2 Determinar Estructura Del Relato
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LA EXCEPCIÓN
(María Fernanda Heredia)
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-Anda, confía en mí, somos amigos; cuéntame lo que te sucede.
-No lo haré, no lo haré y no lo haré. Es mejor que no insistas.
El lago sonrió y le dijo:
-Está bien, si no quieres contarme no puedo obligarte, pero… ya que estás aquí quiero hacerte una
confesión.
La oveja lo miró atentamente y se recostó a su lado para escuchar.
-Esta mañana –dijo el lago- he despertado con una sensación muy extraña.
-¿Qué sensación? –preguntó la oveja
-Nadie ha querido creerme, incluso las nubes se han burlado de mí.
-¿Qué sensación? –volvió a preguntar Blanca llena de curiosidad.
-Esta mañana –dijo el lago- por primera vez en mi vida, he despertado con sed.
Blanca quiso decirle que eso era imposible, que un lago no puede sentir sed… pero un escalofrío sacudió
su piel cubierta de lana y pensó entonces que, por suerte, ella no era la única que aquella mañana había
despertado diferente.
Se acercó al lago tanto como pudo y le dijo al oído:
-Somos amigos, yo te creo; no importa lo que el resto diga.
Y durante todo el día se hicieron compañía, hasta cuando la luna anuncio que aquel día extraño para
ambos estaba a punto de terminar.
EL MAR ENAMORADO
Marta González (Barcelona)
Hace mucho, muchísimo tiempo, existía en nuestro planeta un mar de aguas azules y cristalinas, que
estaba locamente enamorado de la blanca luna.
Las noches en que la luna lucía sus mejores galas, redonda y luminosa en el cielo, cual mancha de leche
en un mantel oscuro, el mar se pasaba la noche admirándola y suspirando por su amor, pero ella vanidosa
y antipática no le hacía caso y se burlaba del pobre mar.
El mar valiente y decidido intentaba llegar hasta la hermosa luna saltando hacia el cielo, creando olas
gigantes de agua, pero ella estaba tan lejos que nunca conseguía acercarse a ella.
Un día, el mar pensó en hacerle un regalo a su amada y habló con la brisa marina para que ésta, que era
un músico reconocido en el mundo entero, compusiera una canción de amor para que el mar le cantara a
la luna todas las noches. La brisa aceptó encantada y a cambio pidió al mar que le dejara en la orilla de la
playa algunas conchas y caracolas para guardar su música en ellas.
Al llegar la noche el mar cantó la canción de amor a la luna, pero ésta le ignoró y se ocultó tras las nubes
del cielo para que el mar no la viera.
Desesperado el mar le preguntó a la luna qué podía hacer para conseguir su amor y ella, después de
mucho pensar le propuso una apuesta. Si el mar era capaz de cubrir con sus aguas toda la tierra del
planeta, ella sería su novia y se casaría con él.
El mar ilusionado aceptó la apuesta, seguro de conseguir superar la prueba, pues el amor mueve montañas
y el suyo era inmenso. Lo que no sabía era que la luna traicionera, puso una tierra especial a los pies de la
mar, llamada arena, que se empapaba, pero no se dejaba cubrir por las aguas. El pobre mar lo intentó una
y otra vez, cogía carrerilla e intentaba tapar con sus aguas la tierra, pero nunca llegó a cubrirla del todo y
se quedó sin el amor de la luna.
Si vas a la playa y acercas una concha al oído podrás escuchar la música de la brisa y veréis como el mar
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sigue intentando llegar a la luna con sus olas. Noche tras noche canta su canción de amor con la esperanza
de que la luna se enamore de él y le quiera tanto como él la quiera a ella.
LA ARDILLA SKIPER
Skiper era una ardilla muy alegre y traviesa que le encantaba subirse a los árboles y saltar en ellos de
rama en rama. Cuantos más altos mejor. Allí se sentía feliz, jugando con sus amigos y sintiendo el viento
del bosque en su cara. Pero eso era antes, Skiper ahora se sentía muy triste, pues en su casa sus padres no
paraban de discutir.
Skiper se sentía muy abatido, quería mucho a sus padres, pero ya desde pequeño empezó a oír sus
discusiones y con el tiempo estas se hicieron más habituales. Un día, su madre le explicó que debido a
esas peleas habían tomado la decisión de separarse y vivir cada uno de ellos en un nido distinto.
Aunque las peleas en su casa se acabaron, Skiper se sentía muy triste ya que pensaba que se peleaban por
su culpa y que por eso se habían separado, además no sabía qué hacer, si ir con su padre o su madre ya
que si elegía alguno de los dos pensaba que el otro ya no lo querría más. Se sentía muy triste y quería que
sus padres volvieran a vivir juntos.
