Al Borde Del Abismo
Al Borde Del Abismo
Al Borde Del Abismo
Al borde
del abismo
Encontrar la libertad
© de la edición en castellano:
www.editorialkairos.com
Sumario
Estados límite
Vista panorámica
Interdependencia
Futilidad y valentía
Parte I: ALTRUISMO
¿Sano o malsano?
El loto de fuego
El sesgo altruista
Practicar el No Saber
La Acción Compasiva
Amor
Empatía somática
Empatía emocional
Empatía cognitiva
Rodilla en tierra
Empatía no es compasión
Excitación empática
Escucha profunda
Vigilar la empatía
La práctica de la rehumanización
Distrés moral
Practicar la gratitud
Respeto por los demás, por los principios y por nosotros mismos
El agua es vida
Acoso
Hostilidad horizontal
Opresión internalizada
Violencia vertical
Despojados de dignidad
Angulimala
Causas y efectos
El triángulo dramático
Parte V: IMPLICACIÓN
¿Quién se quema?
Adictos al quehacer
La práctica de trabajo
La práctica de no trabajar
Juego
Conexión
Ciencia y compasión
Compasión referencial
Compasión no referencial
La aritmética de la compasión
La práctica de GRACE
El espejo mágico
Reconocimientos
Notas
Prólogo
He caminado con Roshi Joan Halifax por la ruta de los antiguos mercaderes
a través de las llanuras tibetanas, y he trepado las laderas accidentadas de
las montañas de Nuevo México hasta las tierras altas de arroyos claros y
tormentas de verano. Sé que ella ha circunvalado muchas veces el Kailash,
la inmensa montaña de peregrinación, que ha recorrido sola los desiertos
del norte de África y del norte de México, que ha caminado por todo
Manhattan y ha practicado meditaciones caminando en su propio centro zen
y en muchos templos de punta a punta de Norteamérica y a través de Asia.
En su trayectoria de antropóloga médica, profesora budista y activista
social, ha roto muchos techos de cristal, y ha arrastrado a muchos consigo.
Es una viajera lúcida y valiente, y en este libro relata lo que ha aprendido en
sus viajes por terrenos que muchos de nosotros apenas empezamos a
descubrir, a percibir o a admirar en el horizonte del cambio individual y
social.
REBECCA SOLNIT
1.
Hay una pequeña cabaña en las montañas de Nuevo México donde paso
algún tiempo siempre que puedo. Se encuentra en un profundo valle en el
corazón de la cordillera de Sangre de Cristo. La caminata desde mi cabaña
hasta la cima, a más de cuatro mil metros por encima del nivel del mar, es
extenuante. Desde allí puedo ver el profundo tajo del río Grande, los bordes
del antiguo volcán de Valles Caldera y la distintiva meseta de Pedernal,
donde, según los dinés, nacieron el Primer Hombre y la Primera Mujer.
Estados límite
Dicho de otro modo, perder el pie y resbalar por la pendiente del daño no
tiene por qué ser necesariamente una catástrofe terminal. Nuestras mayores
dificultades nos pueden aportar humildad, perspectiva y sabiduría. En su
libro1 La soberanía del bien (1970), Iris Murdoch definió la humildad como
«un respeto desinteresado por la realidad». Escribe que «nuestra imagen de
nosotros mismos se ha vuelto demasiado grande». Eso lo descubrí al
sentarme en la cama de los moribundos y al estar con los cuidadores. Hacer
este trabajo íntimo con los que estaban muriendo y con quienes los
cuidaban me hizo ver qué gravosos pueden ser los costes del sufrimiento
tanto para el paciente como para el que cuida. Desde ese momento, he
aprendido de maestros, abogados, directivos, defensores de los derechos
humanos y padres que ellos pueden experimentar lo mismo. Entonces
recordé algo profundamente importante y al mismo tiempo totalmente
obvio: que la salida de la tormenta y del fango del sufrimiento, el camino de
vuelta a la libertad en el límite más alto de la fuerza y el coraje, reside en el
poder de la compasión. Esta es la razón por la que me zambullí en el intento
de comprender qué son los estados límite y cómo pueden moldear nuestras
vidas y la vida del mundo.
Años más tarde, oiría al maestro vietnamita Thich Nhat Hanh –o Thay,
como le llaman sus estudiantes– reflejar esta sabiduría cuando hablaba del
sufrimiento que experimentó cuando se encontraba en medio de la guerra de
Vietnam y más tarde como refugiado. Decía, con voz calmada, «Sin lodo,
no hay loto».
Vista panorámica
A veces, me imagino los estados límite como una meseta de piedra rojiza.
Vista desde arriba, parece sólida y ofrece un amplio panorama, pero sus
bordes son un precipicio total, sin rocas ni árboles que frenen nuestra caída.
El borde en sí es un lugar expuesto donde la menor pérdida de
concentración puede hacernos perder el equilibrio. Abajo, al fondo, aguarda
el terreno duro de la realidad, y la caída nos puede destrozar. Otras veces
imagino que hemos caído en un pantano oscuro, donde podemos quedar
largo tiempo atrapados. Cada vez que intentamos salir, el barro del
sufrimiento nos absorbe más hacia el fondo. Pero tanto si nuestra caída
termina en roca dura como en una desagradable cloaca, estamos muy lejos
del borde superior de nuestro mejor yo, y la caída y el aterrizaje se cobran
su precio.
Desde allí, podemos descubrir cómo cultivar una perspectiva que todo lo
abarque, la visión interior que desarrollamos fomentando una profunda
conciencia de cómo funcionan nuestros corazones y mentes en medio de las
grandes dificultades de la vida. Y también podemos percibir la verdad de la
impermanencia, la interconexión, la ausencia de base firme. La perspectiva
amplia se puede abrir cuando hablamos con una persona que se está
muriendo sobre sus deseos, cuando oímos el ruido de la puerta de la cárcel
y cuando escuchamos a nuestros hijos con atención. Se puede abrir cuando
en la calle conectamos con una persona sin hogar, cuando visitamos la
tienda húmeda de un refugiado sirio atrapado en Grecia y cuando nos
sentamos con una víctima de tortura. También se puede abrir a través de
nuestra propia experiencia de angustia. La perspectiva se puede abrir casi
en cualquier lugar; sin eso no podemos ver el abismo ante nosotros, el
pantano bajo nuestros pies y el espacio dentro y fuera de nosotros. El
paisaje también nos recuerda que el sufrimiento puede ser nuestro maestro
más grande.
Interdependencia
Muchas son las influencias que han conformado mi manera de ver el mundo
y han contribuido a mi perspectiva de los estados límite. Durante los años
sesenta era joven e idealista; para muchos de nosotros fue una época difícil
y apasionante. Estábamos indignados ante la opresión sistémica de nuestra
sociedad: racismo, sexismo, clasismo, discriminación por la edad. Veíamos
que esa opresión alimentaba la violencia de la guerra, la marginación
económica y el consumismo, además de la destrucción del medioambiente.
Futilidad y valentía
Tengo otra amiga, una joven nepalí que desafió las probabilidades y
transformó la adversidad en fortaleza. Pasang Lhamu Sherpa Akita, una de
las mejores escaladoras del país, se hallaba a una hora de distancia a pie del
campamento base del Everest, en abril de 2015, cuando tuvo lugar el
terremoto de 7,8. Pudo oír la avalancha atronadora que causó tantas muertes
en el campamento base. Inmediatamente se puso en marcha para ayudar,
pero se vio obligada a dar media vuelta cuando se produjo una réplica.
Parte I: Altruismo
Desde el borde del altruismo accedemos a una vista del amplio horizonte
de la amabilidad y la sabiduría humanas, siempre y cuando evitemos caer
en la ciénaga del egoísmo y de la necesidad. Y si nos vemos atascados en la
ciénaga, nuestra lucha no tiene por qué ser en vano. Si podemos trabajar
con nuestras dificultades, quizá sintamos el impulso de descubrir cómo
hemos llegado ahí y cómo podemos evitar rebasar el borde y caer de nuevo.
Quizá también recibamos una buena lección de humildad. Es un trabajo
duro, pero es un buen trabajo que fortalece el carácter y nos ayuda a
volvernos más sabios, más humildes y más resilientes.
2.
Los que actúan desde la forma más pura de altruismo no buscan aprobación
o reconocimiento social, y tampoco sentirse mejor consigo mismos. Una
mujer ve a un niño desconocido que camina despistado hacia un coche. No
piensa: «Salvar a este niño me haría ser buena persona», simplemente se
lanza a la carretera y agarra al niño, arriesgando su propia vida. Y es
probable que después no se vanaglorie demasiado. Lo que piensa es que
hizo lo que tenía que hacer. «Cualquiera habría hecho lo mismo.» Se siente
aliviada porque el niño está sano y salvo. Como ilustra este ejemplo, el
altruismo va un paso más allá de la generosidad ordinaria; implica sacrificio
personal o riesgo físico.
En todo el planeta, todos los días, las personas actúan desde un altruismo
puro para estar al servicio de los demás. Como el manifestante chino no
identificado que se plantó resueltamente delante de los tanques que se
dirigían a la plaza de Tiananmen. Como los médicos en África que trataron
valientemente a los pacientes de ébola. Como los parisinos que abrieron sus
hogares a quienes huían de los ataques terroristas de 2015. Como los tres
mil valientes voluntarios sirios que fueron los primeros en intervenir para
ayudar a rescatar a los supervivientes del bombardeo de barrios civiles.4
Como Adel Termos, que abordó a uno de los terroristas suicidas cuando se
dirigía hacia una mezquita llena de gente en Beirut la víspera de los
atentados de París en 2015. Cuando Termos hizo detonar la bomba lejos de
la multitud, perdió su propia vida, pero salvó la de otros muchos.5 Como
Ricky John Best, Taliesin Myrddin Namkai-Meche y Micah David-Cole
Fletcher, que intervinieron audazmente en un ataque racial contra dos
adolescentes que viajaban en el metro ligero MAX de Portland en mayo de
2017. Ricky y Taliesin perdieron la vida; Micah sobrevivió.6 Mientras se
desangraba, Taliesin ofreció estas palabras: «Dile a todos los que viajan en
este tren que los amo». Creo que en este mundo nuestro tan tenso es
importante escuchar historias como estas para mantener nuestra fe en la
belleza y el poder del corazón humano, y recordar lo natural que es el
altruismo.
Thich Nhat Hahn escribe: «Cuando la mano izquierda está herida, la mano
derecha se encarga de ella de inmediato. No se detiene a decir: “Te estoy
cuidando. Te estás beneficiando de mi compasión”. La mano derecha sabe
muy bien que la mano izquierda es también la derecha. No hay distinción
entre ellas».7 Este es el tipo de altruismo no referencial, es decir, que no
siente preferencia hacia los familiares, los amigos o los miembros de otros
grupos de pertenencia.
El abuelo de Birdfoot
El viejo
********
La llovizna desprendía
de la carretera,
Un estudio demostró que los niños de muy corta edad, incluso menores de
dos años, tienden a experimentar una sensación mayor de bienestar cuando
dan regalos que cuando los reciben.9 Otro estudio mostró que los
participantes adultos que gastaban su dinero en otras personas
experimentaban mayor satisfacción que aquellos que gastaban dinero en sí
mismos.10 Y la neurocientífica Tania Singer ha descubierto que la
compasión (una compañera muy cercana del altruismo) activa los centros
de recompensa y las redes del placer en el cerebro. Ella defiende que los
seres humanos están diseñados para ser amables.11 Cuando actuamos desde
la amabilidad, nos sentimos en armonía con nuestros valores humanos más
profundos. Nos regocijamos en nuestras acciones, y le encontramos más
sentido a la vida.
3.
Hay personas que se obsesionan tanto con ayudar a los demás, que su
propio bienestar se ve comprometido. En su libro Strangers Drowning,
Larissa MacFarquhar describe el perfil de los «buenistas» norteamericanos
que se arrogan la misión de ayudar a los desconocidos. Los sujetos que
describe en su libro renuncian a lujos cotidianos como comer en un
restaurante o comprar entradas para un concierto para enviar ese dinero a
familias en países en vías de desarrollo, mientras calculan cuántas vidas
están salvando gracias a su frugalidad. MacFarquhar analiza este fenómeno
sin juzgarlo; documenta momentos edificantes de generosidad y momentos
perturbadores de orgullo y culpa.18 Algunos de los sujetos de su libro
forman parte del movimiento de altruismo eficaz (EA por sus siglas en
inglés), que utiliza el análisis de datos para predecir el lugar donde las
donaciones producirán un mayor impacto para las personas necesitadas. EA
insta a sus seguidores a separar el proceso de dar de sus propias emociones,
y argumenta que el «sentimentalismo» constituye un obstáculo en el camino
de la eficiencia financiera.19
¿Sano o malsano?
