», renovando el título im¬
perial que se atribuían los reyes leoneses.
Decidido a proseguir la reconquista, Alfonso VI, halló ocasión de inter¬
venir en las luchas civiles que se sucedieron en Toledo a raíz de la muerte
de al-Mamún en 1075. El nieto y sucesor de al-Mamún, al-Qadir, llamó va¬
rias veces en su auxilio a Alfonso VI, y éste supo aprovechar las circunstan¬
cias propicias y consiguió la promesa de que, a cambio de reponer a al-Qadir
en el trono de Valencia, le sería entregada Toledo. Asedió Alfonso Toledo
y consiguió la rendición de la ciudad el 6 de mayo de 1085. Alfonso entró,
con gran pompa, en ella el 25 del mismo mes y, aunque no cumplió estricta¬
mente las condiciones estipuladas, dejó a los musulmanes toledanos en li¬
bertad para quedarse en sus casas si lo deseaban, se les respetaron sus
haciendas y sus vidas, y aun se les dejó una mezquita para la práctica de
su religión (que luego les fue arrebatada) obligándoles tan sólo a pagar los
tributos a que estaban ya acostumbrados, y a ceder las fortalezas de la ciu¬
dad, el palacio real y la Huerta del Rey. La toma de Toledo por los cristia¬
nos, considerada de una gran trascendencia, fue recibida con júbilo en
Europa por estimar que señalaba el triunfo definitivo del cristianismo en
España. Bernardo de Sédirac, monje cluniancense, fue designado de inme¬
diato arzobispo de Toledo para que implantara el espíritu reformista de
Cluny en el centro del mozarabismo hispánico.
Con la posesión de Toledo, quedaba en manos de Alfonso VI la llave
del Tajo. Se inició la repoblación de muchas ciudades antiguas: Salaman¬
ca, Ávila, Medina, Olmedo, Segovia, etc., y se afianzó la frontera en el Tajo
con la conquista de otras plazas: Coria, Madrid, Guadalajara, Talavera,
Hita, Mora, Uclés y Cuenca. Los reyezuelos de Taifas prestaron homenaje
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 211

a Alfonso, y éste pudo titularse «señor de las gentes de las dos religiones»
y, como hemos anticipado, «emperador de toda España» (Totius Hispa-
niae Imperator).
Tropas leonesas marcharon a Valencia para dar cumplimiento a la pala¬
bra dada por Alfonso VI a al-Qadir. Éste fue entronizado en Valencia y
Alfonso VI asedió Zaragoza, dispuesto a rendir la plaza. En tales circuns¬
tancias los musulmanes de Badajoz, Sevilla y Granada solicitaron la ayuda
de los almorávides norteafricanos, ante el temor de que los ejércitos cristia¬
nos acabaran conquistando sus territorios. Yusuf, caudillo de los almorávi¬
des, pasó en efecto —como se recordará— con sus tropas a España y derrotó
a Alfonso VI en la batalla de Zalaca o Sagrajas, en 1086. La derrota de
Sagrajas señala para Alfonso el inicio de una serie de años desgraciados.
Después de contener los avances cristianos por las Extremaduras, los almo¬
rávides prosiguieron hacia el norte. Un ejército de cruzados franceses llegó
entonces hasta el Ebro; en él figuraban entre otros caballeros los nobles Rai¬
mundo de Tolosa y Enrique de Borgoña, que se convertirían en yernos de
Alfonso VI al casar con sus hijas Elvira y Teresa.
A Enrique de Borgoña (T1114) y a Teresa les cedió Alfonso el territo¬
rio del condado de Portugal (1095), en plena propiedad y con poder para
transmitirlo a sus herederos. Los reyes de Taifas hispánicos no tardaron en
darse cuenta de la opresión de que eran objeto por parte de sus valedores
los almorávides, e intentaron pactar de nuevo con Alfonso VI, quien con¬
seguía del de Badajoz las plazas de Santarem, Lisboa y Cintra (1093). Sevi¬
lla y Granada, mientras, se veían sometidas a Yusuf, el dominador
almorávide, quien acabaría también apoderándose de Valencia, después de
la muerte del Cid (1102) y aun venció a las tropas leonesas en Uclés (1108),
afirmando su dominio sobre la España islámica y paralizando los intentos
reconquistadores de los reinos cristianos en al-Andalus.
Se ha podido afirmar que hasta el siglo XI la civilización hispánica, tanto
en el norte como en el sur, tuvo, salvo en muy cortas etapas, un carácter
contemporizador y comprensivo que permitió las influencias mutuas y el
intercambio cultural, y que fueron los almorávides, llegados a España con
el impulso evangelizador de los nuevos creyentes islamitas, quienes destro¬
zaron la civilización de al-Andalus y trajeron consigo una barbarización en
el saber y en las costumbres. De todas formas, cabe pensar que más allá
de las persecuciones e intransigencias, que causaron no pocos daños irrepa¬
rables, permaneció vivo un rescoldo cultural que recogerían las nuevas ge¬
neraciones judías, cristianas e islamitas.
212 MANUEL RIU RIU

LOS GRANDES SEÑORES DE LA CORTE: EL CID

Junto a los monarcas cristianos del siglo xi brillan figuras destacadas.


Más adelante, al estudiar la sociedad de la época, ya nos detendremos a exa¬
minar la nobleza. Veamos ahora, en relación con la historia política, algu¬
nos de sus personajes. En la corte de Alfonso VI hallamos a Alvar Fáftez;
a García Ordóñez, conde de Nájera; a Pedro Ansúrez, señor de Valladolid,
y, por encima de todos ellos, a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador
(10437-1099), a quien las fuentes de la época y no pocos historiadores pos¬
teriores han presentado como modelo de caballeros y prototipo del héroe
de aquellos tiempos. Alférez de Sancho II, fue el Cid uno de los doce caba¬
lleros castellanos que tomaron juramento a Alfonso VI, en Santa Gadea
de Burgos, de no haber intervenido en la muerte de su hermano Sancho.
Casó con Jimena Díaz (1071), sobrina del rey. Mas, habiendo tenido que
desplazarse a Sevilla (1079), encargado por Alfonso VI de recoger el tribu¬
to de al-Mutadid, a su regreso sus enemigos le acusaron ante el monarca
de haberse quedado con parte del importe de dicho tributo. Cayó por ello
en desgracia, y fue desterrado de Castilla por Alfonso. Partió entonces Ro¬
drigo (1081) con su mesnada (unos 300 lanceros) hacia Barcelona, donde
permaneció poco tiempo, pasando luego al servicio del rey musulmán de
Zaragoza, según era costumbre de los caballeros cristianos caídos en des¬
gracia de sus señores. Su fama de excelente guerrero aumentó entre los sol¬
dados islamitas que le llamaban Sidi, señor, origen del nombre de «Cid»
que le haría famoso en cantares y crónicas posteriores. Al servicio de al-
Muctadir y de su hijo al-Mutamin realizó varias campañas, hasta que, ha¬
biendo obtenido el perdón de Alfonso (1083) por sacarle de un apuro en
Rueda, pudo regresar con su hueste a Castilla. Se percató pronto el Cid, sin
embargo, de que el perdón no era sincero y se fue de nuevo a Zaragoza con
sus gentes. Cuando, poco después, ante el empuje de Yusuf, se convenció
el rey Alfonso de la conveniencia de tener a su lado un hombre como Ro¬
drigo, le admitió de nuevo a su corte (1087), pero también esta vez escuchó
el rey a los envidiosos que le sugerían que el Cid le había hecho traición,
al no reunirse a tiempo con su mesnada al ejército real en Villena para so¬
correr la plaza de Aledo, asedidada por Yusuf, y una vez más volvió a ser
desterrado.
Atacó ahora el Cid, con sus gentes, al reyezuelo de Lérida y éste ofre¬
cióle la paz y amistad de los islamitas hispánicos. Desde Valencia, al-Qadir,
viendo peligrar su reino, buscó también la amistad del Cid y éste aceptóla
y luchó en su favor, venciendo poco después en Tévar, Morella (1090), al
conde Berenguer Ramón II de Barcelona, aliado ahora de al-Hajib de Léri¬
da. Los reyezuelos moros del levante peninsular se decidieron a pagar tri-
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 213
214 MANUEL RIU RIU

buto al Cid y éste se erigió en su protector. Pero Alfonso VI, celoso, en


un vasto plan de operaciones decidió acabar con el poderío del Cid y, con
ayuda de naves pisanas y genovesas, puso asedio a Valencia. El Cid, que
se hallaba en Zaragoza, al enterarse de los propósitos de Alfonso, devasta
en represalia las tierras de la Rioja pertenecientes a García Ordóñez, conde
de Nájera según dijimos, y el peor de sus enemigos en la corte de Alfon¬
so VI. De este modo consigue desbaratar el plan del emperador, que ha de
acudir a socorrer a su vasallo.
En Valencia, mientras tanto, estalla una revuelta en la cual al-Qadir pe¬
rece asesinado (1092). El Cid se erige, entonces, en vengador de la muerte
de su amigo y toma al asalto la ciudad de Valencia (1094), condena a muer¬
te al cadí Ben Jehad, promotor de la sublevación, y se establece en la ciu¬
dad, como señor de la misma y su territorio, coronando así su obra en tierras
levantinas.
El Cid, señor de Valencia, consigue las victorias de Cuarte (1094) y Bai-
rén (1097) contra los almorávides, infligiéndoles graves pérdidas y cerrán¬
doles el paso hacia Zaragoza y Lérida. Reconciliado con Alfonso VI, decidió
seguir viviendo en Valencia, donde dictaría sabias normas de gobierno. Casó
a sus hijas con Ramiro, infante de Navarra, y con Ramón Berenguer III,
conde de Barcelona. Varios reyezuelos musulmanes le prestaron vasallaje.
Pero ese señorío no iba a durar mucho tiempo. Murió el Campeador a los
pocos años, en 1099, y la escasa ayuda que podía prestar Alfonso a su viu¬
da Jimena, aconsejó evacuar la ciudad de Valencia, asediada por las tropas
almorávides. Con el apoyo del ejército castellano, los cristianos salieron de
la ciudad, después de incendiarla (1102), y al día siguiente de su marcha
ésta caía en poder de los almorávides. El cuerpo del Cid fue trasladado al
monasterio de Cardeña y su personalidad fue tan enaltecida como desfigu¬
rada por los cantares y leyendas, desde el propio siglo XII, haciendo difícil
para la posteridad una valoración justa del personaje.

Intento de unión de la corona de Castilla


CON EL REINO ARAGONÉS

Pensando en la posibilidad de conseguir la unión con el reino aragonés


para hacer frente a los almorávides, antes de su muerte Alfonso VI decidió
el matrimonio de su hija y heredera universal Urraca (1109-1126), viuda de
Raimundo de Borgoña, con el rey de Aragón Alfonso I el Batallador. Este
matrimonio no causó más que sinsabores a ambos reinos, por la incompati¬
bilidad de caracteres de sus dos protagonistas. Los grandes de Castilla, te¬
merosos de perder su influencia en la corte, se opusieron tenazmente a la
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 215

boda y, por otra parte, las desavenencias conyugales parecieron darles la


razón. Estas últimas condujeron a aceptar la anulación, decretada por el
papa Pascual II a causa de ser primos segundos Urraca y Alfonso I. Éste
hizo entrega de su reina a los castellanos en Soria, pero siguió interviniendo
en el gobierno de Castilla, donde se formaron dos partidos: el proaragonés
y el borgoñón, partidario del infante Alfonso Raimúndez, hijo del anterior
matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña. En las paces de Tama-
rón (1124), Alfonso renunció en favor de su hijastro Alfonso Raimúndez
al título de emperador, pero siguió interviniendo en las luchas políticas de
los años siguientes.
Al morir su madre, Urraca, en 1126, el infante Alfonso Raimúndez ini¬
cia su reinado en León-Castilla con el nombre de Alfonso VII (1126-1157)
y con él entra a reinar en Castilla la Casa de Borgoña, patria del difunto
padre del nuevo rey, sobre el cual gozaba de gran influencia y consejo el
arzobispo de Santiago Diego Gelmírez, que había intervenido activamente
en la política de estos años y que seguiría aconsejando al joven soberano
para dominar la anarquía. Alfonso I el Batallador retuvo hasta su muerte,
en 1133, algunas plazas castellanas. Al morir éste sin descendencia, aspira¬
ba Alfonso VII a los tronos de Aragón y de Navarra, ya que su madre era
biznieta de Sancho el Mayor y, en tanto que los aragoneses elegían rey a
Ramiro el Monje, Alfonso VII, adentrándose en la Rioja, obligaba (1135)
al nuevo rey de Navarra a reconocerle el título de emperador, y marchaba
hacia Zaragoza, tomando la ciudad. Reconocido también por el nuevo rey
de Aragón, le devolvió la plaza.

Alfonso VII, el Emperador

A la coronación de Alfonso VII como «emperador de España», cele¬


brada en la ciudad de León en 1135, asistieron el rey de Navarra, los condes
de Barcelona y de Tolosa y varios señores más del mediodía de Francia.
Obligaba poco después el nuevo emperador a su primo Alfonso Enríquez,
conde de Portugal, a declararse vasallo suyo, aunque, como veremos, Por¬
tugal no tardaría en consolidar su independencia y su realeza. Y, con reno¬
vado entusiasmo, proseguía la reconquista del territorio peninsular,
realizando diversas expediciones contra los dominios almorávides en al-
Andalus.
De estas expediciones cabe destacar la toma de Almería en 1147, puerto
importante andaluz, cuando ya los almohades africanos acudían a España,
solicitados por las taifas almorávides (1146) para detener de nuevo los avances
cristianos. A los diez años de tomada Almería, caía de nuevo en poder de
216 MANUEL RIU RIU

los musulmanes, ocupada por los almohades (1157) que, como antes hicie¬
ran los almorávides, empezaban a ampliar su imperio mediante la anexión
de la España islámica a sus dominios del norte de África. En vano intentó
Alfonso VII socorrer la plaza, muriendo poco después.
Alfonso VII fue el último representante de la idea imperial leonesa. Des¬
pués de su muerte, los reinos cristianos peninsulares lucharían en igualdad
jerárquica y se irían repartiendo las tierras musulmanas, en el camino de
la reconquista peninsular. En estas circunstancias, poco propicias para ello,
había dispuesto Alfonso VII el reparto de sus reinos, separando de nuevo
León y Castilla, que distribuía entre sus dos hijos. Al mayor, Sancho III,
le cedía Castilla, Extremadura y Toledo; y a Fernando II, León y Galicia.
Desde 1157 León y Castilla volverían a ser reinos separados y con reyes pro¬
pios y así permanecerían hasta Fernando III el Santo (1217). El reinado de
Sancho III el Deseado duró solamente un año (1157-1158) y su hecho más
característico fue la defensa de Calatrava contra los almohades, llevada a
cabo por fray Raimundo de Fitero y fray Diego Velázquez, que daría ori¬
gen unos años después a la creación de la Orden militar de Calatrava (1164),
una de las grandes Órdenes militares hispánicas. La prematura muerte de
Sancho dejó el trono de Castilla a un niño de tres años: su hijo Alfonso VIII
(1158-1214).

El condado de Portugal se convierte en reino

En tanto que las circunstancias internas por las cuales pasaban los rei¬
nos cristianos peninsulares contribuían, tanto como los almohades, a la pa¬
ralización de la reconquista en los reinos de León y de Castilla, el conde
de Portugal Alfonso Enríquez (hijo de los condes Enrique y Teresa) que
en 1127 había empezado a titularse príncipe o infante, tomó oficialmente
el título de rey de los portugueses en 1139 y, si bien hubo de declararse en
1140 vasallo de Alfonso Vil el Emperador, y éste, primo suyo, le reconoció
el título de rey en 1143, el portugués transfirió, poco después, vasallaje al
papado (1157), comprometiéndose al pago de un tributo anual a Roma y
consiguiendo con ello que, años más tarde, el papa Alejandro III le recono¬
ciera (1179) el título real, a la vez que vinculaba los obispados portugueses
al arzobispado de Braga.
Mientras tanto Alfonso I Enríquez (1139-1 185), primer rey de Portugal
de hecho y de derecho, tomando la iniciativa en la continuación de la re¬
conquista en el occidente peninsular, ocupó Santarem y Lisboa (1147), recu¬
perando los territorios perdidos por el conde Enrique de Borgoña, su padre,
en el norte del Tajo y afianzando la frontera meridional en el valle de este
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 217
218 MANUEL RIU RIU

río. De poco les sirvió a Sancho III de Castilla y Fernando II de León el


repartirse, en 1158, sobre un pergamino el reino de Portugal. Si los almorá¬
vides habían impuesto un compás de espera a la reconquista portuguesa,
muy poco después de recuperados los territorios perdidos, Alfonso I Enrí-
quez pasaba el Tajo y continuaba sus conquistas tomando Beja (1162) y
Évora (1165). Con su hijo y sucesor Sancho I (1185-1211) el Algarve se in¬
corporaría al reino cristiano de Portugal, en 1189, culminando la expan¬
sión hacia el sur.

Alfonso VIII y las Navas

Durante la minoridad de Alfonso VIII en Castilla (1158-1169), reapare¬


ció la anarquía y se sucedieron las luchas civiles, discutiéndose el poder dos
familias nobiliarias: la de los Lara y la de los Castro, e interviniendo los
reyes vecinos de León y de Navarra, para sacar provecho de las querellas.
Al cumplir en 1169 los catorce años, fue declarado mayor de edad Alfon¬
so VIII el Noble, e inició su gobierno personal (1169-1214). Con él se iban
a reanudar las empresas reconquistadoras. Hechas las paces con Aragón (en¬
trevistas de Sahagún y de Zaragoza, 1170), Alfonso VIII declaró la guerra
a su tío Sancho VI de Navarra (1173), recobrando las plazas que éste había
ocupado durante la minoridad del castellano. Y, concluida felizmente para
el muchacho la guerra con Navarra, iniciaba sus campañas hacia Cuenca,
asediándola durante nueve meses, al cabo de los cuales se rindió esta forta¬
leza musulmana (1177), que parecía inexpugnable, reafirmándose la alian¬
za con Alfonso II de Aragón quien había colaborado en la empresa.
En Cazorla firmaron ambos reyes un tratado (1179) fijando los límites
de la expansión ulterior de ambas coronas. Según este tratado quedarían
para Aragón los territorios del reino musulmán de Valencia hasta el paso
de Biar, en Alicante, y a partir de este paso, hacia el sur, se extendía el terri¬
torio por el cual podrían continuar su expansión los castellanos. La crisis
interna que atravesaba el imperio almohade hubiese permitido proseguir con
éxito la reconquista de dichos territorios de no mediar los acontecimientos
suscitados con el rey Sancho VI el Sabio de Navarra, y con Alfonso IX de
León. Con este último se firmó la paz en 1180. Y si bien ambos ofrecieron
su ayuda a Alfonso VIH, en el momento decisivo de una amenazante expe¬
dición almohade, a cuyo frente iba el sultán de Marruecos Abu Yaqub, Al¬
fonso VIII no supo esperar inactivo, se lanzó contra los musulmanes con
sus solas tropas y fue derrotado en Alarcos (1195), cerca de Ciudad Real.
Los almohades prosiguieron su campaña de castigo, tomaron Calatrava y
regresaron al Magrib aquel mismo año.
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 219

Parecía iniciarse un cambio de rumbo en la suerte de las armas y la fron¬


tera del Tajo, alcanzada por los reinos cristianos con tanto esfuerzo, que¬
daba gravemente amenazada. En vez de preparar una acción conjunta contra
el enemigo común, los monarcas de León y de Navarra aprovecharon la
ocasión para declarar la guerra al de Castilla, en cuya defensa acudió el de
Aragón, enemistado a su vez con el navarro. Estuvieron estos reyes algunos
años luchando entre sí, hasta que el leonés se vio obligado a entrar en
coalición contra el de Navarra, en tanto que los almohades verificaban cam¬
pañas de saqueo, asediaban Toledo y tomaban Plasencia. En tales circuns¬
tancias, el territorio alavés, después de bascular entre Castilla-León y
Navarra, acabó, en 1200, integrándose en el reino castellano. Poco antes,
en 1198, Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón, en Calatayud, se
habían repartido el reino de Navarra, tras prometerse amistad perpetua. Pero
el reparto requería la conquista previa del territorio navarro y, naturalmen¬
te, no era fácil apoderarse de él, aunque lo intentaron. Alfonso logró apo¬
derarse en el otoño de 1199 de los territorios de Álava y Guipúzcoa, con
sus castillos, causando un grave quebranto a Navarra, y logró la rendición
de Vitoria (1200) y con ella la incorporación de estas tierras del País Vasco
a Castilla. Con ella todo el norte de España, desde Francia a Asturias, que¬
dó anexionado a Castilla.
Después de unos años de inútiles intentos para conseguir unificar la
dirección de la política de los reinos cristianos, Rodrigo Jiménez de Rada,
elegido arzobispo de Toledo, se erigió en intérprete de los deseos del papa
Inocencio III para preparar una gran cruzada contra los almohades. Ante
todo, a pesar de la pacificación general conseguida entre 1206 y 1207, de¬
bían arreglarse las diferencias persistentes entre los distintos soberanos de
la Península y el arzobispo preparó una entrevista entre Sancho VII de Na¬
varra y Pedro II de Aragón en Mallén (1209), en la cual quedaron zanjadas
las discordias entre ambos mediante el pago de 20.000 maravedíes de oro
a Aragón. Otra entrevista, de Alfonso IX de León y Alfonso VIII de Casti¬
lla, celebrada en Valladolid, condujo a una tregua de cincuenta años entre
ambos reinos. Una bula pontificia dio el carácter de cruzada a la campaña
coordinada que iba a emprenderse contra los almohades.
También el califa almohade, Abu Abd Allah Muhamad al-Nasir, emir
al-muminín, o «Miramamolín» como le llamaron las crónicas cristianas, es¬
taba preparando una gran campaña contra la España cristiana, deseoso de
consolidar un gran imperio almohade que abarcara el norte de África y Es¬
paña. En mayo de 1212 desembarcaba en Tarifa con sus numerosas hues¬
tes. El ejército cristiano salió de Toledo el 20 de junio y llegó a Sierra Morena
el 10 de julio, hallando los pasos interceptados por los almohades y sus alia¬
dos hispanos.
220 MANUEL RIU RIU

En los cuerpos del ejército cristiano figuraban los reyes de Castilla, Ara¬
gón y Navarra y, entre otros magnates, Diego López de Haro, señor de Viz¬
caya y alférez de Castilla. Diversos arzobispos y obispos habían acudido
con sus mesnadas feudales. Los cristianos forzaron el paso del Muradal y
en la llanura de las Navas de Tolosa, Jaén, el 16 de julio de 1212 tuvo lugar
el encuentro decisivo. Del tremendo choque salieron victoriosos los cristia¬
nos, distinguiéndose por sus proezas, según las crónicas, los tres monarcas
cristianos, uno de los cuales, el aragonés, resultó levemente herido. En días
sucesivos los cristianos ocuparon Tolosa, Baeza, Úbeda y otras plazas, pero
la peste se declaró en los campamentos e impidió la continuación de la cam¬
paña, con lo cual las fuerzas se dispersaron regresando a sus respectivos
reinos.
El triunfo de las Navas de Tolosa señala el fin del poderío almohade
en la Península. Se inicia en al-Andalus, a partir de entonces, un nuevo pro¬
ceso disgregador y reaparecen los reyes de Taifas independientes: los de Mur¬
cia, Sevilla y Granada sobresaldrían por encima de los restantes. Mientras
tanto, al año siguiente de las Navas moría Pedro II de Aragón (1213) y,
al otro, el soberano de Castilla (1214).
Alfonso VIII había casado en Tarazona, en 1170, con Leonor, hija del
monarca inglés Enrique II Plantagenet (1154-1189) y de su esposa Leonor
de Aquitania, duquesa de Gascuña y condesa de Poitiers. La dote aportada
por Leonor al matrimonio era precisamente el ducado de Gascuña, cuya
posesión fue causa de varias luchas, puesto que no se pudo conseguir pací¬
ficamente (1204-1205). Doce hijos nacieron del matrimonio de la princesa
Leonor con el rey de Castilla, entre ellos: Berenguela, la primogénita, que
casó con Alfonso IX de León y fue madre de San Fernando; Urraca, mujer
de Alfonso II de Portugal; Blanca, desposada con Luis VIII de Francia y
madre de San Luis; Leonor, esposa de Jaime I de Aragón, y Enrique, here¬
dero del reino de Castilla y último de los hijos del matrimonio.
Era muy niño todavía Enrique I (1214-1217) al morir su padre Alfon¬
so VIII y a los tres años de reinado falleció, a consecuencia de caerle en
la cabeza una teja o una piedra, cuando se hallaba jugando con sus amigos.
Su hermana mayor, Berenguela, esposa de Alfonso IX de León, fue reco¬
nocida reina. Mas ésta, que había ejercido ya la regencia sobre el joven mo¬
narca a la muerte de su madre Leonor, cediéndola luego a los condes de
Lara, renunció a la corona de Castilla en favor de su hijo Fernando, en 1217.
La renuncia parece haber sido hecha con una notable visión política, dado
que Fernando, que pasaría a la historia con el nombre de Fernando III el
Santo (1217-1252), casó con Beatriz de Suabia y, al fallecer su padre Alfon¬
so IX de León, en 1230, heredó el reino leonés, que quedaría ya unido defi¬
nitivamente al de Castilla.
LOS REINOS CRISTIANOS OCCIDENTALES: LEÓN Y CASTILLA 221

Los REYES PRIVATIVOS DE LEÓN

En León, reino separado del de Castilla en 1157, según hemos visto, por
el testamento de Alfonso VII el Emperador, reinaron durante este tiempo
dos monarcas Fernando II (1157-1188) y Alfonso IX (1188-1230). Su terri¬
torio lo integraban, además del reino de León propiamente dicho, Astu¬
rias, el reino de Galicia y las Extremaduras fronterizas con Portugal. Los
dos reyes leoneses prosiguieron la reconquista con gran tesón. Fernando II
conquistó Yelves y Alcántara (1166), junto al Tajo; luego se enfrascó en
una lucha contra Alfonso VIII de Castilla que concluyó con la paz tratada
en los pueblos de Fresno y Lavandera (1183), en la cual se determinaban
las fronteras de ambos reinos vecinos y su colaboración futura, y a conti¬
nuación prosiguió con las huestes leonesas la reconquista. A su muerte en
1188, su hijo y sucesor Alfonso IX siguió luchando contra los almohades,
a quienes conquistó las plazas de Cáceres (1227), Mérida, Badajoz y Elvas
(1229-1230) quedando, con estas anexiones, toda la Extremadura incorpo¬
rada al reino de León. Al morir, poco después (1230) Alfonso IX, su reino
quedaba de nuevo unido al de Castilla, del cual ya era rey su hijo Fernan¬
do, y la idea imperial leonesa fue olvidada.
8. LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES
DESDE 1035

En este período, los reinos orientales progresarán también en su avance


hacia el sur peninsular, por las mismas circunstancias y motivos que hicie¬
ron que los reinos occidentales avanzaran en tierras de al-Andalus. Nava¬
rra que, como hemos visto, había sido el reino preponderante, quedaría ahora
arrinconado y la primacía de los reinos orientales peninsulares pasaría a Ara¬
gón a quien aquél había dado origen. Al quedar vinculada Cataluña a Ara¬
gón en la persona de Alfonso II, este reino se convirtió en el centro político
y militar de los estados cristianos orientales, jugando un papel similar al
que representaría Castilla en el occidente. Fue, sin embargo, en oriente más
temprana la culminación de la reconquista del territorio, por ser también
éste menor, como era menos densa su población. Como veremos, en el tra¬
tado de Almizra, firmado en 1244, se refrendaba la conclusión de la recon¬
quista en el levante peninsular y se hacía necesario abrir nuevas vías de
expansión a través de las aguas del Mediterráneo.

Navarra, hasta su unión con Aragón

A la muerte de Sancho III el Mayor, en 1035, heredó el reino de Nava¬


rra su hijo primogénito García, el de Nájera (1035-1054), que no supo con¬
servar la grandeza alcanzada por su predecesor. Comprendía entonces el
reino de Navarra, además de Navarra, las tierras de Álava y Vizcaya y par-
224 MANUEL RIU RIU

te de las actuales provincias de Santander (Cantabria) y Burgos, la antigua


Castilla hasta el Ebro y la Bureba. Los conflictos de García con sus herma¬
nos, a causa del reparto de las tierras conquistadas por su padre y de sus
correspondientes delimitaciones, hicieron de su reinado un período turbu¬
lento. Su hermano Ramiro, primer rey de Aragón, le ataca y asedia Tafalla
(1043), pero gracias a la intervención de otro hermano, Fernando I de Cas¬
tilla, se reconcilian en Nájera. Dedica entonces García sus fuerzas a luchar
con los musulmanes y les toma Calahorra (1045). Pero, enemistado con Fer¬
nando I por cuestiones de límites, libran la batalla de Atapuerca (1054) en
la que perece García, quedándose el castellano con algunos territorios en
la zona del Ebro.
Le sucede su hijo Sancho IV (1054-1076), bajo cuyo reinado su tío Fer¬
nando I anexionó al reino de Castilla el territorio de la «Castilla Vieja»,
parte de la Bureba, Rioja y Álava (1064-1065). Aliado Sancho IV con su
primo Sancho Ramírez de Aragón lucha contra Sancho II de Castilla en
la guerra llamada «de los tres Sanchos», que finaliza con la incorporación
a Castilla de otras tierras del reino de Navarra, en 1068: el resto de la Bure¬
ba y montes de Oca. Murió Sancho IV despeñado desde Peñalén al fondo
de un precipicio, por obra de su hermano Ramón, inductor del crimen, du¬
rante la celebración de una cacería. Pero los navarros, antes de elegir por
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 225
226 MANUEL RIU RIU

rey al fratricida, prefirieron entregar el reino a Sancho Ramírez de Aragón,


quedando así ahora unida Navarra al reino de Aragón, unión que iba a per¬
durar por espacio de cincuenta y ocho años (1076-1134), hasta la muerte
de Alfonso I el Batallador.

LOS PRIMEROS REYES DE ARAGÓN

Sancho III el Mayor de Navarra, como ya dijimos, convirtió en reino


el condado de Aragón (1035) entregándoselo a su hijo Ramiro I (1035-1063).
El territorio del nuevo reino comprendía entonces tan sólo el curso superior
de los ríos Aragón, cuyo nombre tomó el reino, Gállego, Ara y Cinca. Al
morir asesinado su hermano Gonzalo, pudo Ramiro I tomar posesión de
sus señoríos de Sobrarbe y Ribagorza (1037), añadiendo asimismo al terri¬
torio originario del reino la plaza de Benabarre, conquistada a los musul¬
manes. Mas perdió la vida guerreando contra al-Muctadir de Zaragoza y
el infante Sancho de Castilla, en el sitio de Graus (1063).
Le sucedió su hijo Sancho Ramírez (1063-1094) quién, como hemos vis¬
to, recibió también el trono de Navarra a la muerte de Sancho IV, en 1076,
quedando desde entonces, y durante más de medio siglo, unidos los reinos
de Aragón y Navarra. Deseoso de continuar la obra reconquistadora inicia¬
da por su padre, Sancho Ramírez empezó a fortificar varias zonas fronteri¬
zas, mejorando sus castillos, entre ellos el de Loarre. Preparaba, de este
modo, la conquista de las tierras llanas y acudió en su ayuda un ejército
de cruzados ultrapirenaicos con el cual tomó Barbastro (1064), perdido de
nuevo poco después. La colaboración de la caballería feudal del otro lado
de los Pirineos en la empresa de la reconquista y la consideración de ésta
como una cruzada, con la otorgación de la correspondiente bula pontificia,
iniciaba en el occidente europeo, bastante antes que en el oriente del Medi¬
terráneo, un movimiento guerrero, inspirado por la Iglesia, contra el islam,
que tendría una amplia repercusión y trascendencia. Gracias a dicho movi¬
miento una segunda expedición de caballeros franceses llegaría hasta el Ebro,
en 1087, y asediaría la plaza fuerte de Tudela, pero hubo de volverse sin
resultado alguno y sin haber trabado ni siquiera combate con el grueso de
las tropas almorávides.
Mas entonces inició Sancho Ramírez sus campañas victoriosas contra
los musulmanes, descendiendo hacia las tierras llanas de Huesca, Fraga y
Lérida. Tomó los castillos de Monzón (1089) y Montearagón (1091) y puso
asedio a Huesca (1093), falleciendo el año siguiente sin haber conseguido
ocupar dicha plaza, cuyo sitio continuó su hijo y sucesor Pedro I (1094-1104)
quien, después de la victoria de Alcoraz, logró, en efecto, apoderarse de
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 227
228 MANUEL RIU RIU

ella (1096). Después de reorganizar la vida de la ciudad de Huesca, éste pro¬


siguió sus conquistas rindiendo, entre otras plazas, la tan apetecida de Bar-
bastro (1101). El Cid Campeador fue su amigo y le prestó ayuda en varias
ocasiones.

Alfonso I el Batallador

Al morir Pedro I en 1104 le sucedió en los reinos de Aragón y de Nava¬


rra su hermano menor Alfonso I el Batallador (1104-1134), quien vivió buena
parte de su reinado enfrascado en los problemas de Castilla, con cuya reina
Urraca estaba casado. Una vez conseguida la separación matrimonial, pudo
dedicarse de lleno a la reconquista, realizando una gran labor. Avanzó ha¬
cia el Ebro y, después de derrotar en Valtierra (1110) al rey al-Mustain de
Zaragoza, se apoderó de Ejea y, dejando guarnecida la frontera por gue¬
rreros almogávares, preparó la conquista de Zaragoza, convocando a sus
vasallos y amigos ultrapirenaicos. Después de un largo asedio, Zaragoza ca¬
pituló en 1118. Los almorávides intentaron en vano recuperar la ciudad,
pero su ejército fue vencido por el Batallador en Cutanda (1120), no lejos
de Daroca. La campaña de Zaragoza, que tuvo categoría de cruzada, atra¬
jo al reino de Aragón a no pocos caballeros bearneses, franceses y gasco¬
nes, con sus huestes, quedándose varios de ellos a repoblar las tierras
reconquistadas al islam.
Poco después de Zaragoza cayeron en manos cristianas Tudela y Tara-
zona (1119), y varias poblaciones más. En una nueva campaña, Alfonso I
avanzó por el valle del Jalón, apoderándose de Calatayud (1120), y por el
del Jiloca, rindiendo Daroca y Monreal del Campo, con lo cual la frontera
sur del reino de Aragón quedó fijada en las estribaciones de la serranía de
Albarracín, al ocupar poco después Molina y Singra.
Con la presencia de los almorávides, la situación de los cristianos mozá¬
rabes de al-Andalus había empeorado. La comunidad mozárabe de Grana¬
da solicitó auxilio de Alfonso I el Batallador, por medio de un mensajero
(1125) y el monarca aragonés se dispuso a prestárselo. Reunió un ejército
en Zaragoza y partió hacia el bajo valle del Júcar, pasando luego por Alci-
ra, Denia y Murcia a tierras granadinas. Alcanzó el mar por Guadix, bor¬
deó Granada por Alcalá la Real, Cabra y Écija. Cerca de Lucena, en Arinsol,
venció a los almorávides que intentaban cortarle el camino, y marchó hacia
Córdoba, devastando la campiña para dirigirse a Vélez-Málaga y tomar po¬
sesión simbólica del mar, en 1126. Luego volvióse hacia atrás, hacia la vega
de Granada y Guadix, y por Murcia y Alcira se dirigió a Zaragoza con 14.000
mozárabes agregados al ejército cristiano durante esta larga y aventurada
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 229
230 MANUEL RIU RIU

expedición. Con estos mozárabes iba a repoblar de inmediato la orilla dere¬


cha del Ebro.
Por si la posibilidad de realizar una expedición como la descrita no fue¬
se indicio bastante de la decadencia almorávide que debía consentirla, to¬
davía el Batallador inició otro ataque hacia el este, por tierras de Lérida.
Consiguió en él la rendición de Mequinenza (1133), que luego volvió a per¬
derse, y asedió a Fraga (1134). La importancia estratégica de esta plaza hizo
que fuese socorrida por tropas musulmanas procedentes de Córdoba, Va¬
lencia, Murcia y Lérida, en una acción coordinada, y éstas causaron una
grave derrota al Batallador, ya que cuando se volvió para vencer a los re¬
fuerzos se vio atacado por la espalda por los sitiados de Fraga que, saliendo
de la población, asaltaron el campamento del Batallador. Las tropas cris¬
tianas tuvieron que levantar el campamento y huir, pero los musulmanes
no supieron sacar partido de su victoria. Poco después moría Alfonso I sin
haber conseguido llevar la frontera oriental de Aragón al Cinca y al Segre,
como era su propósito. Pero había ensanchado su territorio e incorporado
al mismo ciudades tan importantes como Zaragoza, rebasando el valle del
Ebro en su curso medio.
Murió Alfonso I en el año 1134 sin hijos, y en su curioso testamento
legó el territorio de los reinos aragonés y navarro a las tres Órdenes milita¬
res de los templarios, hospitalarios y del Santo Sepulcro, que deberían re¬
partírselo. La constitución tradicional y el sentir de los pueblos impidieron
que se cumpliera este insólito testamento que le dictaba su espíritu de gue¬
rrero cruzado. Los nobles aragoneses eligieron por rey a Ramiro II el Mon¬
je (1134-1137), hermano del rey difunto y prior del monasterio de San Pedro
el Viejo, de Huesca. Los navarros, disconformes con esta elección, eligie¬
ron a su vez a García Ramírez, biznieto de García Sánchez III, llamado el
Restaurador porque venía a restaurar o restablecer la dinastía propia, con
lo cual quedaba deshecha la unión con Aragón. Navarra y Aragón se sepa¬
raban, pues, de nuevo, en virtud de este extraordinario testamento de Al¬
fonso I.
También Alfonso VII de León y Castilla aspiró a los tronos aragonés
y navarro, por ser su madre biznieta de Sancho el Mayor, e invadió la Rio-
ja, haciéndose coronar rey en Zaragoza. Pero abandonó esta ciudad, des¬
pués de conseguir que los soberanos de Aragón prestasen vasallaje a Castilla.
Dicho vasallaje se mantuvo hasta que consiguió abolido Alfonso II de Ara¬
gón en 1179.
Casó Ramiro el Monje con Inés de Poitiers, y de ella tuvo una niña,
Petronila, que a los dos años fue dada en matrimonio a Ramón Beren-
guer IV, conde de Barcelona. A continuación, en 1137, Ramiro abdicó y
se retiró de nuevo a su monasterio. Con su perspicacia en la elección de ma-
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 231

rido para su hija, Ramiro dejaba sentadas las bases para la creación en el
oriente peninsular de un fuerte estado: Aragón y Cataluña, que iban a pro¬
seguir juntas su ruta en la Historia, mientras el reino de Navarra seguía su
propio camino.

Los CONDADOS CATALANES HASTA SU UNIÓN CON ARAGÓN

Cuando en 1031 tuvo lugar la desintegración del califato de Córdoba,


brillaban en Cataluña las figuras de Oliba, obispo de Vic, abad de Ripoll
y conde de Berga; Bernardo Tallaferro, conde de Besalú; Guifredo, conde
de Cerdaña, y Armengol el Peregrino, conde de Urgel, quienes, reunidos
en Vic, firmaron poco después (1033) el famoso convenio de «paz y tre¬
gua» que establecía en Cataluña la paz territorial y la tregua en las luchas
internas. En los condados de Barcelona, Ausona (Vic), Manresa y Gerona
gobernaba el conde Berenguer Ramón I quien, a su muerte (1035), ocurrida
el mismo año que la de Sancho el Mayor de Navarra, dejó heredero a su
hijo Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076). Con él se reanudaron las cam¬
pañas contra los musulmanes, que condujeron a la incorporación de varias
poblaciones por el lado de Ribagorza y Pallars, hasta situar la frontera en
Camarasa (1063). Casó con Isabel de Béziers y luego con Almodis de la Mar¬
che, damas francesas, tendiendo a acrecentar su influencia en el mediodía
de Francia. De Almodis le nacieron dos gemelos: Ramón Berenguer II y
Berenguer Ramón II, quienes heredaron en 1076 pro indiviso los dominios
de los condados de Barcelona, Gerona, Ausona y Manresa, y la soberanía
de los condados ultrapirenaicos de Tolosa, Carcasona, Manerbes, Narbo-
na, Cominges, Sabert y Foix.
Ambos hermanos, de caracteres opuestos, gobernaron juntos algunos
años (1076-1082) y a la muerte del primero, al parecer asesinado, quedó como
único conde soberano Berenguer Ramón II (1082-1096) a quien la tradición
calificó de Fratricida. Conquistó éste a los musulmanes el Campo de Tarra¬
gona, combatió contra el Cid, que le venció en Tévar (1090), y habiendo
perdido, unos años después, una lucha singular con la que intentaba excul¬
parse de cualquier tipo de participación en la muerte de su hermano, tuvo
que emigrar a Tierra Santa.
Sus dominios pasaron a Ramón Berenguer III el Grande (1096-1131),
hijo de Ramón Berenguer II. El nuevo conde acrecentó sus condados pe¬
ninsulares con los de Besalú y Cerdaña y, gracias a su política matrimonial,
amplió los ultrapirenaicos con los de Provenza y Rodez. Sus dominios lle¬
garon a extenderse desde Niza hasta el Campo de Tarragona. Por el oeste,
prosiguiendo la reconquista, tomó la ciudad de Balaguer (1106) pero tuvo
232 MANUEL RIU RIU

CASA DE BARCELONA,
CONDES DE BARCELONA, REYES DE ARAGÓN,
CONDES DE PROVENZA, SIGLOS XII-XIII
Ramón Berenguer III
m.1131
Conde de Barcelona: 1096-1131
Casa con Dulce de Provenza (1112)
© Conde de Provenza (R.B.I.): 1113-1131
..1.: ' ' -,
r
Ramón Berenguer IV Berenguer Raimond m. 1144
m. 1162 (2) Conde de Provenza: 1131-1144
Conde de Barcelona 1131-1162 casa con Beatriz de Melguen
(3) Conde de Provenza (R.B.H.): 1144-1162
casa con Petronila de Aragón (1150)
Ramón Berenguer III el Joven m. 1166
Principe de Aragón 1150-1162
(4) Conde.de Provenza 1162-1166
casa con Rlchilda, nieta del Emperador,
y sólo tienen una hija: Dulce (m. 1172).

T
Alfonso II Pedro = Raimond Dulce Sancho
m. 1196 Berenguer IV casa con Sancho I m. 1225
© Rey de Aragón: 1162-1196 m. 1181 Rey de Portugal ©Conde de Provenza
Conde de Provenza: 1166-1168 © Conde de Provenza ÍÍ81-YlÓ5
' '(fj (Alt. I)'l1¿6-1196. 'de 1168 a'llól

I
Pedro II Ferrán Constanza Leonor Sancia
Rey de Aragón abad de m.1222 m. 1227, m.1249
1196-1213 Montearagón casa: casa: Raimond VI casa con Raimond Vil
Tutor de Raimond Conde de Toulousse Conde de Toulousse
Berenguer V
(1209)
Alfonso II 1,° Emerlc, Rey de Hungría
1182-1209 2 ° Federico II (1209)
® Conde de Provenza
Vi 96-1209'
casa con Garsenda
de Forcalquier
pte. filie de Guillaume IV
(1193)

^-
Ramón Berenguer V Garsenda
1205-1245 casa con Guillem de Monteada
© Conde de Provenza Vizconde de Bearn (1224)
’ 1209-1245

,1 _
1 1
Dos hijos Leonor Beatriz de Provenza
fallecidos jóvenes casa con Enrique III . m. 1267
de Inglaterra casa con Carlos de Anjou
(1236) (1246)
Margeirita
1221-1 295
casa con Luis IX Sancia
Rey de Francia casa con Ricardo
(1234) de Cornualles (1243)
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 233

que hacer frente a los almorávides, quienes realizaron diversas incursiones


en sus condados. A ellas respondió con algunas correrías por el territorio
de Tortosa y Valencia, sin mayores consecuencias. Con la colaboración de
los písanos organizó una escuadra para ir contra los piratas sarracenos de
las islas Baleares, consiguiendo hacer tributario al valí de Mallorca e Ibiza
(1115) y disminuir los efectos de las piraterías en las costas de sus dominios.
El conde de Ampurias le ofreció vasallaje (1123). Derrotado por los musul¬
manes en Corbins (1126), cesó en sus ímpetus guerreros y se alió con Alfon¬
so I el Batallador, rey de Aragón a quien ya nos hemos referido. Una vez
hubo enviudado de la condesa Dulce de Provenza, ingresó en la Orden del
Temple y murió poco después (1131).
Su hijo primogénito, Ramón Berenguer IV (1131-1162), le sucedió sin
dificultad y, al casar seis años después (1137) con Petronila, hija de Rami¬
ro II y de Inés de Poitiers, el rey aragonés le concedió, con la custodia de
la niña, el gobierno del reino de Aragón, comprometiéndose a conservar
sus usos, costumbres y fueros, reservándose para sí Ramiro II, mientras vi¬
viera, el título de rey. De hecho, en 1137, Aragón y Cataluña unían sus des¬
tinos. Con el título de «príncipe de los aragoneses», Ramón Berenguer IV
supo gobernar de forma prudente y honrada. Acertó a zanjar las aspiracio¬
nes del rey de Castilla, y las reclamaciones de las Órdenes militares, herede¬
ras del reino según el texto del testamento de Alfonso I, concediéndolas
algunas villas y castillos a cambio de la renuncia expresa a sus derechos.
Prosiguió asimismo la reconquista, con la intención de apoderarse de
todo el valle del Ebro, para impedir que los musulmanes pudieran seguir
utilizándolo como vía fluvial de comunicación y de comercio, conquistó los
reinos islámicos de Tortosa (1148) y Lérida (1149), ocupó Fraga y recobró
Mequinenza, y luego, en los años siguientes, redujo los últimos reductos
musulmanes de la sierra de Prades y conquistó el castillo de Ciurana (1153).
Con estas conquistas a los musulmanes el Ebro se convirtió en la frontera
con el islam y quedó constituida la llamada Cataluña Nueva. Pero entre
los dominios del conde de Barcelona y los del rey de Aragón quedaba toda¬
vía independiente el condado de Urgel, en el curso alto del río Segre.
Ramón Berenguer IV, antes de morir en 1162, dividió sus dominios en¬
tre sus hijos: el mayor, Ramón (que luego cambió su nombre por el de Al¬
fonso II), fue el heredero del condado barcelonés y sus anejos; y el segundo,
Pedro, heredó los condados de Cerdaña y Carcasona y los derechos sobre
el de Narbona, debiendo considerarse feudatario de su hermano mayor.
Cuando un año después (1163), Petronila, madre de ambos, renunció al trono
aragonés en favor del primogénito Ramón, éste, como acabamos de con¬
signar, tomó el nombre de Alfonso.
234 MANUEL RIU RIU

Alfonso II de Aragón, I de Cataluña

Aunque desde 1137 los territorios de Aragón y Cataluña habían perma¬


necido unidos, el primer rey conjunto de ambos fue Alfonso II (1163-1196)
de Aragón y I de Cataluña. Continuando la política ultrapirenaica de sus
predecesores, Alfonso II, al morir su primo el conde de Provenza, heredó
este condado, pactó además con el conde de Tolosa y recibió vasallaje de
los de Bearn, Bigorra, Nimes, Béziers y Carcasona. Finalmente, en 1172,
pudo heredar el condado de Rosellón, en el sur de Francia, con lo cual sus
dominios del Midi francés quedaban muy ampliados y podían parangonar¬
se a los de época visigoda.
Alfonso II, saliendo de Escatrón, después de firmadas en Sahagún las
paces con Alfonso VIII de Castilla (1170), mostróse decidido a continuar
la reconquista, marchando hacia el Guadalope y el Matarraña. Tomó Cas-
pe, Alcañiz y otras plazas y continuó hasta el valle del Alfambra y el del
Guadalaviar, llegando a la serranía de Albarracín.
En Albarracín se había formado un pequeño núcleo, existente ya en el
siglo x, en el cual creó el rey Lobo de Murcia un señorío que, más tarde,
donó a Pedro Ruiz de Azagra, señor navarro residente entonces en la corte
de Murcia, andigo de aventuras, de espíritu independiente y audaz, quien
juega, en todo este tiempo, una política equívoca que tiende a mantenerle
independiente de hecho de los reyes de Navarra, Aragón y Castilla, entre
cuyos reinos se hallaba situado su dominio. Los reyes de Navarra Sancho VI
y Sancho VII, Alfonso VIII de Castilla y los dos primeros Alfonsos de Ara¬
gón, intervinieron en el señorío del de Azagra, pero éste sabía aprovechar
bien las circunstancias sacando de todos cuanto le convenía, yendo ya con
unos, ya con otros, y no comprometiéndose con ninguno. De este modo,
bajo las equívocas bases creadas por Pedro Ruiz, pudo seguir el señorío de
Albarracín, astutamente calificado de «vasallo de Santa María», indepen¬
diente de Aragón y de Castilla, que no cejaban en su empeño de apoderarse
de él, hasta que en 1369 Pedro IV lo incorporó definitivamente a la corona
de Aragón.
En su afán de repoblar el bajo Aragón, y conservar así las conquistas
realizadas, fundó Alfonso II la ciudad de Teruel (1171) dándole un extenso
fuero, del cual luego el de Azagra (1188), percatado de sus ventajas, consi¬
guió una réplica, prácticamente idéntica, para su señorío de Albarracín.
Desde su entrevista de Sahagún, en 1170, Alfonso II de Aragón y Al¬
fonso VIII de Castilla, jóvenes ambos y entusiastas, actuaron a menudo de
común acuerdo en las campañas organizadas para recuperar el suelo penin¬
sular. Alfonso II, por ejemplo, ayudó a Alfonso VIII, colaborando con sus
tropas al asedio de Cuenca que, después de nueve meses, capituló (1177).
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 235

Agradecido el castellano por tan valioso apoyo, dispensó a Aragón del va¬
sallaje que desde el tratado de Tudellén (1151) prestaba a Castilla, como
reino feudatario. Dicha anulación se hizo en el famoso tratado de Cazorla
(1179) que, como ya hemos indicado, fijaba asimismo los límites de la ex¬
pansión reconquistadora de ambas coronas, taponando a Aragón el paso
hacia el mediodía peninsular.
Los comunes de Daroca y de Teruel, y el señorío de Albarracín, serían
desde ahora los principales defensores de la frontera, centros organizado¬
res de las cabalgadas en tierras islámicas que proporcionaban botín y que
formarían los almogávares, quienes no tardarían en adentrarse por Valen¬
cia y Murcia, colaborando y a veces compitiendo con las Órdenes militares.
Casó Alfonso II con Sancha, hija de Alfonso VII de Castilla, y de ella
tuvo a los dos herederos: Pedro y Alfonso. Antes de morir, en 1196, deci¬
dió el monarca aragonés la división de sus dominios entre sus dos hijos ma¬
yores, otorgando a Pedro el reino de Aragón y el principado de Cataluña;
y los condados de Pallars, Rosellón, Provenza, Montpeller, Rodez y otros
señoríos franceses, al menor, Alfonso.

Pedro II de Aragón el Católico, I de Cataluña

Pedro II (1196-1213) inicia su reinado con un período de luchas inter¬


nas, motivadas por la tirantez de relaciones con su madre Sancha. Aliado
leal después de Alfonso VIII de Castilla, le ayuda en sus luchas contra los
almohades, que constituían en aquellos momentos el mayor peligro. Al lado
de Castilla lucha contra los reyes de León y de Navarra, enemigos del caste¬
llano. Completa la reconquista de Aragón adentrándose hasta Rubielos de
Mora (1204), el Rincón de Ademuz (1210) y Castielfabid (1210). Ante el
común adversario norteafricano, se firman sucesivas treguas entre los va¬
rios reyes cristianos y, en la entrevista de Mallén (1209), Sancho VII de Na¬
varra y Pedro II de Aragón dieron por terminadas las hostilidades entre ellos,
para emprender la lucha común contra el poderío almohade que, como he¬
mos visto, culminó en la famosa batalla de las Navas (1212) en la cual el
monarca aragonés tomó parte activa y resultó levemente herido.
En una etapa intermedia de tranquilidad relativa, después de haber so¬
lucionado las querellas que habían surgido en el sur de Francia por los do¬
minios que había heredado su hermano y vasallo Alfonso, se dirigió Pedro II
a Roma (1204) para ser coronado por el papa Inocencio III e infeudó a la
Santa Sede el reino de Aragón, con promesa de pagarle anualmente un cen¬
so de 250 mazmudinas. El papa, en cambio, le otorgó el privilegio de que
los reyes y reinas de Aragón pudiesen ser coronados en Zaragoza por el ar-
236 MANUEL RIU RIU

zobispo de Tarragona. De regreso a sus estados implantaría el impuesto del


monedaje (1205), provocando una protesta general.
Mientras tanto se agrava la situación en el mediodía de Francia, donde
sigue haciendo progresos la herejía de los cátaros o albigenses que, con cen¬
tro en la localidad de Albí, se extienden por diversos señoríos del sur, pro¬
pugnando una «purificación» fanática por un ascetismo riguroso, con la
abolición del matrimonio y la crítica del clero, causa de relajación moral
y con graves consecuencias sociales.
Pedro II precisaba de la ayuda de Inocencio III para la intervención en
estos territorios, puesto que en ellos los intereses de Aragón eran opuestos
a los de los reyes de Francia. En un principio, pues, actuó de mediador en¬
tre los herejes y el papa. Los primeros eran apoyados firmemente por el
conde Raimundo VI de Tolosa, cuñado del monarca aragonés. Inocencio III
intentó primero la conversión de los sectarios y a ella se dedicó (1206) San¬
to Domingo de Guzmán, canónigo de Osma, que luego fundaría (1215) la
Orden de Predicadores. Al comprobar el fracaso de todo intento de «re¬
conciliación» de los herejes, apoyados incondicionalmente por la nobleza
y la burguesía local, predicó Inocencio III una cruzada contra los albigen¬
ses, cuya responsabilidad declinó el rey de Francia Felipe II Augusto, en¬
cargándose de su organización el conde Simón de Montfort. El conde de
Tolosa se sometió (1209), pero no así el de Béziers y de Carcasona, cuyo
territorio fue invadido y saqueado por las tropas de Simón (1210), quien
finalmente quedóse con él. Cambiando de política Pedro II, ante la actitud
cruel que manifestaba Simón de Montfort contra sus vasallos, acudió a la
Santa Sede en defensa de los mismos, hostigados de forma indiscriminada
por las tropas ocupantes. También el conde de Tolosa había vuelto a la lu¬
cha. Simón pugnaba ahora por apoderarse de su condado y, relegando a
un segundo término los fines religiosos iniciales de la cruzada, asediaba la
ciudad de Tolosa o Tolouse (1211).
Todavía Pedro II se hubo de desplazar entonces para Andalucía con ob¬
jeto de tomar parte en la batalla de las Navas, según vimos, y a su regreso
acudió a Tolosa (1213), fue luego a Cataluña en busca de refuerzos y, des¬
pués de haber fracasado otro intento de reconciliación, decidió acudir a las
armas. Al frente del ejército en el cual figuraban los condes de Tolosa, Foix
y Cominges puso sitio al castillo de Muret (1213), siendo atacado y muerto
por los cruzados de Simón de Montfort. Con la muerte de Pedro II en Mu¬
ret concluía la preponderancia de Aragón en el sur de Francia.
LOS REINOS CRISTIANOS ORIENTALES DESDE 1035 237

El reino de Navarra, independiente de nuevo

Según hemos tenido ocasión de ver, a la muerte de Alfonso I el Batalla¬


dor en 1134, Navarra, disconforme con su testamento, se separó de Aragón
y designó su propio soberano. Los nobles navarros proclamaron rey a Gar¬
cía V Ramírez (1134-1150) en Pamplona, llamándole significativamente, el
Restaurador. Durante su reinado tuvo este monarca que enfrentarse con Al¬
fonso VII de Castilla y con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y
príncipe de Aragón por su boda con Petronila, buscando Navarra la alian¬
za con el soberano francés Luis VIL Una vez firmadas las paces con Casti¬
lla en 1140, prosiguió García V Ramírez su lucha contra Aragón y llegó con
sus tropas hasta Zaragoza (1143). Por mediación de Alfonso VII de Casti¬
lla, se llegó al fin, después de varios años de lucha, a una tregua (1147),
durante la cual acudieron juntos navarros y aragoneses y catalanes a la toma
de Almería.
Su sucesor Sancho VI el Sabio (1150-1194) luchó también contra Ara¬
gón y contra Castilla, por problemas fronterizos. Aprovechando la mino¬
ría de Alfonso VIII de Castilla se apoderó de diversas plazas en la Rioja
y en Burgos, que luego las tropas castellanas recuperaron de nuevo (1173).
Se alió, después, con Alfonso II de Aragón (1190) para luchar contra el cas¬
tellano, excitando incluso a los almohades a luchar contra Castilla. Con San¬
cho VII el Fuerte (1194-1234) Navarra perdió Álava y Guipúzcoa (1206),
anexionadas por Alfonso VIII a Castilla (1206) y Sancho VII acabó hacien¬
do las paces con el castellano en Guadalajara (1207). Ante los preparativos
de la campaña común de las Navas de Tolosa (1212), varias veces citada,
consiguióse también poner fin a las hostilidades de Navarra con Aragón.
En esta campaña Navarra combatió contra sus antiguos aliados los almo¬
hades y a favor de los monarcas con quienes se hallaba en continua enemis¬
tad. Si antes se había aliado con los almohades para defender su pequeño
territorio de las conquistas de Castilla, comprendieron ahora los navarros
el ideal de la cristiandad y lucharon con gran arrojo, secundando a Alfon¬
so VIII, llegando, según quiere la tradición, a romper las cadenas que ro¬
deaban la tienda del califa almohade. En recuerdo de esta acción, Navarra
añadió a su escudo las cadenas simbólicas de este hecho de armas. En los
últimos tiempos de su reinado, Sancho VII el Fuerte solicitó una entrevista
con Jaime I de Aragón, en el curso de la cual llegaron a firmar el tratado
de Tudela (1231) por el cual se comprometían ambos monarcas a ayudarse
mutuamente contra el rey de Castilla y se prohijaban. Siendo, como era,
muy anciano el rey de Navarra y muy joven en aquella fecha el rey de Ara¬
gón, se esperaba que, a la muerte del primero, su reino quedaría de nuevo
reincorporado a Aragón, pero no fue así, puesto que, antes de su muerte,
238 MANUEL RIU RIU

Sancho VII (1234), tres años después del tratado de Tudela, designó suce¬
sor suyo a su sobrino Teobaldo de Champaña, con lo cual el reino de Nava¬
rra entraría de lleno en la órbita de Francia, no volviendo a intervenir en
los asuntos de los restantes reinos peninsulares hasta mucho tiempo des¬
pués tras establecer con ellos una paz duradera. Con la nueva dinastía se
introdujeron en Navarra, asimismo, cambios institucionales y económicos.
9. EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE

En tanto que en la España cristiana se consolidaban los tres reinos (Por¬


tugal, Castilla y Aragón) surgidos de la expansión de los de León y de Na¬
varra, la España musulmana, reunificada por los almorávides, experimentaba
la pérdida progresiva de sus valores morales y de su fuerza combativa. Al-
Andalus formaba parte ahora del imperio almorávide, que tenía su centro
político en el noroeste de África. Mas, desde 1122, un grupo bereber del
Atlas, dirigido por Muhammad ibn Tumart, un reformador de la tribu de
Harga, había comenzado la rebelión contra los almorávides, extendiéndo¬
la, en pocos años, al norte del Magrib.
El grupo rebelde, llamado al-mohade, «el monoteísta», se aprovechó en
Marruecos de las primeras derrotas experimentadas por los almorávides en
al-Andalus. Ibn Tumart (T1130) organizó a los rebelados utilizando la or¬
ganización tribal de las cabilas y las asambleas de jefes, y estableció una
sólida confederación, cuyas instituciones fundamentales fueron la Jama’a
o Consejo de los Diez, y el Ahí al-Jamsin o Asamblea de los Cincuenta,
formada por los jefes de las tribus adictas.

Formación del imperio almohade

Uno de los discípulos incondicionales de Ibn Tumart, Abd al-Mu’min


(1132-1163), le sucedió. Éste reemplazaría el imperio almorávide por el al¬
mohade, con capitalidad en Tinmallal, pero la sumisión de las tribus de Ma-
240 MANUEL RIU RIU

rruecos a su autoridad fue una empresa muy ardua. La causa almorávide


encontró un singular defensor en la figura del vizconde barcelonés Reverter
(al-Ubartayr, de los textos árabes), gran jefe de tropas exiliado de Catalu¬
ña. En las tierras del norte de África se desarrollaron violentos combates
(1140-1147) que no finalizaron ni siquiera con la victoria de Abd al-Mu’min
y la toma de Marraquex (1147), capital almorávide. Pero no tardó Marrue¬
cos en quedar pacificado, en 1148, bajo el dominio de los almohades, y la
influencia de éstos se extendió muy pronto hasta Trípoli.
Mientras tanto, en al-Andalus las dificultades que aquejaban a los al¬
morávides fueron ocasión propicia para la sublevación de las ciudades de
la zona de Mértola, Évora, Beja y Silves (1144) contra sus guarniciones al¬
morávides, sublevación extendida rápidamente a Córdoba, Jaén y Grana¬
da, Valencia, Murcia, Málaga y Cuenca (1145). Estaban surgiendo en España
los segundos reinos de Taifas: los Banu Qasi, en Mértola; los Banu Wazir
en Évora-Beja y Badajoz; los Banu Hamdin en Córdoba. Abu Cháfar Ah-
mad ben Hud, apodado Sayf al-dawla (sable del Estado), de los Banu Hud
de Zaragoza, en Granada, que tuvo que abandonar y cambiar por Jaén;
los Banu Abd al-Aziz en Valencia, Játiva y Alicante; los Banu Abí Cháfar
en Murcia, y otras familias más, todas ellas en situación muy poco estable.
Los almorávides parecieron reaccionar: habiéndose mantenido firmes
en Sevilla, lograron recuperar el dominio de Córdoba y de Granada. Pero
mientras tanto los almohades, atraídos por los rebeldes, habían llegado a
España (1146) y empezaban a intervenir en los conflictos internos de al-
Andalus contra los almorávides. Alfonso VII intentó terciar en ellos y, coin¬
cidiendo con el hundimiento del poder almorávide en África, emprendió
su audaz expedición a Almería (1147), a que ya nos hemos referido, mien¬
tras Alfonso I Enríquez se apoderaba de la ciudad de Lisboa (1148) y el
conde barcelonés Ramón Berenguer IV emprendía la ocupación de los rei¬
nos de Lérida y Tortosa.
Abd al-Mu’min, una vez conseguido el poder en África, en 1148 desde
Tinmallal escribía a al-Andalus y se manifestaba dispuesto a corregir abu¬
sos, hacer cumplir la ley, castigar a los administradores infieles, abolir los
tributos ilegales y reservarse las causas judiciales mayores. Sus hermanos
Abd al-Aziz e Isa fueron enviados a España a cumplir tales designios, reha¬
ciendo el imperio hispano-africano a su favor. Con sangre se fueron redu¬
ciendo los núcleos sublevados y los adictos a los almorávides. No tardaron
en sometérseles los señores andalusíes de Beja, Niebla, Jerez, Ronda y Ba¬
dajoz (1151), hasta caer Málaga (1153) y Granada (1154), y recobrar Alme¬
ría (1157). Por el famoso geógrafo al-Idrisí, que describió la ciudad hacia
1150, sabemos que Almería contaba con 800 talleres de tejidos de seda de
gran calidad, que se fabricaban en ella objetos de cobre y de hierro y que.
EL EFIMERO IMPERIO ALMOHADE 241

CASTILLA
242 MANUEL RIU RIU

desde su puerto, se exportaban hasta Constantinopla y Siria sus manufac¬


turas y sus frutas. Disponía de 970 establecimientos destinados a la venta
de vino, y hospederías, y sus habitantes figuraban entre los más ricos de
al-Andalus.
Sevilla se convirtió en capital del nuevo imperio y en la mayor y más
bella ciudad de al-Andalus. Continuaba sólo independiente Ibn Mardanish,
al frente del reino islámico de Valencia y Murcia. Apodado el rey Lobo por
los cristianos, y luchando en connivencia con ellos, Ibn Mardanish logró
mantenerse al frente de sus dominios hasta su muerte en 1172, asediado en
Murcia. Con la conquista de Murcia en 1172 quedaba en efecto rehecha la
unidad de al-Andalus por el segundo imperio afroespañol, en el último ter¬
cio del siglo XII.
En tanto que el imperio almohade completaba su unidad territorial, Abd
al-Mu’min había fundado Rabat (1150) en la confluencia de las rutas de
Fez y de Marraquex, creaba una escuela para la formación de funcionarios
en Marraquex, combatía a los normandos de Sicilia, se extendía hasta Tú¬
nez, que se rindió sin resistir apenas (1159) al ver sus tropas integradas en
cuatro cuerpos de ejército y su flota de 60 naves, y obligaba a cristianos
y judíos a convertirse al islam. Conquistado todo al-Magrib, lo hizo medir
e impuso a cada cabila el jarach que le correspondía pagar por las tierras
que poseía, calculado en cereales y moneda.
Al-Andalus, mientras tanto, volvía a ser escenario de conflictos y re¬
vueltas. Los almohades fortificaban Gibraltar (1160) y erigían una ciudad
en el peñón, para convertirla en su base de operaciones. Al mando de Ibn
Hamusk, almorávides, cristianos y judíos se habían sublevado en Granada,
con apoyo de 2.000 caballeros mercenarios al mando de Alvar Rodríguez
el Calvo, nieto de Alvar Fáñez. Derrotaron a Utman, gobernador de la ciu¬
dad e hijo de Abd al-Mu’min, y éste al saberlo equipó un ejército de 20.000
africanos, concentrándolos en Málaga, para, desde allí, atacar Granada por
sorpresa (1162), tomarla y realizar una tremenda matanza. Ibn Hamusk,
sin embargo, pudo huir a Jaén. Pacificado el territorio, Abd al-Mu’min inició
grandes obras en Córdoba, entre ellas la reparación de su muralla, con ob¬
jeto de restablecer en ella la administración central de al-Andalus, pero murió
en 1163.

Yusuf I, príncipe de los creyentes

El hijo y sucesor de Abd al-Mu’min, Yusuf I (1163-1184), que había vi¬


vido seis años en Sevilla como gobernador, prefirió esta ciudad a Córdoba
para establecer en ella todos los servicios administrativos y convertirla de
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 243

nuevo en capital. De acuerdo con el sistema sucesorio impuesto por Abd


al-Mu’min para retener el imperio en manos de su familia, le sucedió su
hijo Yusuf I, aunque no era el mayor, y nombró hachib, o jefe de gobier¬
no, a su hermano Abu Hafs. Contó entre sus secretarios al famoso calígra¬
fo Ibn Mashara y entre sus médicos a los no menos famosos Averroes
(Abu-1-Walid ibn Rushd) y Abenzoar (Abu Bakr ibn Zuhr). En 1168, Yu¬
suf I tomó el título de Amir ul-Muslimin (príncipe de los creyentes), con¬
centró sus tropas en Rabat, las trasladó de Alcazarseguir a Tarifa (1171)
y logró terminar con la resistencia de Ibn Mardanish (1172), apoderándose
del reino de Murcia. Instalado en Sevilla hizo construir un puente de barcas
que unía la ciudad con Triana, mandó hacer grandes obras en las dos alca¬
zabas y en la Mezquita Mayor. Y realizó una serie de campañas contra los
reinos cristianos de Castilla y de Portugal, tratando de contener los avances
de los portugueses en el Algarve. Derrotó a éstos ante Silves (1182) hacién¬
doles 1.800 prisioneros y capturando 30 galeras, pero fue herido y halló la
muerte en la campaña contra Santarem (1184). Su cadáver fue llevado a
Tinmallal, donde recibió sepultura.
Los autores, como al-Xaqundí, que nos describen la Sevilla de su tiem¬
po, admiran la belleza de la ciudad y de sus alrededores con quintas, jardi¬
nes, viñedos y alamedas. En la mayoría de las casas no faltaba el agua
corriente, ni árboles frondosos, como el naranjo, el limero, el limonero o
el cidro. El aceite de sus olivares era exportado hasta Alejandría, en Egip¬
to. Y la blancura de sus aldeas encaladas era comparada a «estrellas blan¬
cas en un cielo de olvidos». Los guisos y los frutos, entre ellos las distintas
variedades de higos, eran asimismo ponderados, como la calidad de los vi¬
nos y la espontaneidad de sus gentes, alegres, burlonas y chistosas. Sevilla
era entonces la mayor de las ciudades de al-Andalus.

Abu Yusuf Yaqub, al-Mansur

Abu Yusuf Yaqub (1184-1199), hijo y sucesor de Yusuf I, contaba vein¬


ticuatro años cuando heredó el trono paterno. La práctica del visirato, que
había ejercido en vida de su padre, le había permitido conocer las cualida¬
des de los recaudadores, gobernadores, caídes y demás autoridades, como
recordaría Abd al-Wahid al-Marrakuxí al trazar su retrato literario, consi¬
derándole especialmente preparado para las tareas administrativas. Empren¬
dió una importante reforma monetaria (1185) doblando el peso del diñar de
oro (4,72 gramos), circunstancia que haría que los cristianos llamaran «do¬
bla» o doblón a sus imitaciones. En sucesivas algaradas tomó Alcácer do
Sal y Silves (1191) en Portugal, fundó la fortaleza de Aznalfarache en el
244 MANUEL RIU RIU

Guadalquivir (1192), asoló el campo de Calatrava (1195), derrotó a Alfon¬


so VIII en Alarcos (1195), victoria que le permitió tomar el título de al-
Mansur (el Victorioso) y avanzó por la Mancha, volviendo a recuperar para
el islam todo el valle del Guadiana y el curso medio e inferior del Tajo, con
lo cual los cristianos perdían las conquistas efectuadas entre 1181 y 1188.
Hubo de combatir a los Banu Ganiya de las Baleares que, después de
haberse independizado de los almorávides, ocuparon Bugía (1184) y recu¬
peró la plaza (1185) llevando la lucha a las islas en apoyo de los prisioneros
cristianos sublevados bajo el mando de Ali ibn Reverter, el hijo del famoso
Reverter. Los Banu Ganiya luego provocaron revueltas en Ifriquiyya (1192),
pero los almohades pudieron sofocarlas.
La victoria de los almohades en Alarcos (19 de julio de 1195), que les
proporcionó unos 5.000 cautivos, facilitó la ocupación de Guadalferza, Ma-
lagón, Benavente, Calatrava la Vieja y Caracuel, adentrándose en la Extre¬
madura leonesa y castellana la primavera siguiente (abril de 1196) con la
toma de Montánchez, Trujillo, Plasencia, Escalona y la vega de Toledo,
para regresar a Córdoba después de una cruenta campaña de saqueo y de¬
solación. Alfonso IX de León y Sancho VII el Fuerte de Navarra aprove¬
charon la oportunidad para atacar a Castilla por sus respectivos flancos,
llegando el primero hasta Villasirga y el segundo hasta los viñedos de Lo¬
groño, en la Rioja. La ayuda de Pedro II de Aragón permitió a Alfonso VIII
de Castilla obligar a retirarse a los almohades y sus aliados (julio de 1196).
Pero todavía Abu Yusuf Yaqub en la primavera de 1197 pudo realizar nue¬
vas gazúas contra Toledo, Madrid y Guadalajara, talando los campos y que¬
mando las cosechas, para volver por Cuenca, Alcaraz y Úbeda a Córdoba
y Sevilla. Mas la actitud severa y hostil de los almohades hizo que los reyes
cristianos fueran olvidando sus rencillas y prepararan el desquite.
Abu Yusuf Yaqub regresó enfermo a Marruecos (abril de 1198) y pre¬
paró cuidadosamente la sucesión de su hijo Muhammad, aunque éste sólo
tenía diecisiete años de edad, haciéndolo proclamar y reconocer en al-
Andalus, al-Magrib e Ifriquiyya. Retiróse luego a la Alcazaba de Marra-
quex, donde murió (el 22 de enero de 1199). Ibn Abi Zar nos dice de él que
fue «el más ilustre de los reyes almohades», ensalzando su conducta.

El final del imperio almohade

Muhammad ibn Yaqub al-Nasir (1199-1213), heredó el imperio almoha¬


de poco antes de finalizar el siglo XII y hubo de enfrentarse con los Banu
Ganiya, que gobernaban todavía las Baleares con el apoyo de Pedro II de
Aragón. Logró reducir a la obediencia, sucesivamente, Ibiza, Menorca y
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 245

Mallorca (1202-1203) pero entonces los restos de los almorávides, al mando


de Yahya el Mallorquín, trasladaron su centro de operaciones al norte de
África, extendiéndose por Trípoli y Túnez, donde fueron vencidos (1206)
y eliminados del Magrib (1209).
Alfonso VIII iba preparándose, mientras tanto, para el combate decisi¬
vo, secundado por Pedro II de Aragón y por Sancho VII el Fuerte de Nava¬
rra, que con sus huestes acudieron al punto de reunión fijado: Toledo.
Al-Nasir pensaba poder conjurar también el peligro cristiano, como había
conjurado el de los últimos almorávides, y reunió un gran ejército en Tari¬
fa (1211), marchando hacia Sevilla, Jaén, Baeza y las Navas de Tolosa, donde
el 16 de julio de 1212, sus 100.000 hombres (si no exageran los cronistas)
iban a sufrir una aplastante derrota ante 60.000 castellanos y aragoneses,
secundados por 200 caballeros navarros, algunos portugueses y algunos ca¬
balleros de ultrapuertos.
Al-Nasir tuvo que huir precipitadamente a Jaén y los cristianos toma¬
ron Vilches, Baños de la Encina, Tolosa y Úbeda, donde hicieron muchos
cautivos. La peste hizo entonces presa en el campamento cristiano y obligó
a dar por terminada la campaña. Según el relato de Ibn Abi Zar, en su Rawd
al-Qirtas, alrededor de la tienda de al-Nasir murieron más de 10.000 gue¬
rreros de su guardia, antes de que éste se decidiera a emprender la huida
rodeado por un fuerte destacamento de lanceros negros. No hubo apenas
prisioneros porque los heraldos de Alfonso VIII gritaban a las tropas cris¬
tianas que mataran y no apresaran al enemigo, advirtiendo: «El que traiga
un prisionero será muerto con él.» No obstante, el número de prisioneros
fue notable antes de que finalizara la campaña.
La victoria de las Navas aseguraba a los castellanos el paso de Despeña-
perros y les facilitaba libre acceso al valle del Guadalquivir. Los musulma¬
nes fueron conscientes de que aquella batalla les dejaba desamparados y
en inferioridad de condiciones. La rica vega del Guadalquivir se abría a los
ojos cristianos como una presa fácil. Alfonso II de Portugal no tardó en
apoderarse de Alcácer do Sal (1217), el gran centro salinero; Alfonso IX
de León recuperó Alcántara (1214), Alfonso VIII de Castilla: Vilches, Osa
de Montiel y otras plazas menores. El botín conseguido fue muy considera¬
ble, pero todavía quedaba en manos de los musulmanes almohades la ma¬
yor parte del valle del Guadiana.
Muhammad ibn Yaqub al-Nasir no supo sobrellevar su desgracia y fa¬
lleció poco después en Marraquex (24 de diciembre de 1213) envenenado
con una copa de vino. El vencedor, Alfonso VIII, vengado, no tardaría en
seguirle a la tumba (1214). Mas el imperio almohade no pudo sobrevivir
ya en al-Andalus a esta derrota. Muy pronto aparecieron las terceras Tai¬
fas, fragmentándose una vez más el poder en la España islámica, mientras
246 MANUEL RIU RIU

en Marruecos surgía una vez más otra fuerza disidente, la de los Banu Ma¬
rín o benimerines, que no tardaría en prevalecer y en intervenir también en
España.
A Muhammad ibn Yaqub le sucedió su hijo Yusuf II (1213-1224), muy
joven todavía, que no se movió de Marraquex, enviando a España a sus
tíos Abu Abd Allah, como gobernador de Valencia y Játiva, y Abu Mu¬
hammad, como gobernador de Murcia y sus territorios. Otro tío suyo,
Abu-l-Alá fue gobernador de Sevilla y edificó la Torre del Oro (1220) para
vigilar las orillas del río Guadalquivir y proteger la ciudad de ataques
enemigos.
Para suceder a Yusuf II fue elegido su tío abuelo, el anciano Abu Mu¬
hammad Abd al-Wahid (1224), quien reinó sólo unos ocho meses (de enero
a agosto) y no fue reconocido en Murcia, gobernada por su sobrino Abu
Muhamad Abd Allah (que tomó el título de al-Adil). Abd al-Wahid fue des¬
tronado y muerto, a pesar de haber abdicado en favor de al-Adil. Al-Adil
(1224-1227) fue reconocido en la mayor parte de al-Andalus y también en
el Magrib, pero no en Ifriquiyya, ni en Valencia, Játiva y Denia, goberna¬
das por el said Abu Zayd, quien en 1225 prestó homenaje a Fernando III
el Santo. Un hermano de Abu Zayd, Abu Muhammad al-Bayasí (el Baeza-
no), se sublevó también en Baeza, se proclamó a sí mismo califa (1224) y
fue reconocido por los habitantes de Baeza, Córdoba, Jaén, Quesada y las
fortalezas de la Frontera Media.
El imperio almohade se estaba fraccionando. De inmediato comenza¬
ron las luchas entre las distintas fracciones, con intervención de Alfonso IX,
que obtuvo del Baezano las plazas de Baeza y Quesada a cambio de un soco¬
rro de 20.000 jinetes, y también del hermano del propio al-Adil, Abu-l-Alá
Idris al-Mamún (1227-1232), quien fue asimismo reconocido en Sevilla, en
todo al-Andalus y en Ceuta y Tánger cuando se negó a prestar homenaje
a su hermano al-Adil.
Muerto al-Adil en 1227, estrangulado, fue proclamado califa de los al¬
mohades Yahya ibn al-Nasir, llamado Abu Zakariya y también al-Muctasim
bilah (el protegido de Allah), un sobrino de al-Mamún. Pero los árabes jult
y las cabilas de los haskura se mantuvieron en la obediencia de al-Mamún
y derrotaron a las tropas de Yahya, quien se vio precisado a refugiarse en
el Atlas, en Tinmallal (1229), y murió traicionado pocos años más tarde (1236).
Mientras tanto, en 1231, todo al-Andalus había dejado de pertenecer al do¬
minio de los almohades, pues se apoderó de él Ibn Hud, que se había pro¬
clamado rey, e incluso Ceuta se le sometió. Al-Mamún, el hijo de al-Mansur,
se había quedado sólo con Marruecos y se dedicó a desarraigar de sus gen¬
tes la doctrina de los almohades, mandó suprimir el nombre de al-Mahdi
en la oración pública de los viernes, hizo ajusticiar a muchos reticentes y
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 247

fue concentrando su poder en Marraquex. Su última reforma monetaria con¬


sistió en hacer redondos de nuevo los dirhemes cuadrados de plata almoha¬
des. Murió de un ataque de ira en 1232.

Instituciones básicas del imperio almohade

Desde la época de Ibn Tumart, que no había ocultado su deseo de reins¬


taurar un califato a su favor, figuraría al lado del profeta, imam o príncipe
de los creyentes almohade un séquito personal (Ahí al-Dar) de unas veinte
personas, cuatro de las cuales eran sus servidores personales, y los restantes
pertenecían a los dos Consejos: el Consejo de los Diez, elegidos entre los
primeros seguidores del imam almohade según dijimos, y el Consejo de los
Cincuenta, integrado, entre otros, por los jeques de las cabilas adictas y des¬
tinado a aconsejar al príncipe en los momentos decisivos. En dicho Conse¬
jo figuraban faquíes, cadíes, los visires y médicos del soberano, el tesorero,
etcétera.
El título de emir con que se designó a los príncipes almohades precedió
en ocasiones —tal fue el caso de Yusuf I— al de príncipe de los creyentes
que le aseguraba la administración suprema del imperio, formado por tres
grandes regiones: al-Magrib, Ifriquiyya y al-Andalus. El califa o príncipe
de los creyentes resuelve, como juez máximo, personalmente los litigios de
quienes acuden a su presencia: delegados de países amigos o enemigos, ca¬
díes, jeques, señores de diversa categoría, predicadores y poetas.
El príncipe almohade posee un sello-anillo con su divisa. La de al-Mansur,
por ejemplo, era: «En Allah, confío.» Abu Yusuf Yaqub al-Mansur fue el
primero (en 1184) entre los soberanos almohades en encabezar sus escritos
con la invocación: «Alabanzas a Allah, el Dios único», que desde entonces
se hizo habitual. Los califas almohades abolieron los tributos ilegales y se
congraciaron las cabilas bereberes muy pronto, invirtiendo el quinto del botín
que les correspondía en grandes construcciones o en obras piadosas, y re¬
partiendo el resto del botín entre los soldados (consta explícitamente que
así se hizo todavía después de la victoria de Alarcos, en 1195).
La organización provincial en distritos (kuras) presididos por núcleos
urbanos y regidos por gobernadores nombrados por los califas, a menudo
entre sus parientes próximos (tíos, hermanos y primos) en garantía de ma¬
yor fidelidad, siguió vigente. Sin embargo éstos, aunque le juraran fideli¬
dad, no siempre cumplieron los juramentos, y la historia del imperio
almohade está esmaltada de sublevaciones e intrigas en el propio seno de
la familia reinante. Después de 1212 la organización del imperio mostró fisu¬
ras irreparables. Ni los tíos del príncipe ni los jeques almohades eran obe-
248 MANUEL RIU RIU

decidos, y los gobernadores de las provincias más alejadas de los centros


decisivos del poder actuaban, asimismo, con independencia.
Para la formación de funcionarios Abd al-Mumin había creado una es¬
cuela en Marraquex, a la cual hizo que acudieran —como recuerda Huid—
jóvenes de familias escogidas de Sevilla, Córdoba, Fez y Tremecén, organi¬
zó cursillos semestrales y formó más de 3.000 funcionarios. Éstos apren¬
dían de memoria el Corán, la Muwatta’ de Malik ibn Anas (fundador de
la escuela maliquí) y los escritos de Ibn Tumart, para su formación religio¬
sa y jurídica. Esta educación se completaba con ejercicios físicos y milita¬
res: equitación, tiro al arco, natación, etc. Los propios hijos del príncipe
estudiaron en esta escuela y fueron enviados luego de gobernadores. Cuan¬
do Sevilla se convirtió en la nueva capital de al-Andalus almohade y el prín¬
cipe Yusuf, uno de los hijos de Abd al-Mumin, fue designado gobernador,
contó con la ayuda de cincuenta jóvenes sevillanos, educados en la escuela
de Marraquex, para reorganizar la administración central de al-Andalus.
El intento posterior (en septiembre de 1162) de restablecer en Córdoba la
capitalidad —aún en vida de Abd al-Mumin— no tuvo éxito, porque esta
ciudad había perdido ya el esplendor y la vitalidad de antaño. Y al poco
tiempo de fallecer Abd al-Mumin, en mayo de 1163, su hijo Yusuf, que ha¬
bía vivido en Sevilla como gobernador según dijimos, decidió devolver a
esta ciudad la capitalidad de al-Andalus almohade que conservaría hasta
los últimos días del imperio.
La guerra santa era muy importante para los almohades. De ahí que se
preocuparan por tener un ejército bien organizado. Se dice que los almoha¬
des llegaron a tener en armas, entre mercenarios, árabes, zanata, masmuda,
magrawa, sinhadja, awraba y otras tribus bereberes, las tropas propiamen¬
te almohades, los guzz y los arqueros, y la guardia personal negra del cali¬
fa, unos 300.000 jinetes, 80.000 voluntarios de la fe y 100.000 peones (en
1163), aunque las crónicas nos hablan de ejércitos de 20.000 a 15.000 hom¬
bres en diversas campañas (1170), y aun de gazúas menores. La presencia
de arqueros en los ejércitos almohades, que combaten en vanguardia y cuyo
número alcanzaría unos 10.000, parece haber constituido una novedad en
la estrategia islámica, así como los asedios prolongados con máquinas de
guerra. Persistía la agrupación cabileña de las tropas (árabes, zanata, ag-
zaz, masmuda, magrawa, sinhadja, awraba, etc., combaten agrupados junto
a sus jeques, sin mezclarse), la separación del ejército andalusí, y de la guardia
de negros que protege la persona del príncipe de los creyentes. Los volunta¬
rios de la fe constituían, asimismo, un cuerpo de elite que combatía bajo
la bandera verde.
Cuando se expugna una fortaleza es frecuente degollar a todos sus de¬
fensores. Sigue la costumbre de cortar la cabeza de los rebeldes a la autori-
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 249

dad califal y enviarla a Marraquex para su exposición al público, como la


de tomar prisioneros y pedir rescate por ellos. En una sola ocasión consta
haberse hecho cautivos a 13.000 mujeres y niños, convertidos en esclavos
(1189). Se combate a banderas desplegadas, cada cabila con la suya, para
facilitar el que cada combatiente pueda agruparse con los suyos, y el redo¬
ble de los tambores produce un ruido atronador al mezclarse con los gritos
de los combatientes.
Ibn Abi Zar cuenta que en 1211 al-Nasir, antes de llegar a Sevilla desde
Tarifa, dividió su ejército en cinco cuerpos: el primero, de atabes; el segun¬
do, de bereberes (zanatas, masmudíes, gomaras y demás cabilas de al-
Magrib); el tercero, de los voluntarios (que sumaban 160.000 entre jinetes
y peones); el cuarto, de andaluces con sus caídes y auxiliares; y el quinto,
de almohades. Cada cuerpo tenía su propio campamento, sus banderas, sus
tambores, etc. Consta explícitamente que el campamento almohade que en
1152 asediaba Almería fue rodeado con un muro, aunque estas medidas de
fortificación de campamentos no solían ser habituales.
Las noticias de obras de fortificación o de los efectivos de que dispo¬
nían los ejércitos suelen ser esporádicas. Consta explícitamente la fortifica¬
ción de las fronteras de al-Andalus desde 1164, la construcción de la fortaleza
de Gibraltar (marzo a noviembre de 1160), o el asedio de Salvatierra con
cuarenta máquinas (en 1211), la adquisición de caballos para el ejército y
el almacenamiento de armas y municiones. Se sabe que Abd al-Mumin, de¬
seoso de potenciar el cuerpo de arqueros, ordenó en 1162 que se fabricaran
flechas en todo el imperio, llegando a fabricarse diez quintales diarios. Los
arcos se hacían con madera de tejo.
También en 1162 decidieron los almohades reorganizar su flota y Abd
al-Mumin ordenó construir 400 naves, la mayor parte de ellas en los astille¬
ros de las costas africanas, y sólo ochenta naves en los de al-Andalus. Pero
no sabemos hasta qué punto sus órdenes fueron cumplidas. En el combate
naval de Silves (1182) combatieron cuarenta galeras almohades (para en¬
tonces cifra considerable) y, según los cronistas musulmanes, capturaron
treinta galeras cristianas.

Economía y sociedad del imperio almohade

Aunque está sin hacer el estudio de la sociedad y economía del imperio


almohade y desconocemos el número de sus habitantes, sabemos que los
almohades confiscaron la cuarta parte de sus bienes a los pobladores de al-
Andalus, salvo a los de Jerez, por haber sido los primeros en capitular y
prestarles obediencia (1146), y a algunos personajes relevantes que gozaron
250 MANUEL RIU RIU

del privilegio de exención, como el cadí de Sevilla, Abu Bakr ibn al-Arabí
(1148), por haber prestado su colaboración a los nuevos dominadores.
Abd al-Mumin, en 1159, hizo medir Ifriquiyya y al-Magrib, en parasan-
gas y millas, para adecuar la contribución a las propiedades. La zona de
las montañas (bosques, ríos, salitrales, caminos y precipicios), que repre¬
sentaba una tercera parte del territorio, no se midió y en el resto se estable¬
ció el impuesto territorial (jaray), obligando a cada cabila a entregar una
cantidad proporcional de cereales y de dinero de acuerdo con sus tierras.
También Abu Yaqub Yusuf se contentó con percibir el jaray, sin imposi¬
ciones arbitrarias, ni injustas (makus), y con ello aumentó la riqueza del
país, logrando la paz y seguridad en los caminos, según cuentan sus apolo¬
gistas.
A esta política impositiva moderada le siguió una reforma monetaria
importante, obra de Abu Yusuf Yaqub al-Mansur, quien en 1185 ordenó
doblar el peso del diñar de oro, que pasaría de 2,36 gramos (peso que te¬
nían los dinares de Abd al-Mumin y de Yusuf I) a pesar 4,72 gramos, equi¬
parándose con el peso de los dinares orientales. Con esta reforma, el «peso
doble» de las monedas hizo que se llamaran «doblas» o «doblones» entre
los cristianos de al-Andalus, y sus imitaciones posteriores. Otra caracterís¬
tica peculiar fue la inscripción enmarcada en cuadrados inscritos dentro del
perímetro circular, en los dinares, y la forma cuadrada de los pequeños dir-
hemes de plata, hasta que al-Mamun, en torno de 1230, decretó la supre¬
sión de esta forma y la vuelta a la forma redonda. Abundan las acuñaciones
anónimas, con una simple invocación religiosa, procedentes de las cecas de
Córdoba, Sevilla, Jaén, Baza, Valencia, Ceuta, Jerez, Granada, Málaga,
Murcia y Mallorca.
Los almohades emprendieron obras de regadío para mejorar la agricul¬
tura, como por ejemplo el montaje de norias para hacer subir el agua del
Guadalquivir, en 1196. En al-Andalus, además del cultivo generalizado de
cereales (trigo, avena, cebada...) y leguminosas (especialmente habas), consta
la existencia de viñedos, un poco por todas partes, y la de numerosos árbo¬
les frutales: higueras (especialmente apreciadas las de Málaga), manzanos,
perales, granados, etc. Los alcornoques del valle de los Pedroches produ¬
cían bellotas de calidad. Los olivares de la zona de Arcos de la Frontera
tenían fama. El aceite de Ajarafe, de gran calidad, prensado en las almaza¬
ras locales, se exportaba desde Sevilla a los puertos del Magrib, y por vía
terrestre a numerosos mercados. El algodón se producía, asimismo, en Gua-
dix y en la zona de Sevilla y se exportaba al África Menor. Las plantaciones
de caña de azúcar de Sevilla y Granada eran también importantes. Las huer¬
tas de Valencia y Murcia consta que se regaban con canales subterráneos.
Se producía, asimismo, azafrán en Baeza y lino en abundancia en los llanos
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 251

de Elvira (Granada), y esparto en Alicante, exportado a numerosos países


como otros productos agrícolas.
Junto a estos cultivos destacados, cabría mencionar la abundancia de
rebaños de cabras, ovejas, bovinos, mulos, etc. La pesca, en Bezmiliana
o en Sidona. La riqueza de los bosques de pinos, y los bosques de tejos de
Segura de la Sierra, con los cuales se fabricaban arcos.
Las minas de mercurio de Ovejo, al norte de Córdoba, empleaban a 3.000
trabajadores y el producto se exportaba a todo el mundo. La recogida de
pepitas de oro cerca de Lisboa, junto a la fortaleza de Almada, y la obten¬
ción de oro, plata, cobre y plomo en las cercanías de Granada, se hicieron
proverbiales.
Las moreras de los llanos de Elvira, de Baza y de Jaén, extendidas por
sus numerosas aldeas, permitían una magnífica producción de seda. Ya he¬
mos indicado que tan sólo en Almería existían por entonces 800 telares des¬
tinados a tejer sedas, y se fabricaban toda clase de tejidos para el consumo
local y para la exportación a toda la cuenca del Mediterráneo. En Baza se
tejían unos tapices hechos de un brocado excelente, y en Chinchilla tam¬
bién. Otros numerosos centros artesanos se extendían por las ciudades y por
las aldeas de al-Andalus.
Abundaban ya los mercados semanales (en Cabra, por ejemplo, se cele¬
braban los jueves), además de los zocos y las tiendas. En Algeciras, las tien¬
das se extendían desde la mezquita mayor hasta los bordes del mar. Los
tratados de hisba de la época, como el de Ibn Abdun, aplicado a la Sevilla
del siglo xii y fechable a comienzos del mismo, revelan la expansión y or¬
ganización del comercio, no limitado a satisfacer el consumo interior, sino
extendido a ambas orillas del Mediterráneo a través de puertos como los
de Saltés, Algeciras, Gibraltar, Málaga, Almería, Almuñécar, Denia o Ali¬
cante (estos últimos con astilleros), entre otros.

Los NÚCLEOS URBANOS DE AL-ANDALUS

A comienzos del siglo XII existían en al-Andalus siete ciudades, por lo


menos, con más de 40 hectáreas de superficie, y de 15.000 a 27.000 habitan¬
tes: Córdoba, Almería, Granada, Ciudad de Mallorca, Zaragoza, Málaga
y Valencia, además de la capital Sevilla, que a lo largo del siglo alcanzaría
un desarrollo espectacular. Eran todas ellas ciudades amuralladas, con foso
y puertas protegidas por fuertes torres. El núcleo central, rodeado asimis¬
mo por un muro interior, lo constituía la madina, o ciudad propiamente
dicha, con la mezquita mayor, una plaza enfrente, la alcaicería (kaisaria)
o espacio cerrado para las mercancías más preciosas, los cambistas de mo-
252 MANUEL RIU RIU

neda, generalmente judíos, y el comercio principal y la ceca. Carecía en cam¬


bio de edificios administrativos. La rodeaban los arrabales, apenas
coordinados, con sus propias murallas también, sus mezquitas, tiendas, vi¬
viendas, talleres, alhóndigas u hospederías para mercaderes, baños y hor¬
nos. En los arrabales solían concentrarse los diversos oficios: curtidores,
tintoreros, alfareros, tejedores, etc. Existían barrios de mozárabes y de ju¬
díos, con sus iglesias y sinagogas.
Abundaban las callejas tortuosas y los callejones sin salida (adarves),
algunas calles estaban cubiertas con bóvedas y otras adornadas con arqui¬
llos transversales. Las plazas eran pequeñas y los zocos, azogues o merca¬
dos diarios y permanentes, eran también reducidos. En ellos se vendían el
ganado, la carne, el pescado, las hortalizas, el aceite, cereales, legumbres
y frutas. No hubo ferias propiamente dichas porque los mercados diarios
y las tiendas suplían su necesidad. La ciudad islámica, aunque careció de
una organización municipal, tuvo ciertos funcionarios, como el zalmedina
(sahib al-madina) o señor de la ciudad, el prefecto o jefe de policía (sahib
al-surta) al mando de la policía urbana, el juez del mercado (sahib al-suq
o zabacoque) sustituido desde el siglo xi por el almotacén (muhtasib o mus-
tagaf) o inspector de pesas y medidas, y el responsable de la oración (sahib
al-sala) encargado de que se pregonara desde los alminares las horas dedi¬
cadas a la oración, además de los auxiliares del almotacén pertinentes, se¬
gún la importancia de la ciudad, que en el caso de Sevilla eran diez.
El almotacén era el mejor auxiliar del cadí o juez, y estaba capacitado
para infligir castigos corporales o encarcelar a quienes delinquían en los mer¬
cados, o arbitrar en las querellas suscitadas entre vendedores y comprado¬
res, y vigilar la conducta de los abogados, masajistas, bañeros, etc. Debía
verificar las pesas y medidas, ajustar las balanzas, fijar los precios diaria¬
mente, exigir calidad en los productos, cerciorarse de la honradez de mer¬
caderes y compradores, de médicos y cirujanos sangradores, y reprimir los
fraudes. Sus atribuciones se extendían a los gremios locales de artesanos
y a la defensa de la moralidad pública, debiendo vigilar especialmente mez¬
quitas, iglesias y cementerios, y a los mozos que acudían a festejos, así como
la limpieza de las calles y plazas evitando que se echaran basuras, inmundi¬
cias o barreduras en la vía pública. Algunas ciudades contaban con servi¬
cios de vigilancia nocturnos (al-darrab).
En los mercados urbanos se vendía desde pan, pescado frito y buñuelos
y albóndigas, salchichas, carne asada de cordero, de vaca o de cabra, paste¬
les de queso, rosquillas, leche, picadillo, conejos y volatería, hasta frutas
como uvas, higos o melones, hortalizas y especias como el azafrán o la ca¬
nela. En la ciudad o en sus alrededores se fabricaban tejas, adobes y ladri¬
llos (de acuerdo con las medidas de los modelos conservados en la mezquita
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 253

mayor), cerámica, yeso y cal; objetos de oro, plata, cobre y hierro, herra¬
duras de caballos, armas, paños de muy diversas clases y telas, zapatos, etc.
Los diversos oficios artesanos se hallaban agrupados en calles y barrios, don¬
de los talleres abrían sus puertas a la calle y se trabajaba a la vista de los
transeúntes.
Abu Yusuf Yaqub hizo construir en Sevilla, en 1196, un zoco cerrado
con cuatro grandes puertas, una a cada lado, con sus tiendas, e hizo que
fueran a establecerse allí los perfumistas, drogueros, especieros, comerciantes
de telas, sastres, etc. Los puestos eran de alquiler, pues el zoco pertenecía
a la casa real, pero las gentes pujaban para obtenerlos y con ello obtuvo
el príncipe considerables ingresos.

La espiritualidad, cultura y arte

Muhammad ibn Tumart (TI 130), fundador del imperio almohade, fue
de origen humilde y oriundo de una de las cabilas de los masmuda magri-
bíes, viajó a Oriente y allí recopiló tradiciones referentes al Profeta del is¬
lam, y estudió los fundamentos y dogmas del islamismo con Abu Hamid
al-Gazzali. Vuelto al Magrib en 1116, se dedicó a predicar por los zocos
y calles, presentándose como al-Mahdi, el esperado, anunciando la unici¬
dad de Dios y manifestando su propósito de instaurar un nuevo califato,
«prohibiendo lo pecaminoso, derramando el vino y rompiendo los instru¬
mentos de placer», deseoso de devolver a los musulmanes la pureza origi¬
naria. Sus seguidores recibieron el nombre de al-mohades, «los unitarios».
Eligió diez compañeros (en Tinmallal, 1121) para formar con ellos el primer
Consejo, se proclamó imam, con lo cual se aproximaba a las sectas chiíes,
e invitó a las cabilas bereberes a reconocer su autoridad y seguirle. Otros
cincuenta compañeros y jeques constituyeron el Consejo de los Cincuenta,
consejo de gobierno de los almohades. Con esta organización embrionaria
empezó a predicar la lucha contra los almorávides, considerándoles impíos
y herejes, acentuó la unicidad de Dios, tradicional en el islam, y dio co¬
mienzo a la conquista de su propio imperio, repartiendo el botín obtenido
entre sus seguidores.
Las manifestaciones de rigor y piedad se tradujeron en obras perennes.
Abd al-Mumin, en 1156, podía ordenar ya la restauración de las mezquitas
del imperio almohade, a la vez que obligaba a quemar los libros de juris¬
prudencia (furu) y a estudiar la tradición propia de los almohades, estable¬
cida a partir de los escritos de Ibn Tumart, que venía a sustituir a la sunna
o tradición ortodoxa sunní. Otras manifestaciones de piedad tuvieron por
efecto el granjearse el aprecio del pueblo, tales como el donativo de 100.000
MANUEL RIU RIU
254

dinares que, a raíz de su proclamación en 1184, al-Mansur distribuyó entre


los pobres del Magrib.
En ocasiones, cristianos y judíos fueron obligados a convertirse al islam
o fueron condenados a muerte o al exilio. Y aunque no cabe hablar de una
persecución sistemática ni de exterminio, la severidad y el celo proselitista
de los almohades les llevaron a la realización de purgas o matanzas tanto
entre los no islamitas como entre los propios islamitas (como los almorávi¬
des) cuando se resistían a aceptar sus reformas. Con todo, en los períodos
de tranquilidad se toleró la presencia de iglesias y sinagogas abiertas y con
culto en las ciudades y en la campiña de al-Andalus, si bien se tomaron me¬
didas contra los músicos (1191), cantores y juglares, y se castigó con severi¬
dad la corrupción. Tres poetisas destacaron en el siglo XII: las granadinas
Nazhun y Hafsa, y Hamda de Guadix.
Los propios califas almohades fueron personas cultas y protectores de
sabios y poetas. De Abd al-Mumin se dice que conocía muchas ciencias hu¬
manas y divinas, maestro en la gramática y en la lengua árabe, en la litera¬
tura y en la lectura del Corán, y versado en historia. De al-Mansur, que
era amigo de los sabios, los honraba y atendía sus consejos.
Abu Bakr ibn Tufayl, de Guadix (TI 185), el visir y médico de Abu Ya-
qub, fue muy hábil en el diagnóstico y en el tratamiento de las heridas. Otro
visir y médico de renombre fue el cordobés Abu Marwan Abd al-Malik ibn
Qasim (TI 180). Entre los jurisconsultos cabe recordar a Abu Bakr Muham-
mad ibn al-Arabí (TI 151).
Figuras de gran relieve fueron Ibn Rushd (Averroes) y Abu Bakr ibn
Zuhr (Abenzoar) que ejercieron de faquíes, médicos y cadíes, además de
visires de los califas almohades. De Averroes (1126-1198) cabe recordar que
fue uno de los máximos filósofos del islam, comentador e intérprete de Aris¬
tóteles e introductor del pensamiento de éste en la cultura del occidente eu¬
ropeo, en cuyos centros culturales ejerció gran influencia hasta finales de
la Edad Media. Escribió, además, un tratado enciclopédico de «Generali¬
dades sobre la medicina» (al-Kulliyat fi al-Tibb), conocido en el occidente
latino por «el Colliget» (1169), y una réplica filosófica a al-Gazzali, titula¬
da «La incoherencia de la incoherencia» (Tahafut al-Tahafut), que le pro¬
porcionó serios quebraderos de cabeza en los círculos almohades. Del
sevillano Abenzoar (c. 1094-1162), médico y miembro de una familia de mé¬
dicos distinguidos, se han conservado varios escritos de medicina, entre ellos
el Taysir, destinado a facilitar la terapéutica y la dieta, en que sintetizó los
conocimientos prácticos de su tiempo.
Otra de las figuras más destacadas de este tiempo fue el rabino cordo¬
bés Mosés ben Maimón, Maimónides el Sefardí (1135-1205), sabio entre los
sabios, polígrafo profundo y célebre filósofo, autor de la popular «Guía
EL EFÍMERO IMPERIO ALMOHADE 255

de perplejos» (el Moréhnebukim), entre otras muchas. Judío exiliado de Es¬


paña a raíz de la invasión almohade, peregrinó por el norte de África varios
años, hasta aposentarse en Egipto, al amparo de los ayubíes, donde discu¬
rriría la última parte de su vida.
La decisión de los almohades de invertir en obras públicas buena parte
del quinto del botín correspondiente al califa les permitió realizar a partir
de 1164 grandes contrucciones, fortificar las fronteras de al-Andalus,
desde 1164 hasta 1184, reforzando sus fortalezas; construir varios puentes,
entre ellos uno en Sevilla sobre el Guadalquivir (1170); hospitales, mezqui¬
tas de tres y de cinco naves, entre ellas la magnífica Mezquita Mayor de
Sevilla (1172-1195) con su elevado alminar (1195), las alcazabas interior y
exterior de esta ciudad, los fosos de la muralla, los muelles de ambas orillas
del Guadalquivir; fortalezas como la de Aznalfarache (1198) en la ribera
del mismo, y la conducción del agua desde Alcalá de Guadaira hasta Sevilla
(1172). Entre 1184 y 1187 un vasto plan de obras públicas condujo a labrar
cisternas en la campiña y construir junto a ellas las correspondientes posa¬
das, para facilitar las rutas a los viajeros por el Magrib. Acaso el monu¬
mento más conocido de al-Andalus almohade sea, sin embargo, la Torre del
Oro, construida en Sevilla en torno de 1220 para proteger el acceso a la ciu¬
dad desde el Guadalquivir y avisar de posibles invasiones enemigas.

Algunos aspectos de la vida en al-Andalus

Excavaciones recientes en distintos puntos de al-Andalus, como las de


Mértola (Portugal) a orillas del Guadiana o las de Cieza en Murcia, permi¬
ten hoy conocer cómo eran las viviendas en la España musulmana del si¬
glo XII, con la disposición de las habitaciones en torno de un patio a cielo
abierto, sus zócalos de estuco rojo, sus paredes y sus techos decorados con
motivos geométricos y florales, las grandes tinajas de sus almacenes empo¬
tradas en el subsuelo de las viviendas, sus hogares adosados a los muros,
sus escasas ventanas con celosías al exterior y su única puerta a la calle, sus
letrinas y sus azoteas.
Las obras literarias, como la Qasida maqsura de Abu-l-Hasan Hazim
al-Qartayanní (TI285) estudiada por Emilio García Gómez, nos permiten
atisbar cómo se vivía en estas casas y calles o en el paisaje andalusí, recor¬
dado años después con nostalgia. En este ejemplo, el poeta exiliado en Tú¬
nez no ha olvidado los acontecimientos agradables de al-Andalus: comidas,
bebidas y perfumes. Veladas de placer, el departir en las madrazas de temas
religiosos y culturales, las tertulias literarias, y el amor. Recuerda que se
organizaban grandes partidas de caza en los alrededores de Cartagena, su
MANUEL RIU RIU
256

ciudad natal, y cuando las alforjas estaban llenas de piezas, se sentaban a


cenar. El panadero traía sus hogazas y el cocinero asaba las piezas cobra¬
das, que exhalaban el aroma de sus pastos fragantes, más que el de las espe¬
cias del guiso. Miel, fruta y leche eran el postre. En otoño, se acudía a los
establecimientos de aguas termales. En invierno, en las aguas del puerto,
se dedicaba a la pesca.
Pasando por varios lugares de la costa —comenta García Gómez , se
dirigían a la isla de Escombrera, donde, después de coger los frutos de los
árboles y contemplar las jábegas, repletas de brillantes y rumorosos peces,
dormían la siesta. Luego volvían a la casa donde, después de la suculenta
cena, al lado del fuego, bebían su gabuq de vinos, tanto dulces como áci¬
dos, hasta que, al llegar la aurora, tomaban el sabrih de miel y leche. Mas,
estos lugares evocados, mediado el siglo xill, cuando al-Qartaynní escribía,
«estaban desolados y tristes, en poder de los cristianos».
10. INSTITUCIONES POLÍTICAS
DE LOS REINOS CRISTIANOS

Las fuerzas políticas

El rey y su familia, la curia real, con los nobles y eclesiásticos conseje¬


ros del rey, y las Cortes, a través de los tres estamentos en ellas representa¬
dos: los grandes nobles, los jerarcas de la Iglesia y los caballeros villanos
como dirigentes concejiles, constituyen los tres pilares que rigen los reinos
cristianos en el occidente peninsular. La mayor parte de la población (hom¬
bres de realengo, de solariego y de abadengo) ve que otros les representan
y deciden.
Señoríos y concejos urbanos van creando, mientras tanto, su propio de¬
recho, y proliferan los derechos señoriales y locales, con características pe¬
culiares, invocando viejas tradiciones. La realeza, al finalizar este período
avanzado el siglo xm, apoyada por los expertos en derecho romano, se atri¬
buye el poder legislativo y tenderá a unificar el derecho del reino para que
pueda ser válido para todos los súbditos. Los grupos privilegiados de la so¬
ciedad pugnarán, sin embargo, con el rey y los concejos para conservar su
situación de privilegio, y predominará el localismo jurídico, a través de las
cartas pueblas, de los fueros y de las sentencias de los jueces (fazañas), apli¬
cadas tanto en el reino de León como en el de Castilla.
El paso de la curia a las Cortes, precedido por la reunión de concilios
eclesiásticos como los de León (1017), de Coyanza (1055) y de Palencia (1129)
en los cuales se aprobaron leyes de carácter general, tuvo lugar en León a
258 MANUEL RIU RIU

comienzos del reinado de Alfonso IX, en el año 1188 y en situación apura¬


da del rey, tanto política como militar y económica. Y probablemente tam¬
bién en Castilla, en unas posibles Cortes reunidas por Alfonso VIII en 1187
ó 1188, cuyas actas no se han conservado. Las actas de León se ha dicho
que constituyen el primer pacto entre el rey y el reino, con participación
del arzobispo, los obispos y magnates, y los ciudadanos representantes de
las ciudades. Alfonso IX juró mantener «las buenas costumbres» recibidas
de sus antecesores. Y prometió no declarar la guerra, ni firmar la paz o acuer¬
do, sin el consejo de los «obispos, nobles y buenos hombres» por el cual
reconocía que debía regirse. Y todos los asistentes prometieron y juraron
ser fieles en su consejo «para mantener la justicia y conservar la paz» en
el reino de León. Mantener la justicia y conservar la paz constituían los ob¬
jetivos básicos de las fuerzas políticas en aquellos momentos. A partir de
comienzos el siglo xiii, leoneses y castellanos se reunirían periódicamente:
en Benavente (1202), en León (1208), en Valladolid (1217) o en Burgos (1219),
para reafirmar y ampliar tales objetivos. Como veremos, no era fácil con¬
seguirlo.

El rey, sus derechos y obligaciones y su consejo

El reino de Aragón, surgido del de Navarra en 1035, organiza sus insti¬


tuciones políticas a semejanza de las de Navarra. El rey ejerce un verdadero
poder sobre el reino, posee el mando supremo militar, domina a los «hom¬
bres» de su tierra con su facultad de mando, su imperium, y puede dispo¬
ner de ellos; es el dominus de sus tierras, el princeps de los «hombres» del
reino, el dux del ejército y el iudex o juez superior. Los hombres del reino
son «vasallos naturales» del rey, quien le desobedece incurre en la ira regia,
ha de emigrar del territorio y pierde sus bienes, sus honores y sus presti¬
monios.
En el territorio del reino existe la honor regalis, constituida por las tie¬
rras que se consideran privativas del rey, y por distintos honores, es decir:
por territorios, plazas o poblaciones que el monarca concede para su admi¬
nistración a los séniores y barones, magnates del país. El reino no era divi¬
sible y debía heredarlo el hijo varón primogénito y legítimo. Las mujeres,
como en el caso de Petronila (1137), sólo podían ser herederas teniendo un
marido o varón de estirpe real que desempeñase su tutela y la potestad (po-
testas) privativa del monarca. En virtud del derecho privado, todos los hi¬
jos tenían que heredar por igual, y el monarca podía disponer, a este respecto,
de sus conquistas personales y de la honor regalis, o patrimonio familiar,
distribuyéndolas entre los demás hijos, incluso con el título de reyes, como
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 259

hicieron, por ejemplo, Sancho III el Mayor (1035) o Jaime I el Conquista¬


dor (1276), pero con la obligación, en este caso, de hallarse sometidos y pres¬
tar vasallaje al primogénito.
En el occidente peninsular se nota también, desde el propio siglo xi, la
influencia franca que tiende a considerar el reino como patrimonio regio
susceptible de partición. Tal es el caso de Fernando I en León y Castilla
(1065), que pone de manifiesto la aceptación de un principio feudal, de raíz
germánica. Además, los emperadores de León conceden privilegios de in¬
munidad a los señoríos y ello contribuye a acrecentar la autonomía y fuerza
de éstos, sean eclesiásticos o laicos. También las funciones públicas empie¬
zan a infeudarse: el gobierno de un distrito se concede por parte del rey a
un vasallo, en calidad de beneficio u honor. Paralelamente, la intervención
real en los asuntos eclesiásticos tiende a disminuir. Los concilios y la curia
regia extraordinaria se independizan y convierten en instituciones diversas.
El rey y también los señores tienen sus milicias armadas, sus mesnadas, en
los dominios de Alfonso VII, por ejemplo, pero los feudos, o prestimonios
como aquí se les llama, siguen siendo sólo vitalicios o temporales y no here¬
ditarios, como se han hecho ya en otros reinos del occidente europeo.
La costumbre, derivada más o menos conscientemente del antiguo dere¬
cho romano, estableció en Castilla que se consideraran derechos privativos
del rey (regalías o «derechos reales»), por señorío natural, los de acuñación
de moneda, administración de justicia, convocación o recepción de fonsa-
dera, y obtención de yantares. Alfonso VII, para la administración central
de sus reinos de León y Castilla, contaba con la curia ordinaria, antigua
curia regia o asamblea de los miembros de su casa y corte (su palatium),
y con la curia extraordinaria o ampliada, asamblea que recibiría el nombre
de Corte y se convertiría en la reunión de los representantes de los distintos
estados o estamentos. La organización incipiente de ambas curias, ordina¬
ria y extraordinaria, se fue complicando con la creación de nuevos cargos:
porteros reales, jueces palatinos, etc.

La cancillería

La cancillería real, donde se expedían los documentos de los soberanos,


se fue organizando también a partir del siglo XII. En Castilla y León, du¬
rante el reinado de Alfonso VII, al frente de la cancillería se hallaba el can¬
ciller del rey, por lo común todavía un eclesiástico relevante, a cuyas órdenes
trabajaban notarios y escribanos para la confección de los documentos. El
canciller era el encargado de sellar los documentos reales y el guardador
o custodio del sello regio. Al separarse Castilla y León, a la muerte de Al-
260 MANUEL RIU RIU

fonso VII en 1157, la cancillería de León quedó vinculada a los arzobispos


de Santiago de Compostela y la cancillería de Castilla a los arzobispos de
Toledo, con carácter de distinción palatina. Navarra adoptó también, poco
después, su cancillería, en tanto que Aragón seguía confiando su oficina
de palacio, encargada de la expedición de documentos, al capellán del rey.

La administración

Los distritos administrativos de los reinos de Castilla y de Aragón se


llamaban, en los siglos XI y XII, honores o tenencias, que se concedían a
vasallos reales (llamados con frecuencia tenentes), y merindades, adminis¬
tradas por funcionarios, los merinos. Existían, además, señoríos, como el
de Vizcaya en Castilla, que estuvo vinculado a la familia de Diego López
de Haro. Una tenencia podía ser toda una comarca, o un castillo con su
distrito, o alguna población importante con su término. El concesionario
recibía, además del de tenente, los nombres de sénior, señor, o de alcaide,
en el caso de tratarse de una fortaleza. Su cargo, aunque no fue ni siquiera
vitalicio en sus orígenes, acabó en muchos casos convirtiéndose en heredi¬
tario. Los merinos, en estos siglos, adquirieron atribuciones más amplias
por ser más extensos, en general, los distritos sobre los cuales tenían juris¬
dicción. Los antiguos vicarios, o delegados de los condes, en Cataluña se
llamaron ahora veguers, con jurisdicción sobre una veguería o comarca, que
a su vez se subdividía en sots-vegueries y baylies, con sus respectivas curias
de carácter local, administradas, a su vez, por sots-veguers («subvegueres»)
y bayles. También estos distritos menores, en los cuales de dividían vizcon-
dados y condados, recibieron el nombre de batllius y su responsable el de
batlle, nombrado por el señor correspondiente, existiendo batlles reales en
los lugares reales y batlles señoriales en los de otros señoríos, fueran ecle¬
siásticos o nobiliarios.

La organización del reino de Navarra

En el reino de Navarra, en el siglo XII, observamos, principalmente a


través de la documentación monástica conservada, la existencia de una je¬
rarquía civil, semejante a la de los restantes reinos hispano-cristianos. En
la cúspide se encuentra el rey, que ejerce la potestad superior; le siguen los
duces o duques, y a éstos los condes (comités), en orden jerárquico, y a és¬
tos, los vizcondes (vicecomites) y los jueces (iudices), que pueden ser de de¬
signación real o condal, en los territorios de los condados.
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 261

El territorio del reino se halla distribuido en condados y los distritos de


éstos los presiden los castillos (castra). Todavía en 1100 siguen habiendo
alodios y honores en manos de particulares, quienes los transmiten por he¬
rencia, venden o ceden a terceros, dentro de los distritos cástrales. Y, asi¬
mismo, vemos actuar el conventus vecinalis o asamblea de los vecinos de
un lugar, frente a quienes traten de restringir sus libertades, ya sean institu¬
ciones monásticas, ya señores feudales. He aquí un ejemplo de actuación
comunitaria de los vecinos: en el año 1102 los monjes de Leire llegan a un
acuerdo con los vecinos de Iso para el aprovechamiento común de los pas¬
tos, pero los hombres de Iso no podrán recoger las bellotas del monte del
monasterio sin permiso o licencia del cenobio.
En el conceillo o comunidad de vecinos participan no sólo los hombres,
sino también las viudas, o mujeres cabezas de familia, según acreditan al¬
gunos fueros como el de Viguera y Val de Funes, concedido por Alfonso I
el Batallador, en el primer tercio del siglo xii, y a veces también las espo¬
sas con sus maridos, en especial en los contratos de vecindad.
La organización de las cinco merindades del territorio navarro, con sus
correspondientes merinos nombrados por el rey, aparecerá perfilada en el
siglo xiii, cuando de un modo similar aparezca el territorio catalán subdi¬
vidido en veguerías. En Navarra las merindades pueden obedecer a una in¬
fluencia de la vieja Castilla y ser un reflejo de la adquisición de fuerza de
la realeza frente a los señores feudales.
El régimen foral fue decisivo en Navarra desde el siglo xii. Ya el fuero
de Jaca concedido a esta ciudad aragonesa por Sancho Ramírez en 1064,
Alfonso I lo dio a los francos de San Saturnino de Pamplona en 1129, e
igualmente lo obtuvieron Sangüesa y Estella, Puentelarreina (1122), Olite
(1147), Monreal (1149) y otros núcleos de población, o bien grupos como
los judíos de Pamplona y Huarte (1154) y, mucho más tarde, los francos
y ruanos de Tafalla. El fuero de francos concedido a Logroño en 1095 por
Alfonso VI tuvo amplia aplicación en tierras de Álava, Vizcaya y Guipúz¬
coa, desde el propio siglo xii hasta el xiv. El fuero de la Novenera, proba¬
blemente del siglo XII, anterior a Sancho el Sabio, y el fuero de Viguera
y Val de Funes que data de la época de Alfonso I el Batallador, asimismo
de comienzos del siglo XII, lograron una expansión más limitada. Mayor
importancia tuvo el fuero de Tudela, de 1117, con sus 333 leyes, fuente im¬
portante para la elaboración del Fuero General de Navarra en época de Teo-
baldo I (1234-1253), compilación de diversas disposiciones locales que no
llegó a ser promulgado específicamente como las Partidas, en el siglo XIII,
pero que fue de aplicación muy general, en época posterior, gracias a los
amejoramientos de Felipe III (1330) y de Carlos III (1418), antes de que
finalizara la Edad Media.
262 MANUEL RIU RIU

LOS «USATGES» DE BARCELONA

Cataluña fue, cronológicamente, el primer territorio feudalizado de la


Península. En tiempos de Ramón Berenguer I el grado de feudalización de
la sociedad, agrupada en torno de distritos cástrales, era ya tan considera¬
ble que se mostraba insuficiente la Lex Gothica o Líber ludiciorum, en vi¬
gor desde el siglo vil, para solucionar los casos prácticos que se presentaban
a diario. Coexistía este derecho de la España visigoda con el consuetudina¬
rio, de origen en parte bajorromano, en parte germánico, unido a los ele¬
mentos jurídicos del islam, de los francos y de la influencia de la Iglesia,
con instituciones tan típicas como las de la paz y tregua de Dios, originadas
en los sínodos de Tuluges (Perpiñán, 1027) y de Vic (1033) con intervención
del prestigioso abad Oliba, y cuyo incumplimiento se castigaba con la pena
de excomunión. La influencia de la legislación carolingia debió de ser esen¬
cial, en particular para justificar el poder de los condes y obispos y de sus
oficiales, y para hacer efectivos los privilegios de inmunidad en los territo¬
rios, en especial monásticos, a los cuales se les había concedido la posibi¬
lidad de organizar su administración y gobierno con autonomía de las
autoridades superiores.
En los siglos x y xi, independizada ya Cataluña de los reyes francos,
se encontraba el territorio con una mezcla tal de principios y tradiciones
jurídicas que resultaba muy complicado para los jueces y litigantes su uso
y aplicación exactas. Parece ser que el conde Ramón Berenguer I intentó
remediar con los Usatges esta situación, pero el nuevo código no se hizo
en un instante, ni fue obra de un solo círculo y momento. Todavía hoy la
erudición discute cómo, cuándo y por quién se estableció este código, cuál
fue su núcleo originario y cómo se completó. Decir, pues, que el código de
los Usatges de Barcelona fue el primer código feudal del occidente europeo,
puede resultar engañoso. Uno de sus redactores principales es posible que
fuera Pon? Bofill o Bonfill, notario y juez de la corte condal, y en su redac¬
ción trabajaron también Guillem Borrell, juez eclesiástico de Vic, y Gui-
llem Marc. El núcleo originario, llamado por Ficker Usualia, parece haber
sido puesto en vigor por los condes de Barcelona, Ramón Berenguer I y Al-
modis, hacia 1058, previo consejo habido en la corte o curia condal. En
los años siguientes (entre 1060 y 1064) al núcleo originario (sobre cuya iden¬
tidad se discute) se fueron añadiendo nuevos usatges o usos habituales que
se incorporaban al texto escrito y, en épocas distintas, siguió ampliándose
con nuevos artículos, entresacados de las Etimologías de San Isidoro, de
los Capitularía francos, de las Exceptiones Petri Legum Romanorum, de
las colecciones canónicas de Ivo de Chartres, etc., hasta quedar ultimado
en el siglo xm. A mediados del siglo xm, Pere Albert, jurista barcelonés
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 263

que había cursado estudios de Derecho en Bolonia, escribió las Commemo-


racions, incluyendo en ellas las normas jurídicas entonces en uso, armoni¬
zadas con los Usatges, y esta compilación fue incorporada a las Constitucions
de Catalunya, adquiriendo un carácter oficial. También por entonces se re¬
copilaba en Castilla el código de Las Siete Partidas en cuyas leyes cabe se¬
guir las normas feudales vigentes en el occidente peninsular.
Pero desde mediados del siglo xi hasta mediados del siglo xm había
transcurrido mucho tiempo y la transformación de la sociedad había sido
tan grande, a lo largo de seis generaciones, que es difícil seguir hoy, en sus
menores detalles, las vicisitudes del proceso feudal y señorializador de los
dominios, y la acomodación de la legislación a dicho proceso. Distinguien¬
do además la codificación legislativa y la práctica jurídica o aplicación efec¬
tiva de los códigos, incluso cuando se les invoca explícitamente.

La concesión de fueros y cartas PUEBLAS: los municipios

Las necesidades de la repoblación de extensos territorios dieron lugar,


en los distintos reinos cristianos, a la concesión, por parte de los reyes y
también de los señores laicos y eclesiásticos, de privilegios de exenciones
tributarias o fueros (derivados de forum o franquicia) o cartas de franqui¬
cias, a distintas villas y lugares, y de las llamadas cartas pueblas, concedi¬
das a un lugar que se deseaba poblar. En unos y otros documentos se
establecían por escrito las condiciones, los privilegios, exenciones, obliga¬
ciones, libertades y prestaciones. En el siglo x estos textos no eran más que
resúmenes de los privilegios de inmunidad concedidos a un lugar determi¬
nado, ya para retener en él a sus habitantes, ya para que otros afluyeran
al mismo, tentados por sus ventajas. Después, en el transcurso del siglo XI,
fueros y cartas pueblas comenzaron a ser cada vez más extensos y más con¬
cretos, puntualizando incluso normas de derecho penal o procesal y pre¬
ceptos de orden económico, y de muy diversa índole, en los cuales iban,
poco a poco, integrándose antiguos monopolios de carácter señorial tales
como portazgos, derechos de pesca y de caza, hornos, molinos, herrerías, etc.
De este modo fue creciendo el poder de los concejos urbanos en detri¬
mento de los dominios o patrimonios rurales. Una población agrupada al
amparo de los nuevos muros de las villas en formación, que no abandona¬
ba la agricultura y el pastoreo como medios de subsistencia primarios, pero
iniciaba un artesanado más diversificado y se dedicaba asimismo al comer¬
cio del sobrante de su producción agrícola, ganadera y artesana, fue cre¬
ciendo. Con ella coexistía la población rural, diseminada por la campiña,
pero incluso muchos colonos y labriegos de distinta condición se iban a vi-
264 MANUEL RIU RIU

vir a las nuevas villas cuando podían librarse de sus señores, desde ellas cul¬
tivaban los campos próximos, o la huerta inmediata, o aprendían oficios
y se dedicaban a la industria y al comercio como prácticas más rentables.
El mercader y el artesano se consideraban de condición libre, y con fueros
propios, que constituían su mejor garantía de libertad, crecían estos cen¬
tros urbanos y organizaban su vida municipal.
Las antiguas ciudades de época romana vuelven a florecer entre los si¬
glos xi y xm y surgen nuevos núcleos urbanos en torno de los castillos y
fortalezas, iglesias y monasterios, rodeándose de murallas y fosos. En toda
España muchos de estos núcleos seguirían teniendo un carácter fundamen¬
talmente rural. Muy pronto barrios foráneos nuevos, burgos y suburbios
surgen en torno de los muros antiguos o recientes, y se establecen mercados
para los intercambios comerciales. El fuero de León, que se ha considerado
la primera ley territorial de la reconquista, fue promulgado en las curias
de 1017 y 1020. Jaca consiguió su fuero en 1063 y Logroño lo obtuvo en
1095. A partir de este momento los fueros proliferaron. Con frecuencia acep¬
tando los ya existentes, con escasas modificaciones, y creando auténticas
familias de fueros: Sepúlveda, Teruel, Cuenca...
Cuando la burguesía se fue dando cuenta de su poder intentó alcanzar
la emancipación plena del gobierno señorial. Tal fue, por ejemplo, el caso
de los burgueses compostelanos que, reunidos en «hermandad», se revolu¬
cionaron, a comienzos del siglo XII, contra el señorío que sobre la ciudad
de Santiago ejercía el obispo Gelmírez. Ciudades y villas se iban constitu¬
yendo en municipios o concejos, buscando conseguir una personalidad
político-administrativa propia e independiente, bajo normas de organiza¬
ción y gobierno aceptadas por la comunidad urbana. También se formó,
paralelamente, el municipio rural, constituido por la comunidad rural, cu¬
yos vecinos se reunían en asamblea o concejo (concilium), en la plaza o ex¬
planada de la iglesia, bajo su atrio o en el recinto del cementerio, convocados
a son de campana o de otro instrumento sonoro, para tratar de los asuntos
comunes. De ordinario, en Castilla y en León, a estas reuniones del concejo
asistían obligatoriamente todos los vecinos o cabezas de familia. En Cata¬
luña, en cambio, con mayor frecuencia, se reúnen sólo los principales del
lugar (los probi homines o boni hornines, «hombres probos» u «hombres
buenos»). El concilium o concejo suele nombrar un juez para presidirle y
aplicar el «fuero», y uno o dos alcaldes para la administración de justicia
en el lugar.
Junto con el concejo o asamblea vecinal contribuyen a originar el muni¬
cipio: la celebración de mercados semanales y el trato con mercaderes «pri¬
vilegiados» (o sea, de lugares que gozan de exenciones o privilegios), la
agrupación en una parroquia común (el papel de la parroquia en la forma-
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 265

ción del municipio fue esencial en Galicia, donde ha conservado su carácter


orginario), la mutua defensa y refugio en el patio de un castillo o fortaleza
murada, y en general cuantos actos obligaban a tener algún contacto los
vecinos y les relacionaban, creando con el mutuo intercambio de ideas, an¬
helos y problemas el deseo de solucionarlos en comunidad, o de confiar su
solución a los vecinos más circunspectos. El desarrollo de la nueva institu¬
ción municipal, muy embrionario todavía en el siglo xi, avanzó ya con¬
siderablemente en el transcurso del siglo xii, consiguiendo, en muchos
casos, autonomía jurisdiccional y política. Claro está que este desarrollo insti¬
tucional no se verificó por igual en todas partes, ni fue tampoco simultáneo.
En algunos municipios de Navarra y Aragón, en el siglo XII, ejercía el
cargo de juez el señor del lugar, coexistiendo alcaldes de elección popular,
pero más frecuente en dichos reinos sería la designación por el rey de un
justicia, alcalde o zalmedina, elegido entre los boni homines locales. A fina¬
les del siglo XII y principios del xm fue cuando los grandes municipios ur¬
banos fueron adquiriendo pleno desarrollo. Además del juez, aparecen
entonces, subordinados a aquél, varios alcaldes, con poder judicial, y jura¬
dos o fieles (así llamados por haber prestado juramento de fidelidad) en¬
cargados de los asuntos económicos. Estos cargos solían ser anuales o
bianuales, y se obtenían por elección entre los vecinos. Además fueron sur¬
giendo oficiales (apostellados) que ejercían un oficio municipal concreto:
así, el merino, mayordomo o bayie del común cuidaba de la percepción de
las rentas del municipio y de la administración de éstas. El almotacén o mos¬
tosa/, adoptado de los núcleos urbanos islamitas, se hallaba encargado de
la inspección del mercado y de las tiendas, y de la comprobación de la exac¬
titud de las pesas y medidas que se utilizaban en las transacciones. El escri¬
bano o notario se encargaba de la redacción de los documentos, y existían
también: telonarios (para cobrar el teloneum o impuesto del mercado), pre¬
goneros, alguaciles, porteros, sayones, etc., a las órdenes de jueces, alcal¬
des y otros oficiales mayores. En Cataluña a los jurados se les llamó cónsols
(cónsules) o paers (de la voz latina paciarii o pacificadores), integrando los
concejos locales. No obstante, los grandes concejos, como el «Consell de
Cent jurats», de Barcelona, no se crearían hasta el siglo xm. Antes las ciu¬
dades y villas estaban formadas por el veguer o el batlle, oficiales reales o
señoriales, y su institucionalización se hallaba en sus inicios.

La repoblación y los fueros

El sistema de repoblación de la Extremadura castellana, estudiado por


Julio González, nos permite comprobar que, en primer lugar, los poblado¬
res eran de procedencias muy diversas y por lo tanto sus costumbres jurídi-
266 MANUEL RIU RIU

cas debieron de ser diferentes. El caso de Soria parece muy claro: la población
de la ciudad, que en 1270 contaba con 34 colaciones, en su conjunto parece
ser el resultado de la unión de varias aldeas, organizadas a su vez en cola¬
ciones en torno de iglesias dedicadas a los santos patronos que les dieron
nombre (de manera similar a la colonización germana de tierras eslavas, en
el oriente europeo), en virtud del fuero breve que les había concedido Al¬
fonso I el Batallador entre 1109 y lili. La agrupación de la colación en
torno de una iglesia dio a ésta una proyección social muy importante, y no
siempre puesta de relieve en la bibliografía reciente. En cada una de dichas
colaciones se había asentado, en sus inicios, o una familia amplia o un gru¬
po de familias, realizando una acción conjuntada y solidaria, a lo que les
obligaban las difíciles circunstancias en las cuales se realizaban las tareas
repobladoras. El fuero extenso que obtuvo Soria en 1196, confirmado por
Alfonso X en 1256, pretendía no sólo garantizar los derechos adquiridos,
sino reorganizarlos y unificarlos para que el nuevo orden garantizara la paz
interna y la convivencia.
La posible influencia de los sistemas de colonización germánicos utili¬
zados en las tierras del Elba y del Oder, y conocidos en España a través
de los caballeros que venían a combatir a los musulmanes o por medio de
los peregrinos que iban a Compostela, entre otros viajeros, es un tema ape¬
nas estudiado todavía y digno de mayor atención por parte de los investiga¬
dores españoles de la repoblación subsiguiente a la reconquista de nuevos
territorios al islam peninsular.

El papel de los núcleos urbanos

Desde mediados del siglo XII Burgos, en tierras castellanas, adquiere ya


categoría de ciudad urbanizada, pero los pasos preliminares del proceso son
difíciles de trazar. Abundan, en la documentación del archivo de la cate¬
dral, las transferencias de los patios edificables (passatam de térra), casas
y corrales, en torno de las once iglesias pertenecientes a la sede episcopal
(bula de Alejandro III, de 1163). Los barrios de San Nicolás y de Santiago
se englobarán en el de Santa María. Los barrios de San Esteban y de San
Lorenzo son los que con mayor frecuencia menciona la documentación, que
se refiere también a varias tiendas (desde 1120) y una carnicería (1184). Los
barrios de San Gil y Viejarrúa (topónimo significativo), aparecen igualmente
en plena fase constructora, como sucede en torno del monasterio de San
Juan, formándose una auténtica puebla, con huertas regables y numerosos
viñedos. La existencia del viejo camino de Santiago no es ajena a esta fie¬
bre constructiva. Mayor pervivencia de su carácter agrario se advierte en
el barrio de Santa Gadea (Santa Águeda), donde consta la existencia de un
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 267

molino desde 1178 y de numerosos huertos y viñas, en la puebla de San Fe¬


lices y en la zona del monasterio de Las Huelgas, zona empezada a urbani¬
zar a finales del siglo xn y donde consta que en 1246 existían ya «ocho
solares poblados». En el siglo xm se construiría la nueva muralla que, su¬
perando el ámbito murado del siglo xi, incluiría la mayor parte de los ba¬
rrios nuevos en su recinto. En los primeros años del siglo xm dicha muralla
roza ya el Arlanzón, cuando el obispo Mauricio (1213-1238) da comienzo
a la catedral gótica.
En 1075 Alfonso VI había trasladado la sede de Oca a Burgos, convir¬
tiéndose la iglesia de Santa María en centro de la nueva sede. A su lado
se edificó el palacio episcopal y se formó el cabildo con su prior o deán,
sus seis arcedianos y otras dignidades (cantor o capiscol, sacrista o sacris¬
tán, tesorero, etc.). El primer hospital-alberguería de Burgos recibió en 1085
un privilegio de Alfonso VI en el cual le otorgaba dos sueldos y un dinero
diarios, a percibir de los judíos burgaleses. Antes de finalizar esta etapa Bur¬
gos contaría por lo menos con tres hospitales y una leprosería. La existen¬
cia de dos juderías y dos morerías puede datar ya de estos siglos, así como
la presencia de mozárabes en Burgos, incluso entre los presbíteros y los no¬
bles, atestiguada desde el siglo x. La sociedad burgalesa es, pues, variada
y aún es preciso añadir que el elemento franco tiene un peso importante,
hecho nada sorprendente si tenemos en cuenta que Burgos es una pieza del
Camino de Santiago. La documentación de finales del siglo XI distingue per¬
fectamente a los francos (franci) de los castellanos (castellani) entre los po¬
bladores de Burgos. Dentro del amplio concepto de «francos» hay que pensar
no sólo en gentes de origen francés, sino también italianos, germanos e in¬
cluso navarros, aragoneses y catalanes. Ellos forman el artesanado urbano:
zapateros, peleteros, guarnicioneros, tejedores, herreros, plateros, cuchille¬
ros, carpinteros, etc., así como cambistas (don Almerico, Jocelmes o Juan
Gascón) y mercaderes, y su origen es atestiguado por lo menos hasta finales
del siglo xii y aún más allá.
Alfonso VIII, en el último tercio del siglo XII, concede a los burgaleses
diversos privilegios que acreditan el carácter predominantemente agrario aún
de la ciudad. En el siglo xn funciona ya el concejo en sentido de señorío
colectivo, con actuación de jueces y merinos reales. Mediado el siglo XII
el número de jueces o alcaldes del concejo se fija en cuatro, considerados
como agentes reales. Y en 1178 se celebra ya el mercado semanal de los jue¬
ves. Pero debió de existir también un comercio de larga distancia, según
acreditan las varias tiendas situadas en las vías principales y las tablas de
cambio de moneda. Entre las actividades industriales de este tiempo cabe
señalar la explotación de las minas de plata del Arlanzón, cedidas en 1142
por Alfonso VII a la Iglesia de Burgos.
268 MANUEL RIU RIU

Entre los propietarios con bienes en Burgos, en esta época, destacan ade¬
más del propio rey, el obispo y el cabildo, varios monasterios como San
Pedro de Cardeña, San Millán de la Cogolla y San Pedro de Arlanza, Santa
María la Real (Las Huelgas) creado por Alfonso VIII en 1187 y dotado con
las nueve décimas partes de los réditos de los baños de la ciudad (en pleno
funcionamiento por lo tanto), y familias principales como los Maté o los
Sarracín, y otras de artesanos y comerciantes.
Nos hemos extendido un poco en el ejemplo de Burgos porque nos ha
parecido muy significativo. En este tiempo la fundación de núcleos de po¬
blación nuevos puede considerarse práctica habitual. La necesidad de pro¬
teger la frontera de Navarra con Castilla, por ejemplo, hace que Sancho VI
funde las villas de Laguardia (1164) donde ya existiría un punto de vigilan¬
cia, Vitoria (1181), Antoñana (1182), Bernedo (1182) y Lapuebla de Argan-
zón (1191), tratando de agrupar en núcleos murados la población dispersa
por las aldeas rurales. Y sus fueros se inspiran en el de Logroño, villa con¬
quistada en 1163.
El fuero de población otorgado en 1181 por Sancho VI de Navarra a
la villa de Vitoria, e inspirado en el de Logroño, concedía a sus habitantes
exención de impuestos para la compra de ganado y telas, eximiendo de lez-
das y portazgos a los mercaderes que acudieran a la villa, salvo en día de
mercado. De Navarra y de Aragón se traía la mayor parte del vino que se
consumía en Vitoria, aunque también la Rioja (Briones, Haro) y Treviño
aprovisionaban a la villa de caldos. A comienzos de enero de 1200, Vitoria
fue conquistada por Alfonso VIII e incorporada a Castilla, confirmándole
sus exenciones de impuestos, y antes de 1331 el alfoz de esta villa se había
extendido hasta abarcar nada menos que 45 aldeas. Estos pocos ejemplos
son suficientes para observar el papel relevante, en esta época, de los nú¬
cleos urbanos.

Orígenes de las Cortes

Entre las instituciones típicas de los reinos cristianos peninsulares, po¬


cas han tenido tanta trascendencia como las Cortes, existentes, aunque con
variantes, en todos ellos. Alfonso IX, al ser proclamado rey de León, reu¬
nió una curia regia extraordinaria en la ciudad leonesa, admitiendo la par¬
ticipación en ella de los «buenos hombres» representantes de la burguesía
(1188), junto a los nobles y consejeros, magnates laicos y eclesiásticos. Este
acto se considera que origina, con la incorporación de la burguesía o repre¬
sentantes de los sectores del artesanado y del comercio a las tareas adminis¬
trativas, jurídicas y gubernamentales de la curia regia, las futuras Cortes
INSTITUCIONES POLÍTICAS DE LOS REINOS CRISTIANOS 269

que se generalizarían en los distintos reinos hispánicos en los siglos xm


y xiv: Castilla (1217), Cataluña (1214 ó 1218, según las diversas interpre¬
taciones), Aragón (1274), Valencia (1283) y Navarra (1300). La participa¬
ción de la burguesía, aunque inicialmente esporádica, en las curias regias
extraordinarias, transformaría profundamente las características de dicha
institución, dando origen de hecho a una nueva institución: las Cortes, nom¬
bre dado en España a los distintos parlamentos. Los reyes precisaban, des¬
de finales del siglo xii, del apoyo financiero de la burguesía, y por ello la
invitaban a participar en las tareas del Estado. Los apuros económicos de
los monarcas, por ejemplo, influyeron en la progresiva desvalorización o
devaluación de la moneda por las acuñaciones de baja ley, o de menor peso,
con grave perjuicio de los comerciantes y de quienes debían recibir dinero
por sus productos agrícolas o artesanos, o por la venta de su ganado. Los
concejos, para evitar las alzas en los precios que ello causaba, iniciaron en
las Cortes de Benavente (1202) el sistema de comprar al rey el derecho de
mantener inalterada la acuñación de moneda durante siete años, mediante
una ayuda extraordinaria consistente en el pago de un maravedí por familia
u hogar, pronto convertida en un tributo (moneda forera) que debía hacerse
efectivo cada siete años. La interpretación abusiva, por parte de la realeza,
de este derecho del tributo, que implicaría pronto tan sólo el reconocimien¬
to del señorío real, provocó la oposición de los representantes de las villas
y ciudades y, en consecuencia, la oposición de la burguesía a la política mo¬
netaria de los soberanos, y su discusión en las Cortes, dando lugar a largas
deliberaciones. La garantía de la paz y de la justicia en el reino ya no de¬
pendería, pues, sólo de los obispos, magnates y caballeros de la curia regia,
consejeros del rey, sino también de los burgueses, aunque fueran a menudo
caballeros, en Castilla principalmente, los representantes de los núcleos ur¬
banos en los cuales no existían un comercio y una industria suficientemente
desarrollados. El pago de la moneda forera que supuso el 10 por 100 en
León para quienes tuvieran bienes valorados en 60 maravedíes, y en Casti¬
lla el 13 por 100, no favorecía el desarrollo de las actividades económicas.
A este hecho cabe sumar que los beneficios de la explotación de minas y
salinas pertenecían igualmente al rey, así como el derecho de mercado (sisa)
que suponía el 1 por 100 del valor de las ventas.
'
11. LA SOCIEDAD EN LOS REINOS
CRISTIANOS PENINSULARES

En los reinos del occidente peninsular, la población fue aumentando sen¬


siblemente en estos siglos, acentuándose las diferencias sociales. Junto al
rey se hallaba la alta nobleza, cuyos miembros, desde el siglo xii, recibie¬
ron el nombre de ricos-hombres. Seguían a éstos, en el orden jerárquico,
los nobles de segunda categoría que pertenecían, con los anteriores, a la clase
de los infanzones o hidalgos (fijos d’algo), designación usada preferible¬
mente para los segundos. En Aragón hubo infanzones de tres clases: de na¬
cimiento, de privilegio y de población o colectivos. En Navarra se llamaron
infanzones a los agricultores libres, para distinguirlos de los collazos y sola¬
riegos que dependían de su señor.
En el siglo xii, el vasallaje y el homenaje con besamanos eran ya de uso
corriente en Castilla y León. El vasallo del rey que rompía sus lazos feuda¬
les con éste quedaba «desnaturado», perdía su naturaleza de tal y con ella
sus «honores» o tierras y podía marcharse a otros territorios en busca de
otro señor que le aceptara. Así Rodrigo de Vivar hubo de marcharse de Cas¬
tilla y así Pedro Ruiz de Azagra —luego señor de Albarracín—, se marchó
de Navarra y se fue a Murcia. Con él debían partir sus «vasallos de cria¬
zón», es decir: los que había criado y armado ese vasallo del rey que, a su
vez, era señor de vasallos, y los «vasallos asoldados» que le habían jurado
fidelidad y percibían un salario por su trabajo, por formar parte de su
mesnada.
Los burgueses, habitantes de los burgos y ciudades, nuevos y antiguos.
272 MANUEL RIU RIU

constituyen todavía una clase social poco numerosa. Y en la población ru¬


ral las variaciones no fueron muy sensibles, aunque sí cambiaron sus condi¬
ciones económicas, según sus lugares de residencia y sus respectivos señores,
tendiendo a mejorar en unos casos y a empeorar en otros. Hubo agriculto¬
res de señoríos, de condición semilibre o servil, que consiguieron la libertad
al emanciparse, acogiéndose a los burgos con fuero. Hubo señores que se
vieron obligados a manumitir a sus campesinos (solariegos) con el fin de
evitar que huyeran a los burgos y dejaran las tierras abandonadas acogién¬
dose a condiciones más favorables. En Navarra, los manumitidos o libertos
recibieron el nombre de coliberti (culverts) por verificarse la liberación en
grupos y no individualmente. En León y Castilla, la extensión progresiva
de los señoríos disminuyó el número de los pequeños propietarios libres de
los primeros siglos, y aumentó, en cambio, el de los encomendados, llama¬
dos homines de benefactoría o de behetría, que elegían señor y solicitaban
su protección frente a las injerencias o presiones de otros. Y también aumentó
el número de los colonos residentes en tierras de propiedad ajena, con li¬
bertad limitada, y llamados de distintas formas: júniores en Galicia y en
León; collazos y solariegos, por su vinculación al señor o a la tierra o solar
que cultivaban. En peores condiciones pudo desenvolverse la vida de los
colonos (mezquinos) en Aragón y la de los labriegos musulmanes (exáricos)
que habían permanecido en las tierras recuperadas al islam, así como la de
los payeses catalanes adscritos a la tierra desde el siglo xm y sujetos a re¬
dención (payeses de remensa o remenea).

