Unidad 2 P1
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✔ Escoto Eriúgena;
✔ y san Anselmo de Canterbury.
Juan Escoto Eriúgena (810-877) fue un pensador vigoroso y audaz que se
adelanta en casi dos siglos a los primeros maestros de la filosofía medieval. Su
motivo inspirador era una fe absoluta, inconmovible; una fe que excluye de raíz
toda posibilidad de conflicto entre la fe y la razón. El ejercicio de la razón (la
filosofía) debe preceder, según él, a la fe, que solo aparecerá clara y patente,
llena de sentido, cuando resulte la coronación y concreción de lo que se ha
razonado. Aún más: si llegase a surgir conflicto entre razón y autoridad, debe
anteponerse la razón, porque la autoridad procede de la razón, y no está de
aquella.
Escoto supone que esta concepción, elaborada racionalmente, debe
identificarse con el contenido de la fe, o, más bien, ser su misma expresión. La
creación es, según él, un proceso en que se distinguen cuatro etapas:
⮚ Natura naturans et non naturata (la naturaleza creadora y no creada),
que es Dios, ser primero y causa de cuanto existe.
⮚ Natura naturata et naturans (creada y creadora), que es el mundo de
las ideas, arquetipos por los que Dios creó a las cosas y que son
coeternas con Él.
⮚ Natura naturata sed non naturans (creada pero no creadora), esto es,
las criaturas de este mundo, finitas y concretas, que reciben su ser de
las ideas divinas, y no crean ulterior realidad;
⮚ Natura non naturata neque naturans (ni creada ni creadora), que es el
mismo Dios en cuanto fin y elevador providente de todo lo que existe.
Puede verse cómo esta versión cristiana del platonismo exige una solución
realista del problema de los universales: las ideas —el hombre, el caballo, la
justicia— tienen una realidad fuera de la mente, como primer estrato del ser,
verbo o palabra de Dios.
Comparte la posición realista de Escoto otro de los más grandes filósofos y
teólogos San Anselmo (1033-1109). Opina san Anselmo que el
conocimiento y aceptación de la fe debe preceder al ejercicio de la razón y
ser después fundamentado racionalmente. San Anselmo es consciente de la
limitación de la razón, y de su vulnerabilidad por el error y por las pasiones, y
cree por otra parte en el poder de orientación y guía de la fe.
La parte de su filosofía que ha pasado a la historia como algo universalmente
conocido es el razonamiento por el cual, una vez que poseemos la idea de
Dios, se demuestra que Dios existe. Este es el que se ha conocido por el
nombre de «argumento ontológico» o anselmiano para probar la existencia
de Dios.
b) En el extremo opuesto al realismo absoluto se registra en esta época
otra posición, que se llamó nominalismo. Según ella, los universales
no solo no existen con una existencia sustancial y separada, sino que no
existen de ninguna manera. Los conceptos que nuestra mente forja no
corresponden a nada real, son solo simples nombres con que
designamos a un conjunto de cosas que se asemejan entre sí o que son
fácilmente relacionables.
Se cita como principal representante del nominalismo a Roscelino.
El fondo implícito en esta teoría es el empirismo escéptico, es decir, la
concepción que no acepta otra realidad que la concreta, singular, aquella que
es perceptible por los sentidos. El hombre forja sistemas explicativos de la
realidad, en los que a menudo se excede creando principios y entidades cuya
admisión es muy difícil. Para el realista de tipo platónico, la humanidad —el
hombre en sí— existe en un mundo superior y diferente; para el empirista
escéptico, en cambio, no existen más que los hombres concretos, de carne y
hueso.
AGUSTÍN DE HIPONA
El primer período de la filosofía cristiana culmina con san Agustín (354-430),
que es uno de los pensadores más grandes y representativos del
Cristianismo.
Nacido a mediados del siglo IV en Numidia llevó en Roma la juventud
despreocupada y escéptica que era común a los romanos de su época. Pero
pronto la visión de aquel mundo que vivía alegre e inconsciente en medio de
inminentes peligros, y su misma profunda sinceridad, lo llevaron a plantearse a
sí mismo los problemas filosóficos radicales sobre la verdad y el sentido de la
vida.
Una vez en el Cristianismo, dedica Agustín a la nueva fe todo el ímpetu
apasionado de su espíritu africano, multiplicando su actividad en la lucha contra
la herejía y el paganismo y en la organización de la Iglesia.
El sistema filosófico de san Agustín sigue los pasos de su conversión, de la
cual es como la versión teórica. La certeza primaria para el hombre radica en
su propia experiencia interior. El camino hacia la verdad se abre a través de
esta vía, que se ofrece con la claridad de lo propio, de lo personalmente vivido.
Pero la actividad espiritual —el conocer y el querer— nos muestran
enseguida su apoyo en verdades eternas que valen por sí mismas, que
preexistieron al pensar, y que el espíritu no hace sino descubrir. ¿Qué son esas
verdades eternas y de dónde reciben su valor absoluto? Y aquí radica la
originalidad del agustinismo: esos atributos de la verdad son los atributos de
Dios; las ideas o verdades eternas son ideas de Dios, esto es, los patrones
o arquetipos ideales por los que Dios creó el mundo. La esencia de este que
podemos llamar neoplatonismo cristiano consiste en esto: hacer del Dios
personal del Cristianismo la sustancia o sujeto de las ideas platónicas, sustituir
por Él al Uno de Plotino, y hacer del mundo ideal no una imagen o duplicación
emanativa de la divinidad, sino ser mismo de Dios, ideas divinas que se
confunden en la simplicidad de su ser.
El alma y Dios son los dos polos fundamentales entre los que se mueve el
pensamiento agustiniano.