La Negociación Mercantil

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LA NEGOCIACIÓN MERCANTIL

CONCEPTO DE NEGOCIACIÓN

Definición

Aun cuando es concepto generalmente empleado y por ello puede suponerse de sobra conocido,
conviene precisar las ideas y definir la negociación mercantil, como el conjunto de cosas y derechos
combinados para obtener u ofrecer al público bienes o servicios, sistemáticamente y con propósitos
de lucro.

Ciertamente, hay casos en que se ofrecen servicios al público de manera sistemática, sin que
pueda hablarse con propiedad de la existencia de una negociación mercantil. Tal sucede con el
profesionista o el artesano que ponen sus conocimientos o habilidades a disposición de quienes lo
solicitan. Se debe reconocer que la definición propuesta quizá peca por ser demasiado amplia, ya
que dentro de ella parecen quedar incluidos tanto el estudio del profesionista como el taller del
artesano. Sin embargo, recordando lo dicho a propósito de la empresa, cabe señalar un matiz, sutil si
se quiere, que separa las situaciones que se acaban de mencionar de las comprendidas en la
definición propuesta: lo que el profesionista o el artesano ofrecen al público son sus propios
servicios, utilizando para ello, si es menester, un conjunto de cosas y servicios ajenos; pero sin que
el servicio prestado sea el resultado de la combinación formada por tal conjunto, pues consiste,
esencialmente, en la labor personal del artesano o del profesionista, de modo que cuando él
desaparece no puede continuar prestándose el mismo servicio, al paso que la negociación mercantil
subsiste mientras subsista la combinación de cosas y derechos que la forman, y con independencia
de la persona que la construyó. Complementariamente, cabe notar que aun cuando el profesionista o
el artesano se valgan de un personal auxiliar, no es el trabajo de éste el que se ofrece al público, sino
el del propio artesano o profesionista; mientras que los servicios que se suministran mediante una
negociación mercantil tienen siempre un carácter impersonal, abstracto… cabría decir que son
fungibles las personas que los prestan.

Unos ejemplos acabarán de dilucidar este punto. En una posada se combinan cosas y personas
(en virtud de los derechos derivados de los contratos de trabajo) para dar servicio al público: no es el
trabajo del administrador o gerente, por grande que sea la importancia que pueda tener su
personalidad, lo que se ofrece a los huéspedes; es indispensable para la existencia de la posada la
combinación de cosas y derechos en la que consiste la negociación. Por el contrario, los pasantes,
taquígrafos, etc., del bufete de un abogado, con las máquinas de escribir, teléfonos, etc., combinados
entre sí no dan servicio al público; quien lo sirve es el abogado que utiliza cosas y personas para
aliviar su labor y permitirle atender él mismo un mayor número de clientes. Cosa similar sucede con
un relojero: aunque utilice aparatos y ayudantes no es su combinación lo que al público brinda.
Muerto el gerente de la posada, así fuera Ritz, ésta subsiste; muerto el abogado o el relojero
desaparece el bufete o el taller, así surja en el mismo local el taller de otro relojero o el estudio de
otro abogado.

Terminología

Reina gran anarquía terminológica respecto de lo que se denomina negociación mercantil.


Nuestras leyes, además de esta expresión, que probablemente es la más empleada, no sólo por el
Código de Comercio, sino por el Civil y el de Procedimientos Civiles, usan las siguientes:
establecimiento mercantil o fabril, empresa, almacén, tienda, fundo y casa de comercio. La Ley del
Impuesto sobre la Renta de 1964 empleó sistemáticamente la expresión empresa; inclusive una de
las dos clases en que dividía este impuesto, en sustitución de las antiguas cédulas, se denominaba
impuesto al ingreso global de las empresas.

La doctrina propone, además, hacienda y fondo de comercio. Esta última expresión es


desconocida en la práctica, siendo también poco frecuente la similar fundo de comercio, pues cuando
el Código de la materia empleaba la voz fundo (artículo 1002, fracción I, inciso G, hoy derogado) es
dudoso que se refiera al de comercio. La palabra hacienda, que fonéticamente es similar a la italiana
azienda, tiene en México un aire tan campirano que impide aplicarla a las actividades mercantiles o
industriales. Almacén y tienda no son suficientemente denotativos, pues hay muchos casos en que
cabe hablar de negociación, hacienda o empresa sin que hayan almacén o tienda, v. gr.: una fábrica,
un salón de espectáculos, una posada, etc. La expresión establecimiento mercantil es más propia
para designar el local donde se desarrollan las actividades de la negociación, la cual puede tener una
multiplicidad de establecimientos, conservando su propia unidad. Casa de comercio, tiene, sin duda,
grandes ventajas: su uso está difundido en la práctica, y la emplean también algunos tratadistas
(ESTASÉN); no se presta a confusiones ni da lugar a frases en que parece jugarse con las palabras,
como por desgracia sucede con el vocablo que se escogió, que obliga a decir, por ejemplo, negocios
concernientes a la negociación; sin embargo, en nuestras leyes es casi desconocida la expresión
casa de comercio, y por ello no se ha considerado pertinente emplearla.
Queda la palabra empresa, palabra preñada de equívocos, pues si bien tiene una clara acepción
económica, su significación en el lenguaje jurídico está lejos de haber sido fijada de manera que
recabe el consentimiento unánime de los mercantilistas. Algunos de ellos consideran como
sinónimos los términos empresa y negociación (azienda), otros consideran que éste es el nombre del
objeto jurídico correspondiente al fenómeno económico designado por el primer vocablo, siendo
variadísimas las opiniones en lo que respecta a la connotación de uno y otro concepto y a sus
relaciones mutuas.

En términos generales puede decirse que la negociación es una forma de manifestación externa
de la empresa, la realidad tangible que ha menester para actuarse, cuando es permanente, la
organización de los factores de la producción en que consiste la empresa. La negociación quedará
con esto conceptualmente diferenciada de la empresa; pero al mismo tiempo indisolublemente ligada
con ella; como todo cuerpo proyecta una sombra, toda empresa se manifestaría por una negociación.
Y, sin embargo, tal vinculación no es cierta; casos hay, excepcionales si se quiere, en que existen
empresas sin haber negociación: quienes celebran todos los contratos necesarios para dar una sola
función teatral, realizan, sin duda, una empresa de espectáculos públicos (artículo 75, fracción XI,
Co.Co.), pero si carece tal empresa de establecimiento, de bienes materiales, de nombre, de
clientela, etc., no es posible considerarla exteriorizada en una negociación, y no es susceptible, como
las verdaderas negociaciones, de ser objeto de relaciones jurídicas de compraventa, arrendamiento,
etc.; quien obtiene el capital necesario para explotar una industria, adquiere la maquinaria, materias
primas, etc., a tal efecto necesarias, e incluso celebra con el sindicato respectivo un contrato
colectivo de trabajo, no hay duda que ha organizado los factores de la producción y ha iniciado una
empresa; pero si no llega a instalar en el lugar adecuado la maquinaria que compró, si no llega a
lanzar sus productos al mercado, etc., no ha fundado una negociación mercantil.

Lo esencial, en esta como en todas las cuestiones terminológicas, es determinar con rigor la
acepción en que se va a emplear una palabra, y ser fiel a la determinación tomada, sin introducir
falsas sinonimias ni emplear equivocadamente el vocablo elegido. Por ello se ha censurado, al
traductor de ASCARELLI que vierte la palabra azienda unas veces por hacienda y otras por empresa,
con lo cual parece indicar, o bien que se trata de dos conceptos diversos, lo cual no está de acuerdo
con el texto original, o bien que en español los dos términos usados son sinónimos, lo cual es, por lo
menos, dudoso.

En algunas leyes vigentes, de reciente fecha, se ha empleado sistemáticamente, sin definir o


describir el concepto, la palabra empresa. En el Anteproyecto se cortó el nudo gordiano empleando
simultáneamente las palabras empresa o negociación mercantil (principalmente artículo 3°, fracción I,
13, 639) aun cuando se da cierta preponderancia a la palabra empresa (epígrafe del título segundo
del libro tercero, 599, 600, 601, 602, etc.).

BARRERA GRAF rara vez emplea la palabra negociación, aunque se encuentre en los textos
legales que estudia; en los casos en que la utiliza, parece considerarla como sinónimo de empresa.
Como término contrapuesto a éste, emplea el italianismo hacienda. Define la empresa como "la
organización de una actividad económica que se dirige a la producción y al intercambio de bienes o
de servicios"; y por hacienda comercial o fondo de comercio "el conjunto de bienes, derechos y
relaciones atribuidas a ésta" (la negociación como sinónimo de empresa).

La Ley de Navegación y Comercio Marítimos emplea la palabra empresa: "Artículo 2.- Para
efectos de esta Ley se entenderá… IX. Naviero o empresa naviera: Armador o empresa armadora,
de modo sinónimo: la persona física o moral que teniendo bajo su propiedad o posesión una o varias
embarcaciones, y/o artefactos navales, y sin que necesariamente constituya su actividad principal,
realice las siguientes funciones: equipar, avituallar, aprovisionar, dotar de tripulación, mantener en
estado de navegabilidad, operar por sí mismo y explotar embarcaciones".

También introduce una definición de empresa, la Ley Federal del Trabajo, de 1969, al decir, en su
artículo 16: "Para los efectos de las normas de trabajo, se entiende por empresa la unidad
económica de producción o distribución de bienes o servicios y por establecimiento la unidad técnica
que como sucursal, agencia u otra forma semejante, sea parte integrante y contribuya a la realización
de los fines de la empresa".

La Ley para promover la inversión mexicana y regular la inversión extranjera (que se denomina
simplemente Ley de inversiones extranjeras, o LIE; hoy derogada) usaba frecuentemente la palabra
empresa: en ocasiones en el sentido en que la define BARRERA GRAF o como equivalente de
negociación (v. gr.: artículos 5°, 8°, etc.), en otras como sinónimo de sociedad (v. gr.: artículos 23,
fracción IV; 25, etc.).

ELEMENTOS DE LA NEGOCIACIÓN MERCANTIL

Enumeración
Los elementos que constituyen la negociación mercantil suelen dividirse en incorporales y
corporales. Se mencionan entre los primeros: la clientela y el aviamiento o avío (avviamento,
achalandage); el derecho al arrendamiento, la llamada propiedad industrial, que a su vez comprende
una pluralidad de elementos, y los derechos de autor. Los elementos corporales son: los muebles y
enseres, las mercancías, y Ias materias primas.

Se considera que entre los elementos incorporales de la negociación deben incluirse, aunque no
los mencionan algunos autores, los derechos y obligaciones derivados del contrato o contratos,
cualquiera que sea su carácter, a virtud de los cuales presta sus servicios el personal de la
negociación. Propiamente no son elementos de la negociación la clientela ni el avío; resultan
protegidos jurídicamente cuando se protege la negociación mercantil como una unidad, para
combatir la competencia desleal.

Clientela y Avío

No se comparte la opinión de quienes identifican aviamiento y clientela; pero sí se considera que


entre ellos existe íntima e indisoluble conexión; son, valga la vieja metáfora, el anverso y el reverso
de un mismo tapiz. La buena organización, el conocimiento de los hábitos y gustos del público, las
listas de nombres y direcciones de proveedores y consumidores, el buen servicio suministrado por el
personal, etc. son los factores que integran esa peculiar aptitud para producir utilidades que
constituye el avío de una negociación; pero esos mismos factores son los que determinan la
formación y mantenimiento de una clientela, que será tanto mayor cuanto mejor aviada esté la
negociación.

Clientela y avío son cualidades y no elementos de la negociación. Aquéllos no pueden existir ni


ser concebidos sin ésta. Es cierto que lo que da valor a una negociación es su aviamiento y su
clientela; pero esto no es suficiente para darles el carácter de elementos constitutivos de la
negociación. La belleza de un cuadro es lo que lo hace estimable, pero no por ello se va a decir que
es un elemento de él, como lo son la tela, el marco y los colores.

Negar que la clientela y el avío son elementos de la negociación implica negar que son objetos de
derechos; y en efecto, ni el uno ni la otra son susceptibles de una especial protección jurídica, sino
que su protección ha de derivar de la que reciba la negociación en su conjunto, o, a lo menos,
algunos de sus verdaderos elementos constitutivos.

En la terminología contable se denomina crédito mercantil o comercial al avío; también se usa la


expresión crédito comercial, con significado equivalente al de avío, en las leyes fiscales; por ejemplo,
en la fracción XII, del artículo 28 de la LISR. Unas veces el avío (o aviamiento como él prefiere decir)
lo considera BARRERA GRAF como un elemento de la negociación (hay resistencia a emplear con
este sentido la palabra hacienda) y otras como una cualidad o manera de ser de ella.

Respecto de la clientela, si en ocasiones se habla de derechos sobre ella, lo que parece implicar
que es una cosa en sentido jurídico; en otras se afirma rotundamente que "la clientela tampoco
constituye una cosa objeto de derechos". Parece concordar con la opinión de Roberto L. Mantilla
Molina sobre las relaciones del avío y la clientela al decir (loc. cit.): "La clientela… es la manifestación
exterior de esa calidad de la hacienda denominada aviamiento".

Derecho al arrendamiento

Normalmente una negociación no puede existir sin uno o varios locales (establecimiento o
establecimientos), en donde encuentran cabida los elementos corporales que la constituyen y en
donde se desarrollan las actividades que le son propias. Cuando la propiedad del local corresponde a
quien también tiene el dominio sobre la negociación, suele omitirse incluir entre los objetos que la
forman el inmueble que la contiene, ya que su régimen jurídico no presenta ninguna peculiaridad.

Por el contrario, si el propietario de la negociación adquiere el uso del local mediante un contrato
de arrendamiento, su interés puede ponerse en pugna con el del dueño del inmueble, bien durante la
vigencia del contrato, en caso de que pretenda enajenarse la negociación, bien al concluir el plazo
estipulado, en caso de que el comerciante desee continuar explotándola.

Conforme al Código Civil para el Distrito Federal, el comerciante inquilino no puede, sin la
voluntad del arrendador, ceder sus derechos al arrendamiento ni subarrendar el local (artículo 2480;
también del CCF), con lo cual se dificulta el enajenar la negociación. Es de notar que el precepto
aludido viene a establecer una excepción a la regla general, formulada en el artículo 2030, de que los
derechos pueden cederse sin el consentimiento del deudor; para la protección del propietario
bastaría mantener al primitivo arrendatario obligado al cumplimiento de las estipulaciones
contractuales, sin perjuicio de imponer la misma responsabilidad, solidariamente, al adquirente del
local.
Es cierto que el precepto primeramente citado no declara de modo expreso la ineficacia del
subarriendo ni la rescisión del contrato principal; pero dichas soluciones resultan del artículo 8°, que
establece la nulidad de los actos contrarios a las leyes prohibitivas, y del artículo 1949, que faculta a
una de las partes para rescindir sus obligaciones en caso de incumplimiento de la otra; y en la
hipótesis, el inquilino viola la obligación de no hacer que le impone el artículo 2480. Es de notar que
el Código Civil vigente significa un verdadero retroceso respecto del Código de 1884, que no prohibía
la cesión de los derechos del arrendatario. También conforme a las legislaciones española, francesa
e italiana es válido el subarriendo, si no hay pacto expreso en contrario.

Al vencimiento del contrato, anteriormente el dueño de la negociación mercantil tenía el derecho a


la prórroga de un año, que le concedía el artículo 2485 del CCF, sin que parezca oportuno discutir
aquí los diversos problemas que este precepto planteaba, ya que su solución corresponde al derecho
civil, solo se limita dicha discusión a hacer notar que únicamente exceptúa de la obligación de
prorrogar a "los propietarios que quieran habitar la casa o cultivar la finca cuyo arrendamiento ha
vencido", y que esta excepción, por su mismo carácter de tal, no es susceptible de interpretación
extensiva, para aplicarla a quienes pretendieran establecer una negociación propia en el local
arrendado.

El arrendatario cuyo contrato ha durado más de cinco años o que ha hecho mejoras de
importancia tiene, conforme al artículo 2447 del CCF, derecho a ser preferido, en igualdad de
condiciones, a otro interesado en el nuevo arrendamiento o en la adquisición de la finca. También
este precepto da lugar a numerosos problemas, que corresponden al derecho civil y no al mercantil.
Es de notar tan sólo que la igualdad debe referirse a todas las condiciones y no exclusivamente al
precio o renta, de modo que el propietario puede rehusar la renovación del arrendamiento si un
tercero le ofrece un plazo más ventajoso, una utilización del local menos peligrosa o menos
incómoda para los vecinos, etcétera. Sin embargo, se considera que la facultad del arrendador para
rehusar la renovación del arrendamiento, fundándose en la diversidad de las condiciones ofrecidas
por otro interesado, tiene como límite el artículo 1912 del CCF, que impide abusar de los derechos en
perjuicio de un tercero y sin beneficio para su titular.

Así como se considera que la prohibición legal de subarrendar o ceder los derechos derivados del
contrato de arrendamiento es injustificada y lesiva para el inquilino comerciante, que con ello
encuentra un grave obstáculo para disponer de su negociación, se encuentran plausibles los
principios que inspiran los preceptos legales que regulan la situación del arrendatario al concluir el
término de su contrato, ya que mediante ellos se armonizan los intereses del propietario y los del
inquilino, en forma acorde con los intereses colectivos.

El interés del comerciante estriba, como es notorio, en disfrutar del local durante todo el tiempo
que estime pertinente, y en no verse privado de un local bien situado y al que el público está
habituado a concurrir, para trasladarse a otro que tal vez no ofrezca tan favorables condiciones para
su negocio; también tiene interés en protegerse contra la competencia que podría hacérsele
mediante una negociación que, dedicada a su misma rama, se estableciera en el local que él había
ocupado, y al cual, por inercia, tendería a seguir yendo su propia clientela.

Por su parte, el dueño del inmueble tiene interés en que, al concluir el término convenido, se le
entregue el local arrendado, para quedar en aptitud de usarlo directamente, arrendado en mejores
condiciones, sea en cuanto al precio, sea en cuanto al destino que ha de darse al local, etc., o bien
en modificar o reconstruir el inmueble, incluso procediendo a su demolición para construir
posteriormente uno nuevo.

Paralelamente a los contrapuestos intereses del arrendador y del arrendatario, juegan intereses
de terceros y aun de la colectividad. Nuevos elementos, quizá más preparados y más
emprendedores, están a la expectativa de los locales mejor ubicados para poder establecer en ellos
sus propias negociaciones; la sociedad resulta beneficiada con que se les dé la oportunidad de
brindarle sus servicios. Pero también lo tiene en la subsistencia de las negociaciones
económicamente productivas que constituyen fuentes de trabajo para grupos más o menos
numerosos de trabajadores, los cuales, como es obvio, también están interesados en que continúe la
negociación. La construcción de nuevos edificios, que por sí misma impulsa la vida económica y que
contribuye al progreso urbano, origina un interés colectivo que coincide con el del arrendador… Y así
se podría continuar largamente mostrando la complicada malla de intereses que coinciden ora, con
los del dueño del inmueble, ora con los del que lo es de la negociación.

A primera vista, la única solución lógica y jurídica es el respeto absoluto y literal a lo pactado: el
arrendatario debe entregar el local sin excusa ni dilaciones en el instante preciso en que vence su
contrato. Pero la lógica abstracta está reñida en ocasiones con las necesidades de la vida, y la
aplicación estricta y ciega del derecho conduce a la injusticia: summum ius, summa injuria. Por ello
es admisible que la ley venga a templar en forma equitativa el rigor de los pactos, conciliando los
intereses contrapuestos de las partes.
Al fijar el plazo de un arrendamiento, la común intención de las partes, en una gran mayoría de los
casos, no es dar por terminada toda relación jurídica entre ellas una vez fenecido el término
señalado: para el arrendatario el plazo significa el mínimo de tiempo durante el cual podrá disfrutar el
local; para el arrendador, la posibilidad de modificar las condiciones en que cede su uso. Ni uno ni
otro piensan, normalmente, que vencido el término quedará desocupado. Raro será el caso en que el
arrendador no tenga interés en que continúe ocupado el inmueble; cuando ello se logra en virtud de
un nuevo contrato no hay problema; pero si propietario e inquilino no llegan a entenderse, surge el
conflicto que amerita la intervención legislativa. Adecuadas y equitativas son las bases sobre las
cuales descansa la realizada en México: concesión de una prórroga, en todo caso, a efecto de que el
inquilino pueda entregar el local sin graves trastornos para su comercio; derecho de preferencia en
estricta igualdad de condiciones, cuando el local vaya a ser objeto de nuevo arrendamiento. Los
detalles de la legislación mexicana no son tan acertados como sus principios inspiradores: no se
establece proporción entre el tiempo que ha durado la ocupación del local y el que ha de durar la
prórroga; no se precisa cuándo y cómo ha de solicitarse ésta ni se protege al arrendador contra
dilaciones extralegales ni al inquilino contra la violación de su derecho de preferencia, etc.

Con todo, la solución mexicana es preferible a la francesa, que si teóricamente deja en libertad al
propietario para celebrar un nuevo arrendamiento o abstenerse de hacerlo, lo amenaza en este caso
con la obligación de pagar al inquilino gravosas indemnizaciones ¡aun en caso en que está justificada
su negativa a contratar! Solución absurda, y que no se justifica por la consideración de los perjuicios
que resiente el comerciante, pues no es equitativo desplazarlos sobre el arrendador, máxime que
aquél pudo proveer a las consecuencias que resultaran del estricto cumplimiento del contrato,
mediante la constitución de una reserva; procedimiento que no sería lógico imponer a quien, como
arrendador, se limita a ejercer justificadamente su derecho.

