Articulo Derecho Administrativo Urbanistico 2023 NAA
Articulo Derecho Administrativo Urbanistico 2023 NAA
Articulo Derecho Administrativo Urbanistico 2023 NAA
La ciudad se ha construido como una asociación más o menos autosuficiente que reconoce ciertas
reglas de conducta como obligatorias; la ciudad es, en una escala mínima, el reflejo del Estado moderno
como institución. Estas reglas de conducta, especifican un sistema de cooperación planeado para
promover la satisfacción de las necesidades básicas de aquellos que forman parte de él; se trata de
una acción cooperativa para obtener ventajas mutuas, caracterizada por el conflicto y la identidad de
intereses que plantea la diversidad y la globalización de las sociedades actuales.
Bajo este escenario, el derecho a la ciudad se presenta como un derecho humano, social y
exigible, que puede ser positivado como un derecho fundamental, para promover el fortalecimiento del
Estado constitucional. Para ello, se propone que el derecho a la ciudad sea un derecho humano
emergente, que requiere del reconocimiento, descripción y profundidad en los sistemas jurídicos
1
Doctor en Derecho, abogado corporativo y profesor universitario.
1
nacional e internacional, prima facie, en conexidad con otros derechos fundamentales como: la vida, la
dignidad humana, la igualdad, la autodeterminación y el acceso a la vivienda, para ser garantizado por
las instituciones jurídicas, inclusive para exigirse ante los tribunales. Este reconocimiento implica
enfatizar una nueva manera de promoción, respeto, defensa y realización de los derechos civiles,
políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales.
2
no requiere de una justificación mayormente elaborada. Se requiere forzosamente de la intervención
del Estado democrático para satisfacer a través de las figuras de planeación y regulación urbana, y de
los servicios públicos, la mayoría de estas necesidades, y para ello, el Estado requiere la construcción
y aplicación de criterios objetivos y universales, lo cual puede afectar, positiva o negativamente, el
acceso a dichos derechos sociales.
Sin lugar a dudas, el derecho a la ciudad es parte de la categoría de los derechos sociales; es
un derecho humano emergente, con alto grado de desarrollo doctrinal en el contexto internacional,
producto de las migraciones urbanas y conurbaciones, que requiere del reconocimiento, descripción,
profundidad y un marco de garantías en el sistema del derecho internacional, para su posterior
incorporación a los sistemas jurídicos nacionales, en conexidad con otros derechos fundamentales para
ser garantizados por el Estado constitucional. Para determinar este escenario, se propone partir de la
postura del liberalismo igualitario, que descansa sobre una concepción objetivista de la moral, que parte
de la idea de que los principios morales se apoyan en consideraciones que, prima facie, cualquier
individuo podría aceptar sin cuestionamientos mayores, para fundamentar el derecho a la ciudad como
un derecho humano, social y exigible.
Existen significativas aportaciones en el desarrollo del derecho a la ciudad; la mayoría de ellas han
sido recientemente elaboradas; la tradición griega se vinculó con el concepto de la polis -de la ciudad-
estado-, desde la época clásica, y aparece dotada de un complejo marco constitucional con el que se
articulan las normas de convivencia; se especifica el grado de participación en las tareas públicas; y se
determina su funcionamiento y competencia del gobierno, mediante leyes acatadas por todos. (Barceló
y Hernández, 2014).
En la doctrina, se cuenta con trabajos que se han desarrollado por Jacobs (2011), Lefebvre
(1978), Mitchell (2003), Borja 2010) y Gehl (2014), que encuentran conexión con una serie de
movimientos sociales que abarcan desde las manifestaciones por los derechos civiles de 1963, las
protestas del Free Speech Movement en California, el M-15 de España, o las protestas en Brasil
asociadas al tema de la movilidad urbana y la priorización de la infraestructura urbana, como uno de
los componentes más sensibles del derecho a la ciudad. Estos movimientos sociales, ante la
consideración de que la vivienda y los espacios de la ciudad, como bienes de inversión, son
inaccesibles para gran parte de la población, reivindican la idea de que todos los derechos humanos,
tanto los derechos civiles y políticos, como los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales
son derechos imprescindibles para llevar a cabo un proyecto de vida autónomo, fundado en la dignidad
e igualdad de las personas, pero que requieren del acceso y goce de la ciudad, como un derecho
3
emergente fundamental que debe ser reconocido y tutelado, para el ejercicio del resto de los derechos
humanos en el Estado constitucional. En este contexto, utilizamos la conceptualización del principio de
autonomía de Vázquez (2010:159):
“[…] El principio de autonomía permite identificar determinados bienes sobre los que versan
ciertos derechos cuya función es poner barreras de protección –“cartas de triunfo” en la
terminología de Dworkin- contra medidas que persigan el beneficio de otros, del conjunto social
o de entidades supraindividuales. El bien más genérico protegido por este principio es la libertad
de realizar cualquier conducta que no perjudique a terceros. De manera específica, entre otros,
el reconocimiento del libre desarrollo de la personalidad; la libertad de residencia y de circulación;
la libertad de expresión de ideas y actitudes religiosas, científicas, artísticas y políticas y la libertad
de asociación para participar en las comunidades voluntarias totales o parciales que los individuos
consideren convenientes […] Sin embargo, esta situación contraviene intuiciones muy arraigadas
en el ámbito del liberalismo. Por ejemplo, si una élite consigue grados inmensos de autonomía a
expensas del sometimiento del resto de la población, este estado, de cosas no resulta aceptable
desde el punto de vista liberal. Por esta razón, es necesario defender un segundo principio, que
limita el de la autonomía personal: el principio de dignidad personal […]”
Si observamos la historia de las ciudades, podemos ver claramente cómo las estructuras urbanas
y el planeamiento han influido sobre el comportamiento. El concepto moderno de la ciudad, deviene de
la Carta de Atenas de 1933, derivada del movimiento del urbanismo comandado por Le Corbusier
(1999) y de su Ciudad Radiante, que tiene como antecedente la Ciudad Jardín de Howard, los cuales
han tenido una inmensa influencia sobre el diseño de nuestras ciudades, imponiéndose la visión
urbanista de la ciudad vertical y sus problemas de movilidad colapsada, espacios públicos erosionados,
zonificación euclidiana y crisis de sustentabilidad.