La nobleza leonesa y su papel en la administración


TERRITORIAL DEL REINO

Las condiciones socioeconómicas de los siglos XI y XII facilitaron en los


reinos hispánicos, como en otros países de la Europa occidental, la confi¬
guración de la nobleza, bastante antes de que se desarrollara el señorío ju¬
risdiccional. Pero el estudio de este lento proceso, por el cual el régimen
dominical se transformaría en régimen señorial, con derechos y deberes para
cuantos se integraban en el señorío, requiere todavía muchas investigacio¬
nes monográficas antes de que pueda considerarse concluido.
Desde el siglo x aparecieron en León unos señores locales, cuyas pro¬
piedades se fueron extendiendo por el reino, ejerciendo funciones adminis¬
trativas en los territorios y un papel, todavía poco definido, en la corte de
los monarcas leoneses. Éstos les compensan con tierras y les eximen de car¬
gas fiscales, contribuyendo a que se enriquezcan y distancien de sus conve¬
cinos. Antes de que finalice el siglo XI, en lengua vulgar se llama infanzones
LA SOCIEDAD EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES 273

a estos caballeros (milites), de noble origen (nobiles genere) con bienes pro¬
pios heredados de sus padres y con poder sobre ellos. Son guerreros, com¬
batientes a caballo, y con propiedades que pueden transmitir libremente a
sus herederos. En el grupo figuran, por ejemplo, los infanzones del valle
del Bernesga en 1093. Entre los boni homines de la ciudad de León, en nú¬
mero creciente desde el siglo x, pueden destacar algunos, como cierto Pe¬
dro Arnaldi, de origen franco, que en el primer tercio del siglo XII han
conseguido sobrepasar a los caballeros villanos y figurar entre los nobiles.
Hasta qué punto hay que considerar entre los magnates a estos nobiles
urbanos que han logrado la infanzonía, es todavía un punto oscuro en los
orígenes de la nobleza. Junto a las grandes familias de magnates como los
Laínez, los Froilaz o los Alfonso, propietarios fundarios en la ciudad y en
su territorio, cabe considerar importante el papel del alto clero y de ciertos
elementos foráneos, «burgueses» con poder económico que, poco a poco,
van logrando exenciones, inmunidades y derechos realengos elevándose hasta
la infanzonía.
En el siglo XII fue fundamental el reinado de Alfonso VII para la con¬
formación de la nobleza, aunque habría notorias diferencias dentro del grupo
nobiliario, desde los grandes magnates a los simples infanzones, que po¬
dían ser pequeños caballeros locales.
Desde finales del siglo X es ya posible constatar las uniones entre los di¬
versos linajes, dueños de fortalezas y territorios en León y en Asturias. Del
linaje de los Laínez, varios de cuyos miembros fueron comités o condes de
León, surgirá el de los Froilaz, cuya cabeza, Froila Diez, fue uno de los
magnates más notables de los reinados de Alfonso VI y de Urraca. La fa¬
milia Alfonso, procedente de la Liébana, en Cantabria, tuvo el centro de
sus bienes patrimoniales en Tierra de Campos, y emparentó con el podero¬
so conde Pedro Ansúrez. De los condes de Saldaña descendía la condesa
Elvira, casada con Munio González, al mediar el siglo XI. Varios linajes leo¬
neses tenían bienes patrimoniales en Asturias, heredados de sus mayores,
en los cuales fundaron monasterios (como San Juan de Corias o Santa Ma¬
ría de Lapedo). Muchos de estos magnates, alcanzaran o no la dignidad con¬
dal, fueron dueños de villas y latifundios extendidos por varios territorios,
a caballo a veces entre León y Castilla. Las numerosas particiones de las
herencias requerían una sabia política matrimonial que las compensara, en
conexión con las instituciones religiosas. Los Osorio, los Girón y los Villa¬
lobos alcanzarían predicamento en la segunda mitad del siglo xn, integrán¬
dose en los linajes de la nobleza vieja que se mantendrían incluso con las
transformaciones del siglo XIV. De los Osorio leoneses vendría el linaje ga¬
llego de los condes de Lemos. Otros linajes desaparecerían ya en el trans¬
curso del siglo XII, tras dos o tres generaciones, por agotamiento biológico
274 MANUEL RIU RIU

o muerte temprana de sus vástagos jóvenes en los campos de batalla, cuan¬


do parecían haberse consolidado, en León como en el oriente peninsular,
los linajes patrilineales.
El poderío de los magnates leoneses en general se mantuvo, por la inte¬
rrelación entre los diversos territorios, no obstante la dispersión y fragmen¬
tación de heredades, al coordinar su administración a través de tenencias,
en manos de señores locales. En tiempo de Alfonso VI, Pedro Ansúrez, de
la familia de los condes de Monzón, fue el magnate leonés más poderoso,
y el conde Ermengol V de Urgel, al casar con su hija María, alcanzaría gran
poder en Castilla, continuando bajo Fernando II. Otros nobles catalanes,
como Pon? de Cabrera y Pon? de Minerva, tuvieron gran influencia en la
corte de Alfonso VII, al casar éste con Berenguela. De Pon? de Cabrera
surgió el linaje de los Ponce de León. Pon? de Minerva, al contraer matri¬
monio con Estefanía Ramírez, de la familia de los Froilaz, emparentó con
los viejos magnates leoneses.
Por debajo de las familias de magnates, pocas en número y emparenta¬
das entre sí, afloran otras de boni homines, «hombres buenos» rastreables
desde el siglo XI, que dan lugar con frecuencia a señoríos locales transmiti¬
dos por herencia, o que desempeñan funciones administrativas territoria¬
les, llegan a la corte y pueden convertirse en infanzones, y aun emparentar
con magnates. La línea divisoria, dentro de las familias de los caballeros
locales, no debió de ser cerrada, de igual modo que su fortuna pudo ser
muy diversa. Una familia poderosa en un valle pudo conformarse con de¬
sempeñar en él las funciones administrativas propias de su rango, pero las
relaciones interfamiliares podían ampliar su círculo y posibilidades en po¬
cas generaciones, sin que existieran auténticas fronteras en el ámbito de la
caballería, una vez alcanzada ésta.
Esta aristocracia aparece aún con unos contornos imprecisos, pero no
cabe duda de que los linajes nobiliarios adquirirán solidez y prestigio a lo
largo del siglo XII, distinguiéndose del resto de la sociedad y pasando a de¬
sempeñar funciones administrativas en las demarcaciones del reino de León,
denominadas comissos o mandationes, con el nombre de comités o potesta-
tes. Estas mandationes pueden variar aun en sus límites y situación dentro
del reino, puesto que no se trata de territorios o distritos perfectamente de¬
limitados. Sus condes o potestades pueden, o no, ser sus principales propie¬
tarios, coincidiendo mandación y patrimonio familiar, y un mismo comes
puede serlo de territorios diversos a la vez, o miembros de una misma fami¬
lia ser condes, sucesivamente, de territorios distintos. Coincidencias exis¬
tieron, e incluso la tendencia a identificarse «condado» y «mandación», pero
un comes pudo serlo de León, como Fernando Laínez, y su hijo Laín Fer¬
nández serlo a su vez de Astorga, a mediados del siglo XI. Y entre los Al-
LA SOCIEDAD EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES 275

fonso, un Alfonso Diez ser conde de Grajal en 1024 y su nieto Alfonso


Muñoz serlo en Cea en 1052. No puede considerarse pues, que en el reino
de León, a mediados del siglo xi, los condados fueran auténticos feudos,
como en el resto de la Europa feudal, ni identificar las mandaciones con
tales feudos. Aunque, como ha observado Carlos Estepa, «la adquisición
de patrimonios podía generar más fácilmente las posibilidades de actuación
administrativa o el desarrollo de una acción en una zona llevar, por el pro¬
cedimiento que fuera, a la adquisición de heredades». Es posible que el ser
comes tan sólo indicara, entre los magnates, que actuaban en nombre del
rey en un lugar o en otro, sin que el ser «conde» implicara poseer un «con¬
dado» en el sentido estricto que hoy damos a esta voz.
La transformación en este sentido, en el reino de León, parece haberse
dado en tiempo de la minoría de Alfonso VII y en los territorios situados
al sur del Duero, por influencia de nobles de otras latitudes, como Raimun¬
do de Borgoña, yerno de Alfonso VI. Estos territorios pudieron asimilarse,
con mayor facilidad, en el siglo xn a los feudos de la Europa occidental.
Quienes actúan como condes o tenentes en Salamanca, Zamora o Vallado-
lid parecen hacerlo en calidad de señores de sus territorios. No obstante,
en esta época avanzada hay que contar ya en la esfera administrativa del
territorio con la competencia de los grandes concejos, a los cuales nos refe¬
riremos en otro epígrafe, frente a los magnates.
Piensa Estepa que comes y tenente pueden ser sinónimos y que las te¬
nencias condales se poseían por designación real. La preferencia de uno u
otro vocablo en la documentación (mandante in, comes in, tenente in o,
simplemente, ... in) pudo ser debida a la presencia de una fortaleza que pre¬
sidía el territorio o centro de la demarcación. Un magnate podía ejercer domi¬
nio, en nombre del rey, sobre un conjunto de tenencias. Pero la fortaleza
principal podría dar nombre al territorio en cuanto se delimitara su término.
Suero Vermúdez, descendiente de familia asturiana emparentada con la
reina Velasquita, fue comes Legionensium (conde de los leoneses) desde 1109
y en los reinados de Urraca y de Alfonso VII actuó como tenente en los
territorios de Lúa, Gordón, Babia, Laciana, Astorga y parte del Bierzo. Dotó
en 1120 el monasterio de San Salvador de Cornellana. La alta nobleza po¬
seía dominios en lugares distantes entre sí y mezclados con los de otros due¬
ños. Pero tendía a la coherencia mediante compras y permutas de bienes,
y aprovechaba el poder que le confería la autoridad delegada del rey para
redondear sus patrimonios. Las tenencias de fortalezas y el gobierno de sus
territorios sufrieron cambios, y de ser puras y simples delegaciones del po¬
der regio tendieron a convertirse, cuando se perpetuaban en una misma fa¬
milia, en una suerte de señorío de ésta. Puede que en unos casos —y esto
se daba incluso en el siglo xi— fuesen ya dueños del lugar, o familias rele-
276 MANUEL RIU RIU

vantes del mismo, quienes conseguían del rey su tenencia o mandación. Pero
en otros casos, y con mayor frecuencia en el siglo xn, era la autoridad de
que gozaban la que les permitía asentarse con firmeza en un lugar, heredar
la tenencia del mismo y reorganizarlo en beneficio propio para sentar las
bases del señorío jurisdiccional.
Ya a mediados del siglo xii vemos que los monarcas, en particular Al¬
fonso VII, conceden villas a nobles «con toda su jurisdicción, honor y de¬
rechos», redondeando de este modo los señoríos. Al pasar estas villas a
depender de la nobleza dejarían de depender de los tenentes o merinos rea¬
les, contribuyendo al desarrollo de los grandes señoríos jurisdiccionales, con
derechos sobre los habitantes de sus territorios. El proceso de señorializa-
ción, tan importante en los últimos siglos medievales, se había iniciado ya
con la consolidación de los linajes nobiliarios en el siglo xii. La evolución
de la nobleza, no obstante, no fue uniforme. Mientras unos grupos familia¬
res se extinguieron y otros se convirtieron en caballeros, o miembros de la
nobleza menor, al servicio de las grandes casas señoriales, los orígenes de
algunas de éstas pueden rastrearse, a través de la documentación conserva¬
da, hasta el siglo x.
María del Carmen Carié, al estudiar la formación de los grandes patri¬
monios en León de los siglos x al xm, ha podido seguir el rastro de varias
de estas familias relevantes y su intervención en los dominios eclesiásticos
de cabildos y monasterios.

La sociedad rural de Castilla y León

La división artificiosa de la sociedad en tres grupos complementarios:


el de los trabajadores, el de los guerreros y el de los que oran, parece haber
sido un ejercicio escolástico, generalizado en el Occidente de cultura latina
a partir del siglo XI (aunque surgido en el ix) a la búsqueda de un ventajo¬
so equilibrio armónico. Pero de hecho, en aquella época, quienes trabaja¬
ban u oraban se veían obligados a menudo también a combatir, y quienes
combatían no solían olvidar sus deberes para con las tierras y el ganado si
querían sobrevivir, y tampoco podían dejar de rezar.
Los pequeños propietarios libres, descendientes de los antiguos apriso-
res, que repoblaron Castilla y León en los primeros siglos de la reconquis¬
ta, ante la inestabilidad aceptaron colocarse bajo la protección de un
poderoso, ya en los siglos X y xi, como observó Claudio Sánchez Albor¬
noz, y fueron perdiendo sus bienes al caer bajo la dependencia de señores
laicos o eclesiásticos, ya fuera por un préstamo no devuelto, ya por el im¬
pago de una multa o de un tributo, ya por no haber podido resistir la pre-
LA SOCIEDAD EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES 277

sión de un vecino más poderoso que quería comprarle la tierra o que se la


entregara a cambio de su protección. En tal caso, a cambio de la protección
y del usufructo de la tierra que fue suya, el campesino debería pagar ciertos
tributos en especies (pan, vino, cereales...) y trabajar determinados días del
año, o uno a la semana, para el señor. Era de condición libre, pero si deci¬
día marcharse, la tierra (y acaso una parte de sus bienes muebles o semo¬
vientes) quedaría para el señor. Y cabe hablar ya, en tal caso, de «hombres
de behetría», aunque todavía no de villas, ni lugares, de behetría.
Los hombres de behetría, personalmente libres, que se entregaban a un
señor para que les protegiera, tenían que pagar cuatro sueldos al año (León,
1156) en concepto de fonsadera, o sea, para redimirse del servicio militar.
Podían ir donde desearan, y podían elegir señor; pero en el siglo xii, abun¬
daron ya las behetrías hereditarias y las colectivas, que restringían sus mo¬
vimientos y les tenían sujetos a determinados tributos (como la infurción,
que obligaba a atender y mantener al señor y sus caballerías cuando visita¬
ba el lugar). En el siglo xn las tropelías de la nobleza obligaban a que los
lugares o aldeas todavía libres tuvieran que entregarse a la benefactoría de
otros nobles para evitar las depredaciones. A partir del siglo xm las behe¬
trías serían las tierras habitadas por gentes que podían, más o menos libre¬
mente, cambiar de señor. A veces sólo entre los miembros de determinadas
familias.
Se ha escrito que el origen de las behetrías cabe plantearlo en el contex¬
to de los procesos de cambio de las comunidades de aldea. En el territorio
de la merindad de Burgos (una de las quince merindades en que se dividi¬
rían los territorios comprendidos entre el Cantábrico y el Duero y la cordi¬
llera Ibérica y el río Cea), estudiado por Ignacio Álvarez, sólo el 25 por 100
de lugares fueron behetrías, repartiéndose el resto otros dominios señoria¬
les: realengos, abadengos y solariegos. Y tan sólo uno de ellos fue un con¬
dominio de behetría y abadengo. La realeza y la iglesia seguían pesando
en el dominio de estos territorios. Al final del proceso nos encontraremos
con el control de las behetrías ejercido por linajes de magnates que sustitu¬
yeron a los hidalgos. Y veremos que éste fue un paso previo a la restricción
del acceso a la divisa señorial, dentro del grupo de los hidalgos; en benefi¬
cio de un reducido número de ellos que será el que tenga el señorío compar¬
tido de la villa de behetría, y no todos los hidalgos que tengan heredades
en ella. Posteriormente, según P. Clavero, el señorío superior de la behe¬
tría se convirtió en patrimonio de determinados linajes nobiliarios, mediante
la institución de la «naturaleza» de señorío, de la que gozarían tan sólo aque¬
llos diviseros que pudieran ser erigidos en señores singulares de la behetría,
en detrimento del señorío compartido de los hidalgos diviseros.
Los diviseros, pues, fueron los hidalgos que, por descender del primer
278 MANUEL RIU RIU

señor que hizo hereditaria en su familia la behetría, conservaron en ella cier¬


tos derechos —la divisa—, pudiendo haberla adquirido además por com¬
pras y casamientos, en tanto que los naturales tan sólo la habían obtenido
por herencia. El control de las behetrías acabaría, en los siglos xm y xiv,
en manos de magnates que fueron sustituyendo a los hidalgos, después de
haber limitado a éstos el acceso a la divisa señorial. Y al final (siglo xiv),
el señorío superior de la behetría se singularizó convirtiéndose en patrimo¬
nio de un solo linaje nobiliario, mediante la institución de la naturaleza de
señorío, como hemos dicho, en detrimento de los hidalgos diviseros y de
su señorío compartido.
Las behetrías acabaron sujetas al pago de tasas diviseras, infurciones,
monedas, servicios y martiniegas, perdiendo muchas de sus ventajas origi¬
narias y equiparándose, por sus rentas y pechas, a los abadengos de la Igle¬
sia, en tanto que los solariegos de la merindad de Burgos pagaban menos
rentas. La concentración del poder señorial hizo que en esta merindad nue¬
ve señores, a mediados del siglo xiv, laicos y eclesiásticos, ejercieran el do¬
minio señorial en 82 de los 121 lugares de la misma, casi el 70 por 100.
Mientras tanto, las necesidades de repoblar las tierras ganadas a los mu¬
sulmanes hacían que los campesinos que se asentaban en la zona compren¬
dida entre el Duero y el Tajo pudieran alcanzar la libertad si no la tenían.
En la zona meridional de los reinos de León y de Castilla, en el territorio
de las Extremaduras, predominarían, pues, en los siglos XI y XII, los cam¬
pesinos libres, hasta que se formaran los grandes señoríos jurisdiccionales.
En cambio en las zonas norteñas, como hemos visto, la dependencia de los
campesinos sería más temprana. Puede que contribuyese a ella la difusión
del feudalismo europeo a través del Camino de Santiago, de la cual puede
ser modelo el fuero de Sahagún (1085), debido a la influencia de Cluny,
que convierte a los pobladores de la villa de Sahagún en vasallos del monas¬
terio y les obliga al pago de un sueldo anual y a reconocer los monopolios
(hornos, molinos...) y prioridades del mismo, no sin dar lugar a oposición,
e incluso violencia, aunque esporádicas.
La procedencia de los campesinos repobladores es muy variada: fran¬
cos, mozárabes, portugueses, gallegos, navarros, riojanos, aragoneses...,
según ha podido advertir Ángel Barrios a través de la toponimia y la ono¬
mástica, para la zona meridional del Duero comprendida entre Ciudad Ro¬
drigo y Segovia. Otras diferencias cabe señalar entre los habitantes de las
villas y los de las aldeas, entre los poseedores de vivienda propia y los que
viven en casas ajenas, entre campesinos y pastores, entre los cultivadores
de sus tierras y los que trabajan las de otros, entre los hidalgos y los caba¬
lleros villanos que se van a apoderar de los concejos.
Persisten las prestaciones de trabajo (corveas, sernas) en las tierras del
LA SOCIEDAD EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES 279

señor, pero también se pueden redimir por dinero, y su cultivo lo harán cria¬
dos o jornaleros. En los días que trabajan para él, el señor debe alimentar
a los campesinos (con pan, vino, queso y «conducho», carne o pescado)
y entregarles cebada para que coman sus asnos cuando participan en los
trabajos. Junto a los campesinos libres y dependientes coexisten, pues, fa¬
milias de condición servil que viven como criados en las casas del dueño,
reciben de éste el alimento y se integran en su «familia».
Conocemos la gran expansión de las cabañas ganaderas en las zonas mon¬
tañosas del sur del Duero, a lo largo del siglo xii, y sus migraciones tem¬
porales a las tierras y pastizales del norte en verano, con la organización
de la trashumancia y sus vías de tránsito, a la vez que se reorganiza la agri¬
cultura de las zonas repobladas, con campos de cereal (trigo, cebada y cen¬
teno principalmente), prados, viñedos y huertas. El cultivo de las leguminosas
y el de fibras vegetales para uso artesano, como el lino y el cáñamo, se ha¬
llaba ya bastante extendido en estos momentos, y se realizaba con instru¬
mental de hierro.

La escala feudal en Cataluña

Bajo la influencia de los francos el régimen señorial y feudal tendieron


a fundirse en Cataluña, donde, en pleno siglo x, se podían infeudar ya el
señorío y sus funciones. El conde de Barcelona, princeps de la tierra, presi¬
día la jerarquía feudal del principado, ejerciendo la potestas o autoridad
superior (como un anticipo del señorío jurisdiccional) a través de la curia
barcelonesa. Le seguían en la escala jerárquica los vizcondes, que hacían
sus veces y poseían grandes dominios en feudo, otorgados con frecuencia
por los propios condes y separados del honor condal; junto a ellos destaca¬
ban los comitores o administradores de parte del patrimonio condal, y los
vasvasores o vasallos de los vasallos directos del príncipe, formando todos
ellos la clase de los barones, bajo los cuales se situaba la de los milites o
caballeros, que recibían en feudo, mediante la ceremonia del homenaje y
el acto de la investidura que solía seguirle, un castillo (en cuyo caso recibi¬
rían el nombre de castlans o «castellanos», detentores de castillos) con sus
tierras o distrito y con su dotación (castlania), pudiendo subinfeudar, a su
vez, parte de dichas tierras (a sotscastlans) y debiendo costearse el equipo
militar y el caballo y tener dispuesta la guarnición del castillo.
De éstos dependían los cultivadores de sus tierras, a ellos encomenda¬
dos, los llamados «hombres propios y sólidos» (homines proprii et solidi),
así como los que permanecían en las tierras mediante el pago de un censo
o renta anual (villani de parata), y los colonos y siervos adscritos a la tierra
280 MANUEL RIU RIU

(remensas, sujetos a redención o a pagar una cantidad fija por cabeza para
poder marcharse del lugar). Todo vasallo podía enajenar el feudo a un ter¬
cero, mediante el consentimiento del dueño y el pago a éste de la tercera
parte del valor de la venta (laudemio). El señor se consideraba que debía
auxilio, ayuda y protección al vasallo y éste, por su parte, le tributaba obse¬
quios, servicios y fidelidad.

La sociedad rural catalana

En el principado de Cataluña se suelen distinguir los territorios de la


Catalunya Vella, reconquistados antes de los comienzos del siglo xi, y los
de la Catalunya Nova (comarcas de Tarragona, Lérida y Tortosa) incorpo¬
rados a los condados catalanes en la primera mitad del siglo XII. El siste¬
ma de la aprisio seguido en la repoblación de los primeros favoreció la
creación de un habitat disperso, plasmado en las villae, villares y mansi,
prototipos de las masies o masos, fincas agrícolas de explotación unifami-
liar cuyos cultivadores o masovers se vieron sometidos con mayor facilidad
a los designios del dueño de las tierras, fuera éste un señor laico o eclesiásti¬
co, facilitándose la señorialización de los patrimonios y la situación de de¬
pendencia de los campesinos respecto de sus señores. No obstante, la
perduración de pequeños patrimonios familiares libres no sería insólita a
lo largo de los siglos XI y XII porque la Cataluña Nueva, a partir del siglo XI
y en especial en el XII, se vio necesitada de repobladores y la propia casa
condal barcelonesa, los grandes magnates y la Iglesia tuvieron que conce¬
der numerosos privilegios a los campesinos que acudían a poblar sus tie¬
rras, constituyendo villas con cartas de población colectivas que registraban
los derechos y las obligaciones de los pobladores. Y la existencia de esta
válvula de escape hacia el sur hizo que los dueños de los patrimonios de
la Catalunya Vella tuvieran que conceder franquicias a sus habitantes para
evitar la emigración de gentes hacia las tierras nuevas, no sólo de la Catalu¬
ña meridional, sino también, a partir del siglo xm, de Mallorca, Valencia
y Murcia.
Sin embargo, el proceso de adscripción a la gleba del campesinado, para
evitar su marcha, existió y aun se acentuó a partir de la segunda mitad del
siglo XII y durante el xm, pero poniendo en práctica acciones derivadas de
la aplicación de las normas o constituciones dimanadas de las Cortes sufri¬
ría con el tiempo, en las tierras de la Catalunya Vella suficientemente po¬
bladas, un proceso de signo contrario, al precisar dinero en efectivo los
señores y tener que aceptar el abandono de sus tierras por los campesinos
capaces de abonar su redención o remensa. La dependencia del campesina-
LA SOCIEDAD EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES 281

do se traducía en fuente de ingresos para los señores laicos y eclesiásticos


y, según José Luis Martín, igual sentido tenían los «malos usos» que él in¬
terpreta como «una fuente de riqueza que compensa y equilibra los ingre¬
sos jiobiliarios en época de auge económico en el mundo rural, dado que
los derechos territoriales del señor —los censos— permanecen prácticamente
invariables al ser perpetuos». Los problemas demográficos del siglo xiv pro¬
vocarían cambios importantes en esta situación y darían lugar a que el pre¬
cio del rescate del campesino y su familia aumentara dos y tres veces hasta
triplicarse.

La sociedad aragonesa

La situación legal de la sociedad aragonesa la conocemos principalmen¬


te a través de los fueros. El primero de ellos, el de Jaca, dado por Sancho
Ramírez hacia 1063 a la villa con objeto de repoblarla, retenerla bajo su
señorío directo y convertirla en capital del reino de Aragón, cuando la zona
de Barbastro y Huesca se hallaba todavía en poder de los musulmanes. Di¬
cho fuero estaba pensado para favorecer la instalación de francos, una «clase
media» de burgueses, ultrapirenaicos o autóctonos, en la villa y fomentar
en ella el comercio, favorecido por encontrarse la urbe en el Camino de San¬
tiago. Sus normas tendían a la protección de la familia, célula básica de la
organización del territorio, y a la de la moral.
Este fuero tuvo amplia repercusión, incluso en Navarra, donde fue dado
a Estella, poblada en 1090, y a otros muchos núcleos en los siglos xii y xm,
y asimismo en Guipúzcoa, donde lo obtuvo San Sebastián hacia 1180, y desde
allí se extendió por Guetaria (antes de 1200), Fuenterrabía (1203), Motrico,
Zarauz y otros lugares hasta San Vicente de la Barquera.
Al recuperar Alfonso I el Batallador, en 1118, la ciudad de Zaragoza,
aplicó a la capital del Ebro el fuero de infanzones, proporcionando a los
zaragozanos las ventajas económicas, jurídicas y fiscales de aquéllos. Las
difíciles circunstancias en que se hizo la repoblación de la margen derecha
del Ebro hicieron que se concedieran, en los fueros de Calatayud (1131),
Daroca (1142), Teruel (1170) y Albarracín, especiales privilegios y liberta¬
des a quienes corrían el riesgo de irse a vivir en la frontera.
La Compilación de Huesca, en 1247, de los Fueros de Aragón, que
daría carácter oficial a este Fuero General, iba a recoger muchas disposi¬
ciones anteriores, pero no derogaría los fueros locales, aunque fue sustitu¬
yéndolos poco a poco.
Si bien en los fueros aragoneses, desde el de Jaca hasta la Compilación
de 1247, debida a la iniciativa del obispo Vidal de Canellas y dada en las
Cortes de Huesca de aquel año, se hallan referencias a las mujeres, no se
282 MANUEL RIU RIU

trata de un derecho específico para éstas, como ha señalado Carmen Orcas-


tegui, sino de una reglamentación de carácter general tendente a proteger
la familia conyugal y extensa (la Casa), a defender a la viuda como cabeza
de familia a efectos del fisco y como tutora de la prole menor de edad. En
el período intermedio, los fueros de la primera mitad del siglo XII —Cala-
tayud (1131), Daroca (1142)— protegían la honra de la mujer, penando el
rapto y la violación, pero el de Teruel (de 1170) en vigor hasta finales del
siglo xvi, fue con mucho el fuero municipal más influyente del derecho ara¬
gonés y el más explícito en defender el vínculo familiar y proteger la fami¬
lia, desde las capitulaciones matrimoniales hasta los derechos de la herencia.
La mujer adúltera, abortista, bruja, hechicera o alcahueta era condenada
a la hoguera, salvo que fuera capaz de resistir la prueba del hierro candente
en la mano. Los hijos no podrían disponer de la herencia hasta cumplidos
los doce años, edad elevada a catorce años en 1247, y su situación se equi¬
paraba a la de los hijastros.
En el fuero de Teruel se alude asimismo al «testamento de hermandad»
entre los cónyuges, por el cual quedaba el superviviente como usufructua¬
rio de los bienes de la pareja y los hijos no podían disponer de la herencia
hasta la muerte de aquél. Cierto criterio de igualdad entre ambos cónyuges
preside las decisiones de dicho fuero, e igualmente el reparto de la herencia
debe de hacerse por igual entre los hijos y las hijas. No obstante, se hace
distinción entre la mujer de la nobleza o infanzona, la de libre condición
y la villana, fijándose para cada una de ellas, de acuerdo con su situación,
los principios de protección en el ámbito familiar y conyugal, y en las situa¬
ciones derivadas de la institución matrimonial.

La sociedad navarra en el siglo xii

De la sociedad navarra del siglo xii poseemos, principalmente, docu¬


mentos de origen monástico. Los textos del monasterio de Leire, publica¬
dos por Ángel Martín Duque, acreditan que el papa Pascual II, en el año
1100, puso bajo su tutela el monasterio y otros del reino de Navarra, con¬
firmándoles sus iglesias, pertenencias y censos, y el rey se los confirmó tam¬
bién. El papa decretaba además la libre designación de abades por los
comunitarios, de acuerdo con la regla de San Benito, sin interferencia de
la autoridad episcopal, garantizando su independencia de ésta. Los monas¬
terios navarros quedaban sometidos directamente a la Iglesia de Roma me¬
diante el pago de un censo anual de una onza de oro. Nadie, en lo sucesivo,
podría perturbar la paz de Leire, ni retener bienes suyos, sin incurrir en la
pena de excomunión.
LA SOCIEDAD EN LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES 283

Pero los monasterios poseían parroquias entre sus pertenencias, y po¬


dían poner clérigos en ellas, con el consenso de los vecinos, para que cele¬
braran misas y tuvieran a su cargo la cura pastoral. El monasterio de Leire
poseía mezquinos, que habían sido cedidos al cenobio con sus casas y de¬
bían pagarle un censo anual, además de ayudar en las labores de los cam¬
pos y viñas del monasterio mediante prestaciones de trabajo.
Los mezquinos se compraban y se vendían con las casas y tierras. Pero
observamos que en 1102 ya algunos mezquinos pretendían hacerse infanzo¬
nes, para no pagar el censo debido al cenobio y, en este dato, hallamos el
primer atisbo hacia la integración de la nobleza navarra, y sus orígenes a
partir de la condición campesina cuando sus componentes habían ejercido
tareas administrativas que les habían proporcionado ganancias suplemen¬
tarias. Aunque el monasterio recibía censos, diezmos y primicias, debía pa¬
gar al obispo el cuarto del diezmo por el disfrute de iglesias parroquiales.
El monasterio de Leire, pues, ejercía funciones sociales y espirituales que
no se hallaban en condiciones de asumir los poderes públicos. Así vemos,
por ejemplo, que entre los tipos de donaciones que recibe el cenobio, algu¬
nas hechas en vida del donante, clérigo o laico, y otras post mortem, a ve¬
ces se estipula que en vida del donante la heredad permanecerá ingenua,
pues se trata de un bien alodial, y sin estar sujeta a censo ni fossataria, pa¬
sando a integrarse en los bienes monasteriales a su muerte. Si el donante,
una vez viudo, quiere entregarse al cenobio, recibirá de éste «comida y ves¬
tido, y lo necesario al cuerpo», mientras viva. El monasterio de Leire, en
este caso, proporciona al individuo, anciano y sin familia, lo que hoy lla¬
maríamos «seguridad social». En el año 1103 vemos el caso de un clérigo
que se entrega con todos sus bienes al cenobio de Leire, y la donación inclu¬
ye: casa, huerta, campos para el cultivo de cereales, viñas y dos cubas.
Por otra parte, el papel de la mujer en la sociedad navarra no se limita
a su participación esporádica en los concejos vecinales, o a su contribución
en las imposiciones generales, a las cuales suelen aportar las solteras o viu¬
das la mitad de lo estipulado para los varones, salvo el fuero de Estella que
equipara las viudas, en su calidad de cabezas de familia, a los restantes ve¬
cinos obligándoles a pechar como ellos y tan sólo las libera de concurrir
a la hueste. La pecha anual entera o cena solía consistir, en el siglo xm,
en el pago de dos sueldos, pero a la misma podían sumarse otros pedidos
y derramas, establecidos de acuerdo con los bienes raíces que se poseían.
Como ha observado Luis Miguel Diez de Salazar, las mujeres tenían ca¬
pacidad jurídica para otorgar escrituras públicas, ya solas, ya en compañía
de su esposo e hijos, pudiendo vender y comprar, contraer censos o hacer
donaciones, testar, testificar, etc., si bien en los últimos siglos medievales
tendió a restringirse esta capacidad legal.
284 MANUEL RIU RIU

La honra de la mujer es protegida por la ley, en Navarra como en los


demás reinos cristianos, de acuerdo con su condición. La violación se con¬
sidera, en general, como medio homicidio, fijándose la compensación en
el pago a la parte ofendida de 500 sueldos, 60 medidas de cebada o seis bue¬
yes, siempre que pudiera probarse. Existen pruebas exculpatorias como la
de la candela (perdía la parte cuya candela se consumía antes), admitida
por el fuero de la Novenera, pero en otros fueros, como el de Ayala (1373),
el violador podría ser condenado a muerte. La presencia de la mujer ante
los tribunales parece que debió de ser bastante frecuente, sobre todo por
riñas, ya familiares, ya con vecinos. La mujer acusada de hurto podía ser
sometida a la prueba del hierro candente según el fuero de la Novenera.
Aunque consta el trabajo de mujeres fuera del hogar, el papel de la mujer
en la vida familiar se consideraba esencial. El cuidado de la casa, esposo
e hijos era considerado como el trabajo más importante.
La niña se prepara desde pequeña para el matrimonio, son sus padres
o hermanos quienes le buscan marido y ofrecen la dote. Recibe, a cambio,
las arras del marido, que en el fuero de Viguera se establecían, para la mu¬
jer de condición villana, por lo menos en una casa cubierta por doce ca¬
bríos, una robada (media fanega) de tierra para linar y dos peonadas de
viña. El compromiso o esponsales podían tener lugar cinco años antes o
más que el matrimonio. Si una vez casada, la mujer cometía adulterio, las
arras volvían al marido o a los hijos. En algunos casos, como en el fuero
de Sobrarbe o en el de Estella, el marido agraviado puede dar muerte a los
adúlteros sin pagar ninguna caloña. En León, en cambio, si el agraviado
no da muerte a los dos culpables y deja sin castigo a la mujer, puede ser
condenado a muerte. La venganza debe ser total para no sufrir castigo. En
Navarra, como en los restantes reinos, el número de hijos ilegítimos parece
haber sido bastante abundante. La viuda podía retener el usufructo de los
bienes del marido, sin cambiarlos ni enajenarlos; podía perder dicho usu¬
fructo, en cambio, si tenía un amante, vendía bestias o talaba árboles fru¬
tales sin permiso de los parientes del difunto.
Normalmente los fueros distinguen la condición del infanzón de la del
villano, siendo distinto el tratamiento que se da a sus personas y a sus bie¬
nes, principalmente a la hora de heredar, en la cual suele prevalecer la con¬
dición del padre sobre la de la madre. Hasta la época de Sancho VI el Sabio
el matrimonio podía romperse con relativa facilidad pero, por la influencia
de la Iglesia sobre costumbres ancestrales, la presencia del clérigo, desde
el siglo XIII, con la toma de las manos de los contrayentes y la promesa de
mutua fidelidad y lealtad, le daría mayor consistencia, pudiendo figurar in¬
cluso un notario que levantara acta de la ceremonia.
12. LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS

El despertar económico

Aunque no disponemos todavía, para este período anterior al siglo xm,


de datos fidedignos que nos permitan conocer el potencial humano de los
reinos cristianos, ni su distribución irregular, y todos los cálculos —como
el de que España en el siglo XI tuviera unos 5.500.000 habitantes— son meras
conjeturas sin apoyos firmes, lo cierto es que España estaba poco poblada
en muchas zonas, que la densidad era baja (inferior a los 12 habitantes por
kilómetro cuadrado) salvo en muy contados núcleos, que apenas existían
ciudades superiores a los 15.000 ó 20.000 habitantes, y que las disponibili¬
dades de gentes para repoblar zonas reconquistadas al islam solían ser esca¬
sas. A lo largo del período se constata, no obstante, a menudo a través de
testimonios indirectos, un incremento general y continuado de la población,
ya fuera por la natalidad (superior, aunque la mortalidad infantil siguiera
siendo considerable a juzgar por el número de enterramientos infantiles en
las necrópolis hasta ahora excavadas), ya por las corrientes migratorias de
las zonas montañosas hacia las tierras llanas, ya por la presencia e incre¬
mento de grupos alógenos (norteafricanos o europeos).
La cría en gran escala de caballos, mulos y asnos facilitaba la movilidad
de las gentes y el traslado de bienes de unos lugares a otros, si bien no cabía
prescindir todavía de las pesadas carretas de cuatro ruedas tiradas por yun¬
tas de bueyes. Por ello, en los siglos xi y xii, al lado del desarrollo de la
MANUEL RIU RIU
286

trashumancia de óvidos y bóvidos, vemos desplegarse una gran actividad


ganadera, tanto en al-Andalus islámico como en el norte peninsular cristia¬
no, de la cual participarán de forma activa las villas fronterizas, dedicadas
a la cría de équidos, y los monasterios cistercienses, grandes innovadores
en el ámbito rural.
El aumento de la cabaña ganadera supondrá la búsqueda de nuevos pas¬
tos naturales y la creación de prados artificiales para hacer frente a las ne¬
cesidades alimenticias de los rebaños. Y estas necesidades implicaron el acoso
continuado de amplias zonas de bosque o de matorral que hasta entonces
sólo habían sido escenario de caza, de recolección de frutos silvestres o de
aprovechamiento de la madera para la construcción o de leña para calentar
el hogar y hacer frente a los rigores del invierno.
No obstante, el tema de la intervención humana en los bosques, durante
los siglos XI y XII, o el de la expansión de la ganadería y sus consecuencias,
han sido tratados de forma mucho más superficial que el del desarrollo agrí¬
cola, artesano y comercial, aspectos éstos mejor conocidos gracias a la in¬
vestigación de las últimas décadas. A este período corresponde la fundación
de muchas poblaciones nuevas, la tendencia a agruparse la población hasta
ahora dispersa en torno de castillos, monasterios y villas nuevas; el desa¬
rrollo de los sistemas de regadío y abastecimiento de aguas, con la subsi¬
guiente diversificación de cultivos e intensificación de los productos
industriales como el lino o el cáñamo; la mejora de los sistemas de abono;
el aprecio de las leguminosas; la creación de numerosos mercados semana¬
les, de algunos diarios y de la mayor parte de las ferias, indicios claros de
un incremento y diversificación del artesanado urbano.
El hombre va sintiendo, cada vez más, la necesidad de asociarse, de agru¬
parse: los muertos se juntan, desde el siglo XI, en la sagrera o cementerio
parroquial, tierra sagrada que rodea a la iglesia, y los vivos se agrupan en
cofradías, al amparo de la Iglesia, para hacer valer mejor sus derechos, o
en gremios de artesanos, para mantener la calidad de los productos y abrir¬
les nuevos mercados.

El sistema de «parias»

Los monarcas de los distintos reinos cristianos, aprovechándose de la


debilidad de los primeros reinos de Taifas islamitas, desde el primer tercio
del siglo XI van a aplicar un nuevo sistema de control político, con venta¬
jas económicas, que recibirá el nombre de sistema de parias. Los reinos cris¬
tianos, debido a contar con una población escasa, no pueden repoblar nuevas
tierras, aunque ahora sean más fácilmente conquistables, y empiezan a adop-
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 287

tar el sistema de controlar a los reyezuelos islamitas mediante la realización


de expediciones rápidas en sus territorios, obligándoles a declararse vasa¬
llos suyos e imponiéndoles, a cambio de ofrecerles su protección armada,
un tributo anual o paria, consistente en una contribución en dinero (oro
o plata), o, con menos frecuencia, en la cesión de fortalezas en el territorio
protegido.
Los reyes de Taifas se avinieron a esta protección, que salvaguardaba
sus fronteras de la avidez de sus vecinos musulmanes, reconociendo el po¬
der de los soberanos cristianos o incluso de condes, como los de Barcelona
y de Urgel, siempre que se sentían débiles pero, en caso de creerse fuertes,
o de percibir poca seguridad en el protector, desligábanse de sus compro¬
misos. Para evitar esto, desde mediados del siglo xi coexistirá el sistema
de parias con la ocupación del territorio por tropas del protector.
La convivencia entre hispanos cristianos y musulmanes que el nuevo sis¬
tema impone debía contribuir a la mutua comprensión, creando un clima
distendido que sería después aprovechado con habilidad cuando, pasado ya
el siglo XI, el aumento de población experimentado por los reinos cristia¬
nos les permitiría, no obstante la presencia e interferencia de los invasores
norteafricanos en tierras de al-Andalus, la colonización de éstas, y se lanza¬
rían, con una caballería más numerosa y mejor pertrechada, a la conquista,
sustituyendo la ocupación temporal, o por pequeñas guarniciones, por la
anexión, seguida de inmediato por la actividad colonizadora o repobladora.
El sistema de parias, pues, desde el primer tercio del siglo xi hasta la
primera mitad del xn, ofrece un doble interés, económico y político, con
amplia repercusión en los distintos reinos. Desde un punto de vista econó¬
mico las parias se convierten en una fuente de ingresos considerable para
los reinos cristianos, sin la cual sería difícil de explicar el gran desarrollo
de la construcción en piedra y la expansión del arte románico desde Galicia
a Cataluña. Desde el punto de vista político, el pago implica un reconoci¬
miento de cierta dependencia vasallática, dado que a menudo se cobra por
la protección que supone la prestación de ayuda militar y por no atacar a
quien paga, extremos que suponen una mayor fuerza y disponibilidad de
efectivos bélicos por parte de los cristianos.

La repoblación y el régimen económico agrario

A raíz de la repoblación de tierras leonesas y castellanas, especialmente


en el valle del Duero y en los de sus afluentes, efectuada principalmente por
la pressura de los yermos, según vimos en los siglos IX y x, proliferaron
los pequeños propietarios libres. A principios del siglo XI, en León y en Cas-
288 MANUEL RIU RIU

tilla, el gran dominio territorial o señorío, existente tan sólo en forma rudi¬
mentaria, se iba generalizando por la Península, y vinculaba a los habitantes
y cultivadores de sus campos al señor con quien aquéllos tenían las relacio¬
nes de dependencia características del «régimen señorial». Se iba extendiendo
cada vez más el sistema de grandes señoríos latifundistas, originados en ge¬
neral por concesiones regias a magnates laicos, o a iglesias y monasterios.
Las donaciones de tierras, campos, huertas o viñas que hacían los pe¬
queños propietarios rurales a las iglesias y monasterios, para alcanzar la sal¬
vación de sus almas y ser partícipes de las gracias obtenidas con sus oraciones,
contribuyeron eficazmente a la formación de los grandes señoríos eclesiás¬
ticos. Dichas donaciones solía hacerlas el propietario en el transcurso de
su vida, reservándose el usufructo y cediendo a la Iglesia el dominio, para
que ésta pudiera disponer de ella a su muerte, o las legaba en testamento
para después de ésta. El engrandecimiento de los grandes señoríos, en de¬
trimento del minifundio, se debió también a la reducción al colonato de los
pequeños propietarios rurales cuando éstos contraían deudas o préstamos
(renovos) con un señor vecino, que luego no podían pagar o devolver. Se
dieron también casos de vecinos poderosos que se apropiaron de tierras por
la violencia, o que reunieron dos o más propiedades, por matrimonio, acre¬
centando así el patrimonio originario. El latifundismo se incrementó, pues,
por donaciones, ventas, legados, apropiaciones, o por la simple unión de
familias vecinas.
Si la repoblación, en las primeras etapas, se había hecho por particula¬
res, nobles, eclesiásticos y reyes, la repoblación de las «extremaduras» com¬
prendidas entre el Duero y el Tajo se hizo en los siglos XI y XII, con la
intervención activa de los municipios, concejos y Órdenes militares, las nue¬
vas fuerzas económicas de la época, que poseían potencial humano sufi¬
ciente para emprender dicha repoblación. El valle del Ebro, fortificado en
el primer tercio del siglo XI, fue repoblado por Alfonso I el Batallador. Poco
después, a mediados ya del siglo XII, Ramón Berenguer IV repoblaba las
comarcas de los reinos de Tortosa y Lérida, habitadas por agricultores mu¬
sulmanes que, a menudo, permanecieron en sus tierras, junto a los nuevos
pobladores francos y catalanes, aragoneses y mozárabes. Las concesiones
de fueros y de exenciones —privilegios de «inmunidad»— por parte de los
monarcas, se hicieron a menudo necesarios para conseguir el desplazamiento
de la población hacia las tierras recuperadas al islam.
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 289

El señorío y su explotación

Existieron grandes dominios reales (realengos), como los hubo señoria¬


les de seglares o de magnates (señoríos de solariego) y también eclesiásticos
(abadengos). Estos dominios no solían tener sus propiedades juntas, for¬
mando un conjunto de tierras homogéneo, sino que, con mucha frecuen¬
cia, estaban constituidos por parcelas separadas que distaban mucho unas
de otras, constituyendo núcleos dispersos entre bienes de otros propietarios.
En el siglo xii, en virtud de los privilegios de «inmunidad» obtenidos del
rey, muchos señoríos se desenvolvieron de un modo casi independiente de
la realeza. Tan sólo el señor se hallaba vinculado al rey por el vasallaje,
un vínculo a menudo mal definido.
El señor solía reservarse una parte del dominio señorial para proceder
a su explotación directamente. A esta parte se la llamaba «térra dominica»
(tierra del señor), «clusa» (cercada o vallada), «quintana» en Asturias, o
«condomina» (condemina o coromina) en Cataluña, hallándose constitui¬
da en buena parte por extensos campos de cultivo de secano. En el señorío
se extendían las villae o «villas», villulae o fincas pequeñas, y sus subdivi¬
siones: mansos o masías, casales, herreñales, decanías, cellae, etc., donde
residían los «homines» del señorío, mediante cesiones y contratos obteni¬
dos de sus dueños. La villa del señor constituía el núcleo central: cercada
por una empalizada o por un muro (que podía ser de tapial), consistía esen¬
cialmente en un patio central o curtís, rodeado por la casa del señor (pala-
tium), los graneros (cellarios, horrea), las habitaciones de los siervos, huertos,
molinos, hornos, fraguas, eras, establos, bodegas, lagares y almacenes.
En la tierra «dominica» o reserva señorial, también llamada dominicum,
se alzaba la iglesia o capilla del señorío, fundada y dotada por el señor, que
la consideraba de su propiedad (iglesia propia) a pesar de los donativos que
pudieran hacerle los fieles. Los grandes campos de este territorio que se re¬
servaba, los hacía cultivar el señor por sus siervos personales, por jornale¬
ros y por los homines del señorío que debían trabajar unos días (sernas y
facenderas) para el señor arando las tierras con bueyes (jovas), transpor¬
tando la cosecha de los campos a los graneros (tregins, en Cataluña) y tri¬
llando (batudes, en Cataluña) en las eras, etc.
La técnica de los cultivos mejoró con la influencia de los sistemas de
riego y de los métodos agrícolas en uso en la España musulmana. Los la¬
briegos, que poseían parcelas del señorío y podían trabajarlas y cosechar
sus frutos, se hallaban unidos al señor mediante vínculos de dependencia
y prestaciones. Las concesiones de tierras a estos campesinos solían deri¬
varse del precarium romano. La obtención de una tierra «a precario» con¬
sistía, esencialmente, en la cesión temporal que hacía el propietario al
290 MANUEL RIU RIU

cultivador mediante el pago de un censo, y presuponía la petición hecha


por éste a aquél para que le otorgara el disfrute o posesión de dicha tierra.
A veces la cesión era por un plazo determinado, revocable, de por vida, con
posibilidad de cederla o traspasarla a terceros de la misma condición, sin
pago de censo, etc., y recibía también los nombres de prestimonio o presta-
mum como si se tratara de un préstamo. La cesión de tierras con carácter
permanente e incluso hereditario (en enfiteusis), mediante el pago de un ca¬
non fijo (forum) o censo, fue menos frecuente en la Alta Edad Media. Exis¬
tieron también otros tipos de contratos agrarios como el de parcería, o
explotación «a partes», en general a medias, entre el labriego y el propieta¬
rio, en cuyo caso se solía precisar la participación en el abono y en la simiente.
En el señorío solía haber también montes, bosques, prados, ríos, fuen¬
tes, salinas, etc., que podían constituir «regalías», o sea, considerados de
derecho exclusivo del rey, quien las cedía al señor, y éste permitía su apro¬
vechamiento a los habitantes, mediante ciertas prestaciones o compensaciones
(llamadas montaticum, por el aprovechamiento del monte; herbaticum, por
el aprovechamiento de las hierbas, etc.). Se estimaba que constituían bienes
comunales (y se llamaban ademprivia, o emprius en catalán) los de aprove¬
chamiento común, como el bosque o el monte, en los cuales se acabaría es¬
tableciendo pequeñas parcelas de cultivo, en la Baja Edad Media, cuando
el aumento de población lo requiriera. En tal caso, sólo el cultivo continua¬
do por espacio de más de treinta años permitiría considerar estas tierras como
parte del patrimonio familiar.
La administración y jurisdicción del señorío la desempeñaba un mayor¬
domo del señor, o su delegado en los distintos lugares del dominio, que po¬
día recibir distintos nombres: maiordomus, villicus, o maiorinus, merino,
en Castilla y León. Bajulus, bayle, batlle en Aragón y Cataluña. Praeposi-
tus, prepósito, vicarius o paborde en los dominios eclesiásticos. Los sagio-
nes o sayones eran subordinados de dicho administrador, encargados de
vigilar y cuidar del cumplimiento de las órdenes señoriales, del pago de cen¬
sos, foros y usos, de la justicia, etc.
Los gravámenes y prestaciones fueron muy variados. Por el cultivo de
parcelas del señorío debía pagarse al señor un censo: censum, forum, infur-
ción, pecta o pecha, etc. En el levante peninsular se le llamaba también usa-
ticum, parata e incluso martiniega, en la Baja Edad Media. Recibía también
el señor prestaciones personales o servicios de sus hombres, obligados a tra¬
bajar en los campos de la reserva señorial (sernas), en la construcción de
puentes y caminos (fazendera), castillos y fortalezas (castellana), servicios
de guardia y vigía (anubda, guaita), mensajería (mandadería) y hospedaje
(pausataria, alberga) y sustento (prandium, yantar) cuando estuviese de paso
en el lugar el señor con su corte o acompañamiento.
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 291

Al morir un colono sus herederos debían pagar una prestación (nuntium)


al señor del predio, al comunicarle el óbito, para poder seguir disfrutando
o usufructuando las tierras. En caso de no tener familia el difunto, en algu¬
nas ocasiones, podía dejar el predio a quien quisiere, debiendo éste pagar
una prestación al señor (mañería) por la transmisión de la tierra.
En Cataluña, a los usos ya conocidos se sumaron otros seis que fueron
conocidos con el nombre de «malos usos»: el de redimentia o remenga, por
el que los payeses adscritos a la tierra sólo podían abandonarla, en algunos
lugares desde el siglo XI ya, aunque la mayor parte de los «malos usos» no
tendieron a generalizarse hasta el siglo xm, previo el pago de su redención
(en general un pago fijo en metálico, que se duplicó y cuadruplicó en el si¬
glo xiv). El de intestia, por el que el señor se quedaba con la mitad o la
tercera parte de los bienes muebles del labriego que moría sin haber hecho
testamento (cabe recordar al respecto que la costumbre de testar por escrito
tampoco se generalizó hasta el siglo xi). El de cugucia, consistente en la
mitad de los bienes de la mujer del payés, que confiscaba el señor para sí
en caso de adulterio de aquélla. El de exorquia o exorchia (palabra deriva¬
da de exorch o estéril), pagadero al señor, como la mañería, en caso de mo¬
rir el labriego sin descendencia, y consistente en una parte de los bienes del
fallecido. El de arsina o arda, por el cual, en caso de incendio del predio
por descuido o falta de vigilancia del campesino, el señor se quedaba, a tí¬
tulo compensatorio, con una parte de sus bienes muebles o semovientes.
Y el de firma de spoli, pagadero al señor en caso de hipoteca del predio
para pagar la dote matrimonial del labriego a su mujer. Algunos abusos
señoriales, como el ius male tractandi (o derecho a maltratar) o como el
ius primae nodis (o derecho del señor a estar con la mujer del labriego la
primera noche de su boda) o derecho de pernada, aunque fueron bastante
menos frecuentes de lo que se ha supuesto por los denigradores de la Edad
Media y, con frecuencia, no supusieron más que un simple reconocimiento
de un «derecho» no ejercido, pudieron contribuir a crear un mayor distan-
ciamiento entre labriegos y señores que se traduciría en las revueltas de los
últimos siglos medievales.

Los NÚCLEOS URBANOS DE LA ESPAÑA CRISTIANA

En la España cristiana surgen ciudades formadas por la fusión de al¬


deas inmediatas en torno de pequeñas iglesias parroquiales, que aumentan
hasta llegar a unirse. Una amplia cerca las rodea y deja espacios libres para
el ganado e incluso pequeñas zonas para el cultivo. Así, Soria tiene 100 hec¬
táreas y Salamanca 110. Al referirnos al papel de las ciudades en la repo-
292 MANUEL RIU RIU

blación, ya hemos aludido a Soria y a Burgos en concreto. Otras ciudades


se forman y extienden a la vera del Camino de Santiago (Logroño, Santo
Domingo de la Calzada, Burgos —donde se origina el Fuero de Castilla—,
Belorado, Sahagún, Astorga...), son ciudades itinerarias, alargadas, con ba¬
rrios poblados por francos que gozan de fuero especial, con sus propios me¬
rinos o jueces. Sahagún, formada por los cluniacenses según ya hemos dicho,
recibe cuatro fueros entre 1084 y 1255. Estas ciudades no responden a un
modelo uniforme aunque todas surjan entre los siglos XI y XIII. La más ca¬
racterística puede que sea Castrojeriz.
Otras poblaciones de francos o de extranjeros, fuera de la ruta de San¬
tiago, se inician también a finales del siglo XI o comienzos del XII (Illescas,
Segovia, Ávila) y algunas alcanzan gran importancia. Los francos, como
ha puesto de relieve José María Lacarra, acostumbran a establecerse en las
afueras de las poblaciones, donde solían celebrarse los mercados, pues ellos
son fundamentalmente comerciantes: posaderos, cambiadores de moneda,
artesanos, es decir, burgueses, en contraste con la gente del país, que se em¬
pleaban preferentemente en el ejército o en la agricultura.
Hay una diferencia, subraya Lacarra, entre las poblaciones de francos
que se hicieron en Aragón y Navarra de las establecidas más al interior de
la Península. En Navarra y Aragón, por iniciativa real, se fundan burgos
exclusivamente para francos, con prohibición expresa de que en tales bur¬
gos habiten navarros, aun cuando sean nobles o eclesiásticos. Esto da lugar
a un carácter aristocrático, mal visto por los naturales del país, que pugna¬
rán por alcanzar los privilegios y exenciones de aquéllos —como es el caso
de Zaragoza, cuyos burgueses son asimilados a los infanzones (1118) por
Alfonso el Batallador— y recabarán el derecho a residir en tales burgos.
Entre las ciudades de plano regular destacan Sangüesa y Puente la Rei¬
na, fundadas en Navarra por Alfonso el Batallador (1104-1134), quien en
1122 otorga a esta última el fuero de Estella.
El fuero latino de Jaca, dado por Sancho Ramírez en 1063, concede a
sus pobladores —comerciantes y burgueses extranjeros de condición libre—
que sólo deban acudir a la hueste con pan para tres días, declara abolidos
todos los «malos fueros» que tuvieron sus habitantes y las libertades se les
van incrementando sucesivamente hasta 1154 en que Ramiro II les concede
las de los habitantes de Montpellier. En 1129 se hace la primera puebla de
francos en Pamplona y Alfonso les concede los fueros de Jaca, a la vez que
prohíbe que acudan a la misma navarros, clérigos, caballeros e infanzones,
aunque queda colocada bajo el patrocinio del obispo. Otras ciudades de se¬
ñorío eclesiástico eran Oporto, Santiago, Tuy, Orense y la mencionada Sa¬
hagún. Los concejos municipales intentarán liberarse de dicho señorío.
El fuero de Miranda de Ebro, confirmado por Alfonso VI en 1099, tie-
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 293

ne por patrón el de Logroño de 1095 y declara haberse dado «tanto para


francos como para hispanos». Garantiza que ni el rey, ni el merino ni su
sayón percibirán ningún impuesto a la fuerza, sin el consentimiento de sus
habitantes, ni fonsado, ni mañería, y que sus pobladores no tendrán que
ir al fonsado ni tampoco pagar la fonsadera, ni estarán sometidos a las prue¬
bas del hierro ni del agua candente, ni pagarán portaje ni peaje. Según di¬
cho fuero de Miranda, la muerte de un hombre en una riña en el mercado
se castigará con 60 sueldos, presentando dos testigos. Y ésta sería la misma
pena que impondría el fuero de Guadalajara, en 1137, a quien robare o pren-
diere a un mercader que fuese al mercado de la localidad, porque la paz
protege al mercado y a quienes acuden o regresan de él. Las disposiciones
de carácter económico y social alternan en los fueros. En el de Calatayud,
por ejemplo, concedido por Alfonso I en 1131, se incluyen disposiciones
referentes a los hornos y a los baños.
De acuerdo con el fuero de Estella (1164), el principal fuero de francos,
la jurisdicción en caso de delitos graves corresponde al tribunal real, pero
el consejo municipal —formado por hombres buenos— debe encargarse de
la vigilancia de la ciudad y de que reine en ella la paz.
El fuero de Cuenca, redactado por extenso bajo Alfonso VIII, en el trán¬
sito del siglo xn al xm, se convierte en un «fuero tipo» y se difunde, con
algunas variantes, por Castilla la Nueva y por el sur de Aragón. A la fami¬
lia del fuero de Cuenca pertenecen, entre otros, los fueros de Alcaraz (Al¬
bacete), dado en 1213 por Alfonso VIII; el de Alcázar de San Juan (Ciudad
Real), dado en 1241, y el de Alarcón (Cuenca), otorgado por Alfonso X
hacia 1252. En el fuero de Alcaraz, cuyo señorío se reserva el rey, se advier¬
te la inseguridad ambiental (referencias a muertes violentas, pleitos, que¬
mas de casas, de montes y de cosechas), causa de que el soberano conceda
a los pobladores, tanto cristianos como moros o judíos, ya sean libres o
siervos, que «vayan a poblar seguros y enfranquecidos» y les otorga la ex¬
plotación de las salinas y venas de plata, hierro y «de todo otro metal»,
así como el poseer ganado (ovejas y cabras en primer lugar, muías, yeguas,
caballos, asnos y vacas luego, y finalmente cerdos) sin pechar nada por ello,
salvo quien tuviera un caballo valorado en más de 50 mizcales, a la vez que
les libera de montazgo y pontazgo. Les otorga, asimismo, dieciséis días de
ferias, en torno de la fiesta de Quinquagésima, y establece una multa de
1.000 maravedíes, pagadera al rey, a quien robare a los mercaderes que acu¬
diesen a las mismas, ya fuesen cristianos, judíos o musulmanes, además de
restituir doblado a los afectados el valor de cuanto se les hubiese robado.
La costumbre de reunir la población de varias aldeas y fundar nuevas
ciudades seguía vigente a comienzos del siglo xm, cuando Sancho el Fuer¬
te de Navarra, en 1219, fundó la ciudad de Viana. En las poblaciones de
294 MANUEL RIU RIU

Aragón y de Navarra, de acuerdo con Lacarra, cabe distinguir tres tipos


de pobladores: los infanzones (o fidalgos), los francos (o ruanos), ciudada¬
nos por antonomasia, y los villanos o labradores que harán que los núcleos
de población agrupada no pierdan su sabor rural. Es preciso recordar que
las ciudades de esta época son ciudades pequeñas. Huesca, por ejemplo,
en 1096 tendría sólo de 6.000 a 8.000 habitantes y Zaragoza, en 1118, no
debió de contar muchos más de 20.000, siendo ya una gran ciudad.
En Cataluña también durante el período de los siglos XI al XIII surgi¬
rían numerosos núcleos de población agrupada, con sus correspondientes
cartas de población publicadas y estudiadas por José María Font y Rius,
pero fueron las ciudades de Lérida, Gerona y Tortosa, viejas agrupaciones
urbanas, las que llegarían a constituir los más completos sistemas de dere¬
cho civil propio y sus Costumbres (Costums) tuvieron prolongada vigencia,
junto a los usos y costumbres de la ciudad de Barcelona.

Mercados y ferias

La expansión del comercio local, comarcal y regional viene atestiguada,


en los siglos XI y XII, en todos los reinos cristianos peninsulares, porque
en este tiempo consta ya la celebración, en numerosas villas y ciudades, de
un mercado, un día a la semana fijo, por especial concesión del rey, o del
conde, vizconde, abad u obispo en sus respectivos dominios. El rey, o los
señores, que autorizan la celebración de mercados en sus dominios obtie¬
nen beneficios económicos de los impuestos que gravan las mercancías (como
la lezda o lleuda). Y garantizan, a cambio, la paz del mercado y la seguri¬
dad de los mercaderes y mercancías, y de cuantos acudan al lugar, dado
que en muchas zonas los vecinos que viven en las aldeas o casas aisladas
del entorno de una villa o ciudad donde se celebra el mercado deben acudir
a él preceptivamente a intercambiar sus productos agrícolas, ganaderos o
artesanos, o a comprar cuanto les falta. Villas próximas entre sí suelen cele¬
brar el mercado en días distintos, para facilitar la presencia de mercaderes
y buhoneros. Algunas ciudades, acaso por imitación de las urbes islámicas
de al-Andalus, celebran mercados diarios (azogues), en general de produc¬
tos artesanos, en el lugar designado al efecto: una plaza, o en las afueras,
junto a las murallas.
En el mercado se venden o intercambian productos agrícolas, reses, uti¬
llaje agrícola o familiar, ropas, calzado... Cada mercado suele tener sus pro¬
pias pesas y medidas, a menudo distintas de un lugar a otro. Consta la
celebración de mercados en Seo de Urgel (1025), Manresa (1070), Solsona
(1080), Andorra (1083), Balaguer (1106), Camprodón (1118), Moyá (1153),
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 295

Montblanc, donde excepcionalmente tenían lugar dos días a la semana, los


martes y los viernes (1170); Báscara (1187), Sampedor (1191), Gerri (1221),
Bagá (1234), etc., en Cataluña. En Castilla, los fueros acreditan la celebra¬
ción de mercados diarios o semanales en Uclés (1117), Toledo y otras mu¬
chas poblaciones, salvo en la mayoría de las villas y ciudades del Camino
de Santiago donde existen tiendas, abiertas todos los días.
Las ferias (nundinae), también con autorización real, o señorial por de¬
legación de la realeza, se celebran una vez al año y duran varios días, suelen
coincidir con alguna festividad importante, y a ellas acuden mercaderes y
buhoneros de lugares distantes, e incluso extranjeros, con productos exóti¬
cos (joyas, perfumes, especias), así como bufones, juglares, titiriteros o sal¬
timbanquis. En Cataluña consta la existencia de ferias en Seo de Urgel en
1048, en Castilla figuran entre las primeras las de la villa de Belorado, cer¬
cana a Burgos (1116). Alfonso VII otorgó privilegio de ferias a Valladolid
en 1152 y a Sahagún en 1153. El conde Ramón Berenguer IV lo concedió,
en 1153 también, a la villa de Moya. A éstas siguieron las ferias de Carrión
de los Condes (1169), Alcalá de Henares (1184), Cuenca, Sepúlveda, Pla-
sencia, Brihuega (1215) y Cáceres (1229), en los reinos de Castilla y León,
y Balaguer (1211) en Cataluña, entre otras.
Las ferias duraban de una semana a quince días y estaban, asimismo,
protegidas por la paz, garantizada por el señor del lugar y por el monarca
para bienes y personas, aunque con frecuencia las riñas se hacían inevita¬
bles y los caminos no siempre eran seguros.

El comercio y la moneda

El comercio de los reinos peninsulares musulmanes con los cristianos


no se había interrumpido, pero junto a él adquirió importancia, en el si¬
glo XI, el comercio con el norte y occidente de Europa que utilizaba las vías
de peregrinación a Santiago de Compostela. Con el pago de «parias» en
moneda de oro y plata a que se veían entonces obligados los reinos de Tai¬
fas musulmanes se incrementó la circulación de estos metales en León, Cas¬
tilla, Navarra, Aragón y Cataluña. Todos los reinos cristianos peninsulares,
en el siglo XI, imitando el diñar musulmán, empezaron a acuñar moneda
propia, transformando sus sistemas comerciales. Gracias a esta economía
monetaria pudieron llegar a los reinos cristianos productos flamencos, en¬
tre otros los paños frisones, telas y orfebrería italianas; caballos, tejidos lu¬
josos, sedas, repujados y pieles de los territorios de al-Andalus, etc. El oro,
sin embargo, parece desplazarse desde el occidente musulmán a los países
del occidente europeo. Pero una parte considerable debió invertirse en los
296 MANUEL RIU RIU

monumentos del primer arte románico. Y ciudades como Barcelona, en re¬


lación constante con Pisa y con Génova desde el siglo xii, y con Denia y
Valencia, se convierten en emporios comerciales importantes. Sus galeras
se hallaban bajo la protección directa de los condes como acreditan los Usat-
ges. Y muy pronto el Llibre del consolat de Mar se convertirá en fuente de
derecho mercantil y marítimo en todo el ámbito del Mediterráneo. Parece
ser que cuando Alfonso VIII, en 1172, hizo que se acuñaran dinares de oro
de tipo almorávide en Murcia, para que circularan por Castilla, dio origen
a los llamados «morabatinos» o maravedíes, que tanta trascendencia iban
a tener en los reinos cristianos peninsulares durante la Baja Edad Media,
hasta ser utilizados como moneda de cuenta, cuando ya no circulaban, para
fijar el valor de los sueldos y dineros en los censos o rentas pagaderos en
metálico.

El desarrollo mercantil

Al lado del comercio local o comarcal que se desarrolla en el marco del


mercado, se empieza a desarrollar en esta época un comercio regional e in¬
ternacional, entre la España cristiana y el islam occidental, andalusí y ma-
grebí, o los países del occidente europeo, en particular Italia, Francia e
Inglaterra. Las grandes rutas económicas árabes que unían Alejandría, en
Egipto, con Almería, Mallorca y los puertos del Magrib, y aun Sevilla y
sus antepuertos o el puerto marroquí de Salé, eran ya habituales. Es posible
que el pago de parias estimulase el comercio de importación de oro africa¬
no entre los islamitas andalusíes, a la vez que les sugirió las modificaciones
en la ley de la moneda, pero el funcionamiento de las aduanas fronterizas
o internas y la organización de las alhóndigas de mercaderes como lugares
habituales de avituallamiento, en esta época y entre los reinos cristianos y
al-Andalus, los conocemos todavía muy mal.
Del mismo modo que naves catalanas llegaban a los puertos del Magrib,
naves genovesas y pisanas, desde el siglo XII llegaban con frecuencia al le¬
vante español. La expedición catalano-pisana de 1114 no logró su objetivo
de apoderarse de las islas Baleares, y hallándose éstas en manos musulma¬
nas se hacía difícil o arriesgado todo comercio con el sur de Francia o con
Italia que no fuera de cabotaje, aunque no faltaban las relaciones comer¬
ciales directas con las islas, en los períodos de paz. Unos y otros buscaban
en el corso, o práctica de la piratería naval, los beneficios que no podían
obtener con el comercio.
Con objeto de impulsar el desarrollo comercial de algunas ciudades
—en particular las del Camino de Santiago— incorporadas al reino de Cas-
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 297

tilla, Alfonso VIII en 1174 concedió la exención del pago del portazgo a los
vecinos de Nájera que acudieran a Soria, Extremadura, Burgos y todo el
reino de Castilla con sus mercancías, quedando libres para entrar o sacar
de todos estos núcleos de población los productos destinados o no a la ven¬
ta. Y el propio monarca, en 1200, otorgó asimismo este privilegio de exen¬
ción del portazgo a los vecinos de Vitoria.
Las rutas de Burgos y Soria a Nájera, y otras rutas a lo largo del Ebro
y del Tajo y de sus principales afluentes empezaban a ser frecuentadas por
mercaderes. También la apertura de la costa y los puertos cantábricos y atlán¬
ticos al gran comercio comenzó a finales del siglo xn, incrementándose a
partir de comienzos del siglo XIII al concluir la etapa de las grandes con¬
quistas peninsulares por parte de portugueses, leoneses y castellanos. En la
Gascuña inglesa, por ejemplo, y en particular en sus puertos de Bayona y
Burdeos, consta ya en 1221 actividad mercantil de los vascos, aunque no
sería hasta la segunda mitad del siglo xm cuando se incrementaría la pre¬
sencia de marinos y mercaderes vascos por las costas del Cantábrico y del
Atlántico oriental.
Por su parte, los comerciantes italianos, genoveses principalmente, des¬
de la primera mitad del siglo xii, tuvieron relaciones comerciales con las
islas Baleares y con los puertos de las costas del levante peninsular, consti¬
tuyendo Barcelona una de sus bases de operaciones. Pero ya entonces tene¬
mos noticia de un desarrollo mercantil indígena, en el que prevalece el tipo
de contrato llamado comanda, según el cual un mercader-gestor recibía una
cantidad en metálico o en mercaderías, de un socio capitalista, para reali¬
zar un viaje y negociar con ellas. Al terminar el viaje se repartían las ganan¬
cias, correspondiendo un tercio a la parte gestora y los dos tercios restantes
a la inversora. A lo largo de los siglos xi y xn este tipo de sociedad comer¬
cial se hizo más compleja, al multiplicarse el número de mercancías «enco¬
mendadas» a la parte gestora y al participar también ésta con bienes propios
en el negocio (al invertir en él parte de sus ganancias).
Cambistas y banqueros privados participaron en este tipo de sociedades
y se fueron arriesgando pequeños inversores, deseosos de aumentar sus ga¬
nancias, cuando el préstamo de dinero con interés les estaba prohibido. Por
ello, desde mediados del siglo XII, en las zonas más evolucionadas vemos
actuar ya cambistas de moneda cristianos, al lado de los judíos, y realizar
operaciones monetarias los propios mercaderes. O vemos que el mismo tipo
de sociedad se aplica para el montaje de las primeras industrias.
Un nuevo tipo de sociedad comercial, la compañía, en la cual interve¬
nían varios «compañeros», con frecuencia emparentados entre sí, con res¬
ponsabilidades compartidas en proporción al dinero invertido y a las
actividades desarrolladas, con participación conjunta, con mayor volumen
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de negocios y concertadas para varios años y para viajes terrestres y maríti¬


mos, empezaría a prevalecer desde el siglo xm. Los propios mercaderes de
mayor prestigio y gentes de mar ejercían de jueces para resolver los litigios
surgidos por asuntos mercantiles, siendo fuente viva del derecho mercantil
antes de que, en el siglo xm, surgieran agrupaciones corporativas de los
mercaderes, similares a las de los artesanos.

El despliegue artesanal

La producción de artículos artesanos en el marco familiar, en cuyos obra¬


dores o talleres se forman aprendices y oficiales de los distintos oficios an¬
tes de que se conviertan en maestros y establezcan sus propios talleres, se
incrementa ahora en el ámbito rural y, muy en particular, en el urbano. Al
lado de la elaboración tradicional de quesos, requesón, miel u otros pro¬
ductos alimenticios para la venta del excedente del consumo familiar en el
mercado local, vemos en las familias campesinas la aparición de industrias
propiamente dichas, como las textiles, las de piel y las cerámicas.
Las industrias rurales de tejidos de lana, lino y cáñamo, donde se reali¬
zan todas las tareas preparatorias de estas materias primas y de su acabado,
desde trasquilar las ovejas, cardar e hilar la lana, preparar las fibras e hila¬
do del cáñamo y del lino, y luego proceder a tejer las piezas en telares de
mano, a pedales, con los hilos preparados con el huso y la rueca, o las car¬
das, y luego el lavado, prensado y batido de los paños, o su teñido, ocupan
muchas horas al artesanado campesino, pero el producto obtenido resulta
muy rústico para los mercados urbanos. De ahí que empiecen a prosperar
los obradores urbanos por su producción mejorada y sus más perfectos
acabados.
Desde el siglo XII la documentación conservada empieza a mencionar la
existencia de talleres en los ámbitos urbanos de industrias necesarias para
la vida de la comunidad como los tejidos de lana y los cueros y pieles o la
cordelería. La producción lanera de esta época, en los reinos cristianos, se
seguirá caracterizando por la rusticidad y duración de sus paños, vendidos
en los mercados locales, desde Galicia a Cataluña. A su lado se desarrolla
una industria del hierro en todo el Pirineo, desde el País Vasco hasta Cata¬
luña, creándose fargas y ferrerías junto a los cursos de agua para aprove¬
char la fuerza motriz de ésta. Con el hierro obtenido se fabrican armas,
instrumentos agrícolas, cuchillos y útiles de menaje...
No menor importancia tienen las industrias de la madera (morteros con
sus manos, escudillas, medidas...), con la cual se construye desde la mayor
parte de la vivienda hasta las piezas más delicadas del menaje del hogar,
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 299

y las de la piedra con la cual se construyen desde sarcófagos hasta recipien¬


tes para el agua y el aceite, morteros, pilas, canalizaciones o lajas para la
cubierta. Y la industria del cuero y preparación de pieles para el calzado
o los arreos del ganado, o la industria de la cerámica, tejas, ladrillos, bal¬
dosas y adobes.
Los molinos hidráulicos, ideados para la obtención de harina de los di¬
versos cereales, ven diversificarse su utilidad. Se dedicarán igualmente a la
molienda de sal, corteza, pasta de papel o batido de paños. Desde 1150 consta
documentalmente la fabricación de papel en Játiva y desde 1193 en la loca¬
lidad catalana de Copons. Los molinos de viento aparecen en Portugal ya
en 1192. Sin embargo, unos y otros no llegarán a desplazar los molinos de
sangre, movidos por la fuerza animal, e igualmente utilizados para varios
usos. Entre otros, en las almazaras, para la obtención de aceite. A su lado,
se han generalizado ya las prensas para el vino y el aceite.
No todos los artesanos son cristianos, ni de condición libre. En el mo¬
nasterio gallego de Sobrado, por ejemplo, vemos que hacia 1152 los mon¬
jes cistercienses cuentan con buen número de siervos musulmanes, que
habitan en las tierras del monasterio y, muy probablemente, lo están cons¬
truyendo, puesto que entre ellos figuran picapedreros, carpinteros, fundi¬
dores, herreros e incluso un vidriero, además de un hornero, peleteros y
tejedores.

Cofradías y gremios

En villas y parroquias rurales se organizan cofradías, desde el siglo xi,


dedicadas a la Virgen o a los santos, que, al regazo de la iglesia local, tienen
por objeto, además del fomento del culto al santo que las patrocina, efec¬
tuar obras de caridad y ayuda mutua entre los cofrades. La cofradía favo¬
rece, pues, las relaciones de buena vecindad y es un elemento de aglutinación
de los parroquianos que, una vez al año, el día del santo patrón, se reúnen
para celebrar la fiesta y comen en común. Algunas cofradías agrupan sólo
a los cabezas de familia, otras a todos los miembros. La cofradía no suele
hacer distinción entre los cofrades por razón de bienes o de oficio, en algu¬
nas la mayoría son campesinos y ganaderos, en otras, gentes de diversos
oficios.
Los núcleos primarios de las corporaciones gremiales fueron las cofra¬
días de artesanos que, sin estatutos precisos todavía, empezaron a agrupar¬
se, bajo la advocación de un santo a quien invocaban por patrón. Luego
los estatutos, aprobados por el rey, les dieron mayor fuerza, tuvieron insig¬
nias propias, y altares y capillas erigidas a su costa en honor del santo. Tam-
300 MANUEL RIU RIU

bién, dentro de la organización gremial se tuvieron en cuenta las funciones


asistenciales y de mutuo apoyo. Los artesanos de determinados oficios in¬
tervinieron de forma activa en el gobierno de su ciudad, como se constata
a través del primer concejo municipal barcelonés (1257), en el cual figuran
pelaires, tintoreros, tejedores, etc.
El gran desarrollo de las cofradías y gremios tendría lugar, sin embar¬
go, en los últimos siglos medievales. Para entonces las primeras, reunidas
en los conventos de las Órdenes mendicantes se ocupaban también de cues¬
tiones laborales relacionadas con los distintos oficios, y los segundos ha¬
bían proliferado y alcanzado gran predicamento en los concejos urbanos
de las ciudades más activas económicamente.

A PROPÓSITO DE MEDIDAS Y PRECIOS

La riqueza de datos que cabría extraer de los numerosos cartularios y


diplomatarios de los monasterios de los reinos de la España cristiana es ex¬
traordinaria. Hasta ahora nadie se ha dedicado a extraer de ellos, de una
manera sistemática, los muchos elementos que permitirían rehacer la vida
de la época con precisión y agudeza libres de apriorismos. Mas para ello
se necesita tiempo y muchas páginas.
Veamos unos pocos ejemplos. A juzgar por la documentación de Leire,
los campos o tierras de labor se miden en Navarra por cafices de sembradu¬
ra, y las viñas por arenzadas o argenzadas. Una viña puede tener, por tér¬
mino medio, de 20 a 25 argenzadas de cabida (ejemplos en 1098 y en 1102),
pero las hay mucho menores, de sólo 4 y 9 argenzadas, y un campo suele
tener de 1 a 5 cafices o cahíces de sembradura, apareciendo el arrobo como
subdivisión del cafiz. Son frecuentes los campos de un solo cafiz de sem¬
bradura, y por lo tanto los campos pequeños, en especial en las zonas mon¬
tañosas.
En las compraventas, los pagos se suelen realizar en dinero, o en dinero
y especies, y en especies. Los pagos importantes, sin embargo, se realizan
en dinero. Se habla, por ejemplo, en 1102, de dos caballos de 200 sueldos.
Y cuando en 1100 García Aznárez de Uscarrés compra un palacio con su
heredad en la villa de Soteras, paga por él 116 sueldos y 8 dineros, y 25 cafi¬
ces de trigo. En cambio los linares, que los hay en Cingito y en Soteras,
se valoran en especies. El precio de un linar de Soteras se fija, en 1100, en
dos cafices de trigo. En cambio una viña de 20 argenzadas, situada en Aran-
digoyen, era vendida en marzo de 1098 por 150 sueldos de Jaca.
La impresión que producen estos datos es que en Navarra circula toda¬
vía poca moneda a comienzos del siglo XII y que en particular la parte orien-
LA ECONOMÍA DE LOS REINOS CRISTIANOS 301

tal del reino se halla bajo el área de influencia del dinero de Jaca. Pero si
se revisan los documentos de Fitero, se verá que el abad Raimundo (San
Raimundo de Fitero) en 1144 compró un quiñón de tierra en Valdepera por
dos mezcales y otro quiñón se vendió en 1156 por cinco mezcales. Ya en
1144 otros cinco quiñones se habían vendido por cinco maravedíes y en 1147
una pieza de tierra, sin medidas exactas, se valoró en cuatro maravedíes.
En la zona de Fitero las tierras y los precios se valoran de modo distinto.
Con ello, tenemos otro ejemplo de la diversidad propia de la época y de
las dificultades que surgen cuando se trata de establecer comparaciones y
equivalencias.
Si de Fitero pasamos a Santo Domingo de la Calzada, en el Camino de
Santiago, hojeando su cartulario veremos que el alto precio que tenían los
molinos hidráulicos haría que se subdividieran en veces y medias veces, para
su adquisición y disfrute. Munio Álvarez, por ejemplo, hacia 1121, daba
a Santo Domingo media vez en un molino, de quince en quince días. El año
siguiente (1122) Pedro González vendía a la abadía un campo grande
(agrum), contiguo a la dehesa de Sousoto, por 100 sueldos jaqueses, mien¬
tras que a mediados de siglo, una viña y una pieza de tierra de labor de se¬
cano eran adquiridas por separado por el mismo precio: 10 sueldos. El agrum
anterior debió de tener, pues, una extensión considerable, acaso equivalen¬
te a diez piezas de cultivo de secano.
Veamos otros ejemplos, también de la documentación de Santo Domin¬
go de la Calzada. La sal que, en torno de 1156, le entregan los concejos
de Salinas, Terrazos, Fuentes y Villanueva y otros se mide por modios, se-
modios (semoios), quarteros, sesteros y eminas. Una vez obtenida, el abad
convoca al convento y ruega a los sacerdotes de la comunidad que cada año
celebren tres misas por los donantes difuntos y otras tres para los vivos,
por su salvación y tranquilidad, y añade: «Que no se diga de nosotros que
los sacerdotes comen de los pecados del pueblo y no oran por ellos.» En
el mismo ambiente, el cereal se mide (1161) en «tabladas» (tabulatas), me¬
didas de madera hechas de tablas unidas con aros de hierro, como peque¬
ños toneles. En la comarca, era la capacidad de cereal que podía recibir en
la siembra la que fijaría el precio de la tierra. Una serna en Bañares es ad¬
quirida, en 1168, por la suma de 13 maravedíes, suma importante. Otra ser¬
na, entre 1162 y 1169, con el consentimiento del convento, el abad Pedro
la dio a poblar. Se extendía desde el pozo hasta el puente y tenía una anchu¬
ra de 53 estadios. El monasterio la cedía a los posibles pobladores con la
condición de que cada uno de ellos pagara por el solar donde iba a edificar
su vivienda el censo anual de dos sueldos. Previamente, el maestro Gassión,
con su pértiga, había hecho la división de los solares, y el señor Domingo
de Cidamón hizo el reparto o distribución de solares entre los obtentores.
'
13. LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS
CRISTIANOS

La reorganización eclesiástica

Repoblar implica no sólo fomentar la presencia de repobladores de dis¬


tinta procedencia, sino organizar el territorio en sus diversos aspectos y, entre
ellos, el religioso. La organización de obispados y parroquias, con la fun¬
dación de iglesias y oratorios (o la reconciliación de centros de culto islámi¬
cos), y la creación de monasterios, conventos y canónicas, para recristianizar
las zonas reconquistadas al islam y establecer en ellas la cura de almas, fue
general desde Galicia y Portugal a Aragón y Cataluña, pero no ha sido es¬
tudiada en sus líneas principales más que tangencialmente.
La persistencia de comunidades mozárabes en tierras islámicas no había
permitido que se olvidara, cuando en 1085 se reconquistó Toledo, su condi¬
ción de iglesia primada, que le reconocía el 15 de octubre de 1088 el papa
Urbano II y le iba a discutir muy pronto la ciudad de Tarragona, asimismo
recuperada a los musulmanes (1096), y en la cual tenían puestos sus ojos
los obispos catalanes para librarse de la sujeción a la metrópoli narbonesa.
De la iglesia metropolitana de Toledo pasarían a depender los obispados
de Palencia, Osma y Segovia. De la archidiócesis de Braga, los de Zamora
y Astorga, que luego pasarían a integrarse en la de Santiago de Composte-
la, recibiendo a cambio Braga los obispados de Faro, Lamego, Idanha, Lis¬
boa y Évora. A la metrópoli de Mérida (no restablecida)-Compostela
quedaban adscritas las diócesis de Salamanca, Ávila y Ciudad Rodrigo, y
304 MANUEL RIU RIU

a la misma se incorporarán, como hemos dicho, Zamora y Astorga. Las


diócesis de León y de Burgos quedarán exentas y gozarán de un estatuto
especial. Pero los problemas de límites suscitarán conflictos entre Zamora,
Oviedo, Santiago y Astorga, o entre Salamanca, Ciudad Rodrigo y Zamo¬
ra, o entre Osma, Burgos y Sigüenza, para acabar de delimitar sus corres¬
pondientes territorios. La famosa Hitación de Wamba, auténtica o falsa
distribución de las diócesis hispanas en época visigoda, se invoca para re¬
solver conflictos, pero los datos que proporciona este curioso texto no siem¬
pre son definitivos.
La célula básica de la organización eclesiástica es la parroquia, varias
parroquias se integran en un arciprestazgo y los arciprestazgos en arcedia-
natos. Cada obispado aparece dividido en dos, tres o más arcedianatos en
este tiempo, completándose la organización interior iniciada siglos antes en
algunas zonas. Arciprestes y arcedianos vigilan el cumplimiento de sus obli¬
gaciones por parte de los presbíteros y de los restantes clérigos, dependien¬
tes del obispo diocesano, que residen en las parroquias y cuidan de sus iglesias
y feligresías. En ocasiones algún distrito del obispado figura al mando de
un decano, integrándose el decanato por varias parroquias. El clero secu¬
lar, dependiente del obispo, se ve auxiliado por miembros del clero regular
o por monjes para la atención de los fieles.
Aunque en principio, de acuerdo con las normas generales de la Iglesia,
todas las parroquias dependen del obispado y es el obispo, autoridad ordi¬
naria, el que consagra iglesias, escoge a los clérigos que deberán servirlas
y bendice al pueblo, ayudado en su labor pastoral por los miembros del ca¬
bildo de su iglesia catedralicia, también persisten iglesias propias o exentas
en el distrito diocesano, dependientes las primeras de señores laicos o de
comunidades monásticas, por haber sido fundadas por ellos o haberse inte¬
grado en sus dominios patrimoniales, y las exentas vinculadas directamente
al papado, con frecuencia desde el siglo x, en los obispados antiguos. La
vinculación directa al papado de algunas Órdenes religiosas, como la de los
cistercienses, dará lugar asimismo a una situación particular de sus domi¬
nios con respecto a la autoridad episcopal.
Todas estas circunstancias hallarán su expresión en las relaciones entre
los prelados, los sacerdotes y los fieles, o entre los reyes y señores, en los
distintos reinos hispánicos. Los cabildos catedralicios, cuyos orígenes se re¬
montan al siglo IX en Cataluña, aparecen reestructurados a mediados del
siglo XI en Castilla y en León, recibiendo del papa Inocencio IV (1243-1254)
las normas que regularían definitivamente la institución: número de canó¬
nigos miembros de la misma, separación de las mensas episcopal y capitu¬
lar, distribución de rentas por canonjías y cuantía de las porciones, etc.
Una vez al año los párrocos se suelen reunir en sínodo con el obispo
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 305

y reciben los santos óleos para la administración de los sacramentos, y las


instrucciones pertinentes a la predicación y régimen de las parroquias. El
obispo recibe de los clérigos el derecho de cátedra (el catedrático) en reco¬
nocimiento del señorío episcopal, y las procuraciones, equivalentes a posa¬
da y yantar, cuando hace su visita a las iglesias de la diócesis (luego éstas
se convertirían en un impuesto ordinario de cobro anual), además de los
donativos y parte de la renta parroquial (en general equivalente a un tercio
de la misma). Durante el año, arcedianos y arciprestes son los encargados
de transmitir al clero las normas dimanadas del papado y del obispo dioce¬
sano. Los canónigos constituyen la aristocracia del clero diocesano, distri¬
buyéndose oficios, dignidades y rentas: el deán preside el cabildo en ausencia
del obispo, los arcedianos se encargan de supervisar amplias demarcacio¬
nes del obispado, el chantre dirige los cantos, el maestrescuela o canciller
cuida de los estudios en la escuela catedralicia, el tesorero contabiliza ingre¬
sos y gastos, el sacristán tiene a su cuidado los ornamentos de la iglesia para
las celebraciones litúrgicas, la iluminación del templo, etc. Los praepositos
administran las preposituras en los doce meses del año en que se repartirán
las distintas rentas, si no se ha distribuido la mensa capitular entre los ca¬
nónigos... Capellanes, racioneros (admitidos a ración), beneficiados, cam¬
panero, niños de coro, etc., colaboran en las tareas de la sede catedralicia.
Desde la segunda mitad del siglo xi surgen en las zonas de repoblación
canónicas no catedralicias, formadas por comunidades de clérigos regula¬
res, que siguen unas normas parecidas a las monásticas, como las de San
Agustín o atribuidas a este santo obispo, y se destinan a evangelizar dichas
zonas de repoblación, fundando nuevas iglesias parroquiales y cuidándolas
desde el centro comunitario. La gran etapa de expansión y consolidación
de estas canónicas, presididas por un prepósito o prior, durará cerca de un
siglo, hasta mediados del siglo xn, perdurando con alternativas hasta su
secularización en el último tercio del siglo xvi. Canónicas, monasterios y
cabildos dispondrán de grandes dominios, formados a través de donacio¬
nes, herencias, compras y cambios, que explotan por medio de campesinos
establecidos en las tierras y casas de la comunidad, sobre los cuales ésta ejerce
derechos señoriales, o por medio de siervos, criados o jornaleros, obtenien¬
do rentas en especies o en dinero, censos, tributos, prestaciones, etc. Otros
derechos, tales como diezmos, primicias y oblaciones, ofrendas varias en
ocasión de recibir servicios o sacramentos, derechos de sepultura, aniversa¬
rios, candelas, etc., completan el cuadro de rentas y beneficios.
Ofrecen sus bienes, o una parte de ellos, a una iglesia, canónica o ceno¬
bio quienes buscan el perdón de los pecados y la salvación del alma, quie¬
nes desean ser partícipes de los beneficios espirituales dimanados de la
oración en común o del ofrecimiento del sacrificio de la misa; quienes ha-
306 MANUEL RIU RIU

cen entrega de un niño, al cumplir los siete años, para su instrucción con
miras a ingresar en el clero o en el monacato; quienes desean entrar a for¬
mar parte de la familiaritas de una iglesia, quienes buscan cobijo, alimento
y vestido al llegar a la vejez, o ante la enfermedad o el infortunio, etc. Hay
casos en que el donante retendrá en sus manos el bien ofrendado, mientras
viva, pagando un censo o renta a la institución eclesiástica, de la que se ha
hecho vasallo, y reservándose el usufructo, para sí o sus familiares inme¬
diatos, gozará de una seguridad de la que carecía ante vecinos o enemigos
peligrosos. Fórmulas diversas, con múltiples variantes, pero con finalida¬
des y resultados similares en todos los reinos hispánicos, hacen que abun¬
den los documentos de permutas, compraventas, legados, donativos y
herencias a instituciones eclesiásticas, y que les permitan, bien administra¬
das, coordinar y explotar el patrimonio, obteniendo del mismo frutos con¬
siderables, aunque los señores laicos, u otros eclesiásticos, y los propios
miembros de la realeza, no dejan de apetecerlos y de apropiárselos en cuan¬
to pueden, desafiando las penas canónicas, la excomunión y el interdicto.
Alfonso X, en 1255, recordaba a los concejos y aldeas de sus reinos de
León y Castilla la obligatoriedad del pago del diezmo (décima parte de los
frutos), de cuyos ingresos participaba el rey. Los diezmos se distribuían en¬
tonces, a partes iguales, entre el obispo, los clérigos, la iglesia que los reci¬
bía y el rey, desde que en 1247 el papa Inocencio IV otorgó los dos novenos
(22 por 100) a Fernando III el Santo para financiar la conquista de Sevilla,
aunque dicha distribución no fuera siempre rigurosa. La parte del rey se
extrajo del tercio correspondiente a la conservación del templo, manteni¬
miento del culto y socorro a pobres e indigentes.
En las iglesias propias, o privadas, la parte episcopal correspondía al
dueño, laico o eclesiástico, de las mismas, ya fuera individual o colectivo,
o también a los vecinos cuando habían sido éstos los que, a sus expensas,
procedieron a edificarlas. Desde el siglo XII los obispos intentaron recupe¬
rar para la organización parroquial estas iglesias propias, convirtiéndolas
en iglesias diocesanas o públicas, y liberándolas del patronato de los laicos
que permitía a éstos seleccionar a los clérigos que las servían entre los miem¬
bros de la familia, aunque a menudo se reservaran los viejos patronos el
derecho de presentación de dichos clérigos al prelado y éstos, una vez acep¬
tados, pasaran a depender de la autoridad del ordinario incorporándose al
clero diocesano.
Las iglesias dependientes de monaterios o de Órdenes militares, dado
que varias Órdenes religiosas (benedictinos, cluniacenses, cistercienses) go¬
zaban del privilegio de exención, o de una situación especial, solían perma¬
necer al margen de la autoridad episcopal, y fueron frecuentes los conflictos
con ésta. El concilio de Letrán de 1215, reconociendo los derechos de los
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 307

obispos, les autorizó a percibir el tercio de los diezmos de dichas iglesias,


cuando no estaban exentas de su pago. Los conflictos, a comienzos del si¬
glo xiii, solían solucionarse mediante la construcción en el lugar afectado
de una segunda o tercera iglesia, cuando ya existían en él el templo castral
o capilla del castillo y el templo parroquial, dependiente de una comunidad
monástica o militar. De ahí la gran proliferación de iglesias en el período
del primer y del segundo arte románico.
El cristiano debía pagar diezmos de la cosecha de cereales, vino y gana¬
do, introduciéndose asimismo, en este tiempo, el pago del diezmo de legum¬
bres, lana, queso y manteca, que cada uno debería hacer efectivos en su
parroquia o en la del lugar donde tuviera sus bienes aunque no viviera per¬
sonalmente allí. En determinados casos el hombre se debía a la parroquia
a la cual pertenecía, pero en otros, como en el de elección de sepultura, el
fiel era libre para escoger el cementerio donde deseaba ser enterrado, siem¬
pre que pagara a su parroquia la tarifa estipulada al efecto.

Las reuniones conciliares

En este tiempo la Iglesia hispana siguió celebrando concilios, además


de las reuniones sinodales de marco diocesano. En ellos los problemas reli¬
giosos se mezclaron, con frecuencia, con la política de las casas reales, de
la alta nobleza y del alto clero. Uno de los más importantes fue el concilio
de Coyanza (Valencia de Don Juan), reunido en 1055 cuando los deseos de
reforma de la Iglesia se empezaban a extender por tierras de León y de Cas¬
tilla. En él se trató de reformar las costumbres de los clérigos y fieles laicos,
y de afrontar los males mayores de la época: simonía y nicolaísmo, que afec¬
taban a amplios sectores. El nivel de cultura religiosa del momento lo indi¬
ca el hecho de que en este concilio se dispusiera que los clérigos aprendieran
los salmos, himnos y epístolas, y que enseñaran a los fieles el Credo y el
Padrenuestro.
La intervención del papado, a través de legados pontificios, fue cada
vez mayor. El cardenal Hugo Cándido presidió, como legado papal, tres
concilios en Nájera (1065), Llantadilla (1067) y Vic (1068), destinados a pre¬
parar el cambio de la liturgia mozárabe por el ritual romano, combatir la
simonía (obtención de cargos y prebendas por dinero) y el nicolaísmo (con¬
cubinato de los clérigos), y estrechar la vinculación a Roma de la Iglesia
hispana. Esta tarea fue continuada por el legado Amando de Oleron en los
concilios de Besalú (1077) y de Gerona (1078) y por el cardenal Ricardo en
los concilios de Burgos (1081) y de Husillos (1088).
Otros concilios, como los de Palencia (1100), en que se estableció la se-
308 MANUEL RIU RIU

paración de las mensas episcopal y capitular, León de 1107 y 1114, de Pa¬


tencia (1113), de Oviedo (1115) y de Burgos y de Gerona (los dos en 1117)
se convocaron para tratar de problemas políticos como el de la sucesión de
Alfonso VI, de la paz interior y de las desavenencias matrimoniales de Urraca
y Alfonso el Batallador, cuya unión fue disuelta alegando el impedimento
de consanguinidad. Después del de Sahagún (1121), el de Patencia (1129),
convocado por Alfonso VII, intentó paliar la proliferación de iglesias pro¬
pias y la intervención de los laicos que alegaban y exigían derechos y rentas
sobre sus posesiones, percibiendo censos o nombrando a sus clérigos, y se
trató igualmente de reformar las costumbres del clero y de perfeccionar su
nivel de conocimientos. Los cánones establecidos por el concilio de Letrán II,
de 1139, fueron reconocidos en el de Valladolid de 1143, presidido por el
legado pontificio cardenal Guido. E igualmente los objetivos que se acome¬
tieron con carácter general en el concilio ecuménico de Letrán III, de 1215,
fueron puestos en práctica en España con la llegada del legado pontificio
Juan de Abbeville (1228-1229), en cuyo tiempo se redactaron constitucio¬
nes para los obispados de Astorga y de Burgos y se reunieron nuevos conci¬
lios en Valladolid y Salamanca, tratando de mejorar las enseñanzas, la moral
y la economía de la Iglesia hispana.

El monacato en los reinos cristianos españoles

Los monasterios hispanos, mayoritariamente pertenecientes ya en el si¬


glo XI a la Orden benedictina, puede que sumaran un millar entre grandes
cenobios, prioratos y pequeñas celias. No pudieron escapar a la feudaliza-
ción creciente de la sociedad y fueron convirtiendo sus dominios en seño¬
ríos jurisdiccionales a lo largo de los siglos xn y xm. Al lado de los señoríos
laicos, las grandes abadías fueron cobrando importancia por todas partes.
Absorbían a los pequeños monasterios de origen privado o familiar, o los
transformaban en prioratos, reorganizaban sus territorios, creaban parro¬
quias en ellos, iban adquiriendo derechos sobre los residentes, y se desarro¬
llaba en su marco un feudalismo eclesiástico, en general más suave y
moderado en sus exigencias, entrando en conflicto con los obispos y con
los nobles feudales o los concejos, y recibiendo el apoyo de la realeza o del
papado.
Las reformas del monacato tradicional —en particular la reforma de
Cluny— llegaba a Castilla en el largo abadiato de San Hugo (1049-1109),
mientras en otras zonas peninsulares, como en las tierras del vizcondado
de Ager reorganizado a raíz de las grandes conquistas de Arnau Mir de Tosí,
los cluniacenses perdían la vez en favor de las canónicas regulares. Si hace-
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 309
MANUEL RIU RIU
310

mos un breve repaso a la situación eclesiástica del momento veremos que


los propios soberanos, como Fernando I y Alfonso VI en Castilla, siguien¬
do la orientación cluniacense de Sancho III el Mayor de Navarra, se com¬
prometieron a pagar un censo de 2.000 mizcales a Cluny hasta 1142, mientras
monjes cluniacenses, de origen borgoñón o francés, acudían a los reinos
hispánicos para asumir responsabilidades. Bernardo de Sédirac o Sauvetat,
reformador de Sahagún y primer arzobispo de Toledo después de 1085, era
un monje cluniacense. Otros cluniacenses alcanzaron las sedes episcopales
de Braga, Compostela, Osma, Salamanca, Segovia, Valencia y Zamora em¬
prendiendo desde ellas la reforma del clero secular. El compromiso de la
familia real castellana con los cluniacenses era firme para la supresión del
rito mozárabe, considerado sospechoso al otro lado de los Pirineos, y su
sustitución oficial por el ritual romano. Otros reinos, como el de Aragón,
eran infeudados a la Santa Sede y sus reyes se declaraban vasallos de ésta
y se comprometían a pagarle, asimismo, un censo anual.
Algunos pequeños monasterios, de origen familiar y mixtos (para hom¬
bres y mujeres) eran entregados por los descendientes de los fundadores a
los cabildos catedralicios, pero en su mayor parte pasaron a los grandes mo¬
nasterios reformados. Y fue precisamente en los siglos XI y XII cuando se
consolidó el patrimonio de estos monasterios, como el de San Pedro de Mon¬
tes, en el Bierzo leonés, que asimismo recibía de los campesinos sus hereda¬
des —villasy cortes— que aquéllos seguirían usufructuando hasta su muerte,
y luego también sus hijos, a cambio del pago al cenobio que les acogía de
una renta, llamada foro, en reconocimiento del señorío y de la entrada en
vasallaje.
Al estudiar la formación de los dominios monásticos en Cantabria, José
Ángel García de Cortázar ha señalado como más característico el período
de 1045 a 1070, viendo el grado de división de la propiedad, la calidad so¬
cial de los benefactores, la estructura agraria y otros puntos de interés. Aun¬
que la contribución de la alta nobleza a la formación de los patrimonios
monásticos fue, en general, limitada, no faltan fundaciones hechas por re¬
yes y reinas, príncipes de la familia real, condes y condesas, y vizcondes,
precisamente en este período.
La influencia de Cluny fue mayor en el occidente peninsular, y en Na¬
varra y Aragón, que en Cataluña. En Asturias, al fundar los condes Pinio-
lo e Ildonza San Juan de Corias (1044), le concedieron varios pequeños
monasterios. Ramiro I de Aragón, en 1044 nombró abad de San Victoriano
de Asián al cluniacense francés Jean de Champagne, antes de que este ce¬
nobio se convirtiera en priorato de Obarra. Y Sancho Ramírez, aunque fo¬
mentó en Aragón la adopción de la regla agustiniana para los nuevos
canónigos, estableciéndola en Loarre (1073), en Siresa (1082) y en Monteara-
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 311

gón, adscribió San Urbez de Sarrablo a Saint Pons de Thomiéres en 1093,


al dejar allí a su hijo Ramiro (Ramiro II) para que fuera monje, y Pedro I,
al tomar Huesca en 1096, lo dio al priorato de San Pedro el Viejo. Los mo¬
nasterios de San Zoilo de Carrión (1047), Santa María la Real de Nájera
(1052), San Isidoro de Dueñas (1073), San Facundo y Primitivo de Saha-
gún que se iba a convertir en el gran centro de la espiritualidad cluniacense,
San Pedro de Montes, las ermitas de Cerrato entregadas por Alfonso VI
de Castilla a Cluny en 1077, o San Juan de Burgos, dado (c. 1080) por la
reina Constanza, esposa de Alfonso VI, a San Lesmes, patrono de Burgos
y convertido en priorato de la Chaise-Dieu (1090) para ser luego un hospi¬
tal de peregrinos famoso en el Camino de Santiago, son otros tantos ejem¬
plos, entre los muchos que cabría aducir de la presencia de Cluny en tierras
de Castilla y León.
Los monasterios catalanes sólo en parte siguieron las mismas directri¬
ces, aunque tampoco faltan ejemplos de diversos intentos reformistas. Sant
Joan de les Abadesses fue ocupado por canónigos regulares en 1017, susti¬
tuyendo a las monjas. La condesa Ermesenda, esposa del conde Ramón Bo-
rrell, fundaba en 1020 el cenobio de Sant Daniel de Gerona. Sant Salvador
de Breda fue fundado en 1038 por los vizcondes Guerau de Cabrera y Er-
mesinda. Gombau de Besora, en 1042, donaba su monasterio de Sant Mi-
quel del Fai a San Víctor de Marsella, iniciando así la costumbre de adscribir
monasterios locales a centros cenobíticos foráneos para su reforma. El mo¬
nasterio italiano de San Michele de La Chiusa recibía en 1054 el monasterio
de Santa María de Cerviá, en tierras gerundenses, y el de Sant Miquel de
Cruílles. En 1083 Bernardo II de Besalú (que se había declarado vasallo del
papa en 1073) declaraba sujetos a Moissac sus monasterios de Sant Pere de
Camprodón, Sant Pau del Fenollar y Santa Maria d’Arles de Tec.
Gregorio VII, en bula de 1079, confirmaba la pertenencia de Sant Este-
ve de Banyoles, Santa Maria de Ripoll y Sant Miquel del Fai a San Víctor
de Marsella. En 1083 se les unía Sant Joan de les Abadesses y otros monas¬
terios incorporados al de San Víctor de Marsella fueron también Sant Martí
del Canigó, Sant Miquel de Cuixá y Santa Maria de Gerri. Mientras tanto
en 1086 el obispo de Barcelona, Bertrán, consagraba la nueva iglesia del
monasterio de Banyoles, y se sucedían las consagraciones de otros numero¬
sos templos renovados. El obispo de Roda, Ramón Dalmau, al erigir la ca¬
nónica regular de su sede en 1092, procedía a dotarla con muchos bienes,
entre ellos, con la abadía de Santa María de Alaón. Como vemos, los inten¬
tos de reforma llegaban desde los montes de Ribagorza a los confines de
Galicia. El monasterio de Sant Cugat del Vallés asumía, a fines del siglo xi,
la dirección de una congregación monástica (la primera congregación bene¬
dictina, que perduraría a lo largo del siglo xii) en la que se integraron los
312 MANUEL RIU RIU

monasterios de Santa Cecilia de Montserrat, Sant Lloren? de Munt y Sant


Salvador de Breda, entre otros.
Una nueva reforma del monacato benedictino, la de los monjes cister-
cienses, iba a llegar a España a mediados del siglo xn, siendo especialmen¬
te favorecida por Alfonso VII. Y se difundiría de León a Cataluña.
Belmonte, Carracedo, Castañeda y Sotosalbos, aparecen como filiales de
Citeaux; Sobrado, Valdediós, Moreruela y Valparaíso, entre otras, como
filiales de Clairvaux; y Matallana y Sacramenia, entre otros, como filiales
de Morimond. Todas ellas en lugares desérticos, alejados de los núcleos de
población, y fronterizos, en tierras de colonización. En 1140 llegaban los
cistercienses a Fitero, en Navarra, y en 1142 a Santa María de Sobrado en
La Coruña. En Aragón se funda Veruela y en Navarra La Oliva. Entre 1150
y 1152 en Cataluña fundaban los monjes cistercienses los monasterios de
Santes Creus y de Santa Maria de Poblet, y en 1175 el monasterio femenino
de Vallbona de les Monges. El monasterio femenino de Nuestra Señora de
Las Huelgas, fundado por Alfonso VIII y su esposa Leonor en 1180 para
albergar damas emparentadas con la realeza castellano-leonesa, se situaría
junto a Burgos y se convertiría en la casa rectora de todos los conventos
de monjas del Císter de Castilla y León.
La sobriedad del Císter y sus tareas colonizadoras le granjearon muy
pronto el apoyo de reyes y nobles y el aprecio de la población, recibiendo
abundantes donaciones. Los monjes y monjas cistercienses contribuyeron
a extender el culto a Nuestra Señora a la cual dedicaron la mayor parte de
sus iglesias, y reorganizaron las explotaciones agrícolas de sus dominios en
granjas modélicas, cultivadas por los conversos (conversi) y muy pronto imi¬
tadas por los propios cluniacenses.

Las peregrinaciones a Santiago de Compostela

Santiago de Compostela, como Jerusalén y como Roma, se convierte


en centro de peregrinación de la Cristiandad. Desde el lejano siglo IX, ya
en época Carolingia, había empezado el culto rendido al apóstol Santiago
a tener trascendencia más allá de las fronteras del reino astur. Pero, des¬
pués de las mejoras verificadas en el siglo XI en el llamado «camino de San¬
tiago», a iniciativa de Sancho III el Mayor de Navarra, el número de
peregrinos europeos aumentó, al verse protegidos por la «paz del rey» que
garantizaba su seguridad personal y la de sus bienes. A lo largo del itinera¬
rio se construyeron puentes y se edificaron eremitorios, monasterios, posa¬
das y hospitales, se canalizaron fuentes y abrevaderos, surgieron mercados
y villas. Varias rutas conducían a Compostela: una de ellas, partiendo de
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 313

Irún, llegaba, bordeando la costa, hasta Ribadeo y descendía después en


diagonal por Mondoñedo y Villalba hasta Santiago. Otra, interior, por los
puertos de Aspe y de Roncesvalles iba hasta Jaca y Pamplona y proseguía
hacia Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada —una hospedería
fundada en el camino por el ermitaño Domingo en 1076, de quien dice su
hagiografía que se dedicaba a mejorar y reparar el camino para facilitar
el viaje a los peregrinos—, Burgos, Sahagún, León y, siguiendo por Astor-
ga, hasta Trabadelo donde se bifurcaba hacia Lugo o, por Sarria, a Santia¬
go. Ambas rutas se hallaban unidas: el trecho de Irún, en la línea costera,
se unía por Burgos a la línea interior, a través de un camino que discurría
por Vitoria. Y el trecho de Oviedo, en la línea costera, se unía a León, en
la interior, por un camino que atravesaba el puerto de Pajares. Para mu¬
chos constituían etapas obligadas la visita de la Cámara Santa en Oviedo,
la de la cripta de San Isidoro en León, la de la catedral en Burgos, la del
monasterio de Sahagún, o la cripta de los reyes en Nájera. Y a lo largo del
camino eran muchas más las maravillas que cabía admirar.
A través de estos caminos, que se continuaban por Francia y comunica¬
ban a los reinos cristianos peninsulares con los restantes del occidente eu¬
ropeo, llegaban con los peregrinos y mercaderes, las ideas, productos,
noticias, elementos de la vida, arte y costumbres de franceses, italianos, ale¬
manes, ingleses, normandos, frisones, etc. A lo largo de la ruta se estable¬
cieron algunos de ellos, se constituyeron barrios de francos, mercaderes y
artesanos, y con ellos floreció la vida urbana y la campiña próxima recibió
también su influencia.

LOS CLUNIACENSES Y EL RITO MOZÁRABE

Las peregrinaciones, junto con los matrimonios de los reyes hispanos


con princesas de los reinos de Europa, especialmente francesas, y el influjo
de los monjes benedictinos reformados de Cluny, llamados cluniacenses,
contribuyeron a la europeización y a la feudalización de España. Sus con¬
secuencias, en la esfera espiritual, llevaron hasta la abolición de la liturgia
tradicional hispana de raíz visigoda, llamada mozárabe por haberla conser¬
vado celosamente los mozárabes, o cristianos residentes en tierras islámi¬
cas, y reemplazada por el rito romano en el último tercio del siglo xi.
También, en la esfera cultural, cabe consignar la sustitución en los docu¬
mentos de la letra visigoda (que perduraría en algunas zonas hasta media¬
dos del siglo XII), por la letra carolingia o francesa, mucho más clara y usada
ya en los condados catalanes en el siglo x. Con los cluniacenses se introdu¬
jo el rito romano en la liturgia cristiana de Aragón (1071) en tiempo del
314 MANUEL RIU R1U

rey Sancho Ramírez. Alfonso VI, rey de León y de Castilla, y Sancho IV


de Navarra prometieron también al papa Gregorio VII, deseoso de intro¬
ducir la reforma del ritual en todos los reinos hispánicos, que permitirían
la introdución del rito romano gradualmente en sus reinos, puesto que el
particularismo de los rituales tarraconense y toledano, vigentes entre los mo¬
zárabes y en los reinos cristianos hispánicos, inquietaba a Roma.
La introducción del nuevo rito fue más lenta en León y Castilla que en
Navarra, Aragón y Cataluña, por la oposición popular al abandono de la
tradición visigótico-mozárabe. Una reacción general, propugnada por clé¬
rigos y monjes mozárabes, fue reducida al fin por las gestiones del legado
pontificio, cardenal Ricardo, declarándose abolido el rito mozárabe en el
concilio de Burgos (1080) y ordenándose la destrucción de los libros litúrgi¬
cos. La abolición fue casi total, con escasas excepciones como la de algunas
parroquias toledanas. Los monjes cluniacenses se encargaron de la propa¬
gación del rito romano, en tanto que los últimos reductos paganos de Vas-
conia, cristianizada en su mayor parte en el siglo X, recibían también la
evangelización.

La reforma de la Iglesia hispana

Una vez conseguida la unidad de rito con Roma, urgía en España la re¬
forma de costumbres, en particular en el bajo clero y en muchos monaste¬
rios. A ella tendió la actividad de don Bernardo, reformador de Sahagún
y luego arzobispo de Toledo (1085-1124), desde la recuperación de esta ciu¬
dad por los cristianos, quien tuvo en los cluniacenses una ayuda eficaz. Tam¬
bién el arzobispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, colaboró en
la empresa reformadora (1100-1140). En ella participaron asimismo activa¬
mente San Odón de Urgel, San Pedro de Osma y San Raimundo de Fitero,
el fundador de la Orden militar de Calatrava, entre otros.
Al comenzar el siglo XIII la Iglesia hispana se hallaba ante un período
de esplendor. La victoria de las Navas, en 1212, daba a la cristiandad un
nuevo timbre de gloria al que seguirían las conquistas de San Fernando en
Castilla y las de Jaime I en Valencia y Mallorca. Santo Domingo de Guz-
mán fundó la Orden de Predicadores para atajar la herejía albigense o cá-
tara que estaba realizando grandes progresos en el Midi y en la montaña
catalana, y San Pedro Nolasco fundó la Orden de la Merced (1218) para
la redención de cautivos. A esta última fundación colaboró también Ra¬
món de Penyafort, una de las grandes figuras de la Iglesia española del si¬
glo XIII, recopilador de las Decretales de Gregorio IX (1234), una de las
fuentes del derecho canónico que más trascendencia tuvieron.
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 315

A la reforma de la Iglesia hispana contribuyeron, asimismo, otras Ór¬


denes nuevas, como la de los cartujos, fundada cerca de Grenoble en 1078
por San Bruno, y establecida en 1167 en el priorato catalán de Escaladei,
creado cuatro años antes cerca de la Morera del Montsant, en zona de ere¬
mitas. Escaladei parece haber sido la primera fundación española de los car¬
tujos. Entre las Órdenes nuevas cabe recordar, asimismo, la de los trinitarios,
Orden canonical, dedicada a la redención y canje de cautivos cristianos en
tierras del islam y particularmente en el norte de África, y fundada por San
Juan de Mata (1160-1213) con el beneplácito de Inocencio III en 1198. Se
ha discutido si este santo era de origen provenzal o catalán. Lo cierto es
que una de sus primeras fundaciones fue la de Santa María de Avinganya
(1201), en tierras de Lérida, convertida en el primer convento femenino de
la Orden en 1236.
También a San Francisco de Asís se atribuyen varias fundaciones de con¬
ventos franciscanos en tierras hispanas, en los primeros decenios del si¬
glo XIII. Al parecer el santo envió a España a fray Gil y fray Bernardo de
Quintanavalle, para peregrinar a Santiago (1209), y puede que el propio san¬
to, en 1213, llegara hasta Barcelona. Las noticias de los primeros años de
la Orden franciscana son confusas. Parece ser que fray Pedro Compadre
fundó el convento de Oviedo (1216), y fray Bernardo y fray Félix fundaron
el de Lérida (1217), el primero de la provincia de Aragón. Al dividirse la
Orden en cinco provincias, en 1217, San Francisco envió a la de España,
como primer ministro provincial a fray Bernardo de Quintanavalle, a quien
sustituiría, dos años después, fray Juan Párente, llegado a la Península con
un centenar de frailes. El establecimiento de un convento en Zaragoza (1219)
permitió la celebración en esta ciudad del primer capítulo general de toda
España (1220). Desde entonces se sucedieron las fundaciones: Teruel, Tole¬
do, Vic (1225), Barcelona (1229), Palma de Mallorca (1230), Gerona (1232),
etcétera. En el año 1232 se subdividió la provincia de España en tres: San¬
tiago, Aragón y Navarra, y Castilla, subdivididas en custodias y conventos.
Y pronto las fundaciones fueron numerosas en toda España y en Portugal,
como lo fueron las de los frailes dominicos, imprimiendo a la espirituali¬
dad hispana sus características.

Las Órdenes militares españolas

En la segunda mitad del siglo XII se fundan diversas Órdenes militares


españolas, parecidas a las del Temple y del Hospital o a la de los Caballeros
Teutónicos, que tenían ya casas en España. La primera de las Órdenes mili¬
tares españolas, fundada por fray Raimundo de Fitero, abad cisterciense,
316 MANUEL RIU RIU

defensor de Calalrava ante los invasores almohades, se llamó Orden de Ca-


latrava y recibió la aprobación pontificia en 1164. Poco después (en 1170)
se constituyó la «Congregación de hermanos de Cáceres», puesta muy pronto
bajo la advocación del apóstol Santiago y llamada Orden de Santiago, apro¬
bada en 1175. Hacia las mismas fechas, en el reino leonés se fundó la Or¬
den de San Julián de Pereiro, aprobada por el papado en 1177, que, al pasar
a posesionarse de la plaza militar de Alcántara, en 1213, cambió su nombre
por el de Orden de Alcántara.
De estas tres Órdenes militares hispánicas de Calatrava, Alcántara y San¬
tiago formaron parte, unidos bajo hermandad, monjes, clérigos y seglares,
quienes hacían vida en común y contraían el voto de obediencia y el de lu¬
char contra los infieles. Su poderío se acrecentó de tal modo que llegaron,
antes de finalizar este período, a poseer extensas propiedades en el centro
y sur de la Península. Con su esfuerzo, esta elite de combatientes a caballo
contribuyó al avance de la reconquista y a la reorganización de las tierras
recuperadas al islam, participando de los repartos de casas, tierras y forta¬
lezas tomadas al enemigo. Organizadas en encomiendas, gobernadas por
maestres y comendadores, constituyeron, a menudo, centros modélicos de
explotaciones agrícolas y ganaderas, inspiradas en la organización de las gran¬
jas cistercienses.

á) La Orden de Calatrava

La Orden de Calatrava fue la primera de las Órdenes militares que se


fundó en la Península, según ya hemos anticipado, destinada a defender
las fronteras meridionales de los reinos cristianos peninsulares ante la pre¬
sión almohade. En el año 1147 el rey Alfonso VII había concedido la forta¬
leza de Calatrava la Vieja a la Orden de los templarios, para que ésta la
defendiera y vigilara desde ella la principal ruta de acceso a Toledo desde
al-Andalus. Pero los templarios no contaban con fuerzas suficientes para
esta empresa y en 1153 decidieron devolver la plaza a Sancho III, el hijo
de Alfonso VII, quien resolvió cederla a quien se comprometiera a su cus¬
todia. San Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, fue quien
la aceptó, obtuvo del rey la villa y fortaleza de Calatrava y la guarneció
con sus gentes y con cruzados toledanos (no se olvide que se trataba de con¬
trolar la ruta de acceso a Toledo), formando una especie de hermandad para
la custodia de Calatrava. En 1164 el maestre de esta hermandad, don Gar¬
cía, obtuvo del papa Alejandro III una bula por la cual la convertía en Or¬
den religiosa y le brindaba su protección, y en el mismo año, el 14 de
septiembre, el capítulo general de la Orden del Císter le dio la que sería su
primera regla o norma de conducta, bajo la supervisión de esta Orden. La
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 317

filiación cisterciense de los calatravos se acentuaba en 1166 con su segunda


regla, quedando, desde 1187, por una bula del papa Gregorio VIII, afiliada
la Orden de Calatrava al Císter y bajo la supervisión del abad de Morimundo.
Mientras tanto la Orden de Calatrava, en 1173, había recibido la conce¬
sión de todos los castillos que lograra conquistar a los musulmanes y, en
efecto, obtuvo notables concesiones en la Mancha, que contribuyó a po¬
blar, y en Andalucía. Entre las primeras figuraban: la cuarta parte de Oca¬
ña (1174) y luego la mitad de la misma villa (1177), los diezmos de Uclés
(1174) que compartiría con la Orden de Santiago, la mitad de Molina (1175),
las villas de Cogolludo (1176) y de Alcañiz (1179), e incluso casas y viñas
en Madrid (1189). Pronto sus bienes se extendieron, pues, también por tie¬
rras de Aragón, y acabaría teniendo bajo su dependencia las Órdenes de
Alcántara, Avís, Montesa y Cristo, con lo cual su ámbito de acción se ex¬
tendió por toda la Península. Sometida a los designios de varias familias
nobiliarias en el siglo xv, el papa Inocencio VIII, en 1487, concedió su ad¬
ministración al rey Fernando el Católico. Para comprender las ambiciones
que gravitan sobre la Orden de Calatrava bastaría considerar que entre sus
muchas propiedades se contaba la gran mina de mercurio de Almadén.

b) La Orden de Santiago

Durante el reinado de Fernando II en León y Alfonso VIII en Castilla,


Pedro Fernández, que luego sería el primer maestre, y un grupo de caballe¬
ros castellano-leoneses decidieron fundar en Cáceres, ciudad del reino de
León, en 1170, una Orden militar que muy pronto se llamaría de Santiago,
destinada a canalizar la lucha contra los musulmanes de al-Andalus. Se tra¬
taba de defender la frontera de la Extremadura castellano-leonesa y sus cen¬
tros neurálgicos fueron Uclés, para el reino de Castilla, y San Marcos de
León, para el reino de León, donde se establecieron las casas centrales de
la Orden, a partir de su aprobación definitiva por el papa Alejandro III en
bula de 1175.
La Orden militar de Santiago aceptó en su seno clérigos, que se regirían
por la regla de San Agustín, y seglares que debían llevar a cabo su función
primordial guerrera y militar. Estos caballeros seglares podían ser solteros
o estar casados, y ésta es la peculiaridad más importante de esta Orden mi¬
litar, pues aceptaba en su seno las esposas de los frailes santiaguistas que
lo desearan y aun, muy pronto, a mujeres que manifestaran su voluntad
de ingresar en la Orden como religiosas, haciendo los votos de pobreza, cas¬
tidad y obediencia. En sus conventos hallarían refugio temporal las esposas
e hijas de los caballeros cuando éstos se hallaban en campaña, y sus viudas
si no decidían volver a casarse, pudiendo unas y otras ingresar como reli-
MANUEL RIU RIU
318

giosas en ellos. Los caballeros casados sustituían el voto de castidad por


el de fidelidad conyugal.
La Orden, aunque de origen leonés, y destinada a la reconquista de Mé-
rida, ciudad de la que obtendría la cuarta parte, como uno de sus primeros
objetivos, se extendió muy pronto por Castilla y Portugal y se convertiría
en la más importante de las Órdenes militares hispánicas. El primer con¬
vento femenino de esta orden fue el de Santa Eufemina de Cozuelos, fun¬
dado en 1186 por Alfonso VIII de Castilla y situado en una zona rural al
norte de la actual provincia de Palencia. Gracias a sucesivas donaciones reales
y de particulares muy pronto alcanzó un amplio patrimonio, que llegaba
hasta las estribaciones de los Picos de Europa, aunque el número de sus
monjas quedara limitado a treinta en el siglo xm. Alfonso IX de León, en
1233, concedió a la Orden el convento de Sancti Spiritus de Salamanca, que
por decisión de María Méndez y su esposo Martín Alonso, con la aproba¬
ción del maestre de la Orden, se convertiría en el segundo convento impor¬
tante de freilas o dueñas santiaguistas. En la encomienda de Destriana, en
León, hubo en el siglo xm un tercer convento femenino, regido por un co¬
mendador, con trece monjas.
En la Corona de Aragón la Orden tuvo conventos femeninos en Barce¬
lona (Santa María de Junqueres) y en Lérida (San Pedro de Piedra) que en
1342 se incorporó al de Junqueres. En Portugal hubo asimismo el convento
de freilas de Santos-o-Velho, que alcanzó su mayor pujanza en el siglo XIII,
aunque el número de sus dueñas quedó limitado a doce.
Normalmente al frente de los conventos femeninos, que adoptaron las
normas del de Santa Eufemina de Cozuelos, con las básicas de la regla ge¬
neral de los caballeros de Santiago y algunas disposiciones de San Benito,
hubo una comendadora, a las órdenes del maestre general, y una subco¬
mendadora, elegidas entre las dueñas de mayor edad por las comunitarias
reunidas en capítulo. Las dueñas o freilas se dedicaban al rezo de los ofi¬
cios divinos, y su jornada se iniciaba a las dos de la madrugada con el can¬
to, en el coro de la iglesia, de los maitines y laudes. A las seis de la mañana
se levantaban para el rezo de prima, y desayunaban luego. A las nueve re¬
zaban tercias; a las doce del mediodía, sextas; a las tres de la tarde, nonas;
a las seis, vísperas, y a las siete o las ocho, según fuera invierno o verano,
después de la cena, las completas, retirándose a descansar hasta las dos.
Una vez al mes debían leer o escuchar la regla. Las dueñas analfabetas de¬
bían sustituir los rezos y cantos de coro por 150 padrenuestros al día, mas
la mayoría sabían leer y escribir, eran de familias acomodadas y tenían sir¬
vientas a sus órdenes. Asistían a misa todos los días, siendo la misa de los
martes, solemne y dedicada a Santiago. Comulgaban los domingos y con¬
fesaban con frecuencia. Comían tres veces al día, en el refectorio y en silen-
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 319

ció, escuchando lecturas piadosas. La comida del mediodía, sin ser muy
variada, era la más completa: consistía en verduras, pan, carne o pescado
de río (truchas y barbos). Estaban autorizadas a beber vino, en general de
la cosecha del propio convento. Adviento y Cuaresma eran tiempos de ayuno.
El noviciado solía durar tres años, después de los cuales hacían los tres
votos de pobreza, castidad y obediencia. Vestían hábito blanco con la cruz
de Santiago en el pecho, bordada en rojo. Las monjas de familia de caba¬
lleros estaban autorizadas a llevar el signo de la venera. Dormían en un dor¬
mitorio común, aunque tuvieran sus propias celdas, y la madre comendadora
guardaba la llave del mismo. Las visitas de seglares estaban minuciosamen¬
te reguladas, aunque eran imprescindibles (letrados, mayordomos, escriba¬
nos, vasallos, mercaderes, médicos, boticarios...), debiendo salir siempre
acompañadas y sólo en casos excepcionales (en particular a partir de 1300
en que el papa Bonifacio VIII, por la bula Periculoso, se lo prohibió bajo
pena de excomunión). Cuando una dueña moría, se rezaban por ella tres
padrenuestros y tres misas, era enterrada en el cementerio del claustro y se
alimentaba a un pobre durante cuarenta días. También la noche del Jueves
Santo se ofrecía cena a todos los pobres que acudieran a cada uno de los
conventos. La atención a los pobres fue una de las obligaciones de la Orden.
La Orden militar de Santiago fue regida por un maestre, a cuyas órde¬
nes se hallaba el comendador mayor (o los dos comendadores mayores, uno
para Castilla y otro para León) y los tres priores (de Pálmela en Portugal,
San Marcos en León y Uclés en Castilla), seglares los primeros y religiosos
los tres últimos, a quienes incumbía la dirección espiritual de la Orden, de
acuerdo con la regla de la misma aprobada en 1175. Otros altos cargos fue¬
ron los de clavario, obrero mayor y sacristán mayor. Los maestres conta¬
ron con el Consejo de los Trece para aconsejarse en sus principales decisiones,
y junto con los comendadores de los distintos conventos formaban el capí¬
tulo general de la Orden, que se reunía periódicamente para tomar decisio¬
nes que afectaban a la generalidad de la Orden o actualizar las reglas. Cada
convento estaba integrado por un número de caballeros o freires y los fami¬
liares adscritos al mismo. Algunos caballeros dependían directamente del
maestro y administraban los castillos y bienes dependientes de la mensa maes¬
tral. La Orden militar de Santiago tuvo conventos, hospitales, castillos y
otros bienes desde el extremo de Galicia a Cataluña, y desde León hasta
la frontera del reino de Granada, con castillos como los de Tavera, Aya-
monte, Estepa, Huéscar, Galera, Orce y Aledo... y conventos como los de
Salamanca, Buitrago, Montalbán, Montánchez o Mértola.
320 MANUEL RIU RIU

c) Orden de Alcántara

La tercera Orden militar hispánica, conocida por el nombre de Orden


de Alcántara, de hecho, como ya dijimos, se fundó en el reino de León con
el nombre de San Julián de Pereiro (Pirario), fue aprobada en 1177 y cam¬
bió su nombre por el de Orden de Alcántara a raíz de la obtención de esta
plaza en 1213, poco después de la victoria de las Navas. Por mediación del
rey Alfonso IX de León, el 16 de julio de 1218, se hizo una concordia en
Ciudad Rodrigo, entre el maestre de la Orden de Calatrava, Martín Fer¬
nández, y el maestre Munio y el convento de Pereiro, según la cual, de acuer¬
do con la Orden cisterciense, el convento de Pereiro recibiría en lo sucesivo
la visita de la Orden de Calatrava, manteniéndose la elección de prior entre
los miembros de su comunidad, y la Orden de Calatrava hacía entrega al
maestre y convento de Pereiro, de Alcántara con todas sus posesiones y pri¬
vilegios en el reino de León, debiendo acatar obediencia a Calatrava y a
sus maestres.
La donación o confirmación de Alcántara, con todas sus posesiones, car¬
tas y privilegios, a Pereiro llevaba implícito el reconocimiento de la supedi¬
tación de la Orden de Alcántara a la de Calatrava. Pero dicha obediencia
no se conseguiría sin reticencias, aunque continuó durante siglos. El bula-
rio de la Orden certifica que debido a las desavenencias surgidas entre el
maestre de Alcántara y una parte de sus freires, por una parte, y el resto
de éstos, por otra, que acudió a la Orden de Calatrava para que mediara
en el litigio, ésta decidió deponer en 1318 al maestre de Alcántara y privar
de sus cargos a cuantos estaban de su parte, y elegir nuevo maestre para
la «Casa filial de Alcántara». Maestres, caballeros, priores y conventos si¬
guieron con sus litigios sobre jurisdicción, visitación, corrección y castigo
todavía en pleno siglo xvi, en que los maestres de Alcántara en el reino de
Castilla, Montesa en el reino de Valencia y Avís en el de Portugal seguían
discutiendo sus derechos a la Orden de Calatrava.

La convivencia de las gentes de las tres religiones

Como han señalado distintos autores, entre ellos José Luis Martín, «en
las zonas ocupadas por el islam hubo siempre comunidades de cristianos,
mozárabes; en los territorios incorporados por León y Castilla sobrevivie¬
ron grupos de musulmanes o mudéjares, y tanto en la zona cristiana como
en la musulmana, habitaron numerosos judíos, agrupados en aljamas».
Las comunidades mozárabes solían conservar su cultura, su organiza¬
ción y sus iglesias, cuando las tierras en que vivían fueron ocupadas por
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 321

los cristianos del norte, y no se confundieron con ellos. En Toledo, por ejem¬
plo, iban a subsistir, desde 1085, varias parroquias mozárabes junto a las
de nueva creación, agrupando la población cristiana de distinto origen. Y
los mozárabes, por su conocimiento del árabe, realizarían una gran labor
cultural en los siglos xii y xm, traduciendo del árabe al latín y al castella¬
no numerosas obras.
Igualmente los mudéjares, organizados en barrios y aljamas, con sus mez¬
quitas, permanecerían agrupados en los pueblos de las zonas reconquista¬
das por los cristianos, continuando sus tradiciones propias y sus labores
agrícolas y artesanas, hasta el siglo xvii en que se produjo la expulsión. Las
morerías, o barrios moros, de Ávila, Burgos, Palencia, Segovia, Soria o Va-
lladolid, o las de otras ciudades de Aragón, como Zaragoza y Teruel, o como
la propia Valencia desde su reconquista, continuarían su vida sin interrup¬
ción, en un régimen de libertad. Otros moros, cautivos o esclavos, perma¬
necían presos a la espera del rescate o del cambio por cautivos cristianos,
o vivían en casa de sus dueños y trabajaban para ellos, que podían manu¬
mitirlos, venderlos, comprarlos o cambiarlos. A pesar de las normas del de¬
recho canónico sobre la relación de cristianos con judíos y sarracenos, la
situación peculiar de España facilitaba la convivencia.
Las leyes civiles y eclesiásticas protegían a los judíos que, aun viviendo
separados en aljamas con sus rabinos y sus sinagogas, gozaban de determi¬
nados privilegios, como el de practicar libremente el judaismo, pero se les
prohibía el hacer proselitismo y, para que no se confundieran con los cris¬
tianos, se les obligaría a llevar determinados signos en el vestido. Los ju¬
díos debían relacionarse con los cristianos, aun viviendo en barrios separados,
porque ejercían la medicina y se dedicaban al comercio, al cambio de mo¬
nedas y al préstamo, o eran arrendadores y recaudadores de tributos lo cual
les garantizaba la protección real y episcopal, pero les granjeaba la animad¬
versión de los cristianos, aunque legalmente se les equiparara a ellos. Con
todo, existen asimismo numerosos testimonios de convivencia y su papel
era indudablemente útil a la sociedad, aunque en ocasiones fueran perse¬
guidos en al-Andalus y en los reinos cristianos.
\
14. CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS

Las nuevas escuelas

Tres lenguas culturales: el latín, el árabe y el hebreo, se conocen y ha¬


blan en las escuelas y, fuera de ellas, en los ambientes cultos. Pero a su lado
se advierte la existencia de distintas hablas populares, derivadas en buena
parte del latín y distribuidas en tres grandes grupos. Un grupo de ellas lo
forma el asturiano, con el gallego y el leonés, evolucionados estos últimos
al expansionarse por tierras portuguesas y extremeñas; otro grupo es el
navarro-aragonés y provenzal-catalán, progresivamente diferenciados, y el
tercero es el romance castellano, que se está abriendo paso con la coloniza¬
ción de las tierras situadas entre los cursos alto y medio del Duero y el Tajo,
para avanzar luego por la cuenca del Guadiana. La lengua habitual de los
mozárabes sería su romance peculiar, pero el conocimiento del árabe les per¬
mitía escribir en aljamía, utilizando los caracteres árabes. No sería difícil
hacerse comprender en la mayoría de estas hablas porque no se hallaban
muy diferenciadas. Aparte quedaba el vascuence, lengua arcaica e ininteli¬
gible para los numerosos peregrinos que transitaban por las rutas que se
dirigían a Santiago de Compostela.
La enseñanza (las escuelas) y la beneficencia (asilos y hospitales) seguían
en manos de los clérigos y monjes, centradas en los monasterios, y en las
iglesias catedralicias o canonicales, y puede que también en algunos arce-
dianatos e incluso en iglesias parroquiales, aunque es escasa la información
324 MANUEL RIU RIU

conservada al respecto. Escuelas episcopales existieron en la mayor parte


de las sedes catedralicias. En el siglo xi funcionaban, entre otras, las de As-
torga, León, Lugo, Palencia (donde estudió Santo Domingo de Guzmán),
Salamanca, Segovia y Toledo. En todas ellas se enseñaban las «siete artes
liberales», el trivium (gramática, retórica y dialéctica o lógica) y el quadri-
vium (aritmética, geometría, música y astronomía), como en la mayor par¬
te de las escuelas del occidente europeo. Puede que en España, sin embargo,
fuera mayor la persistencia de la tradición escolar de época visigoda, recor¬
dada a través de las Etimologías de San Isidoro, ampliamente difundidas.
Fernando I de Castilla (1035-1065) creó una escuela palatina, a imita¬
ción de otros monarcas, para la formación de funcionarios y la educación
de sus hijos. El anónimo autor de la Historia Silense nos dice textualmente
que «dispuso educar a sus hijos e hijas de suerte que se instruyeran primero
en las artes o disciplinas liberales, a las que él mismo había prestado estu¬
dio; después, cuando la edad lo consentía, hizo a los hijos correr caballos
al modo de los españoles (léase: andalusíes) y ejercitarse en armas y cace¬
rías; mas a las hijas, para que no se viciasen con la ociosidad, las mandó
instruir en todas las virtudes propias de la mujer».
Las rutas de peregrinación, lo hemos apuntado ya, eran vehículo para
la transmisión de influencias culturales. La epopeya francesa se enriquece¬
ría con temas, como el de la peregrinación o el de la cruzada, de clara as¬
cendencia hispana, y la epopeya española adoptó, a su vez, los héroes de
las canciones de gesta y relató hechos fabulosos de Carlomagno y sus com¬
pañeros. Éste es sólo un ejemplo, entre otros muchos. Entre las obras de
peregrinación cabe destacar el Líber sancti Iacobi, también llamado Codex
Calixtinus por haber sido atribuido al papa Calixto II, tío de Raimundo
de Borgoña. Esta compilación del siglo XII reúne numerosos testimonios
de la cultura religiosa tales como sermones y homilías en honor del apóstol
Santiago, veintidós milagros suyos, el relato de la traslación del cuerpo del
santo desde Jerusalén a Santiago y una guía para los peregrinos franceses
en la cual se describen los cuatro caminos que conducen a la Tumba del
Apóstol y características de las tierras y cualidades de las gentes que encon¬
trarán a su paso, desde vascos a gallegos. Completa este Liber, la Historia
Compostelana escrita por tres canónigos de Santiago (1140), a la que luego
volveremos a referirnos.
El hombre aprende, pues, en la iglesia, en la calle y en el seno de la fa¬
milia, tanto como en la escuela propiamente dicha, los conocimientos que
le serán necesarios a lo largo de su vida. Los soberanos se esmeran en ofren¬
dar a la Iglesia bienes considerables para que pueda cumplir su misión for-
mativa. Constan específicamente los donativos de oro y plata que hizo
Fernando I a San Salvador de Oviedo y a Santiago de Compostela. Y los
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 325

documentos conservados nos permiten conocer otras muchas ofrendas rea¬


les a lo largo del período. La Iglesia cumple, entre otras muchas misiones,
la de formar hombres cultos. En los reinos hispánicos, la relación con el
islam y su cultura es mucho más intensa que en el resto de Europa, salvo
acaso el mediodía de Italia. Y esta relación de cristianos con islamitas y ju¬
díos se traduce en múltiples intercambios culturales. El Cid, por ejemplo,
en su testamento (1099) ordena que, cuando muera, su cuerpo lo «embalsa¬
men y unjan con los ungüentos que hay en los frascos que le envió el sultán
de Persia». Y los ejemplos de estos intercambios, ya fueran en calidad de
obsequios, ya de compras o del producto de las expediciones de saqueo y
de las guerras, podrían fácilmente multiplicarse.
Se trata, pues, de una cultura que no es sólo escolar, sino también fruto
de un ambiente propicio a los intercambios. Pedro el Venerable, en sus via¬
jes a España (1140 y 1142), se procura traducciones del árabe al latín, para
asegurar su propia versión latina del Corán, y entra en contacto con don
Raimundo de Toledo, el arzobispo sucesor de Bernardo de Sédirac y patro¬
cinador de la Escuela de Traductores, de Toledo, quien le facilita la colabo¬
ración, entre otros, de Pedro de Toledo, del inglés Roberto de Ketton, de
Hermán de Dalmacia y de un musulmán llamado Muhammad. La búsque¬
da de traductores del Corán tiene, indudablemente, una finalidad proseli-
tista en favor de la cristianización de al-Andalus. Pero del papel trascendente
de esta escuela de traductores toledanos volveremos a hablar muy pronto.
Si ésta cabe considerarla como una ampliación de las tareas formativas
de la escuela catedralicia de Toledo, tampoco otras se conforman con las
siete artes liberales y tratan de profundizar en el estudio de la filosofía y
de la teología. No en vano el primer Estudio General o Universidad se fun¬
dó en Palencia, a comienzos del siglo xm (hacia 1208), creado por el obis¬
po Tello de Meneses y fue aprobado por Alfonso VIII gracias al apoyo e
interés de Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo. La inestabilidad
de esta nueva escuela hizo que fuera trasladada pronto a Valladolid, para
perfeccionar los estudios de leyes y decretos. La Universidad de Salaman¬
ca, cuyas primeras gestiones se hicieron en tiempo de Alfonso IX de León,
cabe considerarla creada en 1220 y la confirmaron Fernando III y el papa
Alejandro IV (1254), pensando en fomentar estudios de medicina y cirugía.
La confirmación real y pontificia de estos Estudios Generales de enseñanza
superior se había hecho entonces necesaria en todo el occidente europeo. No
todos estos estudios tuvieron las mismas facultades, aunque se perfilaron
cuatro líneas del saber: filosofía, derecho, medicina y teología. En el códi¬
go de Las Siete Partidas, se define el Estudio General como un «ayunta¬
miento de maestros y de escolares que es fecho en algún lugar con voluntad
e entendimiento de aprender los saberes». No obstante, muchos tardaron
326 MANUEL RIU RIU

varias generaciones en tener autorización para organizar las enseñanzas de


teología.
Hemos visto que la realeza se preocupó, desde el primer tercio del si¬
glo XI, época en que se inicia el florecimiento de la Escolástica, de que sus
miembros recibieran una enseñanza práctica para el espíritu y el cuerpo,
incluyendo los ejercicios físicos. Pero la enseñanza de los oficios se hacía
en los propios talleres y de labios de los maestros artesanos. El papel de
las escuelas parroquiales para la enseñanza del Credo, el Padrenuestro o
los rudimentos del catecismo, así como el aprendizaje de las letras y cuatro
reglas de la aritmética, sabemos que se intensificó a partir de comienzos del
siglo xm, momento en que también los concejos urbanos empezaron a preo¬
cuparse de mejorar el nivel de conocimientos de los ciudadanos, indispen¬
sable para el ejercicio del comercio y del artesanado.