Los comerciantes del Distrito Federal han sido grandemente favorecidos, en su calidad de
arrendatarios, por la ley de 24 de diciembre de 1948, en virtud de la cual se declararon prorrogados
todos los contratos de arrendamiento de locales destinados a comercio, de modo que el arrendador
no puede exigir la entrega del local ni celebrar un nuevo contrato con una renta aumentada.

Por reforma de 30 de diciembre de 1951 (D. O. de 15 de diciembre de 1951), se exceptuó de los


beneficios de la ley antes mencionada a los locales destinados a cantinas, pulquerías, cabarets,
espectáculos, juegos permitidos por la ley y centros de vicio. Ninguna otra excepción se ha
introducido a las normas sobre arrendamientos, de modo que en la actualidad disfrutan de sus
beneficios lo mismo el modesto establecimiento en que se expenden artículos de primera necesidad,
que la lujosa joyería que tiene libertad de fijar los precios a los que vende su superflua mercadería.

En diversos Estados de la República existen leyes similares a las del Distrito Federal. La Suprema
Corte, en diversas ejecutorias, ha considerado que la Ley de 1948 es aplicable exclusivamente a los
contratos celebrados con anterioridad, de modo que los celebrados posteriormente no gozan del
beneficio de la prórroga legal, sino que están sujetos al derecho común. Por no quedar amparados
por el decreto de congelación los contratos posteriores a 1948, dado el tiempo transcurrido, en
nuestros días sólo continúan congeladas las rentas en algunos locales, situados principalmente en el
centro del D. F.

El Proyecto de Código de Comercio de 1929 establecía un sistema de renovación de los contratos


de arrendamiento de locales destinados al comercio que, aun cuando inspirado en la legislación
francesa, no incurría en los excesos de ésta; tales disposiciones no hubieran podido adquirir carácter
de ley sin violar la Constitución, pues, en la gran mayoría de los casos, para el arrendador es civil el
acto mediante el cual cede, para una negociación, el uso de parte de un inmueble o de todo él, y el
legislador federal carece de competencia constitucional para imponer obligaciones a una persona,
que ni es comerciante ni ha celebrado un acto de comercio, por la mera circunstancia de que ha
contratado con un comerciante… o futuro comerciante. Mientras subsista la dualidad de las
legislaciones, civil y mercantil, y se reparta entre distintos órganos constitucionales la facultad de dar
normas en una y otra materia, será el legislador local a quien corresponda dictar las que fijan las
obligaciones de quienes no celebran actos de comercio.

El Anteproyecto de 1947 no contiene ninguna disposición sobre arrendamiento de locales


destinados a comercio. Pero en la revisión de dicho Anteproyecto, realizada en el año de 1952, por
una decisión mayoritaria se acordó formular una norma de remisión a una ley especial sobre
arrendamientos mercantiles, pues la propia mayoría juzgó que no era conveniente incluir su
regulación en el Código de Comercio por la prolijidad y variabilidad de las normas relativas.

En el Proyecto de 1960, subsiste esta norma de remisión (artículo 611) y se declaran mercantiles
los contratos de arrendamiento de inmuebles que se destinen a establecer o explotar en ellos una
empresa comercial o industrial. Como se indica, el legislador federal carece de facultades
constitucionales para regular las obligaciones de quien realiza un acto que, para él, es meramente
civil; no podría, en consecuencia, dictar una ley mercantil, de carácter federal, que regulara las
obligaciones de los arrendadores en general.
Por decreto publicado en el D. O. de 7 de febrero de 1985 se reformó la LPC (Ley de protección
Civil); entre otros cambios, se modificó el artículo 2° y se creó un 3° bis, actuando el legislador en
materia local, para someter a la protección de esa Ley, en el D. F., el arrendamiento de inmuebles
destinados para habitación. En consecuencia, quedaron excluidos los arrendamientos destinados a
comercio. La Procuraduría Federal del Consumidor ha estimado que no es competente para conocer
de conflictos suscitados por arrendamientos destinados a comercio, aun cuando ambas partes sean
comerciantes: criterio equivocado porque en estos casos se trata de actos mercantiles, y como se
presentan las hipótesis de los artículos 1°, 2° y 3° de la ley citada, se surte la competencia, como
autoridad federal, de la PFC.

Propiedad industrial

En el conjunto de derechos conocidos con el nombre, más o menos técnicamente apropiado, de


propiedad industrial, cabe distinguir el grupo de los que tienen la función de proteger la negociación
misma, de aquel otro cuyo contenido es un monopolio temporal de explotación. El primer grupo lo
forman el nombre comercial, la muestra y las marcas; el segundo, las diversas clases de patentes y
los avisos comerciales.

Esta materia está regulada actualmente por la Ley de la Propiedad Industrial (en lo sucesivo LPI),
anteriormente Ley de Invenciones y Marcas, publicada en el Diario Oficial de 21 de junio de 1991, en
la LIM no se utilizaba la expresión propiedad industrial, que sí se emplea para denominar la que se
encuentra vigente.

En la nueva ley se da competencia para su aplicación a la Secretaría de Economía; en la LIM se


da competencia para su aplicación a la Secretaría de Industria y Comercio pero en la posterior Ley
Orgánica de la Administración Pública Federal, de 22 de diciembre de 1976, publicada en el Diario
Oficial de 29 de diciembre de 1976 (reformas en D. O., 16 de enero de 1987) se da competencia a la
Secretaría de Comercio y Fomento Industrial para intervenir en materia de propiedad industrial
(artículo 34, fracción XIX), reviviendo así la expresión propiedad industrial.

Nombre comercial

Los diversos sistemas Iegislativos, y las construcciones doctrinales sobre ellos levantados,
entienden por nombre comercial ora el nombre bajo el cual una persona ejerce el comercio, ora el
nombre de la negociación mercantil. De la LPI resulta que este último es el concepto adoptado, pues
para que el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial proceda a su publicación en la Gaceta
(editada por el propio Instituto), ha de demostrarse "el uso efectivo del nombre comercial aplicado a
un giro determinado" (artículo 107).

A la misma conclusión cabría llegar sobre la base de los textos de la abrogada Ley de Propiedad
Industrial de 1942, pero era necesario el análisis de diversas normas para superar la confusión que
mostraban algunas de ellas. No parece afortunado, por lo contrario, el citado artículo 107 de la LPI, al
emplear la palabra giro con acepción diferente que la que registran los diccionarios, inclusive de
mexicanismos. Y que ni siquiera mantiene sistemáticamente, pues más anteriormente se habla, con
mucho mayor propiedad, "de la empresa o establecimiento… al que se aplique el nombre comercial"
(artículo 105), y, posteriormente, de "la empresa o establecimiento de que se trate" (artículo 109). Es
notorio, por tanto, que lo que ha de demostrarse es el uso efectivo del nombre comercial como
nombre de una empresa o establecimiento.

El nombre comercial en ocasiones es de pura fantasía (v. gr.: La Sirena); en otras alude más o
menos claramente al tráfico propio de la negociación (v. gr.: La Gran Sedería, El Libro Mayor); sin
que sea raro que incluya el apellido, o quizá el nombre propio o el apodo, del propietario (v. gr.: Casa
Novoa, Peluquería Marcelo, Zapatería del Pelón), o que se forme con el solo nombre del propietario,
lo cual es regla a la que se dan pocas excepciones cuando dueña de la negociación es una sociedad
con una denominación social (El Palacio de Hierro), pero que, por el contrario, es excepción muy rara
cuando la propiedad de la negociación es de un individuo (Antonio Pérez). Nótese que en este último
caso coinciden el nombre comercial y el nombre del comerciante; aun cuando, conceptualmente,
pueden separarse ambos, y ambos estén sujetos a un diverso régimen jurídico.

La doctrina muestra que entre los autores existe diversidad de opiniones respecto del concepto
del nombre comercial, basadas, en ocasiones, en la diferencia de los textos legislativos que
interpretan, pero que en otras sólo son consecuencias del criterio personal del tratadista. Así, en
Italia, antes de la vigencia del Codice Civile de 1942, unos autores consideraban que el nombre
comercial (ditta) era el nombre del comerciante; los más, distinguían entre nombre comercial
subjetivo y nombre comercial objetivo. En Francia y en España suele considerarse al nombre
comercial, como el nombre del comerciante.

Estas doctrinas adolecen todas del defecto de no ver que no existe un régimen jurídico propio del
nombre del comerciante como tal, según lo declara explícitamente ROCCO: "Y hay que reconocer
que en nuestro régimen jurídico no hay una disciplina distinta para el nombre civil que para el
comercial… todo lo cual significa que, jurídicamente, no existe nombre mercantil distinto del civil…”.
Lo cual es la mejor refutación de la pretendida ecuación entre el nombre del comerciante y el nombre
comercial. Claramente lo muestra así ROTONDI que sostiene con brillantez la igualdad: nombre
comercial = nombre de la negociación.

El Codice Civile de 1942, aunque lo juzgo un tanto ecléctico, se inclina a la tesis, que no se
comparte, de identificar el nombre del comerciante con el nombre comercial, pues exige que en éste
(ditta) figure aquél, o a lo menos su abreviatura (artículo 2563). Lo cual ha facilitado a FERRARA
combatir la tesis que distingue el nombre comercial subjetivo (ditta soggetiva) del nombre comercial
objetivo (ditta oggetiva), que ha seguido siendo sostenida, aun después de la reforma legislativa, por
otros autores.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación sí ha distinguido entre el nombre del propietario de un


establecimiento mercantil y el nombre de éste. El derecho al nombre comercial se adquiere por el
simple uso y "la protección abarcará la zona geográfica de la clientela efectiva de la empresa o
establecimiento al que se aplique el nombre comercial y se extenderá a toda la República si existe
difusión masiva y constante a nivel nacional del mismo" (artículo 105 LPI); el titular del nombre
comercial tiene acción para obtener de quienes lo imiten (artículo 90,fracciones VII, VIII y IX, LPI), o
usurpen, "la supresión de la marca registrada o aquella semejante en grado de confusión a la
previamente registrada, del nombre comercial, la denominación o razón social correspondiente y el
pago de daños y perjuicios…" (artículo 91, párrafo 4°, LPI), independientemente, la violación al
artículo 91 de la LPI “dará lugar a la aplicación de las sanciones a que se refiere esta Ley,
independientemente que se pueda demandar judicialmente…” (Sic artículo 91, párrafo 4°, LPI).

El empleo de un nombre comercial igual a otro que ya esté siendo usado por un tercero constituye
un delito, sancionable con tres a diez años de prisión y multa que va de dos mil a veinte mil días de
salario mínimo general vigente en el D.F. (artículo 224, LPI); si el nombre no es igual, sino
"semejante en grado de confusión" (artículo 213, frac. IV, LPI), ello constituye una infracción
administrativa que no dará lugar a penas de prisión, más a quien reincida con esta conducta caerá en
delito sancionable y se le “impondrán de dos a seis años de prisión y multa por el importe de cien a
diez mil días de salario mínimo general vigente en el Distrito Federal” (artículo 224, LPI).

No parece acertado distinguir la penalidad según que exista semejanza en grado de confusión o
identidad. Más lógica era la distinción de la Ley de Propiedad Industrial de 1942, que se basaba en
que el empleo del nombre se hiciese con dolo o sin él. Parece acertado que en caso de simple
infracción pueda imponerse una multa, y adicionarla "hasta por el importe de quinientos días de
salario mínimo general vigente en el Distrito Federal, por cada día que persista la infracción" (artículo
214, fracción II, LPI), mandato, o mejor dicho, mandamiento u orden, que ha de entenderse que
consiste, en el caso concreto, en no continuar el uso indebido del nombre, y, por lo contrario, que en
caso de que el delito no exista, a lo menos de modo directo, la posibilidad de reiterar la multa; de
igual forma parece acertado el hecho de poder clausurar temporal o definitivamente el
establecimiento que incurre en dicho supuesto (artículo 214, fracciones III y IV, LPI).

Facilita la protección al derecho sobre el nombre comercial su publicación en la Gaceta, pues para
obtenerla se debe comprobar su utilización (artículo 107, LPI), y por ello tal publicación "producirá el
efecto de establecer la buena fe en la adopción y uso del nombre comercial" (artículo 106, LPI). La
publicación no puede constituir una presunción absoluta, sino que ha de entenderse que, quien tenga
interés en ello, podrá demostrar que o no existía el uso o que él lo inició anteriormente a la persona
que obtuvo la publicación.

Se juzga más acertada la norma de la ley abrogada, conforme a la cual la publicación en la


entonces Gaceta de la Propiedad Industrial hacía presumir el dolo de quien usara ulteriormente el
nombre. ¿Subsistirá esta presunción respecto de las publicaciones realizadas bajo la vigencia de la
ley abrogada?

Cabe dudar del acierto de la norma, que mantiene el sistema de la anterior legislación, en cuanto
exige demostrar la utilización efectiva del nombre comercial, para proceder a su publicación, la cual
sólo puede solicitarse por quien esté usando el nombre comercial. ¿Por qué no puede buscarse la
protección legal desde el momento en que se planea la organización de una negociación o empresa
o cuando se inician sus operaciones?

“Los efectos de la publicación de un nombre comercial durarán diez años, a partir de la fecha de
presentación de la solicitud y podrán renovarse por periodos de la misma duración. De no renovarse,
cesarán sus efectos” (artículo 110, LPI). “Si una marca no es usada durante tres años consecutivos
en los productos o servicios para los que fue registrada, procederá la caducidad de su registro, salvo
que su titular o el usuario que tenga concedida licencia inscrita la hubiese usado durante los tres
años consecutivos inmediatos anteriores a la presentación de la solicitud de declaración
administrativa de caducidad, o que existan circunstancias surgidas independientemente de la
voluntad del titular de la marca que constituyan un obstáculo para el uso de la misma, tales como
restricciones a la importación u otros requisitos gubernamentales aplicables a los bienes o servicios a
los que se aplique la marca” (artículo 130, LPI). Es innecesario señalar la gran importancia que tiene
el nombre de la negociación para conservar y aumentar la clientela, protegiendo así el valor de la
propia negociación.

No parece posible sostener que el nombre comercial, o como se prefiere decir, el nombre de la
negociación, esté formado de otro modo que por palabras. Sin embargo, no solamente con palabras
se identifica una negociación, sino también por medio de signos, dibujos o esculturas, que
constituyen la muestra o emblema.

Lo mismo la imagen de un santo que la escultura de un animal o un objeto cualquiera puede servir
de muestra, bien por sí mismas, bien junto con la correspondiente expresión verbal: Librería de San
Jorge, Droguería del Elefante, Hostería del Laurel, etc. En ocasiones, la muestra es completamente
arbitraria, de pura fantasía; recuérdese el muñeco dibujado con triángulos que caracteriza a una de
las dulcerías de la capital. Hay también muestras genéricas y simbólicas como el cilindro policromo
que tradicionalmente señala a las barberías.

Si bien la muestra, primitiva y principalmente, sirve para indicar cuál es el local de la negociación,
colocándola en su exterior, hoy en día se utiliza con gran frecuencia reproduciéndola en los papeles,
sellos, anuncios, etc., llegándose a extremo de que el emblema pierde su primera función y no se
utiliza para mostrar ostensiblemente el local, sino sólo para caracterizar los actos de la negociación.
Así sucede con el águila, emblemática de la Compañía de seguros sobre la vida, La Latinoamericana
(sustituida ulteriormente por la imagen de la Torre Latinoamericana), la cabeza de perro que
caracteriza a una compañía de fianzas, etc.

Muy deficiente era en la legislación mexicana la protección concedida a la muestra o emblema, en


cuanto excede de las palabras que constituyen el nombre comercial, pues su titular sólo quedaba a
cubierto de usurpaciones o imitaciones en cuanto forma original de anunciar la negociación, durante
un plazo de diez años, que es el fijado, con el carácter de improrrogable, por el artículo 175 de la
LIM, como término de los efectos del registro de un aviso comercial. En la actualidad esta muestra,
emblema o signos se protegen por el mismo periodo de tiempo y bajo las mimas condiciones que el
nombre comercial.

Ninguna razón justificaba la prohibición de renovar el registro de un emblema, que fue introducida
en nuestro derecho por la Ley de Marcas, Avisos y Nombres Comerciales de 1928, ya que la ley de
1903 permitía la renovación indefinida del registro de los avisos comerciales. El Código de comercio
de 1884 protegía también las muestras sin limitación temporal alguna y las regulaba con este nombre
(artículos 1434 a 1441).

Nombres y emblemas de las negociaciones editoriales y tipográficas

Anteriormente, según resultaba de los artículos 119, fracción VII, y 131 de la Ley Federal de
Derechos de Autor, era obligatoria la inscripción en el registro de derechos de autor de "los
emblemas o sellos distintivos de las editoriales, así como las razones sociales o nombres y domicilios
de las empresas o personas dedicadas a actividades editoriales o de impresión". La falta de
inscripción se sancionaba, según resultaba del artículo 143, con multa de cincuenta a diez mil pesos.

Nombre del comerciante, nombre de la negociación y muestra

Se ha distinguido el nombre del comerciante del nombre de la negociación, o nombre mercantil en


sentido estricto. Los autores que, por lo contrario, consideran que el nombre comercial es el nombre
del comerciante suelen identificar el nombre de la negociación con el rótulo o emblema del
establecimiento (insegna).

Pero se cree que no solamente puede distinguirse el nombre de la negociación (nombre comercial
en el sentido que se adoptó) del rótulo del establecimiento, o como se prefiere decir, más
castizamente, de la muestra, sino que, un poco sutilmente si se quiere, cabe distinguir más, la
muestra del emblema, y el nombre de la negociación del nombre del establecimiento.

En efecto, el nombre es, por esencia, una palabra o conjunto de palabras con el cual se designa a
la negociación o al local en que está establecida (establecimiento). El emblema es la representación
plástica de la negociación cuya manifestación tangible en el exterior del establecimiento constituye la
muestra.

Un ejemplo de fantasía aclarará esta distinción: Helados y Dulces, S. A., es propietaria de la


negociación Nevería Polar (nombre de la negociación), cuyo emblema es un oso blanco en
determinada actitud (emblema en sentido estricto), que realizado en bulto ostenta sobre la fachada
de cada establecimiento (muestra), que tiene un nombre que lo distingue de los demás: Merendero
de Las Lomas de la Nevería Polar (nombre del establecimiento).
En el Anteproyecto de 1947 se precisó claramente que el nombre comercial es el nombre de la
empresa o negociación y que su protección se extiende al campo de la actividad propia del titular; en
la revisión de 1952 se amplió aún más la protección al nombre comercial, pues no se restringió al
campo de la actividad propia del titular, y ésta sirve sólo para presumir el dolo penal, cuando la
usurpación o imitación se realiza dentro de dicho campo. Las muestras, emblemas y avisos
comerciales siguen el régimen de las marcas, y, por lo tanto, su protección puede extenderse
indefinidamente en el tiempo, mediante las oportunas renovaciones.

Marcas

No le basta al comerciante identificar su negociación por medio de un nombre, que combinado con
dibujos y exteriorizado constituye la muestra que guía al público hacia el establecimiento respectivo,
sino que le interesa que las mercancías que produce o expende puedan ser fácilmente distinguidas
de otras similares, y fomentar así el incremento de la demanda del producto por parte de aquellos
grupos que aprecian sus peculiares cualidades.

Para la identificación de las mercancías se utilizan las marcas, signos puestos sobre ellas o sus
envolturas, y que pueden consistir en el mismo nombre del comerciante o de la negociación o en
cualquier otra designación peculiar de fantasía; en el emblema de la negociación o en su símbolo o
en un dibujo cualquiera; en una combinación determinada de colores, etc.

Las marcas se dividen, tradicional y doctrinalmente, en dos clases: las industriales y las
comerciales. Las primeras son las empleadas por el productor de las mercancías; las segundas, por
el que las vende, que puede añadir su propia marca a la del productor, sin embargo, es frecuente
emplear la expresión marca industrial englobando las dos clases. Las marcas de servicios, existentes
en la realidad, no habían sido previstas en la LPI de 1942; actualmente ya están reguladas en la
nueva LPI (artículo 87).

Aunque quien por primera vez emplea una marca adquiere, por el simple uso el derecho a que no
sea usurpada ni imitada, la protección de tal derecho es mucho más enérgica y fácil cuando la marca
se registra en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, la cual no procede al registro si no es
previa comprobación de la novedad de la marca, es decir, de que no es idéntica o semejante a otra
cuyo registro está en vigor.

Tal es el sistema germánico, implantado en México desde 1928, y que se contrapone al sistema
francés, anteriormente vigente en nuestro país, conforme al cual el registro se hace sin ningún
examen de novedad, quedando a salvo los derechos que tuvieran los que con anterioridad hubiesen
registrado marcas similares.

Los efectos del registro de una marca duran diez años, susceptibles de prórroga indefinida, por
periodos de igual duración (artículo 95, LPI). Sin embargo, la falta de uso de la marca por tres años
caduca el registro, sin que ello sea obstáculo a que pueda renovarse, si así se solicita dentro del
periodo de vigencia (artículo 130, LPI).

