J L VILLACAÑAS Superviviencia

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Supervivencia

José Luis Villacañas/Catedrático Filosofía Ucm 02.03.2020

Amelia Valcárcel no se podría imaginar, meses atrás, cuando tituló el Tercer Festival de Filosofía de Málaga como
"Democracia y Supervivencia", que las connotaciones apocalípticas del encuentro fueran tan
realistas. Para redondear la escena, el cartel de La Térmica, la organización cultural más
importante de la ciudad, representaba una máscara antigás de la Primera Guerra Mundial, que
haría las delicias de los más asustados por el Covi-19. Convocados por Valcárcel, nos reunimos
en el nuevo local de La Malagueta un grupo de especialistas en losofía, geografía, música, artes
plásticas y pedagogía, para debatir sobre el sentido de la presencia del Apocalipsis en nuestra
cultura. Valcárcel se preguntaba qué era real y qué retórica en este asunto, pero resaltaba que,
fuera una cosa u otra, la representación del Fin es ahora planetaria.
No pude escuchar todas las exposiciones, por lo que no puedo hacer una crónica del encuentro.
Solo deseo ofrecer consideraciones que tienen como telón de fondo la crisis del coronavirus. El
ambiente lo calentaba hace unos días un artículo del lósofo Giorgio Agamben, protestando por
las medidas que había decretado el Gobierno italiano restringiendo libertades básicas cerca de
Milán. Argumentaba el lósofo que, si la epidemia viene provocada por un virus no más grave que
el de la gripe, se debía explicar la alarma mundial provocada por la prensa, las agencias de
gobernanza y los comunicados de los gobiernos. Su opinión es que el Estado no pierde la ocasión
de producir estados de excepción como forma habitual de gobierno.