La poesía en romance

Desde tiempo en al-Andalus, donde convivían cristianos con musulma¬


nes y judíos, la lírica popular de las muasajas intercalaba versos romancea¬
dos en sus estrofas y aun componía la estrofilla última (jarcha) en el romance
hispánico, en el cual no faltaban juglares que recitaban algunas composi¬
ciones heroicas o cantares de gesta, aprendidos de viva voz y divulgados
en las veladas transcurridas en los castillos y fortalezas señoriales, junto a
la lumbre, e iluminadas por velas, teas y candelabros de aceite.
En este arcaico lenguaje expresaban también las enamoradas sus quejas
y sus goces, con anterioridad al desarrollo de la lírica provenzal. En el si¬
glo XII, poetas gallegos y portugueses escribían cancioncillas «de amigo»
en el romance galaico-portugués, desarrollado paralelamente al castellano
y al catalán; influidas pronto por el gusto provenzal, estas cancioncillas fue¬
ron perdiendo espontaneidad y sabor popular. Los trovadores catalanes es¬
cribían en provenzal, la lengua de oc, preferiblemente. Baste mencionar uno
de ellos, Guillem de Berguedá, una de las figuras más importantes del géne¬
ro en el siglo xn, que mezcla la ternura del amor con las diatribas más sar¬
cásticas, y el desenfado o la maledicencia con el odio acerado para con sus
enemigos. Sus versos cuentan lances jocosos y se burlan de maridos burla¬
dos; el amor dista de ser un juego poético y platónico en palabras de estos
caballeros que ponen la cultura al servicio de la venganza y la violencia sin
recato.
Los juglares, que a veces recitan los versos de aquéllos, ganaban su pan
distrayendo a la gente con juegos y acrobacias, cantos y música alegre, en
las ferias y mercados. O iban de corte en corte recitando poemas heroicos,
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 327

como el romanz del «Infante García», o el de «La condesa traidora», y mos¬


traban sus habilidades a reyes y señores que disfrutaban con su compañía.
El trovador, más culto, se sometía a reglas poéticas. Famoso fue entre los
trovadores Marcabrú, residente en la corte de Alfonso VII de León y Castilla.
La prosa, como la poesía, aparece en lenguas romances en los siglos xi
y XII. Ya en forma de pequeñas glosas marginales, que explican vocablos
oscuros del latín culto, ya en cortas frases en los documentos que contribu¬
yen a explicar aspectos o detalles difíciles de precisar en latín. Uno de los
textos más antiguos del romance catalán es la colección de sermones u ho¬
milías de Organyá, que se suele fechar a finales del siglo XII y que incluye
en su contexto algunos proverbios usuales, fruto de la sabiduría popular
transmitida de generación en generación por vía oral. La formación de las
lenguas vulgares es objeto de estudio minucioso hoy por los filólogos que
pueden rastrearlas ya en testimonios del siglo IX. Pero su conversión en
vehículo cultural data de los siglos xi y xn. Poemas, como el Poema de Mió
Cid, que se plasman en la Castilla de Alfonso VIII, revelan un grado de
desarrollo de la lengua ya considerable. El Poema de Mió Cid debió de ser
escrito, a finales del siglo xii o comienzos del xm (Ubieto piensa que en
1207), por un laico culto, probablemente jurista de profesión, buen cono¬
cedor de la cuenca del Jalón, perteneciente probablemente al séquito de los
Lara de Molina de Aragón, y acaso fuera Per Abbat como piensa, entre
otros, María Eugenia Lacarra quien ha puesto de relieve la distorsión histó¬
rica que el autor lleva a cabo, por medio de la intencionada manipulación
de los hechos históricos que componen su narración, y la visión idealizada
que nos da de la sociedad de su tiempo, en la cual trata de armonizar dos
intereses contrapuestos: la supremacía de la Corona y las aspiraciones de
la nobleza, entre los nuevos valores propugnados por la incipiente clase mer¬
cantil y artesanal.

El renacer de la cultura hispano cristiana

En contacto continuo con Europa, gracias a las rutas de Santiago y a


los pasos del Pirineo, la España cristiana vuelve a unirse a la herencia del
mundo clásico latino y, en la primera mitad del siglo xii, se inicia un rena¬
cimiento cultural que culminaría en el siglo xm con figuras como las de Al¬
fonso X el Sabio o Ramón Llull. Los romances catalán, castellano y gallego
pasan a constituir vehículos de cultura, sustituyendo en parte ya al latín en
la expresión del saber. En Toledo el arzobispo don Raimundo (1124-1151)
fomentaba en 1125 los estudios arábigos, y sus traductores toledanos ver¬
tían al latín la ciencia transmitida por las lenguas orientales, el árabe y el
328 MANUEL RIU RIU

hebreo, pasando así a Europa el pensamiento griego clásico, matizado por


los comentaristas árabes, y también la cultura alejandrina.
Hasta la primera mitad del siglo XII la mayor parte de las obras litera¬
rias o históricas se siguieron escribiendo en latín en la Europa occidental
y central. En latín, por ejemplo, escribió su Disciplina clericalis Pedro Al¬
fonso, un judío aragonés converso. La escuela poética del monasterio cata¬
lán de Santa María de Ripoll, en el siglo XII seguía siendo una escuela poética
latina. A ella se deben, entre otras piezas singulares: el Poema de Almería,
la Canción de Amor y el canto fúnebre en loor de Ramón Berenguer IV.
En Toledo se centró, en el siglo XII, la actividad de traducción de obras
clásicas o arábigas, que antes se hallaba dispersa por los centros culturales
religiosos del valle del Ebro. Obras de álgebra, astronomía, medicina, al¬
quimia y astrología, vertidas del árabe al latín, pasaron a través de las rutas
transpirenaicas a la Europa occidental. Diversos extranjeros acudían a la
España cristiana para perfeccionar su saber, tales como el astrónomo Her¬
mán el Dálmata; Roberto de Chester, que fue arcediano de Pamplona; Pla¬
tón de Tívoli, que se estableció en Barcelona; y Gerardo de Cremona, Daniel
de Morlay y Miguel Escoto que, con Hermán el Alemán, brillaron en el To¬
ledo de los siglos XII y xm. Bajo el mecenazgo del arzobispo toledano don
Raimundo colaboraron con ellos, en las traducciones del árabe al latín, du¬
rante la segunda mitad del siglo XII, españoles como Domingo González
(Domenicus Gondisalvus) y Juan Hispano, o Juan de Sevilla (Ti 166), iden¬
tificado con Ibn Dawud, un judío converso.
Su gran labor para la difusión del pensamiento greco-árabe en Occiden¬
te, se realizó a través de la traducción de las obras de Aristóteles (la Metafí¬
sica y la Física) o de obras de ciencia, moral y religión, de autores griegos
neoplatónicos, musulmanes y judíos, como el De anima de Avicena (TI036)
en cuya labor colaboraron el arcediano de la catedral de Segovia Domingo
González y Juan Hispano. En Toledo se tradujo también al latín la Metafí¬
sica del musulmán al-Gazel (1058-1111) y la Fons Vitae del judío Avicebrón
(T1070), que se utilizarían como obras de consulta y estudio en el siglo xm,
en la Universidad de París, entre otras.
El conocimiento del poso cultural griego y de sus comentaristas árabes
permitía a los traductores la redacción de obras propias. El arcediano Do¬
mingo González, por ejemplo, escribe su De divisione Philosophiae, hacia
1150, y el De procesione mundi. En la primera obra introduce variantes en
la división del saber filosófico, considerando propedéuticas la gramática,
la poesía, la retórica y la lógica o dialéctica. Las ciencias de la sabiduría
las divide en teórico-prácticas y simplemente prácticas, incluyendo entre las
primeras la teología, las físicas, las matemáticas y la metafísica, y entre las
segundas: la política, la economía y la ética. En la segunda obra, muestra
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 329

cómo el conocimiento de la Naturaleza, de los seres creados, compuestos


de materia permanente y de forma cambiante, conduce al conocimiento del
Dios creador.
Al renacer de la cultura hispano-cristiana contribuyó también la facili¬
dad de obtener materia prima para escribir más cómoda y más económica,
como el papel que se fabricaba en Játiva desde el siglo xii por operarios
islamitas y que se siguió elaborando, incluso después de la conquista cris¬
tiana, por los mismos operarios y por sus descendientes. Se ha supuesto que
los judíos preferían el papel al pergamino para sus anotaciones comerciales
y dineradas, por su mayor baratura y menor peso ya en el siglo XII y que
fue en el XIII cuando su uso se generalizó en la Europa occidental.

Algunas obras históricas de autores cristianos

El obispo de Oviedo don Pelayo (1101-1129) escribió su conocido Chro-


nicon Regum Legionensium, o «Crónica de los Reyes de León», narrando
con sequedad los reinados de Vermudo II a Alfonso VI (del 982 a 1109)
y deteniéndose, con especial complacencia, en relatos misteriosos y hechos
que hoy nos parecen absurdos. El padre Flórez le tachó de interpolador y
falsario. No obstante, de su relato cabe recoger numerosos detalles que nos
permiten atisbar las costumbres de la época y el modo de vida en aquellos
tiempos. Alguna observación, como la de que en la época de Alfonso VI,
rey pacificador, una mujer podía ir sola por toda la tierra de España llevan¬
do oro o plata en sus manos sin que nadie la atacara o le hiciera daño algu¬
no, merece ser retenida. También los mercaderes y peregrinos podían recorrer
tranquilos las rutas de Logroño a Santiago de Compostela sin que nadie
se atreviera a molestarles o a quitarles un solo óbolo. Y mandó rehacer to¬
dos los puentes de este trayecto para facilitar el tránsito. Con la descripción
de la muerte del rey, después de relacionar sus cinco esposas y sus dos con¬
cubinas, con los hijos que tuvo de cada una de ellas, termina el cronicón.
Un poco posterior es la Crónica Najerense, Leonesa o Miscelánea, re¬
dactada hacia 1160 por un escritor desconocido, filocastellano y más proli¬
jo. Se halla dividida en tres libros y abarca desde el origen del mundo hasta
Alfonso VI. También se desconoce el autor de la Chronica Adephonsi Im-
peratoris, o «Crónica del Emperador Alfonso», en la cual se traza un elo¬
gio continuado de los hechos de Alfonso VII, bien aconsejado por su
hermana Sancha y por su mujer Berenguela, hija del conde Ramón Beren-
guer de Barcelona, a quien el cronista señala como joven, hermosa, casta,
amante de la verdad y temerosa de Dios, añadiendo que sus consejos eran
muy provechosos para el rey. Para los reinados de Alfonso VIII, Enrique I
330 MANUEL RIU RIU

y Fernando III (desde 1158 hasta 1236 tan sólo) es de especial interés la
Crónica latina de los reyes de Castilla, escrita hacia 1236, al parecer por
Domingo, obispo de Plasencia, o por Juan, obispo de Osma. En la misma
fecha concluyó su Chronicon Mundi don Lucas, obispo de Tuy (y por esta
circunstancia llamado El Tudense). Se la encargó doña Berenguela y, a pe¬
tición suya también, se redactó dándole ese carácter «universal» que debía
incluir a todos los reinos hispánicos. Esta última obra, dividida en cuatro
libros, se ha considerado falta de crítica y excesivamente crédula, aprove¬
chando las fuentes que utiliza sin las matizaciones y reservas que éstas a
veces señalan en sus informaciones, sustituidas con frecuencia por afirma¬
ciones rotundas sin razón para ello. No obstante, también se ha señalado
que el cuarto y último libro es el que contiene observaciones más directas
y veraces. Probablemente por haber participado el propio autor en las ges¬
tas que narra.
A la Crónica latina de los reyes de Castilla a la cual antes hemos aludi¬
do, la historiografía posterior no le ha prestado la atención debida. La tra¬
ducción reciente de Luis Charlo Brea permite esperar que su información
sea mejor aprovechada. Puesto que proporciona detalles o impresiones del
mayor interés para el estudio de los preparativos y resultados de Alarcos
y de las Navas. El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada
(11807-1247), escribió la Historia Gothica, desde Jafet hasta su tiempo
(1243), que tuvo mejor suerte. Siguiendo los deseos de Fernando III, quien
le encargó su confección con carácter oficial, supervalora en ella la influen¬
cia germánica en España (de la cual Castilla se siente depositaría y herede¬
ra), pero utiliza a la vez fuentes árabes, incorporando con ello valiosos datos
a la historiografía cristiana de la Reconquista. Preciso es recordar que estas
crónicas eran ya las últimas que se escribirían en latín. En lo sucesivo las
lenguas romances serían preferidas como vehículo historiográfico.
La historiografía de Navarra, Aragón y Cataluña es escasa para este pe¬
ríodo. Parece iniciarse con un Chronicon aragonés del siglo xii, conserva¬
do según Muñoz y Romero en El Escorial, que llega hasta la muerte de
Ramiro II en 1137. Síguele el conjunto de Coronicas navarras, inserto al
final del Fuero General de Navarra, publicadas por Antonio Ubieto y escri¬
tas, por lo menos en su parte más vieja, antes de 1162. Fueron reelaboradas
en romance navarro entre los años 1205 y 1209. De ellas forma parte el lina¬
je de Rodric Díaz el Campeador y alcanzan hasta la muerte de Alfonso II
de Aragón en 1196. Para la cronología del siglo XII interesa asimismo el
Chronicon Rivipullense fruto del scriptorium del monasterio de Santa Ma¬
ría de Ripoll y que llega hasta 1191. Y mención especial cabe hacer también
del Líber Regum, «Libro de los Reyes» o Chronicon Villarense, redactado
entre 1194 y 1211, acaso por un monje de Fitero, en romance navarro y
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 331

con versión castellanizada de entre 1217 y 1223. Diversos anales, todavía


más escuetos, como los Complutenses o castellanos segundos, que llegan
hasta 1126; los Toledanos I que concluyen en 1219 y los Toledanos II que
terminan en 1250, completan este ciclo de fuentes históricas.
Respecto a la historia propiamente eclesiástica cabe señalar que la obra
más importante del período es la Historia Compostelana, iniciada con el
nombre de Registrum por canónigos compostelanos bajo las órdenes del ar¬
zobispo Gelmírez. Colaboraron en ella Munio Alfonso, Hugo y Girardo,
canónigos los tres de Santiago de Compostela en el segundo decenio del si¬
glo XII. Esta obra aporta información de primera mano sobre el arzobis¬
pado de Compostela, la reina Urraca y las primeras revueltas burguesas
contra el señorío arzobispal.

La vida en las ciudades y en el campo

La permanencia del islam en el suelo peninsular llegó a influir en la vida,


costumbres y pensamiento españoles. La superioridad y el refinamiento de
las formas de vida, indumentaria y usos de los musulmanes fueron imita¬
dos por los hispano-cristianos. Los mozárabes contribuyeron a ello, e in¬
cluso varios monarcas cristianos usaron las prendas de vestir musulmanas
y adornaron sus tiendas con tapices, alfombras, cojines y cortinajes de pro¬
cedencia meridional. Pedro I de Aragón firmaba en árabe. El Cid adorna¬
ba su casa con tapices musulmanes. El conde castellano Sancho García poseía
esclavas musulmanas para amenizar sus fiestas y veladas con sus cantos y
danzas. Las mujeres que podían elegir preferían las sedas y tejidos de al-
Andalus y de Oriente, y los vestidos se designaban con nombres árabes que
llegaron a impregnar también el vocabulario hispánico para designar al cal¬
zado, los útiles de perfumería, las joyas, la cerámica, los cueros repujados
y enseres diversos de uso doméstico.
Los cristianos juegan al ajedrez, juego de origen indio, y valoran y con¬
servan, desde el siglo X, sus piezas hechas de cristal de roca, de alabastro
o de otras materias nobles como el marfil, y también juegan a los dados
(azhar), tablas y otros juegos de azar, no obstante las prohibiciones ecle¬
siásticas. Todas estas y otras muchas influencias no pueden sorprendernos
si tenemos en cuenta que núcleos cristianos (mozárabes) han vivido en las
ciudades islamitas y que grupos musulmanes (mudéjares) han seguido vi¬
viendo en las ciudades y villas conquistadas al islam. Unos y otros tratan
de conservar su religión y su estilo de vida, pero los siglos de convivencia
no debieron de transcurrir en vano, para que no se produjeran influencias
mutuas. El baño se hallaba bastante generalizado en la España medieval.
332 MANUEL RIU RIU

La agricultura, la industria y el comercio debieron mucho a los musulma¬


nes, tanto por sus productos como por sus técnicas, según acredita el voca¬
bulario usual hispano. La política de los reinos cristianos tendió a ser
tolerante con hebreos y con musulmanes, como la de los reinos islámicos
tendió a serlo con los cristianos y con los hebreos, que a menudo servían
de intermediarios, en la vida corriente, en la cultura y en el mundo de los
negocios, no menos que en las relaciones políticas.
La vida rural, pobre y ruda, recibió un gran impulso del mundo musul¬
mán como siglos antes lo había recibido del mundo romano. La jardinería
y la horticultura progresaron gracias a los sistemas de riego y de plantación
aprendidos de al-Andalus, a veces a través de tratados prácticos traducidos
del latín clásico al árabe o adaptados de aquél. Los campesinos encalaban
sus aldeas, construían en yeso no sólo artesonados, mediante encimbrajes,
sino incluso tabiques y paredes, usando el yeso en bloques como piedra y
pastoso a modo de cemento, en sustitución del típico mortero de cal y are¬
na, coexistiendo estas construcciones con las de ladrillo y adobe, o con las
de tapia y de piedra. Las ciudades y villas hispano-musulmanas se parecían
a las orientales, con sus núcleos amurallados, sus arrabales, el zoco que reunía
a artesanos y comerciantes, la alcaicería, los callejones sin salida, las azo¬
teas, etc. Pero no eran muy distintas muchas ciudades cristianas. Se practi¬
caba la equitación (no se olvide el papel de la caballería villana o de alarde)
y la caza, el tiro al arco y otros juegos de armas.

Orígenes del románico español

Hoy el desarrollo del arte prerrománico, en los siglos ix y X, empieza


a ser ya bien conocido. Pero existen diversos puntos de vista acerca de su
evolución para convertirse en el primer románico que cristaliza en los pri¬
meros decenios del siglo XI. Se ha dicho que el Camino de Santiago, que
tantos intercambios favoreció, permitió la llegada a España de ciertas for¬
mas arquitectónicas y decorativas del románico francés, en tanto que facili¬
taba que se propagaran en Francia motivos típicos del arte mozárabe.
A partir de la segunda década del siglo XI se empezaron a reconstruir las
iglesias destruidas por las incursiones musulmanas, a la vez que se edifica¬
ban monasterios y castillos, o se fortificaban las villae del mundo rural, te¬
merosas de nuevas incursiones depredadoras. Esta actividad constructora
aunque en buena parte fuera realizada por artesanos locales, iba a ser pro¬
movida y canalizada por tallistas de la piedra y maestros de obras prove¬
nientes del norte de Italia y llamados lombardos, por albañiles procedentes
de las comarcas del sur de Francia y por expertos artífices mozárabes.
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 333

Dos focos se detectan en los Pirineos: el aragonés de la cuenca del Gá-


llego y de Ribagorza, supuesta mezcla de mozarabismo y del prerrománico
lombardo, que culmina en la catedral de Roda de Ribagorza (1067), y el
catalán que, a la mezcla anterior suma elementos orientales o bizantinos,
en los monumentos que se concluyen en torno de 1040, los templos de San¬
ta María de Ripoll, Sant Miquel de Cuixá, Sant Vicens de Cardona (1040),
Santa María de la Seu d’Urgell, Sant Sadurní de Tabernoles, Sant Lloren?
de Morunys (los cuatro últimos en la importante ruta de Seo de Urgel a Car¬
dona), Sant Andreu de Sagars y Santa María d’Arlés (1046).
Estos monumentos representan el modelo de basílica de tres naves sepa¬
radas por pilares cruciformes. La nave central se halla cubierta con bóve¬
das de cañón y las dos laterales con bóvedas de crucería simple (formada
por la intersección de dos bóvedas de cañón apoyadas sobre los cuatro án¬
gulos de un cuadrado). Este tipo de bóvedas de las naves laterales, coinci¬
diendo con los tramos de la central, sustituyeron las de medio cañón o de
cuarto de círculo. En la segunda mitad del siglo XI las bóvedas tendieron
a elevarse, con solidez, sobriedad y funcionalismo: Sant Lloren? del Munt
(1064), Sant Pere de Ponts (1069), Santa María de Mur (1069), Sant Jaume
de Frontanyá (1074), Santa María de Serrateix (1077) y Santa María de Or-
ganyá (1090). Múltiples y toscas pilas bautismales, capiteles de claustros,
portadas con tímpanos y arquivoltas y cimacios decorados con esculturas
monumentales completan el panorama de esta escultura ornamental en
piedra.
Caracterizan, pues, el románico: la robustez de sus formas, la sobrie¬
dad de la ornamentación, las bóvedas de cañón, los ábsides semicilíndricos
con arquerías ciegas de refuerzo y contrafuertes externos, las criptas de va¬
rias naves con cubierta abovedada, los altos campanarios de torres de tres
y cuatro pisos (de planta cuadrada o circular) y los de espadaña con uno
o dos ojos. La decoración rudimentaria de motivación vegetal, zoomórfica
y geométrica, una representación de la figura humana arcaizante y hieráti-
ca, la proliferación del arco de medio punto, incluso en las arquerías ciegas
y en los arcos torales y fajones, así como en las puertas y ventanas de doble
vano.
No siempre los monumentos se levantan por entero de nueva planta. Se
aprovecha cuanto se puede aprovechar: viejos muros se refuerzan con pa¬
ramentos regulares nuevos, adosados por ambas caras; naves antiguas se
transforman en capillas de las nuevas construcciones, se reutiliza piedra ta¬
llada de siglos, pero un nuevo espíritu anima a los constructores. Predomi¬
nan en él la imaginación y la expresión sobre la perfección formal. Las artes
menores no tardan tampoco en hacerse partícipes de esta renovación estilís¬
tica que presenta formas y escuelas locales y comarcales. Las tallas en mar-
334 MANUEL RIU RIU

fil de la arqueta de San Millán (1067), las miniaturas de algunas Biblias como
las de Farfa y de Sant Pere de Rodes atribuidas al scriptorium de Ripoll,
Beatos como los de Burgo de Osma y del Museo Arqueológico Nacional,
la labor de los orfebres en el Arca Santa de plata repujada de la catedral
de Oviedo (1075) y en tantas otras piezas aparecen ya incorporadas al nue¬
vo estilo y a sus características formales.
En escultura y en pintura los talleres de León, de Jaca o de Santiago
de Compostela rivalizan en obras máximas como pueden ser la basílica de
San Isidoro de León (1101), o las catedrales de Jaca y de Santiago de
Compostela (1075 a 1124). En la catedral de Santiago, construida por los
maestros Roberto y Bernardo, el arte románico español alcanza vuelos im¬
previstos; con ella está estrechamente emparentada la iglesia de San Satur¬
nino de Toulouse, en el mediodía de Francia.
Los investigadores del arte románico se han preguntado cómo fue posi¬
ble, desde comienzos del siglo XI, este gran florecimiento artístico que abarca
desde los monumentos capitales hasta las más humildes capillas, de una sola
nave con su ábside al este y su única puerta al sur, esparcidas por toda la
geografía del norte peninsular. Es posible que la afluencia del oro y la plata
de las parias cobradas a los reyezuelos musulmanes no fuera ajena a las do¬
naciones a la Iglesia que realizan reyes y reinas, condes y damas nobles, e
incluso los propios guerreros que han hecho fortuna en el sur. La generali¬
zación de los diezmos y primicias de los productos agrícolas y del ganado,
el aumento de las rentas de la Iglesia y los donativos testamentarios en bus¬
ca del beneficio espiritual que representa para el creyente la participación
en los sufragios por los difuntos y en las oraciones comunitarias, pueden
haber contribuido también a la culminación de este esfuerzo.
Se ha dicho también que los monjes cluniacenses trajeron a España, con
sus ideas reformistas, en el siglo xi, esta corriente artística que conocemos
con el nombre genérico de «románica», como si hubiese sido inspirada, a
través de la Roma de la época, en la Roma clásica. Predicaban estos mon¬
jes la enseñanza del pueblo por la representación plástica de escenas religio¬
sas, y así los tímpanos de las grandes puertas, o los capiteles de las columnas
y pilares, se pueblan de representaciones iconográficas en las cuales los per¬
sonajes representados se aproximan a los contemporáneos que los contem¬
plan por la similitud de su indumentaria, sus gestos y su utillaje y armas.
A quienes les ha correspondido vivir una época, como la nuestra, en la cual
priva la civilización por la imagen visual, no les puede sorprender un hecho
similar ocurrido un milenio atrás. Cuando surge el segundo románico, o
período de plenitud del estilo, en el siglo XII, se construyen claustros como
los de San Pedro el Viejo (Huesca), San Juan de la Peña (en Aragón tam¬
bién), Santo Domingo de Silos (Burgos), Sant Jaume de Frontanyá y Sant
CULTURA Y ARTE DE LOS REINOS CRISTIANOS 335

Cugat del Valles (Barcelona), entre otros muchos, en los cuales se desarro¬
llan programas iconográficos minuciosamente pensados. El pórtico de San
Martín de Segovia, y numerosas iglesias y capillas en todos los reinos pe¬
ninsulares ofrecen muestras relevantes de dichas representaciones gráficas.
Merecen destacarse los grupos de Segovia y Ávila, pero a su lado los ejem¬
plos de otros ámbitos podrían multiplicarse.
La pintura al fresco y al temple decora los muros y muy en particular
los ábsides de numerosos templos, siendo particularmente rica en testimo¬
nios pictóricos del románico la región pirenaica. A su lado tampoco cabe
olvidar la serie de frontales o antipendios de altares, cuidadosamente labra¬
dos y pintados imitando preciosas obras de orfebrería, que nos permiten
suponer cómo serían estas últimas. La mejor colección del mundo de estas
obras pictóricas del románico se conserva en el Museo de Arte de Cataluña
(Montjuich, Barcelona), junto con una buena colección de imágenes escul¬
tóricas, en particular Vírgenes sedentes en madera policromada, y de piezas
de orfebrería menores. Deberíamos recordar aquí, asimismo, la extraordi¬
naria belleza y colorido de las miniaturas que adornan algunos manuscritos
de los siglos xi y xii, ya historiando sus letras capitales, ya llenando pági¬
nas enteras con escenas sorprendentes, como las de algunos Beatos, entre
las que deseamos destacar aquí la representación de mapas, en los cuales
se muestra el mundo conocido, centrado en torno de Jerusalén y rodeado
por mares ignotos.
Puede que no se haya valorado suficientemente la miniatura como testi¬
monio gráfico y fuente para el conocimiento de numerosos detalles y útiles
de la vida diaria, en especial para la de los siglos xi y xii, desde las gentes
hasta los monumentos eclesiásticos y civiles.
Los monjes blancos del Císter, en el siglo xii, imprimen normas de aus¬
teridad y gravedad al arte del segundo románico en el cual la decoración
parece haberse desbordado. Llegados a España hacia 1130, los monjes cis-
tercienses van a influir para que la representación figurada de imágenes se
sustituya por ornamentación vegetal, usan el arco apuntado y preludian ya
el paso hacia el estilo gótico. El románico-cisterciense es en realidad un es¬
tilo de transición hacia las formas estructurales del arte del último período
medieval. Parte de la catedral vieja de Salamanca, la catedral de Zamora
y la colegiata de Toro se hallan influidas por este estilo que coexiste con
el mudéjar castellano, también llamado «románico de ladrillo» porque se
caracteriza por usar el ladrillo cocido como material de construcción y las
cubiertas de madera, en vez de los muros de piedra y de las bóvedas, com¬
paginando así la tradición hispano-musulmana con los modelos del romá¬
nico. Hay casos también en los cuales se combina sabiamente el color grisáceo
de la piedra con el rojizo del ladrillo. Sus mejores monumentos se hallan
336 MANUEL RIU RIU

en las provincias de Castilla la Vieja, en las de Zaragoza y Teruel, y en la


Rioja. En el último tercio del siglo XII el gótico primitivo aparece ya en Es¬
paña, considerándose iniciado en la catedral de Ávila por el maestro Fru-
chel (Ti 192). Pero el románico tardío y el arte mudéjar perdurarán en
Andalucía hasta el siglo xiv en competencia con las nuevas corrientes cons¬
tructivas y ornamentales.
TERCERA PARTE

ETAPA DE PREDOMINIO CRISTIANO, 1213-1500


A) LA ESPAÑA CRISTIANA

15. LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA


OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS

El difícil camino hacia la unificación


DE LOS REINOS HISPÁNICOS

Después del triunfo de las Navas, los grandes avances realizados por los
reinos cristianos peninsulares permitían augurar que la reconquista del so¬
lar hispánico concluiría antes de que finalizara el siglo xm. Pero al mediar
el siglo se impuso un largo compás de espera. Aragón y Portugal habían
concluido la reconquista del territorio que les correspondía. Castilla, a poco
de la muerte de Fernando III, olvidó también la empresa. El reino nazarí
de Granada se consideraba vasallo suyo y puede que esto se estimara enton¬
ces suficiente, o más conveniente. El interés de la historia de los aconteci¬
mientos políticos, durante los siglos xiv y xv, se centrará en las luchas
sociales que se producirán en los distintos reinos para conseguir la direc¬
ción del Estado, en gestación todavía. La monarquía consigue, poco a poco,
desprenderse del engranaje feudal. Y para ello no reparará en medios, prin¬
cipalmente en Portugal donde los soberanos van a encontrar un firme apo¬
yo en el pueblo, y donde el problema no se presentará con tanta gravedad
como en Castilla o en Aragón. En Aragón, y también en Valencia, veremos
a los nobles y el pueblo luchar juntos contra el poder real, en tanto que
en Cataluña los municipios constituirán el apoyo más firme de los reyes.
La crisis de la monarquía en Castilla se debió, en buena parte, a las luchas
dinásticas, que acrecentaron el poder de la nobleza y contribuyeron a aumen-
340 MANUEL RIU RIU

tar sus caudales con su participación en las intrigas cortesanas y en el pro¬


pio Consejo Real. Cada vez iban siendo mayores la indisciplina y el
individualismo de los nobles castellanos, y cada vez era menor el poder cen¬
tralista de una monarquía desacreditada y empobrecida, con lo cual las lu¬
chas civiles se sucedían y ni siquiera la adhesión de los municipios a la realeza
era capaz de sofocarlas. A aumentar el poder de los nobles contribuía, ade¬
más del patrimonio de las diversas familias nobiliarias, el control de las Ór¬
denes militares de Calatrava, Santiago y Alcántara, cuyos inicios tuvimos
ya ocasión de ver, y cuya prosperidad había seguido en aumento, consiguien¬
do alcanzar, con sus altos maestrazgos, sus riquezas algunos nobles influ¬
yentes. El poder de las Órdenes se puso así al servicio de los intereses
nobiliarios y frente a los de la monarquía, hasta que ésta conseguiría su¬
plantar a la nobleza.
En este tiempo Navarra, situada fuera de la órbita hispánica desde la
muerte de Sancho Vil el Fuerte, vería entronizadas dinastías francesas que
modificarían sus instituciones cambiándolas, principalmente con Carlos II
de Evreux, por otras típicamente francesas. Sin embargo, manteniendo sus
propias fuerzas e instituciones peculiares, cuando llegue el último tercio del
siglo xv los distintos reinos se unirán en las personas de Isabel I de Casti¬
lla y Fernando II de Aragón, los «Reyes Católicos», quienes someterán a
la nobleza, en Castilla sobre todo, e incorporarán los grandes maestrazgos
de las Órdenes militares a la corona, consiguiendo dominar las turbulencias
sociales, finalizar la reconquista con la ocupación del territorio del reino
nazarí de Granada, reconducir Navarra e iniciar el camino de la expansión
atlántica que, con el descubrimiento de las tierras de América, permitiría
la ulterior expansión.

Los REINOS DE CASTILLA Y LEÓN UNIDOS:


Fernando III el Santo

Como ya hemos anticipado, bajo Fernando III el Santo (1217-1252) los


reinos de Castilla y de León, desde 1230, quedaron definitivamente unidos
de nuevo, después de haber permanecido separados y con reyes propios por
espacio de setenta y tres años. Con Fernando III, y con su tío el monarca
aragonés Jaime I, la España cristiana iba a realizar progresos extraordina¬
rios, en su obra reconquistadora del territorio peninsular a los reinos mu¬
sulmanes surgidos de la desintegración del imperio almohade. Pero, a la
muerte de ambos monarcas, la empresa plurisecular de la reconquista iba
a experimentar una larga interrupción realizando ya sólo avances muy con¬
cretos. Habría que esperar a que llegaran los tiempos de los Reyes Católi-
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 341

eos para que quedara concluida con la conquista del último reino islámico
peninsular, el reino nazarí de Granada, surgido de las taifas almohades, y
al cual nos referiremos más adelante por separado.
La derrota de los almohades en las Navas de Tolosa, en 1212, permitía
a Fernando III el avance por el valle del Guadalquivir, y el nuevo rey de
Castilla supo aprovechar las circunstancias, que se le presentaban propicias,
debido a los distintos reinos surgidos de la dispersión de los almohades. En
sucesivas campañas, Fernando III penetró con sus huestes en el valle, con¬
quistando Andújar (1225), Úbeda (1233), Córdoba (1236), Jaén (1245), Car-
mona (1247) y Sevilla (1248) con sus correspondientes territorios. En el asedio
de esta última plaza tomó parte la escuadra castellana, al mando del almi¬
rante Ramón Bonifaz, rompiendo en un avance atrevido por las aguas del
río Guadalquivir las cadenas que sujetaban el puente de barcas que unía
la ciudad con el castillo de Triana, y en los cuatro años siguientes cayeron
en poder de las tropas castellanas: Jerez, Medina Sidonia, Arcos y otros
puntos clave de la frontera con el reino nazarí, quedando incorporados a
los reinos de Fernando III dos reinos islámicos tan importantes como los
de Córdoba y de Sevilla con sus respectivos territorios. Buena parte de la
Andalucía occidental se incorporaba así a la corona de Castilla.
Mientras tanto, se conquistaba también a los musulmanes peninsulares
el reino de Murcia. Ibn Hud, rey musulmán de Murcia, viéndose incapaz
de resistir con sus solas fuerzas el empuje de las huestes de Castilla, ofreció
rendir vasallaje a Fernando III. Éste mandó a Murcia a su hijo el infante
Alfonso, luego sucesor suyo, quien entró en la ciudad en 1243 tomando po¬
sesión del reino. Tres poblaciones: Lorca, Cartagena y Muía se resistieron
a abrirle sus puertas y fue preciso reducirlas por las armas (1244). Tan sólo
Cartagena consiguió seguir independiente.
Poco antes, Jaime I de Aragón, continuando la conquista del reino mu¬
sulmán de Valencia a que nos referiremos más adelante, había llegado a
Villena (1240). Se hacía preciso, pues, renovar los anteriores tratados de
Tudellén (Navarra, 1151) en que Alfonso VII y Ramón Berenguer IV deli¬
mitaban las ulteriores conquistas en el levante adjudicando a Aragón los
territorios de Valencia, Denia y Murcia, con la obligación de prestar vasa¬
llaje a Castilla, y los acuerdos de Cazorla (Jaén, 1179), en que Alfonso VIII
de Castilla y Alfonso II de Aragón suprimían del anterior tratado la cláusu¬
la del vasallaje equiparando ambos Estados. El nuevo tratado de límites de
expansión por ambos reinos se concertó ahora entre Jaime I de Aragón y
su sobrino el infante Alfonso de Castilla (futuro Alfonso X) en Almizra
en 1244. Dicho tratado ratificaba los dos anteriores, señalando una línea
fronteriza que, partiendo de la confluencia de los ríos Júcar y Cabriel, atra¬
vesaba el paso de Biar y concluía en Denia. De este modo Aragón y Castilla
342 MANUEL RIU RIU

evitarían conflictos en el futuro. Todo el territorio correspondiente a la co¬


rona de Aragón quedaba ya conquistado y tan sólo a la corona de Castilla
le faltaba bastante camino a recorrer para concluir la conquista de la parte
que le asignaban los acuerdos de Almizra. Con ocasión de este pacto se con¬
certó también la boda del infante de Castilla con Yolanda o Violante, hija
de Jaime I de Aragón y de su segunda esposa Violante de Hungría, estre¬
chando de este modo los lazos familiares ya existentes entre ambas coronas.
En otro aspecto de la política peninsular cabe insistir antes de dar por
terminado este epígrafe: el de los comienzos del acercamiento de Castilla
a Francia. Fernando III y Luis IX el Santo de Francia eran primos herma¬
nos por ser sus madres respectivas, Berenguela y Blanca, hijas de Alfon¬
so VIII. Ya en tiempos de Alfonso VI, como se recordará, sus dos hijas
habían casado con Raimundo de Borgoña y Enrique de Lorena introducién¬
dose con estos nobles franceses la influencia de su país en Castilla. Al casar
en 1237 Fernando III, en segundas nupcias, con Juana de Ponthieu, des¬
cendiente de Luis VII de Francia, se precisó aún más este acercamiento a
Francia, inaugurándose una política de amistad entre ambos países que ten¬
dría consecuencias importantes en el futuro, como las tuvo el matrimonio
de Pedro III de Aragón con Constanza de Hohenstaufen, en el ámbito in¬
ternacional.

Alfonso X el Sabio y el «fecho del Imperio»

El hijo de Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio (1252-1284), a pe¬


sar de que, siendo infante, había tomado parte en la reconquista, cuando
sucedió a su padre en los tronos de Castilla-León relegó a un segundo tér¬
mino este problema peninsular. Sin embargo, en los inicios de su reinado
todavía preparó las fuerzas para una expedición africana, ordenando (1252)
la conclusión de las atarazanas de Sevilla. Pero, iniciadas muy pronto las
hostilidades con Alfonso III de Portugal, al intentar ocupar el Algarve, uti¬
lizó las tropas para la conquista de Tejada (1253) y ocupó Morón, Lebrija
y Jerez, conquistadas por su padre y perdidas poco después, con objeto de
asegurar la posesión de Sevilla. Y no pudo llevarse a cabo la expedición al
norte de África. Posteriormente, el reyezuelo feudatario de Niebla se suble¬
vó, negándose a pagar tributo al rey castellano. Acudió Alfonso a tomar
la plaza y, a pesar de que los musulmanes la defendieron utilizando por pri¬
mera vez cañones cargados con pólvora, las tropas de Castilla consiguieron
rendirla (1262). Los reyes musulmanes de Granada y Murcia provocaron
entonces, de acuerdo con los benimerines de Fez, una sublevación general
de mudéjares, que pudo ser sofocada después de recuperar Cádiz (1263),
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 343

Jerez, Vejer, Medina Sidonia, Rota y Sanlúcar, y de expulsar a los musul¬


manes de Lebrija y de Arcos de la Frontera. Castilla luchó contra los gra¬
nadinos y Aragón colaboró en la lucha contra los murcianos sublevados.
Se tomaron Elche y Alicante, y Murcia se rindió (1266) tres años después
de haber terminado la lucha en Andalucía.
El intento de ocupación del Algarve (1253) había sido un fracaso políti¬
co para Alfonso el Sabio, aunque consiguió que el monarca Alfonso III de
Portugal casara con Beatriz (1254), hija natural del rey sabio, pues se cedió
el territorio del Algarve al portugués libre de prestación feudal a Castilla.
También resultó en la práctica otro fracaso la exigencia a Teobaldo II de
Champaña, rey de Navarra (1253-1270), para que prestara vasallaje a Cas¬
tilla (1254). Y aun lo fue la aspiración a posesionarse del ducado de Gascu¬
ña, dote de su bisabuela Leonor (esposa de Alfonso VIII el de Las Navas),
que sólo en parte había conseguido hacerse efectiva y que, suscitada de nuevo
ahora, concluyó con el matrimonio de Leonor, hermanastra de Alfonso el
Sabio, con el heredero de la corona inglesa, el príncipe Eduardo (1254), que¬
dando el ducado en poder de los recién casados (1254).
Mayor importancia que todos estos fracasos tuvo el del «fecho del Im¬
perio», es decir, la aspiración de Alfonso al trono imperial de Alemania
desde 1256, por ser hijo de Beatriz de Suabia (y nieto, por línea materna,
de Felipe de Suabia). Esta pretensión le costó mucho dinero y grandes de¬
sengaños, debidos en buena parte a sus vacilaciones en momentos decisi¬
vos. Los gastos que ocasionó esta empresa empeoraron la situación
económica de Castilla; precisó el monarca rebajar la ley de la moneda, acu¬
ñando nuevo numerario, y tasar las mercancías para hacer frente a la situa¬
ción. Con esto la aspiración de Alfonso se hizo impopular y la nobleza,
adivinando un ambiente propicio para recuperar el poder perdido bajo el
reinado de Fernando III, intentó aprovecharse. La situación se complicó
con la sublevación (1269) de la nobleza acaudillada por el infante Felipe,
hermano del rey sabio, que consiguió el apoyo de los nazaríes y motivó,
poco después, el desembarco de los benimerines en Algeciras, a las súplicas
del rey de Granada. Ñuño González de Lara, adelantado de la Frontera Me¬
ridional, trató de contener a los benimerines en el camino de Écija (1275)
pero fue derrotado y muerto. Poco después moría también el infante Fer¬
nando de la Cerda, hijo mayor de Alfonso y su presunto heredero, y se en¬
comendó la defensa del reino contra los benimerines al segundo hijo varón
del rey, el infante Sancho, que consiguió que abandonaran la Península y
regresaran a Fez.
Entretanto regresó de Francia Alfonso, después de haber renunciado de¬
finitivamente en 1275 a su pretensión imperial, y se le presentó un nuevo
litigio: Sancho, su segundo hijo, deseaba suceder a Alfonso X puesto que
344 MANUEL RIU RIU

le correspondía el trono por la muerte del infante Fernando, su hermano


mayor. Pero éste, antes de morir, había cedido sus derechos a su hijo ma¬
yor, Alfonso de la Cerda, anticipándose en la aplicación de la sucesión real
establecida en el código de Las Partidas, todavía no promulgado. Por am¬
bas partes hubo confederados, Sancho se alzó en rebeldía con el apoyo de
Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, y a los rebeldes se sumaron la noble¬
za y las ciudades. Tan sólo Sevilla, la muy leal, siguió al lado del rey, pero
no pudo impedir que la poderosa facción de Sancho, después de múltiples
vicisitudes, convocase Cortes en Valladolid (1282) y que éstas destronaran
a Alfonso y entregaran el gobierno y las rentas del reino de Castilla y León
al infante Sancho, aunque sin otorgarle el título de rey. Alfonso X acudió
entonces al soberano de los benimerines de Fez, Ibn Yusuf, solicitando ayu¬
da. Sancho se alió con el rey de Granada. Estallaba de nuevo la guerra ci¬
vil. María de Molina, esposa del príncipe Sancho, y Beatriz de Portugal,
hija de Alfonso X, mediaban entre padre e hijo, buscando la reconcilia¬
ción, cuando enfermó Sancho en Salamanca y murió Alfonso en Sevilla
(1284) después de haber desheredado a Sancho y dejado el reino al infante
Alfonso de la Cerda.

Sancho IV el Bravo y el problema del Estrecho

Aunque había sido desheredado por su padre, Sancho IV el Bravo o el


Irascible (1284-1295) fue reconocido rey. Estaba casado, como hemos di¬
cho, con María de Molina, una de las grandes damas de la historia de Cas¬
tilla y León, que jugó un papel decisivo no sólo en este reinado, sino incluso
en los dos siguientes. Se presentaba a Sancho IV la precisión de solucionar
el grave problema que planteaba a Castilla la existencia del reino de los Banu
Marín al otro lado del Estrecho, y la del de Granada en el mediodía penin¬
sular. El peligro que ambos reinos musulmanes entrañaban se había puesto
de manifiesto en tiempo de su padre.
Pero antes de intentar resolverlo, Sancho se vió precisado a imponer el
orden interno en sus reinos y a orientar su política exterior, puesto que Al¬
fonso de la Cerda se alió con Pedro III de Aragón y consiguió ser jurado
en Jaca rey de Castilla (1288) con la complicidad de Diego López de Haro,
señor de Vizcaya, cuyo padre, Lope Díaz de Haro, valido por mucho tiem¬
po de Sancho, acababa de morir a manos de éste encolerizado. El rey había
concedido tanto poder a Lope Díaz de Haro, que al intentar aliarse con Fran¬
cia y dejar la política de amistad con Aragón que Lope propugnaba, encon¬
tró la furiosa oposición de éste, quien llegó a insolentarse con él. Muerto
Lope, los muchos enemigos del rey, de carácter vacilante e irascible, halla-
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 345

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346 MANUEL RIU RIU

ron ocasión propicia para el apoyo de Alfonso de la Cerda, un instrumento


más para mantener la anarquía en el país.
Aliado Sancho IV con Francia, por el tratado de Lyón (1288) ratificado
más tarde en Bayona (1290), inició la guerra con Aragón, auxiliado por Dio-
nís de Portugal. Los rebeldes de Castilla, al frente de tropas aragonesas,
lucharon contra el rey, pero al poco tiempo murió Alfonso III de Aragón
y le sucedió Jaime II (1291), concertando éste una alianza con Sancho IV
en las vistas de Monteagudo, ratificada luego en Soria, según la cual se con¬
firmaba el cese de las hostilidades, y el rey de Aragón se comprometía a
colaborar con Castilla en la expulsión de los benimerines, quienes de nuevo
se habían establecido en algunas plazas de al-Andalus. A cambio de esta
ayuda, el norte de África, a excepción de Marruecos, se consideraría zona
reservada a Aragón. El rey de Granada, Muhammad II, entraba también
en la alianza, comprometiéndose al avituallamiento de las tropas castella¬
nas y aragonesas. Los tres colaboraron, en efecto, en el asedio de Tarifa,
rendida (en octubre de 1292) después de cinco meses de sitio. Según los acuer¬
dos, la plaza rendida debía ser para Muhammad II, pero Sancho IV se negó
a entregársela, y el granadino buscó entonces la alianza de Ibn Yaqub para
recuperarla. Su nuevo alcaide, el heroico Alfonso Pérez de Guzmán, el Bue¬
no, defendió la plaza, con sacrificio de su hijo prisionero de los sitiadores,
hasta la llegada de las escuadras de Aragón y Castilla. Se trabó entonces
un duro combate, y fueron vencidos los benimerines (1294) y la facción no¬
biliaria que aún les apoyaba. El éxito de Tarifa hizo pensar en la reconquis¬
ta de Algeciras, pero Sancho IV moría poco después en Toledo.

Regencia de María de Molina y reinado de Fernando IV

Le sucedió su hijo Fernando IV, el Emplazado (1295-1312), niño de po¬


cos años, bajo la regencia de su madre María Alfonso de Meneses, señora
de Molina. María de Molina, que en el reinado anterior había colaborado
activamente con su marido en la resolución del problema del Estrecho, supo
ahora llevar la regencia (1295-1301) con tacto admirable, atajando los dis¬
turbios. Una vez declarado mayor de edad el rey, en 1301, tuvo que enfren¬
tarse con la coalición del monarca aragonés Jaime II y Muhammad III de
Granada con Alfonso de la Cerda que no había renunciado todavía a la co¬
rona de Castilla (1303). Después de atacar Castilla con escasos resultados,
se llegó a un acuerdo en el tratado de Alcalá de Henares (1309), según el
cual el rey aragonés y el castellano se comprometían a concluir la recon¬
quista: Almería, que formaba parte del reino nazarí de Granada, quedaría
para Aragón, y el resto del territorio de Muhammad III, para Castilla. Pero
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 347

Jaime II no consiguió conquistar Almería —última acción guerrera reser¬


vada a la corona de Aragón en la empresa de la reconquista—, ni tampoco
Fernando IV logró apoderarse de Algeciras. Guzmán el Bueno, en cambio,
con ayuda de la marina aragonesa tomó Gibraltar, falleciendo poco des¬
pués en el curso de una campaña por tierras granadinas. Al poco tiempo
murió también Fernando IV en Jaén, según cuenta la leyenda «emplazado
ante Dios» por los hermanos Carvajales a quienes había ordenado matar
injustamente, pero, en verdad, enfermo de tuberculosis.

Alfonso XI el Justiciero

Un año de edad tenía Alfonso XI (1312-1350) al morir su padre en 1312


y se agudizó la anarquía en el reino de Castilla. Diversas circunstancias hi¬
cieron que una vez más María de Molina, abuela del niño rey, tuviera que
encargarse de la regencia, pero esta gran señora murió en un momento crí¬
tico (1321) y una espantosa anarquía se apoderó del reino (1321-1325). Don
Juan Manuel, y los infantes Juan el Tuerto y Felipe, se disputaron la tuto¬
ría del menor. Al cabo, Alfonso XI, el Justiciero, inició su gobierno perso¬
nal. Se atrajo a los partidarios del infante Felipe y de don Juan Manuel,
y ordenó dar muerte a Juan el Tuerto (1325). Las represiones sangrientas
para dominar la nobleza, iniciadas con Sancho IV, iban a proseguir: con
sus castigos o justicias, apaciguó el rey al país y dedicó sus desvelos al pro¬
blema del Estrecho, una vez más. Pero ante la amenaza de los preparativos
castellanos, Muhammad IV de Granada buscó la alianza de los benimeri-
nes norteafricanos. Y, a su vez, previendo una nueva invasión por parte
de éstos, Alfonso XI se alió con Alfonso IV de Aragón, concertando, en
las vistas de Agreda y Tarazona (1328), que se prestarían mutua ayuda. El
comienzo de la guerra contra Granada (1330) tardó todavía un poco, y ape¬
nas iniciada el granadino solicitó la paz y se comprometió al pago de 15.000
doblas anuales. Pero las hostilidades no tardaron en reanudarse y los Banu
Marín marroquíes, con ayuda de los granadinos y con el apoyo de naves
genovesas, recuperaron Gibraltar (1333). Alfonso XI, entonces, se vio pre¬
cisado a concertar treguas con Yusuf I de Granada y con Abul Hassan de
Marruecos. No iba a cejar, sin embargo, en su empeño y muy pronto se
reanudó la lucha. Esta vez Alfonso XI consiguió, como en otras ocasiones,
la colaboración de la marina aragonesa, para contrarrestar la participación
de la flota genovesa en apoyo de Abul Hassan. Los benimerines consiguie¬
ron derrotar a la escuadra castellana de Jofre Tenorio junto a Algeciras
(1340) y, con las tropas nazaríes, pusieron sitio a Tarifa. En auxilio de esta
plaza acudieron, con sus huestes, los reyes Alfonso XI de Castilla y Alfon-
348 MANUEL RIU RIU

so IV de Portugal, consiguiendo derrotar junto al río Salado (el 30 de octu¬


bre de 1340) a los Banu Marín. Después de este triunfo, las tropas castellanas
asediaron Algeciras (1342), en colaboración con los genoveses, que habían
pasado ahora al servicio del rey de Castilla, y con la ayuda de algunos caba¬
lleros alemanes e ingleses, al mando de los cuales se hallaban los condes
de Salisbury y de Derby, el conde de Foix, y el rey de Navarra, Felipe de
Evreux.
Los benimerines volvieron a ser derrotados a orillas del río Palmones
(1343), y Alfonso el Justiciero pudo tomar Algeciras (27 de marzo de 1344),
firmando una tregua con los granadinos que debía durar cinco años. Fina¬
lizaba ya la tregua, cuando, decidido a resolver de una vez la cuestión del
Estrecho, el castellano asedió Gibraltar (1349), muriendo al año siguiente
de la temible peste que aquellos días asolaba a Europa (1350). La severidad
de sus medidas había conseguido dominar a la nobleza y obligar a las Órde¬
nes militares de Alcántara, Calatrava y Santiago a prestarle homenaje. Las
ciudades y las villas reales estaban a favor del rey. La economía había me¬
jorado, regulándose los impuestos, y en las Cortes de Alcalá (1348) se ha¬
bían promulgado nuevos códigos: Las Partidas y el Ordenamiento jurídico
del reino.

Pedro I y los nuevos conflictos peninsulares

En estas circunstancias ocupó el trono de Castilla y León el hijo del Jus¬


ticiero y de María de Portugal, Pedro I el Cruel (1350-1369), que abando¬
naría la empresa de la reconquista, no volviendo a suscitarse ésta hasta la
época de los Reyes Católicos. La anarquía interna de Castilla imposibilita¬
ba toda acción provechosa. Las luchas dinásticas y civiles, con sus violen¬
cias y crueldades, se irían sucediendo, complicadas por la injerencia de reinos
extranjeros. En España, como en el resto de Europa, los soberanos intenta¬
ban inútilmente imponerse a una nobleza díscola y cada vez más poderosa
y corrompida. El patrimonio real, ya muy mermado, se dilapida en estas
luchas estériles: sobornando o comprando a los rebeldes, dotando bastar¬
dos, pagando mercenarios y manteniendo a concubinas y los familiares de
éstas.
La conducta del impetuoso e iracundo soberano de Castilla, que deja
a su legítima esposa, Blanca de Borbón, por María de Padilla, y la ambi¬
ción de los hermanos bastardos del rey, los Trastámara, hijos del difunto
Alfonso XI y de la dama sevillana Leonor de Guzmán, motivan la lucha
civil que se enlazaría con la guerra entre las coronas de Aragón y de Casti¬
lla. Puesto de acuerdo Enrique I de Trastámara con Pedro IV de Aragón
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 349

en el Convenio de Pina (1356) para la lucha contra Castilla por conseguir


el predominio en la España cristiana, los infantes de Aragón, hijos de Al¬
fonso IV y de Leonor de Castilla, optaron por el partido de Pedro I. Éste
inició la ofensiva por Murcia, por Molina y por Calatayud, atacando si¬
multáneamente las fronteras aragonesa y valenciana.
Intervino el papa Inocencio VI, por mediación de su cardenal legado,
y se llegó a firmar una tregua (1357), rota poco después por Pedro I de Cas¬
tilla. Entretanto el castellano consigue aliarse con Inglaterra, y el aragonés,
con Francia y con los marroquíes. La lucha continuó hasta que en Nájera
(1361) Pedro I consiguió derrotar a Enrique de Trastámara y, gracias a la
intervención del legado pontificio, se firmaron las paces con Aragón por
el tratado de Teller (1361) en cuyas cláusulas Castilla se comprometía a de¬
volver a Aragón las plazas conquistadas. No se incluía, en este pacto amis¬
toso, a Enrique de Trastámara, quien se vio precisado a emigrar a Francia.
Pero el conñicto no había terminado. Al cabo de dos años regresaba
Enrique (1363), firmaba un convenio con el monarca aragonés a quien pro¬
metía Murcia y varias plazas fronterizas, y conseguía la ayuda de las tropas
mercenarias de Beltran Du Guesclin, las famosas «Compañías blancas» fran¬
cesas, entonces inactivas debido a una tregua en la guerra de los Cien Años,
las cuales penetraron por Cataluña (1365) y, avanzando por el Ebro, pro¬
clamaron en Calahorra rey de Castilla a Enrique. Pedro I se retiró a Portu¬
gal y pasó luego a Galicia y, por mar, desde allí pudo llegar a Bayona,
consiguiendo la alianza con Inglaterra a cambio de la promesa de entregar
a los ingleses Bilbao y otras plazas del Cantábrico. Al frente de las tropas
inglesas acudió a España el príncipe de Gales, hijo de Eduardo III y más
conocido por «El príncipe negro», con cuya ayuda consiguió Pedro I ven¬
cer a Enrique de Trastámara en la nueva batalla de Nájera (1367). Pero Pe¬
dro I no pudo pagar a los ingleses lo que les había prometido, y éstos le
abandonaron. Mientras tanto Enrique de Trastámara rehizo sus huestes, vol¬
vió a la lucha y, con la ayuda de Francia, consiguió, en colaboración con
las tropas de Du Guesclin, correr el reino y asediar a Pedro en Montiel (1369).
Intentó Pedro I escapar, pero fue conducido a traición al campamento de
su hermanastro y allí éste le dio muerte.

La Casa de Trastámara en el trono de Castilla

La victoria de Enrique II de Trastámara (1369-1379), considerada como


un episodio más de la guerra de los Cien Años que deja traslucir la ventaja
de Francia sobre Inglaterra en aquella contienda, señala el triunfo de las
ambiciones nobiliarias sobre la realeza. La nobleza castellana tolera mejor
350 MANUEL RIU RIU

a la nueva dinastía que la colma de honores y mercedes —no en vano Enri¬


que II es conocido por el sobrenombre de «el de las mercedes»—, pero, en¬
riquecida, supedita la monarquía a sus egoísmos particulares. Graves peligros
se cernían sobre la nueva dinastía castellana, puesto que muchos no perdo¬
naron a Enrique la muerte del legítimo rey de Castilla. Los duques de Lan-
caster y de York pretendieron la corona castellana, por hallarse casados con
las hijas de Pedro I y de María de Padilla, legitimadas después de la muerte
de su madre al declarar solemnemente el rey ante las Cortes que había esta¬
do casado en secreto con ella. El de Lancaster llegó a titularse rey de Casti¬
lla, cuya corona deseaba también Fernando I de Portugal, quien invadió
Galicia, mientras Carlos II el Malo de Navarra se apoderaba de Vitoria,
Logroño y otras plazas. E incluso el rey de Aragón y el de Granada inicia¬
ron hostilidades contra Enrique II.
Para hacer frente a tantos peligros Enrique prodigó mercedes a unos y
otros, formando a su alrededor un grupo de aristócratas de nuevo cuño adic¬
tos a sus prebendas, y marchó contra el portugués, recuperó Santiago, ase¬
dió Braga y Braganza, y fue tomando otras plazas, en los años siguientes,
hasta que Fernando I pidió la paz, firmada en Alcutim (Algarve, 1371). La
escuadra inglesa, al mando del conde de Pembroke, fue derrotada por la
marina castellana en el combate naval de La Rochelle (1372), al que siguie¬
ron otros triunfos castellanos. Pero el monarca portugués no cumplió los
pactos y Enrique II hubo de invadir Portugal, llegando esta vez hasta Lis¬
boa y acordándose, poco después, la paz de Santarem (1373). Con Aragón
se llegó, al fin, a la paz de Almazán (1375), el mismo año consiguió Castilla
una tregua con Granada, e intervino en la tregua de Brujas que firmaron
Francia e Inglaterra. La paz definitiva con Carlos el Malo de Navarra se
firmó en Santo Domingo de la Calzada en 1379, después de una nueva lu-
, cha. En aquel mismo lugar en el cual acababa de cancelar los últimos dis¬
turbios de su reinado, y cuando parecía que iba a poder saborear la paz,
falleció Enrique II, dejando el tesoro público de Castilla exhausto.

La política de Juan I y de Enrique III

Su hijo Juan I (1379-1390) prosiguió la política de pacificación de los


espíritus y de alianza con Francia, característica de la nueva dinastía. Se
hallaba casado (desde 1375) con Beatriz de Portugal, hija del monarca por¬
tugués Fernando I, y heredera de aquel reino al morir su padre sin sucesión
(1383). Intentó Juan I hacer valer sus derechos y unir Portugal a la corona
de Castilla, pero la nación portuguesa se resistió a aquel proyecto. Juan I
invadió Portugal, siendo derrotado en Aljubarrota (1385) por Juan, maes-
LA UNIFICACIÓN POLÍTICA DE ESPAÑA
Preparada por la entronización de la Casa bastarda de Trastámara
en Castilla (1369), Aragón (1412) y Navarra (1425)

-o
<D
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS
351
352 MANUEL RIU RIU

tre de Avís, hijo bastardo de Fernando I, coronado rey de Portugal. La elec¬


ción de Juan I de Portugal y el fracaso de Aljubarrota, al cual no fueron
ajenos los ingleses, hicieron desistir a Juan I de Castilla de esta tentativa
inútil. En cambio consiguió Juan I solucionar el conflicto que planteaban
las aspiraciones del duque de Lancaster a la corona de Castilla, al lograr
el matrimonio (1388) de su hijo Enrique con Catalina de Lancaster, que a
su vez era nieta de Pedro I, con lo cual al mismo tiempo se unían los des¬
cendientes de Pedro I y de Enrique II, los dos hermanastros rivales. En las
Cortes de Guadalajara (1390), Juan I ordenó restituir sus bienes a quienes
habían seguido la causa de Pedro I y así pudo poner fin a los odios. Murió
Juan en Alcalá (1390) al tropezar su caballo cuando iba con él al galope
para demostrar su maestría.
Menor de edad, a pesar de estar ya casado con Catalina de Lancaster,
Enrique III el Doliente (1390-1406), vio sumido de nuevo el reino en la anar¬
quía al suceder a su padre. El desorden provocado por los nobles fue en
aumento al exteriorizarse el sentimiento popular antisemita, que produjo
una matanza general de judíos (1391), propagándose a los restantes reinos
peninsulares. Una vez hubo llegado a su mayoría de edad (1393), el enfer¬
mizo monarca procuró restablecer el principio de autoridad y dio muestras
de buen gobierno.
Inició la política africana al combatir la piratería de los musulmanes me¬
diante el ataque y destrucción de Tetuán (1400), uno de sus centros de ope¬
raciones, que quedó arrasado. Y patrocinó la conquista de las islas Canarias
que dirigieron los caballeros franceses Juan de Béthencourt y Gadifer de
la Salle (1402-1404). Juan de Béthencourt conquistó para Castilla las islas
de Hierro, Fuerteventura, Gomera y Lanzarote, quedando reservada al tiem¬
po de los Reyes Católicos la conclusión de esta empresa.
En su política oriental cabe destacar las embajadas al sultán turco Ba-
yaceto I y al Gran Tamorlán, jefe de los tártaros (1403). A este último le
envió dos embajadas, la segunda de las cuales fue la de Ruy González de
Clavijo, quien la describió luego en un precioso relato. Enrique III se dis¬
ponía a llevar la guerra contra el reino de Granada, cuando murió. En su
gobierno interior cabe destacar la ordenanza (1396) por la que creaba el cargo
de corregidor en los municipios, con el fin de detener su anarquía.

Fernando de Antequera, Juan II y Alvaro de Luna

Una nueva minoría amenazaba a Castilla, con la subida al trono del hijo
del difunto rey, Juan II (1406-1454), pero se encargó de la regencia su tío,
Fernando, llamado más tarde «el de Antequera» porque conquistó dicha
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 353

plaza a los musulmanes (1410) y, con su energía y su talento, convirtió lo


que hubiese podido ser una tremenda crisis en un oasis de tranquilidad y
prosperidad (1406-1412). Al ser elegido en Caspe para ocupar el trono de
Aragón, tuvo Fernando que abandonar Castilla (1412). Siguieron entonces
unos años de intrigas cortesanas, hasta que Juan II fue declarado mayor
de edad (1419) y entregó el poder a su privado, el condestable Alvaro de
Luna, para poder dedicarse a sus aficiones favoritas: las letras y la caballería.
Don Alvaro poseía estas mismas aficiones y más energía y mejores cua¬
lidades de gobernante que el soberano, pero su poder omnímodo hizo que
la nobleza, envidiosa, se pusiese en su mayor parte frente al privado. Don
Alvaro había iniciado la lucha contra los musulmanes y consiguió vencer¬
los en La Higueruela (1431) pero, al darse cuenta de los manejos de los no¬
bles, tuvo que desistir. El reino se hallaba dividido, desde tiempo, en dos
partidos o facciones acaudilladas por los hijos del de Antequera, los infan¬
tes don Juan y don Enrique. Varias veces consiguieron, unos y otros, ene¬
migos del condestable, que don Alvaro fuese desterrado y privado de sus
cargos, y otras tantas Juan II volvía a llamarle a su lado, pues no sabía ha¬
cer nada por cuenta propia y sin el consejo de don Alvaro, dado su carácter
vacilante.
Después de unos años de lucha sorda (1431-1437) en que se habían suce¬
dido las conspiraciones, se manifestó abiertamente la enemiga de la noble¬
za contra el valido, mas éste, aparentemente apartado del poder, consiguió
planear el triunfo de su causa y lo consiguió en la victoria de Olmedo (1445)
en que venció a la nobleza. Pero, cuando más seguro se creía en la privanza
del monarca, don Alvaro fue víctima de una intriga cortesana, dirigida por
Isabel de Portugal, nueva esposa del soberano de Castilla. Ésta supo influir
en el ánimo de Juan II para que obligara a don Alvaro a retirarse a su pala¬
cio de Escalona (1448), luego consiguió ponerle en manos de la nobleza,
prenderle y conducirle a Valladolid (1453) donde —después de un proceso
que sería declarado ilegal cinco años más tarde, en el cual se le reconoció
culpable de usurpar el poder real y las rentas de la corona— fue decapitado
en una plazuela de dicha ciudad. Obsesionado por la pérdida de su valido,
Juan II falleció al año siguiente, y le sucedió su hijo Enrique.

Enrique IV el Impotente

El reinado de Enrique IV el Impotente (1454-1474) se desarrolló en me¬


dio del auge del poder nobiliario y de la extrema debilidad de la realeza.
Los escándalos ocasionados por la vida privada del monarca contribuyeron
a crear un clima de animadversión al soberano, explotado con habilidad
354 MANUEL RIU RIU

por la nobleza. Los validos de Enrique fueron Juan Pacheco, marqués de


Villena, y luego Beltrán de la Cueva. Al cabo de seis años de matrimonio
con su segunda esposa, Juana de Portugal, tuvo de ella el rey una hija, Jua¬
na, cuya paternidad atribuyeron los enemigos de Enrique a Beltrán de la
Cueva, mayordomo entonces de palacio y valido del rey poco después. La
vacilación del irresoluto soberano para otorgar la sucesión a Juana o a su
propio hermano, el infante Alfonso, contribuyó a aumentar las sospechas
de los maledicentes. La nobleza, dirigida por el de Villena, apoyaba a Al¬
fonso, pero al morir éste (1468), los nobles, decididos a perder a Beltrán
de la Cueva, expusieron al rey, por boca del marqués de Villena que no per¬
donaba a Beltrán el haberle usurpado el puesto de valido, su propósito de
deponer las armas si elegía por sucesora a Isabel, hija de Juan II y hermana
de Enrique IV, la cual no había aceptado la corona de Castilla que la noble¬
za le brindara a espaldas del rey.
Enrique IV se avino a la humillación que implicaba el reconocimiento
de su hermana Isabel por heredera de la corona, en el tratado de Guisando
(1468), pero se disgustó con ella al año siguiente, cuando supo que se había
casado con el infante de Aragón, Fernando, en Valladolid (1469). Revocó
entonces Enrique el pacto de Guisando y designó heredera a su hija Juana,
a la que casó con Carlos de Francia (1470), hermano del monarca francés
Luis XI. Francia, temerosa de la unión de Aragón y Castilla, había conse¬
guido con habilidad esta rectificación del soberano de Castilla, pero en el
partido de Isabel se integraron muy pronto los mejores nobles castellanos,
y antes de morir Enrique IV se reconcilió con Isabel en Segovia (1473), aun¬
que sin arreglar la cuestión sucesoria. Al fallecer el rey (1474) amenazaba
a Castilla, una vez más, la guerra civil. Ésta, de acuerdo con la voluntad
popular, concluyó con la victoria de las tropas de Isabel. Ella y su esposo
Fernando, heredero de Aragón, en 1474 eran proclamados reyes de Casti¬
lla. Con Isabel y Fernando, los Reyes Católicos de la historiografía hispá¬
nica, entraba España en una era nueva. Una era que, antes de concluir el
siglo XV, se proyectaba más allá de Europa avanzando por las costas del
Atlántico sur y atravesando el océano hasta tierras americanas.

Portugal, en el camino del Atlántico

Antes de que finalizara el siglo xm había concluido la reconquista en


Portugal y este reino peninsular había alcanzado las fronteras que seguiría
poseyendo ya sin apenas modificaciones durante los siglos siguientes. Esta
circunstancia contribuyó a que la nobleza no causara tantos estragos en Por¬
tugal como los causó la de Castilla en su reino. Hubo, con todo, alteracio-
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 355

nes en Portugal, pero éstas tuvieron por base las luchas dinásticas. Tales
fueron, por ejemplo, la rebelión del infante Alfonso contra Dionís, o la de
Pedro contra su padre Alfonso IV. La Iglesia, muy poderosa en el reino
portugués, fue apoyo eficaz de la realeza en su oposición a la tendencia de
Castilla a conseguir la integración territorial, y defendió la independencia
del reino de Portugal, aunque su poderío pudo preocupar en algunos mo¬
mentos a los monarcas, hasta que Pedro I el Justiciero, en la Convención
de Elvas (1361), llegó a un acuerdo con ella. Libres desde entonces de gra¬
ves preocupaciones de política interior, los monarcas portugueses intervie¬
nen en las luchas de Castilla y su intervención motiva, en varias ocasiones,
conflictos en sus dominios suscitados por Castilla en represalia. A princi¬
pios del siglo xv Portugal da comienzo a su política africana, y con Enri¬
que el Navegante se lanza hacia el Atlántico.
Alfonso III (1248-1279) concluyó la reconquista de los Algarbes y con¬
siguió de Alfonso X de Castilla la renuncia a los derechos que a estas tierras
alegaba el castellano, al casar con una hija natural de éste, Beatriz. Una
vez concluida por Alfonso III la conquista a los musulmanes de los últimos
territorios, su hijo y sucesor Dionís (1279-1325) pudo dedicase a restaurar
la economía y fomentar la cultura, a lo largo de un reinado próspero. Cui¬
dó en particular la mejora de las técnicas agrícolas y la extensión de las zo¬
nas de cultivo, concediendo ventajas a los campesinos, por lo cual pasó a
la historia con el apodo de «rey labrador». En su excelente gobierno le ayu¬
dó su esposa, Isabel de Aragón, virtuosa infanta de la corona aragonesa
que mereció ser llamada «Santa Isabel de Portugal». Con su mediación,
esta reina consiguió impedir diversas contiendas: entre ellas la guerra civil
motivada por haberse sublevado el príncipe heredero, Alfonso, contra
Dionís.
Alfonso IV el Bravo (1326-1356) intervino en los asuntos de Castilla y
ayudó a su yerno Alfonso XI en sus luchas contra los benimerines, consi¬
guiendo ambos la victoria del Salado (1340). Con todo, no siempre fueron
cordiales las relaciones con el reino vecino, en todo este período, por razón
del infeliz matrimonio del infante heredero, Pedro, con Constanza, hija de
don Juan Manuel, el infante castellano, y su desvío hacia una de las damas
del séquito de Constanza, Inés de Castro, que contribuyó a la desdicha de
la esposa legítima y a su pronta muerte. Se casó el infante portugués enton¬
ces, en secreto, con Inés de Castro, la cual murió, al poco tiempo, a manos
de algunos nobles, al parecer envenenada.
Cuando sucedió a su padre, Pedro I el Justiciero (1356-1367), llamado
también «el Cruel» como Pedro I de Castilla (con el cual tenía en común
unos rasgos de crueldad de los cuales tampoco estuvieron exentos los res¬
tantes monarcas hispanos contemporáneos de ambos), hizo abrir, según la
356 MANUEL RIU RIU

leyenda, el sepulcro de Inés de Castro y colocar su cadáver, vestido con ro¬


pajes regios, en el trono, para obligar a los nobles a prestarle homenaje como
reina y besarle la mano. Con este acto, según es notorio, Inés de Castro
consiguió «reinar después de morir». Amigo del pueblo, Pedro I fue para
éste «justiciero», pero su dureza para con los nobles, a quienes castigó im¬
placable con el fin de abatir su poderío, hizo que fuese para éstos «cruel».
La política de su hijo y sucesor Fernando I (1367-1383) fue funesta para
el reino. Sus inútiles intervenciones en los asuntos castellanos a la muerte
de Pedro I de Castilla, reclamando primero el trono para sí, con ayuda de
Granada y de Aragón (1369), y luego para los Lancaster, motivaron gue¬
rras con el reino vecino, desastrosas para Portugal. Vino a complicar más
el asunto el hecho de que la primera concordia con Castilla, por la cual ca¬
saba Fernando con una hija de Enrique II, fue quebrantada por el portu¬
gués, al requerir a una dama casada: Leonor Téllez de Meneses. El castellano,
ante el agravio, optó por invadir el reino portugués llegando hasta Lisboa
(1372). En este reinado iniciaba Portugal su política de amistad con Ingla¬
terra que le ayudaría a salvar la situación. Fernando I fue, por su desacer¬
tada intervención en Castilla y por los desórdenes de su vida privada, un
rey impopular.
Al morir en 1383 sin descendencia legítima masculina, debía sucederle
su hija Isabel, casada con Juan I de Castilla, quedando reservada la gober¬
nación del reino a Leonor Téllez (que había casado con el rey Fernando des¬
pués de conseguir la anulación de su primer matrimonio y era ahora, en
consecuencia, la reina viuda). Pero la nación portuguesa, unida, impidió
que tales cláusulas pudieran cumplirse, y se alzó contra la reina viuda y contra
el favorito de ésta, Andeiro, conde de Ousem, el cual pereció asesinado por
Juan, hijo natural de Fernando I y maestre de la Orden de Avís. Proclama¬
do este último por los portugueses «regidor y defensor del reino», Leonor
Téllez se vio precisada a emigrar, refugiándose en el reino de Castilla.
En vano Juan I de Castilla porfió en su empeño de ocupar el trono por¬
tugués, asediando Lisboa (1384) en tanto que el condestable Ñuño Álvarez
Pereira alzaba en armas a los portugueses, por el maestre de Avís, puesto
que se declaró la peste en el ejército sitiador de la capital y hubo de retirarse
sin haber conseguido sus propósitos. De nuevo volvería el castellano a in¬
tentar por las armas, mediante otra invasión, que fuesen reconocidos sus
derechos al trono. Las tropas portuguesas derrotaron a las castellanas en
Aljubarrota (1385), una batalla en la cual se utilizó por primera vez la lu¬
cha de trincheras, y Juan I de Castilla tuvo que desistir definitivamente de
su propósito de unir Portugal a Castilla formando un solo reino. Portugal
había sabido defender su independencia.
Juan I (1383-1433), rey por voluntad de las Cortes portuguesas, vio ase-
LOS REINOS CRISTIANOS DE LA ESPAÑA OCCIDENTAL DESPUÉS DE LAS NAVAS 357

gurada con la victoria de Aljubarrota su situación. Con él se entronizaba


en Portugal la Casa de Avís y se iniciaba una etapa de prosperidad, aunque
en sus comienzos se halló en la necesidad de recompensar con mercedes a
los nobles que le habían ayudado a ocupar el trono, y esto supuso una pre¬
ponderancia nobiliaria, perjudicial para la corona portuguesa como lo ha¬
bía sido para Enrique II de Trastámara. Aun así, la nobleza le fue adicta
y no se extralimitó en su poder. Con la colaboración de Juan das Reglas,
experto jurisconsulto, y con el apoyo de las Cortes, consiguió Juan I que
el derecho romano mantuviera la autoridad real y limitara los privilegios
de la nobleza.
Casado con Felipa de Lancaster, hija de su aliado el duque de Lancas-
ter, tuvo de ella cinco hijos varones: Enrique, Pedro y Fernando dedicaron
sus desvelos a la expansión de Portugal en el camino del Atlántico y su pri¬
mogénito, Duarte, le sucedió en el trono. El infante Enrique, llamado «el
Navegante», fue el forjador del imperio portugués.
En un principio Portugal, rival de Castilla, busca en el norte de África,
preocupado por el «problema del Estrecho», la seguridad de su suelo pe¬
ninsular y una expansión política que muy pronto se convierte en comer¬
cial. Trata, con varia fortuna, de formar el Algarve «d’alem mar» al otro
lado del Estrecho, obteniendo así una base sólida que garantice su propio
suelo. Castilla había tomado Tetuán (1400) y luego se había llevado a cabo
el inicio de la conquista de las Canarias (1402) bajo su soberanía. Portugal,
pocos años después, inicia su política de expansión africana con la conquis¬
ta de Ceuta (1415), pero luego no continúa este objetivo de la costa medite¬
rránea de África, sino que comienza la expansión atlántica.
Es la época de Enrique el Navegante, a quien ya hemos aludido, que
impele a los marinos portugueses a la exploración del África occidental y
del inmenso océano. La empresa se lleva a cabo de forma consciente y de
acuerdo con un plan trazado de antemano por el infante, que se halla ase¬
sorado, entre otros, por el cartógrafo mallorquín Jaime o Jacobo de Ma¬
llorca, a quien algunos han querido identificar con el judío converso Jaime
Ribes. Continuador de la escuela cartográfica mallorquína que en el si¬
glo XIV había llegado a gran esplendor, el infante don Enrique instituye los
estudios de náutica en Portugal estableciendo en el Promontorio de Sagres,
donde vivió hasta su muerte (1460), su centro de investigación y de opera¬
ciones.
Sucesivamente se descubrieron: las islas de Porto Santo (1418), Madei-
ra (1419) y Santa María, en las Azores (1431). Se proyectó luego ir hasta
la India, bordeando el Atlántico, y llegar a China y las islas de las Especias.
Los cosmógrafos y gentes de mar de Portugal exponían sus ideas en el Pro¬
montorio de Sagres, en tanto que proseguían las exploraciones, llegando
358 MANUEL RIU RIU

hasta cabo Rojo y el río Tarlete (1447) y también, mar adentro, hasta las
islas Terceira y de San Jorge, y a las de Cabo Verde (1460). De esta forma
se iba preparando con eficacia el camino para el descubrimiento de Améri¬
ca que debería producirse a no tardar, cuando los navegantes se lanzaran
sin temor por el océano Atlántico que los portugueses abrían a la civiliza¬
ción y al comercio.
16. LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA
DE ARAGÓN Y NAVARRA

La formación de la corona de Aragón

A partir del siglo XIII se va a formar, en el este peninsular, la corona


de Aragón, integrada por tres reinos y un principado: los reinos de Aragón,
Mallorca y Valencia, y el principado de Cataluña, en tanto que el reino de
Navarra se irá distanciando de los problemas hispánicos, integrado en la
órbita de Francia aunque jamás pueda dejar de ser considerado como un
reino hispánico más en la Baja Edad Media. El País Vasco, sometido a Cas¬
tilla, seguirá las vicisitudes de ésta, sin perder su acusada personalidad y
todavía será el motor de su expansión económica con el resto de la cornisa
cantábrica.
La personalidad de cada uno de los componentes de la corona aragone¬
sa no era menos diferenciada. Los diversos dominios de ultramar los exa¬
minaremos en el capítulo próximo y las características de sus instituciones
las estudiaremos después, comparándolas con las del occidente peninsular.
Una y otras hicieron que la situación de los factores políticos, de que va¬
mos a tratar brevemente en este capítulo, no fuese la misma, no ya que la
de Castilla, sino incluso en los diversos componentes de esta corona. En
Aragón, las Uniones de la nobleza constituyeron el elemento predominan¬
te, hasta el punto de que ésta llegó a convertir a su causa a los municipios.
Mallorca, con una burguesía potente, en buena parte de origen catalán, cons¬
tituyó en un largo período un reino independiente del resto de la corona.
360 MANUEL RIU RIU

En Valencia y en Cataluña, en cambio, este elemento urbano agrupado en


torno de las ciudades-capitales (semejantes en ocasiones a las repúblicas de
mercaderes italianas con las cuales tuvieron relaciones muy directas) dirigió
los acontecimientos, arrastrando a los restantes núcleos urbanos autóno¬
mos y con intereses económicos y políticos propios, e incluso a la misma
nobleza que aquí fue pronto en su mayor parte ciudadana.
La situación política en la corona de Aragón era, pues, distinta de la
de la corona de Castilla, puesto que aquí la diversidad de elementos y de
intereses permitió a los monarcas la posibilidad de fortalecer el poder de
la realeza, apoyando o apoyándose ora en unos, ora en otros. Además, la
lucha contra el poder anárquico e individualista de los nobles fue aquí co¬
lectiva y más ordenada que en Castilla. Una diferencia más cabe señalar
todavía con respecto a Castilla: Aragón poseyó una política mediterránea
y jugó un papel en el orden internacional superior al de Castilla durante
los tres últimos siglos de la Edad Media.
En este capítulo vamos a ver la formación de la corona de Aragón, sus
relaciones con los restantes reinos peninsulares y sus principales problemas
políticos, para que la trama de los sucesivos reinados nos de pie a presentar
luego algunos aspectos de su proyección exterior, aunque haya de ser ex¬
puesta con brevedad.

Jaime I el Conquistador y las rutas del Mediterráneo

La muerte de Pedro II de Aragón en Muret, en 1213, hizo que el hijo


de este monarca y de su esposa María de Montpeller, Jaime I el Conquista¬
dor (1213-1276), muy niño todavía, tuviera que soportar una infancia poco
grata, en manos de tutores, en tanto que en sus estados imperaba la anar¬
quía (1213-1227). Al cumplir los veinte años (1228) reunió Cortes en Barce¬
lona y propuso la realización de una empresa largo tiempo anhelada: la
conquista de las Baleares. Hasta entonces los reinos hispánicos habían sido
continentales. Sólo algunos puertos, como el de Barcelona, tenían sus na¬
ves y podían comerciar y competir con las potencias marítimas del Medite¬
rráneo occidental. Sin embargo, siempre que se había querido realizar una
expedición importante por vía marítima había sido preciso recurrir a la co¬
laboración de naves de Génova y Pisa. Así, por ejemplo, Ramón Beren-
guer III en el caso de las Baleares, a que ya aludimos; Ramón Berenguer IV
en el asedio de Tortosa, y Alfonso VI de Castilla y León cuando quiso
atacar Valencia, señorío del Cid Campeador.
Ahora Jaime I inclina hacia el mar la actividad de la corona de Aragón
y comienza, con ello, la política mediterránea que continuarían y amplia-
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 361

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Según Anl. Romeu de Armas. El Obispado de Teide. Árbol plegable.


MANUEL RIU RIU
362

rían sus sucesores. Cerrados para Aragón y Cataluña los caminos del sur
de Francia, después del desastre de Muret, por obra de Jaime I se abrirían
nuevas rutas de expansión en el ámbito del Mediterráneo. Parece ser que
se decidió Jaime I a la conquista de las Baleares después de oír de labios
del mercader Pere Martell, en Tarragona, una narración acerca de sus gran¬
des posibilidades y su interés económico. Se preparó una escuadra, llegan¬
do a reunir 155 navios, con tripulación en su mayoría ampurdanesa, y varias
naves de genoveses y provenzales que se agregaron a la expedición en busca
de botín. Partieron las naves de Salou, y de otros puertos de la costa tarra¬
conense, en septiembre de 1229. El desembarco, en la isla de Mallorca, se
hizo por el puerto de Santa Ponza, y después de la dura batalla de Portopí,
la defensa musulmana se concentró en Palma, cuyo asedio comenzó de in¬
mediato. En diciembre Palma fue tomada, pero quedaron aún varios focos
de resistencia musulmana en los alrededores de la ciudad y en las zonas mon¬
tañosas, que fueron eliminados a principios del año siguiente (1230). Hasta
1232 prosiguieron las luchas para la completa sumisión de la isla. En el mis¬
mo año, los musulmanes de Menorca se declararon vasallos de Aragón. Que¬
daban por conquistar las islas de Ibiza y Formentera, a las que, tres años
después (1235), realizó una expedición Guillem de Montgrí, arzobispo elec¬
to de Tarragona, ocupándolas, con lo que desde entonces pasaron a consti¬
tuir un feudo de la Iglesia de Tarragona.
El hecho de que Menorca se hiciera tributaria, hizo que no fuera con¬
quistada hasta mucho después (1287). A la conquista de Mallorca, realiza¬
da por unos 800 caballeros y unos miles de peones, con la colaboración
también de las Órdenes militares, le siguió el reparto de tierras y casas entre
los conquistadores y la emigración de la población musulmana. Los am-
purdaneses recibieron espléndidos lotes en los repartimientos o repartiments,
de acuerdo con su participación mayoritaria.
Si la conquista de las Baleares fue obra principalmente catalana, el peso
principal de la.reconquista del reino musulmán de Valencia lo llevaron la
nobleza aragonesa, poco propicia cuando no veía la posibilidad de obtener
frutos inmediatos, y los concejos del Bajo Aragón, deseosos de alejar la
frontera de su entorno. La conquista del reino musulmán de Valencia fue
bastante más dura y larga (1232-1245) que la de Mallorca. Correspondía
la empresa levantina a la corona de Aragón en virtud de los tratados de par¬
tición del territorio de al-Andalus, que hemos visto ya en su momento. Pre¬
via la obtención, en este caso, de los beneficios de cruzada, se inició la
conquista (1232) por Ares y Morella, plaza tomada por uno de los caballe¬
ros del rey, Blasco de Alagón, ricohombre aragonés, quien conocía las lu¬
chas civiles en que se debatía el reino valenciano desde la derrota almohade
y supo aprovecharse de ellas. Jaime I había firmado un tratado con el des-
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 363

tronado rey Abu Zaid (1228) que constituyó la base legal para la interven¬
ción de sus tropas en tierras valencianas. Prosiguió la ocupación de éstas
por Burriana, Peñíscola (contra la cual se había hecho ya una campaña sin
éxito en 1225), Xisvert, Cervera, Burriol, Almanzora y varios pueblos más
de la cuenca del Mijares (1233-1234).
Luego se paralizó la conquista sistemática, efectuando durante los cua¬
tro años siguientes varias campañas de saqueo y talando los campos. En
1236 se ocupó el Puig de Enesa, en el cual construyeron los cristianos el
castillo de Santa María (germen del futuro santuario mariano) que se con¬
virtió en avanzada y guía hacia Valencia. Se asedió luego la capital (1238)
y fue tomada después de cinco meses de sitio y de la derrota de una escua¬
dra de socorro tunecina que intentaba el desembarco por Peñíscola. Des¬
pués de Valencia (septiembre de 1238) continuó la conquista de la línea del
Júcar, con mayor lentitud, ocupando la parte meridional del valle (antiguo
reino de Denia), por Cullera, Alcira y Xátiva, hasta alcanzar los límites acor¬
dados con Castilla en el tratado de Almizra (1244), que venía a actualizar
los tratados anteriores en los cuales se delimitaba con precisión las zonas
de expansión aragonesa y castellana. Con la toma de Alcira (1245) la gue¬
rra de conquista del reino se pudo considerar terminada, quedando tan sólo
algunas plazas resistentes que fueron definitivamente ocupadas en años su¬
cesivos, tales como Xátiva (1248) y Biar (1253). Con la conquista de Biar
completaba la corona de Aragón su programa peninsular, puesto que, se¬
gún el reciente tratado de Almizra, ésta era la última plaza que le corres¬
pondía en la marcha hacia el sur.
Todavía, a ruegos de su yerno Alfonso X de Castilla, intervino Jaime I
activamente en la reconquista de Murcia (1266) y su reino, pero fiel a los
acuerdos de Almizra, no quiso más recompensa que el consentimiento ex¬
preso, por parte del castellano, de que pudiesen repoblar este reino gentes
de Aragón y de Cataluña, como así lo hicieron.
A la conquista, que tendía a someter primero las posiciones clave (for¬
talezas y albacares) para dominar la campiña, siguió pronto una labor re¬
pobladora con cristianos, mediante cartas pueblas, en Morella (donde
acudieron 600 turolenses), Burriana (hasta 1.000 vecinos, con predominio
de tortosinos y leridanos) y Castellón, perdurando numerosos núcleos de
población musulmana y quedando otros semidespoblados o decrecientes gra¬
dualmente hasta ser abandonados. Se fundó la plaza de San Mateo (1237)
y Villahermosa (1243), para atraer pobladores; se cedieron amplios territo¬
rios a las Órdenes militares: templarios y hospitalarios, y a los cistercienses
de Santa María de Poblet se les facilitó la fundación del monasterio de San¬
ta María de Benifassar (1249), para que reorganizaran las tierras e iniciaran
una amplia labor de cristianización del territorio.
364 MANUEL RIU RIU

Se procuró, en particular en toda la zona situada al sur de Castellón,


que perviviera una gran masa musulmana, mediante la concesión de capi¬
tulaciones (desde 1234) que suponían respeto de la vida, libertad, bienes y
creencias, dado que era imposible repoblar con cristianos de la corona tan
amplios dominios. Pero parece que, a pesar de tales facilidades, emigraron
del reino de Valencia por lo menos unos 50.000 musulmanes hacia el reino
nazarí de Granada, recién constituido, y que el número de pobladores cris¬
tianos, entre los cuales figuran barceloneses, turolenses, leridanos y gentes
de Montpeller, fue menos numeroso de lo esperado, no obstante otorgarles
Jaime I un Fur o fuero propio (1240) que les proporcionaba considerables
ventajas.
La sublevación general de los mudéjares, cuya jefatura asumió al-Azrak
en 1247, motivó una orden de expulsión, sólo en parte cumplida porque
perjudicaba los intereses de los grandes propietarios, que obligó a más de
100.000 moros a salir del reino y dio ocasión para una nueva etapa repobla¬
dora, a partir de 1248 y hasta 1272. Sogorb (Segorbe), Almenara, Xixona
(Jijona), Alcoy, Almizra y otros núcleos importantes contaron desde en¬
tonces con grupos de pobladores cristianos, persistiendo población mora
en los arrabales. El fuero especial de Valencia se concedió a los cristianos
de Denia (1248), Sagunt o Sagunto (1248), Cullera y Liria (1253). Los cris¬
tianos del reino de Valencia, con todo ello, no sumarían más de 30.000 en
1270, a juzgar por las cifras que poseemos y, a pesar de las expulsiones de¬
cretadas en Valencia —y en Murcia—, ambos reinos siguieron contando con
una mayoría de población mudéjar. Como es sabido, el nombre de mudé¬
jares se aplicaba a los musulmanes que, conservando su fe islámica, se que¬
daban a vivir en las tierras reconquistadas por los cristianos.
El predominio del minifundio, en la estructura de la propiedad, en las
zonas de regadío de Valencia y de Murcia (sus correspondientes zonas de
Huerta) daría lugar a la formación de poderosos concejos dotados de una
clase media fuerte, en tanto que en las zonas de secano se formaron gran¬
des latifundios en manos de Órdenes religiosas y militares, de la alta y de
la baja nobleza, y de la propia Casa Real, en los cuales prevaleció la explo¬
tación ganadera: así el Maestrazgo se convertiría en el centro de la produc¬
ción lanera de la corona de Aragón, considerablemente acrecentada con el
nuevo reino de Valencia, y San Mateo, en dicho reino, sería el gran centro
distribuidor de lanas a los núcleos manufactureros.
La política internacional de Jaime I requiere una breve referencia antes
de dar por concluido este epígrafe. A ruegos del jan de los tártaros y del
emperador de Constantinopla, con el fin de combatir a los turcos en plena
expansión, organizó Jaime I una cruzada. Se sabe que varias naves llevaron
tropas de la corona a Tierra Santa en 1269 y que, después de su fracaso
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 365

en el intento de desembarco en las costas de Siria, regresaron al Occidente


(1270), sin haber conseguido ninguno de sus propósitos. La nave del rey
ni siquiera alcanzó estas costas. Tal vez por ello, pensó Jaime I en realizar
otra expedición a Palestina, hasta que en el concilio de Lyón (1274), al ver
el escaso entusiasmo que existía para una empresa como aquélla, desistió
de llevarla a cabo.
En cambio, Jaime I se preocupó poco por los problemas del mediodía
de Francia. El fracaso de su padre debió de pesar en él. La política ultrapi¬
renaica de Aragón la abandonó por completo, renunciando a los derechos
que poseía en los diversos ducados y condados, por el tratado de Corbeil
(1258). El monarca francés, Luis IX el Santo, se limitaba, a cambio de di¬
cha renuncia, a renunciar a su vez a sus hipotéticos derechos sobre los con¬
dados catalanes, que se remontaban a los tiempos carolingios, pero que
ninguno de sus soberanos habían ejercido desde unos trescientos años atrás.
Ambas renuncias, pues, distaban mucho de ser equiparables. Y son difícil¬
mente explicables sin penetrar en la mente de ambos protagonistas de las
mismas.
El reinado de Jaime I ofrece aún otros muchos contrastes. Su política
interior se vio influida, en no pocas ocasiones, por sus relaciones matrimo¬
niales y aun, en buena parte, cabe decir que fue inspirada o dirigida por
su segunda esposa legítima, Violante de Hungría. Dos veces consecutivas
intenta el rey, para complacer a su esposa que deseaba ver reyes a sus hijos,
repartir los dominios de la corona. En el año 1243 dividió sus estados, le¬
gando Aragón a su primogénito Alfonso, hijo de Leonor de Castilla, pri¬
mera esposa de Jaime I, y Cataluña a Pedro, hijo de Violante. Surgió, a
raíz de esta decisión real, un conflicto para la delimitación de la frontera
entre Aragón y Cataluña, puesto que Lérida había prestado juramento de
fidelidad a Alfonso y se incluía dentro de Cataluña. Mas la situación se agra¬
vó todavía cuando, en 1247, nació otro hijo de la unión de Jaime I con Vio¬
lante, y la madre quiso que también éste fuese rey. En el nuevo reparto,
Jaime I concedió Aragón a Alfonso, Cataluña a Pedro y Valencia a Jaime,
el segundo hijo de su matrimonio con Violante. Surgió, a raíz de este nuevo
reparto, una guerra civil entre el primogénito y el padre, que concluyó con
la muerte del primero (1260). Todavía, antes de su muerte en 1276, dispuso
Jaime I otro reparto en el cual su hijo Pedro heredaba Aragón, Cataluña
y Valencia, y Jaime, con el título de «rey de Mallorca», heredaba los domi¬
nios de las Baleares, los condados de Rosellón, Conflent y Cerdaña, y el
señorío de Montpellier, debiendo el hermano menor prestar vasallaje al ma¬
yor. Esta decisión final de Jaime I implicaba la separación de los extensos
dominios de la corona y la creación de un nuevo reino, con dominios muy
dispersos y con intereses distintos que harían difícil su perduración y con-
366 MANUEL RIU RIU

solidación. No obstante, el reino de Mallorca iba a mantenerse independiente


por espacio de setenta y tres años, con tres soberanos propios, hasta su rein¬
corporación definitiva a la corona en 1343.

El reino de Mallorca

Apenas ocupada la isla de Mallorca, Jaime I, que había otorgado a los


pobladores de la misma una carta de franquicias especial (1230), convino
en Lérida, el 29 de septiembre de 1231, con el infante Pedro de Portugal
(hijo de Sancho I) —quien después de la muerte de Alfonso IX de León
(1230) había casado con la condesa Aurembiaix de Urgel, heredera del con¬
dado, y habiendo enviudado de ella no tenía interés en retenerlo—, el canje
del condado de Urgel por el señorío vitalicio del reino de Mallorca, que com¬
partiría con el conde de Rosellón Ñuño Sanz, comprometiéndose ambos a
conquistar la isla de Ibiza, en el plazo de dos años, para detentarla en feudo.
Pedro de Portugal residió algún tiempo en Mallorca e inició la reorgani¬
zación del reino, tanto en su aspecto político como eclesiástico. En 1236
partió para Oriente y regresó a Aragón, residiendo en la corte hasta 1244,
año en que devolvió a Jaime I sus dominios de las Baleares, a pesar de ha¬
berlas recibido en feudo vitalicio. El reino de Mallorca permaneció más de
treinta años unido a la Corona hasta que Jaime I, en su testamento (1276),
lo otorgó a su hijo Jaime, Jaime II de Mallorca (1276-1311), cediéndole tam¬
bién, como hemos indicado, el Rosellón, Conflent, Cerdaña y Montpellier
como parte de dicho reino. Quedaba, pues, éste constituido por un bloque
de tierras en el Pirineo, con capitalidad en Perpiñán, un pequeño enclave
en Montpellier, y el bloque insular de las Baleares, en el occidente del Me¬
diterráneo, con la ciudad de Mallorca.
Esta disgregación territorial hacía difícil la perduración frente a un ve¬
cino poderoso. El hermano mayor, Pedro III el Grande, sucesor en el resto
de la corona de Aragón de su padre Jaime I, exigió a su hermano Jaime
(tratado de Perpiñán, 1279), primer rey privativo de Mallorca, que se reco¬
nociera vasallo de Aragón. Pero Jaime, en buenas relaciones con el monar¬
ca francés, le permitió el paso por sus estados para invadir Cataluña (1283)
en represalia por la actuación catalano-aragonesa en Sicilia (que hemos de
ver en el capítulo siguiente), y cuando Pedro III hubo vencido a los invaso¬
res franceses, tomó a su vez represalias contra su hermano Jaime, enviando
tropas, al mando del primogénito Alfonso (futuro Alfonso III) a la con¬
quista del territorio insular de Mallorca. Aunque Alfonso pareció triunfar
sobre su tío (1285), la sucesión al trono de Aragón le alejó de las islas, y
el apoyo a Jaime del rey de Francia y del papa permitieron que el nuevo
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 367

rey de Aragón, Jaime II (desde 1295), y Jaime II de Mallorca, en 1298 rati¬


ficaran en Argelers las cláusulas del tratado de Perpiñán, por las cuales se
garantizaba la paz y mutua defensa de ambos Estados y se restablecía la
originaria unidad territorial del reino de Mallorca, si bien éste seguiría re¬
conociéndose feudatario de la corona de Aragón.
A la muerte de Jaime II de Mallorca (1311) le sucedió en el reino su hijo
Sancho I (1311-1324), que colaboró con Aragón en la guerra de Cerdeña
y murió sin dejar hijos, con lo cual la corona pasó a su sobrino Jaime III
(1324-1344). Éste se vio acusado por Pedro IV de Aragón de varios delitos,
que no había cometido, con el pretexto de invadir una vez más el reino de
Mallorca e incorporarlo a Aragón. Pedro consiguió, después de vencer en
Pollensa (1343) a Jaime III, tomar la isla de Mallorca y anexionarse, poco
más tarde, el Rosellón (1344). El reino de Mallorca quedaba así definitiva¬
mente unido a la corona de Aragón, resultando inútil el desesperado inten¬
to de Jaime III para recuperarlo, puesto que perdió la vida en la batalla
de los campos de Lluchmajor (1349).
Durante su vida independiente, el reino de Mallorca fue un gran centro
económico, cultural y artístico. Los catalanes inmigrados y los judíos (chue-
tas) trabajaron para convertir la ciudad y puerto de Mallorca en un gran
centro comercial. Los mercaderes barceloneses, marselleses, genoveses y pí¬
sanos obtuvieron una situación de privilegio. Y los mallorquines llegaron
con sus naves a Flandes y a Canarias no menos que a los países europeos
y africanos de la cuenca del Mediterráneo, importando lanas de Inglaterra,
oro y esclavos africanos, cueros y pieles de Castilla y Cerdeña; especias y
sedas del Próximo Oriente, y exportando aceite, sal, frutas, vino, cereales
y pieles de las islas. Floreció el arte gótico de escuela catalana, y la cultura
científica y literaria desarrollada en la isla condujo a la formación de una
acreditada escuela cartográfica y dio una figura tan relevante como la del
extraordinario Ramón Llull, fundador del colegio de Miramar (1276) para
el estudio de las lenguas orientales, y autor del Blanquerna, entre otras obras
de gran importancia para conocer la vida en la Mallorca de finales del si¬
glo XIII.

Conquista y organización de Ibiza y Formentera

Al referirnos a la conquista de Mallorca por Jaime I y a la formación


del reino mallorquín, hemos aludido a la concesión del señorío vitalicio del
mismo a Pedro de Portugal, que debería compartir en feudo la posesión
de Ibiza con el conde de Rosellón Ñuño Sanz, si la conquistaban en el plazo
de dos años.
368 MANUEL RIU RIU

Finalizado el plazo sin que se hubiere realizado la operación, el sacris¬


tán de Gerona, Guillem de Montgrí, electo arzobispo de Tarragona, solici¬
tó y obtuvo del rey Jaime I, el 7 de diciembre de 1234, la opción para la
conquista de Ibiza. Después de haber llegado a un arreglo con Pedro de Por¬
tugal y con Ñuño Sanz, en Tarragona, el 12 de abril de 1235, para repartir¬
se la isla de acuerdo con las tropas que los tres reunieran para su conquista
a los musulmanes, el rey se reservó la soberanía, obteniendo Guillem de
Montgrí la isla, como feudatario suyo, si la ocupaba antes del 29 de sep¬
tiembre. Conseguida una bula de indulgencias del papa Gregorio IX, la ocu¬
pación de las islas de Ibiza y Formentera se realizó el 8 de agosto de 1235,
combatiendo con un fundíbulo la villa (único núcleo de población agrupa¬
da existente) y con un trabuquete el castillo, hasta obtener la rendición.
Una vez conquistada la isla de Ibiza se procedió en los meses siguientes
a su reorganización. Los conquistadores otorgaron franquicias especiales
a los repobladores, como se había hecho en Mallorca. Se dotó, el 15 de sep¬
tiembre, la parroquia de Santa María de Ibiza con cinco sacerdotes: un pa-
borde y cuatro domeros, proporcionándoles viviendas, tierras en el Pía de
Vila y la renta de 250 besantes anuales de plata a percibir sobre las salinas
de la isla. La villa, constituida por tres recintos: el superior (castillo y almu-
daina), el mediano (o villa propiamente dicha) y el inferior o arrabal, fue
repartida entre los conquistadores. En el reparto de las salinas correspon¬
dió a Montgrí la mitad de su producción, y a Pedro y Ñuño la mitad restan¬
te, distribuida a partes iguales (un cuarto para cada uno).
El territorio de la isla, dividido en cinco distritos en época musulmana,
se redistribuyó en cuatro partes iguales: el Quarto de Santa Eulalia o del
rey, el Quarto de Portmany, el de Salines y el de Balangat. Formentera pa¬
rece ser que quedó indivisa por el momento y fue infeudada en 1246 por
Guillem de Montgrí a Berenguer Renart, aunque unos años después (en 1258)
se hallaba dividida ya en cuatro quarters y los ermitaños de San Agustín
recibieron tres partes del Quarter de la Mola para edificar un convento, en
el cual permanecerían hasta abandonar Formentera un siglo después, en 1350.
La parte de Ibiza de Ñuño Sanz la adquirió el arzobispo de Tarragona
en 1242, y la de Pedro de Portugal fue adquirida por los tutores del infante
Jaime, con lo cual, a mediados del siglo xm, Guillem de Montgrí (T1273)
conseguía los dos tercios del castillo y la villa, y los tres cuartos de la sal
y tierras de Ibiza y Formentera, quedando el resto para el infante Jaime,
futuro Jaime II de Mallorca.
La vida político-administrativa de estas islas se caracterizó por el plura¬
lismo señorial, compartido por la nobleza y el clero, que gobernarían por
delegación un representante del rey y otro del arzobispo de Tarragona has¬
ta su integración al reino de Mallorca en 1276. Los habitantes de Ibiza y
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 369

de Formentera se integraron en 1299 en un solo municipio o universidad,


regido por cuatro jurados, de las cuatro manos o estamentos, con un Gene¬
ral Consejo, compuesto por cincuenta consejeros, y un Consejo Secreto.
Presidía la universidad un gobernador, dependiente del rey de Mallorca, con
atribuciones civiles y militares, corriendo la jurisdicción eclesiástica y temporal
a cargo de un vicario del arzobispo de Tarragona, lo cual no dejó de provocar
conflictos, por estimar la mitra tarraconense que le correspondía el gobier¬
no civil también, por ser las islas un señorío feudal de la mitra. Los litigios
con la realeza continuaron a lo largo de toda la Edad Media, durante el
período del reino privativo de Mallorca (1276-1343) y después de la reincor¬
poración de las islas a la corona de Aragón en 1343. La renta que percibía
la mitra de la isla de Ibiza cabe estimarla en más de 9.000 sueldos al año,
de los cuales 2.500 correspondían al paborde, quien debía ejercer de vicario
general del prelado.
A principios del siglo xiv se edificaron las iglesias rurales de Nuestra Se¬
ñora de Jesús, San Jorge, San Antonio, Santa Eulalia y San Miguel, en los
quarters rurales de la isla de Ibiza. Los asaltos de la piratería musulmana
no dejaron de afectar a las islas, desde las cuales también se practicó el cor¬
so. Al finalizar el siglo xiv, en 1392, el visitador del arzobispo de Tarrago¬
na, Juan de la Mata, indicaba que sólo vivían en Ibiza unas quinientas
familias (unas 2.500 personas), debido a las mortalidades y a la carestía.
Pero añadía que la iglesia principal, de Santa María de Ibiza, contaba con
treinta clérigos.

La corona de Aragón bajo Pedro III el Grande


y Alfonso III el Liberal

Bajo Pedro III el Grande (1276-1285), hijo y sucesor de Jaime I en los


reinos de Aragón y Valencia y en el principado de Cataluña, continuó la
obra de estructuración del reino valenciano y se repoblaron las zonas de
Xixona (Jijona), Biar y Castalia. Para contentar a los nobles aragoneses,
disgustados por la organización de Valencia como reino, hubo de prome¬
terles (1284) que el cargo de justicia general del nuevo reino, creado a imi¬
tación del justicia aragonés, recaería en un caballero de Aragón.
La experiencia política y militar adquirida en su juventud, en Valencia
y en otros campos, haría que mediante otros privilegios a la nobleza arago¬
nesa —en particular cabe recordar el Privilegio General de 1283— y catala¬
na, pudiera tener los nobles a su lado en los momentos decisivos de su breve
reinado y en especial en la empresa de Sicilia (1282) que veremos en el pró¬
ximo capítulo y en la victoria contra las tropas francesas de Felipe III el
370 MANUEL RIU RIU

Atrevido que habían invadido Cataluña (Gerona, 1285) como consecuencia


de la intervención catalano-aragonesa en Sicilia para defender los derechos
a este trono de la reina Constanza, esposa de Pedro.
El carácter caballeresco del rey Pedro queda puesto de manifiesto por
los cronistas Desclot y Muntaner en el conocido desafío o lance de Burdeos
(1283), al cual acudió de incógnito, burlando al monarca francés y a Carlos
de Anjou. Su ánimo esforzado se revela en la represión contra un amigo
de Francia, el señor de Albarracín, Juan Núñez de Lara, que, contando con
el apoyo de Navarra, se declaraba vasallo de Santa María para soslayar el
homenaje al aragonés, y hubo de ser sometido por las armas (1284). Su ca¬
rácter justiciero, en fin, destaca ante la rebelión en la ciudad de Barcelona
del grupo capitaneado por Berenguer Oller (1285), ajusticiado sin piedad.
Al morir Pedro III le sucedió su primogénito Alfonso III el Liberal
(1285-1291) en la corona de Aragón y su segundogénito Jaime se coronó
rey de Sicilia en Palermo, con la aquiescencia popular. Bajo el reinado de
Alfonso III prosiguieron las querellas con Francia y con el papado, compli¬
cadas por la injerencia en los asuntos internos de Castilla, al apoyar a Al¬
fonso de la Cerda. La paz de Canfranc (1282) con Francia, no zanjó las
diferencias con el país vecino y todavía el reino aragonés se vio atacado desde
Navarra, Castilla y Rosellón (1289). De acuerdo con su hermano Jaime, para
salvar la situación Alfonso III se decidió a hacer las paces con el papado
y con Francia, y fueron éstas firmadas en Tarascón en 1291.
Mientras tanto la nobleza se había agrupado en la Unión y amenazó al
rey con prestar obediencia a su enemigo Carlos de Anjou, hermano del rey
de Francia, a quien el pontífice había otorgado el reino de Aragón por ha¬
llarse Alfonso III excomulgado. No olvidemos que Aragón se había hecho
vasallo de la Santa Sede y que el papa había excomulgado ya al rey Pedro
a raíz de su intervención en Sicilia, otro reino vasallo de la Santa Sede. Al¬
fonso se vio obligado a transigir a causa de las circunstancias y tuvo que
otorgar a los nobles el Privilegio de la Unión (1288), reiterando las prome¬
sas hechas por su padre en el privilegio de 1283, en que se comprometía
a no proceder contra los miembros de la Unión antes de haber pronunciado
sentencia contra ellos la justicia, y a reunir Cortes anualmente en Zaragoza
para la designación de los componentes del Consejo Real.
Al morir Alfonso, poco después de la paz de Tarascón a que antes alu¬
díamos, dejó heredero a su hermano Jaime de Sicilia, designándole sucesor
suyo en los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, en el principado de Ca¬
taluña y en el condado de Rosellón, con la obligación de ceder el reino de
Sicilia a su otro hermano Fadrique.
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 371

Jaime II el Justo y Alfonso IV el Benigno

Jaime II (1291-1327), llamado el Justo, se desplazó a Aragón y fue co¬


ronado solemnemente en Zaragoza. Su gran cultura y su entrenamiento po¬
lítico en Sicilia permitieron que siguiera una política de apaciguamiento. Hizo
las paces con Sancho IV de Castilla en Monteagudo (1291) y le ayudó en
la toma de Tarifa (1292), pero después se enemistaron de nuevo. Intervino
también en el reino de Murcia, perdido definitivamente para Aragón (1309)
y en el valle de Arán, que se hallaba ocupado por Francia desde los tiempos
de su padre Pedro III (1283) y que consiguió recuperar en 1313. Aunque
el valle de Arán no tenía entonces más que 7.460 habitantes, había sido el
punto clave de la política francesa para intervenir en la Corona de Aragón,
como represalia por la actuación catalano-aragonesa en Sicilia. Extinguida
la Orden del Temple (1308) se creó la de Montesa para defender la frontera
valenciana (1317) y a esta nueva Orden hispánica pasaron muchos bienes
de aquélla. De su política en Sicilia y del comienzo de la conquista de Cer-
deña, continuada por su segundo hijo y sucesor Alfonso IV, hablaremos
en el siguiente capítulo dedicado a la intervención de la Corona en Italia
y el Mediterráneo oriental.
Alfonso IV el Benigno (1327-1336) confirmó en las Cortes de Zaragoza
el estatuto de su padre que declaraba inseparables los reinos de Aragón,
Valencia y Mallorca, el principado de Cataluña y los condados de Rose-
llón, Cerdaña, Conflent y Vallespir y vizcondados de Omelades y Carlades;
e intervino en la política castellana, casando en segundas nupcias con Leo¬
nor, hermana del rey de Castilla, y pactando con el castellano la guerra contra
Granada que preparaba en Valencia cuando estalló una sublevación en la
isla de Cerdeña (1329) contra el dominio catalano-aragonés dirigida por Gé-
nova, ciudad que tenía en la isla grandes intereses. Se entabló una guerra
naval entre Génova y la corona de Aragón, en la cual, además de la pose¬
sión de Cerdeña se estaba debatiendo la supremacía naval y mercantil del
Mediterráneo occidental y concluyó a finales del reinado de Alfonso IV,
quedando la isla en paz bajo la soberanía de Aragón. Debido a la influen¬
cia que su esposa Leonor ejercía en el ánimo del rey, pensó Alfonso en divi¬
dir el reino de Valencia y crear el marquesado de Tortosa para su hijo
Fernando. Los valencianos se sublevaron contra los oficiales del monarca
y enviaron a Guillem de Vinatea a protestar de las donaciones de villas y
ciudades que hacía el rey a sus hijos, consiguiendo que éste desistiera de
sus propósitos.
MANUEL RIU RIU
372

Pedro IV el Ceremonioso

A la muerte de Alfonso IV (1336), le sucedió Pedro IV el Ceremonioso


(1336-1387), hijo segundo del matrimonio de Alfonso con Teresa de Enten-
za, su primera mujer. En los comienzos de su largo y fructífero reinado Pe¬
dro IV puso de manifiesto su intención de trabajar por la unificación de
los reinos hispánicos y de consolidar un imperio cristiano, idea en crisis en¬
tonces en el ámbito castellano. Si Jaime II había seguido en sus comienzos
una política anticastellana, intervino ahora Pedro IV de Aragón en la lucha
dinástica de Castilla, junto a Pedro I de Castilla y Pedro I de Portugal, para
conseguir la unión de los reinos cristianos. Ya anteriormente, en tiempos
de Alfonso XI, había colaborado Pedro IV con eficacia en la solución del
problema del Estrecho, contribuyendo a la toma de Algeciras (1344). Al poco
tiempo del advenimiento al trono castellano de Pedro I, firmó con él una
concordia (1352) que duró muy poco, entablándose la lucha con Castilla
(1356-1369), llamada «guerra de los dos Pedros» a que después nos referi¬
remos con más detalle, en la cual Aragón apoyó a Enrique de Trastámara.
Aragón aspiraba entonces a realizar la unidad hispana, como hemos apun¬
tado, mientras Castilla seguía una política distanciada por completo de este
deseo de unidad. La alianza con los Trastámara, con Francia e incluso con
Marruecos, por parte de Aragón tendía a poner un cerco a Pedro I. Con
el triunfo del Trastámara, sin embargo, Castilla recuperaría, a no tardar,
su política peninsular. La paz se firmó con Enrique II en Almazán (1375)
y Pedro IV devolvió a Castilla la plaza de Molina, recibiendo a cambio
180.000 florines como indemnización de guerra.
Con respecto a los territorios ultramarinos siguió también Pedro IV una
política de tendencia centralizadora, buscando la anexión a la corona de
los reinos mediterráneos de ascendencia catalano-aragonesa. Como se re¬
cordará, por el testamento de Jaime I, en 1276 el reino insular de Mallorca
y los territorios del sur de Francia habían quedado segregados de la corona
y se habían integrado en el reino de Mallorca. Pedro IV consiguió por las
armas su reintegración (1349). En cambio fracasó en su intento de conse¬
guir el dominio efectivo de toda la isla de Cerdeña (1355), no alcanzando
en ella mas que una paz efímera perturbada por los genoveses. Logró con
todo la anexión de Sicilia. Para ello casó a su hija Constanza con Fa-
drique, rey de Sicilia (1361) como veremos en el capítulo siguiente, y
a la muerte de éste (1377) se declaró rey de la isla Pedro IV de Aragón,
impidiendo que la princesa María, hija y heredera de Fadrique, se casara.
Luego el aragonés dio el reino de Sicilia a su hijo, el infante Martín, y éste,
como vicario o lugarteniente suyo, la gobernó por espacio de quince años
(1380-1395).
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 373

Los ducados de Atenas y Neopatria, bajo el dominio del rey siciliano


hasta entonces, ofrecieron la soberanía al nuevo rey de Sicilia, Pedro IV
de Aragón (1379). Con ello Pedro IV conseguía hacer realidad en su perso¬
na el sueño ansiado por Carlos de Anjou: dominar el Mediterráneo, ha¬
ciendo que el estandarte de Aragón ondeara desde el levante peninsular a
las islas y tierras griegas. Aragón pesaba ahora en Europa más que Castilla,
con su imperio mediterráneo.
En la política interior de sus estados, Pedro IV de Aragón consiguió for¬
talecer la realeza y reducir los intereses nobiliarios. La nobleza de Aragón
había conseguido de Pedro III, como hemos visto, el Privilegio General
(1283) y de Alfonso III el de la Unión, en que quedaban confirmados sus
antiguos privilegios y exenciones, llegando a disminuir el papel del rey den¬
tro de su propia corte. Pedro IV estaba dispuesto a terminar con aquel esta¬
do de cosas. Llegaba al final de su lucha para la ocupación del reino de
Mallorca (1343) cuando declaró depuesto del cargo de gobernador general
del reino a su hermano Jaime, conde de Urgel, de quien sospechaba que
favorecía la causa del rey de Mallorca, y otorgó el cargo de gobernadora
general y heredera de la corona a su hija Constanza hasta tanto que no tu¬
viese él descendencia masculina. Una conferencia de juristas en Valencia
(1347) discutió la decisión del monarca y la aprobó, considerando que no
había razón alguna para que Aragón siguiera excluyendo a la mujer de la
sucesión al trono, como en la vecina Francia. El hecho, contrario a la tradi¬
ción del reino aragonés, fue causa de una grave agitación. Jaime, el infante
depuesto, dirigió la Unión de los nobles, a la que se adhirieron la mayor
parte de villas y ciudades de Aragón y luego de Valencia. El rey tuvo que
ceder de momento y confirmó en las Cortes de Zaragoza (1347) el Privile¬
gio de la Unión, restituyendo el cargo de gobernador general a su hermano.
Mientras tanto, en Cataluña, Pedro procuró fortalecer su posición, consi¬
guiendo nuevos partidarios, y difirió por algún tiempo el convocar Cortes.
Jaime, llamado por su hermano a Cataluña, falleció a los pocos días, al
parecer envenenado por orden real.
La lucha empezó en Aragón y Valencia a raíz de aquel crimen, que la
voz popular atribuía al rey. En Valencia, el monarca y su esposa fueron
humillados, invitándoles a participar en festejos callejeros, de forma inu¬
sual. Supo transigir y esperar hasta que en Épila (1348) sus tropas derrota¬
ron a las de la Unión mandadas por el infante Fernando. Desde entonces
se dedicó a vengar cuantas humillaciones había sufrido. En las Cortes que
reunió en Zaragoza (1348) en octubre de aquel mismo año, se declaró abo¬
lida la Unión y sus privilegios, y aunque esto no significaba el inicio de una
monarquía absoluta, la nobleza aragonesa quedaba definitivamente supe¬
ditada al rey. El Ceremonioso supo respetar la participación de sus súbdi-
MANUEL RIU RIU
374

tos en el gobierno, pero había salido triunfante de sus enemigos. Puede que
la crisis provocada por la peste negra hubiese favorecido esta política del
soberano.

La «guerra de los dos Pedros» y sus problemas

La guerra castellano-aragonesa de 1356-1369, llamada «guerra de los dos


Pedros», y protagonizada por Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla,
a la cual hemos aludido varias veces, merece mayor atención. Estuvo con¬
dicionada, en el bando aragonés, al decir de José Luis Martín, por la crisis
económica catalana, que obligó a buscar nuevas fuentes de financiación;
por el conservadurismo territorial catalán, que quiso que las cantidades re¬
caudadas se destinaran sólo a la defensa del principado, y por la impoten¬
cia del monarca ante los estamentos privilegiados para reclutar combatientes
en los señoríos o para obtener el dinero solicitado de las Cortes mientras
no atendiera los agravios o greuges.
Las primeras medidas reales tendieron a la confiscación y venta en pú¬
blica subasta de los bienes de todos los súbditos de la corona de Castilla
existentes en Cataluña, Mallorca, Valencia y Cerdeña, y a ingresar su im¬
porte en la tesorería real. Pedro el Ceremonioso justifica la medida dicien¬
do, en su Crónica, que Pedro el Cruel había hecho lo mismo en Castilla.
Mediante acuerdos con ciudades y villas se obtuvieron las primeras ayudas
particulares, se obligó a los nobles dueños de tierras afectadas a contribuir
a su defensa y lo mismo se hizo a los habitantes de estos lugares atacados
en Aragón y en Valencia. En febrero de 1357 estas medidas parecían insufi¬
cientes y Pedro el Ceremonioso decidió convocar Cortes en Lérida, y obtu¬
vo las primeras ayudas de los brazos real y eclesiástico, pero se le opuso
el militar dirigido por los condes de Ampurias y Urgel y por el vizconde
de Cardona, que se negaron a pagar. En Barcelona prosiguieron los deba¬
tes sin resultado, mientras las tropas castellanas seguían avanzando y do¬
minaban Tarazona y otras plazas de la frontera aragonesa, sin hallar apenas
resistencia. En mayo de 1359 el cambista barcelonés Jaume Vilar adelantó
8.000 libras al rey, cuando ya Castilla aparecía con su flota ante la ciudad
de Barcelona, y los castellanos avanzaban por tierras de Valencia...
Las Cortes, convocadas en Vilafranca del Penedés y luego en Tarrago¬
na, se reunían en octubre en Cervera, y el rey, tras medio año de debates,
conseguía obtener un fogaje, equivalente a medio florín por fuego u hogar.
Un crédito de 72.000 libras, votado por el estamento real, permitiría pagar
900 hombres de a caballo durante ocho meses. Estas ayudas permitieron
organizar diversas campañas que culminarían en la paz de Deza-Terrer, con
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 375

la cual fueron licenciadas la mayor parte de las tropas aragonesas. Es preci¬


so recordar que en estas luchas por cada tres combatientes del bando ara¬
gonés guerreaban siete en el castellano. La superioridad numérica de este
último fue siempre manifiesta.
No obstante la paz, Pedro el Cruel se preparó para una nueva ofensiva
que inició en 1362 obligando a Pedro el Ceremonioso a convocar nuevas
Cortes en Monzón y solicitar nuevas ayudas. Se armó, en 1364, una flota
compuesta por seis galeras. La tripulación de una galera, armada en Torto-
sa, sabemos que se componía de 8 proers, 4 cruellers, 6 aliers, 6 spatlers,
8 nauxers, 74 remeros y 30 ballesteros. En total, 136 personas. Fue muy
difícil, ni siquiera con el pago de sueldos por adelantado, el reclutar a todas
las tripulaciones, y no sabemos si se logró, puesto que en febrero de 1364
la flota catalana no pudo combatir a cuatro galeras castellanas que, en aguas
de Valencia, asediaban esta ciudad. Las Cortes de Barcelona de 1364, ante
la insistencia de la reina, consintieron en que se destinara parte de la ayuda
de 120.000 libras barcelonesas las tropas de Enrique de Trastámara.
En Cataluña el sistema de cobrar 20 sueldos por cada hogar, estableci¬
do en las Cortes de Cervera de 1359, se estimó insuficiente y en las Cortes
de Tortosa de 1365, atendiendo que el patrimonio real, endeudado, no po¬
día sostener la guerra con Castilla, se decidió conceder al monarca un sub¬
sidio anual de 325.000 libras, durante sólo un bienio, para pagar 1.500
hombres de a caballo y construir naves. No obstante, reunir esta cifra no
resultaba fácil: deberían obtenerse seis lotes, de 50.000 libras cada uno: del
fogaje, de la venta de censales muertos y violarios, de la ceca de Perpiñán,
de impuestos sobre la harina y el pan, y otros artículos —recargos del 5 al
15 por 100 sobre los paños importados y del 6,25 por 100 sobre los elabora¬
dos en el Principado; recargos sobre las pieles del 7 al 5 por 100, el azafrán
(10 por 100), aceite, grana (5 por 100), miel (7,5 por 100), vino (10 por 100),
alquitrán (15 por 100), caballos (50 por 100), otros animales (25 por 100)
y otros muchos productos—. La relación pormenorizada de todos estos ex¬
tremos permite conocer la situación de las aduanas y las características y
productos del comercio catalán en estos momentos. Y las 25.000 libras res¬
tantes deberían obtenerse de las salinas y la sal elaborada en ellas. Fue pre¬
ciso, durante dos años, nacionalizar las salinas, que quedaron controladas
por la Diputación del General o Generalitat, fijándose el impuesto de 10 suel¬
dos barceloneses por cada quartera de sal, cuando se destinara al con¬
sumo interior, y solo de cuatro sueldos por cuartera si se destinaba a la ex¬
portación, salvo si era para Mallorca o Menorca, en cuyo caso debería
pagarse los 10 sueldos. Como vemos por estas breves anotaciones, sostener
una guerra era complicado, empobrecedor y, a la postre, obligaba al rey
a enfrentarse con sus propios súbditos.
376 MANUEL RIU RIU

Juan I y Martín el Humano

Bernardo de Cabrera, consejero del rey Pedro IV, fue encargado por
éste de la educación de su hijo y sucesor Juan I, «el amador de toda gentile¬
za» (1387-1395). Durante su corto reinado este monarca, aficionado a la
música, la poesía y la caza, se ocupó poco del gobierno de sus estados. En
su tiempo se produjo el Cisma de Occidente y optó por reconocer a los pon¬
tífices de Aviñón, dado que Pedro de Luna (Benedicto XIII) era aragonés.
La reina Violante gobernó por él, en tanto que Carroza de Vilaragut le em¬
belesaba. En una cacería perdió la vida (de ahí el sobrenombre de «el caza¬
dor» con que se le conoce también), y entró a reinar su hermano Martín I
el Humano (1395-1410), que ocupaba el cargo, en aquellos momentos, de
lugarteniente real en Sicilia. Dejó el nuevo monarca encargado del reino de
Sicilia a su hijo Martín el Joven, y partió para sus estados peninsulares. Mar¬
tín el Joven luchó en Cerdeña contra los genoveses y los sardos sublevados,
y les causó una grave derrota (1409). Los genoveses tuvieron que evacuar
la isla, pero Martín falleció poco después y, puesto que no tenía descenden¬
cia, el reino de Sicilia recayó en su padre, monarca entonces ya de Aragón,
quien cedió a Blanca, la viuda de su hijo, la lugartenencia del reino. Al mo¬
rir su único hijo, casó Martín I el Humano con Margarita de Prades (1409),
de la cual no tuvo la sucesión que esperaba. Al fallecer el rey de Aragón
quedaba latente el problema sucesorio en la corona, puesto que él, cuando
hallándose moribundo le visitaron los procuradores de las Cortes que se es¬
taban celebrando en Barcelona, para conocer su decisión, se limitó a expre¬
sar su voluntad diciendo que deseaba que le sucediese en sus estados quien
tuviese mayor derecho a ello.

El interregno y el Compromiso de Caspe

Una diputación de doce miembros asumió la dirección de los asuntos


políticos en Cataluña. El Parlamento catalán y Benedicto XIII procuraron,
a su vez, la reunión de los Parlamentos de Aragón y de Valencia. Se pensó
reunir un Parlamento general de todos los Estados para elegir el legítimo
sucesor del rey, pero no hubo posibilidades de avenencia. Al cabo de un
año se reunieron representantes de Aragón, Cataluña y Valencia en Calata-
yud (1411), pero la diversidad de criterios y el asesinato del presidente de
la comisión, el arzobispo de Zaragoza García Fernández de Heredia, hizo
infructuosos todos los esfuerzos.
Se presentaban varios pretendientes a la corona de Aragón: 1) Fernan¬
do el de Antequera, hijo de la hermana mayor del difunto rey, Leonor, que
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 377

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MANUEL RIU RIU
378

se hallaba apoyada por Castilla, por Benedicto XIII y por el clero, así como
por numerosos partidarios aragoneses. 2) Jaime, conde de Urgel e hijo de
un primo del difunto monarca, que se tituló de inmediato gobernador ge¬
neral, como heredero, y reunió un ejército en Cataluña, donde radicaba el
núcleo mayor de sus partidarios. 3) Alfonso, duque de Gandía, que falleció
antes del Compromiso, recogiendo los derechos que le daba el ser primo
segundo de Martín el Humano. 4) Luis, duque de Calabria, hijo del rey de
Nápoles y de Violante, sobrina carnal del monarca difunto. 5) Fadrique,
hijo natural de Martín el Joven, legitimado por el pontífice.
La anarquía fue evitada a pesar de no pocas turbaciones. En Alcañiz
(1412) se pensó que convenía elegir unos pocos compromisarios para que
no hubiese tanta disparidad de criterios. Benedicto XIII escribió desde Pe-
ñíscola una carta exhortando a la rápida designación de tales compromisa¬
rios y se decidió en la Concordia de Alcañiz que se elegirían nueve
compromisarios, tres por cada uno de los dos reinos y tres por el principa¬
do. Se designaron tres aragoneses: el obispo de Huesca, Domingo Ram; el
donado de Portaceli, Francisco de Aranda, y el señor de Zaydí, Berenguer
de Bardají; tres catalanes: el arzobispo de Tarragona, Pedro de Sagarríga,
el jurista Guillermo de Vallseca y el conseller de Barcelona y jurista Bernat
Gualbes; y tres valencianos: el prior de la cartuja, Bonifacio Ferrer; su her¬
mano Vicente, maestro en Sagrada Teología (más conocido hoy por San
Vicente Ferrer), y el jurista Giner Rabasa, que luego fue sustituido por Pe¬
dro Beltrán.
Reunidos en el castillo de Caspe (1412) los nueve compromisarios desig¬
nados, San Vicente Ferrer, el más destacado de los allí presentes, se declaró
favorable a Fernando de Antequera, regente entonces de Castilla. Cinco de
los compromisarios se adhirieron a esta propuesta, uno votó en blanco y
dos en contra. El fallo, leído después de un sermón del famoso teólogo y
predicador dominico, fue recibido con agrado en Aragón, aunque no tanto
en Valencia y menos en Cataluña.

Fernando de Antequera, rey de Aragón

Fernando 1 de Antequera (1412-1416), descendía de los Trastámara cas¬


tellanos por ser hijo de Juan 1 de Castilla, y por línea materna era de ascen¬
dencia aragonesa ya que su madre, Leonor, era hija de Pedro IV el
Ceremonioso. Con el nuevo monarca se introducía en Aragón una dinastía
castellana que tendería a la aproximación moral de la corona de Aragón
a la de Castilla. De este modo se preparaba la unión personal de Aragón
y Castilla que se iba a producir dos generaciones después.
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 379

A pesar de la política de atracción que siguió el nuevo soberano arago¬


nés halló alguna dificultad en ser plenamente reconocido. El conde de Ur-
gel, despechado, inició la guerra civil con el apoyo de tropas inglesas,
gasconas y navarras. Logró vencerle Fernando I, con sus huestes de caste¬
llanos y aragoneses, en Alcolea de Cinca y le obligó después a rendirse en
Balaguer (1413), la mejor pertrechada de sus fortalezas, donde se había re¬
fugiado. El rey condujo al conde prisionero al castillo vallisoletano de Urue-
ña, para alejarlo de Cataluña, y luego fue trasladado al castillo de Játiva,
donde murió (1432).
Fernando I, educado en Castilla, chocó con las costumbres de los reinos
de la corona de Aragón y principalmente con las del principado de Catalu¬
ña. En las Cortes de Montblanc, Juan Fivaller se presentó como defensor
de los fueros del principado, llegando a desafiar al rey, que supo perdonar¬
lo en atención al estado de los ánimos. Continuó la política exterior de la
corona, en Cerdeña y en Sicilia, enviando a su hijo Juan a esta última isla
como lugarteniente suyo.

Alfonso V el Magnánimo

Al morir Fernando I los sicilianos pretendieron elegir rey a Juan, en tanto


que el primogénito, Alfonso V el Magnánimo (1416-1458), iniciaba su rei¬
nado en Aragón. Al poco tiempo la reina Juana de Nápoles, como vere¬
mos, pidió a Alfonso ayuda contra Luis de Anjou, adoptándole, en
recompensa, como un hijo y designándole heredero de sus estados (1420).
Aceptó la proposición el Magnánimo y acudió a Nápoles en auxilio de Jua¬
na (1421), pero no tardó la voluble reina napolitana en cambiar de parecer
y, revocando su primera decisión, prohijó a Luis de Anjou. Se halló enton¬
ces Alfonso en una situación muy apurada, pero consiguió superarla con
refuerzos sicilianos y catalanes, y designó lugarteniente de Nápoles al in¬
fante Pedro, para regresar él a España (1423). Al morir la reina Juana de¬
signó a Renato de Anjou heredero de Nápoles, sólo en parte ocupado
entonces por las tropas de Aragón. Alfonso decidióse a conquistar el reino,
que consideraba suyo, y en la corona de Aragón la idea fue muy bien acogi¬
da, puesto que representaba la continuidad de la política expansiva en Ita¬
lia. Con todo, la suerte no le acompañó en los inicios de la campaña. Una
escuadra genovesa consiguió, en la isla de Ponza, derrotar a las galeras de
Aragón, cayendo prisioneros Alfonso V y su hermano Juan, rey entonces
de Navarra (1435). Ambos fueron conducidos a Milán y quedaron bajo la
custodia del duque Felipe María Visconti, mas éste les puso en libertad (1436)
y así pudo Alfonso continuar la lucha y conseguir, después de duros com-
MANUEL RIU RIU
380

bates, apoderarse de Nápoles (1442), entrando triunfalmente en la capital


del reino, al modo de los antiguos emperadores (1443).
A partir de la conquista de Nápoles, que en el próximo capítulo vere¬
mos con más detalles, Alfonso ya no regresó a la península ibérica, convir¬
tiéndose en un monarca más italiano que hispánico, en tanto que los reinos
de la corona los gobernaban su esposa María, hermana de Juan II de Casti¬
lla, y su hermano Juan, a quien había designado gobernador general. A su
muerte, dejó Alfonso el Magnánimo el reino de Nápoles a su hijo bastardo
Fernando. Los territorios hispánicos pasaron a su hermano el infante Juan,
segundo de los hijos varones de Fernando I, que recibió también Sicilia y
Cerdeña.

Juan II, el príncipe de Viana y la sublevación catalana

Juan II (1458-1479) era rey de Navarra (desde 1425) cuando sucedió a


su hermano en los reinos de la corona de Aragón. Y se preocupó mucho
más por los asuntos de Castilla y de Aragón que por los de Navarra, desde
que a los sesenta años de edad le había correspondido esta nueva Corona.
Había casado con Blanca de Navarra (1425), hija de Carlos III el Noble
y viuda de Martín de Sicilia, y al morir su mujer (1441) dejó al hijo de am¬
bos, Carlos, príncipe de Viana, por heredero del reino navarro, suplicándole
que en vida de su padre no se coronara rey. Cinco años después, Juan II
se casó de nuevo (1445) con una castellana, Juana Enríquez (T1468), hija
del almirante de Castilla, uno de los principales enemigos de Alvaro de Luna.
El príncipe Carlos de Viana se colocó frente a su padre y del lado del valido
castellano. Y estalló la guerra civil en Navarra, donde se hallaba de lugarte¬
niente del rey el príncipe de Viana, por la disposición testamentaria de su
madre Blanca. En el encuentro de Aibar (1451) fue vencido el príncipe y
quedó prisionero, recobrando más tarde la libertad (1453). Volvió entonces
a la lucha, al frente de los beamonteses, sus partidarios, pero los agromon-
teses o partidarios del rey, su padre, le vencieron una vez más. Juan II des¬
heredó entonces a su hijo Carlos y a Blanca, hija también de su primer
matrimonio que llevaba el nombre de la madre, y cedió Navarra a Gastón,
conde de Foix, casado con Leonor, hija de su matrimonio con Juana En¬
ríquez.
El príncipe Carlos de Viana marchó a Italia y solicitó ayuda del pontífi¬
ce y de su tío Alfonso V para recuperar su reino de Navarra. Mas al morir
Alfonso, poco después, regresó Carlos a España (1458) y su padre ordenó
encarcelarle. El príncipe había logrado las simpatías de Cataluña y aquí se
exigió al nuevo rey de Aragón la libertad de Carlos. Éste fue aclamado he-
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 381

redero de la corona en Barcelona y la aclamación fue ratificada por Juan II


en la Concordia de Vilafranca (1461) otorgándole, como lugarteniente del
rey, el gobierno del principado al cual debía su rehabilitación. Sin embar¬
go, la muerte prematura, y extraña, de Carlos motivaría, aquel mismo año
de la Concordia, que Cataluña se alzara en armas contra Juan II. Éste ame¬
nazó con invadir el principado con tropas aragonesas, castellanas y france¬
sas. La Diputación de Cataluña declaró enemigos a sus reyes (1462) y solicitó
nuevo soberano, ofreciendo la corona a Luis XI de Francia, que no la acep¬
tó, y a Enrique IV de Castilla que, aunque no la rechazó, rompió muy pronto
con Cataluña. Fue invitado entonces a aceptarla Pedro, condestable de Por¬
tugal, que en Barcelona (1464) se declaró rey de Aragón y Sicilia. Juan II,
con tropas adictas, tomó Lérida y muy pronto un ejército al mando del in¬
fante Fernando de Aragón, el futuro Rey Católico, derrotaba a Pedro de
Portugal en Calaf (1465), muriendo éste poco después.
Fue elegido para sustituirle Renato de Anjou, que obtuvo algunos éxi¬
tos pero murió envenenado (1470). Juan II, viudo, viejo y achacoso, acor¬
dó una transacción con Cataluña (1472), otorgando el perdón a sus vasallos
y éstos renovaron su fidelidad al rey. Cataluña quedaba de nuevo unida a
la corona de Aragón y se intentó entonces recuperar los territorios del Ro-
sellón y la Cerdaña que Juan II había cedido al monarca francés para el
pago de los 30.000 escudos de oro, precio en que cifraba Luis XI su ayuda
al aragonés. Al morir el rey no había concluido todavía esta lucha (19 de
enero de 1479). Cuatro años antes su hijo, el infante Fernando, y la mujer
de éste, Isabel de Castilla, habían sido proclamados reyes de la Corona de
Castilla. Al ser proclamado ahora rey de Aragón Fernando, ambos reinos
se unían en sus personas y se iniciaba un nuevo período de la Historia de
España. Al empezar su reinado Fernando II, Cataluña se hallaba ya moral¬
mente preparada para constituir parte integrante de la nueva España.

Navarra, separada de la órbita hispánica

La Casa de Champaña en Navarra

Al morir el rey de Navarra Sancho VII el Fuerte (1234), le sucedió Teo-


baldo I, un hijo de su hermana Blanca, casada con Teobaldo IV de Cham¬
paña. Con Teobaldo I (1234-1253) entraba a reinar en Navarra la Casa de
Champaña y este reino se apartó de la órbita hispánica para intervenir en
el concierto político de Francia. Lejos de interesarse por los problemas pe¬
ninsulares, Teobaldo I, y luego su hijo Teobaldo II (1253-1270) prefirieron
cooperar con Francia, a la que se sentían más unidos, en las cruzadas de
MANUEL RIU RIU
382

Oriente. Enrique I (1270-1274) al morir, después de un breve reinado, dejó


el reino de Navarra a su hija Juana I (1274-1307) poniéndola bajo la pro¬
tección del monarca francés Felipe III que la casó con su hijo y sucesor Fe¬
lipe IV. Al morir su reina, los navarros solicitaron del rey consorte y soberano
de Francia que les concediera por rey a su hijo Luis X.

La Casa de Francia

Con Luis X iniciaba su reinado en Navarra la Casa de Francia. Suce¬


sivamente, tres monarcas franceses fueron asimismo reyes de Navarra:
Luis X (1307-1316), Felipe V (1316-1322) y Carlos IV (1322-1327). Al mo¬
rir el último sin sucesión directa en 1327, la corona de Francia recayó en
Felipe VI de Valois, pero los navarros no aceptaron el cambio de dinastía,
y habiendo reunido Cortes en Pamplona, solicitaron por reina a una hija
del difunto Luis X, Juana II (1328-1349), casada con Felipe, conde de
Evreux. Mientras tanto, en el interregno, las sublevaciones fueron constantes
y las matanzas de judíos ensangrentaron también el país.

La Casa de Evreux

Coronados reyes de Navarra el 5 de marzo de 1329, Juana II y Felipe,


con ellos entraba a reinar en Navarra la tercera dinastía extranjera: la Casa
de Evreux. Con la ayuda de Aragón los nuevos reyes se enfrentaron a Cas¬
tilla y la segunda hija de Juana y Felipe de Evreux, María, casó en 1337
con Pedro IV de Aragón. Su dote se cifraba en 60.000 sueldos «de sanche-
tes o torneses chicos». Un tornero de Pamplona les alquiló una vajilla de
madera compuesta de más de 3.000 piezas para la boda, y el rey de Navarra
envió en cofres su vajilla de plata. Felipe de Evreux, III de Navarra, inter¬
vino en los asuntos de Castilla y, hechas las paces, pereció en Jerez de la
Frontera (1343) cuando acudía a Algeciras, en ayuda de Alfonso XI, para
colaborar en la solución del dominio del Estrecho. Su viuda siguió reinan¬
do sola en Navarra hasta su muerte (1349) y heredó entonces la corona el
joven Carlos II el Malo (1349-1387) que, casado con una hija del rey de
Francia, intervino en unión de los franceses en la guerra contra Inglaterra
(la guerra de los Cien Años) y también en las guerras hispánicas, ora aliado
de Pedro I de Castilla (1362), ora de Pedro IV de Aragón (1363), y luego
otra vez con Pedro I el Cruel de Castilla y con el príncipe de Gales, para
militar finalmente al lado de Enrique de Trastámara y de Beltran du Guesclin.
Frente a esta política oscilante de su padre, que había desprestigiado a
Navarra a los ojos de los restantes reinos hispánicos, Carlos III el Noble
(1387-1425), de gran rectitud de carácter, intervino, con gran solvencia, como

«
LA POLÍTICA INTERNA DE LA CORONA DE ARAGÓN Y NAVARRA 383

LA FRONTERA DE NAVARRA EN LOS r "• Qa..


SIGLOS XIV y XV Bayona
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100.000 habitantes (inicios S. XV)
12.000 Km2

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La Guardia

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Arnedo

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—Limites a finales del s. XIII
Conquistas de 1335-1336 LTudela
# Poblaciones entregadas en
rehenes por Carlos II a Castilla
en virtud PAZ de BRIONES (1379) y Monteagudo'
c ■ .1 Territorios perdidos en 1524,
después de su anexión a Castilla
Tarazona
Cortes>
j Territorios perdidos en 1429
CCJ Menndad de Eslella atrib 1463 a Castilla, por sentencia arbitral del rey Luis XI
Limite actual entre España y Francia

mediador y árbitro en las discordias de los soberanos de su tiempo. Su cor¬


te era típicamente francesa y franceses fueron también quienes construye¬
ron su palacio real de Olite.

Blanca y Juan II de Aragón

A Carlos III le sucedió su hija Blanca (1425-1441), viuda de Martín de


Sicilia, que el mismo año contrajo matrimonio en segundas nupcias con el
infante aragonés Juan, hermano del rey Alfonso V el Magnánimo. Ambos
MANUEL RIU RIU
384

consortes gobernaron juntos hasta la muerte de Blanca que, como ya he¬


mos indicado, cedió el reino de Navarra a su hijo Carlos, príncipe de Via-
na, con la promesa de gobernarlo en calidad de lugarteniente en tanto que
viviera su padre, que más tarde fue coronado rey de Aragón. Cuando vol¬
vió a casarse, Juan II de Aragón tomó partido contra el privado Alvaro
de Luna, interviniendo en los asuntos internos de Castilla, en tanto que el
infante Carlos de Viana se inclinaba a favor del partido del privado cas¬
tellano.
Navarra se dividió entonces en dos bandos: el de los beamonteses, o par¬
tidarios del príncipe de Viana, y de los agramonteses, o partidarios del rey.
Como ya señalamos, después de la muerte de Carlos (1461) y de su her¬
mana Blanca (1464), ambos al parecer intoxicados por alguna sustancia ve¬
nenosa, recayó la corona de Navarra en Leonor, hija del segundo matrimonio
del rey Juan, soberano de Aragón, casada con el conde de Foix (1479).