“[…]La delimitación territorial administrativa de las ciudades fue arbitraria desde el principio o ha
pasado a serlo posteriormente, cuando la aglomeración principal, a consecuencia de su
crecimiento ha llegado a alcanzar a otros municipios, englobándolos a continuación, dentro de sí
misma […] efectivamente, algunos municipios suburbanos han adquirido inesperadamente un
valor, positivo o negativo, imprevisible, ya sea por convertirse en barrios residenciales de lujo, ya
por instalarse en ellos centros industriales intensos, ya por reunir a poblaciones obreras
miserables. […]”.Le Corbusier (1999:21-22).
Fue en 1968 cuando Lefebvre (1978:167) introdujo a la discusión teórica el concepto del derecho
a la ciudad:
“[…] Estos derecho mal reconocidos poco a poco se hacen costumbre antes de inscribirse en los
códigos formalizados. Cambiarían la realidad si entraran en la práctica social… Entre estos
4
derechos en formación figura el ‘derecho a la ciudad’ (no a la ciudad antigua, sino a la vida urbana,
a la centralidad renovada, a los lugares de encuentros y cambios, a los ritmos de vida y empleos
del tiempo que permiten el ‘uso’ pleno y entero de estos momentos y lugares, etc.)[…]”
Anteriormente, Jacobs (2013) al explicar cómo funcionan las ciudades en la vida real, aseguraba
que las ciudades son un inmenso laboratorio de ensayo y error, fracaso y éxito, para la construcción y
el diseño urbano, y cómo el aumento masivo del automóvil, y la ideología urbanística del Movimiento
Moderno, que separaba los usos dentro de las ciudades y enfatizaba la construcción de edificios que
terminarían por destruir el espacio y la vida urbana, dando como resultado ciudades sin gente, ni
actividades. Este planteamiento se considera como el grito inicial de una voz que clama por un cambio
en la forma que diseñamos nuestras ciudades. Cinco décadas después, Gelh ha retomado con éxito
estas ideas, al asegurar que la ciudad es el lugar de encuentro por excelencia, más que cualquier otra
cosa, la ciudad es su espacio público, principalmente el espacio peatonal, pues los seres humanos no
pueden estar en el espacio de los automotores, ni en los espacios privados que nos les pertenecen
como colectividad; la cantidad y la calidad del espacio público determinan la calidad urbanística de una
ciudad, por ello, Gehl señala que un espacio público es bueno, cuando en él ocurren muchas
actividades no indispensables, cuando la gente sale al espacio público como un fin en sí mismo, a
disfrutarlo, cuando se apropian de la calle o bien participan en su fabricación. Estos autores y las luchas
urbanas referidas, han logrado posicionar desde la visión urbanística, los conceptos de la ciudad para
la gente y la humanización del espacio público, asegurando que:
“[…] Conseguir calidad urbana es un asunto importante, más allá de que la intensidad del
movimiento peatonal se dé por necesidad o por estímulo. Que la gente se encuentre con un
óptimo nivel urbano a la altura de los ojos, debería ser considerado un derecho humano
fundamental para cualquier parte de una ciudad por donde las personas circulen […] En muchos
lugares […] cruzar la calle no es un derecho humano fundamental sino algo que se debe pedir,
empujando un botón que se encuentra en cada intersección. En algunos casos, hay que apretar
el pulsador hasta tres veces para lograr cruzar. Pretender caminar 450 metros en 5 minutos bajo
estas condiciones es un delirio […]”. (Gelh, 2014:124).
Por su parte Mitchell (2003:17-18), al hablar de las luchas por la recuperación del espacio público,
señala que:
“[...] ‘The right to the city’ is a slogan closely associated with the French Marxist philosopher Henri
Lefebvre […] The most important is Lefebvre´s normative argument that the city is an ‘ouvre’- a
work in which all its citizens participate […] cities were necessarily public –and therefore places of
social interaction and exchange with people who were necessarily different. Publicity demands
heterogeneity and the space of the city –with its density and its constant attraction of new
5
immigrants- assured a thick fabric of heterogeneity, on in which encounters with difference were
guaranteed […] The city is the place where difference lives. And finally, in the city, different people
with different projects must necessarily struggle with one another over the shape of the city, the
terms of access to the public realm, and even the rights of citizenship […] But the problem with
the bourgeois city, the city in which we really live, of course, is that this ‘ouvre’ is alienated, and
so not so much a site of participation as one of expropriation by a dominant class (and set of
economic interests) that is not really interested in making the city a site for the cohabitation of
differences. More and more the spaces of the modern city are being produced for us rather than
by us. People, Lefebvre argued, have the right to more; they have the right to the ‘ouvre’ […] More
sharply: ‘The right to the city manifests itself as a superior forms of rights: right to the freedom, to
individualization in socialization, to habitat and to inhabitat. The right to the ‘ouvre’, to participation
and appropriation (clearly distinct from the right to property), are implied in the right to the city […]
The right to the city was the right ‘to urban life, to renewed centrality, to places of encounter and
exchange, to life rhythms and time uses, enabling the full and complete usage of [… ] moments
and places’[…]”
Ciudad, espacio público y ciudadanía, son tres conceptos que bajo la visión de Borja (2010) son
casi redundantes, pues la ciudad es ante todo un espacio público, donde se ejercen los derechos
públicos de la ciudadanía, un espacio abierto y significante, habitado por ciudadanos libres e iguales;
por ello, vale la pena puntualizar que la ciudad es una realidad histórica, geográfica, social, cultural y
política, una concentración humana diversa, dotada de identidad o de pautas comunes y con vocación
de autogobierno; pero también es, desde la filosofía política, un lugar de representación y expresión
colectiva de la sociedad, el espacio material e ideológico donde las libertades se ejercen y los derechos
humanos se exigen democráticamente.