Así que pensó: - Me escaparé de casa y así cuando me busquen verán que los dos se quieren mucho y
volverán a vivir juntos.
Así lo hizo y su madre cuando vio que no volvía llamó a su padre. Este le dijo que no lo había visto y así
después de comprobar que no estaba con ninguno de sus amigos se pusieron a buscarlo.
La abuela de Skiper que era muy lista, lo encontró en seguida.
- ¿Abuela, como me has encontrado? -. Preguntó Skiper.
- Solo he tenido que buscar el árbol más alto del bosque. – Respondió su abuela.- Sé que te gustan los
árboles muy altos.
- ¿Papá y mamá me están buscando? -. Volvió a preguntar Skiper.
- Por supuesto, pero si has hecho esto para que vuelvan a estar juntos ha sido un error.- Dijo su abuela en
tono de reprimenda.
-¿Pero por qué abuela?
- Porque tus padres ya no se quieren.
- ¿Y es por mi culpa…? -. Preguntó Skiper muy apenado.
- Claro que no pequeño. Mira, tus padres se enamoraron y se casaron muy jóvenes. Construyeron su nido
y se querían tanto que naciste tú. Pero ellos dos son muy diferentes, ya sabes que tu madre es una ardilla,
es muy activa durante todo el día y no para ni en invierno. En cambio, tu padre es un lirón, el prefiere más
la noche que el día y además en invierno hiberna. De ahí vienen sus discusiones.
- ¿Y por eso se han separado?
- Claro. Además, no se puede discutir todos los días porque luego podrían llegar a pelearse y hacerse más
daño. Así que han decidido que para ser felices, cada uno tiene que vivir en su propio nido. Así que si los
quieres, tendrás que aceptar que vivan separados.
- ¿Pero y yo dónde iré? - Volvió a replicar Skiper.
- Mira, tú tienes lo mejor de cada uno de ellos. Eres muy activo, pero también prefieres la noche como tu
padre. En cambio, como eres una ardilla no tienes la necesidad de hibernar. Así que puedes pasar unas
temporadas con tu padre y otras con tu madre. Ellos no se van a enfadar por eso porque te quieren mucho.
Son tus padres y eso sí es para siempre, no lo olvides.
Skiper y su abuela se abrazaron y juntos volvieron a casa de su madre. Todos fueron felices. El padre de
Skiper podía salir tranquilamente a disfrutar de la noche y su madre trabajaba de día y no paraba durante
el invierno. Skiper se volvía a divertir saltando de árbol en árbol y además como pasaba unas temporadas
con su padre y otras con su madre, conoció nuevos bosques e hizo nuevos amigos.
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UNA FAMILIA GRANDE PARA UN NIDO PEQUEÑO
(Dra. Adania Guanche Martínez)
Una preciosa y fría tarde de otoño, una mamá pajarita y un papá pajarito se disponían a dormir a sus dos
pichones bajo sus plumas calentitas, cuando todos escucharon a otro pajarito pequeño piando
desesperadamente, de hambre y de frío.
_ ¿Quién es ese que chilla tanto, mamá? Parece que no tiene nido como nosotros – preguntó el mayor y
más fuerte de los hijitos.
_ Sí, – dijo el papá – se trata de un pajarito que se cayó del nido y está muy debilito y frío. Yo lo vi esta
tarde cuando les traía comida a ustedes.
_ ¿Qué podemos hacer por él? – preguntó la mamá a su familia, y agregó: – Le podríamos dar albergue y
comida, si pudiéramos subirlo hasta acá.
- No, mamá. ¡Déjalo ahí donde está! – Dijo el pajarito más listo y fuerte – que si le das comida va a
querer comérsela toda, y lo traes para acá arriba, él va a querer arrimarse a ti para estar más calentito.
Entonces, ¿dónde podré ponerme yo? ¿Eh?
- Sí, mamá; yo quiero que se calle, así es que baja tú y dale algo de comer, pero no lo traigas para acá, que
este nido es muy pequeño y no cabe nadie más.
El papá pajarito, que escuchaba estas dos opiniones, de modo muy dulce se dirigió a sus dos hijos y les
habló así, de esta forma que voy a contarles:
- Hijitos queridos: ese pajarito perdió a sus padres y tiene hambre. Su nido fue destruido por un señor
muy malo que no se dio cuenta que él había quedado vivo. Aquí vosotros estáis bien alimentados y
calentitos. Yo puedo ir a buscar al niño bueno que es mi amigo y que vive en aquella casa y puedo
también hacerle comprender que tome al pajarito suavemente y lo suba hasta nuestro nido. Así lo
podremos alimentar y darle calor.
- Entonces, si están de acuerdo ustedes dos, que son los que mandan, por ser la mamá y el papá, ¿por qué
no lo han traído ya? – dijo el pajarito más listo.