La Casa de Foix

La Casa de Foix, nueva dinastía entronizada en Navarra, con Gastón,


conde de Foix, y su mujer Leonor de Aragón (1479), sólo contaría con dos
monarcas que iban a señalar el fin de la independencia de la Navarra cispi-
renaica: Francisco Febo (1479-1481) y su hermana y sucesora Catalina
(1481-1512), esposa de Juan de Albrit. La Navarra cispirenaica se incorpo¬
ró en 1512 a los destinos de España por obra de Fernando el Católico, viu¬
do de Isabel de Castilla, y esposo en segundas nupcias (desde 1505) de
Germana de Foix (TI536), sobrina del monarca francés Luis XII y herede¬
ra del trono navarro, aunque el marido tuviera que hacer valer sus derechos
por las armas y que la Navarra ultrapirenaica se perdiera para España. Con
la incorporación del reino de Navarra la aspiración hispana a la unidad se
completaba, si bien este último reino seguiría disfrutando de sus institucio¬
nes peculiares, como los restantes reinos peninsulares.
17. LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA
DE LA CORONA DE ARAGÓN

La Casa de Aragón en Italia

A mediados del siglo xm el conde de Provenza Carlos de Anjou, her¬


mano menor de Luis IX, rey de Francia, había puesto pie en el Piamonte
y, entre 1258 y 1262, obtuvo por compra o mediante negociaciones las se¬
ñorías de Cuneo, Alba, Cherasco, Savigliano y Mondovi, y fue reconocido
«alto soberano» por diversos señores, entre ellos los marqueses de Borco
y de Saluzzo, alcanzando a prolongar sus dominios de Provenza con los
de la Italia noroccidental.
Por su parte, Manfredo, que rigió el reino de las Dos Sicilias (que com¬
prendía además de la isla de Sicilia toda la mitad meridional de la península
italiana, con Nápoles) en nombre de su hermano Conrado IV y, a la muerte
de éste en 1254, en el de su sobrino Conradino (1255), al correr la voz de
que este último había fallecido en Alemania, fue coronado rey en Palermo
(1258), sin que pudiera evitarlo el papa Alejandro IV, deseoso, como su
predecesor Inocencio IV, de que el Regno del sur de Italia se mantuviera
separado del Imperio germánico y bajo su potestad directa, como reino in-
feudado a la Santa Sede. Pues el papado no podía ver con buenos ojos el
predominio de los Hohenstaufen alrededor de los dominios pontificios. Man¬
fredo se convirtió entonces en el soporte de la facción gibelina o pro impe¬
rialista, en toda Italia, enfrentándose a los güelfos, o partidarios del papa,
y contribuyendo a la victoria de Monteapesto (1260). Muy pronto la actúa-
MANUEL RIU RIU
386

ción pro gibelina de Manfredo en la Italia central le llevó a intervenir en


el ducado de Espoleto, en la marca de Ancona y en la Romaña. El choque
entre Carlos de Anjou y Manfredo se hizo inevitable cuando subió al solio
pontificio un papa francés. Urbano IV, en 1261, y éste invitó a Carlos de
Anjou a conquistar el reino de las Dos Sicilias, con el fin de librarse del
poder gibelino representado por el rey Manfredo. Luis IX el Santo deseaba
una reconciliación del pontífice con Manfredo, pero su mediación no fue
suficiente para lograrla. Todavía Jaime I de Aragón, cuyo hijo el infante
Pedro casó en 1262 con Constanza, hija y heredera de Manfredo, interce¬
dió cerca del papa para que Manfredo fuera reconocido por éste como rey
de Sicilia. Se iniciaron negociaciones: Manfredo ofrecía a la Santa Sede
300.000 onzas de oro a cambio de ser coronado por el papa y un tributo
anual, en concepto de vasallaje al papado, de 10.000 onzas. Urbano IV no
aceptó, y entró en tratos con Carlos de Anjou ofreciéndole la infeudación
del reino de las Dos Sicilias para él y sus descendientes en línea directa, de
forma que dicho reino, que comprendía los territorios de ambas orillas del
estrecho de Mesina, fuera indivisible (1263) y heredable mediante el pago
anual a la Santa Sede de 10.000 onzas de oro, la misma cantidad que había
ofrecido Manfredo, y la entrega de una yegua blanca, cada tres años, en
homenaje simbólico. Carlos de Anjou se comprometía a respetar todos los
derechos y posesiones de la Iglesia, a no aspirar al dominio de ninguna otra
parte de Italia, y a tener dispuestos 300 caballeros con su equipo de guerra
para combatir en las huestes del papa en cuanto éste los solicitara. El papa
podría deponerle en caso de transgresión o incumplimiento de sus obliga¬
ciones y, en este caso, todos los nobles del Regno quedarían desligados del
vínculo feudal que les unía a Carlos. Con ello el pontífice tendía a garanti¬
zar la soberanía de la Iglesia sobre el Regno de las Dos Sicilias, Sicilia y
Nápoles.
Aunque Carlos de Anjou, a pesar del tratado, empezó a concertar alian¬
zas políticas en el centro de Italia, el papa no pudo hacer nada ya para im¬
pedírselo. Murió en 1264 y le sucedió Clemente IV, quien confirmó los
tratados con Carlos. Éste pasó a la acción, entró en Roma (1265) y fue in¬
vestido del Regno, siendo coronado en San Pedro en 1266. El encuentro
con las tropas de Manfredo tuvo lugar poco después en Benevento (1266),
donde si bien los arqueros sarracenos de Manfredo asaetaron a la caballe¬
ría francesa, en el choque del grueso de los dos ejércitos pereció Manfredo,
quedando Carlos dueño de la situación.
Los gibelinos llamaron entonces en su ayuda al último vástago de los
Hohenstaufen, el joven Conradino, que no había muerto como se creyó al¬
gún tiempo, y éste acudió a Italia y se aprestó a combatir las huestes de
los güelfos. Carlos de Anjou se había convertido, mientras tanto, en el ár-
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 387

LA CASA DE ARAGON EN SICILIA

Manfredo = Beatriz de Saboya


(1258-1266)

Rey de Aragón = Constanza


©Pedro III de Aragón (1282-1302)
(1276-1285)
(P.l de Sicilia, 1282)
(1282-1285)

Alfonso ©Jaime I de Sicilia ©Federico II (o III) = Leonor de Anjou


(m. 1291) (1285-1291) desde 1291 admor. de Sicilia
Rey de Aragón (desde 1291 Rey de desde 1296 Rey de Sicilia
Aragón, Jaime II) (1291-1337)

Alfonso (IV) ©Pedro II = Isabel de Carintia


(1337-1342)

Leonor de (3) Pedro (IV)


©Luis Pedro IV
Sicilia de Aragón
(1342-1355)
(m. 1375)

María de

©Martin el Viejo
I
©Federico III (o IV) el Simple = Constanza
Luna Rey de Sicilia (1355-1377) (1360) (m. 1361)
(m. 1406) (1409-1410)

-|_ ©Martin I el Joven = María de Sicilia


(m. 1409) (1389) (n. 1361)
(nieto de Pedro IV)
(Rey desde 1392 en Sicilia)
(nombra heredero a su padre)

bitro de Italia. Con la llegada de Conradino, los gibelinos de Verona, Pisa


y Roma creyeron llegado el momento de la revancha. El ejército de Conra¬
dino trabó combate con el de Carlos en Sgurgola, cerca de Tagliacozzo (los
Abruzzos), en 1268, y si bien el primero llevaba ventaja en la lucha, una
carga inesperada de la caballería feudal angevina dispersó sus huestes, vién¬
dose obligado a huir. El desastre, mayor que el de Benevento, concluyó con
la prisión y condena a muerte de Conradino y de otros altos jefes gibelinos.
Carlos de Anjou se erigía en dueño de la situación.
Pero su ambición desmedida iba a enajenarle el afecto de sus súbditos
sicilianos que añorarían, en los años siguientes, el buen gobierno de las di¬
nastías normanda y Hohenstaufen. Cuando Carlos intentó interferir en la
política del oriente del Mediterráneo, buscando para ello el apoyo del papa
Martín IV, de origen francés, quien excomulgaba al emperador de Bizan-
cio, Miguel VIII Paleólogo, con el pretexto de que no trabajaba suficiente¬
mente en pro de la unión de la Iglesia griega a Roma, se encontró con que
la mediación de Génova, rival de Venecia, favoreció la concordia firmada
MANUEL RIU RIU
388

entre el emperador Miguel VIII y Pedro III de Aragón gracias a la actua¬


ción del embajador aragonés Juan de Prócida y del genovés Benedetto Zac¬
earía. Un nuevo poder, el de la Casa de Aragón, estaba pronto para intervenir
en el Mediterráneo, considerándose heredero de los derechos de los Hohens-
taufen. Con él la facción gibelina volvía a cobrar nuevos bríos en Italia y
su oposición a los Anjou haría que el intento de hegemonía angevina en
el Mediterráneo no alcanzara a prosperar.

La intervención catalano-aragonesa en Sicilia

La corona de Aragón había iniciado su política mediterránea, por obra


de Jaime I, con las conquistas de las islas Baleares (1229-1235) y del reino
de Valencia (1232-1245) cuya plataforma marítima conviene recordar. Y aun¬
que Jaime I repartió sus dominios entre sus hijos, el mayor, Pedro III, he¬
redó con Aragón, Cataluña y Valencia la continuidad de la política paterna.
Pedro III (1276-1285) estaba casado, según dijimos, con Constanza de
Suabia o de Hohenstaufen, hija de Manfredo. Al morir éste y Conradino,
quedaba Constanza como única heredera de sus derechos y su marido Pe¬
dro como valedor de los mismos y esperanza de los gibelinos sicilianos. Hu¬
yendo del dominio angevino de Carlos, varios nobles gibelinos, como Juan
de Prócida y Roger de Lauria, buscaron refugio junto al monarca arago¬
nés. Una leyenda aseguraba que Juan de Prócida recogió un guante que ha¬
bía arrojado Conradino al ser ejecutado, y que lo presentó a Pedro III
solicitando venganza. Otra leyenda, de la cual también era protagonista Juan
de Prócida, aseguraba que el deseo de venganza contra Carlos de Anjou
era debido a que una hija del noble siciliano fue forzada por un magnate
angevino, y cuando aquél acudió a Carlos en solicitud de que hiciera justi¬
cia, no fue atendido por el soberano. Varias crónicas conservan los textos
de ciertas cartas cruzadas entre Pedro III y Carlos de Anjou, en 1282, en
las cuales el primero explica que cuando se preparaba para combatir a los
enemigos de la fe y envió legados al papa para anunciarle la expedición que
iba a dirigir al norte de África, estos legados oyeron las súplicas de los sici¬
lianos pidiendo al rey que interviniera en su ayuda y que él se decidió a ha¬
cerlo, para defender los derechos de su esposa e hijos, puesto que los
angevinos injuriaban a los sicilianos tratándoles con manifiesto desprecio.
La supuesta respuesta de Carlos, altanera y despreciativa para las tropas
y la persona del rey de Aragón, tendría una réplica todavía más mordaz
de este último, recordándole que unos pocos soldados ibéricos eran capaces
de vencer a las tropas gálicas que solían huir con frecuencia ante la sola
presencia de los sarracenos.
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 389

Aunque las leyendas sean falsas y posiblemente las cartas jamás llega¬
ron a su supuesto destino, es cierto, sin embargo, que Pedro I de Sicilia, II
de Cataluña y III de Aragón se relacionó con los gibelinos italianos, en
particular con el marqués de Montferrato, con Francisco de Troisio, po-
destá de Siena, con Guido de Montefeltro y con el conde Guido Novello
de Toscana, antes de decidirse a realizar una intervención directa en Italia.
Así pudo comprobar, por medio de una amplia red de informadores, que
el pueblo siciliano se hallaba descontento del gobierno angevino. El des¬
contento se centraba principalmente en la isla de Sicilia, que había visto per¬
der buena parte de su antigua pujanza dentro del reino doble siciliano, con
el crecimiento experimentado por Nápoles, centro del poder de los Anjou.
Diversas ciudades, como Palermo, la capital tradicional, se sentían poster¬
gadas, y el descontento por el comportamiento de los varios señores feuda¬
les franceses introducidos en la isla, y por el rígido sistema tributario a que
obligaban las continuas campañas de Carlos en Italia, aumentó ahora con
la guerra de intervención en el Oriente bizantino. A todos estos motivos de
descontento popular se unía el modo licencioso con que las tropas france¬
sas trataban a las mujeres sicilianas. Uno de los incidentes producidos por
esta causa motivaría el inicio de la rebelión en Palermo contra los soldados
angevinos, y proporcionaría a Pedro la oportunidad para su intervención
armada en la isla. Las cartas, de haber sido auténticas, habrían hecho el
papel de folletos propagandísticos en favor de la intervención armada de
la Casa de Aragón.
Un soldado provenzal, junto a la iglesia del Santo Espíritu de Palermo,
se insolentó con una joven casada siciliana y el marido de ésta le dio muer¬
te. A raíz de este hecho se inició un tumulto popular que, al grito de «mue¬
ran los franceses», se difundió por la ciudad en las llamadas «Vísperas
Sicilianas» (31 de marzo de 1282) costando la vida a unos 10.000 franceses.
Pronto las restantes ciudades isleñas se unieron al motín, propugnando la
independencia de Sicilia. Carlos I de Anjou, desde Nápoles, convertida por
obra suya en capital del reino de las Dos Sicilias, preparó la represión ini¬
ciándola con el asedio de Mesina. La animadversión contra los Anjou, mien¬
tras tanto, se manifestaba en otras ciudades de Italia.
El momento era propicio, pues, y Pedro III, que había preparado con
gran sigilo una potente armada, partió del puerto de Tortosa (abril de 1282)
anunciando su propósito de realizar un ataque contra los musulmanes y de¬
sembarcó en el territorio tunecino de la región de Constantina (Alcoyll, ju¬
nio de 1282). Mientras tanto, el Parlamento de la isla de Sicilia, reunido
en la iglesia de la Martorana, decidió ofrecer a Pedro la corona si se com¬
prometía a observar las leyes, costumbres y privilegios del tiempo de Gui¬
llermo el Bueno, rey de la dinastía normanda de grato recuerdo en la isla,
MANUEL RIU RIU
390

y a defender la isla de Sicilia con sus tropas, y le envió una embajada en


dicho sentido. Pedro aceptó la oferta y, embarcando rápidamente, dirigió
la escuadra hacia la isla y arribó al poco a Trapani, siendo coronado rey
de Sicilia el 30 de agosto de 1282. Pocos días después hacía su entrada triunfal
en Palermo (4 de septiembre), asumía los títulos de «rey de Aragón y Sicilia
por la gracia de Dios» y se aprestaba a liberar la isla de las tropas de
Carlos de Anjou, partiendo hacia Mesina. La pérdida de treinta galeras
obligaba a Carlos a levantar el asedio de la ciudad y huir. La flota ca¬
talana, al mando de Roger de Lauria, había logrado su primer triunfo.
Carlos se refugió en Nápoles y el papa Martín IV excomulgó al monarca
aragonés y a los isleños, anunciando la organización de una cruzada con¬
tra ellos.
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 391

Pero el dominio de Pedro en la isla quedaba muy pronto asegurado por¬


que hallaba decidido apoyo en la mayoría de los sicilianos. Prosiguiendo
las operaciones militares en las costas meridionales de la península italiana,
se consiguió la rendición de Reggio (1283). Tuvo luego en Mesina un Parla¬
mento, para dejar como regente a su esposa Constanza, llegada a la isla
con su hijo segundogénito Jaime, que debía ser quien heredara el reino de
Sicilia a su muerte para que éste conservara la independencia deseada, y
después de luchar en Calabria partió para Burdeos, disfrazado, a celebrar
un curioso desafío con Carlos de Anjou. Exactamente se ignora lo que ocu¬
rriría en Burdeos, puesto que las fuentes se hallan desacordes acerca de si
fue Carlos o fue Pedro el que dejó de acudir a la cita, pero el desafío no
tuvo lugar. El papa Martín IV excomulgó de nuevo (21 de marzo de 1283)
a Pedro y declaró que incluso había perdido sus derechos a los reinos de
España, confiriéndolos a Carlos de Valois, hijo segundogénito de Felipe III
el Atrevido, rey de Francia.
Roger de Lauria, almirante de la flota mixta catalano-siciliana, derrota¬
ba a la angevina junto a Malta primero (isla ocupada por los catalanes en
junio de 1283) y frente a Nápoles después, cayendo en la refriega prisionero
incluso el hijo y heredero de Carlos I de Anjou, llamado Carlos como su
padre y titulado príncipe de Salerno (1284). Y las tropas francesas que ha¬
bían pasado los Pirineos para hacer efectivos los supuestos derechos del prín¬
cipe francés, fueron derrotadas por el rey Pedro a quien no faltaría tampoco
la ayuda de la armada dirigida por Roger de Lauria. La población napoli¬
tana estaba reaccionando en favor de los aragoneses. Se hacía preciso, pues,
para Carlos I de Anjou el conseguir un triunfo militar que le permitiera re¬
cuperar su prestigio, y se dispuso, en efecto, a dar el golpe decisivo, prepa¬
rando un gran ejército y una poderosa flota de 110 galeras, con los cuales
asedió la ciudad de Reggio, pero la población resistió bien los embates y
Carlos tuvo que regresar a Nápoles sin haber conseguido sus objetivos. Poco
después, la muerte de Carlos I (1285) paralizó la lucha, ya que su heredero,
Carlos II el Cojo (1285-1309), se hallaba prisionero de Pedro III de Ara¬
gón, como ya hemos indicado. En estas circunstancias obtuvo el vicariato
del reino angevino Roberto, conde de Artois y hermano del rey de Francia,
y éste de momento se mantuvo a la expectativa.
Esto favorecía los designios de Pedro III que, en los dos últimos años
había tenido que enfrentarse con graves problemas internos. En el reino de
Aragón, los nobles se habían unido (formando la Unión) contra el rey, can¬
sados de soportar una lucha lejana que les implicaba la enemistad de Fran¬
cia y de la Iglesia, y la aplicación de nuevos impuestos, como el bovaje,
de mayor tradición en Cataluña, verdadero soporte y acicate de las empre¬
sas reales en Italia. Pedro se vio obligado a otorgar el Privilegio General
MANUEL RIU R1U
392

(Zaragoza, octubre de 1283) confirmándoles los antiguos privilegios y otor¬


gándoles nuevas concesiones en los dos años siguientes, que beneficiarían
también a Cataluña (como el Recognoverunt proceres).
Así las cosas supo aprovecharse de la situación el rey de Francia, Feli¬
pe III el Atrevido, a quien Carlos de Anjou y el papa Martín IV habían
conseguido ganar para la causa angevina, y el ejército real francés pasó los
Pirineos, en connivencia con Jaime II de Mallorca que, no obstante ser her¬
mano de Pedro III el Grande, le franqueó el paso por sus dominios del me¬
diodía francés, llegando hasta Gerona y asediando esta ciudad que intentó
en vano resistir el cerco, pero fue tomada por los franceses (julio de 1285).
La llegada, al poco tiempo, de Roger de Lauria que acudía a reforzar la
escuadra de Ramón Marquet y Berenguer Mallol que combatía a la armada
francesa, la derrota de ésta junto a Les Formigues, y el hostigamiento que
sufrían las tropas de tierra, hizo temer a éstas el ser copadas, y emprendie¬
ron la retirada, muriendo muchos de la peste que se había declarado en el
ejército francés (según la tradición, transmitida por las moscas salidas del
profanado sepulcro de San Narciso, patrono de la ciudad de Gerona) y el
propio rey Felipe III fue una de las víctimas, muriendo en Perpiñán. Poco
después de la muerte de Carlos I de Anjou aquel mismo 1285, murió asi¬
mismo Martín IV, y antes de finalizar el año (noviembre de 1285) falleció
también Pedro III, declarando que devolvía al papa el reino de Sicilia. To¬
dos los protagonistas principales del conflicto desaparecieron, pues, en 1285,
pero no terminó éste con aquéllos.
De haberse cumplido la última voluntad de Pedro el Grande, su obra
hubiese quedado sin terminar. Aunque las pretensiones angevinas habían
quedado deshechas, era preciso proseguir todavía la labor comenzada, si
se quería que se consolidara el nuevo poder que sustituía al de los Anjou
en el Mediterráneo central. A la conquista de la isla de Sicilia le había se¬
guido la de Malta, como hemos dicho, y la de las islas de Gerba (en octubre
de 1284) y de Gozzo, que permitirían completar el control por los catalano-
aragoneses de las rutas del Mediterráneo central. Los hijos de Pedro III no
respetaron el postrer deseo paterno y Alfonso III, el primogénito, fue coro¬
nado rey de Aragón, en tanto que el segundo, Jaime, tal como deseaban
los sicilianos, se convirtió en rey de Sicilia (1286) y fue coronado en Paler-
mo. Honorio IV, el nuevo pontífice, le excomulgó y liberó a los sicilianos
del juramento que le habían prestado. La lucha con los Anjou de Nápoles
iba a continuar. Roger de Lauria consiguió un triunfo más, frente a Nápo¬
les, apresando a 44 naves angevinas. Los Anjou, a partir de entonces per¬
dieron toda iniciativa, limitándose a tratar de la libertad de Carlos II el Cojo,
que seguía prisionero de los sicilianos. Conseguida la libertad mediante el
pago de un rescate y diversas promesas que luego no cumplió (1287), Car-
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 393

los II el Cojo pudo regresar a Nápoles y se llegó con Jaime a una tregua
de dos años (1289), después de nuevas luchas.
Pero, al final de su breve reinado, Alfonso III de Aragón se comprome¬
tió, por el tratado de Tarascón (1291), refrendado por un codicilo unido
a su testamento, en obligar a su hermano, Jaime de Sicilia (1285-1291) a
devolver la isla al pontífice. Con tal decisión parecía que iba a terminar,
una vez más, el poderío de la Casa de Aragón en Italia. Pero al tratado
y al codicilo se prefirió a la larga el testamento hecho por Alfonso en 1287
en el cual legaba los estados de la corona de Aragón a su hermano Jaime II,
rey de Sicilia hasta entonces, y el reino de Sicilia a su hermano menor Fede¬
rico o Fadrique (III). Jaime II, a la muerte de Alfonso en 1291, sólo acató
en parte lo estipulado por su hermano. Invistió a Fadrique con la dignidad
de lugarteniente general de Sicilia en las Cortes de Mesina, y se dirigió a
sus estados hispanos declarando, al llegar a Barcelona, que los recibía en
virtud del testamento de su padre, en vez de otorgar valor al de su herma¬
no, y que permanecerían unidos bajo su cetro todos los reinos de la corona.
Pensando Jaime II (1291-1327) en conservar el dominio sobre Sicilia,
celebró con los Anjou unos preliminares de paz en Pontoise y Tarazona
(1293) por los que, mediante el pago de un censo doble a Roma, debía con¬
servar el reino de Sicilia de por vida, revirtiendo a la Santa Sede a su muer¬
te. Fadrique obtendría en cambio Cerdeña como feudo de la Iglesia y ayuda
para su conquista. Luego, en la reunión de La Junquera (1293), Jaime II
prometió dejar Sicilia a la Iglesia y así lo hizo en el tratado de Anagni en
1295. De hecho, las circunstancias parecían favorables a este cambio de ac¬
titud que comportaba para Jaime la amistad con Carlos II de Anjou y con
el papa Bonifacio VIII. El tratado contenía cláusulas secretas, para evitar
la reacción de Génova y Pisa, en las cuales se concedía a la corona de Ara¬
gón el reino de Córcega y Cerdeña, que ésta debería conquistar. El arago¬
nés casaba con la hija de Carlos II de Anjou, Blanca, y el papa Bonifacio
se obligaba a reconocer la independencia de Sicilia y su nueva monarquía.
Fadrique (III), el hijo menor de Pedro II, que había sido administrador
de Sicilia (1291-1295), fue designado por los sicilianos «señor de Sicilia»
en Catania (1295) y el 30 de marzo de 1296 fue coronado rey en Palermo,
dispuesto a continuar la política gibelina de su padre y a no consentir la
injerencia del papado ni de los Anjou en la isla de Sicilia donde, una vez
más, se respiraban aires de independencia. Fadrique contaría con la ayuda
inestimable de Roger de Lauria. Su hermano, Jaime II de Aragón, unido
a la facción güelfa ahora, se obligaba, por lo menos oficialmente, a colabo¬
rar en la expulsión de Fadrique. Los Anjou, entronizados en Nápoles, se¬
guían titulándose reyes de la isla y no desistían en sus deseos de recuperarla.
Dispuesto en un primer momento a cumplir su promesa, Jaime II hubo
MANUEL R1U RIU
394

de presentarse en Roma (1298) con una escuadra, al mando de Roger de


Lauria (temporalmente enemistado con Fadrique, por lo menos aparente¬
mente), y tras recibir el estandarte pontificio y los refuerzos de los Anjou
de Nápoles, marchó contra Sicilia, asediando Siracusa sin consecuencias,
por haber vencido los sicilianos a la flota aragonesa de Roger de Lauria.
Debajo de la letra de los textos parece advertirse algo sospechoso, como
una maniobra para contentar a los Anjou y acaso también a los güelfos.
El año siguiente (1299) Jaime volvió a la lucha, aunque con poco interés,
y su escuadra venció a la de Fadrique en cabo Orlando. Aunque pudo apre¬
sar entonces a su hermano menor y concluir el litigio siciliano, Jaime II no
quiso proseguir ya la contienda contra sus antiguos súbditos y contra Fa¬
drique y, después de un cordial intercambio de prisioneros, regresó a Cata¬
luña y dejó la isla a su suerte. Bonifacio VIII le reprochó el abandono y,
ante la negativa del soberano aragonés a continuar la campaña, alegando
que consideraba que ya había hecho bastante para cumplir sus compromi¬
sos, el papa buscó el apoyo de Carlos de Valois o Carlos Sin Tierra, herma¬
no del rey de Francia Felipe IV el Hermoso.
Carlos de Valois y Roberto de Calabria acudieron en efecto a conquis¬
tar la isla para el papa, pero Fadrique supo desgastar sus huestes en una
prolongada guerra de guerrillas (de la cual no estarían ausentes los almogá¬
vares) hasta que el monarca francés, a consecuencia de la derrota de Cour-
trai, solicitó que las tropas de su hermano acudieran a auxiliarle contra los
flamencos. Con el consentimiento de Roberto de Calabria y del rey Fadri¬
que III se firmó entonces la paz en Caltabellota (1302).
En virtud de esta paz, Fadrique III, con el título de rey de Trinacria (nom¬
bre dado ya de tiempo al reino de Sicilia, desde que se había producido la
escisión con el territorio peninsular), quedaba en posesión de Sicilia, de¬
biendo ésta pasar a los Anjou cuando él muriera. Se concertaba el matri¬
monio de Fadrique III con Leonor, hija de Carlos II de Nápoles (TI309,
el Cojo), designándose los reinos de Cerdeña o de Chipre como posible pa¬
trimonio para los hijos de ambos cónyuges, y quedaban en suspenso los de¬
rechos del pontífice sobre la isla de Sicilia.
El largo reinado de Fadrique, que duraría cuarenta y un años (hasta su
muerte el 25 de junio de 1337), sobreviviéndole Leonor cuatro años (T5 de
agosto de 1341), fue pródigo en acontecimientos. Roberto de Anjou
(1309-1343), sucesor de Carlos II, no cejó en su empeño de recuperar Sici¬
lia. A este fin realizó diversas expediciones y no pocas maniobras políticas.
El 3 de agosto de 1313, por ejemplo, Roberto era coronado rey de Sicilia,
en Aviñón, por el papa Clemente V, naturalmente francés. Los sicilianos
reaccionaron de inmediato, prestando juramento de fidelidad, en 1314, al
joven príncipe Pedro (II), hijo de Federico, y en vida de éste, a petición
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 395

«de algunos barones» de la isla, fue coronado rey Pedro II el 19 de abril


de 1332, que en efecto le sucedió en 1337 y reinó hasta su muerte en 1342.
No obstante todos los acuerdos y tratados, la voluntad de los sicilianos se¬
guía estando al lado de sus dinastas. Los barones sicilianos equipan tropas
y las ponen a disposición del rey. Los municipios de la costa proporcionan
marineros para la armada. A los 400 barones de origen catalán creados por
Pedro III de Aragón en Sicilia vinieron a sumarse más de 300 en tiempo
de Fadrique III. Las rivalidades de estos nuevos barones con los sicilianos,
por razón de prestigio y de intereses, no dejaron de preocupar a la monar-
396 MANUEL RIU RIU

quía, que cada vez podía ejercer menos control sobre sus actividades. Pero
todos se sentían solidarios en casos como el de 1327 en que Roberto de Ná-
poles, viendo que no podía vencer con sus tropas, envió a la isla nada me¬
nos que corsarios genoveses para devastarla. La feudalización de la isla de
Sicilia, en estas décadas, era ya un hecho irreversible. En el reinado de Fa-
drique no dejó de desarrollarse una aristocracia baronal, en la cual ciertos
nobles aragoneses «de reciente importación» como diría Bozzo, no eran me¬
nos ardientes en defender la independencia de su nueva patria. Pero Fadri-
que supo coordinarles y buscar el provecho común, aunando la tradición
con la innovación cuando era menester, y la conciencia popular con el sen¬
timiento monárquico. Hizo del Parlamento un instrumento ejemplar de co¬
laboración en el gobierno, su órgano consultivo esencial. Pero no pudo
debilitar por ello el feudalismo.
También, en esta primera mitad del siglo xiv se produjo una renova¬
ción de la cultura, con una burguesía ávida de leer y de precisar las aspira¬
ciones del nuevo mundo urbano que había contribuido a crear en la isla.
Aparecieron entonces historiadores que contaban, por primera vez, la his¬
toria del pueblo siciliano. Odo delle Colonne, Bartolomeo di Neocastro y
Nicolo Speciale, entre otros, fueron excelentes intérpretes de la conciencia
siciliana, al narrar su historia. A su lado cabe señalar las primeras tenden¬
cias humanísticas, el deseo de vincular a la latinidad su cultura y su histo¬
ria, aunque a veces prefieran para su obra la lengua siciliana a la latina.
En el centro de esta renovación cultural cabe situar a la figura del propio
rey, Fadrique III, fundador de la Universidad de Catania, en la costa orien¬
tal de la isla (renovada en 1444).
Al morir Fadrique III en junio de 1337 fue sepultado en Catania, junto
al gran altar de Santa Águeda. Con él se. cerraba una etapa brillante que
sería recordada con fervor. Nicolo Speciale, en su Crónica Siciliana que con¬
cluye precisamente en 1337 y con la muerte de Fadrique III, dice que aquel
25 de junio fue un día funesto «en el cual el sol de Sicilia se oscureció en
el eclipse».
Su hijo Pedro II (1337-1342) no acertó a controlar ya el feudalismo isle¬
ño como su padre, no obstante el afecto que los sicilianos le habían mani¬
festado desde niño. Casó con Isabel de Carintia y tuvo dos hijos que le
sucedieron en el reino sin dificultad: Luis I (1342-1355) y Fadrique o Fede¬
rico IV el Simple (1355-1377), este último nacido en 1342, el año de la muerte
del padre, y conocido asimismo con el nombre de Pullus Aquile (el polluelo
del águila). Los tres asistieron sin reaccionar al incremento de la anarquía
feudal. Luis I, que tenía cuatro años cuando sucedió a su padre (1342), fir¬
mó en 1347 las paces con la reina Juana de Nápoles, sucesora de Roberto
(TI343), quien reconocía la cesión de la isla a Luis, mediante el pago, en
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 397

dos plazos, de 9.000 onzas de oro, en concepto de redención del censo feu¬
dal que el reino debía prestar al papado. Mientras tanto, el pueblo se hun¬
día en la miseria y la rivalidad de las familias baronales se convertía en
sangrante: luchas continuas de los Polizzi, los Ventimiglia, los Claramon-
te, los Alagona o Alagón, los Peralta, etc. Las ciudades se agotaban tam¬
bién en estériles antagonismos.
Pedro IV de Aragón, que no dejaba de mirar de lejos los sucesos sicilia¬
nos, en 1349 casaba, en terceras nupcias, con Leonor de Sicilia (11375) her¬
mana de Fadrique IV y éste, en 1360, casó con Constanza, hija de Pedro IV,
de cuya unión nació en junio de 1361 una niña, María, cuyo parto supuso
la muerte de la madre. María de Sicilia, a quien Fadrique IV dejó el reino,
a su muerte en 1377, y los ducados de Atenas y Neopatria, a él anexiona¬
dos, tenía entonces unos dieciséis años de edad. Y Pedro IV, que ya había
intervenido en las luchas de su yerno con los Anjou, ayudándole a recupe¬
rar el dominio de buena parte de la isla, impugnó el testamento, basándose
en el del abuelo del testatario (Fadrique III), que excluía a las mujeres de
la sucesión al trono de Sicilia.
Viudo Pedro IV de Leonor de Sicilia, hermana de Fadrique IV, de la
cual había tenido dos hijos varones: Juan I, sucesor suyo en la corona de
Aragón, y Martín el Humano, pretendió para sí la corona e impidió el ma¬
trimonio de su nieta María, a quien el noble Guillem Ramón de Monteada
apresó y encerró en el castillo de Agosta (1377). Para Pedro IV, en estos
momentos, la anexión de Sicilia representaba asegurar el dominio de Ara¬
gón sobre Córcega y Cerdeña, e incluso sobre las mismas islas Baleares, por
él recuperadas. Con el fin de asegurar el dominio sobre la joven reina de
Sicilia, el vizconde de Rocabertí se la llevó más tarde (1382) al castillo de
Cáller en Cerdeña. Entretanto, con el título de vicario de Pedro IV, que
se titulaba rey de Sicilia, había acudido a la isla su hijo menor Martín el
Humano, quien la gobernó por espacio de quince años (1380-1395). Mien¬
tras tanto María, «raptada» de nuevo por Guillem Ramón de Monteada
en 1385, es llevada a Cataluña donde casa (1389) con el nieto de Pedro IV,
Martín el Joven. Este príncipe desembarca en Sicilia en 1391 y recupera el
reino de su esposa (1392). Preciso es recordar aquí que los grandes barones,
reunidos en el castillo de Pietra Rossa (en Caltanissetta) una vez muerto
Fadrique IV, se habían repartido la isla en cuatro dominios independientes,
colocando a un vicario al frente de cada uno de ellos, para salvar la apa¬
riencia de poder monárquico. Ahora el joven Martín tuvo que luchar du¬
rante cuatro años con los barones, antes de poder hacer su entrada en
Palermo y de restaurar el poder real. La Breve crónica dirá de Martín y María
que fueron «consedentes, conregentes y conregnantes» y figurarán con el
número 14 en el catálogo de los monarcas sicilianos.
398 MANUEL RIU RIU

La partida de Martín el Humano hacia Barcelona (1395) para posesio¬


narse de la corona aragonesa, en ocasión de la muerte de su hermano Juan I,
pudo dar pie a varios nobles isleños para sublevarse, pero Martín el Joven,
con los refuerzos recibidos de Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca (1398)
consiguió finalmente pacificar la isla. García de Santa María, en su Cróni¬
ca de los reyes de Aragón, añade que Martín el Joven y María tuvieron un
hijo que murió niño en noviembre de 1399, la reina María murió poco des¬
pués y Martín volvió a casar, en 1402, con Blanca de Navarra de la cual
tuvo otro hijo que vivió nueve meses y murió en 1403.
Una vez pacificada la isla de Sicilia acudió Martín el Joven a Cerdeña,
que se hallaba asimismo sublevada, y consiguió, en la batalla de San Luri
(1409), derrotar a los insurrectos sardos. Su triunfo supuso la evacuación
de la isla por los genoveses, pero al poco tiempo moría Martín el Joven,
extenuado por sus excesos y sin descendencia legítima (1409), por lo cual
legaba sus tierras: el reino de Sicilia y los ducados de Atenas y Neopatria,
a su padre el rey de Aragón, Martín el Viejo o el Humano, quedando así
Sicilia unida una vez más a Aragón, y sublevándose de nuevo. Pero no tar¬
dó en morir también Martín el Humano y la corona hubo de enfrentarse
con el problema del Compromiso de Caspe que conduciría a la Casa de Tras¬
támara al poder con Fernando de Antequera (1412). Éste logró una tregua
en Cerdeña y mandó a su hijo, el infante Juan, a Sicilia como lugarteniente
suyo, reteniendo la corona de Sicilia para sí unida a Aragón. Los sicilianos,
buscando todavía la independencia, pretendieron coronar rey a Juan, vién¬
dose precisado su hermano mayor Alfonso el Magnánimo a llamarle a la
Península tan pronto como murió Fernando en 1416. El reino de Sicilia ha¬
bía perdido, sin embargo, su autonomía.

Los ALMOGÁVARES EN TIERRAS DE BlZANCIO

Las compañías mercenarias de almogávares al servicio de Fadrique III,


cuando se firmó la paz de Caltabellota (1302), quedaron licenciadas. Pro¬
curando evitar que su permanencia en la isla de Sicilia causara disturbios,
propuso el rey a Roger de Flor que las reorganizara y fuese con ellas al Im¬
perio de Oriente, poniéndose al servicio del emperador bizantino Andróni-
co II Paleólogo, que se veía atacado por los turcos. Según el puntual relato
de la expedición a Oriente, debido a la pluma de Ramón Muntaner, en 39
naves partieron 1.500 caballeros, 4.000 almogávares y otros 1.000 peones,
además de otras tropas, llevando muchos consigo a sus mujeres. El empe¬
rador bizantino les acogió con agrado, y los almogávares consiguieron tales
éxitos contra los emires turcos de Asia Menor, y obtuvieron tanto botín.
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 399

que pronto acudirían nuevas compañías al mando de Berenguer de Roca-


fort y Berenguer de Entenza.
Andrónico Paleólogo, con el fin de alejarles de Grecia, y de sus luchas
con los genoveses, les cedió la península de Anatolia (1305) para recompen¬
sar sus servicios. Pero antes de partir hacia el Asia Menor, fue Roger —que
de «megaduque» había sido elevado a césar de Bizancio— hacia Andrino-
polis, con el fin de despedirse de su más temible enemigo: Miguel Paleólo¬
go, heredero del trono de Bizancio, y éste, en un convite, ordenó darle
muerte.
Muerto Roger de Flor, los almogávares que le acompañaban fueron diez¬
mados traidoramente por las tropas imperiales de Miguel. En represalia,
dejando de ser aliados de Bizancio, emprendieron la famosa «venganza ca¬
talana» de las crónicas griegas, venciendo a los bizantinos y saqueando va¬
rias ciudades de Tracia y Macedonia. Venecia y algunos emires turcos
apoyaban ahora a los catalano-aragoneses, en tanto que Génova auxiliaba
a los bizantinos. Berenguer de Entenza cayó prisionero de los genoveses y
quedó como jefe único de los almogávares Rocafort. Sus fuerzas habían
quedado reducidas a sólo 206 caballeros y 1.256 infantes. Poseían tan sólo
cuatro galeras, doce leños armados y algunas embarcaciones menores para
el transporte. No obstante, resolvieron resistir en la fortaleza de Galípoli,
a cuyo frente se hallaba Ramón Muntaner, cronista de la expedición como
hemos dicho, y desde allí iniciaron sus expediciones de saqueo, viviendo de
la piratería y aterrorizando al Imperio bizantino.
Federico III de Sicilia, bajo cuya jurisdicción nominal se hallaba la Com¬
pañía catalana, les mandó (1307) a Fernando, hijo de Jaime II de Mallorca,
como jefe. Pero éste se vió obligado a abandonarla, ante las pretensiones
de Rocafort, y fue apresado en Negroponto y entregado al duque de Atenas.
Mientras tanto había muerto Berenguer de Entenza y Rocafort, para po¬
der mantenerse, llegó a ponerse al servicio de Carlos de Valois, pero su tira¬
nía se estaba haciendo odiosa y los suyos le entregaron a Roberto de Nápoles,
muriendo en una mazmorra. La Compañía se desplazó a Tesalia (1309) al
mando del francés Tibaut de Chepoy, quien al fin la abandonó a su suerte,
organizándose entonces el mando de ésta en forma republicana. Marcha¬
ron los almogávares que aún quedaban al servicio del duque franco de Ate¬
nas (1310) y le ayudaron a vencer a los turcos que pugnaban por adueñarse
de las rutas del Egeo. Pero, traicionados también por el duque, entablaron
con él combate en Cefiso (1311) y le causaron una grave derrota. En el en¬
cuentro pereció el duque y con él muchos de sus caballeros. Uno de los su¬
pervivientes, Roger dez Lauro, fue elegido jefe por ios almogávares, y bajo
su mando se apoderaron éstos del ducado de Atenas.
Solicitaron entonces nuevamente de Federico III de Sicilia que les en-
400 MANUEL RIU RIU

viara un caudillo capaz de regirles, y éste les mandó a su segundo hijo, Man-
fredo, primer duque siciliano de Atenas (1312-1317). Unos años más tarde,
bajo el vicariato general de Alfonso Federico (1317-1330), hijo natural del
monarca siciliano, se consiguió la conquista del ducado de Neopatria (1319).
Desde entonces, los ducados de Atenas y de Neopatria siguieron bajo la so¬
beranía de Sicilia, pero cuando Pedro IV de Aragón fue reconocido rey de
Sicilia (1379), le ofrecieron la soberanía, y a partir de 1379 ambos ducados
pasaron a la corona de Aragón.
Luis de Navarra, duque de Durazzo, intentó aprovechar el momento,
considerándolo propicio para imponer su dominio sobre los ducados de Ate¬
nas y Neopatria, y desembarcó en ellos con sus gentes, pero aunque logró
entrar en Atenas (1382) no consiguió apoderarse de los territorios, fue re¬
chazado y Pedro IV logró consolidar su dominio en ellos por obra del viz¬
conde de Rocabertí y del maestre de Rodas, jefe del centro de los
Hospitalarios en el cual había notables caballeros catalanes. La soberanía
de la corona de Aragón sobre los ducados de Atenas y Neopatria fue, con
todo, efímera, puesto que se perdieron al poco tiempo de la muerte (1387)
del soberano aragonés, en 1390.

El reino de Córcega y Cerdeña

Desde antiguo, las tres grandes islas «italianas» se consideraron patri¬


monio de la Iglesia de San Pedro. Así pudo Bonifacio VIII erigir en reino
la dos islas de Córcega y Cerdeña en 1297 y concederlo en feudo a Jaime II
de Aragón, mediante el pago a la Santa Sede de un censo anual de 2.000
libras de plata, prestación de vasallaje pleno y promesa de mantener las re¬
galías pontificias en las islas.
En Cerdeña, objetivo principal entonces, se hallaban intereses creados
de Génova y de Pisa; esta última fijaba en la isla sarda su expansión comer¬
cial y, contra ambas, Bonifacio VIII y Carlos II de Anjou, después de fina¬
lizado temporalmente el asunto de Sicilia, se hallaban dispuestos a colaborar
con el aragonés. La oportunidad que en aquellos momentos se presentaba
para Jaime II no pudo ser aprovechada para iniciar la conquista formal de
la isla de Cerdeña a causa de la muerte del pontífice (1303). Bajo los papas
siguientes prosiguieron las negociaciones, pero ante las exigencias de los co¬
munes güelfos de Toscana (Florencia, Lucca y Siena) que deseaban la des¬
trucción del poderío de Pisa, y ante la complicada situación de Italia, Jai¬
me II, antes de decidirse a realizar una campaña militar, decidió asegurar su
éxito buscando también la alianza con los gibelinos genoveses quienes, por
su rivalidad mercantil con Pisa, no la rehusaron. La política peninsular del
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 401

aragonés y el desastre de Almería (1309) retrasaron, sin embargo, la cues¬


tión sarda. Nuevos intentos de alianzas fracasaron. Murió Carlos II de An-
jou y le sucedió en Nápoles su hijo Roberto el Sabio (1309-1343), pero éste
y Fadrique III de Sicilia se habían hecho irreconciliables, y el intento de Jai¬
me II para formar un bloque Aragón-Nápoles-Sicilia (1316) que le permitiera
la conquista de la isla de Cerdeña, no llegó a realizarse. Las circunstancias
dificultaron la realización de la empresa sarda, una vez más, y la aplazaron.
El papa Juan XXII, mientras tanto, usaba de una política ambigua, pero
en el fondo no era partidario de que ampliara su poder el aragonés y se ha¬
llaba más compenetrado con Roberto de Nápoles. Pisa, a su vez, viendo
peligrar sus intereses en la isla, se preparaba para contener las tropas de
Aragón. Jaime II procuraba, por medio del clero sardo, atraer al pueblo
a su causa; contaba entre sus aliados al juez Hugo de Arbórea quien contri¬
buyó decisivamente a provocar el alzamiento sardo contra los písanos, en
1323, que fue aprovechado de inmediato por Aragón para el inicio de la
conquista de Cerdeña.
Más de ochenta naves gruesas —galeras y cocas— y numerosas embar¬
caciones menores debían componer la flora catalano-aragonesa que se equi¬
paba para la expedición a Cerdeña. El rey Sancho de Mallorca colaboraba
en ella aportando veinte galeras. Constituían el ejército conquistador, inte¬
grado por aragoneses, catalanes, valencianos y mallorquines, unos 1.000 ca¬
balleros, 4.000 infantes, 2.000 ballesteros, 3.000 scudars o auxiliares, y otras
tropas. La escuadra se reunió en Port Fangos (mayo de 1323) y partió para
Cerdeña, al mando del infante Alfonso, arribando a Palma de Sol?. Con
la colaboración de los sardos, se inició la lucha y el asedio de Villa de Igle¬
sias. Pisa se aprestó a defender su dominio, equipando una escuadra de trein¬
ta galeras, en tanto que la lucha en circunstancias difíciles, la fatiga y las
enfermedades mermaban las fuerzas de la corona de Aragón. No obstante,
Villa de Iglesias capituló en febrero de 1324 y se pudo iniciar, al poco, el
asedio de Cáller (Cagliari).
Pisa, que no había presentado todavía combate abierto, se dirigió en¬
tonces a Cerdeña, con un buen contingente de mercenarios alemanes, deci¬
dida a luchar en tierra firme y cerca de Lucocisterna tuvo lugar el encuentro
con los aragoneses. Éstos obtuvieron una resonante victoria, seguida poco
después de otro triunfo en el mar, y ambos fueron la causa de la paz que
se firmó el 20 de junio de 1324 entre Aragón y Pisa, y la rendición de Cá¬
ller. Las minas de plata, las salinas, los hornos y las viñas que se hallaban
en poder de los písanos pasaron al dominio de la corona de Aragón, pero
aquéllos recibieron de ésta en feudo el castillo de Cáller y dicha concesión
representó de hecho el comienzo de la recuperación del poderío pisano.
Jaime II, desde sus reinos peninsulares hispánicos dirigió los resortes de
MANUEL RIU RIU
402

la diplomacia, siendo su representante cerca de los papas de Aviñón el car¬


denal Napoleón Orsini. Al poco de finalizada la lucha en Cerdeña, se ini¬
ciaron los levantamientos de los isleños contra el dominio de Aragón,
presionados y apoyados por Génova. La rebelión antiaragonesa estuvo mo¬
tivada por las exacciones impuestas a los sardos para financiar el manteni¬
miento de las tropas y por la escasez de recursos económicos del infante
Alfonso. La inició el común de Sacer (1325) y fue seguida por el de Cáller,
con la ayuda obtenida de Génova y de Pisa, aliadas en esta ocasión, y fue
bastante tenaz. La corona de Aragón pudo llegar, no obstante, a un acuer¬
do con Sacer y, poco después, consiguió firmar la paz con Pisa (1326) lo¬
grando de ésta la renuncia a Cáller.
El infante Alfonso de Aragón fue el encargado de proceder al reparto
de tierras entre los barones y señores que habían intervenido en la conquis¬
ta-y pacificación de Cerdeña. Ello representó el trasplante del feudalismo
catalano-aragonés a la isla, aunque no de una forma global e indiscrimina¬
da, puesto que incluso para los soberanos de Aragón les resultaba más pro¬
vechoso seguir adjudicando feudos de acuerdo con la costumbre del
feudalismo italiano que implicaba la devolución del feudo al soberano cuan¬
do el feudatario moría sin dejar descendencia masculina. Colonizadores
catalano-aragoneses se establecieron a partir de entonces en la isla, gozan¬
do de concesiones inmobiliarias, en un principio inalienables, y en exclusi¬
vidad. Ciertos privilegios venían a sumarse a estas concesiones: reserva de
oficios públicos y exportación de granos con exención de aduanas. La re¬
población del territorio se facilitaba, asimismo, mediante guiatges o cartas
de seguridad semejantes a las «cartas de población» peninsulares. Entre las
poblaciones de fundación catalano-aragonesa se cuenta la villa marítima de
Bonaire, que gozó de importantes privilegios mercantiles, en detrimento de
Cáller, la factoría tradicional.
Poco después de firmar las paces con Pisa, murió Jaime II y le sucedió
Alfonso (1327-1336) en los estados de la corona de Aragón (Alfonso IV de
Aragón, III de Cataluña) siendo asimismo reconocido rey de Cerdeña. La
paz en Cerdeña era inestable por los intereses de Génova y de Pisa a los
que, como es natural, los comunes de ambas ciudades mercantiles no se ha¬
llaban dispuestos a renunciar. Circunstancialmente se habían firmado pa¬
ces con Pisa pero los genoveses, y la nobleza sarda, trataron de obstaculizar
el dominio catalano-aragonés. Génova disponía de una flota de 40 a 50 ga¬
leras para sus operaciones. Barcelona hubo de contribuir con armas, naves,
caballos y caballeros, ballesteros, etc., a la conservación de la isla en poder
de Alfonso IV el Benigno. Las Cortes de Montblanc, en 1333, se compro¬
metieron a entregar al rey 10.000 libras barcelonesas a este fin, con las que
se armarían seis galeras, y la ciudad de Barcelona se dispuso a armar otras
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 403

diez galeras a sus costas, mandadas por Galcerán Marquet. En 1334, el mo¬
narca decidió que se enviaran a Cerdeña 100 caballos con sus correspon¬
dientes jinetes, y 200 ballesteros, corriendo la coordinación de la operación
a cargo de Arnau Ballester. Se buscaron 50 caballeros o hijos de caballeros
para la expedición, ofreciéndoles un anticipo de 300 sueldos barceloneses
y un salario de 6 alfonsinos (4 sueldos barceloneses) al día, para un período
de cuatro meses.
Los súbditos de la corona que poseían bienes en la isla debían contri¬
buir al costo de la operación, a la cual se destinaban también las 10.000
libras de la ayuda de Montblanc. El «acurriment» o montante del equipo
de un caballo se fijaba de 500 a 300 sueldos barceloneses (equivalente al
anticipo ofrecido), y el de un ballestero en 30 sueldos, siendo el salario de
estos últimos de 30 sueldos barceloneses al mes (un sueldo diario) y el de
los caballeros de cuatro sueldos barceloneses al día. El almirante cobraba
30 sueldos diarios. El precio de un caballo de guerra oscilaba entonces en¬
tre los 400 y los 1.000 sueldos, siendo bastante habitual el precio de 600
a 800 sueldos. Y el alquiler de un caballo costaba unos 120 sueldos al mes.
Por lo tanto, se podía ir a la guerra, en busca de botín, con un caballo al¬
quilado si no se disponía de dinero para adquirirlo. La construcción de una
galera se ha calculado que, por las mismas fechas, costaba de 6.000 a 6.500
sueldos barceloneses (unos ocho caballos). Pero el alquiler de una coca de
dos cubiertas, para el transporte de caballos y ballesteros a Cerdeña, desde
Barcelona, se cifró en 4.000 sueldos y el de una coca de tres cubiertas, en
8.000 sueldos. Otra coca, de dos puentes, costó en cambio sólo 2.500 suel¬
dos. Se entendía que en el viaje de ida, de Barcelona a Cerdeña, transporta¬
rían caballos y equipo militar, y en el viaje de vuelta regresarían cargadas
de trigo a Barcelona.
Como vemos, conseguir una veintena de naves representaba un consi¬
derable esfuerzo técnico, económico y humano para la corona de Aragón.
Pero tampoco Génova podía tener todas sus fuerzas paralizadas en la em¬
presa sarda. Durante el reinado de Pedro IV el Ceremonioso prosiguieron
las luchas internas en Cerdeña, avivadas por Génova, por Pisa y ahora tam¬
bién por Milán. Los genoveses consiguieron tomar Alguer en 1350 y asedia¬
ron Sacer. Pedro IV conseguía, en cambio, en 1351, la alianza con el dux
veneciano Enrique Dándolo, enemigo tradicional de Génova. El acuerdo
de la corona de Aragón con Venecia implicaba que, durante cinco años,
una flota conjunta de dieciocho galeras bloquearía a los genoveses el paso
hacia Cerdeña y hacia Oriente. Sus bases se hallarían en Sicilia, estarían
tripuladas por aragoneses y Venecia pagaría los gastos de doce de ellas. Se
calculaba para ello el gasto de una galera en mil florines al mes y se espera¬
ba obtener beneficios (sin duda por la práctica del corso) que se distribuí-
404 MANUEL RIU RIU

rían en tres partes equivalentes: una para el rey de Aragón, otra para el
común de Venecia y la tercera para las tripulaciones de las galeras. El almi¬
rante sería aragonés y en cada galera viajarían 227 hombres, entre los que
figuraban 180 remeros y 30 ballesteros (cada uno de éstos con dos ballestas
y 200 flechas). Llevaban también ganchos de abordaje y 500 lanzas para
el combate cuerpo a cuerpo.
Génova se preparó con 30 naves para contrarrestar el esfuerzo de los
aliados y éstos tuvieron que aumentar a 24 el número de galeras. La escua¬
dra aragonesa, capitaneada por Pons de Santa Pau, se juntó a la venecia¬
na, compuesta por 52 galeras, en Mesina, y ambas atacaron el 13 de febrero
de 1352 a los genoveses en aguas de Constantinopla. En el combate fueron
hundidas 23 naves genovesas y 12 de las aragonesas. El costo del combate
fue, pues, muy considerable. Pero el Ceremonioso consideró un éxito el es¬
fuerzo y ordenó armar otras veinte galeras para continuar la lucha, como
ha recordado José Luis Martín en su estudio sobre la alianza de la coro¬
na con Venecia, publicado en 1983. La escuadra genovesa volvió a ser
derrotada en 1353, mas la equívoca política seguida ahora por el juez de
Arbórea y su defección comprometieron estos resultados militares, inutili¬
zándolos. Se dirigió entonces una expedición contra el juez, pero llegóse
al cabo a un acuerdo con él (1355) y con la señoría de Génova. Todavía
en 1356 se gastaron más de 300.000 sueldos, en dineros jaqueses y barcelo¬
neses, para pagar salarios de caballeros en Cerdeña y en Sicilia, y otros com¬
promisos reales, según las cuentas presentadas en 1374 por el subtesorero
real Pere de Margens. Al cabo de unos años, Mariano, juez de Arbórea,
volvió a la lucha contra la corona, siendo precisa otra avenencia (1388) que
tampoco significó una paz duradera para la isla de Cerdeña dado que, a
los tres años de la misma (1391), la familia de los Oria iniciaba una nueva
sublevación.

El dominio de la corona en Córcega

Poco antes de que el papa Bonifacio VIII erigiera en reino las dos islas
de Córcega y Cerdeña, el común de Génova había conseguido (1289) ad¬
quirir dominio efectivo sobre la isla de Córcega, después de cerca de un si¬
glo de luchas con Pisa, arrebatando al común pisano la hegemonía que
detentaba desde el siglo XI. Jaime II de Aragón no pudo emprender la con¬
quista de la isla de Córcega, a raíz de la donación pontificia, del mismo
modo que no hizo efectiva de inmediato su soberanía sobre Cerdeña. Y tan
sólo después de la conquista de Cerdeña, y tomando esta isla como punto
de partida y base de operaciones, iniciaron los catalano-aragoneses la con-
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 405

quista de la isla de Córcega, por su costa meridional, tomando la villa amu¬


rallada de Bonifacio, plaza estratégica de gran importancia, y extendiendo
su dominio a partir de dicha plaza, con gran dificultad.
Durante el siglo xiv se recrudecieron en Córcega las luchas entre los se¬
ñores feudales y el pueblo, y en dichas luchas internas se apoyarían todos
los intentos de dominio extranjero. En tanto que el pueblo corso luchaba
apoyado por el común de Génova, un señor corso, Vincentello de Istria,
enarbolaba el pabellón aragonés. Pero la formación entonces de una repú¬
blica isleña (1396) bajo la protección de Carlos VI de Francia hizo que Vin¬
centello se viera precisado a huir. Descontentos pronto los corsos con la
excesiva presión que sobre ellos trataba de ejercer el protectorado francés,
Vincentello pudo volver a la isla (1409) y de nuevo erigióse en defensor de
los derechos e intereses de Aragón. Años más tarde acudiría en su auxilio
Alfonso el Magnánimo (1420), deseoso de consolidar el poder de la Casa
de Aragón.

Política italiana de Alfonso V el Magnánimo

En las primeras décadas del siglo XV la situación de las islas de Cerde-


ña y de Córcega requería la presencia del monarca de la corona de Aragón
si ésta deseaba consolidar sus posesiones. Alfonso V el Magnánimo
(1416-1458) decidió emprender una campaña a este fin y mandó para ello
preparar una flota. Salía ésta, a los cuatro años tan sólo de iniciado su rei¬
nado, del puerto de Los Alfaques (1420) y, después de breves estancias en
Mallorca y en Mahón, puso proa a Cerdeña, arribando al puerto de Alguer.
Cerdeña entonces se hallaba sublevada contra el gobierno aragonés y uno
de los cabecillas de la revuelta era el vizconde de Narbona, quien se avino
a tratar con el soberano. Así recuperaba éste, mediante el pago de 100.000
florines, la población de Sacer y otras tierras que se hallaban en poder del
de Narbona y lograba (a mediados de agosto de 1420) poseer pacíficamente
toda la isla, a excepción del Castillo Genovés, centro de resistencia de los
genoveses.
Hallándose Alfonso en Alguer recibió una súplica de la reina Juana II
de Nápoles, que se hallaba asediada, por mar y por tierra, por las tropas
del duque de Anjou y de Francisco Sforza, y le pedía auxilio prometiendo
a cambio instituir al aragonés heredero de sus reinos. Alfonso deseaba en¬
tonces acudir a Córcega, en ayuda de Vincentello y de sus partidarios que
estaban defendiendo el dominio aragonés en aquella isla, y envió a Nápoles
a Ramón de Perelló, con 12 galeras y 4 galiotas o galeotas. En tanto que
los napolitanos, con este auxilio marítimo, conseguían la derrota de los si-
MANUEL RIU RIU
406

tiadores, Alfonso partió para Córcega y asedió Calvi, consiguiendo rendir


la plaza después de haber permitido que los sitiados procuraran, sin ningún
resultado, obtener refuerzos del común de Génova. A esta conquista siguie¬
ron las de Sagona y Ajaccio, donde Alfonso recibía el homenaje solemne
del pueblo corso. Bordeando entonces la isla hacia el sur, puso asedio a la
fortaleza de Bonifacio, pero esta vez los genoveses habían tenido tiempo
de prepararse, y Alfonso no pudo impedir que socorrieran la plaza ni con¬
siguió tomarla. Ante una nueva embajada de Nápoles, solicitando su pre¬
sencia en este reino, prefirió levantar el asedio de Bonifacio y se dirigió a
Cáller (1421).
Vincentello siguió defendiendo a Córcega de los ataques genoveses, pues¬
to que Cerdeña no podía prestarle el auxilio que de ella solicitaba, pero cap¬
turado al fin por los genoveses fue decapitado (1434). Su muerte señala el
inicio de un período anárquico para la isla de Córcega que no consiguió
solucionar una posterior tentativa de ocupación aragonesa (1448), ni tam¬
poco el Banco di San Giorgio de Génova, institución financiera a la cual
acabó cediendo sus derechos en 1453 el común de la ciudad de Génova. El
banco intentó, en los Capitula Corsorum (Capítulos de los corsos), dar una
constitución al país que le librara de las continuas querellas internas en que
se debatía, pero una vez convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, el banco
acabó cediendo sus intereses en la isla al duque de Milán en 1463.
Mientras tanto Alfonso el Magnánimo, a quien hemos dejado en Cáller
(1421), acabó de arreglar los asuntos de Cerdeña y partió luego para Sicilia
con objeto de preparar su ida a Nápoles que realizaría, poco después, en¬
trando triunfalmente en la ciudad el 8 de julio de 1421. La reina Juana II
no tardó, sin embargo, en dar muestras de su inconstancia, retractándose
de cuanto le había prometido y designando heredero e hijo adoptivo a Luis
de Anjou. Con lo cual hizo que Alfonso corriera grave peligro y consiguie¬
ra tan sólo en Nápoles dos años de sinsabores, viéndose precisado a luchar
desde sus castillos de Nou y del Ou contra la propia reina, apoyada en estos
momentos por Francisco Sforza, su enemigo de la víspera. Alfonso, a pe¬
sar de la consiguiente complicación de los acontecimientos, y gracias a la
expedición de socorros que le llegó, conducida por el conde de Cardona Juan
Ramón Folc, logró apoderarse de la ciudad de Nápoles y, dejando a su her¬
mano Pedro encargado de la lugartenencia, regresó a sus reinos de España
en 1423.
Mientras Alfonso permanecía algunos años en sus dominios peninsula¬
res de la corona de Aragón, preocupado por los asuntos de estas tierras,
en Italia Luis de Anjou se apoderaba de Nápoles y era requerida, una vez
más, la presencia del Magnánimo, quien al cabo tuvo que partir de nuevo
en 1432 hacia Cerdeña, por Mallorca y Mahón, deteniéndose en Alguer,
LA EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DE LA CORONA DE ARAGÓN 407

para proporcionar paz a la isla, y marchar luego a Sicilia de donde, en vez


de dirigirse directamente a Nápoles, como esperaban sus enemigos, salió
hacia la isla de Gozzo y la de Gerbes, frente a las costas norteafricanas.
En Gerbes combatió con el rey de Túnez, consiguiendo vencerle, y puso proa
hacia la isla de Gozzo, para procurarse vituallas y volver, luego, contra el
tunecino. Pero, al saber que le aguardaban emisarios papales, fue a la isla
de Ischia (frente a Nápoles) para negociar con ellos, surcando las aguas del
mediodía otra vez para abatir definitivamente al rey de Túnez en Sfax.
Juana II de Nápoles, ante el poder de Alfonso, se retracta de nuevo y le
designa, por segunda vez, como presunto heredero suyo. No es ya una lu¬
cha ahora entre dos dinastías enemigas —la de Anjou y la de Aragón— la
que se plantea. En ella toman parte activa diversas ciudades italianas (Mi¬
lán, Génova, Venecia, Florencia y otras, el pontífice y el emperador Segis¬
mundo. La lucha por la posesión total del reino de Nápoles dura más de
diez años. Hallándose en el sitio de Gaeta, se presenta a socorrer la plaza
una flota genovesa y se traba combate con ella junto a la isla de Ponza (1435),
donde quedaron derrotados los aragoneses y prisionero el propio rey Al¬
fonso del duque de Milán, a quien consiguió ganar para su causa, con fina
diplomacia, logrando la libertad y el respeto. Saca entonces Alfonso V par¬
tido de su derrota y, una vez recibidos refuerzos de España, logra consoli¬
dar su prestigio e ir aumentando su territorio. Después de cinco años de
campaña en Nápoles, quedaban por conquistar todavía las ciudades de Ná¬
poles, en poder del hijo de Luis de Anjou, Renato, a quien se la cediera
la veleidosa Juana II designándole heredero poco antes de morir, y la ciu¬
dad de Aversa a la que puso sitio Alfonso en 1437. Al año siguiente, en
el asedio de Nápoles, pereció (octubre de 1438) el infante Pedro de Aragón
y de Sicilia, hermano de Alfonso y lugarteniente suyo en Italia.
Aversa se rindió después de haber intentado en vano socorrerla Renato,
duque de Anjou (1440), y a ella le siguieron Sulmona, Lan?ano, Piscara,
Neocastro, Martorono, Benevento, Capua y otras tierras de los Abruzzos
y de Calabria (1441). Nápoles fue asediada, una vez más, y a los ocho me¬
ses de sitio la tomaba Alfonso (2 de junio de 1442) huyendo Renato de An¬
jou a Provenza en una nave genovesa. Nuevas plazas fueron cayendo en
poder de Alfonso y a principios del año siguiente (febrero de 1443) todo
el reino de Nápoles se hallaba bajo el dominio del monarca aragonés.
A partir de entonces se dedicó Alfonso V —cada vez mas distanciado
de sus estados hispanos— a combatir a su implacable enemigo el conde Fran¬
cisco Sforza, en sus dominios de la Marca de Ancona, y después de tomarle
varias ciudades, le derrotó (1444). Su poder hizo, a partir de entonces, del
monarca aragonés el árbitro de la política italiana. La corte napolitana del
Magnífico, como se le apodó, albergaba a los artífices del Renacimiento
408 MANUEL RIU RIU

italiano, entonces en plena efervescencia, y a su muerte en 1458 dejó el tro¬


no de Nápoles a un hijo natural suyo, Fernando o Ferrante, de quien se
desconoce a ciencia cierta el origen y el nombre de la madre. Con él, legiti¬
mado por el pontífice, Nápoles vuelve a separarse de Aragón. A los dos
meses de la muerte de Alfonso moría, en los estados hispanos de la corona
de Aragón, la esposa abandonada, María de Castilla, mujer enfermiza pero
de gran piedad y corazón.
18. INSTITUCIONES DE LOS REINOS
CRISTIANOS HISPÁNICOS

El rey y el poder

La idea unitaria del poder, dimanada de la Ciudad de Dios de San Agustín


y del derecho romano-bizantino codificado por los juristas de Justiniano,
queda reflejada en las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, obra en la cual
bajo los símbolos del Sol y la Luna se presentan el papado, supremo poder
espiritual, y el imperio, supremo poder temporal, con tendencia a equipa¬
rarlos en sus correspondientes esferas. El mismo símbolo es recogido por
el infante Juan Manuel en su Libro de los Estados, escrito en 1330 y dirigi¬
do a su cuñado el arzobispo Juan de Toledo, hijo del rey Jaime de Aragón,
en que analiza ambos poderes, laico y eclesiástico. Bonifacio VIII, en su
bula Unam Sanctam (1302) había declarado explícitamente la supremacía
del papado sobre el imperio y unida esta declaración a la formulación de
la teoría del origen divino del poder por Santo Tomás de Aquino con apo¬
yo en los textos bíblicos, los reyes cristianos se convertían en vicarios de
Dios y eran reyes por la gracia divina (Gratia Dei Rex), aunque recibieran
su poder a través del pueblo o del papa.
De aquí, las limitaciones del poder real, sujeto a la ley, y que podrían
servir de base legal para la justificación incluso del tiranicidio, como ya se
había puesto de relieve en el siglo Xll. Desde el siglo XIV el derecho roma¬
no orientaría nuevas ideas, por parte incluso de los consejeros eclesiásticos
de la realeza, con tendencia al absolutismo. Uno de los principios romano-
410 MANUEL RIU RIU

cesaristas: el de que «lo que al príncipe place tiene vigor de ley», sería invo¬
cado de nuevo, y haría fortuna. Pero el derecho romano no llegaría a cris¬
talizar en el autoritarismo pleno de los soberanos hasta que aparecieran los
monarcas renacentistas, en el siglo xv. Alfonso X pretendía todavía el im¬
perio alemán y esa pretensión pudo influir su tarea codificadora del dere¬
cho, pero los reinos de León y de Castilla no compartían su entusiasmo por
un imperio del cual se consideraban desligados por completo. El rey Alfon¬
so en sus Partidas fijaría la sucesión al trono, estableciendo el derecho de
primogenitura, pero el infante Juan Manuel, en su aludida obra, no dejó
de consignar sus dudas al respecto, señalando el valor de la representación
popular, como las expresó con respecto a la legitimidad de la guerra, y a
los actos de buen gobierno, en particular en las relaciones del soberano con
la nobleza (los bellatores), la Iglesia (los oratores) y los trabajadores (in¬
cluidos labradores, mercaderes y ruanos), u «hombres de criazón», de los
cuales surgían, con frecuencia, a través de la confianza, los oficiales de re¬
yes y señores.

El Consejo Real y las Cortes

Las reuniones ordinarias de la curia regia originaron el Consejo Real,


y las extraordinarias dieron lugar a la aparición de las Cortes, asambleas
representativas de los distintos «estados» o estamentos, cuando, de los si¬
glos XII al xiv, en una transformación lenta, el elemento ciudadano y po¬
pular entró a formar parte del organismo político y a intervenir en sus
deliberaciones, junto con los jurisperitos y «sabidores del derecho». Cuan¬
do, a mediados del siglo xv, se estructuró definitivamente el Consejo Real
castellano, adquirieron en él notable preponderancia los letrados, observán¬
dose el mismo fenómeno en el Consejo también por entonces organizado
en la corona de Aragón. El Consejo entendía en los asuntos del Estado,
a excepción de los judiciales (que pertenecían al Tribunal real) y los privati¬
vos del soberano (nombramientos, concesiones de gracias, etc.). Los Reyes
Católicos lo reformaron para convertirlo en un poderoso instrumento de
la centralización estatal.
Las Cortes, originadas, como ya hemos visto, de las grandes asambleas
de la curia, ofrecen características algo distintas en los varios reinos penin¬
sulares. En Castilla no hubo la división por brazos que apareció en los
restantes reinos, desde la reunión de las de Sevilla por Fernando III en 1250.
Convocadas por el monarca, quien elegía lugar y fecha, las Cortes de Castilla
las componían el propio soberano con su curia de infanzones y ricoshom-
bres y altos dignatarios eclesiásticos, y los representantes (mandaderos o
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 411

procuradores) de las ciudades y villas; éstos presentaban sus peticiones y,


si eran aprobadas, se incluían en los cuadernos de Cortes. Las leyes apro¬
badas en Cortes a petición del rey constituían los Ordenamientos. Convo¬
cadas para asuntos graves, las Cortes no tenían verdadero poder legislativo,
puesto que el rey podía legislar sin ellas y, en cambio, su misión esencial
era la de votar los impuestos. Con la introducción en los municipios de los
corregidores de nombramiento real, y con la intervención de éstos en las
Cortes, el papel de los municipios disminuiría.
Las Cortes de la corona de Aragón, exclusivas y propias para cada uno
de los reinos, desde Jaime I tuvieron verdadera potestad legislativa, no pu-
diendo el monarca legislar sin su concurso. Se ocupaban también de la re¬
solución de agravios (greuges), votación de impuestos y fiscalización del
justicia mayor. En el reino de Aragón las integraban cuatro brazos: alta
nobleza o ricos hombres, baja nobleza o caballeros, prelados, y estado lla¬
no o procuradores o síndicos de villas y ciudades. Las Cortes catalanas y
las valencianas, con potestad semejante a las aragonesas, constaban de tres
brazos (o condicions): altos cargos eclesiásticos (obispos y abades), nobles
y pueblo o «brazo real» (representantes de los municipios dependientes de
la corona). Las cortes de Navarra, formadas también por los tres brazos,
legislaron poco y votaron, en cambio, los impuestos ordinarios, además de
los extraordinarios. Las portuguesas fueron fundamentalmente iguales a las
castellanas.

Las Diputaciones

Hacia el siglo xiv surgió en la corona de Aragón y en Navarra, aunque


no en Castilla, un organismo derivado de las Cortes: la Diputación, que
consistía en sus inicios en una comisión reducida integrada por diputados
u oidores que, en el período que mediaba entre la finalización de unas Cor¬
tes y la reunión de las siguientes, cuidaban de recaudar los impuestos vota¬
dos y de fiscalizar el cumplimiento de sus acuerdos. Convertida la Diputación
en un organismo más estable, desde Pedro IV adquirió en Cataluña una
gran importancia política con el nombre de Diputado del General o Gene-
ralitat, interviniendo en la toma del juramento de fidelidad del virrey, del
gobernador general y de otros funcionarios, teniendo a su cargo la defensa
naval de las costas y el aprovisionamiento de armas a las fuerzas militares
en caso de movilización. La Generalitat podía, en circunstancias extraordi¬
narias, convocar Cortes o consultar a personas preeminentes acerca de la
política a seguir. Contaba, para su sostenimiento, con la percepción de los
derechos de importación y exportación, los impuestos de la talla, gabella
MANUEL RIU RIU
412

y vectigal, y el de la bolla que consistía en un sello de plomo con el cual


se marcaban los tejidos y otros artículos manufacturados en Cataluña, para
su venta. Fernando I (1413) convirtió en trienales los cargos directivos de
diputáis y oidors de comptes (auditores de cuentas), concediéndoseles el de¬
recho a designar a sus sucesores en el cargo. La Diputación del General que¬
daba convertida en el organismo representativo del principado e intervino
en las luchas de Juan II, formando en el grupo opuesto al rey y partidario
de su hijo. Una vez quedó finalizada esta lucha interna (1473) la Generali-
tat consiguió su estructuración definitiva.

Administración central

Los altos cargos administrativos acabaron por desempeñarlos los letra¬


dos que actuaban en nombre del rey y percibían sueldo. Desde que la coro¬
na de Aragón inició su expansión por el Mediterráneo, apareció en ella la
figura del lugarteniente general, que sustituía al rey en sus obligadas ausen¬
cias de un reino determinado y gobernaba en su nombre. Para desempeñar
tal cometido solía designar el rey a su primogénito, al heredero o también
a la reina.
La administración central de León y Castilla, regulada en el código de
las Siete Partidas, se sitúa en la Corte (el antiguo palatium) y fundamental¬
mente la integran: el mayordomo, administrador de la Casa del Rey y jefe
de sus burócratas; el alférez y el almirante, jefes militares; el canciller, que
era en general un prelado y se hallaba al frente de la cancillería; el capellán,
el limosnero real y otros funcionarios eclesiásticos y laicos.
La administración aragonesa, más complicada, cristalizó en las Ordina-
cions de Pedro IV (1334), por ellas llamado el Ceremonioso. La constitu¬
yen, en la Corte: el mayordomo, jefe de los servidores de la Casa Real; el
camarlengo, que cuida de la persona del rey y de su servicio particular; el
maestro racional o ministro de Hacienda, que administra el Patrimonio Real
y dirige la contabilidad del Estado, y el canciller, al frente de la cancillería,
como un secretario general de la corona, con el vicecanciller, notarios, es¬
cribanos, etc., además del capellán y limosnero real, como en Castilla. Des¬
de Alfonso X la cancillería castellana sustituyó en sus documentos oficiales
(cartas plomadas, cartas abiertas y mandatos) el latín por el romance de
Castilla, y otro tanto hizo la cancillería de la corona de Aragón desde Jai¬
me I, pasando a utilizar el aragonés y el catalán.
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 413

LA ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL

La administración territorial en León y Castilla se caracterizó en esta


época por la pérdida de facultades por parte de los condes, reducidos a te-
nentes o jefes militares regionales a causa del desarrollo de los señoríos y
de los municipios. El condado como circunscripción administrativa se vio
reemplazado por las merindades que habían comenzado siendo una subdi¬
visión del primero. El merino, con la unión de facultades judiciales a las
meramente económicas que ya poseía, se convirtió en un gobernador terri¬
torial. Castilla se subdividió en diecisiete merindades. León, Galicia y As¬
turias, en cambio, constituyeron una merindad cada uno de estos territorios.
Murcia y Andalucía constituyeron adelantamientos, a cuyo frente se puso
un adelantado de fronteras que reunía los poderes del merino y del tenente,
siendo a la vez jefe del gobierno civil y militar del territorio correspondiente.
La corona de Aragón contaba con un procurador real, o gobernador,
fijo en los reinos de Valencia y de Mallorca y accidental en Cataluña y en
Aragón, con plenos poderes civiles y militares; y existía un bayle general,
en cada reino, con poder financiero. Cada reino, o una gran zona del mis¬
mo, podía pasar a constituir una Capitanía General, en caso de guerra. Los
cargos inferiores (como los de justicias, etc.) pasaban a los municipios, que
a veces se reunían en juntas, para tratar de solucionar problemas comunes,
constituyendo a su frente un sobrejuntero. Los merinos continuaban en sus
merináticos o merindades, percibiendo los impuestos y las prestaciones de¬
bidas al rey, es decir, con poder meramente fiscal. En Cataluña se articula¬
ron, en los siglos xm y XIV, las veguerías y las batllías, en las respectivas
esferas comarcal y local. Sus veguers y batlles tenían poderes económico-
administrativos y gubernativo-judiciales en los ámbitos territorial y local
correspondientes. En Valencia, en vez de vaguerías aparecieron los jus¬
ticiados, once en total, al frente de cada uno de los cuales se situó un
justicia, juez supremo de la demarcación, y en la esfera local, como en
Cataluña hubo distintas batidas en las poblaciones.

Formación y características del régimen municipal

En el siglo XIII la importancia social y política de las ciudades aumenta


con el desarrollo de la vida industrial y mercantil. Aparecen ya las primeras
cofradías en gran número de localidades donde se hallan establecidos ofi¬
cios desde mucho tiempo atrás, como plateros, cuchilleros, curtidores, cu¬
chareros o bojeros, herreros, lambardos o maestros de obras, carniceros,
pintores, carpinteros, tejedores, sastres, zapateros, etc. Estos oficios orga-
414 MANUEL RIU RIU

nizados van a constituir uno de los soportes de la vida municipal. A ella


contribuyen también las ferias y mercados. Se forma una clase ciudadana
y consigue, poco a poco, librarse de las múltiples cargas que pesaban sobre
la ciudad igual que sobre el campo, mediante privilegios de exención.
La adquisición de una autonomía judicial por parte de la comunidad
popular señala la aparición del municipio pleno en León y Castilla. En Ca¬
taluña la administración de justicia se verifica en colaboración con el repre¬
sentante de la autoridad real o señorial, el baiulus o el vicarius (batlle o
veguer) y no se independiza. Cabe situar el inicio del municipio en Catalu¬
ña, pues, cuando se regularizan las funciones judiciales, junto con las res¬
tantes de tipo gubernativo y administrativo-local, por organismos y
autoridades elegidas por la comunidad vecinal. Las representaciones tran¬
sitorias, elegidas por la comunidad de vecinos en circunstancias especiales,
se convierten en permanentes, a finales del siglo XIII en los centros rurales
y, junto al bayle, representante de la autoridad señorial o real, se hallan
los funcionarios de elección popular, con los nombres de probi homines (pro¬
hombres o prohoms), éstos representaban a veces también al conjunto de veci¬
nos o cabezas de familia, como rectores, cónsules, iurati, pahers o paciarii, etc.
Estos últimos parece que se derivaron directamente de los paciarii o pacifi¬
cadores elegidos por voto popular para hacer cumplir la paz y tregua en
el ámbito local.
La universitas, es decir, el conjunto o totalidad de vecinos, halla en esta
representación general, formada por miembros escogidos de la comunidad
vecinal la garantía del orden, costumbres, privilegios y administración lo¬
cal. Desde mediados del siglo XIII al Xiv el régimen municipal adquiere su
definitiva caracterización en Cataluña, Aragón y Navarra, y no se impone
con luchas, discordias ni revueltas como en la mayoría de países de Euro¬
pa, sino de manera pacífica, en virtud de sucesivos privilegios o concesio¬
nes, consentidos por los soberanos o por los señores que habían creado las
municipalidades en ciudades y villas, ya existentes o de nueva fundación.
En Galicia y en la región septentrional leonesa las luchas entre las ciudades
y sus señores fueron en ocasiones violentas. En Castilla ya no lo fueron tanto.
Los cargos de paer (paciarius), cónsul o jurado, solían ser anuales y elec¬
tivos. La elección corría a cargo de la comunidad vecinal, de los magistra¬
dos salientes, a veces del señor o de su representante el bayle, o incluso de
los consejeros (conseylers o consiliarii) que, en algunas poblaciones impor¬
tantes, constituían un cuerpo consultivo creado para auxiliar en sus funcio¬
nes a los cónsules o jurados, en general muy pocos en número (de tres a
siete, por lo común). Así, en Barcelona, por ejemplo, se formó el Consejo
de Ciento (1265, Consell deis cent juráis). En los privilegios se fijaba la fe¬
cha de elección, distinta para las distintas localidades y coincidente, a me-
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 415

nudo, con días de ferias o de fiestas que facilitaran la reunión del vecindario.
Algunos individuos o familias tendieron con el tiempo a acaparar los car¬
gos y el mal se agravó de tal modo, con tendencia a la formación de oligar¬
quías municipales, que obligó a los soberanos a introducir, desde el siglo xv,
el sistema insaculatorio, modificando el procedimiento electivo, por medio
del uso de unas bolitas de cera en cuyo interior se habían introducido tiri¬
llas de pergamino o de papel con los nombres de cada uno de los candida¬
tos a elegir, mezclándolas en una bolsa y sacándolas a suerte una mano
inocente (un niño de pocos años) en número igual al de cargos a elegir. A ve¬
ces había una bolsa para cada cargo, o saquito, de ahí el nombre de insacu¬
lación con que fue conocido el nuevo sistema de elección.
En Castilla se nombró un delegado regio, el corregidor, para corregir
abusos, que acabó por hacerse permanente, pasando entonces el municipio
a formar parte del engranaje administrativo centralizado por la monarquía.
Una vez designadas, las autoridades locales debían prestar juramento
ante el baiulus o el vicarius (el bayle o el veguer) prometiendo desempeñar
su cargo con fidelidad, y al finalizar el año de su gestión, debían rendir cuen¬
tas a sus sucesores o, según los casos, a la asamblea general de vecinos o
asamblea municipal. En la mayor parte de poblaciones los concejos se reu¬
nían en las casas rectorales o en las iglesias o conventos, que por esta cir¬
cunstancia han conservado, algunas veces, sus libros de actas. La asamblea
general persistió en las localidades pequeñas; en las grandes ciudades, en
cambio, se redujo pronto y se sustituyó por el Consejo (o Consell en Cata¬
luña) de los probi homines o prohombres, o de los consiliarii o consejeros,
pudiendo éstos nombrar síndicos o procuradores para llevar a cabo deter¬
minadas gestiones.
En los siglos XIV y XV las poblaciones solían presentar al rey o al señor,
cada año o cada tres años, según los casos, una terna de nombres para que
el rey, o el señor en los lugares de señorío, escogiesen de los tres propuestos
a quien mejor les pareciere para el cargo de bayle del lugar. Con ello la figu¬
ra del bayle se incardina, cada vez más, en las instituciones populares.
En los mismos siglos, el municipio, con poder judicial desde sus inicios,
reúne el conjunto de sus ordenanzas (Ordinaciones o Costumbres propias),
en las que se contienen los bandos diversos y las características de su régi¬
men o gobierno. Sus funciones son, inicialmente, las propias de regir y go¬
bernar la población y sus habitantes, velando por los intereses de la
colectividad y promoviendo cuanto pudiera contribuir a su mayor esplen¬
dor económico, urbanístico y cultural. Los bannos o bandos, órdenes que
incluyen el castigo a su incumplimiento, regulan: el aprovechamiento de las
aguas de riego, las tiendas, precios, pesas y medidas locales, el ganado y
su paso por los campos, huertas y viñas del término, el tránsito nocturno
416 MANUEL R1U RIU

por las calles, la tenencia de armas, el juego, la usura, las actividades de


ciertos oficios, como las carnicerías, tintorerías, etc. Para su imposición se
requería el consentimiento del bayle, quien luego percibía parte de la multa
o calonia que llevaba aparejado su incumplimiento. Unos inquisidores, o
funcionarios especiales, además de los sayones, cuidaban de que se cum¬
plieran los bandos: así el vinyogol, por ejemplo, vigilaba las viñas y huertas
en Lérida. Estos funcionarios recibían los nombres de vinogols, banders,
vendalarios, sobreposats, etc., constituyendo la policía municipal. En de¬
terminadas villas y ciudades importantes de la corona de Aragón funciona¬
ba el tribunal del curia o cort, funcionario regio, cuyos registros constituyen
un retablo costumbrista apenas explorado todavía por los historiadores.
El municipio tenía a su cuidado la erección de las murallas, fosos y to¬
rres, puertas y portones, calles, cloacas y plazas, fuentes públicas, etc., y
su conservación. De él dependían también diversos establecimientos públi¬
cos tales como baños, mercados, matadero, molinos, hospitales, hornos,
lavaderos, etc. Algunas ciudades tenían carnicería o pescadería propia. Mu¬
chos municipios tenían también una caja o común, donde se guardaban los
fondos reunidos por las tasas, multas o calonias, y por los repartos, taxas
o tallas, que se imponían periódicamente a los habitantes, en proporción
a sus bienes, para contribuir a sufragar los gastos o para atender a las im¬
posiciones exigidas por los monarcas (questias, cenas, etc.).
En ocasiones los municipios de un determinado territorio o comarca se
unían formando comunidades, hermandades o juntas, como veremos, y lo¬
graron, en los siglos xiv y xv, verdadera relevancia política, convirtiéndo¬
se a su vez, incluso, en señores feudales poseedores de castillos, baronías
y lugares menores, bajo su jurisdicción. En los municipios solían hallar apoyo
los monarcas en su lucha contra la nobleza, cuando pretendieron someter
a ésta o reducir su poder.

Polas, villas nuevas y villas lrancas

A partir del siglo XIII fueron numerosas las nuevas fundaciones de vi¬
llas y pueblas en todos los reinos peninsulares. Tanto la monarquía como
la nobleza, laica y eclesiástica, contribuyeron a su formación, en lugares
estratégicos, entre los núcleos de población ya existentes y, con estas nue¬
vas fundaciones, se completaron las estructuras del paisaje hasta nuestros
días. Se trataba, en el fondo, de reordenar el poblamiento rural y concen¬
trar a los habitantes en los nuevos núcleos que ejercerían la función de cen¬
tros administrativos y económicos de sus correspondientes territorios. A esta
función tendían los núcleos de tipo pequeño y medio —las polas o pueblas—
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 417

que nacieron, promovidas por la realeza o por el obispado de Oviedo, en


Asturias, en el curso del siglo xm y primera mitad del xiv, estudiadas por
Juan Ignacio Ruiz de la Peña. O las villas de nueva fundación en Álava,
examinadas por César González Mínguez. O las villas francas y villas nue¬
vas cuyas cartas de población y de franquicia ha publicado para el ámbito
catalán José María Font y Rius.
Veamos aquí, tan sólo, el ejemplo alavés, para no ser reiterativos. Al¬
fonso X funda en el País Vasco seis nuevas villas, a fuero de Vitoria, en
las dos rutas que desde esta villa conducen a la costa cantábrica: a San Se¬
bastián y a Guetaria. En la vía de Vitoria a San Sebastián crea Salvatierra,
Segura, Ordicia y Tolosa, todas ellas en el año 1256. En la de Guetaria,
las villas de Mondragón y Vergara, en 1260 y 1268, respectivamente. Se tra¬
ta en todos los casos de promover actividades económicas y reagrupar la
población dispersa. La protección de fronteras y caminos hace que, en años
sucesivos, continúe esta política real que fomenta la expansión de los fue¬
ros de Logroño, Laguardia y Vitoria por el País Vasco.
Comunidades rurales, formadas por una o más aldeas e integradas por
campesinos solariegos que tratan de escapar a la presión de los ricos hom¬
bres e infanzones o caballeros, se seguirán acogiendo a las nuevas funda¬
ciones de pueblas o villas, patrocinadas por la realeza, a comienzos del
siglo XIV. Los señores reaccionan violentamente, con muertes, robos y sa¬
queos, y las nuevas villas se rodearán de potentes muros para evitarles. En
torno a 1338, antes de que la época de mayores crisis se abata sobre el país,
la red urbana de Álava se ha completado ya. No habrá nuevas fundaciones:
la inestabilidad política, la conflictividad social, el estancamiento económi¬
co y la caída de las rentas no favorecen su creación. E igualmente, desde
Galicia a Cataluña las nuevas fundaciones efectuadas en el siglo XV serán
excepcionales.

Las hermandades

Como las villas, también los movimientos hermandinos de las villas sur¬
gieron a finales del siglo xm, y se prolongaron a lo largo del XIV, como
medio de enfrentarse al poder opresivo de los señores, defender los intere¬
ses comerciales y marítimos, y acabar con las banderías y grupos de malhe¬
chores. La primera hermandad concejil se fundó en Burgos en 1282 y agrupó
a unos treinta concejos castellanos, aprovechando la sublevación del infan¬
te Sancho contra Alfonso X. Fue motivada por los desafueros y daños que
los nobles causaban a las villas y Sancho IV, ya rey, la suprimió en 1284.
Durante la minoría de Fernando IV se crearon otras tres hermandades, en
418 MANUEL RIU RIU

1295: la de los Concejos castellanos, la de los de León y Galicia y la de los


del arzobispado de Toledo y Extremadura castellana. Antes de que fina¬
lizara el siglo xill, en 1296, se creó la Hermandad de las Marismas, que agru¬
paba a las villas guipuzcoanas de San Sebastián, Guetaria, Motrico y
Fuenterrabía, además de otras villas cántabras, vizcaínas y la alavesa de Vi¬
toria. En 1296 surge también, en Haro, la hermandad de las villas riojanas
y alavesas, para mantener los alfoces libres de malhechores.
Aprovechando la minoridad de Alfonso XI se crean nuevas hermanda¬
des por parte de villas y lugares o poblaciones, distintas de la Hermandad
General de la corona de Castilla-León; ésta agrupa a un centenar de conce¬
jos urbanos entre 1315 y 1325, aquéllas relacionan las villas de Guipúzcoa
con Navarra y perdurarán a lo largo del siglo XIV, porque los problemas
socioeconómicos que las originaron no hallan solución. Su funcionamiento
legal se precisa entre 1375 (primer ordenamiento legal conocido) y 1387, en
que reciben competencias político-gubernativas. Desde que la tierra o provin¬
cia de Guipúzcoa, en 1335, se disgregó de la Merindad Mayor de Castilla,
con su propio merino o justicia mayor y su alcalde mayor, de nombramien¬
to real, adquieren consistencia las nuevas hermandades, respaldadas por la
corona.
Siguen las guerras de bandos en Guipúzcoa, Vizcaya o las Encartacio¬
nes, con refriegas de carácter local. Lope García de Salazar, en su obra Las
Bienandanzas e fortunas, escrita hacia 1470, nos refiere muchos de estos
sucesos menores de una época de inestabilidad, surgidos al amparo o bajo
el pretexto de las confrontaciones de oñacinos y gamboínos. La carencia
de una autoridad superior fuerte hace que caudillos, jefes de solar o parien¬
tes mayores desarrollen una agresividad que hace inseguros los caminos para
el tránsito de personas y mercancías. En estas condiciones, el papel protec¬
tor de las hermandades y su organización —a través de las Juntas— se hace
imprescindible para el desarrollo de las villas.
La consolidación de su casa y solar, los personajes de la generación de
finales del siglo xiv la consiguen buscando la licencia real para instituir ma¬
yorazgos, mediante el vasallaje a la realeza que proporciona la protección
real y permite asimismo obtener el disfrute de rentas de la corona o rega¬
lías. A mayores servicios, mayores beneficios y más estabilidad. Entre los
oñacinos: los Loyola, los Yarza, los Aguirre o los Ligarte. Entre los gam¬
boínos: los Olaso, los Zarauz, etc.
A finales del siglo xiv no dejan de fundarse aún algunas nuevas villas
o pueblas como la de Villarreal de Urréchua (1383), creada por Juan I en
Guipúzcoa a petición de veinticuatro vecinos o familias. Los lugares de la
tierra llana de Guipúzcoa se van a vincular, mediante contratos de vecin¬
dad, desde 1390 en adelante, a las hermandades. Éstas, a través de Juntas
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 419

periódicas, ordinarias y extraordinarias, dejan sentir su peso al administrar


justicia a quienes se acogen a su amparo, en nombre de Dios, el rey y la
paz. Alcaldes, jurados y fieles participan de esta misión, en beneficio de
todos, los árbitros hacen de componedores amigables y los escribanos se
encargan de registrar puntualmente las decisiones y sentencias.
La Hermandad provincial de Álava surge en 1417, a instancia de Vito¬
ria, Treviño y Salvatierra, y Juan II aprueba en Valladolid su reglamento,
reconociéndole funciones procesales y penales, dado que su objetivo prin¬
cipal es la salvaguarda de la paz y el castigo de los malhechores que, de día
y de noche, roban y saquean sus tierras, dando muerte a quienes les oponen
resistencia. No logró sus objetivos, siguiendo los enfrentamientos de los no¬
bles con los campesinos. Juan II, en 1449, trata de organizar una gran her¬
mandad que agrupe los territorios de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, el norte
de Burgos, Cantabria y la Rioja, para mantener el orden público. Tampoco
consiguió cuajar. Hubo de esperar a 1458 para que se creara la Hermandad
de la Provincia de Álava, bajo el patrocinio de Enrique IV. En ella se inte¬
graron las villas, hermandades y juntas locales y en 1463 se elaboraron nue¬
vas ordenanzas, a partir de las de 1417. Cada uno de sus miembros elegiría
un alcalde de hermandad, para ejercer la jurisdicción criminal en los casos
de muertes, robos, incendios, talas, etc., y cada jurisdicción local elegía sus
procuradores, que se reunirían en Junta General dos veces al año, eligiendo
dos comisarios, para inspeccionar a los alcaldes, y cuatro diputados que pa¬
saban a constituir la Diputación de la Hermandad, en representación per¬
manente de ésta. Unos contadores llevarían las cuentas de los gastos de
funcionamiento y prepararían los repartimientos o tallas entre los asocia¬
dos con objeto de contribuir a su financiación. Un bolsero custodiaría los
fondos comunes, y unos escribanos se encargarían de registrar las actas per¬
tinentes.
Poco después, en 1476, se crearía el cargo de juez ejecutor que se con¬
virtió en diputado general de la hermandad, o supremo magistrado provin¬
cial. Otras hermandades trataron asimismo de conseguir la pacificación
territorial y el castigo de quienes atentaban contra la paz, contribuyendo
a reforzar las oligarquías urbanas, hasta que los Reyes Católicos crearon
la Santa Hermandad, o hermandad general del reino de Castilla que agru¬
paría, desde 1476 (Cortes de Madrigal), a propuesta del contador Alonso
de Quintanilla y del vicario general de Villafranca, Juan de Ortega, a todos
los concejos de León, Asturias y Castilla. Aprovechando las experiencias
de estas hermandades regionales o provinciales se promulgaron sus Cua¬
dernos de Ordenanzas, modificados en 1485. Como agentes ejecutivos se
crearon los guardas o quadrilleros, soldados a caballo, que pasaron a cons¬
tituir las milicias de la Santa Hermandad.
420 MANUEL RIU RIU

Las instituciones centrales en Cataluña

Las cinco instituciones a través de las cuales se gobernaba el principado


de Cataluña —prescindiendo ahora de los señoríos laicos y eclesiásticos—
eran el Consejo Real, la Curia, la Casa Real, los Municipios y las Cortes,
que a veces colaboraban con el monarca y a veces se oponían a su autoridad.
Los miembros del Consejo eran elegidos por el rey entre sus «familia¬
res» (fueran éstos de su propia sangre o no), entre la jerarquía eclesiástica,
los nobles adictos a la corona y los juristas, expertos en ambos derechos
civil y canónico. Todos ellos colaboraban con el monarca y le aconsejaban.
Quienes más influencia ejercían, en el siglo xiv, eran los privados: en tiempo
de Pedro el Ceremonioso éstos fueron: el infante Pedro de Ribagorza, Ber¬
nardo de Cabrera y la reina Leonor de Sicilia.
Las funciones administrativas, correspondientes a la administración cen¬
tral, las realizaban los funcionarios de la Casa Real, dispersos por las ciu¬
dades y villas del territorio pertenecientes al Real Patrimonio. A la Curia
le correspondía entender en las funciones jurídicas. En estas tres institucio¬
nes: Consejo, Curia y Casa Real se centraba el gobierno del soberano, que
Pedro el Ceremonioso intentó convertir en centro de una monarquía auto¬
ritaria frente a la feudalización.
De las Cortes, integradas por nobles, eclesiásticos y ciudadanos honra¬
dos, representantes de las villas y ciudades del Patrimonio Real, volvere¬
mos a hablar en el apartado siguiente. Los municipios, en pleno desarrollo
en Cataluña como en el resto de los Estados de la corona de Aragón, conta¬
ban ya con instituciones sólidas, como el Consell de cent jurats que regía
Barcelona, formado en sus dos terceras partes por ciudadanos honrados,
y el tercio restante por mercaderes, notarios, boticarios y menestrales o ar¬
tesanos de distintos oficios. Quien de hecho gobernaba la ciudad era el con-
seller en cap, perteneciente al estamento de los ciudadanos honrados. Las
instituciones de los restantes municipios influyeron menos en el gobierno
central.

El papel de las Cortes en el gobierno


DE LA CORONA DE ARAGÓN

Los constantes conflictos entre la Unión de la nobleza de Aragón, en


defensa de sus privilegios, y la monarquía, quedarían zanjados a finales del
siglo xm con la confirmación por el rey de los fueros tradicionales, de ca¬
rácter feudal, frente a los principios del derecho romano. La aceptación por
Alfonso el Franco de convocar Cortes todos los años y actuar de acuerdo
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 421

con sus decisiones, o con los consejeros designados en ellas, en los asuntos
que afectaran a la guerra o fueran de interés general para Aragón, Valencia
y Ribagorza. El reconocimiento de la autoridad superior del justicia de Ara¬
gón, y la posibilidad de aplicación del fuero aragonés en Valencia y Riba¬
gorza; la renuncia del rey a nombrar extranjeros para ejercer cargos en
Aragón, el cese de los jueces reales en las villas y lugares de señorío, la resti¬
tución de los bienes confiscados, y la atención de las peticiones individua¬
les. Por su parte, los catalanes, en las Cortes de 1283, habían obtenido
pacíficamente de Pedro el Grande las cláusulas en que se basaría el pactis-
mo catalán, coincidentes en esencia con las peticiones de los unionistas de
Aragón. Cláusulas económicas, judiciales y políticas. Entre las primeras,
promesa de no extender el impuesto sobre el ganado mayor (bovaje), su¬
presión del impuesto de la sal, peajes y portazgos; fijación de intereses en
un máximo del 20 por 100 del capital prestado (de acuerdo con lo estipula¬
do por Jaime I en 1228), y construcción de un puente sobre el río Llobre-
gat. Entre las judiciales, promesa de no vender los cargos de la curia, bailía
o veguería; obligación de todos los oficiales de rendir cuentas al finalizar
su gestión; compromiso de resolver en Cataluña los pleitos, etc. Entre las
políticas, compromiso de reunir Cortes todos los años, con asistencia de
los prelados (obispos y abades), procuradores de las Órdenes militares, la
alta y media nobleza (barones y caballeros incluidos) y los ciudadanos y hom¬
bres buenos de las ciudades y villas: Barcelona, Lérida, Gerona y Tortosa
(que ya tuvieron cuatro delegados), y Vic, Cervera, Montblanc, Tárrega,
Vilafrana del Penedés, Manresa, Berga y Besalú (dos delegados de cada una).
El rey se comprometía además a no promulgar nuevas ordenanzas ni leyes
de carácter general sin su aprobación y consentimiento.
A finales del siglo xm las ciudades y villas importantes de Aragón, con
representación en Cortes, eran ocho: Zaragoza (con mucho la más impor¬
tante), Huesca, Tarazona, Jaca, Barbastro, Calatayud, Teruel y Daroca.
Las de Cataluña eran las trece señaladas. El peso político de ciudades y vi¬
llas era mucho mayor en Cataluña que en Aragón. En tanto que en este
reino sólo Zaragoza solía contar con cuatro representantes en las Cortes,
los tenían otras tres ciudades en Cataluña además de Barcelona. El resto
de las ciudades y villas de Aragón (siete en total) sólo tenían un represen¬
tante cada una en las Cortes, mientras en Cataluña las ocho últimas que
hemos relacionado tenían dieciséis representantes, con lo cual el total de
representantes urbanos en Cataluña era de treinta y cinco frente a los once
de Aragón.
A las Cortes de Gerona de 1358 fueron convocadas 160 personas con
voz y voto, ya a título personal o como representantes de cabildos y ciuda¬
des o villas reales. El brazo militar lo componían noventa y cuatro personas
422 MANUEL RIU RIU

(53 nobles y 41 caballeros); el brazo eclesiástico, cuarenta y tres personas


(el arzobispo de Tarragona y siete obispos, los ochos cabildos correspon¬
dientes, veinticinco abades de monasterios, el castellán de Amposta y el prior
de la Orden del Hospital), y el brazo real los representantes de sólo veinti¬
trés ciudades y villas. El absentismo fue importante, faltando el 60 por 100
de los componentes del brazo militar, el 67 por 100 del estamento clerical,
y sólo el 13 por 100 del brazo real. El problema del absentismo debería ser
analizado a fondo para valorar debidamente el papel de las Cortes en el go¬
bierno.

La Hacienda en Castilla

La administración de las finanzas la dirige en Castilla el mayordomo,


almojarife o tesorero real, generalmente judío, a cuyas órdenes se hallan
los diversos funcionarios encargados de la percepción de portazgos (almo¬
jarifes), aduanas (diezmeros) y de tributos varios, así como de verificar los
pagos por sí mismos. Con frecuencia los impuestos se arrendaron a moros,
judíos o conversos que luego abusaban de su gestión ocasionando tumultos
populares e incluso protestas en las Cortes. Los gastos exigieron de los mo¬
narcas tomar dinero prestado de mercaderes o judíos o quebrar la moneda,
rebajando su ley y manteniendo su valor nominal. Eran motivo de gastos
extraordinarios: el ejército, los sueldos de los funcionarios —cada vez más
numerosos—, el lujo de la Corte y las dádivas a monarcas extranjeros, a
iglesias y monasterios o, mucho mayores desde mediados del siglo XIV, a
los nobles. Las donaciones a estos últimos, en tiempo de Enrique II de Tras¬
támara, llegaron a empobrecer en gran manera a la Hacienda real de Castilla.
Esta Hacienda fue deficitaria, en los siglos XIV y xv, como lo fue la de
la corona de Aragón, aunque poseemos para la Castilla anterior al siglo XIV
menos datos para estudiarla. Las Cortes no lograron actuar unidas ni con¬
trolar las inversiones de la monarquía, si bien el brazo real aceptó con fre¬
cuencia los impuestos extraordinarios, con la esperanza de que sirvieran para
hacer frente a los nobles que saqueaban las tierras de realengo. La monar¬
quía, como hemos dicho, solía entregar dichos impuestos a arrendadores,
capaces de anticiparle las sumas que importaban, menudeando en las Cor¬
tes las peticiones de que los arrendadores no fueran judíos, ni tampoco ofi¬
ciales reales, ni prelados, ni caballeros, sino que los arrendadores fueran
hombres buenos, naturales y moradores de las ciudades y villas. A ello se
comprometió Sancho IV en las Cortes de Palencia de 1286, en circunstan¬
cias difíciles, pero luego no cumplió su promesa, ya cediendo la recauda¬
ción a judíos, ya a oficiales reales. Por entonces el salario de los recaudadores
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 423

o cogedores solía representar el 2,5 por 100 de lo recaudado, pero varió con
el tiempo. Conocemos pocas cifras globales de esta época para poder saber
lo que representaba la fiscalidad del reino de Castilla. El total recogido en
1294 por Juan Mateos, encargado de centralizar y distribuir el dinero desti¬
nado al asedio de Tarifa, debía ser superior a los 825.000 maravedíes, pero
no sumó (según parece) más de 600.000 maravedíes. La suma de los gastos
de cobro y de las cantidades que fueron incobrables representó cerca del
7 por 100 menos de lo previsto.
El rey se hallaba comprometido al pago de salarios y asignaciones sobre
determinadas rentas, por concesiones hechas a los ricoshombres y vasallos
suyos. Pero una Hacienda deficientemente organizada le impedía hacerlo
con regularidad. Las fuentes de ingresos eran muy diversas y no siempre
fáciles. Cualquier retraso en el cobro, y los retrasos eran frecuentes, podía
implicar robos y saqueos en las tierras del patrimonio real y los súbditos
del monarca eran los primeros perjudicados. El derecho al dinero de los
impuestos ordinarios no autorizaba legalmente a los afectados (que no per¬
cibían sus salarios) a recaudarlos directamente, pero si no se ponían de acuer¬
do con los arrendadores, o se retrasaban los pagos, no faltaban «caballeros»
u «hombres poderosos» que se apoderaban por la fuerza de lo que tenían
asignado. Y tampoco faltaron los abusos por parte del rey, ni por parte de
los arrendadores o incluso de los pecheros, que demoraban en cuanto po¬
dían el hacer efectivos los pagos.
Los impuestos más usuales eran, mediado el siglo xiv, la moneda fore¬
ra, el servicio y montazgo, la alcabala, las tercias reales (equivalentes a las
2/9 partes que correspondían al rey en los diezmos eclesiásticos), las sali¬
nas, la capitación de moros y judíos, y los derechos de escribanía y cancille¬
ría. Los tres impuestos más importantes eran los servicios, alcabalas y
moneda forera, al parecer por este orden, si bien se desconoce la cuantía
de la mayor parte de los impuestos. Algunos impuestos indirectos (portaz¬
gos, pontazgos, etc.) y en particular los relacionados con el tráfico de mer¬
cancías (como los telonea o impuestos de mercado, o las leídas) alcanzaron
notable desarrollo. Por la expedición de cualquier documento por la canci¬
llería real se pagaba el carilelum o tasa de cancillería. También las caloñas
(calonias) o multas judiciales aumentaron en número y cuantía. A ellas se
unían los impuestos ordinarios ya conocidos y el extraordinario del peti-
tum, subsidio o pecho, que pudo llegar a motivar el interés de los pecheros
para intervenir directamente en la votación de tales subsidios, contribuyen¬
do al desarrollo de las Cortes. Existieron además otros impuestos y subsis¬
tieron varias prestaciones personales (como la facendera, mandadera, etc.),
ampliándose con otras nuevas.
Veamos algunos detalles de todo ese complejo sistema financiero e im-
424 MANUEL RIU RIU

positivo. Los servicios se votaban en Cortes y su cuantía podía variar mu¬


cho, como veremos. La alcabala era el impuesto «del diezmo de todas las
cosas», se cifró en 1386 en 18.500.000 maravedíes y equivalía al 10 por 100
del valor de cuantos bienes muebles, inmuebles o semovientes se vendieran
en el reino, al por mayor y al detalle. Nadie se hallaba exento y se aplicaba
a la venta de pan (librándose sólo el pan cocido para el uso familiar), vino,
carne viva y muerta; pescado fresco, seco y salado; paños de oro, seda, lana,
lino, algodón y sirgo, labrados y sin labrar; y de todas las heredades y bie¬
nes raíces en venta, así como bienes muebles y semovientes, salvo caballos,
potros, mulos y muías de silla, armas y monedas.
La moneda forera era un tributo (similar al del «morabatí») que se de¬
bía pagar en metálico cada siete años en reconocimiento del señorío real,
y equivalía a un maravedí por vecino o familia, estimándose su cuantía en
1.500.000 maravedíes en los años 1386-1388, lo cual supondría la existencia
de otros tantos vecinos o familias en la corona de Castilla, o sea, unos
6.000.000 de habitantes como mínimo, si aplicásemos el coeficiente 4. No
obstante, al reunirse los tres impuestos mayores (servicio, alcabala y mone¬
da) en 1386 para facilitar su cobro, se estipuló que quien poseyera bienes
valorados en menos de 60 maravedíes quedaría exento, y por cada 60 mara¬
vedíes de haber los vecinos de Castilla, las Extremaduras y la frontera pa¬
garían ocho maravedíes; y los de León, tan sólo seis maravedíes.
La relación de las Cortes de Briviesca de 1387, en que se ofreció a Juan I
un servicio de 540.000 francos de oro a repartir entre todos los súbditos,
a razón de un sueldo por libra de su patrimonio o renta, nos permite cono¬
cer algunos detalles interesantes que han sido analizados por José Luis Martín
Rodríguez. Se señalaba que quien menos pechare debería pagar una dobla
(50 maravedíes), aunque careciera de bienes, pero el que tuviera un patri¬
monio superior a los 40.000 maravedíes tan sólo pagaría 20 doblas, fuera
cual fuese su cuantía. Se fijaba, pues, un mínimo y un máximo, en perjui¬
cio de los más pobres y en beneficio de los más ricos. Luego el tope para
éstos quedaría fijado en ocho doblas (400 maravedíes) y a los más pobres
se les permitió pagar por meses y en moneda de vellón, en vez de hacerlo
en moneda de oro o plata. Este servicio ascendió a 15.500.000 maravedíes,
al parecer el importe de la alcabala se cifró asimismo en otros tantos mara¬
vedíes, y el tributo de «6 monedas» representaba otros 9.000.000. En total
el servicio y los dos tributos sumarían 40.000.000 de maravedíes en un solo
año. El cobro, para el cual el rey designó a los administradores entre «hom¬
bres buenos, honrados, ricos y abonados» de las ciudades y villas (quienes
percibían sólo el 1,50 por 100 de lo recaudado, en concepto de salario), se
haría en las monedas usuales de oro y plata: el franco de oro, cuyo valor
oficial era de 40 maravedíes y se estableció que, para el caso, se cambiaría
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 425

a 33 maravedíes; el florín de oro de Aragón, cuyo valor era de 28 marave¬


díes y se cambió por 22; la dobla castellana o escudo viejo, cuyo valor era
de 50 maravedíes y se fijó el cambio en 37; la dobla morisca, cuyo valor
oficial era también de 50 maravedíes y se fijó en sólo 36; y el real de plata,
cuyo valor de 4 maravedíes se rebajó a sólo 3.

La Hacienda real castellana en el siglo xv

Miguel Ángel Ladero, en su estudio de la Hacienda real castellana en


el siglo xv, ha podido aportar muchos más detalles sobre estos aspectos
financieros, llegando a dibujar los rasgos esenciales de la política hacendís¬
tica. El principal cargo de la Hacienda pública seguía siendo el mayordomo
mayor, un gran aristócrata que cobraba ciertos derechos sobre todas las ren¬
tas reales. El canciller y los cuatro notarios mayores intervenían en la expe¬
dición de documentos relacionados con las rentas. El despensero mayor
intervenía en los pagos de raciones a los oficiales de la Casa Real. La Con¬
taduría Mayor de Hacienda controlaba ingresos y gastos, y la Contaduría
Mayor de Cuentas o Casa de Cuentas revisaba la gestión de los oficiales
y arrendadores, y con ella la contabilidad estatal; una y otra contadurías,
a través de los dos contadores mayores, gestores máximos de las finanzas,
ayudados por lugartenientes a sus órdenes, y por ocho oficios u oficinas
(los oficios de rentas, de relaciones, de extraordinario, del sueldo, de
tierras, de tenencias, de quintaciones y de mercedes), existentes ya cuando
Juan II, en 1433, fijó en Segovia su Ordenamiento de la Hacienda real.
La figura del almojarife mayor o tesorero general desapareció a finales
del siglo XIV (antes de 1391). Los recaudadores se repartían los distritos o
partidos, en número superior a treinta y cuatro, en que se hallaba dividido
el territorio para la percepción de impuestos, cuando los arrendadores de
los mismos no ejercían a su vez de recaudadores (o tenían sus propios coge¬
dores o receptores).
El nuevo sistema hacendístico castellano aparece remozado entre 1393
y 1406: la alcabala se convierte en la renta ordinaria más importante desde
Enrique III, le siguen las salinas, el servicio y montazgo, y el sistema de
aduanas, asimismo remozado desde Enrique III. En tiempo de Juan II
(1406-1454) aristócratas poderosos practican la depredación de los intere¬
ses monárquicos a favor de la nobleza. En 1429, mediante la aplicación de
la bula de cruzada, préstamos y servicios de las Cortes, la monarquía guia¬
da por Alvaro de Luna consigue enderezar la Hacienda. Aquel año los in¬
gresos por alcabalas y tercias (estas últimas eran las 2/9 partes del diezmo
eclesiástico, a que ya nos hemos referido) sumaron más de 50.000.000 de
426 MANUEL RIU RIU

maravedíes. Y entre 1430 y 1460, gracias al desarrollo del comercio interior


y exterior, convertido en principal soporte del sistema fiscal, se alcanzaron
niveles óptimos, si bien los concejos se mostraban debilitados por la cuan¬
tía de los servicios, y la resistencia señorial a la acción del fisco o la apro¬
piación de rentas y derechos reales por parte de la nobleza, dificultaba su
consolidación. Se hizo necesario eliminar o confiscar mercedes, ayudas de
costa, juros y otras rentas concedidas a ristócratas o a miembros de la
propia familia real. Las rentas del infante Juan en 1444 sumaban más de
4.000.000 de maravedíes. Las rentas de don Alvaro de Luna, en 1453, no
eran inferiores a dicha cantidad. La renta de los señoríos del arzobispado
de Toledo sobrepasaba esta cantidad en 1482 y 1483. Por el contrario, a
partir de 1461, la concesión imprudente de nuevas mercedes regias y los arren¬
damientos de rentas habían conducido a un retroceso para la monarquía.
En 1474, después de una década crítica, Enrique IV disponía de poco más
de 12.000.000 de maravedíes para hacer frente a los gastos de la corona.
Isabel I, en las Cortes de Madrigal de 1476, tomaría las primeras medi¬
das para la restauración hacendística, iniciando un profundo saneamiento
institucional: se iban a suprimir, sucesivamente, las mercedes excesivas (re¬
duciendo las rentas situadas), pero se respetaron los intereses de la baja no¬
bleza en los concejos, y el papel de estos últimos en la esfera local. Trataron
los Reyes Católicos de aumentar los ingresos extraordinarios, mediante servi¬
cios de la hermandad y de las Cortes, o con recurso a préstamos y juros
de heredad; con la bula de cruzada y la décima o subsidio de origen ecle¬
siástico (obtenidas mediante bulas pontificias) que podían ser los dos im¬
puestos más cuantiosos entre los extraordinarios, y de este modo consiguieron
mantener un ejército y una diplomacia nuevos.

La Hacienda real aragonesa

En el reino de Navarra existía una Cámara de Comptos, reorganizada


por Carlos el Malo en el siglo xiv (en 1364), con sus oidores de cuentas,
encargados de la inspección de las finanzas. La conservación de sus fondos
documentales revela una organización espléndida para su tiempo. En la co¬
rona de Aragón, desde las reformas de Pedro IV (1334), se hallaba al frente
de la Hacienda el maestre racional, al cual debían rendir cuentas: el tesore¬
ro, que cuidaba de verificar los ingresos y gastos de la Casa Real, el escriba¬
no de ración, intendente de la administración doméstica real, y gran número
de oficiales y funcionarios subordinados a éstos.
La Hacienda real en la corona de Aragón se nutría de los impuestos or¬
dinarios y de los extraordinarios votados por las Cortes, cuyas ayudas se
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 427

condicionaban a veces a poder designar los recaudadores y fijar las condi¬


ciones en que se recaudarían. La realeza tenía en sus manos dos medios para
hacer efectivos los impuestos: el de que los cobraran sus funcionarios o re¬
caudadores y el de arrendarlos a particulares, como en la corona de Casti¬
lla. En el primer caso, los cobros podían retrasarse un año, dos o más y
la economía real, cuyos ingresos normales se hallaban asignados en buena
parte a particulares, eclesiásticos, nobles y miembros de la familia real, ra¬
yaba en la indigencia para hacer frente a sus pagos, mantener sumisos a
los nobles y atender sus compromisos exteriores. En el segundo caso, los
arrendadores adelantaban la suma al soberano, pero en una cantidad algo
menor, y luego extorsionaban a los súbditos para resarcirse, con lo cual em¬
pobrecían a los contribuyentes y, como ha estudiado José Luis Martín, da¬
ban lugar a tensiones graves, conflictos e incluso sublevaciones. Desde
mediados del siglo xiv las Cortes de Cataluña cuando votaban una ayuda
o subsidio al rey se reservaban el derecho a designar los encargados de re¬
caudarla y fijaban las condiciones, otro tanto hicieron las Cortes de Ara¬
gón desde 1371, y probablemente también las de Valencia.
Mientras los gastos de los recaudadores oscilaban entre el 6 y el 14 por 100
desde finales del siglo xm, los arrendadores no solían hacer efectivo más
del 80 por 100 del valor de las rentas, quedándose con el 20 por 100 restante
en pago de su gestión, puesto que de hecho eran arrendadores-prestamistas
que cobraban intereses por el dinero adelantado. En 1343 el cambista va¬
lenciano Vernat Joan, que arrendó y adelantó la ayuda de unos 760.000 suel¬
dos ofrecida a Pedro el Ceremonioso por la ciudad y reino de Valencia, a
pagar en dos años, se cobró el 30 por 100 anual en concepto de intereses.
Mientras que en Aragón los recaudadores no cobraban más del 4 ó 5 por 100
de las cantidades que recaudaban.
Cuando en 1357 el brazo real de Cataluña ofreció a Pedro el Ceremo¬
nioso 70.000 libras, éste para conseguir el dinero de inmediato encargó la
recaudación al escribano de la tesorería real Pere Valls, quien a su vez ob¬
tuvo un préstamo del cambista barcelonés Jaume Villar, pero la reina tuvo
que dejar a éste, en prenda, su vajilla y la corona, adornada con perlas y
piedras preciosas. De hecho, de las 70.000 libras se cobraron sólo 66.804
y en su recaudación se gastó el 10,6 por 100 de esta cantidad, pues hubo
que descontar los intereses pagados a diversas ciudades por anticipar sus
cuotas (como Barcelona, Gerona y Puigcerdá), los intereses y donativos «gra¬
ciosos» abonados a los cambistas y prestamistas judíos y cristianos, y otros
salarios y comisiones. El judío Vidal Caravida adelantó el total de la ayuda
debida por Gerona (78.538 sueldos) y cobró el 10 por 100. Barcelona, para
pagar los 486.609 sueldos que le correspondían, emitió deuda pública (vio-
loris o violarios) y cobró los gastos correspondientes (pues el interés anual
428 MANUEL RIU RIU

de estos violados era del 14,30 por 100). Las cuentas del impuesto, conser¬
vadas en el Archivo de la corona de Aragón, y estudiadas por José Luis
Martín, demuestran la complejidad de las recaudaciones de las ayudas ex¬
traordinarias, debido a la carencia de una infraestructura adecuada.
En cambio, los impuestos ordinarios, cuya recaudación correspondía a
los oficiales reales, ocasionaban menos gastos de gestión, pero desde fina¬
les del siglo xin era frecuente su arrendamiento, en subasta pública, al co¬
menzar el año. Se componían de: rentas, tributos, diezmos, censos, cenas,
pechos, subsidios y ayudas, salinas, otras regalías, pesos y lezdas, peajes
y otros derechos señoriales tales como horno, molinos, carnicerías, escriba¬
nía, barca, multas y derechos judiciales, etc. Pero, a mediados del siglo xiv,
el monarca tenía hipotecados sus ingresos y el dinero de los impuestos pa¬
saba de las manos de recaudadores y arrendadores a las de los acreedores.
El hecho de que el rey reconociera una deuda a un determinado caballero,
o a un oficial de su Casa, y le asignara una renta sobre peajes, salinas, etc.,
no significaba que éste llegara a cobrarla. A menudo, ya desde finales del
siglo XIII, la Hacienda real se hallaba en crisis y los gastos sobrepasaban
los ingresos de la corona. En 1326 Jaime II asignó a su hijo el infante Pedro
de Ribagorza la renta vitalicia de 35.000 sueldos barceloneses al año, pero
esta renta, a pesar de que el infante sería un personaje influyente en la corte
de Pedro el Ceremonioso, no siempre le sería fácil percibirla, porque la te¬
nía asignada fragmentariamente sobre distintos ingresos reales. La reina Ma¬
ría de Navarra tuvo una asignación de 50.000 sueldos anuales, pero tampoco
podía lograr siempre que se hiciera efectiva, a pesar de que ambas asigna¬
ciones fueran consideradas «asignaciones primeras».
El rey se veía obligado, para hacer frente a continuas guerras, no sólo
a empeñar los impuestos ordinarios, sino a deber el dinero que podían ofre¬
cerle las Cortes o sus brazos con carácter extraordinario. Las exigencias de
los salarios de los diversos oficiales (a menudo percibidos de las entradas
que procedían del desempeño de sus oficios), la devolución de préstamos,
las obras realizadas en palacios y castillos, las fiestas y conmemoraciones,
las concesiones graciosas, las compras de suministros diarios para la alimen¬
tación y el vestido, las asignaciones a los hijos y familiares, etc., represen¬
taban sumas bastante mayores que los ingresos.
Gracias a un estudio parcial de Antonio Aragó y Rafael Conde conoce¬
mos la evolución de las rentas del Patrimonio Real en el territorio del Con-
flent, durante el reinado de Pedro el Ceremonioso (1345-1386). Aunque se
trata de un estudio referido sólo a este territorio ultrapirenaico creemos que
la evolución de sus rentas puede resultar significativa. Cuatro son los con¬
ceptos básicos analizados: 1) las regalías (derechos de hornos, molinos, mer¬
cancías [lezdas], minas de hierro, pastos y aprovechamientos forestales);
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 429

2) derechos derivados de la administración de justicia y escribanías (curias


de los bayles de Vilafranca de Conflent, Fulla y Saorra, sayones, notaría
de Vilafranca, escribanía de Rodés, etc.); 3) rentas locales (Conat, Formi-
guera, Matamala, Puigvalador, Rodés, Saorra, Vingá, etc.), y 4) rentas pa¬
trimoniales (censos en dinero o en especies, foriscapis que gravaban la
transmisión de bienes inmuebles en dos dineros por sueldo, y acaptes que
gravaban el derecho de entrada o cambio de señor útil en los establecimien¬
tos enfitéuticos, y censales muertos o perpetuos). El montante de las mis¬
mas en el ejercicio 1345-1346 (antes de la peste negra) ascendió a más de
2.650 libras, quedando reducido en 1364-1365 a sólo unas 800 libras (me¬
nos de un tercio) y subiendo de nuevo en 1385-1386 a unas 1.035 libras,
cantidad inferior todavía a la mitad de la cifra inicial. El procedimiento de
recaudación solía ser, salvo para los censos, el arrendamiento a tanto alza¬
do, por bienios, comenzando en julio el ejercicio anual y finalizando el 30 de
junio siguiente.
La evolución, a lo largo del período analizado, de las distintas rentas
no fue uniforme. La enajenación o consignación de rentas y su devaluación
influyeron en ello, pero las regalías se fueron convirtiendo progresivamente
en el capítulo principal pasando de representar sólo el 36,6 por 100 del total
en 1346 a ser el 75,5 por 100 en 1386. Este estudio de una parcela concreta
de las rentas reales muestra el interés de que se profundice en el tema, del
cual sólo podemos ofrecer ahora un muestreo, siguiendo los estudios sobre
el patrimonio real de María Teresa Ferrer.
Mediado el siglo xiv, las Cortes de los reinos de la corona de Aragón,
cuando conceden una ayuda al monarca tratan de controlar no sólo su re¬
caudación, sino también su inversión. Las 60.000 libras concedidas en Léri¬
da, en 1355, se destinan a armar 40 galeras y 10 naves para la guerra contra
Génova y la vigilancia de las costas de Cataluña, Valencia y Mallorca. Las
120.000 libras otorgadas en las Cortes de Barcelona-Lérida-Tortosa, de
1364-1365, iban destinadas a la defensa de Cataluña en la guerra con Casti¬
lla y una comisión de 20 diputados se encargaría de recaudar y administrar
el donativo, sin la intervención ni del monarca ni de sus oficiales. La suma
se elevaría, en 1366-1367, a 325.000 libras anuales, pero la gestión de la mis¬
ma por la Diputación del General no haría más que fortalecer a ésta en de¬
trimento del poder real. La recaudación supuso una elevación de los precios
hasta el 50 por 100 y aún no se pudo alcanzar el total propuesto.
Más tarde, a mediados del siglo xv, veremos que las Cortes rechazan
conceder a Alfonso el Magnánimo un subsidio, pero los payeses de remen¬
sa le ofrecen 100.000 florines en 1448, y en el año 1488 se avienen a pagar
50.000 libras barcelonesas a Fernando el Católico. La Sentencia Arbitral
de Guadalupe daría lugar a la formación del Gran Sindicato Remensa, para
430 MANUEL RIU RIU

el pago de las sumas que se les impusieron. Y los representantes de los re¬
mensas pudieron imponer derramas (talles o talls), diezmos y otros dere¬
chos. Se recaudaron 58.111 libras y 16 sueldos, cifra de la cual se entregó
a la tesorería real el 82,2 por 100, correspondiendo el 17,6 por 100 restante
a los salarios y gastos de recaudación. Estos breves ejemplos de los procedi¬
mientos para obtener ingresos extraordinarios, por parte de la monarquía,
tanto en la corona de Aragón como en la de Castilla, merecerían ser am¬
pliados para poder proporcionar una visión de conjunto de los ingresos y
gastos de una monarquía en expansión al finalizar la Edad Media.

El ejército castellano y leonés,


SU ORGANIZACIÓN Y SUS JEFES

Las antiguas prestaciones personales de carácter militar se fueron susti¬


tuyendo en el siglo xm por tributos. A menudo se pasó al tributo a través
de una etapa intermedia en la cual se multaba a quien no cumplía la presta¬
ción debida. Así, la fonsadera, la anubda y la castellana se convirtieron en
tributos. En los siglos xm y XIV la fonsadera suele aparecer con el doble
carácter de: 1) multa por faltar al servicio, o 2) contribución de guerra por
parte de quienes se hallaban imposibilitados de acudir al fonsado por ca¬
rencia de armas o de caballo, o por enfermedad o por razón de sexo. En
estos siglos las propiedades aparecen sujetas al pago de la fonsadera, pero
las exenciones eran frecuentes, en especial para eclesiásticos. La anubda y
la castellana venían obligados a pagarlas, en metálico o en especies, quie¬
nes no colaboraban personalmente en la construcción y reparación de obras
militares de defensa.
El mando del ejército correspondía al rey, o en su representación a un
comes, al alférez hasta el siglo xiv, y en el XV al condestable. Se organiza¬
ba la hueste y se dividía en colaciones o parroquias mixtas de jinetes y peo¬
nes. Cada hueste iba presidida por el señor de la ciudad o villa respectiva,
o por el concejo con los alcaldes y el juez, y los adalides; poseía una guar¬
dia de caballeros (talayeros o atajadores) que patrullaban por sus cercanías
para avisar en caso de peligro, y la acompañaban: el capellán, cirujanos
y personal sanitario, escribano, cuadrilleros y pastores. Los cuadrilleros se
hallaban encargados del recuento, cuidado y reparto del botín, y los pasto¬
res acudían a la hueste para conducir los rebaños. Los sueldos de todos ellos
dependían a menudo del botín que se obtuviera. Los privilegios de exen¬
ción restringían la obligatoriedad de acudir a la hueste cuando era convoca¬
da por el rey, pero además el que no acudía podía redimirse pagando dos
áureos, o dos maravedíes, o de diez a cinco sueldos si era caballero y la mi-
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 431

tad si era peón, según acreditan los distintos fueros y cartas pueblas penin¬
sulares.
Las ciudades para su defensa establecían que todos ios ciudadanos de¬
bían tener armas apropiadas a su condición y saberlas manejar. En las di¬
versas torres de sus murallas colocaban vigías nocturnos y había rondas de
policía (supervelas) destinadas a cuidar del orden y seguridad de sus habi¬
tantes. Cada puerta de la muralla tenía su portalero y a todos ellos se les
exigían responsabilidades. En caso de partir la hueste de la población, que¬
daban en ella dos alcaldes jurados y un juez interino.
En caso de defensa ante una agresión, se llamaba a los hombres aptos
(apellido) para luchar, debiendo llevar cada uno sus armas y «pan para tres
días», entendiéndose que en caso de durar más de tres días la movilización,
la manutención de la tropa corría de cuenta del Concejo. Cuando se convo¬
caba el ejército para una operación ofensiva (fondado) por parte del rey,
conde, señor del lugar, arzobispo, merino o concejo, tan sólo podían dejar
de acudir a la llamada: los enfermos, los encargados por el concejo de la
vigilancia de los cultivos y de los ganados, quienes tuviesen su mujer o su
caballo enfermos, los recién casados, etc. Pero varios asistentes podían ex¬
cusar a otros si llevaban tiendas de campaña u otros útiles de su propiedad.
Los que se excusaban de asistir a la expedición perdían algunos derechos,
como el de poder ser hombrados alcaldes, voceros o jueces.
Infantes o peones y caballeros integraban el ejército. Las armas defensi¬
vas eran el escudo, la loriga, o vestido de mallas, hierro o cuero usado so¬
bre el jubón; el almófar, gorro o capucha de cuero colocado sobre una cofia
de tela y, encima, la capellina o casco de hierro. Solía haber ballesteros de
a caballo, que llevaban ballesta de dos cuerdas y 200 saetas, y ballesteros
de a pie, con su arco-ballesta de dos cuerdas también y 100 saetas. Hubo
caballeros villanos armados de lanza o maza, caballeros nobles con escudo,
lanza y espada, y peones armados de lanza y cuchillo. Algunos llevaban ca¬
denas para retener a los prisioneros, hachas y otros ingenios bélicos. Este
conjunto heterogéneo desconoció, en la mayor parte del período, el arte de
la táctica guerrera. Los ejércitos del occidente peninsular y los del levante
no fueron esencialmente distintos, de modo que varias de las observaciones
del epígrafe siguiente completan cuanto aquí decimos.

El ejército de la corona de Aragón:


CABALLEROS E INFANTES

El mando supremo del ejército en la corona de Aragón, como en los


restantes reinos hispánicos, se lo reserva el rey. Los distintos cuerpos o com¬
pañías los mandan los capitanes o caudillos, a cuyas órdenes se encuentran
432 MANUEL RIU RIU

los adalides o jefes de Estado Mayor, encargados de dirigir las operaciones,


cuidar del avituallamiento y juzgar las pendencias. A las órdenes de éstos
se encuentran, a su vez, los almocadenes o jefes de peones. Los cuerpos mi¬
litares los integran caballeros, infantes, ballesteros, scudars, hombres de ca¬
ballo a la jineta y los hombres que cuidan del armamento en las galeras.
Entre los caballeros cabe distinguir: los ricos hombres (chevaliers, richs ho-
mens), que constituían una quinta parte aproximadamente de las fuerzas
de caballería y recibían, además del pago de una cantidad fija por caballo
armado, una paga extraordinaria (acurriment) proporcionada a su catego¬
ría; y los hombres de a caballo (cavaliers, sergeants u homens a cavad), que
cobraban el sueldo correspondiente por caballo armado pero no pagas ex¬
traordinarias por razón de su persona. Los caballeros de mesnada eran los
que servían de escolta directa al rey. Del número de los caballeros nos dará
una idea el hecho de que Jaime I emprendiera la conquista de Mallorca con
unos 1.300 ó 1.400, Roger de Flor se embarcó en Sicilia para Oriente con
1.500 y el infante Alfonso, hijo de Jaime II, fue a la conquista de Cerdeña
con 1.000 caballeros. Parece ser que cada caballo armado requería, además
del jinete, cuatro hombres de a pie. De haber sido siempre así, los efectivos
de la infantería hubiesen sido cuatro veces mayores que los de la caballería,
pero a veces no se dio tal caso.
Ballesteros y scudars, parapetados en corazas o escudos de cuero y ma¬
dera, se hallaban en número a veces mayor que el de los caballeros, y su
contingente se solía formar a expensas de las milicias de los concejos urba¬
nos, tomadas a sueldo por el rey, cuyo objetivo principal era la defensa de
las fortalezas y ciudades amuralladas. Existían, además, en el ejército los
mercenarios amigos y los almogávares o scutiferi, que constituyeron una
milicia permanente, originada según parece de la lucha contra los musul¬
manes peninsulares, cuyos jefes eran los adalides (adalills, palabra deriva¬
da de la voz árabe dalil = guía) e iban en partidas pequeñas de veinte o
cien hombres, combatiendo a pie y a caballo. En las Partidas de Alfonso X
se citan almogávares de a pie mandados por almocatenes (almocadems).
Los almogávares adquirieron renombre por su intrepidez y frugalidad. Ar¬
mados a la ligera y sumamente ágiles, se alimentaban a base de pan seco,
vestían cota de malla y cubrecabeza (capells de reís), calzas en las piernas
y abarcas de cuero en los pies. Sus armas eran la lanza, el dardo y el cuchi¬
llo o daga, y el escudo y el casco de cuero, su defensa. No solían combatir
a caballo, aunque algunas veces lo hicieran. Con su larga cabellera negra
y sus barbas pobladas aterrorizaban al enemigo al grito de Despertó ferro!
(¡Despierta hierro!) con que se lanzaban al combate. Los cronistas Desclot
y Muntaner, en sus respectivas obras, nos dejaron de ellos pintorescos relatos.
En los ejércitos de la corona de Aragón las partidas procedentes de dig-
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 433

natarios eclesiásticos solían ir englobadas en otras tropas y, por el privile¬


gio de que gozaban estos dignatarios de poder hacerse representar por otro
personaje seglar, rara vez se encuentran al frente de sus huestes, aunque
no falte el recuerdo de algunos obispos y abades guerreros.

ÓRDENES MILITARES Y MILICIAS CONCEJILES

Con la paralización de la reconquista, las Órdenes militares progresa¬


ron poco. La Orden del Temple fue suprimida a comienzos del siglo xiv
y la mayor parte de sus bienes pasaron a la Orden del Hospital. Jaime II
creó (1316) en Valencia la Orden de Montesa, refundiéndose en ella las de
San Jorge y la de la Merced y recogiendo bienes de la del Temple. Los miem¬
bros de estas Órdenes (caballeros o freires) vivían en las casas o encomien¬
das de la Orden, dirigidos por un preceptor o comendador. Un gran maestre
o prior las presidía. Los Reyes Católicos incorporaron sus extensos territo¬
rios a la corona y asumieron el maestrazgo, dejando de ser su poder un pe¬
ligro para la paz interna.
Las tropas (mesnadas) de los municipios, formadas en caso necesario
por los hombres disponibles (sometent, en Cataluña), vinieron a constituir
un cuerpo auxiliar de policía para mantener la paz en los respectivos térmi¬
nos municipales. Hubo también compañías de mercenarios extranjeros que
intervinieron en las luchas del país.

La caballería ligera y la técnica del combate

Los hombres de a caballo «a la genetia» o jineta, constituyen la caballe¬


ría ligera, al parecer de origen árabe. Gozan de gran movilidad a causa de
la ligereza de su equipo, puesto que van armados sólo con espada, lanza
y adarga de madera o cuero para defenderse. Algunos autores piensan que
la palabra jinete, sinónima de hombre a caballo, deriva de la tribu granadi¬
na de los zenetes, oriunda del norte de África. En tiempos de Pedro III y
Alfonso II esta caballería ligera era bastante numerosa en los ejércitos de
la corona de Aragón. En el siglo XIV sus componentes eran cristianos, yen¬
do en pelotones de diez y de veinte hombres. Cobraban de 8 a 12 dineros
diarios y su jefe principal podía llegar a cobrar 8 besantes y una quinta par¬
te de lo que correspondía al rey en el reparto del botín de guerra. Era fre¬
cuente el caso de caballeros cristianos que acudían a reforzar los contingentes
musulmanes, en los períodos de luchas internas, y el de jinetes musulmanes
que combatían a sueldo en los ejércitos cristianos. Así, con ambos tipos de
434 MANUEL RIU RIU

caballería, la pesada de los cristianos y la ligera de inspiración islámica, el


ejército quedaba equilibrado en su fuerza de choque y de ataque. A princi¬
pios del siglo xiv la mayoría de estos jinetes se reclutaban ya entre los ará-
goneses de las montañas de Albarracín y de la serranía de Cuenca, y
resultaban de gran utilidad para las avanzadillas, exploraciones y algaradas.
Hasta mediados del siglo xiv las tácticas de combate fueron rudimen¬
tarias. El vasallo debía seguir la enseña de su señor inmediato, éste a su vez,
al frente de sus gentes, formaba a las órdenes de su señor, y así sucesiva¬
mente se iban integrado, hasta llegar al barón que figuraba al frente de un
cuerpo considerable de efectivos, a las órdenes directas del rey o de su lu¬
garteniente. Distinguíanse los cuerpos de vanguardia y retaguardia (éste de¬
bía acudir a reforzar las brechas que se produjeran en el primero) y los de
los flancos.
En las técnicas de ataque y defensa de fortificaciones y ciudades amura¬
lladas no se adelantó mucho. Los cuerpos de ballesteros y arqueros y los
«ingenios» antiguos de ataque persistieron durante mucho tiempo. Sólo el
papel de los ballesteros fue incrementándose, aun contando con la innova¬
ción de las armas de fuego a partir de finales del siglo Xiv.

Reclutamiento, presupuestos y subsidios

El rey comunicaba su deseo de reclutar el ejército y los caballeros que


querían alistarse en él contestaban a la llamada, yendo un oficial real a ce¬
rrar el trato y señalando las cantidades a percibir. A quienes se alistaban
se les concedía: prórroga de deudas por espacio de tres o cuatro años, so¬
breseimiento de las causas seguidas contra ellos, anulación del castigo que
les correspondiera por sus fechorías, garantía de la paz en sus Estados y
el cuidado de sus esposas e hijos. Los núcleos urbanos solían mandar a sus
milicias a cambio de ciertas concesiones y privilegios, puesto que de ordina¬
rio no estaban obligados a ello.
Se formaba un presupuesto de gastos y para cubrirlo se recaudaban sub¬
sidios de las ciudades, arzobispos, obispos, nobles, abades y priores, maes¬
tres de las órdenes, cofradías y otras entidades. En caso de ser insuficientes
los subsidios, se recurría a medidas extremas tales como: la súplica de la
concesión del diezmo, empeño de las villas, castillos y tierras reales, súpli¬
cas al papa o a otros príncipes cristianos, etc. A quienes prometían subsi¬
dios se les concedía facilidades para poder reunirlos, otorgándoles la
percepción de impuestos sobre mercancías, puertos, naves... o privilegios
diversos.
A veces era difícil cobrar lo prometido y se recurría para ello a procedí-
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 435

mientos de coerción. El rey designaba recaudadores (expensiores, cempso-


res) pero, a pesar de las facilidades que debían darles los vegueres, bayles,
justicias y demás oficiales reales, su tarea se hacía ingrata y difícil. El prin¬
cipado de Cataluña solía pagar él solo tanto como Aragón y Valencia jun¬
tos, contándose con cubrir en Cataluña la mitad de los presupuestos. Aragón,
que se estaba despoblando a mediados del siglo xiv, no solía contribuir con
más de la cuarta parte. Las contribuciones en especies, temidas por las ciu¬
dades peninsulares en años de escasez, vinieron a paliar los problemas de
avituallamiento. En las campañas de Cerdeña y de Sicilia, por ejemplo, se
hizo necesario contar siempre con el granero siciliano.

La marina de Castilla

En Castilla, bajo Fernando III el Santo se había dado impulso a la ma¬


rina creándose, a raíz de la toma de Sevilla (1248), el cargo de jefe general
de la armada o almirante. Alfonso X prosiguió su organización y, frente
a la fonsadera de tierra, fue establecida, en las poblaciones marítimas, la
fonsadera de mar, para que pudieran librarse, mediante el pago de una can¬
tidad en metálico, quienes no quisieran acudir personalmente a combatir
en las naves del rey. En las Partidas quedó reglamentada la marina militar
o estatal, y sus normas perduraron hasta el tiempo de Juan II. Durante todo
este período, las atarazanas creadas en Sevilla construyeron galeras para la
marina de guerra. Pero, al iniciarse el siglo XV, otros tipos de buques (como
las carabelas) hicieron que se abandonaran las prácticas de construcción naval
en uso hasta entonces para armar cocas, galeras y leños.
Hasta el siglo xv toda flota de guerra se hallaba constituida, en su ma¬
yor parte, por galeras y por naves auxiliares. Las construidas en los astille¬
ros vizcaínos, y en los del Cantábrico en general, tales como los de Guetaria,
Laredo, Santander, Urdíales, etc., durante los siglos XIII y XIV fueron muy
apreciadas, por su altura de proa y popa y por su solidez, que permitían
el abordaje con ventaja de las naves enemigas. Cada galera solía contar con
un capitán o cómitre, un jefe de tropa (conestable), un contador (senescal),
un comisario (cominal), un piloto, un sacerdote, un cirujano y la tripula¬
ción de marinos, soldados y remeros, dado que en la galera era esencial la
navegación a remo. Los marinos se hallaban en escaso número (diez sólo
por término medio) y los remeros fueron, hasta el siglo xv, hombres libres
a sueldo fijo. Entre la tropa, los arqueros consiguieron gran fama en los
combates navales.
Cuando se empezó a utilizar a los malhechores condenados por los tri¬
bunales para remeros en las naves de guerra, atándoles con cadenas a sus
436 MANUEL RIU RIU

respectivos bancos, los hombres libres hallaron repugnancia en compartir


con ellos el oficio, y tendieron a desaparecer. En el siglo xv las naos lige¬
ras empezaron a sustituir con ventaja a las galeras y éstas quedaron reduci¬
das al papel de naves auxiliares. Aunque el casco permaneció sensiblemente
igual, a pesar de generalizarse la artillería en los navios, aumentó el número
de palos y de velas, haciéndose habituales las naves de tres palos, y las co¬
rrespondientes velas, con el fin de conseguir una mayor estabilidad y movi¬
lidad en alta mar.
Cuando se armaba una flota, el almirante, o capitán general, redactaba
sus instrucciones, debiendo leerse éstas a la tripulación de los distintos bu¬
ques y conminándoles a su observancia bajo severas penas. Las órdenes so¬
lían consistir, esencialmente, en la prohibición de adelantarse a la nao
capitana durante la noche, en el deber de reunirse con ella al anochecer y
al salir el sol para comunicarle las novedades y recibir órdenes, en el modo
de hacer señales con faroles o mediante cañonazos en caso de avería grave
o de peligro inminente, etc. En las naves se prohibía, además, el juego, el
embarque de mujeres, los juramentos y blasfemias, la embriaguez y las ren¬
cillas con uso de armas.
La marina castellana tuvo buenas ocasiones, en el siglo XIV, de medir
sus fuerzas con las de los musulmanes del norte de África, o con las de Fran¬
cia, de Inglaterra y de Portugal, ya fuera con motivo de rivalidades comer¬
ciales, como en el caso de Winchelsea (1350), ya con ánimo de reivindi¬
caciones y conquistas.