Las marcas pueden trasmitirse por los diversos medios del derecho civil; su transmisión no surte
efectos sino después de inscrita en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial y tampoco surte
efectos contra terceros mientras no se registre en el mismo (artículo 62, LPI). El titular de una marca
puede celebrar un contrato en virtud del cual permita a un tercero el uso de ella; los productos del
usuario deberán ser de calidad, forma y naturaleza equivalentes a los de aquél (franquicia).

Conforme a la Ley Sobre el Control y Registro de la Transferencia de Tecnología y el uso y


explotación de Patentes y Marcas (publicada en el Diario Oficial de 11 de enero de 1982) era
obligatorio inscribir en el registro creado por esta ley el contrato que concedía la licencia de uso
(artículo 2° inciso a). Actualmente se regula dicha transferencia en el Título Segundo, Capítulo VI de
la LPI y su inscripción se realiza ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.

Los contratos celebrados al entrar en vigor la primera ley (Ley Sobre el Registro de la
Transferencia de Tecnología y el uso y Explotación de Patentes y Marcas, de Diario Oficial de 30 de
diciembre de 1972), debieron presentarse a la entonces Secretaría de Industria y Comercio, dentro
de los noventa días siguientes al de dicha vigencia, y la Secretaría se habría de limitar a tomar nota
de ellos, sin analizar sus estipulaciones; pero deberán ajustarse, en cuanto a su contenido, a los
requisitos que la propia ley establece, dentro de un plazo de dos años (artículo 2° transitorio); si no
se cumple la obligación de inscripción en el registro, el contrato no produce efectos jurídicos (artículo
10). Los contratos que en lo futuro se celebren no se inscribirán, y por tanto carecerán de eficacia
jurídica si en su contenido no se ajustan a lo exigido por dicha ley (artículo 15). La usurpación o
imitación de una marca se castiga con multa y pena corporal, además de producir una acción de
daños y perjuicios a favor del titular.

Desde 1947, se llevaron al anteproyecto de Código de Comercio los principios básicos de la


regulación de las marcas, en lo que se refiere a las relaciones entre particulares. RANGEL MEDINA
critica el sistema seguido, por considerar que el derecho de las marcas, como, probablemente, todo
el derecho de la propiedad industrial, es una parte del derecho administrativo. La opinión que aceptó
la Comisión redactora del Proyecto, distingue normas de derecho privado, que regulan relaciones
entre particulares, con relación a las marcas, patentes, etc., de las relaciones entre los particulares y
el Estado, para obtener la especial protección que concede la Ley de Propiedad Industrial. La
distinción se ve particularmente clara en materia de marcas, ya que el derecho a éstas puede
adquirirse por el simple uso, sin necesidad de acto administrativo alguno. El Codice Civile de 1942
contiene poco más de treinta artículos sobre enseña, marcas y patentes; paralelamente rigen en
Italia leyes, de contenido predominantemente administrativo, que regulan la materia.

Patente

Se llama patente tanto el derecho de aprovechar, con exclusión de cualquier otra persona, bien un
invento o sus mejoras, bien un modelo industrial, como el documento que expide el Estado para
acreditar tal derecho. Según resulta de la definición anterior, las patentes son de tres clases: a) de
invención; b) de mejoras, y c) de modelo o dibujo industrial.

La patente surte sus efectos durante veinte años (artículo 23, LPI), transcurridos los cuales el
invento cae en el dominio público, es decir, puede ser explotado por cualquiera. Para la subsistencia
de la patente es preciso explotarla efectivamente, y cubrir al Estado, periódicamente, los derechos
correspondientes; si no se inicia la explotación dentro de los tres años siguientes a la fecha en que
se expidió la patente, cualquier interesado que demuestre capacidad técnica puede obtener del
Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial una licencia obligatoria (artículos 70 y 71, LPI), que lo
faculta para explotar por sí mismo el invento, con la obligación de entregar al titular de la patente las
regalías que, con audiencia de las partes, señalará el mencionado Instituto (artículo 73, LPI), así
como el "término de su duración" (artículo 72,LPI).

Conforme a la abrogada LPI, también podía obtener licencia obligatoria el titular de una patente de
invención, para utilizar la de mejoras relativas a su propia invención; no se encuentra en la LIM que
exista esta posibilidad, y, por tanto, sólo mediante convenio podía el titular de una patente de
invención utilizar la de las correspondientes mejoras.

En todo caso existe la posibilidad de que el titular de una patente conceda, mediante convenio,
una o varias licencias para su explotación, las cuales deben ser aprobadas y registradas por el
Instituto; el contrato mediante el cual se conceda la licencia debe ser aprobado administrativamente.
Si no se celebra pacto de exclusiva, la concesión de una licencia no excluye la posibilidad de que se
otorguen otras. En iguales condiciones puede trasmitirse el derecho a la patente.

La invasión de la patente, esto es la ilícita explotación del invento por ella amparado, da lugar a
sanciones penales. También se da acción civil para obtener la reparación del pago de los daños y
perjuicios sufridos con la invasión, sin que se establezca de modo directo la posibilidad de hacer
cesar la indebida explotación; administrativamente, en caso de infracciones a la LPI, pueden
imponerse multas por cada día que transcurra sin que se obedezca el mandato (sic) de abstenerse
de invadir una patente.

El titular de una patente puede conceder licencia para el uso de ella a terceros, sea otorgándoles
la exclusiva, sea reservándose conceder nuevas licencias (artículo 63, LPI). Es aplicable a las
licencias y al uso de patentes lo dicho con respecto a las marcas en cuanto a las disposiciones de la
LPI. Es aplicable a las patentes lo dicho, al hablar de las marcas, respecto de los sistemas germánico
y francés.

También se llevaron al proyecto de Código de Comercio, desde 1947, los principios


fundamentales del derecho de patentes. Subsiste esta redacción en el proyecto de 1960. Una
innovación importante de la LIM fue la introducción de los certificados de invención (hoy
consideradas solicitudes de patente), que podían obtenerse en ciertos casos en los cuales no se
permitía la expedición de una patente. El certificado de invención no daba derecho al uso exclusivo
de ésta, pero sí permitía exigir regalías de las personas que la utilicen.

Avisos comerciales

Como ya se dijo al hablar de la enseña o muestra, los avisos comerciales, cuando tienen alguna
originalidad, algo característico, reciben la protección dada a la propiedad industrial pero limitada a
un plazo de diez años, y puede renovarse por periodos de la misma duración.

Derechos de autor

La Ley Federal del Derecho de Autor, de 24 de diciembre de 1996, regula el derecho que se tiene
sobre una obra literaria, didáctica, escolar, científica o artística para usarla y autorizar su uso. La
protección que otorga dicha Ley se obtiene por la simple creación de la obra, sin que sea necesario
depósito o registro previo, salvo algunos casos de excepción.
Por su parte, los editores de las obras de que se trata, y de los periódicos y revistas, tienen
derecho exclusivo al uso de las características gráficas originales que sean distintivas de la obra o
colección de obras respectiva. Aun cuando, como ya se indicó, no es necesario registro alguno para
gozar de la protección legal, la inscripción en el registro que al efecto lleva la Secretaría de
Educación Pública a través de su órgano desconcentrado, el Instituto Nacional del Derecho de Autor,
establece la presunción a favor de la persona que la obtiene, de ser el creador de la obra respectiva.

El derecho de autor subsiste durante la vida de éste y cien años después de su muerte. Dentro de
los derechos de autor se incluye el que concede el uso exclusivo de la cabeza o título de un
periódico, noticiero cinematográfico o programa de radio. La violación de los derechos de autor
acarrea a quien la comete, sanción pecuniaria y corporal, sin perjuicio de la indemnización que
corresponda al titular, la cual nunca ha de ser inferior al 40% del precio de venta al público de las
obras, multiplicado por el número de ejemplares en que se haya hecho la reproducción ilegal (artículo
216 bis, LFDA).

Es obvio que los derechos de autor deben incluirse entre los elementos de la negociación, con el
mismo título que las patentes, aunque ni éstas ni aquéllos sean esenciales, en cuanto hay
negociaciones en que no figuran ni los unos ni las otras. Pero en las negociaciones editoriales, en las
de espectáculos, etc., los derechos de autor tienen gran importancia y pueden ser uno de los
elementos determinantes de su valor. Se plantea el problema, en algunas ocasiones, de si los
derechos sobre un dibujo, una escultura, un grabado, etc., pueden basarse en la Ley de la Propiedad
Industrial o en la del Derecho de Autor, o si pueden gozar, acumulativamente, de la protección de
ambas.

Personal

Para el buen funcionamiento de la negociación es preciso que colabore un grupo de personas,


cuyos servicios se prestan en virtud de la relación jurídica en que se encuentran respecto del dueño
de aquélla y, que las más de las veces, constituye una relación de trabajo. Las cualidades peculiares
de quienes forman el personal son, en ocasiones, de máxima importancia para la negociación, y de
aquí que los derechos a la prestación de los servicios del personal no pueden omitirse al mencionar
los elementos constitutivos de la negociación mercantil.

Un restaurante no conservaría su clientela si perdiese al jefe de cocina, cuyas habilidades


culinarias la han constituido; una tienda de modas finca su prestigio en el buen gusto y tacto de sus
empleados; la prosperidad de una compañía de seguros depende, en gran parte, de su cuerpo de
agentes, etc.

La protección jurídica de los derechos al personal es insuficiente para precaver de las veleidades
de quienes lo forman y de las incitaciones de los competidores. El artículo 40 de la Ley Federal del
Trabajo reproduce lo mandado en el artículo 5° constitucional, y limita a un año el plazo durante el
cual es obligatorio para el trabajador prestar sus servicios; transcurrido tal lapso, le es perfectamente
licito abandonar la negociación en la que prestaba sus servicios y ofrecerlos a un nuevo patrón; pero
hay más, en la práctica es punto menos que imposible hacer efectiva la responsabilidad civil en que
incurre el trabajador que infrinja el contrato y abandone su empleo. Sólo excepcionalmente podría
obtenerse una indemnización, basándose en el artículo 1910 del Código Civil, a cargo del competidor
que ha inducido a un trabajador a abandonar su empleo.

Como BARRERA GRAF distingue entre empresa y hacienda, estudia al personal como un
elemento de la empresa; y los demás que se han considerado en esta sección, como elementos de
la negociación, los enumera como elementos de lo que él llama hacienda. Considera, en cambio, que
“las consecuencias patrimoniales de los contratos de trabajo que vinculan a dicho personal con la
empresa, forman parte de la hacienda".

Si débiles son los vínculos jurídicos que sujetan al trabajador, fortísimos son los que ligan al
patrón. El contrato de trabajo no puede rescindirse unilateralmente sin justa causa, subsiste mientras
no desaparezcan las circunstancias que le dieron origen, y, con el transcurso del tiempo, tienden a
aumentar las obligaciones del patrón.

Son las obligaciones patronales las que muestran la esencial conexión entre los conceptos de
contrato de trabajo y negociación, pues el dador de trabajo contrae aquéllas en cuanto es propietario
de ésta, y así en caso de enajenación, el adquirente queda subrogado ope legis en las
responsabilidades patronales, y sólo durante seis meses subsisten las del enajenante, que, por el
transcurso de dicho lapso, queda exonerado de las obligaciones que contrajo personalmente (artículo
41 de la Ley Federal del Trabajo). De este modo se ve claramente cómo la relación laboral constituye
un elemento, activo y pasivo, de la negociación mercantil.
Los elementos corpóreos

Hay que indicar que pese a la opinión dominante, parece dudoso que entre ellos haya de incluirse
a las mercancías; éstas, más que un elemento de la negociación, se consideran como su objeto; e
indudablemente no es lo mismo el instrumento que aquello a lo que se aplica. Los elementos de la
negociación propiamente tales pierden su razón de ser y su valor separados de ella; las mercancías
no están en el mismo caso. Y esta consideración tiene claras repercusiones jurídicas, en casos de
enajenación, embargo, etc.

CARÁCTER JURÍDICO DE LA NEGOCIACIÓN

Variadísimas son las teorías que se han formulado sobre la negociación mercantil: unas veces se
piensa que es una persona, otras que un patrimonio y otras más que es a la vez persona y
patrimonio; ora se le considera como una organización ora como idea organizadora; unos la
consideran un negocio jurídico; otros como un derecho, otros como un régimen legal; la idea más
difundida es la de considerada como una universalidad, aun cuando no son escasos quienes la
consideran carente de unidad y como un mero nombre aplicado a una pluralidad heterogénea de
objetos; recientemente, se la ha considerado como un bien inmaterial.

Personificación de la negociación

Partiendo de la indudable unidad económica y contable de la negociación mercantil, un grupo de


tratadistas sostiene que tiene una personalidad jurídica distinta del comerciante, que no es sino el
primero de sus empleados. La negociación, como las otras personas, arguye esta doctrina, tiene un
nombre, un patrimonio, un domicilio y una nacionalidad. Subsiste, aun cuando cambien sus titulares,
y por ello, tal circunstancia no extingue ni los contratos de trabajo ni los de mandato; el adquirente no
sólo está obligado a cubrir las deudas relativas a la negociación, sino que está facultado para exigir
los créditos originados con relación a ella; los acreedores mercantiles sólo pueden hacer efectivos
sus créditos sobre los bienes de la negociación, al paso que los acreedores del comerciante por
causa civil sólo pueden cobrarse sobre su patrimonio personal, etc. Las afirmaciones de los
sostenedores de la doctrina de la personalidad de la negociación o no resultan exactas para ningún
derecho positivo o no tienen el alcance que pretende dárseles.

Que la negociación no tiene un patrimonio propio, resultará, por mayoría de razón, de las críticas a
la doctrina que la considera como tal patrimonio; tampoco es cierto que tenga un domicilio y una
nacionalidad; en ninguna ley positiva puede basarse la atribución de uno u otra. Puede pactarse, al
transmitir una negociación, que el adquirente se haga cargo de su activo y de su pasivo, y si cumple
los requisitos de una cesión de créditos podrá hacerlos efectivos el nuevo titular; pero el enajenante
no se exonera, sin el consentimiento de todos y cada uno de los acreedores de la responsabilidad
adquirida respecto de ellos; el comerciante responde de sus deudas con todos sus bienes (artículo
2964 del CCF), tanto frente a los acreedores civiles como frente a los mercantiles; y si bien nuestras
leyes conceden una prelación a estos respecto de aquellos, tal prelación se aplica a todo el
patrimonio del deudor y no sólo a su negociación mercantil.

Claro es que la aludida posibilidad de que se pacte la transmisión de los créditos y deudas de una
negociación al adquirente de ella, lejos de ser una prueba de su personalidad lo es de que quienes la
tienen son el adquirente y el enajenante, titulares de los créditos que se transmiten. Tampoco es
probatoria la existencia de un nombre de la negociación, pues el derecho reconoce implícitamente no
sólo el nombre de las personas, sino el de las cosas (v. gr.: un predio rústico).

Por último, la subsistencia de los contratos de trabajo, aun cuando habla claramente de la unidad
jurídica de la negociación, no es prueba de su personificación; el fenómeno puede ser explicado sin
dotarla de personalidad, y las palabras mismas del precepto respectivo (artículo 41 de la LFT)
muestran claramente que son los patrones quienes tienen obligaciones: es decir, personalidad
jurídica.

Digresión sobre los conceptos de patrimonio, universalidad de derecho y universalidad de


hecho

Antes de proseguir el examen de las diversas doctrinas sobre la negociación mercantil, conviene
recordar algunos conceptos de derecho civil, fijando el sentido en que se emplean, ya que no
concuerdan en su alcance todos los autores. Patrimonio, según la opinión que cabe calificar de
tradicional, es el conjunto de derechos y obligaciones de una persona, susceptibles de ser
apreciados en dinero. De esta definición se deduce que una persona no tiene sino un patrimonio,
consecuencia que, sin embargo, no es aceptada por los mismos que proponen la definición que sirve
de premisa; lo cual muestra que tal definición no es correcta.

Es cierto que patrimonio es un conjunto de derechos y obligaciones que forman unidad, que como
tal puede ser objeto de negocios jurídicos: transmisión hereditaria, donación universal. El heredero o
el donatario adquieren los bienes de su causante, pero con la carga de soportar sus obligaciones,
que, sin embargo, no pueden hacer efectivas en bienes del adquirente distintos de los que se le
transmitieron por herencia o donación (artículos 1678, 1780, 1787, 2347, 2355, 2990, 2991 y 2992
del CCF). Así resulta que el derecho civil positivo distingue implícitamente dos o más patrimonios de
una misma persona: el propio y los adquiridos por herencia o donación.

Si se rompe la ecuación entre persona y patrimonio no queda de éste sino el lazo virtual y jurídico
que une el conjunto de bienes que lo forman y que están afectos al pago de las obligaciones
relativas. Una unidad de este tipo es lo que tradicionalmente se llama universalidad de derecho,
universitas juris, que se caracteriza: a) porque su existencia resulta de la ley misma; b) porque no se
compone sólo de derechos, sino que también incluye obligaciones, que pueden hacerse efectivas
sobre tales derechos y sólo sobre ellos.

Por el contrario, se tendrá una universalidad de hecho, universitas facti, cuando se reúne una
pluralidad de objetos que, no obstante estar físicamente separados, forman una unidad económica y
jurídica (los ejemplos clásicos son: una biblioteca, un rebaño). Contrariamente a la universalidad de
derecho, se caracteriza la de hecho porque: a) su existencia resulta del hecho del hombre; b) en ella
no entran deudas que graven exclusivamente la universalidad. Que las universalidades de hecho no
sean creadas por la ley no significa que no sea reconocida por ella su existencia.

La negociación como patrimonio

Sin llegar a personificar la negociación, algunos autores la consideran como un patrimonio


autónomo, del que es titular el comerciante, quien tiene también un patrimonio civil. Esta tesis choca,
abiertamente con la posibilidad de que las deudas del comerciante, civiles o mercantiles, puedan
hacerse efectivas, indistintamente, sobre los bienes que forman la negociación a sobre los que le son
extrañas. Tampoco concuerdan con el derecho positivo las consecuencias que se sacarían de
considerar como un patrimonio autónomo a la negociación, en caso de que se enajene, pues ello en
nada mengua la responsabilidad del enajenante por las deudas concernientes a la negociación, ni
hace responsable ipso iure al adquirente.

Sin embargo, debe recordarse que, conforme al derecho del trabajo, sí se opera una transmisión
de obligaciones, conservándose temporalmente la del enajenante, con lo que se esboza una
autonomía patrimonial de la negociación; aunque el fenómeno puede explicarse, como ya se ha
indicado, sin recurrir al concepto de patrimonio autónomo.

De modo semejante, en la Ley del Seguro Social (artículo 290), se establece que, en caso de
sustitución de patrón, el sustituido será solidariamente responsable con el nuevo de las obligaciones
derivadas de la ley, nacidas antes de la fecha en que se avise al Instituto, por escrito, la sustitución.
Esta responsabilidad dura un año, concluido el cual toda responsabilidad será imputable al nuevo
patrón. En el precepto legal citado, no se emplea directamente el concepto de negociación o de
empresa; y, seguramente para evitar que se pretenda burlar la norma, se establece que se
considerará que hay sustitución de patrón en el caso de transmisión, por cualquier título, de los
bienes esenciales afectos a la explotación, con ánimo de continuarla.

En el Proyecto de Código de Comercio de 1929, si se establecía expresamente la posibilidad de


configurar la negociación como un patrimonio, mediante el beneficio del capital limitado; pero como
se trataba de una mera posibilidad, no podía afirmarse que, por esencia, la negociación fuera un
patrimonio; y, en efecto, el propio proyecto la consideraba no como una universalidad de derecho,
sino como una universalidad de hecho (artículo 580).

En el derecho comercial marítimo, el naviero es titular de varios patrimonios, pues cada buque con
sus pertenencias y accesorios, constituirá la fortuna de mar. Respecto de la negociación, o si se
prefiere la terminología de la propia ley, respecto de la empresa marítima, es válida la teoría del
patrimonio, que no es de aceptarse con carácter general, pues los derechos y obligaciones
provenientes de la navegación de un buque, se ejercitarán sólo en el ámbito de la fortuna de mar que
constituye y la responsabilidad del naviero se limitará a la fortuna de mar que constituya un buque en
el caso de toda obligación derivada directamente del proceso de la navegación.

La negociación como persona y como patrimonio

VALÉRY considera que en la negociación lato sensu debe distinguirse: un grupo de personas (el
titular y sus auxiliares) y un grupo de bienes y obligaciones. El primero constituye la casa de
comercio (maison de commerce), dotado de personalidad, y cuyo patrimonio lo forma el segundo
grupo, que constituye en sentido estricto la negociación (fonds de commerce). Las observaciones
formuladas a las anteriores tesis son aplicables a la de VALÉRY.

La negociación como negocio jurídico


CARRARA encuentra la esencia de la negociación en ser una combinación de personas que
persiguen un mismo fin, lo cual no puede lograrse sino mediante un negocio jurídico: el negocio
hacendal (aziendale), que el propio autor define como un acuerdo entre empresario, trabajadores y
capitalistas, con el fin de conseguir, mediante la coordinación de sus prestaciones, los resultados
productivos que son la razón de ser de la combinación.

Esta teoría ignora que las prestaciones de trabajadores y capitalistas, las obtiene el empresario-
comerciante en virtud de una serie de contratos de contenido específico, y que sería falsear la
voluntad de las partes suponerles la intención de añadir a cada contrato un pretendido negocio
hacendal, cuyo contenido –el incremento de la negociación- falta por completo, al menos en la
mayoría de los casos.