Inspirado por Walter Benjamin, Agamben lleva tiempo desplegando la opinión de que la excepción
es la norma del Estado. Su tesis es que allí donde se abre paso el Estado, allí aparecen tarde o
temprano los tanques, por lo que Agamben de ende que las medidas de Italia signi can una clara
militarización de la población. Al nal a rma de forma clara: "Pareciera que, habiendo agotado el
terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer
el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos sus límites". Si Valcárcel se preguntaba si la
condición apocalíptica del presente es real o retórica, Agamben no lo duda: es retórica, un mero
medio de dominación del Estado. La nalidad de esa retórica es producir miedo, y con él generar
la demanda de seguridad por parte de la población. El Estado así se legitima en su propia política.
En suma, un círculo vicioso.
No hay Apocalipsis sin aceleración. Y no hay aceleración sin escalada. El círculo vicioso es un
conocido instrumento de escalada. En este caso se trata, diría Agamben, de sembrar inquietud,
generar miedo, ofrecer seguridad a cambio de eliminar libertades, aumentar la dominación. Estos
fenómenos llevan el viento en las alas cuando se dan en un ambiente en el que también otros
elementos en escalada dominan la situación. En este caso, son los fenómenos de aumento de
población, intensas migraciones, reemergencia del aspecto siniestro de la Tierra con fenómenos
meteorológicos extraños, plagas bíblicas, guerras continuas, masas de refugiados. La sincronía
refuerza recíprocamente las escaladas, y de esta manera la alarma se hace general e intensa.
Así se vive en una atmósfera que connota todas las vivencias con una sensibilidad hiperestésica.
Tarde o temprano, el miedo genera odio y este produce hostilidad. Y cuando la vida está
dominada por la presencia del enemigo, como amenaza permanente, entonces ninguna
conversación es posible con el enemigo, cuyas palabras son sonidos de un lenguaje extraño.
Llegados ahí, a voces demandaremos poderes fuertes, con manos libres, grandes líderes que
vendan fuerza, radicalidad, atrevimiento y dureza, los ingredientes de la oferta de seguridad. Así,
la excepcionalidad será también un fenómeno de escalada y de aceleración, y en su torbellino
todo estará permitido para garantizar la supervivencia.
Todos estos procesos no tienen necesidad de mucha retórica porque anclan en la estructura de la
imaginación. No requieren mucho re namiento. No hace falta un gran poder para ponerlos en
marcha. Se encarga de ello la aspiración de la mente humana a la prevención. Es ella la que atiza
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los procesos de escalada. En este sentido, la necesidad de prevención se siente desprotegida
ante su enemigo interno, la imaginación. Agamben, que en su losofía ha abordado el concepto
de ser humano evadiendo estos hechos elementales, tiene que situar todos estos fenómenos en
el poder del Estado. Pero hay razones para sugerir que, por el contrario, el Estado ha conocido
una historia tan larga y continua por las bases antropológicas que le ofrecen su razón de ser. Sin
ellas, su dominación sería insoportable. En realidad, calma deseos reales.
Esto es lo que, en cierto modo, le ha contestado el lósofo francés Jean Luc Nancy a "su viejo
amigo Agamben". Su argumento inicial es ad hominem pero no me parece irrelevante. Hace
treinta años, cuando Nancy tuvo necesidad de un trasplante de corazón, Agamben le recomendó
que no se operara. Ahora Nancy le recuerda que, si le hubiese hecho caso, hace tiempo que con
toda seguridad estaría muerto. Este argumento parece irrelevante, pero no lo es. Desciende al
hecho real, y es que por debajo de las abstracciones de la losofía, hay seres humanos singulares
que tienen cada uno las mismas exigencias de supervivencia, y que de repente experimentan una
mutación de masa en la medida en que todos convergen en un mismo deseo.
Lo relevante del artículo de Nancy no se agota ahí. Muestra que los Estados no tienen que
decretar estados de excepción, sino que ya es la humanidad entera la que vive en él. No es una
retórica, sino una realidad, parece decir Nancy respecto de la pregunta de Valcárcel. Y añade: "Se
pone en duda toda una civilización. Eso es seguro". En esto quizá estaría de acuerdo Agamben,
pero Nancy es muy duro y no lo tiene en cuenta. El artículo de Agamben, que en realidad resume
el sentido de su obra nal, le parece "una maniobra de distracción más que una re exión política".
No es la manipulación del Estado, sino la fuerza imparable de la voluntad de la especie de
mantener su unidad, su comunicación, su suerte, hoy como hace millones de años. Eso fuerza a
los seres humanos a recorrer la Tierra. Mientras haya condiciones de vida diferentes, como por
exclusas, los seres humanos se moverán por los desniveles de la corriente.
Cuando uno se pone delante de las más de trescientas personas que se reunieron en La
Malagueta y tiene que hablarles mirándoles a la cara, es difícil acordarse de todo lo que se dice.
El calor humano exige a la inteligencia una prestación de libertad. Pero sí recuerdo con seguridad
haber dicho lo siguiente: el conjunto de fenómenos que hemos descrito nos hacen pensar que
estamos ante un atolladero evolutivo. En estas épocas emergen las atmósferas apocalípticas en
las que el fastidio de una prevención casi imposible se entrega al alivio de presentir un nal en el
que ya toda prevención es irrelevante. En la mayor parte de las ocasiones anteriores el ser
humano presentía el atolladero. Ahora lo conocemos.
La semana pasada, en un centro de opinión de Madrid, alguien me decía que la humanidad
siempre acaba encontrando una salida. A este amigo no le inquietaba el dato de que otras estirpes
homo quedaran en el dique seco. Tampoco los costes con los que la humanidad sale de estas
situaciones. Y esta es la cuestión central. Porque en estas circunstancias se olvida toda
normatividad, y la especie se refugia en un darwinismo extremado que no podemos identi car sino
con la barbarie. Y cuando recordamos la a nidad que Hayek estableció entre darwinismo y
capitalismo, comprendemos que el capitalismo avanzará su proceso de concentración de riqueza
sin tener que producir situaciones de riesgo mediante burbujas especulativas. Se limitará a
aprovechar las catástrofes que vengan. Y entonces los Estados serán lo único que tengamos.
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