La marina de guerra de la corona de Aragón

Para la formación de una escuadra de combate se construían sólo las


galeras y leños armados, naves típicas de guerra, pero otras naves, como
las cocas, mercantes, se alquilaban a sus dueños o contrataban para una
determinada expedición o, en casos de necesidad extrema, se confiscaban
a los mercaderes o armadores. En caso de ser precisa la construcción de na¬
ves de guerra solían darse órdenes previas para cortar árboles y transportar
la madera a los astilleros, con exención del pago de derechos en el transpor¬
te, etc. Con la aportación real, los donativos de las villas, ciudades y cofra¬
días, clérigos y burgueses contribuían a sufragar los cuantiosos gastos que
suponía la construcción de naves, y a subsanar la falta de numerario en las
atarazanas de Mallorca, Valencia, Cullera, Tortosa, Tarragona y Barcelo¬
na, que solían destinarse a tales construcciones.
Entre los tipos de naves que en la corona de Aragón componían las flo¬
tas de guerra solían figurar: los uxers, grandes galeras capaces para alber-
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 437

gar 30 caballos; las galeras abiertas, para el transporte de 20 caballos, o


cerradas, para el de tropas y efectos bélicos. Cada galera gruesa armada
llevaba 1.000 dardos, 6.000 saetas, 120 paveses, 120 corazas completas, 50
lanzas, 24 lanzas romañolas, bronzolas, 10 hachas, 24 guadañas y otras ar¬
mas. También figuraban en la flota: cocas capaces para el transporte de
500 hombres; leños armados de 100 y 80 remos, y navilis diversos (barcas,
teridas, naus, etc.) completaban el conjunto.
La tripulación se formaba por enrolamiento voluntario. Según las Or-
dinacions de Pedro IV (1359) unos alistadores (acordadors) situaban taulas
de acordar o puestos de enganche en los puertos de mar, adelantando algún
dinero a quienes acudían a alistarse, mediante un fiador. La apertura de
la taula de enrolamiento se celebraba con una ceremonia en la cual se enar¬
bolaban los estandartes del rey, del almirante de la flota y de San Jorge,
patrón del reino, al toque de trompetas y chirimías, se pronunciaban las
fórmulas de rigor y se lanzaban algunas monedas al pueblo, en los casos
en que acudía el rey a presidir la ceremonia. El enrolado juraba servir bien
y lealmente al rey, obedecer al almirante y embarcar las armas que le co¬
rrespondía llevar. Antes de hacerse cada navio a la mar, y una vez al mes,
se pasaba lista a la tripulación para tener conocimiento de las bajas sufri¬
das, etc. En la marina se enrolaban los desheredados de la fortuna, herejes,
falsificadores de moneda, embaucadores, la hez de las tabernas y de las cár¬
celes que aprovechaban la inmunidad y el sueldo ínfimo que les brindaban
la oportunidad de librarse de la justicia y probar fortuna. Mandaba la flota
el almirante. Al frente de cada nave se hallaba el jefe de tripulación y co¬
mandante de maniobra (cómitre) que solía ser un personaje designado para
el cargo previo examen de su capacitación, y además el pairó, o jefe militar
en las galeras, y los notxers, aliers, prohers (éstos en número de ocho), ba¬
llesteros (de 40 a 30 por nave), los tripulantes del terg de popa y del terg
de proa, los cruyllers y los remeros. Todos ellos cobraban un sueldo fijo,
puesto que los remeros eran todavía hombres libres.
El cuidado de las atarazanas preocupó a los monarcas que precisaban
de ellas para mantener la expansión marítima de la corona desde el siglo xm.
Pedro II en 1268 ordenó que se arreglaran las atarazanas (dressanes) de Va¬
lencia, Tortosa y Barcelona para que en cada una de ellas pudieran estar
resguardadas hasta 25 galeras. Pedro IV, en 1378, las renovó e inició su am¬
pliación, en unos momentos en que las naves catalanas surcaban todo el
Mediterráneo. Una flota de más de 50 naves, sin embargo, era ya entonces
difícil de reunir, y la mayor parte de las flotas catalanas contaban con me¬
nos de sesenta bajeles. En los combates náuticos los arqueros se hicieron
famosos y, desde el siglo xv, no dejaron de utilizarse también armas de fue¬
go: cañones, cerbatanas y culebrinas.
438 MANUEL RIU RIU

La administración de justicia

El número de funcionarios judiciales tendió a aumentar en todos los rei¬


nos hispánicos, llegándose a una completa jerarquización. La curia, anti¬
guo tribunal real, siguió actuando pero experimentó modificaciones. En
Castilla, el justicia de corte o justicia mayor se vio reemplazado por los al¬
caldes de corte que debían juzgar en los asuntos judiciales especificados por
las Cortes de Zamora (1274). La reforma definitiva se verifica a finales del
siglo xiv al crear la Chancillería o Audiencia, con predominio de letrados
u oidores. Este organismo careció al principio de residencia fija, pasando
de unas ciudades a otras, hasta la época de los Reyes Católicos en que se
fijó en Valladolid y Granada.
En Aragón, el antiguo justicia mayor fue adquiriendo prerrogativas de
juez de contrafuero, pudiendo juzgar, en consecuencia, desde las ilegalida¬
des cometidas por el rey hasta las del último alguacil (1265), rodeado de
un consejo de juristas. Poseía cárcel propia y poder para garantizar la segu¬
ridad de quienes se acogieran a su tribunal, con irresponsabilidad ante la
corona (1348). En el siglo Xiv en Aragón y en Cataluña se organizaron las
Audiencias, y fueron presididas por altos dignatarios cortesanos nombra¬
dos por el monarca, por ser tribunales reales que juzgaban en última ins¬
tancia y sin posibilidad de apelación.
rios de aquélla tenían también cierto poder judicial en sus respectivos dis¬
tritos, y al hablar de las autoridades y funcionarios municipales señalamos
el corregidor como delegado real en el municipio, con poderes judiciales.
Con esta justicia real coexistió además, durante todo el período, la justicia
señorial, dentro de los distintos territorios señoriales, aunque con la posibi¬
lidad de apelación al rey.
El sistema procesal de estos siglos se vio modificado por la aceptación
de los principios del derecho romano y del canónico, que acabarían por im¬
ponerse sobre la tradición anterior. Al procedimiento acusatorio le sustitu¬
yó el inquisitivo, siendo el propio juez quien debía investigar el delito
(pesquisa) mediante las declaraciones de testigos (cojuradores) y los docu¬
mentos escritos como pruebas judiciales. Los diversos actos del procedimien¬
to se verificaban por escrito y, una vez ultimado, la apelación a la sentencia
con que concluía, quedaba restringida y regulada. Las prácticas de los anti¬
guos derechos locales, que continuaron como subsidiarios, y los numerosos
ordenamientos, constituciones, fueros de corte, etc., evidenciaban al fina¬
lizar la Edad Media la necesidad de una codificación y ordenación global
que facilitara la actuación de los jueces.
INSTITUCIONES DE LOS REINOS CRISTIANOS HISPÁNICOS 439

Las «Partidas» y otras obras jurídicas

La actividad legislativa de Alfonso X se inició con el Fuero Real (1255),


promulgado para remediar la carencia de fueros en el reino de Castilla, y
dado como tal fuero a Aguilar de Campoo, Burgos, Valladolid, Soria, Sa-
hagún y otras ciudades y villas que lo agregaban al que ya poseían. Este
Fuero estaba inspirado en el antiguo fuero de Soria, pero introducía en él
modificaciones dimanadas de los derechos romano-justinianeo y canónico.
Se halla dividido en cuatro libros que tratan de: la fe fatólica y la monar¬
quía, los procedimientos judiciales, la familia y la legislación criminal. Cita
como guardianes de la justicia a alcaldes, escribanos, abogados (voceros)
y procuradores (personeros).
Mayor importancia que el Fuero consiguieron Las Siete partidas o «Li¬
bro de las Leyes» (1256-1265?), verdadera enciclopedia jurídica, dividida
en siete libros, en los cuales se trata del derecho natural y de gentes; de las
leyes, usos, costumbres y fueros; de la fe y la Iglesia; del derecho político
de Castilla, con enumeración de dignidades y oficios (algunos desconoci¬
dos hasta entonces en Castilla); de la organización judicial y el orden de
los procedimientos; del matrimonio y la familia; contratos y obligaciones;
herencias, sucesiones y testamentos, y del derecho penal.
Este código funde el derecho castellano con los principios romanistas
y canónicos, y alcanzó gran difusión y aplicación a pesar de que, según toda
probabilidad, no fue promulgado hasta que lo hicieron las Cortes de Alcalá
de Henares (1348) en tiempo de Alfonso XI. Estas Cortes promulgaron a
su vez el Ordenamiento de Alcalá, ley común para León y Castilla, con el
que se trataba de mejorar los procedimientos judiciales. Según dichas Cor¬
tes, en estos procedimientos debía preferirse el Ordenamiento y, en caso de
no bastar, cabía recurrir al Fuero Real primero y, en último término, a las
Partidas. Todavía Alfonso X el Sabio había mandado componer otro códi¬
go jurídico: el Espéculo, de menor trascendencia, que coexistió con diver¬
sas colecciones privadas de sentencias (fazañas) o de costumbres jurídicas
como las Leyes Nuevas y las Leyes del Estilo.
Paralelamente a esta labor legislativa, en la corona de Aragón, el canó¬
nigo de Barcelona Pere Albert (TI261) había escrito las Conmemoracions
que llevan su nombre; añadidas al código de los Usatges, e incorporadas
luego a las Constitucions de Catalunya, recibieron sanción oficial en las Cor¬
tes de Monzón de 1470.
440 MANUEL RIU RIU

El feudalismo en España

Aunque hemos hecho referencias esporádicas al feudalismo hispánico,


el congreso celebrado en León en 1987 sobre este tema invitaría a una larga
reflexión. No puede caber duda de que en Castilla existieron feudos, defini¬
dos en el código de las Partidas como «bienfecho que da el señor a algunt
home porque se torna su vasallo e le face homenaje de serle leal», pero pa¬
rece que su importancia estuvo mediatizada por el desarrollo de las behe¬
trías. También la inmunidad y el señorío consiguieron su pleno desarrollo
en los últimos siglos medievales, aunque no llegaran a alcanzar privilegios
como el de acuñación de moneda, salvo en muy raras ocasiones.
En Cataluña, en cambio, el desarrollo del régimen feudal alcanzó pro¬
porciones mucho mayores y peculiares. Al finalizar la Edad media la subin-
feudación del feudo a otro noble o caballero se vio reemplazada por la
subinfeudación a burgueses enriquecidos por la industria o el comercio. Mu¬
chos mercaderes optaron por invertir su dinero en la compra de viejas cua¬
dras señoriales, para adquirir títulos baronales e ingresar en la nobleza. De
ordinario los señores no obtuvieron más poder judicial que el de las causas
civiles y criminales de menor importancia, reservándose la corona las de alta
justicia —delitos que suponían la pena de muerte o la mutilación— y las
apelaciones a sentencias de los tribunales del señor, laico o eclesiástico. Pero
en algunos casos los señores, en particular a partir del siglo XIII, consiguie¬
ron la jurisdicción plena, es decir, el mero y mixto imperio según rezaba
la terminología de los romanistas, pudiendo con dicho motivo alzar las hor¬
cas, como símbolo de su prerrogativa, en los lugares elevados o más visi¬
bles de sus dominios, como junto a las almenas, o en los cruces de caminos,
o en los cerros que presidían el paisaje.
19. DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD
DE LOS REINOS CRISTIANOS

La población de los reinos cristianos

Los datos demográficos que poseemos para el siglo xm no son muy fia¬
bles. Navarra, el menor de los reinos cristianos, con unos 10.421 kilóme¬
tros cuadrados de extensión, parece que en la primera mitad del siglo xm
alcanzó una población absoluta de unos 156.300 habitantes, cifra que su¬
pondría la existencia de una población relativa de unos 15 habitantes por
kilómetro cuadrado, desigualmente repartidos entre las zonas montañosas
del norte pirenaico y las llanadas del sur. Si bien estas cifras es posible que
no igualasen todavía las de la época romana, la población navarra seguiría
creciendo hasta mediados del siglo xiv.
La corona de Aragón abarcaba unos 110.000 kilómetros cuadrados. El
reino de Aragón, antes de las epidemias y pestes del siglo XIV, debió con¬
tar con unos 180.0000 a 200.000 pobladores, el de Valencia unos 300.000,
el principado de Cataluña unos 470.000 y la isla de Mallorca unos 56.000.
La corona de Castilla, que amplió su territorio en un 40 por 100 en el si¬
glo XIII, hasta alcanzar unos 350.000 kilómetros cuadrados, contaba al co¬
menzar el siglo XIV con unos 5.000.000 de habitantes, en su mayor parte
cristianos, aunque no poseemos estadísticas seguras. El reino de Portugal,
con unos 89.000 kilómetros cuadrados de superficie, es posible que a me¬
diados del siglo xm hubiese alcanzado y aun superado 1.000.000 de habi¬
tantes, pero algunos autores consideran que ya había quedado reducida esta
442 MANUEL RIU RIU

cifra a sólo 800.000 personas antes de las grandes pestes del siglo xiv. De
todas formas, para la época, poblaciones relativas de 14 a 20 habitantes por
kilómetro cuadrado suponen ya densidades apreciables.
En esta época las densidades alcanzadas en la Alta Edad Media en las
cordilleras Cantábrica y Pirenaica del norte peninsular habrían disminuido
sensiblemente por la emigración continuada hacia tierras más llanas y más
rentables. Parece ser que la zona de Álava fue la de mayor densidad demo¬
gráfica, en el País Vasco, durante los siglos XII y XIII. Hasta 1272 se fun¬
daron quince villas nuevas y todavía el territorio dispuso de un excedente
humano para participar activamente en la repoblación de la Andalucía oc¬
cidental (según acreditan los repartimientos de Sevilla y Jerez). De la villa
de Vitoria sabemos que en 1256 se amplía el recinto por su parte oriental,
formándose las calles de Cuchillería, Judería y Pintorería, con la nueva pa¬
rroquia de San Ildefonso, y en 1281 se procede a la traída de aguas desde
Olárizu y Mendiola, se construyen nuevos molinos y nuevas iglesias como
las de Santa María y San Pedro, o se amplía la de San Francisco. Surgen
otros barrios extramuros como los de Santa Clara, San Martín y la Magda¬
lena. Todavía en 1304 no había cesado el aumento demográfico, puesto que
Fernando IV ha de prohibir que los vecinos roturen los ejidos de los conce¬
jos, reservados para pastos, y los conviertan en tierras de labor con objeto
de incrementar la producción agrícola y hacer frente a las necesidades ali¬
menticias. Mientras tanto, entre 1286 y 1332, Vitoria incorporaría a su al¬
foz, por compra, cuarenta y cinco aldeas de la Cofradía de Arriaga. Años
después veremos que algunos se han convertido en yermos. Más ello puede
ser debido a reagrupaciones de los pobladores, mediante fundaciones de vi¬
llas nuevas, como las cuatro que crea Alfonso XI entre 1333 y 1338. De
modo que no es un fenómeno que haya que relacionar estrictamente con
las pestes y epidemias del siglo xiv.
El ejemplo de Vitoria podría compararse con otros muchos. Pero la ten¬
dencia cambia de signo antes de mediar el siglo xiv. La villa, entonces na¬
varra, de Laguardia, según los cálculos de E. García Fernández, entre 1350
y 1379 perdió el 43,53 por 100 de sus habitantes. También Vitoria, y las
aldeas de su alfoz, experimentaron «mortandades» que aún continuaban
a comienzos del siglo XV. El nuevo cambio de tendencia hacia la recupera¬
ción cabe situarlo en el segundo tercio de este último siglo, siendo general
a partir de 1445.
Se ha dicho que la corona de Castilla se vio menos afectada por la peste
negra de 1348 que el resto de los reinos peninsulares. Por ello, al parecer,
su recuperación, entre 1350 y 1500, fue más rápida y efectiva. No obstante,
faltan todavía muchos estudios monográficos, como el de María Mercedes
Borrero dedicado al concejo de Fregenal de la Sierra en el siglo XV, para
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 443

saber si efectivamente, entre 1407 y 1484, el índice de crecimiento fue de


219,8 por 100 (considerando la base 100 para 1407), puesto que dicho lu¬
gar, que tenía 572 vecinos en 1407 alcanzó los 1.231 en 1493. Para valorar
debidamente el proceso es preciso tener en cuenta además la situación de
Fregenal, al noroeste del territorio o alfoz de Sevilla, que podía beneficiar¬
se de la expansión económica de la ciudad.
Miguel Ángel Ladero, al estudiar la España de 1492, ha señalado que
la población de los distintos territorios de la corona de Castilla sumaría unos
4.300.000 habitantes, reduciendo a sus justos límites la cifra de 7.500.000
que se había computado de acuerdo con el censo de 1482 de Alonso de Quin-
tanilla al multiplicar por el coeficiente cinco el número de 1.500.000 fue¬
gos, hogares o vecinos, sin duda meramente aproximativo, como ya había
anticipado Felipe Ruiz Martín en su estudio de la población española. De
haberse aplicado el coeficiente 3,7 a dicho número de fuegos se hubiese ob¬
tenido una cifra de 5.500.000 habitantes, menos exagerada.
No obstante, el potencial demográfico de Castilla representaba el 81,7
por 100 de los reinos hispánicos, en tanto que la corona de Aragón sólo
sumaba el 16,4 por 100, uniendo a los 257.000 habitantes del reino de Ara¬
gón los 303.000 de Cataluña, los 250.000 del reino de Valencia y los 55.000
del reino de Mallorca, que no alcanzaban en total el millón de habitantes
(865.000). El pequeño reino de Navarra, en su territorio peninsular, sólo
representaba el 1,9 por 100 con unos 100.000 habitantes. Tan diverso po¬
tencial demográfico, que viene a representar que por cada súbdito de la co¬
rona de Aragón, Castilla contaba con cinco habitantes, puede contribuir
a explicar no sólo que ésta tuviera la iniciativa de las operaciones militares
contra sus vecinos, sino que la expansión comercial se convirtiera en el si¬
glo xv en eje básico de la economía castellana.

Población del principado de Cataluña

Veamos ahora, a título de ejemplo, con algún mayor detalle las caracte¬
rísticas demográficas del principado de Cataluña. En la segunda mitad del
siglo xiv, la población del principado estaba integrada por cerca de medio
millón de habitantes (470.000), la mayoría de los cuales (327.000) vivían en
el campo y de él, y sólo 143.000 residían en los núcleos urbanos. Esta masa
de población dependía de la jurisdicción real en un 31 por 100, de la noble¬
za militar en un 38 por 100, de los señores eclesiásticos en un 26 por 100,
y sólo el 1 por 100 podía considerarse independiente. Las jurisdicciones re¬
gia, nobiliaria y eclesiástica se hallaban, pues, equilibradas y se repartían
con bastante equidad la población, dividiéndose en tres estamentos o «ma-
444 MANUEL RIU RIU

nos»: mayor, mediana y menor, según sus bienes, su poder y su situación


jurídica. Formaban el primer estamento: las altas jerarquías eclesiásticas (un
centenar de personas), los magnates (treinta y cinco linajes de familias con¬
dales y vizcondales), los caballeros (equiparados a los donzells, un millar
en total), los hombres de «paratge» (propietarios rurales de varias genera¬
ciones, libres pero no nobles como algunos han querido suponer), los «ciu-
tadans honrats» y los altos cargos de la administración (los batlles de las
ciudades más importantes, veguers y sotsveguers de las catorce veguerías
en que estaba dividido el principado).
El segundo estamento, o mano mediana, lo integraban funcionarios de
menor categoría (tales como batlles y curias), juristas, notarios, letrados,
médicos, mercaderes, industriales y maestros artesanos. Y la «mano me¬
nor» estaba constituida por los oficiales y aprendices de los distintos ofi¬
cios, labriegos, hortelanos y pastores, pescadores y marineros. Tan sólo el
1 por 100 de los habitantes del principado pertenecían al estamento mayor,
el 10 por 100 al mediano y el 89 por 100 al menor o «poblé menut». De
estos grupos cabe señalar que los sectores nobiliario y eclesiástico, con el
69 por 100 del total incluidos sus correspondientes vasallos y siervos, esca¬
paban a la autoridad directa del soberano, el cual podía considerar sólo como
súbditos propios y directos al 31 por 100 restante. El 99 por 100 del total
no participaba en las decisiones de gobierno y sólo el 1 por 100 restante
—unas 5.000 personas en total— dirigía la política a través de cinco institu¬
ciones: el Consejo Real, la Curia, la Casa del Rey y de la Reina, los Munici¬
pios y las Cortes.
Las ciudades eran de población reducida. Ramón de Abadal considera¬
ba como tales los núcleos de más de 200 fuegos u hogares, que sumaban
unos 48, de acuerdo con los fogatges o recuentos de fuegos de 1358, 1359,
1365-1370 y 1378 estudiados por Josep Iglésies y por Josep María Pons Guri.
Las siete ciudades mayores de Cataluña eran: Barcelona, con mucho la ma¬
yor puesto que superaba los 30.000 habitantes; Perpiñán, con 12.000; Léri¬
da, con 10.000; Gerona, con 8.150; Tortosa, con 7.300; Tarragona, con
6.150, y Cervera con cerca de 4.800. Seguían otros siete núcleos de pobla¬
ción entre los 4.000 y los 2.300 habitantes, que eran, de mayor a menor,
Puigcerdá, Vilafranca, Manresa, Vic, Berga, Valls y Montblanc. Otras cuatro
oscilaban entre 2.250 y 1.800, eran: Elna, Tárrega, Camprodón y la Selva
del Camp (de Tarragona), y unos treinta núcleos de población agrupada
oscilaban entre los 1.000 y 1.800 habitantes.
De los 470.000 habitantes censados del principado, dependían directa¬
mente del rey unos 144.000, 90.000 de éstos en las ciudades y villas reales
y 54.000 en el campo. Habitaban en los señoríos de la nobleza laica 170.000
(22.500 en las ciudades y villas señoriales y 157.500 en la campiña), y en
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 445

los señoríos eclesiásticos 121.500 (22.500 en los núcleos urbanos y 99.000


en el campo). Los burgueses enriquecidos, a través de la compra de seño¬
ríos a la nobleza o a la iglesia, ejercían su jurisdicción sobre 18.000 campe¬
sinos y existían 4.500 propietarios alodiales (alouers), inmunes todavía a los
ligámenes feudales. Sólo sobre un tercio de los habitantes del principado
el rey podía ordenar y disponer libremente; sobre el resto, debía limitarse
a rogar para que sus disposiciones fueran atendidas.
La diáspora de los catalanes hacia el Mediterráneo central y oriental,
en el período final de la Edad Media, no se ha cuantificado todavía, como
tampoco la distribución interior de la población, proporcional a las distan¬
cias entre los núcleos mayores y menores, de la costa y del interior, de las
zonas montañosas y de las llanas, o como la incidencia en el marco familiar
y en los rasgos antropológicos, aspectos que tan sólo en los últimos años
han empezado a ser estudiados. La arqueología, a través del estudio de las
necrópolis, podrá sistematizar la investigación de los efectos demográficos
de la serie de calamidades registradas desde finales del siglo xm, de la pes¬
te negra de 1348 y de las que la precedieron y siguieron, y de la lenta recu¬
peración perceptible desde el primer tercio del siglo xv.

Algunas mutaciones sociales

Desde el siglo xm parece que fue empeorando la condición social de mo¬


ros (mudéjares) y judíos en los distintos reinos cristianos de la Península.
Residentes siempre en arrabales (morerías o juderías o calis) o en barrios
separados, formaban comunidades (aljamas) bajo la dirección de jueces (ca-
díes) o alfaquíes. Los soberanos apreciaban y protegían a los judíos, utili¬
zándolos como cirujanos, médicos, prestamistas, banqueros y consejeros.
Pero su fama de gente rica, y su papel de prestamistas, les acarreaba la ene¬
miga popular y fue causa de los motines, asaltos y matanzas en sus barrios
a partir de los últimos años del siglo XIv. Los moros (mudéjares o moris¬
cos) se dedicaban, en su mayoría, a la agricultura, a la ganadería y a indus¬
trias derivadas de éstas, además de distintos oficios artesanos, como el de
la elaboración del papel, o la producción de cerámicas de lujo, o la fabrica¬
ción de cordobanes. La expulsión de unos y otros en los inicios de la Edad
Moderna ocasionó pérdidas considerables a la economía hispana.
La nobleza tendió a establecer, mediante la creación de mayorazgos, la
prohibición de partir sus bienes, quedando éstos para el hijo mayor, desti¬
nado a perpetuar el linaje, y debiendo los restantes (segundones) buscar su
sustento en la carrera militar o en la Iglesia. Anárquica y desleal, la nobleza
llegó a ser un peligro para la monarquía, empobrecida por las encomiendas
446 MANUEL RIU RIU

con que debía pagar los servicios nobiliarios, por las mercedes con que de¬
bía comprar su fidelidad y por los considerables gastos que hacían deficita¬
ria su economía y le obligaban a empeñar o enajenar su patrimonio.
Entre las mutaciones sociales cabe señalar, asimismo, con el aumento
y progreso de la burguesía, la aparición —junto a los caballeros nobles que
se integraban en la caballería cumpliendo una función de protección social
y jurídica de los desvalidos no beligerantes, mujeres y niños— de una caba¬
llería no noble, la de los caballeros villanos o caballeros pardos, constituida
por hombres libres de las ciudades y villas cuya fortuna personal les permi¬
tía adquirir y mantener el equipo propio del caballero y entrenarse para com¬
batir a caballo en las huestes del rey y en las milicias de su ciudad o villa.
En Castilla los monarcas tendieron a impulsar esta caballería que, sin nece¬
sidad de conceder beneficios, encomiendas o soldadas, engrosaba el ejérci¬
to de caballeros.
En el ambiente urbano se acentuó cada vez más la diferenciación entre
la clase pudiente (la biga de Barcelona, por ejemplo) y las modestas (busca,
en dicho ejemplo), ocasionando motines contra el poder oligárquico de la
primera. Las clases modestas (mediocres o minores), cada vez más numero¬
sas en las ciudades, con el desarrollo de determinadas manufacturas e in¬
dustrias, darían paso al «estado llano» de la sociedad moderna.
Los hombres de behetría que en sus orígenes habían sido, tanto en León
como en Castilla, hombres libres, establecidos en encomendación por una
relación voluntaria que era susceptible de rescindirse por cualquiera de las
dos partes, se vieron obligados, al convertirse las encomiendas o behetrías
vitalicias en hereditarias, a partir del siglo xm, a elegir señor entre los miem¬
bros de una familia (behetrías de linaje) que no tardó en considerarse due¬
ña de las tierras de sus encomendados y empezó a exigir de ellos rentas o
prestaciones, acabando por asimilar las behetrías a los señoríos territoriales,
en el norte del Duero, y los hombres de behetría a los solariegos y cultiva¬
dores de las tierras de señorío. Los colonos, aunque fueran libres jurídica¬
mente, no poseían libertad de movimientos para abandonar los predios
señoriales que cultivaban. En Cataluña el precio de redención, establecido
por el señor, por el cual se permitía a los adscritos que abandonaran sus
tierras, dio origen al nombre de remensas (de redimentia). La situación de
éstos dio lugar a numerosos conflictos en el ámbito del principado durante
el siglo xv. Después de varios intentos de solución por parte de los monar¬
cas, y de otras tantas revueltas de los remensas, Fernando el Católico dictó
la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1485) liberando a los remensas de los
malos usos y facultándoles para abandonar la tierra, convirtiéndose en arren¬
datarios libres. En Aragón el sistema antiguo se mantendría hasta el siglo
xviii. En León y en Castilla la consolidación de la libertad de movimien-
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 447

tos de los colonos tuvo ya sus primeros logros en los siglos xm y xiv invo¬
cando su condición jurídica de hombres libres.
Esclavos y libertos perduraron durante todo este tiempo. La esclavitud
tendió a aumentar en los medios urbanos, pero la conversión al cristianis¬
mo de esclavos y esclavas facilitó las manumisiones y la liberación de los
siervos tanto por parte de la Iglesia como de particulares, que les declara¬
ban libres en sus testamentos. El liberto-manumitido en León y en Castilla
podía seguir ocupando el predio de behetría en calidad de cultivador libre,
puesto voluntariamente bajo el patrocinio de un señor.
A mediados del siglo xv llegaron a España las primeras tribus de gita¬
nos, procedentes de Francia, aunque originarias de la Europa oriental.

La sociedad en la corona de Castilla

La población rural siguió siendo mayoritaria en la sociedad castellana


de los últimos siglos medievales. Cabe distinguir en ella cuatro grupos: ri¬
cos hombres, hidalgos, labradores o abarqueros y collazos. El grupo de los
ricos hombres, muy reducido, constituyó el escalón más elevado de la no¬
bleza feudal y era poseedor de extensos patrimonios a la vez que desempe¬
ñaba cargos importantes en la corte. A este grupo pertenecían los Guevara,
los Hurtado, los Mendoza, los Pérez de Ayala, los Velasco, etc., que en
la segunda mitad del siglo xiv pasaron a formar la «nobleza nueva» gra¬
cias a las mercedes que les otorgó el primer monarca Trastámara (desde
1369), se incorporaron a las actividades comerciales (exportación de lanas)
y se beneficiaron de alcabalas, portazgos y diezmos señoriales.
Los hidalgos, también nobles de linaje, con casa y solar propios, agru¬
paban a caballeros y escuderos, constituyendo el sector mayoritario de la
nobleza, dependiente por sus vinculaciones feudovasalláticas de los ricos
hombres a los cuales debían servir con las armas. Su situación económica
dependía de las posesiones del grupo familiar, pudiendo poseer torres y pa¬
lacios, fincas rústicas, montes y pastizales, ferrerías y molinos, además de
ejercer el patronazgo de iglesias que podía procurarles diezmos y otros de¬
rechos. En Álava figuraban en este grupo: los Esquivel, Iruña, Paternina,
Vergara, etc., que acabaron dejando sus casas fuertes campestres para ir
a vivir a los núcleos urbanos principales: Vitoria y Salvatierra, pasando a
ocupar cargos en los concejos (regidores, alcaldes, jueces, procuradores, es¬
cribanos...) y a desempeñar actividades en el mundo del gran comercio.
Ricoshombres e hidalgos se consideraban exentos de pagar tributos, de¬
rramas, imposiciones, pechos ni servicios. De ellos dependía la mayor parte
de la población campesina: tanto los labradores o abarqueros que vivían
448 MANUEL RIU RIU

y trabajaban en casas y solares ajenos como los collazos vinculados al se¬


ñor por su persona y vendibles con las tierras que ocupaban y cultivaban,
y que no podían abandonar. Unos y otros pagaban determinados derechos
al señor, como el pecho forero, y de él dependían económicamente. Los
campesinos, todavía en el siglo XV, podían representar el 90 por 100 de la
población, los comerciantes y artesanos el 3,25 por 100, los clérigos el 4,50
por 100, escribanos y notarios el 1 por 100 y los nobles y judíos poco más
del 1,25 por 100, según los porcentajes de la población de Laguardia y sus
aldeas para 1427. Los pobres o impotentes (así llamados por no poder pa¬
gar los pechos), representaban un 20 por 100, siendo jornaleros del campo
y obreros, en su mayor parte. Tales porcentajes, meramente indicativos, ha¬
bría que cotejarlos con los de otras poblaciones del ámbito castellano.
Los judíos que, como ya hemos indicado anteriormente, ejercían de re¬
caudadores fiscales, arrendadores de las rentas reales, artesanos, médicos,
comerciantes y prestamistas, representaban sólo minorías en los principales
núcleos urbanos, constituidas por reducidos grupos familiares, a menudo
emparentados entre sí. La judería o aljama de Vitoria, la más importante
del País Vasco, se halla documentada entre 1356 y 1492, fecha de la expul¬
sión de los judíos de España. La judería de la villa de Laguardia, en 1366,
la formaban sólo cuarenta familias, no obstante contar con dos sinagogas.
Desde mediados del siglo xiv ya había empezado a decrecer su número.
Los clérigos seculares, distribuidos entre las parroquias urbanas y rura¬
les, solían estar exentos de impuestos como lo estaba el clero regular. Cada
diócesis solía contar, en su sede catedralicia, con un cabildo que podían for¬
mar hasta cuarenta clérigos o más, dado que las rentas de la catedral solían
permitir su manutención. Si bien en el siglo XIV se observan ya reduccio¬
nes en el número de los canónigos debidas a la insuficiencia de las rentas.
Al obispo le correspondía una cuarta parte de las rentas, repartiéndose el
resto entre las atenciones del culto y del clero, la beneficencia y obras.
La intervención de los hidalgos en los concejos urbanos provocaría la
formación de cuadrillas, parentelas y bandas que acabarían dividiendo las
villas en facciones enemistadas —tales como los Ayala (gamboínos) y los
Calleja (oñacinos) en Vitoria—, debiendo la realeza dictar normas para po¬
ner fin a sus enfrentamientos, ya en la época de Fernando el Católico (Ca¬
pitulado de 1476, en el ejemplo de Vitoria). Las luchas «banderizas», que
afectaron por igual al mundo rural, tuvieron un cronista de excepción en
Lope García de Salazar, cuyo libro de las Bienandanzas e fortunas propor¬
ciona un retablo muy vivaz de la movilidad social en el País Vasco al finali¬
zar la Edad Media.
Ejemplo de movilidad social en el seno de la sociedad castellana lo pue¬
de constituir la nobleza feudal alavesa que, junto con sus labradores, per-
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 449

manecía unida en la Cofradía de Arriaga desde fecha imprecisa (acaso desde


el siglo XI), pactó con las villas realengas de Vitoria y Salvatierra en 1258
(esta última había sido fundada dos años antes por Alfonso X) y, ante el
reiterado apoyo de la monarquía castellana a estas últimas, acabó por di¬
solverse en 1332, no sin haber conseguido antes de Alfonso XI el reconoci¬
miento de sus privilegios y libertades, traspasando toda la tierra de Ávila
al rey de Castilla y a sus sucesores, a perpetuidad, y renunciando a celebrar
nuevas reuniones en el campo de Arriaga.
Quedaba entonces establecido el estatuto de los infanzones e hidalgos
alaveses, a quienes el rey reconocía que serían «libres de todo pecho» ellos
y sus bienes, y les confirmaba sus derechos sobre los collazos y restantes
labradores de sus solares. El monarca se reservaba el ejercicio de la justicia
y se comprometía a nombrar como alcaldes a hidalgos y alaveses, según ha
puesto de relieve César González Mínguez.
Desde entonces Vitoria afianzó su autoridad sobre las cuarenta y cinco
aldeas de su alfoz, definitivamente constituido, tras ampliaciones sucesivas,
y lo propio hizo la villa de Salvatierra, con sus veinticinco aldeas, constitu¬
yendo un auténtico señorío, que entre 1382 y 1521 permaneció en manos
de la familia Ayala, por cesión del rey Juan I a su canciller y cronista Pedro
López de Ayala.
Sin embargo, la dualidad entre el mundo urbano y rural no desapare¬
ció, dado que sobre este último seguían pesando los pechos y derechos a
que le obligaban los concejos de las villas, por el uso de montes, prados,
pastos y ejidos, ya fuera invocando el fuero local, ya por otros conceptos.
De ahí que, desde finales del siglo xiv, fueran frecuentes los conflictos ju¬
rídicos, administrativos, económicos y políticos entre las villas y sus aldeas,
y entre las villas y la nobleza.
Desde el triunfo de Enrique II de Trastámara en 1369, los monarcas cas¬
tellanos irían enajenando parcelas del territorio alavés, como las enajena¬
ban del resto del reino de Castilla, constituyéndose el señorío de Treviño
(concedido a Pedro Manrique ya en 1366), el condado de Salinas, el duca¬
do del Infantado, en manos de los Mendoza (desde 1475), y otros más. Así,
el 80 por 100 de la tierra alavesa acabaría siendo enajenada del patrimonio
real y transferida de nuevo a la nobleza en pagó de sus servicios a la coro¬
na. Otro tanto cabría decir de otros territorios de la corona de Castilla en
los cuales la burguesía tuvo un papel secundario frente al peso del estamen¬
to nobiliario.
450 MANUEL RIU RIU

La EVOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD CATALANA

La decisiva intervención de Cataluña en Sicilia, en 1282, secundando la


política de Pedro el Grande, pudo repercutir favorablemente para que el
soberano se aviniera, en las Cortes de 1283, a aceptar todas las peticiones
que le presentaron los catalanes, sentando las bases del pactismo catalán
y de un régimen constitucional con limitación de los poderes del rey, pero
también pudo influir, desfavorablemente, en los primeros conflictos surgi¬
dos en el campo (primeras sublevaciones de los payeses de remensa frente
a la situación privilegiada de nobles, eclesiásticos y dirigentes de las ciuda¬
des y villas) y en la ciudad (recuérdese la revuelta urbana de carácter social
dirigida en 1285 en Barcelona por Berenguer Oller).
Más de las dos terceras partes del territorio catalán, que no eran de rea¬
lengo, escapaban a la autoridad de los oficiales del monarca. Los señores
que tenían plena jurisdicción sobre «sus hombres», de hecho eran autóno¬
mos en sus territorios. El rey se comprometía a no comprar baronías, casti¬
llos, villas o lugares cuya posesión se hallara en litigio, y a someterse al juicio
de los pares de los nobles en las causas feudales. Los señores, tanto ecle¬
siásticos como laicos, gozaban de exenciones y prestaciones que antes per¬
tenecieron al poder soberano. Las concesiones a la nobleza y al alto clero
repercutían sobre campesinos y artesanos. Sobre los campesinos, porque de¬
pendían de sus señores y no podían abandonar sus tierras sin redimirse. So¬
bre los habitantes de ciudades y villas, por el peso del patriciado urbano.
Al declarar en 1283 que el monarca aceptaba que siguieran al frente de los
lugares de realengo los paciarios (pahers), jurados (jurats) y cónsules (cón-
sols) y consejeros (consellers), se dejaban las ciudades en manos de una mi¬
noría, que tendió a acentuar su autonomía con respecto al rey, y su autoridad
con respecto al resto de los habitantes de la ciudad. Ante las facultades da¬
das a esta minoría, unos 800 miembros de la pequeña burguesía, en su ma¬
yoría artesanos, en 1285 se sublevaron, privaron de sus rentas y censales
a los poderosos y llegaron a instalar un gobierno popular en la ciudad de
Barcelona. La reacción no se hizo esperar: el rey se negó a escuchar las ra¬
zones de los sublevados, 600 fueron exiliados, 200 detenidos, y Berenguer
Oller y otros siete, considerados los cabecillas, fueron ejecutados sin juicio
previo. De esta forma la oligarquía urbana pudo acentuar su poder.
Los prófugos del campo, fuese cual fuese el señorío de su procedencia,
que pudiesen demostrar mediante testigos que habían emigrado a la ciudad
y vivido en ella «un año, un mes y un día», quedaban eximidos, desde 1283,
del pago de la remensa, o derecho de redención, siempre que aceptaran la
autoridad y el gobierno de los patricios. Pero los señores vieron legalizada
también la redención o remensa, cuyo precio se triplicaría en el plazo de
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 451

tres generaciones, y pudieron mantener sus prerrogativas económicas y ju¬


risdiccionales. Intereses antagónicos de los señores rurales y del patriciado
urbano, en el cual tendrían parte esencial los mercaderes, darían ocasión
a interminables pleitos entre la justicia señorial y los tribunales urbanos,
en ocasión de legalizar la situación de los prófugos de los predios rústicos.
Pero la ciudad precisaba de labriegos, jornaleros y hortelanos para el culti¬
vo del territorio circundante.
Por otra parte, desde que, en 1301, se dispuso que las reuniones de Cor¬
tes tuvieran lugar cada tres años, hasta 1333 en que se logró que fueran los
ciudadanos los que eligieran a los inquisidores de los oficiales reales, el con¬
trol de los oficiales de la Casa del Rey había pasado a manos de los nobles,
alto clero y patricios, con lo cual el papel de la realeza en los núcleos urba¬
nos del principado se veía de hecho disminuido.

LOS CABALLEROS DE CUANTÍA O DE ALARDE

Nos hemos referido ya, aunque brevemente, a la aparición de la caba¬


llería villana en el ámbito castellano. Conviene añadir algunas puntualiza-
dones para hacer más comprensible la importancia social que tuvo este hecho
en la corona de Castilla. En el siglo xiv se empezó a obligar a quienes vi¬
vían en las zonas fronterizas y disponían de los bienes suficientes a comprar
caballos. La cuantía exigida varió, no obstante, de unas regiones a otras,
en función del mayor o menor peligro y de la diversa situación económica.
En el Ordenamiento de Alcalá, de 1348, se fijó la cuantía, para el obispado
de Jaén, a partir de 4.000 maravedíes. La posesión de bienes por valor de
5.000 maravedíes era suficiente en los territorios del arzobispado de Sevilla
fronterizos con Portugal para tener la obligación de poseer caballo y acudir
con él a defenderlos. En cambio esa cuantía se elevaba a 6.000 maravedíes
en las zonas de Badajoz, Jerez de los Caballeros y Alcónchel, y en el seño¬
río de Cazorla se elevó la cuantía a 7.000 maravedíes, siendo obligatorio
el tener un caballo que valiera 800 maravedíes, apto para la guerra. En re¬
giones consideradas más pobres, como Salamanca y Zamora, era preciso
tener una cuantía de 10.000 maravedíes para entrar a formar parte de la
caballería villana. No todos los caballeros de cuantía, pues, tuvieron la misma
fortuna al entrar a formar parte de esta tropa de elite que implicaba una
consideración social y la posesión de unos bienes suficientes para la adqui¬
sición y conservación del caballo y equipo necesarios.
En 1465 la cuantía precisa, en el señorío de Cazorla, era de 8.000 mara¬
vedíes (en poco más de un siglo se había duplicado la fortuna que se estima¬
ba necesaria) y los concejos pidieron a su señor, el arzobispo de Toledo,
452 MANUEL RIU RIU

que la elevara a 12.D00 ó 13.000 maravedíes, puesto que los 8,000, en aquel
entonces, los costaba ya el caballo. Los Reyes Católicos, en 1492, fijaron
la cuantía en 50.000 maravedíes y el valor de la casa y cama del caballero
en 1.200 maravedíes. Si se elevaba el valor de la cuantía el número de com¬
batientes a caballo disminuía, y tal vez ésta era la intención, en busca de
una mayor paz interna. Pero también la disrftiiiución de su número com¬
portaba una mayor relevancia social.
Los caballeros cuantiosos tenían que hacer por lo menos un alarde, o
parada militar, al.año; de ahí su nombre de caballeros de alarde con el cual
fuerón también conocidos. Y debían prestar servicio de armas hasta los se¬
tenta e incluso setenta y cinco años, hasta que en el año 1444 se fijó el límite
de la edad activa en sesenta y cinco. Entre los privilegios otorgados a los
caballeros de alarde solía figurar el de entrar en las suertes para designa¬
ción de los oficios concejiles, particularmente en Castilla donde la escasa
densidad de la burguesía favoreció la intervención de esta clase social en
el gobierno de las villas.

Los JUDÍOS DE LA CORONA DE CASTILLA

El papel de los judíos en ambas coronas, de Aragón y de Castilla, debió


de ser bastante similar. Aunque ya nos hemos referido brevemente a ellos,
conviene también insistir en algunos aspectos básicos. La oposición entre
cristianos y judíos apareció por primera vez en Castilla a finales del siglo xm
y comienzos del XIV. Tras la reconquista de Sevilla en 1248 empezaron a
afluir productos italianos y flamencos a los mercados andaluces y castella¬
nos. La necesidad de dinero y el amor al lujo hicieron que los prestamistas
judíos, autorizados a prestar numerario con un interés de hasta el 25 por
100 anual, obtuvieran amplias ganancias de su dinero. A los cristianos les
estaba prohibido todavía (salvo acaso en Cataluña) prestar dinero a inte¬
rés. Los teólogos discutían la legitimidad de dicha posibilidad por conside¬
rar que la moneda no podía reproducirse por sí misrpa, aunque no tardaron
en apreciar los factores y circunstancias que podían favorecer y dignificar
el uso del dinero en la adquisición de bienes y en el aumento de la riqueza.
Mientras tanto, era lógico que los prestamistas judíos atendieran la necesi¬
dad de dinero no sólo de los súbditos cristianos de la corona, sino de los
propios reyes, adelantándoles el dinero de los impuestos. Aunque luego Al¬
fonso X tuviera que autorizar la elevación de los intereses al 33 por 100,
debido a la escasez de numerario en circulación, con lo cual resultaba que
un tercio de los impuestos que pagaban los súbditos iba a las bolsas de los
judíos. Y esto favorecía el enriquecimiento de las comunidades judías.
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 453

Los judíos se convirtieron pronto de cobradores de impuestos en arren¬


dadores de los mismos, adelantando su importe al rey y encargándose de
la administración de los bienes reales, con el cargo de tesorero o almojarife
del reino. Y esto despertó la animadversión contra los judíos recaudadores
y arrendadores de impuestos, manifestándose en las Cortes de 1288 convo¬
cadas por Sancho IV el Bravo. El rey, en aquella ocasión, hubo de anular
el arrendamiento hecho a Abraham de Barcelona, perdonar las deudas a
sus súbditos y comprometerse a confiar el cobro de los impuestos a los re¬
presentantes de las ciudades. En 1295 y en 1301 las quejas se repitieron. El
rey, necesitado de dinero, autorizó confiscaciones de bienes a los deudores
y favoreció con ello a los prestamistas judíos. El odio contra éstos se des¬
bordó en 1313, se les obligó a llevar una rodela de paño amarillo sobre el
vestido —como ya se hacía en Francia—, se invalidó su testimonio en los
juicios contra cristianos y, de hecho, se les impidió reclamar a sus deudores
las cantidades adeudadas.
Muchos judíos debieron ampararse en los nobles y eclesiásticos, en tan¬
to que otros abandonaban Castilla. Al llegar a su mayoría de edad Alfon¬
so XI, en 1325, nombró a un almojarife judío y protegió a las comunidades
judías, como lo haría luego Pedro I. De esto le acusaría Enrique de Trastá¬
mara, si bien también éste luego debería recabar el apoyo económico de los
judíos.
Las comunidades judías estuvieron desigualmente repartidas por las ciu¬
dades de Castilla y de León. En Extremadura hubo pocas comunidades, pro¬
bablemente debido a la debilidad de su comercio regional. En el obispado
de Cuenca, en cambio, los judíos pagaban de impuestos 150.000 marave¬
díes al año, y en el de Plasencia no alcanzaban los 30.000 maravedíes, co¬
rrespondiendo la mitad a los de la propia Plasencia y el resto a los judíos
de Béjar, Trujillo y otras juderías menores.
Durante la minoría de edad de Enrique III se produjo, en 1391, el asalto
y saqueo de las aljamas de los judíos castellanos, coincidiendo con un mo¬
vimiento general contra los judíos que, como veremos, tuvo también su eco
en las aljamas de la corona de Aragón. A partir de estos momentos desapa¬
recieron algunas aljamas y otras se redujeron. Cien años más tarde, en 1492,
los Reyes Católicos ordenaron su expulsión de España o su conversión al
cristianismo, cuando con sus «servicios» monetarios habían contribuido a
sufragar los gastos de la guerra de Granada. La Inquisición vigilaría a los
conversos, pero no pudo evitar la aparición de un criptojudaísmo, avivado
por el antagonismo entre los cristianos viejos y los nuevos, que, como seña¬
ló Américo Castro, hizo que la España de la época moderna fuera espiri¬
tual y culturalmente distinta del resto de Europa.
454 MANUEL RIU RIU

LOS JUDÍOS DE LA CORONA DE ARAGÓN

También en los distintos reinos de la corona de Aragón la minoría judía


estuvo presente y fue influyente. Desde el siglo XI existen noticias de diver¬
sas aljamas organizadas en Aragón y en Cataluña y, desde la reconquista
de Valencia y de Mallorca, la relación de las comunidades de ambos reinos
con el resto de la corona fue constante. Ya en 1231 Jaime I, además de con¬
ceder a los judíos de Mallorca un palacio situado dentro de la Almudaina,
una plaza y diversas alquerías, regulaba sus relaciones con los cristianos.
A menudo los judíos colaboraron con los soberanos. Los de las aljamas
del reino de Aragón, por ejemplo, en 1282, pagaron 100.000 sueldos jaque-
ses a Pedro el Grande para organizar la expedición a Sicilia. Cuando ejer¬
cían de recaudadores de la realeza, ya en el siglo xm, solían recibir por su
trabajo el «veinticinco por millar», o sea, un 5 por 100 de lo recaudado.
Cuando debían anticipar al rey el dinero de los impuestos, los intereses so¬
lían ser bastante superiores, como en la corona de Castilla.
A cambio de sus servicios obtenían la protección del rey y de la Iglesia,
y en ocasiones de la nobleza, compensándoles también con donativos. El
obispo de Barcelona, por ejemplo, a comienzos del siglo xiv recibía todos
los años por Pascua 100 sueldos de la comunidad judía de la ciudad. Desde
el siglo xm existían aljamas organizadas en muchas ciudades y villas cata¬
lanas, con sus sinagogas, escuelas y cementerios propios, siendo importan¬
tes las de Gerona, Tortosa, Montblanc, Tárrega y Lérida, además de las
de Tarragona, Manresa, Vic, Cervera, Vilafranca y Puigcerdá, entre otras.
Ya a comienzos del siglo xiv la inquina de los cristianos contra algunos
judíos obligaba a las Cortes de Barcelona (1311) a prohibir que se les llama¬
ra renegados o tornadizos (renegat o tornadís), quedando sometidos los in¬
fractores a las penas pecuniarias que les impusieran los jueces. En las propias
Cortes, Jaime II, con el deseo de coadyuvar a la evangelización y conver¬
sión de judíos y sarracenos, ordenaba que unos y otr©s acudieran a escu¬
char los sermones de los frailes franciscanos y dominicos, y si se convertían
les garantizaba la posesión de sus bienes muebles, inmuebles y semovientes.
Pero la protección real y eclesiástica no bastaba cuando en 1321 se les acu¬
só del intento de intoxicar todas las aguas de los pozos y de las fuentes,
levantando procesos sin fundamento y destruyendo aljamas como las de Ta¬
rragona y Lérida (1323).
Los reyes les utilizaban no sólo como recaudadores y prestamistas, sino
también como médicos y como intérpretes (torcimanys), encomendándoles
misiones diplomáticas, y colaborando con apotecarios cristianos en la pre¬
paración de medicamentos. En abril de 1347, antes de la peste negra, la vi¬
lla de Tárrega había prohibido a los judíos tocar el pan u otros alimentos
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 455

con las manos. Pedro el Ceremonioso obligó a revocar tal decisión, pero
entonces se produjeron disturbios, dando lugar a muertes, incendios y ro¬
bos en las viviendas de los judíos, por lo cual el rey tuvo que imponer a
la villa multas que sumaron 37.000 sueldos. Los disturbios continuaron, en
1348 y 1349, a raíz de la peste, en Tárrega, Verdú, Cervera y otras localida¬
des, con lo cual los calis o barrios judíos al reconstruirse fueron dotados
de murallas, torres y puertas convirtiéndose en auténticas fortalezas dentro
de las urbes. La aljama de Tárrega, reconstruida en 1350, fue prevista para
albergar cuarenta familias judías. Se permitió a los judíos barceloneses am¬
pliar su sinagoga, y se impusieron multas a los maestros de las escuelas pa¬
rroquiales de la ciudad (1367) cuyos scolares insultaran a los judíos.
Todas estas medidas, sin embargo, no consiguieron eliminar la mutua
desconfianza y, en 1390, los disturbios, asaltos y matanzas volvieron a pro¬
ducirse. Se desconocen las cifras exactas de la población judía de la corona
de Aragón, que oscilan entre las 11.000 y las 26.000 personas, según los cálcu¬
los de distintos investigadores. Yitzhak Baer piensa que hubo unas 3.600
familias judías en el territorio de la corona a finales del siglo xm y Shneid-
man cree que a finales del xiv representaban el 3 por 100 de la población.
Es posible que Barcelona, hacia 1390, no tuviera más de 1.000 judíos, Va¬
lencia unos 1.500 y Mallorca unos 800, como creyó Isidoro Loeb. Pero consta
que en la matanza de 1349 sólo en Tárrega murieron 300 y cuando, en 1391,
fue destruido el cali de Barcelona, los disturbios duraron cuatro días y, se¬
gún la Crónica del Racional «ante todos se daba muerte a los judíos y ju¬
días que no querían bautizarse». Desmanes semejantes tuvieron lugar en
Gerona, Reus y otros muchos núcleos menores, lo cual obligó a las conver¬
siones forzosas o a la huida en masa hacia el mediodía de Francia. Cuando,
en 1487, volvieron a reproducirse las persecuciones, muchos conversos hu¬
yeron al Rosellón y a Montpellier, a Portugal, a Nápoles y a Argel.

La mujer en la sociedad castellano-leonesa

Los fueros constituyen una fuente valiosa para conocer la situación le¬
gal de la mujer en la sociedad castellana de los siglos xn y xm. Hasta los
quince años cumplidos, tanto el varón como la mujer se hallaban bajo la
tutela familiar. Una vez cumplidos los quince años la mujer podía legal¬
mente contraer matrimonio, puesto que se la consideraba mayor de edad.
El fuero de Soria, por ejemplo, confirmado por Alfonso X en 1256, reco¬
noce a la mujer capacidad jurídica a partir de los dieciséis años de edad,
siempre que se halle independizada de su familia o casada, y posea bienes
valorados en cincuenta o más maravedíes. Sólo en el caso de que, en el pía-
456 MANUEL RIU RIU

zo de dieciocho días, no haya podido avisar a su marido ausente, puede ac¬


tuar en su nombre y hacerse cargo de cualquier pleito, y responder ante el
juez. En caso de que ella tuviera tienda de cera, aceite y pimienta puede
emplazar y demandar por sí misma, pero por lo general la mujer casada
no puede pleitear, sin conocimiento del marido, salvo en las cosas que per¬
tenecen «a los fechos mugeriles» (tales como disputa de hilazas) y sólo has¬
ta un valor máximo de cinco sueldos.
Los delitos que afectan al sexo o a la muerte del cónyuge son severa¬
mente castigados. La mujer puede ser condenada a morir en la hoguera y
el varón ahorcado. Salvo en el caso de que éste dé muerte a su esposa por
adúltera, pues entonces se vería libre de castigo. La seducción o violación
de la mujer se castigan con severas penas.
Pero se reconoce a la mujer su participación, junto con el marido, en
la plantación y cultivo de vides, construcción de la vivienda, molino, baños
u horno en su heredad; el trabajo asalariado, ya como hilandera, cardado¬
ra o tejedora, ya como sirvienta o como nodriza; la tenencia de una peque¬
ña tienda de especias, aparte del trabajo cotidiano en el hogar como esposa,
viuda, madre o hija. Y ese reconocimiento le permite tener derecho a parti¬
cipar, hasta un 50 por 100, de los bienes comunes, dado que la comunidad
de bienes es una característica, bastante generalizada, del matrimonio.
Como ha observado María Asenjo en su examen del fuero de Soria, éste,
en el paso del siglo XII al xm, «proporciona un ejemplo de transición en¬
tre la familia de gran parentela y la familia más reducida, formada por pa¬
dres e hijos fundamentalmente». La tutela familiar y marital acompaña a
la mujer a lo largo de su vida. El fuero especifica la boda y desposorio limi¬
tando los gastos suntuarios y las expresiones de júbilo, la dote femenina
y las arras o dote masculina, dado que el destino último de ésta era servir
de provisión de viudedad a la esposa, antes de ser repartida a los hijos del
matrimonio, o devuelta a la familia del marido en caso de que no los hubie¬
ra. Cabe recordar aquí que el Fuero Juzgo limitó la cuantía de las arras a
la décima parte de los bienes del futuro marido. Cuando se fija la cuantía
de las arras en el fuero de Soria, se distingue: si la esposa es doncella (man¬
ceba en cabellos) de la villa, 20 maravedíes; si es ya viuda o es doncella de
las aldeas (no de la villa), sólo 10 maravedíes. La pena impuesta al violador
de una viuda quedó fijada en el Fuero Real, por Alfonso X, en 200 sueldos
y la de una soltera en 100 sueldos, quedando invariable la de una casada
en 300 sueldos.
No se reconoce a la mujer actividad política alguna, no puede ser elegi¬
da para el ejercicio de cargos públicos, y su capacidad legal es limitada, pero
no cabe duda de su presencia en la vida económica, aparte de su papel en
la vida familiar. La viuda puede, de acuerdo con la ley, hacerse cargo de
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 457

la custodia de las personas y bienes de sus hijos menores, con tal de que
no contraiga nuevo matrimonio y, aparte de disponer de las arras, y de ciertos
bienes de uso personal, como el lecho y las ropas de cama, puede gestionar
por sí cuantos bienes le haya legado el marido en vida o en testamento, ya
fuera como regalo, ya a título de usufructuaria de los mismos, ya como do¬
mina et potens, dueña con plenos poderes para la gestión de los bienes pa¬
trimoniales.
La barraganía y el amancebamiento parecen haber merecido de la socie¬
dad medieval castellana una mayor benevolencia que el adulterio o la forni¬
cación. La imposición del celibato a los clérigos hace que en las Cortes se
dicten medidas contra las mujeres que cohabiten con ellos (o barraganas),
complementando las disposiciones canónicas, pero se refieren a distintivos
en la indumentaria que deberán llevar, a la prohibición de que sus hijos les
hereden, o a multas dinerarias (hasta un marco de plata, según las Cortes
de Briviesca de 1387). La prohibición de que «ningún casado no mantuvie¬
ra manceba públicamente» o en su casa, sería taxativa a finales del siglo xiv,
penando al infractor con la pérdida de una quinta parte de sus bienes,
hasta la cuantía de 10.000 maravedíes. Los parientes de la manceba podrían
destinar la suma a dotarla para casarse, si así ella lo deseaba. En caso con¬
trario, se repartiría entre la casa real, el acusador y la ciudad.
La convivencia en la España cristiana de los cristianos con musulmanes
y judíos debió de ser habitual hasta el siglo xii, momento a partir del cual
empiezan a reiterarse las medidas restrictivas, siguiendo las normas pun¬
tualizadas por el derecho canónico, entonces codificado. Entre las disposi¬
ciones dimanadas de las Cortes de la corona de Castilla al respecto, recogidas
por Emilio Mitre, recordaremos el rigor con que se trata de evitar que mu¬
jeres cristianas se empleen como sirvientas o nodrizas en casas de judíos
o de musulmanes. El ayuntamiento carnal de cristianas con judíos, ya seve¬
ramente castigado en las Partidas de Alfonso X el Sabio, lo es asimismo
en sucesivas Cortes, en los siglos xiv y XV, pero en cambio se permite que
los cristianos trabajen las tierras en las heredades de judíos y que les acom¬
pañen en sus viajes para evitar, entre 1380 y 1385, que sean maltratados.

La mujer en la sociedad andaluza

La reconquista de la Andalucía occidental y del norte en el transcurso


del siglo xin y su incorporación a Castilla establecería algunas peculiarida¬
des en la situación de la mujer. Según el fuero de Úbeda (de hacia 1251),
las mujeres pueden ser testigos en los juicios que se refieran a hechos ocu¬
rridos en el baño, el horno, la fuente o el río, y las relativas a las hilaturas
MANUEL RIU RIU
458

y los tejidos, actividades en las cuales es importante la participación de las


mujeres. Los hombres cristianos pueden acudir a la casa de baños los mar¬
tes, jueves y sábados; los judíos, los viernes y los domingos, y las mujeres,
los lunes y los miércoles. El hombre que forzase a una mujer en el baño,
el día que no le correspondiese ir, está libre de castigo. Pero quien lo hiciere
un lunes o un miércoles, debe ser ajusticiado. La defensa de la moralidad
pública aparece aquí muy clara. Quienes insultan a las mujeres, las tiran
de los cabellos, o las empujan, o les quitan la ropa o se la destrozan mien¬
tras están en el baño, son igualmente castigados, si la mujer es decente y
honrada. La violación se considera un delito grave y es particularmente cas¬
tigada si la mujer es casada y no ha consentido. El violador ha de ser que¬
mado vivo en este caso, mientras que si la violada es soltera ha de pagar
sólo 300 sueldos y, en caso de tratarse de una prostituta, está libre de casti¬
go. La violación de una mora se considera una ofensa a su señor.
El adulterio es un ataque al honor del marido, quien tiene derecho por
ello a dar muerte a su mujer. Las madres solteras están obligadas a criar
a sus hijos y, si saben quién es el padre, éste debe ayudarlas en la cría de
los hijos comunes. El aborto voluntario es castigado con la hoguera. El ré¬
gimen de bienes en el matrimonio queda bien delimitado: cada uno puede
disponer de los bienes que aportó al mismo y de la mitad de los ganancia¬
les. Las arras quedan para la mujer. Hijos e hijas tienen derecho al reparto
por igual de los bienes paternos y maternos, al llegar a la mayoría de edad,
en caso de ser huérfanos, o si su padre o madre vuelven a contraer nupcias,
o cuando fallece cada uno de ellos. También los hijos ilegítimos, habidos
con una barragana, tienen en el fuero de Úbeda derecho a su parte. La ne¬
cesidad de proteger la población de la Andalucía cristiana hace que haya
cierta tolerancia hacia los hijos naturales.
Las deudas se pagan del patrimonio familiar, porque la familia consti¬
tuye una unidad económica. Pero la viuda puede conservar el ajuar y los
bienes gananciales que le correspondan. Nunca se puede dejar a una hija
como rehén, ni entregarla en prenda a los musulmanes. Ningún hombre o
mujer puede vender a un cristiano o cristiana, sólo los siervos no cristianos
pueden ser objeto de compraventa. El deseo de que las comunidades mu¬
sulmana, hebrea y cristiana vivan separadas, es ya patente.
En el mundo rural próximo a las grandes urbes que constituyen puntos
de distribución comercial, como Sevilla, la agricultura y la ganadería orien¬
tan su producción hacia sus mercados. El Aljarafe, un gran centro produc¬
tor de aceite, ocupa estacionalmente mucha mano de obra femenina en la
recogida de la aceituna. Las grandes fincas de olivar, explotadas directa¬
mente por sus propietarios, con frecuencia miembros de la oligarquía, es¬
posas de los propietarios y viudas tutoras de los hijos, dirigen los trabajos
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 459

de organización y administración, residiendo temporalmente en las fincas


y contratando la mano de obra femenina para la recogida de la aceituna,
comprando tierras, cediendo parcelas en enfiteusis, etc. La participación de
la mujer campesina en el trabajo agrícola es intensa, a partir de los seis o
siete años se contrata ya a las niñas como «cogedoras» de aceitunas, for¬
mando parte de grupos familiares en los cuales las mujeres «cuadrilleras»,
o jefas de grupo, son responsables. Los contratos abundan de septiembre
a noviembre, pagándose por canastas recogidas o por jornadas de trabajo
(unos 10 maravedíes al día, en 1500), calculándose que por persona se llega
a recoger de una canasta y media a dos canastas en un día de labor. El sala¬
rio femenino representaba la mitad del del gañán o jornalero (cifrado en
torno a los 20 maravedíes al día). Dado que principalmente este trabajo tem¬
poral femenino se realiza en noviembre, acuden desde el siglo xiv al Alja¬
rafe sevillano mujeres de lugares distantes: condado de Niebla, sierras de
Aroche y Constantina, y la Extremadura de la Orden de Santiago, a menu¬
do en grupos de diez y veinte cogedoras, debiendo instalarse en las «casas
de cogedoras» de las fincas que las contratan y vivir en ellas durante el tiempo
del contrato, trabajando de sol a sol. A veces la familia entera, padre y ma¬
dre con los hijos, se contratan para estas faenas. Un gañán casado puede
contratarse por años a razón de 375 maravedíes y una fanega de trigo al
mes y un azumbre de vino al día, en tanto que las mujeres de la familia,
contratadas como cogedoras, pueden recibir anticipos. La mujer adulta pue¬
de contratarse para servir en una casa, por meses o años, proporcionándo¬
sele comida y cama, y una cantidad de maravedíes al año. La aportación
del trabajo de madres, esposas e hijas de los campesinos, fuera del hogar,
resulta a menudo indispensable para la supervivencia de la comunidad fa¬
miliar, como ha señalado Mercedes Borrero.

La estructuración de la sociedad valenciana

Al conquistar Jaime I a los musulmanes el reino de Valencia, le dio unos


Furs o fueros propios, cuya primera redacción data de 1240. De hecho, el
núcleo originario de los Furs lo constituyó la Costum de la ciutat de Valen¬
cia promulgada en esta ciudad, con la connivencia de obispos, nobles y
ciudadanos reunidos en asamblea. La Costum, de neta inspiración romano-
justinianea, llegaría a influir en la Costum de Tortosa, y no viceversa como
se había supuesto. En cambio, debe a las Consuetudines Ilerdenses y a los
Usatges de Barcelona ciertos elementos del derecho consuetudinario. Como
ha puntualizado Arcadi García, si bien en el aspecto jurídico la repoblación
anterior había seguido aplicando a las comunidades cristianas el derecho
460 MANUEL RIU R1U

local —el fuero de Zaragoza y las costumbres de Lérida fundamentalmen¬


te— siguiendo los esquemas de la repoblación de la Cataluña Nueva, a par¬
tir de 1240 se establecía un derecho nuevo válido para todo el reino de
Valencia y diferente de los de Aragón y de Cataluña. Si las nuevas tierras
habían constituido la zona natural de expansión para la nobleza aragonesa,
como Mallorca lo fue para los catalanes, la nueva entidad política que se
creaba en Valencia quedaría vinculada al poder real a través de esta legisla¬
ción uniforme, y en ella iba a florecer una sociedad mercantil y artesana,
más semejante a la de Cataluña que a la señorial y agropecuaria de Aragón,
que no olvidaba tampoco la tradición de la Valencia islámica.
La Costum de Valencia fue reformada en las Cortes valencianas de 1261
y su traducción catalana oficial recibió el título de Furs de Valencia que le
sería dado ya definitivamente, siendo su última reforma de 1271 y estable¬
ciéndose su vigencia con exclusividad en todo el reino. A pesar del propósi¬
to de Jaime I de que los Furs de Valencia constituyeran un código territorial
exclusivo, la unificación foral del reino de Valencia fue más lenta y no se
consiguió casi hasta 1329-1330, puesto que en los lugares conquistados y
repoblados por aragoneses se siguió aplicando el fuero aragonés. Hasta avan¬
zado el siglo xiv la sociedad valenciana mostraría esta estructura dual,
debido a la diversa procedencia y origen de los repobladores, aunque pre¬
dominara la influencia catalana en su configuración social y cultural defi¬
nitiva.
A raíz de la reconquista del reino de Valencia, la monarquía pactó con
las comunidades sarracenas —una minoría inasimilable pero de particular
importancia para la producción agrícola del territorio— su permanencia en
las tierras y lugares de residencia con permiso para la práctica de la religión
islámica, la posibilidad de seguir rigiéndose por sus propias leyes y la liber¬
tad de movimientos, con derecho a emigrar si lo deseaban. Quedaron, en
efecto, comunidades musulmanas importantes en veintiocho localidades del
reino, entre ellas la propia capital, pero, con el tiempo, diversos monarcas,
como Jaime II, empezaron a restringir las libertades de los sarracenos y di¬
chas restricciones motivaron la emigración a países islámicos, que la noble¬
za tendió a impedir por temor a ver sus predios abandonados. Las Cortes
de Valencia de 1403 prohibieron, en efecto, a los sarracenos la emigración,
mas ésta continuó, de forma más o menos declarada, hasta la expulsión de¬
finitiva en 1609. Si el respeto a sus religiones y la organización de sus comu¬
nidades separadas, había facilitado la convivencia de los cristianos con los
musulmanes y con los judíos, la imposición de diferencias en el vestido y
peinado, con distintivos visibles, no redundó en beneficio de la compren¬
sión mutua.
Otras peculiaridades de la sociedad valenciana de esta época fueron, asi-
DEMOGRAFÍA y sociedad de los reinos cristianos 461

mismo, el número de mercaderes que convertirían la ciudad de Valencia,


con cerca de 75.000 habitantes en el siglo xiv, en un centro comercial y dis¬
tribuidor de productos para Castilla y el norte de África. Contó para ello
con una burguesía local activa, y de la cual formaron parte notarios y escri¬
banos que no se limitaban a redactar documentos y fomentó las industrias
textites para la exportación a Sicilia, Granada y el norte de África, arropa¬
da por las minorías judía y sarracena o mudéjar, que nutrieron también de
mercaderes autóctonos el mercado valenciano, mas a ellos se unieron asi¬
mismo poderosas colonias mercantiles extranjeras, compuestas en especial
por narboneses y languedocianos, toscanos, lombardos, genoveses y flamen¬
cos, alemanes y saboyanos, a menudo con capillas y cofradías propias y
con intereses controvertidos, que contribuyeron ya a estimular la produc¬
ción agraria y ganadera (lanas del Maestrazgo, grana, frutas...), ya al fo¬
mento de nuevas industrias, como la del azúcar en la Safor, al lado de las
del papel, esparto o la cerámica. La comercialización de los excedentes agra¬
rios (arroz, aceite, higos, pasas...) favoreció la expansión de cultivos espe¬
cializados en la que eran maestros los sarracenos.

La mujer en la sociedad valenciana

La influencia del derecho romano-justinianeo en los Furs de Valencia


hizo que, desde mediados del siglo xin, la mujer valenciana se viera some¬
tida a una restricción de sus facultades legales, menores que las del varón,
en particular en el régimen matrimonial, aunque no falten las disposiciones
protectoras por debilidad de sexo, fragilidad o ignorancia. Se restringe la
intervención de la mujer en la esfera judicial, no puede ejercer de juez, ni
actuar como árbitro o compromisario en un litigio, de igual modo que los
varones menores de veinte años. En el ámbito familiar se halla bajo la auto¬
ridad del padre de familia y sólo puede desempeñar la tutoría de sus hijos
menores mediante autorización especial del monarca. No puede ser nom¬
brada albacea ni ejecutora testamentaria, ni actuar de testigo. Tiene dere¬
cho, sin embargo, a dictar testamento (ante notario y en presencia de tres
testigos varones) y nombrar en él tutor para sus hijos menores, con objeto
de que éste administre los bienes que les deja en herencia. La tutoría directa
de la madre, o en su defecto de la abuela, sería reconocida sin limitaciones
por Martín el Humano en 1403.
La mujer depende del padre mientras permanezca soltera (puede ser des¬
heredada si se casa sin su consentimiento) y luego del marido. Pero, muerto
su cónyuge puede ejercer la patria potestad, y también se requiere el con¬
sentimiento de la madre viuda para la boda de la hija soltera. Las hijas he-
462 MANUEL RIU RIU

redan en igualdad de condiciones que los hijos. La protección de la ley se


manifiesta en la salvaguarda de los bienes dótales, en la prohibición de ena¬
jenarlos sin el libre consentimiento de la esposa, en la no responsabiliza-
ción de los delitos o de las operaciones financiadas por su marido, en la
protección de su honor, etc.
La institución matrimonial se rige por el derecho canónico, limitándose
los Furs a regular su régimen de bienes, aunque con libertad para que los
contrayentes pactaran las condiciones que estimaran oportunas y, en efec¬
to, parece que entre las clases populares prevaleció el contrato de germania
o hermandad, que comportaba la comunidad de bienes. En el ejemplo an¬
terior, o de separación de bienes, la mujer aportaba el aixovar o dote (bie¬
nes inmuebles y de uso personal) y los bienes parafernales, aportados por
la mujer con independencia de la dote y de los cuales podía disponer libre¬
mente. Al disolverse el matrimonio por muerte del marido, abandono del
hogar, etc., la mujer recuperaba la dote con el creix (o aumento del 50 por
100), equivalente a la dote del marido, y las donaciones de éste si las hubo.
En caso de muerte del marido la viuda o sus herederos no podían reclamar
la devolución de la dote y del creix hasta transcurrido el año de luto (any
de plor), tiempo durante el cual la viuda viviría de los bienes del difunto.
Si los herederos de éste demoraban la entrega de la dote, el creix y las dona¬
ciones efectuadas por el marido en vida, la viuda podía entrar en posesión
de la tenuta, o disfrute de los bienes de su esposo por tiempo indefinido,
asegurando de esta forma su estabilidad económica. La viuda indotada o
carente de bienes personales, era protegida por la ley. En cambio, el aborto
voluntario era castigado con la hoguera y equiparado a la muerte de un hijo
por sus padres.

La sociedad navarra

La población del reino de Navarra era de unos 30.000 hogares en 1265,


según los estudios de María Raquel García Arancón, aunque tan sólo 23.300
estaban sometidos al pago del monedaje, a razón de la suma de 15 sueldos
(equivalentes a dos maravedíes) por hogar, permaneciendo los restantes exen¬
tos, ya por pertenecer al estamento nobiliario o clerical, ya por ser conside¬
rados pobres. Las pestes y calamidades del siglo xiv redujeron el número
de hogares navarros sometidos al monedaje a sólo 18.219, cifra que puede
suponer una población próxima a los 85.000 habitantes tan sólo. Las pérdi¬
das de población experimentadas por el reino oscilarían, de unas regiones
a otras, entre el 35 y el 65 por 100. Es posible que los núcleos urbanos su¬
frieran menos que la campiña norteña esta disminución de pobladores. En
DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD DE LOS REINOS CRISTIANOS 463

algunos núcleos rurales, en cambio, la pérdida de habitantes fue superior


al 50 por 100, en tanto que hubo núcleos urbanos en los cuales apenas al¬
canzó el 20 por 100.
Tudela, la villa más importante, en 1264-1266 contaba con 1.427 fuegos
o vecinos, de los cuales 809 correspondían a hogares cristianos, 379 a fami¬
lias moras y 191 a los judíos. Le seguía en importancia Pamplona, cuyos
barrios sumaban 1.249 fuegos, de los cuales sólo 24 pertenecían a judíos.
Otras villas navarras, como Estella y Olite, contaban con unos 1.100 fue¬
gos, y eran ya mucho más pequeñas Sangüesa y Laguardia, con 346 y 345
vecinos, respectivamente.
En la sociedad navarra, aparte de la familia real (perteneciente en aque¬
llas fechas a la Casa de Champaña), destacaban los ricoshombres, con pa¬
trimonios consolidados desde el siglo xn, que constituían una minoría de
gran peso social. La masa de los caballeros e infanzones configuraba los
escalones medio e inferior de la nobleza navarra, con patrimonios menores
pero con disfrute de muy variadas prebendas (tales como caverías y mesna-
derías). La casa real, y en particular el monarca Teobaldo II, tendió a apo¬
yarse en los ricoshombres y en la burguesía para enfrentarse con los
caballeros e infanzones, agrupados en las Juntas de Obanos. Los intereses
de unos y otros les enfrentaron con frecuencia.
En el estamento eclesiástico destacaba la figura del obispo de Pamplo¬
na, los maestros de las Órdenes militares, en particular la de San Juan de
Jerusalén, y las dignidades de los cabildos de Pamplona y Tudela y los ca¬
nónigos racioneros de las iglesias principales. El resto del clero era de con¬
dición humilde. Tan sólo doce clérigos, en el siglo xm, consta que tuvieran
estudios universitarios. En cuanto a los centros monásticos, San Salvador
de Leire languidecía, mientras Iranzu, de la Orden del Císter, se mostraba
conservador y Santa María de Roncesvalles, con su hospital de peregrinos,
se hallaba en plena expansión.
La población urbana se componía de francos, infanzones y labradores,
con alguna minoría mora y judía. Los burgueses de las «buenas villas» go¬
zaban de ciertas exenciones fiscales. El alcalde, o juez ordinario, y los jura¬
dos formaban el gobierno municipal, con un representante del rey (preboste,
amiral o justicia). En torno de Pamplona y de Tudela se fue desarrollando
un patriciado que tendía a acaparar los puestos del gobierno local y, a la
vez, las actividades comerciales extendidas desde Gascuña hasta Montpe-
llier y las ferias de Champaña.
La masa de la población del reino la constituían los collazos, villanos
o labradores dependientes del rey o de un señor, de quienes poseían tierras
a cambio de determinadas rentas y servicios personales que podían redimir
por dinero. La condición social de esta masa campesina era bastante simi-
464 MANUEL RIU RIU

lar. Judíos y moros estaban vinculados directamente al rey, apareciendo


como única aljama de moros organizada la de Ribaforada. En tanto que
los judíos solían vivir en las ciudades, y en general en grupos reducidos,
salvo el de Tudela, los moros solían ser campesinos o artesanos, destacan¬
do entre estos últimos los fabricantes de ballestas establecidos en la villa
de Tudela.
20. LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS

Un NUEVO SISTEMA DE REPOBLACIÓN: los repartimientos

La repoblación de las tierras ganadas al islam y su ocupación por colo¬


nos cristianos se hace, en particular a partir del siglo XIH, por medio de los
repartimientos. En ellos, los bienes se dividen en dos grandes grupos, los
donadíos, cedidos por el rey en plena propiedad a miembros de su familia,
de su corte, a jefes militares o a la Iglesia, y los heredamientos o lotes de
valor variable, cedidos por orden real a los caballeros y a los peones que
participaron en la ocupación del lugar, mediante el compromiso de cumplir
determinadas obligaciones, entre ellas la de residir en él.
Denis Menjot ha estudiado las peculiaridades del repartimiento del Cam¬
po y Huerta de Murcia ordenado por Alfonso X el Sabio en 25 de diciem¬
bre de 1271, para conocer cómo se realizaba un repartimiento. En el mismo
intervinieron, bajo la supervisión del rey, su notario García Domínguez, los
escribanos Juan García y Pedro González, los caballeros San de Mora y
Lorenzo Ruffa, el alcalde Fortún Sánchez y el cristiano-nuevo Lorenzo Ibn
Hud, perteneciente a la familia que había reinado en el territorio y buen
conocedor del mismo, junto con tres medidores o arpenteros.
La tarea de estos repartidores —que solía ser lenta y compleja consis¬
tía en dotar de bienes a los vecinos llegados para repoblar una villa o lugar.
Los lotes podían ser variados. En este caso concreto de 1271-1272, se hizo
tres tipos de lotes para los caballeros (lotes de 12 alhabas, de 6 alhabas y
466 MANUEL RIU RIU

cuatro ochavas, y de 5 alhabas, respectivamente), y también otros tres tipos


para los peones (de 3 alhabas y 2 ochavas, de 2 alhabas y 4 ochavas, y de
1 alhaba y 6 ochavas). Las porciones de la caballería y las de la peonía, ma¬
yores siempre las primeras a las segundas, tampoco eran siempre iguales,
variando de un lugar a otro. En Cartagena, por ejemplo, se fijaron lotes
de cuatro yugadas, uniformes, para los caballeros y para los hombres bue¬
nos destacados. Alfonso X estipuló en Murcia que los diecisiete clérigos de
las parroquias recibieran dos alhabas cada uno, fijando entre una y tres al¬
habas el lote de los pobres, los nuevos cristianos y los arromias. Una alha¬
ba equivalía a ocho ochavas. En otros ejemplos se utilizan otras medidas.
Se forman los lotes de tierras y luego se atribuyen directamente a los
repobladores, o se les permite elegirlos, o se sortean. A veces se les obliga
a cambiarlos por otros, dándoles alguna compensación o suplemento, y pro¬
porcionándoles una parte (en general la mitad) de cultivo de secano y otra
de regadío para los cultivos de huerta. Si existen litigios intervienen los ju¬
rados (oficiales municipales) y los hombres buenos para dilucidarlos, en par¬
ticular en casos de sucesión, cambios, beneficiarios ausentes, apropiación
de tierras ajenas, etc. A veces existe un catastro (azimen) efectuado en épo¬
ca islámica, que sirve para la nueva organización del territorio. Las entre¬
gas de tierras y viviendas son garantizadas siempre por escrito, y se hace
un inventario de lo que se atribuye para que quede constancia en casos de
posibles reclamaciones.
A veces se hacen no uno, sino dos y tres repartos, por no haber cumpli¬
do sus compromisos los obtentores de los lotes. En cuanto ha transcurrido
el plazo fijado y no se ha ocupado el lote ni la vivienda, se concede a otro
solicitante, aunque la caballería o lote del caballero sólo a un caballero puede
ser concedida, y la peonía al peón.

La repoblación de Andalucía

Gracias a los fueros y a los libros de repartimiento se ha podido estudiar


la repoblación de amplias zonas de Andalucía ganadas por las tropas caste¬
llanas al islam e incorporadas a la corona de Castilla. Se trata de una repo¬
blación dirigida por la corona y realizada, desde el siglo XIII al XV, con gran
esfuerzo. Gracias a ella la estructura social y económica de al-Andalus oc¬
cidental va a cambiar casi por completo. El repartimiento, según ya hemos
indicado, consiste en la asignación de unos bienes, casas y lotes de tierras,
a quienes acuden a las ciudades reconquistadas para habitar en ellas y con¬
vertirse en vecinos suyos, sean hombres o mujeres, con tal que se obliguen
a cumplir los compromisos que contraen y, en primer lugar, a residir en
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 467

el lugar y reemprender el cultivo de sus tierras. Los repartimientos de ciu¬


dades como Jaén, Sevilla, Cádiz, Málaga, etc., permiten conocer, con toda
suerte de detalles, las características del procedimiento y aun las dificulta¬
des con que se encuentran quienes se deciden a poblar. La mujer suele go¬
zar, en las zonas de repoblación, de iguales derechos que el hombre para
poseer bienes y disponer libremente de ellos cuando ha transcurrido el tiempo
mínimo de permanencia en el lugar.
La legislación en que se basa la repoblación dimana de los fueros de Cuen¬
ca y de Toledo que dan lugar a amplias familias forales extendidas por tie¬
rras andaluzas. Fueros derivados del de Cuenca son los que se dan a Baeza,
Iznatoraf, Sabiote, Cazorla, Quesada y Úbeda. En tanto que Jaén, conquis¬
tada después, recibirá ya el fuero de Córdoba.
Conquistada Úbeda en 1233, le fue confirmado el fuero por Fernando III
en 1251. Se ha dicho que el sistema latifundista andaluz arranca de los re¬
partimientos llevados a cabo por Fernando III y sus inmediatos sucesores
para poblar las tierras de al-Andalus conquistadas desde el siglo xm. Al
principio esa repoblación tendería al equilibrio socioeconómico de los nue¬
vos habitantes, con el propósito de que la redistribución de los bienes patri¬
moniales fuera equitativa. Pero el acaparamiento de tierras por parte de la
nobleza, en los siglos xiv y xv (y en los siguientes), y la señorialización sub¬
siguiente, destruirían este equilibrio. A los señoríos eclesiásticos: de las Or¬
denes militares y del arzobispo de Toledo principalmente, se añadirían los
señoríos laicos que iban a afectar incluso la vida de los concejos en los últi¬
mos siglos medievales. Después de la sublevación mudéjar de 1263 algunos
repobladores vendieron y abandonaron las tierras que habían conseguido
en Andalucía, temerosos de la inseguridad y de los peligros que corrían sus
vidas. Por otra parte, la expulsión de la población hispano-musulmana con¬
tribuiría también a crear un vacío poblacional. Y la consecuencia natural
fue la señorialización del valle del Guadalquivir.

Colonización y señorialización de Andalucía

Cuando se repuebla en el siglo xm la Andalucía occidental, el número


de caballeros por plaza repoblada no suele ser superior a los cuarenta, osci¬
lando entre 30 (Carmona) y 40 (Jerez). Si bien en alguna ciudad importan¬
te, como Sevilla, fueron unos 200, para un total de unos 4.800 vecinos, y
en Jerez eran 40 para un total de unos 1.800 vecinos, según cálculos de Ma¬
nuel González Giménez. Contribuyeron a la repoblación de los reinos de
Sevilla, Córdoba y Jaén, además de miembros de la pequeña nobleza, las
Órdenes militares de Alcántara, Santiago y Calatrava y la de San Juan de
468 MANUEL RIU RIU

Jerusalén, en la primera mitad del siglo xiv. Obispos y cabildos poblaron


también lugares de sus jurisdicciones. Artesanos, mercaderes y campesinos
obtuvieron asimismo peonías.
Cabe señalar la escasa importancia —unos 2.000— de la población mu-
déjar en la Andalucía occidental. En los siglos xiv y xv se señalan aljamas
de moros sólo en Palma del Río (la más importante) y en Córdoba, Priego,
Archidona, Sevilla y Écija, pero no llegan a representar ni siquiera el 0,5
por 100 del total de la población andaluza.
La población judía de la Andalucía cristiana a finales del siglo xm era
más rica e importante que la mudéjar. Además de la judería de Sevilla, con
■»

mucho la más importante, existían juderías, organizadas con sinagoga y es¬


cuela, en Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza, Niebla, Jerez, Écija y Andújar,
citadas por orden de mayor a menor importancia. En la aljama judía de
Jerez residían unas noventa familias. En general, en Andalucía como en el
resto de la corona de Castilla, las aljamas se hallaban situadas próximas
al palacio episcopal, a la catedral o a la iglesia más importante, separadas
del resto de la población por portales, cerrados al anochecer.
En poco más de medio siglo la casi totalidad de la tierra de Andalucía
occidental cambió de manos. Es cierto que aparecieron grandes propieda¬
des rústicas, pero a su lado los repartimientos acreditan la presencia de una
masa de pequeños y medianos propietarios. Los reyes hicieron donadíos,
que comportaban la obligación del servicio militar, a parientes de la familia
real o a nobles, laicos y eclesiásticos; pero también hubo heredamientos que
comportaban la obligación de residencia sin poder traspasar los bienes has¬
ta transcurridos por lo menos cinco años. Hubo donadíos mayores de hasta
200 aranzadas de olivar y 1.200 aranzadas (20 yugadas) de campos cerealíco-
las. Y existieron, asimismo, donadíos menores a monasterios, iglesias, ofi¬
ciales reales, servidores y soldados, etc., que a veces no alcanzaban más de
cinco aranzadas de olivar y el doble de tierra de pan llevar.
Los heredamientos los reciben los caballeros hidalgos (o de linaje) y los
caballeros villanos (o ciudadanos), así como los peones o simples labrado¬
res o artesanos. El heredamiento medio, con grandes variaciones, consisti¬
ría en unas cuatro a seis yugadas (una yugada equivalía de unas treinta y
seis a cuarenta aranzadas según los lugares) de tierra de labor, de seis a ocho
aranzadas de viña y unas pocas aranzadas de olivar y huerta, y las corres¬
pondientes casas. Manuel González estima que sólo puede considerarse la¬
tifundio en la Andalucía del siglo XIII la extensión superior a las 400
hectáreas, dados los bajos niveles de producción de la tierra. Predominó
netamente la mediana propiedad (68 por 100) y la pequeña propiedad re¬
presentó el 20 por 100, significando la gran propiedad sólo el 12 por 100
de la tierra repartida. Según estos datos estimativos de Collantes de Terán
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 469

y de Manuel González, los pequeños y medianos propietarios representa¬


ron el 98 por 100 del total, en tanto que los grandes propietarios o latifun¬
distas eran sólo el 2 por 100 del total de beneficiarios.
Según el ejemplo de la finca de los Santillán, en el Aljarafe de Sevilla,
en torno a los años 1358-1368 los rendimientos del trigo oscilaron entre 2,7
y 8,8 granos por grano de siembra, en tanto que los de la cebada fueron
de 6,7 a 6,8 granos, según A. Collantes de Terán.
La señorialización de Andalucía occidental no fue resultado inmediato
de las conquistas del siglo xm, sino que se produjo entre 1284 y 1325 coin¬
cidiendo con el inicio de las crisis de la Baja Edad Media. Los señoríos de
las Órdenes de Calatrava y Santiago, y el de la mitra de Toledo en la cabe¬
cera del Guadalquivir, fueron los más importantes. Del último de ellos, el
adelantamiento de Cazorla, hablaremos a continuación. Los concejos de
Sevilla y de Córdoba tuvieron también importantes territorios bajo su ju¬
risdicción. Los miembros de la familia real, sin embargo, y la propia reale¬
za, seguirían dominando sobre el 71 por 100 de las tierras, y sólo el 29 por
100 correspondió a los señoríos de las Órdenes militares (que obtuvieron
el 14 por 100), los de la nobleza (que representaron el 8,9 por 100) y los
de la Iglesia (sólo el 5,8 por 100).

Formación y consolidación del señorío de Cazorla

La campaña de don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo,


en la comarca de Quesada en 1224, sería seguida por Fernando III, en va¬
rias campañas, desarrolladas en los años 1225 a 1230, que tendían a apro¬
vechar la descomposición que experimentaba el imperio almohade, hasta
que la muerte de Alfonso IX de León (1230) obligó al rey a abandonar An¬
dalucía. Prosiguió entonces Jiménez de Rada las campañas con su hueste
y obtuvo de Fernando III la donación de las villas de Quesada y Toya (1231).
Sostuvo el arzobispo, con la colaboración económica del papado, un ejér¬
cito de 400 caballeros y 1.000 peones, y con ellos conquistó Quesada y otros
37 castillos, hasta el año 1233, sentando las bases territoriales del adelanta¬
miento de Cazorla, al cual incorporó en 1251 Uceda e Iznatoraf. El territo¬
rio del señorío arzobispal se organizó en tres comarcas o distritos cuyos
centros fueron las villas de Iznatoraf, Quesada y Cazorla, con sus respecti¬
vas aldeas y términos, hasta que en 1295 los nazaríes recuperaron Quesada.
Pero ésta se reconquistó de nuevo en 1310 y se reintegró en el señorío de
Cazorla. Veinte años más tarde, en 1331, el rey Alfonso XI haría donación
de dicha villa al concejo de Úbeda, al cual quedaría vinculada Quesada en
lo sucesivo.
470 MANUEL RIU RIU

Desde el año 1332 el señorío —cuya superficie máxima fue de 1.900 ki¬
lómetros cuadrados— sería gobernado por adelantados nombrados por el
arzobispo. Estos adelantados tenían facultades jurisdiccionales, judiciales
y militares, y de gobierno: nombraban alcaldes y regidores, además de lu¬
gartenientes, alcaldes mayores (conocedores de las leyes que auxiliaban al
adelantado en las tareas de gobierno del señorío) y alcaides (quienes reci¬
bían en tenencia las fortalezas del señorío para su defensa). En el señorío
aparecieron todavía otros oficiales, como el fiscal (un oficial de carácter
judicial) y el juez pesquisidor (o inspector nombrado por el arzobispo), y
el gobernador, cargo aparecido a finales del siglo XV como sustitutivo del
adelantado cuando vacaba éste.
El Ordenamiento de Alcalá de Henares, de 1348 (en su Ley III, título 27)
confería la potestad jurisdiccional en sus dominios a todos los titulares de
señoríos territoriales, siempre que la hubiesen venido ejerciendo durante cua¬
renta años, como era el caso del señorío de Cazorla. De esta manera queda¬
ba reconocida legalmente una realidad social y administrativa: el señorío
jurisdiccional. El señor jurisdiccional tenía potestad normativa (podía con¬
ceder fueros, ordenanzas y privilegios a las villas de su señorío), capacidad
para administrar justicia (en el ejemplo de Cazorla a través del propio ade¬
lantado mayor o por jueces), y para designar autoridades y oficiales del se¬
ñorío y de sus villas (adelantados, gobernadores, alcaldes mayores o
corregidores, oficiales concejiles tales como alcaldes, alguaciles, escribanos,
regidores, guardas, etc.).
En el ejemplo de Cazorla —estudiado por María del Mar García
Guzmán— sabemos que de las tierras de labor se hicieron tres partes, reser¬
vándose una de ellas el arzobispo y repartiendo los dos tercios restantes en¬
tre los pobladores que acudieron al señorío, a razón de tres o dos yugadas
de tierra para cada vecino. No existen, para el caso, datos de población an¬
teriores al siglo XVI, pero en 1528 la población de las villas del adelanta¬
miento sumaban 3.268 vecinos, o sea, unos 12.000 habitantes. A lo largo
del siglo xvi llegó a aumentar un 73,5 por 100, alcanzando en 1591 un to¬
tal de 5.841 vecinos.
Tres grupos sociales se distinguen en el señorío de Cazorla: los hidal¬
gos, muy pocos en número, los caballeros cuantiosos y los pecheros, estos
últimos los más numerosos. En 1528 los pecheros representaban el 70 por
100 de los vecinos. La unidad básica de la administración del adelantamiento
de Cazorla la constituía la villa y su alfoz, que englobaba las aldeas depen¬
dientes de aquélla. El gobierno de esta unidad territorial básica correspon¬
día al concejo de la villa. A las tres villas tradicionales de Cazorla, Quesada
e Iznatoraf se añadirían, con el tiempo, otras tres: La Iruela (1370), Villa-
nueva del Arzobispo (1396) y Villacarrillo (1450). En ellas se aplicó el fuero
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 471

de Cuenca, si bien con modificaciones, agregándose ordenanzas concejiles


(sobre bienes y tierras, aprovechamiento de términos para pastos, o de aguas
para el riego, etc.) y sucesivos privilegios.
Las rentas e ingresos procedentes del adelantamiento sumaban, en 1516
y 1517, de dos millones a millón y medio de maravedíes anuales, correspon¬
diendo al arzobispo un tercio de ellos. Pero no era fácil cobrarlos, porque
en la suma se integraban las rentas de carácter territorial o solariego: im¬
puestos, exenciones, diezmos de pan y vino, rentas de la seda, lino, cáña¬
mo, aceite, fruta, pastel y ganados (quesos, corderos, cerdos, jamones...),
y las entradas de origen jurisdiccional (fonsaderas, prestaciones militares,
montazgo, etc.), que implicaban fricciones a menudo con otros señoríos.
Así, por ejemplo, la percepción del montazgo las supuso con la Mesta, dado
que en la sierra de Cazorla se apacentaban unas 71.000 cabezas de ganado
al año, en su mayor parte trashumante. Las rentas en especies eran asimis¬
mo considerables. Baste consignar que, en los años 1516-1517, la renta de
cereales supuso 5.000 fanegas de trigo, 3.000 fanegas de cebada y 800 fane¬
gas de escanda.
La villa de Cazorla, centro administrativo y económico del señorío, en¬
tre 1492 y 1504, pagaba en concepto de alcabalas y tercias de 250.000 a
320.000 maravedíes al año. Según Miguel Ángel Ladero, entre 1488 y 1500
el valor de las rentas reales en el adelantamiento fue de 1.200.000 a 1.700.000
maravedíes. Es imposible, hoy por hoy, calcular el valor que representarían
los tributos derivados del vasallaje, tales como el yantar y hospedaje al se¬
ñor (exigido también por la corona desde mediados del siglo xm), o las fa¬
cenderas y prestaciones de trabajo (faenas agrícolas, reparación de caminos,
puentes, etc.), o los monopolios (sal, molinos, carnicería...), o servicios (pe¬
didos y monedas). Pero no parece que en la Baja Edad Media la explota¬
ción del señorío fuese deficitaria, si tenemos en cuenta que las rentas generales
del adelantamiento, por sí solas, suponían unos ingresos del orden de
1.151.711 maravedíes (años 1515-1516), en tanto que los gastos se cifraban
en unos 966.418 maravedíes, capítulo que suponía un beneficio del orden
de 185.293 maravedíes.
Este ejemplo, brevemente resumido aquí, es un exponente del interés de
que se estudien monográficamente los distintos señoríos, laicos y eclesiásti¬
cos, en sus más variados aspectos, para poder profundizar en el conocimiento
de la organización de la sociedad y de la economía de los reinos cristianos
hispánicos en la Baja Edad Media.
472 MANUEL RIU RIU

La renovación del sector agrario

Durante la mayor parte del siglo xm la agricultura siguió desarrollán¬


dose en los distintos reinos. En tanto que se articulaban los señoríos juris¬
diccionales e incrementaban los derechos señoriales en detrimento de las
libertades campesinas, se roturaban tierras nuevas, se realizaban mejoras
en los abonos, se generalizaban los cultivos mixtos de cereal y viñedo u oli¬
var, se aplicaban nuevos injertos para mejorar la calidad de los frutos, se
intensificaban los regadíos construyendo nuevas acequias y canalizando los
cursos de agua, proliferaban los arrendamientos o establecimientos de tie¬
rras mediante contratos que implicaban el pago de censos enfitéuticos y se
concertaban contratos de aparcería, se introducían cultivos nuevos como
el de la caña de azúcar, se plantaban moreras para facilitar la cría del gusa¬
no de seda, se recogía el azafrán, se valoraba el pastel y otras sustancias
tintóreas con los progresos industriales, etc.
Las rentas en especies y en metálico, debido al aumento del lujo y del
costo de la vida, debieron incrementarse, y empezaron a manifestarse difi¬
cultades monetarias desde la segunda mitad del siglo xm. La falta de una
base demográfica suficiente para poder repoblar las amplias zonas conquis¬
tadas al islam en la Andalucía occidental y en el levante peninsular, contri¬
buyó a la aparición de los latifundios y al fomento de la ganadería
trashumante.
La reconversión de las estructuras rurales afectó al paisaje, a la explota¬
ción agropecuaria y a la mano de obra. Diversas clases de trabajadores agrí¬
colas: yugueros, quinteros, hortelanos, labradores a sueldo, etc., así como
los tipos de contratos y las formas de remunerar su labor, se perfilan en
los distintos fueros desde finales del siglo XIII. Se intensifica entonces el pa¬
pel de los temporeros, alquilados por días o semanas (en los períodos de
la siembra y la cosecha o vendimia), frente a los solariegos, a los collazos
y a los hombres de behetría.
Desde mediados del siglo xiv las pestes y las mercedes de los Trastáma¬
ra contribuyen a cambiar el panorama agrario de la corona de Castilla con
la pérdida de la población y aparición de los desolados o lugares deshabita¬
dos, en particular en las zonas rurales menos desarrolladas, como ocurre
asimismo, por distintas causas, en los demás reinos. En el reino de Aragón,
entre los numerosos cultivadores agrícolas sarracenos o moros (a los que
solemos llamar mudéjares sin que la documentación de la época lo justifi¬
que) los hubo propietarios de sus tierras y trabajadores por cuenta ajena.
Los primeros solían cultivar las tierras más ricas, heredadas de sus mayo¬
res. Hubo pueblos íntegramente de moros en los valles del Quedes y del Hue-
cha, y en los lugares con población cristiana solían los moros vivir separados.
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 473

Los cultivadores moros en régimen de aparcería (exaricos) solían repartir


con los propietarios cristianos la cosecha por mitad, poniendo a veces a me¬
dias la semilla. A menudo se ha dado también el nombre de exarico al apar¬
cero aunque no fuera musulmán.
Hubo asimismo cautivos dedicados a faenas agrícolas por sus dueños,
en especial en los últimos siglos medievales, y había «moros francos» o
libres que constituían la mayor parte de la población musulmana de Ara¬
gón, descendientes de los que habían capitulado, desde el siglo xn, ante los
conquistadores cristianos en el valle del Ebro y sus afluentes. José María
Lacarra les dedicó un estudio por el que sabemos que gozaban de libertad
religiosa y poseían bienes propios que podían dejar en herencia a sus hijos.
Si bien Jaime I, en 1242, dispuso que los moros y judíos se podían convertir
al cristianismo, si así lo deseaban, conservando todos sus bienes, pero no
les forzó a convertirse, y muchos no lo hicieron. Por ello las Cortes de 1301
ordenaron que todos los moros del reino de Aragón, Ribagorza y la Litera
llevaran un símbolo visible para distinguirse de los cristianos, como se ha¬
cía en otros países de Europa para los judíos. Las heredades de moros y
judíos no debían dar diezmos ni primicias a la Iglesia, pero éstos podían
pagar la protección o amparo de las instituciones eclesiásticas mediante com¬
pensaciones económicas. Es difícil cuantificar la presencia de moros en el
campo aragonés. Según el censo de 1495 los fuegos u hogares de moros ara¬
goneses sumaban 5.674, pero los moriscos expulsados en 1610 eran mucho
más numerosos: 14.109 familias. Si, según Lapeyre, fueron 60.818 los indi¬
viduos expulsados de Aragón, venían a suponer todavía el 15,2 por 100 de
la población del reino.
Desde comienzos del siglo xiv fueron frecuentes los años de malas co¬
sechas y las consiguientes crisis agrarias. La primera de ellas nos la docu¬
menta Bernat de Sarria, procurador aragonés del reino de Murcia, en carta
a su rey Jaime II de Aragón (Alicante, 20 de junio de 1301), al comunicarle
que el reino de Castilla «se hallaba en precario estado y gran carestía». Los
rigores climáticos, con una acentuada sequía, habían provocado la pérdida
de cosechas y ocasionado el hambre, con la secuela de la peste, dando lugar
a incontables muertes que, al decir de la Crónica de Fernando IV, afecta¬
rían a la cuarta parte de la población. Aun considerando exageradas estas
cifras, Julio Valdeón ha situado a lo largo del siglo xiv las siguientes fases
críticas: 1331-1333 (también atestiguada en la corona de Aragón), 1343-1346,
1367-1369, 1376-1377 y 1399-1400, separadas por períodos de diez a veinte
años de una forma rítmica. La libre circulación de los productos alimenti¬
cios por todo el reino de Castilla sería una de las primeras medidas, desde
el propio 1301 según acreditan las Cortes de Burgos de aquel año, tenden¬
tes a paliar los efectos de la carestía de alimentos.
474 MANUEL RIU RIU

La crisis agraria de los años 1343-1346, años que anteceden a la famosa


peste negra de 1348, obligó a Alfonso XI a prohibir temporalmente la ex¬
portación de vino y carne en las Cortes de Burgos de 1345, anulando la auto¬
rización dada en las Cortes de Madrid de 1339. Y aun, en las Cortes de
Valladolid de 1351, a prohibir las importaciones de vinos riojanos y arago¬
neses para defender la economía de los centros de producción vinícola cas¬
tellanos. De los años 1376 y 1377 constan nuevas prohibiciones, ante la
carestía de alimentos, acentuada por la inseguridad climática y la falta de
mano de obra. La crisis agraria continuaría, en sus líneas generales, hasta
1425 en todos los reinos hispánicos, pero no es cuestión ahora de insistir
en los detalles. Baste consignar que en todo este tiempo los rendimientos
agrícolas siguieron siendo bajos y que coexistieron los dos tipos de propie¬
dad territorial: la gran propiedad en manos de nobles, iglesias, monasterios
y, sobre todo, de las Órdenes militares, en la Mancha, Extremadura y An¬
dalucía, y la pequeña propiedad en manos de los propietarios libres, de dis¬
tinta condición.

Incremento de la ganadería

La expansión ganadera, constatable en los distintos reinos a partir de


los siglos XI y XII en que se organiza la trashumancia, a la búsqueda de pas¬
tos de verano y de invierno, adquirió un gran incremento en el siglo XIII.
El ganado vacuno y lanar se expande por tierras manchegas, extremeñas
y andaluzas y, junto a la agricultura (y a veces en competencia con ella)
adquiere importancia económica, dando lugar a la formación de una socie¬
dad pastoril de llanura que, con el tiempo, los castellano-leoneses iban a
trasplantar a América. Los pastores, velando por sus intereses ante la ex¬
tensión agrícola, se reúnen en asambleas, llamadas meztas en Navarra y lli-
gallos o lligallós en Aragón y en tierras levantinas. A mediados del siglo xm
la necesidad de procurarse pastos de invierno para rebaños cada vez más
numerosos lleva a la formación del Real Concejo de la Mesta, entre los años
1260 y 1265, llevando el ganado vacuno y ovino del norte castellano-leonés
hacia las tierras del sur recuperadas al islam. Los estudios de Julius Klein
y de Charles J. Bishko han permitido conocer las características de estas
agrupaciones de ganaderos.
Alfonso X el Sabio llegó a reunir las diversas mestas de Castilla y de
León en una asociación que, con el nombre de Honrado Concejo de la Mesta,
puesta bajo su protección en 1273 y varias veces privilegiada, usufructuaría
y conservaría los caminos trashumantes o cañadas y los lugares de descanso
y de pasto en ruta, a la vez que defendería los intereses de ganaderos y pas-
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 475

tores. Se designaron funcionarios para garantía del ganado trashumante:


los alcaldes de Mesta, de corral y de cuadrilla, y los pastores se organizaron
en cuadrillas para ayudarse mutuamente.
En las reuniones periódicas de pastores y propietarios del ganado se tra¬
taba de la formación de los rebaños, de las marcas y clasificación para po¬
der luego reconocer y separar las reses, de la custodia y defensa de las rutas
principales, llamadas leonesa, segoviana y manchega de acuerdo con su ori¬
gen; del mantenimiento de las comunicaciones transversales, de la garantía
del disfrute pacífico de los pastos, de cuidar que las relaciones con los cam¬
pesinos fueran cordiales, de tratar de obtener exenciones de portazgos, mon¬
tazgos y otros pagos, etc. La cabaña de la Mesta llegó a contar con un millón
de cabezas de ganado lanar, constituyendo una fuente de riqueza conside¬
rable para la aristocracia castellano-leonesa, laica y eclesiástica. Sus conse¬
cuencias más inmediatas fueron las exportaciones de lanas a Flandes, por
los marinos del Cantábrico, en competencia con Inglaterra, y la introduc¬
ción de esta materia prima para la industria textil en los restantes reinos
peninsulares.
La mejora de la calidad de las lanas conseguida a comienzos del siglo xiv
mediante el cruce de las ovejas churras con corderos merinos importados
del norte de África (que debieron recibir su nombre de los Banu Marín),
acaso por mercaderes genoveses establecidos en Sevilla y en Málaga, facili¬
tó la expansión de este comercio.
Al estudiar Isabel del Val las Ordenanzas de 1380 dadas por Alfonso
de Aragón al marquesado de Villena, importante señorío situado entre Va¬
lencia, Alicante, Murcia, Cartagena y Cuenca, se precisan los derechos de
peajes y montazgos que se perciben por apacentar el ganado o por el paso
del mismo. Del obispado de Cuenca al reino de Murcia se fijan tasas de
un maravedí por cabeza de vacuno o caballar, y cuatro sueldos en reales
de Valencia por cada cien cabezas de ganado menor (cabrío u ovino). Se
reglamenta asimismo el acceso del ganado a las salinas de Villena. Se perci¬
ben derechos de herbaje, montazgo, veintena, portazgo y almojarifazgo (siete
almojarifes se reparten el territorio del marquesado actuando como agen¬
tes del marqués), que pagan musulmanes y cristianos. Los musulmanes han
de pagar al marqués, o a su representante el almojarife, dos coronados por
cabeza de ganado menor y dos maravedís por la de mayor (impuesto llama¬
do alsague), entre otras cargas derivadas de la actividad ganadera o agro¬
pecuaria.
Pero la renta principal, en éste y en otros señoríos, parece obtenerse de
los derechos de tránsito que pagan al pasar por los distintos puertos los di¬
versos tipos de ganado, por ser abundantes las cabezas que acuden a pastar
a las tierras del marquesado de Villena o las atraviesan en busca de otros
476 MANUEL RIU RIU

pastizales. El ganado menor (ovejas y cabras) ha de pagar en Villena, en


concepto de montazgo, cuatro sueldos por cada 100 cabezas, y un marave¬
dí por cabeza de ganado mayor (vacuno o equino, equiparando vacas, bue¬
yes, yeguas, caballos, mulos y asnos). Chinchilla y Almansa son puertos
de control importantes. El ganado que se desplaza al norte, hacia Aragón,
paga en Chinchilla, si es vacuno tres maravedíes por cabeza, un maravedí
si es porcino, y tres dineros por cabeza el ganado menor. Los gravámenes
varían de una clase de ganado a otra, y de un puerto a otro; en algunos
casos el montazgo supone el pago de cinco reses por mil, en otros de sólo
tres por mil. Sólo en Villena el número de cabezas es superior a las 70.000
en la segunda mitad del siglo xiv. Por lo tanto, el establecimiento de pa¬
gos en los caminos principales, y la pérdida del ganado en caso de intentar
soslayarlos conduciendo los animales por veredas secundarias, representa
considerables ingresos para los dueños de señoríos, y para los concejos que
poseen montes, pastos y dehesas propias.

El gran comercio de Castilla

Desde comienzos del siglo XIII consta la existencia de un comercio de


larga distancia en plena expansión en la corona de Castilla. Dicha expan¬
sión continuaría durante la primera mitad de siglo, enfrentándose entonces
con los primeros problemas. En las cortes de Jerez de 1268, Alfonso X, des¬
pués de escuchar los consejos de mercaderes castellanos, leoneses, extre¬
meños y andaluces, ante la carestía existente, decidió poner coto al enca¬
recimiento de los productos, y fijó unas tasas de precios y salarios que
no serían apenas respetadas. En las actas de dichas Cortes consta que la
vara del mejor paño escarlata de Montpellier, que valía seis maravedíes, fue
tasada en cuatro maravedíes y medio para el territorio situado al norte del
puerto de Muladar, y la quinceava parte más en Andalucía. Dentro de la
corona se hacían distinciones también en los salarios, así, por ejemplo, los
salarios de los mancebos se fijaban en doce maravedíes al año en Andalu¬
cía, seis desde el puerto de Muladar hasta Toledo, de Toledo al Duero sólo
cuatro; del Duero al Camino de Santiago, seis maravedíes, y del Camino
hasta Galicia, cuatro. Los sueldos de la manceba se fijaban en la mitad de
los anteriores. Estas diferencias señalan zonas económicas distintas que con¬
vendría puntualizar.
El gran comercio, en el norte de Castilla, se polariza en torno de Bur¬
gos. En 1273 dos comerciantes de esta ciudad (Domingo Martínez y Nico¬
lás García) fueron autorizados a comerciar con Inglaterra. Burgaleses son
los dos representantes de los comerciantes castellanos que, en 1281, se reú-
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 477

nen con Alfonso X, y con mercaderes extranjeros, para evitar los excesos
de los funcionarios municipales en la recaudación de impuestos y portaz¬
gos. Y el 15 de. febrero de 1281 los representantes de las ciudades de San¬
tander, Castro Urdíales, Laredo, Burgos, Medina de Pomar y Vitoria, las
principales ciudades comerciales de Castilla, ofrecen, con un grupo de mer¬
caderes extranjeros, al rey Alfonso X la suma de 101.000 maravedíes para
que les perdonara las penas en que habían incurrido por no respetar las pro¬
hibiciones de exportar determinados productos y por no haber hecho el de¬
pósito en plata como garantía de sus negocios, así como que les permitiera
el ejercicio libre del comercio frente a las imposiciones municipales.
Por entonces Burgos era ya el centro de la red comercial que se extendía
hacia el norte desde Medina de Pomar y Vitoria hasta el golfo de Vizcaya
y los puertos marítimos de Laredo, Castro Urdíales y Santander. Ya antes
de 1300 buques armados por familias burgalesas, como los Ibáñez de Za¬
mora o los De la Riba de Gordón, transportaban hierro, vino, miel, sebo,
pieles, especias de Andalucía y otras mercancías (como caballos) a Inglate¬
rra, Flandes o los puertos de la costa atlántica de Francia, y traían, al regre¬
so, paños flamencos y otros productos manufacturados, incluso joyas. La
vía de Laredo a Burgos era el principal canal de las importaciones, incluso
antes de que, a mediados del siglo xiv, la lana se convirtiera en el gran pro¬
ducto de exportación hacia el norte europeo, compitiendo con el hierro que
fue la mercancía principal desde comienzos del siglo xiv. Desde Burgos,
se reexportaban a las dos Castillas numerosos productos extranjeros tales
como anzuelos para pescar, botones, jarrones, dados, agujas, alfileres y pro¬
ductos alimenticios, además de los paños de calidad (paños flamencos, de
Cambrai, escarlata, etc.) y ese comercio fue protegido por Sancho IV (1285)
y Fernando IV (1303), ya eximiendo a los mercaderes del pago de portazgos
en el transcurso del camino real de Palencia, ya concediendo licencia para
que las caravanas de mercaderes pudieran desplazarse libremente con sus
carretas y acémilas cargadas de productos alimenticios, paños y otras mer¬
cancías por todo el reino.
En tanto que en Sevilla y en otras capitales andaluzas grandes compa¬
ñías mercantiles extranjeras, principalmente genovesas, se quedaron con la
parte del león de las ganancias comerciales, en el norte de Castilla fueron
unas pocas familias burgalesas las que monopolizaron el comercio: los Mar¬
tínez de Santo Domingo, los Frías y González de Frías, los Camargo y Pé¬
rez de Camargo, y otros, hasta bien entrado el siglo xiv.
Ya Alfonso VIII había establecido un sistema de vigilancia de fronte¬
ras, según recuerda María del Carmen Carié, para evitar la exportación de
determinados artículos —«cosas vedadas»— como el oro, la plata y el co¬
bre, amonedados o no; el pan y los cereales, legumbres y viandas en gene-
MANUEL RIU RIU
478

ral, y ganado, muy en particular caballos y yeguas. En repetidas ocasiones


se reiteraría la prohibición desde las Cortes de 1258 y de 1268, ampliándose
el número de los productos vedados: cueros adobados o no, seda, lana sin
hilar, azores, halcones y aves de caza en general, etc. En tiempo de Alfon¬
so XI (Cortes de 1313) los productos prohibidos se concretan a: los anima¬
les vivos o muertos (caballos, rocines, mulos, muías, vacas, carneros, cerdos,
ovejas, cabras y conejos), pan, legumbres y otras viandas; cera, seda, mo¬
ras y moros; oro, plata y vellón. Al sentido proteccionista de estas prohibi¬
ciones hay que añadir una función de garantía del abastecimiento interior.
Las necesidades bélicas de aprovisionamiento de caballos, por ejemplo, ha¬
rían que en 1338 las Cortes de Burgos castigaran con la pena de muerte y
la pérdida de sus bienes a quienes exportaran équidos. Determinados ar¬
tículos de lujo, como las sedas o las aves destinadas a la cetrería, tendían
a satisfacer las apetencias sociales de las clases adineradas de Castilla, y por
ello se impedía, o se trataba de impedir, su exportación.
A partir de la segunda mitad del siglo Xiv, y muy en especial a lo largo
del xv, la extraordinaria expansión comercial de Castilla descansa básica¬
mente en la exportación de materias primas, en primer lugar la lana de las
ovejas churras y merinas, luego el hierro, y a continuación los productos
agropecuarios (miel, frutos secos, arroz, aceite, limones, cueros, cera, vi¬
nos) y, desde el siglo xv, el azúcar de caña producido en las islas Canarias,
además de pescado, sustancias tintóreas y mercurio. Importa, en cambio,
productos manufacturados: paños y telas de muy diversas materias y cla¬
ses, armas, objetos de bronce, pescado salado del Báltico y del Atlántico
Norte, y también cereales.
La política comercial de los soberanos castellanos de la Baja Edad Me¬
dia requiere aún estudios puntuales. No cabe duda, sin embargo, de que
los marinos vascos y cántabros juegan un importante papel en este comer¬
cio que determina, en buena parte, la política exterior de Castilla a lo largo
de los siglos xiv y xv y muy en especial su participación en la guerra de
los Cien Años. Una serie de medidas proteccionistas, tales como la obliga¬
ción impuesta a los mercaderes extranjeros que desearan cargar mercancías
en Bilbao de hacerlo en barcos vizcaínos (privilegio de 12 de marzo de 1397),
o la prohibición de que las mercancías de origen castellano viajaran en na¬
ves extranjeras (28 de enero de 1398), favorecieron el desarrollo de la mari¬
na mercante castellana.
La promulgación por Juan I, en las Cortes de Guadalajara, el 20 de abril
de 1390, del primer «Cuaderno de sacas» en el cual se halla un articulado
completo sobre las «cosas vedadas», que recoge y organiza la información
contenida en las disposiciones dadas a partir de mediados del siglo xm so¬
bre el tema, permite conocer las atribuciones de los alcaldes y guardas de
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 479

sacas y de los arrendadores de las aduanas, fijándose los «puertos» para


la entrada y salida de las mercancías y las medidas para castigar el contra¬
bando. Dicho «Cuaderno» y el otorgado por Enrique III en Tordesillas el
19 de marzo de 1404 se complementan hasta tal punto que han sido objeto
de un estudio comparativo por César González Mínguez. En ambos se cas¬
tigaba con la pena de muerte la exportación fraudulenta de ganado caballar
y mular, se daban normas para perseguir a quienes se asociaran para reali¬
zar el contrabando, y se autorizaba, en cambio, la libre compraventa de
ganado caballar y mular en todas las ferias y lugares situados «a veinte le¬
guas más acá de las fronteras del reino», previo el registro de los animales
ante el alcalde de sacas correspondiente, y siempre que la venta o traspaso
no se hiciera a ningún extranjero.
También debían registrarse las cabezas de ganado vacuno, ovino, ca¬
brío y porcino, siendo gratuito el registro, ante un escribano, para los reba¬
ños menores de 100 cabezas de ganado lanar, cabrío y porcino, y para los
menores de 30 cabezas de ganado vacuno. Se prohibía, igualmente, su ex¬
portación, así como la de pan y legumbres, y además la importación de mos¬
to, vino, vinagre y sal procedentes de los reinos de Aragón, de Navarra y
de Portugal, si bien en estos últimos casos la infracción no se castigaba con
la pena de muerte, sino sólo con la pérdida de la mercancía y de los anima¬
les que la transportaban.
Una de las aduanas de Castilla se hallaba localizada en Vitoria, que jue¬
ga un importante papel en el desarrollo comercial de la ruta Burgos-
Cantábrico oriental y de la que sigue a lo largo del Ebro hacia Navarra y
Aragón. Los mercaderes de Vitoria ya desde 1281 se hallaban exentos del
portazgo, del treintavo (trentao) y del peaje en Bermeo, debiendo abonar
tan sólo el diezmo de las mercancías vendidas, y a partir de 1295 recibieron
igual trato en Castro Urdíales. Cuando, en 1296, se instituyó la «Herman¬
dad de las villas de la marina de Castilla», uniéndose las villas costeras de
Santander, Laredo, Castro Urdíales, Bermeo, Guetaria, San Sebastián y
Fuenterrabía, para la defensa y promoción de sus intereses comerciales, a
ella se sumó también Vitoria, única del interior, por su vinculación mercan¬
til e identidad de objetivos: exportación de lanas de la Meseta, hierro viz¬
caíno, sal de Salinas de Añana y de Salinillas de Buradón, miel y cera de
la Alcarria, aceite andaluz, etc. Desde 1296 consta la presencia de mercade¬
res de Vitoria en Gran Bretaña.
La villa de Vitoria, que contaba ya con un mercado semanal desde que
Sancho VI de Navarra le otorgó en 1181 su fuero de población, consiguió
que Enrique III de Castilla, el 17 de abril de 1399, le concediera la celebra¬
ción de dos ferias francas al año, una por la Ascensión que debía durar
16 días, y otra de 12 días por septiembre. El objetivo de ambas ferias era, sin
MANUEL RIU RIU
480

duda, el enriquecimiento de la villa por el comercio y la garantía de un apro¬


visionamiento cabal, dado que Vitoria era una plaza fuerte que precisaba
estar bien avituallada. Con el tiempo, todavía la villa de Vitoria obtuvo una
tercera feria franca, a partir del lunes siguiente a la fiesta del Corpus, por
una provisión de Enrique IV fechada el 2 de abril de 1457, que fijaba su
duración en quince días, y vio confirmado su mercado semanal de los jue¬
ves en 1466.
A través de Burgos, Valladolid, Medina del Campo, Toledo, Córdoba
y Sevilla se unen comercialmente los puertos del Cantábrico oriental con
los del Atlántico andaluz, en los territorios del reino de Castilla.

Impuestos y aduanas de Castilla

Fernando III el Santo, poco antes de que concluyera su reinado —apro¬


vechando la recaudación de ciertos tributos iniciada en torno a 1180 y repe¬
tida en varias ocasiones—, estableció los diezmos de «puerto seco» y «del
mar» a pagar por las mercaderías exportadas e importadas, ya en los «puertos
secos» de los territorios de Castilla fronterizos con Aragón, Navarra y Por¬
tugal, ya en los «puertos de mar» o aduanas costeras. Se establecieron unos
guardas y, luego, unos alcaldes de sacas, funcionarios reales encargados de
recaudar los derechos reales y de vigilar la salida o entrada de las «cosas
vedadas».
En la época de Alfonso X, al pasar los mercaderes por dichos puertos
debían declarar las mercancías que llevaban consigo en la «casa de la adua¬
na» y efectuar el pago de los «diezmos del rey» o derechos de aduana. En
tiempo de Sancho IV aparece citado, en 1289, el «puerto» de Vitoria, en
ocasión de declarar el rey exentos de pagar en él a los vecinos de Bermeo.
Los derechos de aduanas del rey de Castilla en los puertos del Cantábrico
ascendieron en el mes de febrero de 1293, por el solo concepto de entrada
de paños de lujo extranjeros, a 40.000 maravedíes, mientras los derechos
de entrada y salida en el puerto de Sevilla se elevaron a 150.000 maravedíes
al año. En cambio, las aduanas con Portugal, desde Huelva a Galicia, sólo
representaban 30.000 maravedíes al año, destacando Badajoz con 20.000
maravedíes, los dos tercios del total.
Fernando IV, en 1301, a ruegos de Diego López de Haro, señor de Viz¬
caya y fundador de Bilbao, concedió que cuantos acudieran con sus mer¬
cancías a Bilbao no pagasen allí el diezmo, yendo a pagarlo a Vitoria o a
Pancorbo o a cualquier otro «puerto». Pedro I, en las Cortes de Valladolid
de 1351, aprobó el reglamento de Puertos en el cual se fijaba que los merca¬
deres, al efectuar el pago del «diezmo real», recibirían un albarán que de-
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 481

bían llevar consigo y exhibir ante los guardas de las restantes aduanas. Al
puerto de Vitoria, por ejemplo, correspondían las guardas de Miranda de
Ebro, Treviño y Santa Cruz. Enrique III, en 1403, al garantizar la libertad
de comercio a los mercaderes de los países vecinos, reiteraba la obligación
de efectuar el pago de los derechos aduaneros en Logroño, Vitoria, Cala¬
horra, Agreda, Soria y Molina, para el ámbito de los obispados castellanos
de Calahorra, Osma y Sigüenza; en Requena y Moya para el obispado de
Cuenca, y en Murcia, Albacete y Yecla, para el de Cartagena.
Funciones esenciales de las «casas de aduanas» eran el registro por escri¬
to de las mercancías y el pago de los derechos. Dichas casas, de propiedad
particular, debían estar situadas en lugares convenientes y los arrendadores
de la aduana pagaban una renta anual al dueño de las mismas. Los arren¬
damientos solía hacerlos el rey por cuatro años, por obispados y por par¬
tes, pudiendo ser varios los arrendatarios, en el siglo XV. Se desconoce la
importancia de estas aduanas y sus ingresos efectivos, pero hay que tener
presente que existían exenciones a veces considerables. Burgos, por ejem¬
plo, en 1412 logró exención de diezmos sobre la lana que exportaba a Flan-
des, en la aduana de Vitoria y en los «puertos» de tierra y mar de las rutas
que solía utilizar: Valmaseda, Orduña, Castro Urdiales, Laredo, San Vi¬
cente de la Barquera y Santander, con lo cual se mermaba la recaudación.
El contrabando y los bandoleros, en las postrimerías de la Edad Media, tam¬
poco deben olvidarse como factores negativos. Pero en 1453 el «diezmo viejo
y seco», o diezmo de la mar, que al principio había consistido en el pago
de 10 por 100 del valor de las mercancías, rendía unos 2.000.000 de mara¬
vedíes al año, afectando a 812 mercancías, y suponía una de las mejores
rentas de la corona, como ha señalado Luis Miguel Diez de Salazar.

La expansión del comercio catalán

Paralelamente, desde el siglo xm tuvo lugar la extraordinaria expansión


del comercio exterior catalán. Ya a mediados de aquel siglo, con los inicios
de la repoblación en los reinos de Valencia y Mallorca, la marina mercante
catalana y el comercio se hallaban en plena renovación, favorecidos por la
estabilidad monetaria del dinero barcelonés y (desde 1370) del florín de oro.
Hacia 1380 el hundimiento de la banca privada, la intervención creciente
del poder político con el dirigismo real y la aparición del proteccionismo
con limitación de la competencia extranjera, y la expansión del área de Ca¬
narias, coincidían con una época de contracción económica que el comer¬
cio de larga distancia con el oriente del Mediterráneo, o con el lejano mar
del Norte, no lograban evitar.
MANUEL RIU RIU
482

El comercio terrestre se realizaba a lomos de équidos, asnos y mulos bá¬


sicamente, propiedad de los trajinantes, que podían transportar cargas de
120 a 150 kilogramos recorriendo de 30 a 40 kilómetros diarios. Las rutas
terrestres tradicionales se renovaron sustituyendo los vados difíciles por puen¬
tes de piedra de arcos apuntados. El transporte fluvial mediante barcas de
poco calado se acentúa a través del Ebro y sus afluentes, cuyas aguas se
utilizan también para el transporte de troncos hasta Tortosa. El comercio
marítimo mejora sus naves, mediante la aportación de capitales, puesto que
el valor de las embarcaciones obligaba a compartir su propiedad a varios
socios. Las atarazanas se amplían y a los puertos naturales se suman otros
artificiales para dar cabida al tonelaje de naves mayores. Valencia cuenta
con un muelle de madera desde 1327. Barcelona, sin embargo, no constru¬
ye su puerto hasta 1450. Palma de Mallorca tiene dos puertos. Aigues-mortes,
Cotlliure y Port-Vendres, o Tortosa comparten las actividades comerciales.
La tipología de las naves se ha diversificado. A los bajeles mediterrá¬
neos, largos y bajos, impulsados a remos con vela triangular y dos timones
laterales, laúdes (llaüts) para viajes de cabotaje cortos, barcas mayores con
puente, leños con vela latina y castillo a popa, de 30 a 80 remos y de 20
a 40 toneladas, galeras y taridas de 80 a 120 remos y de más de 40 tonela¬
das, se añaden los bajeles atlánticos de casco redondeado, altos y anchos,
impulsados a vela y con timón axial al final de la quilla, de dos tipos distin¬
tos: la coca y la nao. Un leño puede costar el equivalente a dos o tres kilo¬
gramos de oro, una nao puede alcanzar el equivalente a veinte kilogramos
de oro.
El rey es propietario de naves, pero también pueden compartir su pro¬
piedad mercaderes y patronos. Toda nave tiene un patrón-conductor que
cobra los nólits o derechos de transporte a los propietarios de las mercan¬
cías que alquilan sus servicios, y varios propietarios de partes que lo son
pro indiviso. También figura un personero, que paga y entrega las ganan¬
cias. Notarios, médicos y comerciantes invierten sus ganancias en naves. Pa¬
ños, cereales, sal y lana son los productos más usuales.
Cuatro fueron los principales ejes de este comercio marítimo:
1) La ruta del norte de África, desde Valencia, Palma y Barcelona a
Ceuta, Túnez y Argel, frecuente desde el primer tercio del siglo xm, que
intercambiaba paños, especias, aceite y armas por lana bereber, alumbre
y trigo, entre otros productos como el oro africano o esclavos.
2) La ruta de Levante o de Alejandría, fruto de la iniciativa privada
desde finales del siglo XII y que tuvo su época dorada entre 1262 y 1291,
dificultada por las prohibiciones de mercadear con hierro, armas, maderas
destinadas a la construcción naval y otros productos considerados estraté¬
gicos. La excomunión que implicaba a menudo la realización clandestina
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 483

de este comercio con pueblos islámicos requería la oportuna licencia ponti¬


ficia o episcopal, y el pago de la multa pertinente o el compromiso de dedi¬
car las ganancias a la redención de cautivos. Los obispos de Barcelona y
de Tortosa y, desde 1309, el de Valencia se hallaban autorizados para dis¬
pensar licencias, señalándose a partir de 1330 un relanzamiento de esta ruta,
favorecida por la reducción de aranceles desde 1350 al 10 por 100, equipa¬
rando a los barceloneses con venecianos y genoveses.
3) La ruta de las islas, a Cerdeña y Sicilia, que desde 1230 se aprovi¬
siona de los excedentes de trigo y lana de Sicilia, y de las pieles y sal de Cer¬
deña. A Sicilia se exportarán paños catalanes del Pirineo, de distintas
calidades, a lo largo de todo el siglo xv.
4) La ruta de Poniente o ruta Atlántica, desde Barcelona a Flandes e
Inglaterra, tendría por objetivos principales, desde finales del siglo XIII, el
estaño y los paños de calidad, pero no estarían ausentes tampoco el alum¬
bre, azúcar, algodón, arroz, azafrán, cordobanes, y otros productos. Las
pólizas de seguros, desde mediados del siglo xiv, vinieron a paliar los ries¬
gos de este comercio de larga distancia.
El comercio marítimo de la corona de Aragón se canalizaba a través de
tres grandes centros: Barcelona, Palma de Mallorca y Valencia. Cataluña
exportaba cereales, paños, papel, arroz, frutos secos, aceite, miel, azafrán,
coral trabajado, instrumentos de metal y armas (incluso al sultanato de Gra¬
nada y al norte de África), y compraba cereales en el Languedoc o en Sici¬
lia, y los exportaba a Málaga, donde llevaba asimismo la sal del delta del
Ebro. E importaba caballos, cueros, cera, goma, grana, seda, azúcar, es¬
clavos y dátiles. También precisaba Cataluña la importación de oro, obte¬
nido en los puertos norteafricanos donde confluían las rutas transaharianas,
y podía obtener asimismo otros muchos productos con la venta de los es¬
clavos o con el dinero del rescate, como el azúcar de Sicilia o de Málaga
y las sedas de Almería o de Valencia.
A mediados del siglo xiv la ruta Valencia-Almería y la ruta de Palma
de Mallorca a los puertos del norte de África aparecen muy activas. Existen
colonias de mercaderes catalanes, valencianos y mallorquines (y no sólo ge¬
noveses, provenzales o placentinos) en Almería, Granada y Málaga, con sus
correspondientes cónsules y factores. A veces los mercaderes desempeñan
misiones diplomáticas, a veces también se dedican al corso. La práctica del
corso se halla reglamentada. El poder soberano concede licencia a una per¬
sona concreta para armar de una a cuatro naves y realizar acciones en de¬
terminado ámbito contra determinados vecinos y por un período limitado
(de tres o cuatro meses). El rey y el obtentor de la licencia de corso compar¬
tirán los beneficios que reporta esta piratería organizada para debilitar al
vecino, o enemigo potencial o efectivo, pudiendo el soberano obtener hasta
484 MANUEL RIU RIU

el 10 por 100. No es raro que para el corso se utilicen naves procedentes


de los talleres reales. Tanto los reyes de Aragón como los sultanes de Gra¬
nada practicaron el corso en el Mediterráneo occidental. Mercaderes y na¬
vegantes aventureros se dedicaban, en ocasiones, al corso, como han
observado, entre otros, Charles E. Dufourcq o Nuria Coll, y con el corso
se obtenían no sólo mercancías variadas sino también esclavos. La galera
era la nave preferida para dedicarla al corso, por su elevada quilla y su re¬
sistencia en el ataque, aunque la capacidad de carga no fuera muy grande.

VÍAS Y CONSULADOS MERCANTILES

Los mercaderes en sus desplazamientos terrestres utilizaban los meso¬


nes o posadas situados junto a los caminos —las vías mercaderas— en lu¬
gares alejados de villas y ciudades. Las posadas tenían en la fachada una
tabla o cartela con marcas y nombres pintorescos y no solían gozar de bue¬
na fama. Junto a ellas existieron también los llamados hospitales o alber¬
gues de peregrinos y viajeros, en que la caridad sustituía el espíritu de lucro
de las primeras. Los correos de la Curia Regia en la corona de Aragón los
transportaban los cursores curiae que solían ir a pie, puesto que el precio
de los caballos era muy elevado. El monarca se preocupaba de su vestido
(calzones de paño blanco de Narbona o de Saint Denis) y la paga variaba
según la importancia de la misión que se les encomendaba. En sus viajes
utilizaban también las posadas y hospitales y, si podían, se agregaban a las
caravanas de mercaderes para viajar juntos y evitar posibles peligros. Co¬
rreo y comercio seguían utilizando las vías y caminos de la antigüedad, no
siempre en buen estado. Pero en los últimos siglos medievales se rehicieron
muchos caminos y se reconstruyeron numerosos puentes, como ya hemos
anticipado.
Los mercaderes que viajan por España proceden de muchos países. A fi¬
nales del siglo xm medidas prohibicionistas de Francia obligan a los monar¬
cas de Aragón a prohibir las exportaciones a Francia de papel, plomo,
cuerdas, cueros, arroz, atún, frutas y grasas, pero la situación no duraría
mucho tiempo. En los puertos marítimos del Cantábrico y del Levante se
comerciaba con Italia, Flandes, Inglaterra y Berbería. Los mercaderes ale¬
manes y saboyanos importaban armas, cuchillos, espuelas y otros útiles de
metal, arenques, perfumes y lencería. España exportaba azúcar, frutas, pieles
de conejo, azafrán, coral, etc. Grandes compañías extranjeras poseyeron
agencias y consulados en varias ciudades y puertos hispanos: Francesco di
Marco Datini de Prato las tuvo en el triángulo Palma, Barcelona y Valen¬
cia para comerciar con Flandes; los Bardi de Florencia, los Alberti... y otros
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 485

muchos genoveses, venecianos y písanos. Los sicilianos que importaban trigo


a Valencia tenían igualmente allí sus representantes.
Por otra parte, el vizconde de Rocabertí, en sus galeras llevó a Grecia,
en 1381, gentes no sólo de Barcelona, Valencia y Mallorca, sino incluso de
Zaragoza, Calatayud, Alcañiz y Daroca, de Pamplona y Tudela, de Córdo¬
ba y Jaén, de Salamanca, Ávila, Logroño y Toledo, y de diversas partes
de Francia. Ello nos indica que en los puertos y centros de comercio se en¬
cuentra mezclada una población de muy diverso origen. Conocemos la exis¬
tencia de esclavos de varia procedencia en Barcelona, en el siglo xiv, sardos,
norteafricanos, turcos, rusos, armenios y griegos. El tráfico de las naves
catalanas con puertos italianos, bizantinos y del Próximo Oriente se inten¬
sificó y se establecieron consulados y depósitos de mercancías (alfóndegas
o albóndigas) en numerosos puertos.
En diversos países gozaron los mercaderes catalanes de privilegios: An-
drónico II Paleólogo les concedió, a finales del siglo xm, el de un único
adeudo del 3 por 100 de aduanas en su comercio con Bizancio. Mediado
el siglo xiv, en 1353, consiguieron en la aduana egipcia de Alejandría una
rebaja del 15 por 100, llegando a equipararse así con Génova y Venecia,
en tanto que Pisa tributaba el 16 por 100, los países de Berbería el 18 por
100, y los restantes el 20 por 100 sobre los precios de venta de las mercancías.
A las agrupaciones corporativas de los mercaderes, en el siglo xm les
acompaña una jurisdicción privativa, para asuntos mercantiles, que ejer¬
cen los propios mercaderes y gentes de mar. Esbozada esta jurisdicción mer¬
cantil para la ribera de Barcelona en 1258, se extiende a finales del siglo XIII
y comienzos del Xiv por los puertos de Valencia, Palma de Mallorca, Ge¬
rona y Tortosa en forma de tribunales o Consulados de Mar. Sus ordenan¬
zas y privilegios les permitían resolver los conflictos relativos a contrataciones
marítimas, daños y averías, relaciones con el personal de las naves, etc.,
pasando a entender en algunos casos, como en Barcelona, en toda suerte
de cuestiones mercantiles. Existía un tribunal de primera instancia forma¬
do por dos cónsules, de elección anual por parte del Consejo Municipal o
de las gentes de mar, y por varios prohombres escogidos entre estas mismas
gentes. Y un tribunal de apelación a cargo de un juez, elegido por los cón¬
sules, y formado por varios prohombres de mar. Juzgaban de acuerdo con
las Costums de la mar, costumbres y usos que, a mediados del siglo xm,
fueron ya redactadas.
Recogiendo las costumbres practicadas en los consulados marítimos de
diversos puertos, entre ellos el Constitutum usus de Pisa, se compiló en Bar¬
celona el Llibre del Consolat de Mar en el siglo xiv. Se le unieron diversas
notas a finales de siglo, y al parecer en Valencia, y quedó así completado,
extendiéndose por el Mediterráneo e incluso por el Atlántico. Aunque Pe-
MANUEL RIU RIU
486

dro IV el Ceremonioso promulgó diversos capítulos sobre hechos y usos ma¬


rineros en 1340, la formación del Llibre del Consolat parece debida a la
iniciativa particular de alguno de los cónsules o jueces de los tribunales ma¬
rítimos. Posteriormente se le agregaron todavía algunos capítulos más apro¬
bados por Juan II (1460).
La aceptación que tuvo este código en los inicios de la Edad Moderna
queda puesta de relieve por los numerosos manuscritos y ediciones que de
él se realizaron, traduciéndolo al italiano, al francés y al castellano, y sien¬
do de aplicación en diversas ciudades de Castilla y en sus consulados de mer¬
caderes. A partir de su creación, las Lonjas o consulados mercantiles
evolucionaron, convirtiéndose en lugares de reunión de los comerciantes de
diversos países para verificar sus transacciones, a la par que seguían siendo
tribunales mercantiles.
Entre los consulados catalanes más importantes cabe señalar los de Sici¬
lia, Alejandría (desde 1264) y Damasco, y el de Brujas (desde 1389). En ellos
el consol era juez y jefe de la colonia de mercaderes y su representante ante
las autoridades. Y el alfondiguer, aposentador de los mercaderes recién lle¬
gados al lugar y guardián y responsable de las mercancías depositadas en
el alfondic o alfondega, que solía ser un gran edificio, situado en el barrio
del puerto, que además de tener un amplio almacén contaba con habitacio¬
nes para los mercaderes, capilla, hornos para cocer el pan y baños gratuitos.

Asociaciones mercantiles y establecimientos bancarios

A partir del siglo XIII el renacimiento económico evidenció la necesidad


de sustituir los métodos antiguos o de adaptarlos en nuevas instituciones
en las cuales el capital y el crédito iban a jugar un papel decisivo. Se crean
grandes sociedades capitalistas en los principales núcleos mercantiles bajo
diversos tipos, tales como: la comanda, en la que se unen un socio capitalis¬
ta, que expone el capital, y un socio comandatario, que negocia con este
capital o con las mercancías con él adquiridas, en un país lejano, repartién¬
dose luego las ganancias obtenidas, a razón de los dos tercios de éstas para
el primero y el tercio restante para el segundo. La companya o compañía,
unión de varios comerciantes y capitalistas, que se reparten trabajos y be¬
neficios durante varios años. Las sociedades de pargoners, en que se unen
varios individuos para armar un buque, repartiéndose luego los beneficios
proporcionalmente a los respectivos capitales expuestos en el negocio, etc.
También se obtienen préstamos para determinadas empresas, al interés má¬
ximo del 12 por 100, ventas a crédito y a plazos (bastante frecuentes entre
transaccionistas de una misma ciudad), seguros marítimos sobre mercan-
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 487

cías o buques, y desde el siglo xiv se usa la letra de cambio como instru¬
mento de crédito que ahorra los riesgos de transportar el numerario en viajes
largos. Las bases del contrato de seguros mercantiles quedaron definitiva¬
mente establecidas en la corona de Aragón por la Ordenación de 1484.
Desde el siglo xm consta la existencia de establecimientos bancarios re¬
gentados por judíos y lombardos y dedicados al cambio y préstamo de mo¬
neda con frecuente especulación. A principios del siglo xv se crean en la
corona de Aragón las primeras Taulas de Canvi (Tabulae nummulariae),
bancos públicos organizados por los municipios y, al mismo tiempo, cajas
de depósito para cofradías, cabildos o particulares que deseaban guardar
en ellas su dinero o alhajas. Eran simplemente bancos de depósito asegura¬
dos (frente a las quiebras fraudulentas de algunos cambistas o depositarios
privados), y solían guardar los fondos públicos del municipio y de la Gene-
ralitat. El primer banco de crédito público fue el Banco de Barcelona, crea¬
do en 1401. No tardaron en seguirle los de Valencia y Palma de Mallorca.
A mediados del siglo xv aparecen también en Castilla, pero estos estable¬
cimientos bancarios no alcanzarían su pleno desarrollo hasta la Edad
Moderna.

El artesanado y las corporaciones gremiales

Desde el siglo XIII es patente el desarrollo del artesanado en los núcleos


urbanos. Artesanos y mercaderes, en los bajos porticados de las plazas y
de algunas calles, trabajan y exponen sus productos. En dichos pórticos se
celebran los mercados al abrigo del sol y de la lluvia. En algunas calles vi¬
ven los artesanos de determinados oficios. Tanto en la corona de Castilla
como en la de Aragón algunos artesanos y mercaderes son extranjeros, fran¬
cos llegados por el Camino de Santiago, o judíos y también musulmanes.
Hay comunidades de sarracenos, dedicados a la artesanía y al comercio,
en las morerías extramuros de ciudades como Zaragoza, Huesca, Calata-
yud y Teruel, Jaca y Naval (ésta fue la morería más septentrional de Ara¬
gón y duró hasta la expulsión de los moriscos en 1610). Estos sarracenos
estaban organizados en aljamas, a cuyo frente se hallaba el alamín (elegido
por el rey, por el señor o por la propia comunidad) con funciones adminis¬
trativas y, a veces, judiciales. El cargo solía ser vitalicio. La aljama tenía
tesorero o clavero, y adelantados o jurados. Desde el siglo xiv hallamos
documentados a moros ejerciendo oficios de albañiles, pintores, cantare¬
ros, jarreros, tejeros, carpinteros, zapateros, herreros, caldereros, tintore¬
ros, etc. Hasta 202 familias de moros aparecen censadas en Zaragoza en
1300 y también las había que vivían del ejercicio del comercio, exentos del
488 MANUEL RIU RIU

pago (desde 1208) de portazgos, lezda y peaje, así como de los cuatro suel¬
dos por bestia mayor que trajeran de tierras islámicas y que debía percibir
el repositario de Aragón. Otros se dedicaban al transporte de lanas por el
Ebro, desde que a comienzos del siglo xiv se industrializó la elaboración
de tejidos de lana, y a la exportación de aceite.
También los grupos de artesanos cristianos empezaban ya a ser nume¬
rosos. Pero se seguían importando, por mar y por tierra, paños de Malinas,
Brujas, Yprés y Gante, o de Lucca y de otras poblaciones italianas. Las te¬
las de Montpellier y de Reims seguían siendo tan apetecidas como los aren¬
ques, el vino, la sal, hierro, granos, etc., otros tantos objetos de comercio.
Artesanos y mercaderes sienten la necesidad de unirse frente a señores
y nobles. Se agrupan en sociedades y corporaciones para actuar conjunta¬
mente, obtienen privilegios de los monarcas y estas asociaciones o gremios,
en conexión directa con las cofradías, velan por sus intereses, regulan el
aprendizaje y ejercicio del oficio, los materiales, precios, modelos, e inclu¬
so cuidan del establecimiento de ferias y mercados y de su reglamentación.
El gremio se rige por unas Ordenanzas, aprobadas por el monarca o por
el consejo municipal de la población donde se constituye, y lo gobiernan
algunos de sus componentes, elegidos en asamblea general o designados por
el municipio o por el rey, que reciben los nombres de jurados en Castilla,
prohombres o cónsules en Cataluña y clavarios en Valencia.
En todo oficio se establecían los tres grados de aprendices, oficiales y
maestros, pero tan sólo los últimos podían establecerse y abrir taller o tien¬
da por sí mismos. Nadie podía ejercer un oficio si no pertenecía al gremio
correspondiente, y para su ingreso en él era preciso aprobar un examen ri¬
guroso y realizar una «obra maestra», de acuerdo con lo preceptuado en
las respectivas ordenanzas. El gremio regulaba por completo la producción,
vigilaba la calidad de los productos, fijaba los salarios de oficiales y apren¬
dices y los precios de venta; proporcionaba las materias primas a los agre¬
miados y distribuía los trabajos a realizar. Tenía poderes para juzgar a los
infractores y multarles, e incluso cerrar sus talleres y destruir los productos
defectuosos. Con ello, claro está, toda iniciativa particular no tenía posibi¬
lidad de perduración si no se veía refrendada por el gremio. A finales de
la Edad Media los gremios habían llegado a ser una fuerza poderosa en los
diversos municipios, y la burguesía con su influencia creciente podía permi¬
tirse ya la lucha contra la nobleza y el poder señorial. Entre los numerosos
altares, capillas y retablos conservados de la época gótica no faltan los per¬
tenecientes a antiguos gremios de artesanos y mercaderes cuya riqueza es
testimonio del poderío alcanzado, y aun de la religiosidad que inspiraba sus
festejos al santo patrón del gremio y la caridad hacia los agremiados desva¬
lidos o enfermos.
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 489

Las industrias textiles

A finales del siglo xm y principios del xiv inicia su desarrollo la indus¬


tria textil lanera en los grandes centros urbanos de la corona de Aragón,
con la protección de los soberanos. Francia prohíbe la exportación de lanas
para impedir dicho desarrollo, pero se dictan medidas para aumentar el ga¬
nado lanar en los reinos de la corona de Aragón (1306) y se importa lana
de Inglaterra y de Berbería. En Gerona, Lérida, Barcelona y Valencia, en
Huesca y en numerosas villas pirenaicas empiezan a florecer las industrias
de manufacturas de lana, a la par que el mismo fenómeno se constata tam¬
bién en Segovia y en otras localidades castellano-leonesas. Pronto aumenta
el número de tejedores, pelaires, tintoreros, bataneros, cardadores e hila¬
doras y se diversifican los productos. Se perfeccionan los telares de cuatro
pedales, los batanes movidos por la fuerza hidráulica, los tornos de hilar,
las tintorerías..., se construyen naves industriales para abaratar los costos
de producción, los pelaires se convierten en auténticos promotores indus¬
triales desde adquirir la lana en bruto hasta entregarla hilada a los tejedo¬
res, comprarles las telas recién salidas del telar, preparar su abono y teñido
y procurar la ulterior venta del producto acabado.
La primera aproximación a la historia de la industria textil castellano-
leonesa, entre los siglos xm y xvi, trazada por Paulino Iradiel, ha permiti¬
do conocer el proceso industrial lanero. La materia prima utilizada, la lana,
presenta diferencias según el tipo de ganado ovino (churro o merino), el
sistema de pastoreo (trashumante o riberiego), la calidad de los pastos, la
parte del animal de donde proceda, etc., siendo cada tipo de lana apropia¬
do para una determinada clase de paños. La de mejor calidad en Castilla
parece haber sido la de la zona de Cuenca, usada para tejidos lujosos y muy
solicitada por los pañeros italianos en el siglo XV. Los precios varían, se¬
gún calidades, entre 157 y 78 maravedíes por arroba (1462). Otras materias
primas son los productos tintóreos, entre los cuales cabe distinguir los colo¬
rantes (pastel, roja, brasil, grana, urchilla, zumaque, ferrete...) y las sus¬
tancias destinadas a fijar el color (alumbre, cendra, tártaro, agalla, etc.).
Sin embargo, no todos los paños se teñían.
En una primera fase la lana pasa por las manos de apartadores, lavado¬
res, desmontadores, hilanderas y urdidores, quienes la entregan a los teje¬
dores cuya labor completan desborradores y despinzadores. Una vez
fortalecido el paño y limpiado de impurezas por bataneros, pelaires y tun¬
didores, se preparaba para su venta por un nuevo cardaje y por la tarea
de apuntadores y zurcidores que le daban el acabado final, procediéndose
a su doblado para facilitar el transporte, exposición y venta que podía ha¬
cerse por piezas o cortes. El tinte se podía aplicar a la lana después de car-
490 MANUEL RIU RIU

darla y antes de hilarla, después de hilarla, o después de batanar el paño.