Podemos valorar esta historia como una inspiración que nos lleve a
involucrarnos en actos radicales de bondad; como leyenda, no se ha de
tomar literalmente. Pero visto de otra manera, también podría servir de
justificación de acciones que infringen el primer precepto del budismo, que
dice que no debemos hacer daño a los seres vivos, incluidos nosotros. La
leyenda también podría fomentar el martirio. Si se toma esta historia al pie
de la letra, el bodhisattva da su vida y parece cruzar una línea peligrosa.
El loto de fuego
Iba a mirar la escena de nuevo, pero una vez fue suficiente. Las llamas
procedían de un ser humano; su cuerpo se marchitaba y se secaba
lentamente, su cabeza se ennegrecía y carbonizaba. Sentía en el aire el olor
de la carne humana quemándose; los seres humanos se queman
sorprendentemente rápido. Detrás de mí oía los sollozos de los vietnamitas
que se reunían alrededor. Estaba demasiado horrorizado para llorar,
demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, demasiado
desconcertado incluso para pensar… Mientras se quemaba no movió ni un
músculo, no pronunció ni un sonido, su compostura contrastaba con los
lamentos de las personas que lo rodeaban.20
¿El inmenso daño que ocasionaron a sus cuerpos invalida el bien que
hicieron al atraer la atención internacional a la guerra? ¿Qué motivó sus
acciones? ¿Fue la convicción de que en última instancia, este acto salvaría
vidas ajenas? ¿O fue una intolerancia extrema a la experiencia del
sufrimiento ajeno? ¿El martirio es valioso para la transformación social, o
es engañoso y perjudicial?
El sesgo altruista
Cuando hacemos algo bueno por los demás, debemos tener cuidado de no
estar persiguiendo nuestra propia ganancia emocional. Las religiones nos
advierten sobre esta motivación. En el Sermón de la Montaña, que fue una
fuente de inspiración en mi juventud, Jesús censura las buenas obras si
nuestro propósito al hacerlas es el reconocimiento. En términos budistas, si
servimos a otros para obtener aprobación social, eso puede reificar nuestro
sentido del yo y potenciar el apego a una identidad de «buena persona».
Por otro lado, ¿tan malo es sentirse bien por ayudar a las personas? Quizá
sea importante sentir alegría al servir a los demás. Depende mucho de
nuestros valores, nuestras motivaciones y nuestras intenciones. Si nuestra
motivación es sentirnos bien con nosotros mismos o lograr la admiración y
el respeto de los demás, nuestras acciones se verán comprometidas por las
necesidades del ego. En lugar de preguntarnos: «¿Demostrará esta acción
que soy buena persona?» o «¿Esto me hará sentir bien?», tenemos que
preguntar «¿Cómo puede servir?».
4.
Cuando Cassie se encontró con los ojos del hombre sin hogar, compartieron
un momento de conexión que abrió un portal de comprensión para ella.
Reconoció que ayudar, arreglar y rescatar son formas malsanas de
altruismo. Cassie experimentó el sufrimiento moral (en forma de
vergüenza) cuando se dio cuenta de que lo había visto como «el otro». La
tendencia a la «otredad» implica cierta falta de respeto, otro estado límite.
Cassie no es la única: para la mayoría de nuestra sociedad las personas sin
techo son «los otros». Cuando se dio cuenta de su pequeña participación en
este sistema de opresión, Cassie superó el altruismo patológico y entró en la
compasión.
5.
A pesar de todo aquello, hacía tiempo que quería servir en este terreno tan
cargado de sufrimiento. Había trabajado con personas moribundas durante
décadas, y me daba cuenta de que necesitaba aprender de un mundo que me
resultaba muy alejado de lo que conocía. También era muy consciente de
cómo nuestro sistema económico, el racismo y la exclusividad cultural han
alimentado la opresión sistémica del modelo carcelario de estilo industrial.
Quería sumergirme más profundamente en el sufrimiento psicosocial
asociado a la justicia y la injusticia en nuestro país, y ponerme al servicio de
personas que son víctimas de lacras sociales devastadoras.
Entonces vi, y ahora sé, que ser lo que llamamos «experto» podría haberme
separado fácilmente de aquellos hombres. Con demasiada frecuencia
nuestro miedo nos hace erigir un muro de conocimientos. De esta
experiencia aprendí el valor de ver con claridad mis prejuicios y mi
narrativa, y cómo eran obstáculos a la hora de abordar el momento de forma
directa, y no mediada. Al final, aprendí que la práctica del No Saber es la
base misma del altruismo, porque nos abre un horizonte mucho más amplio
que el que nuestros prejuicios nos habrían permitido jamás, y da entrada a
la conexión y la ternura.
Practicar el No Saber
Ese día aprendí una lección de Rita. La intimidad sin el tiempo suficiente
para procesarla puede contribuir al sufrimiento. En la medida en que me fue
posible, practiqué los Tres Principios como una forma de estar en ese
encuentro. Más adelante, recordé las palabras de mi maestro Roshi Bernie:
«Cuando nosotros […] somos testigos de la vida en las calles, nos
ofrecemos nosotros mismos. Ni mantas, ni alimentos, ni ropas, solo
nosotros mismos».25 Esto significa la totalidad de nosotros, incluida
nuestra confusión, incluidos el amor y el respeto. Estando con Rita no podía
controlar el resultado ni tampoco predecirlo. Solo supe que no podía
alejarme de su sufrimiento.
La Acción Compasiva
Muchas veces, el cuerpo nos indica que hay una falta de armonía entre lo
que queremos hacer y por qué queremos hacerlo. O que aquello que
estamos haciendo podría vulnerar nuestro sentido de la moral o de la ética.
O que probablemente sea mejor no hacer nada. O que estamos ayudando
porque necesitamos ser necesitados.
6.
El desapego no significa que algo no nos importe; de hecho puede ser una
forma de demostrar que sí nos importa. «Desapego con amor» es un lema
del programa de los doce pasos que contiene muchísima sabiduría. El
desapego con amor nos puede liberar de las constricciones de las
expectativas. Nuestros intentos de servir a otros pueden fracasar y
generarnos decepción, culpa o vergüenza. El moribundo que esperabas que
tuviera una «buena muerte» tuvo, por el contrario, una muerte caótica y
difícil. El prisionero al que ayudaste a salir antes de la cárcel robó un reloj
carísimo y acabó de nuevo en prisión. Trabajaste cinco años recaudando
fondos para escolarizar niños en Sudán y el proyecto se vino abajo porque
el director nunca pagó a los profesores. Y así una y otra vez. La práctica de
los Tres Principios nos da peso, mientras que nuestro apego al resultado
intenta agarrarnos y sacarnos de la elevada cresta de la bondad.
Otra parte del altruismo es explorar en qué forma nuestra cultura, nuestra
raza, nuestro género, nuestra orientación sexual, la educación, la clase y la
historia personal crean sesgos y valores que modelan nuestros
comportamientos, y cómo nuestros privilegios y nuestro poder respecto a
los demás influyen en las expectativas que depositamos en el hecho de
servir a otros. No Saber no quiere decir que nos alejemos de nuestros
sesgos; más bien proporciona el terreno abierto donde nuestro
condicionamiento social nos puede resultar más visible. Vemos el hecho de
que cosificar inconscientemente a los demás los convierte en objetos de
nuestra lástima o de nuestro poder, alimentando formas insanas de
altruismo.
Ser parte de una comunidad es otro medio hábil que nos ayuda a mantener
los pies en el suelo y ser realistas. La doctora Oakley afirma que
necesitamos observadores externos –ya sea la familia, un grupo de amigos,
una comunidad espiritual o incluso la comunidad de aquellos a quienes
servimos– que puedan hacernos de testigos a nosotros y ayudarnos a
corregir el rumbo antes (o después) de que nuestras acciones aparentemente
altruistas causen daño. También podemos beneficiarnos profundamente de
una relación con un maestro hábil que nos pueda recordar el poder de los
Tres Principios y ahorrarnos un montón de problemas, tanto a nosotros
como a los demás.
Si aplicamos estas prácticas y estas perspectivas, en algún momento nuestra
respuesta al sufrimiento ajeno se puede volver desinteresada y sencilla.
Hasta ese momento, tú y yo tenemos que seguir adelante, practicando los
Tres Principios y aprendiendo de nuestra experiencia. Ser honestos y
vigilantes con nosotros nos puede mantener en el lado sano del altruismo.
He aprendido una o dos cosas de mis caídas a los territorios más bajos de
ayudar y arreglar, y también de los contratiempos a los que he contribuido
en nombre del altruismo. Y quizá haya sido capaz de servir con un poco
más de sabiduría conseguida al sobrevivir a los fracasos del exceso de
trabajo, del exceso de empatía, de los conflictos morales y del sufrimiento
moral, y de las luchas de poder que he experimentado.
La mitología griega relata la historia del centauro Quirón, que fue herido
por la flecha envenenada de Hércules. Su herida le hizo partir en busca de
una cura, y su viaje le inspiró a servir a los menos afortunados. Su herida se
convirtió en la puerta de entrada hacia su transformación. Jung citaba este
mito en sus escritos sobre el arquetipo del sanador herido, que personifica la
experiencia del altruismo enraizada en la experiencia del sufrimiento que se
ha transformado en una compasión ilimitada.
Amor
Tal vez las historias que tú y yo hemos vivido no sean tan dramáticas ni
desafiantes. Y eso no es malo. Pero seguro que no queremos perdernos el
amor y retroceder, alejándonos de la valiosa oportunidad de beneficiar a
otros.
terriblemente,
En una conferencia que ofreció en 2016,30 Jane se refirió a ese poema con
esta comentario: «Si amurallas tu casa demasiado bien, te mantendrás seco,
pero también sin la luz de luna». Creo que tenemos que permitir que la vida
entre en nuestra vida, permitir que el amor entre en nuestra vida y también
permitir que entre la noche y no dejar que el tejado sobre nuestra cabeza –
nuestro conocimiento, nuestro miedo– deje fuera la luz de la luna. El
altruismo es exactamente esta permeabilidad, la tierra salvaje sin muros, el
tejado roto que permite que la luz de la luna inunde nuestra casa en ruinas,
nuestro mundo sufriente.
LESLIE JAMISON
Mi corazón estaba con Dolma, que lloró durante todo el tratamiento; sus
lágrimas se reflejaban en los ojos angustiados de su padre. Mientras
permanecía allí de pie, intentando mantenerme firme, mi ritmo cardiaco se
aceleró, mi piel se tornó húmeda y fría y mi respiración se hizo rápida y
superficial. Estaba bastante segura de que me iba a desmayar y pensé en
salir de la habitación, pero también sentí que era mi responsabilidad
sostener el espacio para aquellos hombres y mujeres que estaban
realizando este tratamiento tan complicado. Pocos segundos después mi
propio espacio interno se había cerrado en un puño apretado de angustia, y
el desmayo se convirtió en una posibilidad cada vez más inminente. Era
como si Dolma se hubiera metido en mi piel y mi percepción de su dolor me
superó.
Por fin cayó la noche, la clínica cerró y regresé a mi tienda en el jardín del
albergue de visitantes. Me sentía como si fuera una pequeña barca que
había bordeado aquellas vidas que de alguna forma nos habían sido
enviadas para que aprendiéramos de ellas. En la oscuridad y el silencio del
Himalaya, me dormí.
7.
Empatía somática
La primera vez que supe de la empatía somática fue hace años con Buddhi,
el pastor de yaks que ha caminado conmigo por los Himalayas durante
años. Buddhi y yo no compartimos una lengua común. Él procede de un
pueblecito de la región nepalí de Humla. No tiene educación formal, sino el
conocimiento obtenido de las montañas que son su hogar. Durante años, ha
pastoreado a los yaks por los altos riscos que se alzan por encima de su
aldea.
Para evitar verse sobrepasado por las experiencias físicas de sus pacientes,
el doctor Salinas aprendió a estabilizarse llevando su atención a la
sensación de su propia respiración. Además recuerda su papel de médico, y
que su intención es estar al servicio de los demás. Para poder controlar su
nivel de estimulación, presta atención a diferencias sutiles entre sus
sensaciones físicas vicarias y la forma en que siente su cuerpo normalmente
cuando responde a la estimulación física. Al aplicar la metaconciencia, sabe
que las sensaciones físicas vicarias que está experimentando pasarán. En
ocasiones, divide su atención incluyendo a otra persona u objeto neutro. Y
se plantea cómo utilizar su experiencia de resonancia somática reflejada
para beneficiar a sus pacientes.35 Lo que hace el doctor Salinas para
manejar su hipersensibilidad con la experiencia física de sus pacientes no
difiere de lo que hice yo al enfrentarme a la sensación de agobio cuando
estaba al lado de la niña nepalí quemada cuando le estaban desbridando las
heridas.
