Año Litúrgico
Año Litúrgico
Año Litúrgico
Por medio de la oración, por medio de la lectura de la Sagrada Escritura, por medio
de lecturas espirituales, por medio de la catequesis, por medio de la formación teológica,
por medio del ejercicio de la caridad, y, cómo no y de modo sublime, por medio de la
liturgia.
1. El nombre
La primera referencia a lo que hoy se entiende por año litúrgico, como unidad y conjunto
de las celebraciones festivas, no apareció hasta entrado el siglo XVI con la denominación
«año de la Iglesia» (Kirchenjahr).
En los albores del Movimiento litúrgico dom Próspero Guéranger utilizó la expresión año
litúrgico en su célebre obra (L 'année Liturgique), haciéndola desde entonces familiar a
todos los autores.
Pío XII la incorporó al magisterio pontificio en la encíclica Mediator Dei de 1947, y así
aparece en la constitución Sacrosanctum Concilium y en todos los documentos de la
reforma litúrgica
2. El concepto
El año litúrgico es también el resultado de la búsqueda, por parte del pueblo de Dios, de
una respuesta al misterio de Cristo por medio de la conversión y de la fe.
Pero sólo a partir de los siglos VIII-IX, cuando los formularios de misas del Adviento se
sitúan delante de la fiesta de Navidad y los libros litúrgicos comienzan con el domingo I de
Adviento, se puede hablar ya de una estructura litúrgica anual. La denominación, como se
ha dicho antes, apareció incluso más tarde.
A la formación del año litúrgico contribuyeron diversos factores, como la capacidad festiva
humana, la huella del año litúrgico hebreo (Levítico 23,1.4-1 1.15-16.27.34b-37) y, sobre
todo, la fuerza misma del misterio de la salvación, que tiende a manifestarse por todos los
medios, especialmente desde el momento en que la Iglesia encontró la posibilidad de
proyectar su mensaje sobre la sociedad y la cultura.
El testimonio histórico
La celebración del año litúrgico tiene una peculiar fuerza y eficacia sacramental para
alimentar la vida cristiana
la guía del Espíritu Santo, que tiene la misión de recordar la enseñanza de Jesús y conducir
hasta la verdad completa (cf. Jn 14,26; 16,13-14), la liturgia penetra en el sentido de las
Escrituras, disponiendo la proclamación de los hechos y palabras del Señor según los
diferentes ritmos de la celebración, entre los que destacan los domingos, las solemnidades,
las fiestas y las memorias.
Las más antiguas fórmulas anamnéticas, comenzando por 1 Cor 11,26, no mencionan nada
más que la muerte del Señor, incluyendo después «la bienaventurada pasión, la resurrección
de entre los muertos y la gloriosa ascensión a los cielos» (Canon Romano), es decir, el
misterio pascual como núcleo y centro de la conmemoración eucarística.
En la Eucaristía, por tanto, se contiene la totalidad del misterio de Cristo con su obra de la
salvación, es decir, toda la «economía del misterio» desplegada y celebrada en el año
litúrgico.
Cada año litúrgico es una nueva oportunidad de gracia y de presencia del Señor de la
historia, el mismo ayer, hoy y por los siglos (cf. Heb 13,8)