La tintura era cara, absorbía entre el 20 y el 35 por 100 del precio de los
paños de calidad superior, y entre el 15 y el 30 por 100 de los de precio me¬
dio. Los beneficios de los mercaderes se han calculado entre un 15 y un 25
por 100, incluidos gastos de transporte y comercialización que suponían de
un 4 a un 8 por 100 del total.
En Cuenca se produjeron paños finos, comunes y de calidad inferior,
y sus precios variaban de acuerdo con la calidad de la lana, el número de
ligaduras (de 24 a 13) y los tintes. Se calcula que entre el 7 y el 10 por 100
de la población de Cuenca se hallaba ocupada en tareas relacionadas con
la industria textil. E incluso en el campo no fue infrecuente que hubiera te¬
jedores asalariados de los pañeros o pelaires que poseían un telar y alterna¬
ban las tareas agrícolas con las industriales. En el siglo xv se hallaba
generalizada en Castilla la figura del pelaire o «mercader-empresario» ur¬
bano que, según Iradiel, es «propietario de la lana o de las fibras textiles,
las entrega a los campesinos a fin de que éstos realicen las primeras opera¬
ciones de lavado, hilatura e incluso textura; a continuación pasará el pro¬
ducto resultante de estas operaciones a los artesanos urbanos que se ocuparán
de las labores de refinición, volviendo de nuevo el producto a los empresa¬
rios que dominan su venta y las corrientes de comercialización». En la co¬
rona de Aragón el papel de los pelaires (paraires) o paratores pannorum
lanae como les llaman los documentos, se encuentra bien definido desde
el mismo siglo xm, y en el siglo xiv su número iguala al de los tejedores
en las villas más industriosas, como por ejemplo, Berga o Bagá.
La pañería rural, de poca calidad, predomina en la meseta norte, pero
en los núcleos urbanos se elaboran paños de mejor calidad y precio más
elevado. No obstante, algunos productos del Pirineo catalán, como el drap
piteu, elaborado desde finales del siglo xm en la villa de Sant Lloren? de
Morunys, a mediados del siglo XV era exportado a Sicilia donde poseía un
buen mercado. Ante la competencia, en otras poblaciones de Castilla, como
en Agreda o en Oña, los campesinos doblados de tejedores se agrupan y
crean, agremiados, con sus ordenanzas y constituciones, una auténtica in¬
dustria competitiva. Más adelante, los Reyes Católicos, en su deseo de im¬
pulsar la industria de paños de calidad en Castilla, llegarán en 1494 a eximir
de tasas fiscales durante diez años a los obreros especializados que, proce¬
dentes de Flandes o de Italia, se establezcan en Valencia, Cuenca, Murcia,
Málaga o Granada.
La organización gremial de la industria textil conquense queda plena¬
mente atestiguada desde comienzos del siglo xv. Antes de 1428 se dan las
primeras ordenanzas gremiales de los pelaires de Cuenca y de otros oficios
del arte textil, con cuatro veedores para hacerlas cumplir. Luego, en 1432,
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 491

se aprueban las ordenanzas de los tintoreros, en 1458 las de los pelaires y


en 1462 las de los tejedores, por separado puesto que los intereses de unos
y otros se han diferenciado lo suficiente en este lapso para obligarles a for¬
mar gremios distintos, como lo harán en 1482 los cardadores, peinadores
y carducadores. No tardaría el municipio de Cuenca en ejercer una supervi¬
sión sobre los agremiados, estableciendo en 1496 la Casa de Veeduría de
Paños, regida por dos veedores nombrados por los oficios y otros dos elegi¬
dos por los regidores del municipio, con objeto de vigilar la calidad de las
manufacturas, destruir los paños defectuosos y castigar a los infractores.
De este modo quedaba bajo el control de los «mercaderes-pañeros» o pelai¬
res la mayor parte de la producción. Pocos años después, las Ordenanzas
Generales promulgadas por los Reyes Católicos en 1511 acaban con la re¬
sistencia gremial a las normas dictadas por los municipios y con las liberta¬
des gremiales, pues los oficiales reales eran los encargados de vigilar su
cumplimiento. Los mercaderes, que solían controlar el municipio en este
tiempo, quedaban, en cambio, favorecidos al poder controlar la comercia¬
lización de los productos urbanos, su venta y sus beneficios. Mientras tan¬
to, los gremios de oficios desarrollaban las prácticas asistenciales y religiosas,
como lo hicieron las cofradías parroquiales y conventuales desde el siglo xm,
y a través de los exámenes garantizaban la pericia del artesanado (maestros
con taller y oficiales sin él podían o debían agremiarse, pero no los aprendi¬
ces) y evitaban que maestros extraños trabajaran en la ciudad y ejercieran
una competencia desleal. El municipio establecía no sólo un control de cali¬
dad (y sellaba o bullaba con un disco de plomo los paños que tenían dicha
calidad), sino que fijaba los precios y salarios para evitar la competencia
ilegal.
Cuanto hemos dicho de los gremios relacionados con las industrias tex¬
tiles (y no hemos hablado aquí de los tejedores de lino, cáñamo, algodón
o seda) cabría decirlo también de otros muchos oficios cuyo desarrollo se
evidencia a lo largo de los últimos siglos medievales en los distintos remos
hispánicos.

La expansión de los núcleos urbanos

En relación con este desarrollo artesano y comercial se produce asimis¬


mo un desarrollo urbano digno de atención. Se forman numerosas villas
nuevas y se urbanizan los barrios foráneos de numerosas ciudades, dotán¬
doles de nuevos muros y servicios y de edificios públicos de singular belleza.
Veamos algunos ejemplos también de esta expansión urbana bajomedieval.
Toda ciudad importante tenía sus murallas flanqueadas por torres al-
492 MANUEL RIU RIU

menadas y rodeadas por un foso. Las tenían también muchas villas, y algu¬
nas aldeas, e incluso numerosas fincas agrícolas se hallaban fortificadas y
protegidas por torres. Los artesanos vivían en las ciudades agrupados por
oficios, que a menudo daban nombre a las calles (de boteros, freneros, cal¬
dereros, carpinteros, dagueros, etc.). En el centro de la ciudad, o en su lu¬
gar más elevado, se alzaban los palacios, el castillo o la iglesia principal,
y sus dependencias donde residían nobles y clérigos. Junto a las murallas,
en su parte exterior, crecía a veces un barrio nuevo (el arrabal o burgo) o
más, que cuando adquiría cierta importancia se rodeaba a su vez de un nue¬
vo muro, más amplio, pudiendo llegar a formarse así varios circuitos amu¬
rallados en una misma ciudad. El arrabal, en sus inicios, solía ser un barrio
de mercaderes y advenedizos: judíos o francos; y de artesanos de determi¬
nados oficios (olleros, tejeros, bataneros, tintoreros, etc.).
Las casas solían ser pequeñas y oscuras; las calles, estrechas y tortuo¬
sas. Por ello Eiximenis, en el siglo XIV, recomendaba pasar los inviernos
en el campo, donde podía tomarse el sol, y los veranos en la ciudad. En
el siglo xiv, en la corona de Aragón se construyeron las primeras Casas Con¬
sistoriales. Pedro IV autorizó un impuesto para construir la Lonja de Bar¬
celona (en 1339). Pronto se construirían también las de Palma de Mallorca,
Valencia y Zaragoza, y otras. A mediados del siglo xv se permitió ya la
edificación de algunas casas adosadas a las murallas, construcciones prohi¬
bidas en las Partidas. El concepto de belleza urbana empezaba a sustituir
ya al de fortaleza, augurando el espíritu del Renacimiento. Se construyen
amplias plazas y bellos palacios, emulándose en ellos las familias de la bur¬
guesía y de la nobleza urbana. Mediado ya el siglo xiv se colocaron ilumi¬
naciones nocturnas en las ventanas de las calles principales, para evitar las
riñas y «batallas» que fácilmente se producían en ellas. Las gruesas parri¬
llas de hierro para quemar teas, situadas en las esquinas, solían encenderse
sólo las noches de los días festivos. Las novelas caballerescas y los poemas
del amor cortés gozaban del favor ciudadano. En las miniaturas de los có¬
dices y en las escenas de los retablos, los pintores de los siglos xiv y xv tra¬
zaron cuadros realistas de la vida y costumbres de sus conciudadanos. Por
ellos desfilan el taller del zapatero o del sastre, las tiendas de los cambistas
o especieros, banquetes, calles y casas, habitaciones con su mobiliario, las
imágenes de los santos y figuras de personajes bíblicos con trajes de la épo¬
ca gótica, escenas de caza o de danza, etc. En el siglo xiv la preocupación
por la limpieza de la ciudad y la construcción de cloacas, a imitación de
las romanas, se generaliza. A menudo éstas permanecían abiertas en el cen¬
tro de la calle; luego se cerraron con losas planas, y se cubrieron con bóve¬
das las más importantes. Muchos fueros prohibían echar basuras en las calles,
puesto que con el barro de su suelo sin pavimentar contribuían a las epide-
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 493

mias y pestes que, en ocasiones, llegaron a disminuir la población en una


o dos terceras partes.
En la mansión señorial, el palacio solía ser una gran sala de reunión donde
se celebraban fiestas y banquetes; servía de comedor y de almacén y sala
de armas. La residencia real era el palacio por antonomasia, de influencia
mudéjar en la España castellana y andaluza, y de tipo gótico en el levante
peninsular. Asentado, con frecuencia, sobre la roca, de paredes enlucidas,
pintadas o ricamente tapizadas, con artesonados de madera pintada y mil
detalles finísimos.
La mayoría de las casas, de dos y de tres pisos, solían ser incómodas.
Tenían en la planta baja el taller, tienda u obrador y la bodega o cuadra;
en el primer piso la cocina-comedor y la habitación principal, y en el piso
alto las restantes habitaciones, graneros y despensa. Al principio se cubrían
con paja y barro arcilloso, pero ya en los siglos xm y xiv se sustituyeron
estas cubiertas y las de lajas de piedra por tejas. A menudo la palabra «casa»
no significaba más que una habitación o una planta de la casa propiamente
dicha. Durante los viajes y en las campañas militares la tienda de campaña
sustituía a la vivienda, usándose también barracones de madera desmonta¬
bles. Al servicio de sus tiendas de tela Alfonso el Magnánimo (TI458) tenía
40 marineros, y su hermano Juan, el rey de Navarra, otros 20. Se destinaba
a los marineros para estos menesteres por su pericia en el plegado y desplie¬
gue de las velas y en su montaje.
Hubo tres tipos de vivienda: la casa señorial, la burguesa y la popular.
Esta última, con puerta en la planta baja y una pequeña y única ventana
en el piso superior. En palacios y casas señoriales existía un patio central,
con la escalera de piedra que conducía al piso superior, en uno de los ángu¬
los, y alrededor del patio una galería con arcadas a la que daban las distin¬
tas habitaciones. Encima del portal, y en el centro del piso superior, solía
estar el salón de las visitas, donde ardía la lumbre, con su correspondiente
chimenea. Algunas veces, artificios curiosos contribuían a su adorno, con
las pinturas al fresco o al temple, y tapices, cortinas y alfombras. Las casas
de los burgueses acomodados solían tener un pequeño jardín en su parte
posterior, con fuente central o pozo. Tampoco solía faltar el jardín en los
palacios reales. Algunos monarcas gustaban de exhibir en él leones, osos,
leopardos y otros animales salvajes. Sobre el piso superior, en algunas ca¬
sas, existía el desván o galería cubierta. Empezaba a ser conocida, también,
la escalera de caracol.
Para la decoración interior se empleaban las yeserías en techos y frisos,
los azulejos en zócalos y pavimentos, y las pinturas al fresco o al temple
en las paredes. Las pinturas se dedicaban a temas religiosos, a imitar tapi¬
ces con temas guerreros o históricos, y también, a veces, se pintan retratos
494 MANUEL RIU RIU

e incluso se esculpen, principalmente a partir del siglo XV y de los primeros


pasos del Renacimiento.
La iluminación, en las casas ricas, se obtenía de la cera o de lámparas
de aceite, y en las pobres, de teas. Los blandones en las mesas, cirios y can¬
delas podían permitírselos burgueses y señores, pero la luz del hogar era,
a menudo, la única existente en las casas de las clases inferiores. Las ara¬
ñas, o lámparas colgantes del techo, aunque conocidas, eran poco usadas.
Los candelabros de pie eran, en cambio más frecuentes, como los velones
y candiles de aceite. Las lámparas de aceite solían tener el vaso o plato de
barro o de cristal, y el armazón, como el de la mayor parte de los candela¬
bros, solía ser de hierro.
Los muebles eran pocos y rudimentarios: mesas, bancos y escabeles, co¬
fres, estrados, estudios y mesas de escritorio con facistoles y anaqueles para
guardar los rollos de pergamino y los pocos libros (de piedad o de cuentas),
algunos sillones o cátedras, recubiertos de almohadones y tapices para ha¬
cerlos más cómodos, y camas recias y perchas para colgar la ropa de uso
que no se guardaba en cajas y cajones, a menudo debajo de la propia cama.
A partir del siglo xm las costumbres tienden a un mayor refinamiento.
Se regulan las formas de trato social en numerosos tratados o formularios,
de origen italiano, bien conocidos en los ambientes de la burguesía hispa¬
na. Se construyen edificios de baños y se recetan éstos para la curación de
determinadas enfermedades. Los banquetes y los bailes, satirizados por los
moralistas, constituyen a veces motivo de excesos. La vajilla sigue siendo
en parte de madera. También, en algunos casos, de plata y de oro y con
mayor frecuencia de cerámica, siendo particularmente apreciada, desde el
siglo xiv, la cerámica de Manises. Los manjares, en la mesa de nobles y
burgueses, son abundantes y variados, pero no suculentos. Las carnes fri¬
tas y asadas se condimentan con aceite y grasas animales y se adoban con
salsas picantes. Los elegantes gustan de beber el vino en vasos de vidrio,
muy finos, que se rompen con facilidad. Danzarinas moras o cristianas ame¬
nizan las fiestas y banquetes, con músicos y juglares. Hasta el siglo xiv los
juglares fueron de castillo en castillo y de ciudad en ciudad, ganándose el
pan con sus canciones, danzas y pantomimas. Después, músicos y juglares
se aburguesan, viven en una ciudad o en un palacio y reciben un salario
por su trabajo. En los palacios, y a veces también en las plazas, se juega
a los dados, tablas y ajedrez. Los nobles siguen practicando la caza con sus
halconeros, monteros y ojeadores, y con sus lebreles. El jardín o la huerta
que rodea a la ciudad es un lugar de esparcimiento y de «cortesanía», es
decir: de amor cortés.
Con todo, en el campo, las costumbres experimentan pocos cambios,
subsistiendo las viejas costumbres tradicionales y los usos seculares en las
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 495

ceremonias de bodas, bautizos, festejos y entierros, costumbres que han per¬


durado durante siglos, e incluso hasta tiempos recientes, en algunas regio¬
nes. Entre estos festejos medievales que han perdurado hasta nuestros días
cabe mencionar las fiestas de primavera u otras (bullas) que recuerdan las
gestas de la reconquista, las luchas con los moros, u otros acontecimientos
históricos o legendarios, como las danzas de la muerte de Verges (Gerona)
o la Patum de Berga (Barcelona) que se viene celebrando desde 1394 en oca¬
sión de la festividad del Corpus.
A lo largo de los siglos xm y xiv todos los caminos importantes de Cas¬
tilla conducen a Burgos. La consolidación de Burgos como eje comercial
del norte de Castilla hizo que, a lo largo del siglo xm, la ciudad creciera
hasta alcanzar sus máximas cotas y consiguiera englobar sus barrios dentro
de la nueva muralla (iniciada en 1276) y que surgiera el «barrio nuevo» pre¬
sidido por el convento de San Pablo, de los dominicos. La superficie urba¬
na era de unas 50 hectáreas, con abundantes espacios vacíos. Tan sólo el
castillo ya representaba cerca de la quinta parte de esta superficie. La po¬
blación de la ciudad se ha cifrado en unos 7.000 habitantes. De ellos, unos
700 (el 10 por 100) correspondían a las clases privilegiadas (caballeros villa¬
nos, oligarcas urbanos, comerciantes, funcionarios municipales y reales, et¬
cétera), unos 500 al clero, unos 600 judíos, y el resto se lo repartían los
pequeños burgueses y el común. La población del alfoz, con unos 40 ó 50
pueblos, no pasaría de las 1.500 personas al parecer.
En 1255 Alfonso X concedió a Burgos el Fuero Real como fuero local.
La mayor parte de la población de Burgos seguía dedicada a la agricultura,
usando el sistema de cultivos de año y vez, y arando con yuntas de bueyes
o vacas. En los dominios de la catedral se cultivaba cebada en primer lugar,
seguida de trigo, y luego centeno, o avena, mezclándose las harinas de estos
cereales para la confección de pan. La molienda se hacía en molinos hidráu¬
licos de eje horizontal, hasta que a comienzos del siglo xiv se fueron susti¬
tuyendo por aleñas, verticales y más complejas. Se ha calculado que a los
campesinos acomodados de Aguilar de Campoo, a finales del siglo xm, una
vez pagados impuestos y deudas les quedaban unos 334 kilogramos de gra¬
no para el consumo anual de la familia. Se cultivaba el viñedo y abundaban
los manzanos entre los frutales de la huerta que rodeaba a la ciudad. Tam¬
bién se cultivaba el lino, en zonas de regadío. El ganado ovino prevalecía
en los alrededores, si bien la lana, antes de 1350, no era objeto del gran
comercio de exportación.
En el área de Burgos se hallaban las principales minas de sal del norte
de Castilla (Salinas de Añana, Poza de la Sal, Rosio, etc.), cedidas por Fer¬
nando IV en 1308 y 1312 al monasterio de las Huelgas. La actividad comer¬
cial distinguía a Burgos de otras ciudades del norte de Castilla: tiendas de
496 MANUEL RIU RIU

paños, platerías, pellejerías, etc. Pero Burgos no producía artículos texti¬


les, ni de cuero o de hierro como Segovia, Toledo o Cuenca. Los zapateros
de Burgos se organizaron en cofradía en 1259, dándose estatutos gremiales
confirmados por Alfonso X en 1270. Los herreros estaban asociados en 1276,
y los vaineros y brazoneros se asociaron en torno de 1300. Alfonso XI, en
1339, concedió a Burgos la celebración de ferias durante quince días a par¬
tir del 24 de junio, festividad de San Juan Bautista, pero luego dichas ferias
no perduraron.
Otras ciudades de la corona de Castilla, como Córdoba, incorporada
en el siglo xm, fueron mayores en extensión y en número de habitantes.
Córdoba llegó a contar 70 hectáreas cuando muchos núcleos de población
no alcanzaban más de 10 hectáreas. Desde el siglo xm se produjo la fija¬
ción de los fueros y costumbres propias en numerosas ciudades y villas que
organizaron su concejo municipal y elegían todos los años sus jurados o
representantes. La legislación regia tendió a la unificación de los derechos
fundamentales, pero las ordenanzas municipales los completaron, precisando
las condiciones de la propiedad de la vivienda, la transmisión de los patri¬
monios, el régimen de distribución de aguas para el riego de las huertas, etc.
El estudio pormenorizado de los fueros urbanos del siglo xm, y de las
cartas de población y de franquicia en los reinos de la corona de Aragón,
muestra los problemas y soluciones del desarrollo urbano a finales de la Edad
Media, la situación de privilegio de muchos núcleos, los bienes del concejo,
los funcionarios municipales, señoriales y reales; las relaciones de los ciu¬
dadanos cristianos con moros y judíos, y las de los ciudadanos con la cam¬
piña (en la que van adquiriendo bienes inmuebles y desarrollando negocios
agropecuarios).
Cuando Sancho el Fuerte de Navarra en 1219 funda la ciudad de Viana,
reúne la población de varias aldeas en una sola. El Código de Huesca, en
1247, formula las bases jurídicas del ulterior desarrollo de las ciudades de
Aragón y Navarra. Siete ciudades y siete villas de Cataluña, desde 1319,
tienen representación en Cortes participando así en el gobierno del princi¬
pado. Poco a poco, el peso de las ciudades y villas en la política de los dis¬
tintos reinos va siendo mayor, como lo es ya en la economía de los mismos.

Los SALARIOS EN LA ECONOMÍA BAJOMEDIEVAL

Varias veces, a partir de mediados del siglo xm, se intenta reglamentar


los salarios de los trabajadores agrícolas, de igual modo que los gremios
fijan los de los oficiales y aprendices de los respectivos oficios, y establecen
los precios a que deberán venderse las manufacturas. Al fijarse los salarios
LAS NUEVAS BASES ECONÓMICAS 497

de los jornaleros agrícolas en la Cortes castellanas de 1236, vemos que en


Andalucía se paga 12 maravedíes al año; en Castilla y León, sólo seis mara¬
vedíes, y en Extremadura, tan sólo cuatro. Una proporción tan desigual,
por regiones, revela el distinto grado de población y de desarrollo, y dónde
existe más falta de mano de obra.
Un campesino, obligado a trabajar bajo severas penas, en 1351 puede
cobrar en Extremadura de 40 a 120 maravedíes al año, pero si por entonces
una vaca valía 100 maravedíes, difícilmente podía conseguir por sí solo ad¬
quirir los medios necesarios para el trabajo e independizarse. El pastor, en
cambio, obtenía el 20 por 100 de los corderos procedentes de las crías del
rebaño que apacentaba, la séptima parte de los quesos que elaborara, una
cantidad de trigo y cebada suficientes para su sustento, y seis maravedíes
para calzado.
Entre 1286 y 1351, sin embargo, las circunstancias habían cambiado mu¬
cho, las carestías y pestes intermedias habían favorecido el desarrollo del
pastoreo, los precios y salarios se habían disparado y la falta de mano de
obra se dejaba sentir con mayor intensidad. Un estudio detenido de estos
aspectos requeriría muchas páginas. Valgan estas pocas líneas para llamar
la atención sobre el interés de que estos temas se examinen en profundidad.

Las finanzas de un reino hispánico: Navarra

El estudio de la economía navarra del siglo xiv, cuyas bases estructu¬


rales señaló José María Lacarra hace ya algunos años, ha avanzado gracias
a las ediciones de cuadernos de peajes emprendidas por Ángel J. Martín
Duque, que permiten conocer la evolución del comercio y sus principales
productos.
Las finanzas del Estado, bajo Felipe de Evreux y Juana II (1328-1349),
estaban equilibradas. Los ingresos ordinarios bastaban para satisfacer sus
necesidades habituales. Con Carlos II (1350-1387) empezaron a hacerse anua¬
les las ayudas, solicitadas a los súbditos hasta entonces en raras ocasiones
para hacer frente a gastos extraordinarios, el rey tuvo que recurrir a presta¬
mistas judíos y pidió prestado también a caballeros, funcionarios, eclesiás¬
ticos, concejos, etc.; la reina hubo de ofrecer sus joyas en garantía de estos
préstamos y, como consecuencia inmediata, se introdujo en el reino el im¬
puesto de la alcabala que gravaba las transacciones comerciales. Con Car¬
los III (1387-1425), los préstamos se contraen con elevados intereses: los
viajes del rey, el lujo de la corte, las construcciones emprendidas en Olite
y en Tafalla, cuestan grandes sumas. Los gastos reales se duplican y tripli¬
can en estas fechas. Carlos III en 1390 llegó a gastar 124.000 libras, cuando
498 MANUEL RIU RIU

los ingresos ordinarios de la corona oscilaban entre las 30.000 y las 40.000
libras anuales.
El más importante de los ingresos ordinarios era la pecha, que suponía
del 60 al 70 por 100 del total. Otros ingresos ordinarios eran los peajes, mi¬
nas de hierro, confiscaciones, condenas, etc. Se recaudaban en dinero y en
especies. A estos ingresos ordinarios se sumaban los extraordinarios, que
tendieron a crecer desde la segunda mitad del siglo xiv hasta alcanzar las
62.000 libras en 1370 y las 118.799 en 1390.
Contribuía a engrosar las arcas reales la práctica de la quiebra de la mo¬
neda, fabricándola de ley más baja con el mismo valor nominal, o compen¬
sándola mediante el pago del monedaje. Mas estas medidas provocaban
desajustes en los precios y salarios, aunque es posible que la presión fiscal
estimulara las actividades económicas, alumbrando nuevas fuentes de rique¬
za, y que, por lo tanto, su acción no fuera totalmente negativa.
21. ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE
(SIGLOS XIII-XV)

Las crisis de la Iglesia hispana

El alto clero, a menudo emparentado con la clase noble, goza de prerro¬


gativas y exenciones, pero la Iglesia experimenta graves convulsiones en es¬
tos siglos y dichas convulsiones repercuten en los reinos hispánicos. Desde
finales del siglo xili hasta mediados del xv una crisis persistente domina
la vida de la Iglesia hispana. En el Gran Cisma de Occidente se apoya a
los papas de Aviñón: Clemente VII y Benedicto XIII, el «Papa Luna», has¬
ta que este último, aragonés, vio su causa abandonada por Fernando el de
Antequera (1415) en el concilio de Constanza (1417), y hubo de retirarse
a Peñíscola donde, a pesar de haber quedado prácticamente solo, «seguiría
en sus trece» según la conseja popular, titulándose papa hasta su muerte
(1423).
Apenas solucionado el Cisma, en el concilio de Constanza, y en el de
Tortosa (1429), ya aquel mismo concilio y el de Basilea (1431) motivaron
el inicio de un nuevo conflicto en la cristiandad al hacerse eco de la doctri¬
na conciliar que atribuía al Concilio General, como institución, la suprema
autoridad eclesiástica, en detrimento de la preeminencia papal. Esta última
fue defendida por el cardenal español Juan de Torquemada, cuya obra co¬
laboró decisivamente al triunfo de la restauración de la autoridad suprema
del papado en el gobierno de la Iglesia católica.
La situación eclesiástica de los reinos hispánicos, en este tiempo, nos
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permiten conocerla las actas sinodales conservadas. De ellas, ofrecen par¬


ticular interés las del sínodo diocesano de Cuéllar, de 1325, por haber con¬
servado el texto del primer catecismo amplio, escrito en romance castellano,
en el cual se expone la doctrina de la Iglesia sobre los artículos de la fe,
los mandamientos y los sacramentos, dedicando también abundantes pági¬
nas a los oficios divinos, la vida y honestidad de los clérigos, las virtudes,
los dones del Espíritu Santo y los pecados. El obispo Pedro de Cuéllar, su
autor, ha intentado una obra completa y original, con claro espíritu refor¬
mista, dado que la «simplicidad de la mayor parte de los clérigos» era gran¬
de, según nos dice. La descripción ordenada de los artículos de ia fe permite
a este prelado segoviano hacer observaciones sobre las diferencias sociales,
la condición de la mujer y la división del cuerpo social en dos grupos clara¬
mente diferenciados: clérigos y laicos. Por la obra desfilan los miembros
de toda la escala social: clérigos, caballeros, mercaderes y revendedores, la¬
bradores pobres y ricos. A lo largo del catecismo el sexo y el afán de rique¬
zas parecen ser los móviles principales de la conducta humana, pero las
normas que se dan implican un realismo grande e invitan a un conocimien¬
to directo de la mentalidad religiosa de la época.
La relajación de la vida del clero y de los monjes, debida en buena parte
a la acumulación de riqueza, con la suma de beneficios a menudo situados
en lugares distintos y distantes, y a la concesión de cargos de importancia
a personas poco dignas, repercutió en el ánimo popular. Pero, a pesar de
esta crisis continuada, no hubo en España grandes herejías, aunque sí un
sentimiento antisemita, acentuado desde mediados del siglo xiv, que lleva¬
ría a las conversiones forzadas y a la aparición de la clase de los conversos,
o cristianos nuevos. Las controversias religiosas se manifestaron principal¬
mente en la literatura antihebraica, en la cual participaron figuras relevan¬
tes de conversos, como la familia burgalesa de los Santa María. Pero, a veces,
tampoco estos conversos eran bien vistos por los cristianos viejos, quienes
con sus críticas aceradas favorecieron la práctica del criptojudaísmo.
En la corona de Aragón funcionaba, desde la primera mitad del si¬
glo xm, el tribunal de la Inquisición, destinado a reprimir pequeños focos
de catarismo en extinción o de otras herejías en los ámbitos de Barcelona
(1320), Gerona (1323) y Valencia (1344), ocasionados por begardos y be-
guinas en relación con los fraticelli derivados del franciscanismo. Aunque
la presencia de grupos de begardos y beguinas parece, en los últimos siglos
medievales, haber sido mayor en la corona de Aragón que en la de Castilla,
no dejan de atestiguarse algunos grupos en la Sevilla de comienzos del si¬
glo xiv. En Cataluña, por influencia de los cátaros y valdenses llegados del
sur de Francia desde los primeros decenios del siglo xm, el problema fue
más acusado. El concilio de Tarragona de 1317 llegó a prohibir que las co-
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 501
MANUEL RIU RIU
502

munidades de begardos y beguinas predicaran el Evangelio sin la autoriza¬


ción de la Iglesia y llevaran distintivos en el traje. El concilio, dada la
proliferación de pequeñas comunidades por varias ciudades y villas de Ca¬
taluña, prohibía que vivieran «dos en una casa» con objeto de dar testimo¬
nio de pobreza y penitencia, llevaran capotes, y leyeran o recitaran juntos,
salvo en la Iglesia como los restantes legos cristianos, imponiendo la pena
de excomunión a quienes asistieran a sus reuniones o prestaran oídos a sus
prédicas. En el siglo xv se produjeron los focos heréticos de Vizcaya, co¬
nocidos por fraticelos de Durango e inspirados por fray Alonso Mella
(1442-1445), y el asunto del maestro salmantino Pedro de Osma (1478).
Empezaban, mientras tanto, los monarcas a irrogarse el derecho de in¬
tervenir en diversos asuntos eclesiásticos relacionados con la vida del Esta¬
do. Alfonso V, por ejemplo, implantó el passe regio, es decir, la aprobación
real para que pudiesen circular por el país las bulas pontificias. Esta inter¬
vención regia se manifiesta principalmente en las elecciones episcopales, que
los reyes desean ratificar, aunque su designación incumba a los cabildos y,
con frecuencia, los miembros elegidos pertenezcan a los mismos. Esta ten¬
dencia, llamada regalismo, se introduce en las coronas de Castilla y de Ara¬
gón con el aumento de la autoridad real y de las prerrogativas soberanas
que las ideas romanistas apoyan y legitiman.
Con todo, no faltaron los intentos de reforma, ni las grandes figuras
como el beato Ramón Llull, Santa Isabel reina de Portugal, el carmelita
Pedro Tomás, los franciscanos Pedro Regalado y Diego de Alcalá, el agus¬
tino Juan de Sahagún y San Vicente Ferrer cuya actividad política culmina
en el Compromiso de Caspe donde otros cuatro, de los nueve compromisa¬
rios, eran también eclesiásticos. El dominico valenciano San Vicente Ferrer
(1350-1419), profesor en Lérida y en Barcelona, con sus Sermones dirigió
la vida espiritual de los fieles en una época difícil, incitándoles a la medita¬
ción de las verdades de la fe, a elegir un director espiritual y tener confesor
particular, para encauzar su piedad.
Las canónicas, generalizadas a partir del siglo XI en las grandes iglesias,
tendieron a deshacerse, viviendo por separado sus miembros, con las rentas
parciales o porciones que les correspondían, o con su beneficio respectivo.
Se formaron entonces las calles y barrios de «canónigos» y «beneficiados»
en las cercanías de las grandes iglesias, llamadas asimismo colegiatas. Y las
canónicas regulares, que subsistirían hasta las reformas del siglo xvi, lan¬
guidecieron. Aunque, con frecuencia, sus iglesias se llenaran de altares y
beneficiados, fundaciones de mercaderes y artesanos. La expansión urbana
motivó también la creación de nuevas parroquias o collationes, en una mis¬
ma ciudad, correspondiéndose con sus barrios o distritos. A la sombra de
estas parroquias prosperaron las cofradías, asociaciones de feligreses con
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV)

ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA PENINSULAR


A FINALES DEL SIGLO XIV
503
504 MANUEL RIU RIU

fines religiosos y caritativos, que a menudo consiguieron fuerza económica


y social, y al invertir sus rentas en la adquisición de tierras y lugares de se¬
ñorío se convirtieron en señores de extensos dominios. En tal caso los prio¬
res laicos, elegidos cada año o cada dos años por los cofrades para el gobierno
de la cofradía, en la reunión anual que solía coincidir con la fiesta del santo
titular, se convertían en administradores de sus riquezas, dando lugar, a ve¬
ces, a conflictos que les apartaban de sus fines primarios: fomento del culto
y previsión social. También en torno de las parroquias surgieron otras ins¬
tituciones de caridad, como hospitales y «platos» destinados a los pobres
vergonzantes.
Las Órdenes mendicantes (la gran novedad del siglo xm): franciscanos,
dominicos y carmelitas, especialmente protegidas por los monarcas, se su¬
maron al monacato tradicional de raíz benedictina o cisterciense, prospera¬
ron en torno de los núcleos urbanos y contribuyeron eficazmente a la
instrucción del pueblo y a la represión de supersticiones y herejías, contan¬
do para ello con el tribunal de la Inquisición que la corona catalano-
aragonesa puso bajo su cuidado. También los conventos de estas Órdenes
acogieron cofradías en sus templos, y fomentaron el espíritu asociativo del
artesanado urbano. El derecho canónico, del cual fue notable exponente
el dominico San Raimundo de Penyafort, suavizó diversas prácticas al uso
e informó, de acuerdo con el espíritu de la Iglesia, las relaciones y celebra¬
ciones de la familia cristiana.

Un SEÑORÍO ECLESIÁSTICO: EL DE LA CATEDRAL DE TOLEDO

La importancia económica de la sede toledana en el siglo xv, queda pues¬


ta de manifiesto en la distribución de sus diezmos eclesiásticos por territo¬
rios que engloban las actuales provincias de Toledo, Madrid, Ciudad Real,
y parte de Guadalajara, Albacete, Cáceres y Badajoz. Al realizar su estudio
María Luisa Guadalupe en 1972, a través del Becerro copiado en 1571 y
conservado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, fue desgranando
los sucesivos arciprestazgos de la archidiócesis, con sus correspondientes igle¬
sias parroquiales, los clérigos de éstas y sus beneficios, así como los bienes
arrendados por la mesa arzobispal, las restantes iglesias, el reparto de los
diezmos entre los beneficiados, la obra de la iglesia, el arzobispo, los canó¬
nigos toledanos, el arcediano correspondiente y el monarca.
Los servidores de las iglesias de la ciudad de Toledo, por ejemplo, reci¬
bían el 66,66 por 100 de los diezmos de pan y vino, pero el reparto entre
los clérigos de la ciudad era muy desigual, pues si bien algunos curas perci¬
bían, en efecto, ese 66,66 por 100, otros obtenían sólo la mitad (33 por 100)
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 505

y otros la décima parte (6 por 100). En general, entre el cura y cada uno
de los beneficiados de una misma iglesia urbana de Toledo no solía haber
diferencias proporcionales en el reparto de los diezmos de dicha iglesia, pero
sí entre los de una iglesia y los de otra. A los canónigos toledanos corres¬
pondía el 15 por 100 del diezmo, pero a su vez también las diferencias en
la distribución eran grandes.
Existía una norma para el reparto de los diezmos de pan y vino de la
archidiócesis, que era la siguiente, según dedujo José Luis Martín: corres¬
pondía a los servidores de la iglesia el 33,33 por 100; a la obra de la fábrica
del templo el 11,11 por 100; al arzobispo de Toledo el 20 por 100; al arce¬
diano, el 3,33 por 100; a los canónigos toledanos el 10 por 100, y al monar¬
ca el 22,22 por 100 restante. Pero hubo variaciones muy sustanciales en dicha
norma, ya en beneficio de unos, ya en perjuicio de otros, hallándose por
completo en olvido la norma canónica, estipulada en el siglo XI y en algu¬
nos casos con anterioridad a él, según la cual se harían tres partes equiva¬
lentes de las rentas de cada iglesia, correspondiendo una a los clérigos que
la servían, otra a la obra o fábrica del templo, y la tercera al obispo.
También debían pagar diezmos el ganado y sus frutos (ej. queso o lana),
las frutas y hortalizas, colmenas (miel, cera, enjambres), lino y cáñamo,
aceite, ofreciendo los sistemas de reparto numerosas variantes derivadas bá¬
sicamente de la norma antes mencionada. El hecho de que el papa hubiese
concedido esporádicamente al rey, en general por un período de tres años,
un tercio de los diezmos correspondientes a los servidores y a la obra de
fábrica (o sea, los 2/9 del total, 22,22 por 100), con destino a la cruzada
contra el islam, había permitido a los monarcas hacer las concesiones
temporales definitivas, a juzgar por el texto del Becerro, aprovechando su
importe para paliar el carácter deficitario de la Hacienda real. Pero la dis¬
minución de la renta de los servidores no pudo ser mantenida y hubo que
hacer una redistribución de los diezmos que, conservando el 33,33 por 100
para los servidores y también para el arzobispo, redujera la parte corres¬
pondiente a obras al 11,11 por 100 y dejara para el rey el 22,22 por 100
restante. En perjuicio, indudablemente, de los edificios eclesiásticos. Al re¬
nunciar el arzobispo, a su vez, a una parte de sus derechos en beneficio de
los canónigos (el 10 por 100) y del arcediano (3,33 por 100), quedaba fijada
la norma a que antes nos hemos referido.
De esta norma, que luego iría sufriendo variaciones, quedaba excluida
la ciudad de Toledo, puesto que Alfonso VI, en 1085, había renunciado a
tener participación en sus diezmos, y sus sucesores mantuvieron su misma
actitud, pero no en el resto del arzobispado toledano, como hemos apunta¬
do. Aparte de los diezmos de pan y vino que debían pagar los laicos, el diez¬
mo de coronados o de clérigos se distribuía en la ciudad entre los servidores
506 MANUEL RIU RIU

de cada iglesia (66,66 por 100) y el arcediano (33,33 por 100); y el diezmo
de excusados de las iglesias, entre los servidores (66,66 por 100) y la obra
(33,33 por 100), que veía de este modo compensada la precariedad de los
fondos que se destinaban a la construcción y reparación de los edificios.
Las iglesias de las Órdenes militares tenían también sus propias normas
en la distribución de los diezmos. Los dos tercios de los mismos quedaban
siempre para la Orden, y el tercio restante se distribuía entre el arzobispo,
los canónigos, el arcediano y la obra de la iglesia catedral de Toledo. Pero
hubo conflictos entre ios arzobispos y los santiaguistas, los calatravos y los
hospitalarios, porque las tres Órdenes, invocando la exención del pago de
diezmos al clero secular obtenida por bulas pontificias, se negaban a veces
a hacer entrega de la tercia episcopal. El pleito quedó zanjado en 1224 en
el sentido que antes hemos anotado, pero todavía hubo nuevas querellas
en 1231-1243 y en 1491, resueltas de igual modo: un tercio de los diezmos
para el arzobispo y las dignidades toledanas, y los dos tercios restantes para
la Orden, comprendiendo los servidores por ella puestos en sus iglesias y
el cuidado de los edificios.
A los diezmos habría que añadir el estudio de las primicias para poder
hacerse cargo de sus valores relativos. Baste indicar, no obstante, que en
1449, según María Luisa Guadalupe, los ingresos de la iglesia toledana as¬
cendieron a 1.224.273,5 maravedíes y 53 dineros, suma a la que habría que
añadir el valor de las rentas cobradas en especies: trigo, cebada, centeno,
avena, sal y gallinas. En total: 207 cahíces de trigo, 195 de cebada, 14 de
centeno, 5 de avena, 21 de sal y 3.315 gallinas.
Valga el ejemplo del señorío de la mitra de Toledo por todos los seño¬
ríos eclesiásticos de los reinos hispánicos, de muchos de los cuales no po¬
seemos todavía estudios monográficos y, mucho menos, una visión de
conjunto que permita conocer su fuerza en relación con los señoríos nobi¬
liarios laicos y con el patrimonio real.

La mujer y la religiosidad popular

La situación y papel desempeñados por la mujer en la sociedad de los


reinos cristianos durante la Edad Media tan sólo en los últimos años ha em¬
pezado a estudiarse. Ya sea utilizando como punto esencial de análisis las
fuentes literarias, ya sea las actas conciliares u otros testimonios legislati¬
vos, ya los documentos en los cuales aparece la mujer como actuante o como
testigo. Pero tampoco existe todavía ninguna síntesis válida. Los libros de
Curia o Cort y los sermones de los clérigos y frailes podrían contribuir asi¬
mismo al conocimiento de la mentalidad religiosa femenina.
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 507

Las pervivencias del paganismo, el apego por un ritual familiar de tra¬


dición precristiana, los atisbos de herejía, los conjuros mágicos, los sortile¬
gios, los encantamientos o las manifestaciones de brujería, propios de una
etapa de crisis espiritual o de contestación de la fe, no aparecen apenas re¬
gistrados en la legislación conciliar. Cierto que en la religiosidad popular
existe una carga de primitivismo, de creencias transmitidas oralmente de ma¬
dres a hijas y de abuelas a nietas, perpetuando costumbres ancestrales que
constituyen testimonios, esporádicamente escritos, de una mentalidad reli¬
giosa que no parece oponerse, por lo común, a la fe ortodoxa de la Iglesia,
sino, en cualquier caso, ser un complemento, necesario para las almas sen¬
cillas, de la ortodoxia. Estas prácticas religiosas populares, más inspiradas
por la sensibilidad que por el pensamiento, constituyen un leflejo de los
sentimientos íntimos, mucho más que de la mente.
La piedad de los laicos y sus manifestaciones sólo son reprobadas cuan¬
do sobrepasan ciertos límites. En los siglos XIII y xiv en Castilla, por ejem¬
plo, se reprueba, en repetidas ocasiones, la presencia de plañideras a sueldo
en los cortejos fúnebres. Si un concilio de Toledo, en 1323, muestra su re¬
probación por la presencia de plañideras en los entierros, no es porque re¬
crimine el llorar a los muertos, expresión de un sentimiento de piedad muy
humano, sino porque estas plañideras iban por la calle y en la misma iglesia
«ahullando y dando horribles gritos», de modo semejante «a los ritos de
los gentiles», y llegaban a arrancarse el cabello o arañarse el rostro.
Aunque en algunos casos, como en el concilio de León de 1135, se había
impuesto la pena de muerte a las brujas y hechiceras, por lo común la Edad
Media no fue tan drástica como lo fue el Renacimiento con ellas, sino que
sorteras y adivinas, que administraban pócimas para propiciar el amor o
recuperar la salud, podían ser toleradas y aun, hallándose en peligro de muer¬
te, recibir los sacramentos, mediado el siglo xm y en el xiv. La dedicación
de los inquisidores y de sus informantes a la caza de brujas fue mucho más
propia del siglo xvi que de los anteriores, aunque, en general, se suele iden¬
tificar, erróneamente, con la Edad Media.
En cambio en los sínodos, al lado de prohibiciones como las de trazar
círculos en el suelo y hablar con los demonios, se hallan abundantes refe¬
rencias a las bodas irregulares, la costumbre «antigua e inmemorial» de que
los casados tuvieran mancebas públicas en sus casas o fuera de ellas y que
casadas vivieran amancebadas con otros. El sínodo de Jaén de 1492, por
ejemplo, estudiado por José Rodríguez Molina, prohíbe que se celebren dan¬
zas, bailes, juegos y representaciones deshonestas, así como el beber y el
comer en el interior del templo, o la venta de piezas de caza y pescado, en
ocasión de celebraciones como las fiestas de congregaciones y cofradías o
el ir las mujeres de noche a la iglesia.
508 MANUEL RIU RIU

Universidades y escuelas de la corona de Castilla

Paralelamente a la creación de las municipalidades (Universidades con¬


cejiles) aparecen, obedeciendo a las mismas ideas asociacionistas, los Estu¬
dios Generales o Universidades de Maestros y Escolares. Una primera
universidad surge en Palencia, entre 1208 y 1212, bajo el patrocinio del obis¬
po Tello Téllez de Meneses y con el beneplácito de Alfonso VIII, pero su
vida fue corta. Le siguió la de Salamanca, creada en tiempo de Alfonso IX
de León, a la que otorgaron nuevos privilegios Alfonso X el Sabio en 1254
y el papa Alejandro IV, con lo cual, a principios del siglo XIV, había naci¬
do ya una de las cuatro universidades más importantes de Europa. Fundó
también Alfonso X el Estudio General de Valladolid, secundando el deseo
del municipio y el papa Clemente VI, en 1346, la confirmó.
En Salamanca se enseñaban las siete artes liberales, el derecho, la medi¬
cina (o física) y la teología, fuente de todo saber. Las enseñanzas de filoso¬
fía se subdividieron (1411) en cuatro cátedras: lógica vieja, lógica nueva,
filosofía natural y filosofía moral. La Facultad de Artes era la preparatoria
y otorgaba los grados de bachiller y maestro. En diversas ciudades existie¬
ron colegios-residencias de estudiantes, como en Salamanca y en Oviedo,
y además en la ciudad italiana de Bolonia hubo el colegio (hoy Colegio de
España) fundado por el cardenal Gil de Albornoz en 1364, para estudiantes
españoles.
Existían, además de las universidades, escuelas (estudios) de latín y de
árabe, como las de Sevilla, creadas por Alfonso X, escuelas de lenguas orien¬
tales en diversos conventos de dominicos, desde mediados del siglo xm, y
varias escuelas para clérigos en las iglesias, catedrales y monasterios. Es¬
cuelas especiales para mudéjares y judíos junto a las correspondientes mez¬
quitas y sinagogas. En la mayoría de estas escuelas solían explicarse las siete
artes liberales, insistiendo en la gramática y la retórica, y dedicándose a la
lectura y comentario de textos. Tardíamente los municipios subvenciona¬
ron también escuelas, pero de momento la enseñanza primaria quedaba muy
descuidada en la mayoría de núcleos urbanos por las autoridades munici¬
pales. Sancho IV se erigió en protector de la primera escuela de la villa de
Alcalá de Henares.
Con Alfonso X se había organizado en Toledo, a mediados del siglo xm,
la llamada «segunda escuela de traductores» en que se verificaban ya tra¬
ducciones al romance castellano, y no al latín, de obras árabes de medicina,
física, química, matemáticas, astrología, literatura, historia y filosofía. Se
tradujo en ella el Corán, apólogos morales como Poridad de Poridades, Ca¬
lila e Dimna y Bocados de Oro. Se redacta la Grande e General Estoria con
el deseo de romancear la historia universal. El alfaquí Yehuda el Coheneso
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 509

traduce al romance castellano el Libro de las figuras de las estrellas fijas,


con la ayuda del canónigo de Sevilla Guillén Arremon. Rabigag de Toledo
escribe el Astrolabio redondo y llano y traduce la obra de Azarquiel: Trata¬
do de las Armiellas. Varios astrónomos notables, entre ellos Juan de Cre-
mona y Alvaro de Toledo, intervienen en la confección de las Tablas
Alfonsíes, y algunos naturalistas en el Lapidario, preciosa descripción de
piedras y gemas. En la labor de esta escuela halló Dante, a través de su maes¬
tro Latini, motivos de inspiración para su Divina Comedia.
A las actividades desarrolladas en Toledo es preciso añadir las de Sevi¬
lla, Burgos y la recién conquistada ciudad de Murcia. Del conjunto de cen¬
tros culturales inspirado y apoyado por Alfonso X el Sabio surge la lengua
castellana pulida, precisa y modernizada, apta para convertirse en vehículo
cultural y científico. En dichos centros se manifiesta un conocimiento de
la bibliografía existente a mediados del siglo XIII (desde Cicerón y Ovidio
hasta los autores más recientes, pasando por Orígenes, San Jerónimo, San
Agustín y San Isidoro de Sevilla, o por los gramáticos latinos como Donato
y Prisciano).
Más adelante, la tradición escolar continuaría. Alonso Chirino, médico
de Juan II, escribió el curioso Tratado de menor daño de medicina. El va¬
llisoletano Juan de Torquemada (1388-1468), educado en la escuela del con¬
vento de dominicos de Valladolid, fue personaje famoso de la Orden,
defensor de la autoridad pontificia en los concilios de Constanza y Basilea,
y a quien se considera el último de los grandes tomistas medievales. Alonso
de Madrigal (1401-1455), de la escuela salmantina, trató de rebatir las teo¬
rías de Torquemada y fue un fogoso polemista, además de teólogo de re¬
nombre.

Universidades y estudios en la corona de Aragón

En Aragón y en Cataluña los estudios de artes comenzaron más tarde


que en Castilla. No obstante, la tradición cultural de algunas catedrales lle¬
gaba de lejos, y aun así sus canónigos iban a estudiar a Lombardía o a Fran¬
cia: Montpellier y Tolosa principalmente, ciudades con las que les unían
vínculos ancestrales. El cabildo de Vic, en 1229 acordó que se diese la por¬
ción canonical durante tres años a los canónigos que deseasen ir a estudiar
a otros países, y ello tuvo continuidad en Vic, Urgel, Zaragoza y otras
catedrales, aun después de fundado por Jaime II el Estudi General de
Lérida en 1300, primer centro de rango universitario en la corona de
Aragón.
Durante los siglos Xiv y xv un buen contingente de estudiantes se des-
MANUEL RIU R1U
510

plazo a las universidades de la corona de Castilla o a Italia y a Francia para


perfeccionar sus estudios. En Zaragoza existía ya un estudio de artes a me¬
diados del siglo XIII y otro en Barcelona, por las mismas fechas (1268), cuyo
maestro era Juan Alfonso. En Barcelona hubo cátedras de gramática, en
la escuela de la catedral, desde el mismo siglo xiii, y también en Valencia
hubo escuelas de gramática y de lógica a partir de este siglo. En Zaragoza,
la escuela de artes ya existente fue confirmada por el papa Sixto IV (en 1474
y 1476), ampliándose poco después (1477).
Pedro IV el Ceremonioso fundó las universidades de Perpiñán (1350)
y de Huesca (1354). En Teruel y en Daroca, desde el siglo xiv, hubo asi¬
mismo estudios de artes. El concejo de Calatayud adquiría a principios del
siglo xv (1400) unas casas para establecer en ellas una escuela pública de
latinidad, y paralelamente a esta labor municipal en el cuidado de la ense¬
ñanza, los monarcas seguían creando nuevas universidades. Durante el rei¬
nado de Alfonso V el Magnánimo se crearon las de Gerona (1446), Barcelona
(1450) y Tarragona. La de Palma de Mallorca fue creada posteriormente
por Fernando el Católico (1483) a partir de la Escuela Luliana, regentada
por el mestre major en teología Pedro Daguí, autor de una notable Metafí¬
sica en que discutía ciertos postulados lulianos. Dicha escuela había recibi¬
do (1481) un legado testamentario de 100 libras anuales de Agnés de Quint,
y se trataba de ampliarla y convertirla en Studi General de totes sciéncies,
objetivo que lograron los jurats y el Gran Consell de Mallorca en 1499, «con
todos los privilegios y gracias del Estudi General de Leyda», ampliando las
cátedras de artes (gramática, lógica y filosofía) con las de teología y dere¬
cho. Rafel Torell y Jaume Morey fueron maestros de artes, en este estudio,
compitiendo con la escuela de la Trinidad o Miramar, en Valldemosa, re¬
gentada por el maestro parisino Bartomeu Caldentey y por Francesc Prats,
que en 1492 había estado a punto de convertirse en el ansiado Estudi Gene¬
ral del reino de Mallorca.
Entre los cargos que se establecían en las universidades no solían faltar
el de rector, asesorado por doce consejeros, elegidos todos ellos entre los
estudiantes, y los decanos o jefes de facultad. El cancelario o canciller, de
nombramiento real, encargado de la expedición de títulos, el bibliotecario
(o estacionario) y el bedel. El nombramiento y el pago de maestros o lecto¬
res solía corresponder a las autoridades municipales de la ciudad en que ra¬
dicaba el estudio, cifrándose el salario anual de un maestro, a mediados
del siglo xv, en torno de las 25 libras.
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 511

Historiografía en lengua castellana


DEL OCCIDENTE PENINSULAR

La Primera Crónica General y la General e Grand Estoria, compuestas


entre 1270 y 1284 bajo la dirección de Alfonso el Sabio, señalan el inicio
del período de crónicas escritas en lengua romance. Ambas obras, para las
cuales fueron utilizadas numerosas fuentes latinas y árabes, representaron
un notable avance historiográfico. La Primera es una Historia de España
que se inicia en el Génesis e incluye muchas leyendas. La segunda parte,
que abarca desde Pelayo hasta Fernando III, se estaba escribiendo en tiem¬
pos de Sancho IV, continuador de la obra de su padre. El relato es atracti¬
vo y en su confección se aprovecharon incluso fuentes poéticas. El arcediano
de Toledo Jofre de Loaysa escribió en castellano una continuación de la
Historia Gótica de Rodrigo Jiménez de Rada, de la cual sólo se conserva
una traducción latina debida a un canónigo de Córdoba, Armando de
Cremona.
De la Primera Crónica General extractó (1320-1322) el infante don Juan
Manuel la Crónica abreviada, y también de aquélla se hizo una refundición
en la llamada Segunda Crónica General o Crónica de 1344 que ampliaba
hasta esta fecha a la primera. Prosiguiendo la labor del rey sabio, Alfon¬
so XI mandó componer Las tres Crónicas de los reinados de Alfonso X,
Sancho IV y Fernando IV que se atribuyen a Fernán Sánchez de Vallado-
lid, consejero de Alfonso XI, a quien se asigna también la Crónica de Al¬
fonso XI. Carácter muy distinto, profundamente enraizado en la tradición,
tuvo el Poema de Alfonso XI, remedo de las canciones de gesta.
Hacia 1360 debió formarse la Crónica de veinte reyes, que describe los
reinados de Fruela II a Fernando III (924-1252). También en el reinado de
Fernando III concluye la Crónica de los reyes de Castilla, formada hacia
1370. Por aquel entonces debió componerse, asimismo, bajo la dirección
del aragonés Juan Fernández de Heredia, gran maestre de la Orden de Ro¬
das, la Grant crónica de Espanya y, poco después, la llamada Tercera Cró¬
nica General que venía a sumarse a la tradición alfonsina, hacia 1390. Con
el reinado de Alfonso XI concluye la Crónica de fray García Esguí, que con¬
tiene abundantes noticias de Navarra.
Prescindimos aquí de los numerosos anales que completan la historio¬
grafía de la época, de otras obras menos importantes de historia universal,
o de países extranjeros, de biografías, de historia local y de los historiado¬
res musulmanes (a algunos de los cuales nos referiremos al estudiar el reino
nazarí de Granada) para pasar a la obra del canciller de Castilla Pedro Ló¬
pez de Ayala (1332-1407), autor de las Crónicas de Pedro I, Enrique II,
Juan I y de los primeros años de Enrique III (1350-1395), escritas con rigor
MANUEL RIU RIU
512

e imparcialidad. Una crónica de Juan II, debida al parecer al judío conver¬


so burgalés Alvar García de Santa María, Juan de Mena, Pedro Carrillo
y alguno más, sigue esta serie de crónicas oficiales a la que se incorpora,
poco después, la Crónica del reinado de Enrique IV debida a Diego Enrí-
quez del Castillo (T1480), capellán y consejero del monarca.
En el siglo XV se verificaron muchas refundiciones y compilaciones. En¬
tre sus autores señalamos sólo al arcipreste de Talavera y a Alfonso de Car¬
tagena (T1456). También numerosas biografías y libros de viajes enriquecen
el período, como las Generaciones y semblanzas de un noble culto, Fernán
Pérez de Guzmán, o Los claros varones de España que Fernando del Pul¬
gar dedicó a Isabel la Católica.
Cabe aún señalar en Navarra la figura singular de Carlos de Aragón,
príncipe de Viana (1420-1461), que escribe una Crónica de los Reyes de Na¬
varra (1454) utilizando los documentos de la Cámara de Comptos.

Cultura literaria del occidente peninsular

Alrededor de Alfonso X el Sabio (1221-1284) se unen trovadores y ju¬


glares, y científicos y literatos cristianos, moros y judíos. Para los escritos
en prosa se utilizó ya la lengua romance, adoptada también por la cancille¬
ría con objeto de hacer más inteligibles sus documentos. Ya hemos visto
su labor en la escuela toledana. Para sus poesías, en Las Cantigas de Santa
María, prefirió este monarca utilizar el gallego. La prosa de Alfonso X se
ve perfeccionada por don Juan Manuel (1282-1348), autor del Libro de la
Caza (1325), Libro del Caballero et del Escudero en que imita una obra de
Ramón Llull, el Libro de los Estados, de los legos y de los clérigos, escrito
en forma dialogada entre un monarca y su hijo, un caballero que crió al
infante y un filósofo, y dedicado a su cuñado el arzobispo de Toledo don
Juan, hijo de Jaime de Aragón. Esta obra y El Conde Lucanor, libro de
apólogos de indudable influencia oriental, han hecho que se considerara a
don Juan Manuel el creador de la prosa didáctica en lengua castellana.
Contemporánea suya es la obra de Juan Ruiz, arcipreste de Hita
(1283-1350), cuyo Libro del Buen Amor narra con picaresca poesía las cos¬
tumbres populares de la época. Los Proverbios Morales del rabino Don Sem
Tob de Carrión, dedicados a Pedro I, cabe incluirlos dentro de la trayecto¬
ria didáctica y moralizadora de la época, así como el Rimado de Palacio
del canciller Pedro López de Ayala (1332-1407), a quien nos hemos referi¬
do también en la historiografía.
En el siglo XV a la influencia francesa de la época anterior se une la ita¬
liana, iniciándose una corriente prehumanística de notable calidad. El ga-
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-X1V) 513
514 MANUEL RIU RIU

laico o gallego y el leonés siguen utilizándose para la expresión poética en


el Cancionero de Baena (1445). En la corte literaria de Juan II brillan los
poetas Diego López de Mendoza, marqués de Santillana (1390-1458), autor
de la Comedieta de Ponza y del Doctrinal de Privados, y su amigo Juan
de Mena (1411-1456), poeta cordobés de alta escuela en El Laberinto de la
Fortuna o Las Trezientas. Contemporáneo de ambos, Alfonso Martínez de
Toledo (1398-1470?), arcipreste de Talavera, escribe una novela realista: el
Corbacho o Reprobación del amor mundano, precedente de la literatura
picaresca. La vena poética sarcástica halla su expresión en Las Coplas del
provincial, en las de Mingo Revulgo y las de ¡Ay panadera! Incomparables
son las Coplas a la muerte de su padre del noble poeta Jorge Manrique,
remedo de las coetáneas Danzas de la Muerte.
Entre los prosistas cabe citar además a Gutierre Díaz (13797-1450), que
escribe la novela de aventuras El Victoria/, y a Pero Tafur, viajero infatiga¬
ble, autor de las Andanzas e viajes por diversas partes del mundo, con sor¬
prendentes descripciones. Desde el siglo xiv se leían en Castilla las novelas
caballerescas del tipo del Amadís de Gaula, y gozaban de gran favor. La
sátira difamatoria se desarrolló durante el reinado de Enrique IV en cuyo
tiempo, sin embargo, escribieron también algunos poetas notables como los
dos Manrique y Álvarez Gato.

La cultura e historiografía en la corona de Aragón

Entre las figuras más características de la cultura de estos siglos en la


corona de Aragón cabe citar al mallorquín Ramón Llull (12357-1315), autor
de 486 tratados sobre filosofía, teología, ciencias, mística y poesía. Con el
propósito de la conversión de los infieles al cristianismo, Llull estudió len¬
guas orientales y creó el colegio de Miramar en Mallorca, destinado a este
fin, consiguiendo que gracias a su influencia el concilio de Vienne (1311)
se resolviera a crear cátedras de lenguas orientales en las universidades de
París, Lovaina y Salamanca. Ramón Llull señala el inicio de una fértil acti¬
vidad cultural en las tierras de habla catalana con Blanquerna, su novela
que fue muy pronto traducida al latín, al árabe y al castellano, y con sus
numerosas obras. Su sistema armónico y sus doctrinas, seguidas por nume¬
rosos discípulos, las enseñó en Barcelona Berenguer de Fluviá, con permiso
de Pedro IV (1369), y luego varios otros maestros lo hicieron en diversos
lugares.
Contemporáneo de Llull fue el valenciano Arnau de Vilanova (12387-
1311), autor de diversos tratados de medicina, y conocedor del árabe y del
hebreo, aprendidos en la escuela de lenguas orientales que los dominicos
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 515

poseían en su convento de Barcelona. Más analítico que Llull, Francesc Eixi-


menis (1327-1409) escribe una enciclopedia de filosofía moral, El Crestiá,
y un Libre de les Dones en el cual refiere las virtudes y vicios de las mujeres,
intentando neutralizar el efecto del Corvaccio del italiano Boccaccio (1355).
Jaime Roig, el poeta valenciano (T1478), volvería a insistir después sobre
el mismo tema, con no menor desenfado.
Además de la Crónica (1208-1276) de Jaime 1 el Conquistador, que ini¬
cia la historiografía en catalán en la corona de Aragón, con una participa¬
ción decisiva de los propios soberanos, aparecen en esta época otras tres
grandes crónicas. Bernat Desclot, autor de la Crónica (1276-1285) de Pe¬
dro III el Grande o Llibre del rei en Pere, es contemporáneo de la segunda
redacción de las Gesta Comitum Barcinonensium y de la ahora llamada Cró¬
nica navarro-aragonesa. Ramón Muntaner (1265-1336) escribe una Cróni¬
ca en que narra el período comprendido entre 1204 y 1327 y, con especial
detalle, las gestas de los almogávares en Oriente. Y Bernat Dez-Coll (T1391),
consejero de Pedro IV, con otros colaboradores: Arnau Torrelles, Tomás
Canyelles, Bernat Ramón Descavall y Ramón de Vilanova, son autores de
la Crónica de Pere el Ceremoniós, en cuya redacción es posible que partici¬
para el propio soberano, que tenía mucha afición a la historia, la alquimia
y la astrología y ordenó, además de la confección de la citada crónica, la
de la Crónica de San Juan de la Peña que alcanza hasta 1336, historia di¬
nástica de la cual existen versiones latina, catalana y aragonesa redactadas
entre 1336 y 1370. Editada con distintos títulos, parece que el que mejor
responde a su contenido es el de Cróniques deis reis d’Aragó e comtes de
Barcelona.
También Pedro IV hizo que Nicolás Capellanus tradujese el catalán las
Cróniques de Aragón e de Sicilia y que Jaume Domenech (TI386), inquisi¬
dor de Mallorca, tradujera algunos pasajes del Speculum Historíale de Vi¬
cente de Beauvais. Hizo asimismo compilar aquel soberano erudito el Libre
de les Ordinacions de la real casa de Aragó, teniendo por base las Liéis Pa-
latines de Jaime III de Mallorca, con lo cual nos proporcionó un valioso
testimonio de la organización de su casa y de la administración de sus
Estados.
La época de los trovadores y juglares estaba tocando a su fin. A media¬
dos del siglo XIII se manifestaba ya la decadencia de la lírica provenzal que
encontró todavía en el trovador Cerverí de Gerona un nótale representante.
La sustituyó la lírica catalana de la que Ramón Llull fue el primer cultiva¬
dor, en un estilo sencillo (trobar plan o leugier) que se hiciera comprensible
y popular. El inicio del petrarquismo aparecería en la poesía de Lorenzo
Mallol. Y notable poetisa fue también, al parecer, Constanza, mujer de Jai¬
me II de Mallorca. En el siglo XIV, los escritos didácticos (ensenyaments)
516 MANUEL RIU RIU

y la poesía narrativa se desarrollan junto a las traducciones de piezas litera¬


rias de otros países como el Breviari de amor, de Matfre Ermengau, y la
novela Román de Sept Savis.
Juan I fundó en Barcelona, en 1393, el consistorio de la Gaya Sciensa,
que luego protegió Martín el Humano. A la muerte de este monarca el con¬
sistorio se trasladó a Tortosa y con Fernando I volvió a Barcelona (1412),
funcionando desde entonces con la elección de jueces (mantenedors) y esta¬
bleciendo certámenes y recitales poéticos (els Jocs Floráis) el día de Pascua,
cuya organización y éxitos conocemos gracias a la actividad de Enrique de
Villena que, en su Arte de Trobar, realiza una curiosa descripción del cita¬
do consistorio y de su ceremonial. Esta poesía provenzal-catalana se vio asi¬
mismo favorecida en Castilla por Juan II (1406-1454), príncipe que poseía
también aficiones literarias, como la mayoría de los de su tiempo. Varias
Leyes de Amor, Artes poéticas y Diccionarios aparecieron a raíz del consis¬
torio. Y el mallorquín Anselm Turmeda (1398) escribió en Túnez, por en¬
tonces, obras versificadas que adquirieron gran difusión.
El prosista máximo de esta época es Bernat Metge (1350-1413), erudito
notable y político astuto que interviene en múltiples asuntos de gobierno
y compone obras como el Libre de Fortuna e Prudencia, la Historia de Val-
ter e de la pacient Griselda que señala el triunfo de la novela sentimental
sobre la novela de aventuras (1388) y El Somni, obra en que culmina su
erudición clásica y su evolución literaria.
A finales del siglo xiv y en los inicios del xv florece la familia de los
March: Pedro March, autor de la obra didáctica el Arnés del Cavaller; Ar-
nau March, a quien se debe la Cangó d’Amor, y Ausias March (1393-1459),
el gran poeta valenciano que, junto con otros dos grandes poetas, Jordi de
Sant Jordi y Andreu Febrer, tomó parte en la expedición a Cerdeña (1420).
Andreu Febrer tradujo la Divina Comedia de Dante al catalán (1428). En
todos ellos se nota la influencia de Italia, que junto con la de Francia e In¬
glaterra, repercute también en las famosas novelas caballerescas Tirant ¡o
Blanc (1460) de Joanot Martorell (1414-1468) y Curia! e Guelfa de autor
desconocido, que se incorporan a un género o tema presidido por los trata¬
dos de la Orden de Caballería debidos a Llull, Eiximenis, Pere Albert, Pere
Joan Ferrer y otros.
La escuela cartográfica catalano-mallorquina fue especialmente conoci¬
da en los siglos XIV y xv por la calidad de sus trabajos. En ella sobresalie¬
ron cartógrafos como Dulcet y los Cresques, en particular Abraham
Cresques, autor de la Carta de 1375, en que se incluyen las islas Canarias,
y los territorios del Río de Oro y el Senegal que acreditan los conocimientos
adquiridos por los navegantes mallorquines. En el siglo xv se confeccio¬
nan otros muchos portulanos, entre ellos los de Maciá de Viladestes, Ga-
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 517

briel de Vallseca y Pedro Rossell. A finales de dicho siglo destaca el cos¬


mógrafo Jaume Ferrer de Blanes, que contribuyó con sus conocimientos
astronómicos a fijar la línea divisoria entre las posesiones de Portugal
y de España adoptada en el Tratado de Tordesillas (1494).

El estilo gótico en los reinos hispánicos

Desde comienzos del siglo xm se introduce el estilo gótico en la arqui¬


tectura, con una notable influencia del arte monástico cisterciense que per¬
duraría a lo largo de dicho siglo. Con el nuevo estilo se generaliza la bóveda
de crucería, se acentúa el carácter articulado de los elementos de soporte
y cierre, y se elevan las líneas armoniosamente buscando la luz. El uso del
arco apuntado u ojival, los contrafuertes, las ventanas estilizadas, la agili¬
dad de los muros, los arbotantes simples y dobles que nexan las paredes
exteriores, las cubiertas mediante terrazas ligeramente inclinadas de gran¬
des losas rectangulares unidas por fuerte argamasa, o fachadas más altas
que la cubierta con esbeltos campanarios de silueta armoniosa, son otras
tantas características del gótico. El gusto por la proporción, el sentido del
espacio, la ornamentación floral y figurativa estilizada se suman a estas ca¬
racterísticas. En el siglo xiv le va a caracterizar el «gusto real» que A. Ci-
rici ha contrapuesto al «gusto de la burguesía ascendente» que se impondría
en el siglo siguiente. El gótico catalán se extenderá a Sicilia, Nápoles, Cer-
deña y Grecia, pero en cambio el antiguo reino de Aragón permanece fiel
más tiempo a las tradiciones románicas artificiosas y al mudejarismo que
impone el uso del ladrillo.
Los templos de una nave son los más típicos del gótico catalán. La nave
única de la catedral de Gerona, proyectada en 1360, llegaría a tener 22,80
metros de anchura, figurando entre las más amplias del mundo. Pero hay
asimismo templos de tres naves, con ábsides espectaculares por sus combi¬
naciones de luz y de volúmenes. En el siglo xm el estilo gótico, estilo de
importación, llega a su apogeo en la Península. En el XIV conserva aún su
vigencia pero acepta la mezcla de elementos mudéjares y, mientras que en
el siglo XV seguirá, influido por estos elementos típicamente hispánicos,
adoptando nuevas formas, aparecen artistas extranjeros que imponen en el
occidente peninsular un arte de fastuosa ornamentación, si bien de técnica
constructiva decadente.
Muchas obras del gótico son debidas a artistas extranjeros que trabajan
en España. Los artífices indígenas suelen hacer obras más recias y sacrifi¬
can a menudo la belleza a la expresión. En el grupo castellano-leonés las
catedrales de Toledo, Burgos (cuyas famosas torres se deben al maestro Juan
MANUEL RIU RIU
518

de Colonia, 1458) y León, la Pulchra Leonina en que colaboran Guillén de


Rohan, arquitecto francés, y Juan Pérez (TI296), pertenecen al primer pe¬
ríodo (siglo xm), y las de Plasencia y Santander, más robustas y menos de¬
coradas, al segundo (siglo XIV). En el grupo andaluz, la catedral de Sevilla
al primero, y al segundo numerosas iglesias de menor categoría. En el gru¬
po catalán las catedrales de Tarragona y Lérida pertenecen aún a la época
de transición, la de Barcelona (1298-1420), inspirada en la de Narbona, se¬
ñala ya el comienzo del apogeo del gótico que, en el siglo XIV, ofrece entre
otras las catedrales de Gerona, Palma de Mallorca (1306-1601), Manresa
y Tortosa (1347-1441), y las basílicas de Santa María del Mar (1329-1383),
San Justo y Santa María del Pí (1332-1415) en Barcelona, de amplia nave
con numerosas capillas laterales las dos últimas y de tres naves la primera.
Los rosetones circulares con vitrales multicolores completarán la ornamen¬
tación de las fachadas.
En el siglo xv el gótico catalán se caracteriza por la sobriedad ornamen¬
tal frente a la riqueza del castellano. Con todo, cuenta con muestras tan
bellas como la capilla de San Jorge, en el palacio de la Diputación de Bar¬
celona (hoy palacio de la Generalitat), perteneciente ya al flamígero. En el
grupo aragonés se mezclan las influencias francesa y catalana en catedrales
como la de Tarazona. En Aragón, sin embargo, el apogeo es tardío puesto
que no alcanza a producirse hasta el siglo XVI y todavía con muchos ele¬
mentos mudéjares.
Las murallas almenadas de villas y ciudades, con sus torreones de plan¬
ta cuadrada o cilindrica y su camino de ronda, en los siglos XIII y Xiv esta¬
blecen cinturones pétreos que acogen barrios mercantiles y artesanos, con
puertas flanqueadas por torres gemelas, la aparición del talud ante los fo¬
sos, etc. Los ejemplos abundan. Baste señalar los conjuntos de Vilafranca
de Conflent, Perpiñán, Gerona, País, Peratallada, Tossa, Hostalric, Mont-
blanc, Morella, etc. Los envigados sobre arcos diafragma que dan lugar a
cubiertas de dos aguas, permiten realizar amplias naves abaratando el cos¬
to; por ello son ideales para las iglesias de franciscanos, dominicos y car¬
melitas, para hospitales, lonjas, atarazanas como las de Barcelona (1255...),
y otros edificios públicos; así se cubren lonjas como la de Tortosa
(1368-1373), la de Castelló de Empúries, la de Barcelona (1380-1392) y la
de Perpiñán (1396). En cambio, se hallan cubiertas con bóveda de crucería
las lonjas de Palma de Mallorca (1426) y de Valencia, ambas ya del siglo xv.
La cubierta a dos vertientes sobre arcos diafragma seguirá, sin embargo,
en edificios tan notables como el hospital barcelonés de la Santa Cruz (1401)
o la capilla real de Santa Águeda, en el Palacio Real Mayor de la misma
ciudad.
pn la arquitectura militar cabría citar numerosos castillos como el de
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 519

la Mota, el de Coca, erigido por el arzobispo de Sevilla don Alonso de Fon-


seca (T1473), y el de Simancas, en el grupo castellano-leonés, y los de Tafa-
11a (1413) y Olite (1419) en Navarra, debidos al arquitecto Senén Lazcano.
El de Bellver, en Mallorca, de planta circular, es excepcional. La mayoría,
contemplados desde el exterior, constituyen todavía una masa pétrea. Los
reyes de Aragón además de los dos palacios de Barcelona y los de Zaragoza
y Valencia, tuvieron también otros en varias ciudades. Jaime II ordenaba
la construcción (1306) de un palacio en Ejea de los Caballeros, concluido
en tiempos de Alfonso IV.
Para vivienda se prefiere ahora la construcción en torno de un patio cen¬
tral porticado, con torreones angulares y con ventanas al exterior en los pi¬
sos altos, e incluso galerías abiertas bajo tejado. A imitación de los patios
monumentales de los castillos (como el Palacio de los Reyes de Mallorca
de Perpiñán) y de los grandes claustros catedralicios, monasteriales y con¬
ventuales (Vic, Lérida, Barcelona...), aparecen en los palacetes urbanos las
escalinatas con barandas macizas o caladas, y los patios con pozo de brocal
ricamente ornamentado. Las puertas de medio punto adoveladas suelen cen¬
trar la fachada, y en la planta principal no suelen faltar las ventanas trífo-
ras. Buenos ejemplos de edificios góticos pueden ser los de la Pía Almoina
de Gerona o de Barcelona, o el más pequeño de Palma con su balcón corri¬
do. La proporcionalidad y el aprovechamiento del espacio interior y la si¬
metría de los espacios exteriores, a la búsqueda de la unidad armoniosa y
del equilibrio agilizado, son características también de las casas góticas. Aun¬
que éstas no puedan poseer salas tan espaciosas como la del Consell de Cent
barcelonés (1373), en el Ayuntamiento gótico, o como la sala llamada del
Tinell, encargada por Pedro el Ceremonioso a Guillem Carbonell en 1359
para su mejor palacio de Barcelona. La línea conopial, en cambio, en puer¬
tas y ventanas, desarrollada desde el siglo xiv, va a ser la base del gótico
flamígero e imprime nueva agilidad a los bloques de piedra.
Las nuevas villas de planta rectangular son ejemplo de la planificación
urbanística del siglo xiv, como Vila-real, cerca de Castellón de la Plana,
o como Aigues-mortes en el mediodía francés. Este urbanismo no olvida
tampoco las fuentes públicas en lugares estratégicos de los núcleos urba¬
nos, o las grandes cloacas para el desagüe de las aguas residuales.
La escultura gótica se manifiesta especialmente en las portadas, en los
numerosos sarcófagos con estatuas yacentes (tales como los sarcófagos rea¬
les del monasterio burgalés de Las Huelgas, en los de la catedral de Burgos
o en los del monasterio de Poblet, reconstruidos), en los altares en relieve
de piedra o de alabastro (Tortosa, Olot, Santa Coloma de Queralt...), en
imágenes exentas de gran belleza, como las de la Virgen con el Niño...
Y en múltiples obras como las de Pere Joan de Vallfogona para Zaragoza
520 MANUEL RIU RIU

(hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York), las terracotas de Lorenzo


Mercadante en Sevilla, etc., para no mencionar las tallas esculpidas de al¬
gunas sillerías de coro, o las pequeñas cabezas cinceladas en algunos capite¬
les, las gárgolas de templos y palacios, o las tallas del mobiliario.
Igualmente la pintura cuenta con valiosísimas obras, en su mayor parte
de carácter religioso, que no podemos ni siquiera mencionar. En relación
estrecha con la pintura de Giotto, el tríptico de San Vicente de Estopiñán
puede que sea una de las muestras más felices de mediados del siglo xiv.
Ferrer Basa pinta y decora el monasterio barcelonés de Pedralbes, con in¬
fluencia sienesa, hacia las mismas fechas (1345-1346). Los tres hermanos
Serra: Jaime, Juan y Pedro, extendieron por tierras catalanas, poco des¬
pués, el arte de Siena, con su manera peculiar, sobresaliendo Pedro en el
retablo del Espíritu Santo, de Manresa. El pintor más activo de finales del
siglo XIV y principios del XV es Luis Borrassá, discípulo de Pedro Serra,
a quien se debe, entre otros el de Sant Lloren? de Morunys.
En España los fondos dorados perduran mucho tiempo en contraste con
el naturalismo de las figuras que dichos fondos enmarcan, de modo que
no es raro encontrarlos todavía en esta época. Con Borrassá trabaja un es¬
clavo: Lucas, de origen oriental. Las distintas escuelas: navarra, aragone¬
sa, catalana, mallorquína y valenciana tienen sus características propias en
los estofados, fondos, colores, trazo, etc. En la primera mitad del siglo xv
la escuela valenciana consigue notable esplendor, iniciado ya con la Trans¬
figuración de Cristo de Sanchis y Sivera, en la sacristía de la catedral del
Turia. Uno de los discípulos de Luis Dalmau pinta entonces las puertas del
órgano de la Seo de Urgel con un gran realismo. Y se inicia la época de
Jaime Huguet (T1492) y de Pablo Vergós (1*1494), ambos pintores de gran
actividad y notable calidad, junto con Bartolomé Bermejo, cordobés activo
en tierras levantinas y catalanas entre 1474 y 1498 a quien se debieron, en¬
tre otras obras valiosas, la Piedad del arcediano Desplá, de Barcelona, y
la Santa Faz, de Vic. Todos ellos entre otros pintores realistas de la segun¬
da mitad del siglo xv.
La miniatura llegó también a gran perfección y los miniaturistas fueron
numerosos en los siglos xiv y xv, conservándose códices miniados de alta
calidad artística y de notable valor documental, en particular Libros de Ho¬
ras. También las artes menores: dípticos de marfil, crucifijos, mobiliario
(sillerías de coro, arquetas...), relicarios, coronas, custodias y ostensorios,
e incluso altares de oro y plata, imágenes de santos, incensarios, frontales
decorados con esmaltes y gruesas perlas, etc., acreditan la calidad de los
orfebres hispanos de la época gótica. Algunas piezas son de una finura de
líneas y perfección técnica extraordinarias. Junto a ellas cabe recordar, asi¬
mismo, las obras ejecutadas en hierro forjado: candelabros, rejas, etc., que
ESPIRITUALIDAD, CULTURA Y ARTE (SIGLOS XIII-XIV) 521

señalan los avances de la forja en el levante y norte peninsular; los bellos


bordados en ornamentos litúrgicos: antipendios, casullas, capas, pendones,
etcétera, y la belleza y suntuosidad de la cerámica decorada en la que destacan
los productos de Manises, exportados por toda la cuenca del Mediterráneo
y por los países del Atlántico Norte y del mar del Norte desde el siglo xiv,
mientras la producción de Paterna tenderá a abastecer los mercados penin¬
sulares. Las cerámicas populares grises que tuvieron de los siglos XI al xm
su época de máxima expansión, van siendo reemplazadas por productos de
pastas claras con vidrios verdosos y castaños. Con ellos se elaboraban boti¬
jos, cántaros, cantimploras, lebrillos y otros enseres de uso cotidiano.
*
B) LA ESPAÑA ISLÁMICA

22. EL REINO NAZARÍ DE GRANADA

Formación del último reino islámico español:

EL REINO NAZARÍ DE GRANADA

Después de la derrota de las Navas de Tolosa (1212), el imperio almoha-


de afroespañol experimentó una grave crisis de autoridad y surgieron en el
territorio de al-Andalus, hasta entonces dominado por los almohades, las
nuevas taifas. Desconcierto, pérdidas humanas, intereses locales, influye¬
ron en la pérdida de la unidad territorial que, con dificultad, habían logra¬
do los almohades. El califa Muhammad ibn Yacub, al-Nasir, vuelto al norte
de África, fallecía poco después en Marraquex (1213), abrumado por su des¬
gracia. También Alfonso VIII murió unos meses más tarde (6 de octubre
de 1214). Dos niños entraban a reinar en Castilla y en Marruecos: Enrique I
y Yusuf II (1213-1224). En el norte de África, los Banu Marín o benimeri-
nes, hostiles a los almohades, supieron aprovechar la situación extendiendo
su dominio sobre la campiña, en tanto que los portugueses, con ayuda de
cruzados alemanes, rendían la plaza de Alcacer do Sal (1217). Los goberna¬
dores almohades de al-Andalus se hallaban enfrascados en luchas rivales,
en tanto que en Sevilla, la capital hispánica del Imperio musulmán, se esta¬
ba construyendo la Torre del Oro.
Al morir Yusuf II (4 de enero de 1224) le sucedió su tío abuelo Abd al-
Wahid al-Majlu, destronado a los pocos meses por los jeques, cuando en
Murcia se había sublevado contra su autoridad su sobrino Abd Allah
524 MANUEL RIU R1U

REYES MAZARÍES DE GRANADA

Q Muhammad I (1232-1273)

(T) Muhammad II (1273-1302)


I-
(T) Muhammad 111(1302-1309) (7)Nasr (1309 -1314) Fétlma

~ 1
f5) Ismall I (1314-1325)

(T) Muhammad IV (1325-1333) (7) Yusul I (1333-1354)


Batalla del Salado (1340)
I

fe) Muhammad V j 1354-1359


1362 1391
JÓ Ismall II (1359-1360)

Uo) Muhammad VI, el Rey Bermejo (1360-1362)


alanceado por Pedro I el Cruel

@ YuÍi II (1391-1392)

<3> MuÍammad Vil (1392 1408) (Í3) Yusul III (1408-1417)

(15) primo? tío? hijo?


© Muhammad VIII
al-Sagu(s(el Chico)
(1417-1419)
—c Muhammad IX -
al-Aysar (el Zurdo)
(1419-1427)
(1429-1431)
(1427-1429)
(1432-1445)

© Muhammad X
b Uthmán = el Cojo ^ I
(1448-1453)
fe) Yusuf IV ben al-Mawi (1431-1432)
(1445-1448)
-_T (Ít) Yusuff V
Vibn Ahmad
^ 1 (1145-14
1446 y 1462)
n Abú Nasr Sad [= Sidi Sad)
(20) Ciriza
Hg) Muhammad XI = Fátima
= ibn Ismall = MuleyZald -► 1453-1465
(1450-1452)

I-
(21) Abú-l-Hassan'Alf (1464-1485) = Fátima
[ = Muley Hacén]

i
= Aixa Muhammad XIII
(P) Abú Abd Allah, el Zagal
(sublevado contra su sobrino)
(§) Muhammad XII desde 1485-1498)
Abú Abd Allah (1482-1492)
[ = Boabdil el Chico]

6 enero 1492 + 1527 en Fez


EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 525

(1224-1227), que logró apoderarse de Sevilla, fue proclamado Amir al-


Muminin y tomó el título de al-Adil. Sus tres hermanos, que gobernaban
Córdoba, Málaga y Granada, formaron causa común con él. Pero el go¬
bernador almohade de Sevilla, también llamado Abd Allah, al-Bayasí («el
de Baeza»), echado por al-Adil, buscó refugio en Baeza y apoyo en Fernan¬
do III el Santo para sublevarse contra al-Adil, hallando aliados en Levante.
Las Taifas de Murcia y de Baeza siguieron enfrentadas hasta que los cordo¬
beses partidarios de al-Adil alcanzaron y dieron muerte a al-Bayasí, en 1226,
cerca del castillo de Almodóvar. El califa al-Adil no tuvo mejor suerte en
sus luchas contra los sublevados de Marraquex, pereciendo estrangulado con
su propio turbante (1227), cuando su hermano Idris al-Mamún se había su¬
blevado en Sevilla y era reconocido primero en al-Andalus (1227-1232)
y muy pronto en Marruecos. Pero entonces hubo de enfrentarse con la
sublevación de al-Andalus, iniciada por Ibn Hud en Murcia, al presentar
a los almohades como cismáticos. Ibn Hud logró dominar el Levante (1228)
y someter Sevilla (1229) proclamándose Amir al-muslimin, en tanto que en
el África Menor se hacía independiente de al-Mamún, Abu Zakariya, elegi¬
do emir de Túnez (1230) y que al-Mamún veía reducidos sus dominios a
Marruecos perdiendo su crédito en al-Andalus. El imperio almohade se es¬
taba disgregando ya incluso en sus cimientos religiosos, puesto que al-
Mamún, educado en al-Andalus, optaba por la ortodoxia sunní, volviendo
a la escuela maliquí, e iniciaba las represiones contra los partidarios de Ibn
Tumart inspirador del credo almohade. En tales circunstancias, no es de
extrañar la sublevación contra al-Mamún de su propio hermano Abu Musa,
en Ceuta.
Muerto Idris al-Mamún de un acceso de ira (1232), al verse impotente
para reinstaurar su autoridad, fue reconocido sucesor suyo, en Sevilla, su
hijo Abd al-Wahid al-Rasid (1232-1242), que contaba sólo catorce años de
edad. La inteligencia de su madre Hababa, una esclava cristiana, y la fuer¬
za de 12.000 mercenarios cristianos al mando del caballero Sancho, acor¬
des con los consejeros almohades, le mantuvieron en el poder e incluso
pareció que se restablecería la unidad almohade en al-Andalus (1238), ad¬
hiriéndose a su autoridad Granada, Málaga y Jaén, después de la alevosa
muerte de Ibn Hud en Almería (1237). Pero los mercenarios cristianos eran
el único apoyo seguro de al-Rasid mientras los Banu Marín llegaban a do¬
minar el norte de Marruecos (1240). La muerte inesperada, al parecer de
una pulmonía, de al-Rasid, en diciembre de 1242, permitió el acceso al tro¬
no de su hermanastro Abu-l-Hasan Alí, al-Said (1242-1248), que halló a su
vez la muerte en las luchas internas de Marruecos.
Mientras tanto había tenido lugar en Arjona la proclamación real de Mu-
hammad ibn al-Ahmar, un príncipe de estirpe árabe, quien dominaría muy.
526 MANUEL RIU RIU
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 527

pronto Jaén, Granada y Écija, instaurando en España el último reino mu¬


sulmán, con capitalidad en Granada. Con él se iniciaba la dinastía nazarí,
rehaciendo a su favor la unidad de al-Andalus islámico, mientras los reinos
de Valencia y Murcia eran conquistados por las coronas de Aragón y de
Castilla.
La formación del reino musulmán de Granada, de unos 34.283 kilóme¬
tros cuadrados, surgida de los terceros reinos de Taifas, fue obra personal
de Muhammad I ibn al-Ahmar (el hijo del Rojo), de la familia de los Banu
Nasr, nasríes o nazaríes, señores del castillo de Arjona, en el distrito de Jaén.
Desde que, en 1238, los nobles granadinos, aprovechando la muerte de Ibn
Hud, se sublevaron contra su gobernador Utba ibn Yahya y juraron obe¬
diencia a Muhammad I (1238-1273), el reino nazarí de Granada, que se re¬
giría desde los palacios de la Alhambra, se vio centrado en torno de los
territorios de Granada, Málaga, Almería y Jaén, tras conquistas tan rele¬
vantes como las de Martos (1238) y de Almería (1247).
El nuevo reino quedaba protegido por los baluartes naturales de las mon¬
tañas sub-Béticas y Penibéticas (sierra de Grazalema, serranía de Ronda,
sierra de Alhama, Sierra Nevada, sierra de Gador, sierra de Lucena y sierra
de Estancias) y por una amplia frontera marítima que, desde Gibraltar has¬
ta la punta de Sarria, al norte del Almanzora, facilitaba la relación con los
países islámicos de la costa del norte de África y en particular con los mari-
níes (Banu Marín) de Marruecos, con los hafsíes de Túnez (desde 1230 in¬
dependientes) y con los ziyaníes de Argelia (asimismo independientes desde
1236). Los importantes puertos de Almería, Almuñécar y Málaga fueron
los principales promotores de estas relaciones. Recordemos, con Cristóbal
Torres, que el reino nazarí tuvo 648 kilómetros de frontera interior terres¬
tre, bien fortificada en el último tercio del siglo XIII, y 476 kilómetros de
costas, desde Pulpí hasta la Torre del Cuervo, asimismo fortificadas.
Muhammad I, hábil político, no podía dejar de ver cómo sucesivas cam¬
pañas de Fernando III, desde 1224, iban perfilando las fronteras meridiona¬
les de Castilla, que en 1240 ocupaba la serranía y tierras bajas del reino de
Córdoba, obtenía en 1244 el reino de Murcia y se apoderaba en 1245 de
Cartagena hasta alcanzar el Mediterráneo. De ahí que Muhammad I, vien¬
do que Fernando III estaba asediando Jaén (1246), optara por acudir a su
encuentro y, tras besarle la mano y declararse su vasallo, le hiciera entrega
de la ciudad (6 de febrero de 1246) y se comprometiera a pagar a Castilla
150.000 maravedíes anuales —cantidad equivalente, al parecer, a la mitad
de sus rentas—. Con este acto de vasallaje el rey nazarí se convertía en feu¬
datario de Castilla, se comprometía a acudir todos los años a la corte con
sus caballeros y asistir a la hueste en cuanto fuese requerido, aportando 500
caballeros al ejército castellano. Pero a la vez consolidaba su nuevo remo.
528 MANUEL RIU RIU

La supeditación de Granada a Castilla no tardó, sin embargo, en parecer


gravosa, dando lugar a conatos de rebeldía, en particular bajo Alfonso X.
El apoyo de los Banu Marín, los disidentes del norte de África que iban
consolidando sus posiciones en Marruecos frente a los almohades (hasta que
en 1269 instaurarían el imperio bereber en todo el territorio marroquí), apoyo
con el cual fue posible organizar en Granada el cuerpo de los zenetes magri-
bíes «voluntarios de la fe» (islámica), reforzando el potencial bélico de los
nazaríes, permitió a Muhammad I sostener la revuelta de los mudéjares de
Murcia y de la Andalucía occidental (1262), en cuyo poder cayeron, en po¬
cas semanas, más de 300 ciudades, villas y alquerías y castillos. La réplica
castellana, sin embargo, favoreció en 1264 la rebeldía de los gobernadores
militares o arráeces de Málaga, Comares y Guadix, celosos del favor dis¬
pensado a los zenetes magribíes, y obligó a Muhammad I a renovar el pacto
con Castilla (en Alcalá de Benzaide, 1265), cifrando ahora en 250.000 ma¬
ravedíes el tributo anual, y obligándose los nazaríes a prestar ayuda al rey
castellano contra quienes se le rebelaran. Esta política contemporizadora
permitió la permanencia en el reino nazarí de núcleos cristianos (como por
ejemplo los mozárabes de la Alpujarra y de otras zonas montañosas del te¬
rritorio) y de colonias mercantiles, como los genoveses que, desde 1264, lo¬
graron el monopolio de exportación de la fruta de Málaga y Almería a
Génova y Pisa. Pero la contemporización con cristianos y extranjeros dis¬
gustó a los Banu Asquilula, parientes del rey, que se sentían postergados
y dieron lugar a revueltas internas (1265-1273).
Por estas fechas había comenzado la emigración en masa de mudéjares
hacia el territorio nazarí, huyendo de Castilla (Andalucía occidental, incor¬
porada a Castilla), Murcia y Valencia, con la cual aumentó mucho la po¬
blación del reino de Granada, acaso hasta alcanzar los seis millones de
habitantes, como piensan algunos autores, e intensificando la explotación
de sus recursos económicos: agricultura, ganadería, minería e industria. Jun¬
to a los cultivos habituales de cereales (cebada en especial), leguminosas y
hortalizas, se incrementaban el cultivo del azafrán y de la caña de azúcar.
Aumentaba la extensión de los linares, cañamares y campos de algodón,
la plantación de frutales (granados, olivos, nogales, almendros, higueras,
avellanos y ciruelos), varias clases de vides (para la obtención de uvas pa¬
sas, no menos que para vinos), la morera, tan importante para la cría del
gusano de seda; el áloe y el quermes o cochinilla para la obtención del pol¬
vo de color de grana o escarlata. La cría de ganado ovino, vacuno, caballar
y mular. El arroyo de las Lanas, o el muladar de Archidona son testimo¬
nios de las actividades ganaderas de al-Andalus. Las minas de oro, plata,
plomo, hierro y mercurio se hallaban en plena actividad. Así como la ex¬
plotación de mármoles y jaspes, lapislázuli y marquesita. La industria na-
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 529
530 MANUEL RIU RIU

val se desarrolló en los astilleros de Almería. La industria sedera, la vidriera


y la de cerámica vidriada florecía en Málaga. La proliferación de molinos
hidráulicos y de almazaras se veía un poco por todas partes, empezando
a señalarse en los altozanos los molinos de viento. Otro punto clave de este
renacer económico que experimentó el reino nazarí en la segunda mitad del
siglo XIII fue la intensificación del comercio (oro, esclavos, marfil, sal) con
el norte de África, con centros económicos del Oriente arábigo-sirio (almiz¬
cle, alcanfor) y con los reinos de Aragón y de Castilla, a través de los cuales
se exportaban las sedas, vidrios y cerámicas, uvas pasas, azúcar de caña,
azafrán y cochinilla.
El territorio quedó dividido en tres provincias o coras (kuras), también
llamadas valiatos o amebas: Elvira, Rayya y Pechina, con capitalidad, res¬
pectivamente, en las ciudades de Granada, Málaga y Almería. Las provin¬
cias se subdividían en distritos menores llamados climas (aqalim) o
jurisdicciones (taas). Las ciudades tenían jurisdicción sobre su término o
alfoz (alhauces). Al lado de los núcleos urbanos principales, que presidían
los 33 climas, las fuentes señalan la existencia de 61 castillos y de más de
300 alquerías o aldeas. Además de la villa (borg) y del castillo (hisn), po¬
dían constituir núcleos de población la rábita o refugio de eremitas, el ribat
o convento fortificado y la zawiya o santuario. En zonas de población dis¬
persa cabe señalar el cortijo y la almunia como núcleos de habitación y ex¬
plotación familiar, esta última en las vegas o zonas regables. Se ha dicho
que los distritos de Málaga y Guadix, en torno de 1274, rentaban una terce¬
ra parte de los réditos de todo el reino, mas es dudoso que la renta real sólo
sumara 300.000 maravedíes al año.

El sultanato nazarí en el siglo xiv

La influencia norteafricana fue en aumento en Granada bajo Muham-


mad II al-Faquí (1273-1302), hijo y sucesor de Muhammad I, y bajo su he¬
redero Muhammad III al-Majlu (el destronado, 1302-1309), destronado en
efecto y sucedido por su primo Nasr (1309-1314), quien le permitió seguir
viviendo en Almuñécar, donde tuvieron su refugio no pocos miembros de
la familia reinante caídos en desgracia. Se dice que en su tiempo (1311) vi¬
vían en la ciudad de Granada, capital del reino según dijimos, 200.000 per¬
sonas, en su mayor parte descendientes de cristianos (muladíes). Los
embajadores de Jaime II que visitaron la ciudad estimaron en 50.000 el nú¬
mero de los renegados y en más de 30.000 los cautivos cristianos, en tanto
que los moros de raza eran sólo unos 500. Al exterior de los muros de la
Alcazaba, a manera de arrabal, como en otras ciudades, se había formado
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 531

un barrio: el Zenete, poblado por los zenetes magribíes mercenarios (unos


22.000) y miembros de la guardia personal de los nazaríes. En cambio la
población judía de la ciudad se ha cifrado sólo en unas 2.000 personas.
Destituido por su sobrino Ismail (1314-1325), Nasr hubo de refugiarse
en Guadix, donde siguió gobernando hasta su muerte (1323). Ismail proce¬
dió a fortificar la frontera terrestre con Castilla, protegiendo con una serie
de torreones, estratégicamente situados, las principales rutas de acceso al
interior del reino: la de Sevilla a Archidona y Loja, por Osuna; la de Cór¬
doba por Écija a Archidona; la de Martos, por Modín, a Granada; y la
de Lorca, por Guadix, a Granada, entre otras rutas menores. Y recuperó
Algeciras, Tarifa y Ronda, en poder hasta entonces de las guarniciones be-
nimerinas. Cuando el jeque mariní Abu Said Utmán (TI330) venció a los
infantes de Castilla, tutores de Alfonso XI, cerca de Sierra Elvira (1319),
Ismail pudo recuperar las fortalezas de Huéscar, Orce, Galera, Baza y Mar-
tos, consolidando la frontera terrestre. Por entonces consta que los sobera¬
nos nazaríes ya participaban en las ganancias comerciales en su calidad de
copropietarios de naves (cocas) y de mercancías, y utilizaban embajadores
judíos, en particular en sus relaciones con la corona de Aragón, vinculadas
a las rutas mercantiles del Mediterráneo occidental.
Dos hijos de Ismail se sucedieron en el trono nazarí: Muhammad IV
(1325-1333) y Yusuf I (1333-1354). Ambos eran menores de edad al subir
al trono y el primero, tras perder Ronda, Algeciras, Marbella y Gibraltar,
combatido por los cristianos y expoliado por los mariníes, pereció asesina¬
do. El segundo, Yusuf I el Sabio, educado por su abuela paterna Fátima
(TI347), realizó una importante labor cultural, fundando escuelas prima¬
rias y la universidad o madraza de Granada (1349), frente a la mezquita
mayor de la capital. Protector de sabios, como el polígrafo Ibn al-Jatib
(1313-1374) a quien se deben páginas admirables sobre la Granada de su
tiempo en la que llegó a ser primer ministro, el sultán Yusuf fue amante
del arte y nos legó monumentos de singular belleza, como la Puerta de la
Explanada o de la Justicia y el palacio de Comares en la Alhambra, con
el singular salón del Trono o de Embajadores.
Desde los días de Muhammad I, la Alhambra de Granada se había ido
convirtiendo en centro de una corte impresionante. El gobierno central lo
presidía un primer ministro o gran visir (hachib), de quien dependían las
autoridades civiles. En la capital residía el juez supremo del reino (qadi-l-
yamáa) y asesor-teólogo del rey. La cancillería real dependía directamente
del soberano, y su jefe (ra’is al-diwan al-insa) era responsable ante él de
los funcinarios encargados de la redacción y expedición de los documentos.
El ejército lo dirigía un príncipe africano: el maestre de los voluntarios de
la fe (sayj al-guzáa), jefe a la vez de granadinos y mariníes, aunque perdió
532 MANUEL RIU RIU

autoridad a raíz de la derrota del Salado, en 1340. A este jefe superior se


hallaban supeditados los jefes de los distritos militares. El jefe de la guarni¬
ción de la capital era el alcaide de Granada (qa’id Garnata).
La administración provincial del reino estaba encabezada por el gober¬
nador civil (wali) de cada provincia, que residía en la capital correspondiente.
A sus órdenes se hallaban: el cadí o juez provincial, el jatib o predicador,
el imam o director de la oración, el jefe de la policía (sahib al-surta) o jefe
de la ciudad (sahib al-madina), el jefe del mercado urbano (muhtasib) y los
jefes de los gremios (carifes).
Del mismo modo que su padre Ismail había fortificado la frontera te¬
rrestre, durante el reinado de Yusuf I, y bajo la dirección de su primer mi¬
nistro Abu-l-Nuaym Ridwan (ministro en los años 1329-1359) se procedió
a fortificar la frontera marítima, erigiéndose una serie de torres y atalayas
a lo largo de la costa. También se construyeron las murallas exteriores del
barrio granadino del Albaicín. El ejército se modernizó equipándose con
flechas y lanzas adquiridas en Francia (producidas en Burdeos) y con cora¬
zas fabricadas en Castilla (Burgos y Toledo eran los dos centros producto¬
res más activos). Después del desastre del Salado se temió una ofensiva
castellana de mayor envergadura, y no se trataba de temores infundados,
como hemos visto ya al examinar las campañas de Alfonso XI.
Ibn al-Jatib (Ti374), en su obra El esplendor de la luna llena acerca del
Estado Nazarí nos cuenta, bajo este título simbólico, numerosos detalles
de la situación del reino nazarí a mediados del siglo xiv. Por él sabemos,
por ejemplo, que los granadinos practicaban mayoritariamente el islam or¬
todoxo de rito maliquí, que eran buenos creyentes, hablaban y escribían el
árabe con elegancia, pues lo aprendían de pequeños en las escuelas coráni¬
cas, donde se les enseñaba a escribir copiando el texto del Quran, o libro
sagrado de los islamitas, para aprenderlo luego de memoria y, por último,
salmodiarlo. Gramáticos, médicos, astrólogos y teólogos obtuvieron sus pri¬
meros conocimientos en estas escuelas primarias, junto a las mezquitas, como
los cristianos los conseguían en las escuelas parroquiales. También nos in¬
dica que los granadinos de su tiempo gustaban de vestir trajes de mucho
precio, tejidos de lana, seda, algodón, lino y pelo de cabra. Los ricos co¬
mían pan de trigo, pero los demás lo comían de cebada. Contaban con mo¬
neda de oro y de plata de singular pureza, y la producción de frutos: uvas,
higos, pasas, manzanas, granadas, castañas, bellotas, nueces y almendras,
les consentía una provechosa exportación.
En los últimos años de Yusuf I la peste negra hizo estragos también en
el reino nazarí, contribuyendo indirectamente a avivar la espiritualidad is¬
lámica. Ermitas y zawiyas o habitaciones solitarias, situadas en las afueras
de Granada, eran refugio de los sufíes o místicos islamitas, venerados y vi-
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 533

sitados con frecuencia por los creyentes que iban hacia ellos en peregrina¬
ción. Las epidemias repercutieron en la economía, desorganizándola, y
ocasionaron una etapa de malestar social y de desórdenes, iniciado con el
turbulento reinado de Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391), interrumpi¬
do por los breves gobiernos intrusos de Ismail II (1359-1360) y de Muham¬
mad VI, el Rey Bermejo (1360-1362), en cuyo tiempo se concertó una alianza
(1360) con Pedro IV de Aragón que permitió a 2.000 sarracenos de Valen¬
cia emigrar al reino nazarí. Víctima de las intrigas de este período fue Ibn
al-Jatib, que en él obtuvo de Muhammad V los máximos honores e influen¬
cia y, luego, acusado de hereje por algunas frases de su libro Sobre el amor
(divino) fue sentenciado a muerte, estrangulado, desenterrado y quemado,
para ser enterrado por segunda vez, en el cementerio de Fez. Había busca¬
do refugio en el norte de África y hasta allí fue a buscarle su desagradecido
discípulo, el poeta Ibn Zamrak, para que se cumpliera el castigo que urgía
Muhammad V contra él.
Otro episodio sangriento de estas luchas intestinas fue el alanceamiento
del Rey Bermejo en el campo de Tablada, próximo a Sevilla, por orden de
Pedro I cuando acudió a solicitar la amistad de Castilla, y el envío de su
cabeza (1362) a Muhammad V. Aprovechando la guerra dinástica de Casti¬
lla, Muhammad V, en el segundo período de su reinado, pudo recuperar
Priego, Iznájar (1366) y Utrera (1367), saqueó Jaén y Úbeda (1367) y llegó
a las puertas de Córdoba (1368). Ocupó los castillos de Rute y Cambril
(1369), y con la colaboración de una flota marroquí, logró la rendición de
Algeciras en 1369.
Hechas las paces con los Trastámara, mediante la renovación del vasa¬
llaje a Castilla en 1378 y con el pago de 5.000 doblas de oro, el reino nazarí
de Granada pudo disfrutar de una larga etapa de tranquilidad, en la cual
la arquitectura y las restantes artes alcanzaron su máximo esplendor, refle¬
jado hoy en las construcciones de la Alhambra, en paticular el palacio que
centra el Patio de los Leones, con las salas de los Mocárabes, de los Reyes,
de Dos Hermanas y de los Abencerrajes.
Al morir Muhammad V en 1391 le sucedió su hijo Yusuf II (1391-1392),
de reinado muy breve, oscuro y agitado, en el cual los reyes de Fez intenta¬
ron recuperar la influencia que habían perdido en al-Andalus. Su hijo Mu¬
hammad VII (1392-1408) reafirmó la paz con Castilla y con Fez, mediante
una tregua (1392), pero al concluir ésta el granadino atacó Murcia (1406)
y derrotó a los castellanos en los altos de los Collejares (1406). Se iniciaba
una vez más la lucha, continuada por una campaña contra Baeza y Jaén
(1407) que pretendía reconquistar estas ciudades a los cristianos y fracasó
por la muerte del alcaide Ridwan, que dirigía las tropas nazaríes, guerrean¬
do frente a los muros de Jaén.
534 MANUEL RIU RIU

En estas circunstancias, el infante Fernando, regente de Castilla, tomó


las plazas de Zahara y Pruna (1407), renovando las campañas contra los
granadinos que le conducirían, en el reinado del hermano y sucesor de Mu-
hammad VII, Yusuf III (1408-1417), a la conquista de la importante plaza
de Antequera (1410), en la cual participaron unos dos mil ballesteros, en
tanto que la guarnición musulmana se cifraba sólo en unos mil quinientos
hombres. Fue a raíz de este hecho de armas cuando los emigrados de Ante¬
quera a la capital nazarí fundaron en Granada el barrio de Antequeruela.
Rey pacífico y buen organizador, Yusuf III firmó las paces con Castilla el
10 de noviembre de 1410 y unas treguas (1411) varias veces prorrogadas,
que le permitieron intervenir en Marruecos. Los benimerines quisieron re¬
cobrar Gibraltar, pero Yusuf pudo impedirlo, y suscitó conflictos entre el
rey de Fez y su hermano Abu Said, ayudando a éste, con lo cual evitó la
intervención norteafricana en al-Andalus.
En el reinado de Yusuf III fue jefe de la guardia palatina y gran visir
Abu-l-Surúr Mufarrich, quien casó con una hija del monarca nazarí, con
lo cual pasaron los Mufarrich a convertirse en una de las familias más in¬
fluyentes en la política granadina, no obstante ser de origen cristiano y ha¬
ber sido el propio Abu-l-Surúr un esclavo de la familia real. Otra familia
que había empezado a contar en la política de los nazaríes, desde mediados
del siglo xiv, fue la de los Abd al-Barr.

La Granada de las guerras civiles: el siglo xv nazarí

A partir de la muerte de Yusuf III en 1417, la historia interna del reino


nazarí de Granada presenta una creciente complejidad que hasta fechas re¬
cientes no ha podido resumirse con claridad. Su hijo y heredero Muham-
mad VIII, al-Saguís (el Pequeño, 1417-1419 y 1427-1429), reinó dos veces,
en medio de turbulencias y conflictos. Dos familias «legitimistas»: los Ala¬
mines y \os Venegas (o Bannigas), cortesanos de los reyes nazaríes, alcanza¬
ron gran importancia en la política del sultanato. La primera (al-Amin) tuvo
a su cargo distintas embajadas al reino de Castilla, alcanzó el visirazgo y
la alfaquequía mayor. La segunda tuvo por epónimo a Ridwan Bannigas
el Tornadizo, hijo del noble cristiano Egar Venegas, hecho prisionero y edu¬
cado en Granada por la familia de Ibn al-Mawl, que se convirtió al islamis¬
mo y llegó a detentar la mayoría de cargos y honores en el transcurso del
siglo, emparentado con la familia real.
Una tercera familia, la de Ibn al-Sarrach, los Abencerrajes o Banu Sa-
rrach, entraba en escena apenas iniciado el siglo xv y su jefe Yusuf gober¬
nó Granada por encargo del usurpador Muhammad IX, al-Aysar (el Zurdo),
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 535

nieto de Muhammad V, que reinaría cuatro veces (1419-1427; 1429-1431;


1432-1445 y 1448-1453), hecho insólito en la propia historia del reino naza-
rí. Yusuf ibn al-Sarrach fue gran visir o primer ministro hasta que Muham¬
mad VIII destronó por primera vez a Muhammad IX, en 1427, y le obligó
a huir al norte de África. Con los Banu Sarrach se alinearon los Banu Ku-
masa, los Abd al-Barr y los Mufarrich, en apoyo de Muhammad IX, pero
fueron suplantados por el bando rival legitimista. Sin embargo, no tardó
Muhammad VIII en ser aborrecido por sus crueldades, y pudo recuperar
el trono Muhammad IX, con el apoyo de Juan II de Castilla y del rey hafsí
de Túnez Abu Faris, regresando por Almería y Guadix a Granada en 1429.
Muhammad VIII se vio recluido en el castillo de Salobreña (1430), prisión
estatal de los nazaríes, donde permaneció retenido junto con su hermano
Abu-l-Hasan Alí, hasta que en 1431 fueron ambos decapitados.
Mas Juan II, que seguía considerando al rey granadino vasallo suyo,
exigió tales compensaciones por su ayuda a Muhammad IX, que éste no
pudo otorgárselas. Y Castilla reanudó las hostilidades. Un ejército castella¬
no, al mando del condestable Alvaro de Luna, realizó una campaña de sa¬
queo en la vega (1429), adentrándose en ella por Alcalá la Real y talando
los campos de Loja, Archidona y Antequera. El éxito animó al propio
Juan II, quien, dos años después (1431), se adentraba con sus tropas en la
vega, acampó en Sierra Elvira, e infligió a los nazaríes la importante derro¬
ta de la Higueruela (1 de julio de 1431), en la que murieron unos 12.000
musulmanes. Poco antes había caído en poder de los castellanos Jimena de
la Frontera (1431), no lejos de Gibraltar, villa de unos 4.000 habitantes,
dedicados principalmente al cuidado de sus colmenas y a la confección de
velas de cera, y con fértil vega.
La incapacidad de Muhammad IX había exasperado una vez más a los
nobles legitimistas granadinos, quienes enviaron al campamento levantado
en Sierra Elvira por Juan II al caballero Ridwan Venegas, para prometerle
el vasallaje de su cuñado Yusuf ibn al-Mawl si le apoyaba para destronar
a Muhammad. Accedió Juan II y con su colaboración llegó al trono grana¬
dino Yusuf IV ibn al-Mawl, en 1432, mediante el apoyo de los Venegas.
Mas duró muy poco en él: reinó cuatro meses y falleció dos después a ma¬
nos del usurpador, desbaratando así los planes de Juan II.
Por tercera vez habían recurrido los abencerrajes a Muhammad IX
(1432-1445), quien se hallaba refugiado en Almería. Regresó a Granada,
exilió a Ridwan Venegas, pero no tomó mayores represalias. La tercera fase
del reinado de Muhammad IX fue la más pacífica dentro de sus dominios,
gracias a la influencia del gran visir y jefe de su gobierno Ibrahim ibn Abd
al-Barr, emparentado con los abencerrajes, pudiendo incluso renovar las
aceifas o expediciones en las zonas fronterizas con suerte alterna —pérdida
536 MANUEL RIU RIU

de Huéscar (1434), Vélez Blanco y Vélez Rubio (1436), Galera y Castillejar


y, poco después, Huelma (1438)—, hasta que le depuso en 1445 y sucedió
su sobrino Muhammad X ben Uthmán (el Cojo, 1445 y 1446-1448, según
otros hasta 1453).
El nuevo sultán nazarí, nieto de Muhammad V y primo de Muham¬
mad VII y de Yusuf III, tuvo un primer reinado muy breve y turbulento,
iniciando una persecución a muerte contra los abencerrajes. Éstos, refugia¬
dos en la fortaleza de Montefrío, proclamaban rey a Yusuf V ibn Ahmad
(1445-1446), tataranieto de Muhammad V y sobrino de Yusuf III, que hui¬
do de Granada había hallado refugio en la corte de Juan II de Castilla y
prometido ser fiel al vasallaje castellano si escalaba el trono nazarí. Parece
que fue esta circunstancia la que influyó para que si bien Yusuf V, llamado
Aben Ismael por las crónicas cristianas, reinó en efecto unos meses en la
Alhambra, Muhammad X pudiera recuperar el trono con facilidad (1446).
Muhammad X, aprovechando que declinaba en Castilla la estrella de Alva¬
ro de Luna, pudo recobrar varias plazas: Arenas, Huéscar, Vélez Blanco
y Vélez Rubio (1447), volviendo a situar la frontera del reino en la línea
en que la dejara Fernando de Antequera. Mas tampoco pudo mantenerse
en el trono Muhammad X, puesto que, tal vez mediante su asesinato, lo
recobró para un cuarto período Muhammad IX (1448-1453), ocupándolo
hasta finales de 1453 o comienzos de 1454 en que fue destituido y ejecutado
por orden de Abu Nasr Sad ibn Alí, en la Alhambra.
En su cuarto reinado parece que Muhammad IX hubo de buscar el apo¬
yo de un rey asociado (1450) y éste fue Muhammad XI, el Chiquito, uno
de los hijos del legítimo Muhammad VIII al-Sagir, a quien Muhamad IX
educó después de ordenar la muerte del padre, e hizo casar con su hija Fáti-
ma convirtiéndolo en su yerno. Muhammad XI compartió, pues, el reino
con su tío (era resobrino de Muhammad IX) y suegro por lo menos desde
abril de 1451 hasta septiembre de 1452. Juan II solicitó y obtuvo treguas
(1450), sin embargo no faltaron tampoco ahora escaramuzas en la fronte¬
ra, provocadas por aventureros como Alonso Fajardo el Bravo, alcaide de
Lorca, que venció en 1452 a una hueste de 1.200 jinetes y 600 peones grana¬
dinos, en la batalla de los Alporchones, pero el sultán permaneció al mar¬
gen de estas luchas fronterizas y firmó treguas por cinco años.
Después del revés de los Alporchones, que minó su popularidad, Mu¬
hammad IX acabó abdicando en el príncipe Sad (1453-1465), otro sobrino
de Yusuf III, conocido en la historia con los nombres de Abu Nasr Sad ibn
Alí, Muley Zaid, Sidi Sad y driza. Sad fue un soberano pacífico, mas no
tardó Muhammad IX en arrepentirse de haber abdicado en él e intrigó para
recuperar el trono. El primogénito de Sad, Abu-l-Hassán Alí, llamado Mu-
ley Hassan o Muley Hacén por las crónicas cristianas, fue el encargado de
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 537

reprimir la conspiración y de dar muerte a Muhammad IX (1453), en la Al-


hambra como hemos dicho.
Mientras tanto, Enrique IV de Castilla y sus mentores aprovechaban la
situación interna de la Granada nazarí, exigiendo el vasallaje de Abu Nasr
Sad ibn Alí, con obligación de acudir con 2.000 caballeros a la hueste del
rey de Castilla, entregar 2.000 cautivos y devolver varias plazas fronterizas.
Y, ante la negativa de Sad, Castilla equipaba un ejército de 3.000 caballe¬
ros y 20.000 peones (consejo de Ávila, 1455), con el cual se limitaría Enri¬
que a realizar algunas incursiones rápidas por la vega de Granada, sin
resultados prácticos. Al año siguiente (1456) se volvió a talar la vega con
pequeñas escaramuzas y se consiguió de Calixto III, papa de origen espa¬
ñol, una bula de cruzada (1457), pero siguió Enrique IV con ms luchas in¬
transcendentes, acaso para justificar la atribución de la décima pontificia,
a las cuales asistían la propia reina, Juana de Portugal, y sus damas, por
conceptuarlas como alardes o ejercicios caballerescos, mas que como autén¬
ticas batallas. Enrique llegó a reunir 70.000 combatientes, «número nunca
visto por ningún cristiano», según nos cuenta Jorge de Ehingen, uno de es¬
tos caballeros. Sólo la Orden de Santiago disponía de 1.500 jinetes. Por en¬
tonces en Castilla se habría creado ya la Orden de Granada, cuyo emblema
era una granada sobre un globo, con un pedículo y algunas hojas, destina¬
da a premiar las acciones de armas de los caballeros cristianos en los cam¬
pos granadinos. Pero cabe preguntarse si existía un firme propósito de
conquistar el sultanato.
Sad pidió treguas en 1457 y ofreció 12.000 doblas de oro anuales, en
concepto de parias, y la entrega de 600 cautivos cristianos. De este modo
logró cinco años de paz. Pero, apenas finalizaba la tregua, los ejércitos cas¬
tellanos volvían a la frontera, en el verano de 1462, y lograban reconquistar
Gibraltar (1462) y Archidona. Rodrigo Ponce de León y el duque de Medi¬
na Sidonia mandaban las tropas que ocuparon la apetecida plaza de Gibral¬
tar, y el conde de Ureña las que entraron en Archidona. El condestable
Miguel Lucas de Iranzo penetraba, asimismo, en el Cenete y saqueaba su
campiña, obteniendo considerable botín.
Ante estos hechos, Sad o Ciriza, temeroso de los descontentos que tra¬
maban ya la entronización de su hijo Abu-l-Hassan Alí, tomó medidas re¬
presivas contra los cabecillas de los abencerrajes, e hizo ejecutar a su propio
visir Abu-l-Surur Mufarrich y al ministro Yusuf ibn al-Sarrach, alegando
que ellos habían dilapidado las parias pagadas por los granadinos y no en¬
tregadas a Castilla. Los abencerrajes reaccionaron nombrando sultán en Illo-
ra a Abu-l-Hassán Alí (1462), pero Yusuf V ibn Ahmad le ganó la partida,
destronando a Sad y volviendo a reinar en la Alhambra por segunda y últi¬
ma vez (septiembre a diciembre de 1462) hasta que Sad recobró el poder
538 MANUEL RIU RIU

a finales de 1462, y lo retuvo en sus manos otro año y medio. Yusuf V mo¬
ría en íllora a finales de 1463.
En agosto de 1464, cansado Sad de reinar con tantos infortunios y sin
el apoyo que había pedido a Egipto, ni tampoco el asenso de la nobleza
granadina, hubo de ceder el trono a su hijo Abu-l-Hassán Alí, a quien apo¬
yaban los abencerrajes, y refugiarse primero en Málaga y luego en Alme¬
ría, donde viviría hasta su muerte acaecida en el verano de 1465. Entronizado
Abu-l-Hassán Alí (1464-1482), nombró gran visir a Ibrahim ibn al-Asar.
Casado con Fátima, hija de Muhammad IX y viuda de Muhammad XI, em¬
pezó el nuevo rey una labor de conciliación entre las distintas facciones
nobiliarias granadinas, pero ésta fue muy poco duradera a causa del
concubinato del rey con Isabel de Solís (Zoraya), que ocasionó aún mayo¬
res conflictos nobiliarios y políticos.
Alamines y Venegas colaboraron en la política del reinado, coincidente
en parte con el de Enrique IV en Castilla y con el de los Reyes Católicos,
mas los abencerrajes, instigados por Fátima, la esposa ultrajada, iniciaron
nuevos movimientos de rebeldía. Cuando, ante la sublevación del arráez o
gobernador de Málaga (1470) los abencerrajes lograron el apoyo del prínci¬
pe Muhammad, hermano del sultán, éste logró disuadirle, pero no pudo
someter a los rebeldes hasta 1473. Desaparecieron entonces los abencerra¬
jes de la escena política del reino nazarí. Abu-l-Hassán Alí, muerto Enri¬
que IV en diciembre de 1474, pidió treguas a los Reyes Católicos (1475) y
éstos le exigieron el pago previo de las parias estipuladas en las últimas ac¬
tas de vasallaje.
El nazarí se negó al principio, pero, obligado por las circunstancias, hubo
de acceder al fin (1475), si bien violó luego las treguas, al atacar en 1477
Cieza y Villacarrillo. El conde de Cabra conseguiría ahora la paz, renován¬
dose las treguas (1478) con Castilla, porque las luchas internas existentes
en Granada y también en Castilla, y el conflicto de ésta con Alfonso V de
Portugal (hasta el tratado de Alca^ovas, 1479) imponían un nuevo compás
de espera a la reconquista del último reino islámico.
No tardarían las discordias internas de la corte granadina, atizadas en
la familia real por Isabel de Solís (Zoraya), favorita del rey, y por la esposa
del mismo, Fátima, madre del príncipe Abu Abd Allah (más conocido por
el nombre de Boabdil), en favorecer la posibilidad de una campaña coordi¬
nada de las tropas cristianas que acabara con el reino nazarí. No obstante,
en 1477 el sultán se hallaba todavía en la plenitud de su poder. Fue el año
siguiente, a raíz de una repentina inundación del río Darro, que arrasó 3.000
viviendas de Granada (1478), que la suerte del sultán Abu-l-Hassán Alí em¬
pezó a cambiar, por considerar el pueblo esta desgracia como un castigo
de Allah al rey por su desordenada conducta.
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 539

Se ha hablado con frecuencia de decadencia y de que en el último tercio


del siglo xv el reino nazarí de Granada se hallaba en plena descomposición.
Pero el sultán podía poner en pie de guerra (1476) unos 8.000 caballeros,
25.000 ballesteros y 50.000 peones, y contaba con unos 400 castillos y for¬
talezas. La población del reino, refugio continuado de los mudéjares des¬
contentos de las condiciones de vida en los reinos cristianos peninsulares,
se cifra en unos tres millones de habitantes, habiéndose superado (desde hacia
1425) la crisis demográfica experimentada en toda Europa el siglo anterior.
En la ciudad de Granada se hallaban afincados 30.000 vecinos, cifra que
supondría la existencia, en 1476, de unos 150.000 habitantes.

Organización interna del reino nazarí

La división administrativa del reino nazarí de Granada no está muy cla¬


ra. Se ha supuesto tradicionalmente que se hallaba dividido en tres provin¬
cias o kuras (coras): la de Elvira o Granada, la de Rayya o Málaga y la de
Pechina o Almería, con un distrito complementario o cora de Takurunna
o Ronda, cuyos límites occidentales fueron necesariamente imprecisos por
la movilidad de la frontera. Dentro de estas provincias se hallaría un total
de 33 iqlims o comarcas, según nos refiere Ibn al-Jatib, si bien la importan¬
cia política o administrativa de dichos distritos menores nos es desconocida.
Para la administración de justicia existían los jueces o cadíes que impar¬
tían justicia con el código islámico. Así, por ejemplo, existía un «cadí de
Ronda» que residía en Cortes y era el encargado del distrito de la serranía,
el cual de hecho, militarmente, constituía una marca fronteriza (tagr).
Ya hemos indicado que el número de fortalezas distribuidas por el terri¬
torio se cifraba en unas 400. Pero sus características eran muy diversas, desde
las grandes alcazabas de los principales núcleos urbanos, como Granada,
Málaga o Almería, hasta las pequeñas fortificaciones que vigilaban la segu¬
ridad de caminos y poblados. En las fortalezas había alcaides, escogidos
entre los vecinos, con una pequeña guarnición y alguaciles a las órdenes de
los alcaides. Los poblados se dividían en alquerías (alqaryas), con término
jurisdiccional propio, como lo tenían los núcleos urbanos importantes, y
existían asimismo arrabales, desprovistos de término, que dependían del nú¬
cleo principal más próximo, sin ser propiamente barrios extramuros, sino
auténticos núcleos de población, como, por ejemplo, Montejaque y Benao-
ján que dependían de Ronda.
Alcaides, miembros de los concejos y alguaciles, fieles del rastro y ada¬
lides, intervenían con los alfaqueques (oficiales encargados de tramitar la
redención de cautivos, la liberación de esclavos y el intercambio de prisio-
540 MANUEL RIU RIU

ñeros de guerra) en los pleitos fronterizos, ya para firmar paces, ya para


concertar cabalgadas, ya para el intercambio de prisioneros, ya por cues¬
tiones de límites, o de apacentar o recuperar ganado, si bien la frontera no
era una línea estable, sino una zona de territorio sin población fija, fortifi¬
cada por ambos lados (el cristiano y el islamita) desde el último tercio del
siglo XIII, según ya advertimos, y con guarniciones en los puntos clave.
Los cuatro distritos, o ta’as, de la serranía de Ronda (Ronda, Gaucín,
El Havaral y Casares) albergaban unos 3.200 vecinos, lo que supondría unos
15.000 habitantes, correspondiendo casi la mitad a la localidad de Ronda
con unos 1.500 vecinos. El resto estaba compuesto por unidades de pobla¬
ción mucho menores (Setenil, por ejemplo, tendría 125 casas y Casares 121),
hasta un total de 38 lugares, en buena parte de población dispersa, alque¬
rías. Ronda, con sus 35 hectáreas, era la única ciudad del territorio.
La búsqueda de protección, ante la proximidad de la frontera cristiana,
explica la despoblación progresiva de las alquerías a lo largo del siglo xv,
y los traslados de la población hacia lugares más agrestes. Otras áreas de
la cora de Málaga no eran más afortunadas. Vélez contaba unos 1.600 veci¬
nos, la tierra de Málaga unos 1.400, la tierra de Marbella unos 567 y la se¬
rranía de Villaluenga sólo unos 300. Pero, en cambio, la Alpujarra, con
sus 9.800 vecinos, se hallaba muy poblada debido a la protección natural
que le brindaba su especial configuración montañosa.
En la serranía de Ronda, zona en la cual se habían establecido impor¬
tantes contingentes bereberes a raíz de la conquista musulmana, hubo muy
pocos linajes árabes, llegados allí en el siglo XI, y con unos y otros una mi¬
noría judía, cautivos cristianos y algún muladí. Los mariníes o benimeri-
nes, llegados en 1264, tuvieron en la serranía su base de operaciones desde
1275 hasta 1340, señoreando el territorio frente a los propios nazaríes, has¬
ta que, llamados de nuevo al Magrib, quedarían tan sólo algunos mercena¬
rios que formaban parte de las «milicias africanas» en apoyo de los nazaríes
contra los castellanos.
Mientras tanto, la disolución de las comunidades tribales, que compor¬
taba la práctica de la exogamia, no impidió que ciertos grupos predomina¬
ran, ya teniendo en su poder la mayor parte de las tierras de labor, ya los
molinos, si bien la familia llamada nuclear y generalmente monógama fue
habitual en los últimos siglos de dominio islámico. Perduraban ciertos
tipos de clientela, ciertas milicias locales (como los gandur, de donde deri¬
varía «gandules»), y ciertas instituciones de origen tribal árabe como la del
matrimonio con «la hija del tío paterno» (prácticas endógamas), por lo me¬
nos en las familias más tradicionales, como algunas de cadíes, que se halla¬
ban todavía en vigor en el siglo XV, según ha observado Acién. No obstante,
era habitual la transmisión patrilineal de la herencia.
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 541

Aspectos económicos del reino nazarí

Aunque el reino nazarí de Granada fue un reino esencialmente de eco¬


nomía agrícola y ganadera, la variedad y calidad de sus productos le permi¬
tió la creación de una red de distribución comercial de los mismos por toda
el área del Mediterráneo. Los dátiles, higos secos, pasas de uvas, nueces,
almendras, ciruelas y caña de azúcar eran los frutos más apreciados del rei¬
no. Pero el comercio internacional seguía apeteciendo también el oro y los
esclavos, o la lana de las ovejas andalusíes. Los genoveses afincados en Má¬
laga y Granada participaban, con castellanos, vascos, granadinos y judíos,
en este comercio marítimo por el área del Mediterráneo y del Atlántico.
La moneda del sultanato era apreciada por su calidad. Todavía en el
reinado de Abu-l-Hassán Alí (el Muley Hacén de los cristianos) se acuñó
moneda de oro de buena ley y hubo una etapa, mediado el siglo xv, de pros¬
peridad económica, de la cual participó la propia familia real. Por ello tra¬
taría el sultán de recuperar el patrimonio de los reyes nazaríes en Granada
y su vega, Motril y Salobreña, con varia fortuna, frente a la nobleza. Ésta,
merced a las concesiones reales, había adquirido una fuerza no sólo políti¬
ca, sino también económica, que sería ya imposible controlar.
La producción agrícola del reino nazarí no difiere apenas de la del resto
de los reinos hispánicos. Veamos algunas cifras. En el siglo xv, en la se¬
rranía de Ronda, se cultivaba más trigo que cebada, representando el trigo
el 64,7 por 100 del cereal, salvo en el Haraval donde se invertía la propor¬
ción siendo el cultivo de trigo sólo del 29,1 por 100 y con una producción
muy baja. En algún pueblo de la serranía parece que no hubo campos de
cultivo, en cambio en la meseta rondeña se conseguían más de 2.000 fane¬
gas al año, lo que supondría el 50 por 100 del obispado malagueño, con
la excepción de Antequera.
La vid era poco importante en el siglo XV, como parece natural dada
la prohibición islámica de consumo del vino, y se contaban viñas de sólo
20 y 30 cepas. Pero a mediados del siglo Xiv las rentas obtenidas de la ex¬
portación de uvas se cifraban en 14.000 áureos. En algunos casos aparecían
cultivos mixtos: vides con olivar, con frutales o con cereal. También en la
serranía debió de ser deficitario del cultivo del olivar, si bien en Ronda cons¬
tan cerca de 9.000 pies de olivos. Abundaban, en cambio, los árboles fruta¬
les: la higuera, el granado, el almendro, peral, nogal, parra, morera, naranjo,
ciruelo, manzano, membrillero, albaricoquero y cerezo. Una parte impor¬
tante de los frutos se secaba, rociándola con miel aguada. En algunos luga¬
res de la serranía, la cosecha y el comercio de frutos llegaron a representar
el 21 por 100 de los bienes agrícolas.
El casamiento, la herencia y la compraventa eran las tres formas habi-
MANUEL RIU RIU
542

tuales de adquisición de la tierra, abundando la pequeña propiedad, inclu¬


so en el siglo XV, y la dispersión de los patrimonios. Existían igualmente
propiedades medianas (de 25 olivos, ocho campos para el cultivo de cerea¬
les de secano y dos campos de regadío, además del viñedo), y grandes fin¬
cas, en las cuales los frutales llegaron a representar una parte importante,
como ya señalamos. Aunque muchas fincas se explotaban en régimen de
cultivo directo por sus dueños, no faltaban los cautivos cristianos utiliza¬
dos con grillones para realizar las faenas agrícolas, y los musulmanes asala¬
riados. Se conocía y practicaba, asimismo, el contrato de aparcería (muza-
ra ’a), en Faraján. Y aun existían peculiaridades tales como las de la que
la tierra fuera de un propietario y los frutales de otro, o incluso que la pro¬
piedad de un árbol fuera compartida (probablemente, en este caso, debido
a problemas de herencia y reparto de bienes).
Los historiadores se han preguntado qué proporción de tierras se dedi¬
caba a la agricultura: en El Burgo parece que sólo el 8,4 por 100, en Ronda
un 30 por 100 y en otros pueblos de la serranía proporciones menores. Ace¬
quias, fuentes, albercas y pozos eran de uso común. Abundaba la ganade¬
ría en toda la serranía, siendo especialmente importante en el distrito del
Haraval (43,77 por 100). Se ha calculado una proporción de unas siete ca¬
bezas de ganado menor (cabras en especial y ovejas) por cada una de gana¬
do mayor (vacuno). Se practicaba la trashumancia, incluso con ganado del
otro lado de la frontera, pues parece que no se alcanzaban las proporciones
de la ganadería de la Andalucía castellana, donde un censo de 1491 nos da
para Jerez de la Frontera: 17.840 cabezas de vacuno, 28.592 ovejas, 4.930
cerdos, 1.662 yeguas y 3.850 cabras.
Málaga era el gran centro consumidor del ganado rondeño. Se aprove¬
chaba igualmente la caza, y los bosques, ya utilizando los pastos naturales
los rebaños de Málaga y Granada, ya arrendado los encinares a los ganade¬
ros cristianos para el aprovechamiento de las bellotas para sus piaras, ya
aprovechando las hierbas silvestres y otros productos del bosque con fines
medicinales. Se practicaba la apicultura, obteniendo miel para aderezar los
manjares y cera para iluminación y fabricación de jabones. La producción
de seda, intervenida por el Estado nazarí, era desigual, siendo en la serra¬
nía, Guidazara el principal centro sericultor. Hubo asimismo una cierta pro¬
ducción de sal en la antigua Accinipo.
Aparte del ganado, parece que el mercado rondeño sintió escasa atrac¬
ción hacia el comercio exterior: frutos secos hacia Sevilla, seda hacia Mála¬
ga, intercambio de granos por pescado con Marbella, y en pago de los
arriendos de pastos, se obtenía de los cristianos tejidos o aceite. En general
es de creer que el mercado interior se autoabastecía y que la industria era
igualmente muy escasa.
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 543

El fisco granadino resultaba bastante gravoso. En la serranía de Ronda


los musulmanes pagaban, tanto hombres como mujeres, el impuesto de ca¬
pitación (la alfitra) a razón de 10 maravedíes anuales por persona; los ju¬
díos pagaban la yizya, fija, y una cantidad en seda por el rendimiento de
sus trabajos. Todos los bienes raíces estaban gravados con el pago, en octu¬
bre, de un maravedí por cada 40 maravedíes de valor (la almaguana), según
aprecio efectuado por el alguacil local y el oficial real, y otro tanto (el ala-
cer) por la producción de frutos (vides y árboles frutales), y el diezmo de
cereales y leguminosas. El ganado menor pagaba de 3 a 5 maravedíes por
cabeza, y el mayor, de 34 maravedíes a un real. La cría del ganado se calcu¬
laba por centenares de cabezas, abonándose al fisco 15 dineros por cada
cien crías de ganado menor y 50 dineros por cada cien de mayor; el recuen¬
to se hacía un día de abril y correspondía a los oficiales todo el queso que
se elaborara aquel día, y una cabeza de ganado. Los animales de labor coti¬
zaban también al fisco, por yuntas o parejas, un cadahe de trigo al año,
impuesto llamado popularmente «derecho de pares». El ganado trashumante
debía abonar el derecho de aduana (magran), equivalente al 10 por 100 de
cualquier mercancía, y un dinero por cabeza en concepto de derecho de paso.
Por su condición fronteriza, algunos lugares gozaban de exenciones y,
por otra parte, no se incluyen aquí todos los tributos, ni sus variantes, sino
sólo los más representativos. Estaban exentas de pagar tributos las tierras
del fisco o de la casa real, los bienes habices de las mezquitas, los bienes
comunales, etc.