Empatía emocional
Casi en susurros, también nos hizo saber que no quería comer ni beber
porque le resultaba difícil orinar y defecar. Cuando lo supimos, le dimos
medicación para estimular su apetito y una enfermera de nuestro equipo le
mostró a su marido cómo colocarle un catéter y aplicarle un enema. La
enfermera también le enseñó a tratar las escaras de Pema y compartió con él
ideas para disminuir el dolor físico y emocional de su mujer.
Una hora más tarde, nos ofrecimos a llevar de vuelta a Pema a su pueblo,
pero ella y su marido pronunciaron un discreto «no». Entonces sus
compañeros del pueblo levantaron a Pema y la izaron a la espalda de su
angustiado marido, y la pequeña comitiva inició su lento camino de regreso
a casa. Me quedé en pie en nuestro campamento contemplando al humilde
cortejo desaparecer en la distancia bajo la tenue luz de las últimas horas de
la tarde. En cierto modo, me fui con ellos.
Empatía cognitiva
Aunque tener perspectiva suele ser algo bueno, puede ser un medio
negativo si se buscan las vulnerabilidades de los demás y se utiliza ese
conocimiento para manipular a la gente. Llevada al extremo, la toma de
perspectiva puede desembocar en la pérdida de nuestro propio punto de
vista, nuestra conciencia, nuestra brújula moral. Puede que este tipo de
experiencia mental interviniera en lo que ocurrió en la Alemania de Hitler,
donde la gente empezó a ver la sociedad desde el punto de vista del Führer,
perdiendo su propio fundamento moral independiente. Y es lo que ocurre en
sectas, e incluso en partidos políticos. A pesar de estos peligros, ver las
cosas desde distintas perspectivas es una habilidad importante para vivir en
sociedad porque nos ayuda a ver a los demás como individuos y no como
estereotipos o intrusos.36
Rodilla en tierra
Así que hizo algo extraordinario. Apuntó el cañón de su rifle hacia el suelo
y lo levantó en el aire, mostrando a la multitud que no tenía intención de
disparar. Y luego ordenó a sus tropas: «¡Todo el mundo a sonreír! No les
apuntéis con las armas. ¡Rodilla en tierra, descansen!».38
Sus soldados miraban a Hugues y se miraban unos a otros, preguntándose si
habría perdido la razón. Aun así, siguieron sus órdenes. Cargados con sus
voluminosos blindajes corporales, todos ellos hincaron una rodilla en tierra,
con el cañón de sus rifles apuntando hacia el suelo, y sonrieron. Algunos
iraquíes siguieron gritando, pero otros retrocedieron y se sentaron. Incluso
hubo quienes devolvieron la sonrisa en un momento de resonancia
empática.
Más adelante, Hughes habló con la cadena CBS News, cuyo cámara había
grabado todo el incidente, y dijo: «Por escala de importancia, esa mezquita
no solo habría provocado que todos los chiitas del país se hubieran
levantado en contra de la coalición. Probablemente, habría traído a los sirios
como mínimo, incluso a los iraníes».
Hughes debió sentir en sus entrañas y en el corazón que tenía que evitar el
sufrimiento en ambos bandos. Aun así, la acción que llevó a cabo no fue
aquella para la que le habían entrenado (imagínate a los jefes militares
enseñando «¡Rodilla en tierra!»), ni tuvo tiempo para diseñar una estrategia
de respuesta. La empatía saludable nos lleva a la conexión y a la acción
hábil, como hizo con Hughes. Expande nuestra visión a medida que nos
abrimos a la experiencia de los demás, dejando que la empatía y la
intuición, en lugar del cálculo, sean nuestras guías. También creo que las
acciones de Hughes fueron inspiradas en parte por la imaginación, la
capacidad de ver las cosas de manera diferente; obviamente, en este caso,
los beneficios fueron incalculables.
Un koan es una historia o una frase zen que pone a prueba la mente del
practicante. El koan siguiente es un diálogo entre los dos maestros zen,
Daowu y Yunyan. Es una poderosa enseñanza sobre la empatía y la
compasión, y dice así:
YUNYAN: Ya entiendo.
YUNYAN: ¿Y tú?
8.
Cuando nos identificamos con demasiada intensidad con alguien que está
sufriendo, nuestras emociones nos pueden empujar hasta el límite hacia una
angustia que podría reflejar la angustia de aquellos a quienes estamos
tratando de servir. Si nuestra experiencia de su sufrimiento nos sobrepasa, la
angustia empática nos puede abocar a anestesiarnos, a abandonar a los
demás en un intento de protegernos contra un sufrimiento insoportable y a
experimentar síntomas de estrés y de desgaste.
Una colega monja cercana estuvo escuchando los relatos compartidos por
los trabajadores de los equipos de rescate y los supervivientes de los
ataques del 11-S contra el World Trade Center. Sin apenas dormir, y en el
medio del caos y la confusión, las personas que fueron a asistir, como mi
colega, hicieron todo lo que pudieron para servir de la mejor manera a los
supervivientes y a los trabajadores. La parte más dura para mi compañera
fue dar apoyo a los que estaban levantando los escombros en busca de
restos humanos. Traumatizada tras escuchar los relatos, pasó muchos años
sin poder apartar de su mente las escenas de sufrimiento. En los años
siguientes a los ataques del 11 de Septiembre, contó una y otra vez los
relatos como si estuviera reviviendo los acontecimientos de ese terrible día
y las secuelas posteriores.
Cuando escuchaba a una mujer tras otra narrar sus relatos respectivos, me
volví cada vez más sensible a lo que habían soportado. Me sentí como si
estuviera viviendo dentro de una escena de un cuadro de El Bosco. Pronto
me di cuenta de que empezaba a deslizarme por la pendiente de la angustia
empática hacia las aguas turbias del huracán Katrina.
Empatía no es compasión
Matthieu contaba que, para esos huérfanos, «la carencia de afecto había
generado síntomas graves de apatía y vulnerabilidad. Muchos niños se
pasaban horas meciéndose hacia delante y hacia atrás, y su salud era tan
precaria que en ese orfanato la muerte era habitual. Incluso cuando los
bañaban, muchos se estremecían de dolor y el más leve contacto podía
causar la fractura de una pierna o de un brazo».43
Excitación empática
Otra cuestión moral es si nos está «permitido» sentir empatía hacia personas
generalmente consideradas malvadas. Tras escribir y publicar un poema que
cavilaba sobre los sentimientos del terrorista del maratón de Boston
Dzhokhar Tsarnaev, la bloguera Amanda Palmer recibió amenazas de
muerte y una amonestación general por parte de periodistas conservadores y
liberales.55 Por otro lado, escritores y guionistas demuestran talento
artístico cuando son capaces de hacernos sentir empatía por personajes
desagradables, como en la novela Lolita o en la serie de televisión Breaking
Bad. Y entender cómo piensan los demás, sobre todo quienes son muy
diferentes de nosotros, es un factor importante a la hora de crear un cambio
social.
Una de las cosas confusas sobre la empatía es que no podemos estar seguros
de si nuestra conexión con la experiencia ajena puede ser simplemente
nuestra propia proyección, nuestro deseo, nuestra aspiración o nuestro
autoengaño… o si es algo real. Como escribe Jamison, «Imaginar el dolor
de otro con demasiada certeza puede ser tan dañino como no ser capaz de
imaginarlo».
Eve nos está pidiendo que escuchemos sin asumir que lo sabemos todo
sobre el sufrimiento del otro. Está sugiriendo que practiquemos el No Saber
y el Ser Testigo, los dos principios de la Zen Peacemaker Order, que su
marido, Roshi Bernie, fundó. Humildad significa dejar fuera nuestras
propias proyecciones e interpretaciones, en la medida en que seamos
capaces, y permanecer abiertos y respetuosos ante la experiencia de otro,
siendo honestos sobre nuestras propias fortalezas y limitaciones.
9.
10.
Escucha profunda
Después déjalo ir. Vuelve a entrar en contacto con lo que esté surgiendo en
ti en este preciso momento, y relájate en la apertura.
Vigilar la empatía
Estas frases, que aprendí de la maestra budista Sharon Salzberg, nos pueden
ayudar a «enderezarnos» a nosotros mismos cuando estamos a punto de
despeñarnos hacia la angustia empática.
La práctica de la rehumanización
La cuarta práctica que quiero ofrecer fue desarrollada por John Paul
Lederach. John Paul es un sociólogo especializado en la transformación de
conflictos, y ha servido como consolidador de paz en Nepal, Somalia,
Irlanda del Norte, Colombia y Nicaragua en asuntos relacionados con la
violencia directa y con la opresión sistémica. Ha dedicado su vida a analizar
y poner en práctica alternativas a la deshumanización y la violencia, a
través de procesos que reavivan la empatía, el respeto, la comprensión y la
identificación mutua. A su práctica la denomina «rehumanización». John
Paul explica que rehumanizar significa reavivar nuestra imaginación moral
para ver al otro como una persona primero, vernos nosotros mismos en el
otro y reconocer nuestra humanidad compartida. También implica sentir el
sufrimiento de los demás (empatía) y respetar la dignidad humana básica de
todos.
11.
Durante una conferencia sobre neurociencia y compasión del Mind and Life
Institute en Japón, compartí con Su Santidad el Dalai Lama la historia de un
médico conocido mío que cuidaba abnegadamente de una mujer que
padecía cáncer de mama. Su Santidad juntó las manos e inclinó la cabeza,
con los ojos llenos de lágrimas. Pero un momento después su expresión se
transformó, irradiaba amor mientras reconocía el buen trabajo del médico.
Me pareció extraordinario ver cómo Su Santidad era capaz de pasar de un
momento fugaz de empatía y aparente angustia a la compasión y la
felicidad.
Dos días antes de morir, mi padre no paró de contar historias sobre él. Mi
hermana y yo nunca le habíamos oído hablar de sus experiencias en la
Segunda Guerra Mundial; era un tema que se evitaba prudentemente en
nuestra familia. Sin embargo, de repente, como si fuera algún tipo de
veneno que necesitaba purgar, las historias salieron a la superficie y mi
padre comenzó a hablar.
La integridad era un valor que mi padre tenía en alta estima, un valor que
incluye la honestidad y el cumplimiento de principios éticos y morales. El
Oxford English Dictionary define integridad como «la cualidad de estar
completo y no dividido».62 Cuando nuestra integridad se ve comprometida,
nos sentimos divididos por dentro y separados de nuestros valores, como
sin duda se sintió mi padre.
12.
La vida de Fannie Lou Hamer, líder del Movimiento por los Derechos
Civiles, ofrece un ejemplo poderoso y conmovedor de cómo la integridad es
un estado límite y del modo en que el valor, la sabiduría y la compasión
desempeñan un papel para ayudarnos a prosperar en la cresta de la
integridad. Tuve la suerte de conocer a Fannie Lou Hamer durante la
iniciativa de censo electoral del Proyecto de Verano para la Libertad de
Mississippi en 1964. Ambas formábamos parte del Comité Estudiantil de
Coordinación No Violenta (SNCC por sus siglas en inglés). En 1965, el
físico David Finkelstein y yo organizamos una cuestación de fondos para el
SNCC en la ciudad de Nueva York, y pedimos a Fannie Lou que inaugurara
este encuentro.
Y si de verdad actuamos, por nimia que sea la acción, no tenemos por qué
esperar un futuro utópico grandioso. El futuro es una sucesión infinita de
presentes, y vivir en este momento como creemos que deberían vivir los
seres humanos, a pesar de todo lo malo que nos rodea, es en sí mismo una
victoria maravillosa.68
Sin duda, la vida de Fannie Lou fue una victoria, además de un ejemplo
formidable de carácter moral, integridad y optimismo.
Y, sin embargo, muchos de nosotros sentimos aversión hacia los votos. Los
sentimos como reglas que nos limitan. Algunos somos de los que infringen
las reglas por naturaleza. Otros sienten que los votos son demasiado
religiosos, y somos contundentemente secularistas. A otros sencillamente
no les importa. No vemos razón alguna para hacer promesas ni honrar
compromisos. Y es que vivimos en una época de cambio psicosocial rápido,
una época de normalización de la falta de respeto, la mentira, la violencia, e
incluso peor. Es importante recordar que nuestros votos nos ayudan a
mantener nuestra coherencia con nuestros valores más profundos, y nos
recuerdan quiénes somos realmente.
Los votos que asumimos son una gramática de valores reflejada en nuestras
actitudes, en nuestros pensamientos y en cómo somos en el mundo.
Nuestras promesas y compromisos tratan, fundamentalmente, de cómo
somos con los demás y con nosotros mismos, cómo conectamos y servimos,
y cómo nos encontramos con el mundo. Si los practicamos, los encarnamos,
reflejan nuestra integridad y ayudan a darnos un contrapeso y un significado
cuando abordamos las tormentas internas y externas que conlleva el ser
humanos.
Los votos se pueden practicar de forma literal, como seguir los diez
mandamientos o los preceptos budistas. También pueden estar basados en la
compasión, ser más fluidos y más sensibles al contexto. O pueden
fundamentarse en una perspectiva de sabiduría de no separación y no
dualidad. En resumidas cuentas, nuestros votos son un panorama más
amplio de lo que muchos creemos, y sustentan la integridad en nuestras
vidas, además de proteger nuestro mundo.