6
formalmente en el sistema internacional, se les da un nuevo impulso ampliando su alcance o
extendiéndolos a colectivos que anteriormente no habían sido contemplados.
Así, la acción pública de las ciudades se ha ido encaminando hacia la reivindicación de su papel,
en particular del gobierno y los tribunales, como administraciones protectoras de derechos
fundamentales, en contraposición a la acción de los Estados nacionales. Lamentablemente la mayoría
de los casos latinoamericanos se inscriben en una corriente que camina en sentido contrario, como lo
afirma Rodríguez (2011:69):
Resulta necesario distinguir la idea de derechos humanos en la ciudad, del concepto de derecho
a la ciudad, que puede resultar difícil de definir por su falta de concreción y abstracción.
Urbanísticamente, la ciudad puede ser el espacio o territorio donde se asienta una población, que se
articula respecto de ciertos servicios públicos, que son necesidades básicas que requieren de una
satisfacción objetiva y universal, tales como el suministro de energía eléctrica, agua potable, drenaje,
vialidades, plazas, mercados, cementerios, asistencia sanitaria, servicios educativos y transporte
colectivo, inter alia, que permiten la sobrevivencia y la movilidad social; gobernada por una
administración con matices de proximidad, electa democráticamente, entendiendo a la democracia en
su definición mínima (Bobbio, 2000), como la forma de gobierno caracterizada por un conjunto de reglas
primarias o fundamentales, que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas
y bajo qué procedimientos. En este caso, resulta más útil entender a la ciudad como espacio colectivo,
como lugar adecuado para el desarrollo político, económico, social y cultural de la población; es decir,
la ciudad entendida no sólo como urbs, sino también como civitas y polis según Borja (2010). En este
7
sentido, la ciudad a la que se hace referencia cuando se habla de derecho a la ciudad, tiene más que
ver con la acción de las autoridades locales que la rigen, que con el espacio o territorio urbano en sí.
Es por ello que la definición de ciudad glocal, resulta muy útil, ya que la reivindicación del derecho a la
ciudad exige un espacio pero sobretodo exige políticas concretas de promoción, respeto y garantía a
los derechos fundamentales. Cuando se reivindica el derecho a la ciudad, también se reivindica el
espacio público colectivo donde se respetan y ejercen los derechos humanos.
La Carta Mundial sobre el Derecho a la Ciudad, producto del Foro de Autoridades Locales de
Porto Alegre, que conceptualiza el derecho a la ciudad:
“[…] como el usufructo equitativo de las ciudades dentro de los principios de sustentabilidad,
democracia y justicia social; es un derecho colectivo de los habitantes de las ciudades, en
especial de los grupos vulnerables y desfavorecidos, que les confiere legitimidad de acción y de
organización, basado en sus usos y costumbres, con el objetivo de alcanzar el pleno ejercicio del
derecho a un patrón de vida adecuado […]”
Y por último, la Carta de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad, que define que:
“[…] el Derecho a la Ciudad es el usufructo equitativo de las ciudades dentro de los principios de
sustentabilidad, democracia, equidad y justicia social. Es un derecho colectivo de los habitantes
de las ciudades, que les confiere legitimidad de acción y de organización, basado en el respeto a
sus diferencias, expresiones y prácticas culturales, con el objetivo de alcanzar el pleno ejercicio
del derecho a la libre autodeterminación y a un nivel de vida adecuado. El Derecho a la Ciudad
es interdependiente de todos los derechos humanos internacionalmente reconocidos, concebidos
integralmente, e incluye, por tanto, todos los derechos civiles, políticos, económicos, sociales,
8
culturales y ambientales reglamentados en los tratados internacionales de derechos humanos
[…]”
Siguiendo esta línea, se puede definir en un primer ejercicio, al derecho a la ciudad, como el
derecho de toda persona a vivir dignamente en un espacio público colectivo, con un gobierno elegido
democráticamente, que tenga como centro de sus políticas públicas el respeto de los derechos
humanos, partiendo del reconocimiento, la protección y la garantía en el ejercicio de derechos como:
a) la vida y la dignidad humana; b) el acceso y aprovechamiento del espacio público; c) la movilidad; d)
la seguridad; e) el acceso a la vivienda; y f) el acceso y utilización de los servicios públicos. La
conceptualización de la ciudad así entendida, se encuentra en una de sus fases iniciales de gestación,
que le permitirá convertirse en un derecho subjetivo público; es un derecho humano emergente en
proceso de reconocimiento a nivel constitucional, bajo los términos del concepto de derecho de Guastini
(1999), que se refiere a una pretensión justificada que contiene dos elementos: a) una pretensión
(claim), y b) una justificación que otorga fundamento a la pretensión. En este aspecto, también señala
Prieto (mencionado en Garzón y cols., 2000:501):
“[…] los derechos fundamentales han sido seguramente víctimas de su propio éxito, heredado a
su vez del extraordinario prestigio acumulado por los derechos naturales. Éstos, en efecto
aparecen como dimensión subjetiva y, al mismo tiempo, como la clave de bóveda de aquella
filosofía política liberal que hizo del individuo el centro ya la justificación de toda organización
política, que rehusó ver en el Estado una finalidad propia, trascendente o transpersonal a los
derechos e intereses de cada uno de sus miembros y, por tanto, que concibió el ejercicio del
poder como un proceso que tenía su punto de partida y su juez supremo en la voluntad de
ciudadanos iguales […] En esta extraordinaria fuerza vinculante reside seguramente la
singularidad de los derechos fundamentales. Ellos encarnan exigencias morales importantes,
pero exigencias que pretenden ser reconocidas como derechos oponibles frente a los poderes
públicos; lo cual, desde la perspectiva positivista encierra un reto importante: los derechos, como
el resto del ordenamiento jurídico son obra del poder político y, sin embargo, consisten
precisamente en limitar ese poder [...].”