Aspectos espirituales, culturales y artísticos


DEL REINO NAZARÍ

Ni la espiritualidad ni la cultura islámicas del reino nazarí han sido sufi¬


cientemente valoradas. Y, no obstante, los teólogos y juristas, poetas, cien¬
tíficos y artistas que residían en Granada y frecuentaban la corte, causaban
la admiración de los viajeros. La civilización granadina fue, en los siglos xiv
y xv, una civilización brillante y refinada, caracterizada, con frecuencia,
por un gusto exquisito.
En el aspecto espiritual cabe señalar la práctica de la ortodoxia islámica
de rito maliquí. El soberano Yusuf I (1333-1354) promulgó unas ordenan¬
zas tratanto de enderezar la observancia religiosa de los fieles islamitas, y
para ello ordenó que en todas las ciudades del reino se establecieran escue¬
las coránicas gratuitas, y que en las que poseían una mezquita principal se
pronunciara en ella los viernes un sermón público que orientara la espiri¬
tualidad de los vecinos. Cada doce familias o vecinos se establecería una
544 MANUEL RIU RIU

mezquita, con alfaquí, para explicar la fe a los creyentes. La asistencia re¬


gular de los varones a la mezquita quedaba asimismo reglamentada.
Para el cumplimiento religioso de los habitantes del campo se ordenaba
también la erección de oratorios en los lugares donde hubiese doce o más
casas. Y se establecía que en las mezquitas los ancianos se situaran delante,
los niños en medio y las mujeres detrás, cubiertas con velos para no desper¬
tar la curiosidad. Se prohibía las celebraciones mundanas de festividades
religiosas, en particular las pascuas de Alfitra y de las Víctimas, como el
circular por las calles arrojándose agua de colonia, naranjas, limones dul¬
ces y manojos de flores, en medio de grupos de bailarines y juglares, que
danzaban zambras al son de guitarras y dulzainas, así como los cantos, gri¬
tos y jolgorio descontrolado. Se ordenaba que la celebración de bodas, na¬
cimientos y otros acontecimientos familiares se hiciera en el ámbito de la
familia y los amigos, no en plena calle. Y, en cambio, se ponderaba como
obra piadosa la participación en la reparación de mezquitas, fuentes públi¬
cas, caminos, puentes, acueductos y veredas peligrosas de los montes.
Así como en el mundo cristiano se invitaba a judíos y sarracenos a asis¬
tir a las predicaciones de los frailes franciscanos y dominicos, en los ámbi¬
tos urbanos del reino nazarí se prometía a los judíos y cristianos que se
convirtieran al islamismo que se les devolverían sus bienes y se les integra¬
ría en la sociedad.
En el aspecto cultural cabe destacar la obra del polígrafo Lisan al-din
ibn al-Jatib (1*1374), que expuso su doctrina sobre el arte de gobernar en
la Maqamat al-siyása. Nacido en Loja, fue secretario de Yusuf I y embaja¬
dor y ministro de Muhammad V, destacando como poeta y prosista. Ena¬
morado de las bellezas de al-Andalus, describe el primor de sus jardines y
en la Ihata fi-l-tarij Garnata, diccionario biográfico de personajes granadi¬
nos, nos muestra en pleno siglo xiv el reino poblado con «tupidos bosques»
de personajes curiosos, sabios eminentes y figuras relevantes. En su Larn-
hat al badriya fi-l-dawla al-nasriya, o «Resplandor de la luna llena acerca
de la dinastía nazarí», trazó una preciosa descripción de Granada y sus gen¬
tes, ponderando las altísimas torres de la Alhambra, sus espesas murallas,
sus hermosos edificios, sus corrientes y saltos de agua, sus graciosos verge¬
les y sus amenas huertas con gran variedad de árboles frutales.
El mundo de la poesía arábigo-andaluza es bien conocido gracias a la
obra de Ibn Said al-Magribí (1213-1286), nacido en Alcalá la Real y educa¬
do en la Sevilla islámica, que viajó a Oriente como peregrino a La Meca,
vivió en Alejandría y El Cairo y llegó hasta Aleppo (1250). Esta obra, titu¬
lada Rayat al-mubarrizin wagayal al-mu mayyazin, o «Libro de las bande¬
ras y de los campeones y de los estandartes de los selectos», constituye una
antología de 145 poetas, de los siglos x a mediados del xm, clasificados
EL REINO NAZARÍ DE GRANADA 545

por comarcas y ciudades, que proporciona una amplia visión del panorama
poético de la España islámica, editado y traducido por Emilio García Gó¬
mez a la lengua castellana. El último de los grandes poetas de al-Andalus
fue Ibn Zamrak (1333-1392), nacido en el Albaicín y protegido de Ibn al-
Jatib, que murió trágicamente asesinado en su propia casa. Su elogio de
Granada, repleto de símbolos antropomórficos y celestes, es famoso por
el dominio del lenguaje. Sus Qasidas y Muwassahas están dotadas de una
gran musicalidad.
La elegancia de la prosa nazarí se manifiesta incluso en los documentos
dimanados de la cancillería real, y en los documentos notariales, de los cua¬
les se conservan muestras en distintos archivos, así como en las inscripcio¬
nes sepulcrales. Un viajero egipcio, Abd al-Basit (1465-1466), llegado al reino
nazarí en una nave genovesa cuando el sultanato llegaba ya a su fin, nos
dejó una emotiva descripción de Málaga, en la cual habla del elevado nivel
cultural de sus jeques e imanes, cadíes y predicadores, como Abu-l-Abbas
Ahmad al-Tilimsani y como Ibn al-Quraa, famoso por sus dictámenes. La
historiografía del sultanato es preciso completarla con las crónicas cristia¬
nas, en especial para su última época, pero no faltan buenos historiadores
islamitas, como Ibn Jaldún (1332-1406), que ayudan a precisar los relatos
de Ibn al-Jatib, en particular para conocer las relaciones del reino nazarí
con las dinastías musulmanas del norte de África. En cambio, ninguno como
Ibn al-Jatib nos ha proporcionado detalles de los habitantes de al-Andalus
como el de la elegancia de su dicción arábiga, exornada de sentencias «y
a veces demasiado metafísica».
Un místico andaluz, Ibn Abbad de Ronda (TI394), glosa conceptos como
las tinieblas del alma que permiten conocer el valor de la gracia divina, la
inspiración divina, el encuentro de Dios o la adversidad que acerca a Dios,
conceptos que veremos repetidos en la mística cristiana andalusí de época
posterior.
Entre otros aspectos culturales debemos recordar aquí la figura del al¬
ménense Ibn Luyun (1282-1349), calígrafo, notario y pedagogo, por su obra
Kitab al-Filaha, o «Libro de agricultura», escrita en verso para facilitar su
memorización, en la cual «trata de los fundamentos del arte de la agricultu¬
ra» mostrando la naturaleza y calidades de la tierra, su preparación para
el cultivo, las conducciones de aguas, los árboles frutales e injertos, el tra¬
tamiento de los frutos para su conservación, los cuidados que exigen los
cereales, las hortalizas, el lino y el cáñamo, las sustancias tintóreas, las flo¬
res, la caña de azúcar..., los jardines y la disposición de las viviendas y ca¬
sas de labor, con sus distintas dependencias. A Joaquina Eguaras debemos
el estudio y traducción de este precioso testimonio de la técnica agrícola del
reino nazarí.
546 MANUEL RIU RIU

Sobre los aspectos artísticos baste recordar el monumento de la Alham-


bra que, aunque se empezara a edificar en 1067, fue en la segunda mitad
del siglo XIII y en la primera del XIV cuando se completó por obra de suce¬
sivos sultanes nazaríes. Muhammad V, por ejemplo, hizo construir el «cuarto
de los leones» que constituye una de sus piezas más célebres. No creemos
necesario ahora pormenorizar la edificación de las sucesivas construccio¬
nes, ni señalar el interés de cada una de ellas. La fuente de los leones o las
bóvedas de cuero pintado, por sí solas, merecen ya muchas páginas de la
historia del arte hispánico. Y la Alhambra tan sólo es una de las muchas
realizaciones artísticas del último reino islámico español. A su lado cabría
estudiar el Generalife, palacete de verano contiguo a la Alhambra; las nue¬
vas construcciones en los alcázares de Málaga y de Almería, y los restos de
almunias, castillos y palacetes extendidos por el territorio del sultanato. Pero
acaso donde mejor se podría calibrar el nivel de vida alcanzado por los súb¬
ditos de los nazaríes sería en el análisis pormenorizado de sus viviendas y
de sus jardines interiores. De unas y otros cabe rastrear vestigios inconfun¬
dibles.
23. EL FINAL DEL REINO DE GRANADA
Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO

La guerra de Granada

Abu-l-Hassán Alí, nuestro Muley Hassán o Hacén, se vio obligado a


decidirse por la guerra, al arreciar en 1481 la propaganda que contra su per¬
sona realizaban los abencerrajes y sus aliados, mientras los Reyes Católicos
le reclamaban el dinero de las parias. El jefe de las tropas de la serranía
de Ronda, Ahmad al-Zagrí, en una acción afortunada, logró recuperar Za-
hara (1481) a los castellanos. Mas éstos contestaron a la provocación con¬
quistando Alhama (1482) y tomando 4.000 cautivos. Los granadinos, a su
vez, ocupaban Cañete (1482). Había comenzado, con estas acciones hosti¬
les, la guerra de Granada que duraría once años (1482-1492), hasta reducir
a la obediencia de Castilla todo el territorio del reino nazarí, que aún se
extendía en una longitud de unos 325 kilómetros y una anchura de 105, con¬
tando, según ya hemos anticipado, con cerca de tres millones de habitantes.
La guerra de Granada fue, sin duda, una guerra de reconquista. Los
Reyes Católicos declaraban hacerla «contra los moros enemigos de nuestra
santa fe católica», y esta declaración de cruzada les permitía obtener de la
Santa Sede los subsidios de la bula y la décima pontificia que, en repetidas
ocasiones, el papa había cedido ya a los monarcas hispánicos para su em¬
pleo en la lucha contra el islam peninsular. Se renovaría el voto al apóstol
Santiago, realizado por Ramiro III, y la propaganda alcanzaría incluso los
relieves de la sillería del coro de la catedral de Toledo, esculpidos entre 1489
548 MANUEL RIU RIU

y 1491, en plena guerra, reproduciendo episodios de la misma. El carácter


ideológico de esta lucha se manifestaría también en la dedicación a Nuestra
Señora de la Encarnación de las iglesias mayores de las poblaciones del rei¬
no nazarí (hecho que, como ha mostrado José Enrique López de Coca, te¬
nía por objeto resaltar la principal divergencia teológica con respecto del
islam). Las viejas mezquitas nazaríes serán purificadas y dedicadas a San¬
tiago, el apóstol de la reconquista, y San Sebastián, el soldado muerto por
la fe de Cristo, entre otros santos titulares no menos reveladores de la men¬
talidad de aquellos tiempos, o a la propia figura del Salvador.
Mientras empeoraba la situación interior en el reino granadino, Abu-1-
Hassán Alí intentaba recuperar Alhama, sin conseguirlo, y se veía precisa¬
do a encerrar a su esposa Fátima y a su hijo Muhammad (XII) Abu Abd
Allah (Boabdil, el Chico) en la Alhambra. Mas Fátima, con la ayuda de
los abencerrajes, huía y entronizaba a su hijo Muhammad XII Abu Abd
Allah, que iba a ser un mero juguete de las intrigas palatinas, sin que el
padre pudiera evitarlo. Éste se refugiaba en el castillo de Mondújar con su
hermano el Zagal, futuro Muhammad XIII, quien después de un nuevo in¬
tento infructuoso de recobrar Alhama para el sultanato, lograba vencer a
los castellanos en la Ajarquía (1483) malagueña, con el apoyo de los Vene-
gas, readquiriendo cierta prevalencia en el reino, lo cual permitió el regreso
de Abu-l-Hassán Alí a la Alhambra de Granada. Boabdil, que había inten¬
tado atacar Lucena (1482), fue hecho prisionero por las tropas de Fernan¬
do el Católico (1483), quien le obligó a renovar el vasallaje a Castilla, pagarle
14.000 ducados y entregar 7.000 cautivos, a cambio de ayudarle a recobrar
el trono. La guerra civil estallaba en Granada entre los partidarios de am¬
bos reyes, padre e hijo. Almería se inclinaba por el hijo, Boabdil, que esta¬
blecía allí su sede. El Zagal ayudaba al padre, epiléptico y casi ciego. Ahmad
al-Zagrí, uno de los grandes jefes de tropas granadinos, era vencido en las
márgenes del Lopera (1483) por las tropas castellanas, que recuperaban Za¬
llara. Pero el Zagal planeó entonces un golpe audaz contra su sobrino Boab¬
dil, atacándole en sus cuarteles de Almería, y éste apenas tuvo tiempo de
huir precipitadamente en dirección a Córdoba donde encontraría el apoyo
de los Reyes Católicos.
La guerra era ahora una lucha en la cual intervenían fuerzas muy hete¬
rogéneas. De la parte de Castilla, las huestes señoriales, las compañías de
las «guardas reales» (un miniejército permanente mantenido ya por la co¬
rona desde 1475), los caballeros jóvenes (o continuos) que prestaban servi¬
cio de armas al rey Fernando, y las milicias concejiles, al lado de cruzados
extranjeros como el británico sir Edward Woodville, o como técnicos ger¬
mánicos, franceses y bretones (lombarderos, salitreros, polvoristas, etc.),
pues se utilizaba ya la artillería en los asedios de los núcleos amurallados,
EL FINAL DEL REINO DE GRANADA Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO 549
550 MANUEL RIU RIU

causando grandes boquetes en los muros y destruyendo viviendas. Como


antaño, se seguían talando campos, quemando alquerías y cosechas, se des¬
trozaban frutales, etc., con objeto de obligar al enemigo a rendirse. De mo¬
mento, en los lugares reconquistados, se permitía quedarse, a veces, a los
pobladores islamitas, estableciendo tan sólo guarniciones cristianas en las
fortalezas. Pero, en otros casos, se les obligaba a emigrar antes de proceder
a la repoblación, pudiendo optar por irse al norte de África o pasar a las
aljamas mudéjares de la Andalucía castellana. Algunas plazas fueron in¬
cendiadas y abandonadas, como Alozaina.
El ejército cristiano, a lo largo de la guerra, oscilaría entre 6.000 y 18.000
jinetes, según las campañas, y entre 10.000 y 50.000 peones. Pero hay que
tener presente que el ejército permanente al servicio de la corona de Castilla
lo integraban sólo unas 900 lanzas, que constituían las guardas reales, y unas
1.400 de los caballeros de la Hermandad (restablecida en 1476). Entre am¬
bas suponían más de 2.000 caballeros al servicio de los Reyes Católicos, re¬
partidos en unas 30 capitanías. Su mantenimiento costaba a la Hacienda
castellana unos 35.000.000 de maravedíes al año, pero era la única garantía
de continuidad en las operaciones militares y en la conservación de las pla¬
zas rendidas.
En la lucha participaban también con sus huestes los grandes señores
laicos, y los maestres de las tres Órdenes militares castellanas (Calatrava,
Alcántara y Santiago) con sus caballeros, y altos señores eclesiásticos como
el arzobispo de Toledo. Así podemos ver, por ejemplo, que Rodrigo Ponce
de León, marqués de Cádiz, realizó al frente de su hueste incursiones en
la serranía de Villaluenga, incendió Garciago ya antes del inicio oficial de
las hostilidades (1477), saqueó luego Villaluenga (1481) y, tras destruir la
torre de las Salinas (1482), tomó Zahara (1483), que había estado unos dos
años en manos de los granadinos, para atacar posteriormente El Burgo
(1484). No siempre resultaba fácil coordinar los esfuerzos de jefes y tropas
tan dispares y, a menudo, con intereses muy concretos. Pero la situación
interna del reino granadino tampoco favorecía la uniformidad de las accio¬
nes militares.
Los Reyes Católicos, en el consejo de Córdoba, decidieron proporcio¬
nar tropas a Boabdil, su vasallo, para continuar la guerra y así las huestes
reales, en el verano de 1484, con 4.000 caballeros y 8.000 infantes, conquis¬
taron Tajara, Alora y Alozaina en el valle del Guadalhorce y talaron la vega
de Granada, para preparar el asalto a Setenil que se rindió el 21 de septiem¬
bre de 1484. Desde Zahara y Setenil no tardaron en iniciar campañas de hos¬
tigamiento contra la zona de Ronda.
Abu-l-Hassán Alí, envejecido y enfermo, abdicaba (1485) en su herma¬
no menor Muhammad XIII Abu Abd Allah (el Zagal, 1485-1489) que de
EL FINAL DEL REINO DE GRANADA Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO 551

hecho era ya quien había venido defendiendo sus intereses, y se retiraba a


Almuñécar y Mondújar, donde murió (1485). Tío y sobrino llegaron enton¬
ces a un acuerdo, repartiéndose el territorio del reino nazarí, al margen de
los deseos de la corona de Castilla: el Zagal se instaló en la Alhambra, sede
hasta entonces de su hermano, para gobernar el sector meridional (con Al¬
mería y Málaga), mientras Boabdil, desde la fortaleza del Albaicín, junto
a Granada, regiría el sector norteño del reino. El territorio occidental del
reino nazarí, desde la serranía de Ronda y el Genil hasta el Guadalhorce,
no tardaría en quedar incorporado a Castilla, aquel mismo año, como ve¬
remos en seguida.
En abril de 1485 tropas castellanas de refresco, desde Antequera, pe¬
netraron en la Hoya de Málaga y ocuparon Coín y Cártama, para asediar
Ronda los ejércitos de Fernando el Católico —5.000 caballeros y 12.000
peones—, con las tropas del marqués de Cádiz, quien logró cortar a la ciu¬
dad el suministro de agua al apoderarse de la «mina» que la abastecía. Ronda
se rindió el 22 de mayo de 1485 y con ella se derrumbó la resistencia de toda
la serranía, incorporándose a Castilla el territorio occidental del reino has¬
ta el Guadalhorce. Poco después capitulaba Marbella (1485) y la Garbía de
Málaga ofrecía su rendición al rey Católico. El Zagal no se daba por venci¬
do, pero el rey Fernando sabía cómo influir sobre Boabdil, para debilitarle.
Así, cuando Boabdil fue hecho prisionero por los castellanos en Loja (1486),
no dudó Fernando en concederle la libertad de nuevo, a cambio de la ce¬
sión del territorio de Loja a Castilla, animándole a continuar la lucha con¬
tra su tío y apoyándole en ella. Sin duda Fernando sabía muy bien quién
era el auténtico enemigo. El Zagal siguió defendiendo cuanto pudo sus po¬
sesiones, hasta que cayeron Vélez Málaga y Málaga (el 18 de agosto de 1487)
y su territorio con Nerja y Torrox (1487), capitularon Almuñécar y Baza
(1489) y, al fin, se rindió Almería, el 21 de diciembre de 1489. En las nego¬
ciaciones que siguieron se permitió al Zagal que conservara el título de sul¬
tán y el valle de Lecrín, con sus rentas y vasallos (entre ellos los fieles
Venegas), a cambio de ayudar a los castellanos en la conquista del resto del
reino de Granada a su sobrino. Se intercambiaban, pues, desde ahora las
alianzas. De hecho la guerra había sido hasta ahora principalmente una lu¬
cha terrestre. La intervención de la armada castellana tan sólo tuvo un pa¬
pel decisivo en el asedio de Málaga, en 1487. Mas, antes de afrontar la última
etapa del conflicto, permítasenos aportar algunas consideraciones de carácter
general que han de completar la visión del mismo a la luz de investigaciones
recientes.
Como han puesto de relieve Manuel González y Miguel Ángel Ladero,
fue desde Córdoba y desde Écija desde donde se organizaron la mayor par¬
te de las campañas dirigidas contra el reino nazarí. En Écija se concentra-
552 MANUEL RIU RIU

ron los «maestros lombarderos» y fundidores de lombardas, ribadoquines,


cuartagos, espingardas y otras piezas, en particular entre 1484 y 1486, que
iban a dar a la guerra un sesgo nuevo. En Écija se fabricaron, hasta 1487,
más de 200 piezas de artillería, cuyo costo es posible que alcanzara unos
10.000.000 de maravedíes, mientras unos 180 picapedreros estaban encar¬
gados de fabricar los proyectiles de las nuevas armas de fuego (bolas de pie¬
dra). Hubo de preparar los caminos para el transporte de estas pesadas
piezas, que requirieron hasta 600 pares de bueyes y 300 carros (para la cam¬
paña de Ronda, en 1485). En las campañas de avituallamiento llegaron a
participar hasta 7.000 acémilas y 3.500 arrieros (socorro de Alhama, 1484).
Se ha calculado que el 44 por 100 de los gastos correspondió a los salarios
percibidos por los arrieros andaluces (5.300.000 maravedíes, según las cuentas
de Alfonso de Toledo). Pues no sólo hubo que transportar armas, y ello
en repetidos viajes, no de una sola vez, sino también, con frecuencia, vitua¬
llas a los reales castellanos: trigo, cebada, pan cocido, harina, vino, aceite,
frutas secas, etc., para la comida de los combatientes, sus servidores y sus
caballerías. En las últimas campañas, los ejércitos cristianos llegaron a con¬
sumir unas 1.500 fanegas diarias de trigo y otras tantas de cebada. Y nada
sabemos del bando nazarí, del cual no se ha conservado apenas documen¬
tación, ni sobre la composición exacta de las tropas ni sobre su costo.
Se ha podido calcular, en cambio, que entre 1486 y 1491, los andaluces
incorporados a la corona de Castilla prestaron a ésta unos 50.000.000 de
maravedíes, que representaron sólo el 20 por 100 del total de préstamos con¬
certados por los Reyes Católicos para esta guerra. Por su parte, la aporta¬
ción extraordinaria de la Hermandad de los municipios de las dos Castillas
y de León supuso, entre 1483 y 1491, la concesión de unos 300.000.000 de
maravedíes. Si estas cifras pueden parecer muy considerables, cabe tener
presente que a lo largo de la guerra, un jinete cobraba de 35 a 25 marave¬
díes diarios y un peón de 13 a 15, fuese lancero, ballestero o espingardero,
cuando percibía su salario de la corona. Miguel Ángel Ladero ha calculado
que la guerra de Granada se financió, entre otros, con 650.000.000 de ma¬
ravedíes que supusieron los ingresos percibidos por indulgencia de cruzada;
con 160.000.000 de maravedíes que sumó la décima impuesta a las rentas
del clero y transferida por el papado a la casa real; con unos 50.000.000
obtenidos de las juderías de la corona de Castilla, a razón de un castellano
de oro, o sea, 485 maravedíes, por familia judía al año, y de las comunida¬
des mudéjares; con unos 56.000.000 conseguidos con la venta de 4.363 ha¬
bitantes de Málaga en 1487, hecho excepcional pero que no deja de ser
significativo; con los 300.000.000 de maravedíes obtenidos de la Her¬
mandad de los concejos, a que ya hemos aludido anteriormente, y con
otros 300.000.000 conseguidos en préstamo, a intereses que oscilaban entre
EL FINAL DEL REINO DE GRANADA Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO 553

el 7,5 y el 10 por 100, y amortizados de muy diversas formas. Sólo estas cifras
aquí anotadas, (que son puramente indicativas, supondrían un costo de la
guerra superior a los 150.000.000 anuales de maravedíes, a lo largo de cerca
de once años. Ladero estima que la masa de capitales puesta en movimien¬
to para realizar la empresa no fue inferior a los cinco millones de ducados
en total.
Parece lógico, pues, que desde 1485 se adviertan los primeros síntomas
de cansancio y desgaste. Bien es verdad que con la guerra se obtenía botín,
se conseguían salarios y se liberaban cristianos. Relatos de época, como la
Crónica de Andrés Bernáldez, o como la Historia anónima del marqués de
Cádiz, nos hablan de los beneficios de la lucha, de las riquezas que logra¬
ron los nobles y los habitantes de muchas ciudades andaluzas, los cuales
llegaron a aportar a algunas campañas hasta el 52 por 100 de la caballería
y el 85 por 100 del peonaje. En las últimas campañas, a las cuales nos refe¬
riremos a continuación, unos 5.000 jinetes y 25.000 peones eran andaluces,
jornaleros y gentes de oficios, al lado de las gentes de armas que habían
hecho ya de la guerra su profesión. No hay que olvidar que la guerra de
Granada fue la escuela para las guerras de Italia y para la conquista del Nuevo
Mundo, en los años siguientes. Y fue asimismo ocasión para muchos de ac¬
ceder a la caballería y conseguir el status de hidalgos. Con el ennoblecimiento,
la concesión de mercedes y rentas en las tierras conquistadas, tenencias de
fortalezas y el desempeño de cargos municipales, constituyeron otros tan¬
tos beneficios.
Mas, a pesar de la guerra, no faltaban tampoco quienes, desde la Anda¬
lucía cristiana, seguían comerciando con los musulmanes de Granada. Des¬
de el reino de Jaén, por Alcalá la Real y el puerto de Quesada, discurría
la ruta tradicional del comercio, que no dejó de utilizarse, para el tráfico
clandestino ahora de armas y de alimentos; vecinos de Úbeda y de Baeza
participaban en este comercio. Y los italianos establecidos en Sevilla o en
Cádiz, particularmente genoveses, seguían fletando naves, cargadas con tri¬
go, paños, especias y aceite, con destino a Málaga hasta el mismo 1487.
A partir de finales de 1489, Muhammad XII Abu Abd Allah, Boabdil,
prosiguió solo la lucha de los musulmanes contra Castilla (1489-1492). Dis¬
ponía aún de unos 60.000 hombres de armas. La pérdida de los Vélez (Blanco
y Rubio) es posible que le llevara a prometer a los Reyes Católicos la entre¬
ga de la capital del reino. En todo caso, los reyes Fernando e Isabel envia¬
ron (1490) al conde de Tendilla a Granada para exigirle dicha entrega. Mas
Boabdil se rehusó. Fernando ordenó entonces hacer público el Tratado de
Loja, aireando el vasallaje contraído por Boabdil, y le declaró felón. De
acuerdo con el derecho feudal el vasallo que se rebelaba contra su señor
debía ser despojado de sus bienes. La campaña de 1491, en el ánimo del
554 MANUEL RIU RIU

Rey Católico, iba a ser la decisiva. Un incendio, al parecer casual, destruyó


entonces el campamento cristiano, mas los Reyes Católicos erigieron en su
lugar la ciudad de Santa Fe (1491), considerando que era el más adecuado
para su propósito de rendir Granada. Los abencerrajes seguirían luchando
por la Granada nazarí hasta el fin.
Boabdil hubo de encerrarse en la Alhambra, iniciar desde allí gestiones
de paz (1491) y llegar al acuerdo, firmado en Santa Fe por el visir Abu-1-
Qásim y por Hernando de Zafra el 25 de noviembre de 1491, que implicaba
la cesión del resto del territorio y el final del reino nazarí de Granada. El
2 de enero de 1492 se rendía Granada y el día 6 del mismo mes entraban
en ella los Reyes Católicos, mientras Boabdil se refugiaba en las Alpuja-
rras, de donde partiría para Fez (1493). Allí vivió el resto de cus días, hasta
su muerte en 1527. Mientras tanto, el conde de Tendida era nombrado go¬
bernador de Granada, y fray Hernando de Talavera fue su primer arzobispo.
La permanencia o no de población islámica (mudéjares) en los territo¬
rios reconquistados fue consecuencia de la política real. Si se deseaba que
continuara la producción económica en el territorio se concedían tratados
a los musulmanes y se establecían guarniciones en las fortalezas para con¬
trolarlas (así se hizo, por ejemplo, en Gaucín, Casares, El Burgo, Monteja-
que y Cortes); en cambio los musulmanes de Ronda, Audita y Montecorto,
centros resistentes, fueron obligados a emigrar y las tierras pasaron a ma¬
nos de repobladores. Antes fue preciso, sin embargo, reparar los destrozos,
con la colaboración de los concejos andaluces. Para la reparación de los
muros y torres de Ronda, destruidos por las lombardas, se pidieron a Sevi¬
lla 80 albañiles, 10 carpinteros y 10 picapedreros. Todo el territorio de la
serranía requirió una reestructuración, emprendida muy pronto. Los con¬
cejos de la Andalucía occidental realizaron esfuerzos muy notables. El de
Jerez, por ejemplo, se encargó del abastecimiento de Tarifa, Gibraltar, Cas¬
tellar, Jimena y Zahara, para que no faltase lo necesario. El caso de Mála¬
ga fue peculiar. Allí 11.000 musulmanes debieron pagar su libertad con
396.000 escudos (1489) y 450 judíos con 17.000 escudos. Los reyes se que¬
daron la cuarta parte del vidueño, los bienes de los monarcas nazaríes, las
jabonerías, tenerías, alhóndigas, aduanas, alcaicerías, tiendas, baños, boti¬
cas, derechos de portazgo, paso, almojarifazgos, diezmos, medios diezmos,
cuentos de cabalgadas, tercias y cambios. Las propiedades urbanas y rústi¬
cas fueron distribuidas entre los conquistadores y pobladores cristianos, me¬
diante «repartimientos». En Málaga, donde quedaron muy pocos moros (en
la morería) y judíos (unas 50 familias), con tornadizos o moros bautizados,
se establecieron pronto unas 2.000 familias cristianas (vizcaínos, gallegos,
asturianos, castellanos, andaluces, portugueses, franceses, genoveses y
alemanes).
EL FINAL DEL REINO DE GRANADA Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO 555

Cuando los Reyes Católicos ocuparon la ciudad de Granada, buen nú¬


mero de sus habitantes emigraron al Magrib. Desembarcaron cerca de Te-
tuán, ciudad desierta desde que había sido destruida por orden de Enrique III
(en 1400) como represalia contra los corsarios marroquíes, y obtuvieron del
sultán de Fez, Muhammad ach-Shaij al-Wattasí, la autorización para re¬
construir Tetuán. El propio sultán de Fez designó jefe de la ciudad al noble
andalusí Abu-l-Hassán Alí al-Manzarí al-Garnatí quien cuidó de que se re¬
construyeran las murallas, guerreó con los portugueses de Ceuta, hizo 300
prisioneros y los utilizó para completar la restauración de la vieja ciudad
de Tetuán.

Repoblación y reorganización del reino de Granada

En algunos casos la repoblación del territorio del reino de Granada fue


casi inmediata a su reconquista. El Libro de Repartimientos de Setenil, por
ejemplo, muestra que el mismo 1484 ya habían tomado posesión de sus bie¬
nes 44 vecinos (un 35,2 por 100 del total), en 1485 lo hicieron otros 42 (33,6
por 100) y, desde entonces, los asentamientos de nuevos pobladores serían
ya lentos, hasta alcanzar los 100 vecinos en 1488. Entre los años 1485 y 1491
Ronda recibió 401 repobladores, y la mitad de ellos (206) llegaron el primer
año (1485-1486), correspondiendo otros 163 a los años 1487-1489. El Bur¬
go recibía, mientras tanto, tan sólo 39 familias. Hay que tener en cuenta,
sin embargo, que no pocos repobladores llegaban, recibían su parcela, y
se marchaban luego, cumpliendo o no el período mínimo de cinco años de
permanencia, yendo a poblar otros lugares que consideraban más apeteci¬
bles, preferiblemente Málaga y Vélez-Málaga. O que morían en nuevas cam¬
pañas, o bien de la peste, llegando el absentismo a representar incluso el
25 por 100 a veces.
Los datos sobre procedencia de los repobladores son escasos: predomi¬
nan los andaluces (58 por 100 aproximadamente), seguidos por los extre¬
meños (28 por 100) y castellanos (7 por 100), con algún gallego, portugués,
navarro o aragonés, e incluso algún inglés o francés, en Ronda y su serra¬
nía. Entre los andaluces es manifiesta la superioridad de cordobeses y sevi¬
llanos. Algunos se trasladan en busca de exenciones fiscales o de beneficios
económicos, otros forzados al ser perseguidos por la justicia, o deseosos
de mejorar de condición social. En su mayoría son campesinos y ganade¬
ros, pero no faltan también gentes de oficios que compaginan sus labores
artesanas con las agropecuarias. Entre los oficios, predominan los albañi¬
les, carpinteros y herreros (oficios relacionados con la construcción y el trans¬
porte), pero no faltan tampoco tejedores, sastres, zapateros u otros oficios
556 MANUEL RIU RIU

relacionados con el vestido y sus complementos; ni gentes de armas, tales


como escuderos, artilleros y ballesteros. O mercaderes y carreteros. Algu¬
nas gentes de letras, escribanos y bachilleres en particular; algún médico
o barbero-sangrador, algún clérigo, y los oficiales, servidores y criados rea¬
les. Manuel Acién, a quien seguimos ahora, ha estudiado, con todo detalle,
estos extremos.
El número de estos nuevos pobladores que se incorpora a la caballería
villana suele ser bastante importante, alcanzando el 25 por 100 del total en
Ronda, el 26 por 100 en El Burgo y hasta el 41,75 por 100 en Setenil, cifrán¬
dose la media, por lo común, en un 30 por 100 quienes reciben porciones
de caballero mediante el compromiso de adquirir el equipo necesario para
combatir a caballo. La caballería o porción del caballero se cifra en Ronda
en el equivalente a 36 fanegas o 60 aranzadas, siendo la aranzada de 400
estadales (1 estadal = 9,175 metros cuadrados), aunque el reparto fue, a
menudo, desigual. La fanega equivalía a 0,611 hectáreas.
El resto de los pobladores, la masa de los recién llegados, recibía peo¬
nías, equivalentes a un tercio de la «caballería», y se comprometía a com¬
batir a pie. Si la porción del caballero cabe cifrarla en unas 22 hectáreas,
la del peón oscilaría entre 7 y 9 hectáreas. Menos del 30 por 100 recibieron
huertas o tierras de regadío. En cambio, todos recibieron una zona de viñe¬
do, aunque fueran inferiores a una aranzada (1 aranzada = 0,367 hectá¬
reas, según la medida de Córdoba) las viñas menores. Si bien en principio
parece que el caballero debía recibir siempre una caballería, como en los
primeros repartimientos del siglo XIII, de hecho a finales del siglo xv se ob¬
serva que los criterios de distribución de bienes raíces habían variado mu¬
cho, pudiendo un vecino recibir tres veces la asignación inicial, y quedarse
otro vecino tan sólo con la mitad de lo que esperaba. Las irregularidades
de los repartidores fueron, pues, manifiestas, por compensar a veces con
«mercedes» particulares determinados servicios recibidos de algunos vecinos.
A pesar de todos los esfuerzos para repoblar las tierras reconquistadas
en el territorio del reino nazarí de Granada, se ha estimado que en la serra¬
nía de Ronda hubo un descenso de población considerable con respecto a
la época islámica, de modo que por cada cinco pobladores musulmanes no
hubo más de dos repobladores cristianos, quedando la población relativa
reducida a 1,23 habitantes por kilómetro cuadrado.
Los territorios reconquistados al reino nazarí en la Andalucía oriental
iban a quedar bajo la jurisdicción real, constituyéndose municipios rurales,
lugares de mudéjares dependientes directamente de la corona, y concejos
urbanos a semejanza de los existentes en la Andalucía occidental.
A cada concejo se le definiría su tierra, procediéndose, en ocasiones,
a sucesivos amojonamientos, y a ampliar algunos alfoces antiguos como el
EL FINAL DEL REINO DE GRANADA Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO 557

de Ronda, al cual se incorporaría la villa de Setenil y el lugar mudéjar de


Cortes. A Ronda se le concedió el fuero de Sevilla, trasplantado de Toledo
y versión del Fuero Juzgo, con el propósito de que el estado de los caballe¬
ros fuera abierto a quienes poseyeran medios económicos para sostenerlo.
El concejo de Ronda quedaría compuesto, por decisión real, por 13 regido¬
res, 12 jurados (dos por cada una de las seis collaciones o parroquias en
que se dividía la ciudad), un alférez, un escribano, un mayordomo, dos fie¬
les ejecutores, dos alcaldes (o jueces) y un alguacil. El deseo de control real
quedaba bien patente.
Todo el reino de Granada recibió en 1495, con carácter general, un fue¬
ro nuevo, supliendo a los fueros de Sevilla o de Córdoba que constituían
poco más que supervivencias del Fuero Juzgo. El nuevo fuero obligaba a
reorganizar los concejos. El de Ronda quedó constituido por seis regidores,
un personero, un mayordomo, un escribano, tres alcaldes ordinarios (en vez
de dos, para la administración de justicia) y un alguacil. Otros cargos me¬
nores nuevos fueron: dos pregoneros, un portero de cabildo, un carcelero
y un verdugo, entrando asimismo al cabildo dos procuradores del común
que carecían de voto pero podían elevar sus quejas al rey frente al proceder
de los regidores. Se designarían los cargos por insaculación, salvo el de es¬
cribano que sería de designación regia, y para un bienio, no pudiendo ser
reelegidos los insaculados hasta después de transcurridos dos bienios. El es¬
cribano era el único cargo vitalicio.
La sujeción a la corona quedaba asegurada por la autoridad delegada
del corregidor, cargo de nombramiento real que había adquirido relevan¬
cia, en la jurisdicción local, desde las Cortes de Toledo de 1480, y ahora
se convertía en instrumento de centralización monárquica, acentuada toda¬
vía a partir del 1500. Al concejo incumbía el desempeño del gobierno local
y la administración de justicia, ejerciendo el control del mercado y de los
precios. El corregidor podía nombrar alcaldes e iniciar pesquisas, revisan¬
do sentencias.
Los mudéjares (musulmanes que se habían quedado a vivir en las tierras
reconquistadas, conservando su religión) desde 1492 debían pagar una ca¬
pitación que, en 1495, se fijó en tres reales por cabeza, destinándose su im¬
porte a la vigilancia costera, para pagar las guardas establecidas en las
atalayas, escuchas y atajadores, frente a los ataques de los piratas berberis¬
cos. También en las fortalezas del interior se establecieron pequeñas guar¬
niciones, de cuatro o cinco hombres de armas, que se revelarían insuficientes
para hacer frente a las revueltas de los mudéjares granadinos. Cuando sur¬
gía algún problema eran los propios vecinos quienes debían efectuar las velas
para su seguridad, pero muchos de ellos parece que no tenían armas.
A medida que iba avanzando la reconquista del territorio del último rei-
558 MANUEL RIU RIU

no musulmán hispánico, se reorganizaba la Iglesia. Una vez quedó confir¬


mado en 1486 el Patronato Real, por bula del papa Inocencio VIII, incumbía
al rey la presentación de obispos, dignidades, canonjías y beneficiados, al
papa y al ordinario, y la dotación de las nuevas sedes episcopales, parro¬
quias e iglesias dependientes, mediante el traspaso de los bienes habices de
las mezquitas suprimidas y otras donaciones patrimoniales. La presencia de
clero secular y regular se hallaba prevista desde un principio, y en los mis¬
mos repartimientos figuraban lotes destinados a los clérigos y conventos.
En Ronda, por ejemplo, se erigió una iglesia mayor, otras cinco parroquia¬
les, una ermita, dos conventos de religiosos y un hospital. Las nuevas tie¬
rras se asignaban, en 1487, al obispado de Málaga, todavía sin restaurar.
Pero la restauración eclesial se hizo en 1488, instituyéndose los arcedianaz-
gos de Ronda y de Antequera, además de otras dignidades en previsión de
la organización inmediata de la nueva sede episcopal, siendo nombrado pri¬
mer obispo de Málaga don Pedro de Toledo. Sevilla protestó hasta quedar
zanjada la cuestión con el establecimiento de la archidiócesis de Granada,
en abril de 1493, por el papa Alejando VI. Ronda fue cabeza de un arcedia-
nato del obispado de Málaga, con renta de 45.000 maravedíes al año, pero
hasta el año 1503 tan sólo funcionaron en la serranía las parroquias de Ron¬
da, con un vicario al frente, Setenil y El Burgo.
A partir de la conversión forzosa de los mudéjares al cristianismo, en
1503, se fueron estableciendo nuevas parroquias de moriscos. Éstas pudie¬
ron disponer sólo de una parte de los diezmos (generalmente el tercio) y de
los bienes habices de las mezquitas cuando no se habían repartido ya pre¬
viamente, con lo cual sus dotaciones fueron escasas y, con frecuencia, los
clérigos y los moriscos (como es sabido, musulmanes convertidos al cristia¬
nismo) tuvieron pleitos para garantizar el sustento de los beneficiados y de
los sacristanes. En el distrito de Ronda, en 1505, figuraban inscritos 21 be¬
neficiados y 16 sacristanes, para un total de once dezmerías y diecisiete ane¬
jas. Desconocemos, por ahora, el papel ejercido, en este ámbito, por los
franciscanos y los dominicos.
La formación de señoríos laicos en tierras del antiguo reino nazarí, en
particular entre 1492 y 1494, tendría lugar en beneficio de los grandes y mag¬
nates del reino, altos funcionarios y nobles andaluces: los Ponce de León,
los Guzmán (duques de Medina Sidonia), los Portocarrero, los Téllez Gi¬
rón, los Fernández de Córdoba y otros más, quienes fueron obteniendo de
los reyes, en pago a sus servicios, localidades y territorios que darían lugar
a la implantación de los señoríos, en una fase avanzada de su evolución,
en las tierras del viejo reino de Granada.
Poco a poco, Andalucía iba alcanzando la fisonomía con que llegó a
la modernidad. El Mediterráneo, con su amenaza de turcos y berberiscos,
EL FINAL DEL REINO DE GRANADA Y LA REORGANIZACIÓN DE SU TERRITORIO 559

requeriría, ahora que se habían eliminado las fronteras terrestres entre los
reinos hispánicos, que se estableciera un nuevo sistema defensivo a lo largo
de las costas, para hacer frente a los nuevos peligros que acechaban desde
el mar. El estudio de dicho sistema defensivo, sus castillos y torreones, ha
sido realizado por José Enrique López de Coca y por Cristóbal Torres Del¬
gado. Si antes la armada no había tenido un papel decisivo en ninguno de
los hechos de armas de la guerra, salvo acaso en el asedio y rendición de
Málaga en 1487 a que ya hemos aludido en su momento, ahora su impor¬
tancia quedaría muy pronto puesta de manifiesto, para la salvaguarda de
los territorios de la Andalucía meridional.
,
ADDENDA

El camino a la modernidad

En la segunda mitad del siglo xv, con el matrimonio de Isabel I de Cas¬


tilla (hija del rey Juan II de Castilla y de su segunda esposa Isabel de Portu¬
gal) y Fernando II de Aragón (V de Castilla), hijo de Juan II de Aragón
y de Juana Enríquez, tuvo lugar, en 1469, el paso definitivo para la unión
dinástica de las coronas de Castilla y de Aragón. Isabel fue proclamada rei¬
na de Castilla al morir su hermano Enrique IV, por las Cortes de Ocaña
y de Segovia (1474), con la oposición de un sector nobiliario partidario de
la princesa Juana. Fernando heredó los reinos de la corona de Aragón, con
Cerdeña y Sicilia, al morir su padre en 1479. Mientras tanto, la Concordia
de Segovia (1475) había establecido que, en la corona de Castilla, reinaran
conjuntamente Isabel y Fernando, figurando ambos en las monedas y en
los sellos que se acuñaran. Isabel, nacida en Madrigal de las Altas Torres
en 1451, tenía un año más que su marido, nacido en la zaragozana villa de
Sos en 1452. Éste supo defender como suyos los derechos de su mujer y
el conflicto interno, suscitado en Castilla por Juana y Alfonso V de Portu¬
gal, al reivindicar derechos al trono, se zanjó en su contra, definitivamente,
en el año 1480.
La unificación dinástica de las coronas de Castilla y de Aragón, asegu¬
rada en 1479-1480, permitía abrigar esperanzas a la unidad política de Es¬
paña, como así fue en efecto, con la conquista del reino nazarí de Granada
MANUEL RIU RIU
562

(1492), aspecto al cual nos hemos referido cumplidamente en las páginas


anteriores, y con la vinculación del reino de Navarra (1512-1515), consegui¬
da por Fernando el Católico poco antes de su muerte, invocando los dere¬
chos de su segunda mujer, Germana de Foix, y los suyos propios, que las
armas se encargarían de hacer prevalecer frente a las tropas de Luis XII de
Francia.
Los distintos reinos hispánicos conservarían sus propias instituciones,
armonizadas, y su unión permitiría su expansión por el mundo. Ventureros
hispánicos, soldados de fortuna a sueldo del mejor postor, ya desde media¬
dos del siglo XV aparecen en las guerras de Francia, de Inglaterra, de Bo¬
hemia, de Italia, de Grecia, y con su espíritu aventurero no tardarán en
extender su ambición a América. En muchos aspectos el reinado de Isabel
y Fernando, conocidos en la historia por los Reyes Católicos, señala el paso
de la Edad Media a la Moderna. Para unos, es todavía medieval; para otros,
plenamente moderno. No nos detendremos en discusiones banales. En su
reinado se realizan numerosas reformas internas y se consolida la expan¬
sión atlántica.
Las reformas internas tienden a reforzar la paz, lo que implica dominar
a la nobleza, desde Galicia a Andalucía, arrasando o demoliendo (desde 1477)
sus castillos cuando eran focos de resistencia al poder soberano. El duque
de Medina Sidonia, el marqués de Cádiz, el conde de Cabra o el señor de
Montilla, entre otros muchos, hubieron de reconocer el peso de la corona.
Y unos y otros acabaron sustituyendo los viejos castillos por palacetes ur¬
banos, mejor iluminados y más confortables. Para la conservación del or¬
den público, los reyes crearon la Santa Hermandad (1476). Mientras, la
nobleza feudal se iba convirtiendo en cortesana y los reyes sabían premiar
su fidelidad, si bien al revisar anteriores mercedes, consideradas excesivas,
la Hacienda real podía recuperar más de 30.000.000 de maravedíes al año,
para contribuir a sanear su economía. El espíritu de emulación, la ostenta¬
ción y el lujo fueron debidamente regulados mediante una serie de leyes sun¬
tuarias que modificarían incluso el vestido masculino y femenino, y las
costumbres. Se reorganizó la justicia real con técnicos juristas, expertos en
derecho romano, civil y canónico.
El poder de las Órdenes militares fue neutralizado al recabar para la rea¬
leza el cargo de gran maestre de las mismas. Sólo la renta anual de la Orden
de Santiago se cifraba en 600.000 ducados (el ducado equivalía a unos
22 sueldos de Barcelona, o a unos dos maravedíes y medio por lo menos),
mientras que la de la corona de Castilla sumaba 40.000 al advenimiento de
Isabel. Otra de las reformas internas consistió en revisar la gestión municipal
en las ciudades importantes por medio de oficiales reales (veedores o corre¬
gidores), y en reducir la opresión señorial en el campo gallego y catalán (pro-
ADDENDA 563

blemas de hermandinos y remensas) para conseguir la colaboración del


campesinado (Sentencia Arbitral de Guadalupe, 1486).
Paralelamente, para conseguir la unidad religiosa se estableció el Supre¬
mo Consejo de la Inquisición (1477-1490), se procedió a decretar la conver¬
sión o la expulsión de los judíos (1492) y de los moriscos (1502), medida
que afectó a más de medio millón de personas, y se realizó una activa labor
en contra del criptojudaísmo y del criptoislamismo, mientras se organiza¬
ban sínodos diocesanos en los cuales los obispos reformistas trataban de
impulsar la fe de los creyentes cristianos, viejos y nuevos. A esta reforma
religiosa debía colaborar el máximo avance técnico de la época: la impren¬
ta, que permitía reproducir libros mecánicamente, mediante el uso de ca¬
racteres movibles. En Segovia, en 1472, imprimió Juan Parix, de Heidelberg,
el sinodal diocesano de Aguilafuente, por encargo del obispo Juan Arias
Dávila, deseoso de que todas las parroquias del obispado de Segovia tuvie¬
ran cuanto antes un ejemplar de las decisiones del sínodo para poderlas po¬
ner en práctica. Éste fue probablemente el primer libro impreso en España.
Puede que le siguiera, en orden cronológico, la traducción latina de la Etica
de Aristóteles, impresa en Barcelona en 1473 por la compañía de Botel-Von
Holtz-Palnnck. En Zaragoza funcionó otra imprenta por las mismas fechas,
y Sevilla y Valencia figuran, asimismo, entre las ciudades hispanas en las
cuales el arte de imprimir, traído por artífices germanos, produciría los pri¬
meros incunables de gran calidad en el último tercio del siglo xv.
Unificar la política exterior e interior, armonizar las instituciones admi¬
nistrativas de los distintos reinos, instaurar el reclutamiento forzoso para
cumplir con los deberes militares (1496) y establecer la alianza con Borgoña-
Flandes y con el Imperio alemán representaban cambios importantes en la
política hispana. Para aislar a Francia, se buscó, asimismo, la amistad con
Inglaterra. Y se aseguró la presencia en Italia y en el norte de África, con
la incorporación de las Canarias y de Melilla a España, previo el pacto con
Portugal. La intervención en las guerras de Italia, contra la política expan-
sionista de Carlos VIII y Luis XII de Francia, se halla presidida por la pre¬
sencia en Nápoles de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, hasta
1504, año en que el reino de Nápoles volvía a España.
El mismo año en que concluyó la guerra de Granada se organizó en An¬
dalucía, después de años de gestiones y bajo el patrocinio de los reyes (que
invirtieron un millón de maravedíes) y del duque de Medinaceli, la expedi¬
ción que partiría del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, capitaneada
por Cristóbal Colón y compuesta por tres naos o carabelas: la «Santa Ma¬
ría», la «Pinta» y la «Niña», con tripulaciones de marinos españoles y con
expertos «corsarios» como los hermanos Pinzón, Martín Alonso y Vicente
Yáñez. Tras un descanso en las Canarias, donde hubieron de reparar las
5o-t MANUEL RIU RIU

naves y procurarse vituallas, reemprendieron la navegación hacia Occiden¬


te el 8 de septiembre y el 12 de octubre, habiendo atravesado el Atlántico
de Este a Oeste, esta primera expedición llegó a la isleta de los Lucayos,
en las Bahamas, llamada por los indígenas Guanahaní, dando comienzo al
descubrimiento del Nuevo Mundo.
Cristóbal Colón, que vería garantizados sus títulos de almirante mayor
de la mar océana y virrey y gobernador perpetuo de las islas y tierra firme
que descubriera 100 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde y de las Azo¬
res, tomó posesión de la tierra descubierta, en nombre de los reyes, con las
banderas que llevaba, con la Cruz Verde y las letras F e Y, siglas de Fernan¬
do e Isabel, con una corona encima de cada una de las dos letras. Luego
se hicieron nuevos descubrimientos, entre ellos el de la isla Española o Ci-
pango, y en marzo de 1493 la expedición regresó a Lisboa.
A esta primera expedición siguieron otras muchas hacia las islas y cos¬
tas occidentales del Atlántico cuyo relato corresponde a la Edad Moderna.
Por el Tratado de Tordesillas (1494) quedarían delimitadas las zonas a ex¬
plorar y conquistar por españoles y portugueses, en el Lejano Occidente que
pronto recibiría el nombre de América. Colón, en su testamento, hecho el
22 de febrero de 1498 y ratificado el 25 de agosto de 1505, en Valladolid,
y el 19 de mayo de 1506, establecía un mayorazgo, dotado con rentas que
equivalían a más del 25 por 100 «de todo lo que en las Indias se hallare y
hubiere», aunque confesaba que no cabía cuantificarlas porque no las ha¬
bía percibido; dejaba sus derechos, sucesivamente, a sus hijos Diego y Fer¬
nando, y a sus hermanos Bartolomé y Diego, y a los respectivos herederos.
Y entre las mandas, figuraba la obligación de construir en la Española un
templo dedicado a Nuestra Señora de la Concepción y un hospital, como
los mejores de Castilla y de Italia. Y que se mantuviera en la Española a
cuatro buenos maestros en teología, para evangelizar a los pueblos de las
Indias.
Los cronistas de los Reyes Católicos: Hernando del Pulgar, Andrés Ber-
náldez, mosén Diego de Valera, Alonso de Santa Cruz, Lorenzo Galíndez
de Carvajal, etc., se encargaron de referir los pormenores de un reinado
trascendente, del cual se conserva asimismo abundante documentación. A la
labor historiográfica de estos cronistas, más o menos imparciales, cabe añadir
aún la cultura de numerosos humanistas como Antonio Geraldino, Lucio
Marineo Sículo y Pedro Mártir de Anglería, el saber de fray Diego de Deza
o los conocimientos lingüísticos de Beatriz Galindo, la Latina, dama de la
corte de la reina Isabel.
La muerte de Isabel en 1504 y la de Fernando en 1516, ya no significa¬
rían una vuelta hacia atrás. Con el reinado de los Reyes Católicos se cerra¬
ba una etapa importante de la historia de los reinos hispánicos, y se abría
ADDENDA 565

otra nueva que les debería mucho más a aquellos reinos de lo que desearía
reconocerles. Sirvan tan sólo estas líneas de enlace con la Modernidad y no
se olviden las muchas realizaciones que ésta debe a los tiempos que la pre¬
cedieron, en todos los órdenes. El desconocimiento de nuestra Edad Media
y de los reinos que en ella se plasmaron, cristianos y musulmanes, así como
el papel coordinado de las tres culturas que en ellos convivieron: hebraica,
musulmana y cristiana, puede hacer incomprensible nuestro presente.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
E HISTORIOGRÁFICA

Bibliografías generales

Balañá Abadía, P., y Riera Melis, A.: Histoire de l’Espagne au Moyen Age.
Publications des années 1948-1969, en «Revue Historique» (París), 245 (1971),
páginas 127-168 y 443-482.
Balañá Abadía, P., y Riera Melis, A.: Les royaumes chrétiens en Espagne au
temps de la «reconquista» d’aprés les recherches récentes (1948-1969), en «Re¬
vue Historique» (París), 247 (1972), págs. 367-402.
Balañá Abadía, P., y Riera Melis, A.: Economies, sociétés et institutions de l’Es¬
pagne chrétienne du Moyen Age. Essai de bilan de la recherche d aprés les tra-
vaux des quelques vingt derniéres années, en «Le Moyen Age» (Bruselas-París),
LXXIX (1973), págs. 73-122 y 285-319.
Balañá Abadía, P., y Riera Melis, A.: L’Espagne, de la conquéte arabe au sié-
cle d’Or (travauxparus de 1969 á 1979), en «Revue Hispanique» (Burdeos), 534
(1980), págs. 425-461.
Balañá Abadía, P., y Riera Melis, A.: Apéndice bibliográfico, a la «Historia
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Epalza, M. de: Moros y moriscos en el Levante Peninsular (Sharq al-Andalus).
Introducción bibliográfica, Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1983, 291
páginas.
Epalza, M. de, y Franco Sánchez, F.: Bibliografía sobre temas árabes de Sharq
al-Andalus (Levante de al-Andalus), en «Sharq al-Andalus» (Alicante), 1 (1984),
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Gómez Molleda, D.: Bibliografía Histórica Española, 1950-1954, CSIC, Madrid,
1955, 491 págs.
568 ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

índice Histórico Español, revista de crítica bibliográfica fundada en 1953 por Jai¬
me Vicens Vives, Centro de Estudios Históricos Internacionales, Barcelona,
1953-1988. En curso.
Ladero Quesada, M. A.: La investigación sobre la Andalucía medieval cristiana
en los últimos veinticinco años (1951-1976), en «Actas del I Congreso de Histo¬
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rros de Córdoba, Córdoba, 1978, págs. 217-250.
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fonso X el Sabio, Murcia, 1983, 367 págs.
Mateu y Llopis, F.: Bibliografía de la historia monetaria en España, Madrid, 1958,
xv h 410 págs.
Repertorio de medievalismo hispánico. Edición preparada por M. Rossell y Emi¬
lio Sáez, Eds. El Albir, Barcelona, 1976-1985, 4 vols. Con una muy amplia bi¬
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sayo de bibliografía sistemática..., CSIC, Madrid, 3 1952, 3 vols.
Ubieto Arteta, A.: Historia de Aragón en la Edad Media. Bibliografía para su
estudio, Zaragoza, 1980.
Valdeavellano, L. García de: Bibliografía general y fuentes, en «Historia de
España». Edit. Revista de Occidente, Madrid, 5 1973, págs. 29-104.
Viñayo González, A.: Bibliografía histórica de los reinos cristianos occidentales,
en «Archivos Leoneses» (León), XIII (1959), págs. 181-210.

Obras auxiliares

Agustí, J.; Voltes, P., y Vives, J.: Manual de cronología española y universal,
CSIC, Madrid, 1952.
Aldea Vaquero, Q.; Marín Martínez, T., y Vives Gatell, J.: Diccionario de
Historia Eclesiástica de España, CSIC, Madrid, 1972-1975, 4 vols.
Aldea Vaquero, Q.; Marín Martínez, T., y Vives Gatell, J.: Diccionario de
Historia Eclesiástica de España. Suplemento I (Abad Puente-Zamora), CSIC,
Madrid, 1987, 706 págs.
Diccionario de Historia de España. Dirigido por Germán Bleiberg, Revista de Occi¬
dente, Madrid, 2 1969, 3 vols.
Dicionário de Historia de Portugal. Dirigido por J. Serrano. Iniciativas Editoriais,
Lisboa, 1963-1971, 4 vols.
Enciclopedia de la Cultura Española, Editora Nacional, Madrid, 1963-1968, 5 tomos.
Encyclopédie de l’lslam, J. Brill, Leiden, 1960-1988. Varios volúmenes. En curso
de publicación. Ediciones francesa e inglesa.
Romano, D.: Elementos y técnica del trabajo científico, Ed. Teide, Barcelona, 1973,
158 págs.
Vocabulario del comercio medieval, preparado por Miguel Gual Camarena. Dipu¬
tación Provincial de Tarragona, Tarragona, 1969, 531 págs.
Voltes, P.: Tablas cronológicas de ¡a Historia de España, Edit. Juventud, Barce¬
lona, 1980, 160 págs. Edición actualizada.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 569

Ensayos interpretativos de la historia medieval de España

Asensio, E.: La España imaginada de Américo Castro, Eds. El Albir, Barcelona,


1976, 198 págs.
Castro, A.: La realidad histórica de España, Ed. Porrúa, México, 41971,
41 + 29 + 480 págs.
Maravall, J. A.: El concepto de España en la Edad Media, Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 2 1964, 2 vols.
Sánchez Albornoz, C.: España, un enigma histórico, Edit. Sudamericana, Bue¬
nos Aires, 2 1962, 2 vols.
Vicens Vives, J.: Aproximación a la Historia de España, Edit. Vicens Vives (Bi¬
blioteca Básica Salvat, 57), Barcelona, 2 1970, 186 págs.

Atlas y mapas históricos

Atlas de Catalunya. Geográfic, económic i historie, Diáfora, S. A., Barcelona, 1974,


80 págs.
Atlas historie de Catalunya. Anys 759-992, Ed. preparada por J. Bolos y Víctor Hur¬
tado. Mirador Edicions, Barcelona, 1984. Primeros mapas de un atlas en curso
de publicación, excepcional por su calidad e información.
Atlas de les liles Balears. Geográfic, económic i historie, Diáfora, S. A., Barcelona,
1979, 88 págs.
Atlas de Navarra. Geográfco, económico, histórico. Caja de Ahorros de Navarra,
Diafora, S. A., Barcelona, 1977, 80 págs.
Bolos, J.; Hurtado, V., y Nuet, J.: Atlas historie d’Andorra (759-1278), Govern
d’Andorra, Barcelona, 1987, 47 págs.
Claramunt, S.; Riu, M.; Torres, C., y Trepat, C.-A.: Atlas de historia medie¬
val, Aymá/Teide, Barcelona, 1980, 75 págs.
Gran Atlas de Navarra. Varios autores. Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona,
1986, 2 vols.
Gual Camarena, M.: Para un mapa de la sal hispana en la Edad Media, en «Ho¬
menaje a J. Vicens Vives» (Barcelona, 1965), vol. I, págs. 483-497.
Gual Camarena, M.: Para un mapa de la industria textil hispana en la Edad Me¬
dia, en «Anuario de Estudios Medievales» (Barcelona), IV (1967), págs. 109-168.
López Mata, T.: Geografía del condado de Castilla a la muerte de Fernán Gonzá¬
lez, CSIC, Madrid, 1957, 159 págs. más un mapa.
Menéndez Pidal, G.: Atlas histórico español, Ed. Nacional, Madrid, 1941, 36
mapas.
roig Obiols, J.: Atlas de historia universal y de España, Ed. Vicens Vives, Barce¬
lona, 1973, vol. 1.
Roig Obiols, J.: Mapas murales, Edit. Vicens Vives, Barcelona, 1985. Interesan
los mapas 4 al 7. Para enseñanza media.
Ubieto Arteta, A.: Atlas histórico. (Cómo se formó España.) Eds. Anubar, Va¬
lencia, 2 1970, 148 págs., 20 mapas con explicaciones.
Vicens Vives, J.: Atlas de historia de España, Ed. Teide, Barcelona, 6, 1969. Ma¬
pas 22 a 48, con explicaciones.
Visintin, J., y Condaminas, Fu Atlas histórico de España, Instituto Agostini, No¬
vara, 1935, 13 mapas en color.
570 ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Fuentes escritas

Orientaciones previas y visiones de conjunto sobre las fuentes más importantes


y sus correspondientes ediciones y traducciones, pueden verse en los manuales de
Pedro Aguado Bleye: Manual de Historia de España (Espasa-Calpe, S. A., Ma¬
drid, 1947), págs. 315-331 y 540-547, y de Luís García de Valdeavellano: His¬
toria de España. De los orígenes a la Baja Edad Media (Manuales de la Revista de
Occidente, Madrid, 1952), págs. 36-96. Repetir sus indicaciones sería ocioso. Cabe
completarlas con la clásica obra de B. Sánchez Alonso: Historia de la historio¬
grafía española (CS1C, Madrid, 1947, vol. I, 478 págs.), cuyo primer volumen al¬
canza hasta el siglo xvi, y con el trabajo de A. de la Torre y L. Vázquez de
Parga: La publicación de fuentes históricas medievales españolas en los últimos
setenta años (en «La pubblicazione delle fonti...», Istituto Storico Italiano, Roma,
1954, págs. 83-90), buena introducción al tema, con indicación precisa de ediciones
de las distintas fuentes. Las ediciones de documentos históricos se hallarán, asimis¬
mo, pormenorizadas en el trabajo de Emilio Sáez: Fuentes históricas (en «Elemen¬
tos constitutivos del Español. Enciclopedia Lingüística Hispánica», CSIC, Madrid,
1966, vol. II, págs. 393-446), y la problemática de las crónicas altomedievales en
el volumen de Claudio Sánchez Albornoz: Investigaciones sobre historiografía
hispana medieval (siglos VIIIalXII) (Instituto de Historia de España, Buenos Aires,
1967, 419 págs.).
La interpretación del pensamiento historiográfico no ha tenido apenas cultiva¬
dores que hayan intentado dar visiones de conjunto del mismo, como la clásica de
Luciano de la Calzada: La evolución del pensamiento historiográfico en la Alta
Edad Media española («Anales de la Universidad de Murcia», Murcia, 1943,
79 págs.), o como el trabajo de Eloy Benito Ruano: La historiografía de la Alta
Edad Media española. Ideología y estructura («Cuadernos de Historia de Espa¬
ña», XIII [Buenos Aires, 1952], págs. 50-104). Para Cataluña debemos recordar el
estudio de Miquel Coll Alentorn: La historiografía de Catalunya en el període
primitiu («Estudis Románics», III [Barcelona, 1951-1952], págs. 139-196), toda¬
vía no superado. En cambio, en los últimos años se vienen publicando numerosas
colecciones diplomáticas que ponen al servicio de los historiadores valiosos mate¬
riales hasta hace poco tiempo inéditos. Así, por ejemplo, dentro de la colección «Fuen¬
tes Medievales Castellano-Leonesas», dirigida por J. José García González y F. Javier
Peña Pérez, y patrocinada por el Departamento de Historia Medieval del Colegio
Universitario de Burgos, que se ha propuesto publicar un millar de documentos al
año del territorio de la cuenca del Duero, han visto ya la luz varios volúmenes. En
1983 publicó 175 documentos de San Juan de Burgos (años 1091-1400), 266 textos
de San Salvador de Oña (años 1032-1284) y 541 de la catedral de Burgos (años 804-
1222). En 1984 siguió con otros 499 documentos de la catedral de Burgos (años 1254-
1316) y 249 de las Huelgas (años 1116-1230), y ha continuado en los años siguientes.
Propósito de esta colección es dar a conocer unos 9.000 textos, en un 80 por 100
inéditos, in extenso hasta el año 1400 y en regesta hasta 1550. La publicación de
colecciones documentales de monasterios, catedrales y colegiatas enriquece extraor¬
dinariamente el tesoro heurístico, pero a su lado, como veremos, se siguen publi¬
cando nuevas ediciones críticas de textos cronísticos y de una muy variada gama
de fuentes: literarias, económicas, artísticas, etc.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 571

Florilegios escolares de textos

Entre los florilegios de textos exclusivamente dedicados a la Historia de España,


ya sea con un propósito estrictamente escolar, ya con el fin de divulgar su conoci¬
miento, cabe señalar los siguientes:

Díaz-Plaja, F.: Historia de España en sus documentos. Siglo XV, Ediciones Cá¬
tedra (Historia. Serie Mayor), Madrid, 1984, 374 págs.
García de Cortázar, J. A.: Nueva historia de España en sus textos, Edit. Pico
Sacro, Santiago de Compostela, 1975, 794 págs.
García de Cortázar, J. A.; Aziraga, B.; Martínez, R. M.a, y Ríos, M. L.:
Introducción a la historia medieval de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya en sus tex¬
tos, Editorial Txertoa, San Sebastián, 1979, 219 págs.
García Gallo, A.: Antología de fuentes del Derecho Español, ed. del autor, Ma¬
drid, 3 1967, 1.298 págs.
Gibert, R.: Textos jurídicos españoles, Ed. Gómez, Pamplona, 1954, 227 págs.
Hinojosa, E., de: Documentos para la historia de las instituciones de León y Cas¬
tilla (siglos X-XIII), Madrid, 1919, 217 págs.
Sánchez Albornoz, C., y Viñas, A.: Lecturas de historia de España, Ed. Tau-
rus, Madrid, 2 1960, 614 págs.
Sánchez Albornoz, C.: La España musulmana, según los autores islamitas y cris¬
tianos medievales, Ed. Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 4 1974, 2 vols.
Tuñón de Lara, M.: Textos y documentos de Historia Antigua, Media y Moder¬
na hasta el siglo XVII, Edit. Labor («Historia de España», vol. 11), Barcelona,
1984. Interesan para la Edad Media los textos de las páginas 165 a 528, seleccio¬
nados por Luis A. García Moreno, Julio Vaideón, José María Salrach, María
Cruz Mina, Alejandro Arizcún y Rachel Arié.
Udina, F.: Documents cabdals de la historia de Catalunya, Fundació Catalana, Bar¬
celona, 1985, 238 págs.
Vázquez de Parga, L.: Textos históricos en latín medieval. Siglos VIH-XIII, Es¬
cuela de Estudios Medievales, CSIC, Madrid, 1952, 239 págs.

Algunas ediciones de fuentes históricas

a) Fuentes de la España islámica


Abbar, Ibn al-: Kitab al-Takmila li-Kitab al Sila, Ed. F. Codera, «Biblioteca
Arábico-Hispana», Madrid, 1889, vols. V-VI.
Abd-Allah [Ben Buluggin]: Las Memorias de..., último rey zirí de Granada, tra¬
ducida al castellano por E. Lévi-Provengal y E. García Gómez, con el título «El
siglo xi en primera persona». Alianza Ed., Madrid, 1980, 344 págs. Trad. in¬
glesa de A. T. Tibi, Leyden, 1986, xn + 291 págs.
Abdari, al: Al-Rihla al-Magribiyya, ed. y notas de M. al-Fasi. Universidad Mu-
hammad V, Rabat, 1968.
Ajbar Machmua. Crónica anónima del siglo xi. Trad. por Emilio Lafuente Alcán¬
tara, Madrid, 1867, ed. facsimilar, Madrid, 1984.
Arif, Ibn al-: Mahasin al-Majalis. «The attractions of mystical sessions», trad. al
inglés por W. Elliot y A. K. Abdulla. Avebury Publishing Company, Letchworth,
1980, 122 págs.
572 ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Bakri, Abu Ubaid al: Kitab al-Masalik wa-l-Mamalik (El libro de los caminos y
los reinos), traducción con el título «Geografía de España», por Eliseo Vidal
Bertrán. Ed. Anubar (Textos medievales, 53), Zaragoza, 1985, 60 págs.
Baskuwal, Ibn: Kitab al-sila fi ta’rij al-allmmat al-Andalus, Ed. F. Codera, «Bi¬
blioteca Arábico-Hispana», Madrid, 1882, vols. I-II.
Calendrier de Cordoue, Le, año 961. Nueva edición con trad. francesa de Ch. Pe-
llat Leyden, 1961, xvi+198 págs.
Crónica anónima de Abd al-Rahman III al-Nasir, ed. y traducción de E. Lévi-
Proven^al y E. García Gómez, Madrid-Granada, 1950.
Dabbi, Al: Kitab bugyat al-multamis fi ta’rij riyal al-Andalus, Ed. F. Codera y
J. Ribera, «Biblioteca Arábico-Hispana», Madrid, 1885, vol. III.
David, Abraham Ben: Sefer ha-Kabbalah (Libro de las Tradiciones). Traducción
de J. Bages, Valencia, 1972.
Diñar, Ibn Abi: Al-Munis fi ajbar Ifriqiyya wa-Tunis, Ed. de M. Samman, Tú¬
nez, 1967.
Faradi, Ibn al: Ta’rij ulama al-Andalus, Ed. F. Codera, «Biblioteca Arábico-
Hispana», Madrid, 1891, vols. VII-VIII.
Fath al-Andalus, códice anónimo del siglo xn. Traducción de J. González («Histo¬
ria de la conquista de España»), Argel, 1899.
Galib, Ibn: Kitab Farhat al-Anfus. Fragmento editado por el hispanista Lufti Abd
al-Badi, en «Revue de l’Institut des Manuscrits Arabes» (El Cairo), I, núm. 2
(1955), págs. 272-310, y trad. por J. Vallvé con el título «Una descripción de
España de Ibn Galib», «Anuario de Filología» (Barcelona), I (1975), pági¬
nas 369-384.
Véase también la traducción de la descripción de la ciudad de Córdoba y de
Madina al-Zahra, por J. Vallvé, con el título «La descripción de Córdoba de
Ibn Galib», en «Homenaje a Pedro Sainz Rodríguez, tomo III, Estudios Histó¬
ricos», Fundación Universitaria Española. Madrid, 1986, págs. 669-679.
Hakam, Ibn Abd al: Futuh Misr wa-l-Magrib wa-l-Andalus. Trad. al francés de
la parte referente al Magreb y España, con el título «Conquéte de l’Afrique du
Nord et de l’Espagne», por A. Gateau, «Bibliotheque Arabique-Fran^aise» (Ar¬
gel), II (1947). Ed. y trad. al castellano de E. Vidal Beltrán con el título «Con¬
quista de África del Norte y de España», Valencia, 1966.
Hawkal, Ibn: Kitab surat al-ard. Trad. francesa de J. M. Kramers y G. Wiet, Pa¬
rís, 1969. Trad. al castellano de los fragmentos referentes al Magreb y España
por María J. Romaní Suay, con el título «Configuración del mundo», Valen¬
cia, 1971.
Hayyan, Ibn: Kitab al-muqtabis fi ta’rij riyal al-Andalus. Ediciones y trads. par¬
ciales. Los años 846-852 ed. por Mahmud Ali Makki, El Cairo, 1971. Los años
888-912: Al-Muqtabis..., vol. III, por M. Antuña, París, 1937. Y trad. al caste¬
llano en «Cuadernos de Historia de España» (Buenos Aires), X11I-XXII (1950-
1959). El texto árabe de los años 971-975 ed. por Ali al-Hayyi, Beirut, 1965 y tra¬
ducido al castellano por E. García Gómez con el título «Anales Palatinos del
Califa de Córdoba al-Hakam II», Madrid, 1967. El tomo V de Al-Muqtabis,
dado a conocer por Muhammed Abd Allah Inan con el título «Descubrimiento
del volumen V del al-Muqtabis de Ibn Hayyan», en «Revista del Instituto de
Estudios Islámicos» (Madrid), XIII (1965), fue extractado por P. Chalmeta en
«Treinta años de Historia hispana...», en «Hispania» (Madrid), núm. 131 (1975),
páginas 665-676, y luego editado por el propio P. Chalmeta, Instituto Hispano-
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 573

Árabe de Cultura, Madrid, 1979. Trad. española de María Jesús Viguera y


F. Corriente con el título «Crónica del califa Abdarrahman III an-Násir entre los
años 912 y 942 (al-Muqtabis V)», Zaragoza, 1981.
Hazm, Ibn: Kitab yamharat ansab al-Arab. Trad. parcial de E. Terés con el título
«Linajes árabes en al-Andalus, según la yamhara de Ibn Hazm», en «Al-Andalus»
(Madrid-Granada), XXII (1957), págs. 55-111, y XXIII (1958), págs. 337-376.
Hazm, Ibn: Kitab tawq al-hamama fi-l-ulfa wa-i ullaf. Trad. al castellano por
E. García Gómez con el título «El Collar de la Paloma, tratado sobre el amor
y los amantes», Alianza Edit., Madrid, 21971.
Hazm, Ibn: Naqt al-arus fi tawarij al-julafa. Trad. al castellano por Luis Seco de
Lucena, Granada, 1941, y Valencia, 2 1974.
Himyari, Al: Kitab ar-Rawd al-Mi’tar. Trad. al castellano por Pilar Maestro Gon¬
zález, Eds. Anubar (Textos medievales), Valencia, 1963. Hecha a partir de la
versión francesa publicada por E. Lévi-Provengal con el título «La penínsule Ibé-
rique au Moyen Age d’aprés le Kitab ar-Rawd al-Mi’tar...», Leyden, 1938.
Hulal al Mawsiyya, Al. Crónica anónima de 1382 de C. Trad. al castellano por
Ambrosio Huici Miranda en «Colección de crónicas árabes de la Reconquista»,
volumen I, Tetuán, 1952.
Idari, Ibn: Kitab al-bayan al-Mogrib fi ajbar muluk al-Andalus wa-l-Magrib. Edi¬
ción del texto árabe de los tomos I y II por R. Dozy, Leyden, 1849-1851. Tra¬
ducción francesa por E. Fagnan con el título «Histoire de l’Afrique et de l’Espagne
intitulée al-bayano’l-Mogrib», Argel, 1901-1904, 2 vols. Nueva edición del texto
árabe por G. S. Colin y E. Lévi-Provengal, Leyden, 1948-1951. Edición del
tomo III del texto árabe por E. Lévi-Proven?al, París, 1930. Ed. y trad. al cas¬
tellano del tomo IV por Ambrosio Huici Miranda en «Colección de crónicas ára¬
bes de la Reconquista», Tetuán, 1954, vols. II-III. Ampliación del propio Huici
en «Nuevos fragmentos...», Valencia, 1963.
Idrisi, Al: Nuzhat al-Mustaq fi’jtiraq al-afaq. Ed. con trad. francesa por R. Dozy
y M. J. de Goeje con el título «Edrisi. Description de l’Afrique et de l’Espag¬
ne», Leyden, 1866. Reimpresión, Amsterdam, 1969. Trad. al castellano por
A. Ubieto Arteta con el título «Geografía de España (s. xi xii)», Valencia, 1974.
A partir de la trad. francesa de Dozy.
Istajri, Al: Masalik al-mamalik. Ed. J. M. de Goeje. Leyden, 1927.
Jaldun, Ibn: Kitab al-Ibar. Trad. al francés por C. de Slane, París, 1925, 4 vols.
Reimpresión, dirigida por P. Casanova: París, 1968-1978, 4 vols. Trad. parcial
al español de O. Machado con el título «Historia de los árabes de España por
Ibn Jaldun», en «Cuadernos de Historia de España» (Buenos Aires), IV-VI (1946);
VII-IX (1947); XXXIII-XXXIV (1961); XLV-XLVI (1967); XLVII-XLVIII
(1968).
Jaldun, Ibn: Al-Muqaddimah. Traducción al castellano de Juan Feres con el títu¬
lo «Introducción a la Historia Universal (al-Muqaddimah)». Revisión y apéndi¬
ces de Elias Trabulse, Fondo de Cultura Económica (Sección de obras de historia),
México, 1977, 1.165 págs. Véase también M. Sánchez: «A propósit de la versió
castellana de la Muqaddima d’Ibn Jaldun», en «L’Aven?» (Barcelona), núme¬
ro 23 (1980), págs. 69-72.
Jaldun, Ibn: Le voyage d’Occident et d’Orient. Trad. al francés de Abdesselam
Cheddadi, París, 2 1980, 331 págs.
Jatib, Ibn al: Kitab a’mal al-a’lam. Ed. parcial (parte segunda) del texto árabe por
E. Lévi-Provenpal con el título «Histoire de l’Espagne musulmane», Beirut, 1959.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
574

Trad. de la parte tercera por Rafael Castillo, Instituto Hispano-Árabe, Madrid,


1983, 198 págs.
Játima, Ibn: Diwan. Trad. al castellano por Soledad Gibert con el título «El Di-
wan de Ibn Játima de Almería», Departamento de Árabe e Islam, Universidad
de Barcelona, Barcelona, 1975, 238 págs.
Yubair, Ibn: Rihla. Trad. al francés por M. Gaudefroy-Demombynes, París, 1949.
Edición del texto árabe H. Nassar, El Cairo, 1955.
Jusani, Al: Ta’rij qudat Qurtuba. Historia de los jueces de Córdoba. Ed. y tra¬
ducción al castellano de J. Ribera (cfr. Aljoxaní), Madrid, 1914. Reimpresión.
Sevilla, 1985, 278 págs.
Kardabls, Ibn al: Ta’rij al-Andalus. Trad. al castellano por Margarita la Chica
Garrido, con el título «Historia del Andalus (España musulmana)», Alicante,
1984, 75 págs. Nueva versión íntegra con el título Historia de al-Andalus, por
Felipe Maíllo. Eds. Akal, Madrid, 1986, 189 págs.
Luyun, Ibn: Tratado de agricultura. Ed. del texto árabe y trad. al castellano por
Joaquina Eguaras, Patronato de la Alhambra, Granada, 1975, 276 págs.
Maimónides (1135-1204): Guia de perplejos. Traducción castellana de David Gon¬
zalo Maeso, Muchnik edit., Barcelona, 1986.
Maqqari, Al: Nafh al-Tib min gusn al-Andalus al-Ratib wa dikr wazriha Lisan
al-Din ibn al-Jatib. Ed. del texto árabe por Abd al-Hamid, El Cairo, 1949,
10 vols., y por Dozy, Dugat, Krehl y Wright con el título «Annalectes sur l’his-
toire et la littérature des Arabes d’Espagne», 2 vols., Leyden, 1855-1861. Reim¬
presión: Amsterdam, 1967. Trad. de algunos pasajes en P. de Gayangos, «The
History of the Muhammedan Dynasties in Spain», Londres, 1840, 2 vols.
Marzuq, Ibn: Al-Musnad. Trad. al castellano de María Jesús Viguera con el títu¬
lo «El Musnad. Hechos memorables de Abu-l-Hasan, sultán de los benimeri-
nes», Instituto Hispano-Árabe de Cultura, Madrid, 1977.
MaS'UDI, Al: Muruy al-dahab wa-ma’din al-yawhar. Ed. y trad. francesa de B. de
Meinard y P. de Courteille, con el título «Les prairies d’or», París, 1861-1876.
Muqaddasi, Al: Ahsan al-taqasim fi ma’rifat al-aqalim. Ed. texto árabe y traducción
francesa por Ch. Pellat con el título «Description de l’Occident musulmane au
IVéme siécle-Xéme siécle», en «Bibliothéque Arab.-Fran<;aise» (Argel), IX (1950).
Nuwayri, Al: Nihayat al-Arab fi funun al-adab. Ed. y trad. al castellano parcial
de M. Gaspar y Remiro con el título «Historia de los musulmanes de España
y África», Granada, 1917-1919, 2 vols. Reproducido de «Revista del Centro de
Estudios Históricos de Granada y su reino» (Granada), XXII (1915-1916).
Qalqasandi, Al: Subh al-A ’sá fi Kitabat al-Insa. Traducción parcial al castellano
por Luis Seco de Lucena, Granada, 1942, y Valencia, 1975.
Qutiyya, Ibn al: Ta’rij iftitah al-Andalus. Ed. y trad. al castellano de Julián Ri¬
bera, con el título «Historia de la Conquista de España», en la «Colección de
obras arábigas de Historia y Geografía», Real Academia de la Historia, Madrid,
1926, vol. II.
Quzman, Ibn: Obras. Traducción al castellano por Emilio García Gómez con el títu¬
lo «Todo Ben Quzman», Madrid, 1972, 3 vols.
Razi, Ahmad ibn Muhammad ibn Musa Al: Ajbar tnuluk al-Andalus. Ed. P. de
Gayangos con el título «La crónica denominada del moro Rasis», en «Memo¬
rias de la Real Academia de la Historia» (Madrid), VIII (1852). Con el título
«Description de l’Espagne d’Ahmad al-Razi», publicó ed. francesa E. Lévi-
Provengal en «Al-Andalus» (Madrid-Granada), XVIII (1953), págs. 51-108. La
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 575

revisión romanzada para el rey Dionis de Portugal hacia 1300 por el alarife Ma-
homad y el clérigo Gil Pérez, editada por D. Catalán y M. S. de Andrés, Ma¬
drid, 1975, edición crítica.
Razi, Isa ibn Ahmad al: Anales palatinos. Trad. de E. García Gómez con el título
«Anales palatinos del Califa de Córdoba al-Hakam II por Isa ibn Ahmad al-
Razi», Madrid, 1967.
Sabbat, Ibn al: Kitab silat al-simt wa-simat al-mirt. Trad. parcial por E. de San¬
tiago Simón, con el título «Un fragmento de la obra de Ibn al-Sabbat (s. xni)
sobre Al-Andalus», en «Cuadernos de Historia del Islam (Serie Monográfica Is¬
lámica Occidental, 1)» (Granada), V (1973), págs. 5-92.
Said al-Magribi, Ibn: Rayat al-mubarrizin wagayat al-mumayyazin. Ed. y tradu¬
cida por Emilio García Gómez, con el título «El libro de las banderas de los
campeones... Antología de poemas arabigoandaluces», Seix Barral Eds. (Serie
Mayor, 29), Barcelona, 2 1978, 350 págs. Esta obra de 1243 reúne poemas de
145 poetas de los siglos x al xm.
Satd de Toledo, Ibn: Kitab tabaqat al-uman. Trad. francesa de R. Blachére con
el título «Libre des catégories des Nations», París, 1935.
Sahib al-Sala, Ibn: Al-Mann Bil-imama. Trad. castellana de Ambrosio Huici Mi¬
randa, Eds. Anubar (Textos medievales), Valencia, 1969.
Tudela, Benjamín de: Libro de viajes, Ed. y trad. de José Ramón Magdalena Nom
de Deu, Riopiedras Eds., Barcelona, 1982, 125 págs.
Udri, Al: Tarsi al-ajbar. Ed. crítica de Abd al-Aziz al-Ahwani con el título «Frag¬
mentos geográfico-históricos...», Instituto de Estudios Islámicos, Madrid, 1965.
Traducciones y estudios parciales de Fernando de la Granja: «La marca supe¬
rior en la obra de Al-Udri», en «Estudios de Edad Media de la Corona de Ara¬
gón» (Zaragoza), VIII (1967), págs. 447-545. Emilio Molina López: «La cora
de Tudmir...», en «Cuadernos de Historia del Islam» (Granada), IV (1972),
113 págs.; Manuel Sánchez Martínez: «La cora de Ilbira (Granada y Almería)
en los siglos x y xi, según Al-Udri (1003-1085)», en «Cuadernos de Historia del
Islam» (Granada), VII (1975-1976), págs. 5-83.
Wahid, Abd al: Kitab al-Mu’yib fi Taljis ajbar al-Magrib. Ed. y trad. al castella¬
no de A. Huici Miranda con el título «Lo admirable en el resumen de las noti¬
cias del Magrib», en «Colección de crónicas árabes de la Reconquista», Tetuán,
1955, tomo IV.
Yaqut: Kitab Mu’yam al-Buldan. Trad. castellana parcial por Gamal Abd al-Karim
con el título «La España musulmana en la obra de Yaqut (s. xii-xm)...», en
«Cuadernos de Historia del Islam» (Granada), VI (1974).
Ya’Qubi, Al: Kitab al-bul-dan. Trad. francesa de Gastón Wiet con el título «Les
Pays», El Cairo, 1937.
Zar, Ibn Abi: Rawd al-Qirtas. Trad. al castellano por Ambrosio Huici Miranda.
Ediciones Anubar (Textos medievales), Valencia, 1964, 2 vols.

b) Fuentes narrativas de la España cristiana (selección)

Alfonso X el Sabio: Estoria de España o Primera Crónica General (completada


hacia 1289), edición de Ramón Menéndez Pidal. Nueva Biblioteca de Autores
Españoles, Madrid, 1906, iv + 776 págs.
Ayala, Pedro López de: Crónica de los Reyes de Castilla Pedro I, Enrique II,
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
576

Juan Iy Enrique III (hasta 1395). Edición C. Rosell, Biblioteca de Autores Es¬
pañoles, Madrid, 2 1953, tomos 66 y 68, págs. 401-614 y 1-276.
Bernáldez, Andrés (Cura de los Palacios): Historia de los Reyes Católicos don
Fernando y doña Isabel (hasta 1513). Edición C. Rosell, Biblioteca de Autores
Españoles, Madrid, 2 1953, tomo 70, págs. 567-773.
Carlos, príncipe de Viana (1420-1461): Crónica de los Reyes de Navarra. Edi¬
ción de J. de Yanguas y Miranda, Pamplona, 1843.
Chronica Adefonsi Imperatoris (o Crónica de Alfonso VII). Edic. con traducción
castellana A. Huici en «Las crónicas latinas de la Reconquista», Valencia, 1913,
volumen II, págs. 170-409. Edición y estudio por Luis Sánchez Belda, CSIC,
Madrid, 1950, 277 págs.+ 2 mapas.
Crónicas Asturianas: Crónica de Alfonso III (Rotense y «A Sebastián») y Crónica
Albeldense (y «Profética»). Introducción y edición crítica de Juan Gil Fernán¬
dez. Traducción y notas de José L. Moralejo. Estudio preliminar de Juan I. Ruiz
de la Peña. Universidad de Oviedo, Oviedo, 1985, 224 págs.+ 3 mapas.
Crónicas Latinas de la Reconquista, Las, publicadas por Ambrosio Huici. Estable¬
cimiento Tipográfico Hijos de F. Vives, Valencia, 1913, 2 vols. Incluyen, entre
otros, los textos latinos y traducciones castellanas de los Cronicones Burgense,
Complutense, Compostelano, de Sebastián, los Anales Compostelanos y Tole¬
danos, la Crónica de Albelda, etc.
Crónica latina de los Reyes de Castilla. Introducción, texto crítico, traducción,
notas e índices de Luis Charlo Brea. Universidad de Cádiz, Cádiz, 1984,
xxvm-t- 103+ 128 págs. Probablemente escrita hacia 1236 por el obispo Juan
de Osma (T 1246), constituye una crónica de la familia real.
Crónica de 1344 que ordenó el Conde de Barcelos. Editada por D. Catalán y Ma¬
ría S. de Andrés. Edit. Gredos, Seminario Menéndez Pidal, Madrid, 1970,
454 págs. + 11 láminas.
Crónica Mozárabe de 754. También conocida por otros nombres. Editada por J. Gil
en «Corpus Scriptorum Muzarabicorum», Madrid, 1973, vol. I, con otros tex¬
tos de Eulogio de Córdoba y de Paulo Albaro. Véase Ana María Sales: «Estu¬
dios sobre el latín hispánico. La Crónica Mozárabe de 754». Universidad de
Barcelona, Barcelona, 1977, 24 págs.
Die Chronik Alfons’ III. Untersuchung und kritische Edition der Vier Redaktio-
nen, Han Prelog.—Peter D. Lang (Europáische Hochschulachriften, Reihe III,
Band 134), Frankfurt, 1980, cxcvm + 192 págs. Abarca desde Wamba hasta la
muerte de Ordoño I.
Galíndez de Carvajal, Lorenzo: Crónica de Enrique IV. Edición y estudio de
Juan Torres Fontes en «Estudio sobre la “Crónica de Enrique IV’’ del Dr. Ga¬
líndez de Carvajal», CSIC, Murcia, 1946, 543 págs.
Gesta Comitum Barchinonensium (siglo xn). Edición de L. Barrau-Dihigo y J. Mas-
só Torrents en «Cróniques Catalanes», Barcelona, 1925, vol. II.
Gran Crónica de Alfonso XI. Preparada por D. Catalán. Edit. Gredos, Universi¬
dad Complutense, Madrid, 1977, 2 vols., 1.060 págs., 14 láms.
Historia Compostelana, escrita por inspiración del arzobispo Diego Gelmírez (T1140)
y continuada hasta 1340. Versión castellana de Manuel Suárez, Santiago de Com-
postela, 1950.
Historia Silense (anónima, cerca de 1115). Edición, crítica e introducción por don
Justo Pérez de Urbel y Atilano González Ruiz-Zorrilla, CSIC, Madrid, 1959,
237 págs.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 577

Jiménez de Rada, Rodrigo: Historia Gothica e Historia Arabum (c. 1243). Edi¬
tadas por Schott en «Hispaniae Illustratae. Scriptores», Frankfurt, 1603, volu¬
men II, págs. 25-194.
Líber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus. Trad. de A. Moralejo, C. Torres, J. Feo,
CSIC, Santiago de Compostela, 1951, xi + 642 págs.
Loaysa, Jofré de: Crónica de los reyes de Castilla Fernando III, Alfonso X, San¬
cho IV y Fernando IV (1248-1305). Edición, traducción, introducción y notas
de Antonio García Martínez. Academia Alfonso X el Sabio (Biblioteca Murcia¬
na de Bolsillo, 27), Murcia, 1982, 251 págs.
Pelayo (obispo de Oviedo, 1098-1143): Crónica. Edición de B. Sánchez Alonso en
«Crónica del Obispo don Pelayo», Madrid, 1924.
Praefatio de Almería. Poema en versos exámetros. Editado y traducido por A. Huici
en «Las crónicas latinas de la Reconquista», Valencia, 1913, vol. II, págs. 410-439.
Primera «Crónica General» de España. Edit. R. Menéndez Pidal. Con un estudio
actualizador de D. Catalán. Edit. Gredos, Universidad Complutense, Madrid,
3 1955, 2 tomos, 354 y xli + 572 págs.
Les quatre grans cróniques. Edició preparada per Ferrán Soldevila. Editorial Selec¬
ta, Barcelona, 1971, 1.300 págs. Edición conjunta de los textos, con comenta¬
rios y notas, de las cuatro crónicas más importantes de la historiografía catalana
de los siglos xiii y xiv, debidas a Jaime I el Conquistador, Bernat Desclot, Ra¬
món Muntaner y Pedro IV el Ceremonioso.
Sampiro: Crónica. Edición y estudio de Justo Pérez de Urbel en «Sampiro, su cró¬
nica y la monarquía leonesa en el siglo x», CSIC, Madrid, 1952, 489 págs.
Tuy, Lucas de: Chronicon mundi (escrita hacia 1236). Edit. Schott en «Hispaniae
Illustratae. Scriptores», Frankfurt, 1608, vol. IV, págs. 1-116: Crónica de Espa¬
ña, edit. del texto romanceado por Julio Puyol. Real Academia de la Historia,
Madrid, 1926, 473 págs.
Zurita, Jerónimo: Anales de la Corona de Aragón. Edición preparada por Ángel
Canellas López. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1967-1977, 8 vols.
Esta nueva edición reúne los 20 libros de Zurita, que cabe completar con los ín¬
dices de las Gestas de los Reyes de Aragón. Edición de Ángel Canellas, CSIC,
Madrid-Zaragoza, 1984, 2 vols.

c) Colecciones documentales

Abadal, R. d’: Catalunya Carolingia, IEC, Barcelona, 1926-1954, 4 vols. En cur¬


so de publicación, interrumpida a la muerte de su autor, se proponía editar unos
5.000 textos anteriores al año 1000.
Abellán Pérez, Juan: Documentos de Juan II, CSIC, Academia Alfonso X el Sa¬
bio (colección de Documentos para la Historia del Reino de Murcia, XVI),
Murcia-Cádiz, 1984, 341 docs., xxv + 725 págs. Forma parte de una amplia co¬
lección concebida en 20 vols. e iniciada en 1963 por Juan Torres Fontes.
Baraut, Cebriá: Els documents... de l’Arxiu Capitular de la Seu d’Urgell. «Ur-
gellia» (Seo de Urgel), II-VIII (1979-1988), págs. 11-182; 7-148; 7-166; 9-149.
En curso de publicación, docs. de los siglos ix al xii.
Bonachía Hernando, Juan Antonio, y Pardos Martínez, Julio Antonio: Ca¬
tálogo documental del Archivo Municipal de Burgos: Sección Histórica (931-
1515). Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salaman-
578 ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

ca, 1983, 2 vols., 497 págs. Se inventarían 1.155 documentos sobre temas muy
variados.
Colección de documentos inéditos del Archivo General de la Corona de Aragón.
(Abreviado con frec. CODOIN del ACA), Barcelona, 1847-1982, 50 vols. En
curso.
Cortes de los antiguos reinos de Aragón y de Valencia y Principado de Cataluña.
Edición de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1896-1930, 27 vols.
Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla. Edic. Real Academia de la His¬
toria, Madrid, 1861-1863, 7 vols.
Fernández Conde, Francisco Javier; Torrente Fernández, Isabel, y La No¬
val Menéndez, Guadalupe de: El monasterio de San Pelayo de Oviedo. Co¬
lección diplomática. Monasterio de San Pelayo, Oviedo, 1978-1981. Vol. I:
996-1325 (1978), 250 docs., 503 págs.; vol. II: 1326-1379 (1981), 270 docs.,
634 págs. En curso.
Finke, H.: Acta Aragonensia, Berlín-Leipzig, 1908-1922, 3 vols.
Fuentes documentales medievales del País Vasco. Sociedad de Estudios Vascos, San
Sebastián, 1982-1985, 7 vols.
Fuentes medievales castellano-leonesas. Colección dirigida por José García Gonzá¬
lez y F. Javier Peña Pérez, Burgos, desde 1983, 31 vols. en proyecto. Publicados
los que se desglosan por sus correspondientes autores.
García Aragón, L.: Documentación del monasterio de la Trinidad de Burgos
(1198-1400), Burgos, 1985, 194 docs., 444 pags.
Garrido Garrido, José Manuel, y Pereda Llarena, F. Javier: Documenta¬
ción de la Catedral de Burgos, Burgos, 1983-1984. Vol. I: 804-1183 (1983),
235 docs., xxx-(-368 págs.; vol. II: 1184-1222 (1983), 307 docs., xvi + 388 pá¬
ginas; vol. IV: 1254-1293 (1984), 297 docs., XL + 372 págs.; vol. V: 1294-1316
(1984), 202 docs., xx+ 388 págs.
González, Julio: Reinado y diplomas de Fernando III, Caja de Ahorros y Monte
de Piedad, Córdoba, 1980-1986, 3 tomos.
González, Julio: El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, CSIC, Madrid,
1960, 3 vols.
González Crespo, Esther: Colección documental de Alfonso XI, Universidad
Complutense, Madrid, 1985, 340 docs. (años 1313-1353), 622 págs.
Gubern, Ramón: Epistolari de Pere III, Els Nostres Clássics, Barcelona, 1955.
Huici Miranda, A.: Documentos de Jaime I de Aragón, Ed. facsímil, Anubar Edi¬
tores, Valencia, 1976-1978, 3 vols.
Junyent i Subirá, Eduard: Diplomatari de la catedral de Vic. Segles IX-X, Pa-
tronat d’Estudis Ausonencs, Vic, 1984-1987. 4 fascículos.
Lacarra, José María; Martín Duque, Ángel; Zabalo Zabalegui, J., y For-
tún, J. L.: Colección diplomática de Irache, Pamplona, 1986, 2 vols. Compren¬
de piezas de 958 a 1397.
Lizoaín Garrido, José Manuel: Documentación del monasterio de Las Huelgas
de Burgos (1116-1230), Burgos, 1984. Vol. I: 249 docs., liv + 366 págs.; vol. II:
1231-1262 (1985), 274 docs., 404 págs.
Marca, P. de: Marca hispánica sive limes hispanicus. Reedición, Barcelona, 1972,
1.498 págs.
Martín Duque, Ángel J.: Documentación medieval de Leire (siglos IX a XII),
Diputación Foral de Navarra, Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1983,
361 docs., xxxi+ 573 págs.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 579

Miquel Rossell, F.: Líber feudorum maior, CSIC, Barcelona, 1945, 902 docs.,
xxxix+ 535 págs. y 597 págs. + ils., 2 vols.
Nieto Cumplido, Manuel: Corpus Mediaevale Cordubense, Publicaciones del
Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, Córdoba, 1979-1980. Vol. I:
1106-1255 (1979), 468 textos, 292 págs.; vol. II: 1256-1277 (1980), textos 469 a
965, 355 págs. En curso.
Oceja Gonzalo, Isabel: Documentación del monasterio de San Salvador de Oña
(1032-1284), Burgos, 1983, 266 docs., xvm + 338 págs.; vol. II: 1285-1310 {1985),
253 docs., 400 págs.; vol. III: 1311-1318 (1986), 55 docs., 450 págs.; vol. IV:
1319-1350 (1986), 165 docs., 400 págs.
Ortega, Ignacio José, y otros: Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava. Reedi¬
ción El Albir, Barcelona, 1981, vm + 872 págs.
Peña Pérez, F. Javier: Documentación del monasterio de San Juan de Burgos
(1091-1400), Burgos, 1983, 175 docs., lxii + 338 págs.
Pons Gurí, José María: El cartoral de Santa María de Roca Rossa, Barcelona,
1984, 413 págs.
Rubió i Lluch, A.: Diplomatari de l’Orient Caíala (1301-1409), Barcelona, 1947,
lxv + 799 págs.
Serrano, Luciano: Cartulario del Infantado de Covarrubias, Valladolid, 1906
(Fuentes para la historia de Castilla, 1). Con otros volúmenes que incluyen los
cartularios de Arlanza y de San Millán.
Serrano, Luciano: Cartulario de San Pedro de Arlanza, Madrid, 1925 (Fuentes
para la historia de Castilla, 2).
Serrano, Luciano: Cartulario de San Millán de la Cogollo, Madrid, 1930 (Fuen¬
tes para la historia de Castilla, 3).
Suárez Fernández, Luis: Documentos acerca de la expulsión de los judíos, CSIC,
Valladolid-Burgos, 1964, 564 págs.
Trenchs, J., y Sainz de la Maza, R.: Documentos sobre Cerdeña de la época de
Alfonso el Benigno (1327-1336), CSIC, Barcelona, 1983, 214 págs.
Ubieto, Agustín: Documentos de Casbas. Eds. Anubar (Textos medievales, 21),
Valencia, 1966, 87 docs. (años 1173-1298), 178 págs.
Ubieto Arteta, Agustín: Documentos de Sigena. Eds. Anubar (Textos medieva¬
les, 32), Valencia, 1972, 154 docs. (años 1187-1237), 270 págs.
Ubieto Arteta, Agustín: Cartularios (I, IIy III) de Santo Domingo de la Calza¬
da. Eds. Anubar (Textos medievales, 56), Zaragoza, 1978, 150 textos (años 1120-
1237), 170 págs.
Udina Martorell, F.: El «Llibre Blandí» de Sanies Creus (Cartulario del si¬
glo XII), Barcelona, 1947.
Udina Martorell, F.: El archivo condal de Barcelona en los siglos IX-X, Barce¬
lona, 1951, xliii + 574 págs.

d) Fuentes sociales

Baucells, J.: El Baix Llobregat i la Pia Almoina de la Seu de Barcelona. Inventa-


ri deis pergamins, Barcelona, 1984, 253 págs.
LÓPEZ de Meneses, A.: Documentos acerca de la peste negra en los dominios de
la Corona de Aragón. «Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón» (Za¬
ragoza), VI (1953-1955), págs. 291-435.
580 ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Mattoso, J.: Livros velhos de Linhagens. Livro dos linhagens do Conde D. Pe¬
dro. Edición crítica. Portugaliae Monumenta Histórica, Nova Serie, Lisboa, 1970-
1980, 3 vols.
Udina Abelló, A.: La successió testada a la Catalunya altomedieval. Fundación
Noguera, Barcelona, 1984, 357 págs. Colección de testamentos.

e) Fuentes económicas

Bisson, Thomas N.: Fiscal accounts of Catalonia under the early count-kings (1151-
1213), University of California Press, Berkeley, 1984. 171 piezas, 2 vols.
Cabanes Pecourt, M.a D., y Ferrer Navarro, R.: Libre del Repartiment del
Regne de Valencia, Eds. Anubar, Zaragoza, 1979-1980, 3 vols.
Canellas, A.: Doce documentos fiscales aragoneses del siglo XIII de la Alacena
de Zurita, CSIC, Zaragoza, 1983, 80 págs.
Capmany, A. de: Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la an¬
tigua ciudad de Barcelona. Reedición anotada. Barcelona, 1961-1962.
Font Rius, J. M.a: Cartas de población y franquicia de Cataluña, CSIC, Madrid-
Barcelona, 1969-1983, 3 vols.
García, A., y Ferrer, M.a T.: Assegurances i canvis marítims medievals a Barce¬
lona, IEC, Barcelona, 1983, 2 vols.
González, Julio: El Repartimiento de Sevilla, Madrid, 1951, 2 vols.
González Urtebise, E.: Libros de tesorería de la Casa Real de Aragón (1302-
1304), Barcelona, 1911, 451 págs.
Gual Camarena, M.: El primer manual hispánico de mercadería (s. XIV), CSIC,
Madrid, 1981, 323 págs.
Gual Camarena, M.: Vocabulario del comercio medieval. Colección de aranceles
aduaneros de la Corona de Aragón (siglos XIII-XIV), Tarragona, 1968. Nueva
edición: Barcelona, 1976, 531 págs.
Lacarra, J. M.a: Documentos para el estudio de la reconquista y repoblación del
valle del Ebro, en «Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón» (Zarago¬
za), II y III (1946 y 1947-1948). Reimpresión: Anubar (Textos medievales, 62
y 63), Zaragoza, 1982-1985, 2 vols.
Madurell, J. M.a, y García Sanz, A.: Comandas comerciales barcelonesas en
la Baja Edad Media, Barcelona, 1973, 482 págs.
Manca, C.: Fonti e orientamenti per la storia económica della Sardegna aragone-
se, Padua, 1967, vm -e 190 págs.
Muñoz y Romero, Tomás: Colección de fueros municipales y cartas pueblas de
los reinos de Castilla, León, Corona de Aragón y Navarra, Madrid, 1847. Reim¬
presión: Valladolid, 1977, 560 págs.
RlUS Serra, J.: Radones decimarum Hispaniae (1279-1280). I: Cataluña, Mallor¬
ca y Valencia, CSIC, Barcelona, 1946, 330 págs.
Segura Graiño, Cristina: El libro del Repartimiento de Almería, Universidad
Complutense, Madrid, 1982, 555 págs.
Torres Fontes, Juan: El Repartimiento de Murcia, CSIC, Madrid, 1960,
xvm + 316 págs.
Torres Fontes, Juan: Repartimiento de la Huerta y Campo de Murcia en el si¬
glo XIII, Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1971, 220 págs.
Vendrell, F.: Rentas reales de Aragón en la época de Fernando I (1412-1416), Bar¬
celona, 1977, 281 págs.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA 581

0 Fuentes jurídicas e institucionales

Bastardas, J.: Usatges de Barcelona. El codi a mitjan segle XII, Fundado No¬
guera, Barcelona, 1984, 186 págs.
Capmany y de Montpalau, A.: Antiguos tratados de paces y alianzas entre algu¬
nos reyes de Aragón y diferentes príncipes infieles de Asia y África, desde el si¬
glo XIII hasta el XV. Reimpresión: Valencia, 1974, xvi+ 136 págs.
Colom, G., y García, A.: Llibre del Consola! de Mar, Fundació Noguera, Barce¬
lona, 1981-1984, 4 vols.
Colom, G., y García, A.: Furs de Valencia, Ed. Barcino, Barcelona, 1970-1974,
2 vols.
Constitucions i altres drets de Catalunya, Barcelona, 1704. Reimpresión fotomecánica.
Constitucions de Catalunya. Incunable de 1495. Estudi introductori de Josep María
Font y Rius. Generalitat de Catalunya. Departament de Justicia (Textos jurídics
catalans, Liéis i costums, IV, volum 1), Barcelona, 1988, 779 págs. Edición fac¬
símil de los textos fundamentales precedida de un estudio básico.
Dualde, M.: ForiAntiqui Valentiae, CSIC, Madrid-Valencia, 1950-1967, 301 págs.
Lacarra, J. M.a, y Martín Duque, A. J.: Fueros de Navarra, Pamplona, 1969-
1975, 2 vols.
Martínez Díez, G.: Libro Becerro de las Behetrías, León, 1981.
Muñoz y Romero, T.: Colección de fueros municipales y cartas pueblas de los rei¬
nos de Castilla, León, Corona de Aragón y Navarra, tomo I, Madrid, 1847,
560 págs.
Rodríguez, J.: Los fueros del reino de León, Ediciones Leonesas, León, 1981,
2 vols., 552 + 352 págs. Estudio crítico y edición de 133 documentos forales (años
1017-1345).
Valls Taberner, F.: Los Usatges de Barcelona. Estudios, comentario y edición
bilingüe del texto, Eds. Manuel J. Peláez y E. M. Guerra, PPU, Barcelona, 1984,
147 págs.

g) Fuentes espirituales

Casas Homs, J.: Un catecismo hispano-latino medieval, en «Hispania Sacra» (Bar¬


celona), 1 (1948), págs. 113-126.
Linage, A.: Una regla monástica femenina del siglo X: El «Libellus a Regula Sancti
Benedicti subtractus», Universidad de Salamanca, Salamanca, 1973, 144 pági¬
nas + láms.
Marsá, F., y otros: Onomástica barcelonesa del siglo XIV, Universidad de Bar¬
celona, Barcelona, 1977, 337 págs.
Martínez, L., y Cuesta, J.: Un catecismo del siglo XIV en lengua española, en
«Boletín del Instituto de Estudios Asturianos» (Oviedo), XIII, núm. 36 (1959),
páginas 3-14.
Millares Carlo, A.: Documentos pontificios en papiro de archivos catalanes, Ma¬
drid, 1918, 274 págs.
Ordeig i Mata, R.: Inventari de les actes de consagrado i dotado de les esglésies
catalanes, en «Revista Catalana de Teología» (Barcelona), IV (1979), págs. 123-
165; V (1980), págs. 153-180; VIII (1983), págs. 403-456; IX (1984), págs. 117-
182. Desde el año 833 hasta el 1100.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
582

Perarnau, J.: L’«Alia informatio beguinorum» d’Arnau de Vilanova, Barcelona,


1978, 123 págs.

h) Fuentes culturales

La Torre, A. de, y Rubió Balaguer, J.: Documentos para la historia de la Uni¬


versidad de Barcelona, Barcelona, 1971. Vol. I: 304 págs.
Madurell, J. M.a: Documents culturáis medievals (1307-1485), en «Boletín de la
Real Academia de Buenas Letras» (Barcelona), XXXVIII (1979-1982), pági¬
nas 301-474.
Rubio García, L.: Documentos lingüísticos catalanes (siglos X-XII), Murcia, 1979,
354 págs.
Rubió Y Lluch, A.: Documents per la historia de la cultura catalana migeval, Bar¬
celona, 1908-1921, 2 vols.
BIBLIOGRAFÍA

Obras de conjunto

La bibliografía de la España medieval se ha enriquecido, en los últimos años,


con notables trabajos de síntesis, más o menos amplios, entre los cuales es impres¬
cindible recordar, por lo menos, los siguientes:

Aguado, P., y Alcázar, C.: Manual de Historia de España, Edit. Espasa-Calpe,


Madrid, 11 1971, tomo I: 1.072 págs. Hasta los Reyes Católicos, incluidos.
Aviles, M.; Madrazo, S.; Mitre, E., y Palacios, B.: Nueva Historia de Espa¬
ña, Edaf, Madrid, 1973. Vols. 4 a 8: 142+ 187+ 146 + 341 + 327 págs., con ils.
Bennasar, B.: Histoire des Espagnols, A. Colin, París, 1985. Vol. I.
Collins, Roger: España en la Alta Edad Media: 400-1000, Ed. Crítica (serie
Gl. Temas hispánicos, 154). Barcelona, 1986, 386 págs.
Dufourcq, C. E., y Gautier-Dalché, J.: Historia económica y social de la Es¬
paña cristiana en la Edad Media, Edic. El Albir, Barcelona, 1983, 456 págs.,
con un amplio apéndice bibliográfico de P. Balañá y A. Riera, págs. 321-412.
García de Cortázar, J. A.: La época medieval, Alianza Edit., Madrid, 1973,
530 págs.
García de Valdeavellano, L.: Historia de España. De los orígenes a la Baja
Edad Media, Edit. Revista de Occidente, Madrid, 1978, 2 vols. Obra de gran
calidad y con amplio repertorio de fuentes.
García de Valdeavellano, L.: Curso de historia de las instituciones españolas,
Editorial Revista de Occidente, Madrid, 1973, 764 págs. Excelente complemen¬
to de la obra anterior.
Hillgarth, J. N.: Los reinos hispánicos, 1250-1516, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1979-
1984, 3 vols., 501 +422 + 330 págs.
584 BIBLIOGRAFIA

Historia General de España y América, Edic. Rialp, Madrid, 1984-1986. Tomos 3


a 6. En total 24 vols. En curso. Numerosos colaboradores. Coordinadores L. Suá-
rez y M. A. Ladero.
Jackson, G.: Introducción a la España medieval, Alianza Ed., Madrid, 1985,
170 págs.
Lomax, D. W.: La Reconquista, Ed. Crítica, Madrid, 1984, 270 págs.
McKay, A.: La España de la Edad Media. Desde la frontera hasta el Imperio (1000-
1500), Eds. Cátedra, Madrid, 1980, 250 págs.
Martín, J. L.: La Península en la Edad Media, Ed. Teide, Barcelona, 1976,
967 págs.
Martín, José Luis; Codoñer, Carmen, y Sánchez, Manuel: La Alta Edad Me¬
dia. Visigodos, árabes y primeros reinos cristianos, Historia 16. Extra XV (His¬
toria de España, 3), Madrid, 1980, 130 págs. con ils.
Menéndez Pidal, R., y Jover, J. M., directores: Historia de España, Edit. Espasa-
Calpe, Madrid, desde 1963. Vols. III al VI, X1V-XV y XVIII. Numerosos cola¬
boradores. Es la obra de síntesis de mayor amplitud en curso de publicación en
España.
Mitre, E.: La España medieval. Sociedades, Estados, Culturas, Edic. Istmo, Ma¬
drid, 1979, 400 págs.
Montenegro Duque, A., coordinador: Historia de España, Ed. Gredos, Madrid,
1985. Tomos IV a VII, 15 vols. en curso. Distintos autores.
Moxó y Ortizde Villajos, S.; Donado, J., y Moreno, J. I.: Historia Medieval
de España, UNED, Madrid, 1977, 126+ 128+ 118+ 151 + 139+ 145 págs. en un
volumen.
0‘Callaghan, J. A.: History of Medieval Spain, Cornell University Press, Itha-
ca, 1975.
Payne, S. G ..La España medieval. Desde sus orígenes hasta el fin de la Edad Me¬
dia, Ed. Playor, 1985.
Soldevila, F.: Historia de España, Eds. Ariel, Barcelona, 1952-1954, 2 vo¬
lúmenes.
Suárez Fernández, L.: Historia de España. Edad Media, Ed. Gredos, Madrid,
1970, 730 págs.
Tuñón de Lara, M., director: Historia de España, Edit. Labor, Barcelona, 1980-
1984. Vols. II, III y IV. Obra en 12 tomos. Distintos autores. El tomo XI (Bar¬
celona, 1984) incluye una buena selección de textos y documentos de distintas
épocas.
Valdeavellano, Luis G.: Veáse Luis García de Valdeavellano.
Valdeón, i.: La Baja Edad Media. Crisis y renovación en los siglos XIV-XV, His¬
toria 16, Extra XVII (Historia de España, 5), Madrid, 1981, 130 págs. con ilus-
tracioness.
Vicens Vives, J., editor: Historia social y económica de España y América, Edito¬
rial Vicens Vives, Barcelona, 2 1972-1979. Vols. 1 y 11. Obra en 5 vols. Distin¬
tos autores. Hay edición de bolsillo.
Vicens, J., y Nadal, J.: Manual de Historia económica de España, Edit. Teide,
Barcelona, 6 1981, 782 págs.
Watt, W. M.: Historia de la España islámica, Alianza Edit. (Libros de bolsillo,
244), Madrid, 1970, 211 págs.
BIBLIOGRAFÍA 585

Historias regionales

En los últimos años, al darse mayor relieve a las características regionales, con
la organización de las Autonomías, han surgido algunas Historias regionales, como
antes habían aparecido en Francia y en otros países. Señalamos algunas a conti¬
nuación:

Benito Ruano, Eloy, coordinador: Historia de Asturias, Ayalga Eds., Vitoria,


1977, 7 vols.
Bermejo, J. C., y otros: Historia de Galicia, Madrid, 21981.
Boix Y Ricarte, V.: Historia del País Valenciano, Barcelona, 1980, 4 vols.
Caro Baroja, J.: Historia General del País Vasco, Bilbao, 1979, 14 vols., en curso.
Chamorro, V.: Historia de Extremadura, Madrid, 1981, 3 vols.
Domínguez Ortiz, A., y otros: Historia de Andalucía, Edit. Planeta, Barcelona,
1979, 5 vols.
García de Cortázar, F., y Montero, M.: Historia de Vizcaya, San Sebastián,
1980, 2 vols.
Historia de Catalunya, Edit. Salvat, Barcelona, 1979, 6 vols.
Historia de la Región Murciana, Murcia, 1981, 8 vols., en curso.
Huici Urmeta, V., y otros: Historia de Navarra, San Sebastián, 1980.
Mascaré» Pasarius, J., coordinador, Y otros: Historia de Mallorca, Palma de Ma¬
llorca, 1970-1972, 5 vols.
Rovira y Virgili, A.: Historia nacional de Catalunya, Barcelona, 1922-1934,
7 vols. Reimpresión reciente con el título Historia de Catalunya por J. Sobre-
qués, Bilbao, 1972, 7 vols.
Soldevila, F., director: Historia deis catalans, Barcelona, 1961-1966, 3 vols.
Soldevila, F.: Historia de Catalunya, Barcelona, 2 1962, 3 vols.
Ubieto Arteta, A.: Historia de Aragón, Anubar, Zaragoza, 1983, 396 págs.
Valdeón, Julio, director, y otros: Historia de Castilla y León, Eds. Ámbito, Va-
lladolid, 1985-1986, 10 vols., en curso.

Ensayos regionales

Cuenca Toribio, J. M.: Andalucía. Una introducción histórica, Publicaciones del


Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba (colección Universidad, 2), Cór¬
doba, 2 1980, 266 págs.
Nieto Cumplido, Manuel: Orígenes del regionalismo andaluz (1235-1325), Publi¬
caciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, Córdoba, 1978,
246 págs.
Vicens Vives, J.: Noticia de Catalunya, Ediciones Destino, Barcelona, 1 1962,
234 págs.

Historia política

Ver principalmente la sección de historias generales y regionales y sus bibliogra¬


fías, en particular los estudios y síntesis más clásicos, puesto que en todos ellos se
pueden encontrar las líneas básicas de la historia política, guerrera y diplomática
de la España medieval. Algunos estudios o trabajos recientes:
586 BIBLIOGRAFIA

Barbero, A., y Vigil, M.: Sobre los orígenes sociales de la reconquista, Ed. Ariel
(Ariel Quincenal, 18), Barcelona, 3 1984, 197 págs.
Bishko, CH. J.: Studies in Medieval Spanish Frontier History, Variorum Reprints,
Londres, 1980, 336 págs.
Eslava Galán, J.: El ámbito territorial del reino de Jaén. Una cuestión de geo¬
grafía histórica, en «Boletín del Instituto de Estudios iennenses» (Jaén), núme¬
ro 112 (1983), págs. 83-93.
Gautier-Dalché, J.: Islam et chrétienté en Espagne au Xlle siécle: contribution
á l’étude de la notion de frontiére, en «Hespéris», LXVII, núm. 3-4 (1959),
páginas 183-217.
Issawi, CH.: The Crisitian-Muslim frontier in the Mediterranean: A history of two
Penínsulas, en «Political Science Quarterly» (Nueva York), LXXVI, núm. 4
(1961), págs. 544-554.
Lewis, A. R.: Cataluña como frontera militar (870-1050), en «Anuario de Estu¬
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Watt, W. M.: Historia de la España islámica, Alianza Edit. (Col. Libros de bolsi¬
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Bibliografía básica sobre las comunidades judías

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Cantera Montenegro, E.: Los judíos en la Edad Media Hispana, en «Cuader¬
nos de Investigación Medieval» (Madrid), III, núm. 5 (1986), 104 págs. Con bi¬
bliografía: 436 entradas.
Ramsey, R. M.: Sefarad and Sefardita: Spain and the Spanish Jews, en «Boletín
del Instituto de Estudios Norteamericanos» (Barcelona), núm. 12 (1965-1966),
páginas 41-50, con orientación bibliográfica.
Steinhaus, F.: Ebraismo sefardita. Storia degli ebrei di Spagna nel Medio Evo, Bo¬
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Suárez Fernández, L.: Judíos españoles en la Edad Media, Madrid, 1980,
286 págs.
OBRAS DE CONSULTA
Y REVISTAS ESPECIALIZADAS

Enciclopedias regionales

Diccionario enciclopédico del País Vasco, San Sebastián, 1985, 7 tomos publica¬
dos. En curso.
Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco, San Sebastián, 1986, 20 tomos pu¬
blicados, hasta la letra «i». En curso.
Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, 1980-1981, 7 vols.
Gran Enciclopedia Asturiana, Gijón, 1970, 14 vols.
Gran Enciclopedia Catalana, Barcelona, 1969-1980, 15 vols.
Gran Enciclopedia de Andalucía, Sevilla, 1979, 9 vols.
Gran Enciclopedia de Cantabria, Santander, 1985, 8 vols.
Gran Enciclopedia de la Región Valenciana, Valencia, 1973, 12 vols.
Gran Enciclopedia de Madrid, Castilla-La Mancha, Madrid, 1983, 12 vols. En curso.
Gran Enciclopedia Gallega, director Ramón Otero Pedroyo, Santiago de Compos-
tela, 1974, 19 vols.
Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1976-1978, 4 vols.

Algunas publicaciones periódicas

Acta histórica et archeologica Mediaevalia (Barcelona), desde 1980. Con anejos de¬
dicados a temas específicos.
Al-Andalus (Madrid-Granada), desde 1933 hasta 1978.
Al-Mulk (Córdoba), desde 1959.
Al-Qantara (Madrid), desde 1980.
Analecta Montserratensia (Montserrat), desde 1917.
604 OBRAS DE CONSULTA

Analecta Sacra Tarraconensia (Barcelona), desde 1925.


Anales de Historia Antigua y Medieval (Buenos Aires), desde 1955.
Anales de la Universidad de Alicante (Alicante), desde 1982.
Antologica Annua (Roma), desde 1953.
Anuario de Estudios Medievales (Barcelona), desde 1964.
Anuario de Historia del Derecho Español (Madrid), desde 1924.
Anuario de Historia Económica y Social (Madrid), desde 1968.
Aragón en la Edad Media (Zaragoza), desde 1977.
Archivo de Arte Valenciano (Valencia), desde 1930.
Archivos Leoneses (León), desde 1947.
Archivum (Oviedo), desde 1951.
Asturiensia Medievalia (Oviedo), desde 1972.
Awraq (Madrid), desde 1978.
Boletín de la Asociación Española de Orientalistas (Madrid), desde 1966.
Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (Oviedo), desde 1947.
Boletín de la Real Academia de Buenas Letras (Barcelona), desde 1901.
Boletín de la Real Academia de la Historia (Madrid), desde 1877.
Boletín de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País (San Sebastián),
desde 1945.
Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología de Valladolid (Vallado-
lid), desde 1935.
Bulletin Hispanique (Burdeos), desde 1899.
Burgense (Burgos), desde 1960.
Castillos de España (Madrid), desde 1958.
Celtiberia (Soria), desde 1950.
Ciudad de Dios (Valladolid-El Escorial), desde 1887.
Codex Aquilarensis (Aguilar de Campoo), desde 1988.
Compostellanum (Santiago de Compostela), desde 1955.
Cuadernos de Arqueología e Historia de la Ciudad (Barcelona), desde 1960.
Cuadernos Burgaleses de Historia Medieval (Burgos), desde 1984.
Cuadernos de Estudios Medievales (Granada), desde 1973.
Cuadernos de Historia (Madrid), desde 1967. Anexos de «Hispania».
Cuadernos de Historia de España (Buenos Aires), desde 1939.
Cuadernos de Historia de! Islam (Granada), desde 1969.
Cuadernos de Historia Económica de Cataluña (Barcelona), desde 1968.
Cuadernos de la Alhambra (Granada), desde 1965.
Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón (Zaragoza), desde 1945.
Estudios de Historia y de Arqueología Medievales (Cádiz), desde 1981.
Estudios de Historia Moderna (Barcelona), desde 1951.
Estudis Castellonencs (Castellón de la Plana), desde 1983.
Estudis d’Historia Medieval (Barcelona), desde 1969.
Faventia (Bellaterra), desde 1979.
Gladius (Jaraíz de la Vera), desde 1965.
Hispania (Madrid), desde 1941. Anexos de «Hispania» (Madrid), desde 1967.
Hispania Sacra (Barcelona), desde 1948.
Historia. Instituciones. Documentos (Sevilla), desde 1973.
Humanística (Madrid), desde 1976.
Indice Histórico Español (Barcelona), desde 1953.
Ligarías (Valencia), desde 1968.
OBRAS DE CONSULTA 605

Mayurqa (Palma de Mallorca), desde 1969.


Medievalia (Bellaterra), desde 1980.
Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos (Granada), desde 1952.
Miscelánea Medieval Murciana (Murcia), desde 1973.
Moneda y Crédito (Madrid), desde 1942.
Murgetana (Murcia), desde 1952.
Pirineos (Zaragoza), desde 1945.
Príncipe de Viana (Pamplona), desde 1940.
Quaderns d’Estudis Medievals (Barcelona), desde 1980.
Randa (Barcelona), desde 1975.
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (Madrid), desde 1871.
Revista Catalana de Teología (Barcelona), desde 1976.
Revista del Instituto de Estudios Islámicos (Madrid), desde 1953.
Revista Portuguesa de Historia (Coimbra), desde 1941.
Revista de la Universidad de Buenos Aires (Buenos Aires), desde 1943.
Revista de la Universidad de Madrid (Madrid), desde 1952.
Saitabi (Valencia), desde 1943.
Salmanticense (Salamanca), desde 1963.
Sefarad (Madrid), desde 1941.
Sharq al-Andalus (Alicante), desde 1984.
Spanische Forschungen der Goerresgesellschaft (Munich), desde 1944.
Studia Histórica (Historia Medieval) (Salamanca), desde 1983.
Studia Monástica (Montserrat), desde 1958.
Urgellia (Seo de Urgel), desde 1978.
Yermo (Santa María del Paular), desde 1963.

Misceláneas, actas de congresos y repertorios bibliográficos

Para que esta bibliografía introductoria fuese mínimamente orientativa, puesto


que no pretende ser crítica, debería incluir apartados de misceláneas dedicadas a
medievalistas importantes (como las dedicadas a Julio González, José María Laca-
rra, Claudio Sánchez Albornoz, Salvador de Moxó, Ángel Ferrari, Jaime Vicens
Vives, etc.) y actas de congresos y coloquios (desde los Congresos de Historia de
la Corona de Aragón iniciados en 1909, los Congresos de Arqueología iniciados en
1949, los de Historia de Andalucía iniciados en 1976, o los Nacionales de Arqueolo¬
gía Medieval iniciados en 1985, por citar unos pocos ejemplos, y sin olvidar las Pri¬
meras Jornadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Históricas, de Santiago
de Compostela en 1975, o las Primeras Jornadas de Historia Medieval Andaluza
de 1984, entre otras muchas). Estas y otras muchas reuniones periódicas de estudio¬
sos, a menudo temáticas, ofrecen particular interés para quienes deseen estar al día
con respecto a los debates y problemas de la historia medieval española.
Pero no disponemos aquí de espacio para ello. Nos limitaremos, pues, a reco¬
mendar la lectura del trabajo de Miguel Ángel Ladero Quesada: Aproximación al
medievalismo español (1939-1984) (publicado en el volumen «La historiografía en
Occidente desde 1945» [III Jornadas Internacionales de Historia, Pamplona, 1985],
págs. 69-86), en que se traza un buen balance de las escuelas y medievalistas en acti¬
vo, a completar con la obra de Emilio Sáez y Mercé Rossell: Repertorio de Medie¬
valismo Hispánico (1955-1985) (Ediciones El Albir, S. A., Barcelona, 1976-1985,
OBRAS DE CONSULTA
606

4 vols.)> en la cual se incluye la producción bibliográfica de 6.232 medievalistas his¬


panos o hispanistas a partir de 1955, proporcionando un repertorio bibliográfico
que no existe para otras épocas ni disciplinas. A actualizar ambos trabajos puede
contribuir asimismo la revista de crítica bibliográfica «índice Histórico Español»
(Barcelona, desde 1953), en la cual colaboran más de 200 especialistas y en la cual
se reseñan periódicamente las obras y artículos referentes al Medioevo hispánico,
habiendo dedicado dos prólogos, escritos por José María Lacarra y por Juan F. Ca-
bestany, a los estudios de Edad Media española, hasta 1965.
ÍNDICE ONOMÁSTICO
A Abd al-Rahman IV, al-Mortadha: 65.
Abd al-Rahman V, al-Musdtadhir: 65.
A’isa: 202. Abd al-Rahman al-Gafiqí: 24.
Abadal (Ramón de): 164, 168, 173, 444. Abd al-Rahman ibn Marwan, el hijo del ga¬
Abadiano (Vizcaya): 131. llego: 30.
Abbad: 188. Abd al-Rahman ibn Muawiya. (Véase Abd al-
Abbad al-Mutamid: 187, 188. Rahman I, el Inmigrado.)
Abbadí (familia): 187. Abd al-Wahid al-Mujlu: 523.
Abbadí (Taifa de Sevilla): 187-191. Abd al-Wahid al-Marrakuxí: 243, 246.
Abbas al-Tablí: 146. Abd al-Wahid al-Rasid: 525.
Abbas ibn Firnás: 82. Abdalaziz: 187.
Abbat (Per): 327. Abdelmélic: 61, 62, 188.
Abbeville (Juan de): 308. Abdelmelic II: 195.
Abd Allah: 28, 29,31,61, 135, 149, 182, 184, Abderrahamán. (Véase Sanchol.)
201, 523. Abdul Hazm ibn Jawahar: 181.
Abd Allah al-Bayasí: 525. Abenzoar: 243, 254.
Abd Alian ibn Bulluggin: 186. Abruzzos, Los (Italia): 387, 407.
Abd Allah ibn Yasin: 191, 192, 194, 200. Abu Abd Allah. (Véase Boabdil.)
Abd al-Aziz ibn Abu Amir: 23, 24, 182, 240. Abu Abd Allah Muhammad al-Nasir, Mira-
Abd al-Barr (Ibrahim ibn): 534, 535. mamolín: 219.
Abd al-Basit: 545. Abu Abd Allah Muhammad ibn Asbag. (Véa¬
Abd al-Haqq: 201. se Ibn Munasif.)
Abn al-Malik ibn Habib: 81, 91, 78. Abu Alí al-Jayyaní: 201.
Abd al-Mu’min: 239, 240, 242-244, 248-250, Abu Alí al-Qalí: 80.
253, 254. Abu Alí Jalib de Bagdad: 59.
Abd al-Rahman: 31, 59, 188. Abu Amr al-Daní: 201.
Abd al-Rahman I, el Inmigrado: 25, 26, 33, Abu Bakr, el tortosino: 38, 182, 192, 201.
76, 83, 133, 155. Abu Bakr Ahmad ibn Tahir: 184.
Abd al-Rahman 11, al-Wasat: 28-30, 38, 50, Abu Bakr al-Labatí: 201.
51, 69, 134, 146. Abu Bakr al-Zubaydí: 80.
Abd al-Rahman III, el Conquistador: 31, 34, Abu Bakr ibn Muawia: 59.
39, 53, 54, 56, 57, 69, 71,78, 80-83, 95-97, Abu Bakr ibn Tufayl: 254.
137, 138, 147, 203. Abu Bakr ibn Zuhr. (Véase Abenzoar.)
610 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Abu Bakr Muhammad ibn al-Arabí: 250, 254. Ager (Lérida): 164, 168.
Abu Cháfar Ahmad ben Hud: 240. Aghmad: 195.
Abu Faris: 535. Agosta (Alicante): 397.
Abu Galib: 25. — Castillo: 397.
Abu Hafs: 243. Agramunt (Lérida): 168.
Abu Hamid al-Gazzali: 253. Ágreda (Soria): 347, 481, 490.
Abu Isaac: 187. Agüero (Huesca): 144.
Abu Ishaq al-Jaffayi: 77, 201. Aguilafuente (Segovia): 563.
Abu-l-Abbas: 545. Aguilar de Campóo (Palencia): 439, 495.
Abu-l-Alá: 246. Aguirre (los): 418.
Abu-l-Faradj: 58. Ahmad al-Mustaín II: 182, 195.
Abu-l-Hasan Hazim. (Véase Al-Qartayanní.) Ahmad al-Razi, Moro Rasis: 81.
Abu-l-Hassán Alí al-Said: 525, 535-538, 541, Ahmad al-Tilimsani: 545.
547, 548, 550. Ahmad al-Zagrí: 547, 548.
Abu-l-Hassán Alí al-Manzarí al-Garnatí: 555. Ahmad ibn Bohlul: 84.
Abu-l-Nuaym Ridwan: 532, 533. Ahmad ibn Umar al-Udrí: 81.
Abu-l-Qásim: 82, 554. Ahmed ibn Jalid: 65.
Abu-l-Qasin Jalaf al-Zahrawi. (Véase Aibar: 137, 380.
Abulcasis.) — Castillo: 137.
Abu-l-Surúr Mufarrich: 534, 537. Aigues-mortes (Francia): 482, 519.
Abu-l-Wahid ibn Djahawar: 188. Aillón (sierra de): 97, 104.
Abu-1-Walid ibn Rushd. (Véase Averroes.) Aisha ben Ahmad: 80.
Abu Manad: 182. Aizón: 160.
Abu Marwan Abd al-Malik ibn Qásim: 254. Ajaccio: 406.
Abu Muhammad: 201, 246. Ajarafe: 250.
Abu Muhammad al-Basayí. (Véase Dae- Ajbar Maymua (Crónica de tradiciones): 81.
sano, el.) Al-Andalus: 15, 21-23, 25, 26, 28-49, 51, 53,
Abu Muhammil: 186. 54, 58, 60, 64, 66-71, 73-75, 77-79, 81, 84,
Abu Musa: 525. 85, 88, 90, 92, 93, 98, 110, 114, 122, 127,
Abu Nasr ibn Alí: 536. 132, 134, 135, 146, 148, 159, 165, 172, 181,
Abu Nasr Sad ibn Alí. (Véase Sad.) 187, 192, 194-196, 198, 199-207, 211, 215,
Abu Nazr: 182. 220, 223, 228, 239, 240, 242-256, 287, 295,
Abu Nur: 182. 296, 316, 317, 321,325, 331, 332, 346, 362,
Abu Said: 534. 466, 467, 523, 525, 527, 528, 533, 534, 544,
Abu Said Utman: 531. 545.
Abu Ubayd al-Bakrí: 81. Al-Awazai: 78.
Abu Umar ibn Hayyay: 83. Al-Azrak: 364.
Abu Umara al-Basri: 77. Al-Bakri: 42, 201.
Abu Talib Makki: 205. Al-Gazzali: 196, 254.
Abu Yahya: 96. Al-Hajib: 212.
Abu Yaqub Yusuf: 218, 250, 254. Al-Hakan I ibn Hisam: 27, 28, 37, 78, 146.
Abu Yusuf Yaqub al-Mansur: 243, 244, 247, Al-Hakan II, el Sabio: 48, 57-60, 71, 74, 75,
250, 253, 254. 77-83, 158, 202.
Abu Zakariya. (Véase Yahya ibn al-Nasir.) Al-Humaydi: 202.
Abu Zayd: 246, 362. Al-Hurr: 24.
Abul-Qásim: 187. Al-Idrisí: 42, 240.
Abulcasis: 82. Al-Jusaní: 34, 80.
Acaba al-Bacar (Córdoba): 63. Al-Juwarizmí: 82.
Accinipo: 542. Al-Kama: 90.
Acenáriz o Aznárez (García): 130. Al-Magami: 201.
Acién (Manuel): 540, 556. Al-Mahdi: 62-64, 246.
Adhelelmo: 143. Al-Mamún de Toledo: 188, 190, 208, 210.
Adoaín: 153. Al-Muctadir: 182, 208, 209, 212, 226.
África: 21, 22, 25, 28, 42, 43, 53, 59, 62, 68, Al-Muctasim bilah. (Véase Yahya ibn
72, 75-77, 81, 83, 85, 156, 184, 191, 192, al-Nasir.)
194, 196, 198, 216, 219, 239, 240, 245, 255, Al-Mundir I: 31, 148, 182.
315, 342, 346, 357, 388, 433, 436, 461,475, Al-Mundir II: 182.
482, 483, 523, 527, 528, 530, 533, 534, 545, Al-Murtadá: 184.
550, 563. Al-Mustakfi: 82.
África Menor: 21, 25, 54, 60, 244, 246, 247, Al-Mustaín: 228.
250, 525. Al-Mutacín: 192, 195.
INDICE ONOMASTICO 611

\1-Mutadid: 69, 208, 209, 212. Alcaraz (Fuero de): 293.


\1-Mutamid: 82, 201, 222. Alcarria (La): 479.
Al-Mutamín: 182, 212. Alcázar de San Juan (Fuero de): 293.
Al-Mutarrif: 132, 133. Alcazarseguir: 243.
Al-Mutawakkil: 191, 192, 195. Alcira (Valencia): 228, 363.
Al-Muwaffaq: 80. Alcolea de Cinca (Huesca): 379.
Al-Muzaffar ibn al-Aftás: 62, 184. Alcónchel (Badajoz): 451.
Al-Nuwairí: 63. Alcoy (Alicante): 364.
Al-Qadir: 182, 190, 191, 194, 195, 210-212, Alcoyll (Túnez): 389.
214. Alcuino: 121.
Al-Qartayanní: 255, 256. Alcutim (Portugal): 350.
Al-Samh: 24. Aledo (Murcia): 194, 212, 319.
Al-Si la, por ibn Baskuwal: 202. — Castillo de: 191, 194.
Al-Tawil: 149. Alejandría (Egipto): 28, 47, 58, 243, 296, 482,
Al-Tuyibí: 201. 485, 486, 544.
Al-Udri: 42, 71, 201. Alejandro II: 120.
Al-Wadhid: 63, 64. Alejandro III: 216, 218, 266, 316, 317.
Al-Wahsi: 201. Alejandro IV: 325, 385, 508.
Al-Walid: 145. Alejandro VI: 558.
Al-Xaqundí: 243. Alemania: 343, 385.
Al-Zargala. (Véase Azarquiel.) Aleppo (Siria): 544.
Al-Zarqalí. (Véase Azarquiel.) Alesanco (La Rioja): 91.
Ala ibn Mugit: 26. Alfambra (valle del): 234.
Alagón (Blasco de): 362. Alfaques, Los (Tarragona): 405.
Alagón o Alagona (los): 397. Alfonso, el Franco: 420.
Alamines (los): 534, 538. Alfonso I, de Aragón, el Batallador: 196, 198,
Alanje: 95. 214, 215, 226, 228-231,233, 234, 237, 261,
Alarcón (Fuero de): 293. 266, 281, 290, 292, 294, 295, 308.
Alarcos (batalla de): 247, 330. Alfonso I, de Asturias, el Mayor o el Católi¬
Alarcos (Ciudad Real): 218, 244. co: 90, 91, 109, 110.
Álava: 93, 102, 104, 106, 128-131, 133, 148, Alfonso II, de Aragón y I de Cataluña: 218,
149, 151, 152, 210, 219, 223, 237, 261,417, 234, 223, 230, 233-235, 237, 330, 341, 433.
419, 442, 447. Alfonso II, de Asturias, el Casto: 28, 91,92,
Alba (señorío de): 385. 115, 118, 121, 124.
Albacete (España): 293, 481, 504. Alfonso II, de Portugal: 220, 245.
Albaicín (Granada): 532, 545, 551. Alfonso III, de Aragón, el Liberal: 346, 355,
Albarracín (señorío de): 234, 235. 365, 366, 369-370, 373, 392, 393.
Albarracín (sierra de): 182, 195, 228, 234, 271, Alfonso III, de Asturias, el Magno o el Re¬
370, 434. poblador: 88, 91,93, 94, 102, 107-110, 116,
Albelda (batalla): 147. 118, 121-124, 126, 137, 149.
Albelda de Iregua (La Rioja): 92, 93, 122, 137. Alfonso III, de Portugal: 342, 343.
— Monasterio de San Martín: 137. Alfonso IV, de Aragón, el Benigno: 347, 349,
Albert (Pere): 262, 439, 516. 371, 372, 401, 402, 519.
Alberti (los): 484. Alfonso IV, de Castilla: 360.
Albinyana (Tarragona): 168. Alfonso IV, de León, el Monje: 96.
Albornoz (Gil de): 508. Alfonso IV, de Portugal, el Bravo: 347, 348,
Alcafovas (Tratado de): 538. 355.
Alcalá (Cortes de): 348. Alfonso V, el Noble: 97, 98, 105, 106, 112,
Alcalá (Diego de): 502. 123.
Alcalá de Benzaide: 528. Alfonso V, de Aragón, el Magnánimo: 379,
Alcalá de Guadaira (Sevilla): 255. 380, 384, 398, 405-408, 429, 493, 502, 510.
Alcalá de Henares (Cortés de): 439. Alfonso V, de Portugal: 538, 561.
Alcalá de Henares (Madrid): 208, 295, 346, Alfonso VI, de Castilla, el emperador de to¬
352, 508. da España: 184, 190-192, 194, 195, 209-212,
Alcalá la Real (Jaén): 228, 535, 544, 553. 214, 267, 273-275, 292, 308, 310, 311, 314,
Alcacer do Sal (Portugal): 39, 243, 245, 523. 329, 342, 505.
— Puerto: 39. Alfonso VI, de Navarra: 261.
Alcántara (Cáceres): 221, 245, 320, 316. Alfonso Vil, de Castilla, emperador de Es¬
Alcañiz (Concordia de): 378. paña: 198, 215, 216, 220, 230, 235, 237, 240,
Alcañiz (Teruel): 234, 317, 485. 258, 267, 273-276, 295, 308, 312, 316, 327,
Alcaraz (batalla de): 226, 244. 329, 341.
612 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Alfonso VIII, de Castilla, el Noble: 216, Almerico: 267.


218-221,234, 235, 237, 244, 245, 258, 267, Almizra (Tratado de): 223, 341, 342, 363, 364.
268, 293, 296, 297, 312, 317, 318, 325, 327, Almodóvar del Río (Córdoba): 525.
329, 341-343, 477, 508, 523. — Castillo: 525.
Alfonso IX, de León: 218-221,244-246, 258, Almogávares (los): 398-400.
268, 318, 320, 325, 355, 366, 469, 508. Almohade (imperio): 239-257.
Alfonso X, de Castilla, el Sabio: 38, 266, 293, Almorávide (invasión): 189.
306, 327, 341-344, 355, 363, 409, 410, 412, Almorávides (los): 191-198, 228.
417, 435, 439, 449, 452, 455-457, 465, 466, Almuñécar (Granada): 25, 47, 251, 527, 530,
474, 476, 477, 480, 495, 496, 508, 509, 511, 551.
512. — Puerto: 251.
Alfonso XI, de Castilla, el Justiciero: 347, 348, Alonso (Martín): 318, 563.
372, 382, 439, 442, 449, 453, 469, 474, 478, Alora (Málaga): 30, 550.
496, 511, 531, 532. Alozaina (Málaga): 550.
Alfonso I Enríquez, de Portugal: 215, 216, Alporchones (batalla de los): 536.
218, 240. Alpuente (Valencia): 65, 182.
Alfonso (duque de Gandía): 378. Alpujarras (sierra de las): 43, 196, 528, 540,
Alfonso (infante): 354, 432. 554.
Alfonso (los): 273-275. Alquézar (Huesca): 149.
Alfonso (Pedro): 328. Alta Edad Media: 66, 161, 442.
Alfonso Federico: 400. Álvarez (Ignacio): 277.
Alfonso Froilaz: 94. Álvarez (Minio): 301.
Alfonso de Meneses (María). (Véase Molina, Álvarez Gato: 513.
María de.) Álvarez Pereira (Ñuño): 356.
Algarbe, El (Portugal): 29, 39, 243, 342, 343, Álvaro: 128.
350, 357. Amadís de Gaula: 513.
Algarbes, Los (Portugal): 355. Amat (Guillem): 173.
Algeciras (Cádiz): 21, 22, 25, 30, 47, 65, 66, Amaya (Burgos): 22, 91, 93, 102.
182, 191, 192, 194, 251, 343, 345-348, 372, América: 340, 358, 474, 553, 562, 564.
382, 531, 533. Amir al-Muslimin: 525.
— Puerto: 251. Amposta (Tarragona): 422.
Alger (Argelia): 403, 405, 406. — Monasterio: 422.
Alhama (sierra de): 527, 547, 548, 552. Ampurdán, El (Gerona): 158.
Alhándega: 96. Ampurias (conde de): 233.
Alí: 64, 65. Ampurias (Gerona): 127, 156, 374.
Alí ibn al-Qarawí (señor de Guadix): 186. Amrus: 28, 30, 141.
Alí ibn Reverte: 244. Amrus ibn Umar: 148.
Alí ibn Yusuf: 195, 198. Anagni (tratado de): 393.
Alí Icbal al-Dawla: 182. Anatolia (Turquía): 399.
Alianza veneciano-aragonesa, por J. L. Mar¬ Andalucía (España): 42, 73, 80, 146, 236, 317,
tín Rodríguez: 404. 336, 341, 343, 413, 442, 457, 478, 466-469,
Alibi: 236. 474, 476, 477, 479, 528, 542, 550, 553, 554,
Alicante (España): 23, 39, 66, 218, 240, 251, 556, 558, 559, 562, 563.
343, 473, 475. Andoneas e viajes por diversas partes del mun¬
— Puerto: 39, 251. do, por P. Tafur: 513.
Aljubarrota (batalla de): 352, 356, 357. Anderio (conde de Oseum): 356.
Almada (Portugal): 251. Andorra: 294.
— Fortaleza: 251. Andrinópolis (Turquía): 399.
Almadén (Ciudad Real): 317. Andrónico II Paleólogo: 398, 399, 485.
Almansa (Albacete): 476. Andújar (Jaén): 341, 468.
Almanzor: 26, 59-62, 64, 72, 78-80, 83, 84, 97, Anima, De, por Avicena: 328.
98, 105, 121, 158, 159, 182. Anjou (Blanca de): 393.
Almanzora (Almería): 363, 527. Anjou (duque de): 405.
Almazán (Paz de): 350, 372. Anjou (los): 388, 389,. 392-395, 397, 407.
Almenara (Castellón de la Plana): 168, 364. Anjou (Luis de): 379, 406, 407.
Almería (España): 27, 38, 39, 46, 47, 53, Anjou (Renato de): 394.
65-67, 69, 72, 76, 181, 182, 184, 191, 194, Anoia: 162.
195, 200, 202, 203, 215, 237, 240, 240, 251, Anónimo continuador de Alfonso III: 138.
296, 346, 347, 401,483, 525, 527, 528, 530, Anselmo: 155.
535, 538, 539, 546, 548, 551. Ansó (valle de): 142.
— Puerto: 39, 251. Ansúrez (Fernando): 102, 104.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 613

Ansúrez (los): 111. Argel (Argelia): 455, 482.


Ansúrez (Pedro, señor de Valladolid): 212, Argelers (Francia): 367.
273, 274. Argelia: 527.
Ansúrez (Teresa): 97. Argéntea: 31.
Antequera (Málaga): 534, 535, 541, 551, 557. Arias Dávila (Juan): 126, 563.
Antequera (Fernando de). (Véase Fernando I, Arib ibn Sad: 81.
de Aragón). Arié (Rachel): 48.
Antoñana (Oviedo): 268. Arista (dinastía). (Véase íñiga, dinastía.)
Anúes: 139. Arista (Iñigo). Véase íñiguez Arista, Iñigo.)
Apardúes: 140. Aristóteles: 56, 328.
Apocalipsis, El, por San Juan: 124. Arlanza (río): 93, 102, 116, 117.
Aquila: 23. Arlés (Francia): 122.
Aquisgrán: 173, 174. Armengol I, el Peregrino (conde de Urgel): 63,
Aquitania (Francia): 24. 231.
Aquitania (Leonor de, duquesa de Gascuña Arnáez (Toda). (Véase Navarra, Toda de.)
y condesa de Poitiers): 220. Arnaldi (Pedro): 273.
Ara (río): 226. Arnedo (La Rioja): 148.
Arabia: 39. Arnés de! Cavaller, por P. March: 516.
Aragón (Antonio): 428. Arnulfo: 177.
Aragón (Carlos de, príncipe de Viana): 380, Arjona: 527.
381, 384, 512. — Castillo: 527.
Aragón (Casa de): 385-389, 393, 405, 407. Arqueta de San Millón: 333.
Aragón (condado de): 138, 141-145, 226. Arrás (Francia): 121.
Aragón (corona de): 359-408, 411, 413, 415, — Saint Vaast: 121.
420-422, 426-433, 436-439, 441, 443, Arratia (señor de): 131.
452-455, 473, 483, 484, 487, 489, 490, 492, Arreba: 208.
496, 500, 509, 511, 514-517, 527, 531, 561. Arremón (Gulliem): 509.
Aragón (Cortes de):427. Arriaga (cofradía de): 442, 449.
Aragón (España): 23, 28, 138, 144, 150, 152, Arrinzana: 144.
218, 219, 230, 231, 233, 234, 265, 268, 269, — Palacio: 144.
271,272, 293, 303, 310, 312, 313, 321, 334, Arroche (sierra de): 459.
363, 371, 374, 376, 398, 421, 376, 496. Arroncio: 128.
Aragón (Fuero de): 281. Arte de trovar, por E. Villena: 516.
Aragón (Isabel de). (Véase Santa Isabel de Arteda (Zaragoza): 138, 139.
Portugal.) Asenjo (María): 456.
Aragón (Leonor de): 384. Aseuva. (Véase Auseva, monte.)
Aragón (Pedro de): 407. Asgab ibn Malik: 202.
Aragó (reino de): 127-154, 142, 207, 214, 215, Asia: 64.
21, 220, 223-239, 258, 260, 281, 290, 292, Asia Menor: 25, 186, 398, 399.
294, 295, 310, 315, 317, 318, 330, 339, Asín Palacios (Miguel): 199.
341-344, 346-350, 353, 354, 356, 359, 360, Aspe: 313.
364, 366, 367, 369-373, 378-382, 384, 388, Astorga (León): 61,91, 93, 110, 110, 118, 119,
391,401, 402, 404, 405, 411,413, 414, 421, 122, 126, 152, 209, 274, 275, 292, 303, 304,
425, 426, 435, 438, 441, 443, 446, 454, 460, 308, 313, 324.
472-474, 479, 480, 484, 488, 509, 517-519, — Catedral: 126.
530, 561. Astrolabio redondo y llano, El, por R. de To¬
Aragón (río): 132, 141, 142, 226. ledo: 509.
Aragón Menor (río): 132, 141, 142, 226. Astur-Leonés (reino): 107, 113, 118, 123-126.
Arán (valle de): 371. Asturiana (Casa): 93.
Aranda (Francisco de): 378. Asturias (España): 24, 25, 87, 88, 90-92, 94,
Arandigoyen: 300. 96, 100, 105, 109-111, 118, 119, 121, 124,
Arbórea: 404. 125 128, 134, 146-149, 152, 219, 221, 273,
Arbórea (Hugo de): 401. 289, 310, 413, 417, 419.
Arca Santa: 126. — Monasterio de San Juan de Corias: 273.
Arcos de la Frontera (Cádiz): 182, 250, 341, — Monasterio de Santa María de Lapedo:
343. 273.
Archidona (Málaga): 468, 528, 531, 535, 537. Asturias (reino de): 90-94, 132.
Ardón: 23, 24. Asturias de Santillana: 117.
Arenas (Málaga): 536. Atapuerca (batalla de): 208, 224.
Ares (La Coruña): 362. Atenas (ducado de): 373, 379-400.
Arga (río): 132, 135. Atenas (duque de): 399.
614 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Atienza (batalla de): 58. Baeza (Taifa de): 525.