Hay votos que son personales; promesas internas que debemos cumplir para
dar a nuestras vidas fortaleza de carácter. Por ejemplo, en mi caso una de
las influencias más poderosas ha sido la vida de servicio de mi madre.
Desde muy joven, mi voto personal ha sido no abandonar a quienes son
vulnerables y trabajar siempre para acabar con el sufrimiento.
Luego están los votos que recibimos en nuestra formación religiosa. «Trata
a los demás…», la Regla de Oro, los tres Preceptos Puros del budismo de
no hacer daño, de hacer el bien, de hacer el bien por los demás. Estos son
los votos que compartimos con los demás y que nos arraigan a lo sagrado
de toda vida.
Los votos especiales son los que pueden transformar nuestro egoísmo. Estos
votos requieren que seamos estrictos con nosotros mismos, porque se
centran en el ego y están relacionados con nuestras emociones destructivas.
Los votos de apaciguamiento del ego nos enseñan que ser egoísta
simplemente no es práctico. ¡Sin más! La mayoría estaríamos de acuerdo en
que ser avaricioso, odiar o engañar no ayuda a nadie. Y aun así,
inevitablemente, pasamos por momentos de rebeldía. Los votos de
apaciguamiento del ego nos ayudan a disolver nuestro egocentrismo, como
se disuelve la sal en el vasto océano.
Los votos más poderosos son los que nos orientan hacia la vivencia de una
identidad más amplia, a ser buda. Estos votos nos ayudan a reconocer la
impermanencia, la generosidad y la compasión. Para un budista, esto
supone tomar refugio en el Buda, que ejemplifica la sabiduría y la
compasión. Tomar refugio quiere decir que practicamos el «ser buda».
También tomamos refugio en el Dharma, las enseñanzas y los valores que
nos guían hacia el no dañar, servir desinteresadamente y despertar. Esto
significa que encarnamos las enseñanzas en la medida de nuestras
posibilidades. Y, finalmente, tomamos refugio en el Sangha, nuestros
compañeros en el despertar, incluidos los que nos crean problemas, como
nuestro político local, nuestro suegro, nuestro jefe desconsiderado. Esto
implica que somos capaces de ver que no estamos separados de ningún ser
ni de ninguna cosa, y que vivimos en consecuencia.
¿Y eso cómo se hace? Una forma es afrontar precisamente los puntos donde
percibimos más resistencia. Podemos ir al lugar que más miedo nos da y
poner a prueba la fortaleza de nuestra relación con nuestros votos y nuestros
valores. Fannie Lou Hamer, Malala Yousafzai y Jane Goodall se han
erguido sobre el elevado borde de la integridad y han plantado cara a la dura
realidad del sufrimiento sistémico causado por el racismo, el sexismo, la
destrucción medioambiental y las desastrosas desigualdades económicas de
nuestro mundo. En medio de una incertidumbre radical, esas mujeres
vivieron sus votos para terminar con el sufrimiento: ¡voto continuo, práctica
continua! Su carácter moral y su sensibilidad moral les han dado la espalda
fuerte y el frente suave necesarios para afrontar el sufrimiento con lo que en
Zen llamamos «una respuesta apropiada», que significa coraje e integridad
modulados por la sabiduría. Eso es, en mi opinión, vivir según los votos.
13.
Durante años, Thompson fue vilipendiado por muchos dentro del Ejército
norteamericano, del gobierno y de la sociedad civil por su papel durante las
investigaciones y los juicios de My Lai. A pesar de que había actuado de
forma heroica, su sufrimiento relacionado con la masacre y su posterior
encubrimiento nunca lo abandonó. Profundamente herido por el daño
moral, Thompson sufrió trastorno por estrés postraumático, un divorcio,
graves pesadillas y alcoholismo. Cuando murió solo, tenía sesenta y dos
años.
Thompson vivió distrés moral cuando se dio cuenta de que tenía que
desafiar las órdenes de sus superiores si quería preservar su integridad y
salvar las vidas de civiles. Su indignación moral le incitó a hacer lo
correcto, aunque sufrió un daño moral que lo persiguió durante la mayor
parte de su vida y probablemente alimentó su alcoholismo (una enfermedad
que implica negación y desensibilización y, por lo tanto, cierto grado de
apatía moral).
Sin embargo, hacia el final de su vida, Thompson finalmente fue
reconocido como héroe. Él y su tripulación recibieron la Medalla del
Soldado por su valentía al hacer lo que pocos hubieran hecho en esas
circunstancias.
Sería útil saber cómo han vivido con sus acciones los perpetradores de la
masacre. A menos que sean moralmente apáticos, también deben haber
sufrido. En 2010, un jefe de escuadrón que formó parte de la debacle dijo
que hizo lo que hizo por miedo a ser ejecutado. «Si al entrar en una
situación de combate hubiera dicho “No, yo no voy. No voy a hacer eso. No
voy a seguir esa orden”, me habrían puesto contra la pared y me habrían
fusilado».72
Distrés moral
Pero eso no fue lo que ocurrió. A lo largo de los meses, Roy soportó
dolorosas amputaciones a causa de la gangrena; escaras; limpiezas y
cambios de vendajes constantes en sus heridas abiertas; neumonía
recurrente; infecciones resistentes a los medicamentos y dependencia de
respiración artificial. El dolor de Roy se volvió incontrolable y se hundió en
una muda desesperación.
Durante nuestra reunión, las enfermeras preguntaron qué otra cosa podrían
haber hecho en un sistema sanitario que se dedica a prolongar la vida a toda
costa. También querían consejo sobre cómo, en esas condiciones, podían
haber salido de la reactividad emocional o del deseo de abandonar al
paciente, o haber evitado caer en la apatía moral o la indignación. Sentían
que su integridad se había visto fuertemente comprometida en el transcurso
de la atención a ese paciente y que habían violado sus propios valores y sus
principios de cuidado compasivo. Es más, habían perdido su carácter moral
y nos preguntaban cómo podían recuperar su integridad y el respeto hacia sí
mismos.
Pero para el personal de ese equipo este proceso no fue solo una cuestión de
sanación. Aprender a ser moralmente resilientes les llevó a recuperar su
poder. El equipo tomó la iniciativa de cambiar la política para que los
pacientes de cardiología que empeoraban sin remedio pudieran recibir
cuidados paliativos adecuados. Mientras escribo estas líneas, la mayor parte
del equipo sigue trabajando en esa misma UCI cardiológica.
Mientras el distrés moral puede ser pasajero, el daño moral puede tardar
mucho tiempo en sanar, si es que llega a hacerlo. El daño moral es una
compleja herida psicológica, espiritual y social provocada por una violación
de nuestra integridad cuando somos testigos o participamos en actos
intolerables. Suele darse con mucha frecuencia entre los miembros del
ejército, por razones obvias. Igual que el líder del batallón de My Lai,
muchos soldados se sienten impotentes para hacer valer sus valores y
creencias personales cuando se oponen a los imperativos institucionales. En
situaciones así, el edificio de nuestra integridad se puede derrumbar, y
puede que cumplamos órdenes que consideramos incorrectas o que dejemos
de intervenir en una situación de daño grave, incluso aunque nuestra
conciencia nos llame a hacer lo contrario.
El día en que ejecutaron a Clark, me dijeron que estaba tan asustado que
pidió que le sedaran. Durante el proceso de ejecución, una de las psicólogas
del ala de los condenados a muerte lloraba mientras Clark, aterrorizado, la
miraba a los ojos. Mis colaboradores que estaban en el ala de los
condenados a muerte con Terry Clark cambiaron para siempre, y terminaron
abandonando el servicio penitenciario.
Y luego está la indignación moral. Una tarde de verano, en los años sesenta,
al salir del edificio donde vivía en la ciudad de Nueva York me topé con
una desagradable escena de un hombre que gritaba a una mujer. De repente,
el hombre arrancó una antena de radio de un coche que tenía cerca y se
puso a golpear con ella a la mujer. Sin pensarlo, me interpuse entre los dos
y pedí a gritos al hombre que parara. Moralmente indignada, no pensé en mi
propia seguridad. La escena de un hombre abusando de una mujer me
encendió, y reaccioné en consecuencia.
Cuando Lila me contó que su abuela había sido esclava, me quedé atónita.
En la Escuela Experimental Merrick no nos enseñaban nada sobre la
esclavitud, pero yo sabía lo que era, y sabía que era algo realmente malo.
Aun así, en casa no se hablaba de esclavitud. De lo que oía hablar era de
golf, de los scouts de Brownie y de asuntos de negocios.
14.
Creo que Kosho tuvo una experiencia similar. «Tengo este detonador de
clase que se activa –decía–. Y entonces quiero seguir disparando. Es una
manifestación de ira que se ha ido agudizando por lo que he visto y cómo lo
he visto a lo largo de mis tres décadas de vida. Tal vez era el miedo lo que
limitaba mi visión. Ver todo como “o ellos o nosotros” puede ser un modo
de sobrellevar el dolor y sentirme seguro, pero es evitando el dolor del
privilegio y la opresión como surge el aferramiento (sufrimiento).»
15.
Tomé mis primeros preceptos budistas hace más de cuarenta años, sin saber
cuánto los necesitaba. Como cualquier joven, sentía curiosidad por todo.
Para que resultara más fácil recordar los Cinco Preceptos del budismo,
elaboré esta versión muy simplificada de los Cinco Preceptos originales del
budismo, que aun siendo sencilla abarca muchas facetas.
Pase lo que pase, no tiene nada de malo nutrir nuestra humildad de modo
que no nos quedemos enganchados en la trampa del juicio y de la
indignación moral hacia aquellos cuyo comportamiento parece menos ético
que el nuestro. Vivir según los votos es una invitación a asumir la
responsabilidad de nuestro propio sufrimiento y de nuestro propio despertar,
y normalmente entraña elecciones difíciles. Y a veces tenemos que hacer lo
que nos resulta más duro.
Practicar la gratitud
Para contrarrestar cualquier desánimo que pueda sentir al final del día, me
tomo tiempo para recordar con gratitud todo lo que he recibido. A veces
recuerdo la puesta de sol que acabo de presenciar, o un correo electrónico
de un estudiante al que no he visto en años, o esa luz en la mirada de los
estudiantes que me indica que van bien, o incluso un momento difícil que
me ha enseñado una buena lección. Recopilar esos instantes al final del día
es una práctica de gratitud que me da un sentido del valor de la vida y de las
relaciones. Es un tipo de recuento de bendiciones. Pero no puedo acaparar
esas bendiciones. En mi corazón o de forma directa, las comparto con
alguien que pueda utilizar lo bueno o el aprendizaje de mi día.
También intento escribir al menos a una persona cada día para agradecerle
el buen trabajo que está llevando a cabo, las bendiciones con las que ha
contribuido a mi vida o el amor que ha dado a otros. Como abadesa del
Upaya Zen Center, algunos días tengo la dicha de escribir varios correos
electrónicos y tarjetas de agradecimiento por el apoyo a nuestro centro.
Creo que, igual que la compasión, la práctica de la gratitud beneficia tanto
al que la da como al que la recibe, y enriquece la experiencia de la
conexión.
16.
Durante los años que he viajado a Japón, he sostenido en mis manos varias
de esas vasijas exquisitamente reparadas. He visto que el «arreglo de oro»
no es una reparación que se oculte. Deja ver claramente la naturaleza
agrietada y rota de nuestras vidas. Combina la materia común con los
metales preciosos para reparar la grieta, pero sin esconderla. Así es, creo
yo, como se produce la transformación moral y aparece la integridad; no ya
rechazando el sufrimiento, sino incorporando el sufrimiento a un material
más fuerte, el material de la bondad, para que las partes rotas de nuestra
naturaleza, de nuestra sociedad, y de nuestro mundo, se puedan reunir en el
oro de la plenitud.
«El respeto es uno de los grandes tesoros del ser humano; nos vuelve nobles
y nos abre al amor.»
Cuando tenía cuatro años, caí gravemente enferma y perdí la vista durante
dos años. Cuando me recuperé, me costó mucho ponerme al nivel de los
compañeros de mi edad. Era más pequeña y más delgada que la mayoría de
los niños de primer curso. Un grupo de niñas tomó por deporte el acosarme
y menospreciarme. No recuerdo sus palabras, pero sí la sensación de ser
despreciada. También me acuerdo de que un día, al salir del colegio, me
senté en el asiento de atrás de la furgoneta familiar y me eché a llorar. No
entendía nada. Mi madre me consoló, pero sus palabras no sirvieron de
mucho para calmar el aguijón del rechazo.