El peso del componente inmobiliario de las recientes crisis financieras y su impacto en las condiciones
de vida de millones de personas, ha generado un escenario de reclamo, tanto del derecho a la vivienda,
como al más amplio derecho a la ciudad. Lejos de resolver los problemas planteados en materia de
vivienda, espacio público y movilidad, las fórmulas neoliberales los agravaron. Los recortes materiales
de los derechos laborales y de los derechos sociales urbanos han comportado una reconfiguración
9
decisiva del espacio público y de las condiciones de acceso al mismo, así como intensos procesos de
especulación y de segregación espacial. Estos procesos han tenido un impacto ambiental y social
considerable, ya que han favorecido la irrupción de nuevas zonas urbanas, a costa del desplazamiento
de las clases populares a zonas degradadas y la precarización de sus condiciones de vida. El
desmantelamiento de las políticas sociales también ha favorecido el aumento de la delincuencia y de
los conflictos urbanos; se han alentado las demandas de una gestión represiva y punitiva de la nueva
inseguridad urbana, como las políticas de “tolerancia cero”, que tienen fundamento en los textos de
Kelling y Coles (1997), y Jakobs (2006).
Abordar un concepto tan amplio como el del derecho a la ciudad resulta complejo; las primeras
teorizaciones sobre el tema surgen ante la crisis de las políticas tradicionales del Estado del bienestar
social, en torno a la vivienda. El derecho a la vivienda, es algo más que el acceso a un bloque de
concreto ubicado en la periferia de la ciudad. Esta concepción se agrava con las crisis económicas, el
descenso de la inversión pública, las políticas de desregularización, la venta del suelo público, el
aumento de la especulación y la segregación espacial, que en menor o mayor grado, han generado
exclusión social, segregación espacial y desigualdades que se identifican con el desmembramiento del
tejido social. Paralelamente, la ciudad como institución, se ha levantado como un actor que se organiza
y articula con otras ciudades con objeto de hacer frente a los retos que plantea la globalización desde
el ámbito local.
Algunas ciudades entienden que se tiene que dar respuestas a los retos de la globalización en
virtud del principio de proximidad con la población, a través de políticas públicas de bienestar y de la
garantía de los derechos fundamentales consignados a nivel constitucional. Es decir, cambiar el
paradigma de la ciudad-negocio, al paradigma de la ciudad-derecho. Es así como surgen en la
comunidad internacional, el concepto de la ciudad glocal asociado al derecho a la ciudad, como
reivindicación de los movimientos urbanos. Estos movimientos tienen en común la reivindicación de la
realización de los derechos humanos en la ciudad, como garantía para poder transformar las
sociedades, en espacios más justos, solidarios, equitativos y respetuosos de las diferencias; en esferas
geográficas y jurídicas más inclusivas, donde el espacio público urbano es un escenario relevante para
el cambio social, sobre todo cuando más de la mitad de la humanidad vive actualmente en una ciudad
o núcleo urbano.
Para el 2025 la ONU (http://www.onuhabitat.org, 2014), estima que dos tercios de la población
mundial, vivirá en suelo urbano, lo cual representa un gran reto según el Foro Europeo de Autoridades
Locales:
“Junto con los movimientos sociales, para enfrentar los retos de la globalización, el desafío de las
autoridades locales es construir un mundo diferente, partiendo del plano local, contribuir a la
10
emergencia concreta de propuestas ciudadanas en las políticas públicas, comprometerse a favor
de los derechos fundamentales de los ciudadanos, del servicio público, del derecho a un
desarrollo sostenible y solidario de su espacio territorial.” (Ayuntamiento de Saint-Denis,
2003:115)
“[…] aquel municipio, del Norte o del Sur, consciente de los problemas globales que nos afectan,
dirigido por unas autoridades locales que implementan políticas públicas en su territorio
encaminadas a subsanarlos o al menos a no empeorarlos, y que actúan con una clara vocación
internacional, que canaliza tanto como impulsa las demandas de su sociedad civil
organizada[…]”.
11
fomentan el uso de automóviles, en áreas turísticas vedadas o de difícil accesibilidad, centros
administrativos vacíos, en calles y colonias cerradas, o en plazas vigiladas en las que se suprimen los
elementos que favorecen el estar, o se crean obstáculos físicos para evitar la concentración de
personas. Las calles comerciales animadas y abiertas se substituyen progresivamente por centros
comerciales en los que se aplica el derecho de admisión, y las zonas que no se transforman siguiendo
estas pautas, devienen en espacios de exclusión olvidados y a veces criminalizados, en otras palabras,
se gentrifican desplazando a los sectores populares, que terminan como empleados de servicio.
