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Ensayo

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Importancia de las emociones en la salud mental, a través del

análisis de los efectos de la Pandemia en niños, niñas y

adolescentes

Yasna Bustos Ramírez

Taller de Desarrollo Personal

Psicología Advance

29 de julio de 2023
Las emociones juegan un papel crucial en nuestra vida diaria, influyendo en nuestros pensamientos, estados
mentales y físicos influyen en cómo percibimos, interpretamos y respondemos a nuestro entorno y nuestras
experiencias comportamientos, bienestar general y en la salud mental. Sin embargo, a menudo, se les ha
subestimado o malinterpretado, relegándolas a un segundo plano en relación con la racionalidad y el
pensamiento lógico. No obstante, producto de la pandemia por el virus SARS COVID19, la comprensión de la
importancia de las emociones en la salud mental se volvió un aspecto muy relevante para entender el aumento
en el requerimiento de atenciones, que se cruza con el alto costo que significa y la escasez de profesionales del
ésta área, este ensayo explorará la importancia de las emociones en la salud mental y de qué manera una
situación específica del contexto o ambiente influye en la salud mental y socioemocional en la población, y por
sobre todo, en la población infanto-juvenil.

Las emociones, son un aspecto inherente a la condición humana y desempeñan un papel crucial en nuestra
vida cotidiana y nos permite navegar mejor nuestras propias experiencias emocionales y promover el bienestar
general, las emociones sirven como indicadores de nuestro bienestar mental, proporcionan información valiosa
sobre nuestros pensamientos, necesidades y deseos. Por ejemplo, sentirse triste puede indicar una necesidad
de consuelo o apoyo, mientras que sentirse ansioso puede indicar una amenaza o peligro percibido. Al prestar
atención a nuestras emociones, podemos obtener información sobre nuestro estado mental y tomar las medidas
adecuadas para abordar nuestras necesidades. En este sentido, Arnold y Gasson, definen la emoción como "la
tendencia sentida hacia un objeto juzgado como adecuado, o lejos de un objeto juzgado como inadecuado,
reforzado por cambios corporales específicos según el tipo de emoción" (Melamed, 2016), mientras que
Piqueras et al (2006), señalan que las emociones constituyen patrones individuales de conducta expresiva,
cada una asociada a un patrón específico de activación fisiológica, a una experiencia cognitiva-subjetiva o
sentimiento específico y con un substrato neuroanatómico específico por ende, se entiende como una
experiencia multidimensional ya que para que se active, la percepción debe ocurrir antes de la emoción, el
sujeto debe realizar un juicio sobre el objeto percibido en relación con el mismo, luego, de forma instantánea
(sin intervalo de tiempo) se siente la emoción.

Según lo anterior, si se toma como ejemplo la crisis sanitaria generada por la rápida expansión del virus SARS-
CoV-2 (Covid19) en la población mundial, declarada pandemia en marzo de 2020 por la Organización Mundial
de la Salud (OMS) forzó a los Estados del mundo a establecer medidas de restricción a la movilidad,
desplazamiento, reunión y de derechos tanto individuales como colectivos. Al respecto, en Chile, dicha
estrategia generó repercusiones en la sociedad Chilena, debido a las alteraciones a las que se han visto
enfrentadas las personas, como por ejemplo en sus rutinas, lugares de esparcimiento y relaciones
interpersonales, ya que la pandemia obligó a las autoridades a tomar la decisión de cerrar los establecimientos
religiosos, de esparcimiento, recreación, sociales, laborales, centros educativos, entre otros. Estas decisiones
provocaron incertidumbre acerca del futuro, debido a la prolongada mantención de las medidas restrictivas, el
lento desarrollo de vacunas, el complejo proceso de vacunación, y la rapidez con que variantes de la
enfermedad ponen en juego la protección real de las mismas vacunas, reforzando así la idea sobre que el
aislamiento de las personas pareciese ser la medida más efectiva para frenar los contagios de coronavirus.

Si la pandemia nos ha enseñado algo es que nuestra salud mental es profundamente sensible al
mundo que nos rodea (…), el estado de salud mental de cada niño y cada adolescente depende
mucho de sus circunstancias vitales: las experiencias con sus progenitores y cuidadores, las
relaciones que entablan con sus amigos y las oportunidades que tienen para jugar, aprender y
desarrollarse. Asimismo, la salud mental es un reflejo de cómo influyen en sus vidas la pobreza, el
conflicto, la enfermedad y el acceso a las oportunidades que se les presentan. UNICEF 2021.