El antropólogo William Ury escribe en su libro The Third Side: «Los seres
humanos tienen multitud de necesidades emocionales: amor y
reconocimiento, pertenencia e identidad, propósito y sentido de la vida. Si
hubiera que resumir todas esas necesidades en una sola palabra, esta sería
respeto».87 Cuando nos sentimos respetados, nos sentimos valorados y
«vistos». Cuando respetamos a otros, nos enraizamos en la humildad, la
moralidad y el cuidado de los demás y de nosotros mismos. El respeto
genera una empatía y una integridad sanas (ambos estados límite); también
dota de dignidad y profundidad a nuestras relaciones humanas y nuestra
relación con el planeta. Esta es la base del amor y la justicia, y el camino
para transformar el conflicto en reconciliación.
17.
El respeto hacia los demás es un reflejo del respeto hacia nosotros mismos,
así como del respeto hacia los principios éticos que dan forma a las
sociedades sanas. Además, en mi trabajo con personal sanitario, educadores
y estudiantes, también he aprendido que respetar no es reprimir una opinión
constructiva para evitar el conflicto, ni tolerar los comportamientos de
quienes violan la integridad.88 El respeto y la integridad están conectados
con los estados límite; están entrelazados, y a menudo el respeto necesita
que «proclamemos la verdad ante el poder», que seamos claros sobre lo que
percibimos que está causando un daño y que exijamos que se le ponga fin.
El respeto es también un ingrediente crítico en todo tipo de relaciones: si se
daña el respeto y no se restaura, las asociaciones están en peligro. Durante
mis años de abadesa de Upaya he aprendido que es fundamental que los
miembros de la comunidad se traten entre sí como amigos y colaboradores,
y no como competidores. Además, necesitamos cultivar una consideración
profunda por el bienestar de los demás y confiar en el prójimo lo suficiente
para ser capaces de hablar con respeto de cualquier situación de abuso. Por
lo tanto, se trata de crear una cultura tanto de integridad como de respeto.
Respeto por los demás, por los principios y por nosotros mismos
El respeto presenta tres facetas: el respeto por los demás, el respeto por los
principios y los valores, y el respeto por uno mismo. Respetar a otro
significa reconocer su mérito y su valía. Podemos respetar a nuestros
oponentes, y es de esperar que respetemos a nuestros allegados. Podemos
estar en total desacuerdo con lo que dicen y hacen, y quizá no entendamos
del todo quiénes son, pero a cierto nivel les valoramos como personas y nos
damos cuenta de que todos hemos nacido vulnerables, y que probablemente
moriremos vulnerables.
Vivir en paz. Respetar a los demás. Estar al servicio de los más vulnerables
de entre nosotros. Pensé en el acto de amor desinteresado y de compasión
del papa Francisco cuando, en otoño de 2016, nuestro equipo de las
Clínicas Nómadas que trabajaba en Dolpo, Nepal, decidió lavar los pies a
nuestros pacientes. Sentí que era una forma más profunda de dar a aquellos
aldeanos nativos a quienes estábamos sirviendo. En Asia, los pies se
consideran impuros, y tocar los pies de otro constituye una expresión de
humildad y de respeto. Nuestro equipo lavó los pies no a doce, sino a
cientos de hombres y de mujeres. Al principio dudamos. ¿Era correcto
hacer algo así? ¿Avergonzaríamos a la gente, o sería una forma de salvar las
diferencias culturales y establecer una conexión amorosa con nuestros
pacientes?
El primero en probar el agua caliente y enjabonar los pies de una mujer de
mediana edad de Dolpo fue un joven abogado llamado Pete. Tocó los pies
de esta mujer con tanto respeto y ternura que creo que ambos quedaron
sorprendidos. Después se puso a trabajar un joven de California del Norte;
Sean aportó mucha alegría a su servicio mientras lavaba los pies ajados de
jóvenes y ancianos por igual. Tonio igual; alegría en su rostro mientras
lavaba cuidadosamente los pies de jóvenes y ancianos. Bill, un conocido
escritor sobre restauración artística, estaba de rodillas, lavando los pies a un
hombre anciano que tenía los dedos retorcidos como una cuerda vieja.
Los que lavaban los pies iban recibiendo cuencos y más cuencos de agua
caliente. Todos los días laborables, la clínica tenía preparados jabones,
esponjas y cuencos. Al final, nuestro equipo había lavado cientos de pies;
pies viejos, pies jóvenes, pies con juanetes dolorosos, pies doblados y
artríticos, pies que quizá nunca habían sido lavados, y pies que habían
recorrido muchas montañas. Fue como un acto de amor, de respeto, de
humildad y de expiación.
El agua es vida
Cuando me desplazaba por las montañas con nuestro equipo, al observar las
aguas cada vez más menguantes de los deshidratados Himalayas, oí en mi
interior las palabras lakotas mni wiconi («el agua es vida»). Los lakotas
dicen que estas aguas, la fuente de toda vida, son la sangre de nuestra
abuela tierra. Reflexioné sobre Flint, Michigan, con sus aguas contaminadas
por el plomo y el racismo. Recordé a mi amigo Wendell Berry cuando me
hablaba de los ríos y los arroyos negros y enfermos en Kentucky, donde
habían hecho explotar las montañas buscando su carbón.
Cuando volví de Dolpo, por amigos y estudiantes, me enteré de que las
palabras mni wiconi resonaron por todos los campamentos de Standing
Rock mientras los protectores del agua promovían una vuelta al respeto de
lo sagrado, al respeto de las costumbres tradicionales, al respeto por nuestra
tierra. Me conmovió oír que el movimiento Standing Rock fue iniciado por
un grupo de adolescentes como modo de combatir la epidemia de drogas y
suicidios en la cercana reserva india de Cheyenne River. Para enfrentarse a
la fuerte marea de sufrimiento, estos adolescentes decidieron tomar las
riendas de su propia sanación ayudando a los jóvenes de su comunidad a
transformar la autodestrucción en acción compasiva. Estaban explorando
conscientemente cómo el activismo sagrado podía ser una fuerza
compensatoria, no solo contra la «serpiente negra» del DAPL, que
amenazaba el agua potable de la reserva de Standing Rock, sino también
contra la enfermedad del odio hacia uno mismo que afligía a su pueblo.
Tomando la desobediencia civil de los activistas defensores del
medioambiente como fuente de aprendizaje, empezaron a reconocer un tipo
de obediencia más profunda al espíritu y a sus costumbres tradicionales.93
«Lo que hizo que mi experiencia en Standing Rock fuera tan poderosa –me
escribió Sophie en un correo electrónico– es que las personas a las que
respetaba de verdad incluían en sus oraciones a sus oponentes, a aquellos
que les habían hecho daño, que les habían rociado con gas pimienta, que les
habían mojado con manguerazos de agua fría como el hielo, que les habían
disparado con balas de goma, que les habían metido en jaulas y tratado
como criminales, que habían mentido sobre ellos; incluían genuinamente a
todas estas personas en sus oraciones. Sus oraciones son para el agua y para
la tierra. No es una guerra entre el bando bueno y el bando malo, con un
enemigo a quien vencer. Todos necesitamos el agua. Estamos todos juntos
en esto. Lo que es bueno para mis descendientes es bueno para los tuyos
[…]; no somos diferentes en nuestras necesidades.»
Tiempo después leí que Eryn Wise, una dirigente del campamento de
veintiséis años, vio en Facebook Live un vídeo donde aparecía su hermana
cuando era rociada con gas pimienta. Corrió hacia el lugar donde su
hermana estaba siendo atacada por la policía y se lanzó a la refriega
abalanzándose sobre la policía, según The New York Times.94 De repente
había seis manos agarrándola por los hombros: eran los protectores del agua
que la sacaban de allí. Wise vislumbró por un momento la cara de su
hermano y pensó que estaba cubierta de pinturas de guerra. «Mi hermano
estaba señalando por encima de mi hombro gritando: “¡Rezaremos por
vosotros, rezaremos por vosotros!”.» De repente se dio cuenta de que lo que
cubría la cara de su hermano era gas lacrimógeno, pero que, aun así, estaba
rezando por los atacantes. «Eso fue lo que me trajo de vuelta», dijo. Su
hermano la mantuvo arraigada en el respeto.
18.
Luego mi di cuenta de que con toda probabilidad ese anciano tibetano que
trabajaba en la carretera había visto la verdad del sufrimiento de su
torturador, la verdad de su vergüenza, y estaba respondiendo con
compasión. Para mí fue una lección potente, y un recordatorio de que el
respeto puede asumir muchas formas, entre otras la de una expresión de
sabiduría profunda.
Este anciano tenía una visión de la no-separación que muy pocos alcanzan
en nuestra cultura. Tendemos a ver al yo y al otro como si no estuvieran
conectados. Con demasiada facilidad cosificamos al otro convirtiéndolo en
el acosador o en la víctima, o dejamos que otros nos cosifiquen como
víctimas, acosadores o salvadores. Probablemente, esta actitud de
separación estaba en la raíz del comportamiento intimidatorio del soldado
chino hacia el trabajador, y es la base de lo que considero nuestro actual
déficit global de respeto.
Matamos insectos y comemos carne animal sin pensar. Sin darnos cuenta,
tratamos a las personas sin techo con repugnancia y desdén. Compartimos
una comida con nuestra pareja y nuestra atención está absorta en nuestro
dispositivo digital. Hablamos con dureza al niño que reclama atención en
clase cuando suena el timbre del recreo. Ante las exigencias de nuestro
trabajo, desdeñamos bruscamente la queja del empleado o del votante. Y
con mucha facilidad hablamos mal y denigramos a los que son diferentes.
A veces puede parecer que hay razones justificadas para nuestra falta de
respeto. Cuando nuestros valores entran en conflicto con los valores de
otros, cuando estamos en desacuerdo con sus decisiones, o cuando nos
ofenden sus palabras o sus actos, podemos perderles el respeto. Cuando los
demás son agresivos o amenazantes en sus interacciones, nuestro respeto
puede verse socavado. Si alguien es irrespetuoso con nosotros, es difícil no
responder de igual manera. Y aunque la falta de respeto puede asumir
muchas formas diferentes, nunca es justificable.
Acoso
El acoso no solo tiene lugar entre iguales. Las personas de distinto rango
dentro de una jerarquía pueden menospreciar incluso más a otros, en un
fenómeno conocido como violencia vertical. En el lugar de trabajo, la
mayor parte de los acosadores son jefes u otras personas que ocupan cargos
de poder y privilegio. Y fuera del ámbito laboral, los profesores humillan a
los estudiantes, los mandos militares se burlan con frecuencia de los
soldados novatos, los padres pueden desvalorizar a sus hijos, los médicos
pueden ser rudos con sus enfermeros, y los jefes de Estado insultan a los
grupos minoritarios.
Hostilidad horizontal
Jan pidió seis semanas de baja y regresó sintiéndose mucho más estable y
dispuesta a trabajar. Sin embargo, su equipo no estaba preparado para
dejarla volver.
Opresión internalizada
De joven aprendí que cuando los hombres acosan a las mujeres para
mantener su dominación, suelen hacerlo a través del abuso directo, en un
enfoque de arriba abajo: desde un trato condescendiente, paternalista, que
sexualiza y avergüenza, o con comportamientos de «machista sabelotodo»,
hasta el propio abuso físico y sexual. En cambio, en el movimiento
feminista he visto que las mujeres utilizan la agresión entre iguales y la
violencia vertical de abajo arriba desde una posición de vulnerabilidad, en
un intento de nivelar un desequilibrio de poder que experimentan. He
observado cómo, con frecuencia, mujeres que se han sentido menos
empoderadas han intentado derribar a mujeres que consideraban más
poderosas. Lo vemos con demasiada frecuencia en mujeres políticas,
académicas, directivas empresariales y líderes espirituales. Yo misma he
sido tratada así, y es duro. Las mujeres que demuestran fortaleza pueden
convertirse en objetivo, y no solo para los hombres y los medios de
comunicación, sino también para otras mujeres. Aun así, no deberíamos
olvidar el hecho de que acosar es más común entre los hombres que entre
las mujeres. Según la Encuesta sobre el Acoso Laboral de 2014 del
Workplace Bullying Institute,102 dos tercios del total de los acosadores son
hombres.
Violencia vertical
Michele formó parte de un equipo creado para dar respuesta a ese momento.
«Para empezar, los dreamers irán con sus familias a las iglesias evangélicas
blancas para poner de manifiesto que son seres humanos, y dar a conocer
todo lo que esto está suponiendo para ellos. Les resulta muy duro porque
tienen que mostrar su dolor ante otros, ante personas que pueden estar en su
contra, para que la gente despierte de su engaño. Pediremos a las iglesias
que defiendan a los más vulnerables si estos son perseguidos.»109
El poder entraña muchos riesgos. El poder puede hacer que las personas se
centren más en sí mismas, dando prioridad a sus propias necesidades sobre
las de los demás. El poder puede desinhibir a la gente hasta el punto de
ignorar las normas sociales de respeto, amabilidad, consideración y
conciencia. Y el poder embriaga. Creo que muchas veces los acosadores
están ebrios de poder y son adictos a explotar las diferencias de poder a su
beneficio, a fin de controlar el entorno y manipular a los demás.