La negociación como derecho

Hada el exterior, el negocio hacendal, según el propio CARRARA, se manifiesta, como el derecho
del empresario derivado de las relaciones establecidas con los factores de la producción. Pero es
notorio que tal derecho no es otro, en cada caso, que el que nace del respectivo contrato:
arrendamiento, trabajo, apertura de crédito, etc. También BRUGEILLES considera la negociación
como un derecho semejante al usufructo, pues es un desmembramiento de la propiedad, sin ser, no
obstante, un derecho real.

Cierto que BRUGEILLES no habla literalmente de la negociación (fonds de commerce), sino de la


empresa (entreprise), Pero ya se indicó la anarquía terminológica que reina, y que permite, en
ocasiones, tomar como sinónimas ambas expresiones. La doctrina ahora considerada reduce la
negociación a uno de sus elementos, el derecho al local, por lo cual resulta insuficiente para explicar
lo que la negociación es.

La negociación como pluralidad de cosas

Una fuerte corriente de opinión se niega a ver en la negociación una unidad jurídica de cualquier
clase, y la considera como un simple nombre, con el cual se señala un acervo integrado por
elementos heterogéneos, y sin nexo jurídico alguno, cada uno de los cuales está sometido a su
propio régimen jurídico. Cuando un acto jurídico tiene como objeto aparente una negociación, debe
interpretarse como un grupo de actos cuyos objetos son, en realidad, los diversos elementos de ella,
siendo distinta, respecto de cada uno, la calificación jurídica que ha de darse al correspondiente
negocio.

Esta doctrina desconoce la realidad al negar una vinculación funcional entre los elementos de la
negociación; la muestra no tiene sentido sin referencia al establecimiento; las marcas de nada sirven
si no se aplican a las mercancías; el derecho al uso del local, de enorme valor para determinado giro,
puede carecer de él si hubiesen de ejercerse otras actividades. La unidad del fin es lo que anima a
elementos dispares, en un todo armónico; perdida la unidad, aislado cada elemento, se transforma
en un cuerpo muerto lo que era potente organismo, económico. Negar la unidad esencial de la
negociación, reduce su realidad a la de sus componentes: equivale a negar la existencia de un
metazoario y aceptar sólo la de las células que lo componen.

La negociación como universalidad de hecho

No solamente se coordinan los distintos elementos de la negociación en una unidad económica y


funcional; no solamente se la considera como objeto unitario de negocios jurídicos, sino que la
misma ley reconoce su existencia propia, y la protege contra la disgregación de sus componentes; al
efecto, permite su explotación por cuenta de un incapacitado, cuando éste la adquiere a título gratuito
(artículo 556, CCF), y fija el monto de la garantía que ha de otorgar, en tal caso, el representante del
incapacitado, procura su adjudicación a favor de aquel de los herederos que mayores aptitudes tiene
para continuar explotándola (artículo 1772, CCF); no permite el embargo de los elementos
necesarios para su funcionamiento, aunque sí el de la negociación como unidad; recomienda su
enajenación en conjunto en caso de quiebra; tipifica como delito de fraude su enajenación sin
consentimiento de los acreedores, o sin que el adquirente se haga cargo de pagar el pasivo; etc.

Si los textos legales que citados tienen como fin conservar la unidad de la negociación, muchos
más pueden invocarse, tomados de toda clase de leyes, que tienen como supuesto tácito la
existencia unitaria de la negociación. Puede, pues, concluirse que es certera la opinión de buen
número de tratadistas, de que la negociación es una universalidad de hecho, universitas facti, ya que
las diversas partes que la componen, por obra del comerciante cuya es, se integran en la unidad de
un todo, de una cosa compuesta, que, sin embargo, en cuanto carece de un pasivo propio y no está
formada, aunque sí reconocida, por la ley, no puede ser considerada como una universalidad de
derecho.

El Proyecto de 1929 expresamente declaraba, en su artículo 580, que la negociación es una


universalidad de hecho. El de 1947 no contiene una declaración similar, pero establece un régimen
unitario para la negociación, lo cual implica el considerarla como una universalidad. La redacción de
1960 conserva la misma solución.

Negocios que tienen por objeto la negociación

Si la negociación es una cosa compuesta, una universalidad de hecho, es indudable que sobre
ella pueden recaer todos los negocios que pueden tener como objeto una cosa. Así, la negociación
puede ser objeto de una compraventa, que en la práctica toma el nombre de traspaso; puede ser
dada en arrendamiento o en hipoteca; puede desmembrarse su propiedad, recayendo en una
persona el dominio y en otra el usufructo, lo cual sucederá, principalmente, en caso de transmisión
hereditaria.

Cada negocio jurídico, al recaer sobre la negociación, ofrece peculiaridades cuyo estudio
encuentra lugar al realizar el de la respectiva institución jurídica. Se requiere autorización de la
Comisión Nacional de Inversiones Extranjeras, según la rama de la actividad económica, para que se
adquiera una negociación, o una cuarta parte de la titularidad de ella, o bien el 49% de sus activos
fijos, mediante una inversión extranjera (artículos 8° y 9° de la LIE), tal como la define el artículo 4°
de la ley de la materia.

Se equipara a la adquisición, el arrendamiento de la negociación, o de los activos esenciales para


explotarla. Previamente a la autorización, es necesario que la Comisión Nacional de Inversiones
Extranjeras resuelva que la operación es conveniente para los intereses del país –quizá haya de
entenderse que no es perjudicial para ellos.

DEBERES Y DERECHOS DE LOS COMERCIANTES

La profesión mercantil, por sí misma, impone a quienes la ejercen algunos deberes jurídicos, y,
eventualmente, les confiere derechos, o a lo menos, es tomada en consideración por las normas
jurídicas, para atribuirles una posición más ventajosa de la que les correspondería de no tener el
carácter de comerciante.

Los deberes profesionales del comerciante son: a) anunciar su calidad mercantil (artículo 16,
fracción I, Co.Co. actualmente derogada); b) inscribir en el Registro de Comercio determinados
documentos; c) llevar libros de contabilidad, y d) conservar su correspondencia; estos deberes del
artículo 16 del Co.Co. Diversas leyes administrativas imponen otras obligaciones a los comerciantes.
No hay precepto legal alguno que enumere los derechos de los comerciantes.

PUBLICIDAD MERCANTIL

La publicidad legal mercantil se efectúa, por una parte, mediante circulares e inserción de
anuncios en el periódico oficial; por otra parte, a través del Registro de Comercio. Conforme a lo que
establecía el artículo 17 del Código de la materia (hoy derogado), "los comerciantes tienen el deber:

"I. De participar la apertura del establecimiento o despacho de su propiedad, por los medios de
comunicación que sean idóneos en las plazas en que tengan domicilio; sucursales, relaciones o
corresponsales mercantiles; esta información dará a conocer el nombre del establecimiento o
despacho, su ubicación y objeto; si hay persona encargada de su administración, su nombre y firma;
si hay compañía, su naturaleza, la indicación del gerente o gerentes, la razón social o denominación
y la persona o personas autorizadas para usar una u otra, y la designación de las casas, sucursales
o agencias, si las hubiere;
"II. De dar parte, en igual forma, de las modificaciones que sufra cualquiera de las circunstancias
antes referidas”.

La doctrina considera el transcrito precepto como una norma jurídica imperfecta, carente de
sanción; sin embargo, no debe olvidarse que conforme al artículo 320 la falta de publicidad de la
revocación del nombramiento de factor tiene como efecto que tal revocación no produzca efecto
frente a terceros.

En la realidad la norma no es observada; hace algunas décadas, de modo ocasional, se daban a


conocer por medio de circulares las firmas de los socios o gerentes de una negociación. Hoy en día
la práctica ha desaparecido. Es de dudarse, además, que algún comerciante haya hecho uso de los
medios de comunicación para proporcionar a sus colegas la información que exige el precepto que
se comenta. Lo que sí es relativamente frecuente es avisar en los periódicos de circulación general,
la revocación del nombramiento de factores y de otros apoderados; esto tal vez fue el motivo final de
la derogación de dicho precepto.

En contra de la opinión de TENA, se considera que la obligación legal de publicidad, característica


del sistema mexicano, tiene gran interés para terceros, y que no debe desaparecer, sino ser
perfeccionada. Sólo por medio de ella quienes contratan con un comerciante permanecen al tanto de
los principales actos que afectan su negociación, e incluso, de cuándo deja de ser propietario de ella
(MORENO CORA). A tal efecto, es insuficiente el Registro Público de Comercio, ya que no es posible
estar consultándolo para conocer los cambios que en él se inscriban, y que podrían llegar al público a
través de un adecuado sistema de publicidad. Como el artículo imponía a los comerciantes la
obligación de participar la apertura del establecimiento, parece suponer que es la existencia de la
negociación y no la realización de actos de comercio, lo que confiere el carácter de comerciante,
según se sostuvo anteriormente.

Registro de comercio. Quiénes deben inscribirse

Erróneamente consideró el legislador español que sería incompatible con la libertad de comercio
imponer a todos los comerciantes la obligación de inscribirse en el Registro de Comercio; el Código
mexicano de 1889 copió casi literalmente su artículo 19 del 17 del Código español y estableció, como
éste, que la inscripción en el Registro es potestativa para los comerciantes individuales y obligatoria
sólo para los comerciantes colectivos.

De hecho son muy pocos los comerciantes individuales inscritos en el Registro de Comercio; y
aun cabe dudar de que todos los inscritos sean efectivamente comerciantes, pues no se exige para
la inscripción ninguna prueba de que lo es en realidad quien la solicita, y puede lograrla el que desea
ostentar tal calidad para poder ser síndico de concurso o quiebra, o con cualquier otra finalidad.

Contenido de la inscripción

La hoja de inscripción del comerciante que se inscriba en el Registro debe contener su nombre y
domicilio, la clase de comercio a que se dedica, la fecha de iniciación de sus operaciones y la
especificación de las sucursales que tuviese (artículo 21, fracciones I a IV, Co.Co.).

Inscripción de oficio

Aunque la parte final del artículo 19 establece que se matricularán de oficio los comerciantes .al
inscribir cualquier documento ruyo registro es necesario, no siempre podrá hacerse la inscripción, por
faltar algunos de los datos exigidos para la matrícula.

Documentos sujetos a registro

El comerciante individual debe registrar (artículo 21, Co.Co.):


a) Los relativos a sus relaciones familiares de contenido patrimonial (fracciones IX, X y XI).
b) Los actos en que confiera o revoque la facultad de representarlo (fracción VII).

Otros documentos sujetos a registro son exclusivamente de las sociedades (fracciones V, VI, XII y
XIV, pues los particulares no pueden emitir obligaciones); la fracción XIII perdió eficacia al
promulgarse las Leyes de Patentes y Marcas de 1903 (artículos 117 y 91, respectivamente); la
fracción XV fue derogada modo expreso por decreto publicado en el D.O. de 23 de enero de 1981;
las fracciones XVI a XVIII se referían al comercio marítimo y fueron igualmente derogadas del código
de la materia; por último, la fracción XIX es exclusivamente para los corredores.

Documentos referentes a la capacidad para ejercer el comercio

Por un defecto de técnica legislativa, se mantuvo en vigor, hasta fines de febrero de 1975, la
fracción IX del artículo 21, que exigía la inscripción de la licencia marital para que la mujer casada
ejerciera el comercio, innecesaria desde 1970. Por reforma publicada el 34 de diciembre de 1974,
para entrar en vigor 60 días después, se da un nuevo texto a dicha fracción: "La licencia que un
cónyuge haya dado al otro en los términos del segundo párrafo del artículo 9°".

Relaciones familiares de contenido patrimonial

Deben inscribirse, conforme a la fracción XI del artículo 21 del Co.Co., los documentos que
acreditan la situación patrimonial del comerciante respecto de sus hijos o pupilos, a efecto de que los
terceros puedan saber cuáles son los bienes que, aunque poseídos y administrados por el
comerciante, pertenecen a las personas sobre quienes ejercen la patria potestad o la tutela.

En la reforma publicada el 31 de diciembre de 1974, se suprimen las referencias a escrituras


dotales y a bienes parafernales, que indebidamente se habían conservado hasta entonces, y sólo se
mantiene la exigencia de inscripción de las capitulaciones matrimoniales y de sus modificaciones,
única lógicamente válida.

Actos que confieren o revocan la representación

Aun cuando la parte final de la fracción VII hablaba de "cualesquiera otros mandatarios", ello debe
entenderse en relación con la expresión "poderes generales" usada al comienzo de la propia fracción
de modo que sólo los poderes generales conferidos a cualquier mandatario, están sujetos a
inscripción, y no lo están los poderes especiales. También debe inscribirse la revocación de los
poderes generales conferidos por el comerciante.

Quiénes pueden obtener el registro

Por regla general, es el mismo comerciante quien ha de solicitar la inscripción en el Registro de


los documentos respectivos; pero el artículo 28 confiere la misma facultad tanto a la mujer del
comerciante como a quienes hubieren ejercido sobre ella la patria potestad o la tutela. Nada previene
expresamente la ley para el caso de que el comerciante sea omiso en registrar los documentos
concernientes a los bienes de sus hijos o pupilos. Al final del precepto mencionado se hace
referencia a que cualquiera puede solicitar la inscripción en caso de alimentos, es decir, bien la
madre, bien el curador de los incapaces o aquellos que tengan un derecho a ello.

Al modificarse las disposiciones del Código de Comercio referentes a la mujer casada, no se


introdujo cambio alguno en el artículo 28. Ello podría explicarse por la posibilidad de que en algún
estado subsista el régimen dotal, y, consecuentemente, pueda hablarse de bienes parafernales; por
otra parte, en caso de matrimonio contraído bajo el régimen de separación de bienes, la mujer del
comerciante tiene interés en que se inscriban las capitulaciones respectivas.

Dónde y cómo se hace la inscripción

Conforme al artículo 23 del Co.Co. es en la cabecera del partido judicial del domicilio del
comerciante donde deben inscribirse los actos que le conciernen. El registrador no está facultado
para rehusar la inscripción de los documentos que se le presenten (artículo 31). Sin embargo, no
debe entenderse que esta prohibición se extienda a negar al registrador la facultad de examinar los
requisitos formales de los documentos presentados para su inscripción, y denegarla en caso de que
no se satisfagan tales requisitos. Por ejemplo, podrá rehusarse a inscribirse un poder general
otorgado en escrito privado. Tratándose de sociedades, la Ley de la materia exige un decreto judicial
que ordene la inscripción para que ésta pueda realizarse.

El Registro de Comercio está a cargo de quien lo tiene del Registro Público de la Propiedad
(artículo 18, Co.Co.); y si no lo hubiere en la correspondiente cabecera, será atendido por el oficio de
hipotecas, y en defecto de ambos, por los jueces de primera instancia del orden común. Aunque la
Ley emplea el plural, debe entenderse que sólo uno de los jueces que hubiera en la cabecera será
encargado del Registro, y lo será el de ramo civil; y si también de éste hubiere varios, el Registro se
confía, por regla general, al juzgado en turno.

Cuando el acto debe inscribirse en el Registro de la Propiedad, por disponerlo así la ley común,
basta esta inscripción, que debe hacerse en el lugar de la ubicación de los bienes inmuebles, si de
ellos se tratare (artículo 23, Co.Co.); pero se debe tomar razón en el Registro de Comercio de la
inscripción hecha en el de la Propiedad (artículo 22), aun cuando la omisión de este trámite en nada
perjudica si se trata de bienes inmuebles.

Consecuencias de la omisión del registro

“Los actos que deban inscribirse –dice el artículo 27 del Co.Co.- de acuerdo con las normas que
los regulan, y que no se registren sólo producirán efectos jurídicos entre los que lo celebren". La falta
de registro de documentos hará que en caso de quiebra ésta se tenga como fraudulenta, salvo
prueba en contrario.

Es dudosa la vigencia de esto último, pues la Ley ya establece un sistema propio para la
calificación de las quiebras, conforme al cual la mera omisión del registro de documentos no acarrea
la fraudulencia de la quiebra. Por otra parte, la misma Ley ha derogado expresamente el artículo 956,
Co.Co., cuya fracción II reproducía y reforzaba, al tratar de las quiebras, lo dispuesto en el anterior
artículo 27 del Co.Co., al regular el Registro. Se piensa que la interpretación sistemática de la Ley de
Concursos Mercantiles debe prevalecer sobre la interpretación literal de un precepto aislado del
Co.Co.

La prueba en contrario que había de rendirse para destruir la presunción iuris tantum establecida
debería demostrar, según se entiende, que la omisión del registro no tenía como propósito el de
inducir a error sobre la verdadera situación del comerciante, o que, por el carácter de los actos no
inscritos, no podía causar perjuicio a los acreedores. El análisis de los efectos de la falta de registro
muestra que sólo tiene importancia respecto de los actos que confieren representación, y, más aún,
respecto de los que la revocan, y, por otra parte, con relación a las capitulaciones matrimoniales.

Concepto de tercero

Por tercero debe entenderse toda persona que está en relaciones jurídicas con el comerciante, o
que ha celebrado negocios jurídicos con quien se ostenta como su representante. RODRÍGUEZ
RODRÍGUEZ dice que: "No es tercero el que contrata con el inscribiente”. La tesis es dudosa aun en
el caso de que, como implica la frase, haya habido inscripción, pues el que contrata con el
inscribiente no es, evidentemente, tercero en cuanto al contrato en que interviene; pero sí en cuanto
el acto inscrito en que él no fue parte. Es inadmisible por completo negar el carácter de terceros a
quienes contratan con el comerciante que ha omitido el registro a que estaba obligado, pues sólo
ellos tienen interés en los actos celebrados por dicho comerciante, y sólo ellos pueden negarles
eficacia cuando no están inscritos como contra ellos pueden hacerse valer cuando sí lo están.

GARRIGUES enseña que: "Tercero es toda persona distinta de la causante de la inscripción, es


decir, la persona a quien perjudica la inscripción y a quien favorece la no inscripción". Pero lo primero
es demasiado amplio, pues resulta tercero toda la población del mundo menos determinado
comerciante, e inclusive, resulta tercero el representante de éste; y el segundo miembro de la frase
implica una petición de principio, pues justamente se trata de determinar a quiénes perjudica o
favorece el acto no inscrito.

Capitulaciones matrimoniales

Debe distinguirse si en ellas se establece el régimen de sociedad conyugal o el de separación de


bienes.

a) Si el comerciante está casado bajo el régimen de sociedad conyugal y no ha inscrito las


capitulaciones matrimoniales, éstas no son oponibles a sus acreedores, quienes están facultados
para considerar como bienes propios del comerciante todos los inmuebles que a su nombre
aparezcan inscritos en el Registro de la Propiedad y todos los muebles que él posea. El cónyuge
del comerciante no puede sostener que la falta de inscripción no le perjudica, porque él también
es un tercero, pues como se ha visto, el Código de Comercio lo faculta para solicitar él mismo la
inscripción, y si fue negligente debe soportar las consecuencias de su propia negligencia.

Sin embargo, se opina que en caso de quiebra, el cónyuge puede hacer valer sus derechos en
la sociedad conyugal, pero habrán de cubrírsele en la proporción que a los demás acreedores. Por
otra parte, los acreedores del cónyuge fallido pueden reclamar los derechos que a éste le
correspondan en la sociedad conyugal, puesto que pueden aprovechar las capitulaciones en lo
que les sea favorable; de modo que pueden incluir en la masa de la quiebra la parte
correspondiente de los bienes que aparezcan inscritos a nombre del cónyuge no quebrado, que
estén poseídos por él.

b) En caso de que las capitulaciones matrimoniales establezcan el régimen de separación de


bienes, pero no hayan sido inscritas, los acreedores podrán hacer valer sus derechos sobre los
bienes muebles que aparezcan poseídos por el comerciante, sin que su cónyuge tenga elementos
suficientes para interponer una tercería excluyente de dominio o ejercitar una acción separatoria
de la quiebra. Respecto de los bienes inmuebles, su situación será la que resulte del Registro
Público de la Propiedad.

La quiebra será fraudulenta en cuanto los derechos del cónyuge del quebrado aumenten el
pasivo, o sus acciones separatorias disminuyan el activo de modo imprevisible por la falta de
publicidad. La presunción de fraude desaparecerá en los casos en que no exista ni aumento de
pasivo ni disminución del activo.

Otros efectos pueden tener la falta de inscripción de las capitulaciones matrimoniales, a la luz del
nuevo texto del artículo 9° del Código de Comercio: no podrán oponerse a tercero las capitulaciones
matrimoniales que establezcan la sociedad conyugal, y, por tanto, serán válidas las enajenaciones y
gravámenes de los bienes que estén a nombre del cónyuge comerciante; tampoco podrá hacerse
valer la circunstancia de no ser administrador de la sociedad conyugal el cónyuge comerciante, y, por
tanto, las obligaciones que contraiga podrán hacerse efectivas en los bienes que aparezcan a su
nombre, no obstante que en virtud de las capitulaciones matrimoniales no inscritas, hubieran de
considerarse pertenecientes a la sociedad conyugal.