La Organización Mundial de la Salud (OMS 2021) define salud mental como un estado completo de
bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de enfermedad o dolencia, por lo que es
una parte integral de la salud, además, se caracteriza porque en este estado de bienestar el individuo se
da cuenta de sus propias aptitudes y es capaz de hacer una contribución a su entorno, siendo la base el
funcionamiento efectivo para un individuo y una comunidad. De acuerdo con lo anterior, son diversos los
factores que influyen en el aumento de la prevalencia de problemas de salud mental, y con ello, de
habilidades socioemocionales para la vida, las que hacen referencia al conjunto de herramientas que
permiten a las personas poder entender y regular sus propias emociones, sentir o mostrar empatía por los
demás, establecer y desarrollar relaciones positivas, tomar decisiones asertivas y responsables, así como
también definir y alcanzar metas personales, entre otros. También, según OMS (1999) en lo que respecta
a salud mental, destacan el autoconocimiento, empatía, comunicación asertiva, toma de decisiones,
solución de problemas y conflictos, pensamiento creativo, crítico, manejo de emociones, clave para el
desenvolvimiento en la escuela y sociedad.

La doctora e investigadora Isabel Sánchez (2021) señala que es imprescindible la detección de factores de
riesgo y el diseño de estrategias de prevención, atención integral, seguimiento en crisis y en etapas
posteriores que impliquen la protección de niños, niñas y adolescentes. Así mismo Sánchez (2021) indica
que, debido al incremento de factores psicosociales como la privación de instancias primordiales para su
desarrollo como es la asistencia regular a establecimientos educativos (socialización), juego al aire libre
(esparcimiento y recreación), vínculos al estar restringida las salidas, pérdida de hábitos saludables,
violencia intrafamiliar, abuso de nuevas tecnologías producto del largo periodo de confinamiento y
realización de clases en modalidad remota, del mismo modo para la cultura juvenil y pre adolescentes, el
aislamiento es causa de la ruptura del soporte emocional que dan los grupos de pares, ya que han tenido
que evitar espacios públicos, siendo difícil visibilizar sus necesidades, dolores y/o opiniones respecto al
contexto actual.

Del mismo modo, los factores estresantes intrínsecos a la vivencia de una emergencia sanitaria, como el
miedo al contagio, exceso de información, pérdida de seres queridos, merma en la capacidad adquisitiva
de las familias, entre otros, también se asocian a un aumento de la sintomatología ansiosa, depresiva y
postraumática en la población infanto-juvenil, influyendo desfavorablemente en su salud mental.
Por otra parte, diversos son los factores que están influyendo en el aumento de la prevalencia de
problemas de salud mental y habilidades socioemocionales como no saber cuánto durará la crisis
sanitaria, el temor a la muerte de un ser querido, la incertidumbre en el plano económico, las dificultades
en la convivencia –con diversos grados de hacinamiento, el cambio de roles laborales o domésticos y los
efectos directos del encierro se suman para generar un nivel excepcional de estrés. (Luna 2018).

Teniendo en cuenta lo anterior, educarse y educar en el reconocimiento y manejo de las emociones es un


tema delicado y de gran relevancia social, ya que, las emociones o sentimientos son parte indispensable
de la vida, actuando como catalizadores que impulsan al ser humano a actuar y satisfacer sus
necesidades. Así mismo, algunas de las reacciones fisiológicas y de comportamiento que desencadenan
las emociones son innatas, mientras que otras pueden adquirirse o aprenderse. Según datos de la Unicef
(2021), por lo menos 1 de cada 7 niños, es decir, 332 millones en todo el mundo, ha vivó bajo políticas de
confinamiento por semanas y/o meses, lo que supuso un riesgo para la salud mental y bienestar de la
población sobre todo de niños, niñas y adolescentes (NNA).

También, uno de los principales factores que ha influido en la salud mental y socioemocional de niñas,
niños y adolescentes (NNA) fue el cierre temporal de los establecimientos educativos por casi dos años
(con un retorno mayoritario en Instituciones Privadas y Subvencionadas, pero parcial de Establecimientos
con Administración Municipal), debido a que la escuela es el sitio en donde se establecen los primeros
vínculos más allá de la familia, asimilando una serie de experiencias que permiten desarrollar destrezas
motoras, lo que también favorecen capacidades cognitivas, de razonamiento lógico y a su vez contribuye
al adecuado desarrollo neurológico, psicológico y social.