Despojados de dignidad
Angulimala
Angulimala dijo: «Monje, dices que te has detenido hace mucho tiempo,
pero sigues caminando. Dices que yo no me he detenido. ¿A qué te
refieres?».
El Buda respondió que había dejado de hacer daño al prójimo, y que había
aprendido a venerar la vida de los demás.
La primera vez que leí este sutra, sentí que probablemente, para Angulimala
hacer daño a otros era una reacción al hecho de haber sido tiranizado por
sus compañeros y su maestro cuando era un niño. La historia me resultaba
familiar. En la prisión de máxima seguridad había conocido a muchos
hombres como él. Pero Angulimala experimentó la bendición de la
transformación porque el Buda le percibió en toda su profundidad. Sí,
Angulimala era un asesino en serie. Pero también tenía la fuerza de la
bondad en su interior, y el Buda vio quién era realmente y apeló a eso.
Otro día en la cárcel, uno de los presos me dijo: «Esta es la primera vez en
mi vida que alguien me trata con respeto y con amabilidad». Al mirarle a
los ojos se me hizo un nudo en la garganta. No tenía palabras. Pero la
mirada que me devolvió era transparente. Con el tiempo, este hombre se
convirtió en un preso modelo, se abrió camino hacia la libertad interior, y
con el tiempo también hacia la libertad exterior.
Causas y efectos
19.
Me senté con las palabras de Susan. Podía sentir su conflicto por el hecho
de proporcionar un cuidado muy necesario a los heridos y moribundos y al
mismo tiempo sentir que estaba violando su integridad y el respeto hacia sí
misma. Mi estilo no es aconsejar, sino más bien preguntar. Pensé en mi
padre y en lo que su daño moral y su posterior pérdida de respeto personal
me habían enseñado. También pensé en mis alumnos que habían sufrido el
trauma del combate. Y recordé mi experiencia de voluntaria en el complejo
penitenciario industrial, una institución donde la falta de respeto, el acoso y
la violencia son la norma establecida.
Escribí a Susan:
Cuando vi a Susan semanas más tarde, había tomado una nueva decisión:
había dado los primeros pasos para solicitar un cargo militar oficial como
objetora de conciencia. Me contó que los militares la estaban presionando
sutilmente para que abandonara su solicitud de objeción de conciencia,
insinuando que tenía problemas psicológicos. Me miró, y ambas sonreímos.
Yo sabía que no solo estaba perfectamente sana, sino que además había
tomado su decisión aplicando el respeto personal y el respeto por los
principios, con la integridad como guía.
20.
El triángulo dramático
¿Es verdad?
¿Es amable?
¿Es beneficioso?
¿Es necesario?
Esta práctica fue descrita por Shantideva, el monje budista del siglo XVIII
que escribió Una guía para el estilo de vida del bodhisattva.
Esta práctica es una forma potente de cultivar el amor y el respeto hacia los
demás.
21.
Y luego está Mara, el «diablo», que aparecía una y otra vez en la vida del
Buda, intentando intimidarle. Como escribe Thich Nhat Hahn, el Buda
respondía: «Hola, viejo amigo. Yo te conozco»; y Mara huía.117 En otra
versión de la historia, el Buda enumeraba a Mara las fortalezas personales
que utilizaría para derrotarle: «Porque tengo fe y energía, / y también
sabiduría […]. Tus prietos escuadrones, que el mundo, / con todas sus
virtudes, no ha podido derrotar, yo romperé con sabiduría / como una piedra
rompe una vasija de barro».118 Tras derrotar a Mara, el Buda recibió el
apodo de «Victorioso», en el sentido de que había superado todos los
obstáculos. Tenía el poder de transformar las aflicciones de su propia
mente.
¡No le des al tirano ningún manjar con el que deleitarse! ¡Se una piedra
gruesa de color! Tanto si el tirano se encuentra dentro como si es un agresor
externo, primero debemos mirar profundamente en nuestro interior.
Podemos intentar cultivar una compasión valerosa hacia el sufrimiento y el
engaño del tirano. De esta forma podemos ganar la visión clara que
necesitamos para evitar alimentar nuestros propios estados opresivos de la
mente. También podemos cultivar compasión por nosotros mismos y
aprecio por nuestras fortalezas. Si el respeto hacia nosotros mismos es
robusto, no necesitamos denigrar a otros.
Parte V. Implicación
22.
El poeta David Whyte relata una conversación decisiva que tuvo con el
hermano David, quien le aconsejó,
Estás tan sumamente cansado porque una buena mitad de lo que haces en
esta organización no tiene nada que ver con tus verdaderas facultades, o con
el punto al que has llegado en tu vida. Solo estás aquí a medias, y estar a
medias aquí te acabará matando. Necesitas algo a lo que puedas dedicar
todas tus facultades […]. El cisne no supera su timidez a base de darse
golpes en la espalda, de moverse más rápido o de intentar organizarse
mejor. Lo hace avanzando hacia el agua elemental a la que pertenece. Es el
simple contacto con el agua el que le confiere gracia y presencia. Solo
tienes que tocar las aguas elementales de tu propia vida, y lo transformarán
todo. Pero tienes que dejarte caer a esas aguas desde el acantilado donde te
encuentras, y eso puede ser duro. Sobre todo si piensas que te puedes
ahogar.
Para dejarte caer […], hace falta coraje, y la palabra coraje viene de la
palabra corazón. Debes hacer algo que sientas de corazón, y debes hacerlo
pronto. Abandona todo este esfuerzo, y déjate caer, aunque sea torpemente,
en las aguas del trabajo que quieres para ti. ¿Sabes?, está bien ganarse la
vida con algo secundario hasta que tu trabajo haya madurado, pero cuando
ha madurado hasta alcanzar una plenitud transparente, hay que recoger los
frutos. Ya has madurado, y estás esperando a que te cosechen. Tu
agotamiento es una forma de fermentación interna. Estás empezando, muy
despacio, a pudrirte en la viña.121
A menudo recuerdo estas palabras del gran poeta sufí Jalal ad-Din
Muhammad Rumi: «Dejad que la belleza que amamos sea lo que hacemos.
Hay cientos de maneras de arrodillarse y besar la tierra». Lo que esta
familia ha hecho por esos niños que iban a morir es hermoso. Y ese tipo de
belleza no está separada de la incondicionalidad.
A mis alumnos les digo: «Sube al risco poderoso del trabajo valioso y da lo
mejor de ti. Utiliza bien tus días para beneficiar a los demás y darte alegría
a ti mismo». En mi opinión, en esta vida hay pocas cosas tan gratificantes
como hacer un trabajo sano y dedicado por amor a los demás y al mundo.
23.
¿Quién se quema?
El segundo factor, el cinismo, tiende a cobrarse sus víctimas entre los más
idealistas de nosotros, como los más jóvenes, que son más propensos a la
desilusión cuando la realidad no está a la altura de sus expectativas.
Cualquiera de nosotros puede ser propenso a sufrir el tercer factor, un
sentimiento generalizado de ineficacia: como si no lográramos lo que nos
proponemos, por mucho que nos esforcemos. A partir de ahí, es fácil
resbalar por la pendiente hasta creer que nuestro trabajo simplemente es
irrelevante, punto. Esos son los ingredientes de la crisis, sobre todo si
nuestra autoestima y nuestra identidad están vinculadas a nuestro trabajo. Si
nuestro trabajo es irrelevante, ¿qué sentido tiene nuestra vida?133
Adictos al quehacer
También valoro las palabras del profesor y escritor Omid Safi: «Vivimos en
una cultura que celebra la actividad. Dejamos que nuestro sentido de
quiénes somos se confunda con lo que hacemos para ganarnos la vida. El
espectáculo público de estar ocupados es nuestra forma de demostrarnos
unos a otros que somos importantes. Cuanto más cansados, agotados,
desbordados nos vea la gente, más pensarán que debemos ser de algún
modo […] imprescindibles. Que contamos».138
Años después, conocí al doctor Kent Berridge en una reunión de Mind and
Life en Dharamsala. Nos enseñó un vídeo de sus experimentos con ratas, en
los que les estimulaban el ansia de agua salada, aunque no les gustara de
forma natural. Las ratas se habían quedado atrapadas en el ciclo de la
adicción. El. doctor Berridge comentó que el consumo conduce a más
consumo, aunque no sea placentero.
De forma similar, nuestro ajetreo aviva nuestro apetito por más ajetreo,
aunque nuestra actividad compulsiva se vuelva menos satisfactoria y más
estresante con el paso del tiempo. Siempre queremos más y nunca tenemos
bastante, y mientras seguimos esta rutina hedónica, nuestra atención se
puede quedar completamente acaparada por nuestro continuo afán de
estimulación (incluso una estimulación desagradable o nociva) y podemos
retirarnos de la intimidad y la conexión.
Para los centros de trabajo, puede resultar casi beneficioso que acabemos
exhaustos; así nos mantenemos tan atontados que no tenemos motivación
para cambiar las condiciones y políticas que propician que acabemos así. O
pueden recompensarnos por bebernos el propio veneno del estrés y la
aceleración laboral, pagándonos las horas extraordinarias y la productividad
o fijando objetivos de producción altos, entre ellos cuotas de pacientes. Es
una forma de opresión sistémica, por el daño que las instituciones y sus
políticas infligen a las personas que trabajan para ellas.
24.
Hace unos años me senté con enfermeras japonesas que sufrían el acoso de
un paciente de cáncer. Las enfermeras estaban horrorizadas. Venía durando
demasiado tiempo, y la agresión de ese paciente día tras día las tenía
totalmente agotadas. Hablaron abiertamente de su desesperación por no ser
capaces de seguir soportando abusos constantes de alguien a quien
intentaban ayudar. Estaban hartas, quemadas, acabadas.
Las enfermeras japonesas son muy entregadas. Agotan sus recursos para
atender a sus pacientes. Pero a esas enfermeras ya no les quedaban recursos,
y parecía que estuvieran sentadas en un cementerio. El altruismo
patológico, la angustia empática, el sufrimiento moral y la falta de respeto
las habían machacado, y todas y cada una de ellas estaban desmoralizadas y
quemadas. También se sentían culpables y avergonzadas por no ser capaces
de manejar la situación. Me dijeron que se sentían como si hubieran fallado
a su paciente, al hospital, a sus compañeros y a sí mismas.
Solo pasé un breve tiempo con ellas. Después de escuchar a cada una de
esas mujeres hablar abiertamente de su agotamiento y su desesperación,
revisé GRACE, la práctica de cultivo de la compasión cuando
interactuamos con los demás. Les sugerí que antes de ver al paciente, se
arraigaran, hicieran una pausa ante la puerta de la habitación y respiraran
con atención plena. También podrían evocar por qué habían elegido cuidar
de los que mueren, y tomarse un momento para acordarse de ser conscientes
de su potencial de reactividad y también del sufrimiento mental y físico del
paciente; eso podía poner las cosas en perspectiva. Una vez que
reconocieron que el miedo que le tenían era comprensible, pudieron
considerar que el acoso también es una manifestación del sufrimiento. Él
estaba muriendo de cáncer y estaba aterrado. Tenía dolor y no podía con él.
Había perdido su poder personal, la capacidad de controlar el curso de su
vida y la forma en que estaba muriendo.
Hacia el final del encuentro con aquellas enfermeras, también les sugerí que
lo visualizaran cuando era un bebé, indefenso y asustado. Lo había sido
hacía mucho tiempo, y quizá volvía a serlo y volvía a sentirse así ahora que
estaba tan enfermo.
Más adelante, supe que el rato que pasamos juntas había servido al grupo.
Cuando entró en la unidad de cuidados paliativos el siguiente paciente con
un comportamiento similar, supieron disipar sus sentimientos de miedo y
futileza, y abordar a este segundo paciente con más equilibrio y con
compasión.
Los valores y las condiciones del lugar de trabajo de Maia estaban violando
su integridad. Padecía un sufrimiento moral justificable. Sus clientes sufrían
falta de respeto y, desde el punto de vista de Maia, malos tratos. Además,
no podía cambiar el sistema en el que servía. Las condiciones de trabajo
tóxicas eran insostenibles para ella, y acabó quemándose. Dejó el trabajo,
pero cuando ya había pagado un duro precio personal.
25.
La práctica de trabajo
Cuando hace dos mil años los monjes budistas hicieron su primer viaje de la
India a China, los monjes indios no trabajaban. Se dedicaban a ir de aldea
en aldea pidiendo limosna. Eso no resultaba aceptable en China, donde la
ética del trabajo instaurada por Confucio valoraba el trabajo colectivo. Las
metáforas agrarias del Buda prendieron bien en China, pues encajaban con
la ética del trabajo de los chinos: «cultivar la mente», plantar las semillas de
las enseñanzas del Buda y «el campo de liberación».