- Porque yo quería que todos estuviéramos convencidos de la decisión que podríamos tomar. Debemos
proteger a esa criatura que tiene frío y si viene para acá con nosotros, ¿no se dan cuenta que vamos a estar
más apretaditos, y por tanto, tendremos mayor calor?
- ¿Y habrá comida para los tres? ¿Para mi hermano, para el otro pajarito y para mí? – preguntó el más
pequeño de los hijitos.
- ¡Claro que sí, mis tesoros! Habrá comida y calor para todos y seremos más felices por haber aliviado a
una criatura que no tiene a nadie en este mundo.
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Y, diciendo esto, la mamá pajarita, llena de ternura, dio sendos besos a sus hijos y otro a su esposo, quien,
inmediatamente voló hacia la casa de su niño amigo, dando por hecho que sus hijos estaban convencidos
del bien que harían, mientras seguían escuchando los gritos de su futuro huésped, cada vez más débiles.
Y cuentan que al día siguiente amanecieron todos, los tres pequeños pajaritos y sus padres, muy
acurrucados en el centro del nido, llenos aún de la cena de la noche anterior y con caras de felicidad.
Todavía quedaba espacio en el nido.
EL TESORO DE MADI
Autor: Pedro Pablo Sacristán (argentino)
Madi era una medusa curiosa que, durante uno de sus paseos por el fondo del mar, descubrió una cueva
muy escondida, en cuyo interior había un cofre brillante y misterioso. A su lado, un cartel decía "no
podrás llevar joyas más valiosas". Aunque el cofre era pesadísimo, Madi lo llevó a su casa, convencida de
haber encontrado un gran tesoro.
Una vez en casa, lo abrió llena de nervios y emoción. Pero no contenía joya alguna. Tan solo un bonito y
sencillo vestido que brillaba con ese tono especial que tienen las cosas mágicas. Cuando se recuperó de la
desilusión, Madi decidió probarse el vestido y salir a dar un paseo.
No era el vestido más bonito que había visto, y era un poco pesado y difícil de vestir, pero le sentaba muy
bien, y al momento se sintió más alegre y animada que nunca. Sentía ganas de hablar y saludar a todos, de
gastar bromas y contar chistes, y todos cuantos se cruzaban con ella la encontraban realmente
encantadora...
Pero Molvorón, el terrible y gigantesco pulpo malvado, tenía que fastidiarla, y solo unos días después, en
el fondo del mar todos corrían a esconderse al enterarse de su llegada. Madi se quedó allí sola, tan
contenta, pues con su vestido mágico solo sentía alegría.
Molvorón se sintió bastante contrariado al ver que la pequeña medusa no huía como los demás
- ¿Por qué iba a tenerlo, si te tengo a ti para defenderme? - respondió confiada. - ¡Venga, vamos a jugar!
El malvado pulpo mostró sus tentáculos amenazadores, moviéndolos ligeramente a un lado y otro. A
Madi aquello, más que asustarle, le recordó una danza india.
- GRRRR!!
Molvorón, furioso al ver que la niña no hacía caso de sus amenazas, se inclinó hacia adelante sobre la
niña, con su gran boca abierta, los ojos rojos de sangre y las ventosas echando burbujas de ira... Era el
aspecto más fiero que nadie recordaba haber visto en aquel pulpo malvado, cuyo nombre bastaba para
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sembrar el terror en aquellos mares. Un gran silencio se hizo mientras Madi observaba el terrible aspecto
del pulpo.
- ¡Guapo! ¡Más que guapo! ¡Anda que no tendrás novias! - respondió finalmente.
Molvorón, deprimido por la falta de miedo de la pequeña, no dijo nada. Solo se quedó escuchando sus
palabras, palabras y palabras. Era tanta la alegría de aquella pequeña, que se contagiaba; y el pulpo
comenzó a sentir, por primera vez en su vida, ganas de estar alegre. Y se marchó de allí, dispuesto a
conseguir que dejaran de llamarle "pulpo malvado".
Cuando el pulpo se había alejado, todos salieron de sus escondites y fueron a felicitar a Madi por su
valentía. Ella, comprendiendo lo que había pasado, contó los poderes que tenía aquel vestido para alegrar
a quien lo llevaba... y pensó que era el vestido quien la había salvado. Pero entonces varios peces saltaron
a la vez.
Y era verdad. No lo llevaba; estaba tan alegre que se le había olvidado en casa.
Así que Madi, la pequeña medusa, se había enfrentado a Molvorón llevando únicamente su sonrisa y su
alegría. Y ya nunca más necesitó aquel vestido, al comprender que una sonrisa tenía tanto poder como su
vestido mágico, pero... ¡era mucho más cómodo y fácil de llevar!