Según el psicólogo clínico Andrés Lasso (2021) los espacios educacionales “ayudan a aprender
habilidades sociales y de tipo moral, por ejemplo, frente a la trampa y al seguimiento de las reglas”,
además, les permite “interiorizar roles, normas y valores, además de tratarse de una manera eficaz para
combatir el aburrimiento, las preocupaciones y el estrés” (Russ, 2016). Lo anterior, contribuye al desarrollo
de vínculos con otras personas, ya que, a través del juego los NNA aprenden a confiar en otras personas.

Por otro lado, Castillo y Pando (2020) señalan que el aislamiento social, la falta de estímulos ambientales,
la frustración y la falta de espacios personales y de ocio en el domicilio, debido a factores como la calidad
estructural de la vivienda, que los espacios al interior destinado a dormitorios es insuficiente para la
cantidad de personas que lo habita, el teletrabajo de los padres (están todos en casa pero trabajando por
lo que el tiempo con sus hijos e hijas es restringido), la situación económica de la familia (pérdida de
fuente laboral aumentado por el confinamiento al restringir el funcionamiento de lugares de trabajo)
generan un ambiente poco propicio para distraerse, jugar, impidiendo la interacción con sus pares,
limitando las posibilidades de realizar actividad física o recreativa en espacios exteriores y frustrando las
instancias de comunicación entre los NNA con sus padres o cuidadores, generando que estos no puedan
transmitir sus sentimientos y emociones, constituyéndose en factores estresores que repercuten
negativamente en la salud mental infanto-juvenil, puesto que “el aislamiento social se asocia a
sentimientos de soledad y frustración. Lo anterior especialmente, en las etapas de infancia escolar y
adolescencia, cuando el sujeto busca y necesita la interacción con iguales para su correcto desarrollo
psicosocial” (Dulanto: 2000).

Otra consecuencia del aislamiento provocado por la pandemia y que muchas veces no se visualiza como
relevante, fue la pérdida de diversos estímulos sensoriales como escuchar, tocar y abrazar a sus
compañeros, profesores e incluso familiares producto de las restricciones de contacto físico que se han
impuesto a las personas, lo que va limitando lentamente su capacidad imaginativa y sensorial,
perjudicando la seguridad, autoconfianza de los NNA como también, “cognoscitivamente se podrían
presentar ciertos estancamientos en áreas del desarrollo intelectual” según Bernardo Useche, presidente
del Colegio Colombiano de Psicólogos (Colpsic) (en Ramírez 2020). el conflicto, la enfermedad y el acceso
a las Expertos en educación, salud e infancia han considerado fundamental tomar decisiones que permitan
subsanar los dos años de pandemia y resguardar la salud mental de las personas y NNA, lo cual puede
ser efectuado por medio del fortalecimiento del Aprendizaje Socioemocional, el cual puede ser entendido
como el proceso mediante el cual los niños y adultos adquieren y desarrollan conocimientos, habilidades y
actitudes que les permiten lograr el autoconocimiento, comprender las emociones, autorregular su
expresión, motivarse para alcanzar objetivos positivos, empatizar con los demás, construir relaciones
positivas, tomar responsablemente sus decisiones y manejar de manera efectiva situaciones desafiantes
(Bisquerra, 2007).

El Ministerio de Educación implementó diversas acciones para contrarrestar el impacto negativo de la


pandemia en niñas, niños y adolescentes, señalando la importancia del regreso gradual de los NNA a sus
centros educativos (clases presenciales), brindando una serie de incentivos económicos a los
sostenedores para que puedan tener elementos de prevención y protección (aunque claramente
insuficientes debido a la situación estructural en que se encuentran los establecimientos municipales), la
flexibilización curricular con el fin de aminorar las brechas educativas con una priorización de objetivos de
aprendizajes en las diferentes asignaturas lo que ha permitido a docentes enfocarse en el desarrollo de
habilidades centrales y la estrategia de Trayectoria Educativa que pretende revincular a estudiantes con
sistema escolar. Así mismo, se ha enfatizado en la importancia de establecer estrategias que permitan
aminorar las consecuencias en la salud mental de los NNA a través de la incorporación de aprendizajes
socioemocionales como eje primordial en el currículum, y enfatizar la importancia del trabajo de los
equipos psicosociales y de convivencia escolar, aumentar el presupuesto en el Programa de Habilidades
para la Vida, considerando a toda la comunidad educativa tomar decisiones y planificar acciones concretas
para apoyar a los NNA.