¿Y cómo son nuestras vidas hoy? Me gusta lo que dice el profesor budista
Clark Strand de «meditar dentro de la vida que tienes». No separa la
meditación como si fuera algo aparte de nuestra vida y de nuestro modo de
subsistencia. «El lugar donde meditas es determinante de lo útil que será tu
meditación. Pero al hablar de “lugar” no me refiero necesariamente a qué
habitación de la casa, o si vives en un lugar tranquilo o no. Me refiero
sencillamente a que debes meditar dentro de la vida que tienes. Si eres
contable, medita dentro de la vida de un contable. Si eres policía, medita
dentro de eso. Donde quiera que desees iluminar tu vida, medita
precisamente en ese punto».148
¿Qué tipo de vida llevamos? De los factores del noble óctuple sendero del
buda (Recta visión, Recto pensamiento, Rectas palabras, Recta acción,
Recto medio de vida, Recto esfuerzo, Recta atención y Recta
concentración), el Recto medio de vida es uno de los más directamente
relacionados con la implicación y el quemarse. Encierra varias preguntas:
¿cómo podemos realizar un trabajo que sea bueno para nosotros, nuestra
familia, nuestra comunidad, nuestra tierra, y las generaciones futuras?
¿Cómo puede convertirse nuestro trabajo en un camino de despertar de
nuestro sufrimiento y nuestros engaños?
Thich Nhat Hahn dice que deberíamos elegir un trabajo que esté alineado
con nuestros valores, ya se trate de enseñar a los niños, atender a los que
están muriendo o dirigir una empresa de forma compasiva y generosa.
Alinearnos con nuestros valores se refiere no solo a qué hacemos y por qué
lo hacemos, sino también a cómo lo hacemos. Debemos asegurarnos de
hacer nuestro trabajo con integridad. Incluso si elegimos un oficio que
contribuya a aliviar el sufrimiento ajeno, podemos acabar haciendo ese
trabajo desde la esfera del altruismo patológico o de la angustia empática, el
conflicto moral o la falta de respeto; y esas expresiones tóxicas de los
estados límite pueden hacer que nos quememos fácilmente.
Sea cual sea nuestra función, ya seamos enfermeros, médicos, profesores,
terapeutas o directores generales, a veces no nos damos cuenta de que
estamos sufriendo, y de que no estamos dándonos tiempo suficiente para
reponernos de los aspectos nocivos de nuestro trabajo. Cuando veamos que
estamos cayendo por ese borde, tenemos que dar un paso atrás y considerar
profundamente cómo, al perder nuestro equilibrio y nuestro amor por lo que
hacemos, podemos estar alimentando nuestro propio sufrimiento y el
sufrimiento de otros.
La práctica de no trabajar
Durante mis años de trabajo con los que mueren, con frecuencia podía
meditar dentro de la vida que llevaba. Atravesaba el vestíbulo del hospital
prestando atención a mi respiración y a cada paso. Me sentaba junto a la
cama, descansando en mi respiración y en la presencia de la persona que
estaba muriendo. Me sentaba en reuniones de equipo, en contacto interior
con la razón por la que hacía ese trabajo, enraizándome a través de la
atención a la respiración y al cuerpo. Así podía ofrecer más atención y
cuidado a los asistentes a la reunión.
Para hacer una micropausa, podemos empezar por observar las sensaciones
del cuerpo. Si interrumpimos nuestra aceleración para llevar la atención a la
inspiración y la espiración, podemos sintonizar con las señales del cuerpo
de que algo no va bien. Con solo llevar la atención a la respiración, ya
hemos cambiado el contexto neuroquímico de nuestra experiencia, y puede
empezar a desvanecerse parte de la ansiedad que activa los aspectos
malsanos de nuestro empuje. Entonces podemos recordar, aunque sea
brevemente, nuestra intención de servir sin hacer daño. Esta intención
también se declina en no hacernos daño a nosotros mismos.
Un conocido dicho zen es: «Ningún sitio donde ir, nada que hacer». Es una
invitación a dejar de perseguir nada, ni siquiera la iluminación. Así que me
invito a mí misma a soltar…, y tanto si aflojo sentándome en el zendo de
Upaya como si salgo de mi pequeño despacho a dar un paseo por el prado
cerca de mi retiro, ¡es un tiempo bien regalado, y no bien gastado! Cuando
consideramos el tiempo como si fuera un recurso que se «gasta», la belleza,
la sorpresa y el alimento que proporciona el descanso no son muy
accesibles.
26.
Hace poco, un estudiante me dijo: «Roshi, pareces haber hecho tantas cosas
en tu vida. ¿Cómo lo consigues?». Me detuve, sonreí y contesté: «Los días
buenos, descanso mucho».
No quería decir que duermo la siesta cada día, aunque a mi edad lo hago de
vez en cuando. Tampoco me refería al tipo de descanso que deparan unas
buenas vacaciones. Ni al tipo de descanso escapista. Hablaba más bien del
tipo de descanso que se encuentra en la experiencia de estar relativamente a
gusto en medio de las cosas, incluso de las situaciones muy difíciles; la
comodidad que da la falta de resistencia a lo que tenemos delante y el estar
presente y en calma. En la meditación budista cultivamos esta combinación
de no resistencia y de calma. En mi propia práctica de meditación, he
aprendido que prestar atención plena a un objeto (como la respiración)
genera calma y bienestar, además de poder y descanso. Cuando
fortalecemos esas cualidades, normalmente podemos abordar la vida con la
«incondicionalidad» del hermano David.
–¡Demasiado atareado!
–Deberías saber que hay alguien que no está ocupado –contesta Yunyan.
–Entonces, ¿es que hay dos lunas?
Esta historia aparece por primera vez en una compilación de koans152 del
siglo XIII. Yunyan, el más joven, está barriendo el suelo. Quizá en su forma
de barrer haya un ápice de agitación y de engreimiento.
Daowu ve que esa respuesta es una forma zen de escabullirse, y no deja que
Yunyan se salga con la suya. Yunyan, el barrendero, ha dividido el mundo
en dos «¿Quieres decir que hay dos lunas?», le desafía Daowu. ¿Que hay
uno que hace y otro que no hace? ¿Que hay una persona activa y una
persona quieta?
Juego
Hoy, siempre que sus hijos le piden que juegue con ellos, dice que sí.
Normalmente, su lapso de atención no supera los quince minutos, así que es
fácil encontrar ese tiempo, incluso cuando diriges cuatro programas de
televisión. «Mis chiquitines me enseñan a vivir», dice. Atribuye al juego el
mérito de salvar su carrera.
Conexión
Como ocurre con todos los estados límite, quedar atrapados en la ciénaga
del desgaste también nos puede servir. Una crisis de valores nos puede
hacer reflexionar sobre el curso que ha tomado nuestra vida. Quemarse es
una aflicción que nos puede señalar el camino de regreso a nuestra vida
interior, y animarnos a trabajar sobre los esquemas mentales que nos han
empujado a la autodestrucción y la desconexión de los demás. Nos puede
mostrar qué se ha torcido, y si escuchamos más de cerca las necesidades del
corazón y del cuerpo, de nuestros seres queridos y del mundo, algo nuevo y
hermoso puede crecer del lodo. Y podemos alcanzar la alegría por el poder
de la implicación, a través de la sanación del descanso, el juego y la
conexión.
Dime que recuerdas que sigues siendo un ser humano, y no solo un hacedor
humano. Dime que eres más que una máquina que comprueba los puntos
que tiene en la lista de tareas pendientes. Ten esa conversación, esa mirada,
ese tacto. Sé una conversación sanadora, una conversación llena de gracia y
de presencia.
Estar muy atareados nos puede llevar al borde del abismo. Pero incluso
cuando nuestras vidas están muy llenas de actividad, podemos mantenernos
firmes en la implicación sin caer por el borde del quemarse. Debemos estar
atentos a no ir demasiado lejos y a dar un paso atrás cuando sea necesario
para recuperar nuestro equilibrio. Puede resultar tan sencillo como inspirar
y luego espirar lentamente entre pacientes o reuniones. Cambiar de estado.
O tan sencillo como cuidar de los plantones de mostaza o enlucir una pared
de adobe.
Quizá no sea del todo malo que el quemarse provoque agotamiento vital y
derrumbamiento, porque el quehacer crónico y la adicción al trabajo no son
una forma sana de vivir nuestros días. Toda esa actividad nos distrae de lo
que es real, e incluso puede ser una manera de evitar elegir un medio de
subsistencia acorde con nuestros valores. Y a menudo nuestra obsesión por
el trabajo y el servicio no es más que una forma de eludir la verdadera
intimidad con nuestros seres queridos y con las verdaderas necesidades del
momento presente y el mundo más amplio. El agotamiento vital y el
desgaste se convierten en el freno de emergencia que nos obliga a cambiar
de marcha, a decelerar e incluso a detenernos. Nos exige renovar nuestras
aspiraciones espirituales más profundas y mirar en profundidad lo que
apoyamos, lo que nos importa, nuestros valores, y cuál es nuestra verdadera
vocación. Encontrar alegría y belleza en el camino del servicio. Creo que
eso es lo que quería decir Dogen con las palabras «dar vida a la vida».
27.
Más adelante, Su Santidad escribió: «Por muy capaz y diestro que sea un
individuo, si se queda solo no sobrevivirá. Por muy vigoroso e
independiente que uno se pueda sentir en los momentos más prósperos de la
vida, cuando uno está enfermo, o es muy joven o muy viejo, dependerá del
apoyo de los demás […]. Creo que en todas las escalas de la sociedad
(familiar, tribal, nacional e internacional); la clave para un mundo más feliz
y más próspero es el crecimiento de la compasión».159
Darwin podría haber llamado a este fenómeno «la supervivencia del más
amable». Es una teoría que contradice el feroz paradigma de «la
supervivencia del más fuerte», comúnmente atribuido a Darwin (aunque en
realidad es una simplificación exagerada de la selección natural por parte de
Herbert Spencer). Darwin concluyó su exploración con la idea de que la
«simpatía» no solo es esencial para nuestra supervivencia; también
constituye la base de nuestro sentido de moralidad personal y de los
sistemas éticos que orientan el bienestar social.
Ciencia y compasión
Hace años, el doctor Gary Pasternak, director médico del Mission Hospice
en San Mateo, California, y meditador de largo recorrido, me envió un
correo electrónico que no he olvidado jamás.
Sin ser científico, el productor de cine George Lucas tiene una opinión
similar sobre la compasión. Cuando le preguntaron de qué trataba realmente
su película La guerra de las galaxias, respondió: «Hay dos tipos de personas
en el mundo, las personas compasivas y las personas egoístas. Las egoístas
viven en el lado oscuro; las compasivas, en la luz. Si eliges el lado de la luz,
serás feliz porque la compasión, ayudar a los demás, no pensar en ti mismo
y pensar en los otros te da una alegría que no puedes obtener de otra
manera».179
28.
Compasión referencial
Un hombre que colgaba de uno de los primeros vagones les gritó: «¡Madre,
tenemos hambre!». Mientras pasaba un vagón tras otro, les fueron llegando
más gritos: «¡Madre, tenemos hambre!». Antes de que pasara el último
vagón, Bernarda y Rosa lanzaron sus alimentos recién comprados a quienes
pudieran agarrarlos.
Desde 1995, cuando las hermanas lanzaron por primera vez comida a los
migrantes en camino, casi cada día ellas y otros habitantes de La Patrona
acuden a esperar junto a las vías llevando alimentos para quienes se suben
al tren en busca de esa libertad tan esperada.
«La Bestia» es el mote que designa a una red de trenes que ha transportado
a miles de personas hacia el norte, a través de México hasta nuestras
fronteras. Cuando La Bestia circula por su ruta a través de Veracruz y cerca
de La Patrona, las mujeres del pueblo, «Las Patronas», que es como las
llaman, corren por las vías del tren con abultadas bolsas de plástico llenas
de frijoles recién cocinados, arroz y tortillas. Mientras el tren avanza,
lanzan sus ofrendas a los hambrientos migrantes que viajan de polizones.
Me contaron que algunas noches el tren reduce su marcha para que a Las
Patronas les resulte más fácil entregar sus bolsas de alimentos. Pero cuando
se hace de día, el tren pasa a toda velocidad por el pueblo, y mujeres de
todas las edades aguantan firmemente las violentas corrientes de viento
generadas por ese tren que avanza a toda velocidad, para llegar a los
desesperados y hambrientos. Es un acto de pura compasión.