Representantes

Para precisar los efectos de que se omita inscribir actos que confieran o revoquen representación,
conviene distinguir varias situaciones:
a) Poder no inscrito que contiene limitaciones a las facultades del apoderado. La falta de
inscripción acarrea que tales limitaciones no sean oponibles a quienes contrataron con el
representante conociendo su carácter, pero no el documento en que se le confirió la
representación. Pero si conocen este documento, las limitaciones si les son oponibles, pues han
optado por aprovecharlo en su favor, y la Ley no dice que los terceros podrán aprovechar los
documentos no inscritos en la parte que les sea favorable y rechazarlos en lo que les perjudique.
Además, si la finalidad del Registro es dar a conocer los actos que confieran representación, tal
finalidad se ha alcanzado mediante el conocimiento directo del documento mismo que contiene el
poder.
Nótese que, por las razones que en su lugar se expondrán, las limitaciones al poder del factor
son inoponibles a terceros aun cuando estén inscritas en el Registro Público de Comercio. Por
tanto, la falta de inscripción del poder sólo producirá efectos en los casos de que se trate de un
apoderado general que no sea factor, si al contratar traspasa las limitaciones que contenga su
poder, sin que su contraparte conozca el documento que lo contiene, aunque sí su carácter de
representante del comerciante.

b) Revocación del poder.- Mientras no se inscriba no produce efectos frente a terceros, aun
cuando el poder mismo no haya sido inscrito.

Podría plantearse un problema muy difícil en caso de que hubiera terceros a quienes favoreciera
el acto no inscrito, y otros a quienes les perjudicara. Tal sería el caso de un representante cuyo poder
no se hubiera inscrito, pero que hubiera contraído obligaciones a nombre de un comerciante, que
posteriormente es declarado en quiebra. Quienes con él contrataron pretenderían, como es obvio,
aprovechar el poder efectivamente conferido para presentar sus créditos en la quiebra; los
acreedores que contrataron con el comerciante, o con representantes debidamente inscritos,
sostendrían que no puede perjudicarles el poder no inscrito.

La solución no podría lograrse sino a través de una serie de distinciones. Si el representante es un


factor, como sus facultades resultan del mero hecho de estar al frente de la negociación respectiva,
sus actos obligarán al comerciante, y serían oponibles a los acreedores que no contrataron con él.
En otras palabras, la publicidad de hecho sustituirá a la publicidad del Registro.

Por el contrario, si el representante que no inscribió su poder no tuviere el carácter de factor se


juzga que el conflicto de intereses entre los dos grupos de terceros debe resolverse a favor de
quienes ninguna culpa tienen, y en contra de aquellos a quienes les es imputable la negligencia de
no cerciorarse que el poder de la persona con quien contrataban estaba debidamente inscrito. Para
éstos, además, habría un remedio jurídico; presentarse a la quiebra como acreedores no en virtud
del contrato con el representante, inoponible a los demás acreedores, sino como acreedores en
virtud del enriquecimiento que el comerciante hubiera obtenido por el contrato celebrado por
mediación de su representante.

En múltiples ocasiones se ha planteado el problema de los efectos del poder del que comparece
en juicio como representante de un comerciante, sin que dicho poder haya sido inscrito. La Suprema
Corte de Justicia de la Nación ha sentado la tesis de que debe admitirse la personalidad del
representante, y que debe darse entrada a la correspondiente demanda o contestación.

Las ejecutorias se refieren, en concreto, a la contraparte de un representante mercantil cuyo poder


no se ha inscrito, pero sí exhibido en autos, dándose de este modo conocimiento de él a la contraria,
que no puede, según la Corte, oponer la excepción de falta de personalidad, y que tampoco podría,
de acuerdo con la tesis, lograr que en apelación se revocara el auto que reconoce, como apoderado
en juicio, al representante general de un comerciante que contesta la demanda sin haber inscrito su
apoderamiento.

Dejando de lado, por lo específico del problema que resuelven, las ejecutorias que declaran que
los poderes no registrados son bastantes para pedir amparo, la jurisprudencia de la Suprema Corte
se basa en tres argumentos:
a) Que para que haya obligación de registrar los poderes es indispensable que sean generales,
y no lo son los otorgados para pleitos y cobranzas.
b) Que los poderes deben registrarse por lo que toca a los actos de comercio; pero no en lo
tocante a actos de carácter civil, como lo son aquellos mediante los cuales se realiza la
representación en juicio.
c) Que el conocimiento del poder que tiene el demandado es oportuno, pues los actos que
realiza el representante del actor son posteriores a la fecha del conocimiento del poder.

Este último argumento lo recoge TENA para justificar su adhesión a la jurisprudencia de la Corte,
adhesión que no se comparte:
a) Porque del texto de los artículos 2553 y 2554 del CCF resulta claramente que los poderes
para pleitos y cobranzas son poderes generales. Y ello es lógico, pues no se confieren para
un negocio específico, sino para todo un género de asuntos: los judiciales.
b) Porque sostener que el registro sólo es necesario para que sean oponibles a terceros LOS
ACTOS DE COMERCIO, es introducir una distinción que no formula la Ley.
c) Porque, en la hipótesis en que se basan los fallos de la Suprema. Corte, falta, además, el
conocimiento del acto por el tercero, previamente a su eficacia frente a él. En efecto, cuando
el juez da entrada a una demanda, o a una contestación de demanda, presentada por un
apoderado no inscrito, es evidente que todavía el contrario no conoce el poder, que llega a su
conocimiento por medio del traslado correspondiente. Pero en ningún caso el juez debe dar
eficacia, en perjuicio de terceros, al poder no inscrito, y debe rechazar la demanda o
contestación presentada por quien pretende justificar su personalidad con el documento
irregular.

Publicidad del Registro

Consecuencia de que el Registro tenga carácter público es que cualquiera puede obtener los
datos que en él aparezcan (artículo 30, Co.Co.), sin que necesite justificar interés ni cubrir cuota
alguna. En la práctica, los Iibros del Registro pueden ser consultados de modo directo por todo el que
así lo desee. En segundo lugar, la publicidad del Registro da derecho a obtener una certificación de
las inscripciones que en él consten, y que el registrador ha de expedir a quien la solicite, con el único
requisito de cubrir los derechos correspondientes.

Rectificaciones

Para corregir los errores que puedan contener las anotaciones del Registro, precisa seguir un
breve procedimiento judicial, en el que se oirá al registrador. El nuevo Reglamento del Registro
Público de Comercio data del 24 de octubre de 2003. Este Reglamento establecía, anteriormente, la
opción de llevar los asientos de los comerciantes en folios y reducía en el caso de que se siguieran
llevando en libros, el número de éstos para que correspondiera a las tres partes del folio mercantil.

El reglamentar tanto libros como folios mercantiles fue debido a que, dado el carácter federal del
Reglamento, pudiesen, las diversas entidades federativas, continuar con el sistema tradicional de
libros o establecer el de folios mercantiles con el respaldo de otros sistemas, ya sea
electromecánicos como en el Estado de México y en el Distrito Federal, o cualquier otro. Actualmente
todo registro se hace de manera electrónica.

En el libro primero o en la primera parte del folio se asentarán: la matrícula de los comerciantes
individuales; el programa del artículo 92 de la Ley General de Sociedades Mercantiles; la
constitución, reformas, fusión, transformación, disolución y liquidación de las sociedades mercantiles;
los nombramientos de los representantes, los poderes generales con las respectivas facultades; los
buques y aeronaves; los títulos de propiedad industrial; y los inmuebles propiedad de las empresas
siempre y ruando éstas ya se encuentren en el Registro de la Propiedad.

En la segunda parte del folio, o en el libro segundo, se asentarán: la emisión de obligaciones; las
hipotecas industriales; las hipotecas de buques o aeronaves; así como los créditos de habilitación y
los refaccionarios; las fianzas y las contrafianzas; los contratos de comisión mercantil; y cualquier
otro acto o contrato inscribible que no esté específicamente reservado a otra sección del folio o libro.
En el libro tercero o en la parte tercera del folio se asentarán, específicamente, las declaraciones de
quiebra o suspensiones de pagos así como los embargos, sentencias y demás providencias
judiciales que afecten al comerciante.

Deberá llevarse también un libro de entradas o su equivalente folio de entrada y trámite, en el que
se asiente por orden cronológico, la fecha y día de presentación de los documentes cuyo asiento se
solicita, fijando con ello la prelación de los mismos. El artículo 19 del Código de Comercio, dispone
que la matrícula es potestativa para los comerciantes y obligatoria para las sociedades; sin embargo,
en su última parte se refiere a la matriculación de oficio del comerciante, cuando realiza ciertos actos,
como por ejemplo, la constitución de créditos refaccionarios o de habilitación, es decir que para
ciertos casos, es obligatoria la matrícula. El Reglamento es omiso respecto de los requisitos que
deben cumplirse para llevar a cabo dicho acto de matriculación de oficio.

Respecto a la rectificación de asientos, el Reglamento remite, para su trámite, a lo estipulado en el


Reglamento del Registro de la Propiedad. A pesar del nuevo Reglamento, subsiste la crítica que
hace Mantilla Molina en el sentido de que el Registro de Comercio no refleja la situación del
comerciante pues, además de ser potestativo, algunas garantías que se constituyen sobre bienes de
su propiedad, y que afectan para el cumplimiento de las mismas, por no encontrarse específicamente
reglamentado no se inscriben; en la práctica se observa, por ejemplo, que únicamente se inscriben
en el folio de muebles, la prenda que se constituye sobre bienes propiedad del comerciante deudor,
mas no se hace en la matrícula.
Registros especiales

Algunos negocios mercantiles, o ciertos actos administrativos relacionados con actividades que
jurídicamente son comerciales, están sujetos a inscripción en diversos registros: Registro Público de
Minería, Registro Cooperativo Nacional, Registro de Crédito Agrícola, Registro Nacional de
Exportadores e Importadores, Registro Nacional de Valores e Intermediarios.

Por ley publicada el 29 de diciembre de 1972 se creó el Registro Nacional de Transferencia de


Tecnología, en el cual deben inscribirse los contratos mediante los cuales se conceda el uso de
patentes o marcas, y en general los relativos al suministro de asesoramiento en materias técnicas o
de administración.
El 9 de mayo de 1973, comenzó a funcionar el Registro Nacional de Inversiones Extranjeras,
creado por ley publicada en el Diario Oficial de 9 de marzo del mismo año, en el cual deben
inscribirse los extranjeros (salvo que tengan la calidad de inmigrados y no estén sujetos en sus
decisiones a una persona física o moral, extranjera) que sean titulares de una negociación o los que
en lo futuro adquieran el carácter de condueños de una negociación, ya que la propiedad íntegra de
ella no podrán adquirirla, por regla general, dada la exigencia de que la mayoría de una empresa que
se constituya ha de ser de titulares mexicanos; el Reglamento de este Registro, se publicó en el
Diario Oficial de 28 de diciembre de 1973. En la Dirección General de Invenciones y Marcas han de
registrarse diversos actos referentes a ellas.

Crítica del sistema

Tal como se encuentra actualmente organizado, el Registro de Comercio es muy poco eficaz. La
mayoría de los comerciantes individuales no está inscrita, y tampoco lo están gran número de los
actos cuya inscripción es obligatoria. Ello es debido, por una parte, al carácter potestativo de la
inscripción del propio comerciante; por la otra, a lo dudoso y tardío de las sanciones. Además,
muchos actos que afectan al público no solamente no son de forzosa inscripción, pero ni siquiera
pueden ser inscritos: enajenación de una negociación, hipotecas y prendas (aunque sí se prevé la
inscripción de las llamadas hipotecas industriales, y de los créditos de avío y refaccionarios).

Aun como medio legal de publicidad, debe reconocerse que el Registro no es suficiente para
hacer llegar a conocimiento de los terceros que en ello tengan interés, los hechos o actos jurídicos en
él inscritos. Incluso puede crear una falsa confianza en los que contratan atenidos a los datos del
Registro obtenidos, y que, no pudiendo seguir día por día el movimiento de inscripciones, ignorarán
las que se hagan en contra de las primitivas, para venir a conocerlas cuando ya han caído en el lazo
tendido a su buena fe, al contratar, por ejemplo, con quien era representante de un mercader, pero
que ya no lo es en el momento de contratar.

En consecuencia, el Registro de Comercio necesita una radical reorganización, que debe


descansar sobre estas bases:
a) Inscripción obligatoria de todos los comerciantes; sancionar a los omisos, y exigirles para sus
relaciones con las autoridades, comprobante de la inscripción.
b) Facultad de solicitar la inscripción de documentos a todos los interesados, y también a los
funcionarios que en ellos intervengan.
c) Responsabilidad personal de quien, debiendo hacer la inscripción de un documento, la
omitiere.
d) Registro de negociaciones, y especialmente de los actos que las afecten; venta, hipoteca o
prenda.
e) Publicidad en periódicos de circulación general de algunas de las inscripciones del Registro.

La publicidad mercantil en el Proyecto de Código de Comercio

La publicidad mercantil se hace a través de la Cámara de Comercio, la cual debe cuidar de que se
inserten los avisos respectivos en sus boletines, y, si se trata de la revocación o restricción de
poderes, en un periódico de circulación general. Es obligatoria la inscripción de todos los
comerciantes, individuales o colectivos, en el Registro Público de Comercio; también deben
inscribirse en él las transmisiones y gravámenes, de las negociaciones mercantiles. La omisión en el
Registro, en cualquier momento en que se compruebe, de la inscripción de los comerciantes y de los
establecimientos mercantiles, se sanciona con multa. Los documentos que deban inscribirse y no se
inscriban no producen efectos contra terceros. Otra sanción por falta de inscripción es la privación de
la facultad de ser síndicos de quiebra, y la de acogerse al beneficio de la suspensión de pagos. En la
revisión realizada en 1952, se suprimieron algunos de los preceptos que aparecen en el Proyecto
impreso, y se sustituyeron por la declaración de ser aplicables, supletoriamente, las normas sobre el
Registro Público de la Propiedad.

CONTABILIDAD

Cuando el modesto vendedor callejero de dulces (que no es, en derecho, comerciante) marca con
rayas, tal vez en la propia tabla donde lleva su mercancía, lo que sus infantiles clientes le quedan a
deber, obra bajo el impulso de la misma necesidad que ha hecho surgir la complicada técnica de la
moderna contabilidad. El profano para quien son un misterio los estados financieros, los activos
diferidos, el debe y el haber, no ha de olvidar que quizá también él registra en su librillo de memorias
los cobros pendientes de realizar, las cantidades que lleva pagadas por su automóvil, etc.: una
rudimentaria e imperfecta contabilidad.

En realidad no podría funcionar una negociación sin contabilidad; se ignoraría el costo de los
productos, y, por tanto, el precio al cual habrán de ser vendidos para obtener utilidad; se
desconocería el monto de los créditos y se omitiría muchas veces su oportuno cobro; al no conocer
con exactitud y anticipación el vencimiento de los débitos, en ocasiones se carecería de fondos
disponibles para hacerles frente; los malos manejos de los empleados pasarían fácilmente
inadvertidos; sería imposible comprobar si los gastos realizados se ajustan o no se ajustan a lo
previsto, de modo de poder corregir los planes formulados, o por lo contrario, adaptar a ellos la
marcha efectiva de la empresa; no se sabría el monto de las utilidades o de las pérdidas, y en casos
extremos, se desconocería si la negociación produce ganancias o causa pérdidas.

Fundamento de la obligación de llevar contabilidad

Las razones esbozadas muestran la conveniencia para el comerciante de establecer un adecuado


sistema de contabilidad. Es decir, llevar contabilidad es norma de técnica comercial, cuya
inobservancia acarrea, normalmente, el fracaso. Pero el fracaso de un comerciante, la quiebra, es un
hecho que puede tener graves repercusiones económicas, afectar a otros comerciantes, y, siquiera
de modo indirecto, a la sociedad entera. De aquí que la norma técnica se transforme en norma
jurídica y que la Ley imponga a los comerciantes el deber de "llevar cuenta y razón de todas sus
operaciones", no tanto en beneficio de cada comerciante a quien tal deber se impone, como para
precaver a los demás comerciantes, y a toda la colectividad, contra el peligro que representa la
imprevisión y el desorden de uno de sus miembros.

En caso de que se llegue a producir la quiebra, la contabilidad sirve para determinar si las
circunstancias que la produjeron son imputables a errores o a malos manejos del comerciante, o si,
por lo contrario, fueron causas fortuitas e imprevisibles las que engendraron la insolvencia. Sirve
también, en todo caso, de valiosa ayuda para comprobar quiénes son verdaderos acreedores del
fallido, y cuál la cuantía de sus créditos. Como tales funciones de la contabilidad redundan en
beneficio de los terceros, se comprende que haya aquí una nueva razón para imponer a los
comerciantes la obligación de llevar libros de contabilidad.

El Fisco también tiene interés en la contabilidad mercantil: principalmente porque le permite


averiguar las utilidades que constituyen la base del impuesto (sobre la renta), o el volumen de
mercancías producidas que son objeto de gravamen (alcoholes), o las operaciones que están sujetas
a contribución (impuesto al valor agregado). En la actualidad, los libros mismos no son objeto de un
gravamen fiscal, como lo eran, conforme a la Ley del Timbre, antes de las reformas que ésta sufrió
en 1947. Fiscalmente, están obligados a llevar contabilidad las sociedades mercantiles, las personas
físicas con ingresos por actividades empresariales y las cooperativas.

Suele señalarse otra razón por la cual la existencia de una contabilidad regular interesa a terceros,
y por ello, justifica la imposición legal de llevarla: al registrar en sus libros una operación en el
momento en que la efectúa, el comerciante deja una constancia, generalmente de buena fe, de la
existencia y caracteres del acto, que más tarde puede servir de prueba a su contraparte; prueba tal
vez única, y por ello valiosísima, dado que por las condiciones mismas del tráfico mercantil, en
muchas ocasiones las partes no se cuidan de obtener una constancia de sus tratos.

Sin embargo, en la práctica no se utilizan los libros de contabilidad con tanta frecuencia como
harían presumir las consideraciones teóricas esbozadas; a lo menos en México, no son muchas las
controversias judiciales que se deciden tomando como base probatoria la suministrada por la
contabilidad.

Régimen legal de la contabilidad

El obsoleto y rígido sistema de contabilidad que establecía el Código de Comercio fue


radicalmente modificado por el decreto publicado el 23 de enero de 1981, que establece:
Artículo 33.- El comerciante está obligado a llevar y mantener un sistema de contabilidad
adecuado. Este sistema podrá llevarse mediante los instrumentos, recursos y sistemas de registro
y procesamiento que mejor se acomoden a las características particulares del negocio, pero en
todo caso deberá satisfacer los siguientes requisitos mínimos:
A) Permitirá identificar las operaciones individuales y sus características, así como conectar
dichas operaciones individuales con los documentos comprobatorios originales de las mismas.
B) Permitirá seguir la huella desde las operaciones individuales a las acumulaciones que den
como resultado las cifras finales de las cuentas y viceversa;
C) Permitirá la preparación de los estados que se incluyan en la información financiera del
negocio;
D) Permitirá conectar y seguir la huella entre las cifras de dichos estados, las acumulaciones de
las cuentas y las operaciones individuales;
E) Incluirá los sistemas de control y verificación internos necesarios para impedir la omisión del
registro de operaciones, para asegurar la corrección del registro contable y para asegurar la
corrección de las cifras resultantes.

Se conserva implícitamente la exigencia de llevar un "libro mayor", en el cual "se deberán anotar,
como mínimo y por lo menos una vez al mes, los nombres o designaciones de las cuentas de la
contabilidad, su saldo al final del período de registro inmediato anterior, el total del movimiento de
cargo o crédito a cada cuenta en el período y su saldo final" (artículo 35). La exigencia se hace
explícita cuando después de autorizar que se lleven mayores particulares, la nueva norma añade "en
todos los casos deberá existir un mayor general en que se concentren todas las operaciones de la
entidad" (artículo 35, al final).

Requisitos de los libros

La reforma publicada en 1981 mantiene la exigencia de que el libro mayor, único que con carácter
general exige, esté debidamente encuadernado, empastado y foliado; pero permite que la
encuadernación se haga "a posteriori, dentro de los tres meses siguientes al cierre del ejercicio”
(artículo 34).

El Reglamento de la Ley del Impuesto sobre la Renta disponía que los causantes mayores
deberán utilizar como mínimo los libros diario, mayor y de inventarios y balances, y ello mismo
resultaba del Reglamento de la Ley del Impuesto al Valor Agregado. Todos los requisitos apuntados
tienden a garantizar la sinceridad de los libros, y a evitar que se finjan operaciones no realizadas o se
las haga aparece, con datos distintos de los que en verdad les corresponden, como puede hacerse
cuando las cuentas se llevan en hojas sueltas (fácilmente sustituibles por otras), o si en los libros
hubiere huecos que pudieran llenarse más tarde arbitrariamente, o si se les diere valor a las
correcciones que en ellos se hicieren.

Tanto las sociedades nacionales de crédito, como los organismos auxiliares de crédito, deberán
llevar a cabo su contabilidad según las disposiciones generales que emita al efecto la Comisión
Nacional Bancaria. Obvio es suponer que estas disposiciones serán ajustadas a las necesidades de
la contabilidad moderna.

La Ley de Instituciones de Fianzas, que antes remitía las disposiciones que al efecto dictara la
Secretaría de Hacienda, permitía que la contabilidad se llevara en hojas sueltas (artículo 63).
También ordena la ley mercantil (artículo 37, Co.Co.) que los libros se lleven en idioma español; se
sanciona con multa la violación de esta norma y se ponen a cargo del infractor los gastos que origine
la traducción.