De esta manera, es posible expresar que teniendo en cuenta los datos presentados y considerando que la
salud mental forma una parte integral del desarrollo y bienestar de las personas (sobre todo en los NNA),
no es posible continuar postergando las medidas que tiendan a minimizar, prevenir y reparar la afectación
en la salud mental de las personas producto de las medidas de restricción y aislamiento para prevenir
contagios de coronavirus, sino que, más bien se debe visibilizar el problema, brindar apoyo a las personas
y entregar herramientas o estrategias pertinentes a las familias para disminuir los riesgos y consecuencias
del confinamiento y restricciones a los derechos constitucionales. En este orden de ideas el Estado
Chileno hizo algunos esfuerzos para mejorar la situación de las personas (mantener el reparto de comida,
clases virtuales, entrega de diferentes recursos), sin embargo, estas acciones no son suficientes para
revertir los efectos provocados por dos años de crisis sanitaria, por lo que es vital seguir invirtiendo en
políticas de salud mental de prevención, promoción y cuidado de toda la población chilena, la cual
presenta un significativo déficit de financiamiento, solo el 2% del presupuesto de salud, mientras que los
países OCDE es sobre un 4% llegando a un máximo de 14% y 15% en países como Francia y Noruega
(Jiménez 2021) ya que especialistas señalan que no hay claridad de todas las consecuencias que genero
esta crisis sanitaria, ni cuantas generaciones seguirán teniendo sus efectos.

Así mismo, aun cuando según lo evidenciado anteriormente la salud mental es un eje principal para el
correcto desarrollo y bienestar humano, la cobertura de atención en salud mental alcanza solo 20%, lo
que significa que existe solo un especialista por cada 2000 habitantes, por lo que, los Chilenos se
encuentra en clara merma respecto a la cobertura y planteamiento de políticas concretas desde el
Ministerio de Salud (MINSAL), que permitan prevenir, disminuir y revertir las consecuencias en cuanto a
salud mental y emocional de las y los chilenos, sobre todo en lo que respecta a las consecuencias en
niños, niñas y adolescentes que han visto mermado su desarrollo biológico, psicológico, social y
conductual.

De acuerdo con todo lo anterior y los nuevos horizontes que le prepara el futuro a la humanidad y a
nuestro país, se concluye que es indispensable que tanto los gobiernos (representados por sus
autoridades), como los Estados (representados por las diversas instituciones público/privadas) avancen en
sistemas que permitan proteger la salud mental de las personas, permitiendo un correcto desarrollo del ser
en sus diferentes ámbitos (físico: por medio de la estructura cerebral, psicológico: por medio del desarrollo
personal y colectivo, social: por medio de las interacciones con otros, conductual: por medio de las pautas
otorgadas en la convivencia), un correcto sistema preventivo ante contingencias (como la vivida en
pandemia coronavirus) y una política de salud mental que sea accesible por todos puesto que nuestras
emociones tienen un impacto directo en nuestra fisiología y juegan un papel crítico en nuestra salud
mental y bienestar general. Es esencial contar con políticas públicas que permitan que las personas
aprendamos reconocer y comprender nuestras emociones, así como aprender a gestionarlas de manera
saludable y de lo contrario, recibir apoyo y contención que contribuya a nuestra salud mental.

En este sentido, desarrollar la inteligencia emocional que nos permita reconocer, expresar y gestionar
adecuadamente nuestras emociones contribuye a mantener un equilibrio emocional, fortalecer nuestras
relaciones interpersonales y desarrollar una mayor resiliencia. Sobre todo cuando nos encontramos en
situaciones que conllevan un alto estrés. Las emociones son una valiosa guía interna que nos ayuda a
comprendernos a nosotros mismos ya los demás, identificar nuestras necesidades y deseos, y tomar
decisiones más informadas y coherentes con nuestro bienestar emocional. Por lo tanto, es esencial
fomentar la inteligencia emocional y promover una cultura que valore la importancia de las emociones en
el camino hacia una mejor salud mental, un mayor bienestar general. nos permitirá aprovechar el poder
positivo de nuestras emociones y mejorar nuestra calidad de vida, creando una base sólida para una
mente y un cuerpo equilibrado y saludable,

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