12
de vida, por su condición social, económica, de edad y de preferencia sexual, inter alia. Sin duda, éste
es uno de los ejemplos más significativos que se identifican con una nueva forma de fascismo (Santos,
2011:29), que opera en cinco ámbitos, de los cuales interesa resaltar: a) el apartheid social que crea
zonas salvajes -barrios pobres-, y zonas civilizadas -ciudades fortaleza sitiadas por cinturones de
miseria-; y b) el fascismo paraestatal que tiene que ver con la retirada del Estado, dejando el espacio
libre a particulares que se apropian de bienes públicos y espacios territoriales.
La ciudad es ante todo el espacio público, el espacio público es la ciudad. Es a la vez condición
y expresión de la ciudadanía, de los derechos ciudadanos. Parafraseando a Sandel (2013), podemos
afirmar que la ciudad es el espacio colectivo más idóneo para la nueva educación cívica que requiere
la vida moderna, para impulsar los valores democráticos de libertad e igualdad. La crisis del espacio
público se manifiesta en su ausencia y abandono, en su degradación, en su privatización o en su
tendencia a la exclusión. Sin un espacio público socialmente articulador, la ciudad se disuelve, la
democracia se pervierte, y el proceso histórico que hace avanzar las libertades individuales y colectivas
se interrumpe o retrocede; la reducción de las desigualdades, la supremacía de la solidaridad y la
tolerancia como valores ciudadanos, se ven superados por la segregación y la exclusión. Desde la
visión de Borja (2010), la calidad del espacio público es un test fundamental para evaluar la democracia
ciudadana y el derecho a la ciudad. Es en el espacio público donde se expresan los avances y los
retrocesos de la democracia, tanto en sus dimensiones políticas como sociales y culturales. El espacio
público entendido como espacio de uso colectivo es el marco en el que se tejen las solidaridades y
donde se manifiestan los conflictos, donde emergen las demandas y las aspiraciones, y se contrastan
con las políticas públicas y las iniciativas privadas. El espacio público como la materialización más
acabada del derecho a la ciudad, reivindica y denuncia todo lo que universal y objetivamente requieren
las personas para satisfacer sus necesidades básicas en el espacio físico colectivo de convivencia y
de desarrollo de su plan de vida, pero no sólo de manera estática sino dinámica, que permita además
a las personas desarrollar sus capacidades, en el afán de conseguir una “vida significativa” para sí
mismas en el contexto de Nussbaum (2012).
13
transición entre lo público y lo privado. Un gobierno democrático de la ciudad debe garantizar la
prioridad de la calle como espacio público esencial, pero regulado, sin que sea objeto de apropiación.
También en el espacio público, se reivindican derechos y se desarrolla el enfoque de las capacidades,
no específicamente urbanas en sentido físico o geográfico, sino en sentido jurídico, como los derechos
fundamentales y las capacidades políticas y sociales. La igualdad político-jurídica de todas las personas
inicia en la ciudad donde residen. Todas estas reivindicaciones, estos derechos, están vinculados
directamente al derecho a la ciudad, y si no se obtienen todos a la vez, los que se posean serán
incompletos, limitados y se desnaturalizarán. La ausencia o limitación de algunos de estos derechos
tienen un efecto multiplicador de las desigualdades humanas. Por ello se requiere el reconocimiento
político y jurídico del derecho a la ciudad, como fundamento de su tutela jurisdiccional, para su eficacia
política y social.
“[…] Aquellas exigencias éticas de importancia fundamental que se adscriben a toda persona
humana, sin excepción, por razón de esa sola condición. Exigencias sustentadas en valores
14
o principios que se han traducido históricamente en normas de Derecho nacional e
internacional en cuanto parámetros de justicia y legitimidad política […]”.
“[…] Los derechos humanos son exigencias éticas que deben cumplirse por respeto a la
libertad y a la dignidad de los seres humanos. Pero hay cosas que no sólo deben hacerse,
sino que también tienen que hacerse porque se refieren a exigencias muy radicales. Los
derechos humanos son exigencias morales radicales, concretamente aquéllas que se refieren
a la virtud moral de la justicia. Son exigencias éticas de justica, en el sentido de que el sujeto
pretende disponer de lo propio, lo necesario, lo que a cada uno corresponde, lo justo, para
existir y ser tratados como seres libres […]”.
Ahora bien, los derechos sociales dentro de los que proponemos se clasifique el derecho a la
ciudad, requieren de ciertos modelos de organización estatal, de una serie de precondiciones de
carácter psicológico y de una base axiológica que permita reconocer el deber moral de hacernos
cargo de las necesidades de los demás, lo cual no se encontraba hasta hace algunos años
desarrollado en los textos constitucionales nacionales y que ha requerido del derecho internacional
para su realización (Carbonell y Ferrer, 2014). Pero adicionalmente, estos derechos sociales
demandan también, la existencia de los presupuestos necesarios para dotar de eficacia y
15
materialización a dichos derechos humanos y a las normas constitucionales que los contienen, de tal
manera que para su ejercicio y justiciabilidad directa, se hace indispensable la existencia del Estado
social democrático, como promotor de los derechos de carácter social, a través de principios como
la libertad, el respeto a la vida, la dignidad, la igualdad y el mínimo vital.
Los derechos sociales son derechos fundamentales, es decir, derechos subjetivos con un alto
grado de importancia. Pero lo que distingue a los derechos sociales de otros derechos fundamentales
es que son “derechos de prestación en su sentido estrecho”, es decir, derechos generales positivos a
acciones fácticas del Estado constitucional, situación que en ningún sentido le resta la connotación de
fundamental. El carácter general de los derechos sociales se refleja en cuatro planos para ser
reconocido: a) el titular del derecho (todas las personas son titulares del derecho); b) el objeto, los
derechos sociales fundamentales son constitucionales (es decir, no simples derechos legales); c) a una
situación fáctica que puede ser alcanzada mediante la creación de derechos especiales; d) en la
fundamentación filosófica, los derechos sociales son derechos humanos cuyo carácter se ha fortalecido
mediante su positivización.