Quien debe llevar la contabilidad

Aunque en la reforma que entró en vigor en 1981 se derogó el artículo 35, que permitía que el
comerciante autorizase a una persona para llevar los libros de contabilidad, no ha de entenderse
suprimida tal posibilidad, para exigir que el comerciante lleve por sí mismo la contabilidad; ha de
entenderse que esto es obvio. Aun cuando normalmente la autorización se confiere a un técnico en
la materia, la ley mercantil no exige título profesional alguno; esta exigencia podría apoyarse en la
Ley de Profesiones. Sí menciona la intervención de un contador público registrado ante la Secretaría
de Hacienda, lo cual a su vez supone el registro en la Dirección General de Profesiones y la
existencia del título profesional, el Código Fiscal de la Federación.

Qué debe registrarse en la contabilidad

La cuestión de si en los libros de contabilidad deben registrarse las operaciones extrañas a la


negociación tiene divididos a los autores de derecho; en la práctica, a lo menos en México, en los
libros de contabilidad no figuran sino las operaciones relativas a la correspondiente negociación.

Función probatoria de la contabilidad

De dos modos pueden utilizarse como medio de prueba los libros de contabilidad: solicitando su
exhibición o su comunicación. Se entiende por exhibición el examen que se practique en el lugar en
que habitualmente se guarden o conserven los libros limitándolo exclusivamente a las cuentas o
partidas que están relacionadas con la cuestión litigiosa (artículo 44, Co.Co.).

La comunicación consiste en la entrega de los libros aun en caso de que no esté en trámite un
procedimiento judicial, para su examen general (artículo 43, Co.Co.). Sólo procede la comunicación
en cuatro casos específicamente señalados por la ley: a) sucesión universal; b) sociedad; c) gestión
comercial por cuenta de otro, y d) quiebra.

En caso de herencia, la comunicación de los libros, más que una función probatoria, tendrá la de
permitir al albacea continuar la gestión de los negocios del de cujus; sin embargo, le servirá también
de prueba de la exactitud de los inventarios sucesorios frente a los herederos, etc. Aunque el artículo
43 sólo permite la comunicación de libros en caso de liquidación de la compañía, la existencia de una
sociedad da ocasión, en otras hipótesis, a la comunicación: pueden solicitarla los socios que no
administran, tanto en la colectiva como en la comandita simple, y con restricciones de tiempo y lugar
en las demás sociedades, tal parece ser que la fracción IV del artículo 1151 del Co.Co. establece
otro caso de comunicación de libros.
La gestión comercial por cuenta de otro, bien se haga como consecuencia de un contrato
(mandato, prenda, fideicomiso), bien por ministerio de Ley (negociación propiedad de un
incapacitado), no sólo da lugar a la entrega de los libros a la persona encargada de la gestión, sino
que puede dar lugar a una revisión general de ellos en caso de que se impugne su administración
por quien esté facultado para ello (fideicomisario, curador); o por el contrario, puede ser el que ha
gestionado la negociación ajena quien necesite, para justificar sus actos o comprobar el monto de
sus honorarios, que se practique una revisión general de la contabilidad que estuvo a su cargo.

La situación es semejante en caso de quiebra: la intervención podrá pedir la comunicación de los


libros, si ha atacado la gestión del síndico; también podrá pedirla el que fue síndico, si se plantea una
controversia entre él y el nuevo síndico, el fallido rehabilitado, etc. Las autoridades fiscales están
autorizadas por las leyes respectivas para exigir la exhibición de los libros de contabilidad.

La peculiaridad probatoria de los libros de los comerciantes estriba en que no sólo hacen fe en
contra de quien los lleva, sino que incluso sus asientos se tienen por verdaderos en lo que favorecen
al comerciante, cuando están llevados conforme a la ley, y los de su contrario han infringido alguna
de las normas jurídicas que rigen la contabilidad, o si su adversario se niega a exhibirlos. El
comerciante debe conservar sus libros de contabilidad cinco años, sin que el texto desde 1981
indique cuándo comienza a correr este plazo; el derogado, lo hacía correr del momento que se
habían liquidado las cuentas. Los herederos del comerciante tienen la misma obligación.

Sanciones

Excepto en el ya estudiado caso de que se lleven en idioma extranjero, no existe sanción directa
para los deberes de los comerciantes en lo concerniente a los libros de contabilidad. Las sanciones
indirectas y eventuales son dos: a) la quiebra del comerciante que no ha llevado sus libros conforme
a la Ley se reputa culpable, y fraudulenta, si no llevare todos los libros o los alterare, falsificare o
destruyere. b) En caso de controversia judicial, el comerciante cuyos libros fueren irregulares, o que
careciere de ellos, se verá privado de este medio de prueba, y expuesto a que la hagan plena, en
contra de él, los de su adversario.

Crítica del sistema legal

Cabe señalar lo obsoleto del sistema derogado, la reforma legal establece un régimen más
flexible, que permite la legal aplicación de equipos modernos; como ya lo habían hecho las leyes de
instituciones de crédito y de seguros. Resultaba inadecuado por completo imponer un mismo
régimen de contabilidad tanto a la gran empresa, en la que se manejan muchos millones de pesos,
como al modesto estanquillo atendido personalmente por su propietario.

La contabilidad en el Proyecto de Código de Comercio

EI Anteproyecto publicado en 1947 establecía un régimen que al mismo tiempo que en unos
aspectos era muy flexible, en otros se mostraba muy rígido; lo primero, en cuanto el único libro
obligatorio que señalaba era el de Inventarios y Balances; lo segundo, en cuanto fijaba normas para
la valuación de las diversas partidas del balance.

Como resultado de las observaciones del Colegio de Contadores, y de las sesiones de mesa
redonda con éstos celebradas, en la revisión de 1952 se suprimieron dichas normas de valuación del
balance, y se acentuaron las características de flexibilidad del sistema. Los pequeños comerciantes
no están sujetos a la obligación de llevar contabilidad.

OTROS DEBERES DE LOS COMERCIANTES

Conservación de la correspondencia

La reforma vigente desde enero del año de 1981 sustituyó el vetusto sistema prescrito en el
Código del 89, y lo sustituyó por normas que recogen prácticas generalmente extendidas:
conservación debidamente archivada de los documentos que reciba el comerciante, así como copias
de los que expida y los originales de los que consignen obligaciones (artículos 47, 48 y 49, Co.Co.).

Normas de buena administración mercantil, pero de dudosas consecuencias jurídicas, pues no es


difícil omitir o sustituir lo archivado en caso de que se requiera su presentación en juicio (artículo 50,
Co.Co.). El viejo y hoy en día prácticamente impracticable libro copiador aseguraba mayor posibilidad
de información.

Libros de actas de sociedades

El capítulo III del Título II del Código de Comercio continúa, después de la reforma publicada en
1981, con el epígrafe De la contabilidad mercantil, y mezclando, con las normas sobre ésta las
relativas a los libros de actas de las sociedades. No existe ahora una norma que imponga el deber de
llevar tales libros (como lo imponía a las sociedades por acciones el párrafo segundo del derogado
artículo 33); sólo se señala la exigencia de que sean encuadernados, empastados y foliados, a lo
menos dentro de los tres meses siguientes al cierre del ejercicio (artículo 34) y que contendrán "los
acuerdos relativos a la marcha del negocio, que tomen las asambleas o juntas de socios, y en su
caso, los consejos de administración" (artículo 36); qué es lo que debe asentarse en las actas lo
señala el artículo 41 del texto original, que no fue derogado por el decreto de 19 de diciembre de
1981.

Mientras que algunas sociedades llevan un solo libro de actas, otras reservan uno para las de las
asambleas y otro para las juntas de administración; ambas prácticas son legales. Las Sociedades
Cooperativas también tienen la obligación de llevar libros de actas. Aunque no sean para ellas
legalmente obligatorios, es recomendable al llevarlos en toda clase de sociedades, especialmente en
la de responsabilidad limitada.

Otros registros sociales

Al imponerse la nominatividad obligatoria de las acciones, según reforma de 1983 a diversos


artículos de la LGSM, las sociedades anónimas deben llevar un registro en el que consten las
generales del accionista, las exhibiciones que efectúe y las transmisiones que realice (artículo 128).
Las sociedades de responsabilidad limitada deben llevar un libro de socios, en el que figurarán el
nombre y domicilio de las personas que tengan tal carácter, las aportaciones que efectúen y la
transmisión de las partes sociales; cualquier interesado puede consultar este libro (artículo 73). Los
aumentos o disminuciones del capital social en las sociedades constituidas con la modalidad de que
sea variable, deberán inscribirse en un libro de registro que llevarán al efecto (artículo 219).

Inscripción en la Cámara de Comercio

Anteriormente, todos los comerciantes cuyo capital en giro fuera de dos mil quinientos o más
pesos, estaban obligados a inscribirse en la Cámara de Comercio que le correspondiese; la falta de
cumplimiento de esta obligación era sancionada con una multa igual al monto de la cuota de
inscripción, sin perjuicio de tener que pagar la cuota de registro; si, no obstante la sanción, el
comerciante continuaba remiso a inscribirse, podía imponérsele una nueva multa hasta por el doble
de la cuota de inscripción.

También, y bajo amenaza de la misma sanción, estaban obligados los comerciantes a comunicar
a la Cámara su cambio de giro o de domicilio, y la suspensión de sus actividades. Los comerciantes
que conforme a las leyes fiscales federales no debían llevar contabilidad podían agruparse en
cámaras de pequeños comerciantes; también los comerciantes cuya actividad se circunscribe al
comercio efectuado en las zonas de los mercados públicos municipales, y del Distrito Federal, o que
tengan el carácter de comerciantes ambulantes, se inscribían en las uniones de comerciantes de
mercados públicos municipales y ambulantes.

Se critica el texto originario de la ley, por considerar poco eficaz la sanción que imponía, defecto
que queda subsanado con el texto actualmente en vigor, que no llega a ser tan riguroso como el de
la ley anterior, que prohibía a las autoridades administrativas tramitar los asuntos de un comerciante
no inscrito.

Obligaciones fiscales de los comerciantes

Las leyes fiscales, tanto federales como locales, imponen a los comerciantes no sólo la obligación
de pagar determinados impuestos sino la de realizar actos para procurar su eficaz percepción. No se
estima pertinente enumerar siquiera tales obligaciones. Como es obvio, los comerciantes están
obligados a pagar también diversas clases de impuestos federales.

La Ley Federal de Estadística, de 30 de diciembre de 1947, obligaba (artículo 8°), a todas las
empresas a inscribirse durante el mes de enero de cada año en los registros estadísticos de la
Secretaría de Economía, con la indicación de su nombre o razón social, denominación del
establecimiento, domicilio y clase de actividad económica a que se dediquen, así como a poner en
conocimiento de la propia Secretaría el cambio de cualquiera de estos datos que se realice en el
curso del año, el cual se debía avisar dentro de los treinta días siguientes a la fecha en que se
efectuaba.

Obligaciones especiales

Los comerciantes dedicados a determinadas actividades están sometidos a obligaciones


impuestas por leyes especiales; tal sucede, por ejemplo, con quienes explotan una destilería,
realizan ventas en abonos, son comerciantes ambulantes, etc. Aquellos que se dedican al comercio
exterior quedaban sujetos a los deberes que les imponía la Ley que crea una comisión para la
protección del comercio exterior de México, publicada en el Diario Oficial de 31 de diciembre de 1956
(hoy regulada en la Ley de Comercio Exterior).

Las empresas cuya actividad es la industria de transformación debían inscribirse en el Registro


Industrial de los Estados Unidos Mexicanos (según el artículo 2° de la Ley de Industrias de
Transformación, D. O. 13 de mayo de 1941, hoy derogada). Las instituciones bancarias, de fianzas y
de seguros, así como quienes explotan una vía general de comunicación o tienen una concesión
minera están sometidos a un complejo sistema de obligaciones de la más variada índole.

Competencia desleal

En verdad, todas las normas sobre la propiedad industrial configuran una sistemática legal
represora de actividades contrarias a la honrada competencia mercantil. Empero, los sistemas
económicos de libre concurrencia comercial plantean al empresario la necesidad de desenvolverse
junto a otros dedicados a la misma o parecida actividad, no siempre provisto de los medios (recursos
económicos, prestigio, ubicación de establecimiento, etc.) que le permitan actuar en igualdad de
condiciones: el afán de imponer sus productos o servicios en el mercado coloca a unos y otros ante
la posibilidad de desplegar conductas no siempre apegadas al juego limpio, requisito este necesario
para que la competencia se desarrolle normalmente.

Ahora bien, tales conductas pueden ofrecer una variedad tan amplia de manifestaciones, burdas
unas, sutiles muchas, que sería imposible encuadrarlas en específicas normas represivas, por lo que
el legislador ha tenido que echar mano de una fórmula que pretende abarcarlas en su totalidad, y que
quizá por ello adolece de dos defectos: a) extremada vaguedad; b) excesiva remisión al criterio del
juzgador para calificar de desleal la actuación del competidor. Tal fórmula está contenida en el
artículo 10 bis del Convenio de París para la Protección de la Propiedad Industrial en los siguientes
términos: "Constituye un acto de competencia desleal todo acto de competencia contrario a los usos
honrados en materia industrial o comercial".

Parece indudable, en consecuencia, que en nuestro medio puede intentarse una acción de
competencia desleal no obstante que los códigos procesales mexicanos no la prevén, pues,
conforme al párrafo (1) del indicado Convenio, "Los países de la Unión se obligan a asegurar a los
súbditos de la Unión una protección eficaz contra la competencia desleal", y máxime si se tiene
presente que, como sostiene BARRERA GRAF, no a todas las acciones procesales de competencia
desleal es aplicable el artículo 1910 del CCF, en cuanto su correlativo, el 1915, sólo prescribe
obligación de hacer o de dar (restablecimiento de la situación anterior al daño o pago de daños y
perjuicios, respectivamente) a cargo del infractor.

En efecto, ¿cómo podrían aplicarse los mencionados preceptos cuando con la acción se pretenda
únicamente que el competidor se abstenga de actuar en forma desleal? Es evidente que no toda
conducta contraria a la ética comercial causa daño a los competidores: así, cuando con propaganda
mendaz se anuncia la próxima aparición en el mercado de un producto que ya se vende bajo otras
marcas, y que es de consumo inaplazable; ningún consumidor modificará su elección en tanto que no
se ponga a la venta y, por consiguiente, ningún fabricante podrá en ese lapso resentir daño, pero sí
prevenirlo, y pedir que se obligue al competidor desleal a que se abstenga de emplear su
propaganda o la modifique.

Finalmente, no cabe duda sobre que la gran mayoría, si no todos, de los actos de competencia
desleal puede configurar delito, si se atiende, por una parte, al amplio alcance que literalmente ha de
atribuirse al texto de la fracción II del artículo 253 del Código Penal Federal; pues, por hipótesis, con
todo acto contrario a la honrada competencia comercial se tiende a desplazar del mercado a otros
competidores y, con ello, se dificulta, o se pretende dificultar, la libre concurrencia en la producción o
en el comercio; por otra parte, al amplio elenco de conductas penalmente castigadas, contenido en la
Ley de la Propiedad Industrial.

Como medio para tutelar los intereses de los consumidores, la Ley Federal de Protección al
Consumidor contiene varias normas que, de modo indirecto, propician la libre competencia comercial.
Desde el Proyecto de 1929 se trató de introducir en el Código de Comercio un conjunto de normas
que establecieran límites a la competencia, como se tituló dicho capítulo en el Proyecto de 1929, o
sea encaminada a reprimir la competencia desleal; normas que no aparecen sino de modo
accidental, y con referencia a ramos específicamente determinados del comercio (v. gr.: el de
perfumería y artículos de embellecimiento) o que tendrían que desprenderse de los principios
generales del derecho. En la redacción de 1960, dichas normas se formulan en los artículos 411 a
420, que forman el título segundo, del libro segundo, cuyo epígrafe es: De los límites de la actividad
mercantil y de la competencia desleal.

PRERROGATIVAS Y DERECHOS DE LOS COMERCIANTES


El comerciante puede obtener la declaración judicial de suspensión de pagos, que le permite
continuar administrando sus negocios, bajo la vigilancia de un síndico, sin que durante el
procedimiento respectivo pueda exigírsele coactivamente el pago de sus deudas, aunque estén
vencidas. Como resultado de la suspensión de pagos, puede obtener una quita o espera de sus
deudas, o ambas combinadas, por convenio con la mayoría de sus acreedores, el cual tendrá fuerza
respecto de todos ellos, aun los disconformes. El mismo resultado puede obtener a través del
procedimiento de quiebra. Por lo contrario, el deudor civil que se presente en concurso de
acreedores verá sus bienes intervenidos por el síndico provisional sin que obtenga los beneficios de
un convenio mayoritario, pues debe recabar, en todo caso, el consentimiento unánime de sus
acreedores.

Si la agremiación en la Cámara de Comercio ha sido contemplada como un deber, también es,


indiscutiblemente, un derecho del comerciante. Se acentúa más este carácter si se atiende a la
posibilidad de que integre los órganos de dichas cámaras. Para el otorgamiento de permisos de
importación o exportación de Ias numerosas mercancías que están sujetas al control estatal, se toma
en consideración, en ocasiones, el volumen de las adquiridas en años anteriores, lo cual supone la
preexistencia del carácter de comerciante.

La prórroga legal de los contratos de arrendamiento, en el Distrito Federal, beneficia con más
amplitud a los comerciantes que a quienes no tienen este carácter, ya que respecto de aquéllos
opera sin limitación respecto de las rentas, al paso que sólo protege a las habitaciones con renta que
no excede de una cantidad prefijada mensual.

Las operaciones auxiliares de crédito, de seguros y de fianzas de empresa, sólo pueden ser
realizadas por quienes hayan obtenido la autorización administrativa correspondiente, la cual, a su
vez, no se otorga sino a sociedades mercantiles; lo que equivale a que tales operaciones no puedan
ser realizadas sino por comerciantes.

El empleo de una marca comercial strictu sensu se configura como un derecho de los
comerciantes. También podría entenderse que se requiere tal carácter para obtener el registro de
una marca industrial, ya que el que esté usando o quiera usar una marca para distinguir los artículos
que fabrique o produzca, parece aludirse a un industrial, que, conforme al derecho mercantil, tiene el
carácter de comerciante. Sin embargo, la posibilidad de que no se trate de un uso actual, sino futuro,
y la circunstancia de que no se exija la comprobación de la preexistencia del establecimiento fabril,
tiene como consecuencia en que en realidad el registro de la marca pueda ser obtenido con
independencia del carácter de comerciante.

AUXILIARES MERCANTILES

GENERALIDADES

Concepto y clases

Son auxiliares mercantiles las personas que ejercen una actividad con el propósito de realizar
negocios comerciales ajenos o facilitar su conclusión. Se pueden distinguir los auxiliares
dependientes, o auxiliares del comerciante, de los auxiliares independientes, o auxiliares del
comercio. Los primeros están subordinados a un comerciante, al cual prestan sus servicios de modo
exclusivo, al paso que los segundos no están supeditados a ningún comerciante determinado y
despliegan su actividad a favor de cualquiera que la solicite, siendo así propiamente auxiliares del
comercio en general, y no de un comerciante en particular.

Los auxiliares del comercio son: los corredores, los intermediarios libres, los agentes de comercio,
los comisionistas y los contadores públicos. Los auxiliares del comerciante son: los factores o
gerentes, los contadores privados, los dependientes o mancebos, los viajantes, los agentes de
ventas y los demás trabajadores de una negociación.

Erróneamente niega GARRIGUES la existencia de auxiliares mercantiles independientes.


"Auxiliar" e "independiente" (dice el tratadista español) son términos inconciliables… El agente
mediador, prototipo del llamado "auxiliar independiente", no es, en tal sentido, más auxiliar del
comerciante que el banquero que le facilita el crédito o los capitales necesarios".

Sin embargo, hay una diferencia esencial entre el caso del banquero y el del agente mediador:
éste ofrece al comercio sus propios servicios; aquél, capitales ajenos. En un caso hay interposición
en el uso del crédito, en el otro, la interposición no existe. El banquero es, él mismo, comerciante; el
agente mediador no es comerciante, como no lo es, en cuanto tal, ningún auxiliar mercantil.

Status jurídico de los auxiliares mercantiles


Es opinión generalmente aceptada que los auxiliares dependientes no adquieren status jurídico de
comerciantes; pues aunque muchos de ellos realizan actos de comercio, no los celebran en nombre
propio, y, conforme a las reglas de la representación, los efectos del acto realizado se producen
directamente respecto del representado, que es así quien adquiere el carácter de comerciante. Sin
embargo, en la práctica es muy frecuente considerar como comerciantes, y ellos mismos suelen
calificarse así, a los factores o gerentes de las negociaciones mercantiles; pero tal terminología,
desde el punto de vista jurídico, es completamente errónea.

Gran número de tratadistas consideran, con especial referencia al corredor, que los auxiliares
independientes son, en derecho, comerciantes. No se considera correcta tal afirmación. Por un lado,
el artículo 12 del Co.Co. prohíbe formalmente a los corredores el ejercicio del comercio, al paso que
la regulación de sus actividades la hace con absoluta separación de la aplicable a los comerciantes;
y se define al corredor no como un comerciante con específica actividad sino como un agente auxiliar
del comercio, con lo cual niega, implícita, pero claramente, que el concepto de corredor quede
subsumido en el de comerciante.