Atilano: 118. Baezano (el): 246.
Atlántico (océano): 21, 297, 345, 355, 357, Bagá (Barcelona). 295, 490.
358, 480, 483, 485, 521, 564. — Monasterio de Sant Lloren?: 160.
Atlántida (La): 22. Baggad: 29, 53, 58, 59, 69, 80, 181, 200.
Atlas (monte): 239, 246. Bages: 158, 159.
Atón: 177. Bahamas (islas): 564.
Audita: 554. Baja Edad Media: 38, 159, 169, 290, 296, 314,
Augusta (vía): 46. 359, 469, 471, 478.
Auillac (Gerberto de). (Véase Silvestre II.) Balaguer (Lérida): 204, 231, 294, 295, 379.
Aurelio: 91, 120. — Castillo: 104, 149.
Aureolo. (Véase Oriol.) Balch: 25, 37.
Aurora: 59, 61, 75. Baleares (islas): 38, 76, 156, 182, 196, 244, 296,
Auseva (monte): 90. 297, 360, 362, 365, 366, 388, 397.
Ausona (condado de): 168, 235. Balj: 201.
Auta: 30. Báltico (mar): 478.
Avempaces. 198. Ballester (Arnau): 403.
Avencerrajes (los): 534, 535. Banu Abbad (los): 181.
Averroes: 243, 254. Banu Abd al-Aziz (los): 240.
Aversa (Italia): 407. Banu Abi Abda (los): 31.
Avicena: 328. Banu Abi Curra (los): 187.
Avieno: 143. Banu Abi Cháfar (los): 240.
Ávila (España): 91, 96, 110, 210, 292, 321, Banu al-Aftás (los): 182.
335, 336, 449, 485, 537. Banu Amir (los): 62.
— Catedral: 336. Banu Aquilula (los): 528.
Ávila (María Luisa): 68, 69. Banu Birzal (los): 182.
Avilés (Oviedo): 119. Banu Carloman: 40.
Aviñón (Francia): 24, 376, 394, 402, 499. Banu Ganiya (los): 244.
Avís (Casa de): 357. Banu García: 40.
Avís (Portugal): 320. Banu Hamdin (los): 240.
¡Ay, Panadera!: 513. Banu Hayyay, o Hajjaj (los): 30, 31.
Ayala: 128, 284. Banu Hud (los): 182, 195, 240.
Ayala (los): 448, 449. Banu Ifran (los): 182.
Ayamonte (Huelva): 319. Banu Jaldún (los): 31.
Ayyub: 24. Banu Jawahar (los): 181.
Azagra (señorío): 234. Banu Kumasa (los): 535.
Azarquiel: 83, 201, 509. Banu Marín (los): 246, 344, 348, 475, 523, 525,
Azkárate (A.): 128. 527, 528.
Aznalfarache: 243, 255. Banu Martín (los): 40.
— Fortaleza: 243, 255. Banu Musa (los): 29.
Aznar (Blasco): 153. Banu Muzain (los): 182.
Aznar (conde): 133, 134, 146. Banu Nasr (los): 527.
Aznar (Rafael): 84. Banu Qasi (los): 28, 30, 40, 127, 132-135, 137,
Aznar Galíndez I: 141-143. 142, 145-150, 156, 158, 240.
Aznar Galíndez II: 133, 142. Banu Qasim (los): 182.
Aznar Galindo I, de Aragón: 133. Banu Razin (los): 182, 195.
Aznárez de Uscarrés (García): 300. Banu Sarrach (los). (Véase Avencerrajes, los.)
Azores (Islas): 357, 564. Banu Wazir (los): 240.
Banu Yahya (los): 182.
Banu Z-n-Nun o Banu Zennum (los): 184.
B Banu Zirí (los): 182, 184.
Banu Zumadih (los): 182.
Babia (León): 275. Banyoles (Gerona): 177.
Badajoz (España): 30, 67, 150, 182, 184, 200, — Monasterio de Sant Esteban: 167, 311.
201, 208, 209, 211, 240, 251, 504. Bañares (La Rioja): 301.
Badajoz (Taifa de): 187, 194-196, 199. Baños de la Encina (Jaén): 84.
Badis ibn Habus: 182, 186, 187. — Castillo: 84.
Badr: 25, 95. Baracaldo (señor de): 131.
Baer (Yutzhak): 455. Barbastro (Huesca): 149, 226, 228, 281,421.
Baeza (Jaén): 220, 245, 246, 250, 467, 468, Barbate (río): 22.
533, 553. Barbero (Abilio): 88.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 615

Barbotania: 149. Beatriz: 343.


Barca: 68. Beauvais (Vicente de): 515.
Barceló (Miguel): 71. Becerro, El: 504, 505.
Barcelona (Abraham de): 453. Beja (Portugal): 29, 39, 64, 218, 240.
Barcelona (Casa de): 232, 361. Béjar (Salamanca): 453.
Barcelona (condado de): 231. Bel’ló (conde de Carcasona): 158.
Barcelona (condes de): 54, 57, 58, 279. Belmonte (Cuenca):.
Barcelona (Cortes de): 360, 375, 376, 454. — Monasterio de Santa María: 120, 312.
Barcelona (España): 24, 28, 29, 61-63, 127, Belorado (Burgos): 117, 292, 295.
146, 156-160, 162-165, 168, 171-174, 177, Beltrán (Pedro): 378.
195, 196, 212, 214, 215, 262, 265, 287. 294, Belver (Mallorca): 519.
296. 297, 311, 315, 318, 328, 334, 335, 360, — Castillo: 519.
374, 378, 381, 393, 398, 402, 403, 414, 420, Ben Jehad: 214.
421,426, 429, 436, 437, 439, 444, 446, 450, Benabarre (Huesca): 226.
454, 455, 459, 482-485, 489, 495, 500, 502, Benaoján (Málaga): 539.
510, 514-516, 518-520, 562, 563. Benasa: 138.
— Acequia del Regomir: 163. Benavente (Cortes de): 269.
— Ayuntamiento: 519. Benavente (Zamora): 244, 258.
• Sala del Tinell: 519. Benedicto XIII, el Papa Luna: 376, 378, 499.
— Banco: 487. Benevento (Italia): 386, 387, 407.
— Basílica de San Justo: 518. Benimerines, (Véase Banu Marín, los.).
— Basílica de Santa María del Mar: 518. Benveza: 149.
— Basílica de Santa María de Pí: 518. Berango (señor de): 131.
— Catedral: 162, 510, 518-520. Berbeja: 112.
— Convento de Santa María de Junqueres: Berbería: 484, 485, 488.
318. Berenguela: 220, 274, 329, 330, 342.
— Hospital de Santa Cruz: 518. Berenguer Ramón I, el Curvo (conde de Bar¬
— Lonja: 492, 518. celona): 106, 150, 153, 172, 173, 231.
— Monasterio de Pedralbes: 520. Berenguer Ramón II (conde de Barcelona):
— Monasterio de San Cugat del Vallés: 161, 212, 231.
175, 311, 334. Berga (Barcelona): 127, 421, 444, 490, 495.
— Monasterio de Sant Jau.ae de Frontanyá: Berga (Patum de): 495.
333, 334. Berguedá (Guillem de): 326.
— Monasterio de Sant Miquel del Fai: 311. Berlanga de Duero (Soria): 105, 126.
— Palacio de la Generalitat: 518. — Monasterio de San Pedro: 104.
• Capilla de San Jorge: 518. Bermejo (Bartolomé): 520.
— Palacio Real Mayor: 518. Bermeo (Vizcaya): 131, 479.
• Capilla Real de Santa Águeda: 518. Bermudo I, el Diácono: 91, 92.
— Puerto: 360. Bermudo II, de León: 61,62, 97, 98, 105, 120,
Bardají (Berenguer de): 378. 123, 329.
Bardi (los): 484. Bermudo III: 98, 100, 105, 106, 208.
Bardulia: 91. Bernáldez (Andrés): 553, 564.
Baretzi: 131. Bernardo: 314, 315, 334.
Barrio: 112. Bernardo II, de Besalú: 311.
Barrios (Ángel): 278. Bernat (Guillem): 146.
Barros (Gama): 109. Bernedo: 268.
Báscara (Gerona): 295. Bernesga (valle del): 272.
Basilea (concilio de): 499, 509. Bernis (Carmen): 48.
Bastarey (río): 161. Bertrán: 311.
Bayaceto I: 352. Besalú (concilio de): 307.
Bayacoa: 140. Besalú (condado de): 231.
— Monasterio: 140. Besalú (Gerona): 127, 157, 158, 171, 174, 177,
Bayas (castillo de): 149. 421.
Bayona (Francia): 117, 123, 131, 297, 346, Besora (Gombau de): 311.
349. Béthencourt (Juan de): 352.
Baza (Granada): 46, 74, 76, 159, 200, 250, 251, Bética (conde de la). (Véase Rodrigo.)
531, 551. Bética (La): 22, 92.
Bearn (conde de): 234. Béziers (conde de): 234, 236.
Beato de Burgo de Osma: 334. Béziers (Isabel de): 231.
Beato de Gerona: 178. Bezmiliana: 47, 251.
Beato de Seo de Urgel: 178. Biar (Alicante): 218, 341, 363, 369.
616 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Biblia, La: 29, 124. Breviari, por M. Ermengau: 516.


Biblia de Farfa: 334. Brihuega (Guadalajara): 295.
Biblia de San i Pere de Rodes: 334. Briones (La Rioja): 268.
Biblia visigótica de San Isidoro, La, por Flo¬ Briviesca (Burgos): 117.
rencio y Sancho: 126. Briviesca (Cortes de): 242, 457.
Bienandanzas e fortunas, Las, por L. García Brujas (Bélgica): 350, 486, 488.
de Salazar: 418, 448. Bugía (Argelia): 244.
Bierzo, El (León): 275, 310. Bugyat al-Multamis, por al-Dabbi: 202.
— Monasterio de San Pedro Montes: 310, Buitrago de Lozoya (Madrid): 319.
311. Bujara (Persia): 69.
Bigorra (conde de): 234. Burbia (río): 91.
Bilbao (España): 123, 349, 478, 480. Burdeos (Francia): 297, 370, 391, 532.
Bishko (Charles, J.): 474. Bureba (La): 106, 208, 224.
Bizancio: 28, 33, 36, 37, 83, 387, 398-400, 485. Burgo, El (Málaga): 542, 550, 554, 555, 556,
Bjórn: 30. 558.
Blanca: 220, 342, 376, 384. Burgos (concilio de): 307, 308, 314.
Blanquerna, por R. Llull: 367, 514. Burgos (Cortes de): 473, 474, 478.
Blascones (Lope): 140. Burgos: 54, 105, 114, 116, 117, 122, 131, 133,
Boabdil, el Chico: 246, 538, 548, 550, 551, 208, 209, 212, 224, 237, 258, 266-268, 277,
553, 554. 278, 292, 295, 297, 304, 308, 311-313, 321,
Bobastro (cerro de): 30. 334, 417, 419, 439, 476, 477, 479-481, 495,
Bobastro (Málaga): 30, 31. 496, 509, 517, 532.
— Fortaleza: 31. — Barrio de San Esteban: 177, 266.
Boccaccio: 515. — Barrio de San Gil: 266.
Bocados de Oro: 508. — Barrio de San Lorenzo: 266.
Boecio: 177. — Barrio de San Nicolás: 266.
Bohemia: 562. — Barrio de San Saturnino: 117.
Bolívar: 131. — Barrio de Santa Águeda (Santa Gadea):
Bologgin: 60. 266.
Bolonia (Italia): 263, 508. — Barrio de Santa María: 117, 266.
— Colegio de España: 508. — Barrio de Santiago: 266.
Bonaire (Italia): 402. — Barrio de Viejarrúa: 266.
Bonhom: 172. — Catedral: 313, 517.
Bonifacio VIII: 319, 393, 394, 400, 404, 405, — Convento de San Pablo: 495.
409. — Iglesia de Santa María: 267.
Bonifacio: 404, 405. — Monasterio de Nuestra Señora de las Huel¬
— Fortaleza: 404, 405. gas: 267, 268, 312, 495, 519.
Bonifaz (Ramón): 341. — Monasterio de San Pedro de Arlanza:
Bonnassie: 166. 104, 113, 268.
Bonnfill (Pon?): 262. — Monasterio de San Pedro de Cardeña: 54,
Borau (valle de): 144. 96, 102, 104, 113, 117, 124, 214, 268.
Borbón (Blanca de): 348. — Monasterio de Santo Domingo de Silos:
Borco (marqués de): 385. 334.
Borgoña (casa de): 215. — Monasterio-Hospital de San Juan Evange¬
Borgoña (Francia): 24, 563. lista: 177, 266, 311.
Borgoña (Enrique de): 211, 216. Burriana (Castellón): 363.
Borgoña (Raimundo de): 214, 275, 324, 342. Burriol: 363.
Borja (Zaragoza): 145, 146. Busturia: 131.
Borrassá (Luis): 520. — Santa María de Aspe: 131.
Borrell (Guillem): 262.
Borrell I (Ramón, conde de Barcelona): 57,
58, 63, 156, 311. C
Borrell II (Ramón, conde de Barcelona-Urgel):
158, 159. Cabo Verde (islas de): 350, 564.
Borrero (María Mercedes): 442, 459. Cabra (conde de): 538, 562.
Botel-Von-Holtz-Palnnck: 563. Cabra (Córdoba): 75, 228, 251.
Bozzo: 396. Cabrera (Bernardo de): 376, 420.
Braga (Portugal): 91, 110, 216, 303, 310, 350. Cabrera (Guerau de): 311.
Braganza (Portugal): 350. Cabrera (Pon? de): 274.
Brasoñera: 92, 110, 112. Cabriel (río): 341.
Breve Crónica: 397. Cáceres (España): 221, 295, 317, 504.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 617

Cádiz (España): 29, 46, 342, 467, 553. Cañete (Cuenca): 547.
Cádiz (marqués de). (Véase Ponce de León, Capeto (Hugo): 159.
Rodrigo.). Capeto (los): 159.
Cairo, El (Egipto): 58, 81, 554. Capitula Corsorum: 406.
Caja de las Ágatas: 126. Capitularía, Los: 262.
Calabria (Italia): 391, 407. Capua (Italia): 407.
Calabria (Roberto de): 394. Caracuel (Ciudad Real): 244.
Calaf (Barcelona): 168, 381. Caravida (Vidal): 427.
Calahorra (La Rioja): 58, 131, 137, 224, 349, Carbonell (Guillem): 519.
481. Carcasona (condado de): 231, 233, 234, 236.
Calatañazor (Soria): 62. Carcavina: 145.
Calatayud (Fuero de): 293. Cardener (valle del): 156.
Calatayud (Zaragoza): 199, 219, 228, 281, 282, Cardona (Barcelona): 156, 159, 171, 174, 333.
349, 376, 421, 485, 487, 510. — Monasterio de San Vicen?: 178, 333.
Calatrava la Vieja: 244. Carintia (Isabel de): 396.
Caldentey (Bartomeu): 510. Carlades (vizcondado de): 371.
Calders: 159. Carié (María del Carmen): 276, 477.
Calila e Dimna: 508. Carlomagno: 26, 28, 121, 132, 133, 155, 156,
Calixto II: 324. 158, 324.
Calixto III: 537. Carlos, el Calvo: 121, 146.
Calpe. (Véase Gibraltar.) Carlos I, de Anjou: 370, 373, 385-392.
Calsena: 200. Carlos II, de Anjou, el Cojo: 391-394, 400,
Caltabellota (Paz de): 394, 398. 401.
Caltanissetta (Italia): 397. Carlos II de Navarra, el Malo: 340, 350, 382,
— Castillo de Pietra Rossa: 397. 426, 497.
Calvi (Italia): 406. Carlos III, de Navarra, el Noble: 261, 380,
Calvo (Laín): 102, 108. 382, 384, 497.
Calleja (los): 448. Carlos IV, de Francia: 382.
Cáller (Italia): 397, 401, 402, 406. Carlos VI, de Francia: 405.
— Castillo: 397, 401. Carlos VIII, de Francia: 563.
Camarasa (Lérida): 231. Carlos Sin Tierra. (Véase Valois, Carlos de.)
Camargo (los): 477. Carmona (Sevilla): 22, 29, 30, 31, 182, 194,
Camargo (Santander): 477. 341, 467.
Cambray (Francia): 477. Carmona (Taifa de): 187, 188.
Cambril: 533. Carolingia (época): 312.
— Castillo: 533. Carracedo (León):.
Campos (Tierra de): 94, 111, 273. — Monasterio: 312.
Camprodón (Gerona): 294, 444. Carrillo (Pedro): 512.
— Monasterio de'San Pere: 311. Carrión de los Condes (Palencia): 104, 152,
Canales (Ávila): 62. 208, 295.
Canarias (islas): 352, 357, 367, 478, 481,516, Carta, por A. Cresque: 516.
563. Cartagena (Alfonso de). 512.
Can$o d’Amor, por A. March: 516. Cartagena (Murcia): 22, 255, 341, 466, 475,
Canso de Santa Fe: 177. 481, 527.
Canción de Amor: 328. — Torre: 22.
Cancionero de Baena: 514. Cartago: 56.
Canellas (Vidal de): 281. Cártama (Málaga): 551.
Canfranc (valle de): 123, 141. Carvajales (los): 347.
Canfranc (Paz de): 370. Casares (Málaga): 540, 554.
Cangas de Onís (Asturias: 90, 108. Casim ibn Hammud: 64, 65, 182.
— Basílica de la Santa Cruz: 90. Casius (conde): 132, 145.
Cantabria (España): 24, 26, 27, 87, 90, 109, Caspe (Zaragoza): 234, 353, 378.
224, 273, 310, 419. — Castillo: 378.
Cantabria (Pedro de): 107, 138. Caspe (Compromiso de): 376-378, 398, 502.
Cantábrica (cordillera): 87, 100, 109, 127, 442. Casserres (Barcelona): 156.
Cantábrico (mar): 24, 91, 123, 135, 277, 297, — Monasterio de San Pere: 178.
349, 435, 475, 479, 480, 484. Castalia (Alicante): 369.
Cantar de Gesta de Roldan: 155. Castellar (Barcelona): 554.
Cantigas de Santa María, Las, por Alfonso X, Castelló de Empuries (Gerona): 518.
el Sabio: 38, 512. — Lonja: 518.
Canyelles (Tomás): 515. Castellón (España): 363.
618 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Castellón de la Plana (España): 519. Caveiro: 97.


Castellví de la Marca: 173. Cazalilla (Jaén): 62.
Castielfabid (Valencia): 235. Cazlona: 149.
Castilla (condado de): 152. Cazorla (Jaén): 218, 341, 467, 469, 470, 471.
Castilla (conde de): 57, 61, 109. Cazorla (señorío de): 451, 469-471.
Castilla (Corona de): 418, 424, 426, 430, Cazorla (sierra de): 471.
441-443, 451-454, 457, 466, 468, 472, Cazorla (Tratado de): 235.
476-481,487, 496, 500, 502, 508, 509, 527, Cea (León): 116, 208.
550-552, 561, 562. Cea (conde de): 275.
Castilla (Cortes de): 410. Cea (río): 277.
Castilla (España): 37, 57, 62, 88, 91, 93, 96-98. Cea (valle del): 152.
100-102, 104-109, 111-114, 117, 124-126, Cefiso (batalla de): 399.
130, 131, 133, 148-152, 190, 212, 214-216, Cehegín (Murcia): 75.
219, 220, 223, 224, 228, 230, 268, 269, Ceia Zaarra (monasterio de): 153.
271-274, 295, 296, 307, 311, 312, 314, Celanova (Orense): 97.
317-319, 367, 374, 375, 378, 419, 452, 461, Cenicero (La Rioja): 91.
476, 477, 507, 532, 552. Cercito: 143.
Castilla (Fuero de): 292. — Monasterio de San Martín: 143.
Castilla (Leonor de): 343, 349, 365. Cerda (Alfonso de la): 344, 346, 370.
Castilla (María de): 408. Cerda (Fernando de la): 343.
Castilla (reino de): 207-222, 234, 235, 237, 239, Cerdaña (condado de): 156, 158, 162, 231,
243, 244, 257-264, 276-279, 288, 290, 295, 297, 233, 365, 366, 371, 381.
304, 306, 308, 310, 314, 315, 317, 320, 327, Cerdeña (isla de): 38, 127, 182, 367, 371, 372,
330, 339-344, 345-350, 352-357, 359, 360, 363, 374, 376, 379, 380, 393, 394, 397, 398,
370-373, 379, 380, 382, 384, 410-415, 422-425, 400-405, 432, 435, 483, 516, 517, 561.
429, 435, 436, 438-440, 443, 446-449, 453, 455, Cerezo: 117.
457, 473, 474, 478-480, 486-490, 495, 497, 511, Cerrato: 311.
513, 523, 527, 528, 530, 531, 533-538, 547, 473, Cervera (Lérida): 105, 168, 363, 421, 444, 454,
474, 478-480, 486-490, 495, 497, 511, 513, 523, 455.
527, 528, 530, 531, 533-538, 547, 548, 551, 553, Cervera (Cortes de): 374, 375.
561, 564. Ceuta: 21, 39, 47, 53, 65, 68, 172, 192, 194,
Castilla la Nueva (España): 293. 246, 250, 357, 482, 525, 555.
Castilla la Vieja (España): 102, 104, 109,224, Cicerón: 177, 509.
335. Cid, El. (Véase Díaz de Vivar, Rodrigo.)
Castillejar (Granada): 536. Cidamón (Domingo): 301.
Castro (Américo): 453. Cien Años (guerra de los): 349, 382, 478.
Castro (Inés): 355, 356. Cieza (Murcia): 84, 204, 255, 538.
Castro (los): 218. Cillas (Guadalajara): 138, 143, 144.
Castro Urdíales (Santander): 477, 479, 481. — Monasterio de San Martín: 138, 143, 144.
Castrojeriz (Burgos): 93, 102, 104, 105, 112, Cinca (río): 149, 162, 226, 230.
117, 292. Cingito: 300.
Cataluña (Cortes de): 427. ' Cintra (Portugal): 211.
Cataluña (España): 23, 27, 28, 39, 63, 110, Cirici (A.): 517.
147, 150, 156, 158-166, 169, 172, 174-176, Ciriza. (Véase Sad.)
195, 223, 231,233, 234, 236, 240, 260, 262, Citeaux (Francia):.
264, 265, 279-281, 287-291, 294, 295, 298, — Monasterio: 312.
303, 304, 310, 312, 314, 319, 330, 339, 349, Ciudad de Dios, La, por San Agustín: 409.
360, 363, 370, 374, 376, 378, 380, 381, 391, Ciudad Real (España): 218, 293, 504.
392, 394, 397, 398, 412, 417, 421,429, 433, — Fortaleza de Calatrava: 184, 216, 218, 243,
446, 452, 483, 488, 496, 500, 502. 316.
Cataluña (principado de): 359, 360, 364, 366, Ciudad Rodrigo (Salamanca): 278, 303, 304,
369, 370, 371, 373, 379, 388, 411, 413-415, 320.
420, 421,426, 435, 438, 440, 441,443-450, Ciurana: 233.
454, 460, 511. — Castillo: 233.
Cataluña Nueva: 233, 280, 460. Clairvaux (Francia):.
Cataluña Vieja: 280. — Monasterio: 312.
Catania (Italia): 393, 396. Claramonte (los): 397.
— Santa Águeda: 396. Claros varones de España, Los, por F. del
— Universidad: 396. Pulgar: 512.
Categorías de las Naciones, por Saib ibn Claudio: 176.
Ahmad: 82. Clavero (P.): 277.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 619

Clavijo (La Rioja): 93, 122, 147. Coplas a la muerte de su padre, por J. Man¬
Clavijo (batalla de): 92, 93. rique: 513.
Clemente IV: 386, 508. Coplas del provincial. Las: 514.
Clemente V: 394. Copons (Barcelona): 299.
Clemente Vil: 499. Corán, El: 35, 43, 50, 51, 78, 202, 203, 248,
Clunia. (Véase Corufla del Conde, Burgos.) 254, 325, 508.
Cluny (Francia):. Corbacho, por A. Martínez de Toledo: 513.
— Monasterio: 123, 150, 153, 210, 278, 308, Corbeil (Tratado de): 364.
310, 311, 313. Corbins: 233.
Coba de Perus (?): 153. Córcega (isla de): 38, 393, 397, 400, 404-406.
Codex Calixtinus. (Véase Líber Sancti laco- Córcega y Cerdeña (reino de): 400-404.
bi, por Calixto II.) Cordera: 199.
Código de Huesca: 496. Córdoba (España): 15, 22, 24, 26-34, 37, 41,
Cogolludo (Guadalajara): 317. 45-47, 50, 53-88, 92, 93, 96, 97, 104, 129,
Coimbra (Portugal): 23, 28, 61,93, 196, 208. 134, 135, 137-139, 143, 146-148, 150, 158,
Coín (Málaga): 551. 159, 181, 187, 188, 190, 194, 199-203, 206,
Colección de Organyá: 327. 228, 230, 231,240, 242, 244, 246, 248, 250,
Colón (Bartolomé): 564. 251, 341,467-469, 480, 485, 4^6, 511, 533,
Colón (Cristóbal): 563, 564. 548, 550, 551, 556.
Colón (Diego): 564. — Alcazaba: 68, 72.
Colón (Fernando): 564. — Alcázar: 67, 70, 84.
Colonia (Juan de): 517, 518. — Arrabal de Secunda: 78.
Colonne (Odo delle): 396. — Casa de Correos: 33.
Coll (Nuria): 484. — Gran Mezquita: 45, 59, 67, 68, 83.
Collantes de Terán (A.): 468, 469. — Universidad (Madraza): 59.
Collar, El, por Ibn Abd Rabbih: 51. Córdoba (Fuero de): 557.
Collar de la Paloma, El, por Ibn Hazm: Córdoba (Galindo de): 140.
82. Córdoba (reino): 525, 527.
Collerajes: 533. Coria del Río (Sevilla): 29, 62, 93, 210.
Colliget, El, por Averroes: 254. Cornellana (Oviedo): 120.
Comares (Málaga): 30, 48, 74, 528. — Monasterio de San Salvador: 120, 275.
Comedieta de Poma, por D. López de Men¬ Corro: 128.
doza: 513. Cortes: 268, 269.
Comentario al Apocalipsis, por Beato de Lié- Cortes de la Frontera (Málaga): 554, 557.
bana: 121, 126. Coruña, La (España): 92, 123, 312.
Cominges (condado de): 231, 236. — Monasterio de Santa María de Sobrado:
Compadre (Pedro): 315. 299, 312.
Compañías blancas: 349. — Torre de Hércules: 92.
Complutenses: 331. Coruña del Conde (Burgos): 61, 64, 91, 95,
Conat: 429. 102, 105.
Conca de Barberá (?): 159. Corvaccio, por Boccaccio: 515.
Concilio General: 499. Costum de la Ciutat de Valencia: 459, 460.
Condados catalanes: 231-234. Costum de Tortosa: 459.
Conde (Rafael): 428. Costum de la mar: 485.
Conde Lucanor, por don Juan Manuel: 512. Cotlliure: 482.
Conflent (condado de): 122, 158, 365, 366, Courtrai (batalla de): 394.
371, 428. Covadonga (Asturias): 182.
Conmemoracions, por P. Albert: 263, 439. Covarrubias (Burgos): 113.
Conradino: 385-388. Covias: 120.
Conrado IV: 385. — Monasterio de San Juan: 120.
Constantina (sierra de): 459. Coyanza (concilio de): 257, 307.
Constantina (Túnez): 389. Coyanza. (Véase Valencia de Don Juan,
Constantino Vil Porfirogénico: 82. León.)
Constantinopla: 29, 56, 242, 364, 404. Cremona (Armando de): 511.
Constanza: 311, 355, 370, 372, 373, 397, 515. Cremona (Gerardo de): 328.
Constanza (concilio de: 499, 509. Cremona (Juan de): 509.
Constitucions de Catalunya: 263, 439. Cresces (Abraham): 516.
Constitutum usus de Pisa: 485. Cresces (los): 516.
Consuetudines Ilerdenses: 459. Crestiá, El, por F. Eiximenis: 515.
Consulados de Mar: 485. Creta (isla de): 28, 68.
Coplas de Mingo Revulgo: 513. Cristina (infanta): 120.
620 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Crónica, por A. Bernáldez: 553. Cuéllar (Segovia): 500.


Crónica, por G. Esguí: 511. Cuéllar (Pedro de): 500.
Crónica, por Fernando IV: 473. Cuenca (España): 195, 199, 210, 218, 234, 240,
Crónica, por R. Muntaner: 515. 244, 264, 293, 295, 434, 453, 467, 475, 481,
Crónica, por Pedro IV, el Ceremonioso: 374. 489-491, 496.
Crónica, por Sampiro: 124. — Casa de Veeduría de Paños: 491.
Crónica de 1344. (Véase Segunda Crónica Cuenca (Fuero de): 293.
General.) Cueva (Beltrán de la): 354.
Crónica Abreviada, por Juan Manuel: 511. Cullera (Valencia): 363, 364, 436.
Crónica Albeldense: 93. Cuneo (señorío de): 385.
Crónica de Alfonso III: 109, 115, 121, 123, Curial e Guelfa: 516.
124, 128. Curiel: 96, 104.
Crónica de Alfonso X, por F. Sánchez de Va- — Castillo: 96, 104.
lladolid: 511. Curueño (monte): 118.
Crónica de Alfonso XI, por F. Sánchez de Va- Cutanda: 228.
lladolid: 511.
Crónica del Emperador Alfonso: 329. CH
Crónica de Enrique II, por P. López de Aya-
la: 511. Chafar al-Mushafí: 80.
Crónica de Enrique III, por P. López de Aya- Chaise-Dieu: 311.
la: 511. Champagne (Jean de): 310.
Crónica de Enrique IV, por D. Enríquez del Champaña (Casa de): 381, 382, 463.
Castillo: 511. Champaña (Francia): 463.
Crónica de Fernando IV, por F. Sánchez de Champaña (Teobaldo de). (Véase Teobaldo II
Valiadolid: 511. de Navarra.)
Crónica de Jaime I, el Conquistador: 515. Charlo Brea (Luis): 330.
Crónica de Juan I, por P. López de Ayala: Chartres (Ivo): 262.
511. Chaves (Portugal): 91.
Crónica latina de los Reyes de Castilla: 330. Chepoy (Tibaut): 399.
Crónica Leonesa. (Véase Crónica Najerense.) Cherasco (señorío de): 385.
Crónica Najerense: 329. Chester (Roberto de): 328.
Crónica navarro-aragonesa: 515. China: 357.
Crónica de Pedro I, por P. López de Ayala: Chinchilla (Albacete): 200, 251, 476.
511. Chipre (isla de): 394.
Crónica de Pedro II, el Grande, por B. Des- Chirino (Alonso): 509.
clot: 515. Chronica Adefonsi Imperatoris. (Véase Cró¬
Crónica de Pere, el Ceremoniós: 515. nica del Emperador Alfonso.)
Crónica Profética, por Dulcidio: 122, 123. Chronicon: 330.
Crónica de San Juan de la Peña: 515. Chronicon Mundi, por Lucas, el Tudense:
Crónica del Racional: 455. 330.
Crónica de los Reyes de Aragón, por G. de Chronicon Regnum Legionensium, por Pela¬
Santa María: 398. yo: 329.
Crónica de los Reyes de Castilla: 511. Chronicon Rivipullense: 330.
Crónica de los Reyes de León, por Pelayo. Chronicon Villarense. (Véase Libro de los
(Véase Chronicon Regnum Legionesium Reyes.)
por Pelayo.)
Crónica de los Reyes de Navarra, por Carlos D
de Aragón, príncipe de Viana: 512.
Crónica de Sancho IV, por F. Sánchez de Va- Daguí (Pedro): 510.
lladolid: 511. Dalias (Almería): 201.
Crónica Siciliana, por N. Speciale: 396. Dalmacia (Hermán de): 325, 328.
Crónica de veinte reyes: 511. Dalmau (Luis): 520.
Crónicas Navarras: 330. Dalmau (Ramón): 311.
Cróniques de Aragón e Sicilia, por Nicolás, Damasco (Siria): 21,24, 25, 39, 58, 145, 486.
Capellanus: 515. Dándolo (Enrique): 403.
Cróniques deis reis d’Aragón e comtes de Bar¬ Dante: 509, 516.
celona: 515. Daroca (Zaragoza): 228, 235, 281, 282, 421,
Cruz de los Ángeles: 125. 485, 510.
Cruz de la Victoria: 125. Darro (río): 75, 538.
Cuadernos de Ordenanzas: 419. Day Sam (los): 30.
Cuarte (victoria de): 214. De la Riba (los): 477.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 621

Decretales, por Gregorio IX: 314. Écija (Sevilla): 22, 66, 67, 69, 69, 228, 343,
Denia (Alicante): 39, 65, 182, 194, 199-201, 468, 527, 531, 551, 552.
228, 246, 251, 296, 341, 364. Edad Media: 15-17, 48, 120, 254, 291, 360,
— Puerto: 39, 251. 369, 430, 438, 440, 445, 481, 488, 496, 506,
Denia (reino de): 364. 507, 562.
Derby (conde de): 348. Edad Moderna: 16, 486, 487, 562, 564.
Descavall (Bernat Ramón): 515. Eduardo (príncipe de Inglaterra): 349.
Desclot (Bernat): 370, 432, 515. Eduardo III, de Inglaterra: 349.
Despeñaperros (paso de): 245. Ega (valle del): 135.
Destriana (León): 318. Egeo (mar): 399.
Deva (río): 105, 130. Eginardo: 155.
Dez-Coll (Bernat): 515. Egipto: 28, 68, 83, 201, 202, 243, 255, 296,
Deza (Diego de): 564. 538.
Deza-Terrer (Paz de): 374. Eguaras (Joaquina): 83, 545.
Díaz (Gutiérre): 513. Ehigen (Jorge de): 537.
Díaz (Jimena): 195, 212, 214. Eiximenis (Francesc): 492, 515, 516.
Díaz de Haro (Lope): 344. Ejea de los Caballeros (Zaragoza): 149, 288.
Díaz de Vivar (Rodrigo, el Cid): 194, 195, — Castillo: 519.
212-214, 231,, 271, 325, 330, 331, 360. Elba (río): 266.
Dictads, por Abu Alí Jalib de Bagdag: 59. Elche (Alicante): 23, 343.
Diez (Alfonso): 275. Elipando: 121.
Diez (Froila): 273. Elna: 158, 162, 171, 174, 444.
Diez de Salazar (Luis Miguel): 283, 481. Elvas (Convención de): 355.
Dioscórides: 56, 82. Elvas (Portugal): 221.
Disciplina clericalis, por D. González: 328. Elvira: 94, 97, 98, 105, 159, 184, 209, 211, 273.
Divina comedia, por Dante: 509, 516. Elvira (Granada): 25, 39, 58, 74, 182, 187, 201,
Divisione Philosophiae, De, por D. Gonzᬠ202, 251, 530, 539.
lez: 328. Emesa (Siria): 25, 39.
Diwan, por Ibn Darrach: 62. Emma: 175.
Djafar (príncipe): 31, 60. Empuries. (Véase Ampurias.)
Doctrinal de Privados, por D. López de Men¬ Encartaciones (Las): 128, 129, 418.
doza: 523. Eneas: 172.
Domenech (Jaume): 515. Enrique, el Navegante: 355, 357.
Domínguez (García): 465. Enrique (conde de Portugal): 216.
Domingo: 313, 330. Enrique I, de Castilla: 220, 329, 348, 349, 453,
Donato: 509. 523.
Dos Pedros (guerra de los): 372, 374, 375. Enrique I, de Navarra: 382.
Dos Sicilias: 385, 386. Enrique II, de Castilla: 349, 350, 352, 356, 357,
Dozy: 54. 372, 375, 382, 422, 449.
Du-l-Num: 30. Enrique III, de Castilla, el Doliente: 352, 425,
Dueñas (Palencia): 93. 453, 479, 480, 555.
— Monasterio de San Isidoro: 311. Enrique IV, de Castilla, el Impotente: 353,
Duero (río): 61,93, 94, 96,97, 100, 102, 109, 354, 381,419, 426, 480, 513, 537, 538, 561.
114, 117, 118, 149, 208, 275, 277-279, 288, Enrique II Plantagenet: 220.
424, 446, 476. Enríquez (Juana): 380, 561.
Duero (valle del): 36, 97, 109, 110, 114, 287. Enríquez del Castillo (Diego): 512.
Dufourcq (Charles E.): 484. Entenza (Berenguer): 399.
Dulcet: 516. Entenza (Teresa de): 372.
Dulcidio: 123. Épila (Zaragoza): 373.
Durango (Vizcaya): 131, 502. Época Omeya: 44.
Duratón (río): 96. Ermesenda: 311.
Ermesinda: 90, 172, 311.
E Ermengau (Matfre): 516.
Ermengor V, de Urgel: 274.
Eblo (conde): 133, 134, 146. Escalada (Burgos):
Ebro (río): 24, 76, 100, 102, 117, 135, 139, 143, — Monasterio de San Miguel: 113, 124, 125.
146, 149, 208, 211, 224, 226, 228, 230, 233, Escala Dei (monasterio de): 315.
281, 297, 349, 479, 482, 483, 488. Escalona: 244, 353.
Ebro (valle del): 23, 28, 36, 66, 73, 97, 127, Escatrón (Zaragoza): 234.
132, 135, 137, 145-150, 229, 233, 288, 328, Escombrera (isla de): 256.
473. Escoto (Miguel): 328.
622 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Escoto Erígena (Juan): 176. Felipe V, de Francia: 382.


Esla (río): 118, 124. Felipe VI, de Francia: 382.
Eslava: 182. Félix: 315.
Española (isla): 564. Fenollar (El Rosellón):
— Iglesia de Nuestra Señora de la Concep¬ — Monasterio de Sant Pau: 311.
ción: 564. Fernández (Assur, conde de Castilla): 104.
Especias (islas de las): 357. Fernández (García, conde): 98, 105, 112, 117.
Espéculo, El: 439. Fernández (Gonzalo, conde de Burgos): 102,
Esplendor de la luna llena acerca del Estado 117.
Nazarí, por Ibn al-Jatib: 532, 544. Fernández (Laín): 274.
Espoleto (ducado de): 386. Fernández (Martín): 320.
Esquivel (los): 447. Fernández (Ñuño, conde de Burgos): 117.
Estancias (sierra de): 527. Fernández (Pedro): 317.
Estavilo: 128. Fernández (Urraca): 97, 104, 105, 140, 144.
— San Martín: 128. Fernández Buelta (José): 115.
— Santa Gracia: 128. Fernández Conde (Javier): 120.
Estefanía: 131. Fernández de Córdoba, el Gran Capitán
Estella (Fuero de): 284, 292, 293. (Gonzalo): 563.
Estella (Navarra): 122, 261, 281, 283, 463. Fernández de Córdoba (los): 558.
Estepa (Carlos): 111, 275. Fernández de Heredia (García): 376.
Estepa (Sevilla): 319. Fernández de Heredia (Juan): 511.
Estepona (Málaga): 47. Fernando: 151, 399.
Estrella: 202. Fernando (infante): 357, 534.
Eterio: 110. Fernando (marqués de Tortosa): 371, 373.
Ética, por Aristóteles: 563. Fernando, de Nápoles: 380.
Etimologías, por San Isidoro: 262, 324. Fernando I, de Aragón: 352, 353, 376-379,
Eude: 126. 398, 412, 499, 516, 536.
Europa: 27, 39, 46, 72, 75, 79, 81, 82, 85, 106, Fernando I, de Castilla: 100, 106, 208, 209,
151, 176, 184, 272, 275, 295, 313, 325, 224, 259, 310, 324.
327-329, 348, 354, 373, 453, 473, 508, 508, Fernando I, de Portugal: 350, 352, 356.
539. Fernando II, de Aragón y V de Castilla, el Ca¬
Evreux (Casa de): 382. tólico: 317, 304, 354, 381, 384, 429, 446,
Évora (Portugal): 23, 218, 240, 303. 448, 510, 548, 551, 553, 554, 561,562, 564.
Exceptiones Petri Legum Romanorum: 262. Fernando II, de León: 216, 218, 221, 274, 317.
Extremadura (España): 211, 216, 221, 244, Fernando III, de Castilla, el Santo: 216, 220,
265, 278, 279, 317, 418, 424, 453, 459, 474, 221, 246, 306, 325, 330, 339-343, 410, 435,
497. 467, 469, 480, 511, 525, 527.
Ezca (río): 138. Fernando IV, de Castilla, el Emplazado: 346,
Ezequiel: 122, 123. 347, 417, 442, 473, 477, 480, 495, 511.
Ferrer (Bonifacio): 378.
F Ferrer (María Teresa): 429.
Ferrer (Pere Joan): 516.
Fadrique, 278. Ferrer (Vicente). (Véase San Vicente Ferrer.)
Fadrique III, de Sicilia: 370, 372, 393-399, 401. Ferrer Basa: 520.
Fadrique IV, de Sicilia, el Simple: 396, 397. Ferrer de Blanes (Jaume): 517.
Faido: 128. Ferriolo: 144.
Fajardo, el Bravo (Alonso): 536. Ferro (María Isabel): 202.
Fáñez (Alvar): 191, 196, 212, 242. Fez (Marruecos): 60, 81, 242, 248, 342-344,
Faro (Portugal): 303. 533, 534, 554, 555.
Fátima: 531, 538, 548. Ficker: 262.
Favila: 90, 91. Figueras (Gerona): 164.
Febo (Francisco): 384. Física, La, por Aristóteles: 328.
Febrer (Andreu): 516. Fitero (Navarra): 301, 312, 316, 330.
Felmiro (obispo): 110. — Monasterio: 316, 330.
Felipe (infante): 343, 344, 347. Fivaller (Juan): 379.
Felipe II, de Francia: 236. Flandes (Países Bajos): 367, 475, 477, 481,
Felipe III, de Francia, el Atrevido: 369, 370, 483, 484, 490, 563.
382, 391, 392. Flavio Josefo: 177.
Felipe III, de Navarra: 261, 348, 479. Flor (Roger de): 398, 399, 432.
Felipe IV, de Francia, e! Hermoso: 382, 383, Florencia (Italia): 407, 484.
394. Florencio: 126.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 623

Flórez: 329. Galera (Granada): 319, 531, 536.


Fluviá (Berenguer de): 514. Gales (príncipe de): 382.
Foix (Casa de): 384. Galia (La): 27.
Foix (condado de). 348. Galib: 58, 59, 60.
Foix (Germana de): 384, 562. Galiba: 202.
Folc (Pedro): 406. Galicia (España): 23, 39, 58, 62, 87, 91-94,
Folc (Ramón, conde de Cardona): 406. 96-98, 109, 111, 121, 122, 124, 150,216, 221,
Fonfrida: 153. 265, 272, 287, 298, 303, 311,319, 341,350,
— Monasterio de Santa María: 153. 413, 414, 417, 418, 476, 480, 562.
Fons Vitae, por Avicebrón: 328. Galicia (reino de): 209, 210.
Fonseca (Alonso de): 519. Galíndez (Andregoto): 138, 140, 142.
Font y Rius (José María): 294, 417. Galindez de Carvajal (Lorenzo): 564.
Formentera (España): 362, 367-369. Galindo: 139.
Formiges, Les: 392. Galindo 1 Arnáez: 142, 144.
Formiguera: 429. Galindo II Arnáez: 138, 142.
Fortún: 132. Galindo, la Latina (Beatriz): 564.
Fortún Garcés I, el Tuerto o el Monje: 135, Galípoli (Turquía): 399.
137, 139. — Fortaleza: 399.
Fortún ibn Musa: 146, 148. Gállego (río): 132, 142, 226.
Fortún ibn Qasi: 145. Gállego (valle del): 332, 333.
Fraga (Huesca): 226, 230, 233. Gamona: 117.
Francia: 24, 27, 116, 122, 146, 155, 159, 160, Gante (Bélgica): 488.
176, 219, 231, 234-236, 238, 296, 313, 332, Garaño (valle de): 153.
334, 342, 344, 346, 349, 350, 359, 362, 365, Garcés (Iñigo): 138.
366, 370-373, 381, 391, 392, 394, 436, 447, Garcés (Jimeno): 138, 153.
453, 455, 477, 484, 485, 489, 509, 516, 532, Garcés (Oneca): 135, 142.
562, 563. Garcés (Ramiro): 140.
Francia (Casa de): 382. Garcés (Velasco): 134.
Francia (Carlos de): 354. García: 61, 123, 131, 209, 210, 316.
Fregenal de la Sierra (Badajoz): 442, 443. García (Arcadi): 459.
Fresno: 221. García (Juan): 465.
Frexinetum ( ): 53. García (Nicolás): 476.
Frías (Burgos): 477. García (Sancho, conde): 113, 331.
Frías (los): 477. García, el Malo (conde de Aragón): 133, 142.
Froilaz (los): 273, 274. García, el de Nájera: 223, 224.
Fromestano: 115. García Arancón (María Raquel): 462.
Frucehl: 335. García de Cortázar (José Ángel): 310.
Frudela: 152. García Fernández (E.): 442.
Fruela I, el hombre de hierro: 91, 92, 114, 115, García Gómez (Emilio): 255, 256, 545.
118. García de Guzmán (María del Mar): 470.
Fruela II: 94, 96, 511. García íñiguez I: 94, 96, 102, 134, 135, 137,
Frumino: 118. 139, 142, 148.
Fuenfría: 139. García Jiménez, de Pamplona: 135, 144.
— Monasterio de Santa María: 139. García Ramírez V, de Navarra, el Restaura¬
Fuengirola (Málaga): 47. dor: 230, 237.
Fuenterrabía (Guipúzcoa): 281, 418, 479. García de Salazar (Lope): 418, 448.
Fuentes: 301. García Sánchez I, el Temblón: 58, 102, 104,
Fuero General: 281. 138, 139, 142, 144.
Fuero Juzgo: 456, 557. García Sánchez 11: 138, 140.
Fuero Real, por Alfonso X, el Sabio: 439, 456, García Sánchez III: 131, 151, 230.
495. García de Santamaría (Alvar): 512.
Fuerteventura (España): 352. Garciago: 550.
Fullá: 429. Gargallá: 174.
Furs de Valencia: 460-462. Gascón (Juan): 267.
Gascuña (Francia): 24, 134, 142, 150, 297, 343,
263.
G Gascuña (ducado de): 220.
Gassión: 301.
Gador (sierra de): 527. Gastón (conde de Foix): 380, 384.
Gaeta (Italia): 407. Gastón (conde del Bierzo): 30.
Gaiá (río): 158. Gaucín (Málaga): 540, 554.
624 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Gelmírez: 331. Gotmaro: 175.


Gelmírez (Diego): 215, 264, 314. Gozzo (isla de): 392, 407.
Gellone (Guillermo de): 156. Grajal (conde de): 275.
Genealogías, por Meyá: 135. Gran Bretaña: 479.
Generaciones y semblanzas, por F. Pérez de Granada (España): 22, 26, 31, 41, 67, 75, 182,
Guzmán: 512. 184-187, 191, 194, 195, 199, 200, 202, 203,
General e Granel Estoria, por Alfonso X, el 211,220, 228, 240, 242, 251,254, 319, 438,
Sabio: 508, 51 1. 461,490, 525, 527, 530-534, 536, 537, 539,
Generalitat: 411, 412. 541-545, 550, 551, 553-555, 558.
Génova (Italia): 296, 360, 371, 387, 393, 399, — Alcazaba: 530.
400, 402-407, 429, 485, 528. — Barrio de Antequeruela: 534.
— Banco di San Giorgio: 406. — Barrio del Zenete: 531.
— Castillo: 405. — Palacio de la Alhambra: 527, 531, 533,
Genil (río): 551. 536, 537, 544-546, 548.
Geraldino (Antonio): 564. • Palacio de Comares: 531.
Gelbes (isla de): 392, 407. • Sala de los Abencerrajes: 533.
Gerona (Cerverí de): 515. • Sala de Dos Hermanas: 533.
Gerona (concilio de): 307, 308. • Sala de los Mocárabes: 533.
Gerona (condado de): 231. • Sala de los Reyes: 533.
Gerona (Cortes de): 421. • Salón del Trono o de Embajadores: 531.
Gerona (España): 26, 27, 29, 126, 127, 146, • Palacio del Generalife: 546.
156, 158, 162, 164, 171, 172, 174, 177, 178, • Patio de los Leones: 533.
294, 315, 368, 370, 392, 421,426, 444, 454, — Puerta de la Explanada o de la Justicia:
455, 485, 489, 495, 500, 510, 517-519. 531.
— Catedral: 162, 517, 518. Granada (guerra de): 453, 547-555, 563.
— Universidad: 510. Granada (reino nazarí de): 339, 340-344, 346,
Gerri: 171, 295. 347, 350, 352, 356, 364, 371, 483, 484,
Gesta Comitum Barcinonensium: 515. 423-559, 561.
Ghana: 192. Granollers (Barcelona): 171.
Gibraltar: 22, 242, 249, 251, 347, 527, 531, Grant Crónica de Espanya, por J. Fernández
534, 535, 537, 554. de Heredia: 511.
— Fortaleza: 249. Grañón: 149.
— Puerto: 251. Grazalema (sierra de): 527.
Gibraltar (Estrecho de): 21,22, 192, 344-348, Grecia: 399, 485, 517, 562.
357, 372, 382. Gregorio VII: 311, 314.
Gijón (Asturias): 88, 90, 119, 123. Gregorio VIII: 317.
Giotto: 520. Gregorio IX: 314, 368.
Girardo: 331. Grenoble (Francia): 315.
Girón (los): 273. Guadaira (río): 63.
Golpejerra: 209. Guadalajara (Cortes de): 478.
Gomera (España): 352. Guadalajara (España): 22, 58, 81, 147, 191,
González (Domingo): 328. 201, 210, 237, 244, 352, 504.
González (Gonzalo): 61. Guadalajara (Fuero de): 293.
González (Julio): 265. Guadalaviar (valle del): 234.
González (los): 477. Guadalete (río): 22.
González (Manuel): 469, 551. Guadalferza: 244.
González (Menendo): 98. Guadalhorce (río): 551.
González (Munio): 273. Guadalhorce (valle del): 550.
González (Pedro): 301, 465. Guadalope (río): 234.
González, el conde de toda Castilla (Fernán, Guadalquivir (río): 28, 29, 60, 62, 67, 188, 190,
conde de Lara): 58, 92, 96-98, 102, 104-106, 244-246, 250, 255, 341, 469.
117, 129. Guadalquivir (valle del): 42, 66, 341, 467.
González de Clavijo (Ruy): 352. Guadalupe (María Luisa): 504, 506.
González Giménez (Manuel): 467, 468. Guadalupe (Sentencia Arbitral de): 429, 449,
González de Lara (Ñuño): 343. 563.
González Mínguez (César): 417, 449, 479. Guadarrama (sierra de): 97, 104.
Gonzalo: 152, 226. Guadarranque (río): 22.
Gorbea (monte): 128. Guadiana (río): 26, 190, 244, 255, 323.
Gordón: 275, 477. Guadiana (valle del): 245.
Gormaz (Soria): 36, 58, 64, 84, 105. Guadix (Granada): 46, 65, 74, 186, 203, 228,
— Castillo: 36, 84. 250, 254, 258, 530, 531, 535.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 625

Gualarico: 174. Hevia (Víctor): 115.


Gualbes (Bernat): 378. Hierro (España): 352.
Guardamar (Alicante): 84. Higuera, La: 353.
— Mezquitas de las dunas: 84. Higueruela: 535.
Guernica (Vizcaya): 131. Hisam. (Véase Hixam.)
Guesclin (Beltran du): 349, 382. Hispania: 21, 22, 39.
Guetaria (Guipúzcoa): 281,417, 418, 435, 479. Hispano (Juan): 328.
Guevara (los): 447. Historia anónima del marqués de Cádiz: 553.
Guía de perplejos, por Mosés ben Maimón: Historia Compostelana: 324, 331.
254, 255. Historia Gothica, por R. Jiménez de la Ra¬
Guichard (Pierre): 40, 41. da: 330, 511.
Guidazara: 542. Historia de los jueces de Córdoba, por Al-
Guidfred, el Pilos: 149. Jusaní: 81.
Guido: 308. Historia Si tense: 106, 324.
Guifred I: 158. Historia de Valter e de la pacient Griselda,
Guifredo (conde de Cerdaña): 231. por B. Metge: 516.
Guilesindo: 138, 139, 160, 166, 175. Hita (arcipreste de). (Véase Ruiz, Juan.)
Guilleries: 158. Hita (Guadalajara): 210.
Guillermo, el Bueno: 389. Hitación de Wamba, La: 304.
Guipúzcoa (España): 128-131, 133, 151,210, Hixam I: 27, 50, 91.
219, 237, 261, 281, 418, 419. Hixam II: 59, 61-64, 75, 78, 80, 184, 187.
Guisando (Tratado de): 354. Hixam III: 65, 66.
Guisona (Lérida): 168. Hohenstaufen (Constanza de): 342, 386, 388,
Guitisclo: 177. 391.
Guixá (Garí): 177. Hohenstaufen (los): 385-388.
Gutiérrez (Adosinda): 96, 97. Honorio IV: 392.
Guzmán (Domingo de): 236. Horacio: 143, 177.
Guzmán (Leonor de): 348. Hostalric: 518.
Guzmán (los): 558. Huarte (Navarra): 261.
Guzmán, el Bueno. (Véase Pérez de Guzmán, Huecha (valle del): 472.
Alfonso.) Huelma: 536.
Huelva (España): 182, 187, 480.
Huesca (Compilación de): 281.
H
Huesca (Cortes de): 281.
Hababa: 525. Huesca (España): 24, 30, 137, 142, 148, 149,
Habus de Granada: 202. 156, 158, 226, 228, 281,294, 311, 334, 370,
Habus ibn Maksam: 184, 186. 421, 487, 489, 510.
Hafs: 31. — Monasterio de San Juan de la Peña: 129,
Hafsa: 254. 130, 144, 150, 153, 334.
Hakam ibn Said: 65. — Monasterio de San Pedro el Viejo: 230,
Hamadan (Irán): 22, 69. 311, 334.
Hamda: 203, 254. — Universidad: 510.
Hammadies (genealogía7: 185. Huéscar (Granada): 319, 531, 536.
Harga (tribu): 239. Huete (Cuenca): 195.
Haro (La Rioja): 268, 418. Huget (Jaime): 520.
Hasdai: 97. Hugo: 331.
Hasday ben Saprut: 56, 82. Hugo, Cándido: 307.
Hasting: 30. Hungría (Violante de): 342, 365, 376, 378.
Havaral, El (Málaga): 540-542. Hurtado (los): 447.
Hecho (valle de): 141, 143, 144. Husaín al-Daula (señor de Albarracín): 190.
Heidelberg (R.F.A.): 563. Husillos (concilio de): 307.
Hellín (Albacete): 23.
Hércules (vía): 46.
Hermán, el Alemán: 328. I
Hermán, el Dálmata. (Véase Dalmacia, Her¬
mán de.) Ibáñez (los): 477.
Hermandad de Álava: 419. Ibargoiti (valle de): 140.
Hermandad General: 418. Ibérica (cordillera): 277.
Hermandad de las Marismas: 418. Ibiza (España): 233, 244, 362, 366-369.
Hermandad de las Villas de la Marina de Cas¬ — Almudaina: 368.
tilla: 479. — Arrabal: 368.
626 ÍNDICE ONOMÁSTICO

— Ibiza (Castillo de): 368. Ibn Muad de Jaén: 82.


— Iglesia de Nuestra Señora de Jesús: Ibn Munasig: 206.
369. Ibn Nagrela (José): 186-188.
— Iglesia de San Antonio: 369. Ibn Nagrela (Samuel): 186, 187, 202.
— Iglesia de San Jorge: 369. Ibn Nuh (los): 187.
— Iglesia de San Miguel: 369. Ibn Ocacha: 188, 190.
— Iglesia de Santa Eulalia: 369. Ibn Sa’ban: 202.
— Iglesia de Santa María: 368. Ibn Said al-Magribí: 544.
Ibn Abbas: 202. Ibn Suhayd: 81.
Ibn Abbad: 545. Ibn Tahir: 190.
Ibn Abd al-Barr: 201. Ibn Taifur: 187.
Ibn Abd Rabbih: 51, 80. Ibn Tumart: 247, 248, 253, 525.
Ibn Abdalaziz: 190. Ibn Wafid: 42, 82.
Ibn Abdun: 251. Ibn Wahbun: 82.
Ibn Abdús: 82. Ibn Yagub: 346.
Ibn Abi-Abda: 95. Ibn Yahya: 187.
Ibn Abi Amir al-Mansur. (Véase Almanzor.) Ibn Yusuf: 344.
Ibn Abi Wadaa: 64. Ibn Zamrak: 533, 545.
Ibn Abi Zar: 205, 206, 244, 245, 249. Ibn Zaydun: 82, 202, 203.
Ibn Abu Zar: 198. Ibn Zumadih, Muizz al-Dawla (señor de Al¬
Ibn al-Arif: 202. mería): 186, 194.
Ibn al-Asar (Ibrahim): 538. Ibrahim ben Yaqub al-Turusí: 81.
Ibn al-Awwam: 83. ldanha: 303.
Ibn al-Faradhí: 64. Idris I: 65, 182.
Ibn al-Hayyay: 42, 201. Idris al-Mumún: 246, 250, 525.
Ibn al-Kardabus: 195. Ifranq: 147.
Ibn al-Jatib (Lisan al-din): 200, 531-533, 539, Ifriqiyya. (Véase África Menor.)
544, 545. Igal (monasterio de): 138.
Ibn al-Mawl: 534. Iglesia aragonesa: 152-154.
Ibn al-Quraa: 545. Iglesia astur-leonesa: 92, 120.
Ibn al-Quitiyya: 59, 80, 81, 201. Iglesia burgalesa: 267.
Ibn al-Saffar: 82, 201. Iglesia catalana: 165, 173-176.
Ibn al-Samh: 82, 201. Iglesia católica: 17, 90, 97, 120, 150, 165, 176,
Ibn al-Sarrach. (Véase Avencerrajes, los.) 177, 226, 257, 278, 280, 282, 284, 286, 288,
Ibn al-Sumaysari: 202. 307, 323, 324, 334, 386, 392, 393, 439, 454,
Ibn Ammar: 82, 188, 190, 202. 465, 473, 499, 500, 502, 504.
Ibn Baskiwal: 77, 202. Iglesia griega: 386.
Ibn Bassal: 42, 83. Iglesia hispana: 307, 308, 314, 499-504.
Ibn Belascot: 132, 133. Iglesia mozárabe: 151.
Ibn Darrach: 62, 81. Iglesia navarra: 152-154.
Ibn Dawud. (Véase Hispano, Juan.) Iglesia tarraconense: 362.
Ibn Farach de Jaén: 80. Iglesia visigoda: 173.
Ibn Fátima: 195. Iglésies (Josep): 444.
Ibn Genin: 148. Ihata fi-l-tavij Granóla, por Ibn al-Jatib: 544.
Ibn Hamusk: 242. Ildonza (condesa): 310.
Ibn Haní de Elvira: 80. Illescas (Toledo): 292.
Ibn Hawqal: 54, 71. Imad-ad-Daula: 195.
Ibn Hayyan: 63, 81, 146, 148. Imperio bizantino. (Véase Bizancio).
Ibn Hazm: 65, 81, 199, 201, 203. Imperio germánico: 385, 563.
Ibn Hud: 246, 341, 525, 527. Imperio de Oriente: 56.
Ibn Hud (Lorenzo): 465. Imperio otónida: 36.
Ibn Adhari: 55, 148. Incoherencia de la incoherencia, La, por Ave-
Ibn Jahhaf: 182. rroes: 254.
Ibn Jaldún: 545. India (La): 69.
Ibn Janun: 59. Indias (Las). (Véase América.)
Ibn Jattab: 159. Infantado (ducado del): 449.
Ibn Jazrun (señor de Arcos y de Jerez): 187. Infiesto (Asturias): 90.
Ibn Kennum: 60. Inglaterra: 296, 349, 350, 367, 436, 475-477,
Ibn Luyun: 42, 545. 483, 484, 488, 516, 562, 563.
Ibn Mardanish. (Véase Lobo, de Murcia.) Inocencio III: 219, 225, 236, 315.
Ibn Mashra: 50, 78, 243. Inocencio IV: 304, 306, 349, 385.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 627

Inocencio VIII: 317, 558. Jaime I, de Aragón, el Conquistador: 220,


Inquisición, La. (Véase Santo Oficio.) 237, 314, 340-342, 357, 360-368, 372, 386,
íñiga (Dinastía): 133-137, 146. 388, 409, 411,412, 425, 432, 454, 459, 460,
íñiguez (Fortún): 134, 146. 473, 478, 512.
íñiguez (García): 147. Jaime I, de Mallorca: 357.
íñiguez, Arista (íñigo): 133, 134, 142, 146, Jaime II, de Aragón, el Justo: 346, 347, 367,
147. 371, 372, 391-394, 400, 402, 404, 428, 432,
íñigo Garcés I: 135, 137. 433, 435, 454, 460, 473, 519, 530.
íñigo Jiménez I. (Véase Jimeno, el Fuerte.) Jaime II, de Mallorca: 365-368, 392, 399, 515.
Ipas (palacio de): 153. Jaime III, de Mallorca: 367, 515.
Iradiel (Paulino): 489, 490. Jairán: 65, 182.
Irak: 25, 49, 80. Jalaf. (Véase Hixam II.)
Iranzo (Miguel Lucas): 537. Jalib ibn Yazid ibn Ruman: 82.
Izanzu (monasterio de): 463. Jalón (río): 327.
Iria Flavia. (Véase Padrón.) Jalón (valle del): 228.
Iruela, La (Jaén): 470. Játiva (Valencia): 46, 194, 198, 200, 201, 240,
Irún (Guipúzcoa): 123, 313. 246, 299, 329, 363, 379.
Iruña: 152. Jerez (Cortes de): 476.
Iruña (los): 447. Jerez de los Caballeros (Badajoz): 451.
Isa ibn Ahmad al-Razi: 81. Jerez de la Frontera (Cádiz): 65, 67, 240, 249,
Isa ibn Futáis: 80. 250, 341-343, 392, 442, 467, 468, 542.
Isabel I, de Castilla, la Católica: 340, 354, 381, Jerusalén (Israel): 123, 312, 324, 336.
384, 426, 512, 533, 561, 562, 564. Jijona (Alicante): 364, 369.
Isábena (río): 160. Jiloca (valle del): 228.
Ischia (isla de): 407. Jimena: 135, 140, 152, 153.
Islam (El): 77, 87, 228, 288, 331, 465. Jimena (Dinastía): 135, 137, 138, 158.
Ismael: 187. Jimena de la Frontera (Cádiz): 535, 554.
Ismail: 146. Jiménez (Fortún): 142.
Ismail ibn Musa: 148. Jiménez (García): 137, 191.
Iso (Cilicia): 260. Jiménez (íñigo): 138.
Istria (Vicentello de): 405, 406. Jiménez (Sancho): 153.
Isusa ( ): 140. Jiménez (Vigila, conde de Álava): 102.
— Monasterio de San Martín: 140. Jiménez de Rada (Rodrigo): 219, 325, 330,
— Monasterio de San Miguel: 140. 469, 511.
Italia: 36, 38, 176, 182, 296, 325, 332, 371,379, Jimeno, el Fuerte: 132, 133, 139, 140.
380, 385-389, 393, 395, 400, 406, 407, 484, Joan (Vernat): 427.
490, 509, 516, 553, 562-564. Jocelmes: 267.
Itimad, Rumaiquia: 188. Jocs Floráis: 516.
Izalzu ( ): 153. Jordán (río): 25, 39.
— Monasterio de San Salvador y San Miguel: Juan: 110, 140, 330, 352, 356, 512.
153. Juan, el Muerto (infante): 347, 353.
Iznájar (Taifa de): 184, 533. Juan, de Navarra: 493.
Iznatoraf: 467, 469, 470. Juan, de Sicilia: 379.
Izraq ibn Muntil: 147. Juan I, de Aragón: 376, 397, 398, 449, 516.
Juan I, de Castilla: 350, 352, 356, 378, 418,
424.
J Juan I, de Portugal: 352, 357.
Juan II, de Aragón: 379-381, 384, 561.
Jaca (Huesca): 123, 132, 141, 145, 156, 281, Juan II, de Castilla: 352-354, 380, 419, 425,
292, 300, 301, 313, 334, 421, 487. 486, 509, 512, 513, 516, 535, 536, 561.
— Catedral: 334. Juan XXII: 401.
Jaén (España): 26, 31, 39, 46, 66, 70, 71, 74, Juan Alfonso: 510.
149, 194, 201,220, 240, 242, 245, 250, 251, Juan Manuel: 347, 355, 409, 511, 512.
341,347, 451,467, 468, 485, 525, 527, 533, Juana, la Beltraneja: 354, 561.
Juan I, de Navarra: 382.
553.
Juana II, de Nápoles: 379, 396, 405-407.
Jaén (Sínodo de): 507.
Jaén (Taifa de): 184. Juana II, de Navarra: 382, 497.
Júcar (río): 341.
Jafet: 330.
Jaime (conde de Urgel): 373, 378, 379. Júcar (valle del): 228.
Jaime (infante): 368. Julián (conde): 21.
Jaime, de Sicilia: 370. Julio César: 177.
628 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Junquera, La (Gerona): 393. Lemos (condes de): 273.


Jurasán: 201. León (concilio de): 120, 257, 306, 308, 507.
Justiniano: 409. León (condes de): 273.
Juvenal: 143, 177. León (España): 23, 30, 53, 57, 58, 60, 61,62,
91,93-95, 97, 98, 100-102, 104-106, 108-112,
K 114-116, 118, 119, 122, 124-126, 128, 129,
138, 150-152, 209, 216, 258, 271-273, 304,
Ketton (Roberto): 325. 307, 311-314, 318, 319, 324, 334, 413, 418,
Kiíab al-Muwatta, por Abd al-Malik: 78. 419, 440, 453, 474, 497, 552.
Kitab al-Tasrif, por Abulcasis: 82. — Basílica de San Isidoro: 334.
Klein (Julius): 474. — Basílica de San Juan: 209.
— Castillo de Luna: 210.
L — Catedral: 125, 126, 518.
— Colegiata de San Isidoro: 124, 313.
Labasal ( ): 144. — Iglesia de Santa maría: 208.
— Monasterior de San Julián: 144. — Iglesia de San Juan Bautista: 100.
Laberinto de la Fortuna, El, por J. de Mena: — Monasterio de Peñalva: 118.
513. — Monasterio de San Marcos: 319.
Lacarra (José María): 292, 294, 473, 497. León (Fuero de): 35, 112, 264.
Lacarra (María Eugenia: 327. León (reino de): 94, 150, 207-222, 235, 239,
Laciana: 275. 257-260, 264, 272-279, 284, 287, 290, 295,
Ladero (Miguel Ángel): 425, 443, 471, 304, 306, 317, 320, 340, 344, 348, 410,
551-553. 412-414, 424, 439, 446, 447, 455-457.
Laguardia (Álava): 268, 417, 442, 448, 463. León III: 121.
Laínez (Fernán): 100, 274. Leonor: 220, 312, 371, 376, 378, 380, 394.
Laínez (los): 111, 273. Lerda: 139.
Lamego (Portugal): 208, 303. Lérida (Cortes de): 374.
Lámpara de príncipes, por Abu Bakr, el Tor- Lérida (España): 66, 75, 76, 148, 149, 164,
tosino: 38, 201. 168, 174, 182, 190, 196, 199, 212, 214, 226,
Lamtuna (los): 191. 230, 233, 240, 280, 288, 294, 315, 364, 366,
Lanas, Las ( ): 528. 416, 429, 444, 454, 460, 489, 502, 509, 518,
Lan?ano (Italia): 401. 519.
Lancaster (Catalina de): 352. — Convento de San Pedro de Piedra: 318.
Lancaster (duque de): 350, 352, 357. — Estudi General: 509.
Lancaster (Felipa de): 357. — Monasterio de Santa María de Avingan-
Lancaster (los): 356. ya: 315.
Lancia: 93. Letrán (Concilio de): 306, 308.
Languedoc (Francia): 483. Lévi-Provenfal: 66, 68, 137, 201.
Lantarón: 102, 104, 117. Lex Gothica. (Véase Liber Iudiciorum.)
Laño: 128. Leyes del Estilo: 439.
Lapeyre: 473. Leyes Nuevas: 439.
Lapidario: 509. Lezo (Guipúzcoa): 131.
Lapuebla de Arlanzón ( ): 268. — Monasterio de Olazábal: 129, 131.
Lara: 93, 102, 117. Liber Iudiciorum: 112, 262.
Lara (condes de): 220. Liber Regnum. (Véase Libro de los Reyes.)
Lara (los): 218, 327. Liber Sancti lacobi, por Calixto 11: 123, 324.
Laredo (Cantabria): 477, 479, 481. Libre de les Dones, por F. Eiximenis: 515.
Latini: 509. Libre de Fortuna e Prudencia, por B. Metge:
Lauria (Roger de): 388, 390-394, 399. 516.
Lavandera ( ): 221. Libre de les Ordinacions de la rea! casa de
Lazcano (Senén): 519. Aragó, por V. de Beauvais: 515.
Lebeña (Santander): Libro de agricultura, por Ibn Luyun: 545.
— Monasterio de Santa María: 125. Libro de las banderas y de los campeones y
Lebrija (Sevilla): 342, 343. estandartes selectos, por Ibn Said al-
Lecant ( ): 29. Magribí: 544.
Lecrín (valle de): 551. Libro del Buen Amor, por J. Ruiz: 512.
Ledesma (Salamanca): 91, 96, 104. Libro de! Caballero et de! Escudero, por Don
Leire(): 129, 137-140, 150, 152-154, 261,282, Juan Manuel: 512.
283, 300, 463. Libro de ¡a caza, por Don Juan Manuel: 512.
— Monasterio de San Salvador: 138, 139, Libro de ¡os Estados, por Don Juan Manuel:
150, 152-154, 282, 283, 463. 409, 512.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 629

Libro de las figuras de las estrellas fijas: 509. Luis VII, de Francia: 237.
Libro de Repartimiento de Setenil: 555. Luis VIII, de Francia: 220, 342.
Libro de los Reyes: 330. Luis IX, de Francia, el Santo: 342, 365, 385,
Libro de los Testamentos: 125. 386.
Libros de Curia: 506. Luis X, de Francia: 382.
Liébana (Beato de): 92, 121, 124, 126. Luis XI, de Francia:. 354, 381.
Liébana (Cantabria): 91, 273. Luis XII, de Francia: 382, 563.
Liédena: 139. Luis XVII, de Francia: 562.
Liria (Valencia): 364. Luna (Alvaro de): 352, 353, 380, 384, 425, 426,
Lisabe: 140. 535, 536.
— Monasterio de Santa María: 140. Luna (Pedro de). (Véase Benedicto XIII.)
— Monasterio de San Saturnino: 140. Lyón (Concilio de): 365.
Lisboa (Portugal): 28, 29, 62, 75, 76, 92, 194, Lyón (Floro de): 122.
211, 216, 240, 251, 303, 356, 564. Lyón (Francia): 24, 173, 176.
Litera: 473. Lyón (Tratado de): 346.
Loarre (Huesca): 226, 310.
— Castillo: 226.
Loaysa (Jofre de): 511. LL
Loeb (Isidoro): 455.
Lobo, de Murcia: 234, 242, 243. Llana, La: 117.
Lodos (batalla de): 92. Llantadilla: 307.
Logroño (España): 122, 125, 150, 244, 268, Liéis Palatines: 515.
292, 313, 329, 350, 417, 481, 485. Llibre del Consolat de Mar: 296, 485, 486.
— San Millán de Suso: 62. Llibre del rei en Pere, por B. Desclot. (Véase
Logroño (Fuero de): 293. Crónica de Pedro II, el Grande, por
Loja (Granada): 531, 535, 544, 551. B. Desclot.)
Loja (Tratado de): 553. Llobet (Seniofred): 177.
Lombardía (Italia): 509. Llobregat (río): 160-162, 421.
Lope ibn Muhammad: 149. Llobregat (valle del): 156.
Lope ibn Tarbisa: 149. Llorá ( ): 166.
Lopera (río): 548. Llufanés: 158.
López (Iñigo): 131. Lluchmajor: 367.
López de Ayala (Pedro): 449, 511, 512. Llull (Ramón): 327, 367, 502, 512, 514-516.
López de Coca (José Enrique): 548, 559.
López de Haro (Diego, señor de Vizcaya): 220,
262, 344, 480. M
López de Mendoza (Diego, marqués de San-
tillana): 513. Macedonia: 399.
Lorca (Murcia): 23, 75, 159, 194, 341, 531, Macrobio: 177.
536. Madeira (isla de): 357.
Lord (valle de): 158. Madina al-Zahra (Córdoba): 55-57, 60, 62, 64,
Lorena (Enrique de): 342. 70, 76, 77, 84, 199, 202.
Lovaina (Bélgica): 514. Madinat al-Zahira: 84.
— Universidad: 514. Madrid (Cortes de): 474.
Loyola (los): 418. Madrid (España): 96, 210, 244, 317, 504.
Lúa: 275. — Archivo Histórico Nacional: 504.
Lubb ibn Muhammad: 174. — Museo Arqueológico Nacional: 334.
Lubb ibn Musa: 137, 147, 148. Madrigal (Alonso de): 509.
Lubna: 80, 202. Madrigal (Cortes de): 426.
Lucas: 520. Madrigal de las Altas Torres (Ávila): 561.
Lucas, el Tudense: 330. Maestrazgo, El (Castellón): 364, 461.
Lucayos (isleta de los): 564. Magnou: 166.
Lucca (Italia): 400, 488. Magrib (El): 42, 68, 218, 239, 242, 244-247,
Lucena (Córdoba): 41, 228, 548. 249, 250, 253-255, 296, 540, 555.
Lucena (sierra de): 527. Mahave de Cárdenas: 91.
Lucocisterna (Italia): 401. Mahoma: 40, 50, 51, 77, 203, 253.
Luesia* 144 Mahón (Menorca): 405, 406.
Lugo (España): 91, 110, 118, 119, 313, 324. Maimónides, el Sefardí. (Véase Mosés Ben
Luis (duque de Calabria): 378. Maimón.)
Luis, el Piadoso: 29, 133, 156, 158. Majcen: 206.
Luis I, de Sicilia: 396. Maksam ibn Badis: 186.
630 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Málaga (España): 22, 25, 31, 39, 47, 48, 65, — Marraquex (Alcazaba): 244.
67, 74, 172, 182, 186, 187, 194, 199, 200, Marruecos: 28, 47, 191, 192, 198, 218, 239,
203, 204, 240, 242, 250, 251,467, 475, 483, 240, 244, 246, 346, 347, 372, 523, 525, 527,
490, 525, 527, 528, 530, 538, 539-542, 545, 528, 543.
546, 551, 554, 555, 558, 559. Marsella (Francia):
— Alcazaba: 186, 204. — Monasterio de San Víctor: 311.
— Puerto: 39. Martel (Carlos): 24.
Malagastre: 168. Martel (Pere): 362.
Malagón (Ciudad Real): 244. Martín (José Luis): 505.
Malik. (Véase al-Malik ibn Habid.) Martín I, de Aragón, el Humano: 376, 378,
Malik ibn Anas: 248. 397, 398, 461, 516.
Malinas (Bélgica): 488. Martín I, de Sicilia, el Joven: 372, 376, 378,
Malta (isla de): 391, 393. 380, 384, 397, 398.
Mallén: 219, 235. Martín IV: 387, 390-392.
Mallol (Berenguer): 392. Martín Duque (Ángel J.): 282, 497.
Mallol (Lorenzo): 515. Martín Rodríguez (José Luis): 281, 320, 374,
Mallorca (España): 31, 67, 156, 199, 200, 233, 404, 424, 427, 428.
245, 250, 251, 280, 314, 362, 366-368, 374, Martínez (Domingo): 476.
375, 398, 405, 406, 429, 436, 441,454, 455, Martínez (los): 477.
460, 515, 519. Martínez de Toledo (Alfonso): 513.
— Almudaina: 454. Mártir de Anglería (Pedro): 564.
Mallorca (Gran Consell de): 510. Martorell (Barcelona): 171.
Mallorca (reino de): 359, 361, 366-373, 413, Martorell (Joanot): 516.
432, 443, 454, 481. Martorono (Italia): 407.
Mancha, La (España): 244, 317, 474. Martos (Jaén): 527, 531.
Menerbes (condado de): 231. Maru: 69.
Manfredo: 385-387, 400. Maryam bint Abi Yagub: 203.
Manises (Valencia): 494, 521. Maslama ben Ahmad al-Mayrití. (Véase Mas-
Manresa (Barcelona): 127, 156, 160, 162, 294, lama de Madrid.)
421, 444, 454, 520. Maslama de Madrid: 82.
— Catedral: 518. Mata (Juan de la): 369.
Manresa (condado de): 231. Matallana (León):
Manrique (Jorge): 513. — Monasterio: 312.
Manrique (los): 513. Matamala: 429.
Manrique (Pedro): 449. Mataraña (río): 234.
Maqamat al-Siyása, por Ibn al-Jatib: 544. Maté (los7: 268.
Marbella (Málaga): 531, 540, 542, 551. Mateos (Juan): 423.
Marc (Guillem): 262. Materia médica, por Dioscórides: 82.
Marca de Ancona (Italia): 386, 407. Mauregato: 91, 121.
Marca Hispánica: 156. Mauricio: 267.
Marca Inferior: 36, 72. Mauritania: 59-61.
Marca Mediana: 36, 72, 145-148. Mayor: 106, 152.
Marcabrú: 327. Máximo: 91, 115.
Marcas Fronterizas: 36, 40. Mazdali: 195.
Marcio (Pedro): 92. Meca (La): 50, 68, 79, 196, 201,203, 205, 544.
Marco Datini (Francesco di): 484. Medina (Arabia Saudí): 50, 210.
March (Arnau): 516. Medina del Campo (Valladolid): 480.
March (Ausias): 516. Medina de Pomar ( ): 477.
March (los): 516. Medina Sidonia (Cádiz): 22, 25, 39, 251, 341,
March (Pedro): 516. 343.
Marche (Almodis de la): 231, 262. Medina Sidonia (duque de): 537, 562.
Margens (Pere de): 404. Medinaceli (duque de): 563.
María: 274, 380, 397, 398. Medinaceli (Soria): 36, 54, 62, 72, 97.
Mariano: 404. — Fortaleza: 97.
Marineo Sículo (Lucio): 564. Mediterráneo (cuenca del): 251, 367, 541.
Marmuyas (cerro de): 30, 31, 48, 74. Mediterráneo (mar): 22, 28, 34, 36, 38, 39, 54,
Marquet (Galcerán): 403. 56, 68, 156, 223, 226, 251, 296, 360, 362,
Marquet (Ramón): 392. 366, 371,373, 387, 388, 390, 392, 412, 437,
Marquínez: 128. 445, 481, 484, 485, 521, 527, 531, 558.
Marraquex (Marruecos): 192, 240, 242, Melilla: 39, 53, 563.
244-249, 523, 525. Mella (Alonso): 502.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 631

Memorias, por Abd Allah: 184, 201. Montánchez (Cáceres): 244, 319.
Mena (Juan de): 512, 513. Montaner: 370.
Méndez (María): 318. Montaner (Ramón): 515.
Mendiola: 442. Montano: 115.
Mendoza (los): 447, 449. Montblanc (Cortes de): 379, 402.
Menéndez Pidal (Ramón): 109, 110. Montblanc (Tarragona): 295, 421, 444, 454,
Meneses (Tello de): 325. 518.
Menjot (Denis): 465. Montbuy (sierra de): 168.
Menorca (España): 156, 244, 362, 375. Monte Laturce: 147.
Mequinenza: 230, 233. Monteada (Guillem Ramón de): 397.
Mequinez (Marruecos): 196. Monteagudo: 346, 371.
Mercadante (Lorenzo): 520. Monteapesto (Italia): 385.
Mérida (Badajoz): 22, 28-31,76, 221,303, 318. Montearagón: 226, 310.
Merindad Mayor: 418. — Castillo: 226.
Mértola (Portugal): 182, 187, 194, 204, 240, Montecorto: 554.
255, 319. Montefeltro (Guido de): 389.
Mesas de Villaverde (Málaga): 30, 31. Montefrío (Granada): 536.
Mesina (Cortes de): 393. Montejaque (Málaga): 539, 554.
Mesina (Estrecho de): 386, 389. Montemayor (Salamanca): 75.
Mesina (Italia): 390, 391, 404. Montfalcó: 168.
Mesta, La: 471, 474, 475. Montferrato (marqués de): 389.
Metafísica, La, por Al-Gazel: 328. Montgrí (Guillem de): 362, 368.
Metafísica, La, por Aristóteles: 328. Montiel (Ciudad Real): 349.
Metafísica, por P. Daguí: 510. Montilla (señor de): 562.
Metge (Bernat): 516. Montjuich (Barcelona): 335.
Meyá: 135. — Museo de Arte de Cataluña: 335.
Miguel VIII Paleológo: 387, 388, 399. Montornés: 171.
Mijares (valle del): 363. Montoro (Córdoba): 75.
Milán (Italia): 379, 403, 406, 407. Montpeller (condado de): 235.
Millás (José María): 83. Montpeller (María de): 360.
Minerva (Pon? de): 274. Montpellier (Francia): 122, 292, 455, 463, 476,
Miño (río): 92, 93. 488, 509.
Miño (valle del): 91. Montpellier (señorío de): 365, 366.
Mir de Tost (Arnau): 308, 364. Montrevill (Guillermo de): 209.
Miramamolín. (Véase Abu Abd Allah Mu- Monzón (conde de): 274.
hammad al-Nasir.) Monzón (Cortes de): 375, 439.
Miranda de Ebro (Burgos): 91, 93, 110, 117, Monzón (Huesca): 104, 148, 149, 226.
149, 481. — Castillo: 149, 226.
Miranda de Ebro (Fuero de): 292, 293. Mora (San de): 465.
Miró (conde de Barcelona): 57, 58, 158. Mora (Toledo): 210.
Miró III Bonfill: 177. Morcuera: 93.
Miscelánea. (Véase Crónica Najerense.) Morella (Castellón): 212, 362, 363, 518.
Mitre (Emilio): 457. Morera de Montsant: 315.
Modín (Granada): 531. Morey (Jaume): 510.
Moianés: 158. Morimond (Francia):
Moissac (Francia): 311. — Monasterio: 312.
Mojahid de Denia: 65. Morimundo: 316.
Molina de Aragón (Guadalajara): 228, 317, Morlay (Daniel): 328.
327, 349, 372, 481. Moro Muza. (Véase Musa ibn Musa.)
Molina (María de): 344, 346, 347. Morón de la Frontera (Sevilla): 30, 182, 187,
Mondego (río): 93, 96, 208. 342.
Mondoñedo (Lugo): 119, 313. Mosés ben Maimón, Maimónides el Sefardí:
Mondovi (señorío de): 385. 254.
Mondragón (Guipúzcoa): 417. Motrico (Guipúzcoa): 281, 418.
Mondújar: 548, 551. Motril (Granada): 541.
Monfort (Simón de): 236. Moxó (Salvador de): 105.
Monjardín: 137, 146. Moya: 294, 295, 481.
Monreal del Campo: 228, 261. Mubarak: 198.
Montserrat (Barcelona): Mudhaffar: 187, 208.
— Monasterio de Santa Cecilia: 312. Muez: 95, 137.
Montalbán (Teruel): 319. Mufarrich (los): 535.
632 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Mugit: 22. Murcia (Taifa de): 190, 194, 525.


Muglabis, por Ibn Hayyan: 148. Muret (Francia): 236, 360, 362.
Muhammad: 325. — Castillo: 236.
Muhammad 1 ibn al-Ahmad: 30, 31, 37, 135, Murió: 320.
147, 148, 187, 525, 530, 531. Musa II: 30.
Muhammad II al-Faquí: 65, 346, 530. Musa ibn Fortún ibn Qasi: 132, 133, 145, 146.
Muhammad III al-Majlu: 530. Musa ibn Musa, Moro Muza: 133, 134,
Muhammad IV: 347, 531. 146-148.
Muhammad V: 533, 535, 536, 544, 546. Musa ibn Nusayr: 21-23.
Muhammad VI, el Rey Bermejo: 533. Mutarrif: 148, 149.
Muhammad VII: 533, 534, 536. Muwata’, por Malik ibn Anas: 248.
Muhammad VIII al-Saguís: 534-536. Muza de Zaragoza: 93, 122.
Muhammad IX al Aysar: 534-538. Muzafar: 198.
Muhammad X ben Uthmán: 536. MuzHafí: 59.
Muhammad XI: 538. Muzna: 202.
Muhammad XII Abu Abd Allah. (Véase
Boabdil, el Chico.)
Muhammad XIII Abu Abd Allah, el Zagal: N
548, 550, 551.
Muhammad Abd Allah. (Véase al-Adil.) Nabil: 184.
Muhammad ach-Shaij al-Wattasí: 555. Nafda (los): 25.
Muhammad al-Mahdi. (Véase al-Mahdi.) Nafdura (batalla de): 25.
Muhammad al-Mutamid: 187, 188, 190-192, Nahm: 203.
194, 195. Nájera (batalla de): 349.
Muhammad al-Tuchibí: 58. Nájera (La Rioja): 95, 117, 131, 137, 146, 152,
Muhammad ben Yusuf al-Warraq: 81. 214, 224, 297, 307, 313, 349.
Muhammad ibn Abd Allah: 149. — Monasterio de Santa María la Real:
Muhammad ibn Casim: 182. 311.
Muhammad ibn Jazar: 53. Nalón (río): 92.
Muhammad ibn Lope: 137. Nápoles (Ferrante): 408.
Muhammad ibn Lubb: 148, 149. Nápoles (Italia): 380, 385, 386, 389-393, 406,
Muhammad ibn Martín: 188. 407, 455, 517, 563.
Muhammad ibn Tarjan: 80. — Castillo de Nou: 406.
Muhammad ibn Tumart: 239. — Castillo de Ou: 406.
Muhammad ibn Yaqub al-Nasir: 244-247, 249, Nápoles (reino de): 378-380, 393, 394, 401,
523. 405-408.
Mujahid: 182, 200. Nápoles (Roberto de): 396, 399.
Muía (Murcia): 190, 341, 343. Naranco (monte): 92, 108, 125.
Muladar: 476. — Santa María: 125.
— Puerto: 476. Narbona (condado de): 231, 233.
Muley Hacén. (Véase Abu-l-Hassán Alí.) Narbona (Francia): 24, 27, 29, 37, 38, 46, 146,
Muley Hassán. (Véase Abu-l-Hassán.) 156, 158, 165, 173-176, 405, 484.
Muley Zaid. (Véase Sad.) — Catedral: 518.
Munguía (Vizcaya): 131. Nasar: 29.
Muniadona: 102. Nasr: 530, 531.
Munio Alfonso: 331. Naval ( ): 487.
Muntaner (Ramón): 398, 399, 432. Navardún ( ): 140.
Munuza: 88, 90. Navarra (Blanca de): 380, 381, 384, 398.
Muñoz: 330. Navarra (Catalina de): 384.
Muñoz (Alfonso): 275. Navarra (Cortes de): 411.
Mur (Lérida): 164. Navarra (España): 53, 88, 92, 95-98, 101, 105,
— Castillo: 164. 106, 158, 207-209, 223, 237, 265, 268, 269,
Murada): 220. 271,272, 292, 300, 310, 312, 341,418, 469,
Murcia (Campo de): 465. 519.
Murcia (España): 30, 31, 33, 39, 42, 66, 159, Navarra (Fuero General de): 261, 330.
182, 220, 228, 230, 234, 235, 240, 242, 243, Navarra (Jimena de): 93, 94.
246, 250, 255, 271,280, 296, 341,349, 363, Navarra (Luis de, duque de Durazzo): 400.
364, 413, 466, 475, 481, 490, 509. Navarra (María de): 382, 428.
Murcia (Huerta de): 465. Navarra (reino de): 127-154, 215, 218-220,
Murcia (reino de): 341, 342, 371, 473, 475, 223-226, 228, 230, 231, 234, 235, 237-239,
523, 527, 528, 533. 258, 260, 261,282, 284, 292, 294, 314, 330,
ÍNDICE ONOMÁSTICO 633

340, 359-385, 411,414, 426, 441, 443, 462, Olite (Navarra): 384, 463, 490.
474, 479, 480, 497, 498, 511, 512, 562. — Castillo: 519.
Navarra (Toda de): 56, 96, 97, 138-140. — Palacio Real: 384.
Navarro (Julio): 84. Oliva, La (Navarra):
Navas de Tolosa (batalla de): 235-237, 245, — Monasterio: 312.
314, 320, 330, 339, 341, 343, 523. Olmedo (Valladolid): 210, 353.
Navas de Tolosa (Jaén): 220, 245. Olóriz (García): 153.
Nazhun.: 254. Olerón: 122.
Naym. (Véase Estrella): 202. Olot (Gerona): 519.
Nebridio: 174. Oluges, Les: 168.
Negropronto: 399. Oller (Berenguer): 370, 450.
Neocastro (Bartolomeo di): 396. Omán: 68.
Neocastro (Italia): 407. Omelados (vizcondado de). 371.
Neopatria (ducado de): 373, 397, 398, 400. Omeya (los): 26, 27, 200.
Nerja (Málaga): 551. Oneca: 96.
Nicéforo II, Foncas: 28. Oña (Burgos): 129, 150, 490.
Nicolás: 56. — Monasterio de San Salvador: 113, 150.
Nicolás, Capellanus: 515. Oporto (Portugal): 62, 91, 292.
Niebla (Huelva): 25, 29, 39, 64, 76, 187, 240, Oppa: 90.
432, 459, 468. Orán (Argelia): 47, 198.
Nimes (conde de): 234. Orcastegui (Carmen): 282.
Niña (La): 563. Orce (Granada): 319, 531.
Nichapur: 231. Orden de los Benedictinos: 306, 308.
Niza (Francia): 231. Orden de Caballería: 516.
Nocito: 145. Orden de Carmelitas: 504.
Noguera (valle de los): 158. Orden de los Cartujos: 315.
Noguera Pallaresa (río): 160. Orden del Cister: 304, 306, 312, 316, 317, 320,
Noguera Ribagorzana (río): 160. 335, 463.
Novello de Toscana (Guido): 389. Orden de Cluny: 306.
Novenera (Fuero de): 261, 284. Orden de Cristo: 317.
Nueva York (EE. UU.): Orden de Franciscanos: 504.
— Museo Metropolitano: 520. Orden militar de Alcántara: 316, 317, 320,
Nuevo Mundo. (Véase América.) 340, 348, 467, 550.
Nuh: 182. Orden militar de Avís: 317, 352, 356.
Numancia (Soria): 147. Orden militar de los Caballeros Teutónicos:
Nunilo: 94. 315.
Núñez (Gutier): 117. Orden militar de Calatrava: 216, 314, 316, 317,
Núñez (Ñuño, conde de Castilla la Vieja): 92, 320, 340, 348, 467, 469, 550.
102, 110. Orden militar de Granada: 537.
Núñez (Soto): 96. Orden militar del Hospital: 230, 315, 363, 422,
Núñez de Lara (Juan, señor de Albarracín): 433.
370. Orden militar de la Merced: 314, 433.
Orden militar de Montesa: 320, 371, 433.
Orden militar de Rodas: 511.
O Orden militar de San Jorge: 433.
Orden militar de San Juan de Jerusalén: 463,
Obarra (Huesca): 467.
— Monasterio: 160, 310. Orden militar de Santiago: 317-320, 340, 348,
Oca (Burgos): 91, 110, 117, 267. 459, 467, 469, 537, 550, 562.
Oca (montes de): 224. Orden militar del Santo Sepulcro: 230.
Ocaña (Cortes de): 561. Orden militar del Temple: 230, 233, 315, 316,
Ocaña (Toledo): 195, 317. 363, 371, 433.
Occidente (Cisma de): 376, 499. Orden de Predicadores: 236, 314, 504,
Oder (río): 266. 509.
Odieta: 153. Orden de San Julián de Pareiro. (Véase Or¬
— Monasterio: 153. den de Alcántara.)
Odilón (cpnde de Gerona-Basalú): 174. Orden de los Trinitarios: 315.
Olárizu (Álava): 442. Ordenamiento, El: 348.
Olaso (los): 418. Ordenamiento de Alcántara: 439, 451, 470.
Olérdola (Barcelona): 159. Ordenamientos: 411.
Oliba: 120, 150, 177, 231, 262. Ordenanzas Generales: 491.
634 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Órdenes mendicantes: 300, 504. — Oviedo (Santa María): 92.


Órdenes militares hispánicas: 216, 233, 235, — Torre de San Miguel: 115.
288, 306, 315-320, 340, 421, 433, 463, 467, Oyarda: 139.
469, 474, 506, 550, 562.
Órdenes religiosas: 304, 306.
Ordicia: 417. P
Ordinacions: 412, 415, 437.
Orde Gothorum: 118. Pacheco (Juan, marqués de Villena): 354.
Ordóñez (García, conde de Nájera): 212, Padilla (María de): 348, 350.
214. Padrón (La Coruña): 119, 121.
Ordóñez (Sancho): 96. País Vasco: 127, 219, 298, 359, 417, 442, 448.
Ordoño: 209. Pajares (puerto de): 120, 313.
Ordoño I: 30, 93, 94, 102, 122, 124, 134, Palencia (Concilio de): 257, 307, 308.
147. Palencia (Cortes de): 422.
Ordoño II: 53, 94-96, 102, 124. Palencia (España): 92, 104, 208, 303, 318, 321,
Ordoño III: 97, 104, 105. 324, 325, 477, 508.
Ordoño IV, el Mato o el Jorobado: 57, 97, — Universidad: 325, 508.
104, 105. Palermo (Italia): 385, 389, 390, 392, 393,
Orduña: 128, 481. 397.
Orense (España): 93, 118, 292. — Iglesia del Espíritu Santo: 389.
Organya (Lérida): Palestina: 25, 39, 120, 208, 365.
— Monasterio de Santa María: 333. Palma de Mallorca (España): 315, 362, 366,
Oria (los): 140, 404. 367, 482-485, 492, 510, 518, 519.
Orígenes: 509. — Banco: 487.
Orihuela (Alicante): 23. — Catedral: 518.
Oriol (conde): 141, 156. — Escuela Luliana: 510.
Oriolus. (Véase Oriol, conde.) — Lonja: 492, 518.
Orlando (cabo de): 394. — Puerto: 367.
Orleáns (Francia): 176. — Universidad: 510.
Orleón (Amando de): 307. Palma del Río (Córdoba): 468.
Orosio (Paulo): 82. Palma de Sol?: 401.
Orquegan: 153. Pálmela (Portugal): 319.
Orsini (Napoleón): 402. Palmones (río): 348.
Ortega (Juan): 419. Palos (Huelva): 563.
Osa de Montiel: 245. — Puerto: 563.
Osma (Soria): 64, 91,93, 95, 96, 102, 105, 110, País (Gerona): 518.
236, 303, 304, 310, 330. Pallars (condado de): 127, 149, 157, 158, 162,
Osona (condado de): 39, 64. 164, 168, 235.
Osorio (los): 273. Pallars (Dadilda de): 137.
Osuna (Sevilla): 481, 502, 531. Pallars Jossa: 164, 168.
Oveco: 126. Pamplona (Cortes de): 382.
Ovejo (Córdoba): 251. Pamplona: 22, 24, 28, 30, 53, 54, 62, 96, 124,
Ovetao (monte): 91. 131-135, 138-140, 142, 144, 146-152,
Ovidio: 509. 154-156, 237, 261, 292, 313, 328, 382, 463,
Oviedo (concilio de): 308. 485.
Oviedo (España): 91-93, 101, 108, 111, 114, — Monasterio de San Saturnino: 261.
115, 118-121, 123, 126, 146-148, 150, 177, Pamplona (reino de). (Véase Navarra, reino
304, 313, 315, 324, 329, 334, 417, 508. de.)
— Arca Santa: 334. Pamplona (Urraca de): 96, 104.
— Aula Regia: 92, 108. Pancorbo: 117, 480.
— Cámara Santa: 115, 124, 126, 313. Papa Luna. (Véase Benedicto XI11.)
— Catedral: 334. Pardomino: 118.
— Monasterio de San Juan Bautista: 120. Párente (Juan): 315.
— Palatinum: 91. París (Francia): 122, 178, 328, 514.
— San Julián de los Prados: 91, 115, — Biblioteca Nacional: 178.
124. — Universidad: 328, 514.
— San Miguel de Lillo: 92, 125. Partidas, Las: 261, 344, 348.
— San Salvador: 91, 115, 118, 124, 324. Pascual II: 215, 282.
— San Tirso: 91, 115. Paterna (Valencia): 209.
— San Vicente: 91, 115, 124. Paternina (los): 447.
— Santa Cristina de Lena: 92, 125. Paterno: 153.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 635

Paulo Alvaro: 29. Pinta (La): 563.


Pechina (Almería): 27, 38, 69, 203, 530, 539. Pintano: 138, 139.
— Puerto: 38. Pinzón (los): 563.
— Torre vigía: 38. Pirineo Central: 141, 156.
Pedro (conde): 90, 93, 301. Pirineo Occidental: 27.
Pedro (infante): 357, 379. Pirineo Oriental: 156.
Pedro, el Venerable: 325. Pirineos (cordillera de los): 24, 87, 92, 123,
Pedro I, de Aragón: 226, 228, 311, 331. 127, 133, 142, 145, 146, 150, 155, 157, 158,
Pedro I, de Castilla, e! Cruel: 348-350, 355, 169, 173, 226, 298, 310, 327, 366, 391, 392,
356, 372, 374, 375, 382, 453, 480, 512, 533. 442, 483, 490.
Pedro I, de Portugal, el Justiciero: 352, 355, Pirmín: 176.
356, 366, 372. Pisa (Italia): 296, 360, 387, 393, 400-404, 485,
Pedro II, de Aragón y I de Cataluña: 219, 220, 528.
233, 235-237, 244, 245, 360, 393, 437. Pisuerga (río): 93, 104, 105, 117.
Pedro II, de Sicilia: 394-396. Pía de Bages ( ): 162, 167, 168, 172.
Pedro III, de Aragón, el Grande: 342, 344, Pía del Llobregat (Barcelona): 165.
364, 366, 369-371, 373, 388-392, 395, 421, Pía de Vila: 368.
433, 450, 454. Plana de Vic: 158, 167, 168, 1785.
Pedro IV, de Aragón, el Ceremonioso: 348, Plasencia Cáceres): 219, 244, 295, 330, 453,
367, 372-376, 378, 382, 397, 400, 403, 404, 518.
411,412, 420, 426-428, 437, 454, 485, 486, Plutarco: 177.
492, 510, 514, 515, 519, 533. Poblet (Tarragona):
Pedroches (valle de los): 250. — Monasterio de Santa María: 519, 312, 363.
Peguera: 153. Poema de Alfonso XI: 511.
— Santa Eulalia: 153. Poema de Mió Cid: 327.
Pelayo: 88, 90, 91, 107, 329, 511. Poitiers (Francia): 24.
Pembroke (conde de): 350. Poitiers (Inés de): 230, 233.
Penedés (El): 162, 168, 195. Polizzi (los): 397.
Penyafort (Ramón de): 314. Pollensa (Mallorca): 367.
Peñafiel (Valladolid): 96, 104. Ponce: 120.
— Castillo: 96, 104. Ponce de León (los): 274, 558.
Peñalén: 224. Ponce de León (Rodrigo, marqués de Cádiz):
Peñíscola (Castellón): 363, 378, 499. 537, 550, 551, 562.
Peralta (los): 397. Poncio: 150, 177.
Peratallada: 518. Ponferrada (León): 122.
Pereiro (convento de): 320. Pons Guri (Josep María): 444.
Perelló (Ramón de): 405. Ponthieu (Juana de): 342.
Pérez (Juan): 518. Pontoise: 393.
Pérez (los): 477. Ponza (isla de): 379, 407.
Pérez de Ayala (los): 447. Porcelos (Diego, conde): 116.
Pérez de Guzmán, el Bueno (Alfonso): 346, Porfirio: 143.
347. Port Fangos: 401.
Pérez de Guzmán (Fernán): 512. Portaceli: 378.
Pérez de Urbel (fray Justo): 137. Portopí (Mallorca): 362.
Periculosos, por Bonifacio VIII: 319. Portugal: 110, 209, 211, 215, 243, 299, 303,
Perpiñán (Francia): 262, 366, 375, 392, 444, 315, 318, 319, 339, 349, 350, 352, 354-358,
510. 381, 436, 451, 455, 480, 517, 563.
— Lonja: 518. Portugal (Alfonso de): 355.
— Palacio de los reyes de Mallorca: 519. Portugal (Beatriz de): 344, 350, 355.
— Universidad: 510. Portugal (condado de): 216-218.
Perpiñán (Tratado de): 366, 367. Portugal (Dionís): 346, 355.
Persia: 29, 33, 69. Portugal (Isabel de): 356, 561.
Pescara (Italia): 407. Portugal (Juana de): 354, 537.
Petronila: 230, 233, 237, 258. Portugal (María de): 348.
Piamonte (Italia): 385. Portugal (Pedro de): 368, 381.
Picos de Europa (cordillera de los): 318. Portugal (reino de7: 218, 239, 243, 441,479,
Piedad, por Desplá: 520. 480.
Piloña (río): 90. Poza de la Sal (Burgos): 495.
Pina (convenio de): 349. Prades (Margarita de): 376.
Pinedo: 128. Prades (sierra de): 233.
Piniolo (conde): 92, 310. Praga (Checoslovaquia): 27.
636 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Praix (Juan): 563. Radiya: 202.


Prato (Italia): 484. Raimúndez (Alfonso). (Véase Alfonso VIL).
Prats (Francesc): 91, 108. Raimundo: 327.
Prepirineo: 158, 169, 173. Raimundo VI, de Tolosa: 236.
Priego (Cuenca): 468, 533. Ram (Domingo): 378.
Prieto Vives: 199. Ramadán (mes del): 49, 80.
Primera Crónica General. (Véase General e Ramírez (Estefanía): 274.
Granó Estoria, por Alfonso X, el Sabio.) Ramiro: 152.
Príncipe Negro, el: 349. Ramiro II: 28, 92, 93, 118, 122, 124, 142.
Prisciano: 509. Ramiro II, el feroz guerrero: 54, 96, 97, 104,
Privilegio General: 369, 373, 391. 117.
Privilegio de la Unión: 370, 373. Ramiro II, de Aragón, el Monje: 214, 215,
Procesione mundi, De, por D. González: 328. 224, 226, 230, 231, 233, 310, 311, 392, 330.
Prócida (Juan de): 388. Ramiro III: 58, 97, 98, 105, 547.
Profeta, El. (Véase Mahoma.) Ramón: 224.
Proridad de Proridades: 508. Ramón Berenguer I, el Viejo (conde de Bar¬
Provenza (condado de): 231, 235. celona): 231, 262.
Provenza (conde de): 234. Ramón Berenguer II (conde de Barcelona):
Provenza (Dulce de): 233. 190, 231.
Provenza (Francia): 24, 38, 385, 407. Ramón Berenguer III, el Grande (conde de
Proverbios morales, por S. Tob de Carrión: Barcelona7: 214, 231, 360.
512. Ramón Berenguer IV (conde de Barcelona):
Prudencio Galindo: 143, 176. 230, 233, 237, 240, 288, 295, 328, 329, 341,
Pruna: 534. 360.
Ptolomeo: 56. Rasura (Ñuño): 102, 108.
Puente la Reina (Navarra): 117, 123,261,292. Ratisbona: 173.
Puertos: 480. Rawd al-Qitars, por Ibn Abi Zar: 198, 206,
Pueyo: 153. 245.
— Monasterio de San Salvador: 153. Rayya (Málaga): 530, 539.
Puig de Enesa: 363. Recognoverunt proceres: 392.
— Castillo de Santa María: 363. Reconquista (La): 87, 88, 227, 229, 330, 529.
Puigcerdá (Gerona): 427, 444, 454. Regalado (Pedro): 502.
Puigvalador: 429. Reggio (Italia): 391.
Pulgar (Fernando del): 512. Regio: 39.
Pulgar (Hernando de): 564. Registrum: 331.
Pulpi: 527. Reglas (Juan das): 357.
Puy, Le (Francia): 122. Régola: 168.
Reichenau:
— Monasterio: 176.
Q Reiyo. (Véase Regio.)
Reims (Francia): 488.
Qasida maqsura, por Abu-l-Hasan Hazim al- Renacimiento: 407, 492, 494, 507.
Qartayanní: 255. Renart (Berenguer): 368.
Qasim, el Hamudita (señor de Algeciras): 187. Reprobación del Amor mundano, por
Qayrawan: 184. A. Martínez de Toledo. (Véase Corbacho,
Qinnasrin (cora de): 39, 71. por A. Martínez de Toledo.)
Quedes (valle del): 472. Requena (Valencia): 481.
Queralt (sierra de): 168. Reus (Tarragona): 455.
Quesada: 248, 467, 469, 470, 553. Revenga (Segovia): 91.
Quint (Agnés de): 510. Reverte (vizconde de Barcelona): 240, 244.
Quintanavalle (Gil de): 315. Rey Bermejo. (Véase Muhammad VI.)
Quintanilla (Alonso de): 419, 443. Reyes Católicos: 340, 348, 352, 410, 419, 426,
433, 438, 451,453, 490, 491,538, 547, 548,
550, 552, 554, 555, 562, 564.
R Ribadeo (Lugo): 313.
Ribaforada: 464.
Rabasa (Giner): 378. Ribagorza (Huesca): 127, 142, 144, 150, 152,
Rabat (Marruecos): 81, 242, 243. 157, 158, 168, 226, 231,311, 333, 421,473.
Rabi (conde): 28. Ribagorza (Pedro de): 420, 428.
Rachid: 190. Ricardo: 307, 314.
Radi: 192, 194. Ricardo I, de Normandía: 58.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 637

Ridwan Bannigas, el Tornadizo. (Véase Ve- Ronda (Fuero de): 557.


negas Ridwan.) Ronda (Málaga): 30, 43, 182, 187, 192, 194,
Rimado de Palacio, por P. López de Ayala: 240, 527, 531, 539, 540, 542, 550-552, 554,
512. 555-558.
Rincón de Ademuz: 235. Ronda (serranía de): 540, 541, 543, 547, 551.
Río de Oro: 516. Rosell (Pedro): 517.
Riogordo: 30. Rosellón, El (condado de): 127, 160, 234, 235,
Rioja, La (España): 91, 93, 130, 137, 145, 149, 365-367, 370, 371, 381, 455.
151,208, 210, 215, 224, 230, 237, 244, 268, — Monasterio de San Martí de Canigó:
419. 311.
Ripoll (Gerona): 120, 150, 158, 174, 177, 178, — Monasterio de San Miguel de Cuixá: 161,
231, 311, 328, 330, 333, 334. 177, 311, 333.
— Monasterio de Santa María: 158, 161, 177, — Monasterio de San Martrín d’Arlés de Tec:
178, 231, 311, 328, 330, 333. 311, 333.
• Scriptorium: 177, 330, 334. Rosio: 495.
Ripoll (río): 161. Rota (Cádiz): 343.
Ripollés: 158, 162. Rubielos de Mora: 235.
Rives (Jaime). (Véase Mallorca, Jaime de.) Rueda: 195, 212.
Rivipullenses: 177. — Fortaleza: 195.
Roa (Burgos): 102. Ruffa (Lorenzo): 465.
Roa (Guillén de): 518. Ruiz (Juan): 512.
Roberto: 334. Ruiz de Azagra (Pedro): 234, 271.
Roberto (conde de Artois): 391. Ruiz Martín (Felipe): 443.
Roberto, el Sabio, de Nápoles: 396, 399, 401. Ruiz de la Peña (Juan Ignacio): 417.
Rocabertí: 379, 400. Rumaic: 188.
Rocabertí: 485. Rute (Córdoba): 533.
Rocafort (Berenguer): 399. — Castillo: 533.
Rochelle, La (batalla de): 350.
Roda, La (Albacete): 144, 311.
Roda de Ribagorza: 162, 333. S
— Catedral: 333.
Roda de Vera: 168. Sabert (condado de): 231.
Rodas (isla de): 400. Sabiote: 467.
Rodés: 429. Sacer (Italia): 402, 403, 405.
Rodez (condado de): 231, 235. Sacramenia (monasterio de): 312.
Rodrigo: 87, 88, 212. Sad: 536-538.
Rodrigo (duque de la Bética): 21, 22. Safor: 461.
Rodríguez (Diego, conde): 93, 102, 110, 131. Sagarriega (Pedro de): 378.
Rodríguez, el Calvo (Alvar): 242. Sagona (Italia): 406.
Rodríguez Molina (José): 504. Sagrajas (batalla de). (Véase Zalaca, ba¬
Roig (Jaime): 515. talla de.)
Rojo (cabo) 358. Sagres (promontorio de): 357.
Rolando (duque de Bretaña): 155. Sagunto (Valencia): 364.
Roma (Imperio): 334. Sahagún (concilio de): 308.
Roma (Italia): 120, 123, 165, 173, 176, 178, Sahagún (Juan de): 502.
235. 236, 307, 310, 312, 314, 334, 370, Sahagún (León: 122, 218, 234, 278, 292, 295,
385-387, 393, 394, 400, 547. 313, 314, 439.
— Basílica de San Pedro: 120, 123, 165, 173, — Monasterio de los Santos Facundo y Pri¬
176, 178, 235, 236, 307, 310, 312, 314, 334, mitivo: 61, 98, 113, 124, 310, 311, 313,
370, 385-387, 393, 394, 400, 547. 314.
— Biblioteca Vaticana: 178. Sáhara (desierto del): 191, 192, 196.
Román de Sept Savis: 516. Sahla (La): 182, 195.
Romance de la condesa traidora: 327. Said ibn Mundhir: 64, 80.
Romance del infante García: 327. Saint Denis (Francia): 484.
Romaña, La (Italia): 386. Salado (batalla del): 355, 532.
Romero: 330. Salado (río): 348.
Roncal (valle del): 133. Salamanca (concilio de): 308.
Roncesvalles (batalla de): 146. Salamanca (España): 91, 96, 104, 110, 210,
Roncesvalles (Navarra): 26, 28, 122, 131, 155, 275, 291,303, 304, 310, 318, 319, 324, 325,
313, 463. 335, 344, 451, 485, 508, 514.
— Monasterio de Santa María: 463. — Convento de Sancti Spiritus: 318.
ÍNDICE ONOMÁSTICO
638

Salamanca (Facultad de Artes): 508. San Jerónimo: 509.


— Universidad:. 325, 508, 514. San Jorge: 437.
Salazar (valle de): 140. San Jorge (isla de): 358.
Salcedo (Álava): San Juan Bautista: 122, 124, 496.
— Monasterio de San Esteban: 129. San Juan de Corias (monasterio): 310.
Saldaba (condes de): 273. San Juan de Gaztelugache (monasterio): 129.
Saldaba (Palencia): 91, 152, 208. San Juan de Mata: 315.
Saldes (río): 160. San Julián: 115.
Salé (Marruecos): 196, 296. San Lesmes: 117, 311.
— Puerto: 296. San Luis: 220.
Salerno (Italia): 391. San Lupercio: 144.
Salinas (condado de): 449, 550. San Luri (batalla de): 398.
— Torre: 550. San Lloren? de Morunys (Lérida): 490.
Salinas de Abana (Álava): 130, 301,479, 495. — Monasterio: 333.
Salinillas de Buradón: 479. San Lloren? del Munt (Barcelona):
Salisbury (conde de): 348. — Monasterio: 312, 333.
Salobreña (Granada): 535, 541. San Marcos de León: 317.
— Castillo: 535. San Mateo: 363.
Salou (Tarragona): 362. San Medardo: 144.
Saltes (isla de): 182, 187, 251. San Michel de la Chiusa (monasterio de): 311.
— Puerto: 251. San Millán de la Cogolla (La Rioja):
Saluzzo (marqués de): 385. — Monasterio: 125, 128, 131, 150.
Salvadórez (los): 111. San Narciso: 392.
Salvatierra (Álava): 249, 417, 419, 447, 449. San Odón de Urgel: 314.
Salle (Gadifer de la): 352. San Pedro de Eslonza: 61, 98, 113.
Sallent (Barcelona): 171. San Pedro Mezonzo: 123.
Samarcanda: 69. San Pedro Nolasco: 314.
Samos (Lugo): San Pedro de Osma: 314.
— Monasterio: 124. San Pedro el Viejo (monasterio de): 311, 334.
Sampayo (Alberto): 109. San Pelayo: 120.
Sampedor: 195. San Raimundo de Fitero: 216, 301, 314, 315.
Sampiro: 104, 124. San Raimundo de Penyafort: 504.
Samuel. (Véase Umar ibn Flafsún.) San Rosendo: 97.
San Adrián: 144. San Sebastián: 144.
San Agobardo: 176. San Sebastián (España): 281, 417, 418, 479,
San Agustín: 143, 305, 317, 409, 509. 548.
San Agustín (ermita de): 368. San Úrbez de Sarrablo (monasterio de): 311.
San Andrés: 144. San Vicente de Acosta (monasterio de): 128.
San Andrés de Astigarribia (monasterio de): San Vicente de la Barquera (Cantabria): 139,
129. 281, 481.
San Benito: 119, 124, 144, 282, 318. San Vicente de Estopiñán: 520.
San Bruno: 315. San Vicente Ferrer: 378, 502.
San Cebrián de Mazonte (Valladolid): San Victoriano de Asián: 310.
— Monasterio: 125. San Zacarías (monasterio de): 138.
San Ermengol de Urgel: 177. San Zadormín: 112.
San Esteban: 144. San Zoilo de Carrión (monasterio de): 311.
San Esteban de Gormaz (Soria): 64, 93-95, Sanahuja: 171.
102, 104, 105, 208. Sancha: 96, 98, 100, 102, 106, 129, 144,
— Monasterio: 57, 61. 152-154, 208, 235, 329.
San Eulogio: 29, 138, 139, 143. Sánchez (Fortún): 465.
San Felices: 267. Sánchez (García, conde de Castilla): 98, 100,
San Fernando: 220, 314. 106.
San Francisco de Asís: 315. Sánchez (Gonzalo): 142.
San Froilán: 118. Sánchez Albornoz (Claudio): 90, 93, 109, 114,
San Fructuoso: 119, 124. 115, 133, 137, 147, 276.
San Genadio: 118. Sánchez de Valladolid (Fernán): 511.
San Guillermo: 146. Sanchís: 520.
San Hugo: 308. Sancho (conde de Castilla): 61, 64, 153.
San Ildefonso: 124. Sancho (infante de Castilla): 226.
San Isidoro de Sevilla: 82, 119, 124, 126, 209, Sancho I, el Gordo o el Craso: 56-58, 97, 104,
262, 509. 105.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 639

Sancho I, de Mallorca: 367, 401. Santa Hermandad: 419, 550, 552, 562.
Sancho I, de Portugal: 218, 366. Santa Isabel de Portugal: 355, 502.
Sancho II, de León: 209, 212. Santa Justa: 209.
Sancho II, de Castilla: 224. Santa María: 187.
Sancho III, de Castilla, el Deseado: 216, 218, Santa María (García de): 398.
316. Santa María (isla de): 357.
Sancho IV, de Aragón: 224, 226, 268. Santa María (La): 563.
Sancho IV, de Castilla, el Bravo o el Irasci¬ Santa María (los): 500.
ble: 343-346, 371, 417, 422, 453, 477, 480, Santa María de Alaón (monasterio de): 160,
508, 511. 311.
Sancho IV, de Navarra: 208, 210, 314, 489. Santa María de Algarbe (Portugal): 182.
Sancho VI, de Navarra, el Sabio: 218, 234, Santa María de Benifassar (monasterio de):
237, 261, 284. 363.
Sancho VII, de Navarra, el Fuerte: 219, 234, Santa María de Cerviá (monasterio de): 311.
235, 237, 238, 244, 245, 293, 340, 381,496. Santa María de Gerri (monasterio de): 160,
Sancho Garcés I, de Navarra: 53, 57, 95, 96, 311.
105, 137, 138, 139, 149, 158. Santa María de Mur (Lérida):
Sancho Garcés II Abarca, de Navarra:: 138, — Monasterio: 333.
140, 142, 144. Santa Nunilo: 138.
Sancho Garcés III, el Mayor, de Navarra: 98, Santa Pau (Pons de): 404.
100, 106, 123, 131, 138, 142, 150-153, 207, Santa Ponza (Mallorca): 362.
208, 215, 223, 226, 230, 231,259, 310, 312. — Puerto: 362.
Sancho Guillermo (conde de Gascuña): 153. Santa Sede. (Véase Roma, Italia.)
Sancho Ramírez, de Aragón: 224, 226, 261, Santalunya: 168.
281, 292, 310, 314. Santander (España): 123, 133, 224, 435, 477,
Sancho/: 62, 63. 479, 518.
Sanchuelo. (Véase Sanchol.) Santarem (Paz de): 350.
Sangüesa (Navarra): 261, 292, 463. Santarem (Portugal): 23, 76, 211, 216, 243.
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz): 343. Santiago (Apóstol): 92, 93, 121, 122, 318, 324,
Sant Andreu de Lagars (monasterio de): 333. 547, 548.
Sant Andreu de Tresponts (monasterio de): Santiago (Camino de): 117, 122,267,278,281,
160. 292, 295, 301, 311, 312, 327, 332, 476, 487.
Sant Daniel (Monasterio de) 311. Santiago de Compostela (La Coruña): 62, 97,
Sant Joan de les Abadesses (Monasterio de): 98, 113, 118-124, 134, 150, 151, 215, 260,
158, 161, 175, 311. 264, 266, 292, 295, 303, 310, 312-314, 315,
Sant Jordi (Jordi de): 516. 323, 324, 329, 331, 334, 350.
Sant Miquel de Cruilles (monasterio de): 311. — Catedral: 62, 125, 215, 334.
Sant Pere de Grandescales (monasterio de): Santillán (los): 469.
160. Santo Domingo de la Calzada (La Rioja): 117,
Sant Pere de Ponts (Lérida): 292, 301, 313, 350, 477.
— Monasterio: 333. Santo Domingo de Guzmán: 314, 324.
Sant Pere de Roda (Gerona): Santo Oficio: 453, 500, 504, 563.
— Monasterio: 161, 334. Santo Tomás de Aquino: 409.
Sant Quirze de Pedret (Barcelona): Santos Lugares: 120.
— Monasterio: 177. Santos-o-Velho (monasterio de): 318.
Sant Sadurní de Tabernoles (Lérida): Sanz (Ñuño, conde de Rosellón): 366-368.
— Monasterio: 333. Saorra: 429.
Sant Salvador de Breda (monasterio de): 311, Sara: 31.
312. Sarracín (los): 268.
Sant Salvador de la Vadella (monasterio de): Sarria (Lugo): 313, 527.
161. Sarria (Bernat de): 473.
Sant Sebastiá del Sull (monasterio de): 160. Sasabe: 144.
Santa Alodia: 138. Sauvetat (Bernardo de). (Véase Sédirac, Ber¬
Santa Basilisa: 115. nardo de.)
Santa Coloma de Queralt: 519. Savigliano (señorío de): 385.
Santa Cruz (Alonso de): 564. Secorún: 145.
Santa Cruz (Cantabria): 481. Sédirat (Bernardo de): 210, 310, 325.
Santa Cruz de Brez (Asturias): 90. Segarra: 159, 168.
Santa Faz: 520. Segismundo: 407.
Santa Fe (Granada): 554. Segorbe (Castellón): 364.
Santa Gadea (Burgos): 210, 212. Segovia (Concordia de): 561.
ÍNDICE ONOMÁSTICO
640

Segovia (Cortes de): 561. Sierra Elvira: 531, 535.


Segovia: 91, 110, 210, 278, 292, 303, 310, 321, Sierra Morena: 56, 219.
324, 335, 354, 425, 489, 496, 563. Sierra Nevada: 527.
— Castillo de Coca: 519. Sierracastilla: 144.
Siete Partidas, Las, por Alfonso X, el Sabio:
— Catedral: 328.
— Monasterio de San Martín: 335. 263, 325, 409, 410, 412, 432, 435, 439, 440,
Segre (río): 75, 158, 160, 162, 168, 230, 233. 457, 492.
Segunda Crónica General: 511. Sigüenza (Guadalajara): 304, 481.
Segura (río): 84. Sijilmansa: 60.
Segura de la Sierra (Jaén): 251, 417. Sil (río): 91.
Selva de Camp (Tarragona): 444. Sil (valle del): 91.
Senegal: 516. Silo: 91, 110, 114.
Senegal (río): 191. Silves (batalla de): 249.
Seniofredo: 177. Silves (Portugal): 39, 82, 182, 187, 188, 202,
Seo de Urgel (Lérida): 63, 120, 127, 142, 156, 204, 243.
158, 161, 162, 164, 171, 173, 174, 287, 294 — Puerto: 39.
295, 333, 374, 509. Silvestre II: 177.
— Catedral: 162, 509, 520. Simancas (Valladolid): 54, 60, 91, 93, 96, 104,
— Iglesia de Santa María: 333. 110.
Septimania, La. (Véase Narbona.) — Castillo: 519.
Sepúlveda (Segovia): 91, 96, 104, 110, 264, 295. Sinhaya: 191.
Sermones, por San Vicente Ferrer: 502. Singra: 228.
Serra (Jaime): 520. Sir ibn Abu Bakr: 194.
Serra (Juan): 520. Siracusa (Italia): 394.
Serra (Pedro): 520. Siresa: 138, 143, 144, 310.
Setenil (Málaga): 540, 550, 556-558. — Monasterio de San Pedro: 138, 143, 144.
Sevilla (España): 23-26, 29-31, 38, 39, 45-47, Siria: 23, 43, 68, 83, 208, 242, 365.
50, 64, 65, 67, 69, 74, 78, 92, 148, 181, 182, Sisebuto: 140.
184, 187-192, 194, 201-204, 208, 209, 211, Sisenando: 122.
212, 220, 240, 242-246, 248-253, 255, 296, Sivera: 520.
306, 341,342, 344, 410, 435, 442, 443, 451, Sixto IV: 510.
452, 458, 467, 468, 469, 475, 477, 480, 500, Sobrarbe: 127, 137, 138, 142, 150, 152, 158,
508, 509, 518-520, 523, 525, 531, 533, 542, 284.
544, 553, 554, 557, 558. Sobre el amor divino, por Ibn al-Jatib: 533.
— Alcazabas: 243. Solimán al-Mústain: 31, 63, 64.
— Alcázar: 204. Solimán ibn Hud: 65.
— Aljarafe: 458, 459, 469. Solís (Isabel): 538.
— Barrio de Triana: 243. Solsona: 173, 294.
— Castillo de Triana: 341. Somni, El, por B. Metge: 516.
— Mezquita Mayor: 243, 255. Somosierra (sierra de): 97, 104.
— Puerto: 39. Somport. (Véase Canfranc.)
— Torre del Oro: 246, 255, 523. Sorba: 174.
Sevilla (Fuero de): 557. Soria (España): 57, 106, 266, 291, 292, 297,
Sevilla (Juan de). (Véase Hispano, Juan.) 321, 346, 439, 455, 481.
Sevilla (Taifa de): 199, 209. Sos del Rey Católico (Zaragoza): 139, 561.
Serramian: 139. Soteras; 300.
— Monasterio de San Esteban: 139. Sotosalvos (monasterio de): 312.
Sfax (Tunicia): 407. Sousa Soares (Torcuato de): 109.
Sforza (Francisco): 405-407. Sousoto: 301.
Sgurgola (Italia): 387. Speciale (Nicolo): 396.
Shneidman: 455. Speculum Historiae, por V. Beauvais: 515.
Sicilia (Italia): 38, 188, 366, 279, 385-398, 403, Speirandeo: 29.
404, 406, 307, 432, 435, 461,483, 486, 490, Suabia (Beatriz de): 220, 343.
517, 561. Suabia (Felipe de): 343.
— Iglesia de la Martorana: 389. Subh. (Véase Aurora.)
Sicilia (Leonor de): 397, 420. Subordán. (Véase Aragón Menor, río.)
Sicilia (María de): 372, 397. Sudán: 39.
Sicilia (reino de). 369-373, 376, 380, 381, Suhayl. (Véase Fuengirola, Málaga.)
386-398, 400, 401, 450. Sulayman ben Gabirol: 202.
Sidi Sad. (Véase Sad.) Sulmona (Italia): 407.
Siena (Italia): 389, 400, 520. Susa (Persia): 69.
ÍNDICE ONOMÁSTICO 641

T Tébar: 231.
Tejada: 342.
Tábara (Zamora): Telezas: 120.
— Monasterio: 118. Téllez (Gonzalo, conde de Lantarón y Cere¬
Tabernoles (Lérida): 120, 150. zo): 102, 110.
— Monasterio de San Saturnino: 120, 150, Téllez Girón (los): 558.
160, 177. Téllez (Tratado de): 349.
Tablada (Sevilla): 29, 533. Téllez de Meneses (Leonor): 356.
Tablas Alfonsíes: 509. Téllez de Meneses (Tello): 508.
Tachufín ibn Alí ibn Ysuf: 198. Temín: 192.
Tafalla (Navarra): 224, 261, 497. Tendilla (conde de): 553, 554.
— Castillo: 519. Tenorio (Jofre): 347.
Tafur (Pedro): 513. Teobaldo I, de Navarra: 261, 381.
Tagliacozzo (Italia): 387. Teobaldo II, de Navarra: 238, 343, 381,463.
Taifas (reinos de): 50, 71, 81, 82, 84, 150, Teobaldo IV, de Champaña: 381.
181-184, 192-204, 207, 210, 211, 220, 241, Teodomiro: 23, 33, 121, 122.
245, 286, 287, 295. Teodulfo: 176.
Tajara: 550. Terceira (isla): 358.
Tajo (río): 26, 67, 97, 208, 210, 216, 218, 219, Tercera Crónica General: 511.
221, 244, 278, 278, 288, 297, 323. Terencio: 177.
Takurumna (Ronda): 539. Teresa: 211.
Talamanca del Jarama: 93. Teresa (condesa de Portugal): 216.
Talavera (Hernando de): 554. Terrejo: 146.
Talavera de la Reina (Toledo): 95, 191, 210, Teruel (España): 234, 235, 264, 281,282, 315,
512, 513. 321, 421, 487, 510.
Talid: 79. Tesalia (Grecia): 399.
Talunia: 159. Tetuán (Marruecos): 352, 357, 555.
Tallaferro (Bernardo, conde de Besalú): 231. Tévar: 212.
Tamarit: 168. Thomiéres (Francia):
Tamarón (paz de): 215. — Monasterio de Sanint Pons: 311.
Tamarón (valle de): 100, 208. Tierra Santa: 231, 364.
Tamim ibn Yusuf: 195. Tignarí: 83.
Tánger (Marruecos): 22, 53, 65, 195, 246. Tigridia: 113.
Tarascón (tratado de): 370, 393. Tinmal: 246, 253.
Tarazona (Zaragoza): 145, 146, 149, 220, 228, Tinmallal: 239, 240.
347, 393, 421. Tirant lo Blanc, por J. Martorell: 516.
— Catedral: 518. Tívoli (Platón de): 328.
Tarif Abu Zara: 21, 22. Tob de Carrión (Jan): 512.
Tarifa (Cádiz): 21, 22, 47, 84, 190, 194, 219, Toda: 131.
243, 245, 249, 346, 347, 371,423, 531, 554. Toledanos I: 331.
— Castillo: 84. Toledanos II: 331.
Tarik: 22, 23, 88. Toledo (Alfonso): 552.
Tariq ibn Ziyad. (Véase Tarik.) Toledo (Alvaro de): 509.
Tarlete (río): 358. Toledo (Concilio): 507.
Tarmolán, el Grande: 352. Toledo (Cortes de): 557.
Tarraconense (La): 23, 105, 106. Toledo (Elipando de): 124.
Tarragona (campo de): 231. Toledo: 21-23, 28, 30, 31, 36, 50, 55, 57, 63,
Tarragona: 23, 46, 159, 173, 174, 236, 280, 67, 69, 76, 90, 92, 121, 147, 149, 150, 173,
303, 362, 368, 369, 374, 378, 422, 436, 444, 182, 192, 196, 200, 209, 210, 216, 219, 244,
454, 510. 245, 295, 303, 310, 314-316, 321, 324, 325,
— Catedral: 518. 327, 328, 330, 346, 418, 426, 451,469, 476,
— Universidad: 510. 480, 485, 496, 504-506, 508, 509, 511, 532,
Tarrasa (Barcelona): 147. 547, 550, 557.
— Castillo: 147. — Catedral: 504-506, 517, 547.
Tárrega (Lérida): 147, 421, 444, 454, 455. — Escuela de Traductores: 325.
— Castillo: 147. — Huerta del Rey: 210.
Tarub: 29. — Mezquita: 190.
Taulas de Canvi: 487. Toledo (Juan de): 409.
Tavera: 319. Toledo (Pedro de): 325, 558.
Tawil (los): 30. Toledo (Rabi?ag de): 509.
Taysir, E!, por Abenzoar: 254. Toledo (Raimundo de): 325.
642 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Toledo (Taifa de): 184, 190, 199. Trueno: 121.


Tolosa (condado de): 231. Trujillo (Cáceres): 244, 263.
Tolosa (conde de): 234, 236. Tudela (Fuero de): 261.
Tolosa (Guipúzcoa): 417. Tudela (Navarra): 29, 30, 135, 145, 146,
Tolosa (Raimundo de): 211. 148-150, 158, 199, 226, 228, 237, 463, 464,
Tor: 139. 485.
Tordesillas (tratado de): 517, 564. Tudela (Tratado de): 238.
Tordesillas (Valladolid): 94, 479. Tudellén (Tratado de): 238.
Tormes (río): 96. Tudmir. (Véase Teodomiro.)
Toro (Zamora): 93, 94, 335. Tudmir (Murcia): 39.
— Colegiata: 335. Tuluges: 262.
Torquemada (Juan de): 499, 509. Túnez: 47, 53, 56, 242, 245, 255, 407, 482, 516,
Torrel (Rafael): 510. 525, 527, 535.
Torrelles (Arnau): 515. Tuñón (Asturias):
Torres (Cristóbal): 527. — Monasterio de San Adrián: 125.
Torres del Cuervo: 527. Turia (río): 520.
Torres Delgado (Cristóbal: 559. Turín (Italia): 176.
Torrox (Málaga): 26, 551. Turmeda (Anselm): 516.
— Castillo: 25. Tuy (Pontevedra): 91, 93, 110, 292, 330.
Tortosa (concilio de): 499. Tuyibí: 149.
Tortosa (Cortes de): 375.
Tortosa (marquesado de): 371.
D
Tortosa (Taifa de): 184.
Tortosa (Tarragona): 29, 63, 81, 84, 156, 164, Ubaidallah ibn Cásim: 57.
168, 181, 182, 199, 201, 240, 280, 288, 294, Úbeda (Jaén): 30, 46, 220, 244, 245, 341,457,
360, 389, 421, 429, 436, 437, 444, 454, 482,
458, 467, 468, 533, 553.
483, 485, 516, 519. Ubierna: 102.
— Catedral: 518.
Ubieto (Antonio): 330.
— Cementerio de la Zuda: 84.
Uceda: 469.
— Lonja: 518. Ucieza (río): 104.
— Puerto: 389. Uclés (Cuenca): 78, 195, 201, 210, 211, 295,
Toscana, La (Italia): 400.
317, 319.
Tossa: 518.
— Mezquita: 78.
Toulouse (Francia): 122, 158, 215, 220, 233,
Udraspal (monasterio de): 138.
236, 334, 509.
Ligarte (los): 418.
Tours (Francia): 24, 120, 122.
Umar ibn Hafsún: 30, 31, 39, 53.
— Monasterio de San Martín: 120.
Unam Sanctam, por Bonicacio VIII: 409.
Tours (sierra de): 168.
Uncastillo (Zaragoza): 139, 144.
Toya: 469.
Undués: 139.
Trabadelo: 313.
Uniones, Las: 359, 370, 373, 420.
Tracia (La): 399.
Urbano II: 303.
Transfiguración de Cristo, por Sanchís y Si-
Urbano IV: 386.
vera: 520.
Ureña: 379.
Trasmiera (La): 91, 106.
Ureña (conde de): 537.
Trastámara (casa): 348-350, 372, 378, 398,
Urgel (Aurembiaix de): 366.
447, 472, 533.
Urgel (Félix de): 124, 157, 173, 176.
Tratado de agricultura, por Abu Umar ibn
Urgel. (Véase Seo de Urgel, Lérida.)
Hayyay: 83.
Urraca: 98, 113, 196, 209,210,214,215,220,
Tratado de agricultura, por lbn Bassal: 83.
228, 273, 275, 308, 331.
Tratado de agricultura, por Tignarí: 83.
Urraca Teresa: 98, 106.
Tratado de las Armiellas, por Azarquiel: 509.
Usatges: 262, 263, 296, 439, 459.
Tratado de menor daño de medicina, por
Utba ibn Yahya: 527.
A. Chirino: 509.
Utman: 242.
Tremecén (Argelia): 53, 248.
Utrera (Sevilla): 533.
Treviño (condado de): 128, 268, 419, 449, 481.
Trezientas, Las, por J. de Mena: 514.
Triacastela: 122. V
Trinacria. (Véase Sicilia, reino de.)
Trípoli (Libia): 240, 245. Val (Isabel de): 475.
Troisio (Francisco de): 143, 176. Val de Fones (Fuero de): 261.
Troyes (Francia): 143, 176. Valdediós (Asturias):
ÍNDICE ONOMÁSTICO 643

— Valdediós (Monasterio de San Salvador): Velasco (los): 447.


125, 312. Velasquita: 275.
Valdejunquera (Navarra): 95, 102, 137. Velázquez (Diego): 216.
Valdeón (Julio): 473. Velázquez (Rodrigo, conde de Galicia): 58.
Valdepera: 301. Vélez Blanco: 536.
Valdonsella: 138, 139, 153. Vélez Rubio: 536.
— Monasterio de San Juan de Petilla: 153. Vélez-Málaga (Málaga): 203, 228, 540, 551,
Valencia (Cortes de): 427, 460. 555.
Valencia (España): 23, 31,42, 46, 66, 182, 184, Vellido Adolfo: 209.
190, 191, 194, 195, 198, 199, 202, 209-212, Venecia (Italia): 387, 399, 403, 404, 407, 485.
214, 218, 230, 233, 235, 240, 242, 246, 250, Venegas (Egar): 534.
251, 269, 280, 296, 310, 314, 321,339, 341, Venegas (los): 534, 538, 548.
360, 363, 364, 373-375, 398, 427, 429, 433, Venegas (Ridwan): 535.
436, 437, 455, 460, 461, 475, 482-485, Ventimiglia (los): 397.
487-490, 492, 500, 510, 518-520, 533, 563. Verdú: 455.
— Banco: 487. Verdón (Francia): 27.
— Catedral: 520. Vergara (Guipúzcoa): 417.
— Lonja: 492, 518. Vergara (los): 447.
— Tribunal de Aguas: 42. Verges (Gerona): 495.
Valencia (reino de): 229, 320, 341, 359, 360, Vergos (Pablo): 520.
362, 364, 365, 369-317, 376, 378, 388, 413, Vermúdez (los): 111.
41,427, 435, 441, 443, 454, 459, 460, 481, Vermúdez (Suero): 275.
527, 528. Verona (Italia): 387.
Valencia de Don Juan (León): 209, 307. Veruela (Zaragoza): 312.
Valera (Diego): 564. — Monasterio: 312.
Valira (río): 160. Vézelay (Francia): 122.
Valois (Carlos de): 391, 394, 399. Viana (Navarra): 122, 123, 293, 496.
Valparaíso (monasterio de): 312. Vic (Barcelona): 127, 150, 156, 158, 160, 162,
Valpuesta: 110, 119, 129, 131, 208. 171, 172, 174, 175, 177, 231,262, 307, 315,
Valmaseda: 481. 421, 444, 454.
Valtierra: 228. — Catedral: 162, 519, 520.
Valladolid (concilio de): 308. Victorial, El, por G. Díaz: 513.
Valladolid (cortes de): 344, 474, 480. Vienne (Concilio de): 514.
Valladolid (España): 126, 219, 258, 275, 295, Vigil (Marcelo): 88.
321, 325, 353, 354, 419, 438, 439, 480, 508, Vigo (Pontevedra): 62.
509, 564. Viguera: 96, 137, 261.
— Castillo de la Mota: 519. Viguera (Fuero de): 261, 284.
— Universidad: 508. Vila-real (Castellón): 519.
Vallbona (Barcelona): Viladestes (Marciá): 516.
— Monasterio de les Monges: 312. Vilafranca (Concordia de): 381.
Valldemosa (Mallorca): 510, 514. Vilafranca de Conflent: 429, 518.
— Escuela de Miramar o de la Trinidad: 367, Vilanova (Arnau de): 514.
510, 514. Vilanova (Ramón de): 515.
Valldora: 149. Vilar (Jaume): 374.
— Castillo de Ora: 149. Vilaragut (Carroza de): 376.
Vallés, El (Barcelona): 162, 168, 195. Vilches: 245.
Vallespir (condado de): 127, 371. Villa de Iglesias: 401.
Vallfogona (Pere Joan): 519. Villacarrillo: 470, 538.
Valls (Pere): 427. Villafranca: 419, 429, 444, 454.
Valls (Tarragona): 444. Villafranca del Penedés (Barcelona): 374, 421.
Vallseca (Guillermo de): 37S. Villahermosa: 363.
Vallvé (Joaquín): 22, 34, 44, 57. Villalba: 313.
Vandalucía. (Véase Bética, La.) Villalobos (los): 273.
Vardulia: 100. Villaluenga (serranía de): 540, 550.
Vasconia (España): 23, 24, 27, 87, 93, 152. Villanueva: 154, 301.
Vecilla, La: 118. — Monasterio de Santa María: 154.
Vejer de la Frontera (Cádiz): 343. Villanueva del Arzobispo (Jaén): 470.
Vela (Iñigo): 100. Villar (Jaume): 427.
Vela (los): 106. Villarreal de Urréchua (Guipúzcoa): 418.
Vela (Rodrigo): 100. Villasirga: 244.
Velasco: 132, 133, 156. Villena (Alicante): 23, 212, 341, 475, 476.
644 ÍNDICE ONOMÁSTICO

Villena (Enrique de): 516. Yahya ibn Umar: 192.


Villena (marquesado de): 475. Yáñez (Vicente): 563.
Vinatea (Guillem de): 371. Yarza (los): 418.
Vinca: 429. Yecla (Murcia): 481.
Viñas (Carmelo): 109. Yehuda, el Cohén eso: 508.
Violante: 342. Yelves: 221.
Virgilio: 143, 177. Yemen: 68.
Visconti (Felipe María): 379. Yesa: 138, 139.
Viseo (Portugal): 62, 91, 110, 208. York (duque de): 350.
Vísperas Sicilianas: 389. Yprés: 488.
Vita Karoli, por Eginardo: 155. Ysinali: 144.
Vita Sane ti Froilani: 118. Yusuf: 132, 212, 248.
Vitoria: 219, 268, 297, 350, 417, 418, 419, 442, Yusuf I, el Sabio: 242, 243, 247, 250, 347, 531,
447.449, 477, 479-481. 532, 543.
— Barrio de la Magdalena: 442. Yusuf II: 246, 523, 533.
— Barrio de San Martín: 442. Yusuf III: 534, 536.
— Barrio de Santa Clara: 442. Yusuf IV ibn al-Mawl: 535.
— Calle de Cuchillería: 442. Yusuf V ibn Ahmad: 536-538.
— Calle de la Judería: 442. Yusuf al-Fihrí: 26.
— Calle de la Pintorería: 442. Yusuf al-Sarrach: 535, 537.
— Iglesia de San Francisco: 442. Yusuf ibn Tasufín: 191, 192, 194-196, 204,
— Iglesia de San Ildefonso: 442. 206, 211.
— Iglesia de San Pedro: 442.
— Iglesia de Santa María: 442.
Vivas (los): 163. Z
Vivificación de las ciencias religiosas, por Al-
Gazali: 196. Zab (río): 60.
Vizcaya (España): 128-131, 133, 151,210, 233, Zacearía (Benedetto): 388.
261, 418, 419, 480. Zacatín: 76.
Vizcaya (golfo de): 477. Zafra (Hernando de): 554.
Vizcaya (señorío de): 260 344. Zahara (Hernando de): 554.
Zahara: 534, 547, 548, 550, 554.
Zalaca (batalla de): 186, 192, 211.
W Zamora (España): 60, 61,91,93, 94, 98, 108,
110, 118, 124, 182, 209, 210, 275, 303, 304,
Wadi Lago. (Véase Barbate, río.) 310, 335, 451, 477.
Walid I: 21, 23. — Catedral: 335.
Walid ibn Jaizuran: 57. — Monasterio de Castañeda: 312.
Wallada: 82, 188, 203. — Monasterio de Moreruela: 118, 312.
Wamba: 124. Zaragoza (Cortes de): 370, 371, 373.
Wifredo. (Véase Guifred I.)> Zaragoza (España): 23, 26, 28, 30, 36, 46, 50,
Winchelsea: 436. 58, 67, 69, 72, 76, 93, 141, 145-150, 155,
Witiza: 21, 31, 90. 182, 190, 191, 195, 196, 199, 200, 204, 205,
Woodville (Edouard): 548. 208, 209, 211,212, 214, 215, 218, 226, 228,
230, 235, 237, 240, 251,281,292, 294, 315,
321,335, 371, 376, 391,421,460, 485, 487,
X 492, 509, 510, 519, 563.
— Aljafería: 204.
Xemeniz (Pionolo): 120. — Catedral: 509.
Xisvert: 363. — Lonja: 492.
Zarauz (Guipúzcoa): 281.
Zarauz (los): 418.
Y Zawi ibn Zirí: 182, 184.
Zaydí (señorío de7: 378.
Yabal Tariq. (Véase Gibraltar.) Zebedeo: 121.
Yaddayr: 186. Zirí (Taifa de Granada): 184-186.
Y adwat al-Mugtabis, por al-Humaydi: 202. Zirí ibn Atia: 61.
Yahya: 29, 65. Ziríes de Granada (genealogía): 185.
Yahya, el Mallorquín: 245. Zorayda. (Véase Solís, Isabel.)
Yahya ibn al-Nasir: 246, 525. Zuhayr (príncipe de Almería): 182, 186.
Yahya ibn Yahya al-Laytí: 78, 80. Zyryab: 29, 48.
I
• r" a fe ¿j
646018
DATE DUE
DP 99 .R54 1989

Riu, Manuel«

Edad Media (<11~ S. 500) /

1989.

90360
Manual de Historia de España, 2

Edad.
Media (7n-i5oo j
D ENTRO de los cinco volúmenes que constituyen el nuevo
MANUAL DE HISTORIA DE ESPAÑA, éste ofrece la
evolución histórica de los pueblos de España durante la etapa ca¬
lificada convencionalmente como Edad Media: es decir, la que se
extiende desde la desintegración del reino visigodo hasta el reina¬
do de los Reyes Católicos.Su autor se ha propuesto conseguir una
síntesis clara y actualizada de la evolución de los distintos reinos
hispánicos, cristianos y musulmanes, que se reparten el territorio,
analizando por separado los principales acontecimientos políticos
—ellos siguen constituyendo un cañamazo útil para comprender
el desarrollo especialmente complejo de este período— y los di¬
versos aspectos institucionales, económicos, sociales, religiosos y
culturales. De esta forma se alcanza una visión gradual y global,
suficientemente informada y matizada, de las principales caracte¬
rísticas de este proceso histórico, en un período formativo en el
cual se originan y del cual derivan muchos de los «hallazgos» de
nuestro tiempo. El desconocimiento de estos orígenes y de sus lo¬
gros hace que, con frecuencia, no sean debidamente valorados y
apreciados.
Tres grandes etapas se señalan a lo largo de los ochocientos
años que abarca el volumen, a través de los cuales se pasa del pre¬
dominio islámico, a un mayor equilibrio de fuerzas, y de éste a
la prevalencia y triunfo cristianos. La obra recoge los resultados
de numerosas investigaciones de los últimos años, sin el agobio
del aparato crítico, pero incluye las fuentes y bibliografía más im¬
portantes para que el lector culto pueda orientar la búsqueda de
cuantas ampliaciones precise.

ESPASA CALPE

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