En este sentido los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA) han
ganado terreno en el derecho internacional como derechos humanos, principalmente a través del
principio de progresividad, Abramovich y Courtis (2014:47), han señalado que “[…] la obligación de
progresividad constituye un parámetro para enjuiciar las medidas adoptadas por los poderes
legislativo y ejecutivo en relación con los derechos sociales, es decir, se trata de una forma de
carácter sustantivo a través de la cual los tribunales pueden llegar a determinar la constitucionalidad
[…]”, y ahora también la convencionalidad de ciertas medidas o acciones de carácter positivo de los
Estados frente a los sujetos acreedores de estos derechos. Actualmente los DESCA están
empezando a ser entendidos como derechos plenamente exigibles, para ello, se requiere de una
sólida teoría jurídica y la implementación de nuevos mecanismos procesales que permitan su
exigibilidad no sólo administrativamente sino jurisdiccionalmente.
Alexy (2000:482) señala que “[…] Los derechos a prestaciones en sentido estricto son
derechos del individuo frente al Estado a algo que –si el individuo poseyera medios financieros
suficientes y se encontrase en el mercado una oferta suficiente- podría obtenerlo también de
particulares. Cuando se habla de derechos sociales fundamentales […] se hace primariamente
referencia a derechos a prestaciones en sentido estricto […]”. Las prestaciones referidas por Alexy,
son acciones concretas y materiales, medibles económicamente o mediante bienes y servicios para
satisfacer las necesidades primarias de los seres humanos, y que están ligadas a bienes que se
consideran colectivos pero individualizables como la salud, la vivienda o el agua potable; es decir,
los DESCA que se contienen tradicionalmente en normas programáticas dentro de los cuerpos
normativos constitucionales, son mandatos de optimización (Carbonell y Ferrer, 2014:33), puesto que
16
postulan la necesidad de alcanzar ciertos fines, pero dejan de alguna manera abiertas las vías para
lograrlos. Según Alexy (2000:86) los mandatos de optimización “[…] están caracterizados por el
hecho de que pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida debida de su cumplimiento
no sólo depende de las posibilidades reales sino también de las jurídicas […]”.
Ahora bien, el verdadero conflicto de los DESCA reside en su baja posibilidad material de
exigirse individualmente al Estado, y de lograr que sean ejecutables directamente a través de la
actividad jurisdiccional nacional, sobre todo cuando su exigencia conlleva la solicitud de actuación
del Estado para preservar, proteger o fortalecer derechos humanos primarios como la vida, la
dignidad o la seguridad. Ahí es cuando los derechos sociales se tornan en fundamentales, cuando su
desconocimiento pone en peligro o vulnera derechos fundamentales, configurándose una unidad que
reclama protección íntegra, pues las circunstancias fácticas impiden que se separen ámbitos de
protección por no contar con el rango de derecho fundamental dentro del texto constitucional. En este
contexto, los DESCA han ganado un lugar como derechos exigibles principalmente a través de la
actividad de los organismos y tribunales internacionales de derechos humanos, y están dando la
batalla en los tribunales constitucionales nacionales para ser reconocidos como exigibles y
ejecutables, pues todavía hoy en día, hay inexistencia dentro de varios ordenamientos jurídicos
nacionales, de las vías procesales idóneas para hacerlos exigibles así como de los medios de
defensa en contra de las violaciones de los DESCA. Sin embargo, que estas instituciones procesales
no existan o sean deficientes, no significa que los DESCA no existan o no puedan ser exigibles, pues
existen las vías de protección internacional de los derechos humanos; así la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (1994) ha señalado de manera esclarecedora que:
Bajo este aspecto las garantías jurisdiccionales de un derecho social pueden ser aún más
efectivas que las de un derecho de libertad, pues las violaciones al primero pueden ser reparadas con
su ejecución aunque sea tardía. La gran cantidad de obstáculos que hoy enfrenta el ejercicio de los
derechos sociales, como la indeterminación de la prestación debida; la resistencia del poder judicial
para resolver cuestiones de apariencia política; la ausencia de mecanismos y garantías procesales, y
la insuficiencia presupuestal, han llevado a que los DESCA sean considerados tradicionalmente como
meras normas programáticas o políticas, cuando en verdad son derechos humanos que pueden
ejercerse de manera individual o colectiva, según su nivel de exigencia. Por ello es que en la opinión
de Abramovich y Courtis (2014) y, de Carbonell y Ferrer (2014), los derechos sociales pueden
17
hacerse exigibles a través de estrategias que permiten la superación de los obstáculos mencionados,
para que cada vez más, los tribunales nacionales impongan el cumplimiento del derecho no
satisfecho o la reparación del derecho violado con pronunciamientos innovadores y originales, o bien
a través de estrategias de tutela indirectas, pues no siempre la jurisdicción tiene los alcances como
instrumento adecuado, para la plena garantía de los derechos sociales, (Ferrajoli en Abramovich y
Courtis (2014).
18
derecho internacional, vinculados a la adaptabilidad de los principios de dignidad, autonomía e igualdad
humanas, que refiere Vázquez (2010). De lo anteriormente señalado se puede identificar al menos tres
características de los derechos humanos emergentes: a) son derechos nuevos; b) son una extensión
de contenidos de derechos humanos ya reconocidos; y c) son derechos extendidos a colectivos que
históricamente no los han disfrutado.