Las consecuencias que se deducirían de atribuir a los corredores el carácter de comerciante son:
que estarían sujetos a las obligaciones que a éstos les impone la ley, especialmente la de llevar
libros de contabilidad, y de que en todo caso de insolvencia pudieran ser declarados en quiebra.
Difícilmente habrá quien sostenga que el corredor esté obligado, como el verdadero comerciante, a
llevar el sistema contable que deriva del artículo 33 del Co.Co. y los libros consiguientes; el único
libro que los corredores están obligados a llevar es el de Registro, establecido en el artículo 12 de la
Ley Federal de Correduría Pública. En cuanto a la quiebra, no puede negarse que expresamente se
ha previsto que puedan incurrir en ella los corredores; pero también es indudable que las normas que
se refieren a la quiebra de los corredores tienen como supuesto que el corredor ha violado las que
regulan su actividad profesional, y si sólo puede quebrar el corredor que se ha salido de la órbita de
la correduría, debe inferirse que el corredor, mientras actúa exclusivamente como tal, no es
susceptible de ser declarado en quiebra, conclusión incompatible con el supuesto de que el corredor
sea comerciante, lo que viene a demostrar una vez más la falsedad de esta proposición.

Con toda claridad, al darse una nueva regulación de la correduría, en enero de 1970 se refiere a
los corredores que a pesar de la prohibición existente ejerzan el comercio para declarar que la
quiebra en que de hecho caigan, será calificada siempre de fraudulenta. Es decir, se declara la
quiebra del corredor en cuanto se ha excedido de sus funciones, con infracción de la ley. El nuevo
texto legal sanciona, con gran energía, la violación de los deberes del corredor, al declarar que
siempre se calificará de fraudulenta su quiebra, sin permitir prueba alguna en contrario, como sí la
permite La Ley de Concursos Mercantiles. Consecuencia de lo dicho es que si un corredor no tiene
bienes suficientes para cubrir sus deudas civiles deberá ser sometido a concurso y no declarado en
quiebra; consecuencia que no se duda en considerar como válida.

El que la fracción XIII del artículo 75 declare actos de comercio "las operaciones de mediación en
negocios mercantiles", no es base suficiente para calificar como comerciantes a quienes
habitualmente realizan tales actos de mediación, pues es notorio que no todos los actos de comercio,
aun reiterados, pueden engendrar a un comerciante. En este caso, se juzga que siendo el objeto del
acto la prestación del trabajo propio, y faltando la existencia de una negociación, no surge el sujeto
comerciante.

Tratándose de los demás auxiliares independientes, la solución, que en principio es la misma, se


enturbia en la práctica por la circunstancia de que no hay impedimento o prohibición legal para que
tales auxiliares ejerzan el comercio; de modo que pueden llegar a adquirir la calidad de comerciante
por el lícito ejercicio de actos diversos de aquellos que les dan el carácter de auxiliares.

Así, por ejemplo, no hay un solo comisionista que se limite al desempeño de comisiones, sino que
además de estas operaciones realizan otros actos de comercio, poseen una negociación, y son por
ello comerciantes. Pero no se vacila en sostener, aunque la tesis parezca atrevida, que el
comisionista, en cuanto tal, no es comerciante, pues no puede darse esta calificación a quien se
limita a prestar su propia actividad; y "el comisionista, dice el artículo 280, debe desempeñar por sí
los encargos que recibe", y puede únicamente, valerse de dependientes, "en operaciones
subalternas", según reza el propio precepto legal.

AUXILIARES INDEPENDIENTES

Los corredores

La función primitiva del corredor es poner en mutua relación a las personas interesadas en
celebrar un contrato, o si se prefiere, buscar la persona que, al concertar el correspondiente negocio
jurídico, pueda satisfacer las necesidades manifestadas por otra. La intervención del corredor en el
perfeccionamiento de los contratos tuvo como lógica consecuencia el que se emplearan sus servicios
no sólo para concertarlos, sino para multitud de cuestiones con ellos relacionadas. Si las partes
hablaban diferentes idiomas, el corredor podía allanar la dificultad actuando como truchimán (y así
surgió el corredor intérprete de buques); si al dar cumplimiento al contrato, una de las partes
consideraba que no se ejecutaba fielmente lo pactado, el corredor podía, por su conocimiento
general del comercio y particular del convenio celebrado, decidir si la prestación realizada
correspondía o no correspondía con la contratada; y claro es que si la discrepancia versaba sobre la
existencia o contenido de determinada cláusula, o del contrato mismo, nadie más indicado que el
propio corredor, por cuya intervención habían entrado las partes en tratos, para atestiguar si se había
perfeccionado el contrato, o si no habían llegado a un entendimiento, y, en su caso, cuáles habían
sido las cláusulas estipuladas.

Surgieron así, añadidas a las funciones de mediador, originalmente desempeñadas por el


corredor, funciones de perito mercantil y fedatario. Para desempeñar debidamente estas tres
funciones, son precisos conocimientos adecuados y cualidades de honorabilidad e independencia
que hagan dignos de entera fe los dictámenes y declaraciones del corredor. De aquí que para
ostentar este carácter, será necesario un acto de autoridad competente.

El complejo carácter de corredor, lo recoge la descripción que de él se hace el decir que el


corredor es el agente auxiliar del comercio, con cuya intervención se proponen y ajustan los actos,
contratos y convenios y se certifican los hechos mercantiles. Tienen fe pública cuando expresamente
los faculta la Ley y puede actuar como perito en asuntos de tráfico mercantil.

El acto administrativo mediante el cual se confiere el carácter de corredor lo se denomina


habilitación, tiene eficacia solamente en determinada plaza mercantil, en la cual ha de ejercer el
corredor, aun cuando los actos en que intervenga se refieran a otro lugar. Para el título de corredor,
estableció el texto primitivo del Código de Comercio, un sistema excepcional en la República
Mexicana; según los casos, se dio competencia a una autoridad federal o a una local; sistema
excepciona! que fue conservado al darse una nueva regulación para los corredores, en 1970. Para el
ejercicio de la correduría, la habilitación la expide la Secretaria de Economía.

Los requisitos para el ejercicio de la correduría los señalan en detalle los artículos 8° y 12 de la
LFCP, y su Reglamento. Para obtener la habilitación necesaria para actuar como corredor, se
requiere tener título de licenciado en derecho (artículo 8°, fracción II). Una vez obtenida la
habilitación, a efecto de ejercer la correduría debe otorgarse una garantía, cuyo monto fijará
Secretaría de Economía, proveerse de libros de registro y sello, que el corredor deberá inscribir, al
igual que su firma, en el Registro Público de Propiedad y en la propia Secretaría, y en su caso ante el
colegio de corredores de su plaza, y establecer una oficina en la plaza donde va a actuar (artículo 12,
fracciones II, III y IV).

Desde 1945 se reformó la fracción I del artículo 54 del Co.Co., para permitirles a las mujeres el
acceso a la correduría, posibilidad que subsiste en la actualidad. Conforme a las normas vigentes, no
existen ya diversas clases de corredores, de acuerdo con sus actividades, según establecían los
textos primitivos del Código. EI Reglamento de corredores extiende demasiado las funciones de
éstos, en su aspecto pericial, pues los faculta para intervenir en la formación de balances, tarea para
la cual están mucho mejor capacitados otros auxiliares del comercio: los contadores públicos.

Obligaciones de los corredores

Los corredores formarán un archivo con las pólizas y actas de los contratos en que intervengan, y
asentarán, diariamente, por orden de fecha y bajo numeración progresiva, un extracto de las pólizas
en el libro que al efecto están obligados a llevar, el cual se denomina de registro (artículo 16, LFCP).
Esta misma Ley da los conceptos de póliza y de acta (artículo 18). Han de cerciorarse de la identidad
y capacidad legal de las personas en cuyos negocios intervengan (artículo 19, fracción VI), y deben
expedir a los interesados copias certificadas de las pólizas o actas correspondientes (artículo 15,
fracción VI). Es obvio que siendo personales los requisitos que han de satisfacerse para ejercer las
funciones de corredor, éstas sólo pueden desempeñarse personalmente (artículo 15, fracción I).

Prohibiciones a los corredores

Ya se indicó que los corredores tienen prohibido el ejercicio del comercio (artículo 12, fracción I,
Co.Co.). Reitera esta prohibición el artículo 20, fracción I de la LFCP, que también les prohíbe ser
comisionistas, y ocupar puestos que los supediten a un comerciante, como son los de factor o
dependiente (fracción II); tampoco pueden tomar un interés directo o indirecto en los contratos en
que intervengan (fracciones III, VII y VIII). Pero sí pueden formar parte de consejos de administración
o de los órganos de vigilancia de una compañía, pues en las reformas de 1970 desapareció la
prohibición que al efecto existía, y se da por supuesta tal posibilidad.

También tienen prohibido, los corredores, el desempeño de cargos públicos, con excepción de las
actividades docentes (fracción V). Otras prohibiciones son: “Art. 20… IV.- Expedir copias certificadas
de constancias que no obren en su archivo o libro de registro, o no expedirlos íntegramente, o de
documentos mercantiles cuando sus originales no les hubieran sido presentados para su cotejo;…
VI.- Desempeñar el mandato judicial;… IX.- Recibir y conservar en depósito sumas de dinero, valores
o documentos que representen numerario con motivo de los actos o hechos en que intervengan
como fedatarios, excepto en los siguientes casos: a) El dinero o cheques destinados al pago de
impuestos o derechos causados por las actas o pólizas efectuadas ante ellos; o b) En los demás
casos en que las leyes así lo permitan. X.- Ejercer su actividad si el hecho o el fin del acto es
legalmente imposible o contrario a la ley o a las buenas costumbres; y XI. Actuar como fedatario
fuera de los casos autorizados por la ley y su reglamento; así como en actos jurídicos no mercantiles;
en tratándose de inmuebles, así como dar fe de hechos que no se consideren de naturaleza
mercantil; XII. Actuar como fedatarios en los casos a que se refiere la fracción anterior, aun cuando
se modifique o altere su denominación, se trate de actos jurídicos, convenios o contratos
innominados, intervengan sujetos que por su actividad sean calificados de comerciantes, o se
refieran a cosas mercantiles o se denomine un acto como mercantil cuando el acto real tenga otra
naturaleza, y XIII. Las demás que establezcan las leyes y reglamentos”. Las sanciones al corredor
que viole las normas que rigen sus actividades son: las de amonestación, multa, suspensión y
destitución, a más de la ya mencionada de calificar su quiebra como fraudulenta (artículo 21).

Colegios de Corredores

La existencia de tres o más corredores en una plaza, los obliga a constituir un Colegio, encargado
de velar por el cumplimiento de las normas profesionales y de mantener la disciplina de sus
miembros (artículo 23, LFCP). Las reglas sobre los colegios han de aplicarse también a los de
corredores.

Agentes de bolsa o agentes de valores

La intermediación en el mercado de valores únicamente podrá realizarse por sociedades inscritas


en el Registro Nacional de Valores a cargo de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, que
habrán de comprobar que satisfacen los requisitos para obtener la inscripción (artículos 9°, 10, 12 y
17 de la LMV). La inscripción de una sociedad en la sección de intermediarios del registro arriba
señalado, da a ésta la calidad de casa de bolsa (artículo 21, LMV); por otra parte, sólo las
sociedades registradas pueden ser accionistas de una bolsa.

Es dudosa la vigencia del reglamento de las bolsas de valores de 15 de febrero de 1933. Aunque
no quedó expresamente abrogado por el artículo 2° transitorio de la LMV (D. O. de 2 de enero de
1975), cae dentro del inútil séptimo transitorio, del mismo ordenamiento, según el cual se derogan
todas aquellas disposiciones que se opongan a la LMV (lo que igualmente ocurriría en ausencia de
tal transitorio). El licenciado Rodolfo León sostiene que el reglamento en cuestión quedó abrogado
precisamente por su incompatibilidad con la LMV. En todo caso, se encuentra en absoluto desuso.

Intermediarios libres

No se prohíbe que personas que no hayan sido habilitadas puedan actuar como intermediarios
para la celebración de negocios mercantiles, pero sí se les prohíbe que ostenten la denominación de
corredor, el empleo indebido de este nombre se sanciona con multa, que impondrá la autoridad
habilitante “hasta por el equivalente a 500 veces el salario mínimo general para el Distrito Federal,
monto que podrá imponerse diariamente mientras persista la infracción" (artículo 7°, LFCP); ello,
independientemente, añade el texto legal "de la responsabilidad penal que resulte". No es fácil
encontrar cual es la norma que establece esta sanción penal.

El intermediario libre no tiene prohibido ejercer el comercio; por actos distintos de la correduría
puede llegar a adquirir el carácter de comerciante. La prescripción abreviada que establece la
fracción IV del artículo 1043 del Co.Co. no puede hacerse valer por los intermediarios que no tienen
el carácter jurídico de corredor. Siendo, por regla general, lícita la actividad de los intermediarios
engendra a su favor un derecho a cobro de honorarios.

Agentes de comercio

Ni nuestra legislación ni nuestra jurisprudencia han sabido captar con precisión la figura del
agente de comercio. Bien es verdad que bajo tal nombre se encubre una variedad tal de situaciones
y de actividades que hacen de la figura en cuestión algo proteico y escurridizo. Las leyes mercantiles
no sólo no regulan la situación jurídica del agente de comercio, sino que parecen ignorar su
existencia; es en las leyes fiscales donde se encuentran algunos preceptos referentes a ellos.

En Francia, por decreto de 23 de diciembre de 1958, se fijó el estatuto de los agentes


comerciales. Se les define así: "Es agente mercantil el mandatario que a título de profesión habitual e
independiente, sin estar ligado por un contrato de arriendo de servicios, negocia, y, eventualmente,
concluye compras, ventas, arriendos o prestaciones de servicios en nombre y por cuenta de
productores, industriales o comerciantes". En el Proyecto de Código de Comercio de 1929, así como
en los elaborados de 1942 a 1960, si se consagra un capítulo a la regulación de estos auxiliares de
comercio.

La jurisprudencia ha tenido que ocuparse muchas veces en los agentes de comercio, pero no ha
logrado precisar criterios de validez objetiva para la determinación del concepto de este auxiliar ni dar
las bases de su régimen jurídico. Sólo la vida de los negocios, en medio de la cual vive y actúa el
agente mercantil, puede dar la clave para su estudio. Agente de comercio es la persona, física o
moral que de modo independiente, se encarga de fomentar los negocios de uno o varios
comerciantes.

La actuación del agente de comercio ha de ser independiente, y ello lo distingue del que, con
terminología un tanto arbitraria si se quiere, se denomina agente de ventas. La independencia del
agente de comercio significa que es él mismo, y no alguno de los comerciantes a cuyo favor ejerce
sus funciones, quien determina el modo, lugar y tiempo de desplegar su actividad; significa también,
en consecuencia, que el agente está en libertad de consagrarse a otras actividades, e incluso de
servir como agente a diversos comerciantes, con la única posible limitación de que no sean
competidores entre sí, limitación que impone la lógica de los hechos, pues si las funciones del
agente, según la definición propuesta; consisten en fomentar los negocios de un comerciante,
malamente podría fomentarlos si favorece a los de un competidor.

La independencia de que, por esencia, disfruta el agente de comercio tiene como consecuencia el
que no deba ser considerado, en cuanto es propiamente agente mercantil, como un trabajador,
carácter que sí tiene el que se ha denominado agente de ventas. De lo dicho resulta también que el
agente mercantil es un auxiliar del comercio, y no del comerciante, pues sus funciones no se limitan
a coadyuvar con uno determinado, sino con tantos cuantos se lo permitan las circunstancias de
hecho.

Una nota del concepto de agente de comercio es la de que su actividad va encaminada a


fomentar los negocios de uno o varios comerciantes. Ello significa que su interés es concordante o
paralelo al de tales comerciantes, mientras que el corredor mantiene, o a lo menos, debe mantener,
una actitud imparcial, puesto que su misión es poner en contacto a las partes, y no favorecer a los
intereses de una de ellas.

Dada la vinculación de intereses que existe entre el comerciante y el agente, y en atención


también a que éste, en muchas ocasiones, renuncia (tácita o expresamente) a realizar negocios
similares a los de aquel de quien es agente, con frecuencia se le concede el derecho de exclusiva
respecto a determinado territorio, exclusiva cuyo contenido puede ser: a) la renuncia del comerciante
a otorgar el carácter de agentes a otras personas, en el territorio de que se trata; b) la renuncia a
gestionar negocios sin intervención del agente, aunque reservándose la facultad de aceptar los
propuestos espontáneamente por personas residentes en el territorio de la exclusiva o que han de
ejecutarse en él; c) la obligación de no contratar sin intervención del agente, o, a lo menos, la de
abonarle la cantidad pactada sobre todos los negocios celebrados en el territorio respectivo y que
han de ejecutarse en él, aunque se hubieren perfeccionado sin mediación del agente.

La exclusiva no es un carácter esencial del contrato de agencia: puede celebrarse, y es también


frecuente que así se haga, sin el otorgamiento de tal prerrogativa. Las funciones del agente no
dependen exclusivamente de sus características personales, como las del corredor público; de aquí
que sea perfectamente concebible que asuma el carácter de agente una persona moral, es decir, una
sociedad mercantil.

En este caso, y en aquellos en que el agente, aun cuando persona física, organiza los factores de
la producción para la ejecución del contrato, se constituirá una empresa de agencia, cuyo carácter
comercial resulta de la fracción X del artículo 75 del Co.Co., y el agente empresario tendrá el status
de comerciante, que el ejercicio personal de las funciones de agente no basta para conferirle, pero
que también puede adquirir el agente (como tal, auxiliar del comercio) por actos distintos de los que
le confiere su carácter, ya que ninguna disposición le veda ejercer el comercio por cuenta propia.

Comisionistas

La comisión mercantil, según la define el artículo 273 del Co.Co., es "el mandato aplicado a actos
concretos de comercio". "Es comitente –continúa diciendo el texto legal- el que confiere comisión
mercantil y comisionista el que la desempeña”. No se estudia el contrato de comisión mercantil, pero
sí es necesario recordar el concepto legal del comisionista, como persona que desempeña una
comisión, justamente para diferenciarlo de otro concepto de comisionista, que es el que aquí
interesa: el comisionista como persona que ofrece al público encargarse de las comisiones que se le
confieran y que, por lo tanto, las desempeña habitualmente.

Este segundo concepto no es desconocido del Código de Comercio, aun cuando se confunda y
mezcle con el primero: indudablemente, si el artículo 275 declara que "es libre el comisionista para
aceptar o no el encargo que se le hace", se refiere a una persona que aún no ha aceptado la
comisión," y que, en consecuencia, no es un comisionista en el sentido del artículo 273. El artículo
277 y la fracción II del artículo 279 se refieren a quien ha rehusado la comisión, y que malamente
podría ser llamado comisionista si sólo valiera el concepto del artículo 273. Y todavía es más
interesante que el artículo 277 imponga obligaciones, y el 279 confiera derechos, a quien no ha
celebrado contrato alguno del que puedan nacer éstos y aquéllos. ¿En qué se fundan, entonces,
tales obligaciones y derechos? En un particular modo de ver, la respuesta es fácil: es la profesión de
comisionista la que justifica los preceptos mencionados, son deberes y derechos profesionales los
que la ley consagra. Si a un simple particular se le propone una comisión y la rehúsa, no es aplicable
el artículo 277, porque no hay comisionista ni en sentido contractual ni en sentido profesional: falta
así el supuesto de aplicación de la norma.

Es indudable que el comisionista profesional, como lo califica de modo incidental BENITO, es un


auxiliar del comercio, en cuanto facilita la realización de los actos de comercio que se le
encomiendan, y un auxiliar independiente, puesto que presta sus servicios a los comerciantes en
general y no a uno concretamente determinado, con exclusión de los demás. En los proyectos
elaborados de 1947 a 1960, se precisa la figura profesional del comisionista; por lo demás, no
contiene ninguna innovación sustancial respecto de la vigente legislación.

Son agentes aduanales los individuos a quienes la Secretaría de Hacienda y Crédito Público
autoriza, mediante la patente respectiva, para ocuparse, por cuenta ajena, en los trámites aduanales
necesarios para la importación o exportación de mercancías, y en la celebración de los contratos
necesarios para hacerlas llegar a su lugar de destino. La Constitución de la República (artículo 32,
frase final) exige la nacionalidad mexicana como requisito para ser agente aduanal. El régimen
jurídico de los agentes aduanales lo establecen los artículos 143 a 149 de la Ley Aduanera; pero la
extensión de sus funciones resulta de las prácticas mercantiles.

El carácter de los agentes aduanales es muy similar al de los comisionistas, en cuanto se dedican
a realizar los mandatos especiales que el público les confiere; sin embargo, en cuanto las gestiones
ante las aduanas no son actos de comercio, no quedan incluidos en el concepto de comisionistas.
Por el contrario, sí quedan dentro de la denotación de tal concepto, en cuanto contratan, como es
frecuente, el transporte, el seguro, etc., de las mercancías importadas o exportadas. Los agentes
aduanales no pueden ejercer el comercio por cuenta propia.

Los agentes aduanales no son trabajadores, sino funcionarios públicos; sin embargo, la patente
que se les otorga no puede considerarse como una concesión en el sentido estricto que tiene en
derecho administrativo. Entre sus funciones, no se incluye la contratación de la estiba y desestiba,
carga y descarga de los buques; responden administrativamente de las infracciones o delitos
cometidos por sus dependientes, y frente al Fisco, si son consignatarios de mercancías, con
exclusión de quien pueda resultar dueño de ellas. Son meros intermediarios, y no patrones, respecto
de las personas que contraten para desempeñar trabajos, que no pueden ejecutar personalmente,
salvo que el trabajo lo realicen con elementos propios. Pueden tener el caracter de representante de
los importadores, sólo en sus relaciones con el Fisco, o de acuerdo con las facultades que se les
hayan conferido en el documento constitutivo de la representación, pero de las disposiciones de la
legislación aduanera no resulta que estén autorizados para celebrar, a nombre de los importadores,
pacto respecto de las cuotas que les corresponden. No pueden delegar su representación a favor de
terceras personas, sin consentimiento del comitente. No procede la cancelación de la patente, ni la
suspensión del agente, si no existe connivencia o negligencia de él, con relación a actos de sus
subordinados. Estas características resultan de diversos fallos de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.