Hace poco, estaba sentada junto a la cama de una mujer que estaba
muriendo de cáncer de hígado. Sus piernas estaban tan hinchadas por el
edema que se le había abierto la piel de las espinillas. Era la víspera de su
último aliento, aunque en ese momento yo no lo sabía. Era una amiga
cercana y llevaba años luchando contra el cáncer. Experimenté una inmensa
compasión hacia ella, una compasión referencial, al verla sacudida por la
confusión y el dolor; cuando tomé su mano entre las mías y le hablé
suavemente, sentí el deseo abrumador de aliviar su sufrimiento. Del mismo
modo, bajo el prisma de la compasión basada en la visión profunda, fui
capaz de contemplar su situación en términos de la verdad de la
impermanencia, de comprender que su sufrimiento era un momento
específico en el tiempo y que estaba compuesto por elementos que no eran
sufrimiento. También sentí en lo más profundo de mi corazón que responder
a su sufrimiento era una necesidad moral. Estas perspectivas me evitaron
sucumbir a la angustia empática y me ayudaron a sostener ese espacio para
ella de un modo menos reactivo; y en última instancia, a estar con ella con
un amor más grande.
Compasión no referencial
El médico joven estaba de pie apoyado en la pared del baño, con semblante
pálido y los ojos en blanco, como si se fuera a desmayar. Parecía muy
angustiado al verme asaetada seis veces por la jeringuilla. Mi corazón se
abrió hacia él, y en ese momento también se abrieron mis venas,
bombeando sangre a todo mi cuerpo. La aguja entró, y sentí alivio
suficiente como para poder moverme.
El médico de más edad se inclinó hacia mí, y sentí que llevaba un peso
encima. Sin pensar, le toqué la rodilla y le pregunté si estaba bien. La
verdad es que era una pregunta un poco rara por mi parte, dadas las
circunstancias en las que me encontraba, pero surgió de la nada, esa nada
que está presente durante la meditación profunda, la nada que está presente
cuando el dolor ha eclipsado al yo.
Con los ojos humedecidos, me dijo con voz casi inaudible: «Mi mujer se
está muriendo de cáncer de pecho». En ese momento, no existía nada más
que ese ser humano doliente a mi lado y la calidez inexplicable que sentí en
el cuerpo, en el corazón, en la atmósfera entre los dos. En ese momento, mi
dolor se desvaneció por completo. Le miré a los ojos, que estaban húmedos
y sin barreras.
Mientras escribo estas líneas, recuerdo las palabras de la cantautora Lucinda
Williams: «Sé compasivo con todas las personas que encuentres, porque no
sabes qué batallas están luchando ahí dentro, donde el espíritu se encuentra
con el hueso». En la ambulancia, yo no tenía ni idea, y esa es la cuestión…
Durante una de las últimas visitas a mi viejo amigo Ram Dass, hablamos de
la compasión. Me recordó unas palabras del Ramayana, la epopeya india.
Ram, que es dios, pregunta a Hanuman, el dios mono que encarna el
servicio desinteresado: «¿Quién eres tú, Mono?». Hanuman responde:
«Cuando no sé quién soy, te sirvo. Cuando sé quién soy, soy tú». Mi viejo
amigo y yo nos sonreímos mutuamente. ¿Acaso no es esta la expresión más
profunda de la compasión?
Meses después, me pregunté qué había hecho posible esta experiencia. Una
historia del budismo tibetano me da una pista sobre cómo podemos nutrir la
compasión universal. Asanga, un yogui del siglo IV, pasó muchos años
meditando en una cueva. Meditaba sobre Maitreya, el Buda de la bondad
amorosa, con la esperanza de recibir de él una visión y una enseñanza.
Aunque Asanga practicó año tras año, Maitreya nunca apareció.
Creo que Maitreya no iba a aparecer hasta que Asanga fuera llamado a la
acción al servicio de otro. También estoy segura de que los doce años de
práctica de Asanga en su cueva no fueron tiempo perdido, aunque Maitreya
no se le apareciera allí; al menos no bajo una forma que él pudiera
reconocer. Pues la apertura y la compasión habían crecido profunda y
admirablemente durante sus años de compromiso y de práctica dedicada. Su
práctica dio el fruto dorado de la compasión no dividida, no referencial.
Aun así, su compasión necesitaba una razón para activarse, y el perro rojo
dio a Asanga la oportunidad de practicar la compasión tanto con objeto
como sin objeto.
Esto nos habla del profundo valor de nuestras relaciones, y de que nuestra
liberación está ligada a la liberación de los demás. Este relato también
señala el valor de convertir nuestra aspiración de beneficiar a los demás en
parte integrante de nuestra práctica, incluso aunque estemos lejos de
aquellos que necesitan ayuda. Y nos recuerda que estar con el sufrimiento
es un camino de práctica que se ve activado por esa aspiración profunda.
29.
Con los años, he aprendido mucho de mis estudiantes; entre otras cosas, que
la compasión y los votos inter-son, es decir, que se interrelacionan entre sí.
Forman parte uno del otro. Los votos que recibimos en el budismo tienen
que ver con hacer el bien, no hacer daño y cuidar a los demás. La mayoría
de nosotros tenemos que afrontar dificultades morales a diario. Sin
embargo, casi todos hemos aprendido lo importante que resulta no violar
nuestra integridad. Está el médico que toma diariamente decisiones de vida
o muerte que dan prioridad al bienestar de sus pacientes sobre las
expectativas institucionales. La directora ejecutiva que hace lo que puede
para proteger a sus empleados frente a políticas corporativas lesivas. El
denunciante que protege nuestros derechos de privacidad corriendo un gran
riesgo personal. Todas esas personas se han dejado guiar por su integridad.
Esta es la perfección de vivir conforme a los votos.
Ari me explicó que su Plan de Paz a 500 años incluye actividades de paz en
todo el país, seguidas de proyectos de desarrollo económico en las zonas
más pobres de Sri Lanka. Añadió que cada cien años, un consejo de
ancianos tendrá que evaluar cómo van las cosas.
Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión, ampliando nuestro círculo
de compasión hasta abarcar todas las criaturas vivas y la naturaleza
completa, en todo su esplendor.190
A menudo utilizo frases que reflejan las perfecciones como una manera de
invocarlas. Cada perfección contiene a todas las demás. Por eso suelo
practicar solo con una frase, dejando que me penetre hasta la médula.
30.
Otra trampa es querer que nos vean como personas compasivas. Podríamos
sentir que nuestro valor se mide por lo compasivos que somos o parecemos
ser, y así nos presentamos ante el mundo como una «persona compasiva»,
cuando en realidad necesitamos aprobación, validación, admiración e
incluso autorización. Así que deberíamos tener cuidado con aquellos que se
presentan como compasivos. No todo el mundo hace lo que dice.
Otro estudio, que medía el uso de los teléfonos móviles por participantes de
entre dieciocho y treinta y tres años de edad, descubrió que los participantes
utilizaban sus teléfonos ¡una media de ochenta y cinco veces al día!195
Esta distracción cómoda llena momentos en que podríamos ser más
conscientes de lo que nos rodea, incluido el sufrimiento ajeno. Y el uso
frecuente de los dispositivos digitales, según Carr, tiene efectos negativos
sobre la cognición, la concentración y nuestra capacidad para la sana
introspección.
La aritmética de la compasión
Ocho meses después del tsunami en Japón, el escritor Pico Iyer viajó con
Su Santidad el Dalai Lama a un pueblecito pesquero japonés que había
quedado devastado por este terrible desastre natural. Su Santidad ofreció
amor y apoyo a los supervivientes, pero cuando se alejó de ellos, tenía los
ojos llenos de lágrimas. Iyer no se perdió este momento. Más adelante
escribió: «He empezado a pensar (aunque no soy budista) que lo único peor
que suponer que puedes dominar el sufrimiento es imaginar que no puedes
hacer nada al respecto. Y las lágrimas que he presenciado me han hecho
pensar que se puede ser suficientemente fuerte para presenciar el
sufrimiento y al mismo tiempo ser suficientemente humano como para no
pretender dominarlo…».202
31.
El mapa de la compasión
Como escribe Thich Nhat Hahn: «La flor está compuesta por elementos
ajenos a la flor. Cuando miras una flor, ves elementos que no son flor, como
la luz del sol, la lluvia, la tierra; todos los elementos que se han unido para
ayudar a que se manifieste la flor. Si elimináramos cualquiera de esos
elementos ajenos a la flor, ya no sería una flor».204 Igual que los rayos del
sol, la lluvia y la tierra conforman la flor, también la atención, la
preocupación, la intención, la comprensión y la encarnación componen la
compasión.
32.
La práctica de la compasión
Los creyentes religiosos de la India oriental saben desde hace tiempo que
podemos transformar nuestras mentes, pero en Occidente hemos creído que
tenemos que jugar la partida con las cartas que nos han tocado, y nos
quedamos atascados de por vida en patrones mentales rígidos. Sin embargo,
en la última parte del siglo XX, la investigación en neurociencia ha
demostrado que el cerebro está cambiando constantemente en función de
nuestra experiencia. Los circuitos cerebrales se pueden reforzar o eliminar a
través de la repetición o de su ausencia. Los procesos que se desarrollan en
nuestro cerebro cuando se reorganiza física y funcionalmente en relación
con los estímulos internos y externos se llaman neuroplasticidad.
La práctica de GRACE
Desde esta base de sintonización con uno mismo, nos sintonizamos con los
demás, sintiendo su experiencia sin prejuicios. Esta es una forma activa de
Ser Testigo. También es el momento en que activamos nuestra capacidad de
empatía, al sintonizarnos física (empatía somática), emocional (empatía
afectiva) y cognitivamente (toma de perspectiva) con la otra persona. A
través de este proceso de sintonización, abrimos un espacio para que se
despliegue el encuentro, un espacio en el que podamos estar presentes para
cualquier cosa que surja. Cuanto más rico sea este intercambio mutuo, más
profundo será el despliegue.
33.
Hace poco impartí una formación GRACE en Japón para personas que
trabajan en el campo de los cuidados al final de la vida. Compartí con los
participantes que la vida y la muerte son experiencias caóticas. No
deberíamos esperar resultados perfectos, ni que las cosas se hagan a nuestra
manera. Un médico asistente al curso se puso en pie y habló de la ansiedad
que experimentaba cada día cuando intentaba satisfacer las necesidades de
sus pacientes. Cuando trasladaban a uno de sus pacientes de cáncer de su
planta a la unidad de cuidados paliativos, se sentía derrotado, como si
hubiera fallado a ese paciente. Con la moral por los suelos, entraba en
pánico cuando se daba cuenta de que no tenía tiempo de afrontar su miedo y
su pena; ni tampoco de atender a la cola de pacientes que necesitaban su
ayuda. Se sentía atrapado por una sensación de inutilidad que había agotado
su capacidad de compasión y de cuidado, y que le había llevado a
experimentar una completa desesperación y a considerar el suicidio, pero no
quería hacer daño a su familia.
Sea cual sea nuestra profesión o nuestra vocación, la práctica del vertedero
de cadáveres está disponible; nos sentamos en medio de un sufrimiento sutil
u obvio. El fango en el que caemos cuando nos despeñamos desde la cresta:
ese también es un espacio de sufrimiento. Es un lugar donde tenemos que
afrontar nuestras propias luchas, y donde puede crecer nuestra compasión
hacia otros que están luchando en sus propias profundidades.
El espejo mágico
Reconocimientos
Asimismo, quiero dar las gracias a grandes maestros budistas, cuyas luces
brillan a lo largo de este libro. Mi gratitud a Su Santidad el Dalai Lama,
Thich Nhat Hanh, Roshi Bernie Glassman, Roshi Eve Marko, Roshi Jishu
Angyo Holmes, Roshi Enkyo O’Hara, Roshi Fleet Maull, Roshi Norman
Fischer, Matthieu Ricard, Chagdud Tulku Rinpoche, Sharon Salzberg y al
artista, traductor y activista social Kazuaki Tanahashi.
Quiero hacer mención a todo lo que he aprendido de los
medioambientalistas William DeBuys y Marty Peale sobre los sistemas
vivos, y dar las gracias a Jerome Wodinsky, biólogo marino de la
Universidad de Brandeis, que hace muchos años me invitó a la vida del
Octopus vulgaris en el Laboratorio Marino de Bimini. También quiero dar
las gracias al biólogo marino y neurofisiólogo Edward (Ned) Hodgson de la
Universidad de Tufts, que me introdujo en el mundo de los tiburones y
despertó mi amor por el mar.
Le doy las gracias a Sensei Joshin Brian Byrnes, a Kosho Durel y a Cassie
Moore por sus valiosos conocimientos acerca de la realidad de las personas
sin techo. Y a Sensei Genzan Quennell, Sensei Irene Bakker, y Sensei
Shinzan Palma por sostener el dharma en su trabajo al servir a los demás.
Mis buenos amigos el hermano David Steindl-Rast y Ram Dass han estado
a mi lado como guías y como inspiración durante muchos años. Su
sabiduría se refleja en este libro.
Notas
1.
2.
3.
4.
5.
Dave Burke, «Hero Tackled Suicide Bomber and Paid the Ultimate Price»,
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6.
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Sabiduría perenne
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