El derecho a la ciudad implica la necesidad que el principio del desarrollo urbano de la vida debe
permitir la inclusión, sin discriminación y excepción, de todos aquellos que habitan en la ciudad. Sin
embargo, no basta una noción jurídica como el derecho a la ciudad para dar respuesta a esta necesidad
y a los retos que la ciudad contemporánea implica. Sobre la base de los planteamientos del derecho a
la ciudad es necesario reforzar el papel que deben jugar las ciudades en la garantía a todos sus
habitantes del goce colectivo de la riqueza, la cultura, los bienes y el conocimiento (Correa, 2010).
Es así como el principio de la dignidad humana, como pilar fundamental del texto constitucional
y principio orientador del catálogo internacional de los derechos humanos, ha sido una base esencial
en materia de garantía y protección efectiva de los DESCA, que permite definir a un Estado como
constitucional, democrático y social, en la medida que este modelo de Estado exige como elemento
primordial para su eficacia y efectividad, la afiliación de estos derechos. Resulta contrario a un Estado
constitucional democrático, la clasificación del derecho a disfrutar de la ciudad, como un derecho
meramente prestacional, sujeto a las partidas presupuestales y a las difíciles decisiones financieras del
Estado para afrontar su realización, o bien que se deje a los particulares la decisión de planeación
especulativa de la ciudad y la privatización de los espacios públicos.
19
y profundidad en el sistema jurídico nacional, prima facie, a través de la conexidad con otros derechos
fundamentales como: la vida, la dignidad humana, la igualdad, la autodeterminación y el acceso a la
vivienda, pero con la solidez de un derecho fundamental que pronto puede configurar su propia
autonomía jurisdiccional. Ello, en virtud de que el derecho a la ciudad se configura como la justificación
que otorga fundamento a la pretensión humana de la ciudad como espacio público, y del espacio
público como elemento material y simbólico donde el resto de los derechos humanos en conexidad, se
pueden ejercer para reducir la desigualdad social y elevar la calidad de vida, desde un paradigma
comunitarista.
Que el derecho a la ciudad esté integrado por una serie de derechos correlativos, significa que
cada uno de estos, también son autónomos, que están positivados en instrumentos internacionales y
constitucionales, y que pueden ser reclamados y exigidos en forma individual o colectiva por los
mecanismos judiciales diseñados para tal efecto. No obstante su autonomía, todos están en relación
de interdependencia con el derecho a la ciudad, es decir, entendidos cada uno de ellos desde su faceta
colectiva, como prestación debida a los habitantes de la ciudad, integran el contingente del derecho a
la ciudad. En este contexto, el derecho a la ciudad implica la acción colectiva que el Estado
constitucional democrático impulse para procurar una ocupación socialmente equitativa,
económicamente sustentable y políticamente igualitaria del territorio urbano.
20
De esa forma, en el ejercicio de ese derecho, los ciudadanos tendrán razones para
comprometerse con el cuidado de los bienes públicos y el patrimonio urbano colectivo que permiten
habitar la ciudad y hacer de ésta un lugar habitable. El ejercicio del derecho supone, al mismo tiempo,
que los ciudadanos puedan exigir a la autoridad que rinda cuentas acerca de las acciones implicadas
en una habitabilidad justa y equitativa entre los diversos sectores de la población. No puede dejarse de
lado que, establecer el derecho a la ciudad, favorece las condiciones de habitabilidad pacífica, de
apropiación y uso responsable de los bienes públicos, de respeto a la legalidad para no afectar a
terceros dentro del ámbito urbano, así como de participación ciudadana para la avenencia de conflictos,
la articulación e integración de las demandas en la planeación del desarrollo urbano y la gobernabilidad.
A nivel constitucional el momento clave para el derecho urbanístico se identifica con la reforma
publicada el 6 de febrero de 1976 en el Diario Oficial de la Federación, que modificó los artículos 27,
73 y 115 para introducir expresamente en el texto de la constitución la denominación de “asentamientos
humanos” en relación con la ordenación de los centros de población, la utilización del suelo y la
ordenación de los asentamientos humanos como una actividad esencial del Estado mexicano. Desde
entonces se han iniciado una serie de adecuaciones al marco legal, comenzando por reconocer en la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la existencia de los procesos de urbanización
y de conurbación (metropolitanos), la necesaria la actuación de las instituciones públicas en el proceso
de planeación, y regulación de la fundación, conservación, mejoramiento y crecimiento de los centros
de población, que se pueden apreciar en los artículos 1°, 4°, 25, 26, 27, 73, 115 y 122 de la propia
constitución.
Sin embargo, hoy se hace necesaria la interpretación garantista del artículo 4° de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, desde la óptica del Derecho Administrativo, para consolidar
el concepto y alcances del derecho a la ciudad y complementarlo con los derechos a la alimentación,
a la salud, al medio ambiente sano, al acceso al agua potable, a la vivienda digna y decorosa, al acceso
a la cultura y al disfrute de los bienes culturales, a la cultura física y a la práctica del deporte. El derecho
a la ciudad, entendido en dos sentidos: por un lado, como la oportunidad de habitar en centros urbanos
cuyo desarrollo ha sido debidamente planeado y, por tanto, de acceder a los bienes públicos colectivos
y disfrutar de sus beneficios y, a la vez por otro lado, como la responsabilidad compartida por todos los
habitantes de contribuir, de manera equitativa y permanente, a la respectiva producción, mantenimiento
y preservación de tales bienes y beneficios, incluido el medio ambiente, la infraestructura, el
equipamiento y los servicios urbanos prestados. Se trata de un derecho social estrechamente vinculado
21
a los derechos económicos y políticos y que, por tanto, forman parte de los derechos humanos
fundamentales de toda persona.