Mediante un acuerdo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Publicado en el Diario Oficial


de 27 de junio de 1958, se reconoció el carácter patrimonial de la patente de agente aduanal, y se
fijan los criterios para la transmisión de tales patentes en los casos de incapacidad física o
fallecimiento. El monto de los honorarios de los agentes aduanales está regulado por una tarifa,
desde 18 de septiembre de 1939, que ha sufrido reformas.

Contadores públicos

Numerosos preceptos legales se refieren a los contadores públicos, bien para exigir su
intervención en determinados actos legalmente obligatorios o necesarios para la validez de ciertos
negocios jurídicos, bien señalando tal carácter como requisito para desempeñar ciertos cargos. No
obstante, ninguna ley fija sistemáticamente las normas del ejercicio de esta profesión, una de cuyas
funciones principales es el examen de la situación de un negocio y de la fiel concordancia de los
balances con los datos de la contabilidad respectiva.

El Proyecto de 1929 sí consagraba un capítulo a estos auxiliares de comercio, distinguiéndolos de


los contadores privados. El Proyecto de 1947 no dedicó ningún precepto a los contadores públicos;
se consideró, por una parte, que sus funciones resultaban de diversos preceptos legales, y, por la
otra, que en cuanto profesión, debía estar regida por la ley de la materia. Este punto de vista se
mantuvo en la revisión de 1952. En el Proyecto de 1960, tampoco se incluyen normas sobre los
contadores públicos.

La diferenciación entre contador público y contador privado no debe realizarse basándose


simplemente en el título académico, que si es necesario para el ejercicio de las funciones de
contador público, no basta para caracterizar a éste, pues con frecuencia ocurre que personas con
título académico de contador público, ejercen como contadores privados, en cuanto emplean sus
conocimientos en organizar y dirigir la contabilidad de un comerciante del cual dependen, mientras
que el contador público, en sentido estricto, es un auxiliar independiente que no puede estar
supeditado a ningún comerciante, pues justamente la ley le confiere determinadas funciones en
atención a su independencia, y no sólo a sus conocimientos técnicos.

AUXILIARES DEPENDIENTES

Los factores

Factor es la persona que dirige una negociación o un establecimiento mercantil por cuenta de su
propietario, o que representa a éste en todos los asuntos concernientes a la negociación o
establecimientos respectivos (artículo 309, Co.Co.). En la práctica el factor recibe el nombre de
gerente o administrador. Puede estar encargado de dirigir toda la negociación (gerente general), o
sólo uno de sus establecimientos (gerente de una sucursal, administrador de una fábrica).

El artículo 310 del Co.Co. parece exigir la forma escrita para el apoderamiento del factor. Sin
embargo, se considera, de acuerdo con MORENO CORA, que la omisión de tal forma no es oponible
a los terceros de buena fe, y se entiende que la exigencia sólo rige las relaciones entre principal y
factor. En efecto, a) el artículo 309 considera factor tanto al que está autorizado para contratar como
al que tiene la dirección de una empresa: luego basta el poder tácito que resulta del hecho de dirigir
la negociación; b) el artículo 315 pone a cargo del principal los actos del factor, aunque haya
transgredido sus facultades, siempre que estén comprendidos en el giro de que están encargados:
luego es el hecho objetivo de la referencia a la negociación lo que, frente a terceros, funda el poder
del factor, y no la autorización escrita que le haya podido otorgar el principal, ya que, de ser así, tal
autorización sería la medida de sus facultades; c) quien da a otro la dirección de su negocio, aun sin
autorización escrita, realiza un hecho positivo que da lugar a que se crea que dicha persona está
facultada para suscribir títulosvalor, y, en consecuencia, de acuerdo con el artículo 11 de la LGTyOC,
no puede oponer a los terceros de buena fe la falta de poder del aparente representante (factor): por
mayoría de razón, serán válidas las obligaciones contraídas por el factor, aunque no tenga poder
escrito, sí no tienen el rigor de las cambiarias. Por lo demás, es notorio que la solución que se
propugna protege los intereses del tráfico comercial de buena fe, y concuerda con las modernas
tendencias de dar efectos, respecto de terceros, a la apariencia jurídica.

Facultades del factor

La doctrina de los países latinos, suele considerar válidas, aun frente a terceros, las restricciones
a las facultades del factor, a condición tan sólo de que resulten del Registro Público de Comercio.
Por lo contrario, RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ sostiene, con referencia al derecho mexicano, que "el
apoderamiento del factor (apoderamiento institorio) es ilimitable", como se deduce de la frase "para
contratar respecto a todos los negocios concernientes a dichos establecimientos o empresas", usada
en el artículo 309 del Co.Co., y de la presunción que establece el artículo 315; es decir, la presunción
de que "los contratos celebrados por los factores recaigan sobre objetos comprendidos en el giro o
tráfico de que están encargados" serán por cuenta del principal "aun cuando el factor… haya
transgredido sus facultades". Se adhieren en general a la opinión de RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, ya
que se reputa jurídicamente fundada, pues es claro que si los contratos celebrados por el factor, aun
en exceso de sus facultades, repercuten en el patrimonio del principal, es porque las restricciones
que éste hubiera introducido en el poder del factor no operan frente al tercero contratante, por más
que, como es obvio, tengan plena eficacia entre las partes, y pueda el principal rescindir el contrato
que lo liga al factor si se excede de los poderes que recibió, caso en el cual estará también obligado
éste a indemnizar al principal los daños y perjuicios que le hubieren ocasionado los negocios
celebrados con transgresión de sus poderes.

Además, esta solución parece la más adecuada a las necesidades del comercio, en cuanto
protege al público que no puede estar examinando los poderes del factor, y cuya buena fe lo
conduciría a resentir graves perjuicios en caso de que se anularan los actos jurídicos del factor, a
pretexto de su falta de facultades, al paso que el principal puede precaver los peligros de los abusos
del factor escogiendo con cuidado a la persona a quien se confiere tal carácter y exigiéndole que
garantice adecuadamente su manejo.
Para fundar la tesis contraria, de la oponibilidad a terceros de las limitaciones del poder del factor
se ve obligado TENA: 1°) a corregir el texto de la ley, y 2°), a invocar doctrina italiana basada sobre
preceptos distintos de los de la ley mexicana. En efecto, al comentar el artículo 309 del Co.Co.,
TENA lo tacha de "inexactitud" en cuanto declara que el factor está autorizado para contratar
respecto a todos los negocios concernientes al establecimiento o empresa; y en el sumario del
número 193 vuelve a hablar de inexactitud de la teoría legal, ahora con referencia al artículo 315, que
en el texto critica, y propone soluciones contrarias a su tenor literal, que en el caso (contratación de
un empleado) seguramente serían rechazadas por cualquier junta de conciliación y arbitraje, porque
contradicen el artículo 11 de la Ley Federal del Trabajo. En cuanto a la opinión de VIVANTE,
invocada por TENA, carece de fuerza probatoria, por apoyarse en los textos legales italianos, cuyo
tenor literal permite, sin alterarlos, sostener la posibilidad de que se limiten los poderes del factor
cuando su nombramiento se inscriba en el Registro de Comercio, no obstante lo cual, autores
italianos de prestigio parejo al de VIVANTE no consideran que pueda privarse al factor de la facultad
de realizar los actos esenciales al comercio del principal.

Un sentido análogo tiene la tesis que adopto: el poder del factor abarca todos los negocios
concernientes al establecimiento o negociación de que está encargado; no van más allá, no le
permiten realizar en nombre y por cuenta del principal actos extraños a su comercio, a no ser por
concesión expresa de poderes a tal efecto; poderes que siendo ajenos a su carácter de factor
pueden tener las limitaciones que al otorgarse se les fijen: con respecto a ellos, el factor es un simple
apoderado general de derecho común.

En un caso, sin embargo, es válida la limitación de poderes al factor: cuando se trata de la


suscripción de letras de cambio, pagarés, o cheques, pues el artículo 85 de la LGTyOC, al establecer
que "los administradores o gerentes de sociedades o negociaciones mercantiles se reputan
autorizados para suscribir letras de cambio", indica como límites de tal autorización "los que señalen
los estatutos o poderes respectivos". (El precepto citado es aplicable a los pagarés y a los cheques,
atenta la remisión hecha de los artículos 174 y 196.) Se considera que las limitaciones permitidas por
el artículo 85 regirán mientras no se dé la hipótesis del artículo 11 de la misma LGTyOC, y que
"quien haya dado lugar, con actos positivos o con omisiones graves, a que se crea, conforme a los
usos del comercio" que su factor está facultado para suscribir títulos de crédito, aún más allá de las
limitaciones contenidas en su apoderamiento, deroga tácitamente estas limitaciones, y restablece la
regla general formulada en el artículo 85, o sea, la de la plenitud de facultades del gerente para
suscribir cambiales y cheques.

Los negocios ajenos al giro de que está encargado, celebrados por el factor sin tener facultades
para ello, sólo valen si los realizó por orden del principal, o si éste los ratificó expresa o tácitamente
(artículo 316, Co.Co.). En todo otro caso, se aplicarán los principios de derecho civil respecto de la
falta de representación. Expresamente establece el Proyecto de Código de Comercio de 1947 que
los poderes del factor son ilimitados frente a terceros. En el mismo sentido es la solución de los
Proyectos de 1952 y de 1960 (segundo párrafo del artículo 338).

Actuación del factor

Puede obrar el factor en nombre propio o en el de su principal (artículo 311, Co.Co.): en el primer
caso queda personalmente obligado; no así en el segundo (artículos 313 y 314, Co.Co.).
Acertadamente critica TENA la parte final del artículo 311, que autoriza al factor para contratar en
nombre propio. De "infeliz añadidura" la califica, y con razón; pues del hecho de que el Código
español, del que se copiaron varios de los artículos que rigen al factor, prevea los efectos de los
actos que celebre en nombre propio, no puede inferirse la legalidad de tal actuación, que
expresamente consagra el Código mexicano, apartándose de su modelo, el mencionado código
español, pues conforme a la doctrina de éste el factor debe obrar siempre en nombre de su principal.

Las obligaciones contraídas por el factor en el ámbito del negocio que dirige son exigibles en el
patrimonio de su principal, cualquiera que sea su fuente. Una interpretación extensiva de los textos
legales, que hablan de contratos, sirve de fundamento a la solución propuesta en lo que mira a los
negocios jurídicos. En cuanto a los actos ilícitos, la responsabilidad del principal resulta del artículo
317 del Co.Co., que manda que se hagan efectivos en bienes del principal las multas en que incurra
el factor; por mayoría de razón será responsable aquél de las obligaciones puramente civiles nacidas
de los actos ilícitos de éste.

El artículo 1924 del CCF no funda de manera suficiente la responsabilidad del principal por actos
del factor, porque se refiere a obreros o dependientes, conceptos jurídicos claramente diversos del
factor, y porque, conforme al precepto citado, el principal quedaría libre de responsabilidad, si
probara que no hubo de su parte culpa o negligencia.

Se considera que el artículo 317 del Co.Co., en su tenor literal, es contrario al 22 constitucional,
que prohíbe las penas trascendentales, pues por tales se entienden aquellas que se imponen a
persona distinta de la que cometió la falta o delito castigados; luego es trascendental la multa
impuesta al principal por hechos del factor. Las multas recaerán sobre el principal siempre que las
leyes (principalmente las administrativas o las fiscales) le impongan obligaciones cuyo cumplimiento
descarga en el factor, puesto que esta circunstancia no basta para exonerar al principal del
cumplimiento de las obligaciones legales. Pero no puede, constitucionalmente, imponerse al principal
una pena pecuniaria (multa) porque la conducta del factor sea contraria a leyes prohibitivas.
Ejemplos: la ley obliga a cambiar las placas de los automóviles periódicamente; si el dueño de un
camión confía en que el factor cumplirá esta obligación, no por ello la ha cumplido, y será
responsable de la multa correspondiente. Pero si el factor, por atender a la pronta entrega de
mercancías, maneja el camión a más velocidad de la permitida, la multa que se le imponga no puede
hacerse efectiva en bienes del principal.

Extinción del poder del factor

Las funciones del factor terminan cuando el principal le revoca sus poderes o enajena la
negociación (artículo 319, Co.Co.), por lo cual el factor deberá abstenerse de actuar tan pronto como
llegue a su conocimiento la revocación o la enajenación (artículo 320, Co.Co.). Sin embargo,
respecto de terceros subsistirán las facultades de representación del factor, mientras no se haya
inscrito en el Registro de Comercio, y se haya publicado por medio de circulares, la enajenación o
revocación.

La muerte del principal no produce ipso facto la terminación de los poderes del factor: así resulta
del artículo 319 del Co.Co., que establece que dichos poderes "se estimarán en todo caso
subsistentes mientras no le fueren expresamente revocados"; y lo confirma la aplicación analógica
del artículo 308 del Co.Co., que, con referencia a la comisión, preceptúa que "por muerte o
inhabilitación del comitente no se rescindirá, aunque pueden revocarlo sus representantes".

Relación jurídica entre el factor y el principal

Para algunos tratadistas el representante de un incapaz propietario de una negociación tiene el


carácter de factor, carácter que, de ser exacta esta doctrina, no resultaría de un contrato, sino de la
institución de la patria potestad o de la tutela. Sin embargo, GARRlGUES considera que en estos
casos, el padre o tutor desempeña la función de principal en sentido concreto y no es propiamente un
factor. Se inclina a aceptar la tesis de GARRIGUES, pero con la salvedad de que si el padre o el tutor
dirigen por sí mismos la negociación, sí adquirirán el carácter de factores.

El comerciante capaz puede obtener los servicios del factor mediante un contrato de prestación de
servicios, de trabajo o de asociación en participación. Lo primero, cuando el factor tenga, aun frente a
su principal, la dirección efectiva de la negociación; lo cual sucederá, sobre todo, si este último, no
reside en el lugar de la ubicación de su establecimiento, o si su falta de conocimientos, de tiempo, de
salud, etc., le impiden atenderla directamente. Por el contrario, si el principal se reserva la facultad de
dar instrucciones y órdenes a su factor, si éste es dentro de la negociación un mero ayudante
(aunque con amplísimas facultades frente a terceros) de quien efectivamente la dirige y es su dueño,
habrá una verdadera subordinación, que caracterizará como de índole laboral a la relación. Si, por
último, el factor presta sus servicios a cambio de una participación de las utilidades del negocio, la
cual constituye su única remuneración o cuando menos la más importante, y si al mismo tiempo goza
de suficiente libertad para actuar, el contrato que lo liga al principal será en verdad de asociación en
participación.

La Suprema Corte considera que el gerente, cuando no es socio, tiene el carácter de trabajador.
Por el contrario, Mario DE LA CUEVA niega que tenga tal carácter, y opina que siempre es de
prestación de servicios el contrato que celebra con el principal. Se piensa, según resulta de lo dicho
en líneas anteriores, que ambas tesis extremas son falsas, y que deben examinarse las
circunstancias concretas del caso para decidir si el factor o gerente tiene o no tiene el carácter de
trabajador, posibilidad de distinción que, por lo demás, está latente en la argumentación empleada
por DE LA CUEVA.

A considerar como asociación en participación el contrato que liga al principal con el factor, se
opone la letra del artículo 318 del Co.Co., que declara que no tendrá el carácter de asociado ni el de
socio si estuviere interesado en las utilidades del giro. Con acierto, dice RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ
que "es totalmente incorrecta la expresión del artículo 318", y que "las cuentas en participación se
ajustan bien a dicha figura jurídica". No debe olvidarse, en efecto, que la autoridad del legislador se
extiende a dar normas, pero no a definir o clasificar los conceptos jurídicos, y que a la letra del
artículo 318 del Co.Co., puede contraponerse la del artículo 252 de la LGSM, que define la
asociación en participación como "un contrato por el cual una persona concede a otras que le
aportan bienes o servicios, una participación en las utilidades y en las pérdidas de una negociación
mercantil". A esta definición se ajusta rigurosamente el contrato en virtud del cual el factor aporta sus
servicios al principal a cambio de una participación en las utilidades del negocio. A la objeción de que
el factor no soporta las pérdidas, es fácil responder, recordando que quien, como él, aporta sus
servicios personales, es socio industrial, y que éste no soporta las pérdidas (artículo 16, fracción III,
LGSM). El concepto de factor se considera aplicable a las empresas estatales, como lo es Petróleos
Mexicanos, pues se reconoció tal carácter al ingeniero Jaime J. Merino, y se le dio validez a un
contrato celebrado verbalmente por él, en representación de Petróleos Mexicanos.

Los contadores privados

El texto original del artículo 35 establecía que los comerciantes pueden autorizar a otras personas
para que lleven sus libros de contabilidad, consagrando la existencia de los contadores privados, que
son aquellos a quienes se confía tal obligación. En cuanto el contador ejecuta actos jurídicos, y no
meramente materiales, puede considerársele como un representante del principal; pero cabe señalar
que se trata de una clase de representación hasta ahora descuidada por la doctrina: la
representación para ejecutar actos debidos, y actos cuyo contenido es una comprobación de hechos.

La autorización para llevar la contabilidad (un verdadero apoderamiento, según lo que se acaba
de decir) podía ser tácita, conforme al citado artículo 35. La distinción entre contador público y
contador privado no atiende al título académico, sino a las funciones desempeñadas. Cualquiera que
sea la terminología que se adopte, es indiscutible la existencia de las dos actividades: una, como
profesionista al servicio del público; otra, como auxiliar de un comerciante, bajo cuya dirección se
actúa. Hecha esta distinción, cabe plantear el problema de si es necesario determinado título
académico para ejercer una y otra profesión. En el estado actual de nuestra legislación, esta cuestión
debe resolverse en sentido afirmativo.

Los dependientes

Según la definición contenida en el artículo 309, son dependientes las personas que desempeñan
constantemente alguna o algunas gestiones propias del tráfico del comerciante, en nombre y por
cuenta de éste. Así, la nota característica de los dependientes, que los diferencia de los demás
empleados lato sensu, es la de que tienen la representación del comerciante frente a terceros, si bien
dentro de la esfera especial que resulta de su nombramiento, o de las funciones que de hecho
desempeñan.

Los artículos 322 y 324 del Co.Co. establecen de modo expreso las facultades de representación
que deben entenderse conferidas en ciertos casos a los dependientes. Sin embargo, el primero de
los artículos citados encuentra restringido en la práctica su campo de aplicación, por la extendida
costumbre de confiar a determinados dependientes (cajeros) la facultad de cobrar el importe de las
ventas, con lo cual resultan privadas de ella los dependientes vendedores.

Los viajantes y agentes de ventas

No siempre puede el comerciante esperar a que llegue a su establecimiento el comprador, sino


que en muchas ocasiones tiene que ir en su busca y provocar la demanda. Esta función la
desempeñan las agentes viajeros a viajantes y las agentes de ventas, que se distinguen de aquéllos
por tener su misión circunscrita a determinada ciudad, al paso que los primeros, como su nombre la
indica, recorren una zona más o menos amplia, e incluso todo el país.

En la mayoría de los casos, el agente de ventas, e incluso el viajante, no tiene la facultad de


representar al principal; su misión se limita a dar a conocer los productos o servicios que constituyen
su tráfico, y provocar pedidos (jurídicamente, ofertas de contrato) que transmite a su casa matriz, sin
que, por regla general, esté el propio agente facultado para aceptar el contrato propuesto al principal.

En contraposición con la del que se llamó agente de comercio, la del agente de ventas y la del
viajante es una actividad subordinada, y que, por lo mismo, normalmente no se presta sino a un solo
comerciante, a cuyas órdenes está sometido el agente, que tiene la obligación de visitar las plazas y
clientes que le indique el principal, rendir determinados informes, obtener un volumen mínimo de
pedidos, dar instrucciones y prestar servicios a los clientes, etc. Las obligaciones que se acaban de
ejemplificar, y que constituyen al agente de ventas en estado de subordinación respecto del principal,
tienen como consecuencia, que el contrato que con éste se liga sea un verdadero contrato de
trabajo.

Ni la Suprema Corte ni Mario DE LA CUEVA han separado la figura del agente de ventas de la del
agente de comercio: trabajador, auxiliar dependiente del comerciante, el primero; auxiliar
independiente, el segundo. Sin embargo, en algunas ejecutorias de nuestro alto tribunal se da la
debida importancia a ciertas notas que caracterizan al agente de ventas como un verdadero
trabajador: la sujeción a un horario, la obligación de informar, etc.

Los empleados

Además de los auxiliares cuya función se ha caracterizado en los párrafos precedentes, el


comerciante suele valerse de un conjunto más o menos numeroso de colaboradores que le prestan
servicios de carácter material: correspondencia, publicidad, estadística, etc. La situación de estos
empleados y sus relaciones con el principal, regidas por el derecho del trabajo, son, en rigor, ajenas
al mercantil, por no intervenir en la constitución o cumplimiento de obligaciones reguladas por esta
rama del derecho, como intervienen los auxiliares antes estudiados.

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