Ahora bien, que el derecho a la ciudad esté integrado por una serie de derechos correlativos,
significa que cada uno de estos derechos, también son autónomos, que están positivizados en
instrumentos internacionales y domésticos, y que pueden ser reclamados y exigidos en forma
individual, social o colectiva por los mecanismos judiciales o administrativos previstos para tal efecto.
No obstante, todo está en relación de interdependencia con el derecho a la ciudad, es decir, entendidos
cada uno de ellos desde su faceta colectiva, como prestación debida a los habitantes de la ciudad,
integran el contingente del derecho a la ciudad, que además requiere de otros más como el derecho a
la movilidad y, el de acceso y disfrute del espacio público.
En este contexto, el derecho a la ciudad implica la acción colectiva que el Estado impulse para
procurar una ocupación socialmente equitativa, económicamente sustentable y políticamente igualitaria
del territorio urbano y metropolitano. De esa forma, en el ejercicio de ese derecho, los ciudadanos
tendrán razones para comprometerse con el cuidado de los bienes públicos y el patrimonio urbano
colectivo que permiten habitar la ciudad y hacer de ésta un lugar habitable. El ejercicio del derecho
supone, al mismo tiempo, que los ciudadanos puedan exigir a la autoridad, encargada de su
administración, que rinda cuentas acerca de las acciones implicadas en una habitabilidad justa y
equitativa entre los diversos sectores sociales de la población. No puede dejarse de lado,
adicionalmente, que establecer el derecho a la ciudad, en esos términos, favorece las condiciones de
habitabilidad pacífica, de apropiación y uso responsable de los bienes públicos colectivos, de respeto
a la legalidad para no afectar a terceros al ejercer los derechos subjetivos administrativos dentro del
ámbito espacial de las ciudades, así como de participación ciudadana para la avenencia de conflictos,
la debida articulación de las demandas y la integración de ellas en la planeación del desarrollo urbano
que a todos concierne y afecta.
22
asentamiento humano, cuente con las superficies necesarias para la ordenación de la vida individual y
en comunidad.
Así, el derecho a la ciudad implica ampliar el enfoque tradicional orientado solamente a mejorar
la calidad de vida desde la vivienda y el barrio, para trascenderlo a una escala más amplia: la del
ejercicio de todos los derechos humanos en la ciudad; al acceso en condiciones de libertad e igualdad
a la ciudad, e intervenir en los procesos participativos para la gobernabilidad, planeación y gestión
democrática de la ciudad, y esto es un gran reto para el Derecho Administrativo mexicano.
23
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. (2023). México: SISTA.
Evolución de las ciudades mexicanas en el siglo XX. Extraído el 23 de marzo de 2023 desde:
http://www.inegi.org.mx.
De Sousa, B. (2011). El milenio huérfano. (2ª Ed.). Madrid, España: Trotta/Ilsa.
Decreto por el que se reforma el párrafo tercero del artículo 27; se adicionan el artículo 73 con la
fracción XXIX-C y el artículo 115 con las fracciones IV y V, de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos. Extraído el 15 de Octubre de 2014 desde: http://www.dof.gob.mx.
Díaz del Castillo, B. (1980) Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. (5ª Ed.)
México: Valle de México (Ed.).
Garzón, E. y cols. (2000). El derecho y la justicia. (2ª Ed.): Madrid, España: Trotta.
Guastini, R. (1999). Distinguiendo. Estudios de teoría y metateoría del derecho. Barcelona,
España: Gedisa.
Institut de Drets Humans de Catalunya. (2011). El derecho a la ciudad. Serie Derechos Humanos
Emergentes. Número 7. Barcelona, España.
Jakobs, G. y cols. (2007). El Pensamiento filosófico y jurídico penal de Günther Jakobs. México:
Flores (Ed).
Jiménez, M. (2006). Constitución y urbanismo. México: UNAM-IIJ.
Kelling, G. y Coles, C. (1997). Fixing broken windows. New York, Estados Unidos: Touchstone
Book.
Le Corbusier. (1999). Principios de urbanismo. (1ª. Reimp.) Barcelona, España: Ariel.
Lefebvre, H. (1978). El derecho a la ciudad. (4ª Ed.) Barcelona, España: Península.
Mitchell, D. (2003). The right to the city. New York, Estados Unidos: The Guilford Press.
Nussbaum, M. (2012). Crear capacidades. Propuesta para el desarrollo humano. Madrid, España:
Paidós.
Patiño, J. (2014). De los derechos del hombre a los derechos humanos. México: UNAM-IIJ.
Población de México, Cuéntame. Extraído el 23 de junio de 2023 desde:
http://www.cuentame.inegi.org.mx
Rawls, J. (2010) Teoría de la Justicia. (2ª Ed.) (7ª Reimp.) México: Fondo de Cultura Económica.
Rodríguez, C. (Coord.) (2011). El Derecho en América Latina. Bueno Aires, Argentina: Siglo XXI.
Sánchez, V. (2011). Introducción al derecho urbanístico en México. México: Trillas.
Sandel, M. (2013). Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? (3ª Ed.) Barcelona, España: Debolsillo.
Santana, M.V. (2012). Avance jurisprudencial del derecho a la vivienda digna en Colombia.
Revista Ratio Juris. 7(15) (julio-diciembre 2012) (pp. 37-60). Extraído el 20 de agosto de 2022 desde:
http://www.unaula.edu.co
Sartori, G. (2002). Homo Videns: la sociedad teledirigida. Barcelona, España: Taurus.
24
Vázquez, R. (2010). Entre la libertad y la igualdad. Introducción a la filosofía del derecho. (3ª Ed.)
Madrid, España: Trotta.
25